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Se acabó el juego

Tamara Marín
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Se acabó el juego
Mayo 2022
© de la obra Tamara Marín
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Edita: Rubric
www.rubric.es
C/ María Díaz de Haro, 13 1ºa
48920 Portugalete
944 06 37 46

Corrección: Rubric.
Diseño de cubierta y diseño interior y maquetación:
Nerea Pérez Expósito de www.imagina-designs.com

ISBN: 978-84-125300-8-7

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema


informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de su
autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal)
.

A todo el equipo de Rubric.


En especial a Taira, José Manuel, Rocío y Ramón.
.

Cuando empecé en el mundo de las letras iba más perdida que un pulpo en un garaje.
Detrás de todo este trabajo hay un equipo maravilloso que me aguanta, cuando no lo hago ni yo
misma.
De Taira todo lo que diga es poco, hace bastante que se convirtió en mucho más que mi editora.
José Manuel fue la persona que me ayudó a decidirme y a tirarme a la piscina cuando era un mar
de dudas. Siempre le estaré agradecida por ello.
Rocío es bastante más que mi correctora. Gracias por aclarar mis dudas, por enviarme enlaces,
por enseñarme y no limitarte solo a corregir mis textos.
Ramón, además de ser una bellísima persona, es un profesor impresionante con una paciencia
infinita.
Durante este tiempo ha habido momentos malos, aunque sin lugar a dudas los superan con creces
los buenos. La decisión de dejar mi trabajo de «siempre» para dedicarme en exclusiva a escribir no
fue fácil, pero me alegro muchísimo de haberla tomado.
Tengo lectoras estupendas y compañeras de letras increíbles que me acompañan en mi día a día.
Solo puedo dar las gracias por tener a personas tan maravillosas a mi alrededor.
Índice

Prólogo
1. Nueva York
2. ¿Qué es ese ruido?
3. Un día de perros
4. Mi paz mental
5. Pesadillas con una pantera y una ratoncita
6. Huele el miedo
7. El vestido
8. La fiesta
9. ¿Qué haces aquí?
10. El beso
11. Un fin de semana surrealista
12. Contaba con ello
13. ¿Qué tipo de mujer se supone que soy?
14. En todas las revistas
15. ¿Qué hay entre Jake y tú?
16. ¿Qué mierda es eso?
17. No es sexo lo que necesito
18. Aquiles
19. Mi amiga
20. Anhelo
21. Los labios de Jake
22. Celos
23. Lo estaba interpretando mal
24. Físico y mente
25. Las ganas
26. No me importaría acostarme con él
27. Es Tom
28. No es asunto tuyo
29. Desnudar mi alma a besos
30. Mentir
31. Miedo
32. Voy a dejarme llevar
33. La respuesta sigue siendo no
34. La entrevista
35. Nueva situación
36. La amante
37. Hacer las cosas bien
38. Mis sentimientos
39. Los cuatro
40. Marcharme
41. Por mi propio bien
42. Se acabó el juego
43. La esperada noticia
44. Mi nuevo trabajo
45. El artículo
46. Me dejé llevar
47. ¿Enfadado?
Epílogo
Nota de la autora
Agradecimientos
Música
Otras obras de Tamara Marín
Prólogo
Jake

Veinticinco años antes

Tenía frío. Llevaba en la calle más de siete horas y no había cogido


chaqueta. Estaba empezando a chispear, así que me guarecí bajo un saliente
porque lo último que me apetecía, con el aire helado que corría, era
mojarme.
Me acurruqué en una esquina sin pararme a mirar la porquería que debía
haber en el suelo. Con mi menudo cuerpecito de siete años pude
acomodarme más o menos bien. Si no fuera por el maldito frío…
No recuerdo en qué momento me quedé dormido, pero alguien me
despertó zarandeándome y me asusté tanto que di un grito. Aunque un
chillido en mi barrio, por muy fuerte que fuera, no despertaba el interés de
nadie.
—Dice tu madre que subas, pero que, como lo hagas con las manos
vacías, no entras.
Antes de irse, y como yo ya esperaba, me dio un guantazo que hizo que
mi cabeza se golpeara contra la pared. Me mareé ligeramente, no tuve claro
si fue por el golpe o por el hambre. Tuve que pararme a pensar cuándo fue
la última vez que comí algo; hacía dos días, aunque tampoco estaba seguro.
Al levantarme me percaté de que había dejado de llover, así que me
dirigí a un lugar que conocía muy bien y que hubiera preferido no pisar en
mi vida.
Caminaba despacio porque no deseaba llegar allí, pero, por otra parte,
estaba tan cansado que quería hacerlo cuanto antes para poder meterme en
mi cama y dormir algo.
Me paré frente a la puerta, llamé al timbre y subí las escaleras de un
edificio casi en ruinas. Él me estaba esperando fuera. Yo jamás entraba.
—Dile a tu madre que me debe lo de las tres últimas veces y que ya no
me sirve lo de que me pague con un polvo de mierda, para eso puedo
encontrarlas más jóvenes.
Iba hablando mientras entraba en el piso y yo esperaba en la puerta.
Normalmente no miraba, no quería ver lo que ese tío hacía en su casa, pero
esa vez sí eché una ojeada. Hubiera preferido no hacerlo.
Una niña, que como mucho debía de tener cinco años más que yo,
estaba tumbada en un camastro. No se movía. Yo no sabía si estaba
dormida, inconsciente o muerta. Tenía el cuerpo lleno de moratones y me
dieron ganas de entrar y sacarla de allí, pero llevaba viviendo en ese maldito
lugar el tiempo suficiente como para saber que, aunque lograra llevármela,
no serviría de nada.
Él se puso delante, haciéndome salir de mis pensamientos y tapándome
la visión de la niña.
—Dile a tu madre que si no paga tendré que buscar otra manera de
cobrar —me miró de arriba abajo y a mí me recorrió un escalofrío—. Hay
un montón de tíos que pagarían por ti, aunque eso ella ya lo sabe.
Me pasó la mano por la mejilla y me aparté con brusquedad. Agarré la
bolsa que llevaba en la mano y salí corriendo. Mientras me alejaba, pude oír
su risa.

Al entrar en mi casa, me percaté de que mi madre continuaba en la cama,


pero nada más oírme llegar me llamó.
—¿Me has traído eso? —Su voz sonó estridente.
A pesar de que yo llevaba casi todo el día fuera de casa, lo único que a
ella le importaba era si le había conseguido su mierda.
Entré en su habitación, le puse la bolsa encima de la mesita de noche y
me fui de su cuarto sin abrir la boca, aunque tampoco me preguntó nada. En
cuanto se dio cuenta de que se lo había dejado allí, se abalanzó sobre ella
sin ni siquiera mirarme.
Me desvestí y me metí en mi cama. Me arropé hasta cubrirme; sin
embargo, dejé fuera la cabeza porque las sábanas olían bastante mal.
Debería lavarlas al día siguiente.
Esa noche, como casi todas las noches que podía recordar, y a pesar del
cansancio que sentía, lloré durante horas. Me prometí a mí mismo, tal y
como lo había hecho en incontables ocasiones, que no iba a hacerme mayor
en ese barrio. Haría lo que estuviera en mi mano para salir de esa mierda.
Me alejaría de allí en cuanto pudiera y jamás volvería a mirar atrás.
1. Nueva York
Liz

Hacía más de tres horas que me había despedido de mis padres y continuaba
sentada en el incómodo asiento del aeropuerto. Me levanté a estirar las
piernas, pero no caminé mucho por no alejarme de mi maleta. No me
apetecía cargar con ella, aunque no pesara demasiado, y es que, por muy
increíble que pareciera, había conseguido meter todo lo que necesitaba para
esos días en una maleta de mano, pensando que así todo iría más rápido.
Ingenua de mí.
Di un par de vueltas a la ristra de asientos y volví a sentarme. Miré el
móvil por millonésima vez y, al ver que no tenía ninguna notificación de
redes ni mensajes, lo guardé. Observé a las personas que estaban sentadas
frente a mí y volví a perderme en mis pensamientos, recordando el motivo
que me había llevado a estar allí.
Decidí que, después de unos meses sin ver a mis padres, ese sería un
buen momento para hacerles una visita. Sin embargo (tal y como me pasaba
siempre), a las pocas horas de estar allí ya tenía ganas de marcharme.
Papá y mamá continuaban viviendo en un pequeño pueblo de
Wisconsin, un lugar del que yo salí por patas en cuanto se me presentó la
oportunidad, que fue en el mismo momento en el que me matriculé en la
universidad. Y busqué la más apartada que pude de ellos. Entendedme; mis
padres son majísimos, muy protectores y absorbentes, pero bellísimas
personas. Yo llegué al mundo cuando eran muy mayores y ya no esperaban
tener descendencia. Así que se volcaron en su única hija de una manera
desmedida.
Por eso, en el mismo instante en el que puse un pie en su casa, me
hicieron un acoso y derribo para intentar que me quedara allí con ellos. No
paraban de repetirme que, total, para qué iba a regresar si llevaba meses sin
trabajar y nadie me esperaba en Nueva York.
En parte tenían razón, pero yo, solo de pensar en instalarme en mi
antiguo hogar, sentía ganas de echarme a llorar. Me encantaba vivir en la
Gran Manzana, era como un sueño hecho realidad. La niña de pueblo que
vive en la capital del mundo.
Debo reconocer que, cuando llegué allí, me costó bastante adaptarme.
Pensad que yo no había salido jamás de mi pueblo y me resultó difícil
defenderme en una urbe tan grande. No es que sea tonta, aunque sí
demasiado ingenua para mi gusto, y Nueva York no es precisamente una
ciudad benevolente con las personas ilusas.
Y ese era precisamente el motivo por el que me había quedado sin
empleo. Trabajé durante unos meses, cubriendo una suplencia, en un
importante periódico. Me gustaba el personal que trabajaba en él y me
fascinó todo lo que hacía allí. Incluso me encargaron unos cuantos artículos
que tuvieron cierta repercusión. Sin embargo, cuando volvió la chica para la
que hacía la sustitución no encontraron otro puesto para mí, así que tuve
que marcharme. Después de eso, y por mucho que busqué, lo único que
conseguí fue un puesto en una de esas revistas de cotilleos que yo odiaba.
Supongo que la prisa no ayudó mucho, y es que, si quería pagar el alquiler,
debía encontrar trabajo rápidamente, así que cogí lo primero que encontré.
No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que odiaba ese trabajo,
pero tenía facturas que pagar… Por si todo eso fuera poco, mi nuevo jefe
me presionó hasta la saciedad para que escribiera un artículo con el que yo
no estaba para nada de acuerdo. Tuve que reescribirlo infinidad de veces
hasta que quedó a su gusto. El artículo era un sinsentido plagado de
mentiras que supe que haría daño a personas que no se lo merecían. No me
equivoqué.
Me despedí el mismo día que se publicó. Sé que tendría que haberlo
hecho antes de que saliera a la luz, pero no lo hice y en esos momentos
estaba pagando las consecuencias. Porque a una de las personas a las que
hice daño fue a un famoso jugador de la NBA y su representante, Jake, me
citó en su despacho casi antes de que la revista llegara a los quioscos.
Decir que Jake era una persona que me intimidaba sería el eufemismo
del año. Imaginad que metéis en una habitación a una pantera hambrienta y
a una ratoncita asustada; pues esa era la mejor comparación para definirnos
a Jake y a mí.
Después de hablar con él —más bien yo me limité a escuchar y él a dar
órdenes— me dejó claro que, si quería volver a trabajar en Nueva York,
tendría que hacerlo en cualquier restaurante de comida rápida, porque no
habría ni un solo periódico o revista que volviera a contratarme. Pensé que
exageraba. No lo hizo.
Todas las puertas a las que llamé a partir de ese momento, todas las
entrevistas que hice, acababan igual. Yo no podía creer cómo una sola
persona tenía tanto poder.
Me recorrió un escalofrío al pensar en él. Llevaba muchos días dándole
vueltas a que tarde o temprano tendría que llamar a su puerta y suplicar
clemencia, y el simple hecho de volver a meterme en su despacho me
causaba pavor.
Sacudí la cabeza y me percaté de que acababan de nombrar mi vuelo.
Me levanté de un salto y casi corrí hasta la cola que ya se había formado en
la puerta de embarque. Nunca entenderé por qué la gente hace cola cuanto
tiene los asientos asignados. No obstante, esa vez tenía tantas ganas de
llegar a casa que yo también me puse en la fila. Y es que hacía muchas
horas que ese avión debería haber salido.
Una tormenta retrasó todos los vuelos con destino a Nueva York, aunque
por lo visto ya estaba arreglado.
Al tomar asiento suspiré aliviada. Por fin volvía a casa.
2. ¿Qué es ese ruido?
Liz

Había tanto tráfico que el taxi tuvo que dejarme un par de calles más abajo
de mi apartamento. Si bien la tormenta había pasado, continuaba
chispeando, así que abrí el paraguas y apreté el paso. Cuando apenas me
faltaban cien metros para llegar, oí un sonido peculiar que no supe
identificar. No le di mucha importancia porque, con el ruido de los coches y
de la lluvia, probablemente no fuera nada. Pero no había dado dos pasos
más cuando volví a oírlo. Me paré y miré a mi alrededor. Otra vez. Tuvo
que sonar un par de veces más para percatarme de que provenía de uno de
los contenedores de basura que había a mi izquierda. Me acerqué con
mucho sigilo y temor. Al asomarme vi una minúscula cabecita con dos
enormes orejas que me miraba con adoración. Solté una maldición; no era
yo de decir muchos tacos, pero no pude evitarlo porque tuve claro lo que
pasaría a partir de ese momento.
Saqué al cachorro del cubo de basura y lo acomodé dentro de mi
chaqueta. Me puso chorreando el suéter, aunque no me importó. El
diminuto perrito tiritaba tanto que me asusté, por lo que aceleré el paso para
llegar cuanto antes a mi casa.
No lo pensé, no lo medité, no barajé ni lo complicado ni los
inconvenientes que supondrían para mí tener un perro. Y, por supuesto, no
se me pasó por la cabeza llevarlo a ninguna protectora; en cuanto ese
cachorro posó los ojos en mí, yo supe que estaba perdida.

Lo primero que hice al llegar a casa fue coger un par de toallas y secarme
mientras me dirigía a la ducha. Bañé con agua caliente al pobre animal, que
olía fatal. Para enjabonarlo usé mi propio gel del cuerpo, esperaba no
dejarlo sin pelo por eso. La verdad era que nunca había tenido un perro y no
entendía mucho de sus cuidados. Cuando estuvo bien seco me quité yo la
ropa húmeda, me puse un pijama calentito y fui directa a la cocina.
No sabía cuánto tiempo llevaría el perro allí, pero estaba convencida de
que tendría hambre, así que me preparé algo para mí y para él (al subir las
escaleras descubrí que era macho).
En cuanto se acabó de comer lo que le había puesto, el minúsculo
animal se hizo una bolita en mi sofá. Me acerqué a él y lo tapé con una
manta, por lo menos había dejado de temblar.
—Tendré que buscarte un nombre —hablé en voz alta y él alzó la
cabeza y las orejas—. Siempre he querido tener un perro, aunque, si te soy
sincera, en mi imaginación eras mucho más grande y el nombre que yo
pensé no te pega nada. Aquiles suena demasiado fuerte para un perrito tan
chiquito como tú.
El cachorro meneó la cola y me miró con curiosidad.
—¿No me digas que te gusta? —pregunté como si él pudiera
entenderme, y para mi sorpresa soltó un pequeño ladrido—. Pues
adjudicado, Aquiles será tu nombre.

Habían pasado tres días desde que volví de casa de mis padres y en esos
momentos acababa de salir de otra entrevista.
Me sentía contenta porque la chica que me la hizo dio la impresión de
estar encantada con mi currículo, incluso me comentó que le parecía la
persona idónea para el puesto. Así que no pude evitar caminar de vuelta a
casa con una enorme sonrisa en la cara. Tenía algo ahorrado y mi casera me
había ajustado el precio del alquiler (un gesto que la honraba, si teníamos en
cuenta que el maldito artículo que publiqué en aquella revista iba sobre
ella). Sin embargo, el dinero se me estaba escurriendo con demasiada
rapidez y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar así. Debería pensar
seriamente en ponerme a trabajar de camarera en algún local. Pero todo mi
cuerpo se rebelaba ante esa idea, no porque pensara que aquel trabajo fuera
malo —estuve años haciéndolo mientras me sacaba la carrera—, sino
porque me negaba a no poder ejercer mi profesión porque un idi… un
desalmado (no me gustaba decir tacos ni siquiera en mis pensamientos, lo
mío era para hacérmelo mirar) me estuviera haciendo la vida imposible.
Casi había llegado a mi apartamento cuando me sonó el teléfono. Salía
un número desconocido, pero lo cogí de todas maneras.
—Hola —saludé.
—¿Es usted Liz Scott?
—Sí, soy yo.
—Mire, la llamo del periódico en el que acaba de hacer la entrevista.
Sintiéndolo mucho hemos encontrado a otra candidata que encaja mejor en
el puesto. —Cerré los ojos y suspiré.
—Ya, claro. No tendrá nada que ver en esa decisión Jake Harris,
¿verdad? —Me arrepentí de hablar en cuanto las palabras salieron de mi
boca. La persona que me hizo la entrevista no tenía la culpa de nada y
posiblemente no sabía de qué le estaba contando —. Perdón, no debí
preguntar, simplemente es que me he hecho ilusiones y pensé seriamente
que el puesto iba a ser mío —me lamenté.
—Verás, Liz, no debería decirte esto, pero si fuera por mí el empleo
sería tuyo. Sin embargo, he recibido órdenes de arriba y ahí tengo las manos
atadas.
—Lo entiendo, no te preocupes.
—Tampoco puedo contarte más porque no me han dado mucha
información.
—Muchas gracias por todo. —Por más ganas que tuviera de romper
algo, debía ser educada, aquella chica no era la responsable de nada.
—A ti.
Cuando colgué el teléfono estuve a punto de soltar un sollozo. Mi vida
profesional parecía acabada cuando apenas había empezado a despegar.
¡Con los esfuerzos que tuve que hacer para sacarme la carrera! Recordé
las noches sin dormir, los trabajos de fin de semana. No poder hacer nada
porque tenía que ahorrar hasta el último dólar…
Suspiré abatida tomando conciencia de que, por más que la hubiera
pospuesto durante semanas y por mucho que me desagradara la idea, e
incluso de que mi piel se erizara con solo imaginarlo, no me quedaba más
remedio que hacerle una visita a Jake Harris.
Temblé solo de pensarlo.
3. Un día de perros
Jake

Menudo día llevaba. Últimamente todos eran de infarto, pero ese estaba
resultando realmente horrible.
Me recosté en el sillón de mi despacho e intenté calmarme. Miré a mi
alrededor y dejé escapar el aire. Eso siempre conseguía tranquilizarme; el
control que tenía sobre aquel lugar, darme cuenta de todo lo que había
conseguido, de hasta dónde había llegado, hacía que me sintiera bien.
Ser el mejor representante de la NBA de Nueva York no estaba nada mal
para un tío que se había criado en uno de los peores barrios de la ciudad,
con una madre drogadicta y alcohólica que era capaz de hacer cualquier
cosa por conseguir un poco de lo que fuera que la hiciera desconectar.
Lo único bueno, y que hoy por hoy aún me cuesta entender, fue que,
milagrosamente, mi madre nunca vendió mi cuerpo a ningún camello ni a
ningún cliente suyo, como hacían la mayoría de las madres con sus vástagos
en ese entorno.
Siendo todavía casi un niño, me puse a trabajar descargando camiones o
en empleos que requerían esfuerzo físico, pero que estaban muy mal
remunerados. La mayoría de las veces ni siquiera me pagaban, yo era un
crío de diez años que nada podía hacer si un adulto decidía no darme el
dinero que habíamos pactado cuando terminaba el trabajo.
Sin embargo, encontré un camionero que debió apiadarse de mí, porque,
aunque me pagaba una miseria, siempre cumplía con lo acordado.
Conseguí engañar a mi madre y pasarle solo una parte de lo que ganaba,
el resto lo fui guardando durante años y con eso pude pagarme el ingreso en
la universidad y largarme de mi barrio en cuanto reuní lo necesario para
alquilar una habitación en un piso.
A medida que crecía resultaba más fácil, porque, a pesar de la mala
alimentación, el ejercicio físico hizo que mi cuerpo cambiara y al ir
cumpliendo años dejaban de engañarme con tanta facilidad. Hasta que un
día, cuando acababa de cumplir los dieciséis, me peleé con un tío que no
quiso pagarme y, aunque pesaba dos veces lo que yo, conseguí darle una
paliza. La voz se corrió y a partir de ese momento todos me pagaron
rigurosamente por lo que trabajaba.
Cuando terminé de estudiar, me costó hacerme un hueco en el mundo de
la NBA. Sin embargo, y contra todo pronóstico, fui subiendo posiciones
hasta hacerme con mis primeros clientes importantes. Fue entonces cuando
empecé a ganar dinero de verdad y decidí pasarle a mi madre una especie de
mensualidad. Sabía que no estaba obligado a ello, menos aún por la manera
en la que ella me había tratado, y tenía claro que eso casi le haría más mal
que bien porque se lo gastaría en alcohol y drogas. No obstante, a mí me
hacía tener la conciencia más tranquila; sí, suena feo, pero hacía mucho
tiempo que no albergaba ningún buen sentimiento hacia la mujer que me
trajo al mundo.
Tampoco lo hice durante demasiado tiempo porque mi madre falleció,
de una sobredosis, siendo aún bastante joven. Puede parecer una tontería
porque hacía años que ni siquiera la veía, pero cuando murió me sentí más
solo que nunca. Como si ya no tuviera a nadie; ya ves, como si hubiera
podido contar con ella en algún momento de mi vida.
Lo peor, desde luego, siempre fue la falta de cariño, el desarraigo que
sentía. Por mucho que me empeñara en intentar cubrirlo teniendo sexo con
diferentes mujeres. Sexo frío e impersonal, eso sí, pero para mí era la única
manera de acercarme a alguien o, mejor dicho, de mantenerme cuerdo. No
soy tonto, era muy consciente de que con eso intentaba llenar el hueco que
sentía por no haber tenido nunca relaciones afectivas normales. El no haber
sentido apego hacia nadie, en ningún momento de mi vida, me pasaba
factura cada puto día.
Lo malo fue que cuando llegué a los diecisiete años; confundí ese
sentimiento con amor y terminé enamorándome de todas las mujeres que
me rodeaban y que me dedicaban las migajas de su cariño: profesoras,
compañeras, madres o hermanas de amigos… Una lista interminable de la
que nunca recibía lo que esperaba. Porque ¿quién iba a querer a un niño
larguirucho, que iba siempre sucio y que no tenía dónde caerse muerto?
Tuve que digerir un montón de rechazos para volverme más y más
hermético. Hasta que terminé convirtiéndome en lo que era: un tipo frío que
jamás se dejaba llevar por los sentimientos.
Por eso cuando venía a mi despacho alguno de esos jugadores que creían
ser tipos duros porque se habían criado en un barrio regular, pero rodeados
de su familia y con carreras universitarias becadas, me hacían hasta gracia.
Yo tuve que pagar cada centavo de la mía y me endeudé tanto que tardé
años en poder liquidar el préstamo desorbitado que me tocó pedir. A mí
iban a venir a decirme que su vida había sido difícil… ¡A mí!
Acababa de hablar con uno de esos tíos, un tipo que iba de chungo, pero
que se había criado en uno de los mejores barrios de Nueva York y al que
nunca le faltó de nada. En parte, esos no eran los peores porque estaban
acostumbrados al dinero. Lo malo era ser joven y empezar a ingresar sumas
desorbitas de pasta. Muchos de ellos habían arruinado sus carreras antes de
triunfar por ese motivo.
En aquellos momentos tenía un contrato sobre la mesa de otro jugador.
Estuve hablando con él la semana anterior. Se crio en un pueblecito y
parecía buena persona; sin embargo, detecté algo en todo lo que me explicó
que no me cuadraba.
Tom estuvo trabajando con otro representante hasta hacía unas semanas,
pero los dos (y unos cuantos jugadores más) se habían visto salpicados por
un escándalo de fraude fiscal. Había hablado conmigo para que yo fuera su
nuevo agente y, aunque el muchacho me caía bien, no estaba convencido de
que no tuviera nada que ver con todo eso, como él mismo aseguraba. Él era
uno de los mejores jugadores del momento y sería estupendo representarlo,
pero no podía hacerlo sin antes cerciorarme de que no estaba implicado.
Jamás me habían relacionado con ningún escándalo y si algo me definía era
mi manera intachable de hacer las cosas. Y no estaba dispuesto a que eso
cambiara, por muy buen jugador que fuera Tom.
4. Mi paz mental
Jake

Ni siquiera sabía qué hora era ni cuánto tiempo llevaba allí. Debía
solucionar un tema que tenía pendiente y, si eso pasaba, las horas se me
escurrían. Me encontraba absorto en mi trabajo cuando el teléfono de mi
despacho sonó.
—Dime, Emily.
—Aquí fuera hay una joven que insiste mucho en verte. —No pude
evitar soltar un gruñido.
Emily era una mujer de mediana edad que llevaba trabajando conmigo
unos cuantos años. Sabía muy bien que no podía dejar pasar a nadie sin cita
previa, pero es que, además, conocía lo estricto que era con que ninguna
mujer se colara en mi despacho. La mayoría de ellas eran fans de algunos
de mis clientes y venían buscando autógrafos o cosas parecidas.
Normalmente Emily sabía deshacerse de ellas de una manera muy
diplomática, por eso me extrañó tanto su petición.
—Ha dicho que se llama…
—Es igual, no importa, que entre —cedí. Porque sabía que si no la
dejaba pasar no dejaría de molestar a Emily, y prefería terminar cuanto
antes con aquello.
Eso sí, esperaba que no fuera Madison. Por mucho que le dejé las cosas
claras desde el principio, se había vuelto muy insistente en que volviéramos
a quedar.
Sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula cuando Liz Scott apareció por
la puerta. No pude evitar sonreír, casi me había olvidado de ella, y eso que
cuando se marchó de mi despacho (hacía ya unas cuantas semanas) tuve la
certeza de que volvería.
Liz era todo lo que no soportaba en una persona: tímida, ingenua,
incauta, inocente… Y no me gustaba porque me hacía recordar épocas de
mi vida que tenía muy bien enterradas. Era justo el tipo de mujer de la que
me hubiera enamorado hacía mucho, tanto que me daba la sensación de que
pertenecía a otra vida. Pero al contemplarla frente a mí no podía sentir otra
cosa por ella que menosprecio, no me agradaba la gente que se dejaba
pisotear y que era demasiado débil para vivir en este mundo.
La vida y mi experiencia personal me habían enseñado a mantenerme
apartado de ese tipo de personas. Quizá tuviera mucho que ver el miedo que
sentía por sucumbir a su dulzura, más que el hecho de que no me gustara.
La observé allí, de pie, con la cabeza gacha y tan frágil que Nueva York
podría comérsela de un solo bocado. Al pensar en morderla no pude evitar
mirarla con atención. Una cosa sí tenía: era bonita. Una belleza demasiado
dulce para mi gusto, pero guapa, al fin y al cabo.
—Vaya, vaya… Liz Scott, no esperaba verte por aquí. Por lo menos, no
tan pronto. —Me fui acercando hacia donde ella estaba con la única
intención de incomodarla.
—Sí…, bueno…, yo… —tartamudeó, y yo silbé.
—Menudo don de palabra tienes —me burlé.
Liz parecía una preescolar en su primer día de colegio, una de esas a las
que les costaba muchísimo separarse de su mamá, solo le faltaba llorar. Si
hacía eso la echaría de mi despacho sin paños calientes.
—Vamos, Liz. Siéntate, a ver si así consigues relajarte un poco y decir
dos palabras seguidas.
Era un cabrón, lo sabía, pero no había llegado donde estaba
comportándome como un alma cándida. Y esa chica tarde o temprano
tendría que espabilar, por su propio bien.
Se dirigió hacia la silla que había frente a mi mesa y no pude evitar
fijarme en su trasero. Era una pánfila, pero eso no quitaba que tuviera un
buen culo.
—Jake, no puedes continuar haciéndome esto, necesito trabajar —
susurró. Lo dijo todo seguido y antes de que yo me sentara, para no tener
que mirarme a los ojos.
—Liz, levanta la cara y mírame. —Suspiré porque me estaba poniendo
de los nervios—. ¿Qué quieres que deje de hacer?
—Ya sabes a lo que me refiero —murmuró.
—Mira, cuando saliste de aquí, hace unas semanas, ya te avisé de que no
volverías a trabajar de lo tuyo, no en esta ciudad por lo menos.
—¿Y cómo se supone que voy a pagar el alquiler o a comer? —Sabía
que estaba enfadada; aun así, ni siquiera había alzado la voz.
—Bonita, eso no es asunto mío.
—¡Lo es cuando eres tú quien no me permite trabajar! —Entonces sí
levantó la voz y yo la miré con sorpresa. Lástima que con sus siguientes
palabras la fastidiara—. Lo siento, no debí gritar.
Suspiré exasperado.
—Aún no entiendo cómo has podido sobrevivir en esta ciudad durante
años. Porque estoy seguro de que no naciste aquí, ¿me equivoco?
—No, tienes razón, me crie en un pueblo de Wisconsin.
—Lo imaginaba. Tienes pinta de pueblerina.
—Me lo tomaré como un cumplido —respondió con una sonrisa.
—No lo era —sentencié borrando de golpe su expresión. Mucho mejor
así, no me gustaba nada cuando sonreía, era como si necesitara que lo
hiciera más a menudo, y a mí no debía importarme si reía o lloraba—.
Siento no poder ayudarte, tengo un día muy ajetreado, así que será mejor
que te marches.
—Jake, por favor…
Tres putas palabras. Mi nombre en su boca pronunciado como una
súplica. No le hizo falta nada más. Y yo me cagué en todo por ceder con
tanta facilidad. ¿Desde cuándo hacía lo que otros me pedían? ¿Cuándo
había sido yo un ser manipulable?
Respiré profundamente, la observé con atención y de pronto se me
ocurrió algo.
—Vamos a hacer una cosa, Liz. Te dije que no volverías a trabajar en un
periódico o revista de esta ciudad y soy de los pocos que mantienen su
palabra. Así que, si aceptas, a partir de hoy vas a hacer un encargo para mí.
—No voy a trabajar para ti. —Intentó sonar firme. No lo consiguió.
—Y no lo vas a hacer, solo me hace falta que te encargues de algo.
Necesito que investigues a un jugador… —No me dejó terminar.
—Pero yo soy periodista.
—Precisamente por eso. En el periódico donde trabajaste hace tiempo
hiciste unos artículos de investigación muy buenos. —La sorpresa se dibujó
en sus ojos. No esperaba que yo poseyera ese dato. Pobrecita mía, si supiera
que conocía hasta el número de pie que calzaba y que todas las preguntas
que le hice hasta el momento fueron por mera educación...—. Ya verás que
no se trata de nada complicado, hasta tú serás capaz de hacerlo. —Levantó
la cabeza y me miró con intensidad, tuve que aguantarme para no sonreír.
Liz era una persona demasiado transparente—. De momento lo único que
quiero es que lo sigas y que me digas qué hace y dónde está en todo
momento. Te pasaré un informe con sus datos para que sepas de quién se
trata. Vendrás cada dos días a informarme y yo te daré nuevas instrucciones.
¿Te ha quedado claro?
—Sí, creo que sí.
—Estupendo. Otra cosita… —añadí con cierto retintín.
—Dime —susurró.
—Intenta que no se percate de que lo persigues.
—Aunque no lo creas, sé seguir a alguien sin que se dé cuenta. —Había
conseguido cabrearla, aunque solo fuera un poquitín, por lo que decidí
continuar.
—Déjame que lo dude. Tus intenciones se ven antes siquiera de que las
pienses, me da que seguir a alguien va a resultar igual de evidente.
—Pues mándale el encargo a otra. —Me sorprendió que Liz fuera capaz
de desafiarme.
—Pero es que eres tú la que necesitas un trabajo, ¿o no? —Me crucé de
brazos y la observé alzando una ceja.
—Sí —respondió de manera escueta.
Decidí que ya había sido suficiente por ese día y que le daría una tregua,
así que la agarré con suavidad el brazo para hacer que se levantara y
acompañarla a la puerta.
Con lo que le había propuesto a Liz ya había realizado la obra de caridad
del día, tenía más que suficiente.
Cuando se marchó y me volví a sentar en mi sillón, arrugué la boca.
Todo a mi alrededor olía a ella y mi paz mental se había esfumado en el
mismo instante en el que Liz entró en mi despacho.
5. Pesadillas con una pantera y una ratoncita
Liz

Iba de camino a casa más enfadada conmigo misma que con él. Vale que no
me había dejado muchas más opciones, pero ¿de verdad era buena idea
hacer ese encargo para Jake? Si me veía incapaz de respirar con normalidad
cuando él estaba presente, ¿cómo iba a presentarme cada dos días en su
despacho para hablar con él?
No había llegado ni siquiera al metro cuando sonó mi móvil. Al sacarlo
del bolso vi que era un wasap de él. Cuando pasó todo aquel follón con la
revista, fue el mismo Jake quien se puso en contacto conmigo (de cómo
consiguió mi número teléfono no tengo ni idea). Decidí grabar su número
para estar preparada. Aunque hacía mucho tiempo que no recibía ni una
llamada ni un mensaje de él, me puse nerviosa solo con leer su nombre.
Jake: Acabo de enviarte un e-mail con toda la información. Te quiero en
mi despacho el jueves a las cuatro.
Claro que sí, sin un «por favor» ni un «gracias». Pero ¿qué esperaba? Se
trataba de Jake y estaba segura de que mi vida iba a convertirse en un
infierno a partir de ese momento. A pesar de todo, le respondí.
Liz: De acuerdo. Allí estaré.
Jake: Por si no te has dado cuenta, no se trataba de una pregunta.
Me dio aún más rabia porque tenía pensado contestarle con un simple
ok, pero me pareció una falta de respeto. Qué sí, que él me lo había faltado
prácticamente desde que lo vi la primera vez; sin embargo, yo no era así.
Pero va y me responde eso… Me guardé el móvil en el bolso y no volví a
escribirle.
Ni siquiera me planteé rechazar el trabajo, por muy mal que fuera a
pasarlo teniendo que verlo cada dos días. Necesitaba tener algún ingreso y,
por lo visto, él era la única persona que podía ayudarme con eso.

Me encantaba llegar a casa y que Aquiles me recibiera. Parecía una tontería,


pero había dejado de sentirme tan sola. Lo cogí y él se acurrucó en mis
brazos, lo fui acariciando mientras me dirigía a mi cuarto.
Me puse ropa cómoda y llamé a la única persona que sabía que me
comprendería. Respondió al segundo tono.
—Liz, tenía muchas ganas de hablar contigo. —Por la entonación sabía
que mi amiga estaba sonriendo. No pude evitar hacerlo yo también.
—Ay, Rose, y yo. ¿Cómo estás?
—Gorda, a punto de explotar —exageró, y yo sonreí.
—Te he visto hace nada y no estabas tan gorda, aún te faltan cinco
meses.
—No me lo recuerdes…
Conocía a Rose desde que éramos niñas. No es que fuéramos
exactamente vecinas, pero nuestras casas no estaban muy lejos.
Ninguna teníamos hermanos y pronto nos convertimos en inseparables.
A pesar de que ella no fue a la universidad y se quedó en el pueblo, nunca
perdimos el contacto. De hecho, siempre que iba a ver a mis padres acababa
pasando más tiempo en su casa que en la mía. Eso sin contar las llamadas
que nos hacíamos cada vez que podíamos.
Mi madre siempre me echaba en cara que la vida de Rose sí que era
«normal», no como la mía. Y es que mi amiga se casó con dieciocho años y
estaba a punto de tener a su tercer hijo. Aunque en la Gran Manzana
pareciera que había corrido demasiado, en mi pueblo era de lo más normal
casarse y tener hijos cuando eras muy joven.
Sin embargo, por muy diferentes que fueran nuestras vidas, siempre
estuvimos muy unidas.
Le pregunté por sus hijos y por su vida en general, pero me respondió
que no le había pasado nada interesante de lo que conversar y que seguro
que mi vida era mucho más emocionante que la suya, por lo que quería que
habláramos mejor de mí. Así que le expliqué todo lo que me había pasado
ese día con Jake (ya conocía el resto de la historia, la puse al día cuando fui
a visitar a mis padres. En realidad, durante esos días nos pasamos horas
hablando, y eso que nos llamábamos con mucha frecuencia).
—No dejes que semejante cretino te desestabilice, no merece la pena.
Está bien que hayas aceptado ese trabajo, porque de algo tendrás que vivir.
Así que limítate a realizar lo que te pide, se lo expones cada dos días y te
marchas. —Aunque las dos nos habíamos criado en el mismo pueblo, Rose
tenía mucho más carácter que yo.
Visto así parecía la mar de sencillo. El problema era que Jake me
intimidaba tanto que iba a costarme mucho ponerme delante de él cada dos
días.
—Si la teoría es muy fácil, pero me cuesta tanto hablar con normalidad
delante de Jake... Tendrías que verlo.
—Imagínatelo desnudo, dicen que eso ayuda —propuso mi amiga, y yo
casi me atraganto con mi propia saliva cuando la imagen sin ropa de Jake se
cruzó por mi cabeza.
—Dudo mucho que pensar en Jake desnudo consiga tranquilizarme —
aclaré, aun sabiendo que, precisamente con ese comentario, mi amiga no iba
a dejarlo estar. Por ese motivo no le había contado cómo era Jake
físicamente.
—¿Y eso por qué? Me has hablado mucho de su carácter y de lo que te
amedrenta, pero no me has dicho cómo es, no comprendo mucho el motivo.
Siempre me lo imaginé calvo y barrigón.
—Pues eso está muy lejos de la realidad. —Y tan lejos…
—Entonces, ¿es guapo?
—Sí, es guapo.
—O me lo describes o necesito ejemplos, eres tan poco comunicativa
cuando quieres… —bufó mi amiga a través de la línea, y supe que estaba
haciendo un mohín muy característico de ella.
—¿Recuerdas a Sam Jones?
—Como para no acordarse —contestó Rose soltando un silbido.
—Pues Jake es bastante más guapo.
—¡Joder! —«Exacto», pensé yo, esa era la palabra adecuada cuando
veías a Jake—. Y por lo que creo recordar tú estabas loquita por Sam.
—Rose, de eso hace un montón de años. Además, estaba loquita yo y la
mitad del pueblo.
—Te has dejado a los gais, por lo que matizaría y diría que más de la
mitad del pueblo —bromeó Rose—. De todas formas, tú no sueles hablar
tan abiertamente del físico de un hombre.
—¿Qué? Es la verdad, pero que sea un hombre atractivo no quita que
sea imbécil, una cosa no tiene que ver con la otra.
—No, claro que no. —Pude notar cómo Rose volvía a sonreír a través
de la línea. A mí no me hizo la menor gracia; que Jake fuera tan guapo lo
que conseguía era ponerme aún más nerviosa—. Nada tiene que ver, pero tu
tono de voz lo cambia todo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con curiosidad.
—Nada, nada, ya lo iremos viendo. Tú hazme caso y ve a verlo cada dos
días, cuanto más tiempo pases con él menos miedo te inspirará y quizá…
No pude responder a Rose porque se oyó un grito, de alguno de sus
hijos, a través del teléfono. Nos dio el tiempo justo de despedirnos y de
prometerle que la llamaría la siguiente semana para ponerla al día de las
novedades.
Esa noche me costó conciliar el sueño. Tuve pesadillas con una ratoncita
que era perseguida por una enorme y preciosa pantera.
6. Huele el miedo
Liz

Vale, Liz, tú puedes con esto, respira y tranquilízate. Entras, expones lo que
tienes y te vas. Ya está.
Subí por el mismo ascensor que las otras veces y me planté delante de la
secretaria de Jake, que de manera muy amable me pidió que esperara hasta
informar a su jefe de mi visita.
Cuando terminó de hablar con él se dirigió a mí:
—Vamos, chiquilla, entra. E intenta calmarte, porque Jake es como un
perro, huele el miedo, así que por lo menos no titubees delante de él para
que no se dé cuenta del pavor que te inspira.
La secretaria de Jake tenía razón. No obstante, al poner la mano en el
pomo, fui consciente de lo que me temblaba. Pero no lo pensé, lo giré y di
dos pasos hacia delante.
—Hola —saludé, quedándome en la puerta y cerrándola tras de mí.
—Siéntate, Liz, no tengo todo el día —bramó Jake.
Un encanto, sí señor. Así era supersencillo tranquilizarse.
—¿Qué tienes? —preguntó sin levantar la cabeza de los papeles que
cubrían toda su mesa.
—No mucho. Tom no ha hecho otra cosa que entrenar y dormir. Ni una
cena, ni una salida. Nada.
—¡Mierda! —Alzó la voz y yo me encogí—. Cómprate un vestido de
fiesta, mañana vas a acompañarme a una.
—¡¿Yo?! —Mi voz sonó estridente.
—No veo a nadie más por aquí. Sí, tú. Y no se te vaya a ocurrir hacerte
ninguna ilusión conmigo, estás muy lejos de ser mi tipo de mujer. Sin
embargo, sé que Tom asistirá a esa fiesta y quiero que hables con él. Si
consigues ganarte su confianza, todo será más fácil.
—No saldría contigo ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de
la tierra —murmuré, pero al acabar de decirlo di un respingo. ¿Desde
cuándo yo decía ese tipo de cosas? Por lo visto solo sirvió para que me
viniera arriba y la lengua se me soltó sola—. Y no puedes obligarme a que
me haga amiga de alguien para que le sonsaque información, no soy una
espía. —Madre mía, ¡Liz, cierra la boca de una vez!
Pese a aquel arranque, lo que hice fue bajar la cabeza, aunque volví a
levantarla al momento cuando oí la sonora carcajada que Jake soltó.
—Ay, Liz, no llegarás muy lejos con esa maldita ingenuidad. No quiero
que te hagas su amiga, en realidad estamos hablando de un famoso jugador
de la NBA y estos no son amigas precisamente lo que buscan. En cuanto a
lo de salir juntos, me alegra que nos entendamos en ese término. —Una
sonrisa lobuna se dibujó en su cara.
Me llevó unos segundos, pero al entender sus palabras me levanté del
asiento de golpe.
—¡¡¡No pienso acostarme con nadie!!! —Me encontraba entre perpleja e
indignada.
—Haz el favor de sentarte, Liz. No te pido eso, puedo asegurarte que no
estoy para nada interesado en el trabajo de proxeneta. —La mirada de Jake
transmitía dureza y yo me volví a sentar con cautela—. Tom es un tío más
bien chapado a la antigua y no se le ha relacionado con ninguna mujer
desde que empezó a jugar, cosa que me deja alucinado, ya que es el único
jugador que conozco con semejante historial.
Igual que tú, que eres diferente a las mujeres con las que estamos
acostumbrados a tratar. Por ese motivo, espero que logres captar su
atención. No te estoy pidiendo nada, solo que te acerques a él y mantengas
una interesante conversación. No sé si podrás porque conmigo apenas eres
capaz de pronunciar dos frases seguidas.
«Eso es porque eres un ególatra, egocéntrico, borde y frío». Me callé
mis pensamientos y dije otra cosa que nada tenía que ver con ellos.
—Pero yo no soy nada interesante, no voy a saber coquetear con una
estrella de la NBA. —Tenía claro que me había sonrojado al decir eso. Pero
¿cómo iba a hacer algo así? Si ya me costaba tener citas con hombres
anodinos, no quería ni imaginarme tener que tontear con uno famoso.
La sonrisa de Jake se amplió y yo no tuve la menor idea de a qué era
debido.
—Yo no me preocuparía por eso —dijo esbozando algo parecido a una
media sonrisa.
—¿Que no me preocupe con qué? —No lo entendí.
—Ya puedes irte, pasaré a buscarte mañana a las seis. —Qué borde y
tajante era cuando quería, es decir, siempre.
Todas las peticiones de Jake me parecían órdenes, supongo que eran
exactamente así como él quería que sonaran.
Me levanté de la silla y preferí callarme lo que pensaba. Caminé hasta la
puerta y salí de allí sin volver a abrir la boca.
La mayoría de las veces me daba rabia no soltar un comentario mordaz
que dejara a la otra persona parada. O mandarla directamente a la mierda.
Con todo, era una tontería plantearme aquello. Jamás podría enzarzarme en
ese tipo de contestaciones con Jake, me cortaría a la primera de cambio.
Además, yo no era del tipo de persona que hace algo así y, sobre todo,
siempre intentaba ver el lado bueno de la gente (aunque con Jake me
costara bastante). Mi parte más sensible no me permitía desearle nada malo
a nadie. ¡Pero si era de las que lloraban hasta con las noticias! Y,
francamente, dudaba mucho que Jake hubiera llorado alguna vez en su vida.
7. El vestido
Liz

Al día siguiente, tal y como me había pedido Jake, me disponía a salir a


comprarme un vestido. Si bien sabía que no podía permitírmelo, quedaba
completamente descartado asistir a esa fiesta con alguno de mis vestidos
viejos. Solo tenía uno que se salvaba y al probármelo me percaté de que me
quedaba demasiado grande. Los disgustos me cerraban el estómago (Rose
siempre se cabreaba y me decía que ojalá le pasara lo mismo, a ella le daba
por todo lo contario).
Acabé de desayunar y saqué a Aquiles a pasear. Justo cuando volvía a
casa me encontré con un repartidor. Subí con él en el ascensor. Cada
mañana me proponía subir por las escaleras, aunque fuera una vez al día,
pero a la hora de la verdad me daba demasiado palo.
—Voy al tercero, ¿y usted? —pregunté antes de apretar el botón.
—Yo también —me respondió.
Fue al salir del ascensor cuando noté que me seguía.
—Perdone, ¿es Liz Scott? —preguntó.
—La misma.
—Entonces, esto es para usted.
Me dio una enorme caja y yo comprobé la etiqueta donde venían los
datos para asegurarme de que fuera para mí, porque no esperaba nada.
Firmé y le di la gracias mientras entraba en mi apartamento.
Solté la correa de Aquiles y me lancé a abrir la caja. Creo que, si en esos
instantes me pinchan, no sangro.
Dentro de ella había un precioso vestido en un color rosa palo, aunque
eso era lo único dulce de la prenda, porque incluso dudaba que me entrara
de lo pequeño que se veía. Venía acompañado de un bolso y unos zapatos.
Al sacar el bolso vi la tarjeta.
«Esto no es un regalo. Forma parte del trabajo».
La firma era una simple J, pero no necesité más para saber quién lo
enviaba.
Me fui directa a mi habitación, me lo probaría y se lo devolvería
alegando que no me entraba. Pero cuál fue mi sorpresa cuando comprobé
que no solo me entraba, sino que se ajustaba a mi cuerpo de una manera tan
espectacular que aluciné. ¿Cómo había sido capaz Jake de saber mi talla? Y
lo que era más alucinante, que iba a quedarme así de bien. Me inquieté
bastante cuando hasta los zapatos encajaban perfectamente en mis pies.
Pero decidí no darle más vueltas, Jake parecía el tipo de hombre que tenía
muchos recursos para averiguar cosas.
Me miré frente al espejo y al darme la vuelta me sonrojé. No estaba
segura de que me atreviera a salir con algo así a la calle. El vestido era
precioso y seguramente costaría una fortuna, pero es que en la espalda se
cruzaban dos finísimos tirantes, por lo que me sería imposible llevar
sujetador. Además, era tan corto que tendría que estar toda la noche
pendiente de que no se me subiera o acabaría enseñando el culo.

«Vale, Liz, ya no hay tiempo de cambiarse», me dije. Debería haberlo


pensado mejor esa mañana y haber salido a comprarme algo más decente.
En esos momentos, ya no había marcha atrás; era salir con ese vestido o
ponerme el que me quedaba grande.
Jake acababa de hacerme una llamada perdida y yo tenía que bajar. El
problema era que me encontraba paralizada en mitad del pasillo sin poder
dar un solo paso ni para volver a mi habitación y cambiarme ni para salir a
la calle. El sonido de un wasap me sacó de mi ensimismamiento.
Jake: Si se te ocurre cambiarte de ropa y no salir con el vestido que te
envié, entenderé que no forma parte del trabajo y te tocará pagarlo.
Si yo fuera otro tipo de persona, ese wasap hubiera sido lo que
necesitaba para ir a cambiarme. No obstante, no quería darle esa
satisfacción a Jake (y tampoco tenía dinero para pagarme el vestido, eso
también).
Me miré en el espejo de la entrada. Me había recogido el pelo en un
elegante moño y me maquillé de forma discreta en tonos rosas. Hasta ahí
todo bien, el problema llegaba cuando bajaba la vista y contemplaba el
escote, lo corto que era el vestido…
No lo pensé, salí al rellano sin mirarme más y cerré la puerta con
decisión. Un trozo de tela no iba a definir quién era.
No estaba acostumbrada a caminar con tacones, pero después de unos
cuantos tropezones conseguí defenderme bastante bien.
Jake me esperaba en la acera de enfrente. Iba vestido con un traje negro.
Por lo visto él siempre llevaba traje. Lo observé antes de que me viera.
Debía reconocer que, por mucho pavor que me causara, Jake era un hombre
muy muy atractivo. No mi tipo, ya que su apariencia era demasiado
intimidatoria, pero eso no quería decir que no fuera realmente guapo.
Me paré frente a él y vi cómo alzaba poco a poco la cabeza, recorriendo
con su mirada desde mis pies hasta llegar a mis ojos. Hizo algunas pequeñas
paradas, como cuando llegó a mi escote o a mis labios.
Al posar sus ojos en los míos, no había ni un solo resquicio de mi piel
que no se hubiera erizado. Podía entender perfectamente que Jake lograra
todo aquello que se proponía, porque, si era capaz de hacerme sentir eso
con una simple mirada, ¿qué no conseguiría con una caricia?
—Vaya, vaya, el patito se ha convertido en cisne. —Y su voz sonó tan
ronca…
—Ja, ja, muy gracioso. No creo que sea el vestido apropiado para mí —
mascullé flojito.
—Déjame que discrepe sobre eso —respondió mientras volvía a
recorrerme con la mirada.
—Es demasiado corto y con estos tirantes tan finos no he podido
ponerme ni sujetador. —Los nervios o la presencia de Jake me aflojaban la
lengua. No encontraba otra explicación lógica al motivo por el cual le
estaba diciendo todo eso. «¡Por Dioos, Liz, cállate de una vez!», me
reprendí mentalmente.
—Vale, demasiada información. —Si antes pensé que su voz había
sonado ronca, no tenía nada que ver con cómo lo hizo en ese momento.
Mientras hablaba, su chófer salió del coche (estaba tan centrada en Jake
que no me di cuenta de que había otra persona dentro del vehículo).
—No te preocupes, John, yo me encargo.
El chófer volvió a meterse en el coche y Jake me acompañó hasta una de
las puertas traseras. Cuando posó su mano en mi cintura, las piernas me
fallaron. Esto solo se debía al pánico que me producía estar cerca de él,
¿verdad?
8. La fiesta
Jake

¡La hostia! No tenía claro si matar a mi secretaria o levantarle un


monumento. Cuando le dije a Emily que le comprara un vestido a Liz,
nunca imaginé algo así. Al pedirle que lo hiciera en algún tono pastel
(colores que creí que encajarían con ella), lo primero que vino a mi cabeza
fue inocencia y decoro; sin embargo, ese vestido se encontraba a años luz
de ser recatado.
Bueno, no pasaba nada, yo estaba muy acostumbrado a salir con mujeres
impresionantes y Liz no era nada del otro mundo. Vale que era bonita y que
con ese vestido era imposible no mirarla, pero la mayor parte del tiempo me
sacaba de quicio.
Así que respiré hondo y, una vez que estuvimos acomodados en el
asiento trasero de mi coche, decidí sacar al cabrón que llevaba dentro y
hablé:
—John nos dejará fuera del aparcamiento de la casa en la que se celebra
la fiesta. Toma esto —le pasé su invitación—, la necesitarás para poder
acceder.
—Pero ¿cómo…? ¿No vamos a entrar juntos? —Liz parecía tan
decepcionada y alarmada que casi me compadecí de ella.
—Ay, no, bonita. Yo nunca llevo a ninguna chica a una fiesta. O me
encuentro con ellas allí o salgo del sitio con alguna, pero jamás entro con
nadie.
Era verdad, pero la noche anterior tuve que tomarme un antiácido al
pensar en Liz (la ratoncita) entrando sola en una casa llena de lobos. Y eso
que no tenía ni idea del aspecto que presentaba en esos momentos. Se la
iban a comer con patatas.
Me encogí de hombros. Ese no era mi problema. Que se espabilara, que
falta le hacía.
El resto del viaje lo hicimos en silencio y, cuando John aparcó el coche,
Liz temblaba ligeramente. No pude evitar preguntarle.
—¿Estás bien? —Muy pocas veces me importaba el estado de otras
personas, por eso, a pesar de haber sido yo quien la hizo, la pregunta me
sorprendió, y más porque se trataba de un interés sincero.
—Lo estaré, esto no es muy diferente a los trabajos de investigación que
hacía para el periódico. —Intentó sonar segura, pero la voz le tembló.
No lo pude evitar y solté una sonora carcajada.
—Ay, Liz. No quiero ponerte más nerviosa, pero para ese periódico
entrevistaste a varios premios nobel, a un sacerdote y a algún médico. Lo de
hoy será algo distinto. Un puñado de jugadores de la NBA rodeados de
mujeres, de alcohol y muy probablemente de drogas.... —Agrandó los ojos
y no me quedó de otra que tirar de ironía—. Seguro que nada con lo que no
puedas lidiar. —¡Seguro! Era como meter a una monja en un rodaje de una
película porno.

Cuando vi cómo su tono de piel palidecía me arrepentí de mis palabras,


pero es que debía entrar preparada, ese tipo de celebraciones solían
desmadrarse y era mejor ponerla en antecedentes.

Llevaba un buen rato en la fiesta. Vi a Liz al entrar, pero hacía ya bastante


tiempo que la había perdido de vista. Y, por mucho que la busqué, no
lograba encontrarla por ningún sitio. Me propuse a mí mismo no estar
pendiente de ella, pero desgraciadamente había acudido un puñado de
jugadores de los que no me fiaba un pelo. Entre todos ellos sumaban unas
cuantas denuncias por acoso y lo último que quería era que Liz cayera en
sus manos.
Finalmente, la divisé en un rincón de la sala. Estaba sola y se tocaba el
pelo con nerviosismo, su cara transmitía espanto. ¡Qué lástima de ratoncita!
Me dispuse a ir junto a ella. La pobre debía de estar pasándolo fatal, decidí
acercarme y darle un poco de conversación para que no se sintiera tan fuera
de lugar. Solo di un paso cuando vi cómo tres jugadores se le acercaban.
Uno de ellos llevaba una copa en la mano que le tendió a Liz, lo que me
hizo pensar que ya había estado hablado con ellos. Los contemplé desde
donde me encontraba. Uno era Will; nunca había trabajado con él, pero en
ese mundillo nos conocíamos todos y no tenía demasiada mala fama,
aunque al ver cómo miraba a Liz me percaté rápidamente de sus
intenciones. No hacía falta ser demasiado listo para entender que Liz era la
novedad de la velada. Esa noche estaba muy bonita y tenía una cara tan
dulce que resultaba muy diferente a lo que ellos estaban acostumbrados. Era
normal que despertara tanto interés.
Al otro tipo no lo conocía y el tercero era Tom. Por lo visto Liz sabía
hacer bien su trabajo. Sonreí al mirarla y la sonrisa se me quedó congelada
en la cara cuando oí el sonido de su risa. Liz echó la cabeza hacia atrás y
soltó una carcajada al mismo tiempo que ponía su mano sobre el pecho de
Tom. Por lo visto, la ratoncita sí sabía coquetear. Cuando volvió a mirar a
Tom se acercó a él, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
Estaba claro que Tom no la intimidaba como yo, y eso que medía casi dos
metros.
Di media vuelta y me marché de allí; por lo que había podido
comprobar, la ratoncita no necesitaba que nadie cuidara de ella.
Pasaron más de tres horas. Estaba tan absorto besando a Charlize e
imaginando todo lo que le haría en cuanto llegáramos a casa que no volví a
pensar en Liz. Pero antes de marcharme, y por mucho que me sorprendiera,
quería asegurarme de que estaba bien.
Le dije a Charlize que me esperara y me di una vuelta para ver si la
localizaba. No la encontré por ningún sitio.
Cuando comprobé que tampoco estaba en los lavabos de señoras,
desistí. Volví sobre mis pasos y cuando estaba llegando donde se encontraba
Charlize le envié un wasap diciéndole que me iba y que pidiera un taxi para
volver a casa, que ya se lo abonaría yo el lunes, cuando nos viéramos.
Tardó quince minutos en contestar. De hecho, yo ya había recogido a
Charlize e íbamos camino del aparcamiento.
El teléfono estuvo a punto de caérseme de las manos cuando leí su
mensaje.
Liz: Estoy en el coche con Tom y Will. Son muy majos y se han
ofrecido a llevarme a casa.
¡Mierda!
9. ¿Qué haces aquí?
Liz

Will y Tom resultaron ser encantadores. Al salir esa noche de casa, no


imaginé que me lo acabaría pasando tan bien. Al principio pensé que me
encontraría fuera de lugar en una fiesta como esa; sin embargo, ellos
estuvieron muy pendientes de mí y me hicieron sentirme mucho más
cómoda de lo que nunca supuse que lo estaría, y más tratándose de hombres
famosos.
Pero me sorprendí al percatarme de que por mucha fama que tuvieran no
me intimidaban ni la mitad de lo que lo hacía Jake, y eso que Tom era, con
toda probabilidad, el hombre más grande con el que me había cruzado en la
vida.
Los dos insistieron en que me sentara en el asiento delantero del coche.
Me asombró que Tom no llevara chófer como Jake, pero no dije nada.
No pude evitar que saliera mi vena periodística y fuimos todo el camino
hablando de sus carreras. Resultó ser un tema muy interesante; supongo
que, al no hacerles preguntas sobre su vida privada y centrarme solo en el
baloncesto, se mostraron muy colaboradores. Antes de darme cuenta
hicimos la primera parada. Dejamos a Will en su casa, ya que nos pillaba de
paso.
—Un placer conocerte, Liz. Desde luego, has sido un soplo de aire
fresco en una fiesta como la de hoy —dijo Will mientras se bajaba del
coche y besaba mi mano. Como si estuviera en el siglo pasado.
—Eres un zalamero y lo sabes, pero para mí también ha sido estupendo.
Lo he pasado muy bien.
Will se adentró en lo que parecía una casa enorme y Tom aceleró el
coche para llevarme a la mía.
—¿Cómo es que un chico como tú no tiene pareja? —pregunté con
curiosidad y entrometiéndome en su vida personal por primera vez en toda
la noche. En general, no solía hacer ese tipo de preguntas, no me
consideraba una persona indiscreta, pero me sentía a gusto con Tom y fui
olvidando que lo que en realidad hacía allí era espiarlo. Estaba disfrutando
tanto…
—¿Eso ha sido una insinuación? —Me devolvió la pregunta él.
—¿Qué? ¡No! —Sabía que me había puesto roja como un tomate.
Tom se rio, y yo también.
—No hace falta que te indignes…
—No, yo no…
—No te preocupes, Liz, te he entendido a la primera, solo bromeaba.
Verás, no es una cosa que suela ir explicando por ahí, pero estoy enamorado
de alguien y soy de los imbéciles que no saben salir con una mujer estando
enamorados de otra.
—Eso no es ser imbécil, eso es ser normal —rebatí, algo irritada.
—Ay, Liz, tú y yo venimos de dos pueblos similares, aquí las cosas son
muy diferentes. Pocas personas comprenden mi manera de actuar.
—Pues son ellos los que no entienden nada —alegué enfurruñada. ¿Qué
clase de persona no entendía que alguien se negara a salir con otras mujeres
por estar enamorado? El mundo se había vuelto loco.
—Eres tan inocente…
—Sí, ya me he dado cuenta, y no eres el primero que me lo dice. Sin
embargo, no puedo dejar de ser como soy —solté un poco a la defensiva.
—Te lo he dicho como un cumplido.
—Sí, ya…
—Lo digo muy en serio, Liz. Intenta no cambiar nunca. Es bonito
encontrarse con personas como tú, hace que siga creyendo que no todo está
perdido.
Sonreí porque Tom me comprendía, parecía que entendía esa parte de mí
de la que muchos se burlaban.
—Y dime, ¿cuál es el motivo por el que esa mujer no te corresponde? —
pregunté cambiando de tema.
—En realidad, no sé si me corresponde o no, porque nunca le he dicho
lo que siento.
—¿Y a qué estás esperando?
—Es complicado. Conozco a Daisy desde que éramos pequeños. Yo me
fui a estudiar con una beca de deporte y ella lo hizo con otra por sus buenos
resultados académicos. Acabó siendo una reputada científica y yo no le
llego ni a la suela de los zapatos. —A medida que hablaba fue bajando el
tono de voz, haciendo patente la inseguridad que ese tema le causaba.
—Yo no diría exactamente eso, eres una estrella de la NBA —lo
defendí. Por lo poco que lo conocía, Tom parecía ser un tío estupendo y no
me gustaba verlo así.
—¿Y eso qué es? En unos años ya no serviré para jugar y no sabré hacer
nada más.
Con esa simple frase, Tom demostraba mucho, porque la mayoría de los
jugadores famosos de la NBA ya se creían medio dioses por el simple
hecho de serlo.
—Si eso te limita, aprende a hacer otra cosa. Vuelve a estudiar, apúntate
a algo que te guste. No sé…
—Ni siquiera sé lo que quiero hacer y tampoco creo que fuera capaz.
Aprobé porque era buenísimo en baloncesto, pero…
—Si no lo intentas, nunca lo sabrás.
—No, supongo que no.
—Pero Tom…
—¿Dime?
—No lo hagas por ella, hazlo por ti.
Habíamos llegado ya a la puerta de mi casa y estábamos parados en
doble fila.
—Liz, ¿te apetece que mañana comamos juntos? No quiero que me
malinterpretes, pero me encuentro muy a gusto contigo.
—Claro, Tom, yo también me siento igual contigo y estaré encantada de
acompañarte. Hay que planear la manera de conquistar a Daisy.
La sonrisa de Tom, al oír ese nombre, lo iluminó todo. Fue imposible no
devolvérsela.
Lo abracé antes de salir del coche. Tom me producía muchísima ternura
y algo de melancolía. Me evocaba a mi infancia y me recordaba que aún
quedaban personas buenas.
—Hasta mañana, Tom —me despedí mientras me alejaba del coche y le
decía adiós con la mano.
—Vaya, vaya, resulta que la ratoncita es más aplicada en su trabajo de lo
que pensaba.
La voz de Jake sonó fría, más fría de lo habitual, quiero decir. Me
sobresalté al oírlo porque no lo esperaba y porque estaba medio escondido
detrás de un árbol.
—Me has asustado, Jake. ¿Qué haces aquí?
—Parece que soy el único que te espanta, porque no has dudado ni un
momento en meterte, tú sola, en un coche con dos tíos enormes. —Hubiera
preferido que gritara, porque detrás de esa voz pausada había algo que me
hacía estremecer y no precisamente por bueno.
—He llegado sana y salva, Jake. Me voy a dormir, que estoy muy
cansada.
—Sí, ya lo he oído. Tendrás que descansar para tu cita de mañana. El
lunes a primera hora te quiero en mi despacho para que me lo cuentes todo.
De pronto me sentí mal, porque Jake hacía que quedar a comer con Tom
pareciera algo indecoroso e interesado, y nada tenía que ver con eso. No le
contesté. Entré en el portal sin abrir la boca. Aún no había dado dos pasos
cuando noté que la puerta no se cerraba, así que no me sorprendí cuando él
me agarró de la mano. Lo que sí me dejó patidifusa fue que tirara de ella y
me pegara a su cuerpo. Me agarré con la otra mano a su cuello para no
perder el equilibrio y antes de poder reaccionar sus labios se habían unido a
los míos. Y sin ser consciente de lo que hacía le respondí al beso. Hubo un
montón de cosas que me sorprendieron, aunque me quedé con dos. El beso
de Jake parecía más un castigo que otra cosa. Y yo me sentía más excitada
de lo que lo había estado en toda mi vida.
Siempre me habían tratado con suma delicadeza. Sabía que mi aspecto y
mi forma de ser tenían mucho que ver. Fue eso lo que me hizo pensar que
para las dos parejas que había tenido era como una muñequita de porcelana
que les daba miedo que se fuera a romper en cualquier momento. Una
muñequita, con un aspecto tan dulce que debía ser así como había que
intimar con ella.
Nunca me planteé cómo quería en realidad que me trataran. Nunca hasta
ese momento.
Por eso, que Jake me besara como lo estaba haciendo —sin cuidado, sin
medida, sin delicadeza, con ganas e, incluso, con algo de rudeza—
consiguió ponerme a mil.
10. El beso
Jake

Deseaba castigarla, ni yo mismo entendía el porqué, pero eso era lo que


quería. Sin embargo, al separar mis labios de su boca parecía que el único
que sufrió un castigo había sido yo.
No consigo recordar quién de los dos puso fin al beso, pero, en cuanto
eso sucedió, salí de allí sin ni siquiera decir adiós. Necesitaba que me diera
el aire y pensar en qué demonios había pasado en aquel portal.
No soy estúpido, sé que tapo un buen puñado de mi mierda con el sexo
y que mis relaciones con las mujeres no son sanas. Intento dejarles las cosas
claras desde el principio y no engaño a nadie; no obstante, reconozco que
mi comportamiento no es del todo adecuado. No es necesario ser psicólogo
para entender que la relación con mi madre y con las mujeres que me
rodearon durante mi infancia había hecho que me comportase de esa
manera, pero, ¡joder!, ya era un tío adulto, debería tener más que superado
todo aquello.
Por más vueltas que le daba, no conseguía comprender qué impulso me
llevó a besar de esa manera a Liz. Y, lo que era aún peor, por qué había
disfrutado tanto del dichoso beso.

Esa mañana salí a correr. Intentaba hacerlo a diario, aunque muchas veces,
y debido a mi extenuante horario laboral, me resultaba imposible.
Estuve todo el fin de semana sin moverme de mi apartamento. Me
centré en resolver unas cuantas cosas del trabajo que me tuvieron absorbido
bastantes horas.
Fue el domingo, mientras cenaba un bocadillo sentado frente a la tele,
cuando recibí un wasap de ella.
Liz: Dejo el trabajo.
¡Y una mierda!
Yo: No vas a hacerlo, y menos comportándote como una cobarde. Te
quiero mañana a primera hora en mi despacho.
A pesar de que llevaba todo el fin de semana esperando algo así por su
parte, no iba a consentir que un simple beso la hiciera actuar de esa manera.
Otra cosa que podría hacer era volver a mover hilos y que la aceptaran
en algún periódico o revista en los que yo mismo intervine para que no la
contrataran. No obstante, y por mucho que ese pensamiento me
sorprendiera, no me apetecía dejar de ver a Liz.
Tardó más de quince minutos en responderme.
Liz: Vale. Mañana hablamos.
Y tanto que lo haríamos, no pensaba dejar que un puñetero beso hiciera
que se aparatara de mí.

Me estaba tomando el tercer café de la mañana cuando mi secretaria me


avisó de que Liz me estaba esperando fuera. La hice pasar de inmediato. Lo
último que deseaba era que se lo pensara mejor y acabara largándose sin
hablar conmigo.
Se asomó y cerró la puerta con sumo cuidado, pero no se movió de la
entrada.
—Siéntate, Liz —ordené exasperado.
Se dirigió a la silla que había frente a mí sin mirarme ni una sola vez a la
cara.
Carraspeó antes de hablar y cogió aire como si quisiera soltar de una
sola vez lo que tuviera que decir.
—No voy a tardar demasiado. He empezado a salir con Tom y no veo
apropiado continuar haciendo este trabajo para ti.
—¿Que has empezado a qué? —La había oído perfectamente, pero es
que no podía creer lo que me decía—. ¡No me jodas! Os conocéis desde el
viernes —solté, alzando una ceja, con cinismo.
—Sí, lo sé, pero es que Tom... Es que yo…
Empezada a sacarme de quicio que Liz no fuera capaz de explicarse y
que no levantara la cabeza y me mirara.
—¿Empezaste a salir con él antes o después de que nos besáramos? —
Eso sí que hizo que alzara la mirada.
—Después. —El rubor cubría por completo sus mejillas.
—¡Han pasado dos putos días! —grité, y no entendí por qué estaba tan
mosqueado. Vale, Liz dejaría de hacer ese trabajo para mí, pero no era el fin
del mundo; podía contratar a cualquier otro y listo.
—A mí no me hables así. No tengo por qué darte ninguna explicación.
—Y lo dijo tan bajito que tuve que hacer un esfuerzo para poder entender lo
que decía—. He venido hasta aquí para explicártelo cara a cara, pero no
tienes derecho a hablarme de ese modo.
—Tienes razón, lo siento, no debí gritarte. —No recordaba haberme
disculpado ninguna vez en mi vida por alzar la voz.
—No, no debiste.
Parecía que Liz tenía prisa por marcharse, porque se levantó con rapidez
y se dirigió a la puerta. Antes de abrirla se giró hacia mí y entonces sí me
miró a los ojos.
—Adiós, Jake.
No le contesté y ella dio media vuelta, marchándose de mi despacho y
dejándome con una extraña sensación en la boca del estómago.
11. Un fin de semana surrealista
Liz

Hacía un buen rato que había abandonado el despacho de Jake, pero las
piernas continuaban temblándome. Debía reconocer que estaba orgullosa de
mí misma, hice lo que me proponía y había salido viva de sus garras.
Me metí en el metro pensando en lo que me había pasado ese fin de
semana y en lo surrealista que resultó todo. Aún me costaba creerlo.
El domingo me levanté temprano para acercarme a la casa de Tom y así
poder hacer guardia hasta la hora de comer, que era cuando realmente
habíamos quedado.
Me acerqué a su vivienda todo lo que las medidas de seguridad me
permitían, y, aunque me hubiera gustado estar más cerca, podía ver la
entrada de su casa, por lo que sabía si alguien entraba o salía de ella.
Tom no hizo acto de presencia en ningún momento y entendí que era
normal, ya que la noche anterior nos acostamos bastante tarde, porque
habíamos salido a cenar y nos quedamos hablando hasta bien entrada la
madrugada. Así que lo más probable era que estuviera durmiendo —algo
que me hubiera encantado estar haciendo a mí en esos momentos—.
Tom y yo comimos juntos el sábado, tal y como habíamos quedado la
noche del viernes, y como nos encontramos tan a gusto también nos vimos
para cenar e incluso quedamos ese mismo día para volver a comer. Iba a ser
un fin de semana completito.

Estaba mirando, tranquilamente, algo en el móvil mientras me paseaba por


los alrededores de su mansión cuando oí a alguien detrás de mí. Me
sobresalté antes siquiera de que empezara a hablar.
—Señora Scott, ¿sería tan amable de acompañarme? —El tipo que se
dirigía a mí sujetaba una placa en la mano en la que podía leerse sin margen
de error que pertenecía al FBI. ¿Qué hacía alguien del FBI hablando
conmigo? ¿Y cómo sabía mi apellido?
Lo seguí en silencio hasta que nos reunimos con otro compañero que me
hizo un simple gesto con la cabeza a modo de saludo.
Mi sorpresa fue mayor cuando me di cuenta de que los tres nos
dirigíamos a casa de Tom. Las preguntas empezaron a acumularse en mi
cabeza. Fue él mismo quien nos abrió la puerta y me miró con una mezcla
de enfado y de compasión. Nos hizo un gesto para que entráramos y cuando
estuvimos todos dentro de la casa yo no sabía qué hacer, dónde colocarme
ni qué leches era lo que el FBI quería de mí. Salí de dudas en cuanto uno de
los agentes abrió la boca.
—Señora Scott, siéntese en el sillón y díganos para quién está
trabajando.
A ver, a mí ya hacía rato que me temblaba todo el cuerpo y no sabía si
sería capaz de dar una explicación.
Me dejé caer en el sillón y algún alma caritativa me trajo un vaso de
agua que me bebí de un trago.
—Verán, yo soy periodista… —empecé diciendo.
—Eso lo sabemos —me cortaron.
Vaya, parecía que aquellos tipos no estaban para perder el tiempo y
querían ir directos al grano.
—Trabajo para Jake Harris. —Sabía que a Jake no le haría ninguna
gracia que me hubieran descubierto, pero de niña ya me costaba mentirle a
mi madre, así que imaginaos hacerlo con el FBI.
—¿Jake? —La voz de Tom mostraba su estupefacción total.
—¿Para quién diablos pensabais que trabajaba? ¿Para la mafia china?
Les expliqué, por encima, en qué consistía mi trabajo para Jake y
cuando terminé uno de los agentes tomó la palabra.
—Está bien, señora Scott. A continuación, voy a explicarle la situación
y a proponerle, más que una proposición diría que es una orden, lo que
haremos a partir de este momento.
Por lo visto, últimamente todo el mundo se creía con derecho a decirme
lo que tenía que hacer.
Tom se sentó junto a mí y me apretó la pierna para infundirme ánimo;
eso, lejos de tranquilizarme, aún me puso más nerviosa.
El resumen de la explicación del agente sería algo así: Tom estaba
trabajando para ellos porque querían pillar al antiguo representante de este.
Por lo visto, el tipo estaba de mierda hasta el cuello (palabras de Tom, no
mías). Al verme merodeando por allí pensaron que se había filtrado alguna
información, que el representante se había enterado, y que yo era la
encargada de pasársela.
Después de oír eso, a mí me dio por reír. Había veces, cuando me ponía
demasiado nerviosa, que me pasaban esas cosas. Muy apropiado, lo sé.
Esperaron con paciencia a que se me pasara el ataque de risa. Porque,
cuando parecía que ya estaba mejor, los miraba, ahí plantados con esas
caras tan serias, y hala, volvía a darme la risa.
Un buen rato después, cuando por fin me repuse y pedí perdón unas
cuantas veces, fue el otro agente el que habló.
—Pero ¿sabe qué, señora Scott? Vamos a sacar partido de todo esto y a
aprovechar su presencia aquí. —El agente del FBI sonreía de manera
forzada. A mí no me hizo ni pizca de gracia porque sabía que esa frase no
podía traer nada bueno—. A partir de ahora Tom y usted van a hacerse
pasar por pareja.
—¿¡Qué!? —respondimos los dos a la vez. Me tranquilizó pensar que
no era la única que no estaba al tanto de todo.
—Tom, ya sabes que te has perdido un par de cenas en casa de Michael
—así me enteré del nombre de su antiguo representante— porque su mujer
es muy tradicional y quiere que vayas acompañado. Y ya sabes que no solo
lo quiere su esposa, a casi todos los representantes les gusta que sus clientes
estén emparejados, da mayor estabilidad y menos problemas para ellos.
»Si se corre el rumor de que Liz y tú salís juntos, podrían invitarte a
alguna de esas fiestas, y es justo en esos eventos cuando Michael, con un
par de copas de más, suele irse de la lengua. Eso sí, tendrás que dejarle caer
que quieres que vuelva a representarte. Así tendrás más oportunidades de
volver a reunirte con él. Sabemos que dentro de una semana organizan una
cena. Tenéis que hacer todo lo posible para que os inviten.
Los dos agentes se miraron e hicieron una seña con la cabeza que
indicaba que se marchaban.
—Salimos un momento y os dejamos solos unos minutos para que
podáis hablar. —«Qué considerados», pensé, pero no abrí la boca.
Lo único que hice fue dejar caer la cabeza en el respaldo y cerrar los
ojos. ¡Menuda mierda de día, y eso que acababa de empezar!
12. Contaba con ello
Liz

Yo continuaba con los ojos cerrados, pero, en cuanto la puerta se cerró y los
agentes se marcharon, noté que Tom se movía a mi lado. Los abrí poco a
poco y vi cómo se levantaba del sillón y se ponía de cuclillas frente a mí.
—Liz, quiero que sepas que yo no tengo nada que ver con todo esto y
que siento que te hayas visto arrastrada así.
—Aún lo estoy asimilando. —Mi respiración era entrecortada y debía
hacer todo lo posible por serenarme o me acabaría dando un ataque de
ansiedad.
—Debes tranquilizarte, se te está acelerando la respiración. —Claro que
sí. Si fuera tan fácil, ya lo habría hecho desde hacía rato—. Espera un
momento aquí —me pidió.
No pude evitar sonreír, lo decía como si fuera capaz de ir a algún sitio;
aún no había podido ni moverme de la postura en la que me había quedado.
Minutos después, Tom regresó con un vaso que contenía una infusión.
—Es tila, a veces me va bien para relajarme. No es la panacea, pero
puede que te ayude. —Tom era tan mono.
—Gracias —susurré mientras me llevaba el vaso a la boca y daba un
pequeño sorbo.
—No hay de qué. Pero debes bebértela toda. —Pronunció las últimas
palabras como lo haría una madre con su hijo pequeño. Me enterneció.
Así que no me quedó más remedio que hacerle caso y apurar el vaso.
Cuando terminé, lo dejé sobre la mesita que había junto al sofá y me dirigí
al que a partir de ese momento sería mi pareja ficticia. Mi vida no hacía más
que complicarse.
—Tom, siento haberte espiado, pero es que Jake quería saber si tenías
algo que ver con los tejemanejes de tu representante y yo me encontraba sin
trabajo, así que no me quedó más remedio que aceptar lo que me ofrecía.
De verdad que lamento…
—No te preocupes, Liz, lo entiendo. Me han estado investigando y he
pasado una temporada muy mala, hasta que el FBI se dio cuenta de que yo
no estaba implicado. Y ahora sigo ahí, intentando sacar información para
ellos cuando lo único que quiero es que me dejen en paz de una vez.
—Un asco —aseveré arrugando el entrecejo.
—Sí, lo es. Y de verdad que siento que te veas inmersa tú también en
esto. Bastante habrás tenido ya con aguantar a Jake.
—Bueno, no ha estado tan mal —mentí.
—Ya, todos conocemos a Jake y la reputación que lo precede. Lo que
me lleva a preguntarte: ¿qué le vas a decir para dejar de espiarme? Los dos
sabemos que le cuesta aceptar una negativa y que no es precisamente una
persona fácil.
—Sí, ese es Jake. Me parece que voy a optar por contarle una verdad a
medias. Si tú y yo hacemos ver que empezamos a salir juntos, no tiene
sentido que te espíe. Creo que me conoce lo suficiente como para saber que
yo no haría una cosa así.
—No, supongo que no. —Tom se levantó—. Aún nos queda un buen
rato para salir a comer, será mejor que aprovechemos para hablar de lo que
haremos a partir de ahora. Tendremos que dejarnos ver juntos para que la
noticia parezca más real, ¿estás preparada para el circo que se va a montar?
Lo digo porque no se me ha relacionado con nadie desde que empecé a
jugar, tú ya sabes por qué. Pero los periodistas van a volverse locos por
conseguir una foto de los dos.
—Estupendo. Esto va a ser maravilloso —ironicé.
Ese fue el motivo por el que acababa de decirle a Jake que salía con Tom,
aunque debo reconocer que el beso del viernes resultó muy adecuado
porque parecía que me había acobardado y que estaba huyendo de él. Cosa
que tampoco habría sido tan descabellada, pues ese beso aún me tenía
desconcertada.
Me disponía a salir del metro cuando sonó mi móvil.
Jake: No pienses, ni por un momento, que esto va a quedar así.
A pesar de todo sonreí. Contaba con ello.
13. ¿Qué tipo de mujer se supone que soy?
Liz

Finalmente, había corrido la voz de que Tom y yo estábamos juntos y


Michel lo llamó para decirle que estaba invitado a su próxima fiesta, aunque
recalcó en un par de ocasiones que la invitación se extendía también a su
nueva pareja. A pesar de que los dos nos pusimos contentos por haberlo
conseguido, no nos entusiasmaba especialmente asistir a ese tipo de
eventos, pero estaba claro que no nos quedaba otro remedio.
Esa semana, Tom me acompañó a comprarme un vestido para la fiesta.
Entre los dos elegimos uno que no era tan atrevido como el rosa de la
última vez, pero enseñaba mucha más piel de la que estaba acostumbrada.
Mientras iba de una tienda a otra con él, me percaté de las ventajas que
tenía ir de compras con alguien famoso. Nunca me habían atendido tan bien
ni se habían desvivido tanto por entender mis gustos.
Esa vez no me recogí el pelo, el vestido tenía un pronunciado escote
palabra de honor fruncido en el centro y con el pelo suelto me daba la
sensación de que tapaba algo.
Jake me había mandado algún wasap durante la semana. Quería verme y
me pedía (ordenaba sería la palabra correcta) que fuera a su despacho, pero
yo conseguí darle largas, cosa que lo mosqueó sobremanera. Estaba claro
que no era un hombre acostumbrado a que le dieran una negativa o a que
pasaran de él. Pero es que la coartada de Tom me vino genial, seguía sin
estar preparada para quedarme a solas con Jake. No después de aquel beso.
Seguro que para él no tuvo mayor importancia, sin embargo, yo no tenía por
costumbre que me fueran besando de la manera en la que Jake lo hizo. Para
ser franca conmigo misma, los hombres no me iban besando por ahí, ni
como lo hizo Jake ni de ninguna otra manera.
Justo acababa de ponerme los zapatos cuando sonó el timbre del portal.
Salí de mi casa cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Me paré e
intenté tranquilizarme.
Nos habíamos reunido varias veces durante esa semana con los agentes
del FBI. Nos explicaron que lo único que tendríamos que hacer era estar
atentos por si hablaban de algo interesante. Sabíamos que no iban a ponerse
a comentar sus estafas, en una fiesta, delante de todo el mundo, pero
mostraban mucho interés en un dinero que había desaparecido y que
estaban convencidos de que se hallaba en algún paraíso fiscal. Si a Michael
se le escapara que había estado de vacaciones o de visita en alguno de esos
lugares, podrían atar cabos.

Subí al coche de Tom como pude, el vestido no me dejaba mucho margen


de maniobra. Una vez acomodada le sonreí. Él y yo habíamos congeniado
muy bien y me gustaba estar en su compañía.
—¿Y tu chófer? —pregunté extrañada, porque las veces que habíamos
quedado durante esa semana nos había acompañado.
—Le he dado la noche libre. Me encanta conducir y tengo pocas
ocasiones para hacerlo. Estás preciosa, Liz.
—Muchas gracias, aunque ya habías visto el vestido. —Más que verlo,
prácticamente lo eligió él; yo me hubiera decantado por uno de cuello alto,
pero entendí a tiempo que no sería apropiado para presentarme en la fiesta a
la que íbamos.
—Sí, pero esta noche te ves espectacular.
—Tú también estás muy guapo. ¿Seguimos sin noticias de Daisy?
Le hacía esa pregunta cada vez que nos veíamos. Tom y Daisy hablaban
con mucha regularidad, pero desde que saltó la noticia de que estábamos
juntos ni ella lo había llamado ni le cogía el teléfono a él.
—Nada —contestó Tom con voz de pena.
—No es tan malo como crees. —Tom se giró de golpe.
—¿Qué quieres decir?
—Que, si se ha molestado al enterarse de que sales con alguien, debe de
ser porque siente algo por ti. Los amigos no se enfadan por esas cosas, ¿no?
—No había caído en eso. Quizá tengas algo de razón. —Tom amplió su
sonrisa y ya no la borró en toda la noche.

La fiesta transcurrió con normalidad. Me daba la sensación de que ese tipo


de eventos eran todos iguales. Demasiada gente hablando de ella misma.
Aburrido a más no poder.
Estaba en la barra donde servían las bebidas cuando noté que alguien se
colocaba a mi lado. Excesivamente cerca.
—Vaya, Liz, por fin me honras con tu presencia.
Tragué saliva un par de veces. Casi se me había olvidado lo intimidante
que podía resultar Jake.
—¿Qué haces tú aquí? —Mi intención no era que sonara mal. Aun así,
las palabras me salieron con una mezcla de reproche y mal genio.
—No veas con la ratoncita, parece que ha pasado a ser gatita. Qué
pronto has sacado las garras. Tranquilízate, me han invitado. Recuerda que
yo pertenezco a este mundo bastante antes que tú.
—Sí, lo sé. Perdona.
—Tienes la exasperante manía de pedir perdón por todo.
—Lo siento. —Vi cómo Jake ponía los ojos en blanco y decidí cambiar
de tema. —Pensaba que a este tipo de fiestas había que asistir acompañado.
—¿Y quién te ha dicho a ti que he venido solo?
—Tú mismo me dijiste que nunca entrabas con ninguna mujer en una
fiesta —tercié al recordar sus palabras.
—Es verdad que dije eso… —Se calló unos instantes y yo supe que no
iba a gustarme lo que diría a continuación—. Te espero en cinco minutos en
ese pasillo, la segunda puerta a la izquierda —ordenó mientras señalaba uno
de los largos pasillos con la cabeza.
Dicho eso, no me dejó ni responder; dio media vuelta y se marchó en la
dirección que acababa de indicarme.
Me giré y contemplé mi alrededor. Tom estaba muy entretenido
hablando con un grupo de compañeros y con Michael, así que lo mejor sería
no molestarlo, quizá pudiera sacarle algo. Aunque tampoco veía apropiado
meterme en un cuarto a solas con Jake. Sin embargo, la curiosidad, y algo
más en lo que preferí no pensar, pudo conmigo y fui hacia allí.
La habitación estaba en penumbra y me costó que mis ojos se
acostumbraran. Tampoco Jake me dio mucho tiempo, porque me cogió de la
muñeca y me pegó a la pared que se hallaba más cerca, aproximando su
cuerpo al mío y dejándome muy poco margen de maniobra para moverme.
Mi respiración se aceleró.
—Ahora vas a explicarme de qué va todo esto —exigió.
—No sé de qué me estás hablando.
—Liz, deberías saber que pocas cosas se me escapan, por eso hay algo
en tu comportamiento que no me cuadra. No creo que seas el tipo de mujer
que sale y se enamora de un tío en dos días.
—¿Y qué tipo de mujer se supone que soy? —No entiendo demasiado
bien de dónde saqué las agallas para preguntarle algo así y que mi voz
sonara tan desafiante.
—Creo que eres del tipo de mujer que jamás se acuesta con un hombre
sin estar enamorada, y mucho menos que sale con alguien sin apenas
conocerlo.
—Eso no encaja demasiado con la mujer que te besó hace unos días en
un portal.
—Ay, gatita, esa noche estabas tan asustada que a duras penas pudiste
responder. Te recuerdo que el que te besó fui yo.
Jake hacía cortocircuitar mi cerebro, no había otra explicación posible
para lo que hice a continuación.
Lo agarré de la nuca y lo acerqué a mí hasta atrapar sus labios. Levanté
una pierna y la enrollé a su cuerpo. Cuando Jake respondió al beso y me
pegó más contra la pared, un profundo jadeo salió de mi boca. ¡La leche!
¿En qué momento había dejado de ser una mujer sensata para convertirme
en eso?
Jake empezó a subirme el vestido y nuestras respiraciones se hicieron
más pesadas. Acarició mi pierna empezando por la rodilla y subiendo
despacio hasta agarrar con fuerza mi nalga y apretarla sin delicadeza. Si
seguía así iba a volverme loca y eso no podía pasar, debía poner fin a
aquello. Estábamos en una fiesta y yo tenía que hacerme pasar por la pareja
de Tom; entonces, ¿por qué me estaba resultando tan difícil romper ese
beso?
Aún no entiendo de dónde saqué la fuerza de voluntad para apartar a
Jake de mí.
—Lo siento, Jake…, no debí…, no es correcto…, no… —intentaba
hablar mientras me colocaba bien el vestido; sin embargo, lo único que era
capaz de pronunciar eran balbuceos sin coherencia.
—Liz, por favor, cierra la boca. —Lo dijo en un susurro, y lo que más
me sorprendió fue que lo pidiera con una especie de súplica.
Jake salió de la habitación en cuanto se colocó bien el traje. Yo tuve que
quedarme unos instantes más allí, asimilando lo que acababa de hacer.
14. En todas las revistas
Liz

Durante la siguiente semana, Tom y yo intentamos dejarnos ver por todos


los eventos y fiestas que pudimos. A ninguno de los dos nos entusiasmaba
asistir a tantas, pero no nos quedó otro remedio. Necesitábamos que la
prensa se hiciera eco de nuestro supuesto romance. Funcionó, porque
salimos en todas las revistas de cotilleos. Que a Tom no se le hubiera
relacionado con ninguna mujer desde que empezó a jugar al baloncesto
ayudó a que los periodistas se volvieran locos y a que lo nuestro pareciera
más real, más serio.
Coincidí con Jake en un par de fiestas a las que asistimos, donde los dos
nos evitamos tanto como pudimos.
Aquella noche Tom y yo habíamos quedado para salir a cenar. Estaba
terminando de peinarme cuando sonó mi teléfono. Al ver de quién se
trataba torcí el gesto, no porque no tuviera ganas de hablar con ella, sino
porque sabía cuál era el motivo de esa llamada.
—Hola, Rose.
—¿Hola, Rose? Te parecerá bonito que tenga que enterarme por la
prensa de que mi mejor amiga sale con un guapísimo y famosísimo jugador
de la NBA. —Parecía molesta, pero no enfadada.
—Lo siento, de verdad que tenía intención de llamarte —me justifiqué,
aunque no sonó demasiado convincente. Le había dado largas porque no me
hacía ninguna gracia tener que mentirle a Rose.
—Sí, sí, claro. Déjate de excusas y cuéntame todos los detalles guarros.
—¡Rose!
—Perdona, a veces se me olvida que prometiste celibato.
—Yo jamás he hecho algo así.
—Pues lo parece, bonita, lo parece.
—¿Eso me lo dices tú, que solo has estado con un hombre en tu vida?
—respondí a la defensiva.
—Conocí a Brian con quince años y me enamoré de él como la
quinceañera que era, tuve pocas opciones. Y deja ya de cambiar de tema y
desembucha.
—Si es que no hay mucho que contar.
—Ni hii michi qui cintir… —Me dio la risa porque Rose hacía eso con
frecuencia para burlarse de mí y, lejos de molestarme, conseguía sacarme
una sonrisa.
—He salido con Tom unas cuantas veces. Me cae bien y estoy a gusto
con él. —Queda claro que no se me da bien mentir. No sabía qué más
decirle y sabía que Rose no esperaba esa repuesta por mi parte.
—Conmigo también estás a gusto y te caigo bien, y sin embargo no
quieres que nos acostemos, ¿verdad?
—De momento no, pero no descarto nada —bromeé.
—Lo que quiero decir es que parece que me hablas de un amigo en lugar
del tío con el que estás empezando a salir. —Pensaba que la broma
desviaría la atención de mi amiga, aunque estaba claro que quería
respuestas.
—Vamos poco a poco. —Menuda sarta de tonterías le estaba soltando.
Entre Rose y yo jamás hubo secretos y me estaba resultando realmente
difícil.
—Ya…
Sabía que mi amiga no se había tragado ni una sola palabra de lo que le
había contado, pero los agentes del FBI fueron muy claros con eso; no
podíamos decírselo a nadie.
—¿Y Jake? —Rose lo soltó a bocajarro y a mí se me hizo un nudo en la
garganta.
—Jake no…, él y yo no… —¡Mierda! Odiaba cuando se me trababa la
lengua.
—Vaya, vaya, qué interesante.
—No sé a qué te refieres. —Lo sabía muy bien.
—Ya, seguro. Liz, tengo que dejarte, que Tim ha decidido bañar a su
hermano y el agua ya llega hasta el salón.
—Vale, tranquila, ve.
—Volveré a llamarte, no pienses que esto va a quedar así. Te quiero, Liz.
—Yo también te quiero, Rose.
Mi amiga colgó y yo me apunté mentalmente que la próxima vez que la
visitara le llevaría un regalo a Tim, su travesura había llegado justo a
tiempo para salvarme de seguir dando explicaciones absurdas.
15. ¿Qué hay entre Jake y tú?
Liz

En cuanto metí el teléfono en el bolso, Tom me hizo una perdida, así que
bajé a la calle para ir a cenar con él.
Llevábamos un rato en el restaurante, ya nos habían servido el primer
plato —que, por cierto, estaba delicioso— cuando Tom habló.
—Liz, ahora que estamos un poco tranquilos me gustaría hacerte una
pregunta. Es un tanto personal y entendería que no quisieras responderme.
—El pobre parecía apurado.
—Adelante, Tom. Yo sé casi todo lo que sientes y lo que pasa con Daisy,
así que…
—¿Qué hay entre Jake y tú?
Nunca hubiera esperado que me preguntara algo así. No sé qué tipo de
pregunta me imaginaba que me haría, pero desde luego no una en la que se
pronunciara el nombre de Jake. Y era la segunda vez, en la misma noche,
que me preguntaban por él.
No entendí qué clase de impulso me llevó a besar a Jake de esa manera.
Yo no era precisamente una persona espontánea ni atrevida, por ese motivo
cada vez que lo recordaba acababa ruborizándome. Aunque, tal vez, el
sonrojo no se debía solo a la vergüenza y también tenía algo que ver con
todo lo que me hizo sentir ese momento de intimidad con él.
Por primera vez en mi vida me dejé llevar por lo que me apetecía y
sentía en ese momento y la sensación que experimenté me gustó casi tanto
como el beso en sí.
Volví a centrarme en la pregunta de Tom y me dispuse a responderle.
—No sé por qué lo dices, ¿has notado algo? —Me había dejado un poco
descolocada.
—Algo en concreto no, es un compendio de actitudes. Normalmente soy
bastante observador y se me da bien detectar ese tipo de cosas.
—Emmm… —Esa era yo intentando dar una explicación cuando me
quedaba sin palabras.
—Liz, no quiero que me cuentes nada si no te apetece. Entiendo que la
pregunta ha estado fuera de lugar.
—En realidad hay poco que contar. —Un beso no era nada destacable
para tener en cuenta, y menos para alguien como Jake, por lo que yo
tampoco iba a darle mayor importancia. Claro que eso pasaría cuando
lograra sacarlo de mi cabeza.
—Me alegra oír tu aclaración. Yo solo te lo preguntaba porque quería
advertirte de que fueras con cuidado con él. Jake es uno de los tíos más
duros y fríos con los que me he cruzado a lo largo de mi vida, y tú eres tan
dulce y tan…
—Ingenua; puedes decirlo, no va a sentarme mal. —Aunque debía
reconocer que empezaba a molestarme.
—Te repito que ser ingenua no es nada malo.
—No, no lo es, pero todo mi alrededor actúa como si tuviera que
protegerme de algo, como si en cualquier momento fuera a romperme…
Empiezo a cansarme.
En realidad, me había dado cuenta de que llevaba tiempo agobiada por
que la gente de mi alrededor actuara de esa manera conmigo.
—Yo no deseo protegerte, es tu vida y puedes hacer con ella lo que te
plazca, solo intento advertirte de que vayas con cuidado con él.
—Gracias.
Los últimos días habíamos pasado muchas horas juntos y empezaba a
conocer bien a Tom, por eso sus palabras no me sentaron mal. Sabía que las
decía desde el cariño y también tenía claro que no eran ciertas y que, en
cuanto se presentara la más mínima oportunidad, él no haría otra cosa que
protegerme; era así y no podía evitarlo, y encima me veía a mí como a
alguien frágil.
Terminamos de cenar hablando un poco de todo, con Tom me resultaba
fácil mantener una conversación normal sin atrabancarme al hablar y sin
parecer tonta.
Salimos del restaurante cogidos de la mano. Por la hora que era
pensamos que podríamos ir hasta mi casa dando un paseo. No había
periodistas a la vista, pero si quedaba alguno tampoco sería un problema, ya
que eso era precisamente lo que andábamos buscando: fotos de nosotros
juntos para hacer más creíble nuestra coartada.
Al llegar al portal, tal y como habíamos acordado, me dio un suave beso
en la boca y después subimos en silencio hasta mi casa.
Aquiles se abalanzó sobre él en cuanto abrí la puerta y empezó a
morderle el pantalón. Nos costó un rato poder apartarlo. Mi mascota era
muy pequeñita, pero matona. Completamente diferente a su dueña.
En cuanto pudimos sentarnos en el sillón, Tom me habló.
—Perdóname, Liz —susurró agarrando mi mano. Empezaba a conocerlo
tan bien que sabía el motivo exacto por el que me pedía disculpas.
—Tom, en serio, no le des más vueltas, sabíamos que deberíamos
besarnos si queríamos que nos creyeran. Y ha sido un besito sin
importancia. —Que, por cierto, me había dejado absolutamente igual, no
como el que le di a Jake… Era incapaz de sacarme ese beso de la cabeza.
Algo absurdo, porque tenía claro que para él no había significado nada.
—Ya, pero me sabe tan mal... —volvió a lamentarse.
—Jolín, Tom, ni que fuera una virgen del siglo pasado.
—No, no es eso…
—Pues deja de tratarme como si lo fuera —repliqué un poco a la
defensiva.
—De acuerdo, pero es que no me gusta que tengas que aguantar todo
esto y que debas besarme sin que tú quieras hacerlo —contestó angustiado.
—Tampoco creo que a ti te entusiasme la idea. Además, te aseguro que
no es tan malo. —Sonreí intentando quitarle hierro al asunto, para que Tom
se quedara tranquilo y porque la realidad era que a mí no me molestaba; no
sentía nada, pero no era desagradable.
—Gracias, Liz.
—No tienes que dármelas. Anda, sírvete algo, quítate la corbata y
despéinate un poco. Si queremos que crean que entre nosotros hay pasión,
debemos ponérselo fácil.
Tom se marchó un par de horas después. Nos pusimos a ver una
película, pero él se quedó dormido casi al principio. No era para menos,
resultó ser aburridísima; a mí me costó mantenerme despierta hasta el final.

A la mañana siguiente, en cuanto abrí un ojo, salté de la cama y me metí en


internet. Sabía que, aunque no nos habíamos percatado de que nos
siguieran, los periodistas estaban al acecho. No me equivoqué. Nuestras
caras estaban en todas las revistas. Un par de fotos en las que salíamos
besándonos en mi portal —beso que parecía mucho más pasional de lo que
en realidad fue— y otras pocas de Tom saliendo de mi casa a altas horas de
la noche. Con esas imágenes no cabía ninguna duda de lo que se suponía
que había pasado entre nosotros.
Dos horas más tarde el FBI me llamó, debía presentarme de inmediato
en casa de Tom. Querían hablar con los dos. Me dio el tiempo justo de
vestirme y salir.
16. ¿Qué mierda es eso?
Jake

Moví el cuello de un lado a otro haciendo que crujiera, llevaba demasiado


tiempo en la misma postura. Me encontraba enfrascado repasando un
contrato cuando mi secretaria irrumpió en mi despacho sin llamar.
—Emily, te he dicho mil veces que debes avisar antes de entrar —la
amonesté sin alzar la voz.
—Que sí, que sí… —Emily era una de esas pocas personas a las que no
infundía temor. Un alivio, porque no soportaría trabajar con alguien, tantas
horas al día, sin poder mostrarme tal y como era—. Mira lo que me acaba
de llegar.
Depositó sobre mi mesa un puñado de revistas. No era algo extraño,
debíamos estar informados de las noticias que salían de mis clientes y
Emily se encargaba de esa parte, ya que a mí las revistas del corazón me
ponían de peor humor del que solía tener, y eso era mucho decir.
—Hazme un resumen, por favor, no tengo ni ganas ni tiempo de leer esa
porquería. ¿A qué incauto han atrapado esta vez? ¿Dónde debo ir a apagar
el fuego? Dime, por favor, que no ha vuelto a ser Jacob…
—En realidad, no se trata de ninguno de nuestros chicos. —Me hacía
gracia porque Emily les tenía mucho cariño a mis clientes y hacía con ellos,
un poco, de mamá gallina.
—Entonces con más motivo para que no quiera leer eso —dije mirando
las revistas con asco.
—Hazme caso, me da en la nariz que te interesará —sentenció de
manera enigmática mientras desaparecía tras la puerta.
Cogí la primera revista de la montaña que Emily había dejado sin tan
siquiera mirarla. Hasta que la tuve delante de las narices no me percaté de
quién era la pareja que salía en portada. El titular era muy esclarecedor:
«Pillamos a Tom Moore saliendo de la casa de una periodista llamada
Liz Scott».
Continué leyendo:
«El famoso jugador de la NBA fue pescado besando y saliendo a altas
horas de la madrugada de la casa de una periodista. Es raro ver a este
jugador con compañía femenina. ¿Será que se ha enamorado…?».
Dejé de leer. Me entraron ganas de tirar la revista contra la puerta,
aunque me controlé. No había ningún motivo para perder los nervios.
Aparté toda la prensa a un lado y continué con lo que estaba haciendo
antes de la interrupción de Emily.
Pasados unos minutos la llamé.
—Dime, jefe —dijo plantándose delante de mi mesa.
—Puedes sacar estas revistas de aquí.
—¿Verdad que esa es la chica que ha estado aquí unas cuantas veces?
Menuda suerte, porque Tom es un bombón y además…
—Suficiente, Emily. Tengo que trabajar.
Terminé mi jornada laboral mucho más tarde de lo normal y cuando me
fui a mi apartamento ya era noche cerrada.
Lo primero que hice fue meterme en el baño. Me duché con agua fría
para ver si lograba despejar mi cabeza, pero lo único que conseguí fue
recordar mi infancia, cuando no tenía más remedio que lavarme con agua
helada. Así que cambié la temperatura y el agua caliente consiguió
relajarme.
Cuando salí del baño me puse el pijama y me senté a comerme un
sándwich. No me había percatado del hambre que tenía hasta que le di el
primer bocado, y es que no había comido nada desde el almuerzo.
Encendí la televisión y puse las noticias. Pronto me cansé de contemplar
la cara de Liz y de Tom; salían en casi todas las cadenas. Así que decidí
apagarla y me metí en la cama. Solo en ese instante me permití pensar en
ella.
Era algo que aprendí a hacer desde niño. Podía mantener un
pensamiento arrinconado y no volver a él hasta que yo lo decidía. Os
aseguro que era sumamente útil cuando quería dejar de pensar en el tío de
turno que le había pegado una paliza a mi madre y al que de paso se le
había escapado algún que otro puñetazo en mi dirección mientras intentaba
que dejara de golpearla.
Liz y Tom se estaban acostando y eso a mí no debería importarme lo
más mínimo. Tom parecía ser un tío bastante íntegro (si obviábamos la
sospecha que caía sobre él de blanqueo de capital). En realidad, casi me
atrevería a decir que era la pareja perfecta para ella. O eso pensaría si no me
hubiera besado como lo hizo la última vez. Liz parecía una ratoncita a la
que le asustaba el mundo, sin embargo, estaba seguro de que en la cama
necesitaba a alguien que supiera sacar a la gatita que llevaba dentro. No me
malinterpretéis, aquella era una faceta de Liz que estaba ahí, y yo no iba a
hacer nada para que saliera, eso era cosa de ella, pero me daba la sensación
de que no necesitaba a un tío que la tratara como si fuera de porcelana.
Y, francamente, no veía a Tom demasiado apto para eso. La miraba
como si fuera frágil, como si al tocarla pudiera romperse. Estaba casi seguro
de que no era lo que ella quería en una relación. Alguien que buscaba eso
no besaba como Liz lo hizo la otra noche.
Pero vamos, que yo no era nadie para opinar ni para meterme entre ellos
dos. Liz había elegido a Tom —claro que yo jamás estuve disponible para
que me escogiera— y yo debía continuar con mi vida como si nada de eso
me importara.
17. No es sexo lo que necesito
Jake

Sí, todo lo que barajé y me propuse la noche anterior, mientras intentaba


dormir, sonaba de puta madre en mi cabeza. Entonces, ¿qué leches hacía en
la puerta de casa de Liz?
Me di la vuelta, pero capté algo por el rabillo del ojo: periodistas. No
podía quedarme allí plantado, así que llamé y entré en cuanto me abrió.
Subí por las escaleras y, al llegar a su puerta, ella ya me estaba
esperando fuera. Llevaba un minúsculo pantalón de pijama y me miraba con
una mezcla de sorpresa y reproche.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó nada más verme.
—¿Estás con él? —No tuve claro por qué lo pregunté, pero, si Liz me
decía que Tom estaba allí, me daría media vuelta y me marcharía.
—No, estoy sola. —Noté como tragaba saliva y eso hizo que una parte
de mí sonriera para mis adentros.
Se puso a un lado cediéndome el paso. No obstante, me paré para que
ella pudiera pasar primero. No conocía su apartamento, pero
fundamentalmente lo hice porque quería mirarle el culo, que enfundado en
ese diminuto pantalón debía de ser un puñetero espectáculo. No me
equivoqué.
Al entrar en el salón una cosa diminuta y peluda llegó corriendo hasta
mí.
—¿Qué leches es eso? —pregunté intentando librarme de lo que fuera
que me estaba mordiendo el pantalón
—«Eso» es Aquiles, mi mascota —contestó ella a la defensiva.
—Esa cosa está bastante lejos de ser una mascota, parece una rata —
alegué mientras intentaba desprenderme de él.
—Si has venido a meterte con mi perro, ya puedes irte.
—Ah, pero ¿de verdad que eso es un perro? —bromeé.
—Te acompaño a la puerta. —Liz alzó al cuello indignada por lo que yo
estaba diciendo y a mí se me perdió la mirada en ella. Esa faceta suya le
sentaba bien.
Aunque, si no quería que me echara de su casa, debía hacer algo.
—No, no, me quedo. El animalito es… muy … gracioso. —Feo no era,
pero ¿quién narices tenía una mascota tan diminuta?
—Mucho mejor. ¿Te apetece tomar algo?
—¿Una cerveza? —pregunté.
—Creo que Tom se las bebió todas anoche. —Liz se encogió de
hombros a modo de disculpa y yo arrugué el gesto ante la mención de él.
Quería sacar a Tom de esa conversación, lo último que deseaba era
hablar de él, por lo que cambié de tema.
—Por cierto, hay un paparazzi apostado en tu puerta. Lo digo porque,
como tarde mucho en marcharme, mañana seremos la comidilla de la
prensa.
—Entonces no te quedes demasiado —contestó mirándome a la cara.
Sonreí ante su contestación, Liz estaba empezando a perderme el miedo
y debía reconocer que me gustaba.
—Ya, el problema es que he tenido un día de perros y no quiero estar
solo. —Me parecía mentira que pudiera hablar así con alguien. Daba la
sensación de ser una frase banal, pero reconocí una debilidad en ella y yo
no era del tipo de hombre que tenía debilidades. Sin embargo, la soledad,
aunque me acompañara desde siempre, la llevaba regular.
—Entonces, llama a cualquiera de tus amigas —me reprochó.
Hasta se estaba volviendo rápida en sus respuestas.
—No es sexo lo que necesito —sentencié.
—Eso sí debe de ser una novedad para ti.
Solté una carcajada y caminé hasta sentarme en el sofá.
—Podríamos ver una peli. Incluso soy capaz de zamparme una de esas
empalagosas que seguro que te encantan —solté mientras me desperezaba,
seguramente me quedaría dormido en cuanto empezara. No me
entusiasmaban ese tipo de películas.
—No tienes ni idea de mis gustos —murmuró.
—No, pero me los puedo imaginar. —Había veces que era un auténtico
bocazas.
—De acuerdo, pondré una que tengo ganas de ver desde hace tiempo. —
Y lo dijo con una sonrisita que no me gustó un pelo.
¡La hostia! Lo último que podría imaginarme era que a la ratoncita le
gustaran ese tipo de películas. Estaba entre alucinado y perplejo. Y
cachondo, también. Porque la peli resultó ser una mezcla de sangre,
violencia y sexo. Eso sí, rara de cojones.
—Me habían hablado muy bien de ella, pero no es para tanto —comentó
en cuanto terminó.
Preferí no preguntar ni averiguar qué quería decir con que no era para
tanto. Una cosa estaba clara: debajo de aquel aspecto de chica dulce e
ingenua se escondía alguien muy diferente. No es que fueran dos
personalidades distintas, sino que Liz era mucho más de lo que aparentaba
ser.
Me fui de casa de Liz bastante más tarde de lo que tenía pensado. Estaba
preparado para, a la mañana siguiente, encontrar en la prensa alguna imagen
mía saliendo de su casa, si bien no hallé nada de nada. Suponía que los
paparazzi necesitaban, por lo menos, una instantánea en la que
apareciéramos juntos.
Respiré tranquilo y no me paré a pensar el motivo que me llevó a volver
a su casa dos noches más durante esa semana. Las dos que ella me aseguró
que estaría sola.
El plan no era nada del otro mundo: cena, charla y peli. Sin embargo, los
días que ella estaba ocupada y a mí me tocaba irme a mi casa se me hacía
cuesta arriba la soledad. Algo insólito porque, aunque no me gustara estar
solo, era así como había pasado casi toda mi vida y lo había sobrellevado
bastante bien.
Intentaba no pensar que cuando yo no iba a su casa él estaba con ella.
Prefería no imaginarlos juntos, era una imagen que me desagradaba, así que
la desterré de mi cabeza.
Lo que sí tenía claro era que no quería acostumbrarme a eso, no me
apetecía estar todo el día pensando en el momento en el que la viera ni
depender así de nadie. Pero, por mucho que me lo propuse, no pude
evitarlo.
18. Aquiles
Jake

Me encontraba en la puerta de mi casa a punto de salir. Esa noche Liz


estaba sola y, como si fuera un puñetero quinceañero, mi humor había
mejorado considerablemente en el momento en el que supe que podría
verla.
Debía hacer algo, no era normal que yo, Jake Harris, me comportara de
esa manera. Sin embargo, lo único que hice fue coger las llaves del coche y
dirigirme a su casa.
Había elegido mi vehículo más normalito para no llamar mucho la
atención y conseguí aparcarlo con bastante rapidez, cosa extraña, porque en
la zona donde vivía Liz no resultaba fácil. En realidad, estacionar el coche
en la Gran Manzana era un completo infierno.
Cuando llegué a la puerta de su casa, ella ya me esperaba fuera; gritaba
y lloraba tanto que me espanté, aunque no entendí ni una palabra de lo que
decía.
—Vamos dentro y tranquilízate, por favor, me estás asustando. —Yo no
soy precisamente de los que se asustan con facilidad, pero verla en ese
estado de nervios me estaba quitando años de vida.
Hasta que la acompañé dentro no me percaté de que llevaba a su «rata»
en brazos.
—No me he dado cuenta…, estaba detrás de mí…, lo he pisado…
Empecé a atar cabos y a entender lo que pasaba.
—Vale, Liz, ponte unos zapatos. Nos vamos a ver a un veterinario. —
Siempre me había considerado una persona resolutiva, no iba a dejar de
serlo en esos momentos, por mucho que de lo único que tuviera ganas fuera
de abrazarla hasta que dejara de llorar.
—Pero ¿a estas horas? No conozco ninguna clínica veterinaria abierta.
Voy a mirarlo en internet —dijo mientras caminaba hasta coger su móvil.
—No hará falta. Tengo una conocida que me debe un favor y que es
veterinaria, así que date prisa, antes de que se haga más tarde.
Mientras Liz se calzaba, el pobre animal no dejaba de gemir
lastimosamente. Por lo que ella me explicó, le había pisado la pata sin
querer. Ojalá no fuera nada, no por el animal, que también, sino porque Liz
se disgustaría mucho.

Llegamos a casa de Ava mucho antes de lo que pensaba. Ayudó el hecho de


que cogiéramos un taxi, sabía que sería más rápido y con el estado de
nervios de Liz era lo mejor.
Hacía mucho que no veía a Ava y no era lo más apropiado hacerlo para
eso, pero no se me ocurrió otra persona que pudiera ayudarnos. Cuando la
llamé solo le dije que necesitaba que mirara a un perro que se había hecho
daño en una pata, así que no me extrañó que abriera la puerta con un
finísimo camisón de encaje. Ava pensaría que aparecería yo solo, por eso la
sorpresa se reflejó en su rostro al ver que Liz me acompañaba.
No volvió a dirigirme la palabra y solo habló con Liz. Casi lo preferí.
Cuando esta salió del apartamento y se dirigió al ascensor, yo me quedé
a despedirme de Ava.
—Muchas gracias por todo, mi secretaria pagará lo que me digas —
propuse.
—Es increíble que después de tanto tiempo te presentes en mi casa para
que visite al perro de tu novia. Definitivamente eres imbécil, Jake. —Ava
tenía razón, mi comportamiento no fue el más adecuado; sin embargo, no
pude evitar contestarle antes de que diera un portazo.
—Eso dicen.

Una hora después de que saliéramos, el taxi paraba frente al portal de Liz.
Los dos bajamos y yo le di una buena propina al taxista, ya que nos había
esperado hasta que terminamos en casa de Ava y nos había llevado a un
sitio donde comprar las medicinas del perro.
Al final, el chucho parecía que no tenía nada roto y lo único que Liz
debería hacer era darle unas pastillas e intentar que no moviera mucho la
pata.
—Muchas gracias, Jake. Si no llegas a venir, no hubiera sabido qué
hacer.
—Ya me has dado las gracias por lo menos siete veces, creo que es
suficiente. —Mis palabras salieron algo secas, pero es que no quería que
Liz me lo agradeciera más. Me había conformado con la cara que puso
cuando le dijeron que Aquiles no tenía nada.
—Jake, por la manera en la que Ava nos ha recibido… me ha hecho
pensar que… ¿ella y tú…? —Supe lo que quería preguntar antes de que
terminara de hablar.
—Nos acostamos hace tiempo, sí. —Tenía claro que Liz quería saber si
entre Ava y yo había algún tipo de relación sentimental. Esa chica aún no
había entendido que yo no salía con mujeres; solo me acostaba con ellas.
—Bueno, tampoco necesitaba tanto detalle.
Solté una carcajada, porque si a eso le llamaba entrar en detalle…
—Ay, Liz, sigo sin entender cómo has sobrevivido en esta ciudad tantos
años.

Cuando llegamos a su casa, Liz le dio la pastilla a Aquiles camuflada en lo


que parecía un trozo de salchicha. Después se dejó caer en el sofá y cerró
los ojos.
Me senté a su lado y pusimos una película. Liz tardó menos de diez
minutos en quedarse dormida. El estrés le había pasado factura.
Le quité los zapatos y la cogí en brazos. Ella se acurrucó entre mi cuello
y mi hombro y a mí me dio un escalofrío.
Fui abriendo todas las puertas, buscando su habitación, hasta dar con
ella. Entré y la metí en la cama. Durante unos instantes me planteé quitarle
los pantalones para que estuviera más cómoda, deseché la idea en segundos.
La tapé hasta el cuello con la ropa de cama y me fui de allí lo más rápido
que pude.

A la mañana siguiente, me levanté temprano y salí a correr. Necesitaba


liberar la tensión que mi cuerpo parecía acumular. Cuando llegué a mi
apartamento, me duché y me dirigí al trabajo. Volví a llegar el primero al
despacho, parecía que eso se estaba convirtiendo en una costumbre.
Me enfrasqué con un papeleo que consiguió evadirme. No llevaba ni
media hora allí cuando sonó mi móvil. Era un mensaje, me recosté hacia
atrás en el asiento y suspiré antes de leerlo.
Liz: Nunca olvidaré lo que anoche hiciste por mí.
Esas mismas palabras me las habían dicho en más de una ocasión,
aunque siempre con una connotación claramente sexual. Aquella era la
primera vez que conseguían sacarme una genuina sonrisa.
19. Mi amiga
Liz

Esa noche Tom y yo teníamos que volver a asistir a una fiesta en casa de su
antiguo representante. Iba a ser un poco diferente y mucho más íntima,
apenas dos docenas de invitados. El FBI esperaba que después de un par de
copas, y con lo reducido de las personas que estaríamos allí, Michael soltara
algo que les sirviera para pillarlo.
Nos habían invitado a Tom y a mí porque este debía hablar de su nuevo
contrato. El FBI había querido ir un paso más allá e intentar que Tom
firmara con él para ver si de esa manera conseguíamos sonsacarle algo. Y
por lo visto Michael prefería hacerlo en mitad de una fiesta que a solas en
su despacho.
Sabía que Jake iba a acudir, sobre todo porque me lo había dicho él
mismo hacía dos noches. No estaba segura de que me entusiasmara mucho
verlo allí, y menos cuando yo iría con Tom.
Aún estaba asimilando la manera en la que se comportó cuando me llevó
a que curaran a Aquiles. No fue solo el hecho de que me ayudara, fue su
forma de tratarme: tan atento, tan tierno… Era verdad que las últimas veces
que nos habíamos visto no parecía el tipo frío del principio, pero nunca
imaginé que podría llegar a ser así.
Sonreí al acordarme de cómo lo miraba Ava aquella noche. Cuando le
pregunté a Jake si había tenido algo con ella fue por puro trámite, estaba
más que claro, sobre todo por la forma en la que lo recibió y la cara que se
le quedó cuando me vio con él. Era un hecho que Jake iba dejando mujeres
enfadadas a su paso. Intentaría recordarlo por si alguna vez mi cabeza me
jugaba malas pasadas y barajaba cosas que no podían ser.
Aunque la realidad era que continuaba sin entender el motivo por el cual
Jake venía a mi casa todas las noches que yo no salía con Tom. Imaginaba
que mi compañía le resultaba cómoda, y no lo digo por ser pedante,
simplemente era que yo no le suponía una amenaza ni un desafío ni nada
con lo que él tuviera que mantenerse alerta, así que, en mi presencia, podía
relajarse.
Por lo poquísimo que habíamos hablado de su infancia, deduje que no
debió de tener una vida precisamente fácil. Era bastante reacio a hablar de
ella y, cuando el tema salía, cortaba la conversación rápidamente.
Comprendí que para Jake me había convertido en algo así como en una
amiga, y estaba bien, pero es que yo no podía evitar sentirme atraída por él.
No era un sentimiento profundo, no. Era una atracción física sin más. Yo
jamás me había acostado con un hombre sin antes haber salido con él.
Bueno…, solo me había acostado con dos y fueron mis parejas durante
bastante tiempo. Con esto no quiero decir que no esté a favor del sexo sin
sentimientos o de acostarse con un tío de una noche, es simplemente que a
mí los hombres no me ven así y nunca se me había presentado la ocasión.
Yo era más el tipo de chica a la que se acercan a hablar, quieren proteger o
prefieren como amiga. Jamás he despertado pasiones allá por donde pasaba.
Y por lo visto seguiría siendo así, porque Jake no mostraba el más
mínimo interés hacia mí más allá de pasar alguna noche conmigo cenando y
viendo la tele.

Acabé de arreglarme y me observé con detenimiento en el espejo. Para esa


ocasión elegí un vestido negro, elegante, pero con un pronunciadísimo
escote. No era exactamente mi estilo, pero no me sentía del todo incómoda
con él.
Aún me quedaba casi una hora para que Tom pasara a recogerme, por lo
que me puse una copa de vino y me senté en el sofá junto a Aquiles a
esperar que llegara.
Mi perro se estaba recuperando bien. Las pastillas parecían hacerle
efecto, porque ya no se quejaba tanto, y se tomó el reposo al pie de la letra,
pues no se movía demasiado del rincón del sofá que se había agenciado
como suyo. Lo acaricié con ternura y él se tumbó por completo.
Cuando pasaron diez minutos y empecé a aburrirme, decidí aprovechar
para llamar a Rose.
—Hola, preciosa —contestó mi amiga, al segundo tono.
—¿Qué tal, Rose?
—Pues sin muchas novedades que contarte, solo tengo ganas de comer y
de vomitar, todo muy contradictorio. Cosas de embarazada.
—Jolín, Rose, no hace falta que seas tan explícita.
—Me has preguntado tú.
—Sí, pero ¿nadie te ha dicho que es una manera de hablar para que tú
contestes que estás bien y listo?
—Pues menuda mierda si tú y yo tenemos que andarnos con semejantes
estupideces. Venga, cambiando de tema, ¿qué tal te va a ti con tus chicos?
—¿Qué chicos? Que yo sepa, solo salgo con Tom.
—Sí, bueno, reconocerás que el detallazo de Jake con el perro suma
puntos. —Había llamado a Rose para explicarle lo que Jake hizo por mí
cuando pisé a Aquiles. Quizá me pasé y fui demasiado entusiasta
hablándole de él.
—Pero es que no hay puntos que sumar…
—Sí, claro, claro. A veces se te olvida que te conozco desde hace
demasiados años. Desde siempre, vamos.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunté, con la mosca detrás de la oreja.
—Pues que tu voz cambia cuando hablas de Jake y que resulta que
conozco demasiado bien ese tono.
—Vale, de acuerdo, reconozco que Jake me atrae bastante físicamente.
—No podía continuar ocultándole eso, era una tontería porque mi amiga
hacía mucho que se había percatado.
—¡Aja, lo sabía! Igual que tengo claro que tú no te has sentido nunca
atraída solo por el físico de alguien. Ahí hay algo más y las dos lo sabemos.
Lo que pasa es que tú no quieres reconocerlo.
—No hay nada que reconocer. Alguna vez tendrá que ser la primera,
¿no? No creo que pase nada porque tenga ganas de tener sexo con un tío sin
ir más allá. —Lo de acostarme con Jake en mi cabeza sonaba genial,
lástima que él no pensara lo mismo.
—¿Y por qué no lo haces? —Mi amiga pareció leerme la mente.
—Pues porque no puedo plantarme delante de Jake y preguntarle si
quiere acostarse conmigo.
—En realidad, sí que puedes.
—Quizá sí, pero no pienso hacerlo. —No iba a humillarme de esa
manera delante de Jake cuando tenía clara cuál sería su contestación.
Oí a mi amiga suspirar y me la imaginé agarrándose el puente de la
nariz, cosa que hacía siempre que una conversación la exasperaba.
—Mira, Liz, puedes engañarte todo lo que quieras y disfrazarlo de lo
que te apetezca, pero las dos sabemos que hay algo más. Ahora tengo que
dejarte, que los niños han descubierto dónde guardo el chocolate y creo que
ya se han comido una tableta entera, eso quiere decir que con el subidón de
azúcar no van a dormir en horas… Este es el precio que hay que pagar por
tener un ratito de tranquilidad.
Rose colgó el teléfono antes de que pudiera responderle y yo me quedé
unos instantes más sentada en el sillón dándole vueltas a las palabras de mi
amiga.
20. Anhelo
Liz

Tom y yo habíamos llegado a la fiesta hacía un buen rato. Localicé a Jake


casi en el mismo instante en el que entré. Esa noche llevaba un traje gris
oscuro que le sentaba especialmente bien, o quizá era yo, que lo veía guapo
con todo lo que se ponía. Lo que no me gustaba tanto era que iba
acompañado de una espectacular morena que no se separaba de su lado.
Cuanto más la miraba, más comprendía el motivo por el que Jake me veía
como a una amiga. A su lado yo parecía una barriguita y ella la Barbie
Malibú (eso sí, con el pelo oscuro).
Al observar a Jake con su pareja descubrí muchas cosas que llamaron mi
atención. Y es que no pude evitar comparar los gestos que Tom tenía hacia
mí con los de Jake hacia la Barbie. No podían ser más diferentes. Tom se
deshacía en atenciones hacia mí y Jake se mostraba distante y frío con su
pareja. Tal cual eran. Aunque, siendo sincera, Jake hacía días que dejó de
mostrarse así conmigo.

—Ven, vamos —me susurró Tom en el oído mientras cogía mi mano.


Nos apartamos a un lado para hablar de cómo lo haríamos para
acercarnos a Michael. Él, para disimular y poder susurrar en mi oído, me
daba besos en el cuello mientras hablábamos. El cuello es, probablemente,
mi zona más erógena. ¿Cómo era posible la indiferencia que sentía mi
cuerpo ante las caricias de Tom? Fácil: era mi amigo y no sentía la más
mínima atracción por él.
—Le pediré firmar el contrato en el despacho, a ver si de esa manera y
estando los dos solos puedo sacarle el tema y suelta algo.
—De acuerdo. Llevo observándolo toda la noche y no ha parado de
beber desde que hemos llegado, creo que es el momento de hablar con él.
Además de que por fin se ha separado de esos dos pesados —respondí
mientras enredaba mis manos en su nuca.
Desde mi ubicación podía ver toda la sala, por eso me percaté de que
Michael, por fin, se había quedado solo.
—Espérame por aquí. Enseguida vuelvo.
Yo asentí y Tom sacó su cabeza de mi cuello para besarme en los labios.
Un beso rápido, apenas un roce. Cuando levanté los ojos me encontré con
los de Jake, que me observaban con atención y frialdad. Esa frialdad que
hacía días que no me dedicaba a mí.
Tom tardó casi media hora en volver y yo me paseé por la sala sin
mucho que hacer.
—¿Te diviertes, Liz?
Me sobresalté al notar que Jake estaba detrás de mí.
—No mucho, la verdad —respondí alzando los hombros.
—Hace un rato, me pareció que te lo pasabas bien. —Sabía que Jake se
refería a cuando estaba besando a Tom. No quise entrar en su juego, así que
no le contesté—. ¿Dónde has dejado a Tom?
—Está reunido con Michael.
—Vaya, por lo visto ya ha elegido representante. —La voz de Jake era
engañosamente dulce.
—Sí, supongo.
—Bueno, para mí sí está resultando una fiesta bastante aburrida. Por eso
me marcho ya.
Miré a mi alrededor buscando a su pareja. Él me entendió en seguida.
—Ha ido al baño, ahora viene. Pásalo bien, Liz. —Arrastró la última
letra de mi nombre mientras pasaba su dedo índice desde mi muñeca hasta
mi codo. Tuve que tragar saliva.
—Igualmente —logré pronunciar sin titubear, cosa que me sorprendió,
porque ese roce me había dejado pajarito.
—Lo haré. Te lo aseguro —respondió mirándome con intensidad. Se
acercó lentamente hacia mí y no pude evitar quedarme paralizada—. Nos
vemos esta semana —susurró en mi oreja, bajando el aliento hasta mi cuello
y haciendo que se me erizara la piel.
Al alejarse, Jake se encontró por el camino con su acompañante y
salieron juntos de allí. Eso sí, ni siquiera se tocaron. Me había percatado de
que a Jake no le gustaba que invadieran su espacio personal.
Yo me quedé allí parada, con una sensación de anhelo que no acabé de
comprender.
21. Los labios de Jake
Liz

La noche anterior, Tom descubrió que Michael hizo un viaje a un paraíso


fiscal. El FBI ya estaba investigando, pero aún pasarían días, incluso
semanas, hasta saber si teníamos algo.
Así que deberíamos continuar con nuestra farsa un poquito más.
Ese fin de semana Tom viajaría a su pueblo y me pidió que lo
acompañara. No me apetecía lo más mínimo y en un principio le dije que
no, pero llegamos a la conclusión de que quedaría raro que él viajara solo.
Además de que era el momento perfecto para volver loca a la prensa. Nada
más suculento que un viaje a su pueblo, para que me presentara a sus
padres. Los paparazzi enloquecerían, y yo solo de pensarlo deseaba
quedarme encerrada en mi casa las próximas semanas. Aun así, no me
quedó más remedio que aceptar.
El FBI nos dijo que, estando ya tan cerca de destaparlo todo, la prensa
no podía notar ninguna fisura entre nosotros o la mujer de Michael no nos
invitaría a la próxima cena. Eso me llenó de rabia porque Jake no necesitaba
pareja para asistir a dichas cenas. Aunque ya me había percatado de que
Jake tenía tanto poder en esa ciudad que podía hacer, prácticamente, lo que
le viniera en gana.

Durante aquella semana quedé cada noche con Tom, exceptuando la del
jueves, día que, como venía siendo habitual cuando me encontraba sola,
Jake vino a verme.
Me había mandado wasaps cada día para saber si Tom vendría o no a mi
casa, y se había quejado encarecidamente cada vez que le contestaba de
manera afirmativa, como si mi pareja fuera él.
Acababa de meter una pizza en el horno cuando llamaron al timbre. Me
hubiera gustado cambiarme; ponerme un pantalón largo y de paso peinarme
un poco, pero abrí sin hacer nada de eso. Total, Jake ya me había visto con
mis mejores galas (ironía total).
Lo esperé en el umbral de la puerta y lo observé mientras avanzaba
hacia mí. Llevaba una botella de vino en la mano y parecía cansado.
—¿Un día duro? —pregunté.
—No lo sabes bien. No sé cuándo llegará el día en el que los niñatos a
los que represento dejen de meterse en líos.
—No llegará —afirmé.
—Vaya, muchas gracias.
—Es verdad; cuando por fin se reforman un poco, se retiran. Además,
no te quejes, que tú sabías muy bien dónde te metías y los dos tenemos muy
claro que te encanta.
—En eso llevas razón. Me encanta mi trabajo, pero odio tener que hacer
de niñera de un puñado de tíos hechos y derechos.
—Siempre la tengo. Y no intentes engañarme, que eso tampoco te
disgusta tanto, te encanta que dependan de ti y tener el control sobre ellos.
—Me había percatado en más de una ocasión de que a Jake le
entusiasmaban todas las partes de su trabajo.
—Lo que eres es una listilla —contestó dándome un pequeño toque con
el dedo en la nariz.
—Eso también —dije sonriendo y cerrando la puerta tras él.
Jake se agachó para acariciar a Aquiles. Era curioso, pero Tom jamás
hacía caso a mi mascota. Sin embargo, el frío y distante de Jake siempre se
tomaba unos segundos para saludar a mi perro y, cuando nos sentábamos a
ver una peli, este se acurrucaba a su lado, porque sabía que él lo acariciaría
casi hasta que acabara.
—Por cierto, ya era hora de que la lapa de Tom te dejara una noche libre
—alegó frunciendo el ceño.
—No empieces, Jake…
—Es la verdad, no te imaginas lo larguísima que se me ha hecho la
semana sin poder verte ni un solo día. —Creo que fue en ese preciso
instante cuando Jake se percató de lo que acababa de decir, quizá tuvo algo
que ver la manera en que lo miré—. Ver películas en soledad es un
aburrimiento —se excusó.
—Sí, lo sé —afirmé, y decidí cambiar de tema porque sus últimas
palabras me habían inquietado—. Anda, acompáñame a la cocina y pon la
mesa.
—Sí, señora —dijo mientras se cuadraba.
Nos sentamos a comer mientras comentábamos una de las escenas de la
última película que vimos juntos. Cuando el tema no dio para más, no
puede evitar soltar una pregunta que no venía a cuento y de la que me
arrepentí en cuanto salió de mi boca.
—¿Qué tal te fue con Barbie Malibú?
—¿Perdona? —A él le faltó poco para escupir el vino.
—Con tu acompañante de la fiesta del otro día.
Jake soltó una enorme carcajada en cuanto se percató de quién le
hablaba.
—Ay, Liz, lo que me río contigo —declaró en cuanto se le pasó.
Fenomenal, me había convertido en un puñetero bufón.
—No querrás que te explique los detalles de lo que hicimos esa noche,
¿verdad? —preguntó, socarrón.
—¡Claro que no! Solo te preguntaba para saber qué tal te iba la relación
con ella.
—¿Qué relación, Liz? Yo no quedo con mujeres más de dos veces. Así
que, como comprenderás, no tengo novias, ni parejas, ni relaciones... —Las
últimas palabras pareció escupirlas.
—Conmigo sí lo haces; quedar, quiero decir —afirmé, levantando la
cabeza y mirándolo a los ojos.
—Contigo es diferente. Básicamente porque no nos acostamos, ya que
tú has decidido hacerlo con otra persona.
Mi estómago se contrajo, no por lo que Jake había dicho, sino por lo que
insinuó. ¿Quería decir con eso que, si yo no estuviera con Tom, él querría
acostarse conmigo? ¡Joder! Es que yo no estaba saliendo con Tom, solo que
eso no podía decírselo a él.
—Lo que me lleva a preguntar, ¿qué tal te va con él?
Jake apoyó los codos en la mesa y se acercó a mí. Me intimidó tanto su
mirada que tuve que contenerme para no apartarme. Intenté ordenar mis
pensamientos, debía responder pareciendo convencida de lo que decía.
—Bien.
—¿Bien a secas? ¿Eso qué quiere decir?
—Que nos va bien; este fin de semana me marcho con él, a su pueblo, a
conocer a su familia.
—Vaya… ¿Así que vais en serio?
—Eso parece —mentí.
—Y dime, Liz, ¿ya te has acostado con él? Porque no pareces el tipo de
persona que salta de cama en cama.
—Ya estamos otra vez con el tipo de mujer que parezco, estoy tan
cansada de eso…
—No me malinterpretes. No estoy descalificando ninguna de las dos
cosas, yo mismo salto de cama en cama con asiduidad, así que no se me
ocurriría juzgarlo. Pero, corrígeme si me equivoco, tú no pareces de ese tipo
de personas.
—Eso no te importa. —Me sorprendió lo firmes que sonaron mis
palabras—. Y Tom es mi pareja, así que, en teoría, solo salto en su cama. —
Pero ¿por qué me liaba dando explicaciones?
—Tienes razón, perdona. —Se calló hasta que analizó mis palabras—.
¿Qué quieres decir con «en teoría»?
Me reprendí mentalmente por haber elegido esas palabras.
—Que no lo he hecho. —¡¿Qué?! Pero ¿por qué le contestaba?
—Ya me parecía a mí. La mayoría del tiempo estás tan tensa…
Esta vez sí fui capaz de callarme y no le respondí que era él quien me
hacía estar tensa.
—¿Esperas un momento especial o algo así? —preguntó alzando una
ceja y con una sonrisa de lo más enigmática.
—No, aunque supongo que este fin de semana en su casa… —Dios mío,
que alguien me tapara con un esparadrapo la boca, por favor.
—Estupendo —dijo mientras se ponía de pie.
—¿A dónde vas? —pregunté desconcertada.
—Voy a marcharme a mi casa.
—Pero si no hemos visto la película…
—Estoy cansado y prefiero dormir. Gracias por la cena, Liz.
Lo acompañé a la puerta en silencio. Parecía como si algo se hubiera
enrarecido entre nosotros, y no lograba comprender el qué.
—Nos vemos la próxima semana —susurró Jake acercándose a mí.
Pasó su mano por mi nuca en una sutil caricia que hizo que me
estremeciera. Con la otra me agarró por la cintura y me pegó a él. Cuando
sus labios casi habían llegado a mi mejilla se desvió y los posó justo debajo
de mi oreja. Fue bajando hasta mi clavícula, dejando un reguero de besos y
fuego a su paso. No pude controlarme y un suave jadeo salió de mi garganta
haciendo que Jake se apartara violentamente de mí. Me tambaleé cuando
me soltó, y al mirarlo a los ojos me percaté de que estaba tan sorprendido
como yo.
Se dio la vuelta sin decir nada. Al cerrar la puerta me dejé caer en ella
buscando apoyo. Las piernas me temblaban tanto que acabé sentada en el
suelo.
Intenté respirar con normalidad y reorganizar todo lo que pasaba por mi
cabeza. No lograba comprender qué le había pasado a Jake para hacer algo
así. Estaba claro que yo no le atraía.
Pasados unos minutos me levanté y decidí dejar de darle vueltas al
asunto. Lo más probable era que Jake hiciera eso con frecuencia y que yo le
estuviera dando una importancia de la que carecía. Así que me dirigí a mi
habitación y, como aún no era demasiado tarde, me puse a sacar algunas de
las cosas que metería en la maleta al día siguiente. Lo hice más que nada
por mantener la cabeza ocupada y dejar de pensar en Jake y en su boca
recorriendo mi cuello.
22. Celos
Jake

Esa mañana madrugué bastante y decidí correr unos kilómetros más de lo


habitual. Hacer ejercicio siempre me había ido bien para desestresarme.
Cuando llegué a mi casa fui directo a la ducha. Al salir de ella, como no
tenía mucho más que hacer, me vestí y me dirigí al trabajo. Sabía que era
demasiado temprano y que ni siquiera Emily estaría allí, pero tampoco era
la primera vez que llegaba el primero a mi puesto. Es más, podría asegurar
que en las últimas semanas lo hice con bastante frecuencia.
Me centré en un contrato especialmente complejo que aún descansaba
sobre mi mesa y que quería dejar resuelto ese mismo día. Tan absorto me
hallaba que ni siquiera oí llegar a Emily. Eso y la manía que tenía mi
secretaria de no llamar a la puerta.
—Buenos días, jefe. Deduzco, por tu hora de llegada, que no tienes un
buen día.
—¿Perdón? —pregunté alzando la cabeza de los papeles que cubrían mi
mesa.
—Siempre te refugias en el trabajo cuando algo en tu vida personal no
anda bien, que son demasiadas veces para mi gusto. Por no hablar de lo
incorrecto de esta costumbre.
—Muchas gracias, Emily; no sabía que también eras terapeuta —ladré.
—Pues parece que es peor de lo que pensaba. Toma, te he traído esto.
Me voy fuera, no quiero estar presente cuando explotes.
Emily dejó un vaso sobre mi mesa y salió, dejándome a solas con mi
mal humor. Miré el vaso y lo cogí, se trataba de un café doble con un
poquito de canela de mi cafetería favorita. Emily podía ser un poquito
entrometida, pero, sin duda, era la mejor secretaria el mundo.
Tres horas más tarde casi tenía listo el contrato y estaba contento con el
resultado. Me recosté en mi sillón y estiré el cuello, que se me había
quedado agarrotado.
Dejé que un pensamiento invadiera mi cabeza. Ese día no le había
mandado a Liz el wasap que le enviaba cada mañana y quizá con eso lo
único que estaba haciendo era darle demasiada importancia a algo que no la
tenía. Porque unos pocos besos en su cuello no era nada destacable,
¿verdad?
Cogí el móvil, tecleé el mensaje y se lo envié. Me sorprendí al darme
cuenta de lo que me había costado escribir cada una de las palabras que le
mandé. Aunque era mucho mejor así.
Desearle que lo pasara bien ese fin de semana y que se destensara con
Tom dejaba muy claro lo poco que significó para mí lo que pasó la noche
anterior. Entonces, ¿por qué no acababa de sentirme bien?
Además de que tampoco era para tanto; había besado a infinidad de
mujeres a lo largo de mi vida. Besos mucho más intensos y pasionales. Al
fin y al cabo, a Liz solo le di unos cuantos besitos en el cuello. Eso no tenía
nada de especial, y, sin embargo…, sentí más con esos besos de lo que lo
había hecho besando o, incluso, acostándome con otras mujeres. ¡Menuda
mierda!
Ya que había decidido sincerarme conmigo mismo, también diré que
llevaba evitando la imagen de Tom y de Liz juntos desde la noche anterior,
pero pensé que ya había llegado el momento de darle vueltas también a eso.
Ella y su pareja se acostarían ese fin de semana, y era lo más normal del
mundo. Que yo sintiera náuseas de imaginarme a Liz con él no quería decir
que no fuera lo habitual que hacían dos personas cuando salían juntas ni que
yo pudiera hacer nada para evitarlo. Si bien una cosa tenía clara: no pensaba
mover ni un dedo para impedirlo. Porque, si yo movía ficha, tendría que
aceptar muchas cosas que, desde luego, no estaba dispuesto a admitir.
Sacudí la cabeza y volví a desconectar y a centrarme en el trabajo hasta
que terminé y recogí todo lo que tenía esparcido por mi mesa, que no era
poco.
—Adiós, Emily, pasa un buen fin de semana —me despedí de mi
secretaria mientras salía.
—Igualmente, jefe, y a ver si el lunes venimos más animados —ironizó
mientras me guiñaba un ojo.
No pude evitar sonreír. Si hubiera sido cualquier otra persona, hasta
habría soltado un gruñido, pero con Emily era incapaz de hacerlo. Aunque
tampoco me hubiera servido de nada, ya que a mi secretaria no le imponía
lo más mínimo.
Al llegar a mi casa dejé que, una vez más, Liz invadiera mis
pensamientos y no me hizo ni puta gracia imaginarla de camino a casa de
Tom, dispuesta a pasar un fin de semana en el que no se separaría de él ni
siquiera para irse a la cama.
No había sentido celos de nadie, jamás. Envidia, muchísimas veces, ni
siquiera era capaz de contar cuántas: de mis compañeros de colegio cuando
sus padres iban a buscarlos, de la ropa que llevaban, de los que tenían
hermanos, a los que les pagaban los estudios… No obstante, celos nunca. Y,
aunque no me costó demasiado identificar ese sentimiento, seguía sin
gustarme que Liz despertara algo así en mí.
Por eso, cuando salí de la ducha llamé a Alice. Esta aceptó mi propuesta
encantada y se vino a cenar a mi casa.
La velada se me hizo larguísima y los temas de conversación se
acabaron rápido. Así que cuando rompimos el silencio besándonos me sentí
aliviado. Sin embargo, mientras estuve con ella en la cama, ese sentimiento
se desvaneció, porque por primera vez tuve sexo con una mujer pensando
en otra.
Durante toda mi vida había sido una persona con pocos escrúpulos, me
gustaba pensar que las circunstancias me habían abocado a comportarme de
esa manera. Aun así, eso no impidió que me pareciera asqueroso.
23. Lo estaba interpretando mal
Liz

La casa de Tom resultó ser una preciosa granja reformada, mucho más
bonita y grande que la original. El propio Tom me había contado que
cuando empezó a ganar dinero les propuso a sus padres compararles una
casa mejor, pero que estos se negaron, ya que la suya había pertenecido a su
familia desde hacía varias generaciones. Así que lo que hizo Tom fue
reformarla y ampliarla, y el resultado era maravilloso.
Antes de cenar, Tom y yo decidimos salir a dar una vuelta. Él decía que
en su pueblo, como lo conocían desde siempre, continuaban tratándolo
como a una persona normal y podía pasear sin que lo molestaran
demasiado.
El pueblo de Tom era bastante parecido al mío, o por lo menos a mí me
dio esa sensación mientras recorríamos sus calles. Aunque debo reconocer
que el mío era aún más pequeño.
Lo hacíamos de manera mecánica, pero cuando Tom y yo estábamos
cerca, nuestras manos se unían casi por inercia. Por eso no me costó notar el
momento exacto en el que él se tensaba. Me giré a mirarlo para preguntarle
qué le pasaba, pero tenía la vista clavada al frente, así que yo también
desvié la mía en esa dirección para encontrarme con una muchacha menuda
con unos rasgos tan anodinos que jamás hubieran llamado mi atención.
—Hola, Daisy —susurró Tom cuando estuvo frente a ella, y yo tuve que
cerrar la boca porque no podía creerme que esa chica fuera Daisy.
Entendedme, que yo no soy nada del otro mundo, pero cada vez que
Tom hablaba de ella lo hacía de una manera…, casi con reverencia y con
tanta admiración que yo me había formado una imagen que nada tenía que
ver con la realidad.
Mi amigo siempre se mostraba tan inseguro al nombrarla que la
imaginé… diferente. No quiero sonar superficial (y sé que lo haré), pero es
que Tom era un hombre muy muy atractivo y un famoso jugador de la
NBA, y al hablar de Daisy parecía inseguro y poca cosa. Aunque también
debía reconocer que él siempre se sintió inferior a ella por su inteligencia y
no por su aspecto físico. Me entraron ganas de golpearme a mí misma por
tener esa mierda de pensamientos. En lugar de hacer eso, me centré en
Daisy y le sonreí con cordialidad.
—Hola, Tom. ¿Qué tal? —preguntó ella mirando a Tom y sonrojándose
ligeramente.
—Bien, Daisy. ¿Y tú?
Madre mía, o esos dos espabilaban o lo tenían difícil, porque parecían
dos conocidos que se encontraban por la calle después de un tiempo, y yo
sabía por Tom que tenían un trato muy cercano entre ellos.
—También bien, he venido a comprar unas cosas y a airearme un poco
—respondió Daisy mirando a su alrededor como si quisiera escapar.
—Genial, me alegro mucho de verte.
De verdad, menuda conversación de besugos. Estaba convencida de que
les apetecía estar juntos porque ninguno de los dos se había movido del
sitio, a pesar de que las últimas frases sonaron a despedida. Sin embargo, ni
uno ni otro proponía nada. Apreté ligeramente la mano de Tom para que
reaccionara.
—Mira, Daisy, ella es Liz, mi… mi novia. —A nadie se nos pasó por
alto cómo Tom titubeó al decir quién era yo. No me extrañó, la situación era
bastante violenta.
—Encantada —saludé.
—Igualmente. Ya os había visto en la prensa. Parece que los periodistas
os adoran, porque estáis en todos sitios. —Y lo dijo con tanto retintín… que
no pude evitar sonreír para mis adentros.
Pensé con rapidez. Tom no vería a Daisy hasta que volviera al pueblo y,
aunque lo hacía con bastante asiduidad, esa era una buena oportunidad para
que pasaran un rato juntos.
—Tom, voy a ir un momento a comprar unas cosas que necesito, ¿por
qué no invitas a Daisy a un café? Yo tardaré un rato y si vienes conmigo
tendré que oírte protestar todo el tiempo —manifesté mientras me separaba
de él.
—Qué raro. Tom siempre ha sido muy paciente —alegó Daisy
defendiéndolo, y yo sonreí abiertamente.
—Sí, tienes razón, pero voy mucho más tranquila yo sola —rebatí
dándome la vuelta y continuando con mi mentira, porque las veces que Tom
me había acompañado a comprarme un vestido tuvo mucho más aguante él
que yo.
Me marché de allí antes de que ninguno de los dos volviera a abrir la
boca. Caminé en dirección a una tienda, pero en cuanto los vi entrar en una
cafetería me desvié y anduve un rato por los alrededores hasta que encontré
un pequeño parque con césped y un precioso árbol. Decidí sentarme un rato
allí.
Saqué el móvil y volví a leer el último mensaje que Jake me había
escrito. Suspiré. No sé qué leches esperaba, ya sabía que para él unos pocos
besos, en una parte del cuerpo tan intrascendente como el cuello, no
representarían nada. Pero es que el mensaje tenía tela…
Decidí contestarle, puesto que no lo había hecho hasta el momento y
estaba tremendamente aburrida.
Yo: Hola, Jake. ¿Sabes qué?, continúo estando tensa…
Jamás le habría enviado un mensaje así a nadie que no hubiera sido
Jake. Con él era diferente, no me sentía cohibida; es decir, al principio Jake
me intimidaba, sin embargo, había dejado de hacerlo y lo que me sorprendía
era que no me daba vergüenza hablar de según qué temas con él, como
normalmente me pasaba con el resto de los hombres. Tal vez se trataba de
que sabía que Jake no sentía por mí la más mínima atracción y me veía libre
de decir y de hacer lo que me viniera en gana.
Tardó unos instantes en contestar.
Jake: No entiendo en qué demonios está pensando Tom. Yo no te dejaría
ni deshacer la maleta, te encerraría en mi habitación nada más llegar y no te
habría dejado salir de ella en todo el fin de semana.
Se me cayó el móvil de las manos. Cuando lo recogí volví a leer el
mensaje. Quizá Jake me había escrito, de manera mecánica, lo que les ponía
a todas. No pensaba dejar que eso me alterara. Respiré hondo e intenté
serenarme.
Yo: Pues ahora mismo está tomando café con otra.
De eso sí me arrepentí, porque Tom y yo debíamos dar la imagen de
pareja estable y no dejar que nadie, ni siquiera Jake, sospechara de nuestra
coartada.
Jake: Menudo idiota. No tenías que haberte ido. Podríamos haber visto
esa película que tanto te apetecía… y continuar donde lo dejamos el último
día.
No, no podía estar hablando de los besos en el cuello, seguro que lo
estaba interpretando mal. Jake no decía esas cosas y mucho menos sentía
ese tipo de interés hacia mí.
Levanté la cabeza y vi a Tom mirando para todos lados. Seguramente
me estaba buscando, así que me puse en pie y me despedí de Jake.
Yo: Jake, tengo que dejarte. Hablamos.
Jake: Ok.
Me dirigí hacia Tom a paso ligero. Sentía curiosidad por saber qué había
pasado con Daisy. Aunque solo tuve que llegar hasta donde él estaba y
contemplar la enorme sonrisa que lucía para saber que había ido bien.
—¿Qué tal? —pregunté igualmente.
—¿Sabes? Creo que tienes razón, me parece que Daisy está celosa.
—Eso está clarísimo. Solo hay que percibir el tono con el que habla
cuando se refiere a nosotros.
—Sí, me he dado cuenta. Lo malo es que yo también lo estoy. —Y lo
dijo con tal cara de pena que no pude evitar sonreír.
—¿De veras? Pues sí que ha dado de sí un café. Anda, cuéntamelo todo
mientras volvemos a tu casa.
24. Físico y mente
Daisy

Tierra, trágame. De todos los sitios donde podía salir a pasear, decido
hacerlo donde están ellos. No se trataba de que mi pueblo fuera enorme,
pero ya era casualidad…
Llevaba semanas durmiendo poco y mal. Ver la imagen de Tom con ella
por todos lados estaba minando mi salud mental. Y por si eso no fuera
suficiente, voy y me los encuentro como la parejita feliz, agarraditos de la
mano y sonriéndose como si no existiera nadie más que ellos dos. A ver
cómo conseguía borrar esa imagen de mi cabeza.
Tom y yo nos conocíamos desde siempre y llevaba enamorada de él
tantos años que ya ni me acordaba de cómo ni de cuándo sucedió. En la
parte romántica de mi cerebro (esa que no funcionaba demasiado bien),
siempre imaginé que acabaríamos juntos. Sin embargo, cuando Tom se
marchó a jugar en la NBA empecé a darme cuenta de que eso no sería
posible.
No era precisamente tonta y sabía todo lo que rodeaba a un famoso.
Pensé que rápidamente empezarían a relacionarlo con modelos o actrices
tan conocidas como él, pero hasta ese momento Tom se mostró muy
discreto con su vida privada y no salió ni una foto de él con nadie. Aunque,
por mucho que a mí me tranquilizara, eso no quería decir que no mantuviera
relaciones con diferentes mujeres.
Me sentía como una completa ingenua porque siempre tuve la sensación
de que Tom estaba, de alguna manera, interesado en mí. Venía al pueblo con
bastante asiduidad y siempre quedábamos para vernos y nos llamábamos a
menudo. Sin embargo, él jamás me insinuó nada y en esos momentos tenía
una novia que era una muñequita rubia, muy parecida al prototipo de mujer
con la que se relacionaba a todos los jugadores, porque, desde luego, no
había visto a ninguno salir con alguien como yo.
Nunca me preocupó mi aspecto físico, era una mujer práctica que
intentaba ir cómoda y a la que le inquietaba más formarse intelectualmente
que ir a la última moda. Hubo un tiempo en el que pensé que a Tom
también le gustaba esa parte de mí, pero estaba claro que me equivoqué,
porque había elegido a la rubia guapa.
Me paré frente a ellos y no despegué los ojos de Tom. Siempre había
sido muy atractivo, pero lo que a mí más me gustaba de él era lo empático
que se mostraba. Más de una vez, cuando íbamos al colegio, me defendió de
los matones de turno, porque yo parecía la típica empollona y él era el chico
popular, si bien nunca se lo creyó, jamás se le subió a la cabeza. Me
atrevería a asegurar que incluso en esos momentos, siendo como era una
estrella de la NBA, continuaba manteniendo los pies en el suelo.
Tom, además de todo eso, también era una de las personas más íntegras
y buenas que conocía.
En fin…, que podéis haceros una idea de lo jodida que me encontraba
cuando no me quedó más remedio que pararme ante ellos. Porque ese día el
karma no estaba de mi parte y tuve que encontrármelos de frente, sin tener
opción a huir hacia ningún sitio sin ser vista.
Aparté un instante la mirada de Tom para posarla en su pareja, me fijé
detenidamente en ella. Era verdad que no se trataba, como me había
parecido a simple vista, de la típica modelo que solía acompañar a los
jugadores. No era tan alta ni delgada —en realidad era más bien bajita—,
pero tenía una cara preciosa; una mezcla de ingenuidad y picardía. Podía
entender muy bien lo que Tom había visto en ella.
Después de intercambiar unas cuantas frases de cortesía, pensaba irme
de allí lo más rápido posible, pero me resultó imposible porque Liz me dejó
a solas con él. Me sorprendió que se marchara así, debía de estar muy
segura de sí misma para dejar a su novio, tomando café, con otra mujer.
Eso, o que yo no suponía la más mínima amenaza para ella, que sería lo
más probable.
—¿Qué tal estás, Daisy?
Tom fue el primero en romper el silencio. Lo hizo justo cuando llegaron
nuestros cafés. Nunca me había sentido incómoda con él. La ausencia de
palabras la cubríamos con miradas y gestos de dos personas que se conocen
bien y que se entienden mejor.
—Bien, Tom, pero claramente tú lo estás más —manifesté, quizá
demasiado seca.
—Supongo que no puedo quejarme —respondió él alzando los hombros,
pero sin mirarme a la cara.
—No, no puedes. Liz parece agradable y, además, es muy guapa.
Siempre te imaginé con alguien así.
—¿Así cómo? —indagó.
—Liz es bonita sin resultar despampanante —aclaré.
—¿Me estás diciendo que no me pega salir con modelos?
—No es eso exactamente, no voy a subir más aún tu ego diciéndote lo
guapo que eres…; sin embargo, no te imagino saliendo con una modelo, no
sé por qué.
—¿Así que soy guapo? —La sonrisa que acompañó a esa pregunta casi
me deja sin palabras, pero reaccioné rápido, antes de que Tom notara nada.
—No te hagas el tonto conmigo, que nos conocemos desde hace
demasiado. Tú sabes que eres guapo de la misma manera que yo tengo claro
que soy inteligente. —Algo en el semblante de Tom se ensombreció ante
esa aclaración.
—Sí, supongo que sí. —Su voz sonó demasiado abatida para mi gusto,
así que continué hablando.
—¿Ya se la has presentado a tus padres? —Quise sonar indiferente,
aunque tuve claro que no lo conseguí.
—Hemos pasado un momento por allí para dejar las maletas.
—Tu madre tenía muchas ganas de que tuvieras pareja, así que estará
contenta.
—En realidad, mi madre lo que quería era que tú fueras mi pareja. —
Supuse que no lo había dicho con esa intención, pero me dolió. Aquel
comentario me hizo daño porque era algo que no iba a suceder, Tom había
ido allí con su novia y yo debía empezar a sacármelo de la cabeza y del
corazón.
—Está claro que no se puede tener todo en la vida —dije pensando en él
y en mí.
—Hay algunas cosas que no son tan difíciles, por mucho que nos
empeñemos en ello. —Tom clavó su mirada en mí y yo la bajé para darle un
trago a mi café, que ya estaba frío.
No entendí a qué se refería, pero quería irme ya. Liz lo estaría esperando
y yo tenía ganas de estar sola.
—Tengo que marcharme, Tom. He quedado con un compañero de
trabajo —me excusé.
—¿Qué compañero? —preguntó alzando la vista de su taza de café.
—No lo conoces, lo han fichado de otro pueblo. El tío es un genio —
aseguré con admiración.
—Pues como tú —me halagó—. Entonces, te llevarás de maravilla con
él.
—Sí —mentí, porque la mayoría de mis compañeros de profesión me
parecían pedantes y presuntuosos.
Me levanté cogiendo mi bolso y me acerqué a Tom para despedirme.
—Hablamos esta semana —anunció, aunque me sonó, casi, como una
orden.
Hablar con tanta asiduidad no me parecía buena idea, él tenía novia y lo
único que conseguía con eso era hacerme más daño. Por ese motivo cuando
me enteré de la noticia dejé de responder a sus llamadas, si bien con los días
acabé por cogerle el teléfono, me negaba a alejarme tanto de él.
—De acuerdo —asentí.
Tom me dio dos besos demasiado cerca de la comisura de los labios y yo
no pude dejar de sonreír en mucho rato.
25. Las ganas
Liz

La noche del sábado decidimos ir a cenar fuera. No nos habíamos topado


con ningún reportero en el pueblo, aunque lo hacíamos más por salir y
despejarnos que por otra cosa.
La familia de Tom era encantadora; su madre fue muy atenta conmigo y
su padre se interesaba muy educadamente por la vida que llevábamos en la
Gran Manzana. Pero como no veían a su hijo con mucha asiduidad se
mostraban algo absorbentes. De alguna manera, me recordaron a los míos.
En esos momentos, Tom estaba ayudando a su padre a hacer algo en el
jardín y yo subí a mi habitación para cambiarme de ropa. Sí, he dicho «mi
habitación» porque los padres de Tom eran bastante tradicionales y nos
habían asignado dormitorios separados, lo que supuso un enorme alivio
para nosotros.
Tenía tiempo de sobra porque aún quedaban más de dos horas para que
saliéramos, así que le mandé un wasap a Jake.
Yo: ¿Qué tal estás?
No tardó nada en responder.
Jake: No logro comprender que te vayas de fin de semana romántico,
con tu novio, y tengas esta necesidad de hablar conmigo.
Apreté el móvil con fuerza, las palabras me sentaron como si me
hubieran golpeado. No imaginé que a Jake le pareciera mal que le enviara
mensajes. Me sentí tan cortada que tardé un rato en contestarle.
Yo: Perdona por haberte molestado, Jake. Tienes razón en que estoy
siendo muy pesada.
Me desconecté y dejé el móvil encima de la mesita de noche. ¿Qué me
pasaba con Jake? ¿Por qué tenía la necesidad de hablar con él? Por una
parte, me sentía cómoda y casi liberada pudiendo comentar con él cualquier
cosa, y, por otra, no podía obviar la atracción que sentía. No recordaba
haberme sentido así por ningún otro hombre. Me parecía mentira porque,
cuando lo conocí, lo único que despertaba en mí era temor. Tampoco
resultaba tan extraño sentirse atraída por alguien como él, estaba segura de
que a un buen número de mujeres les pasaría lo mismo que a mí.
El pitido del móvil me sacó de mis cavilaciones.
Jake: No me molestas, simplemente es que no lo entiendo. Pero me
alegra saber de ti.
Y eso era lo más cerca que estaría Jake de decirme algo bonito.
Yo: Tom está ayudando a su padre en el jardín, yo he subido a mi
habitación y, como aún queda bastante para que vayamos a cenar y voy bien
de tiempo…
Jake: Como te aburrías, has decidido escribirme a mí.
Esa conversación con Jake estaba siendo un zasca tras otro. Lo mejor
sería despedirme de él, porque parecía no estar de humor. Se me adelantó.
Jake: Lo siento, Liz. No tengo un buen día. Por cierto, ¿ya te has
destensado?
Mi cuerpo se puso rígido de golpe y la imagen de Jake besando mi
cuello volvió a mí con más fuerza que nunca.
No sabía qué contestarle porque la conversación, hasta el momento,
estaba siendo algo extraña, pero finalmente decidí contarle la verdad.
Yo: No vas a creértelo, pero los padres de Tom han resultado ser
bastante chapados a la antigua y nos han asignado habitaciones separadas.
Jake puso un montón de emojis de caras riendo. Muchas.
Jake: Esa gente me cae bien.
Yo: Ja, ja, ja.
Jake: Si cuando vuelvas sigues estando «tensa», yo podría ayudarte con
eso.
¡Joder! ¿Lo había entendido bien? ¿Qué estaba insinuando?
Jake: Lo siento, Liz, a veces se me olvida que tienes pareja.
Aquello era para hacerse el harakiri. Porque en menudo momento de
mierda tenía que hacerme pasar por pareja de Tom. Menos oportuno,
imposible.
«Vamos, Liz, no seas absurda», pensé. Jake debía decirle esas cosas a
todas las tías con las que se cruzaba.
Yo: No te preocupes, Jake, debe de salirte de manera innata.
Jake: ¿El qué?
Yo: Coquetear.
Jake: Liz, yo nunca coqueteo, jamás. No me hace falta.
Menos mal que me senté al empezar a hablar con él; de no haberlo
hecho, estaba casi segura de que las piernas me habrían fallado.
Jake: ¿Cuándo vuelves?
Agradecí enormemente el cambio de tema.
Yo: El domingo.
Jake: ¿Se quedará Tom a dormir en tu casa?
Yo: No lo sé, creo que no, porque el lunes tiene que madrugar y prefiere
dormir en la suya.
Menuda sarta de mentiras. Tom jamás se quedaba a dormir en mi casa,
siempre descansaba un rato en el sofá y se iba de madrugada.
Jake: Pues cenamos juntos. No te preocupes, que me pasaré por el
italiano que te gusta tanto y llevaré la comida, el vino y las ganas…
¿Las ganas? ¿Las ganas de qué? Ay, Dios mío.
26. No me importaría acostarme con él
Liz

Esa noche, cuando salí a cenar con Tom, estuve totalmente dispersa, y eso
que fuimos a un local precioso que había en un pueblo cercano. Se trataba
de una granja rehabilitada —algo bastante común, por lo que había podido
ver—, pero lo habían hecho con tanto gusto que el resultado era
espectacular.
En cuanto nos sirvieron el vino le di un trago enorme a mi copa.
—Vaya, ¿no tienes un buen día? —Y lo dijo con una preocupación tan
sincera que me enterneció—. Ya sé que mis padres pueden resultar algo
absorbentes, pero no los visito todo lo que quisiera. Aunque, si te has
sentido incomoda con algo, solo tienes que…
—No, no, Tom. Tus padres son encantadores, no se trata de eso.
—Entonces, ¿qué es lo que te hace sentir mal?
—En realidad, no me siento mal.
Volví a darle otro trago a mi copa y seguidamente le expliqué todo lo
que Jake me había dicho esa misma tarde.
—Es muy extraño su comportamiento. Jake no es precisamente de los
que coquetean. Ni le hace falta ni quiere nada tan serio como para tener, ni
siquiera, que tontear. Es tan insensible que no le pega nada.
Me piqué ante sus palabras, así que intenté calmarme un poco antes de
contestarle en un tono que no fuera el apropiado, ya que lo único que Tom
estaba haciendo era preocuparse por mí.
—No es tan frío como parece —lo defendí.
—Vamos, Liz… En mi mundo es un mito, no hay representante que se
le asemeje. ¡Pero si lo llaman el Depredador! Hay jugadores que cuando
hablan de él tiemblan, y te hablo de tíos grandes como torres.
—A mí no me da el menor miedo —respondí con presunción.
—Le has perdido el miedo, y te aseguro que no es bueno, porque lo que
está haciendo Jake contigo es lo que hace un león con un ratón antes de
comérselo. Además, reconocerás que al principio te daba pavor.
—Sí, pero dejó de dármelo en cuanto lo conocí mejor. —Sabía que me
estaba poniendo a la defensiva, pero es que cada vez me gustaban menos las
palabras de Tom. Eso sin contar que lo que hacía un león con un ratón antes
de comérselo era jugar con él, y no podía dejar de imaginarme a Jake
haciendo algo así antes de comerme. Carraspeé para intentar serenarme. Me
daba la sensación de que me había pasado con el vino, me lo había tomado
demasiado rápido.
—Ya, y es precisamente eso lo que no me gusta nada —soltó Tom con
seriedad.
—¿El qué? —Se me fue el hilo de la conversación en cuanto pensé en
Jake.
—Que le hayas perdido el miedo. Y que te muestres así con él. La
verdad es que lo que no me hace ni puñetera gracia es que Jake vaya detrás
de ti —confesó.
—¿Por qué? —pregunté un poco desconcertada.
—Primero, porque debemos hacer creer que somos pareja y no nos
ayuda que él entre y salga de tu casa. Y segundo, porque, y no quiero que te
ofendas, Jake es el típico tío que podría dejarte destrozada.
—No voy a enamorarme de Jake, no soy tan estúpida, pero…
—Pero ¿qué?
—No me importaría acostarme con él —susurré muy muy bajito.
—¿Tú te estás oyendo? Liz, él no te conviene, no es el tipo de hombre
con el que tú estás acostumbrada a salir…
—¿Y qué sabrás tú cómo son los hombres con los que salgo? —En ese
punto ya estaba mosqueada.
—Sé que no se parecen en nada a Jake. —Ahí tuve que callar porque lo
había clavado, aunque me negaba a pensar que yo estaba predestinada a
mantener relaciones solo con un tipo de hombre, además de que nadie
estaba hablando de mantener una relación con él.
—En realidad, no he dicho en ningún momento que quiera salir con
Jake, solo he asegurado que quería acostarme con él. —Verbalicé mis
pensamientos porque me estaba dando rabia que Tom diera por sentado que
yo era tan ingenua como para creer que Jake querría salir conmigo.
—Es que tampoco veo clara esa parte —alegó Tom tocándose el pelo
con incomodidad.
—La cuestión aquí es que me da exactamente igual lo que tú creas. Es
mi vida y no te incumbe.
—Tienes razón. —Tom bajó la voz y a mí me supo mal haberle hablado
así.
—Yo te he apoyado desde el principio con Daisy… —murmuré.
—Sabes que no es lo mismo, Liz. Me gustaría estar equivocado, pero
esto no va a salir bien, lo veo venir. Si fuera cualquier otro tío, pero es que
Jake…
—Tom, soy lo bastante mayorcita como para saber lo que hago —zanjé.
—Si tú lo dices…
¿Lo era? ¿Sabía lo que hacía y dónde me estaba metiendo? Y otro
asunto al que no paraba de darle vueltas era a que quizá Jake no hablara en
serio, tal vez solo estaba bromeando conmigo y yo había dado por supuesto
cosas que no iban a pasar.
27. Es Tom
Liz

Tenía unas ganas inmensas de ver a Aquiles. Había dejado a una vecina
encargada de sacarlo a pasear, despacito y con mucho cuidado, porque,
aunque ya casi estaba curado, aún cojeaba un poco. En un principio pensé
en llevármelo a casa de Tom, pero no sabía si a sus padres les iba a hacer
mucha gracia, así que decidí que para él también sería mejor ahorrarle el
viaje, dejarlo descansar en casa y que terminara de recuperarse.
Sin embargo, y a pesar de querer ver a mi mascota cuanto antes, el
camino de vuelta se hizo mucho más corto de lo que me hubiera gustado,
suponía que porque sentía tanto pánico de llegar y cenar con Jake que el
tiempo voló.

Daisy se había pasado esa mañana por la casa de Tom para llevar no sé qué.
A mí me sonó a excusa para verlo y despedirse de él. ¡Vaya dos! Estaba
convencida de que estaban locos el uno por el otro. Tenía la esperanza de
que, cuando Tom y yo dejáramos atrás nuestra farsa, se declararían de una
vez. Pero tampoco pondría la mano en el fuego, porque ¿cuántos años
llevaban así y no habían dado el paso ninguno de los dos?
Cuando Tom paró el coche en la puerta de mi casa me agarré a la
maneta con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos.
—Liz, si no quieres quedar con él, díselo —sugirió Tom con dulzura y
firmeza.
—Pero es que sí quiero. Creo. —Dudé en el último momento no porque
no quisiera verlo, sino porque estaba tan inquieta que los nervios me
jugaron una mala pasada y expresé mal lo que sentía.
—No tienes que hacer nada que no quieras. Llámalo y dile que no
puedes quedar, puedes venirte a mi casa a dormir —comentó Tom
agarrando mi mano.
Sabía que su propuesta simplemente era para ayudarme y darme otra
opción si no deseaba quedar con Jake. Pero es que yo me moría de ganas de
verlo, aunque estuviera muerta de miedo.
—No, voy a ir. Quiero ir. —Rectifiqué para que no pensara que lo hacía
por obligación y le quedara claro que lo deseaba de verdad.
—De acuerdo, pero si me necesitas, llámame.
—Gracias, Tom.
—Te lo digo en serio; si en algún momento te agobias o decides que
quieres venir a mi casa, solo tienes que llamarme.
—Lo sé.
Me acerqué y lo besé en la mejilla para poco después salir de allí y subir
a toda prisa a mi casa. Quería vaciar la maleta y ducharme antes de que Jake
llegara.
Justo me estaba peinando cuando sonó el timbre, haciendo que el cepillo
se me escurriera de las manos. Estaba mucho más nerviosa de lo que le
había dado a entender a Tom y tampoco entendía bien el motivo; Jake y yo
habíamos cenado a solas un montón de veces, ¿por qué iba a ser esta
diferente? «Por el mensaje de las ganas», me respondí a mí misma mientras
me dirigía hacia la puerta.
Al abrirla, Jake pasó saludándome con un escueto «hola». Pensé en lo
idiota que había sido al imaginar que él podía sentir algún tipo de atracción
por mí.
Entré en el salón mientras él dejaba encima de la mesa todas las bolsas y
la caja que traía. Mi perro había levantado las orejas en cuanto lo oyó entrar.
—Hola, chucho. Te veo mucho mejor —dijo mirando a Aquiles, que
movía la cola como un loco. Después se volvió hacia mí—. Prefería dejar
todo esto primero —susurró con voz ronca.
Se acercó a mí y me cogió exactamente igual que lo hizo la última vez.
Al poner sus labios en mi cuello cerré los ojos. Esta vez fue más abajo de
mi clavícula, llegando casi a mi escote. Cuando estaba muy cerca, volvió a
subir y se apartó poco a poco.
—Vamos a comer primero —murmuró.
Yo mantuve la boca cerrada, más que nada porque era incapaz de soltar
palabra. Me recompuse como buenamente pude y, mientras yo sacaba las
copas, Jake cortó la pizza. Aunque dudaba mucho que fuera capaz de ingerir
nada. Tenía los nervios a flor de piel.
—¿Qué tal te ha ido el día? —pregunté, porque el silencio estaba
resultando incómodo.
—Bien, sin nada destacado que contar. He aprovechado para trabajar un
poco.
—Si hoy es domingo...
—Ya, pero se me había atrasado una cosa que prefería solventar.
Además de que mantenerme ocupado trabajando me ayuda a no pensar en
otras cosas. —No supe a qué cosas se refería y tampoco pregunté—. No
pienso preguntarte a ti qué tal te ha ido el fin de semana porque no quiero
saber nada de lo que has hecho con él, así que mejor hablamos de otra cosa.
Me quedé cortada ante su contestación y no se me ocurrió nada más que
decir.
La cena fue rara, nada que ver con las otras veces que habíamos comido
juntos. Era como si los dos estuviéramos deseando acabar cuanto antes. Por
mi parte, puedo asegurar que era una verdad como un templo.
Jake fue el primero en levantarse. Se acercó a mí y cogió mi mano con
suavidad, entrelazando mis dedos con los suyos. Parecía una tontería, pero
me dio la sensación de que encajaban a la perfección.
—Ven —me pidió, sentándose en el sofá y colocándome encima de él a
horcajadas.
Me acerqué con mil dudas. Todas se disiparon en cuanto nuestros labios
se juntaron. Con Jake era como si mi cuerpo tuviera un lenguaje propio.
Él metió la mano por debajo de mi camiseta y la subió por mi cintura, en
una delicada caricia, hasta llegar al sujetador. Lo desabrochó, lo apartó y
pellizcó mi pezón con suavidad. Jadeé y Jake soltó un gruñido en respuesta.
El beso se fue convirtiendo en algo rudo y salvaje, como si quisiéramos
meternos el uno en la boca del otro, como si deseáramos comernos.
Jake me quitó la camiseta, yo bajé las manos hasta su pantalón y cuando
estaba a punto de desabrocharlo sonó el timbre. Me aparté de él como en
trance. ¿Quién demonios llamaba a esas horas?
Me levanté como una autómata y me dirigí al telefonillo. Volví en el
mismo estado catatónico.
—Es Tom —informé.
—¿Qué? ¡Mierda!
28. No es asunto tuyo
Liz

Jake se levantó de un salto del sofá y se colocó la camisa por dentro del
pantalón, se peinó con los dedos y a mí me dieron ganas de reír y de llorar a
la vez. Una cosa tenía clara: iba a matar a mi amigo.
—Liz, ven —susurró Jake acercándome a él y con sus ojos devorando
mi cuerpo.
Yo continuaba un poco embobada, no entendía qué leches hacía Tom
allí.
Jake me dio la vuelta y yo me dejé hacer sin entender nada, pronto me
percaté de que lo que pretendía era abrocharme el sujetador. Una vez que lo
consiguió —le costó un poco y maldijo un par de veces— volvió a darme la
vuelta para ponerme la camiseta que acababa de quitarme.
Estaba creciendo un enfado tan grande dentro de mí que era incapaz de
moverme. Eso y que me daba exactamente igual lo que pensara Tom; claro
que eso Jake no lo sabía.
Llamaron al timbre justo cuando los dos estábamos más o menos
decentes, y digo «más o menos» porque tenía claro que yo debía de estar
ruborizada al máximo.
—Estás bien. Ve a abrir —me ordenó Jake, y yo puse rumbo a la puerta.
Cuando la abrí, lo primero que hice fue mirar a Tom con enfado. Este
pareció no percatarse de nada, porque se plantó frente a mí con una enorme
sonrisa en la cara y, por si toda esa situación no fuera suficiente, me besó en
los labios, haciendo que un extraño sonido saliera de la boca de Jake.
—Hola, ¿ya habéis terminado de cenar? —preguntó mientras se
acomodaba en el sofá.
—Sí —contesté apretando tanto los dientes que creí que me los
rompería.
—Estupendo, porque te echaba de menos y quería pasar la noche
contigo.
¡Ostras! Ya no solo quería matar a Tom, sino que, en esos momentos, me
apetecía hacerlo con mis propias manos.
—Yo mejor me voy. —Aunque Jake intentó sonar indiferente, su voz
resultó tan tirante… A continuación cogió su chaqueta, que estaba colgada
en el respaldo de una silla, y se giró hasta clavar sus ojos en los míos—.
Nos vemos, Liz.
—Sí, mañana te llamo.
Me entraron ganas de ir hasta donde él estaba y abrazarlo. Era la primera
vez que veía vulnerabilidad en su expresión, me enterneció y apenó a partes
iguales. Pero, antes de que pudiera moverme, se había marchado. En cuanto
la puerta se cerró, me giré hacia Tom con tanta brusquedad que me hice
daño en el cuello.
—Pero ¿tú eres tonto o qué te pasa? —Pese a que no lo dije gritando, mi
tono de voz dejaba claro lo enfadada que estaba.
—Lo siento, Liz, es que no me parece buena idea que te acuestes con él.
Te va a hacer daño, y no quiero.
—¡Me importa una mierda lo que tú quieras! —entonces sí grité y ni
siquiera titubeé a la hora de soltar tacos, eso dejaba claro mi cabreo—.
Llevo toda la puñetera vida aguantando que otros tomen decisiones por mí,
que me protejan, que me cuiden… ¡Estoy harta! No soy una niña indefensa,
puedo cuidar de mí misma y también tengo derecho a tomar mis propias
decisiones, aunque me equivoque. ¿Te imaginas cómo te hubieras sentido si
te hiciera yo esto con Daisy?
—No es lo mismo, Daisy no es Jake.
—Lo sé, pero eso no es asunto tuyo. ¡Joder!
—Tienes razón, pero…
—No quiero oír ni un «pero». Nada, no quiero que digas nada. No te
haces una idea de lo mosqueada que estoy.
—Lo siento —murmuró bajando la cabeza.
—No me sirve. Me voy a la cama.
Salí del salón con paso firme, dejándolo sentado en el sofá y sin
importarme lo más mínimo lo que hiciera a continuación. Al llegar a mi
habitación lo primero que hice fue enviarle un mensaje a Jake.
Yo: Lo siento.
No se me ocurría otra cosa que poner.
Jake: No hay nada que sentir. Tom es tu pareja, no yo.
Preferí dejar esa conversación para cuando estuviéramos más tranquilos
y hacerlo cara a cara. Le deseé buenas noches, pero Jake no contestó.
Me llevó unas cuantas horas lograr conciliar el sueño.
29. Desnudar mi alma a besos
Jake

Había pasado un fin de semana de mierda. Después de acostarme con Alice


la cosa no hizo más que empeorar. Porque, aunque en un principio pensé
que con eso conseguiría sacar a Liz de mi cabeza, para lo único que sirvió
fue para que se metiera aún más en ella.
Alice se marchó esa misma noche, ya sabía que yo no dormía con nadie
y a ella tampoco le gustaba hacerlo. En cuanto cerró la puerta me vi
esperando con ansia los mensajes de Liz para después ponerme de mala
leche cuando llegaban. No estaba acostumbrado a ser el segundo plato de
nadie, y si en alguna otra ocasión lo fui, me importó una mierda.
No obstante, con ella era diferente. Intenté mantenerme ocupado,
trabajando, los dos días, pero por primera vez en mi vida no puede apartar
un pensamiento de mi cabeza y dedicarme a otra cosa. Pensaba en Liz a
todas horas, eso solo conseguía cabrearme, y mucho más cuando la
imaginaba con él. Aunque lo peor era que, si durante el día no tenía
suficiente, ella también se colaba en mis sueños por las noches.

Nada más salir a la calle dejé escapar el aire que llevaba rato conteniendo.
Me pasé las manos por el pelo en un intento de tranquilizarme. No sirvió de
nada.
No sé qué esperaba, Liz era una mujer increíble que no iba a elegirme a
mí teniendo a alguien como Tom. Ella merecía algo mucho mejor que yo. Y
lo más triste de todo: no quería que me eligiera. No podía darle lo que ella
buscaba, como mucho tendríamos sexo, a todas horas si ella quería, pero
después de eso estaba seguro de que acabaría alejándome de Liz. Yo era
incapaz de amar. Hacía años que no tenía ese tipo de sentimiento hacia
nadie. Para ser exactos, desde que me hice adulto y dejé de enamorarme de
todas las mujeres de mi alrededor.
Que sintiera celos cada vez que veía a Tom con ella no quería decir
nada. Liz se había convertido en alguien especial para mí. No solo porque
deseara llevármela a la cama y no dejarla salir en una semana, como poco,
sino porque era lo más parecido a una amiga que había tenido nunca.
No podía seguir así, yo no me comportaba jamás de esa manera. Debía
poner distancia entre Liz y yo, y volver a salir con otras mujeres hasta
conseguir sacarla de mi cabeza.
Justo en ese instante sonó mi móvil; supe que era ella antes de mirarlo y,
como si me hubieran echado un jarro de agua fría por encima, me percaté
de que, por mucho que intentara convencerme a mí mismo si Liz insistía, yo
no podría aguantar demasiado sin contestar y acudiría donde ella me dijera
sin dudarlo ni un minuto.
Estaba jodido.

Durante la semana siguiente hice más ejercicio de lo que estaba


acostumbrado, me venía bien para eliminar estrés y porque de esa manera
llegaba a la noche tan cansado que no era capaz de pensar en nada. De
pensar en ella.
Liz me había mandado algún mensaje esos días, pero yo decidí
mantenerme lo más distante posible. Por extraño que pareciera, ya que me
había comportado así la mayor parte de mi vida me estaba costando y
agradecí que no me llamara y no nos viéramos, porque eso hubiera acabado
con todos mis buenos propósitos.
Sabía, por mi trabajo, que Tom viajaba ese fin de semana con el equipo;
lo que desconocía era si Liz lo acompañaría o se quedaría en casa. Sola.
Salí de dudas dos horas más tarde, cuando recibí un mensaje suyo.
Liz: ¿Cenamos juntos el viernes? Tenemos que hablar.
Ahí estaba lo que había intentado evitar todos esos días. Y, tal y como
sabía que sucedería, respondí que sí.
Ella abría la boca y yo acudía, ¿en quién demonios me estaba
convirtiendo?

Cuando llegué a la puerta de su casa estaba más nervioso de lo que hubiera


reconocido jamás. Sin embargo, en cuanto ella abrió, no pude hacer otra
cosa que besarla. Y hacerlo como si me fuera la vida en ello.

Me desperté en mitad de la noche. Me costó un poco situarme, yo nunca me


quedaba a dormir en casa de nadie y jamás me permitía bajar la guardia de
esa forma.
Girarme a mirar a Liz fue como recibir un puñetazo en mitad del
estómago. ¿Qué diablos había pasado en esa habitación? Me había acostado
con muchas mujeres, pero lo que viví esa noche, en su dormitorio, nada
tenía que ver con las otras veces.
Noté que me costaba respirar y me senté en el borde de la cama. Intenté
calmarme y agarré mi cabeza con las manos.
Liz me estaba matando, me dolía tanto el pecho…, ¿y si estaba
sufriendo un ataque al corazón? Hice unas cuantas respiraciones más
profundas hasta lograr que mis latidos disminuyeran la velocidad. O me
calmaba o iba a darme un ataque de ansiedad.
Lo que tenía claro era que algo se estaba rompiendo. Parecía como si se
hubiera abierto un dique que llevara mucho tiempo cerrado y una cascada
de sentimientos se estuviera colando por él. Por primera vez en mi vida
quería quedarme allí. Justo a su lado. Recordé la manera en la que Liz me
miraba mientras entraba en ella, como si llegara donde otros no pueden; era
como si viera el fondo de mi ser. Me daba la sensación de que me había
desnudado el alma con sus besos.
Quise girarme y pedirle que me amara, como había suplicado tantas
veces cuando era un crío. Quise ser lo suficientemente bueno como para
que eso pasara. Quise que ella me eligiera a mí.
Sin embargo, lo que hice fue levantarme, recoger mi ropa y largarme de
allí en silencio y sin despedirme.
De camino a mi casa, lejos de ella, logré pensar con mayor claridad. Lo
primero de todo: yo no era digno de Liz. Ella era inocente, buena,
honesta…, y yo…, yo era como era. Y lo segundo: me sentía feliz con mi
vida, tenía todo por lo que había luchado. Yo no era de los que se
comprometen, yo no era de los que quieren y mucho menos era digno de
recibir amor. ¿Quién iba a quererme a mí, si no lo había hecho nadie a lo
largo de mi vida? Ni siquiera fue capaz de hacerlo la mujer que me trajo al
mundo.
30. Mentir
Liz

Antes de abrir los ojos me quedé unos instantes pensando en todo lo que
había pasado la noche anterior entre Jake y yo.
No sabría decir qué fue, porque desde luego no fue la delicadeza de él.
Quizá se trataba de la manera en la que me miraba y la vulnerabilidad que
transmitían sus ojos y sus gestos.
Jamás había pasado una noche así con nadie. En esa cama hubo mucho
más que sexo y los dos lo sabíamos, por ese motivo, cuando abrí los ojos y
me percaté de que Jake ya no estaba allí, no me sorprendió. No soy
psicóloga, pero debía de estar muerto de miedo. Me daba la sensación de
que Jake no era precisamente de los que se entregaban de esa manera a una
mujer. Parecía como si el sexo fuera la única vía que tenía o conocía para
estar cerca de alguien. Pero, por muy contradictorio que pareciera, también
daba la sensación de que le gustaba tan poco aproximarse a otra persona
que acabó utilizándolo como escudo.
Supe, asimismo, que no contestaría al wasap de buenos días que le envié
y tuve claro que a partir de ese momento Jake se alejaría de mí todo lo que
pudiera.
No iba a hacer nada. Lo dejaría ir porque no soy de las que van detrás de
un tío, pero sobre todo porque Jake no era el tipo de hombre que acabaría
con alguien como yo. Él era una persona complicada, mucho más de lo que
pensé en un principio. Y yo tenía una visión de la pareja muy alejada de lo
que buscaba él. Me lo imaginaba con veinte años más, con una mujer
distante y fría (más que él). Era como pensar en un matrimonio de otra
época en el que solo están juntos por conveniencia. Él necesitaría a alguien
que lo acompañara a todos los sitios (porque llegaría un momento que a la
gente dejaría de hacerle gracia su fama de frío mujeriego). Y ella estaría
junto a él solo por interés propio.
Alargué las manos y cogí el móvil. Decidí llamar a Rose y sin pensarlo
mucho marqué su número. Ella contestó al tercer tono.
—Me he acostado con Jake —solté a bocajarro antes siquiera de saludar.
—¿¡Qué!? A ver, déjame levantarme de la cama. Voy a la cocina a
prepararme un café y continuamos hablando, porque yo así no puedo.
Esperé unos instantes sin abrir la boca con el móvil pegado a la oreja.
Mi amiga, a veces, hacía esas cosas. No era capaz de asimilar información
recién levantada, y mucho menos sin un café.
—Vale, estoy sentada, con un café entre las manos y ya le he dado un
par de sorbos. Ahora sí, te escucho.
—Si ya te lo he soltado todo en cuanto te he llamado... No tengo nada
más que añadir.
—Ya, pero en esa frase caben un buen puñado de explicaciones. Como,
por ejemplo: ¿qué haces acostándote con Jake, si sales con Tom? ¿Vas a
dejar a Tom? ¿Vas a salir con Jake? ¿Te vas a acostar con los dos? ¿Has
pensado en hacer un trío? ¿Qué tal se lo monta?… Ay, no sé, chica, se me
acumulan las preguntas.
—¿Tú estás loca? ¿Qué dices de un trío? ¿Cómo voy a salir con Jake? Él
no sale con nadie y no pienso dejar a Tom.
Sabía cómo estaba sonando mi discurso, pero es que no podía contarle
toda la verdad a Rose. Me arrepentí de haberla llamado porque ella me
conocía muy bien y sabría que esa manera de actuar no resultaba muy
normal en mí.
—Ah, o sea, ¿que vas a continuar jugando a dos bandas? Conste que no
lo critico, pero reconocerás que no es propio de ti.
Rose tenía razón y yo debería haber pensado las cosas antes de llamarla,
porque iba a ser difícil explicarle la situación sin desvelar la verdad.
—Rose, solo me he acostado con él. Jake no quiere nada serio con nadie
y estoy convencida de que para él no tendrá mayor importancia. Además,
esta mañana, cuando me he levantado, ya no estaba. —No quise decirlo con
resquemor, pero fue justo como sonó.
—Sí, señor, así da gusto. Hombres hechos y derechos enfrentándose a la
situación. Menos mal que salí del mercado de citas hace años.
—Suenas como una abuela. —Intenté bromear para ver si de esa manera
conseguía desviar la conversación, porque, si me ponía a defender a Jake,
mi amiga se me tiraría a la yugular y tendría que explicarle muchas cosas
que no podía contar.
—Es que me siento como si lo fuera.
—¡Pero si tenemos la misma edad!
—Sí, ya. Haz el favor de no cambiar de tema, que nos conocemos. —
Me había pillado—. En realidad, yo no te he preguntado lo que quiere Jake.
Me interesa saber qué deseas tú. Y el motivo por el cual sigues con Tom, si
está claro que no sientes nada por él.
Tener amigas era maravilloso, pero estaba claro que Rose me conocía
demasiado bien como para tragarse ninguna mentira sobre mí.
—Rose, es que no quiero darle más vueltas.
—Pues no te va a quedar más remedio que dárselas. —Me la imaginé en
su cocina, con la cara de sabionda que ponía cuando sabía que tenía razón, y
casi sonreí.
—No, no voy a hacerlo porque voy a seguir con Tom y a olvidarme de
Jake. No puedo hacer otra cosa. —Me arrepentí de mis últimas palabras, no
debería haberlas dicho en voz alta.
—Poder puedes hacer lo que te dé la gana, pero tú sabrás… Aunque es
mi obligación moral decirte que es muy feo salir con un hombre estando
interesada en otro.
—Yo no… —No me dejó terminar.
—De todas maneras, quiero que me mantengas informada. Ahora tengo
que dejarte, mis pequeños monstruos se han llevado los cereales a la cama y
no quiero saber hasta qué día estaré encontrándomelos por todas partes. Te
quiero.
—Yo también te quiero.
Lo de mantener secretos y mentir era agotador.
31. Miedo
Liz

Después de mi conversación con Rose, decidí que lo mejor sería levantarme


y prepararme un café cargado. Ni siquiera había cogido la cafetera cuando
oí el pitido de mi móvil. Di un bote del susto, me encontraba demasiado
absorta en mis pensamientos.
Al leerlo, me senté en una de las sillas y respiré profundamente, estaba a
punto de sufrir un microinfarto.
Jake: Liz, siento haberme ido así esta mañana. Sé que no debería decirte
esto por teléfono y que tendría que ser lo suficientemente valiente como
para hacerlo cara a cara, pero, por lo visto, no lo soy. Al despertarme me he
asustado tanto que no he sido capaz de quedarme y me he arrepentido de
marcharme en el mismo instante en el que he pisado la calle. Me encantaría
haber visto lo bonita que debes de estar recién levantada. No voy a
engañarte, empiezo a sentir cosas por ti que me tienen muerto de miedo. Y,
aunque al levantarme he pensado que lo mejor era distanciarme, me han
bastado un par de horas para saber que no podré hacerlo. Te pido que me
ayudes en esto, porque estoy tan perdido…
Si fuera del tipo de persona que suelta tacos, se me hubiera escapado
uno muy gordo. Sin embargo, lo único que hice fue sonreír, sonreír mucho y
contestarle, eso también.
Liz: Aún no he desayunado, así que, si me traes un café del bar de la
esquina, podrás pedirme lo que quieras.
Se me ocurrieron un millón de respuestas, pero no quería asustar a Jake
más de lo que ya estaba y sabía que él no querría continuar hablando del
tema. Así que opté por la vía fácil e ignoré todo lo que me había dicho, y
también dejé a un lado el vuelco que me había dado el corazón al leer lo que
me había escrito.
Intentaría convencerlo de que pasara el fin de semana encerrado en mi
casa. Eso nos daría la oportunidad de sacar el tema, en algún momento, de
manera mucho más natural.
Jake: Voy de camino.
Salí corriendo hacia el baño y me metí en la ducha. Aún no había
terminado cuando llamaron al timbre, se había dado mucha prisa.
Me sequé como pude y abrí con una toalla liada al cuerpo.
Jake entró, dejó el vaso de café en el mueble de la entrada y me envolvió
en sus brazos. No me besó, solo me abrazó, y había tanta desesperación en
ese abrazo que se me hizo un nudo en la garganta. Antes de separarse de mí
me dio un tierno beso en la cabeza. Yo sentí miedo de que empezara a
verme como el resto de los hombres y solo pensara en mí como en alguien a
quien proteger y cuidar.
—No me trates como si fuera a romperme, por favor, tú no. —Pensé
decirlo medio en broma, pero mi petición salió como una súplica.
—Eres mucho más fuerte de lo que la gente piensa, incluso eres más
fuerte de lo que tú misma crees.
Jake cogió mi mano y me arrastró hasta el sofá.
—Un momento, voy a vestirme —pedí.
—No creo que vaya a hacerte falta.
Con la sonrisa que acompañó a sus palabras dejaba claro que estaba muy
lejos de ser delicado conmigo o de tratarme como si fuera frágil.
No lo hizo.

Estábamos tumbados en mi cama, en realidad llevábamos así casi todo el


fin de semana, solo salíamos de ella para comer.
—¿De qué te ríes? —pregunté ante la amplia sonrisa que se había
pintado en la cara de Jake.
—Pensaba en la primera vez que te vi y en cómo me engañaste.
—¿Yo? —tercié, incorporándome un poco y mirándolo a la cara.
—Sí, tú. Parecías una ratoncita asustada que nunca había roto un plato
en su vida y aquí me tienes, a punto de matarme a polvos. Yo creo que no
había follado tanto en mi vida. —No se me pasó por alto que utilizó la
palabra «follar».
—Deja que dude de esa afirmación —apunté, volviendo a tumbarme en
la cama.
—Puedo asegurarte que es verdad. Jamás he pasado tanto tiempo en la
cama de nadie. —Desvió la mirada de mí y la centró en el techo, decidí
cambiar de tema o Jake acabaría agobiándose.
—¿Tiene alguna queja, señor Harris? —Intenté que mi voz sonara
sugerente.
—Ni una, en absoluto.
—Eso me había parecido. —Los dos nos miramos sonriendo y justo en
ese instante empezó a sonar mi móvil.
Me giré porque estaba en mi mesita y al cogerlo vi que se trataba de
Tom. Me sentí tan violenta que no supe qué hacer.
—Es… Tom… —tartamudeé.
—Cógelo, Liz, te espero en la cocina.
Jake se levantó y yo no pude evitar recrearme en lo impresionante que
se veía desde atrás. Aunque la visión duró poco, cuando me dejó sola en la
habitación volví a centrarme en el teléfono y respondí. Hablé un poco con
Tom, no demasiado, lo justo para quedar para cenar al día siguiente y
preguntarle por encima qué tal le había ido el fin de semana. Intenté no
enrollarme en exceso porque no quería tener a Jake esperando y porque me
desagrada muchísimo todo lo que él estaría pensando de esa situación. Pero
también quería ser correcta y que Tom no sospechara nada o sería capaz de
presentarse, otra vez, en mi casa en cuanto regresara de su viaje, y lo que
menos deseaba era que me fastidiara los últimos instantes con Jake.
Cuando llegué a la cocina él tenía una taza de café en la mano.
—He hecho café, ¿quieres uno? —me preguntó.
—Jake…, yo…
—Liz, no me digas nada, no quiero hablar de él.
Jake se dio la vuelta y me preparó un café. Cuando lo puso en mis
manos me dio un pequeño beso en la frente. Sin embargo, la hermosa
sonrisa que había lucido durante horas se había desvanecido.
32. Voy a dejarme llevar
Jake

Era lunes y a pesar de ser el peor día de la semana, o uno de los peores,
porque el martes también tenía tela, llevaba toda la mañana con una enorme
sonrisa pintada en la cara.
—Por lo que puedo comprobar, jefe, el fin de semana ha ido bien —
apuntó mi secretaria con mucho retintín.
—La verdad es que ha ido muy bien —enfaticé la palabra «muy» para
no dejar margen de dudas.
—Se nota, se nota. Bueno, a lo que iba, está aquí Dan Anderson —
anunció, Emily.
—Seguro que viene a pedirme dinero para alguna de sus causas. Déjalo
pasar.
Dan era un famoso jugador de la NBA y uno de mis primeros clientes,
llevábamos un montón de años trabajando juntos y era lo más parecido a un
amigo que tenía. Aunque, desde que se casó, estaba más pendiente de sus
obras benéficas y de su mujer que de nada relacionado con su trabajo, por
eso me extrañó verlo por allí.
—Pensaba que no recordarías dónde encontrarme —lo pinché nada más
entrar.
—Hace semanas que no te dignas ni siquiera a llamarme, así que no me
vengas con esas.
—¿Qué haces aquí, Dan? —Decidí ir directo al grano. Entre Dan y yo
solía ser algo muy normal, a ninguno de los dos nos gustaba dar muchas
vueltas a las cosas.
—Me ha obligado Brooke a venir, ya sabes cómo es —intentó
excusarse.
—Ahora sí que me has acojonado; dime, ¿qué he hecho para que tu
preciosa mujercita te mande a echarme la bronca?
—Brooke quiere saber qué demonios hacías pasando el fin de semana en
casa de Liz cuando ella está saliendo con Tom. Y, para qué negarlo, yo
también siento curiosidad, pero por diferentes motivos, ya que tú no sueles
dormir en casa de nadie.
Dan se acomodó en un sillón que tenía cerca de mi mesa. Yo no era
precisamente bajito, pero Dan era enorme y ocupaba casi la mitad del sofá.
—¿Ha salido algo en la prensa? —Me alarmé.
—No. Traga con fuerza a ver si te bajan las pelotas, que se te han subido
a la garganta. Por si no lo recuerdas, Brooke continúa siendo la casera de
Liz y este fin de semana ha ido a visitar a su abuelo, que sigue viviendo en
el mismo edificio que ella. Te vio saliendo de su casa despeinado y con la
ropa a medio poner. Pensó que huías, pero después se asomó al balcón y
volvió a verte regresando con un vaso de café.
Nada más terminar de hablar me observó alzando una ceja, esperando
una explicación que no tenía ni idea de cómo dar.
—Verás, Dan… Yo… Liz es… —Jamás había titubeado así a la hora de
responder algo.
—Vale, para, que te va a dar un derrame. Vamos por partes. ¿Te gusta
Liz?
—Sí —respondí sin vacilar, y pude ver el asombro en los ojos de Dan.
—¿Se lo has dicho a ella?
—Sí —volví a afirmar.
—Pero ella está saliendo con Tom.
—Lo sé, y preferiría no tocar ese tema. —Mi voz sonó tensa.
—¡Es que ese es el tema! Jamás pensé que diría algo así, pero creo que
esa mujer está jugando contigo. Se está acostando con los dos. No sé, Jake,
no me gusta…
No era nada nuevo, yo sabía que Liz salía con Tom y que se acostaba
con él (aunque ella no me lo hubiera confirmado), pero oírlo de la boca de
mi amigo fue como una hostia de realidad, quizá no ayudó la manera de
plantearlo. Sin embargo, no estaba dispuesto a renunciar a ella; por más
inverosímil que fuera la situación, no quería dejar de ver a Liz.
—¿Sabes qué, Dan?
—Sorpréndeme.
—Por primera vez en mi vida voy a dejarme llevar, o por lo menos lo
voy a intentar. No sé qué tiene Liz, pero siento por ella cosas que hacía
mucho que creía enterradas.
—¡La hostia puta! —exclamó mi amigo poniéndose de pie—. Pero si
estás hablando de sentimientos y todo. Joder, Jake, no te reconozco. Y no es
que me disguste, solo que me has dejado alucinado. Lo único que deseo es
que no salgas herido de esto, porque con lo que te ha costado abrirte eso te
destrozaría.
En esas ocasiones me impresionaba la sinceridad de Dan, y aún me
sorprendí más de que pudiera hablar de esos temas con él. Yo era un tío
acostumbrado a resolver problemas ajenos y a escuchar a los demás, no a
que otros lo hicieran conmigo. Con todo, me sentí bien de poder contar con
él.
—Creo que voy a salir a tomar el aire —anuncié.
—¿Vas donde siempre? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
—Lo necesito.
Dan era la única persona que conocía dónde me escondía cuando me
sentía perdido.
—Cuídate, amigo, y si no haces acto de presencia por casa en unos días,
no descarto que Brooke se presente aquí.
—Iré, iré. —Los dos sonreímos porque Brooke enfadada me acojonaba
hasta a mí.

Cuando Dan se marchó, acabé unas cuantas cosas que tenía pendientes y
recogí mi mesa antes de irme.
—Emily, voy a salir.
—¿Todo bien? —se interesó mi secretaria.
—Sí, solo necesito tomar el aire.
Mi secretaria asintió y yo salí sin demasiada prisa.
Lo primero que hice fue pasarme por casa y cambiarme de ropa.
Después me dirigí hacia allí en metro, básicamente porque mi coche no
hubiera durado ni cinco minutos en aquel lugar.
Caminé hasta llegar al sitio exacto donde me gustaba pensar. Por muy
ilógico que pareciera, cuando me sentía perdido me agradaba volver a mi
antiguo barrio y sentarme en un callejón, el mismo en el que lo hacía desde
crío. Me recordaba todo lo que había conseguido y de dónde venía.
Aunque era difícil pensar allí con los gritos de los vecinos y las
prostitutas vendiéndome su cuerpo. Antes solían dejarme en paz porque me
conocían, pero en esos momentos había mucha gente nueva que no sabía
quién era yo.
Aparté con el pie la suciedad del suelo y me senté en él. Solo entonces
me permití pensar en ella. Y fue en ese instante cuando supe que me había
enamorado de Liz, como lo había hecho un buen puñado de veces cuando
era un adolescente. Me cubrí la cara con las manos y respiré hondo.
Al levantarla miré a mi alrededor y recordé mi niñez, mi adolescencia…
Me acordé de mi madre, de sus adicciones, de todo lo que había hecho para
conseguirlas, y fui más consciente que nunca del lugar de donde provenía.
Hacía algunos años que ella había muerto. Si era sincero conmigo
mismo, no sentí absolutamente nada cuando me enteré; sin embargo, en ese
instante me hallaba más perdido que nunca porque no pertenecía a ningún
sitio. No era el niño de uno de los barrios más conflictivos de Nueva York y
tampoco el hombre de negocios frío y calculador que aparentaba ser.
¿Quién era Jake Harris en realidad?
Estuve más de dos horas sentado en el suelo. Me dio frío y me acordé de
todos los días que pasé allí con el helor calándome los huesos.
Al levantarme fui consciente de dos cosas: la primera, que Liz merecía
algo mejor que yo. Y la segunda, que yo no era digno del amor de nadie.
33. La respuesta sigue siendo no
Liz

Iba a casa de Tom porque ese día teníamos otra reunión con el FBI.
Esperaba que, de una vez por todas, pudiéramos poner fin a esa farsa. Tom
empezaba a desesperarse porque notaba a Daisy más distante cada día. Y
yo… yo tenía un cacao mental que no sabía ni por dónde empezar a ordenar
todo lo que me pasaba.
Mi amigo me abrió la puerta y me cubrió en un abrazo, al que respondí
con fuerza. A los dos nos ponían nerviosos esas reuniones.
—¿Quieres un café, preciosa? —preguntó.
—Sí, pero si es descafeinado mejor. —Solo me faltaba meterme cafeína
en el cuerpo con lo alterada que ya me encontraba.
—Marchando —dijo Tom guiñándome un ojo.
Desapareció tras la cocina y yo saludé a los agentes que estaban
sentados en el salón. Un silencio denso se apoderó de la sala. Sabía que los
dos hombres no tenían la culpa de mi situación, pero mi subconsciente no
podía evitar echársela.
Tom no se entretuvo mucho, pero ese rato se me hizo eterno. Cuando
regresó con un café para mí y otro para él (no tenía claro si los agentes
habían rechazado tomar uno o si él no les había ofrecido nada) y todos
estuvimos acomodados, uno de ellos empezó a hablar.
—Sé que esto está resultando más largo de lo que creímos en un
principio; aun así, os pedimos un último esfuerzo.
—¿Otro más? —La voz de mi amigo fue una mezcla de hastío y enfado.
—Estamos a punto de dar con algo, pero necesitamos que vayáis por
última vez a una de las cenas que organiza Michael. —El agente ignoró por
completo el comentario de Tom.
—Estoy harta de esas cenas. —Mi tono salió lúgubre, pero es que por
unos instantes tuve la ilusión de que nos habían reunido para decirnos que
todo había terminado y que por fin mi vida volvía a ser normal, bueno, todo
lo normal que era antes de esa locura en la que me vi envuelta.
—Señora Scott, entiendo que se sienta cansada. De verdad que lamento
que esto se esté alargando, pero necesitamos que vuelvan a acudir a una
fiesta. —Después de contestarme posó la mirada en mi amigo—. Tom,
invéntate una excusa de que quieres repasar alguna cláusula del contrato e
intenta sonsacarle las fechas exactas en las que estuvo en las Islas Caimán.
Sabemos que fue en el mes de noviembre, pero al viajar con su avión
privado desconocemos los días concretos y en aquel país son tan
herméticos… Podríamos acabar descubriéndolo, pero creemos que será más
rápido si logras sacárselo tú.
—Por el contrato no hay problema, algo se me ocurrirá —respondió
alzando los hombros con abatimiento.
—Estamos seguros de que así será. —La condescendencia de los
agentes me ponía de los nervios.
—Sin embargo, lo que sí quería comentar con vosotros es que estoy
cansado de esto. Y, aunque Liz es encantadora y no tengo ningún problema
en compartir tiempo con ella, esta situación está afectando a mi vida
personal.
—Tom tiene razón, yo estoy empezando algo con alguien y es imposible
hacerlo si cree que él y yo estamos juntos —dije señalando a mi amigo con
la cabeza.
Me sentí tan ridícula al terminar de decir eso que bajé la vista al suelo.
Jake y yo no conversábamos sobre nuestra relación, es más, no teníamos
relación de la que hablar. Nos habíamos acostado juntos, lo cual no quería
decir que fuéramos pareja. Por mucho que me hubiera dicho que empezaba
a sentir algo por mí, eso no significaba que quisiera empezar una relación
conmigo. Debía dejar de pensar en Jake como lo hacía con el resto de los
hombres con los que había estado, él no era así.
—Os entiendo —por la sonrisita que acompañó a esas palabras supe que
estuvo más cerca de decir que nuestra vida privada le importaba más bien
poco que de entendernos—; no obstante, los dos sabíais dónde os metíais
cuando aceptasteis colaborar, así que…
—¿No podemos decírselo a nuestras parejas? —preguntó, o más bien
rogó, Tom.
—Ya sabéis que no. Cuantas menos personas lo sepan, mejor. Justo
ahora debemos ir con más cuidado que nunca porque estamos muy cerca, y
si algo llegara a los oídos de Michael no tendríamos nada que hacer. Así
que lo mejor es continuar manteniéndolo en secreto.
—Ya, pero estoy seguro de que no dirán nada a nadie… —insistió mi
amigo.
—La respuesta sigue siendo no —respondió con rotundidad el agente.
Ante esas palabras poco más pudimos alegar. Cuando me marché de
casa de Tom lo hice con un molesto dolor de cabeza.
34. La entrevista
Liz

Al llegar a la puerta de mi casa me encontré a Jake allí. Lo que más me


sorprendió fue la manera en la que iba vestido. Estaba tan acostumbrada a
que siempre llevara traje que verlo en pantalón de chándal y camiseta me
asombró, aunque no hace falta decir que le quedaba maravillosamente bien.
—Hola, Liz. Siento presentarme sin avisar, pero es que no quería estar
solo.
Me estremecí, y lo hice por su voz, por sus gestos y por todo lo que
transmitían sus palabras. Me acerqué a él y lo abracé.
Seguramente Jake estaba confundido y creía que sentía cosas por mí que
no eran reales, ya que jamás había tenido una amiga, como él mismo me
contó. Estaba convencida de que ese era el único sentimiento que albergaba
hacia mí.
Sin embargo, si yo no me andaba con cuidado acabaría colgada de Jake
y no era precisamente el tipo de hombre que me convenía, pues en cuanto
aclarara sus sentimientos me apartaría a un lado como hacía con todas.

Pasamos la noche juntos y, si ya me había percatado de que cuando lo


encontré en la puerta de mi casa parecía perdido, esa noche acabó de
confirmármelo.
Jake me había tocado, acariciado y besado como si le fuera la vida en
ello y había sido tan dulce que me asusté. Y lo hice porque sabía que Jake
no se comportaba de esa manera por mí, sino que lo hacía por él, aunque
desconocía el motivo que lo llevaba a ello.
Nos levantamos juntos de la cama e insistió en preparar el desayuno.
Estábamos sentados a la mesa, comiendo unas tostadas, cuando habló.
—Liz, he contactado con un amigo que trabaja en The New York Times.
Me ha comentado que si te pones en contacto con él te hará una entrevista.
—Vaya, esto no me lo esperaba. —Me había quedado con la tostada a
medio camino de mi boca.
—Ya va siendo hora de que deje de comportarme como un imbécil.
—Que conste que lo has dicho tú —repuse sonriendo e intentando restar
intensidad a la conversación. Porque sabía lo que significaba para él romper
una promesa y, desde luego, no esperaba que hiciera eso por mí.
Jake me agarró de la nuca y me acercó hasta él para darme un suave
beso en los labios.
—Tengo que marcharme, Liz. Te aseguro que te encerraría en la
habitación y me quedaría aquí todo el día, pero tengo que trabajar y tú
tienes que ponerte en contacto con un periódico.
—Todo eso puede esperar un poco, ¿no? —susurré juguetona mientras
enredaba mis brazos en su cuello.
—Ay, pequeña, vas a acabar conmigo —contestó Jake con una enorme
sonrisa en los labios.
—¿Eso es un sí? —pregunté esperanzada y devolviéndole la sonrisa.
—Liz, soy incapaz de negarte nada. —Y pronunció esas palabras como
si fueran algo malo.
—Eso me gusta —afirmé mientras acercaba mis labios a los suyos.
Durante la siguiente hora Jake me demostró que, realmente, no podía
decirme que no a nada.

Estaba esperando el metro con una enorme sonrisa en la cara. Acababa de


hacer la entrevista y Ethan, el contacto de Jake, me había confirmado que
empezaría a trabajar en el periódico en un par de semanas. Se sorprendió de
que no hubiera sido capaz de encontrar nada con mi currículo. Me abstuve
de decir que la culpa la tenía Jake.
Fue justo al salir del metro cuando recibí un mensaje de él. Le había
enviado uno nada más acabar la entrevista.
Jake: No sabes cuánto me alegra que estés tan contenta.
Yo: Ha sido una entrevista estupenda y Ethan se ha mostrado
encantador. Eso sin tener en cuenta que el puesto que me han ofrecido me
encanta.
Estaba tan entusiasmada que no podía parar de enumerar las cosas
buenas que me habían pasado durante la entrevista.
Jake: Ethan es un buen tío y además con unos principios muy sólidos.
Sé que estarás muy bien en su periódico.
Yo: Muchas gracias, Jake.
Jake: No tienes por qué dármelas, fui yo quien te cerró todas las puertas,
¿no lo recuerdas?
Yo: Sí, me acuerdo muy bien, pero gracias por abrirme esta.
Jake: No hay de qué. ¿Te apetece que lo celebramos esta noche?
Suspiré agobiada.
Yo: Lo siento, pero esta noche he quedado con Tom, vamos a una fiesta.
Jake no contestó.
35. Nueva situación
Liz

Me había puesto un vestido azul marino con el que me sentía bastante


cómoda a pesar de ser excesivamente ceñido. Esa era la noche en la que
debíamos ir a la cena de Michael y yo hacía rato que había terminado y
estaba esperando a que Tom pasara a recogerme.
Jake continuaba sin contestar a mi mensaje y no sabía si sería apropiado
enviarle otro. Había escrito y borrado por lo menos diez, pero al final no le
mandé ninguno.
La situación era una mierda, porque yo no podía decirle que Tom y yo
solo estábamos interpretando un papel y tampoco estaba convencida de
entender la actitud de Jake con todo eso. ¿Querría él ser mi pareja si no
estuviera con Tom? Jake me dejó muy claro cuando nos conocimos que él
no salía con mujeres más de dos veces seguidas. Entonces, ¿por qué venía a
verme siempre que podía?
Empezaba a dolerme la cabeza de dar vueltas a las mismas cosas y, por
si eso no fuera suficiente, no me apetecía nada salir esa noche. Volver a
asistir a uno de esos aburridísimos eventos en los que siempre me
encontraba a las mismas personas me tenía hastiada. Me hubiera encantado
quitarme el vestido, ponerme el pijama y llamar a Jake para que viniera a
cenar pizza y, cuando acabáramos, tirarnos en el sofá para ver una película
juntos. No quería pararme a pensar en que luego podría pasar la noche en
mi casa porque eso me hacía plantearme llamar a Tom y decirle que me
encontraba fatal y que no lo acompañaría. Aunque tenía claro que esa
opción no era posible, no podía desobedecer una orden del FBI.
La fiesta, como ya sabía, resultó ser igual que todas: aburrida. Por lo menos,
esta vez sirvió de algo acudir a casa de Michael. Tom había conseguido las
fechas que el FBI le pedía y estábamos contentos.
Íbamos en el coche, de regreso a mi casa, cuando el móvil de Tom sonó.
Como él iba conduciendo me pidió que mirara si se trataba de algo
importante.
—Es un mensaje de Daisy —informé.
Alternó su mirada de mi rostro a su móvil y tardó muy poco en pararse
en doble fila. Me quitó el teléfono de las manos con muy poca delicadeza y
vi cómo sus ojos se agrandaban a medida que leía.
—¿Qué pasa? —quise saber, preocupada al ver su expresión.
—Daisy está en la puerta de mi casa. Le ha salido un trabajo aquí y me
pregunta si puede quedarse conmigo hasta que encuentre algún sitio donde
instalarse. —Cuando terminó de hablar, Tom me miró desconcertado y yo
me puse a aplaudir como una niña pequeña.
—Pero eso es fantástico —dije riendo.
—No tanto —me rebatió Tom muy serio—. No puedo meter a una
mujer en mi casa si queremos que continúen creyendo que somos pareja.
—Pero Jake se ha quedado en mi casa muchas veces y no ha pasado
nada —objeté sin entender nada.
—A Jake y a ti no os persigue la prensa como lo hace conmigo. —Tom
parecía bastante alterado, porque se mesaba el pelo sin parar.
—Bueno, pero ya tenemos las fechas, el FBI debería dejarnos en paz. —
Intentaba buscar una solución.
—Sabes tan bien como yo cómo funciona esto, pasarán días o semanas
hasta que podamos dejar de fingir.
Tenía muy claro que Tom estaba en lo cierto, pero eso no impidió que
me enfurruñara como una niña pequeña.
—Liz, me temo que vas a tener que venirte a vivir conmigo.
—¡¿Qué?! Pero yo no puedo…, y Jake… —Ni siquiera se me había
pasado por la cabeza que Tom lo estuviera barajando. Y ante sus palabras
me encontraba a punto de hiperventilar.
—Bueno, Liz, tranquilízate. Esperemos que con la información que
hemos conseguido hoy esto se acabe pronto. —Tom no daba la sensación de
estar demasiado convencido—. Pero por el momento tendrás que venirte a
mi casa, no puedo meter a Daisy allí si no estás tú.
¡Mierda! Parecía que todo se complicaba aún más, y eso ya era bastante
decir.
Tom pasó por mi casa antes de ir a la suya para que cogiera unas cuantas
cosas que necesitaría. Metí cuatro prendas en una bolsa de viaje y también
la comida y la manta de Aquiles. No pensaba dejarlo allí, porque, aunque
estaba segura de que yo pasaría más tiempo en mi apartamento que en casa
de Tom, me negaba a dejarlo solo por las noches. Además, nadie se creería
que estaba viviendo con mi supuesto novio si mi perro seguía estando en mi
casa.

Daisy nos esperaba en una cafetería, ya que hacerlo en la puerta de la casa


de Tom hubiera resultado imposible. Las estrellas de la NBA tenían tantas
medidas de seguridad alrededor de sus viviendas que daba hasta miedo. Y
tampoco era plan estar un par de horas sentada en una acera.
Tom entró a buscarla mientras yo me quedaba en el coche. Jake
continuaba sin contestarme y yo debía quedar con él y explicarle que a
partir de esa noche me iría a vivir con Tom. Me entraron ganas de llorar
solo de pensarlo.
Unos minutos más tarde Tom y Daisy salieron de la cafetería, y después
de los saludos de cortesía los tres nos dirigimos a casa de Tom en el más
absoluto silencio.
Nada más llegar me excusé con rapidez y me fui a mi habitación —o,
mejor dicho, a la habitación de Tom. A pesar de lo grande que era la casa,
no me costó mucho encontrarla—, para dejarlos solos y porque no
aguantaba más lo enrarecido que estaba el ambiente.
Por si todo eso fuera poco, Tom y yo deberíamos dormir en la misma
cama, para no levantar sospechas frente a Daisy. En fin… Tampoco era que
me importara demasiado y sabía que a Tom tampoco, nos habíamos
convertido en amigos y podía dormir con él sin sentirme demasiado
incómoda. Eso sin tener en cuenta que en la cama de Tom podría dormir
todo su equipo sin rozarse. Era enorme.
Me senté en ella, me armé de valor y le mandé a Jake un wasap para
quedar con él y explicarle la nueva situación.
Yo: Hola. Me gustaría que nos viéramos mañana. Tenemos que hablar.
No sabía si iba a contestarme o no, ya que al último no lo hizo. Tardó
apenas unos segundos.
Jake: Mañana lo tengo complicado, ¿pasado?
Yo: Vale. Buenas noches.
Jake: Buenas noches, Liz.
En dos días mi relación con Jake cambiaría y yo no quería pensar en lo
que eso me hacía sentir.
36. La amante
Daisy

Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. O eso fue lo que


pensé cuando veía pasar los días y contemplaba cómo la relación de Tom
con Liz se afianzaba cada vez más. Poco podía hacer yo a tantos kilómetros
de distancia, y fue al recapacitar sobre eso cuando se me ocurrió una idea.
Hacía algún tiempo que me habían ofrecido un trabajo en Nueva York,
un puesto que estaba realmente bien, pero que yo acabé rechazando para no
alejarme de mi pueblo ni de mi familia. Que conste que me gustaba Nueva
York y no me importaría vivir en la Gran Manzana, pero en el momento en
el que me lo propusieron no me apetecía dejar todo atrás. Sin embargo, en
esos instantes aquel trabajo me vendría genial.
Me puse en contacto con la empresa para saber si aún estaba vacante y si
podía hacer un periodo de prueba de un mes. Cuando me respondieron que
sí no lo pensé dos veces. Hubiera podido reservar un hotel para quedarme
durante el tiempo que tardara en encontrar algún sitio donde vivir, pero mi
idea era estar cerca de Tom, por lo que me presenté en su casa. Sabía que
debía haberlo avisado al salir del pueblo y no hacerlo con tan poco margen,
aunque cuando estaba a punto de llamarlo me dio miedo que me dijera que
no, que no podía quedarme en su casa. Así que pensé que si lo hacía con el
tiempo justo no podría negarse.
Me consideraba una persona racional, pocas veces me movía por
impulsos y meditaba mucho las cosas antes de hacerlas. De ahí que
alucinara conmigo misma cuando tomé todas esas decisiones en apenas dos
días.
Sentada en aquella cafetería flojeé un poco, quizá me había precipitado; tal
vez Tom me diría que cómo se me ocurría pedirle que me alojara en su casa,
podría ser que… Dejé de pensar en el mismo instante en el que él entró,
ocupando el espacio y dejándome prácticamente sin aire, cosa que me
sucedía cada vez que lo veía.
A la mayoría de las personas les pasaba lo mismo que a mí, solo había
que comprobar el silencio sepulcral que se instauró en la cafetería cuando
Tom hizo acto de presencia. Pero esas personas veían a un hombre muy
atractivo o a la estrella de la NBA; sin embargo, yo contemplaba al niño
delgaducho que fue, al adolescente desgarbado y cubierto de granos, al
hombre en el que se convirtió y que siempre estaba a mi lado para todo lo
que necesitara… Bueno, siempre siempre no, porque hacía algún tiempo
(desde que salía con Liz) que dejó de estarlo, por lo menos de la misma
manera que lo había hecho hasta ese momento. O quizá esa era una
sensación mía, porque debía reconocer que más de una vez fui yo quien no
le cogió el teléfono cuando me llamó, pero es que no podía soportar tener
que preguntarle por ella y por cómo les iba su vida juntos.
Levanté la cabeza en cuanto Tom se paró frente a mi mesa. Creí que no
sería posible, pero cada vez albergaba más sentimientos por él. Tragué el
nudo que se formó en mi garganta y aparté la mirada.
—Hola, Daisy. Espero que no lleves mucho tiempo esperando. ¿Vamos?
—Se acercó a darme un beso en la mejilla y me tendió su mano para que la
agarrara.
Así era Tom. Podría haberme hecho mil preguntas: ¿cómo se me ocurría
presentarme allí sin avisar? ¿Dónde tenía pensado alojarme? También podía
haberme echado otras cuantas cosas en cara, pero lo único que hizo fue
besarme, coger mi mano, agarrar con la otra mi maleta y llevarme hasta su
coche.
Cuando volví a ver a Liz pensé que parecía buena persona, incluso
podría llegar a llevarme bien con ella, todo eso si no estuviera saliendo con
el hombre al que amaba desde que era casi una niña, pero es que no podía
dejar de pensar que ella había conseguido lo que yo llevaba toda la vida
añorando: el amor de Tom.

Me sorprendió una vez más la seguridad que debía poseer Liz para irse a
dormir y dejarnos a Tom y a mí solos en el salón.
Desconocía que ellos dos vivieran juntos, o tal vez Liz solo pasara
algunas noches con él, no lo sabía y tampoco tenía pensado preguntar.
Había cosas que era mejor no saber.
—¿Te apetece tomar algo? —preguntó Tom mientras dejaba mi maleta
en un lado del salón.
—¿Un whisky doble? —dije intentando bromear.
Tom lo sabía y se fue a la cocina para volver poco después con una de
mis infusiones favoritas. Continuaba encantándome que me conociera tan
bien.
Nos sentamos en el sofá, quizá demasiado cerca, pero no iba a ser yo
quien se quejara.
Di un sorbo a mi bebida y me giré hacia él.
—Tom, intentaré buscar lo antes posible algo donde poder vivir. Siento
mucho haberme presentado así e invadir tu espacio de esta manera. —La
verdad era que estaba arrepentida, pocas veces hacía las cosas sin pensar y
en esos momentos era más que obvio por qué actuaba siempre así. No era
normal presentarse en casa de alguien sin tan siquiera avisar. En qué estaría
pensando…
Tom giró su rostro hacia mí y posó sus ojos en los míos, estaba tan serio
que me dio miedo su respuesta.
—Daisy, si en algún momento te ha dado la sensación de que me
molesta o me incomoda tenerte aquí, el que debe disculparse soy yo.
Tom acarició mi mejilla con delicadeza, tan suave que cerré los ojos. Al
abrirlos, él se encontraba demasiado cerca de mí, así que me lancé a su boca
como la insensata en la que me había convertido en los últimos días.
Tom respondió al beso con ganas. No pude evitar sonreír para mis
adentros, pues por un momento barajé la posibilidad de que me rechazara.
La sonrisa se esfumó de golpe cuando me percaté de que acababa de
convertirme en la amante del hombre al que quería.
¡¡Yuhuu!!
37. Hacer las cosas bien
Jake

Me estaba comportando como un cobarde, lo sabía, pero eso de tener que


hablar con Liz me había descompuesto el cuerpo. Por más que sabía que no
podía darle largas eternamente, no estaba preparado para mantener esa
conversación. Algo muy contradictorio, porque me moría de ganas de verla.
Y así funcionaba mi vida desde que Liz había entrado en ella. Yo, que
siempre había presumido de tenerlo todo bajo control y de no dejar que los
sentimientos guiaran mi existencia, me veía sobrepasado por cualquier cosa
que tuviera que ver con ella.

No había levantado la vista de mi mesa desde hacía varias horas. No sabía


si era que los últimos días estaba demasiado disperso o que el trabajo se
multiplicaba.
Esa tarde había quedado con Liz. Me adelantó que no iríamos a cenar ni
a dormir a su piso, como hacíamos habitualmente, y solo eso ya me decía
mucho de cómo iba a transcurrir la tarde.
Estaba seguro de que Liz iba a dejarme. No engañaba a nadie si
afirmaba que me sorprendía, no lo hacía en absoluto e incluso una parte de
mí la entendía, por mucho que me doliera.
La irrupción de mi secretaria me hizo salir de mis pensamientos.
—Hola, jefe —saludó Emily.
—¿Algún día llamarás antes de entrar? —pregunté exasperado, aunque
sabía la respuesta de sobras.
—¿Para qué, si ya sabes que la única persona que es capaz de entrar en
este despacho sin avisar soy yo?
Sonreí sin proponérmelo, siempre me había encantado el carácter de
Emily.
—Jake, ahora en serio. Le he dado muchas vueltas a enseñarte esto, pero
he llegado a la conclusión de que vas a verlo de todas maneras y prefiero
que lo hagas aquí, tranquilo, a que sea en cualquier otro sitio. No tengo ni
idea de la relación que mantienes con esa chica, pero no soy tonta y te
conozco bien.
Dicho eso, dejó una revista sobre mi mesa y se marchó cerrando la
puerta con suavidad.
La cogí con cautela y la tiré en cuanto terminé de leer el titular:
«Tom Moore da un paso más en su relación con la periodista Liz Scott y
se van a vivir juntos».
Pues ahí tenía el motivo por el que Liz quería hablar esa tarde conmigo.
Respiré hondo e intenté volver a concentrarme en el trabajo.
No lo conseguí.

¿Conocéis esa sensación que se tiene cuando te das cuenta de que vas a
perder a alguien y no quieres, porque justo en ese instante valoras mucho
más todo lo bueno que hay en ella? Pues así me sentí en cuanto tuve a Liz
frente a mí.
—Gracias por venir, Jake. Vamos a tomar algo. Ya sé que te dije de no ir
a mi piso, pero si prefieres que lo tomemos allí…, estaremos más
tranquilos… Lo que no podré hacer es quedarme a dormir.
Liz parecía tan azorada que quise abrazarla. ¡Qué cosas! Iba a dejarme,
me destrozaría y yo solo pensaba en que ella no lo pasara mal.
Llegamos a su casa sin intercambiar palabra y, por primera vez desde
que la conocí, ese silencio me resultó incómodo.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó desde la cocina sin mirarme. No
había cruzado sus ojos con los míos desde que nos habíamos visto.
—Un vaso de agua —respondí mientras me sentaba en una silla. Decidí
ponérselo fácil, aunque eso me matara a mí.
Cuando salió de la cocina esperé a que se acomodara frente a mí y bebí
un trago de agua antes de empezar a hablar.
—Liz, no quiero que lo pases mal. Esta mañana he visto la noticia de
que Tom y tú os habéis ido a vivir juntos, no te preocupes, lo entiendo.
»Entiendo que no me elijas a mí, de verdad que sí. Tú te mereces algo
mejor que alguien a quien nadie ha querido nunca. Por lo visto no soy
merecedor de amor, porque cuando ni la propia persona que te ha traído al
mundo te quiere y encima, para joderte más, decide no renunciar a ti, ¿quién
va a hacerlo?
»Liz, yo me he enamorado muchas veces, cuando era muy joven, casi
me parece que en otra vida. Sin embargo, jamás lo había hecho siendo un
adulto. Nunca, hasta que te conocí. Pero de verdad que entiendo que te
quedes con él. Yo no soy como mi madre y no quiero comportarme de
manera egoísta contigo. Por eso voy a retirarme y a desearte lo mejor. Lo
que más quiero, por encima de lo que siento yo, es que tú seas feliz.
El rostro de Liz estaba cubierto de lágrimas y yo no podía continuar allí,
contemplándola, sin rodearla con mis brazos, por lo que me levanté, besé su
frente y salí de su piso con la sensación de haber hecho lo correcto, pero
roto por dentro.
38. Mis sentimientos
Liz

No lograba dejar de llorar. Llevaba un buen rato en el mismo sitio, casi


sin moverme. Exactamente desde que Jake se había marchado —no tenía
claro cuánto tiempo hacía de eso—. Pero por mucho que lo intentaba mi
cuerpo no respondía, se había quedado completamente inmóvil.
No podía creer todo lo que Jake me había soltado, y lo más triste no fue
lo que dijo (que ya de por sí resultó desolador), sino cómo lo dijo.
Consiguió romperme tanto que no pude hacer otra cosa que no fuera llorar.
Aunque tampoco hubiera sabido qué responderle, porque era difícil explicar
mi situación sin contarle la verdad. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil?
Me paré unos instantes a analizar mis sentimientos. No me había
permitido el lujo de hacerlo antes porque, en el mismo instante en el que
Jake se cruzó en mi vida, blindé mi corazón. Lo último que esperaba era
que se enamorara de mí, y yo preferí no fantasear con esa posibilidad para
no salir herida.
Que me gustaba era un hecho, y que el tiempo que pasaba con él era
maravilloso también lo era (sin hablar del sexo, que simplemente se
encontraba en otro nivel). Sin embargo, nunca me planteé tener algo con él,
no pensé que pasaríamos de eso. Siempre creí que se cansaría de mí y que
lo nuestro no sería nada más que una aventura para él. Aunque, después de
todo lo que me había dicho, estaba claro que era mucho más. Y yo lo que
debía hacer era aclarar mis sentimientos antes de dar un paso en falso.
Observé mi teléfono y, aunque sabía que me arrepentiría de ello, llamé a
Rose.
—Cuéntamelo todo —respondió mi amiga en broma. Yo, nada más oír
su voz, volví a llorar—. Liz, ¿estás bien? —Su tono pasó de la diversión a
la preocupación.
—No, no estoy bien. —Otro sollozo.
—Vale, esta vez necesito algo más fuerte, a ver si me acuerdo de dónde
guardé el tequila la última vez.
—¡Rose! ¿¡Cómo vas a beber tequila en tu estado!? —rebatí alarmada.
—¿Ves?, sabía que a la niña buena que vive en ti no le gustaría que una
embarazada y madre de familia se emborrachara. Ahora, haz el favor de
respirar y de decirme qué es lo que te pasa.
—Jake me ha dicho que se ha enamorado de mí y yo estoy tan
confundida que lo único que soy capaz de hacer es llorar —solté de
carrerilla y casi sin respirar.
—Uaau, ¿el hombre frío y calculador, pero que te empotra la mar de
bien, te ha dicho eso?
—Nunca te he contado cómo me empotra Jake —respondí ofendida,
sonándome con un pañuelo.
—Hay cosas que no hace falta decir para que queden claras. Yo es que
no le veo tanto inconveniente. Estás colgada de Jake casi desde la primera
vez que lo viste. Por Tom lo único que sientes es cariño. ¿Dónde está el
problema?
Si pudiera explicarle dónde erradicaba la dificultad, resultaría mucho
más fácil, no solo para Rose, sino para todos.
—Es más complicado de lo que parece. —Fue lo único que pude decir.
—A menudo tendemos a enredar las cosas más de lo necesario.
Era cierto que eso pasaba bastante, pero es que en mi caso no era yo la
que pretendía liar nada, se trataba del puñetero FBI.
—Sí, supongo que tienes razón. Ya se me ocurrirá algo para arreglar
esto. —Lo dije por decir, porque, a menos que el FBI pusiera fin a esa farsa,
me encontraba atada de pies y manos.
—Lo único que tienes que hacer es decirle a Jake lo que sientes por él.
Chupado —ironizó Rose—. Lo digo en serio, Liz, le estás dando
demasiadas vueltas y no logro entender el porqué. —Normal que no lo
comprendiera; con lo poco que sabía, debía de estar hecha un lío.
Y la verdad era que visto así no parecía nada del otro mundo, solo
fallaba un pequeño detalle: que no podía dejar a Tom y que si no lo hacía,
Jake pensaría que salía con los dos. Casi nada.
Decidí terminar con la conversación antes de volverme loca.
—Tengo que dejarte. Te quiero, Rose.
—Yo también te quiero, Liz. Por cierto…
—¿Dime?
—No dejes escapar a Jake. Te mereces ser feliz y estás coladita por él.
Y después de esas demoledoras palabras me colgó el teléfono.
39. Los cuatro
Liz

Me levanté despacio y me dirigí a la cocina para lavar los dos vasos que
habíamos utilizado. No tenía ganas de ir a casa de Tom, pero tampoco de
quedarme sola en mi piso, así que me cambié de ropa y salí. Paseé sin
rumbo fijo por las calles de Nueva York hasta que estuve tan cansada que
finalmente fui a casa de Tom.
Cuando llegué, abrí con la llave que él me había dado —decía que no
tenía sentido fingir que vivíamos juntos y que yo no tuviera una llave de su
casa—. Al entrar, me encontré a Tom y a Daisy viendo una película en el
sofá. Estaban bastante pegados y ella, al verme, se apartó de él.
Sentí pena por los cuatro, porque esa situación lo único que nos estaba
haciendo era daño.
—Buenas noches, me voy a dormir —les informé mientras me dirigía
hacia las escaleras. No quise que se percataran, pero mi voz sonó algo rota y
Tom se dio cuenta.
Se levantó del sofá y se acercó hasta donde yo me hallaba.
—Liz, ¿has llorado? —preguntó preocupado.
—No, qué va, será la alergia —alegué.
—Pero si tú no tienes alergia…
—Pues ahora parece que sí, ¿vale? —contesté alzando un poco el tono
de voz.
—Te acompaño al cuarto.
Quise negar con la cabeza, pero Tom ya había agarrado mi brazo y casi
me arrastraba hasta la habitación que compartíamos.
Cuando llegamos, cerró la puerta con suavidad.
—¿Por qué has estado llorando?
—No es nada.
—¿Te ha hecho algo Jake? Porque puedo matarlo.
Sonreí sin ganas.
—Lo único que me ha hecho es decirme que está enamorado de mí —
expliqué mientras cubría mi rostro con las manos.
Pasados unos segundos me sorprendí del silencio que imperaba en la
estancia.
—¿No piensas decir nada? —inquirí mirándolo con seriedad.
—Es que no sé qué decir. Ni siquiera tenía claro que Jake fuera humano,
imagínate lo de tener sentimientos.
—No digas tonterías —lo increpé, porque me fastidiaba muchísimo que
hablaran mal de Jake.
—No lo es, lo decía muy en serio. —Lo reprendí con la mirada y él
decidió darle un giro a la conversación—. ¿Tú qué le has dicho?
—¿Qué querías que le dijera? Acababa de leer la noticia en la que se
informa de que tú y yo vivimos juntos. No puedo ni aclararle ni explicarle
nada, simplemente me quedé callada, como si fuera idiota.
—Te entiendo.
—No puedo hacer nada hasta que todo esto termine, no es justo pedirle
que salgamos juntos y piense que también lo hago contigo.
—En realidad, esto no es justo para ninguno —murmuró Tom
poniéndose de pie y dando vueltas por la habitación.
—No, no lo es.
—Yo he besado a Daisy y como esto tarde mucho en solucionarse sé que
la voy a perder para siempre. Porque creerá que estoy jugando a dos bandas
y no puedo decirle que llevo casi toda mi vida queriendo jugar solo con ella.
Por si todo eso fuera poco, está trabajando aquí. Es lo que llevo esperando
desde que me fui del pueblo.
—Esto es una mierda, Tom. Al final acabaremos mal los cuatro.
—No te engañes, Liz, ya estamos mal.
—Sí, pero no olvides que podemos ir a peor.
—Te aseguro que lo tengo presente cada puñetero minuto del día.

Esa noche apenas pegué ojo. No dejaba de ver la imagen de Jake, abatido
frente a mí, rogándome que lo eligiera… Que lo quisiera…
40. Marcharme
Daisy

No podía continuar así. Siempre me tuve por una mujer inteligente, pero
mis acciones, en esos momentos, no decían lo mismo.
Yo amaba mucho a Tom, desde hacía tanto tiempo que casi ni lo
recordaba. Aun así, no iba a permitir que jugara ni conmigo ni con mis
sentimientos. De manera que, a pesar de estar viviendo los días más
maravillosos de mi vida —empañados, todo hay que decirlo, por el pequeño
detalle de que los compartía con la novia del hombre al que quería—, no
podía continuar con aquello.
Cuando Tom y Liz desaparecieron rumbo a la habitación que los dos
compartían, yo me fui directa a la mía, recogí las pocas cosas que había
colocado y me largué de esa casa lo más rápido que pude. No me permití
mirar atrás ni una sola vez, sabía que si lo hacía flaquearía.
Era bastante tarde, pero después de dar unas cuantas vueltas conseguí
encontrar una habitación de hotel con bastante facilidad.
Desde que puse un pie en Nueva York, no había buscado nada donde
vivir, por lo menos no en serio, si bien a partir de ese momento debería
ponerme las pilas. No podía permitirme vivir en un hotel. Tenía un buen
sueldo, pero no daba para tanto.
Abrí la maleta, saqué un pijama y un cepillo del pelo y me fui directa a
la ducha. A ver si el agua tibia lograba despejarme un poco. Cuando salí de
ella me observé en el espejo. No solía hacerlo casi nunca, yo era una mujer
más práctica que presumida. Sin embargo, ese día me miré con más
detenimiento. Cuando llevaba unos cinco minutos frente al espejo llegué a
una clara conclusión: no poseía un cuerpo espectacular, pero era el mío,
hacía su función y me gustaba, por lo que iba a dejar de flagelarme con el
hecho de que Tom pudiera salir con cualquier modelo con un cuerpo muy
diferente al mío.
Aún no había abandonado el baño cuando mi móvil empezó a sonar y no
tuve que mirarlo para saber de quién se trataba. Tom había tardado bastante
en darse cuenta de mi ausencia. Deseché de mi cabeza que el motivo fuera
lo que habría estado haciendo con Liz en la habitación de ambos.
Decidí no cogerlo, no sabría qué decirle sin exponer mis sentimientos, y
desde luego no estaba preparada para abrirme de esa manera a Tom, no
cuando él tenía pareja. No cuando él no había comentado en ningún
momento la posibilidad de dejar a Liz. No cuando me daba la sensación de
que Tom estaba jugando conmigo.
Sin embargo, al continuar sonando durante los siguientes diez minutos
solo encontré dos opciones: o lo desconectaba o respondía. Opté por la
segunda.
—¿Sí? —respondí con cautela.
—¿¡Se puede saber dónde te has metido!? —dijo Tom alzando la voz.
—A mí no me grites —le advertí con una calma que estaba lejos de
sentir.
—Perdona, Daisy, pero estaba preocupado. Dime dónde estás y paso a
buscarte. —Que sonara como si fuera una orden me mosqueó bastante.
—No quiero que me pases a buscar, no quiero volver a tu casa. Liz y tú
necesitáis intimidad y yo no estoy segura de haber hecho bien aceptando
este trabajo. —Me había puesto a la defensiva y lo sabía, pero me daba
exactamente igual.
—Daisy, por favor, vamos a tranquilizarnos. —Me abstuve de decirle
que él parecía mucho más nervioso que yo—. Dime dónde estás y voy a
verte, necesito comprobar que estás bien.
—Tom, de verdad, lo que a mí me hace falta es tomar distancia y
meditar qué quiero o necesito. Te pido que me respetes en eso.
—De acuerdo, Daisy. Voy a llamar a un par de contactos para buscarte
algún lugar en el que vivir lo antes posible, no puedes hacerlo en un hotel
—¿Cómo sabes que…?
—Por la hora que es, solo habrás encontrado habitación en un hotel o en
un motel, y espero que haya sido en la primera opción o no me quedará más
remedio que salir a recogerte y buscar otro lugar donde alojarte.
—Estoy en un hotel —aclaré.
—Perfecto. Mañana te llamaré para comentarte si he encontrado algo.
—Me parece bien. Buenas noches, Tom.
—Buenas noches, Daisy.
¿Eran cosas mías o la voz de Tom transmitía una profunda tristeza?
41. Por mi propio bien
Liz

Habían pasado dos días desde que Jake me dijera que me quería. Dos días
en los que no supe nada de él. Dos días en los que creí que me volvería
loca.
Lo echaba de menos, pero es que no solo me di cuenta de eso. Al no
guardarme ningún sentimiento para mí y dejarlos salir, pude comprobar que
yo también quería a Jake. Lo intuía desde hacía mucho, pero no lo supe con
certeza hasta que dejé libre lo que sentía.
Le debía a Jake muchas explicaciones, podía hacerme una idea de cómo
se sentía (yo en su lugar no hubiera llevado nada bien que se acostara
conmigo pensando que también lo hacía con otra). Aunque si no me había
puesto en contacto con él era porque no sabía cómo aclararle la situación
sin decirle la verdad, y ese era el cuento de nunca acabar.
Tom no estaba mucho mejor que yo. Daisy se había marchado de casa y,
a pesar de que el día anterior por fin le había encontrado un apartamento
para que se fuera del hotel donde se alojaba, estaba entre enojado y triste
por no tenerla viviendo en su casa. También porque, según él, Daisy no
tardaría mucho en volver al pueblo y abandonarlo.

Acababa de darle el primer sorbo al café cuando sonó mi teléfono. Sonreí al


mirar de quién se trataba.
—Hola, preciosa.
—Hola, Rose. ¿Qué tal estás?
—Pues peor que tú, eso seguro, ¿o tengo que recordarte que no soy yo la
que se está acostando con dos tíos? —Tuve unas enormes ganas de decirle
que yo tampoco, sin embargo, preferí callarme porque no me creería y no
podía darle ninguna explicación—. No voy a poder hablar mucho, lo veo
venir, mis monstruitos parece que huelen el momento exacto en el que me
levanto. Aunque creo que me dará tiempo a que me hagas un pequeño
resumen.
—La verdad es que no ha pasado nada interesante desde que hablamos
la última vez. Solo que me he dado cuenta de que estoy enamorada de Jake.
—¿¡Solo!? ¿Te parece poco?
—No me refería a eso…
—Si te soy sincera, has tardado demasiado, ¿no crees, bonita? Yo lo
supe casi desde el primer momento que me hablaste de él, por mucho miedo
que te infundiera había algo en tu voz… Bueno, ya paro, vamos a lo
importante; ¿qué piensas hacer al respecto?
—Tarde o temprano tendré que enfrentarme a la situación y hablar con
Jake, pero no puedo dejar a Tom…
—No, claro, lo normal es que salgas con un tío y estés enamorada de
otro.
—Pero es que Tom…
—¡Deja de decir chorradas! Pensaba que con todo lo que hablamos
llegaría un punto que serías sincera conmigo, pero ese momento parece no
llegar nunca, así que, hasta que dejes de mentirme en mi cara, o, mejor
dicho, a través del teléfono, no quiero volver a hablar contigo, no me
apetece. Lo siento, Liz, pero es que esto cada vez es peor.
—Tienes razón, Rose. —Era una tontería negarlo.
—Claro que la tengo. Por lo tanto, ¿vas a decirme la verdad de una vez?
—No puedo, Rose…
—Me lo pones muy difícil, Liz. ¿Cómo vamos a mantener una
conversación si no eres capaz de ser sincera?
Ya dije que yo no era persona de soltar tacos, pero me cagué en el FBI y
en todos los familiares vivos y muertos, aunque no tuvieran culpa de nada.
Esa farsa no solo iba a afectar a mi futura relación con Jake (si es que
llegaba a haber alguna), sino que también podría costarme la amistad con
mi mejor amiga, y por ahí sí que no pasaba.
—Solo voy a decirte una cosa, Rose: en cuanto pueda, te lo contaré
todo. Te lo prometo. —Y lo dije con una seriedad que tenía claro que mi
amiga sabría apreciar.
—Estás muy enigmática, Liz, pero me sirve. Te quiero.
—Yo también te quiero mucho, Rose.
Esperaba que todo aquello terminara pronto; por mi propio bien y por
mi salud mental.
42. Se acabó el juego
Liz

Me quedé un rato en la cama dando vueltas y pensando en que ya no podía


aguantar más, necesitaba hablar con Jake, saber cómo estaba y oír su voz.
Sabía que era absurdo y que estaba siendo egoísta, porque, si no podía
explicarle nada, lo mejor era no tener ningún tipo de contacto con él.
Todo eso me repetía mentalmente mientras cogía el teléfono que
reposaba en mi mesita de noche y lo miraba como si contuviera la solución
a mis problemas. Marqué su número dos veces, pero fui incapaz de pulsar la
tecla. Aun sabiendo que no era correcto llamarlo, a la tercera vez lo hice.
Lo cogió al séptimo tono, cuando ya estaba a punto de colgar.
—Hola, Liz. ¿Qué quieres?
Su voz sonó tan fría que un estremecimiento recorrió mi cuerpo.
—Verás, Jake…, yo… necesitaba…
—Vaya, parece que hoy te has levantado muy elocuente. Preciosa, estoy
bastante ocupado, hablamos en otro momento.
Me colgó el teléfono sin dejarme añadir nada más. Lo entendía, de
verdad que sí, porque lo único que estaba haciendo Jake era protegerse. No
podía llegar a hacerme una idea de lo que debió costarle abrir sus
sentimientos ante mí como lo hizo.
En esos momentos, y después de tres días sin tener noticias mías, había
vuelto a levantar el muro que tan acostumbrado estaba a lucir para que no
continuara haciéndole daño.
Oí un ruido, parecía algo lejano y tardé unos instantes en comprender
que en realidad provenía de mí y que se trataba de un sollozo.
Supongo que el dicho ese de que no sabes lo que tienes hasta que lo
pierdes tomaba sentido con lo que acababa de pasar. Me había costado
hacerme a la idea de que Jake se hubiera enamorado de mí y, cuando
finalmente lo hice y dejé que mis sentimientos también salieran a flote,
descubrí que él se había blindado. Sabía, porque estaba convencida, que
todo iba a ser más difícil a partir de ese momento.

Dejé pasar otro día para tranquilizarme y porque iba un poco como pollo sin
cabeza. No sabía qué hacer o con quién hablar. Era duro pasar por todo eso,
pero si encima no podía compartirlo con nadie, ni siquiera con mi mejor
amiga, la cosa se hacía insoportable.
Tom y yo habíamos mantenido muchas conversaciones sin llegar a
ninguna solución, poco podíamos hacer hasta que el FBI no resolviera el
caso y nosotros consiguiéramos continuar con nuestras vidas.
Esa misma tarde los dos habíamos tomado una decisión y nos apoyamos
y animamos mutuamente, aunque ninguno lo viera demasiado claro.
Tom había quedado para tomar un café con Daisy y poder hablar. Y yo,
como Jake no me cogía el teléfono, decidí presentarme, sin cita, en su
despacho. Un plan bastante arriesgado, pero estaba tan desesperada que no
sabía qué otra cosa hacer.

Llevaba casi dos horas sentada en la sala de espera del despacho de Jake. La
secretaria de este empezaba a mirarme con pena y yo estaba a punto de
marcharme cuando su teléfono sonó y esta me dio paso. Ella parecía casi
más aliviada que yo.
Imaginaba encontrarme a un Jake demacrado por el desamor y la
desesperanza. Con ojeras y mala cara, pero nada más lejos de la realidad.
En aquel despacho, la única que daba pena era yo. Jake lucía el traje con el
mismo estilazo de siempre y en su cara no había el menor signo de estar
pasándolo ni siquiera un poquito mal.
—Liz, no puedes presentarme en mi despacho sin pedir cita. Soy un
hombre muy ocupado.
Vale, nadie dijo que sería fácil. Sabía que Jake se había blindado, pero
no me imaginaba encontrarlo en el mismo punto de la primera vez que lo vi:
frío, distante, inaccesible…
—Si no vas a decir nada es mejor que te vayas, de verdad, Liz. No
puedo perder el tiempo.
—¿En qué momento me he convertido en una pérdida de tiempo, Jake?
—pregunté abatida.
—¡En el mismo instante en que lo elegiste a él! —respondió, Jake
alzando la voz—. Se acabó el juego, Liz.
Ahí estaba; por mucho que quisiera ocultarlo, se le había escapado, por
una fisura, un sentimiento, aunque se tratara de uno tan primitivo como los
celos. Sin embargo, el Jake que conocí, hacía ya bastante, no se hubiera
permitido ni siquiera eso.
Me levanté porque fui consciente de que no conseguiría nada y de que
realmente permanecer allí era una pérdida de tiempo. Y de pronto tuve una
idea. No sabía si funcionaría, si me dejarían llevarla a cabo, pero jamás
había sentido una corazonada como aquella.
—El lunes empiezo a trabajar en el periódico. No sé cuándo saldrá, pero
lee el primer artículo que escriba. Hasta otra, Jake.
Él ni siquiera me respondió y, cuando salí, me encontré a una preciosa
chica sentada esperando para entrar. Estaba segura de que a ella no la
tendría dos horas esperando y un desasosiego se apoderó de mí.
¿Sería demasiado tarde para nosotros?
43. La esperada noticia
Liz

Le estaba dando el primer sorbo a mi café cuando sonó el teléfono. Lo


había dejado en mi habitación, así que me desplacé hacia ella como una
zombi. Al llegar ya habían colgado —no era de extrañar, no me había dado
precisamente prisa—, pero justo cuando lo cogí para llevármelo al salón
volvió a sonar. Era Tom.
Al colgar, suspiré hastiada y me bebí el café de una vez. Mi amigo
acababa de decirme que el FBI se había puesto en contacto con él para
concertar una reunión, y como siempre no lo hacían con días de antelación,
no, tenía que ser a la carrera.
Me duché, me vestí y llegué diez minutos tarde. ¡Que se aguantaran! No
podían avisar con tan poco margen.
Al llamar a casa de Tom fue uno de los agentes el que me abrió la
puerta. Saludé y pasé de largo hasta localizar a mi amigo y sentarme junto a
él en el sofá. Este me agarró de la mano de manera mecánica y yo dejé
escapar el aire, estaba hasta las narices de ese tipo de reuniones.
—Bueno, lo primero que quiero hacer es pediros perdón. Pensábamos
que esto no se alargaría tanto.
—Puedo asegurarle que nosotros tampoco. —Pocas veces había oído a
Tom hablar de esa manera. Parecía estar bastante enfadado.
—Sí, lo sé —respondió con cierta prepotencia el agente.
—No, la verdad es que no tiene ni puñetera idea. —Apreté la mano de
Tom para que se tranquilizara.
—Bueno, lo que trato de deciros, a ver si esto consigue cambiarte el
humor, Tom… —Mi amigo no le dejó continuar hablando.
—Dudo que algo logre hacerlo, a no ser que me diga que todo ha
terminado.
—Pues lo has clavado, chaval, eso es justo de lo que venía a hablaros.
Por fin hemos podido recopilar todas las pruebas que necesitábamos para
inculpar a Michael y vosotros sois libres para seguir con vuestras vidas.
—¡Joder, ya era hora! —exclamó Tom, poniéndose en pie de golpe.
—Sí, ha costado lo suyo, pero por fin lo tenemos. Han resultado claves
las fechas que nos proporcionaste.
—¿Podemos explicar que hemos tenido que hacernos pasar por pareja?
—preguntó Tom con ansiedad y cambiando por completo de tema. Estaba
claro que los pormenores del caso de Michael no le interesaban para nada.
—Sí, pero tampoco hace falta que entréis en detalles, y cuantas menos
personas lo sepan, mejor —contestó el agente, rotundo.
—No, si yo solo quiero decírselo a una —se defendió Tom.
Yo me había quedado paralizada, con la mano encima del sofá, en el
mismo sitio donde había caído cuando Tom la soltó de la suya, y sin
palabras. No se me había ocurrido preguntar nada.
—Si solo es a una y es discreta, no hay problema. —Noté cierta ironía
en las palabras del agente.
—Vale, pues si son tan amables de marcharse… Como comprenderán
tengo bastante prisa por dar esas explicaciones —les pidió Tom mientras los
acompañaba, o más bien los arrastraba, hacia la puerta.
Los agentes sonrieron con indulgencia y se largaron bastante rápido.
Tom se acercó hasta donde yo me encontraba y se agachó con
movimientos rápidos. Estaba claro que se moría de impaciencia.
—Liz, no me importa si te quedas aquí o te largas, eso sí, cierra la puerta
cuando te vayas, yo tengo mucha prisa —soltó de carrerilla, y me dio un
beso entre la frente y el pelo.
—Ya me imagino. Anda, lárgate. Yo voy al baño y me marcho —
murmuré.
—¿No vas a ir a ver a Jake? —Tom parecía perplejo.
—Antes de ir a verlo quiero hacer algo.
—No entiendo que con lo mal que lo has pasado estos días haya algo
más importante que hacer que explicárselo todo, pero tú misma —gritó
mientras alcanzaba la puerta.
Yo me quedé unos segundos allí parada, deseando no estar
equivocándome con mi decisión.
44. Mi nuevo trabajo
Liz

Me levanté mucho antes de que el despertador sonara. Me tomé mi primer


café del día saboreándolo todo lo que pude. Estaba nerviosa, casi diría que
histérica se acercaba bastante más a cómo me encontraba. Ese era mi primer
día de trabajo, y al hecho de lo nerviosa que aquello me ponía debía añadir
que lo que tenía pensado pedir sería difícil.
Llegué a la redacción muy pronto, aunque no me sorprendió comprobar
que ya había gente allí. Me presenté a las pocas personas con las que me
crucé. Algunas se mostraron encantadoras y otras indiferentes, lo normal en
el primer día.
Cuando fui a hacer la entrevista, Ethan, el jefe, me lo enseñó y explicó
todo, alegó que para no perder el tiempo cuando empezara. Así que me
acomodé en mi mesa y esperé a verlo aparecer. Necesitaba hablar con él y
al pensarlo me sobrevino una especie de ataque de nervios. Respiré
profundamente y me lamenté de haberme tomado el café de la mañana, me
había sentado fatal.
Me levanté de la mesa y me encaminé al baño. Lo primero que hice
cuando llegué fue mirarme en el espejo. Estaba tan pálida que me asusté.
Me mojé las manos y puse una de ellas en mi nuca a ver si el frescor
lograba calmarme. No funcionó demasiado, así que intenté respirar
profundamente; tampoco fue la panacea, la verdad.
Volví a mi mesa e intenté relajarme sin llegar a conseguirlo. Unos pocos
minutos antes de las ocho lo vi entrar, me levanté de la silla y me armé de
valor. Sabía que en cuanto el resto de los compañeros se percatara de su
llegada sería difícil tener un momento para hablar con él. En todos los
periódicos, el despacho del jefe pocas veces lo encontrabas vacío. Así que
decidí ser yo la primera en abordarlo. Sabía que lo que iba a pedirle no era
lo normal, menos en mi primer día de trabajo, y tuve la certeza de que no
resultaría nada fácil salirme con la mía.
No lo fue. Tuve que pelearlo duro porque mi jefe no veía claro el
resultado, entre muchas otras cosas. Le rebatí cada punto cuando yo misma
tenía mil dudas al respecto. Y cuando me vi entre la espada y la pared y
supe que no iba a ceder, decidí contarle la verdad. Bueno, una verdad a
medias, pero más o menos. Eso sí lo convenció. Aunque me advirtió que,
como aquello no saliera bien, podría quedarme sin trabajo. ¿Habría alguien
que hubiera durado menos de un día en su puesto? Pues, o lo que tenía en
mente funcionaba, o esa iba a ser yo.
Intenté animarme; lo único que necesitaba era escribir algo que
conmoviera y mereciera la pena. Casi nada.

Esa noche me quedé trabajando hasta bien entrada la madrugada. Vi


marcharse a todos mis compañeros y me percaté de las miradas de odio que
me lanzaban. Normal, yo también lo hubiera hecho; llegar nueva y salir la
última era de ser la más pelota de la redacción, y si querías llevarte bien con
el resto todo el mundo sabía que eso no se hacía.
Me prometí mentalmente que, si aquello salía bien y la próxima semana
continuaba en el periódico, me marcharía la primera todos los días.

La noche siguiente apenas dormí una hora, no recordaba haber sentido tanta
ansiedad en mi vida.
A las seis de la mañana el amanecer me pillaba despierta. Ese día salía
mi artículo en el periódico, y yo de lo único que tenía ganas era de vomitar.
Aunque, antes de eso, me incorporé en la cama y cogí el móvil para
mandarle un mensaje a Jake, la persona por la que había escrito las palabas
que saldrían en el rotativo de ese día.
Escribí ese mensaje por lo menos cinco veces. Al final dejé de borrarlo y
reescribirlo, si no lo hacía podía pasarme toda la mañana intentando que
quedara perfecto.
Yo: Me hice pasar por la novia de Tom porque nos lo pidió el FBI. Un
asunto relacionado con Michael, ya te lo contaré. Lo que quiero decir es que
Tom y yo nunca hemos estado juntos, jamás hemos sido pareja. Por favor,
lee mi artículo de hoy.
Después de darle al botón de enviar apagué el móvil y me fui directa al
baño. Menudo día largo me esperaba.
45. El artículo
Jake

Acababa de entrar en mi despacho cuando me sonó el móvil. Ese día llegué


incluso antes de lo que venía siendo habitual. Cuando lo saqué del bolsillo y
vi que era un mensaje de Liz, tuve que sentarme en el sillón y debatir si lo
abría o lo borraba directamente.
Al final, lo leí. Si llegan a pincharme, no hubiera sangrado. ¿Qué
demonios hacía Liz trabajando para el FBI? ¿Y qué quería decir que no
estaba saliendo con Tom? Un placentero calorcito, acompañado de un ápice
de esperanza, se apoderó de mí.
Pero después caí en la cuenta de que Liz solo justificaba su situación
sentimental con Tom. No hablaba de sus sentimientos hacia mí ni de que
eso cambiara nada entre nosotros. El calor que sentí instantes antes se
convirtió en un frío intenso.
Debí de estar sentado mucho rato sin hacer nada, porque lo siguiente
que recuerdo fue que Emily entraba en mi despacho y dejaba el periódico
que le había encargado sobre la mesa.
—Sé que me pediste este periódico para leer el artículo de Liz Scott. No
voy a pasarte ninguna llamada ni visita hasta que lo termines. Léelo. —Y
sonó más a orden que a sugerencia.
Cuando mi secretaria salió del despacho, agarré el periódico y busqué
con ansiedad las palabras que Liz había plasmado en él.
Empecé a leerlo con un temblor de manos que decía mucho de cómo me
sentía.

Amor es una palabra que abarca demasiado. Hay muchos tipos de amor.
Yo siento amor por mi familia, mis amigos, incluso por mi mascota; sin
embargo, hoy voy a hablaros del amor romántico. Sí, ya sé que es un tema
controvertido y bastante trillado, pero lo intentaré hacer lo mejor que
pueda.
Puedes hacer muchas cosas ante este tipo de amor: cerrarte con todas
tus fuerzas a él o estar permanentemente abierto a encontrarlo. Pero
¿sabéis qué es lo más curioso de todo? El momento exacto en el que te das
cuenta de que tú no decides sobre eso. Más bien es al contrario. Si el amor
te encuentra, poco puedes hacer tú para esquivarlo.
No obstante, nadie tendría que mendigarlo. Ninguna persona debería
haber sufrido tanto como para no creerse merecedora de ese amor, como
para pensar que no es digna de amar o de sentirse amada. Nadie.
Hace unos días, uno de los hombres más especiales con los que he
tenido la suerte de cruzarme en la vida me dijo no creerse digno de mi
amor. Imaginaos mi cara cuando el tío más impresionante que he conocido
jamás me suelta algo así. Y no hablo solo del físico, que también. Hablo de
una persona que superó una infancia de mierda, una adolescencia no
mucho mejor y que fue capaz de hacerse a sí mismo, de llegar a lo más alto
sin ayuda de nadie. Hablo de alguien frío, pero que cuando encuentra a la
persona adecuada se deshace. Alguien que cree ser distante, pero que
llegado el momento habla de sentimientos con una sinceridad aplastante.
Una persona que me ha demostrado que, si hay alguien en este mundo
que es merecedor de mi amor, es él.
Tal y como he dicho al principio de este artículo, es imposible elegir de
quién te enamoras y, por muy descabellado que parezca, la ratoncita lo ha
hecho de la pantera. En realidad, llevo enamorada de él bastante tiempo,
solo que me he comportado como una cobarde y no he sido capaz de
enfrentarme a esos sentimientos. Por ese motivo voy a decir bien alto que lo
quiero. Por eso y porque posiblemente sea la persona que más «te quieros»
necesita que le digan.
Te quiero, Jake Harris.

Una parte de mí quería sonreír ampliamente, pero otra sentía tal nudo en
la garganta que sabía que si lo hacía se le hubiera escapado algún sollozo.
Años de contención evitaron que hiciera ninguna de las dos cosas.
Nadie en toda mi vida había hecho algo así por mí. Y eso era quedarse
muy corto, porque ni siquiera recordaba que otra persona me hubiera dicho
«te quiero» alguna vez.
No lo pensé. Me levanté del sillón, cogí la chaqueta y salí de mi
despacho casi a la carrera.
—Emily, si llama alguien dile que he tenido que salir. No me pases
ninguna llamada a mi teléfono personal. Ninguna, aunque metan en la
cárcel a alguno de los chicos.
—Entendido, jefe. Que sepas que esa chica me encanta —dijo mi
secretaria sonriendo con dulzura.
—A mí también, Emily, a mí también.
Llegué a casa de Liz en tiempo récord.
46. Me dejé llevar
Daisy

Llevaba horas liada con una cosa del trabajo. Ese día me tocaba hacerlo
desde casa y, a pesar de que la gente hablaba maravillas del teletrabajo, a mí
me gustaba más ir presencialmente. En casa me daba la sensación de que
siempre me faltaba algo: un papel, algún archivo… Acababa de enviar un e-
mail cuando alguien llamó a la puerta. Al abrirla me encontré a un Tom más
guapo de lo que recordaba. No me dio tiempo ni siquiera a saludarlo porque
él se abalanzó sobre mí y me besó. Esta vez no le respondí al beso y lo
aparté para soltarle una fuerte bofetada. Jamás había golpeado a nadie y me
sorprendí hasta yo misma, pero no pensaba dejar que Tom continuara
jugando conmigo.
—¡Joder, Daisy! —exclamó sin parecer demasiado enfadado.
—Lo siento, pero no voy a seguir con esto. En una semana me vuelvo al
pueblo. No puedo continuar así. —Lo solté todo de carrerilla para no
flaquear, porque sabía que si me paraba a pensarlo era capaz de volver a
convertirme en la idiota que había sido esos días atrás.
Tom entró y se sentó en uno de los sillones dando un suspiro. Pero no
dijo palabra, en lugar de eso se movió hasta coger la cartera que tenía en el
bolsillo trasero. Tras abrirla extendió un papel antiguo y arrugado. Lo
desdobló y algo cayó al suelo. Fue en ese instante cuando me percaté de que
no se trataba de un papel, sino de una fotografía. Me agaché a recoger lo
que se había caído al suelo y al levantarme comprobé que eran unas
entradas de cine. Del único cine que había en mi pueblo. Las desplegué y
sonreí al comprobar que eran de una película que Tom y yo fuimos a ver
cuando éramos unos adolescentes. Él me entregó la foto que sujetaba y que
estaba desgastada del tiempo y seguramente de tanto tocarla.
La miré con curiosidad y descubrí que se trataba de una foto de nosotros
dos. Debía de tener bastantes años, porque éramos apenas dos niños. Me
emocioné al ver una imagen tan tierna. Los dos mirábamos a la cámara con
atención y entre nosotros había más de un palmo de distancia. Yo llevaba un
vestidito blanco y unos zapatos que eran mis preferidos, él llevaba una
americana con una camisa y unos pantalones cortos. Recuerdo que ese día
íbamos a una de las fiestas anuales de mi pueblo, por eso llevábamos la
ropa de los domingos. Tendríamos unos once o doce años.
Alcé la mirada hacia Tom porque no entendía qué hacía él con una foto
nuestra y unas entradas de cine en su cartera. Él entendió a la perfección lo
que le preguntaba con la mirada.
—Era mi manera de tenerte cerca.
—¿Me estás diciendo que has llevado esa foto en la cartera desde hace
tantos años? —pregunté incrédula.
—La cartera la he ido cambiando —bromeó—, pero la foto siempre
vino conmigo.
—¿Por qué?
—Porque te quiero, Daisy. Llevo enamorado de ti desde que era un crío
y no he dejado de estarlo en todos estos años.
—Nunca me ha parecido que lo estuvieras, jamás me has dicho nada. —
Yo a él tampoco, pero quería oír su versión.
—Verás, Daisy. Cuando era joven no estaba seguro de lo que sentía y
cuando empezamos a crecer tú te convertiste en una persona que destacaba
tanto, tan inteligente…
—¿¡Que yo me convertí en una persona destacada!? Tom, por el amor
de Dios, que eres una puta estrella de la NBA. —Sus palabras me habían
sonado a chiste malo.
—¿Y eso qué es? Cuando deje de jugar, ¿qué seré?
—¡Lo que quieras! Podrás hacer lo que te apetezca, tienes dinero para
vivir diez vidas. —No lograba comprender lo que Tom quería decir.
—No estoy hablando de dinero, Daisy. Estoy hablando de que cuando
pasen unos años ya no serviré para jugar al baloncesto y me veré sin trabajo
y sin nada que hacer.
—Eso no pasará, eres una de las personas menos perezosas que
conozco, no sabrás estar parado.
—¿Y qué haré, Daisy? —Tom alzó los hombros y en sus ojos podía
verse lo perdido que estaba.
—Eso tendrás que averiguarlo tú. Pero te conozco muy bien y tengo una
idea bastante clara. Y si tú lo piensas un poco sé que llegarás a la misma
conclusión que yo.
—Te aseguro que le he dado un montón de vueltas, y no se me ocurre
nada.
—Eso es porque te has obcecado con el tema y no eres capaz de ver más
allá. —No lograba entender cómo no era capaz de verlo, yo lo tenía muy
claro.
—Supongo que sí. —Al responder, agachó la mirada y lo noté tan
abatido que me apiadé de él.
—Vamos, Tom, tú siempre has querido ser veterinario. Recuerdo que
nos pasábamos horas jugando con los animales de tu padre cuando éramos
niños.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Sí, es verdad; cuando sientes tanta pasión por algo, no se borra
fácilmente.
—No, no se borra. —Y tras decir esto me miró con tanta intensidad que
tuve que tragar saliva—. Daisy, llevo enamorado de ti tal cantidad de años
que ya ni me acuerdo de cuándo sucedió.
—Pues tienes una forma muy peculiar de demostrarlo —ironicé—. No
logro comprender cómo tienes la cara de venir aquí a decirme esto mientras
tu novia está esperándote en tu casa. —Sabía que mi comentario destilaba
rabia, pero me dio igual.
—Liz y yo no hemos salido juntos nunca, nos hacíamos pasar por pareja
porque el FBI estaba investigando a mi antiguo representante.
Entonces, la que tuvo que sentarse fui yo.
—Daisy, no he sido capaz de salir con nadie en todo este tiempo porque
no puedo sacarte de mi cabeza. Te quiero tanto…
—¡Y cómo hemos sido tan idiotas de perder así los años!
—¿Qué quieres decir?
—Tú me quieres y yo te quiero; siendo así, ¿por qué no estamos juntos?
—Espera, ¿tú me quieres? —Tom parecía perplejo.
—¡Te he querido siempre! —Sabía que no era la mejor manera de
decírselo porque parecía más enfadada que enamorada, pero es que me daba
rabia que los dos hubiéramos estado separados tanto tiempo por no haber
hablado antes de nuestros sentimientos.
—¡Joder!
Tom se levantó, me agarró de la mano y me alzó junto a él. Esta vez sí
que le devolví el beso. Por primera vez con él, me dejé llevar; por mis
sentimientos, por mi cuerpo y por lo que realmente me apetecía.
Y fue maravilloso.
47. ¿Enfadado?
Liz

Llevaba un rato dando vueltas por mi piso y mi estado de ansiedad era cada
vez peor, así que decidí desahogarme con la única persona a la que le había
explicado todo. Cogí el móvil y marqué su número deseando que hablar con
ella lograra relajarme un poco.
—Hola, señora enamorada hasta las trancas.
—Rose, no estoy para mucha broma, creo que me va a dar algo. —
Aunque pudiera sonar en broma, lo decía muy en serio.
—Y yo, como siempre te he dicho, creo que a dramática no te gana
nadie.
—¿Y si la he fastidiado? —Lloriqueé.
—A ver, Liz. Jake está enamorado de ti, cuando lea ese artículo en lo
único que va a pensar es en todas las posiciones en las que te la va a…
—¡Suficiente! —Sabía que si no la paraba mi amiga se vendría arriba—.
A mí lo que me parece es que tiendo a complicarme la vida. Con lo fácil
que hubiera sido explicárselo cara a cara en cuanto tuve la oportunidad.
—Ya, eso sí, pero no hubiera sido ni tan dramático ni tan bonito. Liz,
haz el favor de tranquilizarte, el motivo por el que Jake y tú no estáis juntos
se ha eliminado de la ecuación en cuanto el FBI os ha dado permiso para
explicar lo que teníais montado. —A mi amiga le costó asimilar que el
motivo por el que le había estado mintiendo era que estuve colaborando con
el FBI. La verdad es que no me extrañaba, era de película—. Liz, hazme
caso, todo va a salir bien.
—Eso espero.
—Tengo que dejarte; los niños, por llamarlos de alguna manera, están
haciendo guerra de piedras en el jardín. Van a abrirse la cabeza, ya palpo la
catástrofe. Te quiero.
Me colgó antes de que pudiera responderle.

Cuando llamaron al timbre acababa de ponerme una película para dejar de


pensar en que Jake ni siquiera me había llamado y que ya le había dado
tiempo de sobra de leer el dichoso artículo. Era jueves y por eso debería
estar trabajando, pero los tres últimos días me había quedado hasta bien
entrada la madrugada y mi jefe había insistido en que me quedara en casa
esa mañana para recuperar las horas (parecía buen hombre). No le dije que
no porque prefería esconderme en mi casa como la cobarde que era.
¿A quién se le ocurría declararse de una manera tan pública? ¿Y si él no
quería que nadie viera esa faceta suya? ¿Quién era yo para contar así su
pasado? ¿Y si se había enfadado? Mi cabeza iba a mil por hora y no podía
dejar de pensar que escribir ese artículo fue fruto de la impulsividad y que
la había fastidiado por completo.
Me desplacé, porque no se puede decir que caminé, ya que arrastré los
pies, como si en lugar de ir a abrir la puerta estuviera en el corredor de la
muerte. Lo sabía, y Rose me lo recordaba constantemente: a dramática no
me ganaba nadie. Cuando abrí la puerta me quedé parada, sin poder mover
ni una pestaña.
—Vaya, vaya, ratoncita, así que te has enamorado de la pantera.
Creo que Jake se percató de mi estado de nervios, pues cerró él mismo
la puerta, me cogió la mano y me llevó hasta el salón. Antes de hablar me
colocó frente a él.
—Liz, has escrito un artículo, en un conocido periódico, en el que me
dejas como a un algodón de azúcar, ¡a mí! —Con las últimas palabras alzó
la voz y yo agaché la cabeza, por eso no pude ver la preciosa sonrisa que se
formó en su cara.
¡Madre mía! Me hubiera encantado tener los polvos esos de las películas
de Harry Potter y poder irme de allí y aparecer en la otra punta del mundo
(y ya sé que soy una friki).
—Jake, yo de verdad que lo siento… —No sabía por dónde empezar.
—¿Qué sientes?
—Haberlo hecho público, no pensé qué…, creí…
—Liz, no entiendes nada. Jamás nadie había hecho algo así por mí.
Nunca. Solo por eso, te quiero más, si es que es posible.
—Entonces, ¿no estás enfadado? —parpadeé incrédula.
—¿Enfadado? No, cariño, no. Lo que estoy es eufórico, emocionado y
enamorado, pero cabreado te aseguro que no.
Me costaría acostumbrarme a que Jake expresara con tanta soltura sus
sentimientos. Iba a costarme, pero me encantaba.
—Y ahora ven aquí y demuéstrame cuánto me quieres —bromeó.
—Demuéstramelo tú a mí —lo piqué.
—Te aseguro que no he dejado de pensar en otra cosa desde que salí de
mi despacho.
—Te quiero, Jake —dije con voz firme y mirándolo a los ojos.
Noté cómo tragaba saliva y me percaté de que, posiblemente, nunca
había oído esas palabras, así que las acompañé de una tierna caricia.
Jake me acercó hasta él y me abrazó. Soltó un suspiro que me
enterneció. Y fui consciente, más que nunca, de que Jake sería una persona
por la que valdría la pena entregarse sin miedo. Porque, si no funcionaba,
siempre me quedaría la satisfacción de haberlo intentado; pero, si iba bien,
sería la hostia.
Epílogo
Jake

Unos meses después

Estaba sentado en el sillón de mi despacho y no podía parar de pensar que


mi nuevo cliente iba a volverme loco.
—Me da exactamente igual si debo chupar más horas de banquillo.
Tengo exámenes y he de preparármelos.
—Pero, tío, ¿qué tienes?, ¿veinte años? —dije con toda la frialdad que
fui capaz.
Admiraba a Tom por haber decidido apuntarse a la universidad y sacarse
la carrera de Veterinaria. Iba a ayudarlo en todo lo que pudiera, pero, joder,
continuaba siendo el Depredador y no pensaba dejar de serlo.
—No, no tengo veinte años, idiota, y esto ni siquiera te lo estoy
pidiendo, solo te informo.
Me hacía gracia porque Tom me había perdido el miedo hacía mucho.
En esos momentos se había convertido en algo así como un amigo, más que
nada porque Liz lo metía en mi casa cada dos por tres, alegando que yo
necesitaba relaciones sanas y poniendo como excusa cenas y comidas de
celebración. Últimamente en mi casa se celebraba todo. Y yo estaba
encantado, para qué negarlo. La mayoría de las veces me costaba creer que
fue de Tom del único hombre que sentí celos.
Liz y Daisy habían congeniado muy bien y pasaban bastante tiempo
juntas.
A Liz le iba estupendamente en el periódico, cosa que yo sabía porque
era una maravillosa periodista. Solo que en su día la fastidió con cierto
artículo sobre Dan y Brooke. Sin embargo, si no llega a ser por eso, nunca
la hubiera conocido.
Sacudí la cabeza para centrarme en Tom.
—Hace días que lo tengo arreglado. Anda, ve y, si después de todo lo
que he tenido que hacer suspendes esos exámenes, te las verás conmigo.
—Sí, papá —bromeó—. Por cierto, ¿a qué hora hemos quedado hoy?
—Ah, pero ¿hemos quedado? Alguna vez también podríais invitarnos a
vuestra casa, ¿no?
—Me encanta ir a la tuya, además a Liz se le da bien la cocina. Daisy y
yo, como mucho, os podemos hacer unas tostadas.
—En fin… Es mejor que te largues, tengo un montón de cosas que
hacer. —Lo despedí sin demasiadas contemplaciones.
Tom salió de mi despacho sonriendo y yo continué trabajando.

Cuando llegué a casa chasqueé la boca porque allí ya se encontraban Daisy


y Tom, y no pude estar a solas con Liz unos instantes. Sí, eso había hecho
Liz conmigo, solo podía pensar en estar con ella durante todo el maldito
día.
El fin de semana anterior habían venido a visitarnos su amiga Rose y
toda su familia. Liz quería conocer a su ahijado, que había nacido hacía solo
un par de semanas. El recién nacido no dio mucho por saco, aunque los
otros dos enanos casi acaban conmigo.
No obstante, he de reconocer que Rose me cayó bien y que las cosas que
se les ocurrían a esos mocosos eran de lo más divertidas.
Después de que se fueran, y viendo lo que Liz lloró al despedirse de su
amiga, le sugerí que estaría bien comprar una pequeña casa en su pueblo
para poder ir a visitarla, y de paso a sus padres, con más frecuencia. Antes
le aclaré que Rose podía venir a nuestra casa siempre que quisiera, pero era
más difícil que lo hiciera con tanto niño pequeño.
Por el efusivo beso que me dio y la noche que pasamos después, supe
que le había gustado la idea.

Me agaché a acariciar a Aquiles, que, por supuesto, también se había venido


a vivir con nosotros. Aunque jamás lo reconocería delante de nadie, me
encantaba ese maldito chucho, hacía nuestra casa aún más hogar.
Entré en el salón y besé a mi mujer. Sí, he dicho mujer, ¿o pensabais que
iba a ser tan tonto? Puedo tener muchos defectos, pero desde luego ese no
es uno de ellos. En cuanto tuve una oportunidad, le pedí que se casara
conmigo y ella aceptó haciéndome una persona muy muy feliz.
—¡Venga, hombre! Buscaos una cama —gritó Tom.
—Te aseguro que si tú no estuvieras aquí ya la hubiera metido en la
nuestra —bromeé, y Liz me dio un suave codazo.
—Jake, te has vuelto un blando. Lo supe en cuanto vi ese artículo
colgado ahí —continuó pinchándome Tom.
Había impreso el artículo que Liz me escribió y lo había colgado en
mitad del salón. Era una manera de recordarme, cada día, que ella me quería
(aunque Liz me lo dijera continuamente).
—Ni se te ocurra, Tom. No te pases, pero ni un poquito —lo regañó Liz,
señalándolo con el dedo, y yo sonreí.
Mi mujercita dejaba de ser una ratoncita para convertirse en una leona
cuando de defenderme se trataba.
Liz no estaba muy conforme con que hubiera colgado su artículo en el
salón de nuestra casa y durante semanas me pidió que me lo llevara a mi
despacho. Yo no quería y se lo expliqué. En mi despacho deseaba continuar
siendo el tipo frío que fui siempre, pero no en casa, no con ella. Desde que
lo entendió, dejó de insistir.
Nos sentamos a cenar y contemplé a las personas que tenía a mi
alrededor.
Daisy lucía una pequeña barriga, ya que estaba embarazada de pocos
meses y Tom la contemplaba embobado, con cara de imbécil, seguramente
la misma que tenía yo cuando miraba a Liz.
Después me giré a mirar a mi mujer. Puede parecer un tópico, pero dicen
que hay personas que te salvan. Liz lo hizo conmigo. Me salvó de lo que
una infancia de mierda podía haber hecho de mí. Me salvó de convertirme
en alguien insensible y frío. Me salvó de mí mismo. Y solo necesitó amor,
que al final es lo único que cuenta.
Nota de la autora
Con la historia de Jake pongo fin a estos dos libros ambientados en Nueva
York y en la NBA.
Por primera vez desde que empecé a escribir, en esta novela siento al
personaje masculino más protagonista que al femenino, por eso es él quien
la empieza y la termina.
Estas dos novelas pueden leerse de manera independiente. La primera se
llama Sígueme el juego y es la historia de Dan y Brooke.
Ahora ya estoy inmersa en otra historia que nada tiene que ver con estas.
Si queréis saber más de mí y de mis personajes, podéis encontrarme en:
Instagram: @tamaramarin04
Twitter: @tamaramarin04
Facebook: Tamara Marín o Tamara Marín Autora.
Agradecimientos
A mi madre, te pienso cada día.
A mis hijas; no dejéis que ninguna circunstancia de la vida os marque el
camino y, mucho menos, os condicione a la hora de ser vosotras mismas.
A mi hermano, por aguantarme cuando caigo, darme la mano para
levantarme y sostenerme siempre.
A mi padre, por apoyarme en todo lo que hago.
A mi pareja, por entenderme tan bien y por pararme los pies cuando mi
parte dramática se apodera de mí.
A Yanira, porque te has convertido en alguien muy especial y
fundamental en mi vida. Gracias por entenderme, por apoyarme y por
acompañarme.
A Rubric, mil gracias una vez más por TODO.
A Taira, gracias por estar siempre ahí, por emocionarte con mis avances
y darme tu punto de vista. Este camino sería mucho menos bonito sin ti.
A Nerea; otra cubierta que ve la luz, y por todas las que nos quedan.
A Rocío, porque trabajar contigo cada vez es más sencillo y
enriquecedor. Gracias por ser tan buena profesional y resolver todas mis
dudas, y gracias por dejar esta novela perfecta.
A Taira y Vanesa, mis lectoras cero. Mil gracias por vuestras
sugerencias.
A todas las personas que han tenido una mala infancia y han sabido
encontrar el camino para superarla. Tenéis toda mi admiración.
A mis compañeras de letras. Porque esta profesión sería mucho más
solitaria y aburrida sin vosotras.
A mis lectoras, porque es increíble todo lo que me transmitís con
vuestros mensajes de cariño. Porque esto carecería de sentido sin vosotras.
Música
No sé bien el motivo, pero Leiva me ha acompañado mientras escribía esta
novela. Terriblemente cruel, No te preocupes por mí o Como si fueras a
morir mañana me recordaban tanto a Jake que las escuché en bucle.
Otras obras de Tamara Marín
Lucía es una profesora de treinta años. Siempre ha sido extrovertida y ha
tenido un fuerte carácter, por eso se dice a ella misma que, si ha sido capaz
de superar encontrarse a su marido, en su propia cama, con otra, ese tal
Lucas no podrá con ella.
¿Pero cómo se van a hacer pasar por pareja si no se tragan?
¿Quién ganará la apuesta?
¿Qué sucede con Sergio?
Y, lo que es más importante, ¿será Lucía capaz de dejarse llevar y hacer
que ocurra?

.
Olivia es una doctora que no ha tenido una vida fácil. Lo ha pasado muy
mal en el amor y tiene el corazón blindado.
Ella no es ninguna princesa y no necesita que nadie la salve. Puede con
todo.
Hugo es un policía paciente y cabezota, con un sentido de la protección
demasiado arraigado.
¿Será Hugo capaz de llegar al corazón de Olivia?
¿Encontrará Olivia la capacidad de amar?
¿Conseguirán Hugo y Olivia dejar atrás sus miedos?

.
María tiene una familia que la quiere, una pareja y un buen trabajo. Es la
chica perfecta, con la vida perfecta, pero algo en ella se rebela ante tanta
perfección. Tendrá que aprender que para querer a alguien primero tiene
que quererse a ella misma.
Álex es una persona paciente, que tiene muy claro lo que quiere y no
duda en luchar por conseguirlo.
¿Podrá María deshacerse de esa sensación de vacío?
¿Por qué los dos tienen la impresión de que les falta algo?
¿Serán capaces de enamorarse, o tal vez nunca han dejado de estarlo?

.
Alba ha tenido una infancia muy dura que le ha hecho no creer en el amor y
no querer comprometerse con nadie, bajo ningún concepto. Ella no es de
nadie. Tiene suficiente con su floristería, sus amigas y algún ligue de vez en
cuando.
Mario es un hombre con un carácter fuerte y seguro de sí mismo. Solo
hay una persona que consigue sacar lo peor de él. Una pelirroja llamada
Alba.
¿Serán capaces de dejar a un lado la aversión que sienten el uno por el
otro?
¿Podrá Alba superar su alergia al compromiso?
¿Qué pasará entre ellos para que no tengan más remedio que seguir
viéndose?

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Eli es una educadora infantil de veintitrés años, joven e impulsiva. Le
encantan los tatuajes, los piercings y la velocidad, no necesariamente en ese
orden.
Ella vive «despeinada» y le importa bien poco lo que la gente opine.
Max es un bombero de treinta y cuatro años; serio, organizado,
meticuloso y le gustan las mujeres parecidas a él.
¿Conseguirá Max apartar a un lado sus prejuicios?
¿Podrá Eli estar con un hombre tan opuesto a ella?
¿Serán capaces de dejar atrás sus diferencias?

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Lo que más le gusta en el mundo a Julia son los dulces, por ese motivo se
dedica a hacerlos.
Es una mujer independiente y con carácter, hasta que algo hace que eso
cambie.
Tocará fondo con su última pareja, por lo que no querrá depender nunca
más de nadie, y mucho menos enamorarse.
Marcos es un hombre seguro de sí mismo y algo gruñón. Después de
vivir una dura experiencia, se prometió no volver a entregar su corazón a
nadie. Tiene suficiente con su restaurante y sus relaciones esporádicas.
¿Logrará averiguar Marcos quién es esa chica que guarda tantos
secretos?
¿Podrá Julia salir del bache en el que se encuentra?
¿Conseguirá Marcos reconciliarse con su pasado?
¿Serán capaces de sanar sus corazones rotos?

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La vida de Nix es como la de cualquier otra persona hasta que, después de
un accidente de coche, todo cambia.
Diego es el jefe de una de las casas de El Círculo, una organización que
la adentrará en un mundo totalmente nuevo para ella. Allí convivirá con
Áurea, Tyr y Eros, entre otros.
Junto a ellos penetrará en el oscuro mundo de los lùth y verá por primera
vez a Ares, quien cambiará su vida para siempre.
Pero lo más importante es que gracias a sus compañeros y a El Círculo
conseguirá conocerse a ella misma, sabrá cuáles son sus límites y hasta
dónde pueden llegar sus «capacidades».
¿Quiénes son los lùth?
¿Podrá Nix derrotarlos?
¿Serán capaces Nix y Ares de compartir su amor sin salir heridos? ¿O
preferirá Nix el amor de Eros?

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Anjana proviene de una familia adinerada y tiene un coeficiente intelectual
muy superior a la media. Sin embargo, hay algo que siempre le ha
preocupado: su necesidad de energía.
Tyr es miembro de El Círculo y está deseando conocerla, aunque la
primera impresión no es demasiado buena.
Ella llegará a la casa sin estar conforme, pero no podrá resistirse a lo que
Diego le ofrece.
¿Qué se trae Anjana entre manos?
¿Encontrará Tyr en ella a la pareja que tanto anhela?
¿Serán capaces de acabar con la amenaza que los acecha?
El esperado desenlace de la saga Los lùth ya está aquí. ¿Te lo vas a
perder?

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Taira tiene veintiocho años, es taxista y le encanta su trabajo. Lleva media
vida con Pablo, pero ya no aguanta más.
Después de tantos años sin tener una cita, la palabra Tinder le suena a
chino. Aunque contará con la ayuda de su nuevo compañero de piso.
A Nico le encanta viajar y se ha pasado los últimos doce años de ciudad
en ciudad. Pero, ante una inesperada llamada, deberá regresar al que era su
pueblo y hacerse cargo del taller de su padre. Y es justo allí donde se
reencontrará con quien lo hacía suspirar de adolescente.
¿Será Taira capaz de recuperar el tiempo perdido?
¿Podrá Nico asentarse en su antiguo barrio y dejar de huir?
¿Lograrán superar todos los obstáculos?

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Alma ha tenido mellizos y está sobrepasada, así que cree que lo mejor es
separarse de Víctor, su marido y padre de sus hijos. Pero se percata
rápidamente de que esa no es la mejor solución y se arrepiente casi en el
mismo instante de tomarla.
Víctor acata la decisión de Alma sin inmutarse. Y concluye que lo mejor
es rehacer su vida junto a otra persona. No cuenta con que los sentimientos
que aún alberga por Alma lo asaltarán a cada instante.
Carlota trabaja para Manu y lo último que quiere y necesita es empezar
una relación con un hombre como su jefe.
Manu dirige un local de copas y es un mujeriego empedernido. No
entiende qué tiene Carlota para que se sienta tan atraído por ella.

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Emma tiene veintisiete años, es optimista, alegre y siempre intenta ver la
parte buena de las cosas. Pero está pasando por el peor momento de su vida,
por lo que decide huir de todo e irse a casa de su abuela, en un lugar
perdido.
Gabriel dejó un trabajo que le entusiasmaba para hacerse cargo del
negocio familiar, una pequeña casa rural, en un remoto pueblo de escasos
habitantes.
¿Será capaz Emma de vivir allí o preferirá la ciudad?
¿Logrará Gabriel acercarse a ella sin salir herido?
¿Qué harán para cambiar sus vidas?

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Nani y Toni se reencuentran después de unos cuantos años separados.
¿Será suficiente el amor que se profesan para que lo suyo funcione?
¿Lograrán perdonarse y empezar de cero?
¿Podrá la magia de la Navidad volver a unirlos?
Este no es un típico cuento de Navidad. A su protagonista no le
entusiasma en exceso esta época del año y por eso decide marcharse a
Londres. ¡Grave error! Cómo acaba vestida de elfo y entregándole una carta
a Santa Claus son cosas que ni ella misma entiende.
¿Quieres averiguarlo? Pues no te quedará más remedio que leer este
relato.

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Brooke vive en un pequeño estudio situado en un bonito barrio de Nueva
York. Tiene un buen empleo y una vida bastante tranquila.
Sin embargo, esa calma se ve interrumpida cuando la despiden. Brooke
deberá encontrar un trabajo con urgencia, aunque lo último que imagina es
que acabará haciéndolo de cocinera, para un famoso jugador de la NBA.
Dan necesita con premura alguien que se haga cargo de su cocina si
quiere continuar manteniéndose en forma. El único problema es que pide un
montón de requisitos para ese puesto, como que la persona elegida sepa
cocinar tortilla de patata y que él no sienta por ella ningún tipo de atracción
sexual.
¿Conseguirá Brooke hacer frente a sus inseguridades?
¿Podrá Dan confiar en Brooke?
¿Serán capaces de superar las diferencias que los separan?

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