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La imagen en el instituto lo es todo, eso Chloe lo sabía muy bien.

Aparentemente la vida de Chloe Davis es perfecta. Es la chica más popular


del instituto, tiene una media de sobresaliente y encima es la capitana de las
animadoras. Es guapa, inteligente y amable. Es la envidia de todas las
chicas y la más deseada por los chicos.

Todo en su vida está controlado, hasta que en el último curso del instituto
aparece Alex Wilson, el chico nuevo y misterioso, tan guapo e irresistible
como arrogante y engreído, que pondrá todo su mundo patas arriba.

Dos personas completamente diferentes

Dos corazones destinados a encontrarse

Un amor inevitable
A mi sobrina Ariadna,

por ser un rayo de luz en mi vida.


Prólogo

La vida en el instituto es complicada.

La gente piensa que cuando eres adolescente no tienes ninguna


preocupación en la vida, que no tienes que preocuparte por cosas como
pagar la casa, el agua, la luz o la comida, pues tus padres se ocupan de ello.
Que no sabes lo que es matarte a trabajar para que después no valoren tus
esfuerzos… Todos piensan que la vida de un adolescente se basa en ir de
fiesta, salir con los amigos, discutir con los padres, escuchar música y
quejarse porque nadie les entiende.

Pero eso no es del todo cierto.

Cuando te vas haciendo mayor, piensas en todos esos momentos que te


marcaron en tu niñez; tu primer beso, tu primera fiesta, tu primer amor, tu
primera vez… y desearías volver a tener dieciséis años para revivir esas
primeras veces. Pero la gente siempre suele olvidarse de cómo es la vida en
el instituto.

Los adolescentes pueden ser muy crueles cuando eres diferente; si tienes
unos kilos de más, te insultan incansablemente hasta que al final dejas de
quererte; si tienes gustos diferentes, te critican porque no logran entender
que no te guste lo mismo que a ellos, pues claro, sus gustos son los
correctos y quien opina lo contrario está mal de la cabeza…
La vida en el instituto es muy cruel. Un universo en el que, para encajar,
debes comportarte como los demás, seguir a la masa para pasar
desapercibido, pues si destacas, estás perdido. Todos allí tienen una imagen
de ti que, por mucho que lo intentes, te va a acompañar el resto de tu vida.
Y habrá momentos en los que no puedas más, en los que pienses que el
mundo se te viene encima y no puedes controlarlo, y te puedo asegurar que
es una sensación de lo más desagradable.

Ahora quiero decirte una cosa: ¿Qué más da que tengas un par de kilos
de más? No tienes que gustar a nadie excepto a ti mismo. Los demás se
pueden ir al cuerno si quieren; ¿qué más da que tengas un gusto diferente?
Es tu vida y eres tú quien decide cómo vivirla; ¿qué más da si eres un
aficionado a los videojuegos o a las películas? ¿Qué más da si te equivocas?
Somos personas y todas nos equivocamos.

Sé que todo el mundo te habrá dicho lo mismo y que nada de lo que diga
ahora te hará cambiar de opinión, pero déjame decirte que solamente
vivimos una vez, y no debemos vivir a través de los ojos de los demás, sino
de los nuestros propios.

La cuestión es que, cuando te haces mayor, todo eso desaparece. Ese


infierno queda escondido en un lugar remoto de nuestro cerebro y no
volverá a ver la luz jamás. Quizás sea porque lo que creías importante
cuando eras adolescente deja de serlo cuando te haces mayor, o porque te
das cuenta de que lo que realmente importa es la imagen que tengas de ti
mismo y no la que tienen los demás.

No te voy a mentir… Yo también tengo una imagen. Suelo utilizarla


para que los demás no se den cuenta de lo destrozada que me siento por
dentro, de los miedos e inseguridades que me acompañan desde una edad
bastante temprana. Mi única preocupación era seguir manteniendo mi
imagen de chica perfecta, la de capitana del equipo de animadoras a la que
no le importa lo que opinen de ella cuando, en realidad, es por lo único que
me levanto cada mañana.
Yo pensaba así.

Hasta que lo conocí a él.


1

La alarma me despertó con un penetrante sonido, el mismo sonido irritante


que se te metía en la cabeza y no te abandonaba hasta pasadas unas horas.
Hacía solamente un par de horas que había podido conciliar el sueño; estaba
realmente nerviosa a la vez que muy emocionada por el comienzo del
último curso de instituto.

Me había pasado los últimos años estudiando a más no poder para sacar
la máxima nota en los exámenes, eso conllevaba a asistir lo menos posible a
fiestas que organizaban mis amigos, y eran más de las que me gustaría
admitir, pese a que eso perjudicara en cierta manera la imagen que había
estado gestado durante mi adolescencia. En vez de salir por ahí y beber
alcohol, yo prefería quedarme en casa estudiando y así conseguir la beca
para Stanford, la universidad de mis sueños.

Aparté las sábanas de lino con un rápido movimiento y entré al cuarto de


baño de mi habitación. El chorro de agua caliente ayudó a que los nervios
que se apoderaron de mi cuerpo las últimas semanas se apaciguasen un
poco. Aunque no lo suficiente.

A pesar de que en el fondo sabía que todo iba a seguir igual, que iba a
ver a las mismas personas de siempre, que mi popularidad seguía estando
en la cima de la jerarquía estudiantil, algo dentro de mí me decía que este
curso iba a ser diferente.
Envolví mi cuerpo con una toalla y regresé a la habitación. Abrí el
armario y saqué el conjunto perfecto para el primer día de clase que ayer
decidí que me iba a poner: Unos vaqueros altos azules y una blusa de color
negro sin mangas que me regaló mi abuela en uno de sus viajes a Nueva
York.

Bajé a la cocina para preparar el desayuno; hice tortitas con sirope de


arce para mi padre y unos copos de avena con fruta para mí, para empezar
el día con energía. Acto seguido, coloqué el plato de tortitas en una bandeja
de madera junto a un vaso de zumo de naranja y subí a su habitación.

Estaba acostado en la cama, vestido aún con la misma ropa de ayer tras
haberse pasado la noche entera buscando trabajo en diversas páginas web.
Sin hacer mucho ruido, dejé la bandeja sobre la mesita de noche antes de
salir por la puerta y bajar a la cocina para tomar mi delicioso desayuno.

Cuando llegué al instituto, me reuní con mi mejor amiga en la puerta.


Conocí a Sarah en el jardín de infancia, y después de que me prestara su
muñeca cuando se rompió la mía, fuimos inseparables. Ella era la hermana
que nunca tuve, pues a la edad de cinco años mi madre falleció. Desde
entonces, la familia Greene me había tratado como a una más de ellos.
Tanto a mí como a mi padre, y eso es algo que jamás dejaré de agradecerles.

—¿Preparada para el último curso? —me preguntó con una gran sonrisa,
enhebrando su brazo al mío mientras nos dirigíamos a la puerta de entrada.

Su cabello dorado relucía bajo los rayos de sol de primera hora de la


mañana, sacando a relucir su tez ya de por sí nívea. Sus ojos azules me
miraron brillantes y alegres.

—Un poco nerviosa —exhalé.

El curso pasado descubrí a Brett Johnson, mi antiguo mejor amigo y


ahora también exnovio, manteniendo relaciones sexuales con una
compañera del equipo de animadoras, Brittany Moore. Aquella espantosa
imagen estuvo atormentándome durante los meses siguientes,
recordándome constantemente su traición. El verano me había servido para
olvidarlo y construir una nueva y mejorada Chloe. Pero el instituto podía
ser una jungla llena de depredadores, y me preocupaba que aún hubiera
gente hablando sobre ello.

—No temas, Chloe —dijo mi amiga—. Eres la chica más popular de


todo el instituto. Seguro que ya nadie se acuerda de nada de lo que sucedió
el curso pasado.

Asentí, confiando en que todo iba a seguir igual.

Entramos en el edificio, donde un extenso pasillo con taquillas en las


paredes y un montón de personas yendo de un lado a otro aparecieron
delante de nosotras. Caminé entre los cientos de ojos curiosos hasta llegar a
mi taquilla. Puse la combinación: 81216. Tomé el libro de clase de español
y fuimos al aula.

Mis compañeros estaban sentados en sus respectivos asientos, hablando


de sus cosas, hasta que llegué yo y todas las miradas se centraron en mí.
Eso me abrumó. Cada uno de ellos me saludó con amabilidad, otros con
demasiado entusiasmo… Pese a que ya estaba acostumbrada a ese tipo de
comportamientos, no lo hacía más fácil; gracias a ser la capitana de las
animadoras, mi estatus social había sido catapultado a un nivel que jamás
pensé que llegaría. Pasé de ser una completa desconocida a la más popular
de todo el instituto en cuestión de segundos.

Yo respondí con una amable sonrisa a todo aquel que me hablaba,


agradeciendo que no mencionaran nada de lo que ocurrió el curso pasado.
Mientras conversaba con ellos sobre lo que había hecho este verano, cuya
historia inventé para hacerla más interesante y la cual incluía viajes
extravagantes y cenas lujosas, advertí que había una persona sentada en la
última fila que no había visto antes, y eso que conocía a todos los
estudiantes de este centro; tenía el rostro apoyado sobre sus manos
entrelazadas y el cuerpo recostado sobre la mesa. La incipiente barba que
cubría su mandíbula me llevó a pensar que era un poco mayor que nosotros,
y cuando sus ojos se giraron hacía mi, el corazón enloqueció bajo mi pecho.

—Sarah, ¿conoces a ese chico?

Ella se giró levemente para mirarlo. Negó con la cabeza.

—Debe ser nuevo.

Brett apareció por la puerta, examinando los rostros que había en busca
de alguien. En cuanto sus ojos oscuros me encontraron, sus labios se
curvaron hacia arriba en una esperanzadora sonrisa. Puse los ojos en blanco
y me senté en mi pupitre habitual, curiosamente era justo el que estaba
frente al chico nuevo.

Sarah me siguió, y por desgracia, también lo hizo Brett.

—¿Qué quieres, Brett? —preguntó Sarah con desdén.

—La quiero a ella.

Escuché una risita proveniente del asiento de detrás. Brett apretó la


mandíbula y sus ojos se escondieron mientras sacudía la cabeza con
indignación.

—Si tanto me querías, ¿puedo saber qué hacías con Brittany en el


despacho del entrenador?

Esa imagen estuvo atormentándome durante las noches de verano.

—Fue un error, y lo sabes. Perdóname —intentó agarrarme de la mano,


pero antes de que pudiera hacerlo, las escondí bajo el pupitre.
—¿Es que no te cansas de hacer el ridículo? —preguntó Sarah—. Será
mejor que te vayas y no nos hagas perder más el tiempo con estupideces.

—No me pienso ir hasta que me diga algo —contestó sin apartar la


mirada de mis ojos, como si así esperase convencerme de que solo fue un
error inocente—. Te quiero, Chloe.

La risita desdeñosa de antes volvió a escucharse.

Brett alzó la mirada y furioso miró al chico nuevo.

—¿Tienes algún problema?

El chico nuevo se incorporó. Era bastante alto, incluso más que Brett.
Tenía un cuerpo delgado y definido. La camiseta negra dejaba expuestos
unos bíceps grandes y fuertes, los vaqueros se ajustaban a su apretado y
redondo trasero. Abrió la boca para responder, pero antes de decir nada,
respiró profundamente y volvió a acostarse sobre el pupitre, mirando a la
pizarra.

—Así me gusta —añadió Brett como si hubiera ganado la batalla. Sus


ojos descendieron hacia mí—. ¿Podemos quedar esta tarde para hablar?

—Chicos, sentaos —anunció el profesor Grant después de cerrar la


puerta, librándome de contestar.

Aunque la respuesta hubiera sido la misma. Un rotundo no.

Brett, resignado, se dirigió a su asiento de la segunda fila.

—Bienvenidos al último curso —dijo el profesor después de dejar su


maletín sobre el escritorio—. Para aquellos que no me conozcáis, soy David
Grant, el orientador del centro y este año también vuestro profesor de
español. Llevo bastante sin practicar mi español así que tened un poco de
paciencia conmigo, ¿de acuerdo?
España era uno de mis países favoritos. Sarah, este verano, nos invitó a
mi padre y a mí para que fuéramos a un pueblo de Murcia con su familia.
Conocimos a mucha gente interesante, y la comida fue lo mejor de todo.

—Joder, qué bueno está —me comentó mi amiga por lo bajo.

El profesor Grant, con veinticuatro años, era el profesor más joven y


atractivo del instituto. Tenía a todas las chicas locas, tanto alumnas como
profesoras, con sus preciosos ojos almendrados y su perfecta sonrisa. David
tenía muchas pretendientas desde que llegó al pueblo casi dos años atrás,
pero fue mi amiga quien consiguió su corazón; Sarah y él mantenían una
relación sentimental. Se conocieron en verano, en una discoteca antes de
comenzar el año escolar. Después descubrieron que David iba a ser el
orientador del instituto y todo se complicó… Aunque nada de eso impidió
que siguieran viéndose.

—La primera lección del curso es: Saber presentarse —prosiguió el


profesor con esa sonrisa encantadora—. Pienso aprovechar esta lección y
dedicar la hora para hablar sobre quiénes somos y de ese modo poder
conocernos mejor.

Cada compañero empezó a presentarse, algunos de ellos además


contaron con un acento pésimo anécdotas del verano; algunas fueron
deprimentes, como la chica que tuvo que quedarse en el pueblo para asistir
a clases de verano y así poder estar en este curso; otras fueron mucho más
divertidas, como el chico que fue a casa de su abuela por su cumpleaños y
sus primos mayores echaron a traición alcohol en su refresco y acabó
vomitando en mitad del salón.

No presté mucha atención a lo que Brett hizo este verano porque no me


importaba, no quería saber si había seguido tirándose a Brittany. Me puse a
dibujar en mi cuaderno esperando a que acabara. Después continuó con el
resto de alumnos.
Sarah acababa de sentarse tras haberse presentado.

—Ahora tú, Chloe.

Me levanté y miré a mis compañeros. Entrelacé las manos a mi espalda


para ocultar los nervios que tenía a la vez que mostraba una sonrisa
superficial, intentando aparentar seguridad. Odiaba hablar delante de gente.
Odiaba mucho más ser el centro de atención, pero no podía dejar que la
gente lo supiera.

—Como ya sabéis, mi nombre es Chloe Davis y soy la capitana de las


animadoras. Pero no os dejéis engatusar por mi físico, porque también
tengo una media de nueve, además de ser la presidenta del consejo
estudiantil y formar parte del comité de eventos del instituto.

—¿Y tus sueños, aspiraciones…?

Dudé un momento sobre qué debía decir. No quería hablar de mi vida


privada porque eso podría poner en riesgo la imagen que mis compañeros
tenían sobre mí, por lo que decidí hablar del lacrosse.

—Pues me gustaría ganar de una vez el campeonato de lacrosse.


Richmore lleva demasiados años siendo los ganadores… ¡Ya es hora de que
demostremos quiénes somos! ¡Este año tenemos que demostrar quienes son
los mejores!

Todos empezaron a vitorear, apoyándome, aunque dudaba que todos me


hubieran entendido a la perfección. La mayoría de mis compañeros no
tenían ni idea de español, estaban más preocupados en salir de fiesta que en
aprender un nuevo idioma.

—Tranquilos —pidió el profesor, tratando de calmar la jauría que


acababa de montarse—. No estamos en un circo, sino en una clase. Muy
bien, Chloe. Puedes sentarte. Y ahora solo queda el chico que está sentado
detrás.
Apoyé la espalda contra la pared para mirarle mejor. Por alguna extraña
razón que no llegaba a comprender, no quería perderme ni un solo detalle
de lo que fuera a decir; se levantó pesadamente y miró al profesor con el
semblante serio. Escondió las manos en los bolsillos y relajó la postura.

—Eres nuevo, ¿verdad?

Asintió.

—¿Y cómo te llamas?

—Alex.

—Pareces mayor… ¿Cuántos años tienes?

—Los suficientes como para no deber estar aquí.

Todos rieron.

El profesor lo ignoró.

—Bueno…, háblanos de ti.

—No pienso hablar de mi vida privada.

—Pero todos tus compañeros lo han hecho…

—¿Y si todos mis compañeros se tiran por un puente yo también tengo


que hacerlo? Lo siento, pero yo no sigo ningún rebaño. No es mi estilo.

—En clase existen unas normas y obligaciones que…

—Por supuesto —lo interrumpió—, pero estoy seguro de que en


ninguna de esas normas y obligaciones obliga a los alumnos a hablar de su
vida privada. Me llamo Alexander Wilson, tengo veinte años y soy nuevo en
el centro. Con eso es más que suficiente.

El timbre sonó, finalizando la primera clase del curso.

—Espera, Alex —dijo el profesor—. Quiero hablar contigo.

Mientras recogía mis cosas, traté de escuchar su conversación; por la


distancia en la que estaba no llegaba a entenderles, aunque todo parecía
indicar que el profesor le estaba recriminando por su comportamiento. Alex
mantenía una postura relajada y encorvada, con sus fríos ojos azules
clavados en los del profesor.

—Qué chico más raro —comentó Sarah mientras caminábamos por el


pasillo—. No entiendo por qué se ha negado a hablar. ¿Acaso esconde algo?
Y esa forma de dirigirse al profesor… ¿Pero quién se cree? ¿Qué pretendía
conseguir? No lo entiendo.

—Sinceramente, creo que está en su derecho negarse a hablar de su vida


privada… Tiene razón. En ningún lado pone que debamos hablar sobre lo
que hacemos fuera del instituto.

—Sabes que al profesor Grant le gusta que hablemos de nosotros


mismos para que podamos conocer a nuestros compañeros y así hacer
amigos con más facilidad. Y si lo piensas bien, es una buena forma para
saber si hay gente afín a nosotros.

—Entiendo las razones para hacer las presentaciones, pero yo tampoco


me siento muy cómoda exponiendo mi intimidad delante de todos, Sarah.
Por eso siempre hablo de lacrosse o de las animadoras.

—Chloe, soy tu mejor amiga y sé lo nerviosa que te pones delante de


gente. Pero hay formas y formas de negarse; si Alex no quería hablar, vale,
está en su derecho, aunque podría haber hecho lo que siempre haces tú:
contar banalidades o que se las hubiera inventado. Total, nadie lo conoce.
Justo en ese momento apareció Alex, esquivando las personas que se
encontraban en su camino y salió del edificio hecho una furia. Mi amiga
tenía razón. Nadie conocía a Alex.

Pero una parte de mí quería conocerle.


2

El primer partido de la temporada de lacrosse era dentro de dos semanas.


Las chicas y yo dedicamos el tiempo del entrenamiento de hoy a realizar las
pruebas para las nuevas animadoras, cuyas inscripciones necesitábamos con
urgencia. Pese a que no había sido un día de mucho esfuerzo físico, no veía
el momento de llegar a casa y tumbarme en la cama.

Lo peor de tener el coche averiado es caminar veinte manzanas con el


bolso colgando de un brazo y la bolsa del gimnasio en el otro para volver a
casa. Tuve un pequeño accidente hacía dos meses, un coche me topó
mientras esperaba que el semáforo cambiara de color. Yo no sufrí ningún
daño, y el golpe tampoco fue tan grave como para tenerlo durante tanto
tiempo en el taller.

Cuando llegué a casa, dejé mis cosas al lado de la puerta.

—¿Papá?

—Estoy aquí —su voz procedía de la cocina.

Mi padre estaba intentando coger una bandeja de lasaña del horno con la
ayuda de un trapo, pero de algún modo acabó quemándose la punta de los
dedos y tiró la comida al suelo. El queso fundido y los trozos de carne
picada llegaron hasta mis pies.

—¡Joder! —maldijo mientras se chupaba el dedo.


—¿Qué hacías cocinando? Sabes que de eso me ocupo yo.

—Lo sé, princesa —dijo, apenado—. Pero hoy era tu primer día de clase
y tu primer entrenamiento de animadoras, mi intención era que tuvieras la
cena lista para cuando llegaras.

—Y te lo agradezco, pero a partir de ahora déjamelo a mí, ¿vale? Y no


te preocupes por todo esto, ya lo recojo yo todo. Tú puedes ir a ver la
televisión al salón, si quieres.

—Sí, será lo mejor —sonrió—. Por cierto, han llamado los del taller esta
mañana. Ya tienen tu coche reparado. Puedes pasar a por él cuando quieras.

—Recojo esto y voy. Y ya compro algo para cenar.

—Vale. Toma.

Sacó unos cuantos billetes de su cartera.

—¿Y esto? —pregunté, sorprendida. No estaba acostumbrada a que me


diera dinero. En parte para eso trabajaba, para tener el mío propio y no tener
que pedirle a él.

—Para que compres la comida.

—Papá…

—Princesa, llevas malgastando tu dinero en cosas que no deberías


demasiado tiempo.

—Sabes que a mí no me importa…

—Pero a mí sí que me importa —repuso—. Además, tengo una


buenísima noticia —dibujó una enorme sonrisa que apenas le cabía en el
rostro—. Tengo trabajo.

—¿De verdad? —los ojos se me abrieron de la sorpresa.

—Sí, y esta vez en una buena empresa. A partir de ahora pienso hacerme
cargo de los gastos de la casa. Ya no hace falta que sigas trabajando. Ahora
puedes centrarte únicamente en tus estudios y en los entrenamientos. Has
estado demasiado tiempo ocupándote de todo, princesa… Déjame que
ahora sea yo quien cuide de ti.

Desde la muerte de mi madre, mi padre estuvo sumido bajo una gran


depresión. Intentó centrarse en su carrera, pero el dolor de la pérdida era
demasiado arrollador como para obviarlo y continuar. Por esa razón le
echaron de la empresa constructora para la que trabajaba y se ocupó de
lleno a mí. Mientras me criaba, trabajó en alguna que otra obra. El
problema estaba en que ninguna de ellas ofrecía un sueldo decente, por lo
que cuando tuve la edad suficiente, busqué uno yo para ayudar con los
gastos y no perder la casa que mi madre tanto adoraba.

Al principio compaginar los estudios, entrenamientos y trabajo fue


bastante complicado. Siempre acababa agotada al acabar el día, sin ganas de
darme una ducha o de comer una buena hamburguesa. Pero ahora que había
conseguido un puesto en una buena empresa podía prescindir de una de
ellas, y de ese modo conseguir algo de tiempo libre para mí.

Guardé el dinero en el bolsillo trasero del vaquero y abracé a mi padre


con todas mis fuerzas. No podía ni describir la felicidad que sentí en ese
momento, como si después de tanto tiempo atrapados en un inmenso
laberinto, por fin veíamos la salida.

—Te quiero muchísimo, princesa —me besó la coronilla.

—Y yo a ti, papá.
Mi padre es un simple hombre de cuarenta y cuatro años, cabello rubio
oscuro con algunos mechones blancos en el pelo y en la barba desaliñada,
eso le daba un aspecto más maduro a pesar de lo joven que era. En sus ojos
era visible el sufrimiento y la desolación por la pérdida de su mujer.
Aunque por más que pasara el tiempo, sabía que ese sentimiento nunca iba
a desaparecer.

El coche fue un regalo por mi decimosexto cumpleaños, cortesía de mi


querida abuela materna. Lo cuidaba como oro en paño, pues era una parte
esencial para mantener mi imagen intacta. Entré al taller y encontré mi
apreciado Seat Ibiza rojo con el capó abierto y subido a un gato mecánico.
¿Acaso no estaba arreglado?

—Disculpa, ¿qué le pasa ahora a mi coche? —le pregunté a la persona


que había debajo.

El hombre se deslizó por el suelo montado sobre una especie de


monopatín y sus ojos azul eléctrico me miraron molestos. Se levantó de
modo que lo tuve frente a mí, tan cerca que me puse nerviosa. Tenía el
cuerpo cubierto de manchas de grasa, la camiseta de tirantes que llevaba era
blanca, o eso creía ya que estaba completamente manchada. Los pantalones
eran el mono del taller, con las mangas atadas alrededor de la cintura de un
modo que me pareció sexy.

—¿Tú? —pregunté, desconcertada. No esperaba verlo aquí.

—Sí —respondió con dureza—. Yo.

—¿Trabajas aquí?

—Sí, es el taller de mi tío. ¿Algún problema?


—No, no —sacudí la cabeza.

—Bien.

Limpió la grasa de sus manos con un trapo. Me rodeó y fue hasta los
mandos de la máquina para bajar el coche. Cuando las ruedas volvieron a
tocar el suelo, lo toqueteó por dentro. Yo me deleité en admirar sus brazos,
maravillada por la forma en que sus músculos se tensaban…

¿En qué estaba pensando? Había venido a recoger mi coche, no a


comerme con los ojos al chico nuevo.

Carraspeé antes de preguntar:

—¿Qué le pasa al coche?

—Tenía poco aceite y los amortiguadores desgastados.

—¿Y por eso habéis tardado tanto tiempo en arreglarlo?

Traté que el tono de mi voz no fuera violento.

No lo conseguí.

Alex ladeó la cabeza, sus ojos me escrutaron. Cerró la capota,


provocando un estridente sonido antes de acercarse a mí. Estaba tan cerca
que podía notar su agitada respiración mezclarse con la mía.

—No, eso es lo que acabo de hacer. Tu coche es bastante nuevo y


necesitaba algunas piezas exclusivas. Hasta que no han llegado no hemos
podido hacer nada.

—¿Y cuándo estará listo?


—No lo sé. He visto que aparte tenía más problemas…

—¿Más?

¡Este coche va a ser mi ruina!

—Tiene dos ruedas pinchadas. La dirección y el embrague están un poco


tocados debido al golpe que te dieron. Yo lo dejaría un par de días más aquí
para poder arreglarlo y así asegurarme que no tenga ningún problema
cuando te lo lleves.

—¿Y cuánto va a acostar? —inquirí con temor.

—Estimo que… unos dos mil dólares en total.

Mis ojos se abrieron sorprendidos al escuchar semejante cifra. ¿Dos mil


dólares? ¡Menuda barbaridad! Para poder pagar necesitaré echar mano al
fondo para la universidad que tanto me había costado ahorrar…

—Tranquila, lo paga el seguro —sonrió con malicia.

Será cabrón. Golpeé su pecho como respuesta a su broma de mal gusto,


recibiendo a cambio una mirada desconfiada con la mandíbula apretada.

—Lo siento, yo…

—¿Tienes alguna forma de volver a casa? —me cortó.

—Sí. A pie.

—Te llevo.

—No hace falta…


—Ya que te has molestado en venir al taller para recoger tu coche que
supuestamente estaba arreglado, pero que no lo está, lo mínimo es llevarte a
casa.

—No hace falta, en serio.

Alex me intimidaba demasiado. Normalmente podía intuir las


intenciones que tenían los chicos, saber solo con sus miradas qué querían de
mí, pero con Alex era todo más complicado.

—Como quieras —encogió los hombros—. Está anocheciendo y el


barrio por la noche es bastante peligroso. Te aconsejo que eches a andar ya
si no quieres acabar secuestrada.

Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia una habitación donde supuse


que se encontraba el despacho. Vale, Alex me ponía nerviosa, pero prefería
mil veces antes su compañía que salir de noche por el barrio yo sola.

—Espera.

Giró sobre sus talones perezosamente. Su rostro era inexpresivo, aunque


advertí un atisbo de sonrisa en su rostro por más que tratase de ocultarla.

—Vale.

—Vale… ¿qué? —preguntó, enarcando una ceja.

Puse los ojos en blanco.

—¿Puedes llevarme a casa?

Asintió.

—Me cambio y vamos.


Mientras esperaba, me dediqué a observar el taller. Tampoco es que
hubiera algo mejor que hacer. La zona de reparación era bastante amplia,
repleta de coches estropeados pero sin que hubiera nadie arreglándolos.
¿Alex el único trabajador que tenían?

Encontré un tablón de fotos colgado en una de las paredes de ladrillo del


fondo. La fotografía de un niño de ojos celestes junto a sus padres me llamó
la atención. Tomé la imagen para examinarla de cerca.

—Es mi sobrino Alex —escuché una voz a mis espaldas.

—Lo siento —dije mientras dejaba la foto en su sitio.

—Soy Harry —estreché la mano que me ofreció.

El tío de Alex parecía ser un poco más joven que mi padre, con el pelo
algo más oscuro y los ojos castaños. La barba ocultaba buena parte de su
rostro y la nariz aguileña le daba un aspecto interesante y amable. También
llevaba puesto el mismo mono de trabajo de Alex, aunque no atado a la
cintura.

—Chloe.

—Sé quién eres. La propietaria del Seat —sonrió—. Lamento lo de tu


coche, de verdad. Pero no podemos dejar que te lo lleves sin estar seguros
de que no tiene ningún problema. Te prometo que para mañana lo tendrás
listo.

Harry se quedó mirando la foto de su sobrino.

—Parecía realmente feliz —comenté.

—Y lo era —aseguró—. Era un niño muy risueño… Ahora ha cambiado


mucho. En esa foto tenía unos cinco años, en su casa de Nueva York.
—¿Tiene una casa en Nueva York?

—Tenía —corrigió—. Siempre ha querido ir y volver a verla por última


vez —descendió la mirada y me miró con el ceño fruncido—. Perdona por
la pregunta pero, ¿de qué conoces a mi sobrino? Me ha dicho que iba a
llevarte a casa, y eso no es algo que suela hacer con el resto de clientes.

—Somos compañeros de clase y…

—Tío —dijo Alex detrás de nosotros.

Se acercó y me miró con cara de pocos amigos. Yo apreté los labios,


inquieta.

—Bueno…, yo voy a seguir trabajando —dijo él con una sonrisa


burlona en el rostro—. Chloe, encantado de conocerte —se giró hacia su
sobrino—. Sé bueno.

Alex se había deshecho de las manchas de grasa que tenía. Ahora vestía
unos vaqueros y una sudadera negra cuya cremallera estaba levemente
bajada, exponiendo un triángulo de piel desnuda. Incluso me atrevería a
decir que no llevaba nada debajo… Ese pensamiento hizo que me
ruborizara y que tuviera calor por todas partes.

—Otra vez solos.

Me miró fijamente con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.

—Vamos.

Lo seguí hasta una vieja camioneta aparcada fuera del taller. La pintura
estaba diluida de tal modo que apenas quedaba un tono de color en la
carrocería. Me recordó a la camioneta que le regalaban a Bella Swan en
Crepúsculo, aunque esta estaba algo más deteriorada.
Me senté a su lado. Giró la llave y el motor rugió, pero no logró
arrancar. Lo volvió a intentar varias veces, y no fue hasta la cuarta vez que
lo consiguió.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro —respondió cuándo salimos del taller.

—¿Por qué te has negado a hablar en clase? Sé que puede resultar una
tontería tener que presentarse y hablar de tu vida privada delante de
desconocidos, pero créeme cuando te digo que el profesor Grant lo hace con
su mejor intención. Es una buena forma para conocer gente y para que te
conozcan.

—¿Y qué te hace pensar que yo quiero que me conozcan?

Ladeó la cabeza hacia mí y sus ojos me miraron sombríos.

—Solo digo que te has pasado un poco. Podrías haberte negado a hablar,
pero con más respeto hacia el profesor y a tus compañeros. La siguiente a la
derecha.

—¿Y qué debería haber dicho? —repuso—. ¿Acaso debería haber


recalcado que soy la capitana de las animadoras y que no soy solo una cara
bonita sino que también soy lista y sé hacer otras cosas más como tocar los
huevos?

—¿Por qué me hablas así?

Giró la cabeza y volvió a mirarme, pero no dijo nada.

—Soy así —dijo al fin.

—No lo creo.
Ese niño risueño de la foto debía estar en alguna parte, escondido bajo
esa fachada de arrogancia y orgullo, por mucho que tratara de impedir que
saliera a la luz.

—No me conoces —instó.

—Tienes razón, no te conozco, pero no por eso puedes faltarme al


respeto como acabas de hacer. Yo solo trataba de darte un consejo.

—Un consejo que nadie te ha pedido —recalcó.

—Estoy intentando conocerte, pero parece que no estás dispuesto a


hacer amigos. Paso de seguir perdiendo el tiempo con capullos como tú. Ya
tengo bastante con aguantarlos en el instituto como para también seguir
haciéndolo fuera.

—¿Puedes cerrar la boca y dejar que te lleve? Gracias.

—¿Puedes dejar de ser tan grosero y maleducado? Gracias.

—¿Pero a ti qué cojones te pasa? —gritó, apretando con fuerza el


volante—. ¡Estoy haciéndote el favor de llevarte a casa y encima no eres
capaz de cerrar la puta boca! Deja de calentarme la cabeza, ¿quieres? Estoy
demasiado cansado como para seguir aguantando estupideces de una
animadora sin escrúpulos.

—¡Yo no te he pedido que me llevaras! —grité, furiosa—. ¡Has sido tú


quién se ha ofrecido a llevarme! Pero no te preocupes, no hace falta que lo
hagas… Para el coche.

No me hizo caso.

—¡Qué pares el puto coche!


Pisó el freno con tanta brusquedad que di un respingo contra el asiento.
En cuanto el coche se detuvo, cogí mi bolso de entre mis piernas y salí lo
más rápido que pude.

—¿Adónde crees que vas sola? —vociferó mientras me alejaba.

—¡Cualquier lugar es mejor que a tu lado!

A estas alturas no era una sorpresa que la gente pensara que era de una
determinada manera por ser la capitana de animadoras, incluso en más de
una ocasión era culpa mía porque me mostraba tal y como quería quería que
me vieran. Pero nunca unas palabras me habían hecho sentir tan
humillada…

Hasta la llegada del nuevo.


3

Lo primero que hice nada más despertar a la mañana siguiente fue bajar a la
cocina para preparar el desayuno a mi padre. Hoy era su primer día de
trabajo en la empresa, y quería que estuviera bien alimentado para rendir lo
máximo posible en la obra.

Mi padre era un increíble constructor. De hecho, esta casa fue una de sus
mejores construcciones; dedicó mucho esfuerzo y sudor en crear la casa de
los sueños de mi madre, largos meses de duro trabajo planificando la
estructura y el minucioso diseño solo para que ella fuera feliz. Y lo fueron
durante un tiempo, hasta que el cáncer volvió a ella para llevársela; estas
paredes fueron testigo de cómo mi madre fue apagándose lentamente, al
igual que una vela; cómo mi padre se pasaba las noches enteras a su lado
llorando y suplicando a Dios que se curara. Presenciaron cómo encontré a
mi madre sin vida… Había demasiados recuerdos dolorosos, sí, pero era
nuestro hogar.

Aparté los huevos revueltos de la sartén cuando mi padre apareció


vestido con su antiguo mono de trabajo. Hacía mucho que no se lo veía
puesto, y eso me sorprendió, pero lo que me dejó realmente sin palabras fue
que se había recortado y arreglado la barba. Parecía un hombre
completamente diferente al que era ayer.

—¡Vaya, estás guapísimo!


—Gracias —sonrió con timidez.

Dejé el plato con huevos revueltos y beicon frito en la isleta, al lado del
vaso de zumo de naranja y cubiertos que había preparado con anterioridad.

—Te he preparado el desayuno.

—Y tiene todo muy buena pinta, princesa. Pero he quedado con los
compañeros para desayunar —sonrió en modo de disculpa—. Comételo tú.
Debes estar harta de tanta avena —miró el reloj de su muñeca—. Me voy a
trabajar. Nos vemos esta noche.

Me dio un sonoro beso en la frente.

—¡Suerte!

La puerta se cerró tras mi padre.

Miré el plato de comida y él me miró a mí.

—A la mierda la dieta.

Me encontré con Sarah en la puerta del instituto. Para el día de hoy me


había decantado por un vestido corto de color blanco y botines de tacón, de
los que me arrepentí en cuanto me di cuenta de que tenía que recorrer más
de veinte manzanas para ir al instituto.

Nada más llegar le comenté a mi amiga lo que sucedió anoche con Alex,
la discusión que mantuvimos después de que se ofreciera a llevarme a casa.
Me había pasado la noche entera tirada en la cama con sus crudas palabras
revoloteando en mi cabeza, recordándome constantemente la imagen que
todo el mundo tenía sobre mí y que no me gustaba. Aunque prefería antes
esa imagen a que supieran cómo era realmente Chloe Davis. Era preferible
que me recordaran por ser la capitana de las animadoras que aquella chica
tímida que perdió a su madre.

—Alex se ha pasado de la raya —masculló Sarah mientras cogía el libro


de español de su taquilla. Yo hice lo mismo, cerrándola de un golpe—. No
puede ir insultando así como así, y mucho menos a gente que ni conoce…
Porque no estuve allí, porque sino te juro que le hubiera cantado las
cuarenta.

—No me cabe duda —sonreí.

Cuando nos dimos la vuelta para ir a clase, nos encontramos a Brett en


mitad del pasillo. Me quedé paralizada, preguntándome cuánto había oído.
Al ver sus mejillas enrojecidas y los puños cerrados con fuerza a los
costados, supe que había escuchado toda nuestra conversación.

Salió corriendo en dirección al aula. Nada de lo que hicimos o dijimos


sirvió para detenerle; al entrar por la puerta buscó a Alex entre las personas
que había sentadas, y cuando lo encontró recostado sobre el pupitre al final
de la clase, hecho una furia, se dirigió a él.

—¡No vuelvas a meterte con mi novia!

Asió el centro de su camiseta y lo levantó con brusquedad para


propinarle un puñetazo. Antes de que pudiera volver a pegarle, Alex se
soltó golpeándole el brazo hacia abajo y lo empujó con una fuerza
descomunal. Brett cayó al suelo. Acto seguido se sentó a horcajadas sobre
él y el puño de Alex impactó contra su mandíbula tantas veces que un
pequeño río de sangre emanó de su labio inferior y acabó manchando la
camiseta y el puño de su atacante.

—¡Parad! —grité, pero no me hicieron caso.


Los compañeros presenciaron la escena con demasiado interés, pero
ninguno de ellos fue capaz de meterse para separarlos. Claro, era más
importante grabarlo todo con el móvil para después subirlo a las redes
sociales.

—¡Hijo de puta! —gruñó Brett.

Brett consiguió quitárselo de encima con un puñetazo directo al costado.


Alex soltó un oscuro gruñido desde lo más profundo de su garganta. Se
recuperó casi al instante. Asió a Brett de la camiseta, levantándolo del suelo
y enroscó los dedos alrededor de su cuello antes de empotrarlo contra la
pared de azulejo con violencia, provocando que algunas cartulinas
informativas del centro cayeron al suelo.

—No vuelvas a ponerme la mano encima —escupió entre dientes. El


pecho de Alex subía y bajaba. Desde mi posición podía ver las salpicaduras
de la sangre de Brett en su camiseta blanca, al igual que en los puños.

Lo soltó, y sus ojos, duros e implacables, se encontraron con los míos


durante un segundo antes de que se dirigiera a su asiento como si no
hubiera pasado nada. Sin embargo, Brett aún quería más, y se lanzó hacia él
en un intento de embestirle.

Alex debió de percatarse de algo en mi expresión, pues se apartó en el


momento exacto y empujó a Brett, tirándolo nuevamente al suelo. Se sentó
a horcajadas sobre él, apretando sus piernas con las suyas para
inmovilizarlo mientras le golpeaba sin descanso. Brett intentó protegerse la
cabeza con los brazos, aunque eso no impidió a Alex seguir intentándolo.

—¡Por favor, parad! —supliqué.

Miré a mi amiga. Ella me devolvió la mirada advirtiéndome de que no lo


hiciera, pues sabía lo que me proponía hacer.

Si nadie iba a separarles, pensaba hacerlo yo.


Justo cuando di un paso hacia ellos dispuesta a recibir un puñetazo si
con ello conseguía que dejaran de pelearse, el profesor Grant apareció
haciéndose hueco entre el círculo de personas que se había formado
alrededor de ellos; en cuanto vio a Alex golpeando a Brett, sus ojos se
abrieron como platos y se acercó, tirando de Alex por el cuello de la
camiseta para apartarle de Brett, que se levantó con la ayuda de un
compañero.

—¿Se puede saber en qué estabais pensando? —les preguntó el profesor


Grant en un tono de voz diferente al habitual. Ahora parecía estar realmente
enfadado—. ¡Sabéis perfectamente que este centro no tolera ningún tipo de
violencia! ¿Acaso queréis que os expulsen? ¡Id al despacho del director!
¡Ahora!

Los ojos de Alex rodaron hacia mí y yo sentí cómo el pulso se me


aceleraba. Brett también me observaba, su boca estaba cubierta de sangre
que descendía por su cuello. Ambos salieron del aula.

—¿Se puede saber qué ha pasado? —preguntó el profesor en un tono


más sosegado que se asemejaba al habitual, aunque todavía se notaba
alterado—. ¿Por qué se han peleado?

Me quedé callada. Yo era la única responsable de que se hubieran


peleado. Además, si hablaba, existía la posibilidad de que expulsaran a
Brett del equipo y eso conllevaría a perder el campeonato. Y por primera
vez en la historia del instituto quería ganar. Sin embargo, no había ninguna
excusa para que los demás no dijeran nada.

Al terminar las clases tuve una conversación bastante reñida con las
animadoras para ver a quién íbamos a admitir en el equipo. Tardamos en
ponernos de acuerdo porque Brittany no paraba de sacar pegas a cada chica
que yo proponía, pero al final, tras una larga deliberación, llegamos a un
consenso y procedí a colgar el listado con las admitidas en el tablón de
anuncios del instituto. La mayoría de chicas eran muy buenas, el único
problema es que teníamos a pocos chicos en el equipo y solo dos más se
habían presentado a las pruebas.

Me senté en las gradas del patio trasero para ver al entrenador James
hacer las pruebas de lacrosse a los nuevos alumnos que, por lo que pude
ver, algunos prometían mejorar las estadísticas del equipo esta temporada.
Fue un gran alivio encontrar a Brett entrenando con sus compañeros; temía
que después de la pelea el director hubiera decidido expulsarle y, por ende,
también estaría fuera del equipo.

Una sombra enorme se dejó caer a mi lado. Giré la cabeza para ver de
quién se trataba, sorprendiéndome al encontrar a Alex con los codos sobre
las rodillas, manos entrelazadas y el cuerpo levemente inclinado hacia
adelante, observando las pruebas de admisión con detenimiento. Tenía un
pequeño corte en el labio inferior y un ligero hematoma azul en la
mandíbula.

—El lacrosse es mi deporte favorito —dijo de repente.

—¿Y por qué no te presentas a las pruebas?

Ladeó la cabeza para mirarme.

—¿Tú me ves siendo compañero de tu novio?

¿Otra vez con lo mismo?

—Brett no es mi novio.

—Pues él no dice lo mismo.


—Brett puede decir lo que quiera —dije, apartando la vista de sus
preciosos ojos azules—. No estamos juntos. Ya no.

—Mejor. Es un imbécil.

—Lo es —coincidí.

Alex dibujó una media sonrisa.

—Siento lo de ayer —giró su cuerpo hacia mí—. A veces no controlo lo


que digo y lo suelto todo sin pensar. Pero eso no es excusa para decir todo
lo que te dije.

—Agradezco que te disculpes —dije—. Pero contéstame a una pregunta:


¿Sirve de algo disculparse si realmente piensas lo que me dijiste?

Tensó la mandíbula y apartó la mirada, confirmándome lo que


sospechaba. Pero lo que realmente me sorprendió fue que me doliese tanto
que pensara eso de mí.

—¿Por qué piensas eso de mí si no me conoces?

—Eres la chica más popular de todo el instituto y la capitana de las


animadoras —musitó con desdén—. Eres la que todas las chicas quieren ser
y la más deseada por los chicos. Y para colmo estabas saliendo con el
capitán del equipo de lacrosse. Cumples exactamente con el estereotipo de
capitana de animadoras: mimada, superficial, rica… Si hasta sabía quién
eras incluso antes de conocerte porque todos hablan de lo maravillosa que
eres y de los tíos con los que te has acostado… A mi parecer, manipulas a
todos para que te idolatren y así conseguir todo lo que quieras de ellos.

Sus ojos me miraron con desprecio, sus palabras afiladas me atravesaron


sin piedad; no sabía en qué momento empecé a tener esa imagen, pero
nunca fue mi intención ser así. Yo solo pretendía que no se me conociera
por ser la chica que encontró a su madre muerta.
«Lo dicho, no me conoces» fue lo que quise decir, pero las palabras se
me quedaron en la garganta, saboreando mi propio veneno; me había
pasado tanto tiempo siendo esta chica que ya no sabía quién era realmente.

—Quién calla otorga —dijo.

Tal vez quien calla tiene miedo de decir algo.

Volvió a mirar el entrenamiento, observando a los chicos tirar a portería


con expresión melancólica. Independientemente de que Brett estuviera en el
equipo, si de verdad le gustaba el lacrosse, debería presentarse a las
pruebas. A lo mejor así podría hacer amigos y, con un poco de suerte, llegar
a ser un poco más amable con el mundo.

—Deberías apuntarte —insistí.

—Ya te he dicho que no quiero.

—Pero ¿por qué no?

—Porque no —contestó, tajante.

Sus bruscos cambios de humor acabaron con la poca paciencia que me


quedaba. Me levanté e intenté marcharme, pero me agarró de la mano y me
detuvo.

—Lo siento… Yo…

—¿Quieres saber una cosa? —le dije—. Tienes razón. Todo lo que has
oído por ahí sobre mí es cierto. Incluso el rumor de que me he acostado con
todo el equipo de lacrosse. Utilizo mi físico para conseguir lo que quiero…
Te aconsejo que no pierdas el tiempo en alguien como yo. No merezco la
pena.
Me odiaba a mí misma. Despreciaba profundamente la persona en la que
me había convertido. Yo quería ser una mujer diferente, y lo había
conseguido con creces, pero aborrecía ser lo que Alex había descrito porque
yo no era así…

Miré por última vez sus duros e implacables ojos que me miraron
directamente con la mandíbula apretada antes de bajar de las gradas y
dirigirme a los vestuarios. Las lágrimas me quemaban los ojos pero no
fueron derramadas. No podía dejar que me vieran llorar.

En cuanto llegué a casa, dejé la bolsa del entrenamiento en la cocina. Me


resultó extraño llegar a casa y no encontrar a mi padre viendo la televisión o
en el jardín, cuyo arreglo había sido su motivación las seis últimas semanas.
Aunque ahora que había encontrado un buen puesto de trabajo, dudaba que
fuera a terminarlo pronto.

El rugido de mis tripas estuvo atormentándome desde hacía un par de


horas, desde antes de que empezásemos a entrenar. Me hice un sándwich de
pechuga de pavo y queso y, mientras lo comía, subí a mi habitación para
cambiarme de ropa. No podía trabajar con el vestido que llevaba.

Me puse unos vaqueros y una camiseta negra. Ese era el uniforme que
Simon quería que nos pusiéramos, a pesar de ser tan deprimente y aburrido.

Justo antes de salir por la puerta, me di cuenta de que había un mensaje


en el contestador:
«Buenos días, Chloe. Llamo de Harry’s Workshop para avisar de que el
coche ya está arreglado. Puedes pasarte cuando quieras, y siento mucho la
demora».

Estuve a punto de ponerme a saltar de alegría en cuanto terminé de


escuchar el mensaje de Harry. Por fin podría dejar de ir andando a los sitios.
Cogí mi bolso y salí de casa. Tenía bastante prisa ya que en menos de
treinta minutos empezaba mi turno en la cafetería.

Lo primero que hice al llegar al taller fue comprobar que Alex no


anduviera por ningún lado, arreglando algún coche o simplemente sentado
sin hacer nada. No quería encontrarme con él después de nuestra
conversación en las gradas. Al no verlo por ningún lado, me aventuré a
caminar hacia mi coche, situado justo en el centro de la zona de reparación.
Nadie lo toqueteaba. Eso era buena señal.

Harry apareció de la nada y me tendió las llaves.

—Alex ha trabajado durante toda la noche para que el coche estuviera


listo hoy —dibujó una sonrisa de orgullo y admiración por su sobrino—. Lo
ha dejado como nuevo.

—Muchas gracias.

Me monté en el coche. Introduje la llave en la toma de contacto y sonreí


cuando escuché el motor rugir suavemente. Era música para mis oídos.
Presioné el pedal del acelerador y salí a toda prisa.
Dejé encima de la barra los platos y vasos sucios que había recogido de las
mesas para darles un enjuague rápido antes de meterlos en el lavavajillas.
Ya había hablado con Simon para comunicarle que este iba a ser mi último
día en Sensation’s porque quería centrarme en los estudios y mejorar mi
media para asegurar la beca para Stanford. No puso ninguna objeción, tan
solo dijo que me iba a echar mucho de menos y me dio un fuerte abrazo.

Supuestamente, hoy solo me encargaba de que el local estuviera limpio,


pero Callie, una compañera de trabajo y una buena amiga mía, me había
suplicado que la sustituyera en el mostrador mientras ella hacía un recado
urgente para Simon.

Al principio todo fue bien, atendí a los clientes con una agradable
sonrisa y todos quedaron muy satisfechos con mi trabajo. Incluso algunos
me dejaron una buena propina… Todo estuvo en calma hasta que un
hombre alto que había salido a correr, con una sudadera azul marino con la
capucha puesta y manchas de sudor en el cuello y bajo los brazos entró por
la puerta.

Tenía la cabeza gacha, buscando algo en su cartera. Sabía de quién se


trataba a pesar de no haber visto su rostro, porque mi cuerpo reaccionó
tensándose en cuanto lo tuve delante.

—¿Tienen botellas de agua fría? —el tono de su voz era grave y


jadeante, extrañamente educado para ser el mismo chico que se había
peleado esta mañana con Brett.

Cogí la botella de la nevera que se encontraba a mis espaldas y la


coloqué sobre el mostrador. Crucé los dedos mentalmente para que la
cogiese sin levantar la mirada, dejase el dinero y se marchara.

—¿Cuánto es?
Alex alzó la mirada y sus ojos se abrieron alucinados al verme tras el
mostrador. Esbozó una sonrisa que destilaba incredulidad y que a mí me
puso de los nervios.

—Espera, ¿Chloe Davis? La chica más popular del instituto, la capitana


del equipo de animadoras… ¿Trabajando en una cafetería? Imposible. ¿Tus
papás te han cortado el grifo o qué?

La única persona que sabía que trabajaba aquí era Sarah porque no
quería que nadie conociera mi verdadera situación económica. La imagen lo
es todo en el instituto, y si alguien llegase a descubrir que no tenía tanto
dinero como había hecho creer a todos durante años, arruinaría por
completo mi reputación.

Y ahora lo sabía Alex.

Ignoré su comentario.

—Será un dólar con cincuenta.

Soltó una pequeña carcajada mientras dejaba dos billetes.

—Quédate con el cambio.

Mis ojos siguieron la botella hasta que quedó atrapada entre los labios de
Alex. Echó la cabeza hacia atrás y yo me quedé embelesada por la forma en
la que el agua descendía por su garganta, mostrando un perfil
endiabladamente irresistible. Una gota se escapó de entre los labios y se
deslizó por el puente de su estilizado cuello y joder, ojalá ser esa gota…

—Gracias, esperamos volver a verle —estaba obligada a despedir a los


clientes con esa frase. Simon quería que siempre tuviéramos buen trato con
los clientes, y por desgracia eso también incluía a Alex.
—¿Me estás echando? —dijo, mostrándose ofendido pese a que tenía
una sonrisa burlona dibujada en el rostro. Se notaba que estaba disfrutando
con esto.

—¿Qué quieres, Alex? —mascullé. Este era el último sitio donde quería
que me montara una escena; Simon fue el mejor amigo de mi madre de la
infancia, por esa razón me dio trabajo aún sin necesitar a nadie. Y no quería
que mis problemas con Alex perjudicaran el negocio que tanto le había
costado montar.

Alex comprobó que nadie nos observaba antes de apoyarse en el


mostrador en un gesto despreocupado. Me hizo una señal con el dedo índice
para que yo hiciera lo mismo y, cuando lo hice, sus labios se encontraron a
pocos centímetros de los míos. Atrapó su labio inferior entre los dientes y
yo noté un inmenso calor por todo el cuerpo.

—Quiero follarte hasta que no puedas moverte —la dureza de sus


palabras hizo que me tambaleara. Apreté los labios para impedir que saliera
un pequeño y oscuro gemido que amenazaba por escapárseme de la
garganta.

La cabeza me iba a mil por hora, sin poder detenerse en un solo


pensamiento, aunque todos ellos concluían del mismo modo: Alex sobre
mí, tocándome, explorando cada parte de mi cuerpo con sus dedos,
besándome con esa boca perfectamente moldeada y que tantos
calentamientos de cabeza me había dado…

Se incorporó. Por la sonrisa de complacencia que dibujó entendí por qué


lo había dicho: Quería ver cómo reaccionaba, ponerme a prueba. Y a pesar
de que curiosamente quería que eso sucediera, no pensaba darle esa
satisfacción.

Ahora era mi turno de jugar.


Hice el mismo gesto. Cuando se apoyó en el mostrador, se acercó
todavía más a mí, hasta el punto de que nuestros labios estuvieran a
milímetros de rozarse. Se encontraba tan cerca que incluso llegué a sentir su
cálido aliento chocar contra mi boca, como una corriente eléctrica que
encendió cada terminación nerviosa de mi cuerpo.

Comprobé que no hubiera nadie mirándonos antes de soltar:

—Tengo a mejores que tú haciendo cola.

Apretó la mandíbula y sus ojos se incendiaron. No se movió, tan solo se


quedó mirándome directamente a los ojos. Mi corazón latía a un ritmo
frenético por los nervios o por el deseo, no lo sabía. Con Alex todo era muy
confuso. Cuando descendió la mirada hacia mis labios, que instintivamente
humedecí con la lengua, realmente pensé que iba a besarme, y me
sorprendió las ganas que tenía de que eso sucediera.

—Yo te haría gozar más que cualquiera de la clase —su voz era apenas
un oscuro susurro, una promesa que me moría por comprobar.

Contemplé la forma en la que las palabras se deslizaron por su garganta


y acariciaron su lengua hasta salir al exterior. En un acto desesperado por
mantener la compostura, me mordí el labio inferior, cuando en realidad lo
que quería hacer era morder el suyo.

Tragué saliva antes de responder.

—Pero eso nunca va a pasar. No eres mi tipo.

Me incorporé como si nada.

—Esperamos volver a verle —sonreí, satisfecha.

Alex endureció el rostro y sin decir nada, se marchó.


Noté que mi pecho se desinfló en cuanto le perdí de vista. Jamás me creí
capaz de hablar así a alguien, de tener esos pensamientos sucios hacia una
persona que apenas conocía.

Y mucho menos pensaba que entraría en su juego.

El recado que Simon había encargado a Callie era comprar una tarta de tres
chocolates para hacerme una pequeña fiesta de despedida. Fue muy
agradable tener ese momento para poder despedirme de mis compañeros,
que después de tantos años juntos se habían convertido en una segunda
familia. Sobre todo Callie, cuyo apoyo fue esencial cuando Brett me
engañó; estuvo incontables horas escuchándome sin quejarse mientras yo
despotricaba de mi exnovio, y la verdad es que sus consejos me ayudaron
mucho a superar la ruptura.

En cuanto terminó la fiesta, fui al jardín que había cerca de casa para
tomar algunas fotos improvisadas. Adoraba la fotografía desde que mi
prima Madison me dejó su cámara en uno de los viajes que hicimos a
Washington para visitar a la hermana de mi padre. Aún podía recordar
cuando mi madre me regaló mi primera cámara digital por mi cumpleaños;
recuerdo que empecé a fotografiar cada cosa que encontraba por casa, por
absurdo e insignificante que fuera. Durante un tiempo fue el pasatiempo de
una niña pequeña, pero poco a poco fue convirtiéndose en mi mayor pasión.

Y era a lo que me quería dedicar el resto de mi vida.

Alex apareció casualmente en el objetivo de la cámara. Sin llegar a


comprender por qué, capturé cada uno de sus hábiles movimientos: en
algunas salía estirando, en otras bebiendo agua, y otras mirando a cualquier
parte con la mirada perdida y la mandíbula tensa. La tenue luz de las farolas
incidían suavemente sobre sus marcados rasgos, creando unas sombras muy
bonitas y acentuando la profundidad de su mirada.

En ese mismo instante me sentí como una acosadora. Antes de que


pudiera darse cuenta de mi presencia, apagué la cámara y fui directa a casa.
4

Al llegar al instituto tuve que evitar a todos los admiradores que había
ganado durante los dos años que llevaba siendo capitana de las animadoras.
No quería ser desagradecida, pero tener a decenas de personas
deteniéndome para preguntarme dónde compraba mi ropa, si quería ir al
cine con ellos o quién me hacía las fotografías de Instagram, a veces
resultaba demasiado abrumador… Yo intentaba ser amable con todos,
contestar a sus preguntas y rehuir de las preposiciones que me hacían, pero
había momentos en los que me hacía sentir muy incómoda.

Sarah y yo acabábamos de dejar atrás a Ruby, una chica que se sentaba


detrás de mí en filosofía y que quería pedirme los apuntes, cuando Jackson
se interpuso en mi camino.

—Vaya, Chloe, tan guapa como siempre —dijo mientras me recorría las
piernas con sus repulsivos ojos castaños—. ¿Cómo eres capaz de hacerme
esto?

—¿Hacer el qué?

—Mantener ese precioso culito tan lejos de mi polla.

Dio un paso hacia mí. En cuanto me percaté de que tenía intención de


agarrarme del culo, antes de que pudiera hacerlo, le empujé contra las
taquillas y cogí esa parte del cuerpo que tenía entre las piernas. Su cuerpo
se tensó y su rostro adoptó una expresión de terror. Apreté, y no me detuve
hasta que apareció una mueca de dolor. Era consciente de que todo el
mundo nos observaba con expectación, eso me dio las fuerzas que
necesitaba para seguir.

—Como vuelvas a intentar tocarme el culo, será lo último que hagas en


tu vida, ¿me has oído? —gruñí con la voz más amenazante que fui capaz de
poner—. Y por lo que estoy tocando, no merece la pena seguir perdiendo el
tiempo contigo.

Lo solté y seguí mi camino entre vítores.

Mi imagen hacía que actuara de determinada manera según qué


situación; por ejemplo, cuando un hombre se propasaba conmigo, solía
ponerlo en su lugar humillándolo delante de todos; cuando me sentía
amenazada por alguien, utilizaba cualquier aspecto físico para destruir su
confianza. Eso lo aprendí de las animadoras, aunque solo lo hacía en
partidos y con las animadoras del equipo contrario. Pero nunca había
utilizado a nadie como dijo Alex.

Sarah y yo nos sentamos en nuestros sitios de siempre.

—¿Sabes lo cansada que estoy de que los chicos me traten como si fuera
un objeto? —resoplé, apoyando la espalda contra la pared y cruzando las
piernas—. Hoy, Jackson. Ayer, Alex.

—¿Qué pasó con Alex?

—Fue a verme a ya sabes dónde —bajé el tono de voz para que solo ella
pudiera oírme—. Me dijo que quería follarme hasta que no pudiera
moverme —me ruboricé al recordar sus palabras—. ¿Pero qué les pasa a los
tíos? ¿Solamente piensan en follar o qué?

—Sí. Y cuanto antes te des cuenta, mejor.


Brett entró en clase. Tenía un aspecto horrible: El labio roto, un corte en
el pómulo y la mejilla todavía un poco inflamada, además de los moretones
que se asomaban bajo el cuello de la camiseta. Tenía peor aspecto que Alex,
eso estaba claro, pero cada vez que lo miraba únicamente podía ver a Britt
recostada sobre la mesa del entrenador mientras él estaba detrás,
hundiéndose en ella…

Sus ojos brillaron cuando se posaron sobre los míos.

—¿Cómo has dormido hoy? —me preguntó cuando se sentó en el


pupitre de enfrente al mío. Tenía una sonrisa radiante en el rostro, esa
misma sonrisa que provocaba que cualquier chica se postrara a sus pies y
que ahora en mí no surgía ningún efecto. Al menos, no de la misma forma.

—Mejor que tú al parecer. ¿Te duele mucho? Lo pregunto por cortesía,


no porque me importe.

En realidad sí que me importaba.

Un poco.

—No mucho… ¿Sabes qué día es hoy?

Claro que lo sabía. El mismo día de hoy, dos años atrás, me pidió ir al
cine como nuestra primera cita oficial. Yo acepté porque por aquel entonces
tenía sentimientos encontrados cada vez que miraba a Brett. Pero como se
folló a otra, hoy era un día como cualquier otro.

—Es el día de nuestro aniversario —dijo al ver que no respondí.

—Lo sé —respondí, indiferente.

—Venga, no seas así… Sabes lo mucho que me importas.


La sombra de Alex apareció por nuestro lado, y algo dentro de mí no
pudo apartar la mirada mientras se dirigía a su asiento en la última fila,
justo detrás de mí. Su olor me envolvió y me azotó sin piedad,
recordándome la conversación que tuvimos ayer.

—¿Por qué lo miras? —me recriminó Brett en voz baja.

—¿Por qué te follaste a Brittany? —contesté del mismo modo.

—Fue un error. ¿Por qué no eres capaz de olvidarlo?

—¿Por qué no eres capaz de olvidarte de mí?

—Porque te quiero.

Se volvió a escuchar la misma risita desdeñosa del primer día.

Puse los ojos en blanco. Cada vez que Brett decía que me quería, Alex
se reía… ¿Por qué? ¿Qué había en esas palabras que le hacía tanta gracia?

Me giré y lo fulminé con la mirada.

—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —le espeté.

—Tú y tu novio.

Brett se levantó arrastrando la silla, provocando un sonido que me puso


todo el vello del cuerpo de punta. Acto seguido lo hizo Alex, con los puños
cerrados a sus costados, preparándose por si tenía que utilizarlos.

—¿Quieres que vuelva a partirte la cara? —farfulló Brett.

—¿Tú a mí? —la carcajada que soltó Alex carecía de gracia y destilaba
arrogancia—. Inténtalo.
Brett hizo el amago de abalanzarse sobre él, pero antes de que pudiera
hacer nada, coloqué mi mano sobre su pecho y lo frené. Otra vez volvíamos
a ser el centro de atención; los ojos curiosos de mis compañeros no querían
perderse nada de la posible pelea que estaba a punto de generarse.

—Si quieres arreglarlo, siéntate y pasa de él.

Brett abrió los ojos, sorprendido y con un brillo esperanzador. Yo me


volví para mirar a Alex; tenía la mandíbula tensa, tan apretada que parecía
que fuera a romperse mientras me contemplaba con esa intensidad
desgarradora que tanto me desconcertaba.

—¿De verdad quieres arreglarlo? —me preguntó Brett.

—Lo que quiero es que no te metas en más problemas. Podrían echarte


del equipo por este tipo de tonterías. Ya has tenido mucha suerte de que no
lo hicieran por la pelea de ayer. No deberías tentar a la suerte.

—Es que no puedo consentir que ese imbécil se meta contigo…

—Eso es exactamente lo que quiere —añadió Sarah, echándose la


melena dorada a la espalda—. Quiere llamar la atención. Si no le hacemos
caso, pasará de nosotros.

Brett tomó mi mano y se la llevó a los labios para darme un beso en el


dorso. Ese gesto me hizo sentir incómoda, y no por el hecho de que aún
sintiera algo por él, que no era el caso, sino porque me había convertido en
el epicentro de las miradas, incluida la del profesor.

—Debido al comportamiento de vuestros compañeros, hoy hablaremos


acerca del amor —dijo el profesor apoyándose en su mesa.

De nuevo volvió a escucharse ese sonido tan dulce y a la vez tan amargo
procedente del asiento de detrás.
—¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

—El amor —respondió Alex—. Eso es lo que me hace gracia.

Se reía de Brett no porque me quisiera a mí, sino por el hecho de


sentir… ¿Amor?

—No crees en el amor, entonces —concluyó el profesor.

—No creo a lo que hoy denominamos amor.

—Pues es una pena —musité—. El amor es el sentimiento más puro y


bonito que existe. Sin él, seríamos seres infelices en busca de cualquier
emoción que nos hiciera sentir vivos. El amor puede ser la fuerza más
poderosa del universo.

—Eso es muy bonito hasta que tienes un choque de realidad y te das


cuenta de que el amor que existe hoy en día da asco —replicó Alex con
dureza—. Es una forma de ser débil, de ser frágil. Y eso a mí no me va. No
creo que sentirse atado a una persona se le pueda llamar amor.

—¿Y a qué te refieres con «sentirse atado a una persona»? —inquirió el


profesor Sanders.

—A que depende de ella para tomar cualquier decisión. Hablemos de


una relación entre hombre y mujer: Si las amigas la invitan a ir de fiesta,
esta no iría por si al novio le molesta. Del mismo modo, si él quisiera ir con
sus amigos de cervezas, no podría porque a ella le molestaría, ya que
supuestamente pasa demasiado tiempo con ellos. A lo que me refiero es que
no creo que ese tipo de comportamientos sean la mejor muestra de amor
verdadero.

—Eso no es siempre así —intervine—. Yo jamás he privado a mi pareja


de salir con sus amigos. Aunque te cueste creerlo, no todas las chicas somos
tan posesivas.
—Y por esa razón te pusieron los cuernos.

Me quedé helada, con la boca abierta, incapaz de responder. No esperaba


esa contestación. Mi lengua empezó a segregar veneno que quería expulsar
a toda costa, aunque por algún motivo no salía.

—¿Cómo puedes ser tan gilipollas? —masculló Sarah.

—¿Ves? A eso es a lo que me refiero —prosiguió Alex—. El amor que


nos han querido vender da asco; engañas a tu novia con una amiga suya y
luego tienes la desfachatez de intentar volver con ella. Supuestamente, si de
verdad estás enamorado, no te hubieras fijado en nadie más. Siempre nos
han inculcado que debemos encontrar a la persona adecuada para ser
felices, pero ¿qué pasa si no la encuentras? ¿Qué pasa si estás destinado a
estar solo para el resto de tu vida? ¿Se acabaría el mundo? Pues no. Los
humanos solo buscamos emparejarnos porque tenemos miedo a la soledad.

—Y por el sexo —comentó un compañero, provocando que sus amigos


trogloditas lo aplaudieran y aprobaran con exclamaciones.

—¿Pero qué sexo vas a tener tú? —inquirió Amanda, una compañera de
las animadoras, entre risas—. Si la última vez que tuviste relaciones fue con
Made. O lo que es lo mismo, tu mano derecha.

Todos empezaron a reírse, a excepción del aludido que hizo una peineta
con el dedo a Amanda. Ella simplemente le sonrió con plena satisfacción.

—¿Y cómo lo sabes? —preguntó el profesor a Alex, retomando la


conversación—. Si no crees en el amor, ¿cómo sabes lo que es estar
enamorado de verdad? Estoy de acuerdo cuando dices que el ser humano
busca pareja por miedo a la soledad, ¿pero qué sería de nosotros entonces?

—Pienso que, si las personas se quisieran un poco más ellas mismas y


no pensaran en gustar a nadie, el mundo sería mejor. Vivimos en una
sociedad donde existen muchos estereotipos sobre cómo debemos ser tanto
física como emocionalmente, sobre cómo debemos comportarnos y cómo
debemos pensar. Somos máquinas programadas desde nuestro nacimiento
por una sociedad que intenta adiestrarnos a su imagen y semejanza para que
no nos demos cuenta de que, en realidad, las cosas no van tan bien como
quieren hacernos creer. Y contestando a su pregunta sobre si he estado
enamorado: No. Nunca lo he estado y tampoco tengo pensamiento de
hacerlo.

—Entonces es normal que pienses así si nunca has estado enamorado —


repuse, apoyándome en la pared para poder mirarle a los ojos—. No sabes
lo que es quedarse en vela toda la noche solo por hablar con tu pareja.
Nunca has sentido esos abrazos que son capaces de destruirte y
reconstruirte al mismo tiempo… Nunca sabrás nada de eso porque nadie te
aguanta; eres un estúpido arrogante que solo sabe pensar en sí mismo y que
es incapaz de amar a otra persona. Desconozco la clase de educación que te
habrán dado tus padres para pensar así, pero dudo que estén muy
orgullosos.

Todo el mundo se quedó callado, expectantes, a la espera del siguiente


ataque de Alex. Yo también lo esperaba, pero en vez de eso, se levantó de la
silla con brusquedad y salió de clase con los puños cerrados a sus costados.
Segundos después se escuchó un estruendo metálico, como si hubiera
golpeado una taquilla.

—Te has pasado —siseó Lauren.

—¿Yo? —me eché a reír ante lo ridículo que sonaba—. Acaba de


ponerme en evidencia delante de todos, ¿y quién se ha pasado soy yo? Esto
es increíble…

—Sus padres están muertos, Chloe.

¿Qué? ¿Muertos?
En ese momento me sentí la peor persona del universo. Yo sabía
perfectamente lo que se sentía al perder a una madre; un dolor muy intenso
y agudo que anida en tu corazón y que te presiona el pecho, recordándote
constantemente la pérdida… Ese tipo de dolor no desparece con el tiempo,
la muerte de una madre no es algo que se supere o que podamos dejar atrás
en nuestro pasado. La muerte de una madre nos acompañará siempre. Por
eso no podía imaginar lo que debía sentir Alex al perder a los dos.

—¿Y ella que sabía? —me defendió Sarah—. Cada vez que Alex abre la
boca es para meterse con ella. Si lo hubiera sabido jamás le hubiera dicho
eso.

—Sarah tiene razón —añadió Brett—. Alex es un capullo que desde que
comenzaron las clases la ha tomado con ella y no la ha dejado en paz.

Agradecí que ellos hablaran por mí porque yo me sentía incapaz de


pronunciar ninguna palabra. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que
estaba haciendo, me levanté y fui en busca de Alex, sin importarme los
avisos del profesor o de Brett para que me quedara en clase.

Nada mas salir encontré la puerta de una taquilla con una enorme
abolladura. «Alex ha debido darle con todas sus fuerzas», pensé. Al final
del pasillo, sentado con las piernas encogidas y la cabeza hundida entre
ellas, se hallaba Alex, disgustado y seguramente enfadado. Cuando me
senté a su lado, noté cómo su cuerpo se tensaba. Puso distancia entre los
dos.

—Lo siento, yo… No sabía lo de tus padres.

No dijo nada. Sorbió por la nariz, cerró los puños sobre sus rodillas y
tensó la mandíbula. Estaba abatido. Dolido. Y yo era la única responsable
de eso.

Tuve el impulso de acariciarle la cabeza y acercarlo a mí, dejar que la


hundiera en mi hombro y abrazarlo, pero supuse que no sería buena idea.
—Aunque no me creas, sé como te sientes. Yo también perdí a mi madre
cuando era pequeña —apreté los labios y cerré los ojos para contener las
lágrimas que amenazaban por salir.

Su mirada se encontró con la mía, uniéndonos en una misma emoción.


Me mordí el labio inferior. Tras una breve vacilación, Alex me acarició la
mejilla con suavidad. Me sumergí en el delicado roce de sus dedos vagando
por mi rostro hasta llegar a la boca y separó mis labios, dibujando el
contorno con las yemas. Tragué el gemido que estaba a punto de salirme de
la garganta y disfruté de su caricia, su proximidad. Su piel era cálida y
áspera, pero al mismo tiempo suave y delicada.

Desde que estuvimos en Sensation’s anhelaba probar esa boca viperina,


comprobar que sabía utilizarla tan bien para besar como para cuándo se
metía conmigo. Y por la forma en la que jadeó y se lamió los labios, por la
forma en la que contemplaba mi boca… sabía que también estaba deseoso
por besarme.

Se inclinó levemente hacia mí y su aroma me envolvió. No era la


primera vez que estábamos tan cerca, aunque sí era la primera que me
acercaba yo también; noté su respiración entrecortada chocar contra mis
labios, nuestros corazones latiendo a mil por hora. Esto era una auténtica
tortura… No pude aguantar ni un segundo más y tiré de su camiseta hacia
mí para fundirme en su boca.

Su lengua me exploró con demasiada viveza y exigencia. Sus manos se


aferraron a mí con desesperación para acercarme a su cuerpo y yo arqueé la
espalda para tocar el suyo.

Tenía razón.

Sabía utilizarlos incluso mejor de lo que esperaba…


Mis dedos se deslizaron por su nuca y se perdieron en su cabello, los
suyos se clavaron en mi carne, bajo la ropa. Era una sensación maravillosa
y al mismo tiempo desconcertante, pues no esperaba que acabaría besando a
Alex en mitad del pasillo del instituto después de todo lo que había ocurrido
entre los dos. Alex conseguía llevarme a cada extremo; tanto al odio como a
la excitación; de los gritos a los llantos; de los insultos… a los besos. Y
ahora que los había probado, no quería parar…

Pero de repente, dejó de besarme y se puso en pie.

—Así que tienes a mejores que yo, ¿no?

—¿Qué estás diciendo?

No entendía nada.

Me incorporé para estar a su altura.

—Ayer me dijiste que tenías a mejores que yo haciendo cola. Si es así,


¿para qué me besas? —cada vez alzaba más la voz para que la gente que
estuviera dentro de las aulas pudieran escuchar cómo me dejaba
nuevamente en evidencia—. ¿Por qué cojones lo haces?

—Alex, para.

Las puertas se abrieron y aparecieron alumnos y profesores. Todo el


mundo estaba interesado en el espectáculo que estaba montando Alex.

—¿Quieres que te lo diga yo? —escupió las palabras—. Pues te lo diré:


Es porque estás desesperada por tener un rabo entre las piernas, porque eso
es lo único que te hace feliz. Eso es lo que eres, una niñata sin escrúpulos
que es capaz de tirarse a cualquiera con tal de sentirse superior a los demás.

Mi mano impactó contra su mejilla tan rápido que no la vio venir. Yo


misma me sorprendí ante mi impulsividad, pero no pensaba dejar que me
humillara y se fuera como si nada. Pensándolo bien, lo que debería haber
hecho es darle un buen rodillazo en las pelotas.

Di un paso hacia él de modo que me encontraba a centímetros de su


rostro. Sus ojos me miraron entre confusos y sorprendidos, y la mejilla
ahora enrojecida me llenó de una gran satisfacción.

—Eres un hijo de puta —gruñí entre dientes.

Creía que, después del beso, las cosas entre los dos cambiarían, que
dejaría de ser tan grosero y arrogante conmigo para empezar a ser… ¿qué?
¿Mi amigo? Alex y yo nunca seremos amigos… Por lo menos no después
de esto.

Caminé con todo el orgullo que pude fingir y me adentré entre los
cuerpos de los estudiantes y profesores que habían presenciado el
espectáculo. Entré al cuarto de baño. Una vez refugiada entre las cuatro
paredes blancas y relucientes, dejé salir todo lo que llevaba dentro. Apoyé
las manos en el lavabo, las lágrimas me quemaban las mejillas y agravaban
el nudo que tenía en la garganta hasta el punto de que me costaba respirar.

Sollocé con la intención de expulsar todo lo que había provocado en mí;


la excitación que me había provocado su beso; la necesidad de querer que
sus manos recorrieran cada centímetro de mi cuerpo; las ganas que tenía de
que ese beso fuera eterno…

Escuché el sonido de la puerta abriéndose. Rápidamente me miré en el


espejo y comprobé que el maquillaje no se hubiera estropeado. Se había
corrido un poco, nada que no pudiera arreglar una toallita húmeda. Mientras
me limpiaba, vi por el cristal a Sarah caminando vacilante hacia mí.

—¿Estás bien?

—Claro —forcé una sonrisa—. Mejor que nunca.


Una vez acabé de quitarme el maquillaje, tiré la toallita y me di la vuelta
para mirar a mi amiga. Sonreí como había estado sonriendo en cada partido
después de que Brett me pusiera los cuernos; la misma sonrisa de cuando
mis amigos me invitaban a fiestas en discotecas cuyas entradas costaba el
sueldo de dos semanas en Sensation’s y yo siempre rehusaba a ir porque no
podía permitírmelo; la sonrisa de cuando me preguntaban por el trabajo de
mi padre y yo contestaba que era el dueño de una empresa de construcción
y ganaba millones. Una sonrisa hueca. Vacía.

La sonrisa de todas mis mentiras.

—Conmigo no tienes que fingir, Chloe. Ya lo sabes.

Sus brazos me sujetaron cuando me derrumbé. La estreché contra mí y


hundí la cabeza en su hombro, expulsando algo del peso que mi imagen
conllevaba; estaba demasiado cansada de ser Chloe Davis, la capitana de
animadoras cuyo padre tenía tanto dinero que siempre llevaba ropa cara y
móviles de última generación, la chica segura de sí misma y carismática…

—¿Qué ha pasado? —me preguntó cuando me calmé.

—Soy una tonta por pensar que le gustaba —dije, enjugando con rabia
la lágrima que caía por mi mejilla—. Nos estábamos besando y de repente
se ha puesto a decir todas esas cosas y… No lo entiendo, Sarah. Estoy muy
cansada de que todos piensen que soy esa chica que se ha acostado con todo
el equipo de lacrosse…

—¿Y por qué no te quitas esa imagen y dices la verdad?

—Deberíamos volver a clase —rehuí de su pregunta porque me daba


miedo responder, porque me importaba más mantener intacta mi imagen
que admitir que solamente era una chica insignificante sin nada bueno que
ofrecer—. No quiero llegar tarde.
Tras asegurarme que no había vestigios de maquillaje derramado,
caminé con mi amiga hacia la segunda planta, donde se encontraba nuestra
siguiente clase.

Ni siquiera miré a Alex cuando entré por la puerta, aunque pude sentir
sus ojos clavados en mi nuca.

—Sentimos mucho llegar tarde —dijo Sarah al profesor Grant, que


estaba escribiendo una palabra en español en la pizarra—. Estábamos en el
baño.

—No pasa nada. Sentaos —señaló las mesas del fondo.

Sinceramente, después de lo que había pasado, no quería estar cerca de


Alex, por eso acabé sentándome en los asientos situados en primera fila, al
lado de la ventana.

—¡Vaya, esto es nuevo! —comentó el profesor con una enorme sonrisa


—. Creo que es la primera vez que os veo sentadas en primera fila. ¿A qué
debo este honor?

Pero ninguna de las dos contestó. El profesor dio media vuelta y volvió a
la pizarra para terminar la palabra que se había quedado a medias de
escribir. Yo apunté todo lo que dijo en mi cuaderno, aunque mi mente
seguía estando en el pasillo.

El primero en salir de clase cuando sonó el timbre fue Alex, salió


escopeteado como si llegase tarde a algún sitio, seguramente al taller de su
tío. Mientras recogía mis cosas, el profesor Grant se acercó a mi mesa,
escondió las manos en los bolsillos de los vaqueros y me miró como si algo
le preocupara.
—Chloe, ¿te encuentras bien?

—Sí —respondí de inmediato—. ¿Por qué lo pregunta?

—Porque he escuchado lo que Alex ha dicho de ti.

Hice un gesto a Sarah que me esperaba en la puerta para que se


adelantara, pues yo tenía que hablar con el orientador del instituto. Ella
asintió y salió por la puerta.

—¿Sabes por qué Alex te habló así?

—No tengo ni idea.

—Algo habrá pasado para que dijera esas cosas.

—Nos estábamos besando y ha reaccionado de ese modo —me encogí


de hombros—. Creo que se debe a que tiene una imagen equivocada de mí
—él y todos los demás.

—Permíteme decirte algo que a mí me sirvió mucho cuando iba al


instituto: Da igual lo que la gente piense de ti siempre y cuando tú sepas la
verdad sobre quién eres. No dejes que unos comentarios desafortunados
arruinen tu último año de instituto, y mucho menos tu oportunidad de entrar
a Stanford. Pero si quieres, yo podría hablar con Alex y…

—No hace falta —lo interrumpí—. Es mejor olvidar todo lo que ha


pasado y centrarme en mis estudios. Creo que tengo posibilidades de entrar
a Stanford y no quiero que nada se interponga. Ahora, si me disculpa, debo
ir a entrenar.

—Sí, claro —dibujó una media sonrisa—. No te molesto más. Y Chloe,


si quieres volver a hablar de cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme.
Observé a mis chicas mientras practicaban la coreografía del primer partido
para pulir pasos y para que la entrenadora Alice nos diera su aprobación.

—Muy bien —me apremió con un leve apretón en el hombro y una


amplia sonrisa cuando mis chicas terminaron de bailar—. Me gusta cómo
sacas lo mejor de cada uno. Sigue así, Chloe. Vas por muy buen camino.

La entrenadora se marchó. Desvié mi atención a las gradas donde


encontré a Alex sentado, observando cómo los chicos entrenaban lacrosse
en el campo. Y como si tuviera un radar implantado en el cerebro para saber
cuándo lo miraba, me miró. Fue entonces cuando se me ocurrió hacer algo.

—Chicos —alcé la voz para que todos mis bailarines pudieran


escucharme—. Vamos una vez más desde arriba y nos vamos a los
vestuarios, ¿de acuerdo?

Puse la música a un volumen muy elevado para que todo aquel que
estuviera cerca nos mirase. Después de llamar la atención de todo el mundo,
me coloqué frente a mis chicas y empezamos a bailar. Alcancé a ver a los
jugadores de lacrosse mirándonos con sonrisas lascivas mientras
murmuraban cosas entre ellos que preferí no saber, al igual que también me
di cuenta de que Brett no me quitaba el ojo de encima, aunque no me
miraba como solía mirarme antes… Ahora en sus ojos podía ver tristeza y
arrepentimiento.

Alex me contemplaba desde las gradas.

Sonreí por dentro.

Para finalizar, di una voltereta con doble salto y acabé con las piernas
estiradas sobre el césped. Recibí aplausos y silbidos, otros vociferaban
improperios que mejor no mencionar. La adrenalina corría por mis venas y
se apoderó de mi torrente sanguíneo, dejándome una sensación vibrante por
todo el cuerpo.

—¿A qué ha venido este exhibicionismo? —me preguntó Sarah después


de ayudarme a incorporarme. Tenía una sonrisa pícara dibujada en el rostro.

—Quería demostrarle a Alex que después de su numerito en el pasillo


sigo siendo la misma, que por mucho que trate de estropear mi reputación,
no lo va a conseguir.

Desde el momento en el que nos conocimos, su única motivación había


sido arruinar mi imagen. Y aun sin saber los motivos, no iba a permitir que
lo hiciera. Tardé muchos años en estar donde estoy y no pensaba dejar que
nadie cambiara eso por nada del mundo.

—Pues lo has conseguido —dijo—. Parecía molesto cuando se ha ido.


Woody tampoco me ha quitado el ojo de encima. ¿Podríamos hacer esto
más a menudo?

—Cuando quieras.

Busqué a Alex entre la multitud de personas que había en el patio


trasero, pero no lo encontré por ningún lado. Al que sí encontré fue a Brett
al lado de un compañero, tenía la intención de acercarse para hablar
conmigo. Antes de que pudiera alcanzarme, me acerqué a mi amiga Sarah y
me puse a hablar con ella.

Regresamos a los vestuarios. A mi lado estaba Brittany, con esa sonrisa


prepotente mientras hablaba con sus amigas de su última conquista. La
odiaba con todo mi ser por haberse acostado con Brett a sabiendas de que
estaba saliendo conmigo, pero no podía obviar el hecho de que fuera una
mujer preciosa; su cabello dorado relucía bajo los fluorescentes del techo, y
su delgada figura me hacía sentir algo insegura, pues había conseguido
engatusar a Brett aun cuando decía estar enamorado de mí…
Yo sabía que tenía muchas ganas de acostarse conmigo, no paró de
preguntármelo cuándo salíamos y yo siempre respondía que no me sentía
preparada para perder la virginidad. Y cuando creí estarlo, fui a buscarle
durante el entrenamiento. Jackson me dijo que estaba en el despacho del
entrenador y… Bueno, fue entonces cuando lo encontré con Brittany.

Después de la reparadora ducha, me despedí de Sarah y atravesé el


parking estudiantil para llegar hasta mi coche. Saqué las llaves del bolso.
Abrí la puerta, pero una mano la cerró de golpe.

—¿A qué ha venido lo de antes?


5

No pude apartar la mirada por más que lo intentara, estaba sumergida en el


mar de sus ojos. Un mar profundo y lleno de rabia capaz de hacerme sentir
un insignificante pez desorientado en mitad del gigantesco océano… Ni
siquiera sabía cómo conseguía que me sintiera tan pequeña cuando me
miraba de esa forma.

—Deja que abra el coche, Alex.

—Te lo volveré a repetir: ¿A qué ha venido lo de antes?

—Un ensayo de animadoras —me encogí de hombros con total


indiferencia.

Sus ojos descendieron a mis labios durante un segundo donde el tiempo


pareció detenerse. Supuse que acababa de recordar el beso que nos
habíamos dado hacía apenas un par de horas. Debía haber sido muy
desagradable para él si había reaccionado de esa manera. Para mí no había
sido tan repulsivo como me gustaría que hubiera sido.

—¿Pretendías molestarme con tu numerito de baile?

—¿Y por qué iba a querer yo molestarte?

—Quizás porque te gusto.


Dio un paso hacia mí e instintivamente retrocedí hasta sentir el frío
metal del coche en la espalda. Tragué saliva, nerviosa. Sus ojos, que se
habían vuelto más claros por el sol, me observaron curiosos, como si
esperase encontrar cualquier vestigio de veracidad en mi expresión.

—¿Y qué te ha llevado a pensar eso? —pregunté, reuniendo todo el


valor que fui capaz y lo empleé para avanzar hacia él, pues no pensaba
dejarme intimidar.

Alex se quedó quieto mientras yo me acercaba. Era tan alto que tuve que
alzar la cabeza para poder mirarle a los ojos.

—Por el beso que me has dado antes —afirmó con seguridad.

Me crucé de brazos a la altura del pecho y lo miré incrédula.

—El beso no ha significado nada para mí.

Había estado durante tanto tiempo mintiendo a todo el mundo que me


había convertido en una mentirosa profesional. Incluso yo llegué a creerme
a mí misma al principio.

—No te creo —susurró, inclinándose levemente hacia mí con una


sonrisa arrogante dibujada. Apoyó la mano en la carrocería y estuvo a
escasos milímetros de mi boca.

—Como has dicho, soy una desesperada que necesita tener un rabo entre
las piernas para sentirse superior a los demás. Lo que no entiendo es que si
querías follarme hasta que no pudiera moverme, ¿por qué has reaccionado
de esa manera después de besarnos? A lo mejor es porque soy yo quién te
gusta a ti y por eso te molesta que tenga a mejores que tú haciendo cola
para estar conmigo.

Tensó la mandíbula y me fulminó con la mirada.


Yo sonreí, satisfecha.

—Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

Quité su mano de mi coche y conseguí entrar. Una vez dentro, expulsé


todo el aire que había estado reteniendo sin darme cuenta, sintiendo una
sensación de alivio en el pecho. Introduje la llave en la toma de contacto y
conduje hasta casa, intentando no pensar en Alex.

Brett estaba sentado en el porche de mi casa con el móvil en la mano. Yo


puse los ojos en blanco y avancé con la intención de entrar sin hablar con
él. No tenía ganas de escuchar sus ridículas disculpas. Tan solo quería
acostarme en la cama y dejar que el día acabase.

—Te estaba esperando —dijo cuando me vio. Se puso en pie y se frotó


las manos. Solía hacerlo cada vez que los nervios tomaban el control de su
cuerpo—. Quiero hablar contigo.

—Yo no quiero hablar contigo.

—Chloe, por favor.

—Vete a casa, Brett.

Pasé por su lado y subí los dos escalones del porche.

—Chloe, si alguna vez te he importado lo más mínimo, te ruego que


hables conmigo. Por favor.

Me di la vuelta con desgana.

—Eso es juego sucio —repliqué.

—No me has dejado otra opción —se encogió de hombros.


—Vale —me rendí. Me eché un mechón de pelo detrás de la oreja
mientras me sentaba en el primer escalón. Solo pedía que terminara pronto
y acabar con esto cuanto antes.

Brett se colocó delante de mí, cambiando el peso del cuerpo de un pie a


otro, frotándose las manos entre sí. Por la expresión dubitativa de su rostro,
intentaba hallar las palabras adecuadas, aunque por mucho que me cantara
una canción o me dedicara un soneto, jamás volvería con él.

—Sé que la cagué cuando me acosté con Brittany, y ya no puedo hacer


nada para que vuelvas conmigo. Y lo entiendo. Fui un completo gilipollas.
Pero antes de ser pareja fuimos amigos, y me gustaría que volviéramos a
serlo.

Vaya…, esto sí que no me lo esperaba.

—¿Y por qué crees que quiero ser tu amiga después de lo que me
hiciste? —repliqué—. La cagaste demasiado, Brett. Me pusiste los cuernos
con una amiga.

—Lo sé, y no sabes cuánto me arrepiento de ello… Pero sé que en el


fondo tú tampoco quieres perderme. Puede que ya no me quieras como
pareja, cosa que es completamente comprensible después de todo el daño
que te he hecho, aunque pondría la mano en el fuego a que todavía te
importo.

—¡Claro que me importas, idiota! —me ofendía que pensara lo contrario


—. Has sido una persona muy importante en mi vida y eso no va a cambiar
nunca.

—Lamento mucho todo lo que ha pasado —se dejó caer a mi lado y


tomó mis manos.

—Yo también —y era cierto.


—Sé que tú ya no sientes nada por mí, y si te soy sincero, yo tampoco
siento lo mismo. Es más, creo que la llama se apagó mucho antes de cortar
—yo también lo sentí incluso antes de que se acostara con Brittany—. No
pretendo volver a tener una relación amorosa, pero echo de menos a mi
amiga Chloe que venía a verme solo para bañarse en mi piscina y comerse
mi comida —sonrió.

—Entonces… ¿ya no sientes nada por mí?

—Te quiero y siempre te voy a querer —aseguró—. Eso es algo que no


va a cambiar nunca. Pero prefiero mil veces ser tu amigo a perderte para
siempre.

No supe el tiempo que estuve reflexionando si debía perdonarlo o no.


Quizá fuerza un minuto o una hora, no lo sé. Pero lo que sí sabía es que
Brett era un gran amigo; lo había demostrado en innumerables ocasiones
que me era imposible contarlas con las manos. De ahí a que me doliera
tanto cuando se acostó con Britt.

Pero ya era hora de dejar todo eso atrás.

Me incliné y lo abracé. Brett me estrechó contra sí con fuerza, como si


estuviera comprobando que esto era real y no una fantasía. En el fondo de
mi corazón me alegraba haberlo solucionado porque, aun cuando Sarah me
mataría si lo admitiese, yo también lo echaba de menos. No como mi
pareja, sino como el chico que en las fiestas se convertía en el rey de la
tarima con sus movimientos de caderas.

—¿Entonces me perdonas por todo?

—Claro que sí.

Dibujó tal sonrisa que me contagió su alegría.


—No sabes lo feliz que me hace escuchar eso —confesó, soltando el
aire por la boca—. Y aunque me gustaría quedarme un rato más contigo,
tengo que irme —se levantó—. ¿Te apetece que vayamos el sábado Sarah,
tú y yo al cine? Como en los viejos tiempos.

—Claro. Se lo diré a Sarah.

—Bien —sonrió—. Nos vemos, amiga.

—Hasta mañana, amigo.

Entré en casa con una agradable sensación en el pecho. Era como si


tuviera los hombros más ligeros y flexibles después de haber cargado con
un peso durante meses. Me sentía liberada y por primera vez en mucho
tiempo, feliz.

Subí a mi habitación para hacer los deberes que no me había dado


tiempo a terminar en la hora libre para así tener la noche entera por si a mi
padre le apetecía ver una película después de cenar. Al igual que yo, era un
fanático del cine de terror, y hacía mucho que no veíamos una película
juntos; entre mi trabajo en Sensation’s y el tiempo que dedicamos a arreglar
el jardín —que todavía no estaba terminado y quedaba mucho por hacer—
no encontrábamos ningún momento para relajarnos y ver una película.

Me quité la ropa y me puse cómoda, camiseta de tirantes grisácea y


pantalones cortos negros. Me acosté en la cama con el cuaderno para hacer
las tareas y el portátil a un lado para llamar a Sarah por FaceTime al
terminar.

Cuando acabé el último ejercicio de matemáticas, que me había costado


resolver más de lo previsto, la llamé. Contestó al quinto tono. Ella apareció
en la pantalla sentada con las piernas cruzadas encima de la cama, pijama
de estampado de fresas puesto y un moño deshecho que, añadido a los
labios hinchados, supuse que había estado revolcándose con el profesor
Grant.
—¿Y esas pintas? —pregunté, alzando una ceja insinuante.

Desde mi pantalla vi cómo se ruborizó.

—Acabo de estar con ya sabes quién en mi casa y bueno…

—¿Te has acostado con él?

—Por desgracia… no —suspiró—. Ya sabes que quiere esperar a que


sea mayor de edad para que nuestra relación sea legal. Hemos estado viendo
una película en mi habitación porque como mis padres no estaban, quería
aprovechar la oportunidad, ya sabes. Y a mitad de película no sé cómo pero
hemos empezado a besarnos y he puesto mi mano, ya sabes, ahí. Era
enorme. Descomunal. En realidad, todos esos adjetivos se quedan cortos…

—No me interesa saber cómo la tiene, la verdad —me reí.

—La cuestión es que, durante un momento, hemos estado


completamente desnudos uno encima del otro, besándonos… pero al final
no hemos hecho nada. Y no por falta de ganas, de eso había, te lo aseguro,
pero quiere esperar a que cumpla los dieciocho para hacerlo.

—Es comprensible, Sarah. Conocías los riesgos de salir con un hombre


mayor siendo menor… El lado bueno es que no te queda mucho para
cumplir los dieciocho.

—¡No sabía que unos meses pudieran hacerse eternos! —colocó la


almohada en su cara y soltó un gruñido cargado de frustración—. No sé
cómo pudiste aguantar tanto tiempo sin hacerlo con Brett…

—Porque cuando no lo has hecho, no sientes esa necesidad de hacerlo.


No se puede extrañar algo que nunca has tenido, ¿no? Y hablando de
Brett… Cuando he llegado a casa estaba esperándome en el porche para
hablar conmigo.
Puso los ojos en blanco.

—¿Y qué ha dicho? —preguntó, sin un ápice interés por el tema.

—Que ya no pretende volver conmigo, pero quiere ser mi amigo de


nuevo. Y la verdad es que yo no quiero perder su amistad; antes de ser mi
novio era nuestro mejor amigo y los tres nos lo pasábamos muy bien juntos,
¿recuerdas?

—Éramos inseparables —admitió con una leve sonrisa.

—Por eso, pese a que cometió el error al acostarse con Brittany, cosa
que ha reconocido y se ha disculpado por ello, creo que ya es hora de
olvidar lo que pasó definitivamente.

—Bueno, pues si tú puedes pasar página, yo también. Aunque si se


atreve a volver a hacerte daño, le arrancaré las pelotas y se las haré comer.
Que lo sepas.

—Y yo te daré las tijeras —sonreí—. Hemos quedado para ir el sábado a


ver una película, como solíamos hacer antes. Tú también estás invitada.

—No lo dudaba —sonrió.

El sonido de la puerta de entrada cerrarse se coló en mi cuarto.

—Te tengo que dejar. Nos vemos mañana.

Cerré la tapadera del portátil y bajé las escaleras, encontrando a mi padre


quitándose las mangas del mono de trabajo y atándoselas alrededor de la
cintura, dejando a la vista la camiseta gris que llevaba debajo. Tenía el pelo
casi en su totalidad blanco por la cantidad de polvo que llevaba, en sus ojos
era palpable el cansancio y agotamiento después de un largo día de trabajo.
—Hola, princesa —sonrió—. ¿Has cenado?

—No. Te estaba esperando.

—Vale. Pero primero quiero darme una ducha.

—Después había pensado que podríamos ver una película.

—Genial. Hacía mucho que no veíamos una película juntos. Elige


alguna en Netflix o HBO. Solo espero que dé mucho miedo —me guiñó el
ojo y subió las escaleras.

Entré en la cocina para preparar algo mientras se duchaba. Abrí el


frigorífico. Nada de lo que había dentro me inspiró lo suficiente, por lo que
saqué mi teléfono y pedí una buena pizza grasienta.

Sarah me esperaba en la puerta del instituto.

—¡Qué guapa vas hoy! —exclamó al verme.

Una falda holgada negra, un top grisáceo corto sin mangas y una
cazadora vaquera habían sido mi elección para demostrarle a Alex que, por
mucho que hiciera o dijera, no iba a conseguir perjudicar mi popularidad.
Me había maquillado un poco más de lo habitual, y me había planchado el
pelo, dejándolo completamente liso cayendo con suavidad por mis pechos.

Entramos en clase de literatura y a regañadientes me senté en primera


fila. Haber abandonado mi sitio de siempre por el nuevo era algo que me
quemaba por dentro, pero es que todavía no me sentía totalmente preparada
para volver a penúltima fila y enfrentarme a Alex cara a cara.
Ladeé la cabeza y miré hacia su dirección sin saber por qué; allí estaba
él, recostado sobre el pupitre igual que el primer día, mirando la pizarra con
el ceño fruncido. Reservado. Solitario.

Sus fríos ojos se cruzaron con los míos y tensó la mandíbula. Yo me


ruboricé al mirar su boca, sorprendiéndome de cómo mi cuerpo podía
recordar el roce de sus labios sobre los míos, de sus manos aferrándose a mí
como si tenerme cerca fuera lo que más deseaba… Por eso me sorprendió
tanto que reaccionara humillándome de esa manera tan ruin y mezquina
delante de todos. No lograba entenderlo.

Cuando vi entrar a Brett por la puerta al lado de sus amigos, sentí una
mezcla de alegría y repugnancia; alegría por ver de nuevo a Brett;
repugnancia porque Jackson estaba entre su grupo de amigos, cosa que me
extrañó porque Brett y Jackson, a pesar de que dentro del campo fueran
compañeros de equipo, fuera se odiaban a muerte. Sobre todo después de lo
que sucedió en aquella fiesta del curso pasado…

Que Brett y Jackson estuvieran en el mismo grupo de amigos fue


bastante sorprendente, pero lo que me dejó realmente con la boca abierta
fue que Sarah se levantara y abrazara a Brett delante de todos.

—Me alegra que volvamos a ser todos amigos —le dijo—, pero si te
atreves a hacer algo que pueda lastimar otra vez a Chloe, más te vale huir
del país porque si te encuentro, mi puño será lo último que veas. Estás
avisado.

—Tranquila —alzó las manos como señal de rendición y se rio—. Yo


solo quiero volver a estar como antes de que Chloe y yo empezáramos a
salir. Recuperar a mis dos mejores amigas. Os he echado muchísimo de
menos. Aunque a tus amenazas no tanto.

Sarah sonrió, y ese fue el último ingrediente que faltaba para que nuestra
amistad volviera a ser como era antes. Sin rencores.
El profesor apareció y, después de cerrar la puerta, se acercó a su mesa.
Brett se sentó en el asiento de atrás nuestra mientras el profesor cogía una
tiza y escribía «Amor» en el centro de la pizarra.

—¿Qué significa esta palabra para vosotros? —preguntó en voz alta a la


clase—. Esta va a ser la cuestión que tendréis que responder en un trabajo
por parejas. Las personas tenemos diversas opiniones acerca del amor, y
quiero que os pongáis de acuerdo para intentar expresar de la mejor forma
posible lo que significa este sentimiento tan puro y mágico para vosotros.
Contará para nota, así que más vale que os esforcéis.

»Haré yo mismo las parejas. El trabajo se entregará el lunes. Al final de


la clase os dejaré el listado con las parejas en mi mesa para que le echéis un
vistazo. Aviso de antemano que no se hará ninguna modificación. Ahora,
volvamos con el tema que nos corresponde al día de hoy: Dante y Beatriz.

Cuando sonó el timbre del final de clase, recogí mis cosas y fui a la
mesa del profesor para ver quién iba a ser mi pareja en el trabajo. Busqué
mi nombre en las dos columnas y mis ojos se abrieron por completo cuando
lo hallé justo al lado de Alexander Wilson.

No puede ser posible.

A mi derecha, Alex se hizo hueco entre los compañeros que trataban de


buscar su nombre y cuando encontró el suyo, me miró con ojos divertidos y
dibujó una sonrisa condescendiente.

—Vaya… parece que nos ha tocado juntos.

Brett lo apartó de un empujón y comprobó si era cierto.

Me negaba aceptar que Alex fuera mi pareja. ¿Cómo el profesor había


podido ponernos juntos? ¿Acaso no se percató de lo mal que nos
llevábamos en la discusión del otro día? ¿Es que no se había enterado de la
humillación?
Salí corriendo por la puerta en busca del profesor para intentar que me
cambiara de compañero. Lo encontré hablando con un alumno de otra clase
en mitad del pasillo, y en cuanto terminaron de hablar, me acerqué a él.

—Profesor, creo que ha habido un error con la elección de mi pareja.


Alex y yo no podemos hacer el trabajo juntos. No nos aguantamos y dudo
que consigamos ponernos de acuerdo.

—Pues eso no me pareció ver el otro día.

—¿Pero vio cómo me habló?

—Sí, al igual que vi la forma en la que os mirabais. Chloe, he mandado


este trabajo especialmente por vosotros. Pude ver una conexión muy
singular entre los dos. A pesar de vuestras diferencias, creo que entender el
punto de vista del otro ayudará a conoceros un poco mejor.

—Se lo suplico. ¿Puede cambiarme de compañero?

—Como ya he dicho, no habrá ninguna modificación.

El profesor Sanders siguió su camino.

—¿Te ha cambiado de compañero? —me preguntó Brett cuando estuvo


a mi lado.

—No ha querido hacerlo… Ahora tendré que aguantar al imbécil de


Alex para hacer el maldito trabajo.

—Bueno, podría ser peor, ¿no?

—Claro, podría haber sido Brittany.

Brett soltó una carcajada ruidosa.


Avanzamos por el pasillo dirección a nuestras taquillas para la siguiente
hora cuando mi mirada se centró en el interior de un aula, donde alcancé a
ver a Alex caminando para sentarse en el asiento de última fila.

—Ahora vengo —le dije a Brett—. Voy a hablar con Alex para ver
cuando podemos quedar para hacer el trabajo.

—Vale. Te espero aquí.

Alex estaba recostado en el pupitre, como siempre. Cuando vio que me


estaba acercando, se incorporó en el asiento y tomó un bolígrafo para
tamborilear la mesa con la punta, haciéndose el distraído, aunque sus ojos
me repasaron las piernas de arriba abajo.

—¿Cuándo te viene bien quedar para hacer el trabajo? —pregunté sin


preámbulos.

—¿Cuál trabajo?

Aguanta, Chloe. Lo único que pretende es incordiarte. No entres en su


juego.

—El de literatura —dije lo más calmada que pude.

—Ah, ese trabajo… ¿Qué pasa con él?

—Tenemos que quedar para hacerlo.

—Vale.

—¿Cuándo podrías?

—¿Cuándo puedes tú? —preguntó, inclinándose levemente hacia mí. Su


proximidad me puso un poco nerviosa, no voy a mentir, pero aun así me
mantuve firme, centrándome en que el sábado iba a salir con mis dos
mejores amigos y no en sus preciosos ojos.

—Todos los días excepto mañana. He quedado.

—Vale, pues ese es exactamente el único día que puedo quedar yo —


sonrió maliciosamente—. Qué casualidad ¿no? Me temo que tendrás que
cancelar los ridículos planes con tu novio.

Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había dicho que


Brett no era mi novio. Pero por alguna extraña razón seguía empeñado en
que estábamos saliendo… A estas alturas, dudaba que nada que dijera fuera
a cambiar su opinión

—No pienso cambiar mis planes.

—¿Acaso es más importante para ti follar con tu novio que un trabajo


obligatorio para clase? A ver si por eso tu nota cae y ya no puedes ser la
más lista del instituto —frunció los labios en un gesto lastimero, pero lo
cierto es que estaba burlándose de mí. Como solía hacer siempre—. Sería
una auténtica desgracia.

Alex sabía jugar muy bien sus cartas… pero yo también. Y esta vez
tenía todas las probabilidades de ganar; me mordí el labio inferior para
reprimir una sonrisa.

—Solo voy a cambiar el polvo de mañana a hoy. Tranquilo, por eso no


sufras. No pienso permitir que nadie me arrebate el título de la chica más
increíble e inteligente de todo el instituto. Ni siquiera tú.

Le quité el bolígrafo de las manos y abrí su cuaderno. Alex no me


quitaba el ojo de encima; fui hasta la última página y rápidamente escribí
mi dirección en una esquina.

—Te espero en mi casa a las cinco.


Alcé la mirada y miré al hombre que intentaba arruinar mi último año de
instituto, observando cómo tensaba la mandíbula y cómo sus ojos me
miraban rabiosos antes de volver en mis pasos.

—Mejor el cine lo pasamos a hoy —le dije a Brett cuando llegué a su


lado—. Alex quiere que hagamos el trabajo mañana.

—Vale. Sin problema.

Pero sí que había un problema. Cuando escribí un mensaje a Sarah para


decirle que habíamos cambiado los planes de ir al cine a hoy, respondió que
no podía porque había quedado con David y que ya no podía cancelarlo. No
era la primera vez que salía con Brett a solas; cuando salíamos, hacíamos
un montón de planes solos. Todo eran risas y mimos, conversaciones
interminables en la noche hasta que uno de los dos se quedaba dormido con
el teléfono en la mano. Sin embargo, después de lo que había pasado entre
los dos, me resultaba extraño salir con él sin Sarah. Le había perdonado, sí,
pero todavía era demasiado pronto como para ser los de antes.

Pero ya no podía echarme atrás.

Ya que esta mañana me había arreglado más de lo necesario y había


conseguido el propósito de demostrarle a Alex que no iba a poder conmigo,
decidí ir así. Solamente faltaría retocar un poco el maquillaje, darme otra
pasada al pelo con las planchas y ya estaba preparada para salir.

El sonido de mi móvil me sobresaltó.


BRETT JOHNSON

Estoy en tu puerta.

Me eché un poco de perfume y salí de la habitación. Mi padre estaba en


la puerta de entrada de brazos cruzados y mirando hacia las escaleras
esperando a que bajase.

—¿Adónde vas? —alzó una ceja inquisitiva.

—He quedado con Brett.

—¿Habéis vuelto?

Por el tono ácido de su voz y su mirada supe que no le agradaba la idea.


Yo a mi padre se lo contaba todo; desde muy pequeña me demostró que
podía hablar con él de cualquier tema, por grave o insignificante que fuera.
A parte de ser mi padre también era mi mejor amigo, por eso fue el primero
en enterarse de lo que ocurrió.

—Yo jamás volvería con alguien que me ha engañado, papá.

—Entonces ¿qué hace su coche aparcado fuera?

—Somos amigos y vamos a ir al cine. Nada más.

Respiró hondo y sacudió la cabeza. La expresión severa que adoptó su


rostro me indicó que no quería que saliera por la puerta. Sin embargo, a
regañadientes, se hizo a un lado.
—Ya sabes lo que pienso sobre volver tarde a casa.

—A medianoche aquí, igual que Cenicienta.

—Y lleva mucho cuidado —dijo, colocándome un mechón de pelo


detrás de la oreja—. Si necesitas que vaya a recogerte, llámame. De hecho,
no hace falta ni que llames, con un mensaje es suficiente. Tú solo dime
«ven» y en menos de cinco minutos estaré donde me digas, ¿vale?

Asentí.

Brett estaba esperándome sentado en su coche. Alzó la mano por la


ventanilla para devolver el saludo a mi padre que estaba en la puerta
observándonos, cuyo rostro me indicó el enorme esfuerzo que estaba
teniendo para reprimir el impulso de hacerle una peineta con el dedo.
Apreté los labios para contener la risa mientras me sentaba a su lado y me
ponía el cinturón de seguridad.

—Es una pena que Sarah no haya podido venir —dijo.

—Tenía planes. Ya saldremos los tres en otro momento.

—Si te soy sincero, no creía que quedaras conmigo sin ella.

—He estado a punto de no venir… Pero si queremos ser amigos, tarde o


temprano tendríamos que pasar por esto, ¿no?

—Lo sé —coincidió—. ¿Y si hacemos una cosa? Olvidemos que


estuvimos juntos. Como si nunca hubiera pasado. Tal vez eso ayude a que
volvamos a ser los de antes.

—Las cosas no son tan fáciles, Brett.

—Podríamos intentarlo.
Comentamos la película como dos auténticos críticos de cine nada más salir
del cine. Habíamos entrado al estreno de una película de terror. Elección
mía, obviamente. A Brett le pareció un tostón porque no se había asustado
en ningún momento, ni siquiera cuando apareció el monstruo de las
monedas, o cuando una de las protagonistas vio a una mujer vestida de boda
o cuando la niña veía la silueta de la muñeca incorporándose y
convirtiéndose en una persona adulta con un cuchillo antes de lanzarse a
por ella para matarla… A mí me gustó lo suficiente como para querer verla
de nuevo con mi padre; sí que es cierto que era una película bastante
predecible, aunque los actores estuvieron geniales y la historia me gustó.
Además, estaba dentro del universo Expediente Warren, cosa que la hacía
más interesante. De hecho, yo me había comido algún que otro susto…

—No puedo creer que te hayas asustado cuando la muñeca apareció en


la cama con la niña… —comentó Brett entre risas mientras nos dirigíamos
a un restaurante para cenar—. Si era muy predecible.

—Ya sabes que soy de susto fácil —me defendí.

—¿Y por qué querías ver esta película entonces?

—Pues porque me gusta el terror —me encogí de hombros.

—Eres la única mujer que conozco que tiene miedo a las películas de
terror pero que aun así quiere verlas.

—Soy especial.

Decidimos entrar a un restaurante ambientado en los años ochenta que


solíamos frecuentar cuando salíamos. Al principio no me pareció muy
buena idea, pues ahora solamente éramos amigos y me parecía raro, hasta
que caí en la cuenta de que hacían unas hamburguesas con queso
buenísimas. Y yo por unas buenas hamburguesas soy capaz de cualquier
cosa… Incluso ir al restaurante con quien solía ir como pareja cuando ahora
tan solo éramos amigos.

Nos sentamos en nuestra mesa de siempre. Brett ordenó al camarero que


queríamos dos hamburguesas con queso, patatas fritas y un par de refrescos,
lo mismo que solíamos pedir cuando cenábamos aquí. Después, se marchó
rodando con sus patines.

—¿Recuerdas aquella noche que fuimos al buffet libre de comida


japonesa? —me preguntó con una sonrisa melancólica y los codos
apoyados sobre la mesa.

Asentí, riéndome al recordarlo.

—Por supuesto que me acuerdo.

—Estuvimos todo el día sin comer nada para que cuando llegase la
noche acabar con toda la comida. Y si no recuerdo mal, faltó muy poco para
conseguirlo.

—Lo que conseguimos fue estar dos días enteros enfermos por la
cantidad de comida que devoramos. Solo de pensarlo se me remueve el
estómago…

El camarero se acercó con las bebidas y una agradable sonrisa. No me


sonaba de haberlo visto antes por aquí, por lo que deduje que debía ser
nuevo. Brett y yo pasamos tanto tiempo en este restaurante que incluso
llegamos a intimar con la mayoría de camareros. Era llegar, sentarnos y en
cuestión de minutos tener nuestro pedido sobre la mesa. Era una auténtica
pasada.

—Todavía no me explico cómo el profesor ha escogido a Alex para que


sea tu compañero de trabajo después de la discusión que tuvisteis el otro día
en clase —comentó Brett, dando un trago a su refresco.

—Lo sé —exhalé—. Yo tampoco me lo creo. Ahora me tocará


aguantarle a él y a su estúpida opinión acerca del amor verdadero… Si
apenas podemos mantener una conversación sin discutir, ¿cómo pretende
que nos pongamos de acuerdo en algo?

—Si quieres, puedo acompañarte —propuso.

—No hace falta. Ya piensa que estamos saliendo. Si me acompañas, solo


empeorará las cosas.

—Sí… bueno —hizo una mueca—. Eso es culpa mía.

—¿A qué te refieres? —fruncí el ceño.

—A que cuando Alex y yo nos peleamos, le dije al director que eras mi


novia y por eso te defendí cuando me enteré de que se había metido
contigo. Lo siento, pero en ese momento no pensé en lo que estaba diciendo
y eso fue lo primero que se me ocurrió para que no me echaran del equipo.

Ahora entendía por qué seguía empeñado en que era mi novio.

—No pasa nada. Sigues en el equipo, eso es lo importante.

—¿Y qué rollo te traes con él? —preguntó, inclinado su cuerpo


levemente por encima de la mesa como si estuviéramos hablando de un
tema importante—. Todo el mundo vio cómo os besabais en el pasillo. Y te
conozco lo suficiente como para saber que no besas a cualquiera… Tú
sientes algo por él, ¿no es cierto?

—No digas tonterías Brett —respondí inmediatamente, intentando que


no me temblara la voz—. ¿Cómo voy a sentir yo algo por Alex? ¿Estás
loco? Además, no creo que sea bueno hablar de esto contigo precisamente
ahora.
Por mucho que Brett estuviera haciendo un esfuerzo para ser mi amigo,
no creí que fuera una buena idea hablar de este tipo de cosas puesto que
hasta hace solamente dos días intentaba volver conmigo.

—¿Demasiado pronto?

—Demasiado pronto.

El camarero se deslizó hacia nosotros con las hamburguesas. La mía era


enorme y eso me hizo recordar cuánto echaba de menos venir aquí con
Brett. Pasamos muy buenos momentos entre estas cuatro paredes con el aire
impregnado de aceite y queso fundido. Aquí fue nuestra primera cita oficial
como pareja, aquí ocurrió nuestro primer beso… y ahora también nuestra
primera cena como amigos.

Cogí mi hamburguesa con mucho cuidado para que no se cayera nada y,


tras darle un mordisco, me embadurné la boca de salsa por la increíble
cantidad que llevaba. Brett empezó a reírse de mí y yo me ruboricé, pues las
mesas más próximas se giraron hacia mí y vieron cómo me limpiaba con su
servilleta. Fue un gesto que al principio me incomodó pero que agradecí
después.

Cuando terminamos de cenar, me dejó en casa antes de que mi padre se


volviera loco acribillándome a mensajes para ver cuánto me quedaba para
llegar. Cada vez que salíamos juntos y me retrasaba un par de minutos, mi
móvil no dejaba de recibir mensajes de mi padre advirtiéndome de la hora.
Brett eso lo sabía muy bien ya que una vez me trajo media hora tarde y le
dio una larga charla sobre la puntualidad y la responsabilidad. Desde
entonces, siempre controlaba el tiempo que teníamos para llevarme a casa
justo a tiempo. A veces incluso con un par de minutos de antelación.

Me despedí con un abrazo y subí a mi habitación. Mi padre estaba en su


cuarto con la puerta cerrada, supuse que ya estaría durmiendo.
Entré al cuarto de baño para desmaquillarme y después me puse unas
mallas deportivas y una camiseta de manga corta negra. Los viernes por la
noche solía salir a correr para liberar el estrés acumulado de la semana y
despejar la mente. Hoy tenía la sensación de que lo necesitaba más que
nunca.
6

Corrí por el parque cercano a mi casa mientras pensaba en el trabajo que


tenía que hacer mañana. Alex tenía una idea muy diferente a la mía acerca
del amor: Él pensaba que es solo un sentimiento que ata a las personas y no
te deja ser libre, pero yo mantenía la idea de que es el más bonito y más
puro que existe. La mejor prueba de ello son mis padres, pues a pesar de las
dificultades a las que se enfrentaron, hicieron todo lo posible para seguir
juntos hasta el final. Yo había vivido en primera persona el amor que se
tenían, había sido testigo de cómo mi padre miraba a su mujer sintiéndose
el hombre más afortunado del universo. Había presenciado millones de
sonrisas furtivas, miles de caricias inocentes y cientos de besos sinceros…
Por eso yo anhelaba tener un romance como el de mis padres.

Tal vez Alex pensaba así por la muerte de sus padres, porque cuando te
arrebatan inesperadamente a alguien que amas con toda tu alma, piensas
que ya no tienes nada más que ofrecer. Mi padre se sintió así después del
entierro; incapaz de volver a enamorarse. Y de momento no se había vuelto
a fijar en nadie más. Y no porque no quisiera, sino porque todavía no había
encontrado a una mujer que pudiera igualar a su esposa. No obstante, yo
también perdí a mi madre, y no pensaba igual que Alex. Y tampoco podía
creer que nunca hubiera tenido novia o nunca hubiera mantenido relaciones
sexuales. Porque en cierto modo, eso es sentir amor ¿no?

¿Por qué estaba pensando tanto en él?


Me humilló sin el más mínimo remordimiento en dos ocasiones, y una
delante de todo el instituto. Debía odiarle con todo mi ser. Debía hacerle
pagar por todo lo que me había hecho. Pero a pesar de todo eso, no podía
quitarme de la cabeza ese beso tan dulce y a la vez tan amargo que nos
dimos.

Desde que nos besamos, no había ni un solo momento en el que no


pensara en el maravilloso roce de sus labios. Cerraba los ojos y podía ver su
sonrisa despreocupada, sus grandes y preciosos ojos azules, sus largos
dedos tocándome… Nunca había sentido una atracción tan fuerte como la
que sentía con Alex. Ni siquiera con Brett en los dos años que estuvimos
juntos. No entendía lo que me estaba pasando. Alex solo era un chico más.
Entonces… ¿por qué no podía sacármelo de la cabeza? ¿Por qué no podía
dejar de pensar en él?

Decidí pensar en las animadoras.

Al principio, cuando se me ocurrió la coreografía mientras me duchaba,


pensaba que sería fácil hacerla. Sin embargo, al ponerla en práctica, fue
algo más complicado; solamente teníamos los pasos. Todavía faltaba añadir
los saltos, piruetas y demás para que el baile quedase lo mejor posible.
Todavía quedaba mucho trabajo por hacer y el tiempo no estaba de nuestro
lado.

Ladeé la cabeza al presenciar a alguien corriendo a mi lado. Un hombre.


Llevaba unas simples zapatillas deportivas seguidas de unos gemelos y
unos cuádriceps bien definidos. Seguí subiendo hasta encontrar un gran
bulto en su entrepierna que se marcaba cada vez que daba una zancada, una
camiseta ajustada a su trabajado cuerpo y unos brazos grandes y fuertes…

Sus labios se curvaron sutilmente hacia arriba.

—¿Qué haces?

—Correr. ¿No me ves?


—¿Y por qué lo estás haciendo conmigo?

Ladeó la cabeza y me miró.

—¿Quién dice que lo esté haciendo contigo?

Eso se podía probar fácilmente: aceleré e intenté adelantarle para


comprobar mi teoría. Alex también aceleró el ritmo hasta colocarse
nuevamente a mi lado.

Así que corriendo solo, ¿eh?

Lo que comenzó siendo una estúpida demostración acabó convirtiéndose


en una divertida carrera. No podíamos dejar de reír e intentar adelantarnos.
Alex era bastante rápido, y al tener las piernas más largas que yo tuve que
hacer un mayor esfuerzo para mantener su ritmo. Cuando empecé a
quedarme atrás, tiré de su camiseta para frenarle un poco y conseguir algo
de ventaja para adelantarle, pero tampoco sirvió de mucho.

Me adentré en el bosque con la idea de que me siguiera. Corrimos uno al


lado del otro, esquivando los robustos árboles, saltando los desniveles del
suelo y procurando no tropezar con ninguna roca hasta llegar al precioso
lago de aguas cristalinas que se hallaba escondido entre la arboleda. Una
cascada ruidosa se descolgaba por entre los árboles, descendiendo
espumante y extendiéndose a lo largo del lago. Un viejo embarcadero
estaba situado frente a nosotros, antiguamente utilizado para la pesca y que
ahora estaba abandonado.

Apoyé las manos en mis rodillas y respiré profundamente el aire limpio


y húmedo para recuperar el aliento. Estaba sedienta, sofocada y con el
corazón a mil.

—Esto es precioso —comentó Alex en un susurro tan bajo que apenas


pude oírlo.
—Encontré este lago un día que iba caminando sin rumbo por el bosque
—expliqué con voz entrecortada—. Desde entonces, suelo venir cada vez
que necesito estar sola.

—¿Y suele ser muy a menudo?

—Más de lo que me gustaría admitir.

La madera del embarcadero crujió bajo mis pies cuando me quité las
zapatillas y los calcetines para sentarme al final de las tablas. Metí los pies
en las frías aguas.

Alex hizo lo mismo.

—Eres la primera persona que traigo aquí.

—Me tendré que sentir afortunado —sonrió. Después, respiró hondo,


llenándose de la tranquilidad que se podía disfrutar en este precioso lugar
—. Ver el amanecer aquí tiene que ser realmente impresionante.

Cerré los ojos e imaginé el sol despertándose entre las lejanas montañas
y asomándose por las copas de los árboles, tiñendo el cielo de tonos
anaranjados y azulados. Sentir la suave y fresca brisa de la mañana
acariciando mis cabellos… Por cómo Alex contemplaba el paisaje, supe que
también estaba imaginando lo mismo.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —pregunté algo temerosa, pues no


sabía si iba a responder con total sinceridad o iba a volver a ser grosero
conmigo.

Asintió.

—¿Por qué a veces eres tan arrogante y otras tan amable?


Se echó a reír, su carcajada resonó por todo el lugar. Sabía que era una
estupidez preguntárselo, pero llevaba haciéndome esa pregunta desde hacía
bastante tiempo, y ahora que parecía estar dispuesto a hablar sin pelear, no
podía desaprovechar la oportunidad.

—No lo sé —admitió, encogiendo los hombros.

Sus ojos se encontraron con los míos y, a pesar de la poca luz que había,
todavía se seguían viendo de un azul muy intenso.

—Es que hay momentos en los que me gusta hablar contigo y otros en
los que me gustaría matarte. Y resulta… realmente agotador y frustrante,
porque nunca sé cómo vas a reaccionar.

—Aunque no me creas, yo siento lo mismo.

Tenía razón. No le creía.

—Pero si solo me diriges la palabra para meterte conmigo…

—Eso no es cierto… Es solo que a veces me sacas de quicio.

—¿Qué soy yo quién te saca de quicio a ti? ¡Si alguien saca de quicio a
alguien eres tú a mí! ¿O es que ya no recuerdas tu numerito del pasillo?

Me estremecí solo de pensarlo.

—Siento lo de aquello —sonaba sincero—, pero es que a veces eres


demasiado superficial… Solo piensas en ser la más popular y asegurarte de
que todo el mundo esté detrás tuya. Ser la mejor en todo. Lamento ser yo
quién te lo diga pero en el mundo real no vale con ser popular. La vida fuera
del instituto es bastante más difícil de lo que crees.

—¿Puedo saber por qué piensas eso de mí si no me conoces?


—Porque he conocido a muchas chicas como tú —respondió—. En mi
antiguo instituto, la capitana de las animadoras utilizaba a los hombres a su
antojo para que hicieran cosas por ella, cosas como los deberes o limpiarle
el coche a ella y a sus amigas… Eso es más que suficiente como para
pensar que todas las animadoras sois iguales; solo pensáis en comprar ropa
nueva y ser la más popular, sin tener ningún tipo de preocupación porque
vuestros padres se encargan de todo. Lo único que os importa es que la
plebe como nosotros estemos detrás vuestra, comiendo de vuestra mano.

Este sería el mejor momento para decirle que yo no era como las
animadoras que él conocía; no me había acostado con nadie a pesar de las
oportunidades que tuve. También era consciente de que ser popular no iba a
servir de nada en el mundo real. Yo misma había tenido que buscar trabajo
para ayudar con los gastos de casa porque mi padre no podía hacerse cargo
de todo. Tampoco pretendía ser la mejor y mucho menos que la gente fuera
detrás de mí. Lo único que me importaba era estudiar e ir a Stanford. Nada
más. No obstante, no podía hacerlo sin poner en riesgo la imagen que tanto
me había costado crear.

—Yo podría decir lo mismo de los chicos como tú —repliqué—.


Solamente pensáis en follar y os da igual qué hacer para conseguirlo.
Incluso nos hacéis ilusiones solo para llevarnos a la cama. Y cuando lo
conseguís, nos desecháis como si fuéramos de usar y tirar. Pero claro, eso a
vosotros os da igual mientras nos llevéis a la cama. Los sentimientos de las
chicas no os importan, ¿verdad? Y lo peor de todo es que, citando lo que tú
mismo dijiste en clase de literatura el otro día, suelen ser los chicos quienes
nos prohíben salir con nuestras amigas porque sois unos celosos inseguros
de mierda.

—¿Eso es lo que piensas de los hombres?

—¿Eso es lo que piensas de las mujeres?


El silencio nos envolvió en una burbuja donde no había cabida para otra
cosa que no fuéramos nosotros dos. Sus ojos azules me atravesaron como si
quisiera penetrar bajo la superficie y llegar a mí. A la verdadera Chloe. Las
manos empezaron a temblarme sobre las tablas de madera.

—No, no pienso nada de eso en realidad —admitió en un susurro.

«Genial, yo tampoco», me dijo una vocecita en mi cabeza que no fue


proyectada al exterior, pues estaba demasiado inmersa en sus ojos y no era
capaz de hacer otra cosa aparte de mirarle. Se inclinó levemente hacia mí.
¿Acaso quería volver a besarme? Porque después de cómo reaccionó la
última vez no estaba muy segura de querer hacerlo…

Su mano estaba apoyada sobre las tablas, cerca de la mía. Tras un


momento de vacilación, la colocó en la parte baja de mi espalda, el contacto
de su piel me hizo estremecer. Alex tragó saliva. Yo deslicé la lengua por
mis labios en un gesto que lo incitó a acercarse aún más. Su respiración
chocaba contra mi boca y antes de que nuestros labios estuvieran a punto de
rozarse… me lanzó al agua.

Alex se echó a reír escandalosamente.

—Ja. Ja. Ja. Muy gracioso —hice un mohín. Me eché el pelo mojado
hacia atrás y nadé hacia el embarcadero—. Ayúdame a salir de aquí.

—Está bien —dijo entre risas.

Enjugó la lágrima que se deslizó por su mejilla izquierda y me tendió la


mano para ayudarme. Cuando mis dedos se enroscaron a su muñeca, tiré
hacía mi, haciendo que cayera al agua conmigo.

—Serás…

—¿Qué piensas hacer ahora? —alcé una ceja juguetona.


Me arrepentí de haber preguntado eso; se acercó y me chapuzó. Yo tiré
de su pierna hacia abajo hasta que acabó sumergido conmigo. Aproveché
ese momento para subir a la superficie y nadar hacia el embarcadero, pero
justo cuando me impulsé para subir, me envolvió entre sus brazos y se dejó
caer hacia atrás, de nuevo al agua.

—¡Alex, para! —grité, aunque en realidad no quería que parase. Por


primera vez desde que nos conocimos disfrutaba de su compañía. Y debía
admitir que este lado de Alex me gustaba mucho más que el capullo que
conocí el primer día de clase.

Me soltó. El agua mecía mi cuerpo con suavidad y su piel brillaba bajo


el resplandor de la luna, las gotas centelleaban como si fueran diamantes.
Se acercó a mí y yo me quedé muy quieta mientras sus manos se posaban
en mis caderas. Tragué saliva.

Alzó la mano y me acarició la mejilla.

—Una pestaña —dijo.

Su voz fue apenas un susurro que provocó que se me escapara un oscuro


gemido. Alex dibujó una sonrisa y las mejillas empezaron a quemarme por
la vergüenza.

Contemplé su boca con deseo. Cada poro de mi cuerpo me pidió a gritos


que lo besara, que tomara su rostro y dejase que su boca y la mía se
fundieran en una sola. Sin embargo, gran parte de mí tenía miedo de que
volviera a reaccionar como la última vez.

Alex se inclinó otra vez hacia mí. No sabía si realmente quería besarme
o era otro de sus juegos. Ante la duda, me escabullí y nadé hasta llegar al
embarcadero.

Apoyé las manos sobre las tablas de madera y me impulsé para salir. Me
tumbé para mirar las estrellas y la preciosa luna situada en lo alto del oscuro
cielo. Miles de gotas se deslizaron por mi cuerpo, haciéndome cosquillas.

Alex se acostó a mi lado.

—Recuerdo que, cuando era pequeño, mi padre me llevó de acampada a


un bosque muy parecido a este. Me daba mucho miedo la oscuridad por
aquel entonces, y estar en mitad de un frío y oscuro bosque y tener que
dormir en una tienda de campaña lo incrementó aún más. «Tienes que
afrontar tus miedos para ser un hombre», me dijo. Y eso fue lo que hice; me
quedé despierto durante toda la noche para superar mi miedo, linterna en
mano por si veía algún monstruo aparecer.

Giró la cabeza hacia mí. El movimiento provocó que una gota cayera de
un mechón de pelo, descendió por su mejilla hasta acabar perdida en sus
labios. Aparté la mirada cuando la lamió.

Joder. Me quedé tentada a lamer todas y cada una de las gotas que lo
recorrían.

—Recuerdo estar cagado al caer la noche —continuó—. Pero a medida


que pasaba el tiempo, me di cuenta de que no era para tanto, que no habían
monstruos horrendos en la oscuridad que secuestraban niños —torció la
sonrisa.

—¿Al final superaste tu miedo?

—Sí. Costó, pero finalmente lo conseguí.

—¡Qué suerte! —exclamé—. Yo tengo pavor a las tormentas eléctricas.


Recuerdo una vez que cayó un rayo muy cerca de mi casa que hasta las
paredes retumbaron. Me asusté de tal manera que salí corriendo a la
habitación de mis padres y dormí con ellos durante tres meses —sonreí con
timidez—. Y aun al día de hoy, sigo teniendo miedo a las tormentas
eléctricas.
—Seguro que todavía sigues durmiendo con tu padre —dijo entre risas.

—Ahora tengo mi propio remedio anti-tormentas.

Se acercó un poco más a mí. Estaba tan cerca que su mano estuvo a
punto de tocar la mía. Su proximidad me puso tan nerviosa que mi corazón
se aceleró de tal modo que parecía que estuviera bailando un tango a mi
costa.

—¿Cuál? —preguntó con voz grave y sensual.

—Cierro las ventanas de mi habitación y abrazo la almohada mientras


me pongo los auriculares con el volumen de la música al máximo para no
escuchar nada.

Su sonrisa se amplió.

—Es una buena solución.

Extendió la mano y me acarició la mejilla con sus largos dedos mientras


sus ojos me devoraban lentamente; descendió hasta mi boca e
instintivamente atrapé el labio inferior entre los dientes.

Volvió a acercarse un poco más a mí, despacio, asegurándose que no me


iba a apartar; estaba tan cerca que incluso podía notar el calor que
desprendía su cuerpo. Coloqué la mano en su pecho para que no se acercara
más, pero en vez de eso, la dejé ahí, sintiendo el latido acelerado de su
corazón.

Sin darme cuenta, mi mano se desplazó por sus brazos, por los hombros,
por el cuello, la nuca, sintiendo el comienzo del pelo en la punta de los
dedos. Tuve la necesidad de explorar cada parte de su cuerpo, descubrir lo
que escondía bajo la ropa mojada…
Alex no tuvo miedo de ir más lejos, rompió el pequeño espacio que nos
separaba y me besó. Se apoderó de mi boca con ansia, con desesperación…
haciéndome olvidar todo lo que había pasado entre los dos; su lengua
acarició la mía a la vez que sus manos se aferraron a mis caderas.

Sus dedos descendieron por mis costados hasta llegar a la cintura. Yo


sentí cómo mi cuerpo se entregaba a Alex de una forma que no me había
pasado nunca. De hecho, quise ir mucho más lejos que un beso, necesitaba
algo más que el roce de sus labios… Coloqué las manos sobre su abdomen,
duro y mojado. Pensé en seguir bajando, descubrir que no llevaba nada bajo
los pantalones…

Pero no pude hacerlo.

Alex no me convenía. Después de besarnos la primera vez fue capaz de


humillarme delante de todo el instituto. Nada me aseguraba que esta vez
fuera a ser diferente. Por eso, a pesar de lo mucho que me gustaba besarlo,
debía mantenerme alejada de él.

—Tengo que irme —balbuceé mientras me incorporaba—. Mi-mi padre


está esperándome en casa.

Salí corriendo del lago, deseando llegar a casa. De algún modo que no
llegaba a comprender, Alex despertaba sensaciones en mí que no sabía que
existían, que habían estado dormidas durante diecisiete años… Nunca me
había sentido tan atraída por nadie como con él.

Jamás había necesitado estar con alguien como con Alex.

Alex era un hombre de gran atractivo; esos ojos azules que me


observaban con tal intensidad que hacían que me sintiera diminuta en un
mundo de gigantes. Sus enormes brazos que me envolvían como si
estuvieran moldeados únicamente para abrazarme; y esos labios que me
volvían loca, tanto para bien como para mal…
Pero dentro de todo ese increíble físico se encontraba un hombre cuyo
único propósito es humillarme. Y ahora había vuelto a caer en sus garras.
Nos habíamos besado de nuevo, a pesar de lo que ocurrió en el instituto.

Sacudí la cabeza con la intención de borrar esa imagen de mi mente,


olvidar la sensación de sus labios contra los míos, eliminar el rastro de sus
manos de mi cuerpo.

Abrí la puerta de casa con cautela para no hacer demasiado ruido y no


despertar a mi padre. La cerré cuidadosamente. Cuando me di la vuelta, lo
encontré de brazos cruzados al pie de las escaleras, con el mismo rostro que
puso cuando de pequeña rompí su perfume justo después de habérselo
comprado.

—¿Qué hora es? —preguntó con aspereza.

—Sé que es tarde, papá —dije, afable—. Pero he venido antes de las
doce, lo prometo. Solo he salido a correr un poco. Necesitaba… despejarme
un poco y aclarar algunas ideas.

Sus ojos me escudriñaron.

—¿Y qué haces mojada?

—He ido al lago y me he caído —mentí a pesar de que siempre me


pillaba las mentiras. Era buena mentirosa, pero mi padre tenía un sexto
sentido. Si supo que le había mentido, no dijo nada.

No quería mencionar a Alex porque quería creer que, si no se lo contaba


a nadie, no había pasado. Si nadie lo sabía, nunca había vuelto a besar al
chico nuevo.

—Estaba preocupado por ti…


—Lo siento, papá —dije mientras entraba en la cocina—. Debí haberte
avisado, pero no me había llevado el móvil. Además, creía que dormías.

—Ya sabes que no puedo dormir si tú no estás en casa…

Entré en la cocina y saqué del frigorífico una botella de agua. Me eché


un poco en un vaso.

Mi padre me siguió y se sentó en uno de los taburetes de la barra.

—¿Y te ha servido para algo salir a correr?

—No lo sé —exhalé.

—Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad?

—Por supuesto que lo sé, pero no es nada que merezca la pena contar.
Es solo que estoy agobiada con las clases, los exámenes y los
entrenamientos. La semana que viene tenemos el primer partido de la
temporada y estoy nerviosa.

—Recuerdo cómo era —esbozó una sonrisa—. Por cierto, ¿qué tal con
Brett? Espero que bien, porque sino me planto en su casa y le digo cuatro
cosas bien dichas —intentó que sonara como una broma, pero sabía que en
el fondo hablaba en serio.

—Hemos ido al estreno de una película de terror.

—¿De terror? —se mostró ofendido—. ¿Sin mí?

—Seguramente no te hubiera gustado. Era muy predecible.

—Entonces esperaré a que esté en Netflix.

Me eché a reír.
—¿Y solo sois amigos o hay algo más entre Brett y tú?

—No hay nada, papá. Te lo prometo.

—Mejor. No quiero que te vuelva a hacer daño.

—Yo tampoco —suspiré—. Voy a darme una ducha.

Antes de salir por la puerta, me acordé del trabajo de literatura.

—Ah, papá, mañana va a venir un compañero de clase para hacer un


trabajo. Estaremos en mi habitación.

—¿Le conozco?

—No. Es nuevo.

—Bueno, ya sabes lo que pienso de las puertas abiertas.

Subí las escaleras y entré en mi habitación con la mente aún en el lago.


Me quité la ropa mojada y fui al cuarto de baño para darme una ducha de
agua fría y desprenderme de todo lo que había pasado esta noche.

Alex era un error. Me había hecho daño con sus palabras…, pero al
mismo tiempo me había hecho sentir deseada como nunca antes.
7

El sonido del teléfono me despertó de un profundo e increíble sueño: Estaba


en el intercambio de clases cuando él me cogió de la muñeca y me llevó al
interior del cuarto de la limpieza. Me acorraló contra la pared poniendo sus
manos a ambos lados de mi cabeza mientras sus ojos me miraban deseosos
por estar dentro de mí. Se acercó y me besó tan apasionadamente que no me
importó el lugar donde nos encontrábamos, y mucho menos que sus manos
descendieran por mi espalda hasta llegar al trasero, donde clavó los dedos
con firmeza y me obligó a enroscar las piernas alrededor de su cintura para
tener un mejor acceso a mi sexo. Y justo entonces… había empezado a
sonar el maldito teléfono.

—¿Si? —respondí con voz suave y adormilada.

—Chloe, soy Brett. ¿Te he despertado?

Pues sí, Brett. Me has despertado.

—No, ya estaba despierta… ¿Qué pasa?

—Estoy solo en casa y me preguntaba si querrías venir para darte un


baño en la piscina. He llamado también a Sarah, pero no he podido dar con
ella.

—Voy a ver si yo la localizo. Estaré allí en quince minutos.


Colgué y dejé el móvil sobre la mesita de noche. Inspiré hondo, sin
poder quitarme de la cabeza la forma en la que Alex acariciaba mi cuerpo y
se apoderaba de mi boca, sorprendiéndome lo real que parecía el sueño.

Me puse un precioso biquini azul coral que me regaló mi abuela bajo un


short y una camiseta de tirantes blanca. Casi toda la ropa que tenía en el
armario era gracias a los regalos que me hacía. Adoraba ir de compras, y
cada vez que veía algo que creía que podría gustarme, lo compraba y me lo
enviaba de inmediato. En parte, gracias a eso podía mantener mi imagen
intacta. Cogí las chanclas de playa y me calcé unas zapatillas de deporte
para conducir.

Mientras bajaba las escaleras, llamé a Sarah. No contestó, así que opté
por dejarle un mensaje donde le decía que me llamara en cuanto pudiera.

Cuando llegué a casa de Brett, rodeé el chalet para llegar al jardín


trasero. Él estaba acostado en una de las tumbonas más próximas a la
piscina, con las gafas de sol puestas. Llevaba puesto un bañador blanco que
contrastaba con su piel bronceada, dejando a la vista sus músculos
trabajados; desde que entró al instituto, Brett entrenó a más no poder para
entrar en el equipo de lacrosse. Estuvo días y noches enteras entrenando por
su cuenta, horas y horas de sudor y lágrimas. Gracias a todo ese esfuerzo,
había llegado a convertirse en uno de los mejores jugadores del instituto.
Por eso sus compañeros lo votaron como capitán del equipo.

—Buenos días —saludó cuando me puse a su lado. Me quité la ropa y la


guardé en el interior del bolso antes de dejarme caer sobre la tumbona de al
lado.

—Buenos días.

Me relajé y permití que el sol penetrara en mi piel. Esa sensación cálida


provocó que recordara mi sueño. Sacudí la cabeza y traté de dejar de pensar
en Alex.
—Hoy hace mucho calor —comenté para distraer mi mente.

—Lo sé, por eso me apetecía darme un baño. Y sabes que siempre me ha
gustado hacerlo acompañado —sonrió—. ¿Has podido dar con Sarah?

—No. Le he dejado un mensaje.

—Últimamente está muy ocupada… ¿Sale con alguien?

—No lo sé —mentí—. Tengo calor. ¿Nos metemos?

—Vale.

Brett dejó las gafas encima de la tumbona. Yo estaba echándome crema


solar en los brazos cuando me cogió en volandas sin previo aviso y saltó al
agua.

—Al menos podrías haber esperado a que terminara de echarme la


crema —repliqué cuando salí a la superficie.

Brett se echó a reír.

Me senté en el borde de la piscina y eché el cuerpo hacia atrás para


tomar el sol. Ya que hacía la misma temperatura que en el infierno, qué
menos que aprovechar para coger algo de color.

—Ayer me lo pasé genial —comentó Brett.

Se echó el pelo hacia atrás y apoyó los brazos en el bordillo.

—Yo también.

Y era verdad. Me lo pasé realmente bien.


—Hacía mucho que no me reía tanto —sonrió—. Incluso durante un
momento me pareció que volvíamos a ser los mismos que fuimos una vez.
Creía que ser amigos iba a costar más, pero no. Me alegro haber estado
equivocado.

—Todo fue bien porque me llevaste a comer hamburguesas… Y ya


sabes que siempre estoy tranquila cuando tengo una hamburguesa entre las
manos.

—Ya lo sé —se rio—. ¿Sabes?, corre el rumor de que el profesor Grant


está saliendo con una alumna.

El corazón se me aceleró tanto que no me sorprendería si Brett podía


escucharlo. Si no quería que descubriese que yo sabía algo al respecto,
debía mantenerme serena, no mostrar ninguna señal de alerta o
preocupación. Debía mostrarme indiferente, como si solo fuera un rumor y
no un hecho.

—¿Ah, sí? ¿Y quién dice eso?

—Brittany.

Descendí la mirada hasta sus ojos.

—¿Brittany? —repetí, incrédula.

—Lo contó ayer en clase.

—Ella siempre está diciendo estupideces…

—También va diciendo cosas sobre ti.

Puse los ojos en blanco y bufé.

—¿Y qué va diciendo ahora de mí? —refunfuñé.


—Que me dejaste para poder tirarte a cualquiera que se te pusiera por
delante. Dice que lo intentaste con el nuevo y que te mandó a paseo en el
pasillo.

—¡Eso es mentira!

Sí que me mandó a paseo, pero no fue por eso. Me estremecí solo de


pensar en lo que ocurrió.

—Lo sé —se apresuró a decir—. Por eso salté en tu defensa. Te conozco


y sé que nunca tendrías algo con Alex después de que te tratase de esa
manera.

Tal vez no me conozcas tanto…

El sonido de la puerta me sobresaltó. Giré la cabeza, encontrándome con


la madre de Brett, vestida con una falda de tubo negra y una blusa azul
marino bajo su habitual bata de médico. Sus tacones de aguja resonaron al
impactar contra el suelo de madera mientras se acercaba a mí con los brazos
abiertos.

Me levanté y escurrí todo el agua que pude antes de que la señora


Johnson se acercara.

—No sabía que estabas aquí —me estrechó contra sí con fuerza, sin
importarle que estuviera mojada—. Es una alegría volver a verte, cielo. Por
favor, dime que habéis vuelto…

—No, mamá —respondió Brett—. No hemos vuelto.

—Solo somos amigos —añadí.

—Qué pena —su voz adoptó un tono de disgusto—. Aunque no estés


saliendo con mi hijo, siempre serás bien recibida en esta casa, ya lo sabes
—sonrió—. ¿Quieres quedarte a comer?

—Muchas gracias, señora Johnson, pero no voy a poder. He quedado


esta tarde para hacer un trabajo de clase.

—Con Alex Wilson —dijo Brett desde la piscina—. Te he hablado de él.


El chico que dejó sus estudios después de morir sus padres y que no ha
dejado de meterse con ella desde que comenzaron las clases.

—Ah, ya. El que te golpeó. El sobrino de Harry Stevenson.

—¿Lo conoces? —me atreví a preguntar.

—Conozco a sus tíos. Soy amiga de Harry y Hannah desde el instituto.

—Entonces también conocías a sus padres.

—El hermano de Hannah era mayor y no solía relacionarse mucho con


nosotros. Pero recuerdo que era amable. Y guapo. Muy muy guapo.

Ya podía imaginar de dónde había sacado Alex su belleza.

—¿Todo bien con él, Chloe? —la señora Johnson colocó sus manos
sobre mis hombros—. Porque mi hijo me ha contado la escena que te montó
en el pasillo del instituto…

—Sí. Hemos hablado y lo hemos solucionado.

O eso esperaba.

—¿En serio? —inquirió Brett—. ¿Cuándo?

—Ayer. Cuando salí a correr.


El móvil de la señora Johnson empezó a sonar desde alguno de los
bolsillos que tenía la bata. Lo sacó y lo miró unos segundos antes de volver
a guardarlo.

—Si me disculpas, Chloe, tengo que macharme. Tengo varios recados


que hacer. Si necesitas algo, cualquier cosa, ya sabes donde encontrarme —
sonrió y me estrechó de nuevo entre sus brazos antes de irse.

—¿Y qué hacías tú con Alex anoche? —me preguntó Brett con los ojos
entrecerrados, intrigado.

—Nada —encogí los hombros y me metí en la piscina.

El tiempo transcurría lento y pesado, igual que los anuncios de televisión


que prometían ser de cinco minutos pero que luego parecía que durasen una
hora entera. Llevaba esperando a Alex durante más de dos horas para hacer
el trabajo y ya no sabía qué más hacer para matar el tiempo; había limpiado
a fondo mi habitación, recogido la casa para que estuviera presentable y
también había preparado cupcakes de chocolate como disculpa por haberme
marchado anoche del lago de esa manera tan abrupta.

Tamborileé los dedos sobre la isla de la cocina para evitar tirarme de los
pelos por la desesperación. Volví a mirar el reloj por octava vez en los
últimos diez minutos. Las manecillas giraban una y otra y otra vez. Nada.
En el fondo sabía que después de lo que pasó anoche no iba a venir, aunque
todavía mantenía la esperanza de que sonara el timbre.

Después de una larga deliberación conmigo misma, decidí ir en su


busca. El único lugar donde se me ocurrió buscarle fue en el taller de su tío.
Me apeé cuando llegué y entré por la enorme puerta metálica que dejaba
expuestos a unos cuantos coches estacionados, pero sin nadie
supervisándolos. Cada vez estaba más convencida de que Alex era el único
trabajador que Harry podía permitirse.

Toqué a la puerta con los nudillos donde Alex entró para cambiarse.
Nadie respondió. Volví a tocar y nada. Giré el pomo y asomé la cabeza en el
interior.

—¿Hola?

El lugar se trataba de un despacho bastante acogedor. Había un escritorio


en forma de L bajo las dos enormes ventanas con vistas al centro del taller,
con un montón de cajones, papeles y revistas encima y un ordenador
portátil cerrado. En la pared de ladrillo visto opuesta, había otro tablón de
fotografías además de un calendario que marcaba la fecha de hoy. En una de
las fotos aparecía un Alex algo más joven abrazado a tres niños pequeños
en un sofá, mirando a la cámara fijamente. Sus ojos parecían alegres,
felices.

—¿Querías algo? —escuché una voz masculina a mis espaldas.

Me giré hasta encontrarme a Harry frente a una puerta donde advertí por
encima de su hombro un pequeño cuarto de baño y una ducha, mientras se
limpiaba las manos de grasa con un trapo.

—Perdón por haber entrado sin avisar, pero estoy buscando a Alex.
Habíamos quedado en mi casa para hacer un trabajo de clase, pero no ha
aparecido. ¿Sabes dónde puedo encontrarle?

—Se ha quedado en casa arreglando su camioneta.

¿De verdad que me había dejado plantada para arreglar su maldita


camioneta? Forcé una sonrisa y traté de ocultar la rabia que me consumía
por dentro.

—¿Y podría darme su dirección?


—Claro —se acercó a su escritorio. Agarró un bolígrafo y la apuntó en
un pequeño cuaderno. Después, arrancó la hoja y me la tendió—. Toma.

—Gracias. Y siento haber entrado sin su permiso, de verdad.

—No te preocupes —hizo un gesto con la mano y sonrió para restarle


importancia—. Sé que Alex puede llegar a ser complicado a veces, aunque
si realmente llegas a conocerle, te darás cuenta de que es una persona
increíble. No es excusa, pero ha sufrido mucho en el pasado y por eso
parece que odia a todo el mundo. Pero es solo una fachada. En realidad
tiene el corazón más grande de lo que pretende hacer creer… Sé que no
tengo el derecho de pedirte nada, pero ten paciencia con él, ¿vale?

—Gracias por la dirección.

No pude dejar de pensar en las palabras de Harry mientras conducía; no


conocía mucho a Alex, más que nada porque cada vez que trataba de
conocerlo lo único que hacíamos era discutir. Pese a eso, me había dado
cuenta de que cuando estábamos a solas se comportaba de una manera
completamente diferente a cuando estamos rodeados de gente, como si
quisiera crear una imagen de cara al resto para que nadie pudiera conocerle
de verdad, para que no pudieran hacerle daño.

En cuanto llegué a su casa, aparqué justamente frente a la puerta. En el


jardín delantero había juguetes abandonados de niños por todas partes,
esparcidos por el césped como si hubieran sido interrumpidos mientras
jugaban por la merienda y un columpio con las patas de hierro oxidadas que
amenazaba con derrumbar la estructura con el mínimo peso añadido. La
puerta del garaje estaba abierta de par en par, donde alcancé a ver un par de
estanterías llenas de cajas y algún que otro juguete por el suelo. Justo en
frente, el chico nuevo limpiaba su camioneta con la manguera.

—¿Qué haces aquí? Deberíamos estar haciendo el trabajo.

Alzó la vista y me observó durante un segundo antes de volver a


centrarse en su camioneta. Llevaba unos vaqueros desgastados por debajo
de la cintura y el torso descubierto. Tenía los abdominales marcados al igual
que los pectorales, donde hallé un pequeño lunar al lado del pezón derecho.
En otro momento me hubiera maravillado por verlo así, semidesnudo, pero
estaba demasiado enfadada.

—¡¿No me has escuchado?!

Se acercó a la pared y cerró la llave del agua.

—Sí —dijo—. Te he escuchado.

—¿Por qué no has venido, Alex? —pregunté, esta vez algo más
calmada, aunque adopté una postura reticente—. El trabajo ya estaría
terminado si te hubieras presentado. Podrías estar limpiando tu coche
tranquilamente y yo podría estar haciendo cualquier otra cosa en vez de
estar aquí perdiendo el tiempo contigo.

—Un momento —frunció el ceño—. ¿Cómo sabes donde vivo?

—Me lo ha dicho tu tío, pero eso no es lo importante…

—Para mí sí que es importante —replicó.

—Tenemos que hacer el trabajo —insté.

—No.

—¿Por qué?
—¡Porque no me da la gana! —gritó.

—¡Pero tenemos que hacerlo! —grité del mismo modo.

Se acercó de nuevo a la pared como si yo no estuviera, para abrir la llave


de paso y continuar con lo que estaba haciendo.

Puse los ojos en blanco.

—¿Por qué eres así?

—¿Así de guapo? —sonrió con prepotencia.

—No. Así de capullo —corregí—. Ayer eras amable y hoy vuelves a ser
el mismo gilipollas de siempre —sus ojos me fulminaron mientras su
mandíbula se tensaba. Soltó el aire con fuerza por la nariz y desvió la
mirada para volver a centrarse en la limpieza de su camioneta—. ¿Es por
qué me marché después del beso?

Es la única explicación que se me ocurría para aclarar su mal humor.

—No digas tonterías. No besas tan bien como para molestarme por eso
—el tono burlón de su voz me puso furiosa y colorada—. Además, yo no
quería besarte.

—Entonces ¿por qué me mirabas de esa forma? —insté mientras


avanzaba hacia él—. ¿Por qué te acercabas tanto a mí? ¿Por qué no me
quitabas las manos de encima entonces? Si no tenías intenciones de
besarme… ¿por qué lo hiciste, Alex?

Por mucho que intentara negarlo, sabía que quería besarme. Pude notarlo
en cada centímetro de su cuerpo pidiéndome que lo tocara, en su boca que
anhelaba estar en contacto con la mía.
—Porque soy hombre. Quiero follar y punto —respondió. Colocó el
dedo en la abertura de la manguera para potenciar el chorro de agua—. No
tengo que dar ninguna explicación sobre a quién quiero meter en mi cama.
Me basta conque esté buena. Y tú, Chloe Davis, créeme que lo estás.

—¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un trozo de carne? —escupí las palabras
con rabia. Cerré los puños con fuerza reprimiendo el deseo de golpearlo.

—¿Y qué pretendías ser? ¿Quién dijo que ibas a ser diferente, eh? Para
mí eres igual que todas… Una más —entrecerró los ojos y me escudriñó—.
¿No creerías que sentía algo por ti? ¡Joder, Chloe! No pienses que por darte
un poco de atención ya estoy colado hasta las trancas por ti…

—¿Piensas que está bien la forma en la que te diriges a mí? —lo fulminé
con la mirada—. Yo nunca te he tratado mal y tú no dejas de humillarme
una y otra vez. Y no, Alex. Jamás he creído que sintieras algo por mí; nunca
lo he pensado porque ni en tu mejores sueños estarías con alguien como yo
—dejé salir el aire por la boca, agotada y exasperada por esta inútil
discusión—. Mira, voy a hacer el trabajo por mi cuenta. Tú puedes hacer lo
que quieras… Me da igual. Paso de ti.

Giré sobre mis talones e intenté regresar a mi coche cuando un chorro de


agua fría me envolvió por completo. Grité con todas mis fuerzas,
sobresaltada y enfurecida. Me di la vuelta y entre la cortina de agua vi a
Alex agarrando la manguera. Tenía la mandíbula tensa y sus ojos estaban
nublados por la ira.

Se acercó a la pared y el agua cesó.

—¡Gilipollas! —exclamé.

Fui hacia él con la intención de darle su merecido, demostrarle que no


podía tratarme así. Me sujetó ambas muñecas y me impidió que lo golpeara,
pero yo seguí intentándolo.
No pensaba dejar que se fuera de rositas después de esto.

Tiró de mí y mi cuerpo chocó contra el suyo. Pude ver verdadera


perplejidad en sus ojos, y no sabía si era por haberme empapado o por la
forma en la que me contemplaba. Su boca entreabierta soltaba el aire con
dificultad. La piel resbaladiza de su torso desnudo estaba pegada a la tela
mojada de mi camiseta, donde pude notar la dureza de sus músculos y los
latidos de su descontrolado corazón.

Conseguí zafarme de su agarre. Puse distancia entre los dos.

—¿No te cansas de humillarme? —pregunté con ojos vidriosos—.


Nunca vas a parar, ¿verdad? Nunca vas a dejar de hacerme la vida
imposible…

Me enjugué la lágrima que me recorría la mejilla y regresé a mi coche


con una sensación de decepción en el pecho; había venido para llevarme a
Alex de las orejas a mi casa y hacer el trabajo. Pero como siempre, acababa
humillada y frustrada.

Alex era todo un experto en hacerme sentir miserable.

Una vez montada miré por la ventanilla a Alex que no me quitaba los
ojos de encima. No conseguí identificar su expresión. Tampoco me
importaba ya. Le hice una peineta con el dedo para que tuviera una razón
para mirarme antes de arrancar el coche y dejar atrás esta maldita casa.
8

Me pasé todo el día del domingo haciendo el trabajo de literatura yo sola,


imaginándome el punto de vista de Alex sobre el amor. Fue realmente
difícil meterme en la mente de un hombre perturbado y sin empatía alguna
hacia las personas. Pero al final, después de muchos intentos y demasiados
fracasos, lo conseguí. Al menos eso creía. Solamente esperaba que no
hiciera descender mi media por no haber logrado plasmar la visión de Alex.

Anoche, Sarah me contestó al mensaje después de estar todo el sábado


sin dar señales de vida. Dijo que no pudo quedar con nosotros porque había
quedado con el profesor Grant. Tampoco me importó que no pudiera venir.
Al fin y al cabo, me lo pasé bastante bien con Brett, aunque podía haber
escrito para avisar que estaba bien.

Sarah y yo entramos en clase de literatura el lunes por la mañana. Al


encontrarnos en la puerta del instituto, le conté lo que me hizo Alex con la
manguera.

—¿En serio que te hizo eso? —preguntó, asombrada.

—Sí —bufé—. Estoy demasiado harta de Alex.

—Normal.

—Es que no sé lo que voy a hacer cuando lo vea…


Mis ojos se cerraron por la impotencia y rabia que sentía. Que me
empapara fue la gota que colmó el vaso que ya estaba a punto de
desbordarse. Sus constantes humillaciones y sus desprecios habían agotado
por completo mi paciencia, y todo porque tenía una imagen equivocada
sobre mí.

Sarah alzó la mirada y me hizo una señal para que mirase detrás de mí, y
cuando lo hice, Alex se hallaba a mis espaldas frente a la puerta, vestido
con unos vaqueros negros ajustados y una camiseta roja remangada hasta
los codos con el cuaderno y el libro bajo el brazo derecho.

—¡Aléjate de mí!

—Tranquila —levantó las manos en señal de rendición. Su boca se


curvó ligeramente hacia arriba en una sutil y afable sonrisa—. Solo quiero
darte esto.

Sacó de su cuaderno una carpeta roja.

—Es el trabajo. Cuando te vi llorando me sentí realmente mal, así que


decidí hacerlo —se encogió de hombros, apretando los labios hasta formar
una fina línea.

—Yo también he hecho el trabajo…

—He explicado mi punto de vista y he imaginado el tuyo. Creo que ha


quedado bastante bien. Léelo o tíralo a la basura, me da igual. Yo ya he
cumplido con mi parte.

Fue hacia su asiento de última fila.

Me senté en mi pupitre. Abrí la carpeta y empecé a leer el trabajo por


encima: Había descrito el amor de una forma tan bonita y a la vez tan
perturbadora que era fascinante. Su punto de vista se podía resumir en que
las personas somos como una especie de imán, y que a lo largo de nuestra
vida encontraremos muchos tipos diferentes de imanes. Según había
descrito, las parejas, cuando terminan, se debía a que eran demasiado
iguales y no se complementaban, o como él había denominado, «de la
misma carga». Muy pocas encontraban su carga complementaria, su
compañero, por lo que concluyó diciendo: «Cuando conoces a la persona
adecuada, simplemente lo sabes. No saltan chispas ni tampoco sientes las
famosas mariposas revoloteando en tu estómago… Sin embargo, algo
dentro de ti lo sabe. Y si todo eso que sientes no sabes describirlo con
palabras… Enhorabuena, porque estás enamorado».

Por lo que pude leer, Alex estuvo a punto de enamorarse, pues había
escrito: «El amor es un bucle: Conoces a esa persona y caes rendido a sus
pies pensando que todo es mágico y de color de rosa. Al principio todo son
besos, abrazos, risas y mimos. Sin peleas… Sin discusiones. Solo amor.
Pero… ¿qué hay después del «y vivieron felices y comieron perdices»?
Pues todo lo contrario: Las risas se sustituyen por llantos. El color rosa se
transforma en un negro tan oscuro que eres incapaz de ver el lado bueno de
las cosas, un color tan profundo que te ahoga. Y finalmente, uno de los dos
acaba marchándose y el otro se queda sin saber qué hacer. Solo quiere
gritar, llorar, golpear algo, o simplemente alejarse de todo y desear que todo
acabe. Hasta que conoces a otra persona y todo vuelve a empezar».

—¿Está bien? —me preguntó Sarah al cabo de un rato.

—Aunque me cueste decirlo, es mucho mejor que el mío.

Sus ojos se abrieron incrédulos.

—Imposible.

Me quitó el trabajo de las manos y lo leyó.

A mí también me costaba creer que alguien como Alex Wilson fuera


capaz de escribir algo semejante; pasaba una página y esta era mejor que la
anterior, y la siguiente mucho mejor todavía. Había conseguido hacer un
trabajo demasiado perfecto pensando que el amor da asco…

—¿Cómo alguien como Alex puede escribir algo tan profundo y


hermoso?

—Eso me gustaría saber a mí.

Ladeé la cabeza para mirar al hombre sentado al final de la clase.


Después de leer su trabajo, me había dado cuenta de que su tío tenía razón.
Bajo ese frío muro que había construido se escondía un gran corazón
queriendo salir.

El profesor entró y detrás de él, Brett. Me guiñó un ojo antes de sentarse


en el único sitio que quedaba libre, al lado de la puerta.

—Buenos días, chicos —saludó el profesor—. No os hacéis una idea de


las ganas que tenía de que llegase este día para leer vuestros trabajos.
Poneos por parejas. Vais a realizar una pequeña valoración sobre cómo
habéis conseguido poneros de acuerdo con el tema.

—Espérame después de clase —le dije a Sarah en voz baja—, tengo una
cosa muy importante que decirte.

Con todo el tema de Alex se me olvidó contarle que Brittany iba


pregonando por ahí que el profesor Grant estaba saliendo con una alumna.

—¿De qué se trata?

—Mejor te lo cuento después.

Recogí mis cosas para sentarme al lado de Alex. Estiré la falda negra
que llevaba para que no se me viera nada cuando me senté a su lado. Una
oleada de su perfume me golpeó de lleno y me puso todo el vello de punta.
Olía super bien.
—Vas muy guapa —comentó con una sonrisa ladeada.

—Gracias —noté calor en las mejillas.

Desvié mi atención al profesor para evitar que sus ojos siguieran


confundiéndome. Se suponía que estaba enfadada con él…

—Podéis dejar los trabajos en mi mesa —indicó el profesor.

Dejé la carpeta roja con el trabajo sobre la mesa. Cuando me di la vuelta


para regresar a mi pupitre, al pasar al lado de Brett, metió en mi mano una
nota arrugada. Una vez sentada, leí el papelito: «¿Qué te traes con el
nuevo?».

Alcé la mirada y Brett me miró cómo diciéndome que se había dado


cuenta de algo. Tampoco sabía qué, pues ni siquiera yo sabía qué me traía
con el nuevo.

—Como no hicimos el trabajo juntos, tendremos que inventarnos la


valoración —dije, centrándome en lo que tenía que hacer—. ¿Qué te parece
si decimos que al principio nos costó ponernos de acuerdo, pero que
después lo conseguimos cuando expusimos unos ejemplos convincentes?

Asintió. Sus ojos estaban fijos en su cuaderno cerrado. Tenía la


mandíbula tensa y sujetaba el bolígrafo con fuerza, como si estuviera
molesto por algo.

—¿Estás bien?

—Sí, sí… no es nada.

—Vale —sabía que mentía, pero no quise rebatirle—. Pues manos a la


obra.
Me puse a escribir. No tardé mucho tiempo puesto que era una pequeña
valoración. Nada más terminar, se la mostré a Alex.

—¿Qué te parece?

Cuando fue a coger el papel, sus dedos rozaron los míos y una corriente
eléctrica me recorrió todo el cuerpo, estremeciéndome… ¿Siempre iba a ser
así?

—Pegará muy bien con tu trabajo —gruñó con mala cara.

—¿Mi trabajo?

—El trabajo que le has entregado al profesor. Era el tuyo.

—¿Por qué dices eso?

—Porque las personas como tú no quieren que nadie les haga sombra —
escupió mientras me fulminaba con la mirada.

—Pues para tu información, le he dado el tuyo.

Saqué mi trabajo y lo dejé sobre la mesa.

—Este es mi trabajo. Está bien, pero el tuyo es mejor. Por eso se lo he


dado.

Me miró impresionado. Sus ojos brillaban.

—Parece que no me conoces tanto como dices…

Sonrió. Volvió a leer la valoración, pero esta vez con más interés.

Empezó a editarlo, a añadir cosas nuevas. Yo miré atentamente su forma


de coger el bolígrafo, en cómo su mano hacía ligeros y suaves movimientos
para escribir sobre el papel.

—Creo que así está mejor.

Leí lo que había añadido y tenía razón.

—Perfecto —sonreí, satisfecha—. ¿Te parece bien que la escriba yo? Tú


has hecho el trabajo y yo escribo la valoración. Creo que es lo más justo.

—Claro.

Cogí un folio en blanco y comencé a escribir.

—¿Estás bien con Brett? —me preguntó de repente segundos después.


Tenía la mandíbula apretada con la mirada puesta en el tamborileo del
bolígrafo contra su cuaderno.

—No estoy con Brett.

—No te creo.

—Pues no me creas, pero es la verdad.

—He visto cómo te daba una nota antes —dijo, volviendo su cuerpo
hacia mí—. ¿Qué ponía? Te quiero o alguna tontería por el estilo.

—No tengo por qué contestar a eso —repliqué—. Pero te repito por
decimosexta vez —me incliné hacia él y miré sus brillantes ojos azules—.
Brett y yo ya no somos nada. Solo amigos.

Se me quedó mirando unos instantes y en su rostro apareció un atisbo de


sonrisa casi imperceptible que trató de ocultar a toda costa. Yo decidí
continuar con la valoración para evitar el contacto visual que acrecentaba
las ganas de volver a sentir sus labios sobre los míos.
Cuando terminé, la dejé en la mesa del profesor.

—Señorita Davis, quería felicitarle por su increíble trabajo. Esos matices


que le ha dado, esas metáforas… Me ha dejado sin palabras. Este trabajo lo
mandé con el fin de saber el punto de partida en el que estáis para entender
el amor que profesaba Dante en la Divina Comedia. Y este es el mejor
trabajo que he leído sobre el tema.

Todos mis compañeros me observaron cómo si yo fuera un ángel que


había caído del cielo. Solía ser el centro de atención con bastante
frecuencia, y a pesar de que no me gustaba serlo, intentaba aparentar que sí
por mi imagen. Ser capitana de las animadoras tenía un precio, y si quería
seguir siéndolo tenía que pagarlo.

—Gracias —respondí con una sonrisa superficial—. Pero ha sido todo


gracias al esfuerzo de Alex —Mis compañeros se giraron para mirar al
chico asustado del final de la clase, que los observó a todos estupefacto—.
Tenemos puntos de vista muy adversos, pero por la forma en la que se
expresó para explicarme el suyo, resultó bastante fácil ponerse de acuerdo.
No me dé las gracias a mí, sino a él.

—Felicitaciones, señor Wilson. Es un trabajo de 10.

—Eh…, ¿gracias?

Me senté nuevamente al lado de Alex.

—¿A que ha venido eso? —su voz estaba cargada de incredulidad.

—Tan solo he dicho la verdad —dije—. El trabajo lo has hecho tú y te


mereces esa felicitación. No yo.

—¿Por qué haces esto?

—¿Hacer el qué? —pregunté, confusa.


—Volverme loco.

Sonó el timbre que daba por finalizada la clase y, sin embargo, no podía
moverme. Me quedé pegada a la silla. Había perdido el control de mi
cuerpo. Observé sus grandes y preciosos ojos azules que me intimidaban y
confundían y que, de un modo que no comprendía, también me parecían
acogedores y afables.

—Chloe —escuché la voz de Sarah a mi lado, pero fui incapaz de


apartar la mirada de Alex—. Chloe —repitió. Me asió del brazo y me
levantó, devolviéndome a la realidad—. ¿Qué es eso que tenías que
decirme?

Recogí mis cosas todo lo rápido que pude y fuimos hacia nuestras
taquillas para dejar los libros. Ahora teníamos una hora libre por lo que
podía hablar tranquilamente con ella mientras nos tomábamos un café en el
comedor.

Nos sentamos en nuestra mesa de siempre. Lo normal era que


estuviéramos acompañadas del resto de animadoras, aunque ahora mismo
estábamos nosotras dos. Seguramente las demás estarán en cola para
comprar algo de comer.

—¿Vas a decirme de una vez qué es eso tan importante que tienes que
decirme o qué? —preguntó después de tomar un sorbo de su café con leche.

—Creo que la gente lo sabe —bajé el tono de voz para que solo ella
pudiera escucharme. No quería correr el riesgo de que alguien nos
escuchase y que todos supieran la verdad.

Frunció el ceño.

—¿Saber el qué?
—Lo tuyo con Woody.

Woody era el nombre del protagonista de una de nuestras películas


favoritas de la infancia: Toy Story, y también era el nombre en clave que le
pusimos al profesor Grant para poder hablar de él sin que nadie supiera su
verdadera identidad.

Sus ojos se abrieron sorprendidos.

—¿Qué? —se inclinó hacia mí—. ¿Cómo lo sabes?

—Brett me contó que Brittany lo dijo en clase. Al parecer, ha corrido el


rumor de que el profesor Grant tiene un romance con una de sus alumnas.

—¿Y cómo nos ha descubierto? Somos muy cuidadosos…

—No lo sé —exhalé—. Pero eso no es todo lo que anda diciendo; dice


que dejé a Brett para acostarme con cualquiera y que lo intenté con Alex.
De ahí la escena del pasillo.

—¿Pero qué le pasa a esta chica en la cabeza?

—No lo sé —resoplé—. Pero voy a averiguarlo.

Me levanté y sin pensarlo demasiado fui a la mesa donde estaba


Brittany, cuyos amigos se reían de alguna tontería que acababa de soltar.
Ella era una chica de estatura normal con el cabello tan rubio como el de mi
amiga. Y aunque no lo admitiría en voz alta, era una chica muy guapa. El
color de sus ojos era azul, y sus labios iguales a los de una muñeca.

—¿Qué es lo que vas diciendo de mí?

Ella giró la cabeza dramáticamente, haciendo que su largo cabello


dorado se ondease hasta quedar a un lado de la cabeza. Me miró con una
sonrisa condescendiente.
—No sé de qué me estás hablando.

—Lo sabes muy bien, Brittany —gruñí—. Has ido diciendo a todo el
mundo que soy una cualquiera, que intenté acostarme con el nuevo y que
me rechazó en el pasillo… ¿Y a qué viene eso de que el profesor Grant está
saliendo con una alumna? Sabes que eso es completamente falso.

—No sé nada respecto a lo del profesor, pero de lo tuyo… Yo no he


dicho nada. Si la gente lo dice será porque es cierto.

Conocía a Sarah lo suficiente cómo para saber solo por sus gestos que
tenía intención de cogerle del pelo y arrastrarla por el comedor. Y aunque
una parte de mí le gustaría verlo, existía la posibilidad de que pensaran que
era ella quien mantenía una relación con el profesor Grant, y no podía
permitir que eso sucediera.

Me interpuse entre las dos y evité cualquier posible ataque.

—Y si yo soy una cualquiera, ¿dónde te deja eso a ti Britt? —me crucé


de brazos a la altura del pecho y la miré de arriba abajo—. Porque que yo
sepa has roto varias parejas porque eres incapaz de tener las piernas
cerradas.

—¿Eso lo dices porque me acosté con tu querido novio? Porque no


sabes lo mucho que lo gozó… No dejaba de gritar mi nombre… Y ni
siquiera se detuvo cuando nos pillaste. Siguió metiéndomela hasta el
fondo…

Cerré los puños con tanta fuerza que hasta me clavé mis propias uñas en
las palmas. El dolor que sentí solo alimentaba la furia que me consumía.

—¿Cómo puedes decir eso? —refunfuñó mi amiga con cara de asco.


—¿La verdad? —se encogió de hombros—. Brett decía que te quería,
pero no dudó en acostarse conmigo. ¿Alguien te ha querido de verdad
alguna vez, Chloe? Porque yo creo que no.

Se giró y volvió a retomar la conversación con sus amigos, dándonos la


espalda. Ladeé la cabeza y vi cómo Sarah tenía el rostro transformado y los
puños preparados. Me percaté de sus intenciones y, antes de que pudiera
hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, cogí un mechón de pelo de
Brittany y tiré hacia abajo.

Ella se dio la vuelta boquiabierta, sorprendida por mi acto de rebeldía.


Yo también estaba un poco impresionada, con el corazón latiendo a mil por
hora. Notaba todas las miradas clavadas en nosotras, expectantes por saber
cuál iba a ser el próximo ataque de Brittany.

Ella se levantó con demasiado dramatismo y comprobó que no hubiera


ningún profesor cerca para tirarme del pelo. Después, hizo una mueca como
queriendo decir: «Te jodes». Si pensaba que con eso iba a poder conmigo,
estaba muy equivocada.

Cerré el puño y, tal y como me enseñó mi padre algunos años atrás, le


golpeé en la cara con todas mis fuerzas, ocasionándome una terrible
dolencia en la mano.

Todo el mundo empezó a gritar mientras formaban un círculo a nuestro


alrededor, animándonos a seguir con la pelea, sacando los móviles para
grabarnos. Eso no me importó lo más mínimo. Lo único en lo que podía
pensar era en que Brittany pagase por todo lo que había estado diciendo de
nosotras, por haberse acostado con Brett a sabiendas de que era mi novio.

La adrenalina se había apoderado de mi torrente sanguíneo y estaba


dispuesta a dejarla salir por cualquier lado.

Brittany se abalanzó sobre mí, llena de rabia y con las uñas en


disposición de ataque, cuál tigresa salvaje. Intenté esquivarla, pero fue más
rápida que yo y me pegó tal bofetada en la mejilla que noté como la sangre
se concentraba en ese punto. Me agarró del pelo y tiró hacia abajo, haciendo
que las rodillas se me doblaran y estuviera a punto de caerme al suelo. Para
mantenerme en pie hice exactamente lo mismo e intenté escabullirme de su
agarre, aunque lo único que conseguí fue que ambas cayéramos al suelo.

—¡Chloe, para! —gritó Sarah.

No supe muy bien cómo conseguí el control de la pelea, pero cuando


quise darme cuenta estaba sentada a horcajadas sobre Britt, golpeándole y
arañando allá donde pasaban mis uñas, cediendo el control de mi cuerpo a
la furia. Me daba igual que me expulsaran. Me daba igual todo… Solo
quería que dejara de hablar de mí a mis espaldas. Que dejara de restregarme
que se folló a Brett en el despacho del entrenador.

De repente, noté unos brazos alrededor de la cintura que me envolvieron


y me subieron a un hombro mientras me sacaban del círculo de personas.

—¡Suéltame! —grité al hombre que me sujetaba. No logré ver quién era,


pero intuía que se trataba de Brett; pataleé con fuerza y me zarandeé para
soltarme—. ¡Esto no ha acabado! —grité a Brittany que estaba tirada en el
suelo, quejándose por un arañazo que le había hecho en la mejilla—. ¡Qué
me sueltes, joder!

Una vez fuera del comedor, me relajé y dejé que Brett me llevara a
donde quisiera, no me quedaban fuerzas para seguir resistiéndome. Un
escalofrío me advirtió de que quién me tenía colgando de su hombro no era
mi amigo; por la forma en la que caminaba, por cómo olía y por cómo me
hacía sentir tener sus manos sobre mis piernas desnudas, supe de quién se
trataba.

Me soltó bajo la sombra de un frondoso árbol situado en el patio trasero,


justo enfrente del edificio de ciencias. Cuando mis pies tocaron el suelo y el
césped me acarició los tobillos, me di la vuelta para comprobar mi teoría.
Fue entonces cuando me encontré con sus ojos azules.

—Alex…

—¿Qué se supone que hacías peleándote con esa chica?

Me escrutó con la mirada y yo me crucé de brazos con la intención de


que ese gesto me protegiera de su influencia.

—Britt ha estado diciendo cosas sobre mí que no son ciertas y…

—Si sabes que no es verdad, ¿por qué te molesta tanto?

—Pues… no lo sé —admití, sintiéndome tonta.

—¿Qué te ha dicho?

—Que intenté acostarme contigo y que me rechazaste…

Y al instante de soltarlo, sentí que me ardían las mejillas.

Alex dibujó una pequeña sonrisa.

—¿Por eso te has peleado?

—Sí —susurré como si estuviera reconociendo un delito.

—Ya sabes que yo no te rechazaría.

Me quedé paralizada, sin saber qué decir. Alex conseguía que el blanco
se convirtiera en negro y el negro de nuevo en blanco en cuestión de
segundos; primero me humilló cuando fui en su busca para hacer el trabajo
para después acabar con un trabajo increíble y una confesión que no
esperaba.
—Chloe, cuando he visto la pelea…, pensar que podrían hacerte daño…
—me colocó un mechón de pelo tras la oreja—. No quiero que te pase nada.

En cuanto sus manos me tocaron, sentí de nuevo esa corriente eléctrica


que me sacudió. No entendía el efecto que Alex tenía sobre mí, pero cada
vez que me miraba, cada vez que me tocaba… perdía el control y solamente
podía pensar en una cosa. Una cosa que nunca había tenido ganas de
explorar y que con Alex era lo único que me apetecía.

Sus largos dedos me acariciaron la mejilla con suavidad, y sin darme


cuenta solté un leve jadeo. Alex sonrió, eso provocó que mis mejillas
tomaran un color parecido al de su camiseta. Deseé estirar la mano y hacer
lo mismo, seguir la línea de su mandíbula hasta llegar a los labios, aunque
todavía había algo que me impedía confiar en él.

—Chloe —gimió, y su voz resonó por todo mi ser. Inclinó su cuerpo


sobre mí y al ser más alto que yo me vi obligada a ponerme de puntillas si
quería volver a besarle.

Porque a pesar de todo, sí, quería hacerlo.

Su mano se desplazó por mis hombros, descendiendo hasta mi cadera,


donde clavó los dedos y me pegó por completo a su cuerpo. Y justo cuando
nuestros labios estuvieron a punto de rozarse, Brett y Sarah aparecieron.

—Chloe —dijo Brett, pasando de Alex y apartándolo de mí. Me tomó


del rostro y comprobó que no tenía ningún rasguño. En realidad solo tenía
un ligero dolor de cabeza por los tirones de pelo, pero nada más—. ¿Estás
bien? ¿Se puede saber por qué coño te has peleado con Brittany?

Alcé la mirada con la esperanza de ver a Alex. Ya no estaba.

—Brittany necesitaba que alguien le enseñara que no está bien hablar de


los demás a sus espaldas.
—¿Y tenías que ser tú?

—¿Quién mejor si no? —pregunté, cruzándome de brazos.

—Prácticamente cualquier otra persona.

—Lo hecho, hecho está —replicó Sarah en mi defensa. Se acercó a mí y


enhebró su brazo al mío—. Ahora, si nos disculpas, tenemos que volver al
instituto.

Caminamos de vuelta al centro.

—Gracias por defenderme en la pelea, aunque no tenías por qué hacerlo


—me dijo mi amiga—. Yo misma podría haberle dado su merecido. Le
tengo ganas desde lo que pasó el curso pasado.

—Pero si lo hubieras hecho tú, la gente podría pensar que tienes algo
que esconder. Y no tardarían en relacionarte con el rumor. Y yo tenía más
que motivos suficientes para hacerlo, así que pensé que era la mejor
solución.

—Lo sé —esbozó una sonrisa complaciente—. Y por eso te doy las


gracias —me abrazó con fuerza—. Chloe, ¿puedo hacerte una pregunta? —
asentí—. ¿Te gusta Alex?

¿Qué? ¡Claro que no! Aunque si no me gustaba, ¿por qué cada vez que
me miraba me ponía nerviosa? ¿Por qué cada vez que me tocaba sentía ese
escalofrío que me recorría todo el cuerpo? ¿Por qué anhelaba apoderarme
de su boca cada vez que lo tenía delante? Era evidente que me atraía
sexualmente, pues solo con verlo me entraban ganas de arrancarle la ropa
con la boca, pero no sabía si me gustaba para…, algo más.

—¿Por qué dices eso? —procuré mostrarme ofendida, pero no sé si lo


conseguí.
—No lo sé —se encogió de hombros—. Tal vez sea porque antes de que
llegáramos estabais a punto de besaros. O porque Alex se ha metido entre el
barullo de personas que había a vuestro alrededor para llegar hasta a ti y
sacarte antes de que te hicieran daño.

—Sinceramente, no sé qué es exactamente lo que siento —admití en un


susurro—. Cuando estamos bien, me encanta estar con él. Pero cuando está
de mal humor resulta muy difícil mantener una conversación… y es
realmente agotador.

—Nadie cuando está de mal humor es agradable, Chloe. Ni siquiera tú


—sonrió—. Pero tienes que reconocer que está muy bueno. ¿Has visto el
culo que tiene? ¿Y los brazos? Aunque lo que más me gusta de Alex son
sus ojos. Son los más azules que he visto en mi vida…

—Tiene unos ojos preciosos —coincidí—. Y si lo llegas a ver sin


camiseta… ¿Recuerdas cuando te he contado que fui a buscarle a su casa
para hacer el trabajo? Bueno, pues no te he dicho que estaba limpiando su
coche sin camiseta —enfaticé las dos últimas palabras—. Y joder…, Sarah.
Deberías haberlo visto.

Solo de recordarlo tuve calor por todas partes.

—¡Qué suerte tienes! —exclamó mientras se reía a carcajadas—. A mí


también me hubiera gustado alegrarme las vistas de esa forma. Debe tener
unos abdominales bien duros…

—¿Acaso Woody no los tiene?

—Oh, sí. Y no es lo único que tiene duro —me guiñó el ojo.


9

Ahora tenía entrenamiento de animadoras, y aunque no tenía ganas de ver a


Brittany después de nuestra pelea en el comedor, al ser la capitana no podía
faltar. Además, dentro de poco teníamos el primer partido de la temporada y
teníamos que entrenar muy duro para dar el máximo rendimiento posible y
demostrar que somos los mejores, tanto dentro como fuera del campo.

Los jugadores de lacrosse entrenaban a nuestro lado, corriendo y


lanzando a portería, practicando los saltos y ataques defensivos que el
entrenador James había planificado con anterioridad. A lo lejos divisé a
Brett con el stick, lanzando a portería, marcando el primer gol del
entrenamiento.

Normal que fuera el capitán, era el mejor de todos.

Decidí empezar el entrenamiento con una rutina de ejercicios de


calentamiento para resistir la duración e intensidad del baile, además de
para mantenernos en forma y hacer correctamente las piruetas y saltos.
Hicimos pequeños trotes en el sitio intercalando velocidades: Rápido, lento,
rápido; luego unos pequeños saltos abriendo brazos y piernas en cada
zancada al ritmo de la música que había puesto; por último, un circuito de
ambos ejercicios incluyendo también flexiones y abdominales y algunos
estiramientos de brazos y piernas.

Localicé a Brittany la última en la fila que tenía enfrente. Alcancé a ver


el pequeño arañazo que le había hecho en la pelea y no pude evitar reírme.
—¿De qué te estás riendo? —bramó ella mientras se acercaba a mí.
Estaba tan enfadada que no me sorprendería si echaba humo por las orejas.

Me quedé callada y me limité a sonreír con el labio inferior entre los


dientes para evitar otra pelea, pero cuando ella me empujó en el hombro y
me hizo perder el equilibrio, yo se lo devolví con más fuerza.

—¡Serás zorra! —intentó agarrarme del pelo otra vez, pero Sarah la asió
del brazo y la separó de mí antes de que pudiera hacerlo. Yo ni parpadeé.

—¿Acaso quieres otro arañazo en la cara? —dijo Sarah.

—¡Se estaba riendo de mí!

—Eso no es cierto —mentí descaradamente—. Yo me estaba riendo y tú


has dado por hecho que me estaba riendo de ti. Y ahora deberías volver a tu
posición si quieres seguir siendo animadora.

Brittany, a regañadientes, volvió a su posición.

—Chicos —me dirigí a los demás dando una palmada para llamar la
atención de todos—. Después de esta breve interrupción, volvamos con el
entrenamiento. Ahora que ya estamos bien calientes, empecemos con la
coreografía.

Nos pusimos a bailar como si no hubiera un mañana, la música


resonando por el altavoz portátil que teníamos para los ensayos en el
exterior. Era lo suficientemente potente para que las animadoras más
alejadas pudieran llevar bien el ritmo.

Bailamos la coreografía una y otra y otra vez, hasta que conseguí que
cada paso encajara a la perfección con la música que habíamos escogido.
Solo quedaba pulir los movimientos para que fueran más fluidos y limpios.
Por último, practicamos las figuras y lanzamientos para incluirlos en la
coreografía. Al cabo de un rato, después de comprobar que los saltos y
piruetas se ajustaban al baile, decidí dar por finalizado el entrenamiento.

En los vestuarios se había formado una espesa capa de vapor que se


extendía por todo el espacio debido al agua caliente que caía de las duchas.
Todas las chicas se habían ido ya, incluida Sarah, ya que tenía que llevar a
su hermano pequeño a clases de fútbol y se había ido sin ducharse siquiera.
Ya lo haría en su casa, dijo.

Yo seguía bajo el chorro de agua. Había sido la última en llegar a los


vestuarios porque antes tuve que hablar con la entrenadora Alice para
comentarle los avances de la coreografía. Me eché un poco de champú en
las manos y lo esparcí por mi pelo, haciendo pequeños círculos en el cuero
cabelludo en un pequeño masaje. Cuando el agua se llevó la espuma,
escuché un estruendo metálico.

Rápidamente miré hacia las taquillas. Debido a la cortina blanca que se


había formado a raíz del vapor, no pude ver más allá de las duchas.

—¿Hay alguien ahí?

Nadie respondió.

Lo más seguro es que lo hubiera provocado el viento.

Terminé de ducharme. Envolví mi cuerpo en la toalla a la altura de los


pechos. Atravesé el vestuario, comprobando cada pasillo por si acaso había
entrado alguien mientras me dirigía hacia mi taquilla. Me eché el pelo
mojado hacia un lado para proceder a secármelo cuando me di cuenta de
que la puerta de mi taquilla estaba abierta de par en par cuando yo la había
cerrado.

—¿Pero qué…?
Estaba completamente vacía. No había rastro de mi bolsa. Joder. Dentro
tenía las llaves del coche, las de casa, el móvil… Y ahora no había nada.
Había desparecido.

O mejor dicho, me habían robado.

Examiné el resto de taquillas con la esperanza de encontrarla, o si tenía


suerte, hallar algo de ropa que pudiera ponerme. Todas estaban vacías o
cerradas con llave.

Mierda.

Salí del vestuario sujetando con firmeza la toalla para evitar que se
cayera. No quería montar un espectáculo exhibicionista en mitad del
pasillo. A estas horas no solía haber demasiada gente, tan solo los de
mantenimiento, algunos alumnos que se quedaban para reforzar asignaturas
y los deportistas.

Debía ser rápida. No podía correr el riesgo de que alguien me encontrase


así; subí todo lo rápido que pude las escaleras para llegar al primer piso con
la esperanza de encontrarme con alguna compañera de las animadoras que
pudiera ayudarme, cuando me choqué contra el pecho de un hombre,
cayéndonos ambos al suelo.

—Joder… —maldijo el hombre—. ¿Chloe? —sus ojos azules


recorrieron mis piernas desnudas y yo sentí cómo las mejillas me ardían.
Intenté taparme lo máximo que pude con la toalla.

—¿Qué haces así vestida?

—Me han robado la ropa —respondí con timidez.

Acepté la mano que me ofreció. Sus dedos se enroscaron alrededor de


mi muñeca y con un rápido tirón quedé de pie ante él. Alex volvió a
contemplarme de arriba abajo con una sonrisa pirata en el rostro. Le golpeé
en el pecho para que dejara de mirarme así.

—Pervertido…

Traté de contener la sonrisa, aunque no lo conseguí.

Ni siquiera sabía por qué estaba sonriendo.

Su sonrisa se amplió.

—Toma. Esto te tapará un poco más.

Se quitó la cazadora de cuero y la colocó sobre mis hombros. Cada vez


que era amable conmigo me costaba creer que fuera la misma persona que
conocí el primer día de clase. Este nuevo Alex se parecía más al hombre del
embarcadero, el mismo hombre que sonreía mientras abrazaba a sus tres
primos.

—¿Puedes llevarme a casa? —pregunté.

No quería estar ni un segundo más así vestida en el instituto.

—¿Y Brett?

—No lo sé. Tal vez esté en los vestuarios.

—¿Quieres… quieres que vaya a buscarle? —el tono de su voz era


diferente, como si hubiera perdido todo el orgullo y la seguridad en sí
mismo. Ahora se parecía más a un hombre que estaba nervioso a uno que
odia todo lo que le rodea.

Asentí y ambos bajamos a los vestuarios. Mientras esperaba en la puerta,


me abracé a mí misma para cubrirme lo máximo posible. No sabía cómo
esto podría afectar a mi popularidad si alguien me veía así vestida. Y
mucho menos quería pensar en lo que serían capaces de hacer si tuvieran un
móvil cerca…

Examiné detenidamente las puntas de mi pelo mojado y apunté


mentalmente en mi agenda que debería ir a cortarme el pelo. Debía tener un
aspecto horrible. La única prenda que cubría mi cuerpo era una toalla
blanca de aspecto rasposa y una cazadora de cuero que me quedaba enorme.

Pero era de Alex.

Con eso era más que suficiente.

Escuché unos pasos aproximándose. Miré hacia el interior de los


vestuarios de los chicos; Alex salía mientras se rascaba la nuca.

—No hay nadie.

—Pues tendré que volver sola a casa…

—¿Está muy lejos?

—Un poco, pero no pasa nada.

—¿Y qué me dices de Sarah? ¿No puede llevarte ella?

—Ha llevado a su hermano a fútbol. A lo mejor puede venir después a


recogerme… ¿Podrías dejarme tu teléfono para que pueda llamarla?

—Claro.

Alex dio un paso hacia mí y metió la mano en el bolsillo interior de la


cazadora para sacar el móvil. En ese momento me quise morir; tragué
saliva, nerviosa, sin poder apartar la mirada de sus ojos. Me embriagué de
su olor a miel, tan exquisito que acababa de convertirse en mi favorito y
apreté los labios, tratando de reprimir las ganas que tenía de inclinarme y
posar mis labios sobre los suyos, apoderarme de su boca y hacerla mía.

—Toma —se separó de mí y me tendió el teléfono.

Solté el aire que había estado reteniendo sin darme cuenta.

Marqué el número de Sarah. No contestó.

—Debe estar conduciendo. ¿Puedo llamar a Brett?

—Sí. Llama.

Brett tampoco contestó. Podría llamar a mi padre, pero no quería


irrumpirle en el trabajo. Le había costado mucho encontrar un buen puesto
y no quería perjudicarle.

—Nada —suspiré—. Tendré que ir andando.

Le devolví el teléfono.

—De eso nada. Te llevaré yo.

—No hace falta. En serio.

Alex no quería llevarme. Si realmente hubiera querido llevarme, no se


habría tomado tantas molestias en buscar a otra persona cuando podría
haberlo hecho él desde el primer momento.

—Vamos —insistió.

Mientras caminábamos hacia su vieja camioneta, me cubrí con la


cazadora para protegerme de la brisa que corría. El sol estaba a punto de
esconderse y ya se podía apreciar el gélido viento de principios de octubre.
Una vez protegida en el interior del coche, el recuerdo de la última vez que
estuve aquí se proyectó ante mis ojos. Incluso pude escuchar nuestra
conversación. Sacudí la cabeza para eliminar ese momento de mi mente.

—¿Malos recuerdos? —preguntó con una media sonrisa ladeada cargada


de arrepentimiento—. Puedes estar tranquila, no pienso volver a hablarte
así. He aprendido la lección.

—Me alegro —sonreí.

Giró la llave haciendo rugir el motor a la primera.

—¿Cómo escribiste el trabajo? —pregunté. Me miró durante unos


segundos antes de volver a centrarse en la carretera—. La siguiente a la
izquierda —indiqué.

—Dejé llevar mi mente sobre el papel. Eso es todo.

—Entonces piensas así realmente.

Asintió.

—Pues no entiendo por qué dijiste que el amor da asco y después digas
que es una bonita manera de vivir la vida. Cito textualmente: «El amor es
una forma de expresar tus sentimientos en una caricia, en un beso, en una
mirada… Creo que el amor es un sentimiento para valientes y,
lamentablemente, yo no lo soy». ¿A qué te refieres con que no eres
valiente?

—Me cuesta creer en el amor —dijo sin más.

Se detuvo en un semáforo en rojo.

—¿Por qué?
—En un día me lo arrebataron todo. Todos a quienes quería acabaron
abandonándome cuando más los necesitaba: Mis padres, mi novia, mis
amigos…

—¿Tu novia también murió?

Se quedó callado durante un segundo que me pareció eterno.

—No —dijo al fin—. Ella no. Aunque para mí sí que lo está.

En cuanto el semáforo cambió de color, el coche se puso de nuevo en


marcha.

—¿Fue ella quién te rompió el corazón?

Giró la cabeza y me fulminó con la mirada.

—¿Cómo sabes eso?

—He leído el trabajo y tenía la sensación de que…

—Me dejó por mi mejor amigo poco después del entierro de mis padres.
Esa es la razón por la que me cuesta creer en el amor; ella decía estar
enamorada de mí, que yo era lo más importante de su vida para después
dejarme por mi mejor amigo a quien consideraba mi hermano. Pero también
creo que, cuando se ama de verdad y es correspondido, puede llegar a ser
muy bonito. Pero solo entonces.

—¿Y cómo lo sabes?

—Solía verlo cada vez que miraba a mis padres —sus labios se curvaron
ligeramente hacia arriba—. Ellos son la mejor muestra de amor verdadero
que tengo. Solo tengo que esperar a la adecuada.

—Siento mucho lo de tus padres…


—¿Entonces no estás con Brett? —cambió de tema.

—No —aseguré.

Asintió, asimilando mis palabras.

—¿Y cuánto tiempo estuvisteis juntos?

—Nos conocimos hace cinco años, pero estuvimos saliendo solo dos.
Rompimos a finales del curso pasado. Ya conoces el resto de la historia.

—Eso es mucho tiempo… Siento que no funcionara.

—Brett tampoco era el adecuado. Además, es mejor como amigo que


como novio. Como novio era un completo desastre. Y le olían mucho los
pies. Era muy desagradable.

Se echó a reír.

—¿Y con cuántos has estado aparte de él? —preguntó.

—No llevo la cuenta —mentí. En realidad, no había estado con nadie


más. Alex tensó la mandíbula y asintió levemente, sujetando con más fuerza
el volante. Esperé su próxima grosería… Nunca llegó. En vez de insultarme
o humillarme, giró la cabeza y lo único que recibí fue una amable sonrisa
—. La próxima a la derecha y luego a la derecha otra vez. ¿Y tú?

—¿Novias o amigas?

—Ambas.

—Novias podría decir que una, aunque no significó nada para ella y
aunque me gustaba mucho, tampoco acabé enamorándome. Y amigas…
bueno, tampoco llevo la cuenta.
Después de terminar de guiarle hasta mi casa, aparcó en la puerta.

—Gracias por traerme —dije mientras me desabrochaba el cinturón.

—Ha sido un placer.

—¿Quieres tomar algo? —pregunté—. Así puedo devolverte la cazadora


y agradecerte lo que has hecho por mí. Si no llega a ser por ti, no sé lo que
habría hecho.

—No sé si debería…

—¿Por qué? No voy a morderte. Vamos —hice un gesto con la mano


para que me siguiera—. No pienso aceptar un no por respuesta. Puedo
llegar a ser muy cabezota, que lo sepas.

Asintió y se apeó del auto. Justo en el momento en el que quise ir hacia


la casa, Alex me detuvo y me sujetó de los muslos para llevarme en
volandas. Con manos vacilantes y el corazón enloquecido, envolví su cuello
y observé su rostro perfectamente moldeado desde tan cerca; sus carnosos
labios, que pude comprobar que besaban de maravilla y se asemejaban a los
de un Dios griego; su nariz recta y perfilada; la barba incipiente que cubría
su mandíbula otorgándole un aspecto más maduro y salvaje.

Tragué saliva en un intento desesperado para no apoderarme de su boca,


para no dibujar con la lengua el contorno de sus labios… Alex bajó la
mirada, sus ojos se encontraron con los míos, brillantes como dos luceros
grandes y azules capaces de iluminar hasta el camino más oscuro. Dibujó
una pequeña sonrisa que me llegó hasta el alma y me transportó a un mundo
donde solamente estábamos nosotros dos, donde la imagen no importaba.
Respiré hondo e intenté centrarme en otra cosa que no fuera en sus
músculos estirándose y contrayéndose mientras me sujetaba, en cómo sus
manos se clavaban en mi carne, haciéndome desear que se clavaran en otra
parte de mi cuerpo…
Cuando llegamos al porche, subió los dos escalones y me dejó con
delicadeza en el suelo, asegurándose que mi cuerpo tocara por completo el
suyo.

—¿A qué ha venido eso? —jadeé. Solo esperaba que no notara el


gigantesco rubor que había aparecido en mis mejillas. Tenía calor a pesar de
la poca ropa que llevaba.

—Vas descalza y podrías haberte clavado cualquier cosa.

—Gracias…, supongo.

Evité el intercambio de miradas y me agaché para coger la llave de


repuesto que había bajo un macetero.

—Espérame aquí —dije—. Voy a ponerme algo de ropa.

—Vale.

Subí corriendo las escaleras para entrar a mi habitación. Me puse una


camiseta roja de tirantes y un pantalón gris corto, lo primero que había
encontrado en el armario. Me cepillé el pelo y me lavé los dientes
rápidamente. Una vez abajo, encontré a Alex sentado en un taburete de la
cocina, tamborileando la barra con los dedos marcando un ritmo y
observando cada detalle de la casa.

—Esta casa es enorme —dijo—. Debes sentirte sola aquí a veces.

—Antes solía estar mi padre durante todo el día. Ahora que ha


encontrado trabajo, sí que hay momentos en los que me siento un poco sola.

—Yo a veces quisiera que mis primos y mis tíos me dejasen la casa sola
—la imagen de él con una chica en su habitación me vino a la mente—. Me
gustaría poder dormir sin ningún ruido o grito —se echó a reír.
Yo sonreí.

—¿Y cómo se llaman tus primos? —quise saber.

—Charlie de seis años, Megan de cinco y Derek de tres. Son un poco


rebeldes, pero ¿quién no lo es a esas edades? Son la alegría de la casa.

—Yo solo tengo una prima, Maddie, pero hace mucho que no la veo —
suspiré, echándome un mechón de pelo detrás de la oreja—. Y un tío que
vive en Virginia Beach con mi abuela.

—¿Solo estáis aquí tu padre y tú?

Asentí.

—¿Te apetece café? —pregunté. No me apetecía seguir hablando de mi


vida privada.

—Sí, gracias.

—¿Cómo lo quieres?

—Con leche y azúcar.

Metí una cápsula de café en la cafetera y después la otra. Acto seguido,


coloqué ambas tazas sobre la encimera. Saqué la leche y el azúcar para que
pudiera echarse al gusto.

—Gracias —dijo.

Le di un sorbo a mi taza.

—¿Y odias mucho a Brittany? —soltó de repente.


—Somos compañeras de equipo y en el campo intentamos llevarnos
bien, pero fuera… desde que se acostó con Brett… ya lo has visto. ¿Por qué
lo dices?

—Porque quería quedar conmigo para tomar algo.

¿Quedar con Alex?

No, no, no, no podía quedar con ella.

¿Alex y Brittany?

Son como el agua y el aceite…

—¿Y qué le has dicho? —me mostré indiferente, aunque por dentro
estaba hecha un manojo de nervios. Esperaba oír que no había quedado con
ella, que no estaba interesado lo más mínimo en ella.

—Hemos quedado a las siete —alzó la vista hacia el reloj que colgaba
de la pared—, y son las siete y media. Llego un poco tarde.

—Si quieres ir con ella…

—No —se apresuró a decir—. Ahora estoy contigo.

Reprimí una sonrisa.

—¿Y te gusta? —me atreví a preguntar mientras miraba la taza de café


humeante.

—Está buena —se encogió de hombros.

Puse los ojos en blanco.


—¿Por qué los hombres soléis fijaros solo en el físico? Aunque te cueste
creerlo, hay mucho más que eso dentro de nosotras, ¿sabes?

—¿Nunca te has fijado en un hombre solo por su físico?

Me fijé en ti.

—Claro que sí. Sin embargo, si no me gusta su personalidad, deja de


interesarme al instante. ¿De qué me sirve un envoltorio si el interior está
podrido?

—¿Y nunca has tenido relaciones sexuales esporádicas?

Sacudí la cabeza.

—Como amiga tuya que soy, no te recomiendo que salgas con ella —
Alex alzó una ceja, intrigado—. Ella no te conviene. Y encima es una
persona frívola y muy caprichosa… No deberías perder el tiempo con una
persona así.

—¿Y entonces a quién me recomiendas, amiga?

—Una chica a la que de verdad le gustes por cómo eres. Ese ha sido mi
consejo. Tómalo o déjalo. Pero conozco a Brittany lo suficiente como para
saber que solamente te usará y que cuando menos te lo esperes te dejará
para irse con el siguiente.

Alex no sería ni el primer hombre con quien lo había hecho y tampoco


iba a ser el último. Brittany adoraba estar un día con un tío y otro día con
otro, solía decir que no pensaba dejar que un cuerpo como el suyo
solamente pudiera disfrutarlo una sola persona. Y eso estaría bien siempre y
cuando no fuera a por los novios de sus amigas. Aunque ella solo tenía
parte de culpa, la mayor parte pertenecía a los hombres que pusieron los
cuernos a sus novias por un mísero revolcón.
—Gracias por el café —dijo mientras se levantaba.

—Gracias a ti por traerme.

—Cuando quieras puedo volver a traerte semidesnuda. Para mí no hay


ningún problema.

Sonrió y me guiñó el ojo.

Eso me provocó a mí otra sonrisa.

—Gracias, pero espero que no.

—¿Y no tienes una ligera idea de quién ha podido ser?

—Eso es lo más extraño, que no sé quien iba a querer robar ropa sudada.
Fuera quien fuera quien lo haya hecho, ha sido para hacerme daño.

—Bueno, seguro que puedes sustituir todo lo que tenías.

—No estoy en la situación de comprarme nada, Alex.

—¿Cómo que no? —frunció el ceño—. ¿Y esta casa?

—Es una larga historia.

—Quizás puedas contármela cuando tengamos más tiempo.

Le acompañé hasta la puerta. Se inclinó hacia mí y posó sus labios sobre


mi mejilla. Un beso tierno que consiguió hacer que me temblaran las
piernas de un modo casi inaudito. El simple hecho de sentir el cálido tacto
de sus labios sobre mi piel hizo que el corazón se me acelerase hasta el
punto de que me pitaran los oídos.

—Adiós, Chloe.
—Adiós.

Cerré la puerta y me quedé tras ella, intentando controlar cada uno de


mis pensamientos. Al principio pensaba que lo que sentía por Alex era una
simple atracción física, ahora me había dado cuenta de que en realidad Alex
me gustaba de verdad.
10

El sonido de la puerta de entrada al cerrarse me despertó con un buen susto.


Entrecerré los ojos para mirar la hora que marcaba el viejo despertador que
había rescatado del desván y que por alguna extraña razón había dejado de
funcionar durante la noche. Me senté en la cama con la espalda apoyada
contra el cabecero, pensando en que ahora tenía que ir al instituto andando.
Me pasé las manos por la cara y resoplé, frustrada y cabreada con la
persona que me robó. Desvié la mirada hacia la silla de escritorio donde
advertí la cazadora de Alex apoyada en el respaldo.

Tras el desayuno, me di una buena ducha. Deslicé por mis piernas una
falda holgada color caqui que me llegaba hasta mitad del muslo y me puse
una camiseta verde militar metida por dentro. Desenredé mi pelo con el
cepillo y me hice una cola alta. Por último, me puse la cazadora de Alex
para no llevarla en brazos durante el trayecto hacia el instituto y poder
devolvérsela.

Una vez allí, me reuní con Sarah en la puerta.

—¿Dónde has metido el móvil? —me reprendió mientras nos dirigíamos


a nuestras taquillas—. He estado llamándote toda la noche porque
necesitaba hablar contigo… ¿Qué hacías para no contestar a mis llamadas?

—Ayer abrieron mi taquilla y me robaron la bolsa del gimnasio. Tuve


que ir en la camioneta de Alex con solo una toalla. Os llamé a Brett y a ti y
ninguno contestó.
Mi amiga pasó de estar molesta a un estado más comprensivo.

—Joder, Chloe. Lo siento. Olvidé el teléfono en el coche y…

—No te preocupes. Por suerte no pasó nada.

Llegamos a las taquillas. Cogimos el libro de español y nos dirigimos al


aula.

—Anoche hablé con Woody —dijo mi amiga con una expresión


lánguida—. Está muy enfadado, Chloe. Cree que nos han escuchado
hablando sobre él…

—Pero eso es imposible. Si utilizamos un apodo.

—Se lo dije, pero no me creyó —suspiró—; dijo que de momento será


mejor que mantengamos las distancias. Al menos hasta que las cosas se
calmen un poco y la gente deje de chismorrear.

—¿Lo vais a dejar?

Me dolió tanto decirlo como escuchar la respuesta.

—Sí —dijo con un hilo de voz.

Entramos en clase. Caminé hasta sentarme en mi sitio habitual, al final


del aula. Tras los últimos acontecimientos, no veía ningún motivo por el
cual no pudiera regresar a penúltima fila.

—Es mejor así —por el tono de su voz supe que no estaba del todo
convencida de que fuera así; se llevó un mechón de pelo tras la oreja y
suspiró—. Ya veremos cómo acaba todo.

—Lo siento mucho, Sarah.


—Yo también, Chloe… Yo también.

Alex apareció por la puerta con ese estilo despreocupado tan suyo. Las
comisuras de su boca se curvaron ligeramente hacia arriba, mostrando una
pequeña sonrisa.

—Bonita cazadora —comentó mientras se sentaba detrás de mí.

Intenté quitármela para devolvérsela, pero me detuvo.

—No. Quédatela. Tengo más en casa y a ti te queda mejor.

—Gracias —me mordí el labio inferior en un intento fallido de ocultar la


sonrisa que se me escapaba—. Por todo. Si no me hubieses llevado a casa,
no sé qué habría sido de mí…

—No tienes que agradecerme nada. Fue un placer ayudarte.

—Chloe, ¿esa no es tu camiseta? —me preguntó Sarah, tirándome de la


cazadora para llamar mi atención y que mirase a Brittany. Ella estaba
sentada en primera fila y llevaba puesta la misma camiseta que traje para
cambiarme después del entrenamiento.

¡Pues claro!

¡Había sido ella!

¿Cómo no había caído antes? Brittany era la única persona capaz de


hacer algo así, la única que robaría una bolsa con ropa sucia solo para
humillarme.

—¡Fuiste tú! —grité mientras me acercaba a ella.

—¿Qué he hecho ahora?


Su voz era tranquila y serena, incluso indiferente, al igual que sus
gestos. Aunque su sonrisa destilaba arrogancia y satisfacción por un trabajo
bien hecho.

—¡Fuiste tú quién me robó la bolsa del gimnasio!

—¿Y por qué iba a querer yo tu ropa sucia?

Su tono condescendiente me hirvió la sangre. Respiré hondo para


intentar contener a la Chloe salvaje encerrada en su jaula. No quería volver
a pelearme con ella, pero si seguía así…

—Dímelo tú —insté, cruzándome de brazos—. La camiseta que llevas la


compré en España y tú nunca has estado allí. Así que dime, ¿cómo la has
conseguido?

—Internet —encogió los hombros.

—Quédate con la ropa si eso te hace sentir mejor —bramé—. No me


importa. Pero devuélveme lo demás: Las llaves, el teléfono… ¡Ahora!

—¡Yo no tengo nada tuyo, pesada!

Alex me asió de la muñeca y se colocó entre las dos

—¿Qué está pasando aquí? —me preguntó con los ojos clavados en los
míos. Su voz era calmada y sosegada, su mirada dura e intimidante.

—Fue ella quien me robó la bolsa.

—¡Yo no fui! —gritó Brittany.

—¡Esa es mi camiseta!
—¡Ya basta! —gritó esta vez Alex, ladeando la cabeza para mirar a
Brittany—. ¿Chloe está en lo cierto? ¿Le robaste la bolsa?

Por el rostro que puso Britt, supe que la estaba mirando de esa forma
que hacía que todo tu cuerpo entrara en colapso. Al parecer, yo no era la
única que sucumbía a su influencia.

—Sí —admitió al fin en un susurro.

—¿Y por qué lo hiciste?

—Me pegó, me humilló y…

—¡Tú me llamaste puta! —exclamé de malas maneras, pues había


perdido todo el control—. ¡Te follaste a Brett sabiendo que era mi novio! ¡Y
también me pegaste! ¿No tenías suficiente con eso que también tuviste que
robarme?

—Chloe, cálmate, por favor —me ordenó Alex. Luego se giró hacia
Britt y la fulminó con la mirada—. Devuélvele sus cosas —ella se dio la
vuelta y sacó de su bolso las llaves, el móvil y el monedero, dejándolo todo
sobre la mesa con mala cara—. Bien. Ahora, Chloe, vuelve a tu sitio.

—¿Y si no qué?

Me lanzó una mirada desafiante. Sus ojos estaban fijos en los míos, la
mandíbula apretada y sus labios formaban una fina y recta línea. Yo me
mantuve firme, devolviéndole la mirada con la misma intensidad. Su pecho
subía y bajaba tranquilamente cuando dio un paso hacia mí. Y no supe con
qué intención lo había hecho, porque la llegada del profesor le hizo
retroceder.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el profesor Grant.

—Nada —respondí con una sonrisa inocente.


—¿Por qué últimamente formas parte de todos los problemas?

El primer día de clase sentí que este año iba a ser diferente, pero no
esperaba que fuera por meterme en líos; desde que Alex llegó al instituto se
había encargado de poner mi mundo patas arriba. Todo lo que había
construido a lo largo de los años estaba cayendo en picado, destruyéndose
hasta no quedar absolutamente nada.

—Sentaos en vuestro sitio.

Cogí mis cosas y obedecí al profesor.

El rostro del profesor Grant estaba más serio de lo que solía estar. Se
apoyó en su escritorio y se cruzó de brazos a la altura del pecho mientras
nos miraba a todos.

—Ha llegado a mis oídos que vais diciendo que una alumna y yo hemos,
bueno…, mantenido algún tipo de relación íntima fuera del instituto. Quiero
deciros personalmente que ese rumor es completamente falso —levantó su
dedo anular y mostró un anillo de oro—. Para vuestra información, estoy
casado. Y estoy muy enamorado de mi mujer. Así que, por favor, acabad
con esos rumores que, vuelvo a repetir, son completamente falsos.

Mientras el profesor hablaba, Sarah lo observaba con ojos vidriosos y


dolidos. Después se dedicó a dibujar círculos en un papel sin sentido ni
concordancia. Nunca me comentó que Woody estuviera casado. Y por la
forma en la que apretaba el bolígrafo, supuse que ella tampoco lo sabía.

Puse mi mano sobre la suya, mostrándole mi apoyo.

Ella me sonrió levemente.

—Como sabéis, la semana que viene es el primer partido de la


temporada —prosiguió—. Me han comentado que se va a celebrar una
pequeña fiesta en el gimnasio. Sin alcohol, por supuesto. Yo pienso asistir
con mi mujer, y espero que vosotros también. Dicho esto, comencemos con
la clase.

El profesor empezó a explicar el vocabulario del tema que nos


correspondía, pero no pude prestarle atención. En este momento me
preocupaba más el corazón de mi amiga que aprender el temario.

—¿Estás bien?

—Sí —sorbió por la nariz—. Mejor que nunca.

Pero era mentira. No estaba bien.

Brett no apareció en todo el día por el instituto. Su ausencia me llevó a


pensar que estaba enfermo, pues no era de esos que faltaban sin ninguna
justificación. Ojeé mi teléfono. Había varios mensajes de Sarah y uno de
Brett, donde confirmaba que se había puesto enfermo y que iba a quedarse
en casa.

El día transcurrió lento. Sarah estuvo toda la mañana de mal humor,


enterarse de esa manera del matrimonio de Woody le había afectado
bastante, por más que tratase de negarlo. Yo intenté que se animara
haciendo bromas sin cesar, que se distrajera un poco con los cotilleos que
corrían por el instituto y que nuestras compañeras de equipo nos contaron,
pero lo único que conseguimos fue una leve sonrisa que borró en cuestión
de segundos.

Como hoy no teníamos entrenamiento de animadoras, me senté en las


gradas para ver el entrenamiento de los chicos. Por lo que pude ver, parecía
que habían mejorado en comparación a la temporada pasada, cosa que
agradecí porque por una vez me gustaría ganar al Richmore, el equipo
ganador durante más de tres años consecutivos. Ahora, nuestros jugadores
habían mejorado sus habilidades como rapidez y agilidad, al igual que
puntería y destreza. Si la suerte estaba de nuestro lado, podríamos
proclamarnos ganadores del campeonato este año.

Jackson lanzó a portería tan rápido que el portero ni siquiera vio por
dónde venía la pelota. Celebró el gol junto con sus compañeros y, cuando
desvió la mirada hacia mí, me lanzó un beso que me revolvió el estómago.

—¿A qué ha venido lo de antes?

Alex estaba sentado a mi lado, sus ojos fijos en los míos.

—¿El qué? ¿Enfrentarme a ti?

—Sí.

—A que no puedes decirme qué debo hacer, Alex. Te agradezco de


corazón que me ayudases a que me devolviera las cosas, pero no debiste
ordenarme que me sentara. Me hizo sentir como si fuera un perro y no me
gustó.

—Yo solo intentaba ayudarte…

—Lo sé, por eso te lo agradezco.

Asintió y miró durante unos segundos el entrenamiento antes de volver a


mirarme.

—En realidad me gusta que tengas un carácter fuerte —torció la sonrisa


—. He estado con muchas chicas…, pero nunca he conocido a nadie como
tú.

—¿Y cómo soy?


Esa pregunta me asustó. Después de tantas mentiras ni siquiera yo sabía
cómo era realmente… La verdadera Chloe Davis hacía mucho tiempo que
estaba oculta tras una máscara de diamantes.

—Normalmente las chicas con las que he estado eran tan… No sé cómo
describirlas sin parecer un capullo.

—Tal vez sea porque lo eres —sonreí.

—Puede —sonrió—. Lo que quiero decir es que me gusta que seas


valiente, que luches por conseguir lo que quieres y que pongas los ojos en
blanco cada vez que digo algo que no te gusta. Lo cierto es que hay muchas
cosas que me gustan de ti y no sé por qué…

—Entonces, ¿ya no soy como las demás?

—Sinceramente, ya no sé qué creer.

Nos quedamos mirándonos a los ojos, sin decir nada. Tampoco había
nada que decir, excepto la verdad sobre quién era. No obstante, aún no
podía desprenderme de la imagen que todos tenían de mí, revelar la mentira
que me había ayudado a convertirme en lo que era hoy en día, la mujer que
en el fondo quería ser.

La vibración de mi teléfono me sobresalió.

BRETT JOHNSON

Podrías venir a mi casa a entregarme los apuntes?

CHLOE DAVIS
Por supuesto.

Estaré allí en quince minutos.

Me despedí de Alex y me marché.

Aparqué en la puerta de casa de Brett. Cogí mi bolso del asiento del


copiloto y guardé dentro la carpeta azul que había preparado con los
apuntes y deberes antes de salir del coche.

Llamé al timbre. A los pocos segundos apareció su madre Sophia,


vestida con un traje pantalón color beige y una blusa de finos tirantes
blanca, resaltando así el brillo natural de su tez chocolate.

—Chloe, ¡qué sorpresa! No sabía que venías.

Me estrechó entre sus delgados brazos.

—Brett me ha pedido que le traiga los deberes de hoy.

—Ah, claro —sonrió—. Está arriba.

Se hizo a un lado para dejarme pasar. La casa de Brett era mucho más
grande que la mía, incluso que la de todo el vecindario. Brett era el chico
más rico del instituto; Claudia Johnson era de las mejores neurocirujanas
del país, y su mujer, Sophia Johnson, trabajaba en un bufete de abogados
muy importante. Su calidad de vida se podía ver en las grandes dimensiones
de su hogar.

Toqué a la puerta de su habitación. Su voz débil y lastimera me invitó a


pasar. Tumbado sobre la enorme cama se hallaba un Brett enfermo y
debilitado, bajo la gruesa capa de edredón de diferentes tonalidades grises.
Todo en el dormitorio seguía igual que siempre, perfectamente ordenado y
limpio.

Me acerqué a la cama y me arrodillé a su lado. Por la poca luz que


entraba por la ventana pude ver su cuerpo perlado por el sudor.

—¿Cómo te encuentras?

—Me duele un montón la cabeza y el estómago…

Posé mi mano sobre su frente. Estaba ardiendo.

—¿Has tomado la medicación?

Asintió.

Dejé la carpeta sobre el escritorio.

—Gracias por traerme los deberes —se sentó en la cama y apoyó la


espalda contra el cabecero, dejando a la vista su torso desnudo y bañado en
sudor—. ¿Ha pasado algo interesante en el instituto?

—Me he vuelto a pelear con Brittany.

—¿Y eso?

Alzó la vista y me miró con ojos curiosos.


—Ayer me robó el macuto del gimnasio y Alex tuvo que llevarme a casa
semidesnuda. Menos mal que tuvo el amable gesto de dejarme su cazadora
porque sino tenía que volver a casa solo con una toalla.

—Espera, ¿dices que Alex te llevó a casa vestida solo con una toalla? —
frunció el ceño y en su rostro apareció una sonrisa insinuante. Yo me senté
en el borde de la cama.

—Os llamé a Sarah y a ti y ninguno contestó…

—Empecé a sentirme mal en el entrenamiento y llamé a mi madre para


que me llevara a casa. Lo siento. No he cogido el móvil hasta hace un rato,
cuando te he escrito.

—No pasa nada.

—Bonita cazadora, por cierto —comentó, tirando de la tela de la manga


derecha—. Aunque es un poco grande para ti ¿no? Tampoco parece muy de
tu estilo.

Le saqué la lengua y Brett se echó a reír.

—Dime la verdad: ¿Te gusta Alex?

—No pienso hablar contigo de eso, Brett.

—Joder, Chloe —se quejó—. No me vengas con esas. Ese truco no te va


a funcionar siempre, que lo sepas.

—Pero mientras tanto…

Puso los ojos en blanco y se dejó caer en la cama.


11

Después de estar un rato con Brett jugando a la Playstation, volví a casa.


Hoy no era viernes, pero me apetecía salir a correr un rato y despejar la
mente. Subí a mi habitación para ponerme unas mallas deportivas y una
camiseta sin mangas. Me calcé las zapatillas y cogí el teléfono móvil y los
auriculares.

Solía correr por el parque que había al lado de mi casa por los recuerdos
que me venían a la mente. Aquí era donde mi madre solía traerme para que
jugara con otros niños de mi edad, donde mi amistad con Sarah fue
consolidándose. Cualquier rincón al que miraba me recordaba algún
momento especial: En el columpio naranja me caí y me tuvieron que dar un
par de puntos en la barbilla. Me pasé todo el trayecto hasta el hospital
llorando; un par de metros más adelante me encontré a un perrito perdido.
Colgué carteles por los árboles del vecindario para localizar al dueño y,
cuando lo encontré, me llevé una pequeña recompensa; aquí fue donde mi
padre me enseñó a montar en bici; donde tuve mi primer beso con un primo
de Sarah. Por eso me gustaba venir a correr aquí, porque de algún modo
podía vivir esos momentos de nuevo.

Noté la presencia de otra persona corriendo a mi lado y al instante supe


de quién se trataba. Ladeé la cabeza y miré su mata de pelo cobrizo y su
boca jadeante. Pausé la canción que sonaba por los auriculares.

—Estás cogiendo el gusto a esto de seguirme, ¿no crees?


—¿Y por qué iba a seguirte?

Alzó una ceja divertida.

—No lo sé. Dímelo tú.

—A lo mejor te he visto y me apetecía correr contigo.

—¿Quieres que vayamos al lago?

Asintió con una amplia sonrisa.

Cuando llegamos, apoyé las manos en las rodillas y empecé a dar


grandes bocanadas de aire para recuperar el aliento. En el trayecto
habíamos acelerado tanto el ritmo que sentí que los pulmones me iban a
estallar de un momento a otro.

Alex estaba frente a mí, jadeando y con las manos apoyadas en sus
caderas. Su pecho subía y bajaba con cada brusca exhalación. Echó la
cabeza hacia atrás como si eso lo ayudara a respirar mejor. Se secó el sudor
de la frente con la camiseta, dejando inconscientemente sus abdominales a
la vista, o conscientemente, no lo sé. Yo me quedé paralizada
contemplándolos el tiempo suficiente como para que Alex se diera cuenta;
cuando me miró, disimulé mirando el lago a la vez que estiraba los brazos.

Si me pilló, no lo dijo.

Me senté en el extremo del embarcadero. Alex se sentó a mi lado.

—Cada día que pasa me gustan más estas vistas…

—¿Has venido más veces?

—Casi todas las noches —admitió.


—¿Y te ha servido de algo?

—A veces —se encogió de hombros—. Otras simplemente me viene


bien estar aquí. Me ayuda a pensar y reflexionar sobre mi comportamiento
de estos últimos días.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Mi tío me obligó a ir al instituto para terminar el último curso que me


faltaba. Yo no quería volver a estudiar, por eso al principio no era muy
amable con nadie. Estaba enfadado porque lo que yo realmente quería hacer
era trabajar y ganar dinero. No quería seguir perdiendo el tiempo en el
instituto. Y lo pagué con quien no debía.

Ladeó la cabeza y me miró.

—Yo estoy de acuerdo con tu tío —dije—. Seguramente lo único que


pretende es que tengas un buen futuro. Incluso tal vez ir a una buena
universidad.

—Puede —se encogió de hombros—. La cuestión es que estaba


enfadado con el mundo, pero con el paso del tiempo, empecé a sentirme
cada vez más cómodo en clase. Entonces comprendí que no me había
comportado contigo cómo debía, y por eso te pedí disculpas. Y no sabes lo
mucho que me alegró que me perdonaras.

—¿Sabes?, Harry me pidió que tuviera paciencia contigo porque en el


fondo, detrás de esa coraza, se escondía una buen corazón. Y pese a que te
empeñaras en demostrar lo contrario, sabía que en realidad eras una buena
persona. De ahí a que te aguantara tanto y finalmente a que te perdonara.

—Eres la única amiga que tengo en el instituto. Si no llega a ser por ti,
seguramente sería el típico marginado de clase que no habla con nadie.

Se acercó un poco más a mí.


—Eso es porque tampoco te has abierto a nadie más.

—Porque contigo siento que puedo hablar de cualquier cosa. Con los
demás es…, diferente. No sé cómo explicarlo, pero no siento lo mismo
cuando hablo con otra persona.

—¿Ni con Brittany? —enarqué una ceja curiosa.

—Con nadie —aseguró.

Su respuesta me hizo sonreír.

—¿De verdad que nunca te has enamorado?

Endureció el gesto. Su mirada se ensombreció, volviéndose más triste,


más…, lejana. Apoyó las manos en los tablones de madera y relajó los
hombros, sin apartar la mirada del increíble paisaje que teníamos delante.

—No —respondió—. Tuve una novia, pero no estuve enamorado. Lo


que sentía era más bien una obsesión. Estaba loco por ella, pero ella solo se
aprovechó de mí; yo acababa de perder a mis padres y no quería perderla a
ella también. Y me obsesioné en tenerla conmigo. No quería… No podía
perder a nadie más.

—Eso explica muchas cosas…

—Para no estar enamorado fue muy doloroso —siguió—. Cada vez que
lo recuerdo, yo…, no sé. Es como si volviera a revivirlo todo. El dolor
vuelve, la sensación de vacío se intensifica y siento que me ahoga.

—Si no quieres hablar de ello, no hace falta que lo hagas.

Se rascó la nuca y me miró.


—Se llama Mandy. Yo tenía diecisiete años. Me obligó a hacer cosas
que yo no quería. Me metí en problemas por su culpa, robé dinero a mis
tíos, incluso estuve a punto de matar a una persona con mis propias manos
porque me dijo que la había mirado mal… Me anuló completamente como
persona. Me convertí en su perrito faldero que le hacía todos los recados. Su
matón privado.

Imaginar a un pequeño Alex obsesionado por una chica y que lo tratara


tan mal me cabreó tanto que sentí que me ahogaba de rabia. Nadie merecía
ser tratado así. Alex merecía cariño, amor, respeto, lealtad, confianza…

—El psicólogo me recomendó que hablara con mis amigos, con mis tíos,
con cualquier persona ajena, pero que hablase. No lo hice. Ya no tenía
amigos con los que hablar y no quería hablar con mis tíos porque me daba
vergüenza. Entonces me quedé callado, tragándome todos mis problemas
para mí solo. Después me enteré de que Mandy empezó a salir con mi
mejor amigo y eso hizo que me encerrara aún más en mí mismo.

—Esos no eran tus amigos, Alex —dije—. Si sabían que lo estabas


pasando mal y aun así te abandonaron, no merecen que los sigas llamando
amigos.

—Entonces nunca he tenido un amigo de verdad —encogió los hombros


—. Por eso me cuesta mucho creer en el amor; he sufrido demasiado por
amar a personas y todas han acabado marchándose. Ahora tengo miedo de
volver a abrirme a alguien para que vuelva a dejarme.

—No todo el mundo te tratará igual, créeme —me acerqué un poco más
a él—. Seguro que pronto encontrarás a una chica que te quiera tanto como
tú a ella. Te lo aseguro.

—No creo que nadie llegue a quererme —elevé la mirada hasta


encontrarme con sus fríos ojos azules—. Llevo mucho tiempo encerrado en
mí mismo. No creo que pueda volver a abrirme a nadie. Si ni siquiera puedo
hablar con mis tíos que son las dos personas a las que les debo mi vida
entera… No. Creo que estoy destinado a estar solo para el resto de mi vida.

—Yo creo que, con el tiempo, podrás hacerlo.

No sabía cómo conseguir que Alex se abriera a los demás si yo tampoco


dejaba que me conocieran; vivía tras un muro, una careta que me puse
cuando empecé el instituto para ocultar a la chica tímida e insegura y ser la
chica que en realidad quería ser, una mujer fuerte a la que no le importaba
nada. Jamás pensé que esa imagen me acompañaría hasta el último curso y
que acabaría absorbiendo por completo a la verdadera Chloe. Sin embargo,
la máscara me había servido para protegerme del mundo, por eso entendía
que Alex hiciera lo mismo.

—Seguro que pronto encontrarás a alguien que te ayude a abrirte. ¿Pero


te has mirado en el espejo? Eres guapísimo, listo, simpático a veces. La
mayoría del tiempo eres un arrogante y un capullo…, pero con esos ojos
azules puedes tener a la chica que quieras.

Conseguí sacarle una sonrisa, que era lo que pretendía.

—No todo se trata del físico, Chloe.

—Tienes razón —admití—. Físicamente estás genial, salta a la vista.


Pero también estoy segura de que en el fondo de ese muro de hielo que has
construido desde la muerte de tus padres, se esconde un ardiente corazón
queriendo salir.

—¿De verdad piensas todo eso de mí? —preguntó como si necesitara oír
la respuesta, como si mis palabras fueran aceite para su inseguro engranaje.

—Claro que sí.

Sacudió la cabeza.
—No es tan fácil…

—Cierto. No lo es. Pero no pierdes nada por intentarlo.

—¿Crees que si lo hago, conseguiré gustar a una chica?

Mantenía la vista fijada en el vaivén del agua con una sonrisa que trató
de ocultar a toda costa. Parecía que le gustaba mucho esa chica, y yo me
moría de ganas por saber quién era.

—¿Puedo saber quién es la chica que te gusta?

Torció la sonrisa, evitando la respuesta.

—Venga, Alex… Dime quién es —supliqué.

—Va a nuestro instituto. Eso es lo máximo que voy a decir.

Estiró las piernas, cruzándolas por los tobillos y moviendo los pies de un
lado a otro bajo el agua. Estaba nervioso, eso se veía de lejos.

—Entonces seguro que la conozco… ¿Va a nuestra clase?

No respondió. Por la sonrisa que dibujó supe que había acertado.


Interesante… Empecé a pensar en todas las chicas que iban a nuestra clase
y, de repente, un nombre resaltó por encima de las demás.

—¿Brittany?

Abrí los ojos sorprendida por soltar ese nombre.

Por favor, que no sea ella…

—No es ella —dijo—. Puedes respirar.


—Menos mal —suspiré—. Si llega a ser ella…

—Si llega a ser ella…, ¿qué?

Alzó una ceja curiosa mientras sus labios se curvaron hasta formar una
sonrisa juguetona que se conectó con cada terminación nerviosa de mi
cuerpo. Mi corazón se aceleró, las manos me temblaron tanto que tuve que
colocarlas bajo los muslos.

—Ella no te merece —fue lo único que se me ocurrió decir.

—¿Y quién me merece entonces?

—Una chica que te trate bien y que te haga reír.

El eco de su carcajada me estremeció.

—Entonces, si no es ella… ¿Quién es?

Alzó la vista y sus ojos se clavaron en los míos. Después todo pasó
demasiado rápido; en una milésima de segundo, se abalanzó sobre mí y se
apoderó de mi boca.

Quería separarme y decirle que esto no era una buena idea, que solo
debíamos ser amigos por el bien de ambos, pero por mucho que quisiera
hablar, por mucho que quisiera apartarle, no podía, pues estaba centrada en
cómo su lengua se abría paso por entre mis labios y me exploraba.

Colocó sus manos sobre mi cintura, descendiendo en una lenta y suave


caricia. Sentir sus dedos recorriendo mi cuerpo hizo que deseara ir más allá.
Deseé tirar de su camiseta y desprenderme de ella, notar su respiración,
sentir su cuerpo… No obstante, en el momento en el que sus brazos
intentaron envolverme, recordé fugazmente la primera vez que nos
besamos.
Sus afiladas palabras en mi mente me hicieron retroceder.

—¿Qué haces? —pregunté sin aliento.

Alex me miró con el ceño fruncido y los labios hinchados por el beso.
Su respiración era agitada, al igual que la mía.

—¿No te ha gustado?

—¡Claro que me ha gustado! Es solo que no lo entiendo…

—¿Acaso no te has dado cuenta todavía? La chica que me gusta eres tú,
Chloe. Me gustas. Mucho. No puedo dejar de pensar en ti desde el primer
momento en el que te vi.

Me incorporé.

—Yo… Tengo que irme.

Quería alejarme de Alex y volver a casa. Me asió de la muñeca y tiró de


mí, dándome la vuelta hasta chocar contra su pecho. Su boca volvía a estar
demasiado cerca de la mía.

—Siempre sales huyendo…

—Porque tengo que irme.

—¿Por qué eres tan inmadura?

Alex tenía los ojos clavados en los míos y la mandíbula apretada,


aunque eso solo fue al principio, después el deseo comenzó a hacerse hueco
y sus dedos que seguían alrededor de mi muñeca, en un momento dado,
empezaron a hacer pequeños círculos sobre mi piel, y a pesar de que me
gustaba cada vez que me tocaba, sabía que esto no estaba bien.
—No huyas —susurró, pegando su frente a la mía—. Quédate.

Sus dedos se aferraron a mis caderas y me pegó a él para que no me


moviera. Yo tenía las mías posadas sobre su pecho, su corazón estaba
frenético. Su nariz acarició la mía con suavidad. Empecé a replantearme
seriamente si debía dar una oportunidad a lo que sentía. Pero por mucho
que yo quisiera estar con él, no podía quitarme el recuerdo de la primera
vez que nos besamos…

Me solté de su agarre y salí corriendo antes de que pudiera decir o hacer


otra cosa que me retuviera.

Durante todo el trayecto de vuelta a casa no pude dejar de pensar en todo


lo que había descubierto esta noche. Quizá el motivo por el cual Alex se
había comportado tan mal conmigo desde el primer momento es porque
sentía algo por mí y estaba asustado por si volvía a lastimarle como ya le
hicieron en el pasado. Era una teoría factible, aunque eso no me hacía
olvidar todo lo que me había dicho.

Cuando llegué, encontré a mi padre durmiendo en el sillón del salón. En


una de las manos tenía una lata de cerveza vacía y en la otra el mando a
distancia, la televisión encendida a mitad del capítulo de una serie.

Le quité el mando y la apagué. Después, dejé la lata en la mesita de


centro.

—Papá… Despierta.

Abrió los ojos lentamente.

—Te has quedado dormido viendo la televisión.

—He llegado a casa y no estabas —su voz sonaba ronca y adormilada.


Se levantó del sillón, se frotó los ojos y estiró el cuerpo para desperezarse.
—He salido a correr.

—Está bien —posó sus manos sobre mis hombros y me atrajo hacia él
para abrazarme—. Buenas noches. Tienes pizza en la caja.

Mientras subía a su habitación, me dediqué a recoger lo que había


formado en el salón. Llevé las cosas a la cocina cuando el sonido de mi
móvil me sobresaltó. Era un mensaje de Brett. Me había enviado una foto
de un termómetro que mostraba que le había bajado la temperatura. Le
respondí con una carita sonriente.

Una vez que todo estuvo recogido y me había comido las porciones de
pizza que mi padre había dejado para mí, subí a mi habitación.

Hoy había sido un día bastante extraño, aunque me había servido para
saber que Britt era una cleptómana, que Sarah y Woody se habían dado un
tiempo y que David estaba casado. Brett estaba recuperándose. Pero lo que
más me llenaba la cabeza era que le gustaba a Alex.

Me apeé del coche después de aparcar en el parking del instituto. Presioné


el mando a distancia para cerrar el coche y, cuando alcé la vista, divisé a
Alex y Brittany agarrados de la mano, caminando tranquilamente mientras
se miraban y reían.

Qué extraño.

Sarah y yo nos encontramos en la puerta y entramos a clase. Me senté en


mi pupitre habitual cuando Jackson, el compañero de equipo de Brett, se
acercó a nosotras.

—Chloe, ¿sabes si Brett va a venir al entrenamiento de hoy?


—No lo sé.

—Es que el partido es dentro de poco y tenemos que practicar los


ataques defensivos, y sin Brett resulta un poco difícil planificarlo todo.

—Supongo que si se encuentra mejor, irá.

—Vale —sonrió—. Estás muy guapa, por cierto.

—Qué pena que no pueda decir lo mismo.

Me guiñó el ojo y se marchó ignorando por completo mi comentario. Yo


sentí un escalofrío que me recorrió las entrañas de tal modo que creí que iba
a vomitar. No me gustaba tener a Jackson tan cerca de mí. Y menos después
de lo que pasó el curso pasado.

Miré a mi amiga, que estaba centrada en su cuaderno.

—¿Estás bien?

—Ayer volví a hablar con Woody —se le quebró la voz—. Me dijo que
estaba casado al mismo tiempo que salía conmigo pero que ya no sentía
nada por su mujer.

—Oh, Sarah…

La abracé con fuerza.

—No quiero volver a hablar del tema, Chloe —susurró en mi hombro—.


Quiero sacarle de mi mente y de mi corazón. No quiero seguir pensando en
él. Por favor, Chloe…, ayúdame a olvidarle.

—Esta noche nos vamos de fiesta ¿de acuerdo? Así podrás dejar de
pensar en él y divertirte un poco. Creo que a las dos nos hace falta un poco
de diversión.

El profesor Grant entró en clase, cerró la puerta con el pie como solía
hacer siempre y dejó sus cosas sobre el escritorio. Su mirada se desvió
hacia nosotras durante un segundo y, cuando avistó a Sarah con los ojos
vidriosos, apartó la mirada rápidamente como si le doliera ver a mi amiga
en ese estado.

Ella está así por tu culpa, cabrón.

—Buenos días, chicos —saludó. Se aclaró la garganta—. Como la


próxima semana tenemos nuestro primer partido de lacrosse, he decidido
que hoy no vamos a dar clase —mis compañeros empezaron a gritar
entusiasmados por la idea—. Silencio, por favor. Lo que vamos a hacer es
hablar de un tema que me parece mucho más importante: La confianza.

De repente alguien tocó a la puerta. El profesor resopló y dejó entrar a


Brittany y Alex en clase; ella apretaba los labios para aguantarse la risa
mientras Alex tensaba la mandíbula. Seguían agarrados de la mano.

—Llegáis tarde —apuntó.

—Lo siento, profesor —se disculpó Brittany con esa sonrisa persuasiva
tan propia de ella que hacía que los tíos hicieran cualquier cosa por ella—.
No volverá a ocurrir.

Los ojos de Alex se posaron en mí y yo sonreí como saludo, sin


embargo, pasó de mí y se centró en la chica que tenía al lado. Atravesaron
el pequeño pasillo que había entre las mesas para llegar a los asientos de
atrás, sentándose juntos.

¿Desde cuándo Brittany se sentaba al final de la clase?

—¿Por dónde iba? —preguntó el profesor Grant, volviendo a retomar el


hilo de la conversación—. Ah, ya sé —se apoyó contra su mesa y se cruzó
de brazos sobre el pecho—. ¿Qué opináis de la confianza?

—La confianza es algo que se gana —contestó Alex.

—Y algo que se pierde muy rápido —añadió Sarah.

—¿Y cómo pensáis que se gana la confianza? —preguntó el profesor,


procurando no mirar demasiado a Sarah, aunque sus ojos siempre acababan
posándose en ella—. ¿Cómo sabéis que alguien es merecedor de vuestra
confianza?

Esto estaba empezando a ser bastante incómodo. Sarah observaba con


desprecio a Woody a la vez que él procuraba no mirarla demasiado, a pesar
de querer hacerlo en todo momento. Nadie se percataba de la tensión que
había en clase puesto que nadie comprendía nada de lo que estaba pasando.
Sin embargo, yo sí era capaz de verlo y no era nada agradable.

—Cuando le cuentas a tu amigo algo que solo querías que supiera él y


no se lo cuenta a nadie —contestó un compañero de clase.

—¿Y si os falla?

—Pues dejas de contarle tus secretos —respondió Alex.

—Creo que todos los presentes sabéis que si le contamos un secreto a


una persona en concreto es porque confiamos en ella, y si esa persona se lo
cuenta a otra, dejamos de confiar. Pero eso no es lo que trato de deciros:
Siempre vais a tener personas a vuestro alrededor en las que no podréis
confiar, pero tendréis que averiguar quiénes están con vosotros de verdad, a
pesar de que todo indique lo contrario.

El profesor tenía razón. La confianza era algo que tarda años en


conseguirse pero solo unos segundos en perderse; yo confié en Brett y por
eso, un día, le confesé que en realidad no era cómo le había hecho creer. Le
confié mis miedos y le mostré a la verdadera Chloe, pero cuando se acostó
con Brittany esa confianza se desvaneció. Ahora volvíamos a ser amigos,
aunque aún no sentía que pudiera confiar en él al cien por cien.

—¿Cómo pensáis que se pilla a un mentiroso?

—Porque al final la verdad siempre sale a la luz —respondí.

—Seguro que conocéis a algún mentiroso, ¿verdad? ¿Por qué creéis que
una persona es capaz de mentir?

—Para hacerse más interesante —contestó Brittany.

—Esta clase está llena de mentirosos —acusó Alex.

—¿A qué te refieres? —preguntó el profesor.

—En esta clase hay ciertas personas que te dicen una cosa para hacer
creer a los demás algo que no son.

Debía estar enfadado por haberle dejado en el lago después de decirme


lo mucho que le gustaba, cosa que podía llegar a entender. Pero tampoco
pensaba quedarme callada. No iba a darle ese gusto.

—Aquí también hay personas que primero te hacen creer que son de una
forma y luego son completamente lo contrario; primero te hacen creer que
les caes mal, que no les importas lo más mínimo y te humillan. Después te
tratan bien, te hacen creer que han cambiado para después volver a tratarte
como a una mierda. Es un círculo vicioso que no tiene pinta de acabar. Y la
verdad es que resulta agotador y exasperante.

—Vaya —comentó el profesor, asombrado—. Se nota que entre vosotros


hay algo que no está del todo resuelto… No sé que habrá entre los dos, pero
hay ocasiones en las que se miente para proteger a alguien —sus ojos se
desviaron hacia Sarah— y no hacerle daño. En ocasiones una mentira puede
resultar beneficiosa.
—Yo no creo eso —dije—. Una mentira nunca puede ser algo bueno. Es
mejor ir siempre con la verdad por delante, por mucho que duela. Y entre
Alex y yo no hay nada. El problema está en que él no sabe cómo tratar a
una mujer.

—Sé tratarlas. Pero no pierdo el tiempo con pijas mimadas.

—¿Pijas mimadas? —repetí incrédula.

—Sí, eso he dicho —musitó con rabia.

—Bueno, ya está bien —irrumpió el profesor—. Yo quería hablar sobre


la confianza porque conoceréis a muchas personas a lo largo de vuestras
vidas; algunos os acompañarán en vuestro viaje; otras simplemente estarán
ahí para guiaros. Sin embargo, la confianza que forjéis con ellas puede
cambiarlo todo, del mismo modo que una mentira puede destruirlo. Por eso
quiero que seáis leales, que digáis en todo momento lo que sentís, ya sea
bueno o malo, sin importar las consecuencias. Como ha dicho Chloe, es
mejor decir la verdad por muy dolorosa que sea antes que mentir a quienes
amamos.

—¿Usted también cumple eso? —preguntó Sarah con la voz rota.

—Eso intento…

La clase no había sido como esperaba, aunque había llegado a la


conclusión de que tenía que enfrentarme a mis miedos por primera vez y
empezar a ser sincera conmigo misma. En el fondo sabía que lo que sentía
por Alex era mucho más que una simple atracción física, por más que
tratara de negarlo por miedo a que nuestra relación continuase siendo como
hasta ahora; discusión tras discusión; humillación tras humillación. Sin
embargo, merecía saber la verdad. Alex merecía saber qué sentía realmente
por él, y si estaba dispuesto a intentarlo, yo también.
Después del entrenamiento de animadoras fui en su busca. Bajé a gran
velocidad del coche y entré al taller por la puerta grande. Alex se acababa
de levantar de debajo de un coche y fue a coger un trapo para limpiarse las
manos de grasa. Estaba nerviosa. Las manos me temblaban y el corazón me
iba a mil por hora. No sabía cómo decirle todo lo que sentía después de lo
que habíamos pasado, pero necesitaba contarle la verdad.

Alzó la mirada y, cuando me vio, frunció el ceño.

—Chloe, ¿qué haces aquí?

Dejó el trapo donde lo había cogido y dio un paso hacia mí. Yo me


quedé paralizada en el sitio, embriagándome de la imagen del hombre que
tenía delante. Me sudaban las manos. La respiración se me aceleró. Alex
tenía el mono puesto como la última vez, con las mangas atadas alrededor
de la cintura, cosa que no ayudaba mucho a que me centrara.

—Quería… hablar contigo.

—¿Sobre qué?

Era ahora o nunca.

Respiré hondo antes de contestar.

—Yo…, bueno. Quería decirte que…, yo…

De pronto apareció Britt y rodeó su cuello con los brazos y posó los
labios sobre su boca. Alex intentó separarse para poder hablar conmigo,
aunque por más que hiciera, ella no lo soltaba.

—¿Estáis juntos? —se me quebró la voz.

Todo empezó a darme vueltas. Mis ojos se desviaron hacia el hombre


que estaba entre los brazos de Brittany; Alex tenía la mirada puesta en mí,
con el ceño ligeramente fruncido, sin comprender a qué había venido.

—Sí —respondió Brittany—. Alex es mi nuevo novio.

Nunca pensé que podría sentir algo parecido a esto. Era como si me
hubieran rajado con un cuchillo y hubieran echado sal a la herida abierta.
Como si me hubieran lanzado a un vacío tan inmenso que me ahogaba.
Creía que Alex no sentía nada por Britt, pero aquí estaba ella abrazada a su
cintura.

—¿Y Sean? —conseguí preguntar.

—Lo hemos dejado —gimió ella. Se dio la vuelta y lo abrazó por la


espalda. Él seguía con la mirada puesta en mí—. Alex es mil veces mejor
que Sean.

Se inclinó y posó sus labios sobre su mejilla. Yo asentí repetidas veces,


intentando asimilar lo que estaba viendo. Cerré los puños con tanta fuerza
que me clavé las uñas en las palmas. El dolor demostró que esto era real y
no una jodida pesadilla.

¿Cómo había podido estar tan ciega? Ellos nunca se habían sentado
juntos, nunca habían caminado agarrados de la mano… ¿Cómo había
pasado sin que yo me diera cuenta? ¿Entonces lo que dijo en el lago era
mentira? ¿Yo a él no le gustaba? ¿Lo dijo solamente para acostarse
conmigo?

—¿Qué es lo que querías decirme? —me preguntó Alex.

No creía que nada de lo que dijera fuera a cambiar algo.

Estaban juntos.

No había vuelta atrás.


—Nada importante. Ya…, ya nos veremos el lunes. Adiós.

Me di la vuelta y me monté en el coche. Arranqué el motor, y cuando el


taller se convirtió en un punto diminuto, dejé salir todo lo que llevaba
dentro, las lágrimas que había estado conteniendo desde el primer momento
en que los había visto juntos.
12

Sarah aparcó a una manzana de la fraternidad donde se celebraba la fiesta.


Al principio, ir a una fiesta universitaria no me había parecido una buena
idea, más que nada porque dos estudiantes de último curso de instituto no
pintaban nada en una fiesta de ese tipo, pese de haber sido invitadas por un
amigo de Sarah. Esta noche me había propuesto olvidar a Alex Wilson, el
chico problemático que solamente me había traído calentamientos de
cabeza, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para intentarlo. Incluso ir
a una fiesta donde no conocía a nadie.

Seguí la melena dorada de mi amiga hasta el interior de la enorme casa,


impresionada por la cantidad de personas que había reunidas en el
minúsculo espacio, bebiendo y bailando sin parar, siempre y cuando no
estuvieran besándose o manoseándose.

La pista de baile se había habilitado en una habitación situada frente al


salón, donde los gigantescos altavoces colgados de las paredes hacían sonar
la música electrónica que pinchaba el disc-jockey sobre una especie de
tarima improvisada con varias mesas.

Cuanto más me adentraba en la fiesta, más segura estaba de que había


sido mala idea venir. La gente parecía estar en un rollo completamente
diferente al nuestro. Sin embargo, forcé una sonrisa y me comporté como si
esta fuera la noche más importante de mi vida.
—Voy a por bebidas —me dijo Sarah al oído antes de adentrarse entre
cuerpos sudorosos para llegar a la cocina, situada al final del barullo de
personas.

Deambulé por la casa en busca de algún lugar donde sentarme. Hallé un


sofá vacío en el salón. Mientras esperaba a mi amiga, estudié
minuciosamente el lugar donde me encontraba, esperando sacar algo bueno;
vi a personas bailando pegados, a otros besándose y a otros bebiendo. Todos
ellos parecían estar divirtiéndose, sumergidos bajo la influencia de una
canción con mucho ritmo la cual no conocía y que tampoco me gustaba.
Estaban absortos a todo lo que pasaba a su alrededor.

Supuestamente, una fiesta es la mejor forma de distraerse después de


una larga e intensa semana de estudio y entrenamiento, aunque yo me sentía
fuera de lugar. No me gustaba salir de fiesta. Prefería mil veces quedarme
en casa viendo una película con amigos o con mi padre, o quedar en alguna
cafetería donde pasar la tarde tranquilamente.

De repente una pareja se sentó a mi lado en el sofá, besándose tan


apasionadamente que parecía que fueran a mantener relaciones sexuales en
cualquier momento, sin importar que hubiera gente a su alrededor que
pudieran verlos. El chico metió la mano por debajo de la camiseta de la
chica para sobarle las tetas. Ella estaba encantada. Y durante una milésima
de segundo imaginé que ellos dos eran Brittany y Alex…

¿Cuánto más iba a tardar Sarah en traer las bebidas?

Quise marcharme cuando vi a un hombre que se acercaba a mí con dos


vasos rojos. No sabía si realmente venía hacía aquí, pero cuando sus ojos se
posaron en los míos y sonrió, lo supe; desde mi posición pude apreciar que
tenía la barba recortada y un buen físico: espalda ancha, brazos grandes, y
por la forma en que la camiseta se ajustaba a su cuerpo supe que debajo
debía tener unos abdominales bien definidos. Por la tenue luz no logré ver
muy bien su rostro, pero algo dentro de mí me decía que era guapo.
Se sentó a mi lado y me tendió uno de los vasos.

—Gracias, pero mi amiga ha ido a por bebida.

—Lo sé. Una chica rubia me ha pedido que te trajera esto.

Miré hacia los lados con la esperanza de encontrar a Sarah y que me


explicara por qué había mandado a un tío bueno a traerme la bebida.

Volvió a ofrecerme el vaso. Esta vez lo acepté a pesar de que no me


gustara la cerveza.

Ahora que podía ver mejor su rostro, me percaté de que tenía una bonita
sonrisa, de esas capaces de transmitir buen humor. Lo curioso es que tenía
la sensación de haberla visto antes… El tono rubio de su cabello
perfectamente peinado resaltaba el precioso azul de sus ojos.

—Nunca te he visto por la universidad —comentó después de darle un


sorbo a su vaso; extendió el brazo por el respaldo del sofá—. ¿Estudias aquí
o en otra parte?

—En otra parte.

Decidí obviar el hecho de que iba al instituto.

—¿Te apetece bailar? —me preguntó.

—¿Y por qué debería bailar contigo?

Alcé una ceja coqueta.

—Porque soy un bailarín espectacular.

Se levantó, me quitó el vaso y lo dejó en el suelo, a un lado del sofá. Me


tendió la mano con una amplia sonrisa y cuando la acepté, me llevó hasta la
pista de baile.

—Me llamo Christian, por cierto —dijo, acercándose a mi oído para que
pudiera oírlo por encima de la música que en esta parte de la casa sonaba
más fuerte. Una oleada de su perfume me envolvió. Olía bastante bien.

—Chloe —contesté del mismo modo.

Contemplé su rostro, pensativa, intentando descifrar cuáles eran sus


intenciones conmigo; estábamos bailando pegados una canción electrónica,
cosa que ya era de por sí raro. Sus manos, posadas en mi cintura, y fueron
descendiendo más y más, hasta que estuvo a punto de colocarlas en mi
trasero. Antes de que pudiera hacerlo, las volví a subir. Quería perder mi
virginidad, pero no quería hacerlo con un hombre al que no volvería a ver
en mi vida

—¿En qué piensas? —me preguntó.

—En la clase de chico que eres.

Frunció el ceño.

—No sé si eres de esos que buscan un polvo y después si te he visto no


me acuerdo, o si por el contrario eres de los que buscan una relación seria.

—¿Y a qué conclusión has llegado? —me estrechó con fuerza contra sí,
acercándome todo lo posible a su cuerpo. Dejé descansar las manos sobre
su pecho y lo miré a los ojos.

—Debido a lo que has intentado hacer antes, deduzco que eres de los
que solo buscan un polvo.

—Tienes razón. En parte —dijo—. Antes solo quería sexo, pero ahora
no. He llegado a un punto en el que me he cansado de tener que salir
corriendo después de acostarme con alguien por si nos pillaban las amigas o
los padres. Ahora prefiero tener una relación algo más… seria y duradera,
¿entiendes? Quiero a alguien con quien compartir mi vida.

Asentí.

—¿Y tú qué clase de chicas eres? —me preguntó.

—Dímelo tú.

—Creo que eres una chica que ha venido a pasárselo bien —dijo con
una sonrisa—. También creo que has venido para olvidarte de un capullo
que se ha reído de ti.

Vale, que supiera eso era muy extraño… Al no ser que fuera un X-Men y
pudiera leerme la mente como Charles Xavier, cosa que era imposible al
menos que estuviéramos en una película de Hollywood. Dejé de bailar y me
marché para buscar a mi amiga. La única que podía haberle dicho todo eso
era Sarah, es la única explicación lógica que se me ocurría… Pero ¿por qué
iba a hacer algo así? ¿Por qué iba a traicionarme de esa manera? No tenía
sentido.

La encontré en la cocina hablando con un chico de pelo y ojos oscuros.


Él estaba sentado sobre la encimera y ella a su lado, con los codos apoyados
en la barra americana mientras se reía de algo que acababa de soltar el
chico.

—Sarah.

Ella giró la cabeza y me miró con las mejillas sonrosadas por el alcohol.

—¿Por qué le has contado mi vida a ese hombre? —le pregunté,


molesta.

—¿No lo has reconocido?


La miré confusa.

—Es mi primo Christian —dijo.

Espera, ¿qué?

—Pensaba que le reconocerías en cuanto lo vieras…

—Pues no.

Christian se colocó a mi lado y me miró con una enorme sonrisa traviesa


que delataba que había ocultado su identidad a propósito. Lo maldije en
silencio y con una sonrisa.

Ahora que sabía quién era en realidad, fui consciente de cuánto había
cambiado desde la última vez que nos vimos; ya no era ese niño escuálido
que me besó cuando era pequeña y que me rompió la camiseta jugando al
pilla-pilla.

—¿Todo bien por aquí?

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—Quería saber si me reconocerías después de tanto tiempo.

—Han pasado once años, Christian —repliqué—. Y has cambiado


mucho desde la última vez que nos vimos. Es completamente normal que
no te haya reconocido.

—Tú también has cambiado mucho. Estás preciosa.

—Bueno, os dejo para que podáis poneros al día —dijo mi amiga,


llevándose a su nuevo ligue a otra parte—. Luego nos vemos.
Christian rodeó la encimera y se colocó al otro lado para sacar un vaso
de la torre que había detrás de él. Lo llenó de cerveza y me lo tendió, pero
lo rechacé.

—Entonces Sarah te ha contado por qué estoy aquí.

—Solo me ha dicho que quieres olvidar a un impresentable y que


querías distraerte. Por eso os invité. Creí que sería bueno para ti.

—Y lo es —en cierto modo, así era—. Gracias.

Dio un trago y se acercó a mí, vacilante.

—¿Quieres hablarme de ese chico? —preguntó con cautela—. La gente


suele decirme que sé escuchar.

—Gracias, pero la verdad es que no. No me apetece.

—Vale —sonrió.

—Oye, no hace falta que te quedes aquí por mí. Seguro que habrá
alguien que te está echando de menos. Puedes marcharte. Yo estaré bien.

—¿Y por qué iba a querer marcharme? Estoy frente a la chica más
increíble de la fiesta. Además, hace mucho que no nos vemos. ¿Te apetece
que subamos a mi habitación para poder hablar mejor?

Las películas me habían enseñado que si un chico quería llevarte a su


habitación no era precisamente para hablar. ¿De verdad quería yo acostarme
con Christian? ¿Y si se daba cuenta de que era virgen? ¿Y si Sarah se lo
había dicho?

Entrelazó sus dedos con los míos y me condujo a través de la multitud


de personas hasta llegar a las escaleras. El corazón me latía despavorido por
los nervios. Tragué saliva y respiré hondo. En la planta superior había
menos gente, y la que había estaba haciendo cola para entrar al baño.
Subimos una planta más y al final del pasillo se encontraba su habitación.
Una vez que estuvimos dentro, cerró la puerta con el pestillo para que nadie
pudiera interrumpirnos.

El sonido amortiguado de la música retumbaba en las paredes. Encendió


una pequeña lámpara situada en una mesita auxiliar que, pese a sus
dimensiones, su luz alumbraba toda la habitación. Había dos grandes
camas; una en el centro y otra en el fondo, debajo de una ventana donde se
podía ver la universidad.

—¿Compartes habitación?

—Sí. No hay dormitorios suficientes para todos. Pero tranquila. Nadie


nos va a molestar. ¿Te apetece algo para beber? ¿Agua, refresco…?

—No, gracias. Estoy bien.

Nos sentamos en el borde de la cama. Las manos me temblaban tanto


que no sabía cómo hacer que parasen. Notaba una presión en el pecho que
no me dejaba respirar, como si los nervios se hubieran convertido en una
burbuja que crecía cada vez que Christian me acariciaba el hombro con
suavidad.

—Sarah me ha contado que nunca antes lo has hecho.

Gracias Sarah por contarle a tu primo algo tan privado.

—Si no quieres que pase nada, no pasará —dijo—. Antes de nada quiero
que estés segura de que esto es lo que quieres. No quiero que te veas
obligada a hacer algo que no quieras.

Asentí, sin saber qué estaba haciendo.


Sin pensarlo demasiado me lancé hacia él y presioné mis labios contra
los suyos. Al principio Christian se sorprendió por mi espontaneidad, al
igual que yo, pero después se relajó y se entregó por completo,
devolviéndome el beso con viveza; me acostó sobre la cama con cuidado,
sus dedos recorrieron mis piernas desnudas al mismo tiempo que se dejaba
caer sobre mí.

Mientras me abría paso por su boca, mis manos descendieron por su


espalda, clavando las uñas allá donde se deslizaban. Las suyas vagaron
seguras hacia mi trasero, hundiendo los dedos en mi carne para restregar su
creciente erección contra mí. Sentirla me sobresaltó, y tuve la necesidad de
apartar la pierna.

Pensaba que esto era lo que quería, lo que necesitaba para olvidar a
Alex, pero no. No era lo que quería.

—Espera, espera —dije—. No puedo hacerlo.

Se separó de mí.

Me senté en el borde de la cama y me llevé las manos a la cabeza en un


intento de calmar los nervios que habían tomado el control de mi cuerpo.
Había estado a punto de acostarme con Christian pese a que no podía sacar
a Alex de mi mente.

Esto había sido una mala idea.

La peor de todas.

—¿Estás bien? —me peguntó, besándome el hombro.

—Sí, sí. Es solo que… No estoy preparada todavía.

—No te preocupes. Lo haremos cuando lo estés.


Me sentía avergonzada. Lo único que quería hacer era salir corriendo de
la fiesta y volver a casa, refugiarme en mi cuarto y con suerte ver alguna
película con mi padre si todavía seguía despierto. Pero en vez de eso,
Christian me envolvió entre sus brazos y me tumbó a su lado.

—¿Te apetece que veamos una película?

—Vale.

—¿Alguna en especial?

—Sorpréndeme.

Se levantó de la cama y se acercó al escritorio donde había un portátil


encima. Lo desconectó de la corriente, lo abrió mientras se acercaba de
nuevo a la cama y cuando lo dejó sobre el colchón, vi que había abierto
Netflix.

—Puedes ponerte cómoda —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que
se quitaba los zapatos y los dejaba a un lado de la cama. Yo hice lo mismo.

Christian se acercó a mí y me pasó el brazo por los hombros,


acercándome a su cuerpo. Yo me acomodé en su pecho, viendo cómo la
pantalla del ordenador reproducía la película que había escogido.
13

Noté un brazo ajeno envolviéndome la cintura y pegándome a un cuerpo


grande y musculoso. Al abrir los ojos, lo primero que vi fue a Christian
plácidamente dormido a mi lado con el entrecejo fruncido, soltando un leve
ronquido. No supe en qué momento de la noche me quedé dormida mientras
veíamos la película, pero debía salir de aquí cuanto antes si quería llegar
con vida a la graduación.

Me levanté cuidadosamente para no despertarle. Tomé su mano y la


quité de mi cintura despacio, dejándola caer sobre la cama. Busqué los
tacones cuando noté movimiento a mi espalda.

—¿Huyes de mí? —su voz sonaba áspera. Se había quitado la camiseta


en algún momento de la noche que no llegaba a recordar, dejando a la vista
su trabajado cuerpo.

—Claro que no.

Me atrapó entre sus brazos y se dejó caer conmigo encima de la cama.


Presionó sus labios en los míos y me inmovilizó con su abrazo.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —susurró junto a mi boca.

—Por supuesto.
—Mi prima me contó que estuviste con un tal Brett durante varios años.
¿Por qué no te acostaste con él?

Me solté de su agarre y me senté en el colchón.

—Al principio no estaba preparada para hacerlo, y cuando creí estarlo le


encontré en el despacho del entrenador con una compañera de las
animadoras.

—Menudo idiota —dijo—. Yo sí que esperaré por ti.

Se me escapó una leve sonrisa.

—¿Y con Alex?

Escuchar su nombre en la boca de Christian se me hizo raro. Vine a la


fiesta en un intento de demostrarme a mí misma que no me importaba que
Alex estuviera saliendo con Brittany. Pero al escuchar su nombre…, algo
dentro de mí se movió con fuerza.

—Mi prima habló también de un tal Alex.

—Vaya con Sarah… Te ha puesto al día.

—No te enfades con ella —me pidió, dándome un beso en el hombro—.


He sido yo quien ha intentado sonsacarle la máxima información posible. Y
en su defensa diré que no ha hablado mucho de Alex.

Tuve el fugaz pensamiento de si Sarah le había contado también que


estuvo saliendo con nuestro profesor. Seguro que de eso se habrá olvidado.

—Si no quieres hablar de él, no pasa nada. Lo entiendo.

—Alex es lo peor que me ha podido pasar —dije más bien para mí, pues
necesitaba creer que así era—. Desde que nos conocimos ha estado riéndose
de mí. Pero también me ha demostrado que puede llegar a ser muy
diferente, que puede ser amable, simpático…, no sé. Es bastante
complicado de explicar.

—¿Y por eso te gusta tanto? ¿Porque te tiene fascinada?

—No lo sé. Ahora tiene novia así que…

Encogí los hombros y suspiré.

—Si me dejas, yo puedo ayudarte. Puedo hacer que te olvides de Alex


—estiró la mano y me acarició la mejilla con sus nudillos, sus ojos me
miraron sinceros y brillantes—. Si me dejas, puedo hacer que te enamores
de mí.

De repente mi móvil empezó a sonar. Me levanté y me acerqué al


escritorio donde anoche dejé mi bolso. La imagen de mi padre apareció en
la pantalla. Tenía veinticuatro llamadas perdidas y treinta y tres mensajes
suyos.

—Mierda. Mierda. Mierda.

Me puse los tacones rápidamente.

—¿Qué pasa? —inquirió Christian, preocupado.

—Mi padre ha estado llamándome toda la noche… ¿Dónde está el


cuarto de baño?

—Fuera, en el pasillo.

Christian me señaló la puerta del baño. Encontré mi reflejo en el espejo,


cerciorándome de que tenía un aspecto horrible; el maquillaje levemente
corrido en los labios y alrededor de los ojos al igual que el pelo enredado.
Me eché agua en la cara y restregué con fuerza para eliminar todo rastro de
maquillaje. Mientras me peinaba rápidamente con los dedos, Christian se
apoyó en el quicio de la puerta, a la espera de que terminara para llevarme a
casa. Se había puesto la misma camiseta de anoche.

—¿Preparada? —me preguntó cuándo terminé.

—Vamos.

En el piso de abajo debía haber por lo menos unas veinte personas


durmiendo en el salón, entre bolsas de patatas fritas vacías y vasos de
plástico. Desplazarse resultó ser una tarea un tanto complicada, pues debían
haber tirado algo al suelo porque se me quedaba los tacones pegados. El
hedor que pululaba por la estancia era de todo menos agradable. Me tapé la
nariz con los dedos, aunque tampoco resultó ser de gran ayuda.

—¿No tienen habitación?

—La mayoría no son de aquí. Después de una fiesta siempre se quedan


algunas personas a dormir. Están demasiado borrachas como para coger el
coche o para ir a sus residencias.

Salimos de la fraternidad. La brisa fresca de la mañana me golpeó de


lleno en la cara. Respiré profundamente el aire fresco de octubre y dejé que
me llenara los pulmones. Esta sería una mañana agradable si no me hubiera
quedado dormida y si mi padre no estuviera a punto de matarme.

Seguí a Christian hasta una moto negra que había aparcada frente a la
casa. Colocó el segundo casco sobre mi cabeza y me ayudó a subirme a la
moto, detrás de él. Le rodeé con los brazos, sujetándome con fuerza a su
torso para no perder el equilibrio. Giró el puño y se adentró en la carretera.
No tardamos mucho en llegar, a estas horas había poco tráfico. Me bajé de
la moto y le entregué el casco. Después de estar casi toda la noche con los
tacones, me dolían bastante los pies, por eso decidí quitármelos. Sentí como
si me hubieran liberado de unas cadenas de tortura.

—Hacía mucho que no venía por este barrio.

—Pues quizá eso cambie a partir de ahora —sonreí.

Presioné mi boca contra la suya y sus manos se clavaron en mi trasero.

—Gracias por traerme.

—No hay de qué.

Volvió a besarme.

—Un amigo y yo vamos a ir a la bolera esta tarde. ¿Quieres venir


conmigo?

—Em, sí, claro. Se lo diré a Sarah para que venga también.

—Perfecto —sonrió—. Nos vemos esta tarde.

Le di un último beso antes de entrar en casa a hurtadillas por si mi padre,


con suerte, estaba en su habitación. Logré cerrar la puerta sin hacer el más
mínimo ruido, incluso me impresioné cuando se cerró sin hacer su famoso
chirrido. No obstante, cuando quise subir las escaleras para ir a mi
habitación, mi padre apareció desde la cocina, sobresaltándome. Llevaba
puesto el pijama, y por las manchas negras que tenía alrededor de los ojos
supe que no había podido dormir en toda la noche.

—¿Dónde estabas?
Mi padre era una persona muy tranquila por lo que el tono de su voz era
generalmente sosegado y dulce. Ahora había optado por una tonalidad más
bruta y grave, y su rostro tomó una expresión de furia descontrolada.

—Bebí más de la cuenta y me quedé a dormir en casa de Sarah. Sé que


debí haberte avisado, pero el móvil se me quedó sin batería y no lograba
recordar tu número. Lo siento mucho, papá… Te prometo que no volverá a
ocurrir.

—¿Por qué mientes? —el tono de su voz era cada vez más duro y
amenazador. Nunca le había visto tan enfadado—. Acabo de verte bajando
de esa moto. ¿Quién coño era ese tío?

—El primo de Sarah —dije en un tono tranquilo, intentando que se


calmara. No me gustaba verlo alterado, y mucho menos si yo era la culpable
—. Me ha traído porque ella se encontraba mal y no podía conducir.

—Pues tienes una extraña relación con su primo —instó de malas


maneras—. Chloe, he visto cómo os besabais y cómo te agarraba del culo…
¿Acaso crees que me chupo el dedo?

No supe qué decir, por lo que me quedé callada.

Se pasó la mano por la cara y se acercó a mí.

—¿Estás saliendo con él? —preguntó algo más calmado.

—Es demasiado pronto para decir que estamos saliendo, pero hemos
quedado esta tarde para ir a la bolera en una cita doble. Sarah también
vendrá.

—Pues siento decirte que tú no irás. Estás castigada.

—Pero, papá…
—Pero nada —dijo, tajante—. Así aprenderás a no volver a estar toda la
noche fuera y a coger el teléfono. A partir de ahora irás del instituto a casa.
Nada más.

—¿Y qué hay de los entrenamientos?

—Irás a los entrenamientos, pero en cuanto acabe vendrás directa a casa.


Y ahora sube a tu habitación.

Subí las escaleras de dos en dos. Cerré la puerta y empecé a quitarme la


ropa que llevaba. Entré al cuarto de baño para darme una buena ducha de
agua fría mientras asimilaba el hecho de que casi perdía mi virginidad en
una fiesta universitaria.

Christian siempre había sido muy atento conmigo y fue el único que me
hizo sonreír después de fallecer mi madre. Fue aquel amor inocente de una
niña que no sabía lo que sentía. Pero ahora habíamos crecido. Todo era
diferente. Y aunque mi padre me había castigado, pensaba ir a la bolera.
Cueste lo que cueste.

En cuanto terminé de ducharme, me puse algo cómodo y me senté en la


cama con las piernas cruzadas y teléfono en mano. Busqué el número de mi
amiga en la agenda.

Contestó a los dos tonos:

—Que ayer te quedaras dormida en la cama de mi primo significa que


hubo movida… ¿Qué tal fue? ¿Te dolió mucho? La primera vez suele doler,
pero créeme que después de eso solo va a mejor y…

—No pasó nada —la interrumpí.

—¿Ah, no? —parecía confusa.

—No. Aunque él quería que pasara.


—¿Y tú no?

—No…, no lo sé. Siempre he querido que mi primera vez fuera especial,


y una vulgar fiesta de fraternidad me parece de todo menos especial.

—Te comprendo; yo también quería que mi primera vez fuera especial,


y en vez de eso me emborraché tanto en una fiesta que me acosté con el
cretino de James…

—¿Y cómo es que yo no sabía nada de eso? —le increpé.

—Porque tampoco fue para tanto. Además, no considero que esa fuera
mi primera vez.

—¿Entonces con quién fue tu primera vez?

—Quería que mi primera vez fuera con Woody, aunque visto lo visto no
creo que suceda nunca. Lo que sentía por él era… especial. Mágico.
Sinceramente, dudo que pueda llegar a sentir lo mismo por otro hombre. Y
es una pena porque me moría por saber qué se siente al hacer el amor.

—¿Acaso hay diferencia entre el sexo y hacer el amor?

—Por supuesto. Cuando tienes sexo con alguien, los sentimientos no


están involucrados —explicó—. Puedes tener sexo con quien quieras que
no va a significar nada más que eso. Sexo. Sin embargo, cuando haces el
amor, cuando estás enamorada de esa persona es tan… diferente. Las
caricias, los besos… Simplemente te entregas en cuerpo y alma. Si sigues
quedando con mi primo y te acuestas con él, lo entenderás.

—Hablando de tu primo —dije—. Me ha preguntado si quería que


fuéramos a la bolera con él y un amigo. En plan cita doble.

—Claro —dijo—. ¿Su amigo es guapo?


—No lo sé. No le he visto. El problema es que mi padre me ha castigado
por llegar tarde a casa.

—Pues ya sabes qué tienes que hacer.

Bajé las escaleras con la mochila del instituto colgando del hombro. Mi
padre estaba sentado en uno de los taburetes de la cocina, leyendo la
correspondencia. En cuanto me oyó llegar, alzó la vista y me lanzó una
mirada confusa.

—¿Adónde crees que vas? Estás castigada.

—Tengo que ir a casa de Sarah para terminar un trabajo de clase. Pero si


quieres que me suspendan y que mi media baje, me quedaré en casa.

Di media vuelta con la intención de volver a mi habitación cuando su


voz me detuvo. Reprimí una sonrisa de satisfacción y puse cara de
indiferencia.

—De acuerdo —cedió—. ¿A qué hora piensas volver?

—No lo sé. Lo más seguro es que cene allí.

—Ten el móvil disponible en todo momento, ¿vale?

—De acuerdo.

Salí de casa con un torbellino de emociones en el cuerpo. Odiaba mentir


a mi padre, pero también tenía muchas ganas de salir con Christian. Mi
intención era ir a la bolera un rato y con las mismas volver a casa.
En cuanto llegué a casa de Sarah, subimos a su habitación. Sus padres
no estaban, habían salido con su hermano pequeño a cenar fuera por lo que
el plan no podía flaquear. Saqué la ropa que había metido en la mochila y la
dejé sobre la cama. Había pensado ponerme algo sencillo; vaqueros negros
altos ajustados con rotura en las rodillas y una blusa granate sin mangas. A
Sarah le gustó tanto mi atuendo que escogió un conjunto muy parecido al
mío, pero en vez de una blusa, se decantó por una camiseta de manga corta
en color blanco.

Aparcado en la carretera, había un todoterreno esperándonos.

—No sé cómo mi primo puede permitirse ese coche, la moto y pagar la


universidad con un sueldo de camarero —dijo mi amiga—. Debe invertir en
bolsa o algo para ganar tanto dinero.

—Puede que haya pedido un préstamo —encogí los hombros—. O tal


vez sus padres le hayan dado dinero.

—Mis tíos no tienen tanto dinero, Chloe.

Al lado de Christian había un chico guapo de ojos, pelo y piel oscura.


Por la sonrisa que dibujó mi amiga al verle supe que a ella también le había
parecido guapo.

Después de ponernos las zapatillas reglamentarias, nos pusimos a jugar a


los bolos. Para hacer la partida algo más interesante, decidimos hacer una
pequeña apuesta: Chicos contra chicas. Una batalla épica en la que se
jugaba quién debía pagar la cena. Y sinceramente esperaba que ganásemos
nosotras ya que no había traído dinero.
Empezamos nosotras.

Agarré una bola amarilla, introduciendo los dedos corazón y anular en


los agujeros. Me coloqué en la línea de tiro. Apunté al centro de los bolos,
respiré hondo y lancé. La bola se deslizó por el suelo laminado de madera,
marcando nuestro primer pleno de la noche.

—¡Toma! —exclamé, emocionada.

Solía venir a menudo con mis padres y la familia de Sarah cuando era
pequeña. Todos los sábados nos encerrábamos aquí y jugábamos partidas
interminables, hasta que una de las familias se rindiera. Tras la muerte de
mi madre dejamos de venir. Por eso cuando dijeron de jugar a los bolos
tenía miedo por si había perdido mi toque. Menos mal que no había sido
así.

Choqué los cinco con mi amiga para celebrar mi primer pleno de la


noche. Cuando Sarah propuso que los equipos fueran chicos contra chicas,
estaba convencida de que íbamos a ganar. Ella y yo formábamos un gran
equipo. Siempre lo habíamos sido.

Me senté a su lado y marqué mi puntuación en la pantalla.

Ahora era el turno de Christian. Agarró una de las bolas y apuntó. Me di


cuenta de cómo se le marcaban las venas de los brazos, los músculos tensos
de la espalda cuando lanzó la bola.

Cayeron cinco bolos.

Se giró y me miró con expresión decepcionada.

—¡Qué lastima! Espero que seas bueno en otras cosas, porque a los
bolos ya veo que no.
Me sacó la lengua como un niño pequeño antes de volver a coger otra
bola. Yo sonreí. Christian lanzó de nuevo la bola sobre la pista para no
derribar ni un solo bolo.

Iba a ser bastante fácil ganar.

Ahora era el turno de Sean.

—Buen tiro —le felicité.

Había tirado nueve bolos.

—Gracias —sonrió.

—Y dime, Sean… ¿Tienes novia?

Sarah me pellizcó disimuladamente en la pierna para mandarme a callar.


Pero no tenía intención de hacerlo.

Sean dibujó una pequeña sonrisa tímida.

—No —respondió—. No tengo.

—Qué casualidad. Sarah tampoco tiene pareja.

Ahora era el turno de mi amiga. Se levantó y me advirtió con la mirada


que dejara la conversación. ¿Y qué fue lo que hice? Seguir. Pensaba llegar
hasta el final. Si Christian podía ayudarme a olvidar a Alex, quizá Sean
podría hacer lo mismo con Woody.

—Te dije que estaba disponible —dijo Christian a su amigo.

—¿Te gusta? —pregunté a Sean.


—Es muy guapa y simpática, pero acabo de salir de una relación y no
me apetece volver con otra rubia, la verdad. Creo que las rubias no son para
mí.

—Sarah es diferente a las demás chicas que has conocido, eso te lo


aseguro. Tampoco tienes que pedirle salir ahora mismo, aunque podrías
intentar conocerla y si surge algo…, bienvenido sea.

Sarah volvió después de marcar otro pleno.

Se sentó entre Sean y yo.

—¿De qué hablabais?

—De lo malísimos que son jugando a los bolos —sonreí.

Terminamos la partida. Tal y como esperaba, ganamos nosotras.


Mientras debatíamos sobre dónde íbamos a cenar, mi padre no dejó de
agobiarme a mensajes para preguntarme cuánto me quedaba para terminar
el trabajo y volver a casa. No paró hasta que respondí que si seguía
interrumpiéndome constantemente no iba a acabar nunca. Fue entonces
cuando se tranquilizó un poco y me dio algo más de tiempo de libertad.
Finalmente, para no seguir perdiendo el poco tiempo que mi padre me había
dado en buscar algún local, decidimos cenar en el mismo restaurante de la
bolera.

Nos sentamos alrededor de una mesa cuadrada con un sofá en forma de


U tapizado en rojo. La tenue luz del lugar hacía del espacio una zona
privada e íntima en comparación a la jauría que había en las pistas de bolos.
La música de ambiente que sonaba por los altavoces mantenía el volumen
adecuado para mantener una conversación sin necesidad de alzar la voz.

Sean propuso a Sarah jugar al billar en la zona de los recreativos


mientras esperaban a que llegara la comida que habíamos pedido. Ella
sonrió y se marcharon.
—Parece que se gustan —comentó Christian, acercándose a mí y
posando su brazo por la largura del respaldo del sofá. Su pulgar hizo
pequeños círculos sobre mi hombro—. ¿Puedes decirme quién es ese
hombre que ha hecho daño a mi prima? No quise indagar demasiado, pero
sé que tuvo un novio y que ya no están juntos.

—No puedo hablar de eso contigo, Christian. Entiéndelo. Si te lo cuento,


estaría traicionando su confianza. Si quieres saberlo, tendrás que hablar con
ella.

Si alguien se llega a enterar que el profesor David Grant mantenía una


estrecha relación sentimental con una alumna y encima menor, las
consecuencias serían devastadoras. Además, tampoco era asunto mío. Si
Sarah quería contárselo a su primo estaba en todo su derecho. Pero yo no
iba a hacerlo.

Asintió con una leve sonrisa.

—Eres una buena amiga.

Me incliné y presioné mis labios contra los suyos, despacio. Pero


Christian quiso más, necesitaba mucho más que un simple beso; su mano
derecha se desplazó desde mi tobillo hasta el trasero, donde clavó los dedos
y me pegó a su cuerpo. Su lengua me exploró. El pulso se me aceleró en
cuanto puso mis piernas sobre su regazo y pude sentir el bulto de su
entrepierna. Eso me puso muy nerviosa, aunque intenté no pensar
demasiado en ello y disfrutar el momento.

Un gruñido que no provenía de ninguno de los dos nos sobresaltó. La


camarera de ojos oscuros estaba frente a nosotros con la comida sobre la
bandeja y un rubor tan grande en las mejillas como yo tenía en las mías.

—Ya está vuestra comida lista.


La camarera dejó la comida y los refrescos sobre la mesa. Cuando se
marchó, pude volver a respirar con normalidad. Christian también estaba
avergonzado, no podía levantar la mirada del suelo, aunque tenía una
sonrisa tontorrona en el rostro.

—Voy a decirles que la cena está lista.

Me dirigí a la zona de recreativos. En la mesa de billar había tres bolas,


dos lisas y una rayada, esparcidas por el espacio además de los tacos, como
si se hubieran dejado la partida a la mitad.

Doblé la esquina al escuchar gruñidos y respiraciones aceleradas. Frente


a los cuartos de baño, Sean y Sarah estaban besándose contra la pared con
demasiada pasión.

—Ejem, ejem.

Rápidamente se separaron y actuaron como si no hubiera pasado nada;


los labios de mi amiga estaban hinchados, al igual que los de Sean. Ella se
peinó con los dedos para arreglar la coleta de los pelos que se habían
soltado por el furor del beso. Sean se aclaró la garganta y miró hacia
cualquier otra parte que no fuera a mí.

—Ya han traído la cena.

—Vale —contestó ella—. Ahora vamos.

—De acuerdo.

La cena estuvo increíble, a pesar de que se hubieran agotado las


hamburguesas y nos viéramos obligados a elegir una pizza. Mi padre solo
me había enviado un mensaje en una hora, un milagro viniendo de él:
AAPAPÁ

¿Cuánto te queda? Sigues castigada

CHLOE DAVIS

Ya hemos terminado.

Enseguida estoy allí.

Le dije a Christian que me dejara en casa de Sarah.

Me acompañó hasta la puerta.

—¿Haces algo mañana?

—Tengo que entrenar todo el día —dije—. La semana que viene es el


primer partido de la temporada y necesitamos ensayar.

—Si quieres, podría acompañarte.

Se mordió el labio inferior.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto. Me encantará ver cómo meneas el trasero. Y eres mi


chica. Haría cualquier cosa por ti —me besó—. Entonces ¿quieres que te
lleve al entrenamiento?

Asentí con una sonrisa.


14

A la mañana siguiente me preparé para el entrenamiento. Metí dentro de la


bolsa unos pantalones cortos y una camiseta, además del gel de baño y
champú para ducharme después. Hoy iba a ser un día bastante duro, íbamos
a estar casi todo el día ensayando para terminar de pulir las acrobacias,
saltos y demás para que la actuación fuera mucho más impresionante.

CHRISTIAN BAKER

Estoy fuera

Me colgué el bolso sobre el hombro y salí de la habitación.

—¿A qué hora termina el entrenamiento? —me preguntó mi padre


mientras bajaba las escaleras. Todavía tenía el pelo mojado por la reciente
ducha.

—No lo sé. Creo que para las seis ya habremos acabado.

—Recuerda que estás castigada.

—¿Cómo voy a olvidarme si no dejas de repetírmelo?


Le di un beso en la mejilla y salí por la puerta. Caminé calle abajo donde
Christian esperaba para llevarme al entrenamiento. El castigo
indirectamente también incluía a chicos, por eso le había dicho que me
esperara a un par de casas de distancia para asegurarme que mi padre no
nos viera.

Christian, vestido con un vaquero ajustado y una camiseta blanca, estaba


apoyado en su coche. Le di un beso en la mejilla y tras dejar la bolsa en la
parte trasera, me senté en el asiento del copiloto. Hizo rugir el motor y puso
rumbo al instituto.

Mis compañeros ya estaban preparados en el centro del gimnasio,


esperándome para empezar con el entrenamiento mientras estiraban.
Localicé a Sarah entre ellos. La saludé con la mano.

—Nos vemos luego.

Me incliné para besarlo. Después me dirigí a los vestuarios para


cambiarme y comenzar cuanto antes el entrenamiento. Al regresar, lo
primero que hice fue comprobar la asistencia. Faltaba una persona.

—¿Alguien sabe dónde se ha metido Brittany? —pregunté en voz alta.


Nadie contestó—. ¿Cuántos ensayos se ha perdido ya?

—Cinco o seis —respondió Amanda.

Suspiré, frustrada.

—No puede seguir faltando a los entrenamientos y menos cuando queda


tan poco para el partido. Mañana hablaré con ella. Si no me da ningún
justificante, lo mejor será echarla por el bien del equipo. No podemos
permitirnos más retrasos.

Todos asintieron. No quería llegar a ese extremo porque Brittany era una
de las mejores bailarinas, y además la más veterana. Pero por muy buena
que fuera, no podíamos seguir consintiendo que sus faltas nos retrasara
estando tan cerca el partido.

Después de un duro e intenso ensayo, por fin acabamos. Debido al hueco


que había dejado Brittany nos vimos en la obligación de crear nuevos pasos
para cubrirla. Pero con la ayuda de Sarah y de las nuevas chicas resultó más
fácil meter nuevos pasos a la coreografía original, haciendo que fuera aun
más impresionante. Estaba deseando que llegara el partido de lacrosse y
poder mostrarlo al mundo entero.

Christian no me quitó los ojos de encima mientras ensayaba. Yo también


lo miraba cada vez que tenía la oportunidad, pero eso solo agravó el
sentimiento de culpa; saber que lo estaba utilizando para olvidarme de Alex
hacía que me sintiera la peor persona del mundo, por mucho que hubiera
sido idea suya.

—¿Qué os ha pasado al principio? —me preguntó Christian al llegar a


su coche. Me puse el cinturón de seguridad—. Parecíais un poco perdidos.

—Una compañera nos ha fallado. Otra vez. Y por su culpa hemos tenido
que cambiar algunas cosas. Mañana hablaré con ella. No me gustaría tener
que echarla pero…

—¿Cuándo es el partido?

—El martes. Mañana tenemos el último ensayo.

—Entonces, cuando hables con ella, si no te da una razón de peso por


haber faltado a los entrenamientos, haz lo que tengas que hacer. No podéis
tener este tipo de fallos a vísperas del partido.

—Eso tendré que hacer… ¿Quieres venir al partido?

—No puedo —respondió—. Tengo…, cosas que hacer.


—Después del partido el instituto ha organizado una pequeña fiesta en el
gimnasio. Puedes pasarte si acabas pronto.

—Lo tendré en cuenta —sonrió.

Se inclinó hacia mí y me besó.

Cuando entré en clase el lunes por la mañana, algo me llevó a mirar a los
últimos asientos, fijándome en el hombre que escribía un mensaje por
teléfono. Él alzó la mirada y sus ojos se posaron en los míos. El corazón me
dio un vuelco. Caminé con seguridad a pesar del temblor que se había
apoderado de mis piernas y me senté en mi sitio para cortar el intercambio
de miradas.

Brett apareció por la puerta hablando con un amigo. Tenía mejor aspecto
que la última vez, aunque aún seguía un poco pálido por el virus que pasó.

—Ahora vengo —le dije a Sarah—. Voy a hablar con Brett.

Fui a los pupitres de primera fila.

—Hola —saludé—. ¿Cómo te encuentras?

—Mucho mejor, la verdad. Gracias por preocuparte.

—Pues no se nota… Tienes una pinta horrible.

—Lo siento. No todos podemos estar siempre perfectos como tú.

No pude evitar reírme.


—Me alegro que te hayas recuperado. Por cierto, Jackson vino el otro
día para preguntarme por ti. El equipo está muy preocupado por si no
puedes jugar el partido.

—Incluso si estuviera vomitando y con un dolor estomacal que no me


dejase ponerme en pie, no me perdería el partido por nada del mundo —
aseguró—. Es nuestro último año, y no hay nada que más desee que ganar
el campeonato. Tal vez eso me ayude a entrar en un equipo profesional.

—Seguro que sí.

Sin saber por qué, levanté la mirada y miré a Alex, que seguía con el
teléfono móvil. Sus dedos volaban sobre la pantalla. Me pregunté si estaba
escribiendo a Brittany.

—¿Todo bien con Alex? —me preguntó Brett.

—Sí. Bueno…, no lo sé.

—¿Sabe que te gusta?

Lo miré sorprendida.

—Vamos, Chloe. No saltes de nuevo con eso de que es demasiado


pronto. Yo ya lo tengo olvidado completamente. Y sé que tú también. Si
incluso he empezado a salir con una chica…

—¿Ah, sí? —eso sí que no me lo esperaba—. ¿Con quién?

—No me cambies de tema. ¿Sabe Alex que te gusta?

Me crucé de brazos sobre el pecho y aparté la mirada.

—No, no lo sabe —exhalé—. El viernes fui al taller de su tío para


decírselo, pero fue entonces cuando descubrí que estaba saliendo con
Brittany —me encogí de hombros—. Supongo que llegué demasiado tarde.

—Lo siento mucho, Chloe.

—Yo también —forcé una sonrisa—. Pero todo pasa por algo, ¿no? Tal
vez Alex y yo no estábamos predestinado a estar juntos. El lado bueno es
que fui a una fiesta universitaria y me encontré con el primo de Sarah.
Christian. ¿Recuerdas que te conté que mi primer beso fue con él?

—Sí —frunció el ceño—. ¿Qué pasa con él?

—Estuvimos hablando y una cosa llevó a la otra y… Hemos empezado a


salir.

—¿En serio? Vaya, Chloe.

Sonaba decepcionado.

—¿Qué pasa?

—Pues que no pensaba que fueras ese tipo de chicas que utiliza a los
hombres.

—No utilizo a nadie, Brett. Christian me gusta y…

—Pero Alex también te gusta —me interrumpió—. Y por lo que he


estado viendo, te gusta mucho más de lo que crees. ¿No sería más lógico
esperar hasta saber bien qué es lo que sientes antes de empezar una
relación?

Sus palabras se me clavaron profundamente. En el fondo sabía que tenía


razón, que no debería empezar una relación con alguien cuando aún seguía
sintiendo cosas por otra persona. Pero Christian sabía perfectamente lo que
yo sentía por Alex y estaba dispuesto a intentarlo.
Aunque eso no hacía que me sintiera mejor.

Regresé a mi sitio.

—¿Cómo está? —inquirió Sarah.

—Bien. Me ha dicho que está saliendo con una chica.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa.

—¿Con quién?

—No ha querido decírmelo —respondí—. También le he contado que


estoy saliendo con Christian. Me ha dicho que no debería haber empezado
una relación si todavía siento algo por ya sabes quién.

Una mano se posó en mi hombro y me sobresaltó.

—¿Tienes novio? —me preguntó Alex con la voz queda.

—Sí. ¿Algún problema? —masculló mi amiga.

—¿Puedo saber quién es?

Alex no apartaba la mirada de mí ni un segundo. Yo intenté contestar,


pero las palabras se me atascaban en la garganta. Me gustaría poder decirle
la verdad, que fui al taller para confesarle lo que sentía y que no pude
hacerlo porque había empezado a salir con Brittany. Pero por más que lo
intentaba, no conseguía pronunciar ni una sola palabra.

—No es del instituto —respondió mi amiga con desdén—. Es un


universitario buenorro. Chloe ya no pierde el tiempo con niñatos de
instituto.

Alex tensó la mandíbula y me fulminó con la mirada.


—Eres increíble —musitó—. Eres tal y como pensaba.

Yo también estaba empezando a creerlo.

El profesor entró y dio comienzo a la clase.

Sarah y yo nos sentamos en nuestra mesa de la cafetería en la hora libre.


Con nosotras se encontraban algunas compañeras de equipo, hablando
sobre los problemas sexuales de una de ellas mientras nos tomábamos la
comida.

—Cada vez que intento hacerlo siempre me duele —comentó Amanda


después de habernos explicado con todo lujo de detalles sus relaciones
sexuales—. ¿A vosotras también os pasa lo mismo?

—No —respondí—. A mí nunca me ha pasado.

—¿Puede que sea porque la tenga demasiado grande?

—No creo que sea por eso —contestó Amanda—. Según he oído, Brett
la tiene enorme. Y si a Chloe nunca le ha pasado, dudo que sea por eso.

Sarah y yo intercambiamos una mirada cómplice. Cuando Brett y yo


empezamos a salir, la gente empezó a pensar sin motivo alguno que
habíamos tenido sexo. Supuse que al ser el capitán de lacrosse y la capitana
de animadoras lo dieron por hecho. Y por más que dijera que no había
pasado nada entre nosotros, la gente seguía empeñada en que mentía. Llegó
a un punto en que dejé de resistirme y empecé a nadar con la corriente. Era
inútil cambiar la opinión de una persona que se negaba a escuchar.
—Por cierto, ¿habéis visto a Brittany? —cambié de tema.

—Estaba con Alex hace un rato.

—Voy a hablar con ella.

—¿Quieres que te acompañe? —me preguntó Sarah.

—No hace falta.

Me levanté con la esperanza de verla por la cafetería. Busqué su melena


rubia entre la multitud de gente que había, y al no verla por ningún lado,
decidí salir fuera.

Bajo la sombra de aquel árbol donde Alex me llevó cuando me sacó de


la pelea, Brittany estaba sentada entre sus piernas, apoyada en su pecho
mientras Alex reía.

—Britt, ¿puedo hablar contigo a solas?

—Puedes hablar aquí. No oculto nada a mi novio.

Ladeó la cabeza y lo besó. Me mordí el labio inferior, sintiéndome


incapaz de olvidar que se hubieran besado delante de mí. Me crucé de
brazos y traté de pensar en otra cosa.

—¿Por qué has estado faltando a los entrenamientos?

—He tenido cosas que hacer con mi novio, pero tranquila, no volveré a
faltar. Te lo prometo.

—Claro que no vas a faltar. Estás fuera del equipo.

Pues había sido más fácil de lo que creía.


—¿Qué? —preguntó ella, alterada—. ¡Tú no puedes hacer eso!

—Claro que puedo. He hablado con el equipo y están de acuerdo.


Brittany, has faltado a seis entrenamientos porque querías estar con tu
novio. Respeto que queráis pasar tiempo juntos, y si no estuviera el partido
tan cerca me daría igual, pero el partido es mañana y ayer tuvimos que crear
pasos nuevos para cubrir tu hueco.

—¿Por qué eres así? —preguntó Alex, consternado.

—Tú no te metas —contesté, tajante.

Brittany se levantó y me plantó cara.

—No te atrevas a hablarle así a mi novio.

Eso era lo último que me faltaba por escuchar…

—Mira, no es mi culpa que tu novio absorba todo tu tiempo y no te deje


ir a los entrenamientos. Yo he venido a buscarte para saber por qué habías
faltado, y realmente esperaba que fuera por algo más importante que estar
atada a tu novio. Pero al no ser así, me veo en la obligación de echarte del
equipo.

—¡Pero no es justo! —se quejó, haciendo un puchero.

—Déjala —siseó Alex. Sus ojos me escudriñaron—. Seguro que está tan
ensimismada con su nuevo novio que ya no sabe lo que está diciendo.

Puse los ojos en blanco.

—Podéis pensar lo que queráis —dije—. Esto es una decisión que he


tomado por el bien del equipo. Y no metas a mi novio en esto cuando no
tiene nada que ver. Además, no lo conoces para que hables así de él.
—Te conozco a ti. Eres fácil de convencer.

Decidí ignorarlo y centrarme en Brittany.

—Lo siento, Britt. Estás fuera.

Retrocedí en mis pasos para volver al comedor junto con mis amigas.
Pasé el umbral de la puerta y vi a Sarah sentada en la mesa. Cuando intenté
ir hacia ella, una mano me asió de la muñeca y tiró de mí para darme la
vuelta.

—¿A qué ha venido lo de antes? —me preguntó Alex alzando la voz


para que todos en el comedor escucharan cómo volvía a dejarme en
evidencia.

—¿De qué estás hablando? —pregunté del mismo modo.

—Lo de Brittany, pasar de mi… ¡Lo de todo!

—Como ya os he dicho antes, Brittany ha faltado a varios


entrenamientos por tu culpa estando tan cerca el partido y he tenido que
prescindir de ella. Y lo de pasar de ti…, porque no me importas. ¿Te parece
esa una buena respuesta? Ahora déjame en paz de una maldita vez.

—¿Qué no te importo? —bramó—. ¿Por qué fuiste al taller el viernes


entonces?

Porque quería estar contigo, pero llegué demasiado tarde.

—Te lo diré yo —añadió alzando aún más la voz—: Es porque estabas a


falta de cariño porque a tu novio, ese universitario buenorro, no se le
levanta y quisiste meterte en mi cama… ¡Por eso viniste! ¡Porque desde el
primer día de clase has querido meterte bajo mis pantalones para tenerme
bajo tu control!
Hasta aquí llegó mi paciencia. No pensaba seguir tolerando que la gente
pensara que Alex tenía razón cuando solo soltaba estupideces. Estaba
demasiado cansada de mantener una imagen que solo había conseguido
traerme dolor de cabeza.

—No me conoces.

—¡Te conozco! —gritó—. ¡Eres igual que todas!

—Para tu información, soy virgen.

Alex me miró consternado, como si hubiera visto a un cerdo con alas


volando por encima de nuestras cabezas. Yo contuve con todas mis fuerzas
las lágrimas que amenazaron por salir y dejé que la exasperación tomara el
control.

—No me conoces, así que deja de decirlo de una puta vez. No sabes
cómo soy, no sabes lo que quiero hacer con mi vida, no sabes por todo lo
que he tenido que pasar para estar donde estoy ahora… No tienes ni puta
idea de nada.

—Conozco lo que tú me has enseñado —masculló.

—Bueno, una cosa es lo que soy y otra muy diferente lo que muestro, y
muestro lo que yo quiero que vean. Tú también eres un experto en eso ¿no?
Hago exactamente lo mismo que tú, esconderme detrás de una fachada para
que no vuelvan a hacerme daño. ¿Esa seguridad y esa superficialidad que
tanto aparento? Falsas. En realidad odio ser el centro de atención y odio con
todo mi corazón actuar para seguir las apariencias. ¿Esa vida perfecta que
según tú tengo? No existe. Cuando mi madre falleció echaron a mi padre
del trabajo y estuvimos años bajo el resguardo económico de mi abuela
porque no podíamos permitirnos un mísero panecillo. A los quince, empecé
a trabajar para ayudar a mi padre con los gastos y tuve que combinar eso
con los estudios, las clases, los entrenamientos… y todo porque me
preocupaba lo que la gente pensara de mí. Pero ya no puedo más. Estoy
demasiado cansada de ser Chloe la perfecta, la que todos los chicos desean
y la que todas las chicas quieren ser. Todo de mí es una puta mentira…
Enhorabuena, Alex. Ya has conseguido desenmascararme delante de todos.
Ahora todo el mundo sabe la verdad sobre quién soy: Una chica mentirosa
que se odia a sí misma por todo lo que ha hecho para ser alguien que no es.

Su pecho ascendía y descendía frenéticamente, sin apartar la mirada de


mis ojos. Yo me eché a reír porque no quería llorar. Había permanecido
tanto tiempo con la máscara que ahora me sentía completamente expuesta.
Desnuda. Y todo gracias a Alex. Ahora volvía a ser solo aquella chica que
perdió a su madre y que todos sentían lástima por ella.

—Eres un hipócrita, ¿lo sabías? —continué—. Me acusas a mí de ser


como las demás animadoras que has conocido, pero luego sales con una de
ellas. ¿Por qué? ¿Tanto te calienta? Por eso decidiste salir con ella, ¿verdad?
Porque eres tú quién está a falta de cariño. Pues ten mucho cuidado; cuando
menos te lo esperes, cuando más enamorado estés de ella, te abandonará
como todas las personas que han entrado en tu vida.

Regresé a mi mesa, incapaz de mirar otra cosa que no fuera la ensalada


que tenía delante, porque si levantaba la mirada y veía a Alex, estaba segura
de que me derrumbaría. Por fin había soltado toda la verdad, todo lo que
llevaba quemándome por dentro había salido a la luz. Estaba muy cansada
de soportar el peso de la imagen que llevaba cargando desde que comencé
el instituto.

Alex salió por la puerta tras golpearla con fuerza, haciendo que todo
aquel que estuviera cerca se sobresaltara. Noté los ojos de todos mis
compañeros, acusativos, preguntándose por qué los había engañado a todos
durante tanto tiempo. Algunos me miraron con odio. La mayoría
sorprendidos. Otros seguían mirándome igual que antes, una mezcla de
admiración y lascivia.

Me sentí abrumada. Acongojada.


No pude soportarlo más y salí corriendo al cuarto de baño.

Una vez allí me derrumbé. Me apoyé en la pared y caí al suelo sin poder
dejar de llorar. Las lágrimas me abrasaban. Me dolía el pecho. Me
temblaban las manos y las piernas. Era una sensación horrible. Agotadora.
Devastadora. Ahora mismo lo único que quería hacer era ir a casa y
esconderme en mi habitación y no volver al instituto nunca más.

La imagen de chica perfecta, la capitana de animadoras que era segura


de sí misma, la que no le importaba lo que decían los demás, la chica
carismática… se había hecho añicos. Ahora volvía a ser aquella chica
tímida e insegura que odiaba que la mirasen con pena. Odiaba ese
sentimiento. Por eso decidí cambiar mi imagen. Mostrarme de una manera
diferente para sentirme diferente.

Y ahora era libre.

Pero no sabía si eso iba a ser bueno.

Sarah entró en el cuarto de baño y se arrodilló delante de mí para


abrazarme. Sus ojos llorosos hicieron que me sintiera peor todavía. Me
estrechó entre sus brazos y sollocé sobre su pecho, aferrándome a la única
persona que siempre había sabido quién era realmente y nunca me había
juzgado, la única amiga de verdad que había tenido en mi vida.

—No llores, por favor —me pidió.

—No puedo más, Sarah. Estoy tan cansada de todo…

—Lo sé —enjugó la lágrima que se deslizaba por mi mejilla y dibujó


una media sonrisa con la intención de que yo hiciera lo mismo, pero yo me
sentía incapaz de sonreír—. Mira el lado bueno de todo esto.

—¿Acaso hay un lado bueno?


Porque si había uno, yo no lo veía.

—Ahora puedes ser la verdadera Chloe Davis. Tú misma me has dicho


millones de veces que estás cansada de aparentar ser alguien que en
realidad no eres. Ahora puedes ser tú misma.

—No es tan fácil —balbuceé—. ¿No has visto cómo me miraban todos?
Me odian.

—No te odian, solo están sorprendidos y tienen que asimilarlo todo. Ya


verás cómo dentro de poco volverán a adorarte como siempre. Creo que
algunos incluso te adoran más ahora que has dejado a Alex por los suelos…
Ha sido increíble, Chloe. Estoy muy orgullosa de ti —volvió a abrazarme
con fuerza—. Has hecho lo correcto.

—Pues no me siento como tal…

¿Cómo se supone que iba a mirar ahora a mis compañeros? No tenía ni


idea de las repercusiones que habría después de mi inesperada confesión.
Aunque si había aprendido algo de ser la capitana de animadoras es que
debía mantenerme firme y no permitir que los comentarios negativos me
hundieran. Aunque para ello tuviera que seguir fingiendo.

Entré en clase una vez que me quité el maquillaje de la cara que se había
corrido de tanto llorar. Todo el mundo me miró, incluso hubo quienes me
llamaron mentirosa. Brett los mandó a callar antes de acercarse a mí y
abrazarme.

—Siento mucho lo que ha pasado…

—Estoy bien. Pero gracias.

—Alex no puede seguir hablándote de esa forma, Chloe. Alguien


debería darle su merecido. En cuanto lo vea pienso hacerle pagar por todo
lo que ha hecho.
—No vas a hacer nada.

Por mucho que odiara a Alex en estos momentos, no quería que se


metiera en otra pelea por mi culpa. Simplemente quería olvidar todo lo que
había pasado hoy y pasar página.

—Brett tiene razón —protestó Sarah—. Alex necesita aprender que no


puede ir humillando a la gente así como así. Y si no lo hace Brett, ten por
seguro que lo haré yo.

—No quiero que hagáis nada —siseé—. Prometédmelo.

Tras una breve pausa, ambos dijeron resignados:

—Lo prometemos.

Me senté en mi sitio habitual. Brett ocupó el pupitre frente al mío


mientras despotricaba de Alex con Sarah. Yo no podía dejar de pensar en la
expresión de su rostro. Y cuanto más lo pensaba, más sentía cómo me iba
rompiendo por dentro.

Brittany entró hecha una furia a clase. Cuando sus ojos se posaron sobre
mí, su rostro se transformó; me agarró del pelo con fuerza y tiró para
levantarme de la silla.

—¡No vuelvas a besar a mi novio!

Sarah la empujó y la separó de mí con brusquedad. Ella dio un traspié y


casi cayó al suelo justo en el momento en el que Brett se interpuso entre las
dos para impedir que me pusiera la mano encima de nuevo.

Alex apareció y trató de llevarse a su novia consigo, pero Brittany


parecía estar anclada al suelo.
—¡Yo no he intentado besar a tu novio! —exclamé.

—¡Mientes!

—¿Puedo saber qué le has contado a tu novia? —pregunté al hombre


que estaba a su lado y que no me quitaba los ojos de encima.

—Yo no le he dicho nada —aseguró.

—Ha sido Jackson —dijo la aludida—. Me ha dicho que desde que


descubriste que Alex está saliendo conmigo vas tras él para vengarte por
haberme acostado con Brett.

—Eso es mentira —intentó persuadirla Alex.

—¿Y por qué iba Jackson a mentirme?

—Tal vez porque está enamorado de mí desde siempre y yo nunca he


estado interesada en él —dije—. Te lo ha dicho para llamar mi atención.
Además, ni muerta me besaría con Alex. No es mi tipo. Y tampoco lo
soporto. Es todo tuyo.

—Chloe tiene razón —añadió Brett—. Jamás se besaría con alguien que
la ha humillado e insultado como ha hecho Alex. Te aseguro que no le gusta
esa clase de tíos.

Brittany se dio la vuelta y miró a su novio, arrepentida por su


innecesario ataque de celos; Alex seguía mirándome fijamente con esa
intensidad arrebatadora que provocó que todo el vello de mi cuerpo se
pusiera de punta.

—Lo siento —dijo Brittany—. Me he puesto un poco loca.

—No te preocupes. Ven aquí.


Alex agarró de la cintura a Brittany y posó sus labios sobre su frente. Yo
me quedé mirando ese acto inocente, sintiéndome la persona más
desgraciada del universo. Alex me observó mientras seguía abrazado a ella.
Presentí que quería decirme algo, pero no dijo nada.

Este año no estaba resultando ser para nada como esperaba. Pensaba que
este año todo sería perfecto, que mejoraría mis notas y que sería el mejor
año de mi vida. Sin embargo, todo eso se había visto truncado desde la
llegada de Alex. Se había propuesto hacerme la vida imposible y de
momento lo estaba consiguiendo.

En este año todo había cambiado. Todo.

Desde que vino él.


15

Después de clase teníamos el último entrenamiento antes del primer partido


de la temporada. Estaba muy contenta por cómo había quedado el baile a
pesar de las controversias; al principio pensaba que no tendríamos tiempo
de arreglar los huecos que había dejado Brittany después de sus faltas de
asistencias. Gracias al empeño y al esfuerzo de las chicas habíamos
conseguido que la nueva e improvisada coreografía fuera todavía más
potente y asombrosa.

Después de mi declaración esperaba que me mirasen diferente, que mis


admiradores se olvidaran de mí, que mis compañeras de equipo me dejaran
de lado por haber estado mintiéndoles durante tantos años… Sin embargo,
las miradas incisivas y los comentarios hirientes solo duraron un par de
horas, pues después de mi confesión, Clancy, un chico del club de
informática había pedido salir a una animadora, y tras rechazarlo, se tropezó
con alguien que llevaba una botella de agua y el líquido se derramó en sus
pantalones de tal modo que parecía que se había meado encima. Cada una
de mis mentiras pasaron al olvido y la gente se empezó a reír de Clancy…
Esa es una de las ventajas de estar en el instituto, que un momento estás en
la cima de los cotilleos y al segundo vuelves a ser una desconocida.

Pero para ser Chloe Davis, se habían olvidado muy rápido de mí.

Nos encontrábamos a un lado del campo de lacrosse, rematando los


pasos del cierre. Los chicos propusieron acabar con un salto que habían
estado practicando durante las últimas semanas, y cuando me lo mostraron,
a pesar del entusiasmo que pusieron, no les salió tan bien como les hubiera
gustado, aunque entendí qué pretendían hacer. Podría quedar bastante bien
en la coreografía, siempre y cuando consiguieran dominar el paso.

—Me gusta mucho la idea —dije—, pero seguid practicando. Si al final


conseguís dominar el salto, lo incluiremos en la coreografía. Y si no es así,
no os preocupéis porque estará incluido en la siguiente actuación, ¿de
acuerdo?

Ellos asintieron, motivados en continuar practicando.

—Chicos —alcé la voz para que me oyeran todos—. Ahora desde arriba
—avisé con una palmada antes de acercarme al altavoz para poner la
música a todo volumen.

Brittany, con el uniforme puesto, el pelo recogido en una cola de caballo


y un maquillaje que resaltaba sus ojos azules, estaba al lado del altavoz con
una sonrisa tímida.

—¿Qué haces aquí?

—Hay entrenamiento y tengo que aprender el nuevo baile.

—No, Britt. Estás fuera del equipo.

—Por favor —suplicó—. No quiero perder esto también.

Suspiró antes de continuar.

—Mis padres se han separado —dijo—. Mi madre se ha fugado con otro


y mi padre se ha ido a un retiro espiritual o algo así. Estoy sola. Solo tengo
a Alex y al equipo… Por favor. Me comprometo a no volver a faltar nunca
más. Te lo prometo.
Lo medité durante un segundo, y la verdad es que podía llegar a
entender por lo que estaba pasando; yo misma me aferré a lo poco que tenía
cuando falleció mi madre. ¿Qué clase de persona sería si no le diera otra
oportunidad? Además, con su ayuda y experiencia, estaríamos más cerca de
ganar a las animadoras del Richmore, y eso era mucho más importante que
cualquier problema que hubiera entre nosotras.

—De acuerdo —dije al fin—. Estás dentro —ella empezó a dar saltos de
alegría—. Pero —frenó de golpe y su cuerpo se tensó— en este partido no
actuarás. Hemos creado nuevos pasos sin ti y ya no tenemos tiempo de
modificar otra vez la coreografía ni enseñarte los pasos.

Resignada pero entusiasmada, se abalanzó para abrazarme. Yo me quedé


estupefacta. Brittany, la chica que se acostó con mi novio y que tantos
rumores había soltado de mí, ¿abrazándome por voluntad propia? ¿Qué será
lo siguiente? ¿Qué se disculpara por lo de hoy?

—Siento lo de esta mañana —¿Acaso hay un Apocalipsis y no me he


enterado?—. No sé en qué estaba pensando al confiar en Jackson después
de lo que te hizo…

—No te preocupes. Quédate y ve el baile si quieres.

Se sentó en la banqueta mientras nosotras practicábamos el nuevo baile.


Me percaté de que Alex estaba mirándome desde las gradas. Al principio
pensé que miraba a Brittany, hasta que me di cuenta de que sus ojos me
seguían cada vez que cambiaba de posición, como un gato a un puntero
láser.

Alex era un enigma que antes quería descifrar, pero después de los
últimos acontecimientos ya no sabía qué debía hacer; todavía me gustaba
mucho pese a lo que había sucedido. Sin embargo, ahora más que nunca
sabía que Alex y yo jamás podríamos mantener una relación.
Al acabar el entrenamiento me fui a casa. Estaba super cansada por la
intensidad que habíamos mantenido hoy. Deseaba acostarme en la cama y
ver la vida pasar. Levantarme únicamente cuando fuera un nuevo día, hasta
recuperar toda la energía que había perdido durante el ensayo. Solo iba a
salir de la cama si había hamburguesas con queso para cenar.

Cuando introduje la llave en la cerradura, unos pasos a mi espalda que se


aproximaban velozmente me sobresaltaron. En una milésima de segundo,
Alex subió al porche de una zancada y colocó su mano sobre mi boca para
evitar que gritara.

Por mucho que no lo soportara, por mucho que intentara odiarle con
todas mis fuerzas, cada vez que lo tenía cerca, cada vez que me tocaba, una
corriente eléctrica se apoderaba de mi cuerpo; era una sensación especial y
única.

—Si quito la mano, ¿gritarás?

Negué lentamente con la cabeza.

Sus ojos me observaban. Yo miré su boca entreabierta y la forma en la


que se mordía el labio inferior, provocando en mi interior un calor inmenso
que crecía con el contacto de su piel.

—¿Qué haces aquí, Alex? —procuré que no me temblara la voz.

—Yo solo quería… hacerte una pregunta.

—Rápido, por favor. Estoy cansada y me gustaría descansar.

—Emm… Esta mañana, en el comedor, has dicho que estabas oculta


detrás de una fachada… ¿Estabas diciendo la verdad o solo era un plan para
humillarme delante de todos?

Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos, como si ese gesto pudiera
mantenerme alejada de su influencia.

—Aunque te cueste creerlo, no todo gira a tu alrededor. Y sí, todo lo que


dije en el comedor es cierto. Tiendes a juzgar a las personas antes de
conocer realmente cómo son.

—Puede que tengas algo de razón en eso, pero yo solo veía lo que tú me
enseñabas. No podía verte porque estaba ciego por esa máscara que
llevabas.

Me quedé callada porque tenía razón.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—¿Y de qué hubiera servido? —repliqué—. Estoy segura de que lo


habrías utilizado en mi contra.

—No. Yo jamás haría algo así porque…

—Lo único que has hecho hasta ahora es humillarme y…

—… me importas mucho, Chloe —terminó.

Mis mejillas ardían de la vergüenza y la excitación.

Alex dio un paso hacia mí.

—Por favor, deja de morderte el labio —separó mis labios con suavidad.
Ese acto me dejó sin aliento—. Lo siento —dibujó una media sonrisa
inocente que causó que mi corazón empezase a chocar con fuerza contra mi
pecho y mis piernas se convirtieran en gelatina.
—¿Qué pretendes con esto? —mascullé, reuniendo la poca fuerza que
me quedaba para empujarlo y alejarlo de mí—. ¿Reírte de mí otra vez?
¿Eso es lo que quieres?

—¿Qué? —parecía ofendido—. ¡Claro que no! Yo solo…

—Tengo novio.

—¿Y le quieres?

Sus ojos me miraron atentos y temerosos.

Yo traté de ser lo más sincera posible.

Estaba cansada de tantas mentiras.

—Es muy pronto para decirlo, pero me gusta mucho. Creo que, en un
futuro, podría enamorarme de él.

—¿Y te gusta más que yo?

Sus ojos llamearon mientras se acercaba lentamente a mí.

—¿Y quién dice que tú me gustes? —pregunté, intentando en vano


demostrarme a mí misma que no era cierto, que no me moría de ganas por
tocarlo y hacerlo mío.

—Te tiemblan las piernas cada vez que estás conmigo —su voz se
volvió ronca y sensual—. Te ruborizas, me doy cuenta por más que trates de
ocultarlo. Se te acelera el corazón cuando estoy cerca —volvió a colocarse
frente a mí y acarició mis mejillas—. No dejas de mirar mis labios… Por
todas esas razones sé que ahora mismo te mueres por besarme.

Y era cierto, me moría por volver a besarlo. Había estado soñando con
ello desde que sucedió la primera vez, sentir de nuevo el roce de sus
labios…

—Me gustabas —admití con voz temblorosa—. En pasado. Ahora estás


con Brittany y yo con Christian. Es demasiado tarde para los dos, Alex. Es
mejor así.

Sus manos, tras un breve momento de vacilación, se posaron en mi


cadera y me empotró contra la puerta. Se acercó tanto a mí que pude notar
su corazón latiendo despavorido sobre mi pecho, acompasándose con el
mío; clavó los dedos en mi carne y nuestra mirada se unió en una sola.

Aproximó sus labios a los míos. Yo los abrí, jadeante, deseando poder
fundirme en su boca. No me besó, esperó a que yo lo hiciera. Pero algo
dentro de mí aún se negaba a confiar en él.

—Bésame —susurró.

—Alex, no… —dije con un hilo de voz.

—Sé que quieres hacerlo…

—No…

—Sí —insistió—. Bésame. Yo quiero besarte, y sé que tú también


quieres besarme. Pero si me apartas, me iré y no lo volveré a intentar jamás.

Sus dedos se aferraron a mi cadera. Su olor me embriagó, se me aceleró


la respiración. Mis manos se aventuraron a ascender por sus brazos en una
suave caricia hasta llegar al cuello y envolverlo.

—Cada vez que te tengo delante pierdo el control…

—Yo también —admití en un susurro.


Buscó mis labios. Yo anhelaba que me besara, quería fundirme en su
boca hasta quedarme sin aliento… Por muchas ganas que tuviera, por
mucho que deseara arrancarle la ropa y subir a mi habitación, no podía
hacerlo; de algún modo que no lograba entender, Alex era un anhelo que en
el momento disfrutaría, pero que después lamentaría. Nuestra relación se
basaría en discusión tras discusión, humillación tras humillación. Y yo no
estaba dispuesta a meterme de lleno en una relación así.

Por esa razón decidí apartarlo y entrar en casa, bajo la protección y


seguridad que me proporcionaba estar al otro lado de la puerta.

Cuando llegué al instituto, me encontré con Sarah. Fue bastante fácil


distinguirla entre el resto de estudiantes, la camiseta verde pistacho que
llevaba resaltaba ante las demás.

—Ayer vino Alex a mi casa —solté mientras caminábamos por el pasillo


para ir hacia las taquillas.

Durante toda la noche estuve pensando en la sensación que me produjo


tener sus manos sobre mi cuerpo, sentir su respiración desde tan cerca. Una
pequeña posibilidad anidó en mi mente después de recordar todos los
momentos buenos que habíamos compartido, como la vez que me confesó
cómo superó su miedo a la oscuridad. Me gustaba creer que, si por un
casual daba una oportunidad a lo que sentía por Alex, saldría bien.

—¿Y qué pasó?

—Intentó besarme. Pero ese no es el verdadero problema, sino que yo


quería que lo hiciera. Estoy con Christian, pero cada vez que tengo a Alex
cerca yo… no puedo pensar con claridad.
—Sí que debe gustarte mucho para olvidarte de todo…

—Más de lo que nunca me ha gustado nadie —admití y suspiré.

Al llegar a las taquillas puse la combinación rápidamente y tiré para


abrirla. Cogimos el libro de español.

—Chloe, ¿realmente quieres olvidarte de Alex?

—Sí —aseguré—. Quiero olvidarle. El problema es que cada día que


pasa Alex hace algo que me confunde aún más… Incluso he llegado a tener
sueños eróticos, Sarah. Yo jamás en la vida había tenido un sueño húmedo.

Sarah se echó a reír a carcajadas.

—No te rías —refunfuñé—. Esto es grave.

—Lo que no entiendo es que si ambos sentís lo mismo, ¿por qué estáis
con otra persona? Es decir, si queréis estar juntos, no veo cuál es el
problema. Ya sabes que a mí Alex no me cae nada bien después de todo lo
que te ha hecho, pero no sé… si tanto te gusta y él siente lo mismo, ¿por
qué no lo intentáis?

—Porque sé que mi relación con Alex no llegaría a nada —dije a mi


pesar—. Estaríamos todo el día discutiendo, y paso de tener una relación
así, la verdad.

—Entonces, si realmente quieres olvidarlo, lo harás —aseguró—. Solo


necesitas algo de tiempo para enamorarte de mi primo. Una vez conseguido
eso, Alex solo será un recuerdo.

—Espero que tengas razón.

Nada más entrar por la puerta de clase, Brittany y Alex se estaban


besuqueando en última fila. Alex abrió los ojos en un acto reflejo y se
encontró con mi mirada. Yo traté de ignorarlos y caminé hacia mi asiento
actuando como si no me importara lo más mínimo, cuando, en realidad, me
quemaba por dentro cada vez que los veía juntos. No podía remediarlo.

El profesor Grant dejó su maletín sobre el escritorio y se situó frente a la


pizarra para escribir una palabra en español que yo copié en mi cuaderno.

—¿Has vuelto a hablar con Woody? —le pregunté en voz baja.

—No —susurró—. Ha estado llamándome, pero no quiero hablar con él


después de que me ocultara que estuvo casado mientras estaba conmigo.
Además, estos últimos días he estado quedando con Sean.

—¿Ah, sí? ¿Y qué tal?

—Pues muy bien, fuimos a…

—Chloe. Sarah —el profesor nos llamó la atención—. Si tan importante


es lo que estáis hablando, ¿por qué no lo contáis delante de todos?

Bajamos la cabeza y apuntamos todo lo que había escrito en la pizarra.


El profesor suspiró y continuó con la clase.
16

Hoy era el primer partido de la temporada y los nervios estaban a flor de


piel en los vestuarios. Hacía demasiado tiempo que no salíamos a bailar
delante de todo el instituto. Habrá quienes piensan que es fácil, sin
embargo, a la hora de la verdad, resulta complicado coordinar los pasos y
mantener el ritmo de la música al mismo tiempo que cientos de personas
están pendientes de cada uno de tus movimientos.

Desde los vestuarios de las chicas se podían escuchar los gritos y


aplausos de aquellas personas que habían venido a ver a su equipo ganar.
Debería de haber más de un centenar de personas allá fuera, esperando
ansiosas a que comenzara el partido.

Respiré hondo para calmar mi corazón acelerado y terminé de


recogerme el cabello en una coleta alta. Pese a que Brittany no iba a bailar
con nosotras esta noche, se había ofrecido a ayudar con el maquillaje.
Vestía el uniforme de animadora para apoyar moralmente al resto del
equipo, cosa que necesitábamos, pues mientras mis chicas se preparaban, no
podían dejar de temblar y de equivocarse con el maquillaje. Al ser la
capitana, caía en mí la responsabilidad de tranquilizar al equipo antes de
salir al campo, darles esperanzas y apoyo para que tuvieran confianza en sí
mismos.

Y eso era exactamente lo que pensaba hacer.


—¡Chicas! —di una palmada para llamar la atención de todas. Ellas
hicieron un corro a mi alrededor. No sabía exactamente qué decir para
animarlas si yo estaba igual que ellas, pero debía decir algo—: Sé que ahora
mismo estamos todas muy nerviosas, aunque no tenemos por qué estarlo.
No hemos ensayado mucho los nuevos pasos, eso es cierto, pero ha sido
más que suficiente porque somos unas animadoras de primera —vitorearon
un sonoro «sí»—. Brittany no saldrá esta noche con nosotras, pero estará
ahí, apoyándonos como siempre, al igual que toda la gente que hay allá
fuera. ¡Demostremos quienes son los mejores!

—¡Sí! —gritaron todos al unísono.

—Ahora, terminad de arreglarse.

Matías se acercó a mí.

—¿Al final vamos a añadir nuestro salto?

—Es cierto que os sale mucho mejor que la última vez, aunque todavía
necesitáis practicar un poco más. Dejémoslo para el próximo partido, ¿te
parece? Así disponéis de más tiempo para perfeccionarlo y que quede lo
mejor posible.

—Está bien —sonrió.

Mi padre entró a los vestuarios y me buscó entre las chicas. Cuando sus
ojos se posaron en mí, su sonrisa se ensanchó y abrió los brazos para que lo
abrazara.

—¿Qué haces aquí?

—Solo quería desearte suerte.

—Gracias —sonreí—. Ahora seguro que todo sale genial.


Me dio un beso en la frente.

—Voy a coger sitio. Nos vemos fuera.

—Hasta ahora.

Nada más terminar de maquillarme, cogí los pompones que había dejado
anteriormente en mi taquilla. Llené los pulmones de aire para intentar
calmar todas las emociones que se habían apoderado de mi cuerpo. Cuando
llegó la hora, me miré por última vez en el espejo para asegurarme que todo
estaba bien y después miré a mis chicas. Todas estábamos preparadas para
salir a escena.

Tal y como imaginaba, en las gradas había una gran cantidad de


personas coreando el nombre del equipo. La luna hacía horas que había
salido, brillante y solitaria, en lo más alto del oscuro cielo estrellado. El
campo estaba iluminado por enormes focos blancos. Los jugadores estaban
practicando antes de empezar mientras las animadoras bailábamos al ritmo
de la música que tocaba la orquesta del instituto. Escudriñé cada rostro que
había en las gradas con la esperanza de encontrar a Christian. Primero
encontré a mi padre, que me sonrió y levantó los pulgares para darme
apoyo. Después a Alex, que me guiñó un ojo cuando se dio cuenta de que lo
estaba mirando. Yo aparté la mirada con un rubor enorme en las mejillas.

¿Cuándo dejará de tener ese efecto sobre mí?

El silbato del arbitro dio comienzo al primer partido de la temporada de


lacrosse. Las animadoras teníamos reservada una banqueta en primera fila,
cortesía del instituto.

Al principio el marcador estuvo bastante igualado. 10-10. Brett no


estaba concentrado completamente en el juego, al menos esa era la
impresión que daba tras fallar tres tiros seguidos y caerse cada vez que
intentaba esquivar a un contrincante. Supuse que se debía a que no se había
recuperado del todo del virus, por eso no podía dar lo mejor de sí.
A medida que avanzaba el primer tiempo, el equipo visitante consiguió
marcar tres puntos más. Era la primera vez que nos marcaban tantos
seguidos en tan poco tiempo en la historia del instituto. Los ánimos de
nuestro equipo cayeron en picado y perdieron toda esperanza de que
pudiéramos ganar.

Uno del equipo contrario golpeó a Jackson con el stick y cayó sobre la
rodilla. Empezó a retorcerse sobre el césped sin poder dejar de gritar de
dolor mientras se sujetaba la pierna. Desgraciadamente sin él no teníamos
ninguna posibilidad de ganar; los suplentes eran demasiado malos… El tipo
de jugador que necesitábamos ahora era uno que supiera defenderse en el
campo, no a un par de críos que se metieron en el equipo solo para ligar.

Tuve una idea.

—Ahora vengo —le dije a Sarah.

Antes de que pudiera contestar, salí escopeteada hacia el entrenador


James. Se estaba rascando la nuca mientras pensaba una solución que nos
permitiera ganar el partido.

—Conozco a alguien que podría ayudar. Alex Wilson.

—¿Es bueno?

—No lo he visto jugar, pero creo que sí.

—Total, no creo que sea peor que esto —dijo, refiriéndose a los chicos
que les interesaba más la partida que sucedía en sus teléfonos que ganar el
partido—. Está bien. Dile que se ponga el equipo de Jackson. ¡Corre!

Asentí antes de correr hacia las gradas. Subí las escaleras todo lo rápido
que me permitieron las piernas hasta llegar a la décima fila, que era donde
se encontraba Alex. Sus ojos me miraron confusos. Yo apoyé las manos en
las rodillas y traté de recuperar el aliento.

Alex me lanzó una mirada llena de confusión.

—¿Qué haces aquí?

—El entrenador James… me ha pedido que… juegues.

Su ceño se frunció todavía más.

—Quiere que ayudes al equipo a ganar —añadí.

—¿Yo? —dijo, incrédulo—. Si ni siquiera estoy en el equipo. ¿Por qué


no saca a alguien del banquillo? Hay cuatro chicos sentados deseando poder
salir al campo… ¿Por qué yo?

—¿Pero te has fijado bien en ellos? Están jugando al móvil… Por favor,
Alex. No te hagas de rogar. Levántate y ve a ponerte el equipo de Jackson.

Junté mis manos y las coloqué bajo mi barbilla, esperando que ese gesto
sirviera para conmoverlo y que accediera a jugar en el lugar de Jackson.

—Pero no me habéis visto jugar… ¿Y si soy peor que ellos?

—Confío en ti. Por favor.

Alex se quedó callado, observándome con esos grandes y preciosos ojos


azules. Yo hice un puchero como último recurso para convencerle.

—De acuerdo —dijo al fin—. Pero que sepas que lo hago por ti.

Alex bajó de las gradas y se marchó a los vestuarios.


Antes de volver con mis compañeras, mi padre me preguntó con la
mirada si todo iba bien. Asentí. Cuando me senté al lado de Sarah, Brittany
se acercó a mí con los brazos colocados en jarras y una expresión inquieta.

—¿De qué hablabas con Alex?

—El entrenador me ha pedido que le preguntase si podía jugar. Como


sabrás, el lacrosse es su deporte favorito. Y si es tan bueno como creo,
seguramente nos ayude a ganar el partido.

—¿Alex juega al lacrosse? —se preguntó a sí misma. Después dibujó


una sonrisa y me miró—. Sí, claro… Ya… ya lo sabía.

Volvió a sentarse en su sitio.

El arbitro pitó el final del primer tiempo.

Ahora nos tocaba jugar a nosotras.

Nos colocamos en el centro de la pista. Todos nos observaban


entusiasmados, gritando, silbando y aplaudiendo con tanta fuerza que
apenas se podía escuchar la música en los altavoces. Nuestra canción
empezó y nos dejamos llevar por el ritmo.

Siempre me sucedía lo mismo: El momento justo antes de salir a escena,


los nervios se apoderaban de mí y se me revolvía tanto el estómago que
quería vomitar. Sin embargo, una vez que empezaba a moverme, todos los
nervios se esfumaban, dejando el entusiasmo y la adrenalina en su lugar.

Cuando tuve que hacer una serie de volteretas con dobles saltos, me
sentí igual que si estuviera flotando en una nube, como si todo lo que había
pasado los últimos días hubiera dejado de importar. Como si todos mis
errores hubieran quedado en otra vida. Todos empezaron a vitorear mi
nombre y eso me animó a entregarme al máximo, a dar lo mejor de mí.
Terminamos nuestra actuación entre aplausos y las animadoras del
equipo contrario salieron a escena. No es por fardar ni nada de eso, pero
nuestro baile fue mucho mejor; no iban coordinadas, los pasos no encajaban
en algunos tiempos y los movimientos no eran del todo limpios y se veían
forzados… Lo más probable es que no dispusieron del tiempo suficiente
para pulir bien la coreografía, pues les había visto actuar en otros partidos y
eran bastante buenos. De los mejores que había visto.

Otro silbato dio comienzo al segundo tiempo. Alex llevaba puesta la


camiseta de Jackson y el color granate resaltaba el tono bronceado de su
piel. Por un momento nuestras miradas se unieron en una sola, y sus
palabras que pasaron inadvertidas en su momento impactaron contra mí.

«Lo hago por ti».

Había aceptado a jugar por mí.

Desde que Alex entró en acción, había igualado el marcador. Se movía


con seguridad por el campo, sujetando con firmeza el stick como si hubiera
añorado su contacto y ya no quisiera desprenderse de él nunca más.
Resultaba hipnótico verlo jugar. Se notaba que ese era su sitio. Pero lo más
sorprendente era que, para llevarse tan mal con Brett, en el campo parecían
mejores amigos por la complicidad que tenían.

Alex consiguió marcar tres puntos seguidos en menos de quince


minutos. Y gracias a las asistencias de Brett, a su velocidad y la agilidad
que tenía a la hora de esquivar al equipo contrario, pudimos ganar el primer
partido de la temporada.

Todo el mundo empezó a saltar y a gritar de la emoción, yo incluida. Los


jugadores elevaron a Alex y a Brett por encima de sus cabezas. Ellos iban
agarrados de la mano, celebrando así la victoria y con una sonrisa triunfal
en sus rostros.
Salí corriendo hacia ellos y cuando bajaron a Brett, lo abracé mientras él
me hacía girar sobre sus talones.

—¡Hemos ganado! —exclamé.

—¿Cómo sabías que Alex jugaba tan bien?

—No lo sabía, en realidad —me encogí de hombros.

Unos amigos suyos se lo llevaron para seguir celebrando la victoria con


el entrenador. Busqué a Alex entre la multitud que se había formado en el
centro del campo para felicitarle, pero a quien vi fue a mi padre
acercándose a mí.

—¡Habéis ganado! —exclamó y me estrechó entre sus brazos con fuerza


—. ¡Enhorabuena! Habéis estado genial en la pista. ¡No podía quitaros los
ojos de encima!

—Gracias. ¿Vas a quedarte a la fiesta?

—Me temo que no —sonrió con tristeza—. Mañana trabajo.

—¿Y… puedo ir yo?

Hice un breve puchero para convencerlo.

Mi padre me miró con una sonrisa y después asintió.

—Solo por esta vez —advirtió—. Porque habéis ganado.

—Gracias —susurré, dandole un abrazo.

—Ten el móvil disponible.

—Siempre —sonreí.
Seguí buscando a Alex entre la masa de personas que se había generado
en el campo. Toda la gente que había en las gradas ahora se hallaba en la
pista, familiares y amigos abrazando a los jugadores para celebrar la
victoria. Alex estaba hablando con el entrenador de algo que parecía ser
importante. Le colocó la mano sobre el hombro izquierdo y después con
una sonrisa desapareció.

Cuando Alex se quedó solo, me acerqué. Ahora que lo tenía cerca pude
comprobar que el granate de la camiseta también resaltaba el azul eléctrico
de sus ojos. Tenía el pelo húmedo cayendo suavemente por la frente y la
piel cubierta por una fina película de sudor. Una gota plateada se deslizó
por su frente, deslizándose por su mejilla hasta perderse en el cuello de la
camiseta.

—Enhorabuena —sonreí—. Sabía que eras bueno al lacrosse.

—Gracias —torció la sonrisa.

—¿Por qué no te presentaste a las pruebas? —pregunté—. Te gusta


jugar, y por lo que he visto en el campo eres bastante bueno… ¿Por qué no
lo hiciste?

—Es… una larga historia. Pero si quieres, esta noche…

Brittany apareció de repente y lo calló con un beso. Sus brazos le


rodearon el cuello y su lengua se movía con tanta pasión que parecía que
iba arrancarle la ropa aquí mismo.

Mientras me alejaba de esa escena de amor tan carnal, noté dentro de mí


cómo los celos me recorrían las venas, el deseo de volver y apartar a
Brittany se arraigó en mi mente de tal modo que no podía pensar en otra
cosa. Odiaba ver cómo se besaban. Y el simple hecho de pensar que en su
intimidad habrían hecho cosas peores hizo que me sintiera mal conmigo
misma. Sabía que no debería importarme, pero lo hace. Me importa mucho.
Demasiado. Porque quería ser yo la única que lo besara de esa manera.

Tenía que hacerme a la idea de que estaban juntos.

Era el novio de Brittany. No el mío.

Caminé junto con las chicas mientras comentábamos cómo había ido el
partido y el baile de las animadoras del equipo contrario. Antes de entrar a
los vestuarios, alguien me asió de la muñeca.

—¿Te apetece quedar esta noche para correr?

La intensidad de su mirada me estremeció.

—Voy a ir a la fiesta.

—Yo también voy. Me refiero después.

Me gustaría ir porque esos eran los únicos momentos en los que


podíamos hablar con tranquilidad, sin necesidad de discutir o gritar. En el
lago podíamos ser nosotros mismos. Sin máscaras.

Los verdaderos Alex y Chloe.

—No es bueno que estemos a solas, Alex —dije a mi pesar.

Por muchas ganas que tuviera de ir al lago y llegar a conocerle un poco


más, no podía. Si quería olvidarme de él, tenía que alejarme todo lo que
pudiera.

—¿Por qué? —frunció ligeramente el ceño.

—Alex, sé que te gusto —su cuerpo se volvió rígido. No esperaba que


dijera eso. Yo tampoco, la verdad—. Y tú me gustas. Pero no podemos estar
juntos.

Dibujó una sonrisa.

—¿Te gusto?

—Claro que sí —dije—. Pero como he dicho, no creo que sea bueno que
pasemos tiempo juntos. Si siendo amigos nos llevamos como el perro y el
gato, imagina como estaríamos si nos diéramos una oportunidad.

—¿Quién ha dicho que quiero salir contigo? —quiso sonar firme para
convencerme, pero ni él mismo creyó sus propias palabras—. Solo te he
preguntado si te apetecía salir esta noche a correr. Tú a mí no me gustas.

—¿Estás seguro de eso?

Di un paso hacia él. Al instante su cuerpo se volvió rígido, tensó la


mandíbula y retrocedió, como si necesitara alejarse para colocarse en una
zona segura. Su espalda chocó contra la pared y tragó saliva. Yo no me
detuve hasta que nuestros labios estuvieran a milímetros de rozarse.

—Muy seguro —se le quebró la voz.

—Mentira —susurré pegada a su boca—. Al igual que tú, sé que te


gusto. No puedes quitarme los ojos de encima. Noto cómo se te acelera la
respiración cuando estamos juntos. Te tiemblan las manos cada vez que me
tocas. Y aunque intentes ocultarlo, puedo notarlo.

Mis ojos descendieron hacia su boca. Deslicé la lengua por mi labio


inferior, deseando poder mandarlo todo a la mierda y fundirme con su
lengua. Por la forma en la que me contemplaba, él pensaba lo mismo que
yo.

—Has intentado besarme desde el primer momento en el que nos


conocimos —continué, bajando el tono de voz—. Y por mucho que me
hagas creer que solo quieres follar conmigo, en el fondo sabes que no es
cierto. Te gusto. Admítelo.

Joder, me moría por besarle…

Su aliento impactó directamente contra mis labios. Estiré la mano y le


aparté un mechón de pelo de la frente. Mi dedo vagó travieso por su rostro,
por la línea de sus labios, descendiendo por el puente del cuello hasta llegar
al pecho. Alex siguió mi dedo con interés. Tiré de su camiseta y lo pegué a
mí, necesitando su calor para poder respirar.

Se inclinó levemente hacia mí. Yo tragué saliva y cerré los ojos,


olvidándome por un instante que estábamos en el instituto y que cualquiera
podía vernos. Porque no me importaba Brittany. Tampoco Christian. Quería
besar a Alex y pensaba hacerlo… hasta que oí unos pasos acercándose por
la espalda.

Inmediatamente me separé de Alex.

Brittany se acercó a su novio.

—¿Por qué siempre os pillo muy juntitos? —preguntó ella.

—Solo estaba felicitándole por haber ganado el partido.

Ella nos miró con cara de circunstancias, como si sospechara que había
contado una vil patraña. Después miró a su novio, que estaba nervioso y
tenso y que no podía dejar de mirarme. Su pecho ascendía y descendía
irregularmente, soltando el aire con dificultad.

—¿Nos vemos ahora en la fiesta? —preguntó Brittany a Alex.

—Sí, claro.

Sus ojos volvieron a rodar a mí.


Ella se dio cuenta y me fulminó con la mirada.

—Os dejo a solas —les dije.

Entré en los vestuarios, alejándome de la mirada asesina de Britt.

Me puse un vestido de color rojo de media manga con unos botines de


tacón alto negros. Con el secador de Sarah me sequé el pelo y con las
planchas de Amanda me deshice de mis rizos naturales. Abrí mi maletín de
maquillaje y me eché un poco de rímel en las pestañas y me pinté los labios
de un tono carmesí.

Llevé mis cosas al maletero de mi coche. Sarah me acompañó. Ella


llevaba un vestido negro muy bonito de encaje junto a unos tacones
similares a los míos. Las ondas de su pelo rubio caían por sus pechos en una
bonita cascada dorada, enmarcando su rostro.

—¿Preparada?

—Preparada —aseguró.

Conforme nos fuimos acercando al gimnasio, la música impactó contra


nuestros oídos a un volumen extrañamente alto para estar en el instituto.
Cuando atravesamos la puerta doble vimos al disc-jockey subido a una
pequeña tarima, rodeado de los alumnos que bailaban en el centro de la
pista.

Nos acercamos a la pista de baile y movimos el esqueleto al ritmo de la


música electrónica que sonaba por los altavoces. No solía escuchar ese tipo
de música, pero me gustó; tal vez fuera por las ganas que tenía de celebrar
la victoria, o porque había conseguido sacarle los colores a Alex, ponerlo
nervioso.

No supe en qué momento Brett se unió a nosotras, pero nos pusimos a


bailar los tres juntos como locos. Brett era un gran bailarín, cada vez que
tenía oportunidad se encargaba de hacerlo saber al mundo.

Alex entró al gimnasio con ese aire despreocupado. Era la primera vez
que le veía con camisa, y tengo que admitir que se me hizo la boca agua.
Llevaba un pantalón azul marino y la camisa blanca remangada hasta los
codos. Los primeros botones del cuello abiertos, dejando un triángulo de
piel expuesta.

—¿Estás bien? —me preguntó Sarah.

Asentí, sin poder apartar la mirada de Alex. Él estaba de pie delante de


las gradas, paseando los ojos por entre la multitud que había en el gimnasio,
como si estuviera buscando a alguien. Seguramente estaba esperando a que
Brittany saliera de los vestuarios.

—Estás comiéndote con los ojos a Alex —dijo Brett con una sonrisa
pícara.

—¿Tanto se me nota? —me mordí el labio inferior.

—Pues un poco.

—Sé que tengo que olvidarme de él, pero está resultando imposible.
Cada vez que me mira no puedo dejar de imaginar lo que es estar en sus
brazos…

—¿Quieres que hable con él y le diga que te deje en paz?

—Todos sabemos que no te haría caso, Brett —dijo Sarah.


—Puedo ponerme serio.

Eso me sacó una sonrisa.

Sacudí la cabeza con los ojos cerrados para sacar a Alex de mis
pensamientos. Guardé la imagen de su sonrisa y sus ojos en una caja en mi
memoria, la cerré y después lancé la llave lejos de mí. Iba a hacer todo lo
que estuviera en mi mano para alejarme de la tentación.

Tomé las manos de Brett y las moví a mi alrededor. Bailar siempre me


había ayudado a evadirme del mundo, y eso era lo que necesitaba; Brett y
yo hicimos un reto para ver quién llegaba más bajo haciendo twerking, y la
verdad es que no esperaba que fuera tan bueno meneando el trasero. Sarah
se limitó a observarnos y a hacer de jurado.

—Claramente ha ganado Brett.

El aludido sonrió orgulloso.

—Cuando tengas este pandero, me avisas —dijo, dándose un pequeño


azote en las nalgas, lo que nos provocó a Sarah y a mí un ataque de risa.

En un momento dado, Sarah miró por encima de mi hombro y tensó la


mandíbula. Detrás de mí había un grupo de tres chicos y dos chicas
mirándome, cuchicheando por lo bajo. Yo no logré escuchar nada, pero por
la mirada iracunda que les echó mi amiga, supuse que ella sí debió oír algo.

Sacudió la cabeza y se hizo hueco entre la multitud para subir a la


tarima. Se acercó al oído del disc-jockey y fuera lo que fuera lo que le dijo,
la música que empezaba a sonar, cesó.

Sarah cogió un micrófono.

—¡Buenas noches, compañeros! ¿Cómo os lo estáis pasando?


Todos empezaron a gritar y a aplaudir.

—Todos conocéis a Chloe Davis —la multitud asintió—. Hace poco se


han descubierto ciertas cosas sobre ella, y muchos pensaréis que es una
mentirosa o incluso una manipuladora por haber ocultado durante años
aspectos importantes de su vida privada… Dejadme deciros que todos
aquellos que penséis así de ella sois todos unos hipócritas.

Sus ojos descendieron hacia mí y dibujó una sonrisa.

—Su único error ha sido preocuparse demasiado por su imagen, lo


mismo que hacemos todos; damos más importancia a cómo nos ven los
demás que a veces nos olvidamos de quiénes somos. Eso es lo que le ha
pasado a ella. Pero a pesar de todo, Chloe sigue siendo una de las mejores
personas que conozco. Es mi mejor amiga. Bueno…, en realidad es mucho
más que eso. Chloe es mi hermana. Ha estado siempre a mi lado cuando la
he necesitado. Así que antes de hablar de ella a sus espaldas, intentad
conocerla de verdad y descubriréis la maravillosa persona que realmente es.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no romperme a llorar


aquí mismo. Cuando Sarah bajo del escenario y regresó con nosotros, la
envolví entre mis brazos. No dejé de abrazarla hasta que me dijo que no
podía respirar. La quería tanto… Sarah no solo había sido la única persona
que sabía la verdad sobre mí, sino también la única que a pesar de todo
siempre había estado a mi lado. No podría haber sobrevivido al instituto si
no fuera por ella.

—Un discurso muy bonito.

Giré sobre mis talones para encontrarme con el profesor Grant, vestido
con un distinguido traje oscuro y camisa blanca. A su lado, bajo el
resguardo de su brazo derecho, una bellísima mujer de pelo oscuro y ojos
verdes, con un elegante vestido negro que llegaba hasta el suelo.
Sarah se cercioró de la forma en la que el profesor Grant agarraba a su
mujer, dejando a la vista el enorme anillo de compromiso que centelleaba
por el gigantesco diamante que lo adornaba. Él pareció darse cuenta de ello,
puesto que cuando miró a Sarah, se puso tenso y desvió su atención a mí.

—Esta es mi mujer, Katherine —la presentó en un tono firme y


monótono—. Cariño, estos son mis tres mejores alumnos. Chloe, Brett y…
Sarah.

—Hola —saludó ella con una agradable sonrisa.

—Hola —saludamos Brett y yo.

Sarah no podía hablar. Estaba paralizada, sin poder apartar los ojos del
profesor. Su mirada reflejaba que su corazón, ya de por sí roto, había vuelto
a resquebrajarse una vez más. David no la miraba, se limitaba a mirar a su
esposa, a Brett o a mí.

—Nos vemos en clase —dijo él, con una sonrisa claramente forzada.

Una vez que estuvimos a solas, me giré hacia mi amiga.

—¿Estás bien?

—Sí, tranquila —sonrió—. Solo necesito tomar el aire.

—Vamos.

La agarré de la mano para sacarla de aquí.


17

Sarah era una chica de piernas largas, por lo que podía andar dando grandes
zancadas si quisiera. Normalmente no me suponía ninguna molestia porque
manteníamos un ritmo lento y sosegado. Era ella quien solía adaptarse a mi
velocidad. Sin embargo, ahora tuve que esforzarme para seguirla por los
pasillos.

Salió hacia el exterior como una bala y no se detuvo hasta llegar al


aparcamiento. Se llevó las manos a la cabeza y se tiró suavemente del pelo.
Echó la cabeza hacia atrás, mirando la noche estrellada. Luego cerró los
puños y golpeó con el pie una lata que había en el suelo con todas sus
fuerzas.

—Sarah…

—Por favor, Chloe. Déjame sola.

—No quiero dejarte sola.

—Necesito estar sola —instó—. Por favor.

Se sentó en el bordillo y apretó los labios para reprimir el llanto. Yo no


quería dejarla sola, no después de lo que había pasado con el profesor
Grant.

—Estaré dentro —dije a mi pesar—. No tardes, ¿vale?


Asintió, y eso provocó que una lágrima cayese por su mejilla. Ella la
enjugó rápidamente con el dorso de la mano, se negaba a llorar por un
hombre que no merecía la pena. En ese instante tuve ganas de buscar a
Woody y decirle cuatro cosas bien dichas por haber hecho daño a mi mejor
amiga.

A regañadientes, entré de nuevo al instituto.

—Aquí estás —escuché la voz de Alex justo antes de que pudiera entrar
al gimnasio. Giré sobre mis talones, encontrándome con su azulada mirada
—. Vaya —exclamó mientras me miraba de arriba abajo—. Estás
guapísima.

Agaché la cabeza para que no viera el rubor de mis mejillas.

—¿Me buscabas?

—Quería hablar contigo sobre nuestra conversación de antes.

—Alex, ya te he dicho que no podemos estar juntos y…

—¿Has escuchado la canción Try de Pink? —me cortó.

Asentí, sin llegar a comprender a dónde quería llegar.

—Mi tía suele ponerla bastante a menudo mientras cocina. Y el otro día
me paré a pensar en lo que decía. Dice así: Donde hay deseo, va a haber
una llama. Donde hay una llama, alguien va a quemarse. Pero solo por que
queme no significa que vayas a morir. Tienes que levantarte e intentarlo.

—Es solo una canción, Alex. La vida real es más complicada…

Dio un paso hacia mí y yo retrocedí.


—¿No te gustaría intentarlo conmigo?

Sus ojos centellearon.

Mi pulso se aceleró.

—¿Y qué pasa con Christian y Brittany?

El tono de mi voz era apenas audible. Estaba demasiado nerviosa tras


escuchar que quería intentarlo conmigo. ¡Alex quería intentarlo!
¡Realmente quería salir conmigo! Me pellizqué sutilmente el brazo para
comprobar que no estaba soñando.

—Pero si yo no estuviera con Brittany, y tú no estuvieras con ese


universitario, ¿lo intentarías? —dio otro paso hacia mí—. ¿Saldrías
conmigo entonces?

Me quedé callada por miedo a decir la respuesta.

¡Por supuesto que lo intentaría!

—Alex…

—¿Qué quisiste preguntarme cuándo fuiste al taller?

Me mordí el labio inferior y bajé la mirada hacia mis manos que no


podían dejar de temblar. Alex me sujetó del mentón y me elevó el rostro
para que lo mirase a los ojos. A sus preciosos y azules ojos. Su dedo hizo
pequeños círculos en mi barbilla, una tortuosa caricia para incitarme a
hablar.

—Yo iba a decirte que… me gustabas —encogí los hombros—. Quería


intentar tener algo contigo. Pero entonces te vi con Brittany y después
apareció Christian y… todo cambió. Las cosas pasan por una razón. A lo
mejor nuestro destino es no estar juntos.
—Apenas conoces a ese tal Christian —dijo con desdén—. Yo no creo
que el destino esté escrito. Lo que creo es que somos nosotros mismos
quienes lo escribimos con cada decisión que tomamos. Me cuesta creer que
haya alguien que ha pensado todo lo que va a vivir cada una de las millones
de personas que hay en el mundo.

—Conozco a Christian desde que era pequeña y nos hemos vuelto a


encontrar diez años después en una fiesta a la que fui para intentar
olvidarte. Si eso no es el destino, dime tú qué es. Además, tampoco es que
te conozca a ti.

—Me conoces mejor de lo que piensas. Créeme.

Sus ojos descendieron hacia mi boca. La abrí por instinto. Alex torció la
sonrisa y, cuando se inclinó para besarme, apreté los labios y retrocedí hasta
que dejé de sentir sus dedos sobre mi piel.

—Quiero intentarlo con Christian —dije, procurando que no me


temblara la voz—. Sabes que tú y yo no podemos tener una relación porque
estaríamos todo el rato discutiendo.

—Eso no lo sabes —replicó—. No puedes saber algo que todavía no ha


pasado. Además, todas las parejas discuten. ¿Y lo buenas que son las
reconciliaciones qué?

—Tienes razón —admití—, no puedo saber algo que todavía no ha


pasado. Pero lo que sí sé es que si tú y yo estamos juntos, habrá gente que
sufrirá.

—¿Podrías dejar de pensar en los demás durante un segundo y pensar


solo en ti? ¿Qué es lo que quieres tú, Chloe?

Te quiero a ti.
Quiero pasar el resto de mis días contigo.

Quiero fundirme en tu boca y dejar que tu lengua explore cada parte de


mi cuerpo. Quiero sentir tus dedos recorriendo mi piel, tus músculos
tensándose cada vez que me abrazas. Quiero despertarme cada mañana a tu
lado y ver tu hermosa sonrisa. Quiero tener un futuro contigo. Reírme
contigo. Bailar contigo. Hacer el amor contigo.

Sencillamente, quiero estar contigo.

Pero tenía miedo de estar con Alex y que nada cambiara.

Tenía miedo de abrirme para que volvieran a hacerme daño.

—Adiós, Alex.

Nada más entrar en el gimnasio, una oleada de calor impactó contra mi


cara. La música retumbaba y hacía que me doliera la cabeza. Busqué a Brett
entre la multitud reunida en la pista, encontrando a Christian de pie
intentando localizarme. Sin pensármelo dos veces, salí corriendo y me
abalancé sobre él para abrazarlo.

Christian tambaleó al recibirme. Al principio no me reconoció e intentó


apartarme, luego, cuando me vio, las comisuras de su boca se curvaron
hacia arriba y me besó.

—Pensaba que no ibas a venir…

—Te prometí que lo haría.

Me incliné para besarlo.


—Un amigo me ha traído en coche, así que después tendrás que
llevarme a casa —dibujó una sonrisa torcida—. Espero que no sea ningún
problema.

—Por supuesto que no.

El escalofrío que me advertía de la presencia de Alex me llevó a mirar


por encima de su hombro, hallando su mirada glacial. Estaba apoyado
contra la pared, de brazos cruzados y sin quitarnos los ojos de encima,
empapándose de cualquiera de nuestros movimientos.

El corazón me dio un vuelco mientras se acercaba a nosotros.

Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

Le lancé una mirada fulminante para que se diera media vuelta, pero
Alex estaba decidido en venir y conocer a Christian.

Intenté prepararme mentalmente para lo que venía.

—Hola —saludó con una falsa sonrisa que delataba su rechazo hacia
Christian. Incluso Brett que se encontraba a metros de distancia se dio
cuenta. Supuse que Christian también.

Se estrecharon la mano.

—Hola. Tú debes ser Alex.

—Ese soy yo.

Alex no le quitaba el ojo de encima. Parecía estar pasándole un examen


para descubrir cada defecto, cada imperfección, como si eso fuera hacerle
sentir mejor consigo mismo.
—Tú debes de ser Caleb.

Maldito arrogante.

Seguro que lo había hecho a propósito.

—Christian —lo corrigió.

—Eso.

Christian me envolvió con su brazo y puso la mano en mi cintura. Alex


miró su mano, aunque siguió con esa sonrisa forzada dibujada, mostrándose
indiferente, como si no le importase. Pero por la tensión de sus músculos y
lo hinchada que tenía la vena del cuello, supe que por dentro estaba
deseando separarme de Christian y golpearle hasta que sus nudillos le
pidieran que parase. Ellos se miraban fijamente a los ojos en un combate a
muerte. El primero en pestañear, perdía.

De momento iban empatados.

—¿Y cuánto tiempo lleváis juntos? —preguntó Alex.

Intenté llamar su atención, buscar su mirada, pero estaba centrado


completamente en el hombre que me tenía bajo su brazo.

—Poco más de una semana —dijo Christian. Alex alzó las cejas en una
expresión recelosa sin dejar de sonreír—. Pero hace bastante tiempo que
nos conocemos. El destino ha vuelto a reunirnos. Chloe es la mujer más
increíble que he conocido en mi vida —me dio un beso en la frente—. Lo
tiene todo. Es inteligente, graciosa, amable, ingeniosa… Sería tonto si la
dejara escapar.

—Sí —el susurro de Alex fue apenas audible. Sus ojos rodaron por
primera vez a mí. Sus labios formaban una fina línea, y su nuez subía y
bajaba como si quisiera tragar lo que estaba a punto de decir.
La tensión formada a nuestro alrededor podía ser cortada por un cuchillo
perfectamente. En el aire revoloteaban las palabras que queríamos decir y
que ninguno se atrevía a pronunciar. Pude leer en los ojos de Alex que
estaba a punto de hablar, y lo más seguro es que fuera algo para molestar a
Christian.

—¿Te apetece bailar?

Christian no respondió. Se limitó a coger mi mano y llevarme al interior


de la pista. Una vez en el centro, rodeé su cuello mientras él envolvía mi
cintura.

—Pues ya conozco a tus ex —musitó, soltando un suspiro.

—Técnicamente, Alex no es mi ex. Nunca llegamos a salir.

—¿Por qué?

—Es… complicado.

—Le gustas. Y mucho.

Tragué el nudo que ascendía por mi garganta.

—¿Por eso has tenido que restregarle que estamos juntos?

—Y ahora lo defiendes… ¡Qué bien! —ironizó.

—No es que lo defienda, pero…

—Si no lo tienes claro —me interrumpió— será mejor que lo dejemos


aquí. Paso de estar perdiendo el tiempo con alguien que no quiere estar
conmigo.
—Tú sabías perfectamente lo que sentía por él.

—Lo sabía, lo que no sé es si realmente quieres olvidarle.

—¡Claro que quiero!

—¿Y qué pasa con Brett?

Ladeé la cabeza y vi a Brett y Alex hablando. No sabía de qué hablaban,


pero parecía que Brett estuviera dándole un consejo. Alex parecía inquieto,
como si no quisiera escucharlo, aunque al mismo tiempo necesitaba
escuchar lo que estaba diciendo.

—Brett es mi amigo —aseguré—. Nada más.

—Si realmente quieres estar conmigo, no puedes volver a hablar con


Alex —instintivamente me aparté y retrocedí un paso—. Ahora que sabes
que siente algo por ti, deberías mantenerte alejada de él, ¿no crees?

—Somos amigos.

Yo misma intentaba creer esa patraña porque imaginar un mundo donde


no estaba Alex me resultaba imposible; ya que no podíamos estar juntos,
por lo menos me gustaría que fuésemos amigos.

—Los amigos no quieren acostarse juntos.

Sarah apareció por la puerta del gimnasio, alzando la vista hacia el


barullo de personas que había en la pista de baile. Tomé la mano de
Christian y fui directa hacia ella, haciendo hueco con los codos entre las
personas que bailaban a nuestro alrededor.

—¿Estás mejor?

—¿Puedes llevarme a casa? —me preguntó.


—Por supuesto.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó su primo.

—Problemas de chicos.

—¿Qué hacemos aquí? —me preguntó Christian después de haber dejado a


Sarah en su casa. Miró por la ventanilla el lugar donde nos encontrábamos.
Estábamos bajo una inmensa oscuridad que para mí era completamente
conocida, aunque entendía que él no estuviera cómodo por la falta de
farolas en esta parte del pueblo—. ¿No serás una asesina en serie?

—Hoy no —sonreí—. Vamos. Quiero enseñarte algo.

Bajamos del coche. Una cadena de hierro cortaba el camino justo antes
de entrar al bosque, unida a dos barrotes de cemento para que los coches no
pudieran pasar. Gracias a la linterna del teléfono móvil pude alumbrar el
suelo para saber dónde pisar.

Un hermoso mirador apareció delante de nuestros ojos al llegar al final


del sendero. Tras una barrera de madera vieja que limitaba las vistas con el
acantilado, se podía apreciar todo el pueblo vivo y lleno de luz rodeado de
oscuridad.

—Este lugar es precioso —comentó—. Menudas vistas.

—Los jóvenes solían venir hace ya algunos años para estar con sus
parejas —expliqué—. Desgraciadamente, los jóvenes de ahora no saben
apreciarlo cómo se merece.
Me senté bajo la barrera, dejando caer mis piernas al vacío. Me apoyé en
una de las barras horizontales de madera para admirar el maravilloso
paisaje. Desde esta altura había unas preciosas vistas del lago, aunque no
era exactamente el lugar del embarcadero que estaba plagado de recuerdos
de Alex.

Christian se sentó a mi lado.

—¿Cómo encontraste este lugar?

—Me gusta encontrar lugares escondidos y fotografiarlos.

Los veranos solía recorrer el pueblo de arriba abajo en busca de sitios


alucinantes que fotografiar. Después las fotos las colocaba en mi diario,
donde pegaba las imágenes que no quería que nadie viera. Las otras iban
directas a mi perfil de Instagram. En el diario también escribía cómo me
hacía sentir cada foto, o mis aspiraciones, incluso mis pensamientos más
íntimos. Y sí, había una página exclusivamente dedicada a Alex con las
fotos que le hice el día que me visitó en Sensation’s.

—¿Hay más sitios aparte de este?

—Algunos. Quizá algún día te lleve al lago.

—¿Allí es dónde sueles llevar a tus ligues? —torció la sonrisa.

—El único con quién he estado allí es Alex.

Su cuerpo se tensó en cuanto pronuncié su nombre.

—No te preocupes —me apresuré a decir—. No significó nada. Aquí he


traído a Sarah, a Brett y a mis compañeras del equipo.

—¿Y a Alex no?


Sacudí la cabeza.

—Nunca.

—¿Qué te hizo para ni siquiera replantearte intentarlo?

Solté un suspiro pesado.

—Cada vez que abre la boca lo hace para meterse conmigo. He perdido
la cuenta de la de veces que me ha humillado. He llegado al punto en el que
ya no puedo soportarlo más. Tengo el presentimiento de que si intento tener
una relación con él, nada cambiaría. Y me da miedo arriesgarme para seguir
sufriendo.

—¿Y no sabes por qué se comporta así?

Negué con la cabeza.

—Tampoco quiero saberlo.

—Yo creo que se comporta así porque es la primera vez que siente algo
tan fuerte por alguien —suspiró—. Me duele decir esto, pero creo que la
razón es porque está enamorado de ti.

—Alex es complicado, pero no está enamorado de mí.

—¿Y cómo lo sabes?

—No lo sé —admití—. Pero no creo que lo esté.

—Pues yo sí lo creo —siseó—. Y me asusta. Me horroriza pensar que


Alex pueda decir algo y decidas intentarlo con él. Tengo miedo de que me
dejes. Porque por mucho que insistes en olvidarlo, no puedes cambiar lo
que sientes.
—Pero también siento algo por ti.

Era cierto. También sentía algo por Christian.

¿Pero era amor? No lo sabía.

—No estoy muy seguro de que eso sea suficiente…

—¿Qué tengo que hacer para convencerte de que quiero estar contigo y
no con Alex?

—Podrías hacer una cosa…

Bajó la mirada hacia mí.

—¿El qué? Dímelo y lo haré.

Christian me tomó del rostro y se apoderó de mi boca con vehemencia,


reclamando mi lengua. Yo me quedé paralizada, sin saber qué hacer; sus
manos se clavaron en mi espalda y con un rápido movimiento consiguió
sentarme a horcajadas sobre su regazo.

—Joder, Chloe… No sabes lo mucho que me pones.

Deslizó la lengua por mi cuello, dejando un rastro de besos por mi


garganta que me repugnó, descendiendo hasta llegar a mis pechos. Sus
dedos se clavaron en mi culo con tanta fuerza que hasta me hizo daño.
Quise separarme cuando restregó su erección contra mi pierna, pero por
más que lo intentaba, me tenía acorralada entre sus brazos.

—Christian, no…

Pero no se detuvo.
Atrapó mi labio inferior entre los dientes para hacerme callar y sus
dedos viajaron seguros por mis piernas para adentrarse bajo mis bragas.
Antes de que consiguiera hacerlo, coloqué sus manos sobre mi espalda.
Luego empezó a manosearme los pechos y a lamerlos por encima de la tela.

—Tienes unas tetas preciosas.

Estábamos yendo demasiado rápido. No me sentía nada cómoda


haciendo esto. Ni siquiera podía pensar con claridad. Todo era un matojo de
manos y lametones húmedos y calientes. Sus manos se aventuraron a
explorar mi cuerpo. Las mías, por más que intentaban apartarle, no lo
conseguían. Era demasiado fuerte.

—Christian, para…

—Pero si te está gustando —gimió mientras sus dedos recorrían mi


vientre para introducirse bajo mi sujetador—. Venga, nena. Si realmente
pretendes demostrarme que quieres estar conmigo, esto es lo único que
tienes que hacer.

—¡Qué pares, joder! —grité, consiguiendo al fin separarme.

—¿Ves? —alzó tanto la voz que me sobresaltó—. ¡No puedes hacerlo


conmigo porque en realidad te gustaría que tu primera vez sea con Alex!

—No es por eso —insté—. Es solo que me parece fuera de lugar que
tenga que follar contigo para demostrarte que no quiero estar con Alex.
Además, tampoco quiero que mi primera vez sea aquí.

—¿Y cuándo quieres que sea? —masculló con rabia—. El día de la


fiesta tampoco quisiste hacerlo. ¿Es que tengo que preparar una cita
romántica para follar contigo o qué? ¿Tengo que llenar la habitación de
globos y pétalos? ¿Eso es lo que te pone cachonda?

—Christian, te estás pasando.


No pensaba tolerar que me hablara así.

Se pasó la mano por la cara y soltó el aire por la nariz.

—Tienes razón —murmuró con voz lastimera—. Lo siento. Ha sido… el


alcohol. Antes de ir a la fiesta he quedado con un amigo y nos hemos
tomado unas cuantas cervezas.

—No me lo habías dicho…

—Bueno, tampoco tengo que contártelo todo —gruñó.

Me quedé en silencio, sorprendida por sus palabras.

—Lo siento —dijo, con los ojos entornados—. Es que todo el tema de
Alex está quemándome por dentro. Y el alcohol tampoco ayuda mucho a
controlar mis celos… ¿Me perdonas? Sabes lo mucho que te quiero,
¿verdad?

¿Me quería?

Se acercó a mí y me colocó un mechón suelto tras la oreja. Asentí, no


muy segura de lo que estaba haciendo. La desagradable sensación de tener
sus manos sobre mis pechos y su boca lamiéndome todavía seguía muy
latente en mi cuerpo.

Pero me había dicho que me quería.

Eso era más que suficiente para perdonarle, ¿no?


Aparqué frente a la puerta de la fraternidad.

—No esperaba que la noche fuera a acabar así, pero me lo he pasado


bien —sonrió—. Por cierto, he olvidado felicitarte por haber ganado el
partido. Enhorabuena.

—Gracias.

—Gracias a ti por traerme. Nos vemos.

Se inclinó y me besó antes de apearse.

Arranqué el motor y conduje de vuelta a casa sin poder dejar de pensar


en lo que había pasado en el mirador. Negué con la cabeza, intentando
ahuyentar todas las sensaciones que había provocado en mi cuerpo mientras
me tocaba, la imagen de sus manos sobre mis pechos, su boca contra mi
piel.

Me sentía sucia y humillada.

Las lágrimas me abrasaron la piel. Una burbuja presionaba mi pecho y


no me dejaba respirar. No sabía cómo sentirme al respecto: Conocía a
Christian lo suficiente como para saber que no quería obligarme a hacer
nada que yo no quisiera. Estaba bajo los efectos del alcohol. Sin embargo,
había estado a punto de hacer el amor en un lugar público, en un momento
que no consideraba oportuno tan solo por demostrarle que no quería estar
con Alex.

Mi móvil empezó a sonar.

—Dime, Brett —contesté por el manos libres.

Apreté los labios hasta convertirlos en una fina línea y tragué cada
lágrima que no quería derramar, cada sensación que se había apoderado de
mi cuerpo en la última hora.
—Solo llamaba para saber cómo estás. He visto en el baile que Alex y
Christian se han puesto a hablar y sabía que de ahí no podía salir nada
bueno…

—Estoy bien —murmuré.

Me mordí el labio inferior para seguir conteniendo el llanto que


atenazaba mi garganta. Aunque sabía que no iba a poder reprimirlo durante
mucho más tiempo.

—¿Seguro que estás bien? Te noto rara.

Cerré los ojos con fuerza.

—Sí —se me quebró la voz—. Estoy bien.

—Chloe, ¿estás llorando?

No pude soportarlo más y solté todo lo que llevaba dentro y que me


estaba ahogando: Las manos de Christian reclamando mi cuerpo, los
sentimientos que tenía hacia Alex y que me comprimían el pecho desde el
primer momento en que sus ojos se posaron en los míos. La frustración,
indignación e impotencia por haber permitido que Christian llegase tan
lejos.

Enjugué las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas con la muñeca y
agarré con fuerza el volante.

—No es nada, Brett.

—¿Es por algo que ha dicho Alex?

—No —balbuceé—. Alex no tiene nada que ver.


—¿Entonces? No lo entiendo… ¿Es por Christian?

Me quedé callada.

—¿Qué te ha hecho? —preguntó con dureza.

—No es nada, Brett. En serio. No ha pasado nada.

—Chloe, me lo dices tú o voy ahora mismo a su casa con un bate de


béisbol y le pregunto a él mismo. Tú decides. Ya estoy cogiendo el bate,
que lo sepas.

Expulsé todo el aire de mis pulmones, rendida.

—Estábamos en el mirador hablando y ha salido el tema de Alex… —


balbuceé con la voz ahogada por las lágrimas—. Se ha puesto celoso y ha
dicho que no creía que realmente quisiera olvidarme de él. Ha dicho que
para demostrarle que sí quería… quería que yo…

—¿Te ha forzado a acostarte con él?

Su voz estaba impregnada de odio y repugnancia.

—No, no —me apresuré a decir—. No me ha obligado a hacer nada. Y


no quiero darle más importancia de la que tiene. Quería hacerlo, me he
negado y se ha molestado. Ya está.

—Chloe, si te obliga a hacer algo que no quieres, no merece que sigas


perdiendo el tiempo con él… ¿Dónde estás ahora? ¿Quieres que vaya a
verte?

—No hace falta. Estoy bien —dije más bien para convencerme a mí
misma—. Estoy conduciendo de vuelta a casa. Te tengo que dejar. Nos
vemos en clase. Y ni una palabra de esto a nadie, ¿me oyes? Ni siquiera a
tus madres.
—Siempre que no permitas que vuelva a hacer algo así.

Colgué.

De repente, justo antes de salir del campus universitario, un coche en


dirección contraria vino hacia mí a toda velocidad. Las luces me cegaron
durante unos segundos, el tiempo suficiente como para no poder esquivarlo
y que me embistiera.

Sentí un dolor punzante en la cabeza que me martilleaba el cráneo. Me


llevé la mano a la frente, las puntas de los dedos se tiñeron de un rojo
intenso y brillante.

Me apeé. El capó había quedado totalmente hundido y del motor salía


humo negro. Mis dotes para la mecánica no eran extraordinarios, pero eso
no debía ser nada bueno. Me di la vuelta para mirar al otro coche; el suyo
también había quedado mal parado, aunque no tanto como el mío.

Un hombre vestido completamente de negro salió del coche junto con


otra chica, ambos tambaleándose. No dejaban de reír a carcajadas ruidosas
y por el hedor a cerveza que desprendían, habían estado bebiendo durante
horas.

—¿Estáis locos? —grité—. ¡Mirad lo que le habéis hecho a mi coche!

—Tranquila —contestó el hombre, arrastrando las vocales, siendo


incapaz de mantenerse en pie por sí mismo. Tuvo que agarrarse a su amiga,
pero como ella también estaba en estado de embriaguez, estuvieron a punto
de caerse los dos—. Ha sido solo un pequeño rasguño. Un poco de pintura
por aquí, un poco de pintura por allá y voilá. Arreglado. ¿Has visto qué
rápido he encontrado una solución? Tengo una mente privilegiada que
cualquiera desearía…
La chica no pudo contener la risa y estalló en una melodía irritante. Yo
apreté los puños a los costados. Habían dejado mi coche para llevarlo
directamente al desguace y encima tenían la desfachatez de reírse de mí…
¡Esto es increíble!

—¿Un poco de pintura? —pregunté, incrédula—. ¡Ibas en dirección


contraria! ¡Y encima acababa de sacarlo del taller!

—Mira el lado positivo —añadió la chica con tanta lentitud que me puso
histérica, mientras se acercaba a mi coche para examinarlo—. Tal vez el
mecánico te haga precio por volver tan pronto. Deberías hasta darnos las
gracias.

Busqué en mi bolso el teléfono móvil y fotografié el estado de mi coche


y también la matricula del otro coche.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó el hombre.

—Echar fotos para la denuncia.

—¿Piensas denunciarnos? —preguntó esta vez la mujer, con un tono tan


ácido que me puso la carne de gallina.

—Al no ser que queráis pagarme el arreglo del coche, sí.

El hombre se abalanzó sobre mí con tanta brusquedad que cuando


retrocedí para alejarme de él, choqué contra mi coche, haciéndome una
pequeña rozadura en la pierna. Sus ojos inyectados en sangre tenían las
pupilas extrañamente dilatadas.

—No vas a denunciarme —escupió.

No sabía qué decir. Estaba paralizada. Quería golpearle y salir corriendo


de aquí, aunque por más que ellos estuvieran borrachos, seguro que
lograrían alcanzarme ya que correr con tacones no se me daba del todo
bien. Tampoco podía hacerlo, estaba acorralada y tan asustada que no tenía
ningún control sobre mi cuerpo.

—Tengo fotos que demuestran…

Me agarró con fuerza de la muñeca y con la mano que tenía libre me


arrebató el móvil y lo lanzó al suelo. Alcé de nuevo la mirada,
encontrándome con esos dos pozos negros llenos de rabia y embriaguez.
También notaba la presencia de su acompañante, mirándome cómplice, sin
hacer nada.

—Ya no tienes nada.

Dibujó una sonrisa que me horrorizó.

Le empujé con todas mis fuerzas y lo alejé todo lo que pude de mí.

Para mi sorpresa, sonrió de nuevo.

—Me gustan las mujeres con carácter.

Volvió a dar un paso hacia mí. Antes de darle la oportunidad de hacer


cualquier cosa, agarré el móvil del suelo y comprobé que funcionaba. Al no
ser así, lo lancé a la cabeza del hombre. El teléfono voló hasta impactar
contra su frente, dejándole una marca rojiza en el centro, justo donde sus
cejas se unieron. Se llevó la mano a la zona marcada y en sus ojos pude ver
cómo la rabia se adueñaba de su cuerpo.

—Ahora vas a saber lo que es bueno —gruñó.

Lo tenía tan cerca que pude notar cómo su respiración se mezclaba con
la mía, al igual de cómo las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba
hasta aparecer unos hoyuelos en sus mejillas sonrosadas por el alcohol.
—¿Qué piensas hacerme? —pregunté, intentando que no me temblase la
voz. No lo conseguí. Se me formó un nudo en la garganta que no me dejó
respirar.

—Teme lo peor —contestó su amiga.

Escuché unos pasos aproximándose. El hombre y la mujer ladearon la


cabeza hasta presenciar a un hombre acercándose por la carretera. Ante la
posibilidad de ser descubiertos, se subieron al coche y salieron
escopeteados.

Yo solté todo el aire de los pulmones que había estado reteniendo.

—¿Estás bien? —preguntó el hombre en la lejanía, bajo la sombra de la


noche. Aceleró el paso hasta quedar a mi lado. Se trataba de un hombre
joven de pelo oscuro que había salido a hacer deporte.

Asentí.

—Sí, gracias —respondí intentado recuperarme del susto—. ¿Podrías


dejarme tu teléfono? El mío se ha roto y necesito llamar a la grúa para que
recoja el coche.

—Sí, claro —desabrochó el pequeño estuche de plástico que llevaba en


el brazo—. Toma.

Miré en la guantera de mi coche y busqué la tarjeta de visita que me


ofreció Harry cuando fui por primera vez al taller.

—Hola, soy Alex Wilson del taller Harry’s Workshop. ¿En qué puedo
ayudarle?

Su voz sonaba cansada, como si hubiera estado trabajando todo el día


sin descanso. Me quedé unos segundos paralizada, sorprendida. Creía que a
estas horas no iba a estar trabajando o había salido a correr, tal y como me
había dicho. Y la verdad es que, después de la desastrosa noche que estaba
teniendo, escuchar su voz… me hizo sentir mejor.

—Hola, Alex —apreté los labios para reprimir la sonrisa que se me


escapaba—. Soy Chloe. Chloe Davis. Acabo de tener un accidente y
necesito una grúa.

—¿Estás bien? —parecía angustiado—. ¿Dónde estás?

—En la universidad. ¿Podrías venir?

—En diez minutos estoy allí.

Y antes de poder darle las gracias, colgó.

Salí del coche y le devolví el móvil al hombre.

—Gracias otra vez.

—De nada —guardó el teléfono de nuevo en el estuche—. ¿Quieres que


me quede aquí hasta que venga la grúa? He visto el accidente y cómo ese
hombre se propasaba contigo… Quizá regrese.

—No creo que sea tan tonto, pero gracias igualmente.

—Si necesitas cualquier cosa, estoy al final de la calle.

Me senté en el coche mientras esperaba a que Alex viniese con la grúa.


Recogí mi bolso e intenté quitarme la sangre de la frente con una toallita
húmeda. Por suerte, no era nada grave. Solo tenía una pequeña brecha
donde comenzaba el cabello.

Catorce minutos más tarde, unas luces se acercaron a tanta velocidad


que estuvieron a punto de engullirme. Me apeé del coche con el bolso
colgando del hombro, apartándome de la carretera para que Alex procediera
a remolcarlo a la grúa.

Bajó de un salto del camión y se acercó corriendo hasta donde me


encontraba.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Me tomó del rostro en busca de heridas, y al encontrar la pequeña


brecha, sus ojos se abrieron y su mandíbula se tensó.

—Tienes que ir a que te vea un médico —dijo.

—No hace falta. Estoy bien. De verdad.

—Puede haber conmoción, Chloe.

—Te aseguro que no tengo nada… Estoy bien.

Colocó sus manos sobre mis hombros y me atrajo hacia sí para


estrecharme entre sus brazos. Ese acto me pilló completamente por
sorpresa. Nunca antes nos habíamos abrazado y me sentía…, extrañamente
cómoda.

Rodeé su cintura y apoyé la mejilla en su pecho. Nuestros cuerpos


encajaban a la perfección, como dos piezas de puzzle. Yo cerré los ojos y
me dejé llevar por su calor, por su olor, por lo bien que me hacía sentir
tenerlo tan cerca, por mi deseo de no querer que este abrazo acabase nunca.

En cuanto se cercioró de su acto impulsivo, se separó de mí y se aclaró


la garganta.

—Espérame en el camión. Remolco el coche y te llevo a casa.


Una vez sentada y a salvo, Alex condujo para colocar la grúa en la
posición correcta. Después, saltó de nuevo para bajar y enganchar mi coche.
Cuando terminó, se sentó de nuevo a mi lado.

—¿Necesitas que te guíe hasta mi casa?

—Creo que me acuerdo de la última vez que te llevé.

Torció la sonrisa.

—¿Y qué hacías por aquí? —me preguntó al cabo de un rato.

—Acabo de dejar a Christian en la fraternidad.

Asintió, sujetando con fuerza el volante.

—Ahora que lo he conocido, ¿puedo decir que no me gusta?

—Pero si apenas has hablado con él…

—No me hace falta más, la verdad.

—Bueno, a ti no te cae bien mi novio y a mí no me cae bien la tuya. Eso


es un empate técnico, ¿no?

—No mientas —replicó—. Sabes que en el fondo Brittany te cae bien.


Por eso la has readmitido en las animadoras.

—Me cae bien, pero muy muy muy en el fondo.

Su risa era música para mis oídos.

—Sabía que en el fondo eras una buena persona —comentó.


—Y si lo sabías… ¿A qué veían todas esas humillaciones, Alex? Porque
permíteme decirte que esas escenas estaban fuera de lugar…

—Viene a que soy un idiota —ladeó la cabeza y me miró—. Lo siento.


Tenía una imagen equivocada de ti y te juzgué sin conocerte.

—Yo también lo siento. Estaba tan consumida por la imagen que todos
tenían de mí que me olvidé completamente de quién era. Llegó hasta un
punto en el que empecé a nadar con la corriente y ni siquiera me percaté de
la bola de mentiras que estaba creando.

—¿Y si dejamos el pasado atrás y empezamos de nuevo?

Lo miré durante un segundo.

—Hola. Me llamo Chloe Davis.

—Alexander Wilson —estrechó la mano que le ofrecí.

—Encantada de conocerte.

—Igualmente.

Durante el resto del camino no hablamos. Nos dedicamos a escuchar las


canciones que sonaban por la radio porque en ese momento las palabras
sobraban. Habíamos pasado por muchas cosas, la mayoría hirientes y sin
razón aparente, pero como se suele decir, después de la tormenta siempre
llega la calma.

Aunque con Alex nunca se sabía del todo.

—¿Le quieres? —preguntó de repente con un hilo de voz. Incluso llegué


a pensar que me lo había imaginado—. A Christian.
Antes de poder contestar, detuvo el motor cuando llegamos a mi casa. Y
menos mal, porque no sabía qué decir; desde que empezó el curso las cosas
no estaban saliendo como me hubiera gustado, pues hiciera lo que hiciera,
por más esfuerzo que pusiera, siempre acababa cometiendo algún error.

Quería estar con Alex, pero al mismo tiempo tenía miedo de que me
rompiera el corazón, por esa razón estoy con Christian. ¿Y no sería más
fácil si me lanzara a la piscina? ¿No sería todo mucho más fácil si
escuchara a mi corazón y le diera una oportunidad a Alex?

—Gracias por traerme.

—Es mi trabajo —sonrió.

Bajé del camión de un salto.

Cuando me dispuse a ir hacia mi casa, su voz me detuvo.

—No has contestado.

Me giré para mirarle.

—No. No le quiero.
18

A la mañana siguiente, lo primero que vi al abrir los ojos fue el rostro de mi


padre enfurecido a un lado de la cama y de brazos cruzados a la altura del
pecho.

—¿Puedo saber qué le ha pasado a tu coche? —me preguntó—. ¿Por


qué no está en el garaje?

Me senté en la cama y apoyé la espalda contra el respaldo. Sabía que no


tardaría mucho en enterarse, aunque sinceramente esperaba tener un poco
más de margen para poder explicárselo todo con calma.

—Anoche tuve un accidente.

Se sentó a mi lado con expresión preocupada y me apartó un mechón de


pelo de la cara, descubriendo la herida en la frente.

—¿Te duele?

Sacudí la cabeza.

—Estoy bien —aseguré.

—Cuéntame qué pasó —pidió en voz baja.


—Anoche, después de dejar a Christian en la fraternidad, un hombre en
dirección contraria me topó. Apestaba a alcohol. A cerveza, concretamente.
Hice fotos de la matrícula y del accidente, pero me rompió el móvil para
que no pudiera denunciarle —suspiré—. Menos mal que un hombre muy
amable que había salido a correr apareció y me prestó el suyo para que
pudiera llamar al taller de Harry.

—¿Y viniste andando desde la universidad tú sola?

—No. Me trajo el sobrino de Harry.

—Vale —dijo—. Hablaré con el inspector Larsson para que averigüe la


matrícula y datos del conductor para hacer la denuncia.

—¿Crees que lo conseguirá?

—Por supuesto. Es un buen inspector. Además, si tuviste el accidente en


el campus de la universidad, debe haber cámaras de vigilancia. Incluso el
hombre que te ayudó pudo ver algo que ayude a identificarlo.

Se inclinó y posó sus labios sobre mi frente, igual que solía hacer
cuando era pequeña y me caía de la bicicleta, un beso capaz de sanar
cualquier herida.

—Si te encuentras mal, no hace falta que vayas a clase.

—Estoy bien —aseguré—. Quiero ir.

—¿Quieres que te lleve? Puedo hablar con mi jefa y decirle que voy a
llegar más tarde. O tal vez deberíamos quedarnos en casa los dos y hacer un
maratón de películas de terror como hacíamos antes. ¿Qué te parece?

—Aunque el plan resulta muy tentador, no puedo aceptarlo, papá. Sabes


que no puedo faltar a clase. Y no te preocupes, puedo ir andando. No quiero
que llegues tarde a trabajar.
—Está bien. Te quiero, princesa.

—Yo también te quiero, papá.

—En cuanto pueda, te compro un teléfono nuevo.

Me dio un abrazo reconfortante, de esos que te achuchan con tanta


fuerza que apenas puedes respirar. De esos que no quieres que acaben
nunca. Después, salió por la puerta al mismo tiempo que yo entraba al
cuarto de baño para darme una buena ducha.

Me reuní con mi mejor amiga en la puerta del instituto.

—¿Cómo has pasado la noche?

—Estoy mejor —respondió—. Mentiría si dijese que no me dolió verles


juntos en la fiesta. Sabía que iban a estar, pero es muy distinto saberlo que
verlo, ¿entiendes?

Claro que lo entendía. A mí me pasó exactamente lo mismo con Brittany


y Alex; sabía que estaban saliendo, pero cuando los vi besarse en el patio…
algo dentro de mí se rompió.

—No quiero hablar más del tema, Chloe —dijo—. Por favor. Quiero
olvidarme de Woody para siempre. Pasar página. O mejor, cambiar de libro.

—Vale. Pero cuando necesites desahogarte, aquí estoy.

—Lo sé —sonrió.
Abracé a mi mejor amiga. Ella me había apoyado muchísimas veces,
tantas que me resultaba imposible contarlas con las manos. Había estado
conmigo tanto para lo bueno como para lo malo y lo peor, y ahora me
tocaba a mí apoyarla a ella. Si no quería hablar, vale, no iba a presionarla.
Pero cuando estuviera preparada, estaré a su lado igual que ella siempre
había estado para mí.

Después de coger el libro correspondiente de las taquillas, fuimos a clase


mientras hablábamos del primer partido de la temporada y sobre las ganas
que teníamos de ganar el campeonato. Nos sentamos en nuestros sitios
habituales cuando Brett apareció por la puerta.

—¿Por qué te fuiste ayer así? —le preguntó Brett a Sarah.

—Me encontraba mal y me fui a casa.

—Pero ya estás mejor, ¿no?

Mi amiga asintió.

—¿Y tú? —sus ojos inquisitivos rodaron hacia mí.

—También.

Una mano se posó en mi hombro y provocó que una corriente eléctrica


sacudiera todo mi cuerpo. Ladeé la cabeza y vi a Alex con el ceño
ligeramente fruncido y sus ojos intranquilos fijos en los míos.

—¿Cómo estás? —me preguntó.

—Bien. Gracias por ayudarme ayer.

Miré de soslayo a Sarah. Tenía dibujada una sonrisa pirata que no hacía
nada para disimular. Me puse colorada al instante, y deseé con todas mis
fuerzas que Alex no se diera cuenta.
—Ayer te tuvieron que dar un gran golpe.

—Espera, espera… ¿Tuviste un accidente? —preguntó Brett.

—¿Y por qué yo no sabía nada? —replicó Sarah.

—Porque se me rompió el móvil y no pude avisar a nadie —respondí—.


Tuve que pedir un móvil prestado para llamar a la grúa. Tampoco fue tan
importante.

—¿Qué no fue importante? —repitió Alex, incrédulo—. Has tenido


mucha suerte, Chloe. Aún me cuesta creer que salieras ilesa después del
golpe que te dieron. Por lo que pude ver anoche, arreglar el coche va a
costar una gran cantidad de dinero. Creo que será mejor que compres uno
nuevo.

Me llevé las manos a la cabeza. No tenía tanto dinero como para


comprar un coche nuevo. Y tampoco podía pedirle ayuda a mi abuela ya
que mi padre odiaba recurrir a su fortuna. No me quedaba otra opción que ir
andando a todas partes.

—Por cierto, olvidaste la bolsa del gimnasio en el maletero —añadió


Alex—. Puedes pasar por mi casa cuando quieras a recogerla.

El corazón me latía a un ritmo frenético por volver a su casa. No por lo que


pasó la última vez, eso ya quedó en el olvido, como todas las humillaciones.
Estaba nerviosa porque Alex estaba esperándome dentro; llevaba más de
diez minutos frente a su puerta, observando cada juguete tirado en el
césped, percatándome de las pequeñas sombras borrosas que se movían
inquietas en el interior de la casa de un lado a otro. Desvié la mirada hacia
donde Alex me empapó con la manguera. Su vieja camioneta estaba en el
mismo sitio, cuyo interior estaba plagado de recuerdos.

Me armé de valor, respiré hondo y empecé a caminar a la casa con un


nudo en la garganta. Presioné el timbre y el sonido sonó escandalosamente.
Escuché gritos de los niños mientras jugaban y unos pasos acercándose a la
puerta.

Una mujer de cabello dorado hasta los hombros y una tez pálida abrió la
puerta con una agradable y simpática sonrisa que me tranquilizó un poco.
Sus ojos tenían el mismo tono azul eléctrico de Alex, y vestía un vaquero
negro y una camiseta blanca bajo un delantal verde de estampado floral.

—Em…, hola. ¿Está Alex? Había quedado con él para que me diera una
cosa que me dejé en mi coche.

—Ah, sí. Pasa.

Se hizo a un lado para dejarme entrar.

En el salón había tres niños pequeños; dos chicos y una chica, jugando
con coches y muñecas, haciéndolos colisionar y celebrando lo que parecía
ser una boda entre dos muñecos, siendo el director de ceremonias un
dinosaurio. Me recordaron a cuándo Sarah venía a jugar a mi casa y nos
quedábamos hasta las tantas de la noche en mi habitación rodeada de
peluches y muñecos.

—Está en su habitación —dijo su tía, señalando un pasillo oscuro.

—Gracias.

Avancé hasta llegar a una puerta donde había una señal de stop pegada.
Seguro que esta era su habitación. Sonreí ante lo predecible que podía llegar
a ser y toqué a la puerta.
A los pocos segundos, Alex apareció por el umbral con un aspecto
despreocupado, cabello revuelto y despeinado cayendo suavemente por la
frente, vestido únicamente con un pantalón corto de deporte y unas gafas de
montura metálica que no sabía que necesitase.

—Hola —me tembló la voz.

—Hola —sonrió, haciéndose a un lado para dejarme pasar.

La habitación era algo más pequeña de lo que esperaba, aunque bastante


acogedora: Una cama doble deshecha en el centro acaparaba casi todo el
espacio. Sobre el pequeño escritorio situado en la pared izquierda, había un
portátil encendido, donde supuse que estaba haciendo los deberes y que
confirmé al ver en la pantalla que estaba escribiendo un trabajo de historia.
Frente a esto, había un armario empotrado donde alcancé a ver un montón
de ropa colgada. En las paredes había colgados carteles de cine —terror
sobre todo— y de jugadores profesionales del lacrosse, además de chicas
semidesnudas sobre coches de lujo. Pero lo que más me llamó la atención
fue la increíble estantería que cubría por completo una de las paredes,
donde divisé autores clásicos como Charles Dickens y románticos como
Edgar Allan Poe.

—Seguro que mi habitación no es nada en comparación con la tuya —


dijo, sentándose en la cama—. Pero para mí con tener una cama cómoda
donde descansar es suficiente.

—Es bastante parecida —repuse—. Incluso también tengo este póster


colgado —señalé a la chica semidesnuda encima de un Ferrari deportivo de
color rojo.

Su carcajada resonó por la habitación.

—Lo imaginaba. Ese póster suele gustar a muchas chicas.


Encima del escritorio había un tablón de fotos, donde hallé una foto de
un Alex más joven en la playa al lado de dos personas. Sus padres. El
hombre tenía sus mismos ojos y los de su tía. La mujer, el mismo tono de
pelo y la misma nariz. Parecía… realmente feliz en la imagen. No se
parecía en nada a la persona que estaba sentado ahora mismo en la cama.

—¿He interrumpido algo? —pregunté, señalando el portátil.

—No, tranquila. Estaba haciendo los deberes.

—¿Necesitas ayuda?

—Creo que puedo apañármelas, pero gracias.

Se levantó para sacar de debajo de su cama la bolsa.

—Gracias por guardármela —dije.

—No hay de qué.

Joder, su sonrisa era mi punto débil. Estar aquí con él, entre estas cuatro
paredes era una prueba demasiado difícil como para resistir a sus encantos
naturales.

¿Alex sentiría lo mismo que yo?

—Bueno, yo… Debería irme.

Me colgué la bolsa al hombro y cuando abrí la puerta para salir de su


habitación, apareció su tía con esa agradable sonrisa y el puño levantado a
punto de llamar a la puerta.

—Brittany, ¿tienes hambre? He hecho mucha comida, y me preguntaba


si querrías quedarte a cenar y así conocernos un poco, ya que mi sobrino no
habla mucho de ti.
—Em, yo…

—Ella no es Brittany —dijo su sobrino—. Es Chloe Davis. La dueña del


Seat.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa y sus mejillas tomaron un tono


rosado, otorgando un poco de vida a su nívea piel.

—Lo siento mucho, Chloe. Pensé que eras… ¡Qué tonta! —soltó una
pequeña carcajada—. Debí haberlo supuesto cuando has dicho que venías a
recoger algo que te habías dejado en tu coche. Siento mucho la confusión.

—No se preocupe —hice un gesto con la mano para restarle


importancia. De hecho, me hizo gracia que me confundiera con Brittany.

—Igualmente he hecho mucha comida y me encantaría que te quedaras a


cenar.

—Gracias, pero no quiero molestar. Alex estaba haciendo los deberes


y… —me di la vuelta para así poder guiñarle un ojo y que me ayudara a
salir de esta sin quedar mal.

—Ahora estoy libre —se encogió de hombros y me guiñó el ojo de


vuelta con una sonrisa traviesa—. Puedes quedarte si quieres.

Será cabrón.

Puse los ojos en blanco y después miré a su tía.

—Entonces… de acuerdo —acepté.

—¡Genial!
Alex me quitó el macuto de las manos y lo dejó sobre la cama antes de
cerrar la puerta de la habitación. Caminé por el estrecho pasillo, sintiendo
su calor a mis espaldas. Seguía sin ponerse la camiseta, y si giraba
levemente la cabeza, cosa que había hecho en varias ocasiones, podía ver
sus abdominales prietos y un pequeño lunar que tenía al lado del pezón
derecho.

Tragué saliva y traté de pensar en otra cosa.

Cuando entramos al salón, sus primos pequeños, al verle, se levantaron


de la alfombra donde estaban jugando para abrazar a su primo. Alex les
respondió con un fuerte achuchón, los cuatro cayeron al suelo sin poder
dejar de reírse a carcajadas. Yo sonreí maravillada por la tierna escena. Esta
era otra faceta de Alex que desconocía y que ahora me encantaba.

La mesa ya estaba preparada. Me senté en una de las sillas situadas


alrededor. Los tres niños se sentaron frente a mí. Alex a mi lado. Su tía dejó
una enorme fuente repleta de hamburguesas con queso en el centro de la
mesa que tenían una pinta increíble.

—Espero que te gusten —dijo—. Hoy es el día de las Hamburguesas en


esta casa.

—¡Día de las Hamburguesas! ¡Día de las Hamburguesas! ¡Día de las


Hamburguesas! —canturrearon los niños al unísono.

Alex se echó a reír.

—Sí, claro —respondí a su tía—. Me encantan.

Hannah se sentó entre los niños y yo.

—Y dime, Chloe, ¿conoces a Brittany? La novia de Alex.

—Vamos juntas a clase y las dos somos animadoras.


—Entonces vosotros también vais juntos a clase —señaló.

—Desafortunadamente, sí. Vamos juntos.

Los niños se echaron a reír.

—Te entiendo —coincidió su tía—. Es muy cabezota.

—Y arrogante, prepotente, engreído…

—¿Hola? Sabéis que estoy aquí, ¿no? —se quejó Alex.

—Lo sabemos —sonreí—, pero no nos importa.

Cogí la hamburguesa con cuidado de no derramar nada y le di un


pequeño mordisco. Cerré los ojos para saborear esta obra de arte. Estaba
buenísima. Le di otro bocado.

—Pero eso es solo una fachada —añadió su tía—. Es así porque tiene
miedo de sentir algo bueno por otra persona.

—No es momento de hablar de eso —musitó Alex, dándole otro bocado


a su hamburguesa, sin dejar de mirar a uno de sus primos que se había
colocado dos patatas fritas en la boca para imitar los colmillos de un
vampiro.

—¿Por qué no? —inquirió Hannah—. Alex, me preocupa que vuelvas a


aislarte. Chloe es la única persona que has traído a casa desde que te
mudaste aquí hace ya cinco años.

Busqué su mirada en busca de una respuesta, pero seguía centrado en su


hamburguesa. ¿Llevaba aquí cinco años? Porque no lo había visto por el
pueblo… ¿Acaso se había pasado los cincos años encerrado en casa, yendo
únicamente de su casa al taller?
—¿No tiene amigos para salir? —pregunté a Hannah ya que Alex no
estaba dispuesto a responder. Esta era mi oportunidad para conocerle mejor
y pensaba aprovecharla.

—Desde la muerte de su padres ha cambiado mucho. Sus amigos lo


dejaron de lado, su novia, aunque no era muy buena persona, también lo
abandonó. Lleva años dedicándose por completo a la familia; dejó de salir,
no se relacionaba con otras personas de su edad… Por eso decidimos que
era bueno que terminara sus estudios.

—Al principio me extrañaba que a su edad todavía siguiera en el


instituto, pero cuando me dijo que sus padres habían fallecido, más o menos
lo entendí.

—Mi marido es un buen amigo del director del instituto, y cuando le


explicó la situación de Alex, consiguió una plaza para que pudiera tener un
futuro mejor que estar dedicando su vida al taller de mi marido. Alex es
muy inteligente, y sé que podría ser lo que quisiera si se lo propone.

—Lo que no entiendo es por qué dejó de relacionarse con gente de su


edad…

—Desde el accidente de mis padres, la forma que tenía de ver el mundo


cambió —explicó Alex sin mirarme—. Ya no me importaba estudiar para ir
a una buena universidad, ni salir de fiesta con mis amigos… Me di cuenta
de que la vida después del instituto no iba a ser cómo nos la habían pintado;
por eso quise empezar a trabajar cuanto antes, conseguir dinero y, con
suerte, abrir mi propio taller. Mis amigos estaban encerrados en su burbuja
y no me entendieron. Por eso se alejaron de mí sin decir nada.
Desaparecieron —encogió los hombros—. Lo prefiero así, en realidad.

—¿Y llevas sin salir de aquí desde hace cinco años?

—Sí que salgo —protestó.


—¿Al taller? —repliqué—. Alex, eso no es salir.

—También salgo a correr —se mordió el labio inferior.

—Estoy hablando en serio.

—Sé que puede ser complicado, Alex, pero no puedes estar encerrado en
casa cuando hay un mundo allá fuera esperándote —dijo su tía Hannah—.
Y no te estanques como tu tío en un taller. Intenta llegar más lejos.

Alex miraba su hamburguesa fijamente, con la mandíbula apretada. No


sabía en qué estaba pensando, pero ahora podía llegar a entender que al
principio del curso no quisiera ningún tipo de relación con nadie.

Coloqué mi mano sobre la suya para llamar su atención. Alex miró ese
gesto con el ceño fruncido, como si esta fuera la primera vez que nos
tocábamos. Alzó la mirada, y sus ojos se clavaron en lo más profundo de mi
ser.

—Yo soy tu amiga —dije—. Cuando quieras hablar, salir, o lo que sea,
puedes contar conmigo. Yo siempre voy a estar ahí cuando me necesites.

Asintió, más confuso todavía.

—¿Tampoco sales con Brittany? —pregunté, curiosa.

—No mucho —admitió.

—Muy poco —confirmó Hannah—. El otro día le pregunté si a Brittany


le gustaban las películas de ciencia ficción y me dijo que no lo sabía. ¿Te lo
puedes creer? Nuestra familia tiene como tradición ir al cine al menos una
vez al mes, y pensé que podría traerla para que pudiéramos conocerla. Pero
por lo que parece, ni Alex la conoce.
—Sinceramente, no creo que le gusten ese tipo de películas.

Ella era más de comedias románticas.

—¿Y a ti te gustan?

—Sí. Me encanta el cine. El terror sobre todo.

—¿Ah, sí? —me preguntó Alex.

—Mi padre y yo solíamos hacer maratones en casa de películas de


terror. Pero desde que encontró trabajo hace ya unas semanas, no hemos
vuelto a hacer ninguno.

—Pues podrías venir un día con nosotros, si quieres.

—No creo que quiera —comentó Alex.

—¿Por qué? —preguntó su tía.

—Porque tiene novio y yo no le caigo nada bien.

—¿Cómo le vas a caer bien si no te conoce? —inquirí.

—No le caigo bien porque sabe lo mucho que me gustas.

Todos dejaron de comer. Los niños, que no dejaban de hacer ruiditos


mientras comían, pararon para prestar atención a su primo mayor, cuyos
ojos me atravesaban a la espera de una respuesta. Miré a los niños y luego a
su tía, sin saber qué decir.

—Yo… Creo que debería irme —dije, incorporándome—. Muchas


gracias por invitarme. Estaba todo delicioso.

—Espera —dijo Alex—. Te llevo a casa.


—No hace falta. Puedo ir andando.

Antes de que pudiera contestar, fui hacia el interior de su habitación para


coger mi bolsa, sin dejar de pensar en lo que acababa de pasar. A
continuación, traté de cruzar el umbral de la puerta cuando me choqué
contra el pecho de Alex.

—No deberías haber dicho eso.

—Pero es cierto.

—¿Y qué? Alex, sabes que lo nuestro es imposible.

—Pero no pretendas que deje de intentarlo.

Dio un paso hacia mí y mi cuerpo se volvió rígido como respuesta a su


proximidad. Tan grande, tan… irresistiblemente sexy. Tragué saliva y me
lamí los labios al sentir su cálido aliento chocar contra mi boca.

—No sabes lo mucho que te deseo, Chloe.

Esas simples palabras fueron el detonante que necesitaba para lanzarme


a sus brazos. Lo besé con desesperación, atrapando sus labios entre los
míos. Al principio no me devolvió el beso ya que no esperaba este ataque
repentino por mi parte. Yo tampoco creía que fuera capaz de rendirme de
esta manera, de sucumbir a mis deseos, pero Alex y yo teníamos una
conexión especial y era difícil resistirse; después se entregó por completo.
Tomó mi rostro y se hundió en mi boca mientras sus brazos se apretaban
contra mí.

Entramos torpemente en la habitación. Alex cerró la puerta con la


pierna, impaciente. Ambos nos echamos a reír junto a la boca del otro.
Habíamos estado tanto tiempo deseando esto que nos resultaba imposible
separarnos.
La bolsa del gimnasio cayó al suelo cuando Alex clavó sus dedos en mis
piernas y me elevó, obligándome a enroscarlas alrededor de su cintura, cosa
que hice con gusto. Sus manos sobre mi trasero encendieron esa parte de mí
que había estado apagada durante toda mi vida, deseando querer hacer algo
que no había querido hacer hasta este preciso momento.

Se sentó en la cama. Podía sentir su erección dura como una piedra


pegada a mi trasero, pero esa sensación no hizo que me sintiera incómoda.
En realidad hizo que quisiera más; le quité las gafas y las dejé sobre la
mesita de noche para no romperlas antes de tomar su rostro y besarlo.

Sin pensarlo demasiado, me quité la camiseta por encima de la cabeza.


Alex dibujó una sonrisa cargada de lascivia y trazó las líneas de mi
clavícula con la lengua, dejando un rastro de besos húmedos hasta llegar a
mis pechos. Solté un gemido. Mis dedos se perdieron en su pelo y tiré hacia
atrás en busca de su boca.

—Me vuelves loco —gimió sobre mi boca.

Pude sentir el latido de su corazón acelerado bajo su piel ardiente. Mis


dedos descendieron vacilantes por sus hombros, sus pectorales, hasta llegar
a los abdominales, sintiéndolos prietos y duros. Y no era lo único que tenía
duro… Seguí bajando hasta la cintura del pantalón de deporte. Alex gimió
sobre mi cuello al mismo tiempo que me besaba. Yo quise introducir las
manos bajo el pantalón, tocarlo de verdad, pero un nombre me detuvo.

Christian.

—No puedo hacerlo —me separé.

Me levanté y busqué mi camiseta con la respiración agitada.

Alex se incorporó.
—¿Qué pasa? —preguntó, jadeante.

—Esto no está bien, Alex —respondí mientras me vestía—. Los dos


tenemos pareja.

—¿Y qué tiene eso que ver? Tú y yo tenemos una conexión especial,
Chloe. Como si el destino quisiera que estuviéramos juntos a pesar de todo.
Y por la forma en la que me besabas, sé que tú has sentido exactamente lo
mismo.

—¿No decías que no creías en el destino?

Intentó tocarme. Antes de que pudiera hacerlo, cogí mi bolsa y me la


colgué del hombro. Tenía que salir de esta habitación cuanto antes.

—Esto es un error —afirmé—. Yo soy la chica más popular del instituto


y tú solamente un hombre que ha tenido suerte de que una mujer como yo
tuviera el más mínimo interés.

No sentía nada de lo que había dicho. Sin embargo, si yo no podía


mantenerme alejada de Alex, quizá fuera él quien pudiera mantenerse
alejado de mí.

—¿Por qué vuelves a comportarte así? —replicó—. Chloe, no hay razón


para utilizar esa imagen conmigo. Conmigo puedes ser tú misma. Sin
máscaras. Solo tú y yo.

—Alex… No.

—Sé que todo esto lo estás diciendo para que me aleje de ti.

—Tienes que aceptar que nunca estaremos juntos.

—Y tú que no puedes nadar a contracorriente; sé que sientes algo por mí


—me tomó del rostro y pegó su frente a la mía—. Sé que me necesitas tanto
como yo te necesito a ti.

—Alex…

—No sabes cuánto te necesito…

Su voz era ronca, suplicante. Por un momento pensé en lo que


podríamos ser, y todo lo que podía ver era lo mismo que había estado
sucediendo hasta ahora: Discusiones y peleas por cualquier tontería. Nada
garantizaba que lo nuestro fuera a salir bien. Me horrorizaba lanzarme a la
piscina y que no hubiera agua.

—Tengo que irme.

Me di la vuelta y atravesé el pasillo lo más rápido que pude para salir


cuanto antes de su casa y llegar a mi refugio, lejos de Alex.

Una pequeña parte de mí quería olvidarle mientras una gran parte me


pedía a gritos que diera marcha atrás y volviera a sus brazos. ¿Pero a quién
debía obedecer? ¿A mi cabeza que quería estar con lo que más me
convenía, o a mi corazón, que dictaba que tenía que ser impulsiva y seguir
mis sentimientos?

Una vez en casa, subí corriendo a mi habitación y me dejé caer en la


cama. Cerré los ojos con la intención de olvidar todo lo que había pasado en
casa de Alex, de borrar las huellas de sus manos de mi cuerpo, la sensación
de tener sus labios sobre mi boca. Pero cuanto más quería desprenderme de
las sensaciones, más fuertes se volvían.

Mi padre entró en mi habitación con una sonrisa en el rostro.

—Hola, cielo. ¿De dónde vienes?

—He ido a recoger la bolsa que me dejé en el coche.


Se sentó a mi lado en la cama.

—¿Estás bien?

—Sí —forcé una sonrisa—. Un poco cansada.

—Bueno, solo he venido a traerte esto.

Sacó de sus espaldas una bolsa blanca y me la tendió. Su interior


escondía una caja con un teléfono móvil nuevo.

—Sé que no es el móvil que te regaló la abuela, pero es lo único que


podía permitirme con el dinero que tenía ahorrado.

—Da igual. Me encanta, papá. Muchas gracias.

Lo abracé.

—Te dejo para que lo inicies. Buenas noches.

Me besó la frente y se marchó.

Después de haber hecho la inicialización del nuevo móvil, entré en mis


redes sociales. Tenía unas cuantas solicitudes de seguimiento en Instagram,
cientos de comentarios en las últimas publicaciones y mensajes en la
bandeja de entrada. Algunos eran de Brett, pero la mayoría eran de
Christian:

CHRISTIAN BAKER

Por qué no contestas al teléfono?


CHRISTIAN BAKER

CHLOE. CONTESTA JODER.

CHRISTIAN BAKER

SARAH ME HA CONTADO LO DEL ACCIDENTE…

CHRISTIAN BAKER

ESTOY EMPEZANDO A PREOCUPARME.

CHLOE DAVIS

Estoy bien.

Se me rompió el teléfono y no podía contestar a los mensajes.

CHRISTIAN BAKER

Menos mal…

Pensaba que no contestabas porque me odiabas.

CHLOE DAVIS

Por qué iba a odiarte?

CHRISTIAN BAKER
Por mi comportamiento en el mirador. Fui un capullo.

CHLOE DAVIS

Sí, fuiste un capullo.

CHRISTIAN BAKER

Lo siento mucho, Chloe. De verdad.

CHLOE DAVIS

Ya está olvidado.

En realidad, no estaba olvidado.

CHRISTIAN BAKER

He pensado que debería conocer a tu padre.

Ya sabes, presentarme como tu novio…

CHLOE DAVIS

Claro!
Hablaré con él y mañana mismo hacemos una cena en mi casa.

CHRISTIAN BAKER

Me encantaría.

CHLOE DAVIS

Mañana pasa a por mí después del entrenamiento, vale?

CHRISTIAN BAKER

Eso está hecho!

Hasta mañana.

Te quiero ❤

Quise responderle con un: «Yo también te quiero», pero no podía decir
algo que realmente no sentía.

Seguí revisando las solicitudes de seguimiento y me detuve cuando vi


una fotografía de Alex. Me metí en su perfil. Miré cada una de las
publicaciones. Eran tan guapo y salía tan bien en las fotos… No supe en
qué momento mi corazón empezó a acelerarse. Vacilé sobre si debía aceptar
su solicitud. Al final, la acepté. Luego respondí a los mensajes de mis
amigos.

Dejé el móvil sobre la mesita y me acosté en la cama, con los ojos de


Alex clavados en mi mente, con sus labios en mi piel y sus manos por todo
mi cuerpo.

—¿Por qué tengo que pensar en él? —me pregunté a mi misma,


llevándome las manos a la cabeza—. ¿Por que no sale de mi cabeza?

Suspiré, frustrada.

Encima de mi escritorio estaba la cámara réflex. Me levanté de la cama


para sacar la tarjeta de memoria e introducirla en el portátil. Busqué entre
las miles de fotos las que le hice a Alex mientras hacía ejercicio. Tenía la
esperanza de que si escribía todo lo que sentía en mi diario, si plasmaba las
razones por las que no podíamos estar juntos, resultaría más fácil olvidarle.

Saqué la mejor foto que encontré y la imprimí. Recorté los bordes. Cogí
el cuaderno de debajo del colchón. Pegué la foto y plasmé todo lo que
sentía por él a un lado, todo lo que se me pasaba por la mente cada vez que
lo miraba, cada vez que me tocaba.

Ojalá todo fuera diferente entre nosotros.


19

Deslicé por mis piernas una minifalda holgada de color negro. Me puse una
camiseta blanca sin mangas metida por dentro, unos botines de tacón y la
cazadora de Alex por encima, que se había convertido en mi prenda
favorita. Agarré mi bolso junto a la bolsa del gimnasio y salí hacia el
instituto.

En cuanto llegué, Sarah vino hacia mí apresuradamente.

—Chloe, ¿qué te parece si nos saltamos las clases hoy y vamos a


Starbucks? —me preguntó abruptamente. Me tomó de la mano y tiró de mí
en la dirección opuesta al instituto—. Hoy tenía que entregar un trabajo y
no lo he hecho.

—¿Desde cuándo no haces los trabajos?

Sarah era muy responsable. Por eso me costó creer que no había hecho
un trabajo cuando solía entregarlos incluso antes del plazo de entrega.

—Se me olvidó —se encogió de hombros.

Lanzó una mirada por encima de mi hombro y después bajó hasta mis
ojos. Parecía nerviosa, como si supiera algo que yo desconocía y que no
quería que averiguara.

—Sarah, dime qué está pasando.


Ella soltó un largo suspiro.

—Alex.

La miré ceñuda.

—¿Qué pasa con él?

—Es mejor que lo veas por ti misma.

Sacó del bolsillo trasero del vaquero un papel doblado. Al


desenvolverlo, descubrí un montaje fotográfico de una chica completamente
desnuda con mi cara sobre la original, al lado de un hombre que metía los
dedos en su interior.

Cerré los ojos con fuerza y traté no alterarme.

—¿Cuántas hay? —pregunté.

—No lo sé, pero están colgadas por todo el instituto.

—Esto no lo ha hecho Alex.

Alex y yo habíamos tenido muchas diferencias, pero no lo veía capaz de


hacer algo tan rastrero.

—¿Y cómo lo sabes? —preguntó mi amiga con sequedad.

—Simplemente lo sé, ¿vale?

—Podemos ir a mi casa, si quieres —propuso.

—No. Quién haya hecho esto esperaba que me escondiera. Y no pienso


darle el gusto. Puede que ya no tenga la imagen de vida perfecta, pero no
pienso dejar que me pisoteen.

Cuando entramos por la puerta doble, todos los estudiantes que estaban
en el pasillo se giraron hacia mí con el montaje en las manos, cuchicheando
por lo bajo. Algunos me señalaron y compararon con la mujer desnuda de la
imagen, otros simplemente se rieron; yo seguí mi camino sin detenerme y
con la cabeza bien alta, consciente de que nada de esto iba a poder
conmigo.

Sin embargo, a cada paso que daba, era más y más humillante. Contuve
las lágrimas que amenazaron por salir mientras me dirigía a mi taquilla.
Pese a que ahora no tenía la máscara que empleaba para esconderme del
mundo, tampoco pensaba dejar que me vieran débil; ignoré cada mirada y
cada comentario que escuchaba y mantuve la compostura por mucho que
por dentro estuviera rompiéndome en mil pedazos.

Sarah no se separó de mí ni un solo momento, parecía mi sombra. Sentir


su apoyo hacía que me sintiera fuerte. En varias ocasiones tuvo que
defenderme de los comentarios ofensivos porque yo me sentía incapaz de
defenderme; podía seguir manteniendo una expresión indiferente, pero si
abría la boca y decía cualquier cosa, corría el riesgo de derrumbarme.

En la puerta de mi taquilla había una copia de la foto donde había escrito


la palabra: «Chica fácil» en rojo. La arranqué con rabia y la hice añicos.
Guardé la bolsa en el interior y cogí el libro de español.

Atravesé el umbral de la puerta para entrar en el aula y todas las miradas


se centraron en mí. Tenía el pensamiento de que al menos mis compañeros
me apoyarían, pero en vez de eso, se estaban riendo de mí a mis espaldas.

—¿Tenéis algún problema conmigo? —grité a una chica que no dejaba


de mirarme y reírse de mí con sus amigos, señalándome e inventándose
historias sobre mí.

Nadie respondió.
—¡Esa no soy yo!

Apreté con fuerza los puños por la impotencia.

—Lo sabemos —dijo uno—. Esta tiene más tetas.

Sarah se acercó a él y le dio un guantazo en la cara.

Todo el mundo se quedó mirando la escena boquiabiertos.

—Cómo vuelvas a decir algo más de Chloe, pienso enviar a todo el


instituto las fotos que me pasaste de tu micro pene. ¡Y también va para
todos vosotros! —gritó a los demás—. Si os metéis con ella, también os
metéis conmigo. Y todos sabéis que no queréis tenerme como enemiga.

—Gracias —dije cuando volvió a mi lado.

—No pienso dejar que estos inútiles te hagan daño.

Abracé a mi amiga. Le estaba eternamente agradecida por todo lo que


estaba haciendo por mí a pesar de que ella también tuviera sus propios
problemas.

Cuando fui a sentarme en mi pupitre, encontré otro montaje. Supuse que


se trataba del original porque mi cara estaba pegada al papel con pegamento
y también por la saturación del color. Había otro mensaje escrito en color
rojo:

«Eres una puta barata».

Arrugué el papel hasta convertirlo en una bola y me levanté para tirarlo


a la papelera. Al darme la vuelta para regresar a mi asiento, mis compañeros
me observaban expectantes.
—¡¿Quién ha sido?!

Nadie respondió.

—¡Todos sois unos putos cobardes! —grité—. Cuando descubra quién


ha hecho este maldito montaje, me las va a pagar. Esto no va quedar así —
dije mientras me sentaba al lado de Sarah.

—¿Estás segura de que no ha sido Alex?

—Conozco a Alex y jamás haría algo tan rastrero.

—Pero te ha humillado un montón de veces, Chloe. Creo que lo que


sientes por él te está cegando y no te deja ver la realidad. ¿Quién más iba a
querer hacerte daño? Todo el mundo te adora.

—Dirás adoraba. En pasado. Ahora nadie me respeta.

—Yo sigo pensando que ha sido el cabrón de Alex.

Justo después sucedió algo completamente inesperado. La última


persona que creí que me apoyaría en un momento como este, entró en clase
y se abalanzó sobre mí para estrecharme entre sus brazos. La misma que
hizo correr el rumor de que me había operado las tetas después de haber
cambiado su posición al final de la fila en un baile de las animadoras.

—He visto las fotos… ¿Estás bien? —por el tono de su voz, supe que no
se trataba de ninguna estratagema. Brittany parecía realmente preocupada.

—Esa no soy yo —aclaré.

—Se nota que es un montaje. Pero no deja de ser doloroso.

—Todo el mundo sabe que es mentira —dijo Sarah—. Aunque lo único


que les importa es criticar y meterse en vidas ajenas.
Brett entró por la puerta y después de quitarle un montaje a un
compañero de las manos y tirarlo con rabia a la basura, se acercó a mí. Me
levanté para recibir su reconfortante abrazo.

—¿Cómo estás? —me preguntó junto a mi oído.

—Bien… O eso creo.

—Alex es un hijo de puta —escupió, apretando los puños—. Pensé que


había cambiado. Después de esto solo demuestra que no merece la pena ser
su amigo…

—¡Alex no ha hecho esto! —exclamó Britt, indignada.

—¿Quién más iba a hacerlo? —inquirió Sarah—. Tu novio lleva


humillando a Chloe desde que comenzó el curso. Esto es obra de Alex,
estoy segura.

—Chicos, creedme, Alex no ha sido —repetí.

Pero no me escucharon. En cuanto Alex apareció con una fotocopia en


las manos, tanto Brett como Sarah se lanzaron como locos a por él.

—¡Cabrón! —gritó Brett antes de que su puño impactara en la mejilla de


Alex. Sarah también lo golpeaba por donde podía.

Antes de que la pelea llegara a mayores, me coloqué entre los tres,


dándole la espalda a Alex.

Miré a mis amigos e intenté calmarlos.

—¡¿Por qué lo has hecho?! —gritó Brett a Alex.

—¿Esto? —Alex levantó el papel—. Yo no he…


—¿Encima vas a negarlo? —bramó Sarah con rabia. Intentó esquivarme
y golpearlo, y estuvo a punto de conseguirlo—. ¡Ten la decencia de decir al
menos la verdad!

—¡Estoy diciendo la verdad! —gritó Alex.

Me giré para mirarle a la cara.

—Chloe, yo no lo he hecho… Tienes que creerme.

Su pecho ascendía y descendía angustiosamente. Su mirada, radiaba


preocupación y destilaba miedo. Nunca antes lo había visto así. Nunca antes
me había mirado así.

—¡Alex no ha hecho nada! —vociferó Brittany mientras tiraba de su


brazo para llevárselo consigo, pero él seguía anclado al suelo, con los ojos
fijos en los míos.

—Chloe, por favor… Créeme.

Abrí la boca para contestar, pero el profesor Grant entró en clase con
otra copia en las manos. ¡¿Pero cuántas más había?! En cuanto alzó la vista,
tiró el papel a la basura.

—¡Esto es lamentable! —exclamó el profesor Grant—. ¿Cómo alguien


en su sano juicio es capaz de hacer algo así para reírse de una compañera?

—Eso pregúntaselo a Alex —repuso Brett.

Los ojos del profesor rodaron hacia el aludido.

—¿Has sido tú?

—No —se apresuró a decir—. Yo jamás haría esto.


—Hablaremos de esto después. Sentaos.

Me senté en mi sitio. Sarah se sentó a mi lado y Brett detrás de mí.


Cuando Alex vio que Brett se había sentado en su asiento, frunció el ceño.

—Ese es mi sitio.

—Yo no veo que ponga tu nombre —contestó Brett.

Alex me lanzó una mirada que no logré comprender y luego fue a


sentarse al lado de su novia.

—No pienso perder el tiempo con estos montajes —murmuró el


profesor, cruzado de brazos y con el ceño fruncido—: Tan solo decir que
me parece miserable y rastrero hacer algo así a una compañera. Con o sin
motivo, esto es imperdonable. Pienso colaborar con el director para
descubrir al autor, y puedo prometeros que esto no quedará en un simple
castigo.

El equipo de lacrosse entrenaba a nuestro lado en el campo, y me agradó


encontrar a Alex entre ellos. Todos parecían felices por su admisión,
excepto Brett, pues al pasar por su lado, lo empujó con el hombro aún
resentido por lo del montaje. El primer pensamiento que tuve fue que se iba
a generar una pelea, sin embargo, Alex no se movió. Se limitó a observar
cómo se alejaba. Después desvió la mirada hacia mí. Yo inmediatamente
aparté la mirada y me centré en mis chicas y en crear los nuevos pasos de
baile para el próximo partido.

Nada más terminar el entrenamiento, fui a los vestuarios.


No sabía por qué pero siempre era la última en salir de las duchas.
Mientras el agua recorría mi cuerpo, descubrí a varias compañeras
observando y comparando mi cuerpo con la chica del montaje. Les hice una
peineta con el dedo para que tuvieran un verdadero motivo para mirarme.

—Al final Alex ha entrado en el equipo —comentó Sarah en cuanto las


chicas que me miraban habían terminado de vestirse y se habían marchado.

—Eso parece.

—¿Seguro que no quieres que te espere? Esta tarde no tengo que llevar a
mi hermano al fútbol. Puedo esperarte y llevarte a casa. Ya que por las
mañanas no puedo traerte por mi hermano…

—No hace falta. Christian me llevará.

—Ah, sí —dijo—. Me había olvidado de que esta noche teníais cena


familiar. Ya me contarás cómo ha ido todo. Nos vemos mañana.

—Adiós.

En cuanto terminé de ducharme, cerré el grifo. Envolví mi cuerpo con


una toalla y con otra eliminé el exceso de agua del pelo. El vestuario se
había cubierto por una densa capa de vapor que se extendía como un manto
blanco por todas partes. Caminé hacia mi taquilla. La abrí, y cuando intenté
quitarme la toalla para vestirme, escuché unos pasos aproximándose a mis
espaldas. Alex, vestido con su propia camiseta del equipo con el número 11.

—Siento si te he asustado —torció la sonrisa.

—¿Qué haces aquí? Es el vestuario de chicas.

—Quiero… Necesito hablar contigo.

—Si quieres hablar del montaje, sé que tú no…


—Déjame hablar, por favor —me interrumpió. Respiró hondo—.
Cuando mis padres fallecieron, creé una coraza en mi corazón para que
nadie pudiera hacerme daño y así asegurarme que no volvieran a
abandonarme. Poco después fue cuando mis amigos me dejaron de lado y
cuando la persona de la que creí estar enamorado me dejó por mi mejor
amigo. Ahora, si te soy sincero, me doy cuenta de que lo que sentía no era
amor. La quería, sí, pero lo que sentí por ella no se puede comparar con lo
que siento por ti.

Dio un paso hacia mí. Yo retrocedí hasta sentir el frío del metal de la
taquilla en la espalda. Tragué saliva, nerviosa, haciendo descender las
mariposas que empezaban a revolotear por mi estómago.

—Me he enamorado de ti —encogió los hombros—. Yo no quería que


pasara, pero el amor llega cuando menos te lo esperas. Tú has sido la única
que ha roto mis esquemas, la única que ha conseguido que volviera a tener
ganas de vivir a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros. No me
molesta verte con otro, Chloe. Simplemente… me duele.

Volvió a respirar hondo antes de continuar.

—Soy un completo gilipollas —dijo—. Un hipócrita, tal y como dijiste


el otro día. Un capullo que ha jodido todo lo bueno que le ha pasado en la
vida. Chloe, yo nunca he sentido nada semejante a esto; es algo tan
completamente nuevo para mí que me asusta. Estoy cagado de miedo,
Chloe. Porque cada vez que te tengo cerca… me tiembla todo. Digo cosas
sin pensar y actúo de una manera irracional porque no sé manejar lo que
siento.

»No sé quién habrá sido el autor de ese maldito montaje, pero te


prometo que yo no he tenido nada que ver. Me molestó muchísimo que me
dejaras en mi casa después de nuestro beso, eso es cierto, pero por muy
cabreado que estuviera, yo sería incapaz de hacer algo así. Y mucho menos
a ti.
—Sé que no has sido tú —balbuceé.

Dibujó una media sonrisa.

—Me gustas mucho, Chloe. Tal vez demasiado. Y sé que tú sientes


exactamente lo mismo que yo. Puedo notarlo cada vez que estamos
juntos… No sabes cuánto me arrepiento de haber empezado una relación
con Brittany cuando en realidad estoy enamorado de ti. Debí haber
esperado. Debí haberte esperado.

Dio otro paso, cortando la distancia que nos separaba. Esos pocos
metros que nos mantenían alejados eran como mi zona segura, un espacio
donde podía mantener mis pensamientos y deseos a raya, pero cuanto más
se acercaba, más difícil resultaba resistir las ganas que tenía de lanzarme a
sus brazos y besarlo. De decirle todo lo que yo sentía.

—Me gustaría que fueras mi novia —añadió.

El corazón se me aceleró.

—Alex…

—Sé que piensas que no podemos estar juntos porque crees que
estaríamos peleándonos constantemente, pero yo no creo que sea así; tú has
sido la única que ha conseguido que me abriera a los demás, la única que ha
roto mi coraza. Siento en lo más profundo de mi corazón que lo nuestro
realmente podría funcionar. Si tan solo pudieras darme una oportunidad
para demostrarte lo mucho que deseo estar contigo…

—Yo…

No sabía qué decir.


—No digas nada, por favor —susurró. Alzó la mano y me acarició la
mejilla. Yo no pude apartar la mirada de sus grandes y preciosos ojos azules
—. Sé que lo que te propongo es una completa locura, que posiblemente
pienses que me he vuelto loco —torció la sonrisa—, y tal vez sea cierto,
pero realmente me gustaría intentarlo.

—¿Y Brittany? —pregunté—. ¿Qué pasa con ella?

—Ella solo era una distracción —respondió—. Un medio para un fin.


Reconozco que no estuvo bien utilizarla, pero por más que lo he intentado,
no he podido dejar de pensar en ti desde el primer momento en el que te vi
entrar por la puerta de clase, aun cuando diste ese discurso en español tan
superficial.

Los dos nos echamos a reír.

—Sé que Christian es lo mismo para ti —añadió con una sonrisa—. Una
forma de olvidarme.

—Alex, no es tan fácil…

—Sé que no lo es. Nada en esta vida lo es. Pero cada vez que nos
besamos, cada vez que nos tocamos, todo cambia. Es como si el mundo
entero desapareciera y solo estuviéramos tú y yo —deslizó su pulgar por
mis labios y yo sentí cómo el tiempo se ralentizaba—. Podría estar toda mi
vida besándote, Chloe. Moriría haciéndolo.

No podemos estar juntos. No podemos estar juntos. No podemos estar


juntos.

¿Y si lo intentamos?

No podemos estar juntos…

Pero…
¡No podemos estar juntos!

—Bésame —pidió.

Negué con la cabeza.

No podía besarlo… No podía.

—Sé que quieres besarme —susurró. Se inclinó e instintivamente abrí la


boca. Nuestros labios se rozaron en una tortuosa caricia—. Tu cuerpo me
pide a gritos que te bese, pero antes necesito oírtelo decir. Tan solo dime
que quieres estar conmigo —puse mis manos sobre su pecho y sentí su
corazón acelerado—. Dímelo y seré completamente tuyo. No sabes la
cantidad de veces que he soñado con decirte todo esto y por miedo a que tú
no sintieras lo mismo no lo he hecho. Ya no puedo seguir guardándome
todo lo que siento. Necesitaba soltarlo. Si no lo hacía, iba a acabar
consumiéndome.

—Christian vendrá enseguida —lo empujé hacia atrás y Alex dio un


traspié—. Es mejor que mantengas las distancias. No quiero que os peleéis.

—¿No te das cuenta de que me da igual Christian? ¡Me da igual todo lo


demás! Lo único que me importa eres tú. Dime que quieres estar conmigo y
estaré a tu lado hasta el día de mi muerte. Dime que me vaya y lo haré y no
volveré a molestarte.

—¿Por qué no podemos ser solamente amigos?

—¿No te das cuenta de que no puedo ser tu amigo? —sus ojos se


volvieron vidriosos—. Cada vez que te tengo cerca… yo… muero por
besarte —tomó mi rostro y pegó su frente a la mía. Ese punto de calor
instauró un pensamiento en mi cabeza, una posibilidad de estar con Alex,
que lo nuestro realmente podía funcionar—. He intentado ser solamente tu
amigo. Realmente lo he intentado. Pero no puedo seguir fingiendo que no
siento nada cuando tengo un torbellino de emociones cada vez que te veo.
Lo he intentado, Chloe, realmente lo he intentado. Pero no puedo.

—Alex…

—Bésame —me suplicó. Su aliento chocó contra mi boca y yo me lamí


los labios. El corazón me latía desbocado y sentía que si no lo besaba iba a
explotar.

Aparté los mechones que se le habían pegado a la frente por el sudor y


me incliné para besarlo, pero justo cuando nuestros labios estuvieron a
punto de tocarse, Christian apartó a Alex de mí con brusquedad.

—¡No vuelvas a tocarla!

—¿Tienes algún problema? —gruñó Alex.

—¡Sí, contigo! —volvió a empujarle con tanta fuerza que Alex chocó
contra la hilera de taquillas que tenía detrás—. He visto tu obra de arte
pegada en todas las paredes del instituto. ¿Qué pretendías hacerle ahora?

—Nada. Yo sería incapaz de hacerle daño…

—Pues eso no es lo que parece… Eres un caprichoso de mierda que no


sabe lo que quiere —escupió Christian con desprecio—. Me das muchísima
pena, tío. Madura de una puta vez.

Christian me estrechó entre sus brazos. Traté de apartar la mirada del


hombre que teníamos delante, pero no pude hacerlo; Alex parecía estar
tranquilo, aunque eso solamente era por fuera, pues por dentro parecía estar
destrozado. Arrepentido por haber esperado tanto en decirme lo que sentía.
Sus palabras rondaron mi mente una y otra vez, sin parar.

—¡Qué te largues de una puta vez! —gritó Christian.


—¿Y si no qué? —replicó Alex del mismo modo.

Christian me soltó para abalanzarse sobre él. Yo lo retuve como pude,


tomando sus brazos y envolviéndome con ellos.

—Por favor, Alex. Márchate —le pedí.

Alex me miró una última vez antes de salir de los vestuarios, dejándome
con el hombre que se suponía que iba a ayudarme a olvidarle. Ahora todo se
había complicado. Porque ya no estaba únicamente en mi cabeza, sino
también en mi corazón.

—¿Estás bien?

—Sí —mentí—. Me visto y nos vamos.

—Te espero en la puerta.

—¿Estás enfadado conmigo? —pregunté cuándo llegamos a mi casa.

Durante todo el trayecto hasta aquí no habíamos hablado. Había


guardado silencio por miedo a cómo podía reaccionar, pero ya no podía
seguir callada. Necesitaba hablar de lo que había pasado en los vestuarios.

Le tendí el casco y él lo guardó bajo el asiento de la moto.

—No estoy enfadado contigo, sino con él —dijo—. Estoy preocupado


por ti, Chloe. He visto esas fotos y sabía que había sido obra suya. Tenía un
mal presentimiento y cuando os he encontrado en los vestuarios juntos…

—Alex no ha sido.
—¿Y tú cómo lo sabes? —inquirió.

—Porque eso era lo que me estaba diciendo cuándo nos has encontrado;
que no sabía quién lo había hecho, pero me ha prometido que él no había
sido.

—¿Y tú eres tan tonta que le crees?

—No soy tonta —insté—. Sé que él no ha sido.

—No quiero discutir más por culpa de ese niñato —dijo, pasándose una
mano por el pelo—. Vamos. No quiero hacer esperar a tu padre.

Cuando abrí la puerta, dejé el bolso en la entrada. Mi padre salió del


salón con una cerveza en la mano y con el semblante serio. Traté de ocultar
la sonrisa que se me escapaba por volver a ver la cara de padre duro y
protector que ponía cada vez que Brett venía a casa. Hacía mucho que no lo
veía actuar así.

—Hola, señor Davis. No sé si se acuerda de mí. Soy…

—Christian, el primo de Sarah y ahora también el novio de mi hija. Sé


quien eres —le interrumpió, tendiéndole la mano. Christian se la aceptó con
firmeza—. Hacía mucho que no te veía.

Entré en la cocina para empezar a preparar la cena. Abrí el grifo para


limpiarme las manos antes de comenzar. Ellos se sentaron alrededor de la
isleta.

—¿Te apetece una cerveza, Christian? —preguntó mi padre al mismo


tiempo que se levantó para tirar la que tenía en la mano e ir al frigorífico a
sacarse otra.

—No, gracias. Tengo que conducir después.


—Buena elección —sonrió—. ¿Un refresco?

—Agua, mejor.

—Agua —se burló mi padre.

Sacó una botella y tres vasos. Christian se bebió el agua de un trago.


Estaba nervioso. Y yo también, la verdad. Aunque no tenía por qué estarlo;
Christian era el prototipo de novio perfecto para presentar a tus padres:
Sacaba buenas notas, era deportista y trabajaba para pagar la carrera. Sin
embargo, coincidía con Sarah en no saber de dónde sacaba tanto dinero
como para mantener un todoterreno, una moto y la carrera trabajando como
un simple camarero.

Mi padre me ayudó a preparar una receta que aprendimos cuando


estuvimos en España mientras hacía su famoso interrogatorio paternal a
Christian: «¿Qué estás estudiando?», «¿Qué quieres hacer cuando acabes la
universidad?», «¿Quieres tener una familia?», «¿Utilizas condones?» y más
preguntas del mismo estilo. Saqué el pollo del horno, dejando la bandeja
sobre una tabla de madera. La salsa de tomate olía genial. Mi padre colocó
un plato llano sobre la sartén para dar la vuelta a la tortilla de patatas y
lograr una forma circular perfecta.

Después de cenar y de seguir aguantando el interrogatorio de mi padre


que ya se había vuelto algo absurdo y soportar sus bromas pesadas, me
levanté del taburete para llevar los platos sucios al fregadero.

—Cariño, he pensado en ir este fin de semana a la casa de tu abuela —


comentó mi padre—. Te echa muchísimo de menos. Y creo que te vendrá
bien descansar un poco de la presión de los exámenes y relajarte en la
playa.

—Me parece bien —sonreí.


Después de eso, se pusieron a comentar el partido de fútbol que echaron
en televisión hacía un par de días. Tampoco me enteré de mucho ya que el
fútbol no me gustaba. Además, tenía otras cosas en mente más importantes.

—Sintiéndolo mucho, tengo que marcharme —dijo Christian—. Mañana


tengo un examen y quiero darle un último repaso antes de ir a dormir.

—Claro —dijo mi padre—. Me ha gustado hablar contigo.

—Gracias por invitarme a cenar.

—Por favor, déjate las formalidades. Llámame Tom.

—Tom —repitió—. Adiós.

Acompañé a Christian hasta su moto. Esta parte del pueblo era muy
tranquila, apenas pasaban coches. Era una de las cosas que a mi madre más
le gustaba de vivir aquí. Pero la poca brisa que corría era suficiente como
para tener que abrazarme a mí misma y protegerme del frío.

—¿Crees que le he dado una buena impresión?

—Creo que sí.

Se inclinó y me besó. A continuación, se puso el casco, giró el puño y se


sumergió bajo la oscuridad de la noche. Mientras tanto, yo no podía
sacarme a Alex de la cabeza.
20

Hoy no había ido al instituto. Ir a Virginia Beach en coche era un recorrido


largo y tedioso, por eso mi padre pensó que no debería ir a clase y llegar allí
para la hora de cenar. Yo no puse ninguna objeción.

Alex no apareció por el instituto en toda la semana. Supuse que estaba


enfermo, aunque algo dentro de mí me decía que no venía porque no quería
verme. Por un lado lo preferí, porque no sabía qué iba a decirle cuando lo
tuviera delante. Tenía la esperanza de que el viaje me ayudara a saber qué
debía hacer.

Preparé la maleta con todo lo que podría necesitar. Tampoco tardé


mucho puesto que solo iba a pasar dos días fuera. Una vez preparada, avisé
a mi padre y metí la maleta en el coche. Me senté en el asiento del copiloto
cuando recibí un mensaje de mi amiga Sarah:

SARAH GREENE

Alex tampoco ha venido. Todo ok.

Has salido ya?

CHLOE DAVIS
Todavía no. Estoy en el coche.

SARAH GREENE

Cuando vuelvas, avísame.

Tengo que hablar contigo de una… cosa.

CHLOE DAVIS

Por qué no me lo dices por aquí?

SARAH GREENE

Prefiero hacerlo en persona.

El viaje fue más largo y desesperante de lo que pensamos. Pero para hacer
el viaje más ameno y divertido, mi padre puso canciones de musicales y las
cantamos a grito pelado: Musicales como High School Musical, Camp
Rock, Mamma mia!, Burlesque y El gran showman no podían faltar.
También contó anécdotas de cuándo iba a la universidad. Todas fueron
bastante divertidas, sin embargo, la que más me gustó fue la de cómo
conoció a mi madre; ya me la había contado otras veces, pero no me
cansaba de escucharla: Les presentó un amigo que tenían en común en una
fiesta. Por aquel entonces lo llamaban simplemente Cole, ahora era más
conocido como Inspector Cole Larsson. Fue ver los ojos de mi madre y mi
padre se enamoró perdidamente de ella. «Tenía una mirada capaz de verte el
alma», me dijo con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. «No he dejado
de amarla aun después de que su mirada se apagase».

Cuando llegamos a casa de mi abuela, el sol estaba a punto de


esconderse en el horizonte, tiñendo el cielo de colores anaranjados y
rosados. Aproveché el hermoso paisaje e hice una foto a las nubes para
actualizar mi perfil de Instagram.

Bajamos del coche y una mujer esbelta se acercó a nosotros por un


camino de piedras rodeadas de un césped recién cortado y verde. Su cabello
castaño caía suavemente por sus hombros, los pantalones negros y ajustados
realzaban su delgada figura. El jersey color crema resaltaba el color
caramelo de sus ojos, y de sus orejas colgaban unos preciosos pendientes de
perla, a juego con el collar que adornaba su estilizado cuello.

—¡Qué alegría volver a verte, pequeña! —exclamó ella con los brazos
abiertos. Me estrechó con fuerza y me besó en la frente—. ¡Qué guapa
estás!

—Gracias, abuela. Tú sigues igual que siempre.

—Mejor dime algo que no sepa —me guiñó el ojo.

Mi padre apareció después de sacar las maletas del coche.

—Hola, Grace —saludó, dándole un pequeño abrazo.

—Hola, Tom. Espero que el viaje haya resultado ameno.


—Lo ha sido —aseguré.

Mi abuela enhebró su brazo al mío y me arrastró hacia el interior del


precioso chalet a pie de playa que llamaba hogar.

—Mi maleta… —protesté

—Deja que tu padre se encargue de eso —hizo un gesto con la mano


para indicarle que se encargaba del equipaje.

Lo primero que vi nada más entrar fue una enorme escalera en el centro
del pasillo. En las paredes había colgados cuadros de pintura
contemporánea. Mi abuela adoraba el arte. Antes solía llevarme a la galería
de su amiga y yo siempre decía que algún día me gustaría ver mis
fotografías expuestas. Ella siempre respondía que algún día mi sueño se
hará realidad.

Rodeamos las escaleras y atravesamos el pasillo hasta llegar a la cocina.


Nada más pasar el umbral de un arco, un rico olor me invadió las fosas
nasales, abriéndome el apetito.

—Cuéntame, ¿cómo le conociste? —me preguntó nada más sentarnos en


los taburetes que había alrededor de la isleta.

—¿Conocer a quién?

—Tu padre me ha dicho que tienes un novio muy guapo. Bueno, no me


ha dicho que sea guapo, pero confío en que lo sea… Vamos. Quiero saberlo
todo sobre él. Y no omitas ningún detalle.

—Se llama Christian. Nos conocimos hace años, en la fiesta de


cumpleaños de su prima Sarah. A ella ya la conoces. Poco después sus
padres se separaron y se marchó. No volví a saber nada de él hasta hace un
par de semanas. Nos encontramos en una fiesta y bueno… empezamos a
salir.

—¡Eso sí que es romántico y no lo que sale en las películas!

Su tono sarcástico me hizo suspirar.

—¿Y le quieres?

Mi padre dejó las maletas en el suelo, sobresaltándonos. Yo sonreí por


dentro, pues gracias a su aparición me había librado de contestar a mi
abuela.

—¿Dónde dejo esto?

—Chloe dormirá en una de las habitaciones de invitados y tú puedes


quedarte en otra. Id a instalaros que la cena estará lista en cuestión de
minutos. Mi hijo no tardará mucho más en llegar.

Mi abuela tenía dos hijos: Mi madre Chloe —me llamaron así por ella—
y mi tío Kevin. Hacía mucho tiempo que no le veía. De hecho, ni siquiera
podía ponerle cara. Lo único que recordaba era que tenía el pelo castaño
tirando a rubio, ojos claros y que era once años mayor que yo.

—De acuerdo —dijo mi padre antes de desaparecer por el pasillo.

—¿Por dónde íbamos? —se preguntó mi abuela, rascándose la barbilla


—. Ah, sí.¿Qué sientes por Christian? ¿Le quieres?

—Debería ayudar a mi padre —dije, evadiendo la pregunta. Me levanté


del taburete—. Ha estado conduciendo durante muchas horas seguidas y
debe estar agotado.

—Tienes razón —coincidió—. Ya está demasiado mayor para tanto


trote… No todos pueden mantenerse en forma como yo. Ve y ayúdale. Ya
hablaremos en otra ocasión.

Subí corriendo las escaleras. Mi padre estaba paralizado en mitad del


pasillo, observando una puerta blanca. En cuanto se dio cuenta de mi
presencia, enjugó la lágrima que recorrió su mejilla y se obligó a mostrar
una sonrisa.

—Tu dormitorio está al final del pasillo.

Su voz sonó ronca y débil.

—Vale.

Le di un beso en la mejilla antes de quitarle mi maleta de las manos e ir


a mi habitación a deshacer el equipaje.

Las paredes de la habitación eran completamente blancas y lisas,


mobiliario bastante sencillo y moderno. Coloqué la maleta sobre la cama y
empecé a guardar la ropa en el armario. Terminé de colgar un vestido
cuando el sonido de mi móvil me sobresaltó:

CHRISTIAN BAKER

Has llegado ya?

SARAH GREENE

Sí, estoy deshaciendo el equipaje.

Puedo llamarte?
CHRISTIAN BAKER

Me encantaría, pero estoy trabajando.

Mañana hablamos.

Te quiero.

La cena ya estaba sobre la enorme mesa de madera cuando bajé, cubierta


por un bonito y elegante mantel blanco. Justo detrás había un pequeño
estante en la chimenea de piedra, repleta de fotografías de mi madre y mi
tío Kevin de pequeños, de la boda de mi madre con mi padre y otras cuantas
de mis cumpleaños. Sobre el estante, un cuadro en blanco y negro de la
boda de mis abuelos.

Mi abuelo Steven, al poco tiempo de morir mi madre, falleció por un


infarto al corazón. Mi abuela tuvo que soportar sus muertes ella sola; mi
padre y yo estábamos lejos, y Kevin se encontraba en un viaje de negocios
y solo pudo venir al entierro. No quiero ni pensar lo duro que tuvo que ser
para ella… Y pese a todo ese dolor, seguía teniendo ese característico
sentido de humor que siempre conseguía sacarte una sonrisa.

Es la mujer más fuerte que conozco.

La puerta de entrada se cerró. Kevin, vestido con un distinguido traje


negro con una camisa blanca y sin corbata, entró al salón. Fui corriendo y
me abalancé sobre él para abrazarlo. Envolvió mi cintura con los brazos y
hundió la cara en mi pelo mientras sonreía, girando sobre sí mismo igual
que hacía cuando era pequeña.

—¡Qué guapa y grande estás! —exclamó cuando mis pies volvieron a


tocar el suelo—. La última vez que nos vimos no medías ni medio metro —
se echó a reír—. Has crecido mucho —retrocedió un paso para mirarme—.
Te has convertido en toda una mujer.

Mi padre apareció desde la cocina y abrazó a su cuñado.

Mi abuela se dejó ver poco después y lo saludó del mismo modo.

Nos sentamos alrededor de la gran mesa. Mi padre se sentó a mi lado y


mi tío frente a nosotros. Mi abuela presidía la mesa.

—¿Cómo te va en los estudios, Chloe? —me preguntó Kevin después de


darle un sorbo a su copa de vino tinto.

Yo le di un trago a mi refresco antes de contestar.

—Bastante bien. Tengo la nota más alta de clase.

—¡Qué bien! ¿Ya sabes a qué universidad quieres ir?

—A Stanford —respondí.

—Tengo un par de amigos en la administración de Harvard. Si quieres,


puedo hablar con ellos. No es Stanford, pero es una de las mejores
instituciones del país.

—Agradezco tu oferta, pero prefiero ir a Stanford.

—Eso será si consigues la beca —añadió mi padre.

—Claro que la voy a conseguir. Tengo la media más alta de todo el


instituto y llevo años participando en programas extra escolares para que mi
expediente escolar sea perfecto. Todo lo que he hecho en los últimos años
ha sido con el fin de conseguir la beca.
—Ya lo sé, princesa, y no sabes lo orgulloso que estoy de ti por todos tus
logros. Solo pretendo que estés preparada por si las cosas no salen como
quieres.

—El dinero no es problema en esta familia, ya lo sabes.

El tono condescendiente de mi abuela molestó a mi padre.

—Lo sé, Grace. Soy consciente del dinero que tienes. Pero intento
inculcar a mi hija unos valores para que se esfuerce al máximo para
conseguir lo que se proponga. Quiero enseñarle que el dinero no es un
medio para conseguir un fin.

—Y eso está muy bien —coincidió mi tío—. Si lo que ha dicho es


cierto, estoy completamente seguro de que conseguirá esa beca. Todo
esfuerzo tiene su recompensa. Y cambiando de tema, me he enterado que
tienes novio.

Los chismes en esta familia volaban.

—Sí —forcé una sonrisa—. Christian.

No había podido dejar de pensar durante toda la semana en Alex y su


declaración; ahora lograba entender por qué se comportaba de esa manera
conmigo. Ahora comprendía que todas esas humillaciones públicas venían
de no saber cómo comportarse delante de mí, porque sus sentimientos le
desconcertaban.

Y ahora quería intentarlo.

Realmente estaba dispuesto a dejar a Brittany por mí.

Alex Wilson podía ser muchas cosas, la mayoría negativas, pero el día
que estuve cenando en su casa comprobé que también era una persona
amable, dulce y sincero… Alguien que siempre está ahí para las personas
que quiere.

Una mano se posó sobre la mía y apretó ligeramente en un intento de


tranquilizarme. Mi abuela me brindó una dulce sonrisa y me guiñó el ojo.
Luego desvió la mirada hacia mi padre.

—¿Y tú qué, Tom? ¿Has conocido ya a alguien?

Mi padre se atragantó con el vino.

—No, eh… —se aclaró la garganta—. No he tenido tiempo.

—¿Y la mujer del supermercado? —pregunté—. Lleva detrás de ti desde


hace algunos años. Cada vez que hago la compra siempre me pregunta por
ti.

Mi padre me lanzó una mirada para que dejara el tema.

Yo obedecí inmediatamente.

Cuando terminamos de cenar, el servicio recogió la mesa. Yo no estaba


acostumbrada a tener servicio, por lo que me costó mantener las manos
quietas y no ayudar a recoger los platos. Nos sentamos en el salón mientras
mi tío contaba anécdotas de la empresa familiar y de lo que hacía en su
tiempo libre. Al parecer, fue con un amigo a hacer puenting y, justo antes de
saltar, su amigo se arrepintió. Sin embargo, fue demasiado tarde como para
echarse atrás, pues era un salto en cadena junto a un montón de personas, y
cuando le tocó, tuvo que saltar sí o sí. Luego, según mi tío, estuvo
vomitando todo el día. Se sentía tan mal que no pudo quedar con una chica
que había conocido por una red social. Pero esa anécdota no fue tan
divertida como la de cuando ese mismo amigo se estaba tomando una sopa
con una chica en una cita y le salió un fideo por la nariz. Lo más curioso es
que al final, esa misma chica, se convirtió en su esposa tres años más tarde.
Por lo que averigüé mientras hablaba, Kevin adoraba los deportes de
riesgo. Cada anécdota que contaba era haciendo paracaidismo, puenting o
cualquier otro deporte parecido. También me percaté de que, cuando no
hacía ejercicio al aire libre, se pasaba el día con su novia o trabajando en el
despacho.

Después de un par de charlas sobre sexo seguro, lo importante que es


estudiar, de que mi abuela me regalase el último modelo de iPhone que
había en el mercado, de aguantar la charla de mi padre sobre que no debía
haberme comprado nada y de cómo los Lakers perdieron en el último
partido contra los Warriors, me acosté en la cama y dejé acabar el día.
21

No podía dormir. Estar en esta habitación, en la casa donde creció mi


madre…, me resultaba raro. Además, tampoco podía dejar de pensar en
Alex. Sus palabras seguían en mi cabeza grabadas a fuego.

Miré el reloj que había sobre la mesita auxiliar. Estaba a punto de


amanecer.

Decidí salir a correr un rato. Me puse unas mallas negras, un top rosa y
una chaqueta del mismo color. Reuní mi cabello en una coleta alta, me calcé
las zapatillas de deporte, cogí el móvil nuevo y los auriculares y salí de
casa.

Correr siempre me había ayudado a despejar la mente. Ahora, por más


que trataba de pensar en otra cosa, no podía dejar de recordar la
conversación que tuve con Alex en los vestuarios, o aquel beso que nos
dimos en su habitación, tan apasionado que aún me temblaban las piernas
solo con recordarlo. Sus huellas seguían estando latentes por todo mi
cuerpo… Sacudí la cabeza para desprenderme de todo, alejar las
sensaciones que producía en mí.

Todo era culpa mía.

Había estado tanto tiempo negando mis sentimientos que lo único que
había conseguido era complicar aún más la situación. Si desde un principio
lo hubiera intentado con Alex, si le hubiera dado una oportunidad, ahora
mismo las cosas serían completamente diferentes. Pero siempre acababa
fastidiándolo todo, cometiendo error tras error sin pensar en las
consecuencias. Ahora había personas que sufrirán por mis malas acciones,
por haber estado tan ofuscada en mantener mi imagen intacta.

Después de recorrer varios kilómetros por la playa, decidí que era hora
de volver a casa.

Entré por el ventanal panorámico que conectaba el patio trasero con la


cocina. Abrí el frigorífico y saqué una botella de agua. Tenía muchísima
sed. Cogí del armario un vaso de cristal. Lo llené y me lo bebí todo de un
trago.

Cuando me di la vuelta para regresar a mi habitación a darme una ducha,


encontré a mi abuela sentada en un taburete, con los codos apoyados sobre
la encimera mientras me observaba fijamente con una expresión reflexiva.

—Creo que ya sé lo que te pasa.

Fruncí el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Anoche. En la cena. Por la expresión de tu rostro cuando Kevin te


preguntó por tu novio, supe que había algo que te preocupaba. Y creo saber
lo que es.

—No entiendo, abuela. ¿Qué intentas decirme?

Tragué saliva, nerviosa.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Y tú eres la más lista de tu clase? —ironizó—. Ayer te hice una


pregunta muy sencilla y conseguiste escabullirte para no contestar. No
obstante, en la cena obtuve mi respuesta. No estás enamorada de ese
hombre, ¿verdad?

—Llevamos poco tiempo saliendo y…

—Déjame terminar —dijo, poniendo la mano sobre mi hombro—. No


estás enamorada de ese hombre porque tu corazón ya pertenece a otro.
¿Estoy en lo cierto?

—¡Estás loca, abuela! —solté una carcajada—. Todavía me sorprende la


imaginación que tienes —intenté dirigir la conversación a un tema más
sencillo, pero mi abuela no dio el brazo a torcer.

—Cariño, ¿has tardado tanto tiempo en darte cuenta de que estoy loca?
—preguntó, haciendo movimientos exagerados con las manos—. Pero te
conozco, y sé que en ese corazoncito tuyo hay un hombre. Y algo me dice
que no es Christian.

Me llevé las manos a la cabeza y suspiré, rendida.

Estaba cansada de convencerme de que no estoy enamorada de él.

—Se llama Alex —murmuré—. Es un compañero de clase.

—¿Él siente lo mismo por ti?

Asentí, incapaz de mirar a mi abuela a la cara.

—La semana pasada me confesó que quería salir conmigo.

—¿Y entonces por qué estas saliendo con Christian?

—Es… complicado, abuela. Y una historia muy larga.

—Tengo todo el tiempo del mundo… Hazme un resumen.


Respiré hondo, tratando de poner mis pensamientos en orden.

—Desde el primer día me ha tratado fatal —mis ojos se llenaron de


lágrimas resentidas que no pude contener—, pero ahora que he podido
conocerle más, me he dado cuenta de que es completamente diferente a
como pensaba. Desde que nos besamos… no he podido sacármelo de la
cabeza.

—Aunque no me creas, entiendo por lo que estás pasando.

Tenía razón.

No le creía.

—¿Te he contado alguna vez cómo conocí a tu abuelo?

Sacudí la cabeza.

—Steven era el jardinero de casa de mis padres. Y al igual que te ha


pasado a ti, al principio no se portaba del todo bien conmigo. Pero cada vez
que se quitaba la camiseta para cortar el césped… Joder. ¡Estaba tremendo!
Unos abdominales prietos y duros como piedras y unos brazos que te cogía
y…

—¡Abuela! —le reprendí sin poder dejar de reírme.

—Un día, muy dramática yo, fingí que me estaba ahogando en la piscina
para que viniera a socorrerme. Obviamente, lo hizo. Y desde ese momento,
su comportamiento cambió. Después descubrí que me trataba así porque mi
padre le advirtió que si se le ocurría ponerme la mano encima, le iba a
despedir y por aquel entonces necesitaba el dinero para ayudar a su familia.

—¿Y qué pasó?


—Nos enamoramos —se encogió de hombros—. Pero no todos los
cuentos empiezan con una bonita historia de amor, ¿verdad? El amor real es
completamente diferente.

Ella se levantó y fue a beber un poco de agua.

—Yo estaba prometida con un hombre al que no conocía —siguió


hablando— porque antiguamente eran muy románticos los matrimonios por
conveniencia. ¿Te lo puedes creer? Querían que me casara con un banquero
mucho mayor que yo para que no me faltara de nada y elevar el nombre de
la familia… Le dije a mi padre que no quería casarme porque me había
enamorado de otro hombre.

—¿Y qué te dijo?

—«¡Mientras sigas viviendo bajo mi techo, harás lo que yo te diga!» —


puso la voz grave y empleó un tono autoritario—. Yo sabía que mi padre
nunca aceptaría que me casara con un jardinero, así que me fugué con él.

—Eso sí que es romántico.

—Al principio no lo fue tanto —admitió con una sonrisa cargada de


recuerdos—. Estuvimos vagando durante semanas en busca de un lugar
donde quedarnos. Entonces llegamos a Virginia Beach y nos enamoramos
por completo de estos increíbles paisajes.

—Pero abuela, no entiendo qué tiene que ver tu historia con la mía.

—A que nosotras no elegimos de quién nos enamoramos. Por mucho


que trates de reprimir esos sentimientos, tarde o temprano saldrán a la
superficie y arrasarán con todo. Y si ese chico también siente lo mismo por
ti, ¿por qué no lo intentáis? Y si no sale bien, pues que te quiten lo bailao’.

Ese comentario me hizo sonreír.


—Ahí está —dijo, acariciándome la mejilla y enjugando la lágrima que
se deslizaba por mi piel—. Echaba de menos esa preciosa sonrisa que
tienes.

—Entonces, ¿me recomiendas que le dé una oportunidad?

—Yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer. Eso solo puedes
saberlo tú. Aunque también te digo que yo elegí a tu abuelo y no me
arrepiento; me prometió una vida repleta de lujos y comodidades y me la
dio. Amasó una gran fortuna gracias a su esfuerzo y dedicación. Fundó la
empresa familiar y al día de hoy genera mucho más dinero del que pudimos
imaginar. Pero lo mejor que pudo darme fue a mis dos preciosos hijos. Y
ahora tengo una nieta maravillosa con el corazón tan grande que no le cabe
en el pecho.

—No quiero hacer daño a Christian…

Ella me acarició la mejilla con suavidad.

—Christian parece un buen chico, pero dime, ¿merece la pena estar con
una persona a la que no quieres? Porque tarde o temprano todo lo que
sientes explotará y los dos sufriréis. Sé que es una decisión difícil, pero a
veces, en la vida, tienes que ser egoísta y pensar en ti antes que en los
demás.

—Pero yo haría daño a varias personas…

—Y luego serás feliz. El dolor pasará con el tiempo y solo quedarán los
recuerdos.

—Gracias, abuela —dije. Ella me cogió de ambas mejillas y me atrajo


hacia sí para darme un beso en la frente—. Eres la mejor.

—Lo sé —sonrió—. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que


quieras, pero ahora sube a darte una ducha. Hueles fatal —se tapó la nariz y
me echó de la cocina.

Abrí la puerta de la habitación para bajar a la cocina cuando encontré a


Christian de pie frente a mí. Tenía el puño levantado y una sonrisa de oreja
a oreja que dibujó en cuanto me vio.

—¿Emocionada al verme? —preguntó, avanzando hacia mí para


envolverme entre sus brazos; yo me quedé paralizada. No esperaba verlo en
casa de mi abuela.

—¿Qué haces aquí?

Carraspeé para borrar el tono de confusión de mi voz.

—Quería darte una sorpresa… ¿Te molesta?

—¿Qué? —sí, me molesta—. ¡Claro que no!

Lo abracé.

—¿Te apetece ir a dar una vuelta por el centro?

—Me parece bien —forcé una sonrisa.

—Te espero fuera. No tardes mucho.

Bajé a la cocina. Mi abuela estaba sentada en el mismo sitio que antes


mientras se tomaba un café y leía el periódico. Vestía un elegante mono
azul marino que no había deparado antes, con su melena sedosa y brillante
cayendo por sus hombros.
La sirvienta Meredith echó un poco de huevos revueltos y tiras de
beicon fritas en un plato y lo colocó frente a mí en la isleta junto a un vaso
de zumo de naranja recién exprimido. Después, desapareció para darnos
intimidad.

—Christian ha venido —murmuré en voz baja.

—Ya lo sé —contestó mi abuela del mismo modo—. Le he conocido


hace apenas dos minutos. Muy guapo, por cierto. Aunque espero que Alex
sea igual o mucho más guapo… No quiero que tomes la decisión
equivocada por mi culpa.

—¿Pero qué se supone que voy a hacer ahora? Si voy a intentarlo con
Alex, ¿qué debo hacer? ¿Fingir que todo está bien cuando no lo está?
¿Debo actuar como si no pasara nada?

—Ese chico ha recorrido miles de kilómetros para venir a verte. Yo creo


que se merece un poco de consideración. Si vas a intentarlo con Alex, olé,
me alegro por ti, aunque deberías esperar un poco para darle la noticia a
Christian, ¿no crees? Hasta que volváis a casa.

—Entonces ¿si intenta besarme tengo que dejar que lo haga?

—No tienes porqué dejarte si no quieres —dijo—. Lo que puedes hacer


es intentar que se lo pase lo mejor posible mientras esté aquí.

—Soy la peor persona del mundo…

—No eres la peor persona del mundo —repuso mi abuela.

—Estoy jugando con los sentimientos de una persona…

—Tan solo eres una joven que no ha sabido manejar sus sentimientos. A
saber la cantidad de adolescentes que tendrán el mismo problema… Lo que
me inquieta es ¿cómo sabía Christian donde encontrarte? Porque tu padre
no le ha dicho nada. Y yo tampoco.

—A lo mejor se lo ha preguntado a Sarah. No lo sé.

Me llevé un poco de huevos revueltos a la boca, cuando mi móvil


empezó a sonar desde el bolsillo trasero del vaquero. Un número
desconocido brillaba en la pantalla.

—¿Sí? —pregunté.

—No me cuelgues.

Mis ojos se abrieron como platos y el corazón me dio un vuelco al


reconocer la voz.

—¿Quién es, cariño? —preguntó mi abuela.

Tapé el micrófono con el hombro para susurrarle el nombre de Alex.


Ella sonrió y me hizo un gesto con la mano para que saliera al jardín y
poder hablar con tranquilidad.

—¿Estás ahí? —preguntó cuando volví a llevarme el móvil a la oreja,


una vez sentada en la hamaca que había al lado de la piscina.

—Sí… Estoy aquí.

—Genial —susurró.

Tras una breve pausa, pregunté:

—¿Qué quieres, Alex?

—El otro día tuve que irme de los vestuarios y quiero terminar la
conversación que manteníamos. ¿Podríamos quedar en el embarcadero en
quince minutos?

Nada me apetecería más que verte…

—Estoy en casa de mi abuela en Virginia Beach.

—¿Y puedes hablar por teléfono? Necesito hablar contigo.

—Sí, puedo hablar. Pero tiene que ser rápido.

—Vale —suspiró. Escuché unos ruidos y luego una puerta cerrarse—. Sé


lo que piensas, pero también sé lo que quieres: Piensas que si salimos juntos
seré igual de capullo como he sido hasta ahora y que te haría sufrir, pero en
realidad también quieres intentarlo… Dime si me equivoco.

Me quedé callada.

—Ves —dijo—. No quieres aceptarlo porque tienes miedo.

—¡Claro que tengo miedo! No quiero hacer daño a nadie.

—Pero si estás con Christian estarás haciéndole daño a él y a ti misma.


¿Realmente estás dispuesta a estar con un hombre por el que no sientes
nada? Sé que me he portado fatal contigo, pero de verdad que quiero
intentarlo. Será diferente. Lo juro.

—Alex…

—Te echo de menos —confesó.

Y con esas simples palabras me entraron ganas de saltar, bailar, gritar a


pleno pulmón todo lo que me hacía sentir. Gritar lo mucho que me gustaba
desde que le vi recostado sobre su pupitre el primer día de clase. Gritar que
me enamoré de él en el mismo instante en el que nuestros labios se tocaron.
Pero por mucho que quisiera gritarlo, ahora mismo no podía hacerlo. Debía
ser paciente. Por Christian.

—¿Cómo has conseguido mi número? —inquirí.

—Me lo ha dado Brett.

—¿Brett? —repetí incrédula—. No te creo.

—El otro día estuvimos hablando después del entrenamiento y le


convencí de que yo no fui quién hizo el montaje. Le conté todo lo que
siento por ti y… bueno, me ha dado tu número para que intentara arreglar
las cosas.

—Estás aquí —dijo una voz ajena al teléfono. Alcé la vista y vi a


Christian acercándose—. ¿Con quién hablas?

—Con Sarah. Luego hablamos —le dije a Alex antes de colgar.

—¿Preparada?

Asentí con una sonrisa.

Después de varias vueltas por el centro, de pasear sin rumbo por las calles,
de visitar el acuario y que Christian me invitase a un rico pancake,
decidimos que era hora de volver a casa de mi abuela.

Una vez allí, me senté en la hamaca para observar cómo el sol se


escondía entre las olas del mar, otorgando al agua unos tonos dorados
preciosos. Mi móvil empezó a sonar. El corazón empezó a latirme
despavorido por si era Alex, pero en la pantalla apareció una fotografía de
mi mejor amiga recién levantada y con el pelo recogido en un moño
enredado y con una mascarilla hidratante en el rostro.

—He quedado con Woody —dijo nada más responder—. Anoche me


llamó y me preguntó si podía quedar. No sé por qué acepté, pero lo hice.
Pasó a recogerme y me llevó a su casa para hablar.

—¿Y de qué hablasteis?

—Me explicó quién era esa mujer que llevó al baile.

—Su mujer, ¿no? —pregunté, confusa.

—A los ojos de todo el mundo, sí —soltó un largo y pesado suspiro—.


En realidad es un amiga que lo está ayudando con todo esto. También me ha
dicho que ya ha enviado los papeles del divorcio a su verdadera mujer y que
solo faltaría que los firmara para ser un hombre libre. O eso fue lo que me
dijo… No sé si debo creerle. También me ha dicho que me ha echado
mucho de menos y que quería volver conmigo.

—¿Entonces ha fingido que estaba casado?

—Al parecer, recibió una carta del consejo escolar donde decía que iba a
tener una reunión con la junta directiva por el rumor de que se había
acostado con una alumna. Al principio pensé que me estaba engañando,
pero después me enseñó la carta y… no sé. No sé qué pensar. Es todo tan
confuso…

—¿Y qué piensas hacer? —pregunté—. ¿Volverás con él?

Se quedó callada. Conocía lo suficiente a mi amiga como para saber que


estaba tratando de convencerse a sí misma que no volvería con Woody
cuando en realidad sí que lo haría. Y estaba segura de que volvería a
sufrir… Tener una relación con tu profesor es bastante complicado; siempre
tenían que verse a escondidas por miedo a ser vistos. Tarde o temprano
llegará el momento en el que uno de los dos se canse de tener una relación
en secreto.

—No lo sé —dijo al fin.

—Sarah, sabes que yo te apoyo en lo que sea, pero volver con Woody
significaría dar un paso atrás; estás conociendo a Sean. Con él podrías tener
una relación de verdad en vez de estar con miedo cada vez que salgas con
Woody.

—¿Relación de verdad? —repitió—. Me hace mucha gracia que seas


precisamente tú la que hable de relaciones de verdad cuando estás saliendo
con Christian cuando realmente estás enamorada de Alex.

Su ataque repentino me sorprendió.

—Eso no es asunto tuyo —repuse.

—Tampoco es asunto tuyo lo que yo haga con mi vida.

Sus palabras me dolieron como un puñetazo directo al estómago.

Cerré los ojos y suspiré.

—Solo quiero que vuelvas a ser la de antes; la chica alocada de siempre.

—Lo sé, Chloe, pero entiéndeme; sé que me ha hecho daño, pero estoy
enamorada. Y tú precisamente no puedes hablar de relaciones de verdad
cuando estás igual o más confundida que yo.

—Tienes razón… Lo siento.

—No te disculpes por tratar de ayudarme —su voz sonaba un poco más
alegre que antes, aunque todavía notaba cierta tristeza y confusión—. Pero
Chloe, antes de arreglar mi vida, intenta arreglar la tuya primero.
—Alex quiere salir conmigo —solté sin pensar.

—Vaya… Eso no me lo esperaba.

—Y para colmo, Christian ha venido a Virginia Beach para darme una


sorpresa. Hemos ido al centro a pasear y no sabes lo mal que me sentía cada
vez que me apartaba cuando intentaba besarme…

—Las desgracias te persiguen, amiga.

—Eso parece —suspiré.

—¿Y qué piensas hacer? —inquirió.

—No tengo ni idea. Pero lo que sí sé es que no puedo tener una relación
con Christian cuando estoy enamorada de otro. Voy a tratar de que su
estancia en casa de mi abuela sea lo más alegre posible y cuando lleguemos
a casa… hablaré con él. Y Sarah, si crees que lo tuyo con Woody puede
funcionar, no lo dudes y hazlo. Estaré contigo decidas lo que decidas. Eres
mi mejor amiga y quiero que seas feliz.

—Gracias, Chloe. Yo también quiero que seas feliz, aunque sea con el
capullo de Alex —su carcajada sonó débil, pero sincera—. Cuando vuelvas,
me quedo a dormir en tu casa y nos ponemos al día. Así te cuento con todo
detalle lo de Woody y tú a mí lo de Alex, ¿de acuerdo?

—Eso está hecho —sonreí.

Mi tío Kevin entró al jardín y me buscó con la mirada. Cuando sus ojos
se posaron en los míos, dibujó una sonrisa. Por la forma en la que se pasó la
mano por el pelo y movía las manos mientras se acercaba, supe que algo lo
inquietaba.

—Tengo que dejarte —le dije a mi amiga.


—Vale. Adiós.

Colgué.

Kevin se sentó a mi lado en la hamaca. Miró el horizonte con el rostro


pensativo, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas
para decirme algo.

—Necesito tu ayuda —dijo sin más.

—Claro. ¿Qué pasa?

—Necesito tu ayuda para elegir un anillo de compromiso. He intentado


hacerlo yo solo, pero nunca me decanto por uno por miedo a que no sea el
perfecto para ella.

—Espera, espera… ¿Te vas a casar?

—Eso espero —sonrió, nervioso—. Pretendo pedir su mano esta noche.


Hoy hacemos tres años juntos y sé que ella es la indicada. No sé cómo
explicarlo pero, desde que la conozco, ha puesto mi mundo patas arriba.
Quiero que se case conmigo y pasar el resto de mi vida con ella.

Tras la muerte de mi madre, mi padre me contó que quién peor lo pasó


fue Kevin; estaba muy unido a ella, y cuando falleció, se enganchó al
alcohol y se metió en un montón de problemas. Poco después murió mi
abuelo y todo empeoró, pues empezó a meterse también otro tipo de drogas.
Mi padre tuvo que sacarle varias veces de la cárcel porque no quería que mi
abuela se enterase de que le habían detenido. Se sumergió tan
profundamente en el pozo en el que se había metido que ya no sabía cómo
salir… No fue hasta que conoció a una mujer encantadora cuando decidió
meterse en un centro de desintoxicación para desengancharse. Ahora estaba
completamente recuperado y quería casarse con Vanessa, la mujer que lo
ayudó a salir del mundo oscuro en el que estaba, y yo no podía estar más
feliz por él.
22

La dependienta sacó un estuche de terciopelo verde esmeralda con los


mejores anillos de la tienda, a petición de Kevin. Había una gran variedad,
y cada uno era más bonito que el anterior. Pero de todos ellos el que más me
gustó fue un anillo de diamantes en oro blanco engastado en medias lunas.

—Ese —señalé el anillo.

Kevin preguntó a la dependienta si podía cogerlo y, cuando esta asintió,


colocó el anillo en mi dedo anular para ver cómo quedaba en una mano.

—¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa nerviosa. Metió las manos en
los bolsillos del vaquero. El jersey azul y su piel bronceada hacían resaltar
sus ojos azules.

—Me encanta —respondí—. Es precioso.

—Perfecto —se dirigió a la dependienta—. Me llevo este.

—Gran elección.

Me quité el anillo y se lo entregué a la mujer de pelo oscuro. Ella lo


metió en una caja parecida a la otra pero de un tamaño reducido.
—¿Crédito o tarjeta?

—Tarjeta.

Una vez comprado el anillo, salimos de la joyería. Los últimos rayos del
sol me golpearon directamente en la cara y tuve que poner la mano para
reducir el impacto. Justo al lado había una tienda de ropa, cuyo escaparate
mostraba un precioso vestido de color coral que me llamó la atención.

—¿Te gusta? —me preguntó mi tío.

Miré el precio en la etiqueta.

—Sí, pero no puedo permitírmelo.

—Yo sí.

—No —sacudí la cabeza—. Es demasiado caro. No puedo dejar que te


gastes tanto dinero en mí.

—Chloe, llevo más de diez años sin regalarte nada por tu cumpleaños ni
en Navidades. Déjame comprártelo, ¿sí? Nuestra familia tiene mucho
dinero, así que no te preocupes por eso. Entra y compra todo lo que quieras.

—Pero mi padre me matará si se entera…

—Bueno, pues que te mate con motivos —me guiñó el ojo.

Rendida pero ilusionada, entré y me probé el vestido que, una vez


puesto, me gustó todavía más. Era un vestido que me llegaba a la mitad del
muslo, permitiendo así lucir mis largas piernas.

—¿Te gusta?

—Estás impresionante —contestó con una radiante sonrisa.


Mientras me cambiaba, Kevin se dio una vuelta por la tienda y encontró
varias prendas de ropa que pensó que me gustarían. Me impresionó el gusto
que tenía para la moda, todo aquello que trajo me encantó. En especial un
vestido que, al verlo, supe que ese iba a ser mi vestido para el baile de
invierno.

—¿Cómo han ido las compras? —me preguntó mi abuela cuando


regresamos a casa. Ella estaba sentada en el sofá del salón, leyendo un
libro. Llevaba puesto un bonito y elegante vestido azul cobalto que se
ajustaba a su esbelto cuerpo.

—Muy bien —respondí—. El tío Kevin se ha vuelto loco y me ha


comprado un montón de ropa. Estoy tan ilusionada que ni siquiera me
importa que mi padre vaya a matarme… Por cierto, ¿dónde está? Llevo
todo el día sin verlo.

—Salió después de comer y todavía no ha vuelto —dejó el libro a su


lado en el sofá y se giró para ver las bolsas que había dejado en el suelo—.
Ahí hay mucha ropa. Solo espero que tu padre no te mate. Me gustaría
asistir a tu boda, aunque todavía no tengo muy claro quién será el novio.

—¡Abuela! —repliqué—. Christian puede oírte —susurré.

—No va a oírme. Está en el jardín hablando con un amigo.

—¿Quieres ver la ropa?

El timbre resonó por toda la casa.


—Me encantaría, pero no puedo. He quedado con una amiga para tomar
café —se incorporó y se alisó el vestido—. ¿Qué te parece si cuando venga
me ensañas lo que te has comprado?

—Me parece genial —acepté—. Ah, y recuérdame que tengo que hablar
contigo sobre una cosa.

—¿Sobre Alex?

—No. Otra cosa. Pásatelo bien con tu amiga.

—Espero que se haya tomado una copa de whisky antes de salir porque
si no menudo muermo de tía —comentó mientras se colgaba el bolso—.
Nos vemos, cielo.

Subí a la habitación para guardar la ropa en la maleta. No sabía si cabría


todo lo que había comprado además de mi ropa, pero eso era un problema
que ya resolvería más adelante.

Christian estaba sentado en la hamaca, hablando con alguien por


teléfono. Parecía molesto por algo y daba órdenes a la persona tras la línea.
En cuanto vio que me estaba acercando, colgó.

—¿Con quién hablabas? —pregunté, sentándome a su lado.

—Con un amigo. Nada importante.

Me dio un beso en la mejilla. Después, apartó un mechón de pelo y


buscó mi boca con ansia. Yo me mostré reticente, no quería que me besara a
sabiendas de que nuestra relación tenía los días contados.

Él tomó mi rostro y trató de besarme a la fuerza.

—Christian, para —dije mientras me levantaba y ponía distancia entre


los dos—. Alguien podría vernos.
—Tu padre se ha ido.

—Pues mi abuela.

—También se ha ido… Estamos solos.

Tiró de mi mano hasta que acabé sentada a horcajadas sobre su regazo.


Su lengua se deslizó por mi cuello y dejó caer la mano sobre mi muslo
inocentemente. Para cuando quise darme cuenta, sus dedos ascendieron
para adentrarse bajo la falda que llevaba.

Aparté su mano y le lancé una mirada iracunda.

—¿Se puede saber qué coño estás haciendo?

Christian se pasó la mano por la cara y suspiró frustrado.

—Lo siento, ¿vale?

—Estamos en casa de mi abuela…

—Lo sé. Ya paro. Te quiero.

Y esas simples palabras me dolieron en el alma.

Me puse uno de los bonitos vestidos que me había regalado Kevin para
cenar con Christian en el restaurante que había reservado. Como esta noche
salía su avión, quería despedirse de mí con una romántica velada. Me calcé
unos botines negros de tacón alto antes de bajar las escaleras y reunirme
con Christian, que vestía unos pantalones azul marino y una camisa blanca
que se ajustaba demasiado a su torso.

—Estáis guapísimos —dijo mi abuela con una amplia sonrisa desde el


salón.

Christian posó sus labios sobre mi mejilla y yo miré a mi abuela, que me


devolvió la mirada con un guiño, dándome las fuerzas que necesitaba para
aguantar una noche más y después… Ni siquiera sabía qué iba a pasar
después.

—Sí —coincidió mi padre—. No lleguéis muy tarde.

—¡Aguafiestas! —masculló mi abuela—. Deja que los niños se diviertan


y lleguen cuando quieran. Ya son mayores como para saber qué tienen que
hacer. Cielo, llévate el Rover.

—Gracias, abuela.

El restaurante era muy bonito. Tenía un diseño elegante y cuidado con


algunas pinceladas vintage. Un amable camarero nos condujo hasta nuestra
mesa, situada frente a una pared de piedra. Sobre el delicado mantel blanco,
había un jarrón de rosas que daba el toque romántico que Christian quería
para esta noche.

—Este lugar es increíble —comenté.

—Tu abuela fue quién me recomendó este restaurante.

—¿No será demasiado caro?


—No te preocupes por eso. Está controlado.

Tomé la carta. Por lo que pude ver, todo tenía una pinta increíble.

Me decanté por una pieza de solomillo relleno con patatas asadas.

El camarero se acercó a nosotros para tomar nota. Su pelo oscuro caía


suavemente por la frente. Era joven. Debía tener más o menos la edad de
Christian.

—Me llamo Alexander —mierda. Otro Alex— y esta noche seré vuestro
camarero. ¿Sabéis ya qué vais a beber?

—Vino —contestó Christian—. El más caro que tengáis.

—Perfecto. ¿Queréis que os deje un momento para elegir la cena? El


plato especial es lubina con rissoto verde. Está delicioso. Los clientes
suelen salir bastante satisfechos.

—A mí ponme eso.

Christian me miró.

—¿Tú qué vas a querer?

—Solomillo relleno con patatas asadas, por favor.

El camarero de nombre maldito se marchó.

—¿Vas a decirme qué te pasa? —me preguntó de repente.

Mi cuerpo se tensó.

Cálmate, Chloe. Respira hondo.


—Estás como ausente desde que he llegado… ¿Estás bien?

—Estoy bien, es solo que —me he dado cuenta de que estoy enamorada
de Alex y quiero darle una oportunidad— mi tío va a pedirle matrimonio a
su novia y estoy un poco nerviosa.

—Pero eso es una buena noticia —exclamó, alegre.

—Sé que es una buena noticia, pero tengo miedo de que ella no quiera
casarse.

—Tu tío es un hombre increíble. Seguro que le dice que sí.

El camarero se acercó a nosotros con la botella de vino y una jarra de


agua, cosa que agradecí ya que no me gustaba el vino. Después se volvió a
marchar.

La mano de Christian se extendió por la mesa en busca de la mía. Yo


hice lo mismo, vacilante, hasta que las dos se encontraron en el centro. Sus
ojos radiaban felicidad y su sonrisa me dolió como un disparo en el pecho.

—Sé que últimamente he estado comportándome como un cavernícola,


y quería demostrarte con esta cena que pretendo cambiar. Quiero mantener
las ganas que te tengo guardadas en un cajón hasta que tú estés preparada.
Sería capaz de esperar toda la vida por ti.

«Pero no deberías esperarme. Deberías dejarme ir y ser feliz con una


mujer que realmente sienta lo mismo por ti», pensé en decir, pero las
palabras se me arremolinaron en la garganta.

Se inclinó sobre la mesa para besarme cuando mi teléfono empezó a


sonar en el interior de mi bolso.

—Lo siento.
En realidad, me alegré de que hubiera sonado.

Saqué el teléfono. No tenía el número guardado, pero podía recordar a


quién pertenecía. Alex. Traté de ocultar la sonrisa que se me escapaba.

—¿Quién es? —me preguntó Christian.

—Mi padre.

—Contesta. Quizás sea importante.

—Disculpa.

Caminé hacia los cuartos de baño lo más rápido que pude. Entré en uno
de los cubículos individuales y cerré la puerta, aislándome del resto de
mujeres que se retocaban el maquillaje frente al espejo.

—He cortado con Brittany —dijo nada más responder.

Espera… ¡¿QUÉ?!

Me quedé petrificada. Mi corazón empezó a latir con fuerza bajo el


pecho, haciendo que me pitaran los oídos y que todo diera vueltas
vertiginosas a mi alrededor. Atrapé el labio inferior entre los dientes y traté
de contener el torbellino de emociones que sentía por dentro.

—¿Estás ahí? —preguntó al ver que no respondía. Pero es que me había


quedado sin palabras.

—Sí, sí —carraspeé—. Estoy aquí. Siento lo de Brittany.

—Ambos sabemos que no lo sientes.

No podía verlo, pero sabía que estaba sonriendo.


—La verdad es que no —admití en voz baja.

—Lo he hecho por ti —murmuró—. Te dije que quería intentarlo, y


dejar a Brittany era el primer paso. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa
con tal de que me des una oportunidad.

—Creo que te estás precipitando un poco, Alex.

—Soy impaciente cuando se trata de algo que quiero —su voz era grave
y ronca—. ¿Recuerdas cuándo estábamos en el pasillo del instituto y nos
besamos por primera vez?

—¿Cuándo me humillaste e insultaste? Creo que sí.

—Siento eso. Pero después de besarte me di cuenta de lo idiota que


había sido y de lo mucho que me gustas. No sabía manejar lo que sentía y,
como acostumbro a hacer, lo hice mal. Bastante mal, de hecho. Ahora me
gustaría empezar a hacer las cosas bien contigo. Quiero ser el hombre que
quieres. El hombre que mereces.

—Alex, eso es muy bonito, pero…

—Por favor, cuando vuelvas, ven a verme.

Me quedé callada. No sabía qué decir. Pero lo que sí sabía era que antes
de dar un paso en mi relación con Alex, primero tenía que romper con
Christian.

—Prométemelo —insistió.

—No puedo, Alex. Ahora mismo no. Estoy en una cita con Christian y
debe estar preguntándose dónde estoy. Tengo que colgar. Hablaremos en
otro momento, ¿de acuerdo?

—Antes prométemelo.
Suspiré, rendida, pero sin poder dejar sonreír.

—Te lo prometo. Adiós.

—Adiós —dijo—. Ah, y que vaya mal tu cita.

Al salir del cubículo encontré mi reflejo en el espejo. Una sonrisa


tontorrona adornaba mi rostro. La noticia de que había dejado a Brittany me
alegró más de lo que debería. Sabía que estaba mal alegrarse por el mal
ajeno, pero no pude evitarlo.

Me peiné con los dedos, dejando que mi pelo cayera hacia un lado de mi
cabeza. Respiré profundamente antes de volver con Christian,
sorprendiéndome por encontrar la cena sobre la mesa. Todo tenía una pinta
exquisita y olía fenomenal.

—¿Todo bien?

—Todo bien —aseguré.

En casa de mi abuela había una pequeña celebración. Kevin estaba de


espaldas a la puerta junto a mi abuela y varias personas que no conocía,
vestido con un elegante traje negro al lado de una preciosa mujer que
llevaba puesto un vestido rojo de espalda descubierta que se ajustaba a sus
delicadas curvas.

—Ya han llegado los chicos —anunció mi abuela.

Tanto mi tío como Vanessa se giraron hacia nosotros. Kevin me estrechó


entre sus brazos con fuerza antes de presentarme a su futura mujer, pues
deparé de que tenía el anillo en su mano izquierda.

—Tú debes ser Chloe —dijo ella con voz aterciopelada. Me tendió la
mano—. Encantada de conocerte. Desde que conocí a Kevin no ha dejado
de hablar sobre ti.

Vanessa era una de las mujeres más guapas que había visto en la vida; su
rostro angelical transmitía ternura, y sus grandes ojos castaños desprendían
un brillo muy especial.

—Es normal que hable de mi increíble sobrina —pasó su brazo por


encima de mis hombros—. Estoy muy orgulloso de ella. ¿Sabes que es la
mejor estudiante de su instituto? Y además tiene tiempo para ser la capitana
de las animadoras, encargarse de organizar las fiestas del instituto,
recogidas de alimentos…

La mujer sonrió entusiasmada.

—Yo también fui capitana de las animadoras en mi instituto. Aunque de


eso hace ya mucho tiempo —se rio—. Recuerdo que solía estar agotada
entre los exámenes y los entrenamientos.

—Es duro —coincidí—. Pero el esfuerzo merece la pena.

Ladeé la cabeza al no ver a Christian a mi lado. Estaba a un lado de la


puerta, intercambiando mensajes con el móvil. Alzó la mirada y cuando se
encontró con la mía, se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla.

—Tengo que irme. Adiós.

Y sin darme tiempo a responder, se marchó.

—¿Problemas en el paraíso? —me preguntó mi tío.

—Ya no hay paraíso.


—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —respondí con una sonrisa forzada—. Por favor,
cambiemos de tema. Lo último que quiero es que mis problemas arruinen
vuestra noche.

Mi abuela salió de la cocina con varias botellas de champán en las


manos mientras mi padre llevaba las copas. Había pocos invitados, solo los
suficientes para disfrutar de la noticia del compromiso.

Brindamos por la feliz pareja.

El rato que estuve hablando con Vanessa descubrí que trabajaba como
asistente social y que su labor consistía en velar por niños que estaban de
acogida. También estuvimos hablando de que ella ya sabía que mi tío
pensaba pedirle la mano ya que encontró folletos de joyerías con anillos
garabateados. Yo me reí ante lo descuidado que podía llegar a ser. También
me agradeció que le hubiera ayudado a elegir el anillo, porque pese a lo
mucho que le quería, su gusto a la hora de comprar joyas era demasiado
extravagante para su gusto.

Después de conocer a las amigas de mi abuela, de conocer al amigo que


solía acompañar a Kevin en sus actividades de riesgo y a los padres de
Vanessa, decidí subir a mi habitación para descansar.

Tras quitarme el maquillaje y haberme puesto el pijama, me dejé caer en


la cama. Estiré la mano hacia la mesita auxiliar para alcanzar el teléfono y
ojear mis redes sociales para evadirme un poco del ruido de fuera.

Había trabajado muy duro para que mi perfil de Instagram fuera una
especie de book de fotos profesional donde posaba ante la cámara en
lugares que me transmitían un sentimiento peculiar; por ejemplo, mi última
publicación fue en el lago, de pie sobre el embarcadero, el lugar donde por
primera vez en mucho tiempo volví a ser yo misma. Sin máscaras. Y si
deslizabas la imagen, podías ver el paisaje en el momento en el que el sol
incidía sobre las aguas y creaba una atmósfera acogedora.

En ese momento recibí un mensaje. Se trataba de una foto de Alex con


las gafas puestas, tirado en la cama y con el torso desnudo. No supe cuanto
tiempo me quedé mirando ensimismada la imagen, sin poder dejar de
sonreír.

ALEX WILSON

Cómo ha ido la cena?

CHLOE DAVIS

Fatal. Y todo por tu culpa

A los pocos segundos, recibí respuesta.

ALEX WILSON

Me alegro ;)

CHLOE DAVIS

Buenas noches.
La alarma del teléfono me despertó. Con ojos entrecerrados, presioné el
botón para acallar ese maldito sonido que tanto odiaba. Me froté la cara y
suspiré. Aparté la sábana y entré al cuarto de baño para darme una ducha y
terminar de despertarme.

Encontré a mi abuela bajo la sombra de una gran pérgola mientras


desayunaba y leía el periódico. Sobre la mesa había una gran variedad de
dulces de crema y chocolate.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días.

Me senté a su lado. Me eché un poco de zumo de naranja en un vaso y


me lo llevé a la boca. Cogí un par de pancakes y le eché por encima sirope
de chocolate.

—¿Cómo has dormido hoy?

—Mejor que la última vez —admití. Y creo que la razón es que no he


podido sacarme de la cabeza la fotografía que Alex me pasó anoche.

—Christian se fue repentinamente de la fiesta… ¿Pasó algo?

—No lo sé.

—Puede que sepa que vas a dejarlo.


—Puede —encogí los hombros.

—Bueno, ¿y de qué querías hablar ayer?

Me llevé un trozo de comida a la boca antes de responder.

—Tuve un accidente con el coche y no se puede arreglar.

Encogí los hombros y cerré los ojos con fuerza a la espera de la bronca
que esperaba, una bronca que jamás llegó a mis oídos. Abrí uno, despacio,
encontrándome una mirada confusa y un entrecejo fruncido.

—¿No te vas a enfadar? —pregunté, precavida.

—¡Por supuesto que no! ¿Por quién me tomas? ¿Tu padre? Además, ya
lo sabía. Cariño, aunque a tu padre le moleste, pago tu seguro. Me llamaron
y me comunicaron lo que sucedió. No pude decírtelo antes porque había
temas más importantes de los que hablar. Por cierto, ¿te gusta el Rover?

—Es bastante cómodo, la verdad.

—Me alegro, porque es tuyo.

Estuve a punto de atragantarme con el zumo de naranja.

—Te lo he comprado —dijo al ver mi cara de asombro—. ¿Acaso tengo


pinta de saber conducir un coche? No, cielo. A mí me llevan a todos los
sitios. Estoy preparando los papeles para el traslado.

Justo en ese momento, mi padre salió al jardín con el rostro inexpresivo.


Llevaba puesto un polo azul cielo y unos vaqueros negros. Cuando alzó la
vista, pude ver el cansancio reflejado en sus ojos, como si no hubiera
podido dormir en toda la noche.

—Prepara la maleta. Volvemos a casa.


Y con las mismas, se marchó.

No entendí por qué estaba así, pero nada más terminar de desayunar,
subí a mi habitación y preparé la maleta. Me costó cerrar la cremallera, pues
había más ropa de la que había traído en un principio. Al final tuve que
emplear la técnica que solía utilizar Sarah en momentos como este: Subirme
sobre la maleta y aprovechar mi propio peso para cerrarla.

Antes de bajar las escaleras, algo me impulsó a mirar a la puerta de la


habitación de mi madre. Solamente había entrado en dos ocasiones, siempre
acompañada de mi padre.

Sin pensármelo demasiado, decidí entrar.

Las paredes estaban cubiertas por un bonito papel floral en tonos pastel,
acorde con el mobiliario. Pude imaginar a mi madre tumbada sobre la cama,
escribiendo en su diario mientras se reproducía uno de sus vinilos favoritos.
También podía verla haciendo los deberes frente al escritorio o charlando
con Simon por teléfono… En su armario todavía había ropa suya que seguía
oliendo a ella.

Sobre una estantería de madera blanca, había varios portarretratos con


fotografías de mi madre cuando era joven; había algunas en el instituto y
otras rodeada de viejas amistades, donde pude distinguir a Simon en varias
de ellas. También había otras donde aparecía mi padre, juntos en la playa
abrazados frente al mar, otra en el cine, otra en la boda de mi tía Evelyn, la
hermana de mi padre… La fotografía donde mis padres salían conmigo
recién nacida en brazos tenía la esquina doblada, como si detrás hubiera
algo.

Al abrir el marco, descubrí un pequeño sobre amarillo cuyo interior


había una carta de mi madre:
«Querida Chloe:

Si estás leyendo esta carta, significa que yo ya no estoy con vosotros.


No sabes cuánto lamento no poder estar ahí para ver cómo te conviertes
en una mujer, para ayudarte a preparar el día de tu boda o conocer a mis
nietos. Estos últimos días has estado a mi lado, haciéndome reír y
convirtiéndome en la mujer más feliz del mundo. Incluso hubo un
momento en el que olvidé por completo mi enfermedad, un momento en el
que pensé que podría sobrevivir y estar contigo y con tu padre, que sois lo
más importante que esta vida me ha dado.

Lamentablemente, esto no es así. Cuando decidí dejar de tomar la


medicación y pasar mis últimos días en casa con vosotros, sabía que tarde
o temprano mi vida llegaría a su fin. Solo espero que sepas lo mucho que
te quiero. Tanto a ti como a tu padre. Por eso he abierto una cuenta en el
banco a tu nombre con la herencia que me dejó mi abuelo para que nadie
pueda echaros de casa, donde hemos vivido tan buenos momentos.

También decirte que, cuando crezcas y conozcas al amor de tu vida, te


entregues al máximo. Eso fue lo que hice yo cuando conocí a tu padre y
también lo que hizo mi madre. El amor es imprevisible y nunca sabes
cuándo va a llegar, pero te prometo que cuando llega, es una sensación
única y maravillosa.

Una cosa más, sé que tu padre es un cabezota y el día que yo falte no


querrá conocer a nadie. Te pido que intentes que lo intente. Quiero que
vuelva a sonreír, que sea feliz. Es un buen hombre, me lo demostró cada
día que pasamos juntos, y no se merece estar solo el resto de su vida.

Te quiero y siempre te querré.

Tu madre, Chloe».

Cuando terminé de leer la carta fue imposible seguir conteniendo las


lágrimas. Una presión me comprimía el pecho y no dejaba que el aire
llegara a mis pulmones. El recuerdo de mi madre se volvió más claro que
nunca: Ella preparándome el desayuno con una radiante sonrisa; leyéndome
libros cada noche para que me durmiera; mis padres felices y
demostrándose el amor que se tenían; a ella postrada en una cama mientras
suspiraba sus últimos alientos…

—¡Chloe! —escuché la voz de mi padre—. ¡Vamos!

Respiré hondo y me enjugué las lágrimas con el dorso de la mano.


Guardé la carta en el bolsillo trasero de mis vaqueros antes de salir del
dormitorio con una sonrisa en los labios.

Mi padre estaba metiendo las maletas en el coche. Yo me acerqué a mi


abuela y la abracé con fuerza.

—Te quiero mucho.

—Yo también te quiero, cielo —me achuchó—. Y recuerda, el amor es


algo que no se debe forzar; si te dejas guiar por el corazón, siempre
aceptarás. A menudo tendrás que tomar duras decisiones que dañarán a
otras personas, pero no puedes pensar en ellas todo el tiempo porque, al
final, acabarás haciéndote daño a ti misma.

Me despedí de mi tío con otro abrazo.

Mientras esperaba sentada en el coche a que mi padre se despidiera, el


sonido de mi móvil me sobresaltó. Se trataba de otra fotografía de Alex.
Esta vez aparecía su rostro repleto de garabatos azules, rojos y negros.
Imaginé que era obra de sus primos pequeños.

Con una sonrisa en el rostro, escribí:

CHLOE DAVIS

Esos colores te favorecen.


23

El camino de vuelta fue mucho más aburrido y tenso. Las siete horas de
viaje estuvimos en completo silencio, escuchando la música que sonaba por
la radio. Mi padre estuvo aferrado al volante en todo momento, con el rostro
reflexivo y los labios apretados. No fue hasta que entramos al pueblo
cuando decidí preguntar qué era lo que tanto le preocupaba.

—¿Te pasa algo?

—No, princesa —forzó una sonrisa—. ¿Por qué dices eso?

—Porque te conozco. Sé que te pasa algo.

Puso los ojos en blanco y suspiró.

—Es por tu abuela.

—¿Qué pasa con ella?

—Durante todo el fin de semana no ha dejado de insistir en que debo


rehacer mi vida —gruñó, apretando con fuerza el volante—. No podía
aguantar ni una hora más en su casa.

—Pero tiene razón, papá. Han pasado casi quince años desde que mamá
nos dejó. Deberías empezar a conocer gente y salir con tus viejos amigos.
¿Hace cuanto que no ves a Cole como amigo en vez de como inspector de
policía?

Me contempló con incredulidad.

—¿Estás de su parte?

—Si su parte es querer lo mejor para ti, sí. Lo estoy.

—¿Tan difícil es de entender que no quiero conocer a nadie? Tu madre


era única para mí. Lo era todo y yo… no puedo reemplazarla.

—No digo que reemplaces a mamá, jamás te pediría algo así, papá. Solo
digo que podrías empezar a salir con gente de tu edad y estar abierto a
conocer a otras mujeres.

—No lo entiendes —sacudió la cabeza—. Tu madre era todo mi mundo.


Cuando falleció, una parte de mí murió con ella… Todavía no he
encontrado a nadie que la iguale. Pero cuando encuentre a una mujer que se
le acerque solo un poco, te prometo que lo intentaré. Te prometo que me
entregaré a fondo.

Envié un mensaje a Sarah para decirle que ya había llegado al pueblo


minutos antes de llegar a casa. Cuando bajé del coche, ella ya estaba en el
porche esperándome. Nos ayudó con el equipaje y después subimos a mi
habitación.

Mientras deshacía la maleta, le puse al día de lo que había pasado el fin


de semana, desde la reveladora conversación con mi abuela hasta que
Christian se marchó de la fiesta de compromiso sin ninguna razón.
—Últimamente se comporta de una manera muy extraña; está todo el día
enganchado al teléfono —comentó Sarah mientras se probaba la ropa que
Kevin me había regalado.

—Lo sé. Aunque por un lado agradezco que se fuera porque así no tenía
que volver a esquivar sus besos… Cada vez que lo hacía me sentía la peor
persona del mundo.

—Es completamente normal que te sientas así cuando pretendes dejar a


alguien —se quitó el vestido y se puso el pijama—. Ya verás que con el
tiempo todo resultará más fácil.

Me quité la ropa que llevaba y me puse también el pijama.

—A ver, cuéntame lo de Woody.

Se sentó a mi lado en la cama con una sonrisa tontorrona.

—Me envió un mensaje para reunirnos en su casa. Yo no iba a ir, pero


cómo no paraba de insistir… al final accedí. Vino a recogerme. En su casa
estaba Katherine, su supuesta mujer —dibujó comillas con los dedos en el
aire— y entre los dos me explicaron lo que pasó: Woody recibió la carta del
consejo escolar donde exponía que se iba a abrir una investigación por el
rumor. Un amigo abogado le recomendó crear para los ojos de todo el
mundo que tenía una vida feliz de casado.

—Pero puedes engañar a tu mujer aunque estés casado…

—Eso mismo pensé yo —reconoció—. Me dijeron que ella podía


testificar que estaban juntos en todo momento. Y como por las mañanas
supuestamente no se podría mantener una relación sexual con una alumna y
por la tarde estaba con su mujer, nadie puede testificar que haya inflingido
la ley.

—Suena un poco absurdo, la verdad.


—Pero el consejo se lo ha creído —se encogió de hombros.

—¿Y va a dejar de darnos clase?

—No. Hasta la sentencia seguirá dándonos clase. Pero lo van a estar


vigilando en todo momento; desde que entra al instituto hasta que sale para
reunirse con su mujer —hizo una mueca al pronunciar la última palabra—.
Tienen que hacer vida de casados para que no sospechen.

—¿Y qué pasará con vosotros?

—Me ha dicho que está enamorado de mí y que desde que rompimos no


ha dejado de pensar en mí, pero que ahora mismo no podemos estar juntos
—bajó tanto el tono de voz hasta el punto de convertirse en un débil susurro
—. Me ha pedido que lo espere hasta después de la graduación. Solo
entonces podremos estar juntos como una pareja de verdad. Sin
escondernos.

—Eso ya lo sabías desde que supiste que Woody iba a ser nuestro nuevo
orientador —pasé la mano por su espalda en una suave caricia para
reconfortarla.

—Lo sé —dijo. Sus ojos se volvieron vidriosos, su labio inferior empezó


a temblar—. No puedo dejar de pensar en que si el año pasado, cuando nos
conocimos, no le hubiera mentido sobre mi edad, ahora mismo no
estaríamos pasando por esto: Él no estaría en el punto de mira de la
administración y yo no estaría sufriendo tanto…

Enjugué la lágrima que se deslizó por su mejilla.

—Pero si no lo hubieras hecho, jamás habrías sentido lo que es amar a


alguien de verdad —ella alzó la vista hacia mí y yo la abracé—. Te dejaste
llevar por el corazón y el corazón nunca miente. Créeme. Hiciste lo
correcto.
—¿Y si hice lo correcto por qué duele tanto? —sollozó.

—Porque desde un primer momento vuestro amor iba a ser así,


complicado y doloroso. Te enamoraste de un hombre mayor cuando tenías
dieciséis años, Sarah. No te estoy diciendo esto para lastimarte, sino porque
sé que necesitas oírlo. Necesitas oír de otra persona que lo que sientes por
Woody es una completa locura, pero así es el amor. Una completa locura.
Impredecible y poderoso. Woody y tú os amáis. Estáis hechos el uno para el
otro. Pero nada en esta vida es fácil.

—Que nos lo digan a nosotras —se enjugó las lágrimas y forzó una
sonrisa—. Creo que esperaré a Woody. Dudo mucho que lo que siento por
él pueda llegar a sentirlo por otra persona. Y tú tienes que hablar con Alex
cuanto antes.

—Mañana mismo.

—Y recuerda que mañana tenemos la cena de animadoras —sorbió por


la nariz—. Supuestamente íbamos a organizarla nosotras, pero no hemos
hecho nada —soltó una pequeña carcajada.

—Mierda… Se me había olvidado por completo. Mañana llamaré a


algún restaurante y rezaré para que tengan alguna mesa libre con tan poco
tiempo.

El sonido de un claxon me despertó minutos antes de que sonara el


despertador. Con ojos aún somnolientos, me asomé por la ventana y vi a
una grúa dejar el Rover justo delante de casa. Mi sonrisa se vio
interrumpida al ver a mi padre salir y hablar con los transportistas. Aunque
no podía oírle, tan solo por sus gestos, sabía que no le había hecho gracia
ver el Rover de mi abuela aquí.

Giró la cabeza y alzó la mirada hacia mi ventana. Yo me escondí


rápidamente para evitar la inminente discusión y entré al baño.

Mientras Sarah se duchaba, yo empecé a vestirme. Me puse unos


vaqueros altos negros y un jersey de cuello ancho color kaki sobre una
camiseta de tirantes negra. Nada más terminar, Sarah salió de la ducha y se
puso los vaqueros que me pidió ayer junto a una camiseta blanca y sus
Converse.

En el desayuno tuve que escuchar a mi padre hablar sobre que no debía


dejar que mi abuela se encargara de mis gastos porque eso era cosa suya. A
mí me era indiferente aceptar sus regalos porque, de algún modo, nos
facilitaba las cosas; que mi abuela se encargara, por ejemplo, del seguro del
coche, ayudaba a que el dinero que mi padre ganaba fuera para los gastos de
la casa y comida, mientras lo que yo tenía ahorrado para darnos algún que
otro capricho, como pedir pizza los viernes y ver una película en Netflix
juntos, además de para la universidad. Si además de todo eso también
tuviéramos que añadir los seguros de ambos coches no llegaríamos a final
de mes. A pesar de que mi padre odiara pedir ayuda, sabía que su dinero
nos venía bien. Y eso hacía que se odiara a sí mismo; la única razón por la
que rehusaba del dinero es el recuerdo constante de no haber conseguido la
vida que quería para mi madre y para mí.

Cuando bajé del Rover, mi corazón se aceleró de tal modo que mi


cuerpo se convirtió en gelatina y todo se volvió borroso. El instituto se
difuminó hasta convertirse en una mancha con cientos de puntitos en
movimiento, entrando y saliendo del edificio.

—¿Estás bien? —me preguntó Sarah.

—Un poco nerviosa, la verdad.


—Todo va a ir bien. Ya lo verás.

Mis pulsaciones no disminuyeron en ningún momento durante el


trayecto del aparcamiento a clase. De hecho, aumentaron. Tanto que hasta
me pitaban los oídos. Uno de mis mayores miedos al ver a Alex era que no
pudiera evitar lanzarme a sus brazos y besarlo pese a que Brittany estuviera
delante. Ese pensamiento se clavó profundamente en mi mente hasta que
llegué al aula.

Alex estaba sentado en el pupitre de última fila, sus largos dedos


tamborileaban la mesa inquietos. Su mirada estaba fija en las personas que
entraban, y en cuanto me vio al lado de Sarah, se levantó como si tuviera un
resorte y se acercó a mí.

—Suerte —me deseó mi amiga antes de irse.

—Tenemos que hablar.

Alex me asió del brazo y me sacó de clase sin darme la oportunidad de


responder. Estaba tan nerviosa que me sentía incapaz de decir nada,
solamente podía mirarlo. Nos detuvimos al final del pasillo, en el lugar
exacto donde nos besamos por primera vez. Me acorraló contra la pared con
su cuerpo, sus manos a ambos lados de mi cabeza.

Nuestros labios se encontraban a escasos milímetros de rozarse.

Joder…

Tragué saliva ante la expectación, o la excitación, no lo sé. Sus ojos azul


eléctrico me miraron con un brillo diferente a otras veces. Me lamí los
labios en un intento desesperado por contener las ganas que tenía de
recorrer con la lengua las líneas de su clavícula que la camiseta negra
dejaba expuestas, notar cada músculo tensándose mientras me abrazaba y
dejar que el calor de su cuerpo pasara a ser parte del mío.
Alex bajó la mirada hacia mi boca.

—Quiero intentarlo.

Esa palabra estaba grabada a fuego en mi cabeza desde el día que me


confesó sus sentimientos en el vestuario.

Intentarlo.

—Alex, yo…

Se inclinó y me calló con un beso efímero, demasiado fugaz como para


haberlo disfrutado. Alex me preguntó con los ojos si había hecho bien. Y
para demostrarle que así era, envolví su cuello y lo besé. Sus brazos me
rodearon y pegaron él al mismo tiempo que nuestras lenguas chocaban y
jugaban.

Esa desesperación por poseerme, esas ganas de tenerme entre sus brazos
me hizo desearlo aún más. Nos movimos y Alex acabó contra la pared
mientras mis dedos se desplazaban por su pecho, descendiendo hasta llegar
a la cintura.

Todo entre nosotros eran besos, caricias y lametones.

Gimió junto a mi boca y yo sentí que mi cuerpo se fundía con el suyo,


como si la conexión que nos unía hubiera alcanzado su máximo esplendor.

Me separé para tratar de recuperar el aliento.

—¿Esto significa que quieres intentarlo?

Unos pasos aproximándose me sobresaltaron. El primer pensamiento


que tuve fue que se trataba de Brittany, que nos había visto besándonos y
que venía a golpearme, pero en realidad se trataba del profesor, que acababa
de entrar a clase.
—Tenemos que volver a clase.

Reuní todas las fuerzas que me quedaban para regresar al aula sin ladear
la cabeza y mirar al hombre que me seguía por detrás porque, si lo hacía,
hoy no entraba a clase.

Ninguno de los dos.

Solo con pensarlo me había entrado calor.

Por todas partes.

Me senté al lado de mi mejor amiga. Sarah me miró con una sonrisa que
insinuaba que toda la clase había presenciado nuestro repentino ataque
carnal.

—¿Brittany?

Sacudió la cabeza.

—Amanda ha dicho que tenía una reunión por la separación de sus


padres o algo así. Vendrá después.

—No quiero hacer daño a nadie…

—Eso es inevitable.

En la hora del almuerzo me senté con Sarah y el resto del equipo de


animadoras en nuestra mesa del comedor para hablar de la cena de esta
noche. Les había contado que había estado un poco estresada entre los
exámenes y entrenamientos y que por eso olvidé reservar mesa en el
restaurante que acordamos. Ellas estaban igual de estresadas que yo, así que
me entendieron. Pero desgraciadamente, ahora debíamos escoger otro lugar
donde organizar la cena.

—Ally’s está bastante bien —propuso Hilary—. Fui el otro día con mis
padres y es muy bonito. Y la comida está buenísima. Además, es bastante
económico. Así Chloe no tendrá que gastarse mucho dinero en la cena.

Decidí obviar ese comentario y centrarme en lo importante.

—Entonces ¿estáis de acuerdo en ir allí? —pregunté, esperando la


confirmación de todas. Respondieron con un sí coral, a excepción de
Brittany, que jugueteaba con su ensalada sin prestarnos la más mínima
atención—. ¿Estás bien?

¡Por supuesto que no está bien!

¿Qué clase de pregunta era esa?

—Sí, es solo que… Alex me ha dejado.

Las animadoras intercambiaron miradas cómplices y después todas me


miraron, acusándome disimuladamente con los ojos. Pensé que iban a
delatarme y contarle la verdad a Brittany, que me habían visto besar a Alex,
pero para mi sorpresa, se quedaron calladas.

—¿Y sabes por qué? —inquirió Amanda.

—No me ha dado ninguna explicación —suspiró dramáticamente—.


Solo me dijo que no sentía nada por mí y que quería terminar porque no
quería seguir haciéndome daño.

—¡Qué cabrón!
—Alex no merece la pena —añadió Hilary.

—Lo más probable es que otra chica se le haya insinuado un poco y


como los hombres solo piensan en sexo, se ha debido enganchar a otra que
seguramente no esté ni la mitad de buena que yo…

—Seguro que es eso —coincidió Susan, y el resto la siguieron.

—¿Pero qué clase de chica le quita el novio a otra?

Me mordí la lengua para evitar contestar. Podía llegar a entender que


estuviera dolida por la ruptura, y odiaba ser yo la causante de su dolor, pero
me hacía gracia que ella misma se quejara de que alguien le había quitado
el novio cuando ella había hecho exactamente lo mismo con todas nosotras.

Mientras las chicas destripaban a la nueva novia de Alex a sabiendas de


que esa novia era yo y que Sarah intentara apaciguar la situación, recibí un
mensaje:

ALEX WILSON

Baños del pasillo. Ahora.

—Chicas, voy un momento al baño.

Me levanté de la silla y me dirigí al punto de reunión.

Antes de entrar a los baños, escribí un mensaje a Sarah para decirle que
había quedado con Alex y que si Brittany se movía, me avisara. A esta hora
todos estaban en el comedor o en el patio trasero, por lo que el pasillo
estaba completamente desierto.
Alex se encontraba apoyado en los lavabos, con la mirada fija en el
teléfono móvil. Cuando me oyó entrar, lo guardó en el bolsillo trasero del
vaquero y dibujó una sonrisa que me contagió. Me abalancé sobre él como
si hubiéramos estado varios meses sin vernos y presioné mis labios contra
los suyos. Me elevó hasta quedar sentada en los lavabos y abrió mis piernas
para colocarse entre ellas.

Sus manos descendieron pausadamente por mi espalda hasta llegar a mis


caderas, donde clavó los dedos. Enrosqué las piernas alrededor de su cintura
y lo apretujé contra mí, necesitaba sentir cada parte de su cuerpo junto al
mío.

—No sabes lo mucho que anhelaba esto.

Su confesión me hizo sonreír.

—Yo también.

Sus ojos brillaron tanto como su sonrisa. Su lengua se deslizó por mi


cuello, lo mordisqueó y sopló hasta hacer enloquecer cada célula de mi
cuerpo.

—Esto es un error…

—Mi mejor error.

Alzó la mirada en busca de mi boca y se fundió en ella.

Eso era Alex para mí. Un error.

Un error que cometería una y mil veces.

—Brittany está destrozada.


No quería tener que dejar de besarlo para hablar sobre ella, pero la culpa
me concomía; no podía estar besando a Alex sabiendo que Britt estaba en el
comedor llorando por él.

—Se le pasará pronto —me aseguró.

Apoyó las manos en mis muslos y me miró a los ojos.

—Cuando se entere de que la has dejado por mí…

—No me importa. Yo quiero estar contigo y solo contigo.

Le estreché entre mis brazos, aferrándome a su torso como si una


gigantesca ola fuera a engullirnos y su cuerpo fuera el último bote
salvavidas. Alex también me abrazó, como si los dos necesitáramos estar
cerca del otro para sobrellevar la situación.

—¿Qué vas a hacer esta noche?

—Tengo cena con las chicas del equipo.

—¿Y tienes que ir?

—Soy la capitana. Debo ir.

—Tienes razón —reconoció—. Tienes que ir.

Torció la sonrisa y me volvió a estrechar entre sus brazos, hundiendo la


nariz en mi pelo. Yo cerré los ojos y aspiré su aroma. Por fin sentía que
había hecho algo bien; parecía que cada error cometido se había
amontonado en mi espalda hasta convertirse en una gran bola pesada, y
ahora, con Alex, había empezado a disminuir.

—Podría pasarme el día entero así —confesó.


—Yo también.

—¿Por qué me dejaste pensar que eras tan superficial? —inquirió—.


Llevo preguntándome eso desde hace semanas, desde que me dijiste la
verdad sobre quién eres.

—No lo sé —encogí los hombros—. Supongo que no lo hice porque


sentía cierta presión por mi imagen. Hubo muchas ocasiones en las que
quise decirte la verdad pero por miedo… me quedé callada.

—Bueno, ahora puedes decirme la verdad, si quieres.

—Cuando mi madre falleció, en primaria, todos me miraban con


lástima. Todos decían: «Mirad, por ahí va la chica que encontró a su madre
muerta», «Pobre niña, lo mal que lo tuvo que pasar al perder a su madre tan
joven», «Y su padre con una depresión… ¿Cómo se supone que va a criar a
una niña él solo si apenas puede mantener un trabajo?». Pensaban que no
les oía, pero lo cierto es que sí. Lo oía todo. Estaba cansada de que la gente
sintiera lástima por mí, de que cuchichearan por lo bajo cada vez que
pasaba por su lado. Odiaba que me recordaran constantemente lo que había
perdido.

»Al empezar la secundaria, tuve miedo de que siguieran hablando sobre


la muerte de mi madre, así que puse mi mejor cara, me vestí con la ropa
cara que me regalaba mi abuela porque con el dinero que nos quedaba
después de pagar las facturas apenas podíamos comprar ropa decente, y me
enfrenté a todos con mentiras; dije que mi padre había conseguido un
trabajo donde ganaba millones. Dejé que me vieran tal y como me hubiera
gustado ser, una chica más y no aquella pobre niña que perdió a su madre
por el cáncer. Sin embargo, la imagen que había creado empezó a comerse
poco a poco a la verdadera Chloe y quién se adueñó de mi cuerpo fue…

—Chloe Davis, la capitana de las animadoras, la que todas las chicas


quieren ser y la que todos los hombres desean —se burló con una sonrisa
tierna. Se inclinó y me besó—. ¿Y querías ser animadora o lo hiciste por tu
imagen?

—Por mi imagen. Nunca me ha gustado ser el centro de atención. De


hecho, lo odio. Odio que la gente esté mirándome y juzgándome. Pero
Sarah me sugirió que, si quería dejar atrás definitivamente a aquella niña
que perdió a su madre, debía dar un cambio radical. Algo completamente
inesperado…, y no se me ocurrió otra cosa que formar parte de las
animadoras, las chicas más populares de todo el instituto.

—Entonces Sarah y tú siempre habéis sido muy amigas.

Asentí.

—Desde pequeñas. Es como la hermana que nunca pude tener. Se lo


debo todo: Al ver que me empezaba a gustar formar parte de las
animadoras, aprovechó que la antigua capitana se iba a graduar para
apuntarme al puesto. Yo no estuve de acuerdo al principio. No quería ser
capitana. Ya había conseguido mejorar mi imagen a un nivel que nunca
pude imaginar. ¿Ser capitana? Era abarcar demasiado. Sin embargo, ya
estaba hecho y no pude echarme atrás. Deseé con todas mis fuerzas que la
ganadora fuera Brittany pero…

—¿Competías con Brittany para el puesto? —alzó las cejas,


impresionado—. Ahora entiendo muchas cosas.

—Las chicas me eligieron a mí y Brittany se enfadó muchísimo.


Después de eso fue cuando me convertí en la chica más popular del instituto
y todas esas cosas —dibujé una sonrisa—. Aunque nunca llegué a sentirme
yo misma hasta ahora.

—¿Y eso por qué?

—No lo sé. Tal vez sea porque un capullo engreído se ha encargado de


destruir por completo la imagen que tanto me había costado crear.
—Bueno, gracias a ese capullo engreído puedes ser tú misma, ¿no? —
sus dedos se clavaron en mis muslos, ejerciendo una leve presión que puso
todos mis sentidos en alerta—. Deberías darle hasta las gracias por haberlo
hecho.

Sacudí la cabeza y le besé. Alex me recibió con gusto, hasta que el


sonido que hizo la puerta al cerrarse nos sobresaltó; me bajé de un salto del
lavabo y puse distancia entre los dos. Fingí estar peinándome con los dedos
mientras Alex hacía como si hubiera terminado de lavarse las manos y se
las estuviera secando.

Mis ojos se encontraron con los de Brett en el espejo.

—Tenéis que esconderos ahora mismo —dijo, apresurado—. Britt está


buscando a Alex por todas partes y la he visto hace un momento por el
pasillo.

Eso no podía ser posible. Sarah me avisaría si Brittany se hubiera ido del
comedor… Y como por arte de magia, recibí su mensaje donde decía que
había intentado retenerla pero que se había ido en busca de Alex para
pedirle una explicación.

Mierda. Mierda. Mierda.

¿Y ahora qué hacemos?

Alex y yo nos escondimos en uno de los cubículos. Todo se quedó en


completo silencio. Un silencio aterrador que puso todo el vello de mi
cuerpo de punta. Segundos después, escuchamos un gran estruendo. El
susto casi me hizo gritar. Alex me tapó la boca para que no lo hiciera.

—¿Está aquí? —escuché que decía Brittany.

—¿Si está aquí quién? —preguntó Brett.


—Alex. ¿Está aquí?

—No. Supongo que estará por el patio.

—No te creo.

Abrió una de las puertas de un golpe.

Mierda. Mierda.

¿Y si abría y nos encontraba?

No quería pensar en eso.

Mi corazón empezó a latir frenético por los nervios. Alex también estaba
nervioso, aunque lo llevaba bastante mejor que yo.

—Brittany, aquí no está —dijo Brett—. Además, te recuerdo que es el


baño de chicos y si alguien te pilla aquí, te meterás en un buen lío. Incluso
podrían echarte de las animadoras.

Ella soltó un bufido y se marchó.

Segundos después, tocaron a la puerta.

—Vía libre.
24

Tardé poco más de media hora en convencer a mi padre para que me


levantara el castigo y poder ir a la cena de las animadoras. Solo tenía que
acompañarlo a un maratón de El padrino el fin de semana, nada que no
hubiera hecho ya otras veces.

Cuando estuvimos todas en la puerta del restaurante, una amable


camarera nos condujo a una mesa rectangular en el centro del salón. Yo ya
sabía perfectamente qué iba a pedir: Una hamburguesa de queso y beicon,
por lo que no hizo falta que leyera el menú.

La conversación transcurrió con naturalidad mientras cenábamos. Alex


me había dicho esta mañana que pensaba decirle a Brittany que estábamos
juntos lo antes posible, no quería estar escondiéndose cada vez que quisiera
besarme. Brittany hablaba conmigo con total libertad, cosa que me hizo
pensar que todavía no sabía nada.

Estuvimos hablando de los cotilleos que rondaban por el instituto.


Primero comentamos el rumor del Profesor Grant. Todas concluimos
diciendo que era falso, pues estaba casado y pasaba todo el tiempo fuera del
instituto con su mujer. Algunas hasta añadieron que los habían visto juntos
paseando y que parecían muy felices… Sarah no dijo nada, se limitó a
hacerse la sorprendida y la incrédula. Después se preguntaron quién habría
sacado el rumor, y todas las miradas se centraron en Britt, aunque ella
estaba más pendiente en mirar a un chico que había en la mesa de enfrente.
No parecía tan afectada por su ruptura con Alex.

Eso era una buena señal, ¿no?

El intercambio de miradas se vio truncado cuando sonó su móvil en el


interior de su bolso. Lo sacó perezosamente y, cuando vio quién era, su
rostro se transformó.

—Es Alex.

Mierda. Mierda. Mierda.

¿Iba a decírselo ahora?

¡Por supuesto que iba a hacerlo!

—¿Qué quieres? —respondió al teléfono de malas maneras—. No, no


puedo quedar ahora… Si tan importante es, dímelo por aquí… ¿Vas a
decírmelo o te cuelgo? Vale, espera un momento.

Se levantó y salió del restaurante.

—Creo que va a decirle que estamos juntos —me acerqué a la oreja de


mi amiga para que nadie más pudiera escucharme.

—Lo sé. Mejor nos vamos —alzó la mirada y miró a las chicas—.
Nosotras tenemos que irnos ya. La cena estaba muy buena, deberíamos
repetirlo.

Sarah y yo lanzamos los billetes suficientes para pagar nuestra parte de


la cuenta a la mesa y nos dispusimos a irnos. Sin embargo, justo en ese
momento, Brittany entró al restaurante echa una furia y me fulminó con la
mirada. Incluso llegué a pensar que iba a tirarme el móvil a la cabeza.

—¡Hija de puta!
Intentó agarrarme del pelo con la mano que tenía libre, pero antes de que
pudiera hacerlo, Sarah se interpuso entre las dos y consiguió que se
detuviera; Brittany me miraba por encima del hombro de mi amiga con
rabia. Sabía que se enfadaría en cuanto se enterara, pero jamás pensé que yo
estaría delante cuando sucediera.

—¡¿Por qué me has quitado el novio?!

Las miradas del resto de clientes estaban centradas en nosotras dos.


Intenté llevarme a Brittany fuera y hablar de esto, pero ella no dio el brazo a
torcer; se quedó anclada al suelo, a la espera de una respuesta.

—Yo no quería quitártelo… Simplemente surgió.

—¡Serás puta! ¡Y encima me lo restriegas por la cara!

—¿De verdad no te habías dado cuenta de que en realidad quién le


gustaba era yo? Todo lo que ha hecho en mi contra ha sido para llamar mi
atención, Brittany. Salió contigo solamente para intentar olvidarme.

Estaba tan cabreada que no me escuchaba. Lo único que quería era


golpearme, hacerme daño físico. Intentó esquivar a Sarah y venir a por mí
varias veces mientras maldecía una y otra vez.

—Chloe tiene razón —intervino Tiffany—. Era cuestión de tiempo que


cortara contigo para salir con ella… ¿Acaso no has visto la foto que hay
circulando por todo el instituto?

Espera, ¿hay una foto?

—¿Qué foto? —inquirió Britt.

—La de Alex y Chloe besándose esta mañana —dijo Hilary.


—Espera, espera… ¿Estás diciéndome que todas vosotras sabíais que
Alex y Chloe estaban liados? —exclamó—. ¿En serio? ¡Menudas hipócritas
sois! ¡Habéis estado todo el día criticando a la nueva novia de Alex
conmigo cuando todas sabíais quién era! ¿Qué clase de amigas sois
vosotras?

—Esto es entre tú y yo, Britt —dije—. Ellas pueden pensar lo que


quieran sobre mí. A estas alturas ya me da igual todo. Pero no pienso
pelearme contigo por un tío. ¿Podemos hablar de esto en un lugar más
tranquilo?

—¡No pienso ir contigo a ningún sitio!

—Nosotras no queríamos criticarte, Chloe —añadió Tiffany—. Es solo


que no sabíamos qué decir al respecto y era más fácil apoyarla que mentirle.
Lo sentimos.

—¿Qué lo sentís? —inquirió Britt, perpleja—. ¡Sois todas unas malditas


hipócritas! Como habéis criticado a la capitana, os reiteráis y pedís perdón.
¡Pero después a su espalda no dejáis de criticarla! ¿Acaso no recordáis
cuando se supo que en realidad no era más que una niñata cuya vida era una
mentira, o cuando la criticasteis por el montaje?

Todas se quedaron calladas, sin saber qué decir. Tampoco pudieron


mirarme a la cara mientras Brittany revelaba lo que hacían a mis espaldas.
No me sorprendió en absoluto que me criticaran, era algo que daba por
hecho, aunque sí que me dolió.

—¿Y si dejamos toda esta mierda atrás y volvemos a ser todas amigas?
—preguntó Amanda, intentando apaciguar la situación, como solía hacer
siempre que había una disputa entre nosotras.

—Una amiga no le roba el novio a otra —masculló Brittany.

Eso no pensaba seguir tolerándolo.


—¡Vaya! Tienes toda la razón del mundo —solté una carcajada llena de
incredulidad—. Contéstame a una pregunta: ¿Quién se acostó con Brett
cuando estaba saliendo conmigo? Déjame pensar… ¡Fuiste tú! Te acostaste
con él sabiendo que estaba conmigo. ¡Rompiste una relación de años y
encima me lo restregaste en la cara! Así que no vengas a decir que una
amiga no le roba el novio a otra cuando eso es exactamente lo que has
hecho tú con todas nosotras.

Ella se quedó callada, clavándome cientos de agujas una a una con la


mirada. Su pecho subía y bajaba con cada brusca exhalación. Sabía que no
había hecho las cosas como debía, que había hecho mucho daño a otras
personas por mis errores… Ahora quería empezar a hacer las cosas bien. Y
para ello, primero tenía que desprenderme de las falsedades que me
rodeaban.

Britt cogió sus cosas y salió corriendo del restaurante.

—Chloe… —empezó Tiffany, pero la interrumpí.

—Déjalo. Brittany tiene razón; habéis estado criticando a la novia en


mis propias narices y todas sabíais que su novia era yo. ¿No se os cae la
cara de vergüenza? Aparentáis ser mis amigas pero luego me claváis
puñales por la espalda.

—Lo sentimos mucho, Chloe —dijo Hilary.

—¿Podrás perdonarnos? —quiso saber Claudia.

Las ignoré a las dos.

—Sarah, ¿te llevo a casa?

Ella asintió y, agarrada al brazo de mi mejor amiga, salimos del


restaurante.
De vuelta a casa, recibí una llamada de Alex. La imagen de su rostro
garabateado por sus primos pequeños iluminó la pantalla. Conecté el manos
libres.

—Hola, nena.

Dibujé una sonrisa. Todavía me costaba hacerme a la idea de que Alex y


yo estábamos juntos.

—Se lo he dicho a Brittany —dijo.

—Lo sé. Estaba delante.

—Joder… No me ha dicho que seguía en el restaurante. Supuse que a


esas horas ya se encontraba en casa y como sabía que no iba a quedar
conmigo mañana, pensé que era mejor decírselo por teléfono. Lo siento
mucho, Chloe. ¿Te ha hecho algo?

—No. Hemos discutido y poco más.

—Chloe, si algo te pasase… Yo…

—No te preocupes. Estoy bien.

—¿Dónde estás? —me preguntó tras una breve pausa.

—Conduciendo de vuelta a casa.

—¿Podrías pasarte? Me apetece estar contigo.


—En cinco minutos estoy allí.

Aparqué el coche en la entrada de su casa. Alex estaba sentado sobre una


pequeña hamaca que colgaba en un lateral del porche. Cuando me senté a
su lado, me rodeó con su brazo y me dio un beso en la mejilla. Yo apoyé la
cabeza en su hombro, dejándome llevar por el roce de sus dedos en mi
brazo y por la noche estrellada que había sobre nuestras cabezas.

—¿Coche nuevo? —preguntó, señalando con la cabeza el Rover.

—Regalo de mi abuela.

—Entonces, ¿Brittany se lo ha tomado tan mal como creo?

—Ha dicho que una amiga no le roba el novio a otra…

—¿Pero ella no se acostó con Brett cuando salíais?

—¡Eso mismo he dicho yo! —resoplé—. Pero eso no es todo: No sabía


lo hipócritas que podían llegar a ser las animadoras; han estado criticando
todo el día a la chica por la que habías dejado a Brittany y todas sabían que
era yo. Y encima lo han hecho en mi cara. Cuanto más lo pienso, más me
cabrea…

—Al menos ahora sabes cómo son realmente.

—Esta noche me he dado cuenta de que mis únicos amigos son Sarah y
Brett. Los únicos que han estado ahí siempre sin importar las
circunstancias.
—El lado bueno de esto es que ya no tenemos que escondernos en los
baños para vernos —dibujó una sonrisa que me estremeció—. Ahora puedo
besarte dónde y cuándo quiera.

—Pues es una pena —dije; me mordí el labio inferior—. Me gustaba


bastante tener que esconderme en los baños, ya sabes, tener una relación
llena de peligro.

—Sabes que eso no es cierto —se echó a reír.

—Es verdad —admití—. Prefiero hacer esto.

Tomé su rostro y lo acerqué hasta que sus labios cubrieron los míos.
Chupé su labio inferior, luego el superior. Adoré poder hacerlo sin miedo,
sin pensar que estaba haciendo algo malo. Alex colocó mis piernas sobre su
regazo, sus dedos se deslizaron por mis muslos en una suave caricia que
resonó por todo mi ser.

—Yo también prefiero esto —confesó junto a mi boca.

Volvió a besarme.

—No sabes lo feliz que me hace estar así contigo —dijo, mirándome a
los ojos—. Parecía tan… imposible cuando nos conocimos. Todavía creo
que estoy en un sueño, y si es así, no quiero despertar jamás.

—Tal vez esto demuestre que no estás soñando…

Me incliné en busca de sus labios. Alex cerró los ojos y abrió la boca
para recibirme, pero en cuanto estuvimos a punto de besarnos, le pellizqué
el brazo.

—¡Ay!

—¿Ves? No estás soñando.


Entonces sus dedos empezaron a moverse inquietos por todo mi cuerpo,
sobre todo en aquellas zonas más sensibles: en el cuello, en los costados,
bajo los brazos y muslos… Si había algo en este mundo que odiaba más que
las injusticias, eran las cosquillas. Las odiaba porque no podía dejar de reír.

—¡Para! —pedí entre risas. Me retorcí por las cosquillas e intenté


levantarme para acabar con la tortura, pero Alex no estaba dispuesto a
dejarme marchar—. ¡Por favor!

—Pararé si haces una cosa por mí.

—¡Lo que quieras!

—Bésame.

Sus dedos dejaron de moverse. Yo me incorporé, dispuesta a cumplir mi


parte del trato. Tomé su rostro y lo besé con tantas ganas que incluso tuve
calor. Un calor sofocante que se extendió por todo mi ser y que dejaba al
descubierto el deseo que sentía, las ganas de desprenderme de su camiseta y
besar cada centímetro de su piel; sus manos se clavaron en mis caderas y
me pegaron a su cuerpo, diciéndome así que él tenía tantas ganas como yo
de hacer el amor.

—Esto está mucho mejor, ¿verdad?

—Sí —respondí con una sonrisa.

Mi teléfono empezó a sonar desde el interior de mi bolso, que había


dejado a un lado de la hamaca.

Resoplé cuando vi el nombre.

—¿Qué pasa? —me preguntó.


—Christian. No deja de llamarme. Sé que tengo que hablar con él para
decirle que lo nuestro ha acabado, pero no quiero hacerlo por teléfono.
Espero poder decírselo mañana.

—Si quieres, yo podría acompañarte.

—Tengo que hacerlo sola. Además, si estás delante estoy segura de que
acabaréis a puñetazos. No quiero que te pelees por mi culpa.

—Tienes razón; si es por ti, soy capaz de pelear contra un tiburón.


Incluso con Godzilla y King Kong a la vez. Y seguro que ganaría con tal de
salvar a mi dama.

—Dudo mucho que ganaras siquiera al tiburón…

—Espero no tener que demostrártelo.

Se echó a reír. Se inclinó y volvió a besarme. Fue un beso breve, pues la


puerta de entrada se abrió y apareció su tía Hannah, vestida con unos
vaqueros y una camiseta de manga larga.

—¿Chloe? —preguntó, extrañada—. ¿Qué haces aquí?

Me levanté de la hamaca.

—He venido a ver a Alex.

Alex se incorporó y me cogió la mano.

Hannah miró nuestras manos entrelazadas con el ceño fruncido.

—Espera, no me digas que mi sobrino y tú…

Asentí, sin poder dejar de sonreír.


—¡Qué alegría! —me abrazó—. ¡Bienvenida a la familia!

—Gracias.

—Tía, ¿pasa algo? —preguntó Alex.

—He escuchado un coche y creía que era tu tío —se abrazó a sí misma
para protegerse del gélido viento que corría. Ya empezaba a notarse el frío
de principios de diciembre—. Llevo llamándole desde hace dos horas y no
contesta. Estoy empezando a preocuparme…

—Seguro que está bien —dijo Alex—. Pero si quieres, puedo ir a


buscarle. Seguramente se haya quedado dormido en el taller. No sería la
primera vez.

—Tienes razón —dijo, sacudiendo la cabeza—. Seguro que se habrá


quedado dormido en el taller —dibujó una débil sonrisa—. Bueno, os dejo
tranquilos. Chloe, ha sido un placer volver a verte.

—Igualmente.

Alex y yo volvimos a sentarnos en la hamaca.

—Tu tía es muy amable.

—Es así con todo el mundo desde que… —se quedó callado y bajó la
mirada a sus pies. Apretó la mandíbula y sacudió la cabeza, como si
quisiera alejar un recuerdo de su mente.

—¿Desde la muerte de tus padres?

Asintió.

—Estuvo deprimida durante un tiempo después del entierro. Pero un día


decidió que no quería estar más triste y se enfrentó al mundo con una
sonrisa. Ojalá pudiera hacer yo lo mismo.

—¿Por qué dices eso?

—Sabes que yo no quería tener ningún tipo de relación con nadie porque
todas las personas a las que he querido, tarde o temprano han acabado
abandonándome… Han sido tantas que incluso he llegado a pensar que yo
tenía la culpa. Que, de algún modo que no logro entender, yo era quien las
echaba. Y contigo, por más que he tratado de alejarte, más y más hondo te
clavabas. Aunque sé que tarde o temprano tú también acabarás cansándote
de mí y me dejarás.

—Yo no pienso irme a ningún sitio, Alex.

—Me gustaría poder creerte… , pero no puedo.

Lo estreché entre mis brazos y sentí su pena, su dolor, el miedo que tenía
a la soledad. Recordé el día en el que habló sobre que los seres humanos
buscábamos emparejarnos por miedo a la soledad. Ahora sabía que lo que
realmente estaba haciendo era pedir ayuda; tras sus crudas palabras se
escondía un hombre atormentado sin saber qué hacer para dejar de sentirse
tan solo, un chico que había perdido a todos aquellos a los que había
amado.

Pero ya no estaría nunca más solo.

Mi padre estaba esperándome en la cocina. Entre sus manos sujetaba una


humeante taza de chocolate caliente.

—Christian ha venido a buscarte hace poco más de una hora —dijo con
cautela—. Ha dicho que ha estado llamándote todo el día y que no contestas
a sus mensajes. Está preocupado.

—He estado…, ocupada.

Mi padre me conocía demasiado bien como para saber solo con mi


expresión que había algo más de lo que no quería hablar, la verdadera razón
por la que no había contestado a sus llamadas ni respondido a sus mensajes.

Me hizo un gesto con la mano para que me sentara a su lado.

—Las cosas no van muy bien entre vosotros, ¿verdad?

Sacudí la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—Hay otro chico —respiré hondo antes de continuar—. Pensé que


Christian podría ayudarme a olvidarme de él, pero ha sido imposible. Estoy
enamorada, papá.

—¿Y puedo saber quién es?

—Un compañero de clase. Se llama Alex Wilson. También trabaja en el


taller Harry’s Workshop, es el sobrino del dueño. Él fue quien me arregló el
coche y quien me ayudó cuando tuve el accidente en el campus de la
universidad.

—¿Y él siente lo mismo?

Asentí.

—Hace tiempo me dijiste que cuando conociste a mamá, algo dentro de


ti te dijo que ella era la adecuada —asintió—. Pues algo dentro de mí no
deja de gritarme que Alex es el adecuado para mí.
Mi padre se rascó la nuca en un gesto inquieto.

—¿Christian lo sabe?

—Sabe que sentía algo por él. Nada más.

—Pues deberías hablar con él y aclarar las cosas.

—Lo sé, pero no es fácil…

—Confío en ti, princesa. Siempre lo he hecho. Si realmente estás


enamorada de ese tal Alex y él siente lo mismo por ti, no sabes lo feliz que
me hace escucharte. Siempre he querido que seas feliz. Pero antes de
empezar algo con ese chico, deberías aclarar lo que sea que tengas ahora
mismo con Christian. Es lo mínimo que se merece, ¿no crees?

—Mañana mismo hablaré con él.

—Esa es mi pequeña.

Me incliné y le di un beso en la mejilla.

Antes de salir de la cocina, tuve el impulso de decir algo. Giré sobre mis
talones y observé a mi padre, que me devolvió la mirada extrañado.

—Encontré una carta de mamá en casa de la abuela.

—¿Una carta?

—Creo que deberías leerla.

Mientras subíamos a mi habitación, noté que mi padre no podía dejar de


temblar. Incluso sus ojos se habían vuelto rojos y vidriosos ante la
expectación de la carta; coloqué mi mano sobre su hombro para mostrarle
mi apoyo. Sabía que la carta iba ponerlo triste, pero también iba dirigida a
él y se merecía tanto como yo leerla.

Saqué la carta del cajón de la mesita. Con manos vacilantes, tomó la


carta y empezó a leerla. Nada más leer la primera línea, su labio inferior
empezó a temblar y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
Cuando acabó, se sentó en la cama y se cubrió el rostro. Nunca le gustó que
le vieran llorar. Estaba avergonzado y hundido. Yo me senté a su lado y le
abracé con todas mis fuerzas. Él se apoyó en mí y soltó todo lo que
guardaba dentro.
25

Los días soleados habían sido intercambiados por densas nubes que se
extendían por todo el pueblo como una cortina triste y apagada. La tormenta
no me había dejado descansar, la lluvia impactando incansablemente en el
tejado y en la ventana se habían encargado de eso. Antes de que sonara el
despertador, ya estaba más que preparada para ir al instituto; para
protegerme lo máximo del frío, me había puesto unos vaqueros altos, un
jersey granate ancho, la cazadora de Alex y un gorro de lana por si no era
suficiente. También escribí a Christian para quedar esta tarde y hablar del
tema que teníamos pendiente.

Alex no apareció por el instituto en todo el día. Le escribí varios


mensajes y lo llamé, pero su móvil estaba apagado. Eso o pasaba de mí,
cosa que después de la conversación que tuvimos anoche lo vi poco
probable. Debía haber pasado algo grave para faltar y encima no contestar
al teléfono… Brittany había estado pasando de mí en todo momento. Yo
también la esquivaba. No me apetecía tener otra discusión con ella porque
mi mente estaba demasiado ocupada en Alex.

Ahora me encontraba conduciendo hacia el lugar donde había quedado


con Christian. Se trataba del parque que fue testigo de nuestro primer beso.
Me pareció un buen lugar para terminar nuestra relación, en el mismo sitio
donde todo comenzó. La lluvia hacía de la zona un lugar desolado donde no
se podía jugar. Esperé la llegada de Christian en el coche con la música a
todo volumen para no pensar. Mis dedos se aferraron inquietos al volante
como si fuera una especie de talismán que me protegía de la incertidumbre
que había anidado en mi pecho desde esta mañana.

Llamé a Alex otra vez.

Apagado o fuera de cobertura.

Me puse el gorro, los guantes y la bufanda antes de salir del coche y


correr bajo el torrente de agua hasta llegar al hombre con paraguas negro
que estaba de pie frente al banco donde nos besamos por primera vez hacía
años.

—Te estás mojando —dijo con voz queda—. Ven.

Tiró de mi brazo y me colocó bajo el refugio del paraguas.

—Gracias —dije, temblando—. Tenemos que hablar.

Christian me miró impasible a los ojos.

—Sé que llevamos poco tiempo juntos y que tú has hecho todo lo
posible para hacerme feliz. Y créeme que durante un tiempo he sido la
mujer más feliz del mundo, pero…

—Estás enamorada de Alex —terminó por mí.

Asentí, despacio, sin apartar la mirada de sus ojos.

—Espero que sepas lo que estás haciendo —la dura expresión de su


rostro me asustó—. Alex no te merece. Es un inmaduro que solo te ha
hecho sufrir. ¿Acaso va a ser diferente ahora?

—Sé que se ha portado mal, pero…


—¡No hay ningún pero, Chloe! —su grito me sobresaltó—. ¿Ya has
olvidado el montaje que hizo y que colgó por todo el instituto solo para
reírse de ti?

—Alex no hizo el montaje —repuse.

—Y tú eres tan ingenua que le crees —escupió.

—Puedes pensar lo que te dé la gana —dije. Christian me observó con el


ceño fruncido—. No conoces a Alex como yo. Y siento mucho el daño que
te he hecho, pero tú sabías muy bien donde te metías cuando te ofreciste a
ayudarme a olvidarlo. Lamentablemente para ti, no ha sido así. Sé que no
me excusa…, pero quiero intentarlo con Alex.

—No te entiendo, Chloe. Sencillamente no te entiendo.

—No hace falta que lo entiendas. Pero ya no quiero hacerte perder más
el tiempo. Mereces estar con alguien que realmente te quiera.

Abrió la boca para replicar, pero se vio interrumpido por el sonido de mi


teléfono. Puso los ojos en blanco.

En la pantalla apareció el nombre de Alex y su fotografía.

Giré sobre mis talones para responder a la llamada.

—Alex, ¿dónde te habías metido? Estaba muy preocupada…

—¿Chloe? Soy Hannah, la tía de Alex —balbuceó. Su voz sonaba


angustiosa, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo para no
romperse a llorar—. Te llamaba para saber si estabas con mi sobrino, pero
ya veo que no…

—¿Ha pasado algo?


El corazón empezó a latir con fuerza bajo mi pecho.

—Es mi marido —no pudo contenerse más y se echó a llorar; sorbió por
la nariz y trató de serenarse—. Anoche, mientras conducía a casa, un coche
se saltó un semáforo y… Está muy grave, Chloe. Los médicos no saben si
sobrevivirá…

¡Oh, Dios mío!

—¿Alex lo sabe?

—Sí —sollozó—. Poco después de que te marcharas, nos llamaron del


hospital. Salió escopeteado de casa y todavía no ha vuelto… Pensaba que
habría ido a buscarte… ¿Podrías ir a buscarlo? Iría yo misma, pero quiero
estar en el hospital con mi marido.

—Claro. Ahora mismo me pongo a buscarle.

Guardé el teléfono en el bolso.

—Tengo que irme —le dije a Christian.

—¿Ahora? ¡Estamos hablando!

—No hay nada más de qué hablar. Hemos terminado.

Atravesé la llovizna y me monté de nuevo en mi coche.

Mientras conducía por las calles del pueblo con la esperanza de


encontrarle vagando sin rumbo, no pude dejar de pensar en cómo debió
sentirse tras recibir la noticia. Debía estar aterrado. Alex había perdido a sus
padres, a sus amigos… Me dijo que no podía soportar perder a nadie más y
ahora su tío estaba en el hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Tenía que encontrarle y saber si estaba bien.


Y como un rayo de luz que penetró las nubes e iluminó el camino, supe
dónde podría estar.

Conduje de nuevo hasta el parque. Con suerte, Christian se habría


marchado ya. Sin pensármelo dos veces, salí del coche y me adentré en el
bosque. El barro se me pegaba a las botas, dificultando cada zancada. El
viento zarandeaba violentamente las ramas de los árboles y el olor a
humedad y a naturaleza me invadieron las fosas nasales. Recorrí el bosque
todo lo rápido que pude, esquivando los troncos y procurando no tropezar y
embadurnarme de barro. La ropa se me adhería al cuerpo como una segunda
piel de lo empapada que estaba.

Cuando llegué al lago, encontré a un hombre sentado al final del


embarcadero. Contemplaba el paisaje nublado sin importarle el impacto de
la lluvia que caía energéticamente sobre su cuerpo inmóvil.

Ni siquiera se movió cuando me senté a su lado, pero de algún modo


supo que era yo.

—Esta tarde íbamos a ir a comprarme un coche nuevo —dijo al cabo de


un rato con un hilo de voz. Giró la cabeza y me miró—. Llevábamos
bastante tiempo ahorrando y ahora…

Tenía los ojos rojos e hinchados. ¿Se había pasado toda la noche aquí
solo y llorando? Tragó saliva y apretó los labios hasta convertirlos en una
fina línea como último recurso para no romperse a llorar.

—Se pondrá bien —dije, acariciando su espalda tal y como mi padre


hacía conmigo cuando intentaba animarme—. Los médicos harán todo lo
posible para que se recupere.

—Eso mismo dijeron de mis padres y están muertos.


Agachó la cabeza y empezó a llorar desconsoladamente. A mí se me
rompió el corazón verlo así; le estreché con fuerza entre mis brazos. Alex
apoyó la cabeza en mi hombro y hundió la nariz en mi pelo. Podía sentir
cómo su pecho se hinchaba y desinflaba entre sollozos, cómo sus manos se
aferraban a mí como si tenerme cerca fuera la única posibilidad de que su
tío pudiera salvarse.

Nunca imaginé que Alexander Wilson, el hombre duro y engreído, el


hombre que me humilló en innumerables ocasiones fuera a ser en realidad
tan vulnerable. Tras esa fachada de hielo se encontraba una persona
completamente diferente, con un ardiente corazón capaz de todo por las
personas que quiere.

—¿Quieres que vayamos al hospital? —pregunté cuando se tranquilizó


un poco.

Alex no dijo nada, solamente se levantó y me tendió la mano para


ayudarme a incorporarme.

Cuando estuvimos fuera del bosque, se giró hacia mí, me tomó del rostro
y me atrajo hacia él en busca de mi boca. Su lengua acarició la mía con
tranquilidad, entregándose por completo a mí.

—Nunca antes nadie se había preocupado tanto por mí —acarició mi


nariz con la suya—. Este es mi modo de darte las gracias.

Volvió a besarme.

—Muy bonito, Chloe. Muy bonito.

Alex y yo nos volvimos para mirar al dueño de esa voz, al hombre que
nos observaba con expresión desdeñosa a unos cuantos metros de distancia.
Christian. Esta vez no llevaba el paraguas, por lo que estaba igual de
empapado que nosotros.
—¿Me has seguido?

—¡Por supuesto que te he seguido! —vociferó—. Me has dejado con la


palabra en la boca. ¡A mí nadie me deja con la palabra en la boca!

Entrelacé mis dedos con los de Alex e intentamos ir a mi coche, que


estaba aparcado frente a nosotros. Alex ahora estaba muy inestable, un
enfrentamiento solo empeoraría las cosas.

Christian se colocó frente a nosotros.

—¡No puedo creer que me dejes por él, Chloe! ¿Cómo has podido?
¡Después de todo lo que ha hecho lo prefieres a él antes que a mí!

—Christian, este no es un buen momento.

Alex me apretó con fuerza la mano en modo de advertencia; estaba


conteniéndose para no saltar, aunque no aguantaría mucho más callado.

—Antes quiero que me digas qué tiene él que yo no tenga —escupió


Christian con desprecio—. ¡Alex no te quiere! ¡Abre los ojos de una puta
vez, Chloe! Lo único que quiere es follar contigo. ¿Por qué eres incapaz de
verlo?

—Será mejor que te calles —dijo Alex.

Christian dio un paso hacia nosotros con los puños cerrados. Alex
también avanzó, pero yo me interpuse entre los dos para evitar la pelea.

Coloqué la mano sobre el pecho de Alex y lo hice retroceder.

—Christian, por favor —supliqué—. Para.

—Dímelo —insistió de malas maneras—. Dime qué tiene él que yo no


tenga y dejaré que os marchéis. Te dejaré en paz si me convences de por
qué lo prefieres a él antes que a mí.

—¡Porque estoy enamorada de él!

—¿Y le deseas? ¿Le deseas tanto como me deseabas a mí? Dime, Chloe,
¿crees que te follará como te follaba yo? ¿Crees que hará que te corras
como lo hacía yo?

Alex intentó esquivarme y lanzarse hacia él. Yo conseguí retenerle


conmigo, pese a que ahora yo también pensara que Christian se merecía un
puñetazo por alentar la pelea con mentiras.

—¡No mientas! ¡Tú y yo nunca nos hemos acostado!

—Responde, Chloe. ¿Qué te hace él que no pueda hacerte yo?

—Alex no me condiciona para tener sexo.

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera retenerlas.

Noté que el cuerpo de Alex se tensaba y que tenía los ojos clavados en
mi nuca, buscando una explicación a mis palabras.

Christian se echó a reír y se pasó la mano por el pelo.

—Eres increíble —masculló entre dientes—. ¡Si fuiste tú quién me pidió


que te comiera las tetas! ¿De qué mierda estás hablando de que yo te he
condicionado?

La rabia se apoderó de Alex y no pude frenar lo inevitable; su puño


impactó contra la mandíbula de Christian en un golpe seco, haciendo que
cayera al suelo y se embadurnara de barro por todas partes.

—¡Eres un hijo de puta! —escupió Alex con asco—. ¡Ni se te ocurra


volver a tocarla!
Tiré de la camiseta de Alex con todas mis fuerzas para alejarlo de
Christian; este escupió sangre y me miró de un modo que me puso el vello
del cuerpo como agujas.

—¿Esto es lo que quieres? —inquirió. La sangre tiñó sus dientes de un


tono carmesí. Se incorporó—. ¿A un tipo que no es capaz de controlar sus
impulsos? ¿No te das cuenta de que es un niñato que no merece la pena?

—Tú sí que no mereces la pena —gruñí.

—Será mejor que te largues si no quieres comerte el barro.

La amenaza de Alex hizo que Christian sonriera.

—Venga… Ven aquí si te atreves.

Antes de que Alex diera un paso, tomé su rostro entre las manos.

—Mírame —pedí, pero sus ojos seguían en Christian—. Alex, mírame


—repetí. Su mirada descendió hasta mí—. No merece la pena. Olvídalo.
Vamos al hospital, ¿de acuerdo?

Vaciló un segundo antes de asentir y entrelazar sus dedos con los míos.
Lancé a Christian una mirada de advertencia para que nos dejara marchar
mientras nos dirigimos al coche. Sin embargo, él no estaba dispuesto a
dejarlo correr; me empujó para tener acceso a Alex y darle un puñetazo.

—¡Veamos de lo que estás hecho!

Alex se recompuso casi de inmediato y se llevó los puños a la altura del


rostro, preparándose para la pelea.

El primero en atacar fue Christian, que lanzó el puño al aire, pues Alex
consiguió esquivarlo en el momento justo y devolverle el golpe, esta vez
dando de lleno en la mandíbula.

—¡Parad, por favor!

Christian, lleno de rabia, se lanzó y lo embistió; enganchó los brazos a


su cuerpo mientras las rodillas impactaban una y otra vez contra su
abdomen. Alex trató de reducir los impactos como pudo. Cuando logró
liberarse, lanzó el puño nuevamente contra la mandíbula de Christian,
seguido de una patada en el abdomen, haciendo que este cayera como un
peso muerto sobre el barro, salpicando todo aquello que hubiera a su
alrededor.

—¡Hijo de puta! —vociferó Alex mientras lo pateaba.

—Alex, por favor…

—¡No quiero volver a verte con ella! —gritó al hombre que se retorcía
en el suelo—. ¡Cómo me entere de que la andas buscando estás muerto, hijo
de puta!

Alex me rodeó con su brazo mientras nos dirigíamos al coche. Una vez
refugiados de la lluvia, me di cuenta de que tenía un ligero moretón en la
mejilla izquierda y un corte en el labio inferior.

—No duele —dijo—. No te preocupes.

—Lo siento… Esto ha sido culpa mía.

—En todo caso, sería mía. No tuya.

Me sujetó de la barbilla y me besó.

Arranqué el motor y puse rumbo al hospital.


Salimos del ascensor del hospital tras haber conseguido la habitación donde
se encontraba Harry en recepción y caminamos por el inmenso pasillo de
pareces blancas y azules. A cada paso que dábamos parecía extenderse más
y más hasta contraerse en el final, como si estuviéramos en un túnel sin
salida que nos alejaba de la familia de Alex.

Desde que habíamos pisado el hospital, Alex había estado inquieto,


demasiado nervioso como para controlar su cuerpo que no dejaba de
temblar; yo me mantuve cerca e intenté que se tranquilizara para que
Hannah no lo viera tan alterado, pero cuánto más nos acercábamos a la
habitación, más y más temblaba.

Antes de entrar por la puerta, se tiró del pelo y soltó el aire por la boca
con fuerza. Vi en sus ojos el esfuerzo que estaba haciendo para no romperse
a llorar ahora mismo.

—Respira hondo.

Me hizo caso. Llenó los pulmones y luego soltó el aire despacio. Cerró
los ojos, sacudió el cuerpo, estiró el cuello y los dos entramos en la
habitación.

Hannah estaba llorando en un sillón al lado de su marido, que estaba


tumbado sobre la cama, cubierto por una sábana blanca y una mascarilla
para que pudiera respirar. Los primos de Alex estaban abrazados a su
madre, tristes, sin ese brillo de inocencia que tenían cuando les conocí.

—¿Puedes sacar a mis primos de aquí? —me preguntó Alex sin apartar
la mirada de su tía, que no podía dejar de mirar a su esposo y llorar.

Me acerqué a los niños y los saqué al pasillo. Nos sentamos en el suelo,


en un sitio donde no molestásemos a los enfermeros que pasaban y que
estaba cerca de la habitación.

El más pequeño de los tres se acercó a mí y tiró de la manga de la


cazadora de Alex.

—¿Por qué mamá está llorando?

—Tu papá está malito y tu mamá está preocupada.

—¿Se va a poner bien papá? —hizo un puchero.

—Claro que sí —sonreí—. Tu papá es un hombre muy fuerte.

El niño se sentó a mi lado junto a sus hermanos mayores. Miré la puerta


de la habitación 624, preguntándome qué estaría pasando en el interior;
Harry no tenía buen aspecto, y que necesitara la mascarilla me hacía pensar
que no iba a recuperarse, o por lo menos no pronto.

Un golpe me sobresaltó. Rápidamente me volví hacia dónde había


procedido y encontré a Alex saliendo de la habitación corriendo hasta llegar
al ascensor. «El estado de Harry debe ser mucho más grave de lo que
imaginaba», pensé.

—Ya podéis ir con vuestra madre —les dije a los niños.

Una vez que estaban con Hannah, salí corriendo en busca de Alex. Lo
busqué en la sala de espera, en la cafetería, en los cuartos de baño, en todos
los lugares que se me ocurrió…, pero parecía que se hubiera desvanecido,
como si el dolor hubiera consumido su cuerpo.

La recepcionista me hizo un gesto con la cabeza para indicarme que


había salido fuera. Tras darle las gracias, salí a la calle. Todavía seguía
lloviendo a cántaros, el pueblo estaba sumergido bajo un gran manto gris y
algunas motas azul brillante. El eco metálico de las gotas impactando contra
los coches martilleaba mis oídos.
—¡Alex!

Sabía que no iba a contestar, pero tenía la esperanza de que al escuchar


mi voz viniera a mí como las polillas a la luz. Mis pies se movieron antes de
que mi cerebro diera la orden y rodeé el edificio. Mechones de pelo se me
pegaron a la cara y yo los aparté con brusquedad cada vez que pasaba.

Encontré a Alex golpeando una pared de ladrillo una y otra vez, con
todas sus fuerzas, sin parar, como si el muro fuera el causante de su dolor y
quisiera acabar con él.

—¡Alex, para!

Se detuvo inmediatamente. Las gotas de lluvia se mezclaron con la


sangre de sus nudillos y descendieron por sus brazos hasta manchar las
mangas blancas de la camiseta de un tono carmesí. Otras caían al suelo
formando círculos rojos en los charcos. Su pecho ascendía y descendía
agitadamente con cada sollozo. Y entonces gritó, un grito desgarrador que
hizo que se me saltaran las lágrimas de impotencia por no poder hacer nada.
Un grito que hizo que imaginara lo peor.

Con pasos vacilantes, me acerqué. Sus manos seguían sobre la pared,


parecía que tenía que sujetarla para evitar que su peso lo aplastara. Tenía la
cabeza escondida entre sus brazos. Sorbió por la nariz y respiró hondo,
tratando de tranquilizarse. Puse la mano en su espalda. Cuando alzó la
mirada, me encontré con unos ojos hundidos y perdidos, ocultos bajo
mechones de pelo cobrizo que caían de su frente.

—¿Qué ha pasado?

—Está en coma, Chloe. El médico dice que no sabe si despertará.

Bajó los brazos y se apoyó contra la pared, dejándose caer hasta acabar
sentado en el suelo. Yo me senté a su lado. Echó la cabeza hacia atrás,
dejando que la lluvia cayera sobre su rostro.

—Estoy tan cansado de esta mierda…

—Todavía hay esperanza, Alex.

—No, no la hay… He perdido a mi tío. Esa es la verdad.

—Harry no se ha ido.

—Estar en coma es lo mismo que estar muerto.

Sus crudas palabras eran tan reales que no supe qué decir. Me quedé
callada, mirando al hombre destrozado que tenía al lado.

Alex me estrechó entre sus brazos y clavó los dedos en mi espalda como
si estuviera asegurándose que yo no me marcharía. Yo hice lo mismo,
respondiéndole que no me iría, porque ahora más que nunca sentía que Alex
me necesitaba.
26

Después de varias semanas, Harry no había despertado. Las esperanzas de


que algún día lo hiciera fueron disminuyendo a medida que los días
pasaban.

Alex estuvo intercalando los estudios, el taller y el hospital, por lo que


últimamente parecía muerto en vida. Tampoco podía culparlo, pues requería
un enorme esfuerzo ir por la mañana al instituto y estudiar para en un futuro
poder ir a la universidad, tal y como Harry quería; por la tarde, trabajaba en
el taller; y por la noche, se quedaba en el hospital o cuidando de sus primos.
Incluso había noches en las que ni siquiera lograba dormir porque el sofá
del hospital era demasiado incómodo o porque sus primos no dejaban de
hacer ruidos mientras jugaban.

Yo también traté de ayudar a Alex a cuidar a sus primos pequeños en


varias ocasiones. Mi intención era quedarme con ellos mientras Alex
intentaba dormir, pero no funcionó. Ni siquiera funcionó acostarme a su
lado y acariciarlo mientras los niños dormían en la habitación contigua;
Alex dormía pegado al teléfono por si su tía lo necesitaba. Ese estrés no le
dejaba descansar.

—¿En serio que tenemos que ir? —me preguntó.

—Necesitas descansar, Alex.

—Pero si ya descanso lo suficiente —replicó.


—Hannah me ha dicho que te pasas las noches en vela en el hospital, y
cuando estamos en tu casa tampoco puedes dormir por tus primos.
Necesitas dormir y yo tengo la casa sola.

Anoche mi padre me dijo que tenía que hacer una cosa fuera del pueblo
y lo más seguro es que durmiera en algún motel para no tener que conducir
de noche. Al principio me sorprendió que no especificara qué era esa cosa
tan importante, después pensé que podría aprovechar que pasaría la noche
fuera para que Alex pudiera descansar en una casa libre de ruidos.

—¿Dormirás conmigo? —torció la sonrisa de ese modo que tanto me


gustaba y que hacía semanas que no veía.

—Solo si te portas bien.

Presioné el botón del control remoto para que la puerta del garaje se
abriera y luego volví a presionarlo para que se cerrara. Alex y yo nos
apeamos y entramos en la casa. Subimos a mi habitación.

Alex se quitó la cazadora y la dejó sobre el respaldo de la silla del


escritorio antes de sentarse en la cama, observando detenidamente el cuarto.
Era la primera vez que estábamos en mi habitación.

—No veo por ningún lado el póster de la chica semidesnuda.

—Porque lo tengo escondido. Ese póster solo puedo verlo yo.

Se echó a reír y yo sonreí por volver a escuchar su risa.

—¿Quieres algo?

—Un poco de agua, por favor.

—Vale. Ponte cómodo. Ahora vengo.


Bajé corriendo las escaleras y entré en la cocina. Llené un vaso de agua
y, cuando regresé a la habitación, encontré a Alex tumbado en la cama
plácidamente dormido.

Sonreí al verlo. Libre. Tranquilo.

Dejé el vaso sobre la mesita de noche y me senté a su lado. Aparté los


mechones de pelo que caían sobre su rostro mientras me preguntaba qué
pasaría si Harry no despierta. Ese pensamiento me horrorizó tanto que
incluso sentí que me faltaba el aire. Traté de pensar en otra cosa mientras le
quitaba los zapatos y cubría su cuerpo con una manta para que no cogiera
frío cuando escuché el sonido de la puerta de entrada cerrarse.

Mierda.

Mi padre.

Salí de la habitación y cerré la puerta lo más despacio que pude. Mi


padre subía las escaleras con un rostro consumido por el cansancio y la
chaqueta colgando del brazo. Alzó la mirada y me saludó con una radiante
sonrisa que se extinguió por la expresión nerviosa de mi rostro.

—¿Qué haces aquí? Pensaba que dormirías fuera…

—He terminado antes —frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Yo… —forcé una sonrisa—. Por nada.

—Chloe, dime qué está pasando.

Pillada.

—Alex está durmiendo en mi cama —confesé.


Sus ojos se abrieron sorprendidos.

—No es por lo que piensas —añadí inmediatamente—. Es solo que con


todo el tema de su tío apenas puede dormir, y en su casa sus primos no
dejan de molestarlo. Por eso pensé que podría quedarse a dormir aquí
mientras que la niñera cuida de sus primos.

—¿Y no pensabas decirme nada?

—Por supuesto… Mañana.

Puse mi mejor sonrisa inocente para persuadirlo.

—¿Cómo está su tío?

—Las esperanzas de que despierte son cada vez menos…

—Pobre chico —murmuró—. Bueno, está bien. Puede quedarse a


dormir esta noche. Pero tú dormirás en la habitación de invitados. Y no
admito discusiones.

—Muchas gracias, papá.

Me incliné y le di un beso en la mejilla.

A la mañana siguiente, lo primero que hice nada más despertar fue ir a mi


habitación para ver cómo se encontraba Alex. Sin embargo, cuando entré,
no había nadie y la cama estaba hecha.

Un exquisito olor a beicon frito se coló en la habitación y me abrió el


apetito de tal modo que empecé a babear. Adoraba el olor a beicon frito por
la mañana. Bajé a la cocina. Alex se movía libremente por la estancia
mientras preparaba el desayuno.

—Espero que te hayas levantado con hambre.

Me miró por encima del hombro con la sonrisa torcida. Apartó los
huevos revueltos en dos platos con tiras de beicon junto a dos rebanadas de
pan tostado.

—Muchísima.

Dejó la sartén y se inclinó sobre la encimera para darme un beso.

«Esto sí que son buenos días», pensé.

Cogí el tenedor y me llevé un poco de huevos a la boca…

—Me he encontrado con tu padre antes de que se fuera a trabajar.

… y me detuve. Alex se quitó el trapo que le colgaba del hombro y lo


dejó sobre la encimera antes de sentarse a mi lado en la isleta.

—¿Te ha dicho algo?

—Me ha preguntado por mi tío, me ha dicho que estabas durmiendo en


la habitación de invitados y me ha hecho un montón de preguntas. ¿Suele
interrogar a todos tus novios?

—Lamentablemente, sí. Siempre.

Aun podía recordar el desastroso interrogatorio de Brett; se puso tan


nervioso que empezó a sudar un montón, tanto que su camisa se pegó a su
cuerpo como una segunda piel. Sus respuestas tampoco fueron las más
adecuadas, pues dijo que quería ser mago y estudiar en Hogwarts.
—Pues creo que he pasado la prueba —esbozó una amplia sonrisa y dio
un sorbo a su café con leche—. Me ha tendido la mano y ha dicho:
Bienvenido a la familia.

—¿En serio? Eso no se lo había dicho ni a Brett ni a Christian.

—Yo soy más simpático.

—La simpatía hecha persona.

Se inclinó y presionó sus labios contra los míos.

—Estoy un poco nervioso por las notas, ¿sabes?

—¿Por qué?

—Porque pese a que me he esforzado un montón, con todo lo de mi tío


no he podido estudiar lo suficiente y voy a suspender unas cuantas
asignaturas. Tengo miedo de no poder graduarme…

—No digas eso. Seguro que consigues graduarte.

Se quedó unos segundos pensativo, removiendo los huevos con el


tenedor.

—Tienes razón —dijo, alzando la mirada y mirándome a los ojos—. Mi


tío siempre me decía que los estudios son lo primero, que no me estancara
en un taller. Pienso esforzarme todavía más, dar todo de mí para entrar a la
carrera de derecho, igual que mi padre.

—¿Tu padre era abogado?

Asintió.
—De los mejores del país. En un principio quería ser abogado para que
mi padre estuviera orgulloso de mí. Él apenas paraba por casa, y pensé que
si le decía que quería ser abogado como él, me prestaría algo más de
atención. Sin embargo, conforme fui creciendo también empezó a gustarme
mucho el lacrosse. Mi pasión era tal que hasta solía soñar con que formaba
parte de un equipo importante.

—¿Y lo hizo? Prestarte más atención, quiero decir.

Volvió a asentir.

—Al principio se alegró mucho de que quisiera seguir sus pasos y


estuvimos hablando de universidades y esas cosas. Pero cuando fue a uno
de mis partidos y me vio jugar… dijo que prefería que me dedicara a eso.
Quería que me convirtiera en un jugador famoso. Pero ahora que he
crecido, sé que convertirme en abogado significaría llevar a la cárcel a esos
hijos de puta que conducen borrachos y se llevan vidas inocentes por
delante.

—¿Eso lo dices por…?

—Sí —afirmó con un hilo de voz—. Murieron en un accidente de tráfico


mientras me llevaban al concierto de David Guetta, o eso fue lo que les dije;
en realidad había quedado con una chica. Ella iba a ir al concierto y me dijo
que la acompañara. Yo tenía dieciséis años y llevaba bastante sin sexo, y
como mis padres me quitaron mi coche después de que unos «amigos»
vomitaran en él, les dije a ellos que me llevaran.

—¿Ahí ya habías cortado con Mandy?

—No. Mandy y yo teníamos una relación abierta. Yo no estaba de


acuerdo, y no sé por qué accedí. Aguanté todo lo que pude sin estar con otra
mujer que no fuera mi novia porque no me veía con ninguna otra. Esa iba a
ser la primera vez que estuviera con una chica, pero no salió como
esperaba.
Yo podía recordar ese concierto. Yo acababa de cumplir trece años y
Sarah me regaló una entrada por mi cumple. Allí fue donde conocimos a
Brett. Nos lo pasamos estupendamente, a pesar de que nuestros padres
estuvieran vigilándonos en todo momento.

Me permití pensar unos segundos en que, si sus padres no hubieran


tenido el accidente, tal vez, solo tal vez, Alex y yo podríamos habernos
conocido por aquel entonces. Podría haber conocido al verdadero Alex
antes de ser corrompido por la tragedia de la muerte de sus padres.

—Recuerdo que en la radio sonaba I Don’t Want To Miss A Thing de


Aerosmith. Yo estaba algo inquieto por una cosa que me dijo mi madre,
pero pusieron la canción y no pude evitar cantar con ellos —sonrió—. Todo
iba bien hasta que un coche nos embistió y nos sacó de la carretera,
haciéndonos caer por un barranco. Desperté varios días después en el
hospital. Mis tíos estaban allí sin poder dejar de llorar. Recuerdo pensar que
lloraban porque me había quedado parapléjico o algo parecido, pero cuando
me dijeron que mis padres habían muerto en el accidente, deseé con todas
mis fuerzas haberme quedado parapléjico si con eso conseguía que mis
padres volvieran conmigo.

Enjugué la lágrima que me recorrió la mejilla. Escuchar la historia de


cómo fallecieron sus padres por su boca fue mucho más duro de lo que
llegué a imaginar.

—Yo tenía cinco años cuando murió mi madre —dije en un susurro tan
débil que dudé si me había escuchado—. No logro recordar muy bien el
proceso, pero nunca voy a olvidar cuando la encontré con los ojos cerrados
en la cama. Recuerdo que dije: «Mamá, despierta. Te he hecho un dibujo».
Me subí a la cama y toqué su rostro. Estaba… congelada. Al ser tan
pequeña no entendía por qué estaba tan fría, así que bajé a la cocina y se lo
dije a mi padre. Y cuando lo vi aferrado a ella y llorando, supe que se había
ido…
—Lo siento mucho —dijo, tomando mi mano y ejerciendo una leve
presión reconfortante.

—Yo fui la última persona que la vio con vida y la primera en verla sin
ella —sorbí por la nariz y traté retener las lágrimas y el sollozo que me
atenazaba la garganta—. Ese recuerdo… no voy a poder olvidarlo nunca.

—Puedo imaginar cómo lo pasó tu padre…

—Bastante mal —admití—. Hizo todo lo que pudo para cuidarme y lo


hizo bien. Le estaré eternamente agradecida por todo lo que hizo por mí a
pesar de que él estuviera pasando uno de los peores momentos de su vida;
le echaron de la empresa para la que estuvo trabajando durante años y eso
nos hizo pasar una mala temporada. Los trabajos que encontraba no nos
daban el dinero suficiente como para pagar los gastos de la casa, el hospital,
mis estudios…

—Por eso trabajabas en el Sensation’s —apuntó.

Asentí.

—El día que nos encontramos, fue mi último día de trabajo. Cómo mi
padre había conseguido un puesto en otra empresa, quiso que dejara de
trabajar para poder centrarme únicamente en mis estudios. Mi abuela pagó
la deuda del hospital y eso nos quitó una gran carga, aunque mi padre
todavía sigue enviándole dinero para pagársela porque odia que le presten
dinero.

—Entonces ahora estáis mejor, ¿no?

—Las cosas han mejorado mucho, sí.

—¿Puedo hacerte una pregunta?.

—Claro —respondí—. Lo que quieras.


—Cuando dijiste que Christian te condicionó…

Aparté la mirada de sus ojos por vergüenza y me centré en el plato que


tenía delante. Sabía que tarde o temprano Alex me preguntaría por el tema.

—Fue el día que tuve el accidente en el campus. Christian no estaba


seguro de que quisiera olvidarte y me dijo que debía acostarme con él para
demostrárselo. Claramente me negué. No quería que mi primera vez fuera
así.

—Menudo cabrón —apretó tanto los puños que sus nudillos se marcaron
y tornaron a un color blanco—. No puedo creer que siguieras saliendo con
él después de eso.

—¿Puedo hacerte yo ahora una pregunta? —cambié de tema. No quería


seguir hablando de Christian. Asintió—. ¿Por qué no querías llevarme a
casa cuando Brittany me robó la ropa? Pusiste demasiadas excusas para no
traerme.

—Porque temía que no pudiera controlarme. A mí ya me gustabas por


aquel entonces, aunque no lo demostré de la mejor forma… La cuestión es
que tenía miedo. Miedo de no poder contenerme y besarte. Quería ir
despacio. Ya me habías dado suficientes calabazas como para cuestionarme
si tú sentías lo mismo que yo.

—Lo sentía —le aseguré—. Pero también tenía miedo.

—Ahora lo sé.

Dibujó una sonrisa antes de inclinarse y besarme. Tomó mi rostro y me


atrajo hacia sí para profundizar el beso, para que su lengua pudiera acariciar
la mía con mayor facilidad.
—¡Ya está aquí la Navidad! —exclamó Sarah en cuanto nos vio entrar por
la puerta de clase.

Como habíamos tenido que ir a casa de Alex para que se duchara y


cambiara, habíamos llegado un poco tarde, aunque no tanto puesto que el
profesor aún no había llegado.

Sarah era fanática de todo lo que representaba esta época; adoraba el


frío, las calles cubiertas de nieve —aunque este año más que nieve lo que
había era enormes charcos—, las luces de Navidad, las tazas de chocolate
caliente con nubes de azúcar, las galletas de mantequilla y jengibre… Por
no mencionar que un par de días después de Navidad es su cumpleaños.

—¿Es que no estáis contentos? —preguntó al ver que ni Alex ni yo


respondimos con el mismo entusiasmo que ella—. ¡La Navidad es la mejor
época del año! Estoy deseando que llegue mi cumpleaños. Voy a organizar
la mejor fiesta de todos los tiempos.

Nos sentamos en nuestros asientos de siempre mientras mi amiga nos


contaba todo lo que había planeado para su fiesta de cumpleaños. Brett
apareció y se sentó al lado de Alex. Sarah lo miró entre confusa y
sorprendida.

—¿Qué? —preguntó él—. Alex y yo somos amigos.

—¿Desde cuándo?

—Desde que somos del mismo equipo —la mueca que hizo provocó que
Sarah lo golpeara—. ¡Oye, que eso duele! Yo al menos he hecho algo para
que esto —nos señaló a Alex y a mí— fuera posible. ¿Qué has hecho tú?

—Nada que te importe.


—Eso pensaba.

Brett desvió la mirada hacia Alex.

—¿Cómo está tu tío? ¿Mejor?

—Siguen sin saber si despertará.

—Lo siento mucho, Alex. Espero que se recupere pronto.

—Yo también.

El profesor Grant apareció con una bufanda típica de esta época, donde
los colores rojo y verde tomaban más protagonismo. Su mirada se encontró
con la de Sarah mientras se dirigía a su mesa. Vi un atisbo de sonrisa en
ambos rostros. Todo parecía indicar que habían estado hablado y habían
conseguido solucionar los problemas que tenían.

—Hoy es el último día de clase —dijo el profesor Grant mientras se


quitaba la bufanda—, y cómo vamos a estar unos cuantos días sin vernos,
quiero hacer un pequeño experimento.

En ese momento, Brittany entró en clase sin llamar. Ignoró la mirada del
profesor y caminó entre los ojos curiosos hasta llegar al último asiento de la
fila de en medio con expresión seria.

—Quiero que cojáis a un compañero de clase —retomó el profesor


Grant—. Cualquiera menos aquel con quien soléis juntaros siempre.
Alguien totalmente ajeno a vuestro círculo social habitual. Hacedlo y ahora
explicaré lo que tenéis que hacer.

Miré a mis compañeros mientras pensaba con quién podría hacer el


experimento. Miranda, una de las nuevas animadoras, estaba sola, y por lo
que había podido hablar con ella, me caía bien. Bastante mejor que las
veteranas, porque por lo menos ella no me ponía buena cara y luego
hablaba de mí a mis espaldas.

Intenté ponerme con ella cuando el profesor me detuvo.

—Tú irás con Brittany.

¿Qué?

—¿Conmigo? —masculló Brittany, malhumorada—. ¿Por qué?

—Porque lo digo yo.

A regañadientes, cambié de rumbo y me senté a su lado. Desearía hacer


el experimento con cualquier otra persona, la que fuera, menos con ella.
Tras la discusión que tuvimos en el restaurante no habíamos vuelto a hablar.
Ni siquiera en los entrenamientos. Solo esperaba que el experimento no se
tratase de confianza, porque si tenía que dejarme caer sobre ella
seguramente me dejaría caer al suelo. Y para qué mentir, yo haría lo mismo
con ella.

—Ahora quiero que os giréis y os miréis a los ojos —hicimos lo que dijo
— y que penséis en todo lo que habéis dicho o hecho a esa persona, ya sea
bueno o malo.

—Robarme al novio —masculló Brittany entre dientes.

—Follarse a mi novio —contesté del mismo modo.

El profesor siguió hablando.

—Algunos de vosotros no os conocéis; no sabéis qué es lo que siente la


persona que tenéis delante, no sabéis qué es lo que le gusta, lo que le
incentiva… simplemente no le conocéis. Donde pretendo llegar es que
delante de vosotros hay una persona que siente y sufre. Alguien de este
instituto hizo una broma de mal gusto a una compañera —me miró— y
quiero creer que lo hizo sin pensar en el daño que le causaría. Por eso
quiero que le digáis a la persona que tenéis delante lo que más y lo que
menos os gusta de ella. Podéis empezar.

Brittany y yo nos quedamos calladas, intercambiando una mirada


incisiva y ponzoñosa que sugería muchas cosas y ninguna buena. Podía
notar que las palabras se me atragantaban en la garganta como una bola de
fuego que me quemaba y solo expulsarlas me aliviaría.

El profesor se acercó a nosotras.

—¿Por qué no habláis la una con la otra?

—No tengo nada que decir.

—Yo tampoco —dije.

—¿Estáis seguras de eso?

—Chloe me quitó al novio —chilló.

Todo el mundo se calló para prestarnos atención.

Si quería hablar…, pues hablemos.

—No es mi culpa que Alex me prefiera a mí antes que a ti.

—Tienes razón —asintió varias veces, tratando de reafirmarse—. Alex


no tiene la culpa de que tú seas una guarra; te encanta provocar a los tíos y
luego dejarlos con ganas de más porque lo único que te importa es tenerles
detrás para sentirte mejor contigo misma. Por eso tuviste que inventarte una
vida para dejar de ser la pobre niñata que todo el mundo miraba con
lástima.
—¿Que yo soy una guarra? —pregunté con incredulidad—. Ah, vale…
Entiendo. Tienes razón, Brittany. A mí me pillaron con el novio de una
amiga en el despacho del entrenador. ¡Ah, no, espera! Si a quien pillaron
fue a ti… Y prefiero que me miren con lástima a ser una zorra.

Estaban volando cuchillos y alguien iba a salir herido.

Brittany respiraba con dificultad.

Yo apreté los puños sobre mis rodillas por la impotencia.

—¡Fue tu novio quién me suplicó que me acostara con él porque su


querida novia no lo dejaba pasar de la primera base después de estar
calentándole durante dos años!

—¡No todas tenemos esa facilidad para abrirnos de piernas!

—Chicas, tenéis que calmaros —interrumpió el profesor—. Este


ejercicio es para abandonar el año con buen ambiente en clase, no para que
os peleéis más.

—Yo no quería hablar así, pero si Brittany me ataca no pienso quedarme


callada. Bastante he soportado ya estos meses como para seguir aguantando
más humillaciones.

—Las humillaciones las aprendí de Alex.

Brittany torció la sonrisa con una arrogancia que me hirvió la sangre.

El sonido que provocó la silla al levantarme me erizó la piel. Ella hizo lo


mismo. No pensaba dejar que se metiera en mi relación con Alex como ya
hizo con Brett.

—No te atrevas a hablar de lo que no tienes ni idea.


—Es posible que no entienda muchas cosas, pero lo que sé es que no
merecerás tanto la pena cuando todos los hombres con los que estás acaban
viniendo tarde o temprano a mí.

—¿Qué os ha pasado? —nos preguntó el profesor—. Antes erais amigas.

—Sí, lo éramos. Antes de que me quitara el novio.

—No, Britt. Ni siquiera lo éramos antes de que te acostaras con Brett.


¿Acaso crees que soy estúpida? ¿Acaso crees que en el fondo no sabía que
me ponías buena cara solamente para robarme el puesto de capitana?

—¡Ese puesto me pertenecía! —gritó hecha una furia—. ¡Llevaba años


preparándome para eso y apareciste tú y me lo robaste aún cuando no lo
querías!

—¡Me eligieron a mí! ¡Aprende a perder!

Su mano impactó en mi mejilla antes de que pudiera verla venir. Alex se


levantó de su asiento y me colocó tras su espalda antes de que Brittany
pudiera ponerme la mano encima de nuevo. Brett y el profesor Grant
intentaban tranquilizar a la fiera.

—¿Estás bien? —me preguntó Alex, tomándome del rostro. Me miró


fijamente y acarició mi mejilla enrojecida.

Asentí. Y cuando se inclinó para besarme, Brittany se escabulló de las


manos de Brett e intentó volver a golpearme, pero Alex se interpuso y la
frenó.

—¡Brittany, ya! —el grito de Alex la dejó paralizada—. ¿No te das


cuenta de que estás quedando mal delante de toda la clase? Ya te pedí
perdón millones de veces por haberte utilizado de esa forma. Merezco que
estés enfadada conmigo, pero Chloe no tiene nada que ver con esto… Y por
favor, deja de decir a todo el mundo que nos acostamos porque sabes que
eso no es cierto. Nunca te he tocado y tampoco he sentido nada por ti.

Escuchar eso delante de todos debía ser humillante. Como ella había
dicho, Alex era experto en dejar por los suelos a la gente.

—¿Nunca has sentido nada por mí?

Sus ojos se volvieron vidriosos y su voz sonaba ahogada.

—Lo único que he sentido por ti es una amistad increíble. Nada más. En
el poco tiempo que estuvimos juntos he podido conocer a la verdadera
Brittany, y eres una persona fantástica. De verdad que sí. Pero por mucho
aprecio que te tenga, no puedo cambiar lo que siento por Chloe.

Ella soltó una pequeña carcajada cargada de resentimiento mientras


dejaba caer las lágrimas. Yo la miré sorprendida. Esperaba cualquier
reacción menos esa.

—Al final es lo mismo de siempre —suspiró, enjugándose las lágrimas y


apretando los labios—. Chloe siempre será mejor que yo: Consiguió
quitarme el sueño de ser capitana en tan solo unos meses cuando yo llevaba
años en el equipo; ha conseguido a los dos únicos chicos que realmente me
han gustado sin esforzarse… Haga lo que haga, ella va siempre un paso por
delante de mí.

—¿Por eso te acostaste con Brett? —pregunté—. ¿Por envidia?

—No solo por eso —admitió—: Llevo enamorada de Brett desde


siempre, pero yo para él nunca he existido. Pensaba que si me apuntaba a
las animadoras, al ser jugador de lacrosse, podría conseguir que se fijara en
mí. Pero él solo tenía ojos para ti. Y cuando entraste en el equipo me
convertí en un cero a la izquierda. Ya ni siquiera me miraba en los partidos
porque tú acaparabas toda su atención. Por eso, cuando lo vi tan
desesperado, me aproveché. Pensé que a partir de ese momento las cosas
cambiarían —se encogió de hombros—, y cambiaron. Pero a peor. Pasé de
ser un cero a la izquierda a ser la chica que rompió su relación por un
calentón.

—No quería que las cosas acabasen así entre nosotras, Britt —dije,
sincera—. Cuando fui al taller quería decirle a Alex lo que sentía, y después
de descubrir que estabais juntos, quise apartarme, pero por más que traté de
olvidarle, no pude. Y él tampoco. Siento mucho haberte hecho daño.

—Pensaba que después de lo que te hizo, de haber provocado que tiraras


por tierra esa vida perfecta que te habías montado, tú no estarías interesada
en él. Yo sabía que a Alex le gustabas por la forma en la que te miraba, pero
resulta más doloroso cuando lo sabes y lo ignoras porque de alguna forma
no quieres creer que sea cierto.

—Brittany…

—Siento mucho todo lo que he hecho, Chloe. De verdad que sí. No


sabes lo mal que me siento ahora mismo por haber fingido ser tu amiga
todo este tiempo. Aunque hubo un momento en el que sí lo fui: Después de
conocer a la verdadera Chloe. He de decir que me cae un poco mejor que la
anterior —dibujó una pequeña sonrisa que me hizo sonreír a mí también—.
¿Crees que podrás perdonarme?

—¡Por supuesto! A mí también me gustaría pedirte perdón por haberte


quitado al novio. ¿Crees que podrás perdonarme?

—Solo si tú me perdonas por haberme acostado con Brett.

—Eso está ya olvidado.

La clase entera aplaudió cuando nos abrazamos.

—¡Me alegra que mis experimentos salgan bien! —gritó el profesor


Grant con una sonrisa de satisfacción y uniéndose a los aplausos.
27

Dentro de dos días era el baile de invierno. Al igual que todos los años, el
instituto organizaba un baile para despedir el año de la mejor manera
posible. Y como soy la presidenta del consejo estudiantil, una de mis
funciones principales consiste en organizar cada celebración dispuesta por
la administración del centro. Y eso era exactamente lo que había estado
haciendo las últimas semanas; había trabajado muy duro para que sea un
encuentro memorable, pues era nuestro último baile antes de ir a la
universidad.

Sin contar la graduación, claro.

En circunstancias normales los chicos compraban las entradas y pedían a


sus parejas que les acompañasen al baile con varias semanas de antelación.
Sin embargo, después de todo por lo que había pasado Alex, entendía que
no quisiera ir. Por eso me limité a evadir el tema y admirar en silencio los
carteles colgados por todas partes que promocionaban el baile, pese a la
ilusión que me hacía ir.

Había sido una ardua tarea decorar el gimnasio para dejarlo como si el
invierno estuviera en su interior, igual que una bola de Navidad. Pero todo
esfuerzo tenía su recompensa, y gracias al esfuerzo de mi equipo compuesto
por alumnos de primero y del último año, esta vez había quedado mejor que
nunca.
Tras una larga y cansada jornada repleta de hilos, purpurina azul y
blanca y globos por doquier, regresé a casa exhausta. Me quité el abrigo
sintiendo los brazos aún entumecidos después de haber estado colgando
copos de papel por el techo y lo colgué en el perchero de la entrada cuando
escuché un ruido en el piso de arriba.

El primer pensamiento que tuve fue que se trataba de mi padre, que


había llegado de trabajar pese a que me había escrito hacía un par de horas
para decirme que no iba a venir a cenar, pero después de ver que su abrigo
no estaba en el perchero, deseché la idea e imaginé que se trataba de un
ladrón.

Entré en la cocina y cogí un cuchillo antes de disponerme a subir las


escaleras. Mis manos temblaban, mis pies iban lentos, inseguros, mientras
yo hacía todo lo posible por calmar mis pulsaciones que se aceleraron tras
escuchar un ruido; parecía como una explosión de aire…, algo realmente
extraño.

La primera habitación que comprobé fue la habitación de invitados.


Estaba desierta. Literalmente. Nunca se llegó a utilizar esta habitación, por
lo que solo había una cama que yo misma estrené cuando Alex se quedó a
dormir hacía un par de días y un armario tapado por una manta blanca.
Nada más.

La siguiente puerta era mi habitación. Giré lentamente el pomo,


procurando no hacer mucho ruido para sorprender al ladrón y… ¿Y qué?
¿Qué se suponía que iba a hacer? ¿Pelear? ¡Yo no sé pelear!

La explosión que hizo un globo al pisarlo me asustó tanto que empecé a


chillar. La estancia estaba alumbrada únicamente por velas colocadas por el
escritorio, estanterías y mesitas de noche, el suelo cubierto por infinidad de
globos rojos y dorados. Sobre la cama, un corazón compuesto por pétalos
de rosa rojos, aguardando un sobre dorado cuyo interior escondía dos
entradas para el baile de invierno.
—¿Quieres ir al baile conmigo?

Alex salió del cuarto de baño con un precioso ramo de rosas rojas entre
las manos y una sonrisa deslumbrante. Quise contestar, decir que sí quería
ir, que me moría de ganas de ir con él, pero esas palabras solo estuvieron en
mi mente.

—¿Cómo… cómo has entrado? —fue lo único que me salió.

—Sabía dónde estaba la llave de repuesto. ¿Me he pasado?

—No, es solo que… No sé que decir. Esto es increíble.

Alex se acercó a mí y tomó mi rostro para besarme. Tanto el ramo como


el cuchillo cayeron al suelo, haciendo explotar otro globo. Sin embargo, el
sonido no hizo que dejáramos de besarnos. De hecho, en ese momento
ninguno de los dos nos encontrábamos en la habitación, ni siquiera nos
encontrábamos en este mundo, sino en uno diferente. Uno donde solo
estábamos nosotros dos, un lugar donde no había cabida para el dolor y la
pena, solo la esperanza y el amor.

—Dime que vendrás al baile conmigo.

—Pensaba que no te apetecería ir después de lo que ha pasado.

—Y no me apetece —sus manos me envolvieron la cintura y me pegó a


su cuerpo, notándolo duro y acogedor—, pero por la forma en la que
mirabas los carteles del baile, sabía lo mucho que querías ir. Estoy
dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de hacerte feliz. Ahora mismo tú
eres lo más importante para mí.

Presioné mis labios contra los suyos.

—¿Qué pensabas hacer con eso? —señaló el cuchillo.


—Pensaba que eras un ladrón…

—Yo no soy el ladrón —dijo—. Eres tú. Tú me has robado lo que creía
que nadie robaría, lo que creía que había muerto… Mi corazón.

Me alcé para unir nuestros labios. Mis dedos se perdieron entre su


salvaje pelo, atrayéndole a mí, necesitándolo. Los suyos se introdujeron
bajo mi jersey. El contacto de sus frías manos con mi ardiente piel fue como
un detonante que provocó que quisiera algo más que un simple beso.

—Quiero que tú seas el primero —susurré junto a su boca. Las palabras


salieron solas, como si quién hablara fuera mi cuerpo en vez de mi mente.

Alex me miró a los ojos dónde pude ver el fuego llameante de su


interior, y quise quemarme.

Joder… Quería arder en el infierno de su cuerpo.

Tomó mi rostro y me besó, despacio pero con intensidad. El corazón me


latía despavorido por los nervios o por el deseo… A estas alturas, poco
importaba.

Nos movimos hasta caer sobre la cama. El peso de su cuerpo sobre el


mío y el calor que desprendía no fue incómodo, sino más bien todo lo
contrario; su boca se deslizó por mi cuello, lamiéndome a la vez que sus
manos me acariciaban los costados. El placer que me provocó hizo que se
me escapara un gemido. Apreté los labios para evitar que volviera a pasar,
pero Alex los separó.

—No quiero que reprimas nada —dijo con la voz ronca y sensual—.
Quiero que te sientas con la confianza suficiente como para hacer todo lo
que quieras conmigo.

Asentí, dispuesta a dejarme llevar. Volvió a pegar su boca contra mi


cuello. Su lengua se encargó de recordarme lo que había estado
perdiéndome. Mis dedos se aventuraron a recorrer su espalda, y al llegar al
borde de la camiseta intenté quitársela. Alex me ayudó.

Dibujé una línea imaginaria que atravesaba su trabajado torso,


entreteniéndome más de la cuenta en su abdomen. Sus ojos seguían
expectantes el movimiento de mi dedo, que descendía cada vez más y más.
En cuanto llegué a los vaqueros, tiré del cinturón hacia mí para apoderarme
de nuevo de su boca.

—Voy a quitarte la camiseta —avisó.

Tras un rápido movimiento, estaba en sujetador delante de un hombre


por primera vez. Alex sonrió antes de inclinarse y volver a besarme.

Sus dedos se movían intranquilos por mi costado, en una caricia lenta


pero deliciosa. Supuse que tenía miedo de ir más allá, de tocar otras partes
de mi cuerpo, así que no lo pensé demasiado y tomé sus manos y las
coloqué sobre mis pechos. Noté su sonrisa pegada a mis labios al mismo
tiempo que metía las manos bajo el sujetador y me endurecía los pezones.

Gemí su nombre en cuanto su boca descendió, besándome allá donde


hallaba piel; deslizó la lengua por mi vientre, despacio, hasta llegar a la
cintura del vaquero. Alzó la vista y me miró, esperando una aprobación.
Asentí, y me besó el vientre antes de deshacerse de ellos.

—Te deseo tanto… —ronroneó junto a mi piel.

—Yo también.

Selló su boca contra la mía. Enrosqué las piernas alrededor de su cintura


mientras su lengua mantenía una acalorada conversación con la mía. Lo
apreté contra mí, lo que provocó que Alex soltara una carcajada sobre mi
boca. Sus manos bajaron por mis pechos e introdujo un dedo bajo la
delicada tela de mis bragas.
Pero antes de poder tocarme, sacó la mano y se separó de mí.

—¿Qué pasa? —pregunté entre jadeos.

—No puedo hacerlo…

Se llevó las manos a la cabeza y se tiró suavemente del pelo.

—¿He hecho algo mal?

—¿Qué? —sacudió la cabeza—. No has hecho nada mal. Es solo que…

Lo abracé por la espalda como un koala se aferra al tronco de un árbol y


apoyé la barbilla en su hombro. Estaba tenso. Le di un beso en la mejilla
para que se relajara.

—¿Qué pasa?

—Es una tontería…

Apartó la mirada.

—Entonces, cuéntamela.

Soltó el aire de los pulmones y negó con la cabeza.

—Sé que suena estúpido, y que es una completa tontería… Pero es algo
que no me puedo quitar de la cabeza. Y es que con cada mujer que tengo
relaciones… todas acaban marchándose.

Ladeó la cabeza y me miró.

—Me han gustado muchas chicas —continuó—, y después de


acostarnos, todas acabaron marchándose. Para siempre. Sin ninguna
explicación. Simplemente se van. Desaparecen. Y han sido tantas que he
llegado a pensar que la culpa es mía.

—Tienes razón. Tú tienes la culpa, pero por pensar así; si todas esas
chicas se han marchado, no es por tu culpa. A lo mejor solo querían
acostarse contigo. Ya sabes, sexo y ya está.

—Puede que tengas razón, pero…

—Pero nada —le corté—. No deberías echarte la culpa por algo que no
puedes controlar, Alex. Hay cosas que por mucho que trates de evitar, no
puedes. Son inevitables. Como tú y yo. Así que cállate y échame un buen
polvo.

Se echó a reír y aceptó. Sus labios encajaron con los míos en un dulce
beso. Un beso inocente que se fue intensificando a medida que nos fuimos
acercando el uno al otro, a medida que crecía el deseo.

Me sentó a horcajadas sobre su regazo y se acomodó en la cama,


acostándose para dejarme vía libre para que hiciera con su cuerpo lo que
quisiera. Lo besé en los labios, después en el cuello, el pecho, el pequeño
lunar que tanto me gustaba. Y fueron sus gemidos los que me incentivaron
a ir un poco más allá.

Dibujé una línea con la lengua, descendiendo por sus abdominales hasta
llegar al borde del pantalón. Alex me observaba con las manos tras la nuca,
atento a todo lo que hacía y con una sonrisa pirata en el rostro. Desabroché
el cinturón con manos temblorosas y me deshice de los pantalones. Su
enorme masculinidad estaba atrapada bajo una fina tela blanca que dejaba
bastante poco a la imaginación.

Alex tomó mi rostro y buscó mis labios. Volteamos de modo que estuve
bajo el peso de su cuerpo. Sus caderas se mecían contra las mías y yo gemí
sobre su boca al sentir su erección pegada a mi sexo.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Asentí repetidas veces.

—Necesito oírtelo decir —dijo entre jadeos.

—Sí —susurré—. Quiero ser tuya.

Sonrió.

Presionó sus labios contra los míos. Sus dedos descendieron por mis
costados, poniéndome la carne de gallina. Pude notar que estaba nervioso
por la forma en que sus manos temblaban, aunque no se detuvo: me bajó las
bragas y me las quitó de un tirón.

—¿Tienes condones?

—Suelo llevar uno siempre en la cartera. Espera.

Se levantó y buscó sus pantalones por la habitación. Cuando los


encontró tirados en el suelo, sacó un envoltorio plateado. Lo mostró con
una sonrisa y volvió a acostarse sobre mí, dándome tal beso que me puso
húmeda al instante.

—Abre las piernas.

Obedecí encantada.

Penetró un dedo en mi interior, despacio. Yo me puse tensa ante las


nuevas sensaciones que sacudieron mi cuerpo y traté de recibir al invasor
que salía y entraba de mi interior. Mientras tanto, Alex me observaba
fijamente, soltando el aire por la boca y analizando cada expresión que
hacía.

—¿Todo bien?
Asentí con un gemido.

Esbozó una sonrisa satisfecha.

—Voy a meter otro, ¿de acuerdo?

Agarré las sábanas en cuanto añadió el siguiente. Cerré los ojos con
fuerza y me mordí el labio inferior. Nunca antes había sentido nada
parecido a esto; sentía que mi cuerpo llegaba a un nivel de placer que no
había experimentado y grité mientras me abandonaba.

—Bien —susurró, complacido.

Rasgó el condón. Abrí los ojos para ver sus ardientes ojos azules
observándome excitados. Con un rápido movimiento se deshizo de la ropa
interior y lanzó los bóxers por los aires.

Me ruboricé al ver cómo se ponía el condón.

Se inclinó sobre mí, apoyándose en una mano al mismo tiempo que con
la otra orientaba su erección a mi abertura. Se metió despacio, abriéndome a
un nuevo mar de infinitos placeres. Joder, esto era… doloroso, pero al
mismo tiempo alucinante.

Me aferré a su torso y volví a cerré los ojos. Alex se detuvo en seco y


me cogió de la barbilla para mirarme a los ojos.

—¿Quieres que pare?

—No… Sigue.

Cuando estuvo completamente dentro, ahogué un gemido sobre su


hombro. Alex me besó con dulzura, borrando el dolor poco a poco. Yo
clavé las uñas en su espalda, dejándole unas marcas rojizas en la piel. Los
movimientos de sus caderas eran lentos y suaves, pero profundos. Mantuvo
ese ritmo el tiempo suficiente como para que me acostumbrara a la
sensación de tenerlo dentro.

—¿Te estoy haciendo daño?

—No… No pares…

Unos segundos más y el dolor desapareció, dejando solo el placer. Me


besó en el cuello, en la mandíbula, en las comisuras de la boca y en los
labios antes de enterrar la cara en mi cuello. Los músculos de mi vagina se
tensaron en cuanto sus embestidas se volvieron más rápidas y bruscas. El
sonido seco que provocaban sus caderas al impactar contra las mías, nuestra
respiración agitada y el eco de los gemidos que se nos escapaban llenaban
la habitación.

Levantó la cabeza y me miró con ojos ardientes a través de sus largas


pestañas. Un tono rojizo se apoderó de la piel de sus mejillas. Enrosqué los
dedos alrededor de sus brazos y las piernas de su cintura. En esta posición
pude sentirlo aún más hondo que antes…

Tenía la boca entreabierta y soltaba el aire con dificultad. Gimió. Sus


ojos se oscurecieron cuando empezó a moverse de verdad, haciendo que
todo mi cuerpo se tensara y retorciera bajo el suyo. Sus labios impactaron
contra mi boca, exigentes.

—Toma tú el mando —gimió.

Con solo un movimiento, acabé sentada a horcajadas sobre él. Apoyé las
manos sobre su pecho para mantener el equilibrio, sintiendo el latido de su
corazón acelerado bajo las palmas y el sudor que resplandecía sobre su piel.
Alex las colocó detrás de la cabeza mientras contemplaba cómo su miembro
desaparecía y aparecía una y otra vez. La imagen de ver a Alex con algunos
pétalos de rosa que se habían quedado pegados a su cuerpo me hizo reír.
Alex captó sobre qué me estaba riendo y también se le escapó una risilla.
Moví las caderas adelante y atrás, y así sin parar, sintiendo cada
centímetro de su miembro en lo más hondo de mi ser. Eché la cabeza hacia
atrás y puse los ojos en blanco, preguntándome por qué había tardado tanto
en disfrutar del sexo.

—¿Te gusta, nena?

—¡Joder, sí! —gemí.

Las manos de Alex subieron y enroscó los dedos alrededor de mi cuello.


Se incorporó y devoró mi boca con ansia. Luego descendieron hasta mi
cadera y los clavó en mi trasero, subiéndome y bajando con más fuerza,
penetrándome violentamente.

—Voy a… voy a correrme —avisó.

Su voz ansiosa y desesperada provocó que mi cuerpo se elevara a un


nuevo nivel abrumador, estallando en un orgasmo tan infinitamente
placentero como agotador. Gemí su nombre, aferrándome a su torso por
miedo a derrumbarme; Alex siguió moviéndose con la misma intensidad,
prolongando el orgasmo y embistiéndome con fuerza, castigador, hasta que
él también se dejó ir.

Hundió su frente con la mía, soltando el aire con dificultad.

—Te quiero —murmuró junto a mi boca.

—Yo también te quiero.

Presionó sus labios contra los míos.

Un ruido en la parte de abajo nos sobresaltó.


—Mierda, mi padre —exclamé, levantándome de la cama, aún con las
piernas temblando. Ni siquiera supe cómo pude mantenerme en pie después
de lo que había hecho. Supuse que se debía a la adrenalina que corría por
mis venas ahora mismo.

—Joder… —Alex se quitó el condón, le hizo un rápido nudo en el


extremo y lo tiró a la basura.

Encontré mi jersey y mis vaqueros en el suelo. Me los puse rápidamente,


sin importarme que no tuviera las bragas puestas. Ahora mismo lo único
que me importaba es que mi padre no entrase en la habitación hasta
habernos vestido.

—Aquí tienes las bragas —murmuró Alex, tendiéndome la prenda. Ya se


había puesto los vaqueros y los zapatos. Por la expresión de su rostro
deduje que le divertía que mi padre estuviera a punto de pillarnos.

—Da igual —contesté—. Escóndelas bajo la cama.

—¿Has visto mi camiseta?

—Tiene que estar por aquí…

—No la encuentro.

Eché una ojeada rápida por la habitación para ver si la encontraba


cuando la puerta se abrió de repente, apareciendo mi padre con una sonrisa
que, al ver a Alex sin camiseta, se esfumó por completo.

—¿Qué hacéis aquí con la puerta cerrada?

El tono duro de su voz me estremeció. Las mejillas me ardían y no por


lo que habíamos hecho hacía apenas unos minutos, sino porque mi padre
había estado a punto de pillarnos.
—Yo… eh —empezó Alex, pensando en alguna excusa. Sus ojos me
buscaron desesperados—. Estábamos… bueno… Nosotros estábamos…

—En la cocina y se ha manchado la camiseta de café —terminé por


Alex—. Estaba buscando algo para que pudiera ponerse, pero todavía no
hemos encontrado nada.

—¿Y qué iba a ponerse, una camiseta tuya? —sus ojos rodaron por la
habitación y se percató de los globos por el suelo y los pétalos que se
habían caído de la cama. Crucé los dedos mentalmente para no tener
ninguno de ellos pegados al cuerpo—. ¿Qué es todo esto?

—Alex me ha pedido que vaya al baile con él.

Señalé el sobre que también estaba en el suelo.

—Me alegro por ti, pero ya sabes: La puerta siempre abierta.

—Sí, papá. Lo siento. No volverá a pasar.

En cuanto mi padre desapareció, pude respirar de nuevo.

Después de escuchar la puerta de su habitación cerrarse, fui a hurtadillas


para cerrar la mía con cuidado de no hacer ruido.

—Ha faltado poco —exhalé.

—Muy poco.

Alex se dejó caer en la cama con las manos en la cabeza. Yo me acosté a


su lado. Ladeó la cabeza y me mostró una sonrisa antes de besarme. Sus
manos me envolvieron el cuello y su cuerpo se suspendió sobre el mío para
profundizar el beso.

—Puertas abiertas —dijo mi padre, abriéndola una vez más.


Alex, al no esperar que mi padre fuera a abrir la puerta de una forma tan
abrupta, del mismo susto, rodó por la cama y cayó al suelo. Vi un atisbo de
sonrisa en el rostro de mi padre que trató de esconder.

—Sí, papá.

Y volvió a marcharse satisfecho.

Me asomé donde se había caído Alex.

Estaba riéndose a carcajadas como un auténtico lunático.

—La camiseta —dijo, cogiéndola y sin poder dejar de reír.

Será tonto…

Le tendí la mano para ayudarle a levantarse, pero en vez de eso, tiró de


mí hasta tumbarme sobre él, riéndose todavía más fuerte. Me rodeó con sus
brazos y posó sus labios sobre los míos. Yo me acomodé sobre su pecho y
me dejé llevar por su calidez.

Estuvimos así un rato, uno encima del otro. Sus dedos se movían por mi
espalda en una caricia tan placentera que tuve que esforzarme para no
quedarme dormida.

—Ojalá pudiera quedarme más tiempo —dijo. Yo apoyé la barbilla


sobre su pecho y lo miré a los ojos—, pero tengo que irme.

—No te vayas…

—Tengo que cuidar a mis primos.

Muy a mi pesar, me levanté. Le tendí la mano y esta vez sí que se


levantó. Se puso la camiseta que tanto nos había costado encontrar y me
besó de nuevo antes de salir de la habitación.

Recogí el sobre dorado que aguardaba las entradas del baile y lo dejé
sobre el escritorio. A continuación, abrí el armario para sacar una caja con
la marca Channel bañada en oro brillante, donde estaba el vestido perfecto
para el baile; se trataba de una falda azul turquesa que llegaba hasta debajo
de las rodillas con un top sin mangas. Hice bien en aceptar que mi tío me lo
regalase, porque gracias a este precioso vestido iba a ser la envidia de todo
el instituto.
28

Sarah y yo quedamos por la mañana temprano para ir al centro comercial y


arreglarnos para el baile de esta noche. Ya habíamos terminado de hacernos
la manicura y pedicura, una limpieza de cara y también nos habíamos
depilado el cuerpo entero. Ahora nos encontrábamos caminando por los
pasillos en busca de alguna tienda para comprarnos los accesorios.

—¿Qué hicisteis qué? —me preguntó mi amiga, alzando la voz y


llamando la atención de las personas que había a nuestro alrededor.

—Baja la voz —siseé—. No quiero que todo el mundo se entere que


acabo de perder la virginidad.

—Lo siento. ¡Es que estoy tan emocionada!

Rápidamente le puse al tanto de todo, desde que llegué a casa con la


sospecha de que había entrado un ladrón hasta mi confesión de que quería
que Alex fuera el primero. Sarah se limitó a escucharme y a hacer
comentarios tipo que ella estaba deseando poder acostarse de una vez con
Woody. Habían vuelto, aunque habían extremado las precauciones para
evitar que la junta directiva del instituto los pillase y que David perdiera su
empleo. O que le sucediera algo peor.

Mi móvil empezó a sonar.

—¿Dónde estás? —me preguntó Alex nada más responder.


—En el centro comercial… ¿Por qué?

—No te muevas de allí —ordenó—. Estoy llegando.

—Pero ¿qué pasa?

—Ahora te cuento. No te muevas de ahí.

Y colgó.

—¿Todo bien? —me preguntó mi amiga.

Antes de que pudiera contestar, un hombre muy alto se detuvo frente a


nosotras. Tenía algunos rasgos muy parecidos a los de Alex, cosa que me
pareció curiosa; cabello cobrizo, mismo tono de azul en los ojos, mirada
intimidante y labios muy similares. Incluso diría que tenían la misma
sonrisa… Vestía un elegante traje azul marino, la camisa blanca resaltaba el
broceado de su piel.

—Chloe y Sarah, ¿verdad?

—¿Quién eres? —preguntó mi amiga, desconfiada.

—Oliver Wilson —me miró—. El hermano de Alex.

Me quedé paralizada.

¿Alex tenía un hermano?

¿Y por qué yo no sabía nada?

—Por la forma en la que me estáis mirando, deduzco que no os ha


hablado de mí. Alex puede llegar a ser…, muy reservado con su vida de
antes de mudarse aquí.
Eso es cierto, pero de ahí a ocultarnos un hermano secreto… La cabeza
me iba a mil por hora mientras me hacía a la idea. Por eso me parecían tan
similares, porque compartían la misma genética.

Porque son hermanos.

—Me gustaría hablar contigo —me dijo.

—¿Para qué? —se me quebró la voz. Aún seguía conmocionada por la


noticia.

—Para conocer a la novia de mi querido hermano pequeño.

Extendió la mano hacia mí. Yo la miré, grande y masculina, y después


desvié la mirada a sus ojos, azules y persuasivos. Si era igual de cabezota
que su hermano, no dejará de insistir hasta que acceda a hablar con él.

—Alex me ha dicho que le esperase aquí.

—Yo puedo contarte cosas que él jamás te dirá.

Vale, como negociador, era bastante bueno.

—No te irás con él —dijo Sarah con expresión horrorizada.

—Estaré bien.

Sarah resopló, no muy convencida.

—Entonces nos vemos esta noche… Ten mucho cuidado.

Asentí.
Miré a Oliver, que seguía con la mano extendida y exactamente la
misma sonrisa arrogante de Alex en el rostro. Pasé de él y caminé hacia el
exterior del centro comercial, preguntándome si debería dar media vuelta y
regresar con mi amiga.

—Con carácter… Me gusta. Alex sabe elegir bien.

No volvimos a hablar hasta llegar al aparcamiento.

—¿Cuál es tu coche? —pregunté.

—¿Quién ha dicho que haya un coche? —dibujó una amplia sonrisa y


señaló con el dedo índice una moto gigante de color negro mate—. ¿Te
gusta? Es una Suzuki GSX-R 600 del 2019.

—Soy más de coches.

—También tengo un Audi R8 —alzó una ceja prepotente.

Llegamos al hotel Sunset Palace. Este era el mejor hotel de todo el pueblo,
también el más caro. Debido a la moto y al coche que tenía, no me
sorprendía que pudiera permitirse una habitación aquí. Sin embargo, lo que
no llegaba a comprender es que si Oliver tenía tanto dinero, ¿por qué Alex y
sus tíos no lo tenían? Esa pregunta estuvo rondándome la mente desde que
vi su moto.

Caminamos por el aparcamiento en silencio hasta llegar al interior del


hotel. La fachada era preciosa y elegante, repleta de cristales y diferentes
tipos de metales, aunque el interior era mucho mejor; los suelos de mármol
blanco relucían tanto que hasta alcanzaba a ver mi reflejo. Los techos eran
súper altos, y había un montón de cuadros de diferentes artistas
contemporáneos.

Oliver caminó detrás de mí como una sombra y colocó su mano en la


base de mi espalda para conducirme a la zona de ocio del hotel. Nos
sentamos en los taburetes de la barra, justo donde un foco de luz caía del
techo e iluminaba mis manos temblorosas.

—¿Qué vas a querer? —me preguntó Oliver.

—Las cosas que Alex no me dirá nunca.

Dibujó una sonrisa y mandó al camarero que vestía un polo negro que le
trajera lo de siempre. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí como para tener un «lo
de siempre»? Al cabo de unos segundos, Oliver tenía entre las manos un
vaso de whisky con hielo.

—Contéstame a una pregunta: ¿Cómo puedes permitirte tener todo esto


mientras tu hermano tiene que matarse a trabajar en el taller para pagar las
facturas?

—¿Mi hermano te ha hablado de mis padres?

—Lo único que me dijo es que vuestro padre era abogado.

—Y también era un buen empresario —respondió—. Mis padres tenían


una de las agencias de viajes más importantes del mundo. The Wilson
Agency. ¿La conoces?

¡Claro que la conocía! Todo el mundo la conocía. En más de una ocasión


había viajado con ellos. Sus aviones eran bastante cómodos y muy baratos.
Además, las actividades turísticas que proporcionaban eran espectaculares.
De hecho, viajamos con ellos cuando fuimos a Murcia en verano.

—No me suena —encogí los hombros.


—Mi madre adoraba viajar —continuó Oliver—. Tanto, que quería
dedicarse a ello. Mi padre dejó su trabajo a un lado para hacer su sueño
realidad, gastándose una buena fortuna para crear la agencia de viajes. Sin
embargo, nunca esperaron que la empresa prosperara como lo hizo; en
cuestión de meses obtuvimos ganancias de más de seis cifras. Así mi madre
pudo viajar todo lo que quiso y mi padre pudo crear su propio bufete de
abogados: The Wilson Company —se echó a reír—. Sé lo que estás
pensando: No eran los mejores eligiendo nombres, pero eran muy buenos
en su trabajo. ¿De verdad que mi hermano nunca te ha hablado de esto?

Sacudí la cabeza.

—Alex siempre fue el ojito derecho de papá, yo el de mamá. Alex al


principio quería ser abogado y trabajar en la empresa de nuestro padre,
hasta que creció y finalmente acabó interesándose más por el lacrosse.

—Eso sí que me lo ha contado. Hay una cosa que no logro entender:


¿Por qué no te hiciste cargo de tu hermano cuando fallecieron vuestros
padres?

—Cuando tuvieron el accidente, yo estaba en Londres estudiando para


que algún día pudiera hacerme cargo del legado familiar. Alex me odia
porque no pude estar con él en los momentos más duros, desde entonces no
hay cosa que más me arrepienta que esa. Para cuando pude regresar, ya no
quería saber nada más de mí. No quería volver a verme y renunció a su
parte de la herencia que nos dejaron nuestros padres.

—Pero no fue culpa tuya… Es decir, estabas fuera del país.

—Eso me gustaría que se lo dijeras a él, porque a mí no me hace caso —


se bebió su copa de un solo trago. Hizo un gesto con la mano al camarero
para que volviera a llenársela—. Con un poco de suerte, a ti te escuchará.

—¿Entonces por qué has vuelto?


Oliver suspiró y volvió a beber cuando la copa estuvo llena.

—Me enteré que mi tío Harry estaba en coma y quise venir para ayudar.
No quería volver a cometer el mismo error dos veces. Además, aunque
jamás lo admitiría delante de Alex, y lo negaré si se lo cuentas, echaba de
menos al capullo de mi hermano.

—¿Y cómo sabías de mí?

—Hablo frecuentemente con mi tía. Aunque no esté presente en la vida


de mi hermano, me gusta saber cómo le va, y me comentó que hay una
chica que le tiene loco. Alex no quería que nos conociéramos, pero no he
podido evitar buscarte. Necesitaba conocer en persona a la chica que
aguanta a mi hermano por voluntad propia.

Mi móvil empezó a sonar. Alex.

No contesté.

—Lo siento… No le va a gustar que estés conmigo.

—Lo sé. Pero quiero saber más de su vida.

—¿Qué quieres saber? —me preguntó.

—Todo.

Asintió.

—¿Te ha hablado de Lydia?

Abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada, escuchamos unos
pasos aproximándose; Alex tenía la mandíbula tan apretada que parecía que
en cualquier momento iba a romperse. Sus puños cerrados a los costados
me advirtieron que estaba a punto de cometerse una pelea fraternal.

—¡Te dije que no quería que te acercaras a ella! —gritó Alex, dándole
tal empujón que el vaso que llevaba en la mano cayó y se rompió en mil
pedazos.

—Tranquilo, ¿vale? Solo estábamos hablando.

Le propinó un puñetazo en la cara.

—¡Alex!

—Me lo merecía —murmuró Oliver, llevándose la mano al labio inferior


para quitarse la sangre—. Me lo merecía.

Alex me asió de la muñeca y tiró de mí hasta sacarme de la zona de


ocio. Sus dedos me apretaban con tanta fuerza que me hacían daño. Por más
que traté de decirle que me soltara, no lo hizo hasta que estuvimos fuera del
hotel.

—¡¿Se puede saber qué cojones te pasa?! —le espeté.

—¡Te dije que no te movieras del centro comercial!

Se llevó las manos a la cabeza y se tiró del pelo.

—¡Lo siento, ¿vale?! No sabía que tenías un hermano y…

—Yo no tengo ningún hermano —dijo. Su tono era más calmado que
antes, aunque destilaba odio y desprecio—. Ese… tipo de ahí no es mi
hermano.

—Alex…
—No, Chloe. Oliver es un hijo de puta que no estuvo ahí cuando más lo
necesité —musitó con los ojos rojos y vidriosos. Su mano enjugó la lágrima
que se deslizó por su mejilla con rabia—. Prefirió el puto dinero antes que a
mí. Que no se atreva a decir que es mi hermano porque no lo es.

—Me ha dicho que estuvo en Londres estudiando y…

—¡No importa dónde estaba! —gritó—. ¡Prefirió quedarse en Londres a


pesar de que le supliqué que viniera! Se quedó allí… prefirió el dinero antes
que a mí.

El tono de su voz fue apagándose a medida que hablaba, a medida que


su corazón se resquebrajaba. Echó la cabeza hacia atrás e intentó dejar de
llorar, pero las lágrimas seguían ahí, al acecho, a la espera de cualquier
pensamiento doloroso sobre su hermano.

Suspiró, frustrado, y me miró.

—Vamos. Te llevo a casa.

Tras una gratificante ducha donde había analizado todo lo que había pasado
hoy y había llegado a la conclusión de que Oliver sabía algo que Alex no
quería que yo supiera, me senté en el tocador y comencé a arreglarme;
primero me dediqué al pelo, rizándolo y dejándolo caer en cascada por mis
pechos. Luego me maquillé acorde a los colores del vestido que iba a
ponerme para esta noche.

Ahora que lo llevaba puesto me parecía incluso más bonito que la


primera vez que me lo probé en Virginia Beach. Me senté en la cama para
calzarme los tacones plateados. Me puse los pendientes y un collar de plata
a juego y me eché un poco de perfume.
Sonó el timbre de casa.

Desconecté el teléfono de la corriente y metí en un pequeño bolso de


fiesta el móvil, la licencia de conducir y algo de maquillaje por si acaso
necesitaba retocarme.

Alex me esperaba en la entrada, vestido con un traje azul marino y


camisa blanca que resaltaba el azul eléctrico de sus ojos. Sostenía un
pequeño ramo de flores preciosas entre las manos.

—Estás increíble —dijo cuando llegué a su lado.

—Gracias.

Posó sus labios sobre los míos y me tendió el ramo.

Mi padre apareció desde la cocina con la cámara de fotos.

—Sonreíd —dijo, apuntándonos con el obturador.

Alex me rodeó la cintura y me pegó a él. Sonreí. El fogonazo de luz de


la cámara me cegó durante unos segundos. Parpadeé un par de veces hasta
que mis pupilas volvieron a ver con claridad.

—Nos vamos ya, papá.

—No fumes. No bebas. Y tened mucho cuidado, ¿vale?

Sus brazos me envolvieron hasta el punto de asfixiarme.

—Sí, papá… Pero suéltame ya.

—Lo siento —dijo con una sonrisa lastimosa.

Miró a Alex.
—Cuida de mi princesa.

—Tranquilo, señor. Lo haré.


29

La lluvia se cernió sobre nosotros en cuanto bajamos del coche. Alex


colocó la chaqueta del traje sobre nuestras cabezas para evitar que nos
mojásemos mientras corríamos hacia el interior del instituto.

Una vez refugiados, empleé la pantalla del móvil para comprobar que el
maquillaje no se hubiera estropeado y me peiné rápidamente con las manos.
Yo no estaba tan mojada como Alex; al colocar la chaqueta sobre nuestras
cabezas, la lluvia había caído sobre sus hombros y tenía gotas por toda la
camisa.

—¿Cómo estoy?

Alex se limitó a sonreír.

—Preciosa. Como siempre.

Incluso después de todo, aún seguía sacándome los colores.

—¿Y yo cómo estoy? —preguntó, retrocediendo un paso para que


pudiera verlo al completo.

—Un poco mojado, pero bien. Muy guapo.

Se inclinó y posó sus labios sobre los míos.


El gimnasio había quedado muy bien; del techo colgaban enormes copos
de nieve de papel que habían hecho los de primer curso, sujetos a un hilo
casi invisible. Había luces blancas por todas partes, y en el suelo cientos de
globos plateados, azules y blancos que se extendían por el espacio. Al
fondo del gimnasio, sobre el escenario, un grupo tocaba música en directo
mientras los alumnos movían las caderas al ritmo de la canción.

Nos acercamos a la mesa donde se encontraban diversos tipos de


aperitivos. Al lado, un enorme cuenco de ponche de cereza.

Llené dos vasos.

—Esto no llevará alcohol, ¿verdad?

—No debería llevar alcohol —contesté—. Pero nunca se sabe.

Brett apareció vestido con un traje negro, sin corbata y con los primeros
botones de la camisa azul desabrochada. Tenía una sonrisa dibujada en el
rostro cuando me abrazó.

—Estás guapísima.

Saludó a Alex con un fuerte apretón de manos y un abrazo. Todavía me


sorprendía que Brett y Alex fueran amigos después de todo lo que sucedió
al principio del curso.

—No te pongas celoso. Tú también vas muy guapo.

—Qué pena que no pueda decir lo mismo.

Los dos se echaron a reír.

—¿Has visto a Sarah? —le pregunté a Brett al no verla por ningún lado
—. La he llamado varias veces antes de venir y no me ha cogido el teléfono.
—No la he visto. Supongo que estará a punto de venir.

—¿Te apetece bailar? —me preguntó Alex.

Me tendió la mano y caminamos hasta llegar al centro de la pista.


Envolvió mi cintura y yo rodeé su cuello con los brazos, pegándonos uno al
otro. Empezamos a movernos al ritmo de la música lenta que sonaba por los
altavoces.

—¿En qué piensas? —me preguntó.

—En todo lo que ha pasado entre nosotros… Me cuesta creer que


hayamos llegado tan lejos después de nuestra disputa en tu coche el primer
día.

—Sí —se mordió el labio inferior y sonrió—. Nadie se imaginaba qué


íbamos a acabar juntos después de tantas discusiones y de las
humillaciones. Sorprendentemente, las cosas han salido mucho mejor de lo
que esperaba. Y menos mal.

Me hizo dar una vuelta y acabé con las manos sobre su pecho. Lo miré a
los ojos y por primera vez en mucho tiempo, me sentí feliz. Alex había
llenado un vacío que no sabía ni que existía hasta este momento. Cada vez
que lo miraba, era consciente de la suerte que tenía de poder decir que me
había enamorado de un hombre como Alex.

—¿Y en qué piensas ahora?

—En lo enamorada que estoy de ti.

Dibujó una sonrisa tontorrona.

—Debería darte las gracias por haberme devuelto las ganas de vivir —
dijo, apoyando la frente contra la mía—. Cuando empezó el curso no tenía
pensamientos de enamorarme, pero tú has cambiado mi mundo. Ahora tú
eres mi mundo, Chloe.

—Alex.

Atraje su rostro hacia mí y atrapé sus labios con mi boca. Un simple


roce de su lengua fue suficiente como para volverme loca. Sus brazos me
envolvieron y me pegaron a su cuerpo mientras nos movíamos por la pista
al son de la canción.

La música cambió de ritmo a uno más energético. Alex y yo nos


separamos y empezamos a saltar y a reír. Brett se unió a nosotros poco
después. Los tres bailamos como nunca antes; Brett exhibió sus dotes de
baile como siempre. Alex intentó imitarlo, pero sus pasos eran tan raros y
singulares que por más que trató, no consiguió hacer ninguno. Yo, sin
embargo, me limité a observarlos, percatándome de que nunca había visto a
Alex reírse tanto.

De repente, recibí una llamada al móvil. El número no lo tenía guardado,


pero sabía de quién se trataba: Sarah, un día, llamó al profesor Grant desde
mi teléfono, y desde entonces su número había quedado guardado en mi
memoria.

Me alejé un poco para hablar.

—Chloe, gracias a Dios que contestas. ¿Está Sarah contigo? Es que


estoy intentando dar con ella y no responde a ninguna de mis llamadas.
Estoy empezando a preocuparme…

—No, todavía no ha venido a la fiesta. Yo también he intentado llamarla


y tampoco responde.

—Tengo un mal presentimiento…


Todo a mi alrededor empezó a dar vueltas y noté que el suelo se
inclinaba bajo mis pies. Sarah no era una persona acostumbrada a llegar
tarde a los sitios, al igual que siempre respondía a las llamadas, incluso en
la ducha. Ya me resultó bastante extraño que no estuviera aquí a la hora que
habíamos quedado, pero que no contestara a las llamadas me hizo pensar
que algo le había pasado.

—Luego te llamo.

Di un traspiés mientras volvía con Brett y Alex que bailaban en el centro


de la pista. Yo cerré los ojos con fuerza y tragué el nudo que se había
apoderado de mi garganta.

—Tengo que encontrar a Sarah —las palabras salieron atropelladas. El


corazón me latía tan rápido que incluso resonaba por encima de la música.

—Tranquila —dijo Alex—. Respira hondo.

Respiré hondo, controlando el aire que dejaba pasar a mis pulmones.


Pero no había aire. No podía respirar. Me llevé las manos a la cabeza y
empecé a hiperventilar. O a sollozar. Tenía las mejillas húmedas.

—Vamos fuera —dijo Brett.

Ambos me acompañaron hasta el cuarto de baño, el mismo cuarto de


baño donde Alex y yo empezamos nuestra relación y donde había un grupo
de chicos fumando. Alex los echó mientras Brett abría las ventanas para
expulsar el humo que habían formado. Yo dejé el bolso sobre el lavabo y
me eché un poco de agua en la cara.

—Dinos qué pasa —dijo Alex cuando me tranquilicé.

—Sarah me había dicho que iba a venir al baile a las siete y media y son
—miré la hora en el móvil— las ocho y cuarto —miré a Brett—. Tú sabes
que Sarah nunca llega tarde, y si lo hace, suele avisar primero. He estado
llamándola y no responde. Tengo un mal presentimiento…Creo que le ha
pasado algo.

—Quizá esté por aquí —dijo Brett—. A lo mejor se ha encontrado con


alguien y ha perdido la noción del tiempo.

—¿Y por qué no responde a las llamadas?

—A lo mejor se le ha apagado el móvil —supuso Alex.

—No. Ha debido pasarle algo. Lo sé.

Algo dentro de mí me lo decía. No sabía cómo explicarlo, pero tenía el


presentimiento de que mi amiga corría peligro. Y si no hacía algo pronto, lo
iba a lamentar.

—Dividámonos y busquémosla —dijo Alex.

Cada uno se marchó en una dirección diferente: Brett entró de nuevo al


gimnasio y Alex fue al piso superior. Yo comprobé en la primera planta
cada aula que encontraba, los baños, cualquier lugar donde podía estar…
pero nada.

No estaba por ninguna parte.

Salí al exterior, desesperada y con la intención de ir a su casa para ver si


estaba allí, aunque fuera a pie. Seguía lloviendo a cántaros. Las gotas
impactaban contra los coches y el asfalto con dureza. Ya me daba igual
mojarme, tan solo quería encontrar a mi mejor amiga y saber si estaba bien.

Eso era lo único que me importaba.

Una furgoneta se detuvo justo delante de mí dando un frenazo. La puerta


trasera se abrió, y de ella lanzaron un cuerpo. Una mujer de pelo dorado
impactó contra el suelo. Desde mi posición, pude ver que su vestido estaba
cubierto de sangre.

—¡Sarah!

Corrí hacia ella. El hombre que la había tirado me apuntó con una
pistola y me detuve al instante, paralizada y muerta de miedo. El hombre
que me apuntaba tenía un tatuaje envolviéndole la muñeca de un dragón
echando fuego por la boca.

Miré el cañón del arma y vi toda mi vida pasar por delante de mis ojos;
vi a mi madre leyéndome un cuento y a mi padre enseñándome a conducir;
vi a Brett y a Sarah riéndose tras un partido; a Alex cuando nos besamos
por primera vez… Mis diecisiete años de vida pasaron como el avance de
una película que nunca llegaría a estrenarse.

Cerré los ojos y esperé el disparo.

Escuché el sonido de las ruedas acelerar. Abrí los ojos y vi cómo la


furgoneta desparecía en la oscuridad. Solté el aire que había estado
reteniendo y me acerqué al cuerpo inmóvil que estaba en el suelo.

—Despierta, por favor —rogué, cogiéndola de las mejillas y dandole


unos toques para despertarla—. Por favor, Sarah. No me hagas esto…
Despierta. ¡Ayuda! —exclamé—. ¡Qué alguien me ayude, por favor!

Mis ojos se llenaron de lágrimas que se desbordaron y deslizaron por


mis mejillas. ¿Quién había podido hacerle algo así? La sangre que salía de
las heridas se mezcló con la lluvia, el asfalto se tiñó de rojo escarlata en una
cascada que se iba extendiendo a cada segundo que pasaba.

Busqué impaciente su pulso. Coloqué la yema de los dedos bajo su


mandíbula. Era débil, pero al menos estaba viva.

—¡Chloe! —escuché la voz de Alex a lo lejos.


Alcé la vista y vi a Alex y Brett acercándose corriendo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Brett, dejándose caer a mi lado.

—No lo sé —sollocé—. Una furgoneta la ha tirado y…

—No perdamos más tiempo —dijo Alex, pasando su brazo entre las
piernas de mi amiga y por su cabeza, levantándola en peso—. Hay que
llevarla al hospital.

—Vamos en mi coche.

Alex dejó su cuerpo con delicadeza en los asientos traseros del Jeep de
Brett. Yo me senté con ella para procurar que no se diera más golpes
mientras Brett conducía. Alex se sentó a su lado.

—Tengo que llamar a sus padres.

—Llámales —dijo Alex.

—Me he dejado el bolso en el baño…

Alex buscó en sus bolsillos y me tendió su móvil. Su fondo de pantalla


era una foto mía que me había hecho a escondidas mientras jugaba con sus
primos pequeños.

Marqué rápidamente el número de la casa de Sarah.

—¿Sí? —respondió su madre.

—Hola, Helena. Soy Chloe. Ha pasado una cosa…

—¿Qué ha pasado? —su voz sonaba inquieta.


Apreté los labios y procuré no romper a llorar.

—Es Sarah… La estamos llevando al hospital.

—¡Oh, Dios mío!

Fue lo último que escuché antes de que colgase.

Alex volvió a coger a Sarah en brazos cuando llegamos al hospital.

—¡Necesitamos ayuda! —grité.

Unos enfermeros se acercaron rápidamente con una camilla. Alex dejó a


Sarah sobre ella con mucho cuidado mientras una enfermera me acribillaba
a preguntas respecto a lo que había pasado. Fue Brett quien contestó, pues
yo no podía. Estaba demasiado centrada en ver cómo mi amiga desaparecía
tras las puertas.

No volvimos a saber nada de ella hasta horas después. Cuando sus padres
llegaron, me lancé a los brazos de Helena y lloré en su pecho. Les conté
rápidamente lo que había sucedido y, tras hablar con los médicos después
de la intervención quirúrgica urgente, los llevaron con ella. También avisé a
mi padre para contárselo y, aunque no pudo venir, me dijo que lo
mantuviera al tanto ante cualquier novedad.

Alex, Brett y yo esperamos impacientes nuevas noticias en la sala de


espera. Lo último que supimos era que había perdido mucha sangre pero
que estaba estable. ¿Podía verla? Quería verla. ¿Se iba a recuperar? Eso
esperaba. Tenía muchas preguntas que requerían una respuesta inmediata y
no recibía ninguna…
—¿Por qué tardan tanto? —resoplé.

Caminé de un lado a otro, inquieta. Me mordí las uñas pese a que era un
hábito que detestaba, pero en este momento estaba dispuesta a hacer
cualquier cosa que me ayudara a estar más tranquila.

—No te preocupes —dijo Alex—. Seguro que está bien.

—Vosotros no visteis lo que yo. Ese hombre la tiró como si fuera basura
y me apuntó con una pistola. No quiero ni pensar en lo que pudo hacerle a
Sarah.

El móvil de Alex empezó a sonar.

Lo miró y colgó.

—¿Quién es? —pregunté.

—Oliver.

—¿Y por qué no lo coges? Puede que sea importante.

—No quiero hablar con él.

—¿Quién es Oliver? —preguntó Brett.

—Su hermano —contesté.

—¿Tienes un hermano?

—No es mi hermano —masculló Alex.

Su móvil volvió a sonar.

Colgó de nuevo.
—Voy a por un poco de agua. ¿Queréis algo?

—Yo algo de comer —dije—. Tengo hambre.

—¿Y tú? —preguntó a Brett.

—Mejor te acompaño.

Ambos desaparecieron al doblar la esquina.

Me senté y miré el pasillo por donde se habían llevado a mi amiga. Ya


había preguntado a varios enfermeros que habían pasado por aquí si había
alguna noticia, pero ninguno pudo decirme nada.

Me di cuenta de que Alex se había dejado el teléfono en la silla en


cuanto la pantalla volvió a iluminarse con el nombre de Oliver. Sabía que
Alex se enfadaría mucho si contestaba a la llamada, pero si estaba
insistiendo tanto es porque se trataba de algo importante.

—Oliver, soy Chloe. ¿Ha pasado algo?

—¿Está mi hermano por ahí? —su voz sonaba angustiosa y mocosa,


como si hubiera estado llorando. De fondo llegaba a distinguir el llanto
desesperado de una persona.

—Estamos en el hospital, ¿por qué? ¿Que ha pasado?

—Es mi tío… —vi a Alex y a Brett aparecer por la esquina con una
botella de agua y un par de bolsas de patatas—. Ha muerto.

¿Muerto?

No. No es posible…
¿Muerto?

Harry ha muerto.

Alex me quitó el teléfono y colgó.

—¿Por qué se lo has cogido? —me preguntó—. Sabes perfectamente


que no quiero tener ningún tipo de relación con él.

Quise levantarme y abrazarlo, pero por más que lo intenté, mi cuerpo no


respondía. Estaba paralizada. Ni siquiera fui capaz de retener las lágrimas.
Intenté abrir la boca y hablar, decirle que su tío Harry, la única figura
paterna que tenía había fallecido. Las palabras se me acumularon en la
garganta en un nudo que me asfixiaba.

Harry había muerto.

—¿Estás bien? —me preguntó Brett, preocupado.

—¿Qué te ha dicho Oliver? —preguntó Alex.

Sacudí la cabeza y volví a intentar hablar. Al principio me salió unos


balbuceos inteligibles que ninguno entendió. Respiré hondo y traté de
buscar las palabras.

—Chloe…

Alex se agachó para estar a mi altura. Sus manos enjugaron las lágrimas
que se deslizaron sobre mis mejillas e intentó tranquilizarme con sus
caricias.

—Dime qué te ha dicho Oliver —pidió en voz baja.

—Alex… Tu tío ha… Yo… Lo siento mucho…


Abrió los ojos con perplejidad y se incorporó.

—No puede ser…

Retrocedió y miró hacia todos lados como si estuviera buscando una


cámara oculta. Se llevó las manos a la cabeza y se tiró del pelo mientras las
lágrimas recorrían sus mejillas.

—No, no, no, no, no… No puede ser —balbuceó. Su labio inferior
empezó a temblar angustiosamente—. No puede ser… Es imposible.

Salió corriendo y subió hasta la sexta planta.

Brett y yo lo seguimos en cuanto conseguimos subir a otro ascensor.


Cuando llegamos a la habitación 624, vimos cómo una familia desolada se
abrazaba para despedir al hombre sin vida que descansaba sobre la cama.
Alex estaba de pie mirando el cuerpo de su tío, paralizado. Las lágrimas
caían de sus ojos sin parar. Su tía abrió los brazos para que se uniera a ellos.
Alex arrastró los pies hasta llegar junto con su familia y se abrazaron,
incluso abrazó a su hermano a pesar de todo.

Todos habían perdido a un ser querido, pero estaba segura de que Harry
ahora estaba en un lugar mejor, observándoles y ayudándoles desde el cielo.
Epílogo

24 de diciembre. Día antes de Navidad y la primera que iba a pasar sin mi


mejor amiga. Normalmente, mi familia siempre había pasado las fiestas con
la familia Greene, pues mi padre y yo estábamos solos ya que mi abuela y
mi tío siempre estaban viajando por trabajo sobre estas fechas. Sin
embargo, este año, Helena y Víctor no estaban para ningún tipo de
celebración; preferían quedarse en el hospital con su hija, cosa que era
perfectamente comprensible. Mi padre y yo nos ofrecimos para ir y
acompañarles el día de Navidad, pero insistieron tanto en que no hacía falta
que al final nos quedamos en casa.

Sarah seguía en coma. Yo iba a visitarla todos los días, aunque me


costaba horrores ir y verla inmóvil en la cama. No poder escuchar su risa,
no poder hablar con ella… fue más duro de lo que pensé. La investigación
policial tampoco había avanzado, no tenían datos suficientes como para
encontrar a los individuos responsables. Yo intenté hacer memoria para
hallar cualquier pista que pudiera ayudar aparte del tatuaje, como la
matrícula de la furgoneta, pero estaba todo tan oscuro y tenía tanto miedo
que tengo esa noche completamente borrosa.

Alex añoró a su tío estas últimas semanas; cada vez que veía una foto
suya o se acordaba de él, los ojos se le llenaban de lágrimas y se encerraba
en la habitación para desahogarse. Cuando no lloraba, se enfadaba y
golpeaba cualquier cosa que encontraba. Estaba dolido. Destrozado. Como
si una parte de él hubiera muerto también. Y a mí se me partía el corazón
verlo así.
Conforme fueron pasando los días, cambió. Ya no lloraba o se enfadaba
cada vez que veía una fotografía de Harry, sino que sonreía y recordaba los
buenos momentos que vivieron. Solía decirse a sí mismo que estaba en un
lugar mejor y que seguramente estuviera tomándose una cerveza con sus
padres mientras nos observaban. Ese pensamiento le ayudó a descansar
durante varias noches, aunque la mayoría de ellas sufría unos terrores
nocturnos horribles.

Para el día de hoy, nuestras familias se iban a reunir por primera vez
desde el funeral en mi casa. Yo no podía estar más emocionada por
reunirlos a todos en un momento como este a pesar de todo lo malo que
habíamos vivido. La Navidad era una época para estar en familia, y eso era
justo lo que necesitábamos.

Mientras terminaba de colocar los regalos que había comprado bajo el


árbol de Navidad, mi teléfono sonó en el bolsillo trasero del vaquero.

—Hola, nena.

—Hola, nene —sonreí.

—¿Cómo has dormido hoy?

—Bien… He soñado contigo —me mordí el labio inferior al recordar las


sucesiones de imágenes que lograron que esta mañana me levantara
sofocada.

—¿Ah, sí? —preguntó, intrigado—. ¿Y qué pasaba?

—Pues estábamos en mi cama, besándonos apasionadamente. Tú estabas


encima de mí, besando cada centímetro de mi piel desnuda hasta llegar a la
cúspide de mis piernas.
Me detuve. El rubor de mis mejillas no me dejó continuar. Tan solo de
pensarlo, una oleada de calor me invadió y tuve que hacerme aire con la
mano.

—Podríamos hacerlo realidad ahora mismo si quieres.

—Me encantaría, pero estoy colocando los regalos bajo el árbol y


todavía tengo que terminar la cena… Quiero que esta noche salga todo
perfecto.

—¿Hay alguno para mí? —preguntó, reticente.

—Por supuesto que hay uno para ti.

—Chloe, ya te dije que no quería regalos.

—Ya lo he comprado, así que te aguantas.

Soltó un largo y pesado suspiro.

—Tengo que dejarte. Tengo que volver al trabajo.

Desde que Harry falleció, Alex se había encargado del taller para no
perder la cartera de clientes. Lo que me preocupaba es lo que pasaría
cuando empezaran las clases y tuviera que compaginar el trabajo y los
estudios.

—¿Llegarás a tiempo para cenar?

—¡Claro que sí! Habré terminado mucho antes.

—Vale. Te quiero.

—Yo también te quiero.


Acabé de meter el pavo en el horno cuando alguien llamó al timbre. Me
limpié las manos con un trapo mientras caminaba hacia la puerta. Alex se
encontraba en el umbral, vestido con las mangas del mono de trabajo atadas
a la cintura y dejando a la vista una camiseta granate de manga larga
cubierta de copos de nieve y manchas de grasa tanto en la tela como en el
rostro y cuello.

—¿Qué haces aquí tan pronto?

—Acabo de salir de trabajar y he pensado que tal vez quieras que hiciera
tu sueño realidad —me guiñó el ojo y sentí cómo mi cuerpo reaccionaba
estremeciéndose—. Aunque dudo que te apetezca mucho ahora mismo —se
miró de arriba abajo—. Tengo grasa por todos lados.

—Puedes ducharte aquí.

Lo imaginé en mi ducha, desnudo, con el agua deslizándose por sus


abdominales…

—Eso esperaba —sonrió—. Por eso he traído ropa.

Cogió una mochila del suelo de la que no había deparado y entró.

—¿Cómo vas con los terrores nocturnos?

—Bien —suspiró mientras subíamos al piso de arriba—. Aunque me


gustaría poder dormir contigo más a menudo. Es curioso, pero cada vez que
dormimos juntos, no tengo ninguna pesadilla.

—No será un invento tuyo para que mi padre deje que te quedes en mi
casa, ¿verdad?
—¡Claro que no! Pero sí es verdad que me aprovecho un poco de la
situación para quedarme algunas noches contigo.

Me azotó el culo y yo di un respingo.

—Alex Wilson, eres de lo peor —me mordí el labio.

En cuanto entramos a mi habitación, Alex cerró la puerta con el pie y se


inclinó hacia mí para apoderarse de mi boca, haciendo que tanto la bolsa de
su ropa como el trapo que yo tenía en las manos cayeran al suelo. Chupé su
labio superior y atrapé entre los dientes el inferior mientras sus manos se
aferraron a mis caderas.

—Dúchate conmigo —susurró junto a mi boca.

—Tampoco pensaba dejar que te ducharas solo.

Me sujetó de los muslos y me elevó, obligándome a enroscar las piernas


alrededor de su cintura. Su lengua se abrió paso por mi boca. Nos
devoramos. Nos tocamos por todas partes. Me empotró contra el armario y
sus labios descendieron por el puente de mi cuello. Deseé que siguiera
bajando hasta llegar a la cúspide de mis piernas…

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—No mucho —jadeé.

—Pues tenemos que darnos prisa.

Entramos al cuarto de baño. Me dejó en el suelo y avanzó hacia la puerta


para echar el pestillo. Después, se apoyó en el lavabo y clavó sus ojos en los
míos con una sonrisa maliciosa en el rostro.

—Desnúdate para mí —su voz fue toda una delicia sexual.


Me quité el jersey por encima de la cabeza, a sabiendas que no perdía
mis pechos de vista. Continué con el pantalón, desabotonando el vaquero y
deslizándolo despacio por mis piernas con movimientos sensuales. Alex
seguía mis movimientos con la boca entreabierta, soltando el aire con
brusquedad. Podía ver en sus ojos el increíble esfuerzo que estaba haciendo
para contenerse y no abalanzarse sobre mí. Solo un conjunto lencero cubría
ahora mi cuerpo. Yo centré mi mirada en el bulto que se marcaba en su
entrepierna.

Invadí su boca. Sus manos se posaron en mi trasero, clavando los dedos


en mi carne. Me elevó hasta quedar sentada sobre el lavabo y me abrió las
piernas para encajar su cuerpo entre ellas. Le quité la camiseta y la lancé
por los aires.

—¿Confías en mí?

En cuanto obtuvo su respuesta, sonrió y empezó a besarme por el cuello.


Mis dedos se aferraron al lavabo, su lengua dejaba un rastro húmedo por mi
vientre. Metió los dedos bajo la tela de mis bragas y las deslizó por mis
piernas con delicadeza. Sus ojos, ardientes de deseo, se aseguraron que
entendiera lo que estaba a punto de hacer.

Asentí, y acto seguido colocó mis pies sobre sus hombros y hundió la
cabeza en mi sexo.

Yo me retorcí bajo las sacudidas de su despiadada lengua. Gemí. Los


dedos de los pies se me engarrotaron en cuanto presionó ese punto sensible.
Una corriente eléctrica provocó que cada una de las terminaciones
nerviosas de mi cuerpo bailaran un tango al son de sus movimientos.

—Chicos, ¿estáis ahí? —preguntó mi padre detrás de la puerta.

Mierda. Mierda. Mierda.


—Eh…, sí.

Alex me observaba desde abajo. La expresión anonadada de su rostro


me advirtió de que estaba esperando a que le dijera qué hacer, pero yo
tampoco tenía ni idea.

Mi padre no podía ser más inoportuno.

—¿Qué estáis haciendo ahí?

Me vestí lo más rápido que pude y me calcé las zapatillas. Antes de abrir
la puerta, comprobé que no tuviera ninguna mancha de grasa por el cuerpo,
me cepillé un poco el cabello revuelto y que Alex se hubiera vestido.

Mi padre estaba de pie frente a la puerta, de brazos cruzados con el ceño


ligeramente fruncido. Sus ojos insinuaron que sabía lo que estaba haciendo,
pero no dijo nada… Por ahora.

—Alex quería ducharse y le estaba sacando una toalla.

Solo esperaba que no notara el rubor de mis mejillas.

—¿Y para eso habéis cerrado la puerta?

No supe qué contestar a eso.

Le ignoré y salí del cuarto de baño.

Lo siento, Alex. Esta vez tendrás que apañártelas tú solo.

Entré en la cocina. Comprobé la hora y saqué el pavo del horno para


darle un segundo baño de salsa. Cuando lo volví a meter, mi padre se había
lavado las manos y estaba aplastando las patatas que había cocido con
anterioridad para hacer puré.
—Os habéis acostado ya, ¿verdad?

Su pregunta me pilló desprevenida.

Me quedé callada.

—No soy tonto, cariño. Sé lo que pretendíais hacer en el baño y lo que


hicisteis la otra noche, cuando misteriosamente se manchó la camiseta de
café —ladeó la cabeza y me miró—. No me importa que os acostéis
siempre y cuando toméis las medidas adecuadas.

—No me puedo creer que esté hablando de sexo contigo…

—Pues tendrás que aguantarte y escucharme: El preservativo es efectivo


tanto para evitar embarazos no deseados como para prevenir enfermedades
de transmisión sexual. Por lo que, si mantenéis relaciones sexuales, os pido
que los utilicéis. Y aunque prefiero que mantengas tus relaciones en casa y
no en la calle como la mayoría de adolescentes, la próxima vez, procurad
que yo no esté en casa, ¿de acuerdo? Es solo una sugerencia para el futuro.

—Pues podrías darme algo más de privacidad. No sé, como por ejemplo
dejar que cierre la puerta cuando Alex esté en casa. Es solo una sugerencia
para el futuro.

Mi padre se echó a reír de repente.

—¿Qué clase de padre se ríe hablando de sexo con su hija?

—Lo siento… Es que acabo de recordar la horrible excusa que me has


puesto —su carcajada me puso colorada como un tomate, de rabia o de
vergüenza, no sé—. Deberías mejorar un poco tus excusas, princesa. Yo a tu
edad mentía mucho mejor.

El timbre sonó, salvándome de seguir con esta conversación.


—Voy a cambiarme para la cena —dijo mi padre.

Abrí la puerta. Los primos pequeños de Alex se abalanzaron sobre mí


para abrazarme. Hannah se disculpó por llegar tan tarde mientras me
estrechaba entre sus brazos. Me entregó su abrigo para que lo colgase en el
perchero. Hice lo mismo con los de los niños.

—¿Alex no ha llegado todavía? —me preguntó Hannah.

—Ha llegado hace un rato. Está duchándose arriba.

Los niños entraron al salón. Les puse Harry Potter y la piedra filosofal
en Netflix para entretenerlos mientras se terminaba la cena.

Cuando regresé a la cocina, Hannah se estaba secando las manos y se


dispuso a terminar el puré que mi padre había dejado a medias. Justo en ese
momento, mi padre también entró, vestido con un jersey azul marino y un
pantalón color arena de algodón.

—Hola, Hannah. ¿Cómo estás?

—Bien —contestó ella con una leve sonrisa—. ¿Y tú?

—Bien, también.

Mi padre y Hannah, tras el entierro de Harry, estuvieron hablando


durante un buen rato; ambos perdieron el amor de su vida, ellos podían
entenderse como ninguno de nosotros podía. Por eso se habían hecho muy
buenos amigos. De hecho, cada vez que Hannah recordaba a su marido,
llamaba a mi padre para desahogarse con él. También pillé a mi padre varias
veces llamándola para hablar de mi madre.

—¿Oliver no ha venido? —pregunté.


—Ha dicho que tenía un viaje de negocios —contestó su tía, pero por la
expresión de su rostro supe que Alex no le había dicho que estaba invitado
a la cena.

Mi padre sacó una botella de vino de la vinoteca.

—¿Te apetece?

—Sí, gracias —respondió Hannah con una amplia sonrisa.

Aproveché que Hannah se estaba encargando de terminar el puré y que


mi padre le daba conversación para subir a mi habitación. Al abrir la puerta,
encontré a Alex terminándose de subir los calzoncillos.

—¿Todavía estás así?

—¿Me has echado mucho de menos?

—Lo cierto es que sí —entré y cerré la puerta tras de mí—. Acabo de


tener mi primera charla sobre sexo con mi padre.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo ha ido?

Alex se sentó en la cama y yo me dejé caer a su lado.

—Me ha dicho que tenemos vía libre para hacerlo en mi casa siempre y
cuando él no esté. Y que utilicemos condones para evitar embarazos no
deseados y las ETS.

—Yo tampoco quiero tener hijos ahora mismo, así que lo veo bien. Y en
nuestra defensa diré que tu padre no estaba en ninguna de las ocasiones que
lo hemos intentando, por lo menos no al principio…

Me levanté de la cama y saqué de su mochila la camiseta.


—La cena está casi lista —dije mientras se la lanzaba a la cara—.
Deberías terminar de vestirte. Hannah y tus primos ya han llegado.

—¿Has cocinado tú? —enarcó una ceja curiosa.

—Sí —sonreí, llena de orgullo por mis dotes culinarias.

—Entonces todo va a estar asqueroso.

Le golpeé en el pecho con todas mis fuerzas; Alex se quejó con una
pequeña exclamación y miró la zona que había golpeado.

—¿Me has pegado? —preguntó, incrédulo.

—Te has metido con mi comida —me defendí.

—Me has pegado —repitió.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

Mantuve su mirada, intentando parecer dura e intimidante a pesar de la


sonrisa que se me escapaba al ver su cara de asombro.

Se abalanzó sobre mí y me cogió de los muslos, elevándome y


colocándome sobre su hombro. Yo no pude dejar de reír y patalear para que
me soltara.

—¡Alex! —chillé.

—Shhh…

—¡Bájame!

—Cállate o nos oirán —siseó en voz baja.


Me azotó el culo, cuyo impacto resonó por todo mi cuerpo y me lanzó
sobre la cama. Abrió mis piernas con la rodilla y se puso entre ellas,
dejándose caer sobre mí. Enroscó los dedos alrededor de mis muñecas y las
colocó por encima de mi cabeza. Se inclinó, y cuando sus labios rozaron los
míos y yo abrí la boca para recibirlo, se apartó, dibujando una sonrisa
malévola.

—Alex… —protesté.

—Esto por pegarme.

Sus caderas se mecieron contra las mías en una vil provocación. Maldije
en silencio y admiré su sonrisa a tan poca distancia. Volvió a inclinarse,
pero esta vez fui yo quien apartó la mirada y sus labios acabaron en mi
mejilla izquierda.

Me agarró ambas muñecas con una mano y con la otra me sujetó la


barbilla en busca de mi boca. Cuando la encontró, se apoderó de ella.
Hambriento. Exigente. Sus dedos se deslizaron entre nuestros cuerpos hasta
llegar a mis vaqueros.

—Estabas mejor sin ellos —susurró junto a mi boca.

—Y tú estabas mejor desnudo.

Me besó de nuevo cuando la puerta se abrió.

Alex dio un respingo para apartarse de mí por si se trataba de mi padre.


Sin embargo, quien había entrado era Charlie, el primo mayor de Alex,
mirándonos fijamente, perplejo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Alex, molesto.

—Mamá ha dicho que bajéis.


—Vale. Ahora vamos.

Pero el chico no se movió. De hecho, permaneció en la misma posición,


con una mano sujeta al pomo de la puerta mientras alzaba las cejas
repetidas veces en un gesto insinuante.

—¿Estabais follando? —preguntó con una sonrisa que dejaba al


descubierto su dentadura mellada.

Alex cogió la almohada y la tiró hacia la puerta para que Charlie se


marchara. El niño, ahora asustado, cerró la puerta y bajó corriendo las
escaleras.

Yo empecé a reírme por lo ridícula que era la situación.

—¿Te hace gracia? —me preguntó Alex, sorprendido.

—¿Estabais follando? —repetí imitando la voz del niño.

Fue decirla y reírme con más fuerza.

—¿Ahora te estás riendo de mi primo? —su ceño se frunció, pero su


sonrisa seguía en su precioso rostro.

—No me digas que no ha sido gracioso…

—Los niños de ahora aprenden muy rápido.

—Eso es cierto. Deberíamos bajar ya —enjugué la lágrima que se me


cayó de tanto reír—. Termina de vestirte, anda. Te espero abajo.

Me incliné y lo besé antes de salir de la habitación. En la cocina, los


niños ayudaban a preparar la mesa: Charlie cortaba el pan en rodajas,
Megan lo colocaba en las paneras y Derek sobre la mesa del salón. Hannah,
sin dejar de reír, sacó el pavo del horno y lo bañó en salsa por última vez.
Mi padre, que tenía las mejillas sonrosadas, también estaba riéndose. Me
pregunté qué era tan gracioso, y cuando alzaron la vista hacia mí y se
echaron a reír con más fuerza, lo entendí.

Charlie se ha chivado.

Sin decir nada, me puse a ayudar a preparar la mesa.

La cena salió mucho mejor de lo que esperaba. Al principio pensé que en


algún momento mi padre sacaría a relucir que Charlie nos había pillado a
Alex y a mí en la cama. Me alegré de que no fuera así.

Cuando terminamos de recoger la mesa y de limpiar los platos, nos


sentamos en el salón, alrededor de la mesa de centro a la luz del fuego de la
chimenea. Alegres villancicos sonaban de fondo mientras los niños abrían
sus regalos. Enseguida se pusieron a jugar con ellos. Hannah abrió el regalo
que le habíamos comprado entre mi padre y yo, un colgante en plata de ley
con cristal de zafiro. Le gustó mucho, y pidió a Alex que se lo pusiera.

Yo me levanté y cogí dos cajas que había dejado bajo el árbol. Una se la
di a mi padre. Se trataba de un reloj de correa de cuero con una esfera
clásica negra que se puso en el momento.

Ahora faltaba el regalo más importante.

Ofrecí la otra caja a Alex. La cogió a regañadientes.

—Te dije que no quería regalos.

—Cállate y ábrelo.
Se incorporó en el sofá y empezó a abrirlo sin un ápice de interés. En el
interior se encontraba un sobre blanco. Su ceño se frunció en cuanto sacó
del interior dos billetes de avión a Nueva York para el próximo verano.

—¿Y esto?

Ladeó la cabeza y me miró. Sus ojos brillaban.

—Cuando conocí a Harry, me dijo que querías ir a Nueva York para


visitar tu antigua casa. Vi una oferta y aproveché la oportunidad.

La sonrisa que dibujó fue como un bálsamo que calmó todas las
inseguridades que me acompañaban desde que compré el regalo.

—Gracias.

—Yo también tengo algo para ti —dijo—. Te dije que no quería regalos
y aun así, tengo uno. Así que yo también te he comprado una cosa. Espero
que te guste. Cierra los ojos.

Hice lo que me dijo. Segundos después, sus manos me apartaron la


melena y la dejaron caer a un lado para sentir algo frío sobre la piel.
Cuando abrí los ojos, un hermoso colgante en forma de corazón adornaba
ahora mi cuello.

—Es precioso, Alex.

Ladeé la cabeza y uní mis labios a los suyos.

Al cabo de un rato, los niños dijeron que estaban cansados y que querían
irse a casa. Hannah les puso los abrigos y los montó en la camioneta de
Alex.

—Ha sido una noche increíble —me dijo Alex en la puerta.


—¿Qué haces mañana? Podríamos vernos…

—Me encantaría, pero tengo bastante trabajo atrasado en el taller y


también tengo que terminar los trabajos de clase que me mandaron para
mejorar las notas —sus brazos me envolvieron la cintura y me dio un beso
en los labios—. Si llego a saber que tener novia iba a requerir tanto
tiempo…

—¿Estás diciendo que es mi culpa que no tengas tiempo?

—Estoy diciendo que me encanta pasar tiempo contigo.

Hannah tocó el claxon para llamar a su sobrino.

—Tengo que irme. ¿Nos vemos mañana por la noche?

—Estaré esperándote.
1

Nunca una despedida había sido tan amarga.

Yo detestaba las despedidas. Decir adiós a alguien importante para mí


era… odioso. Y más si quien se iba era mi hermano mayor.

Habíamos estado juntos desde que tenía uso de razón, uno al lado del
otro, siempre apoyándonos, en mis mejores y peores momentos también…
Por eso cuando descubrí que había echado la matricula para estudiar en la
universidad de Oxford y que había sido admitido y que ahora tenía que
marcharse… Pero eso sería mañana.

Esta noche pensaba disfrutar de todo el tiempo posible con Oliver.

Había organizado una noche de hermanos, o lo que es lo mismo, había


escogido varias de nuestras películas favoritas, había comprado palomitas
tanto saladas como dulces —todavía me costaba creer que mi hermano
prefiriera las dulces a las saladas— y para beber había refrescos; yo quería
pillar cerveza, más que nada porque quería que mi primera cerveza fuera
con mi hermano. Yo tenía quince años y Oliver además de ser mi hermano
también era mi mejor amigo. Pero mi madre nos confiscó la cerveza en
cuanto pisamos la casa después de haber ido al supermercado a comprarla.

El caso es que yo estaba en su habitación esperándole porque él tenía


una pequeña cena de despedida con sus amigos.
Ya había preparado la televisión del salón con la película de Dos rubias
de pelo en pecho. Había escogido un total de tres películas para ver esta
noche; una de comedia, otra de terror, y la última de acción.

La habitación de Oliver estaba demasiado vacía; antes había en la pared


colgados unos pósters de sus grupos de música favoritos, y fotografías
familiares y con sus amigos. Ahora no había nada. Las paredes
completamente lisas y sin vida.

En esta misma habitación, meses atrás, fue cuando le conté a mi


hermano que perdí la virginidad con mi mejor amiga antes de que se
marchara a vivir a otra ciudad. En esta misma habitación, años atrás, solía
dormir noche sí y noche también por su culpa porque le gustaba ponerme
películas de terror cuando sabía perfectamente que tenía miedo a la
oscuridad. En esta misma habitación, desde que tenía uso de razón, habían
ocurrido muchas cosas… Mis mejores recuerdos estaban entre estas cuatro
paredes. Y ahora estaba completamente vacía. Solo había dejado la cama y
el mobiliario. Nada más.

Suspiré y salí de la habitación. Decidí esperar en el salón.

Recibí un mensaje en el móvil.

ROBERTO PELOTAS

Vamos a colarnos unos amigos y yo en un bar.

El camarero es amigo y nos vende todo el alcohol que queramos.

Te apuntas?? Y ya nos invitas a unas copas.


ALEX WILSON

No puedo.

Mañana se va mi hermano a Londres y quiero pasar tiempo con él.

ROBERTO PELOTAS

Como quieras.

ROBERTO PELOTAS

Nos jodes la fiesta porque ninguno tenemos dinero, pero bueno…

Pásatelo bien.

Dejé el teléfono en la mesita de centro y me recosté en el sofá. Me pasé


las manos por la cara.

Mi madre apareció por la puerta, con una expresión cansada en el rostro,


el cabello cobrizo recogido en un moño deshecho y vestida con unos
vaqueros y una camiseta de manga corta. Algo cómodo después de pasarse
todo el día en la oficina.

—¿Todavía no ha vuelto?

Negué con la cabeza.

—¿Te apetece algo de cenar?

—He pedido pizza para los dos. No tardará mucho en llegar.


—Está bien.

—¿Todo bien, mamá? Pareces agotada.

—Mucho trabajo, pero estoy bien. No te preocupes.

Se llevó las manos al vientre y sonrió. Después, se dio media vuelta y


subió a su habitación.

Ya era bastante tarde y las tripas me rugían. Si Oliver no llegaba pronto,


en cuanto llegaran las pizzas iba a pegarme tal atracón que no pensaba
dejarle ni una sola porción. Eso por prometerme que estaría de vuelta a las
nueve y ya son más de las diez.

Mi móvil empezó a sonar escandalosamente sobre la mesita.

Mandy.

—¿Podemos hablar ahora? —me preguntó con sequedad.

—¿Sigues empeñada en abrir la relación?

Mandy y yo llevábamos saliendo un par de meses. Ella era la capitana de


las animadoras de mi instituto y yo el capitán del equipo de lacrosse. Fue
Robert, mi mejor amigo, más conocido por los amigos como Roberto
Pelotas, quien nos presentó. A mí ella me gustaba desde nuestro primer
partido juntos. Por eso, cuando me dijo que estaba interesada en abrir la
relación para poder estar también con otras personas, me desconcertó tanto
que me marché de la fiesta que había organizado este fin de semana.

—Sí —instó—. Sigo queriendo abrir la relación.

Resoplé.

—¿Por qué, Mandy? ¿Por qué tanto interés en abrir la relación?


—Ya lo sabes, Alex. Ya te lo he dicho varias veces. Te quiero, y eso no
va a cambiar. Pero a veces viene bien cambiar de aires. Ya sabes, estar con
otra persona y eso… Solo sería sexo. Es que no veo dónde está el problema,
la verdad.

—El problema está en que quieres tener sexo con otros hombres, Mandy.
¿Es que yo no soy suficiente? ¿No te satisfago o qué?

—No hagas preguntas sobre algo cuya respuesta no quieres oír.

Eso me dejó callado.

—Piénsalo de este modo: ¿Te gustaría comer la misma comida el resto


de tu vida?

—Si acepto, y no digo que vaya a aceptar, ¿cuáles serían las reglas?
Porque supongo que habrá reglas, ¿no?

—Sí, claro. Las reglas serían las siguientes: Podemos acostarnos con
quien queramos siempre y cuando la otra persona no esté delante y no se
conozcan. Tampoco se puede repetir con la misma persona. Creo que con
esas dos reglas por el momento vamos bien.

No supe el tiempo que estuve pensándolo, pero finalmente dije:

—Está bien.

—¿Está bien? —repitió, incrédula.

—Abrimos la relación.

—¡Genial! Ahora tengo que dejarte. Te llamo luego.

—Te quie…
Colgó antes de que pudiera terminar la frase.

El timbre sonó. Me levanté para abrir la puerta.

Oliver se encontraba en el umbral, con dos cajas de pizza en las manos y


una sonrisa tensa en el rostro.

—Quiero que sepas antes de que me sueltes un sermón, que he intentado


venir antes, pero Roy ha empezado a pedir rondas y rondas y se me ha ido
el santo al cielo —elevó las cajas de las pizzas—. He interceptado al
repartidor.

—Te vas a librar porque estoy hambriento… Anda, pasa.

Pasamos al salón.

—¿Papá y mamá ya están durmiendo? —me preguntó mientras dejaba


las cajas de pizza sobre la mesa, junto a los cuencos que había preparado
con patatas fritas y palomitas.

—Sí, supongo.

—Bien. Te he traído una cosa.

Lo miré con el ceño fruncido, extrañado.

—Ahora vengo —dijo, antes de salir de nuevo por la puerta para coger
algo que había escondido entre los matorrales. Mientras volvía, me percaté
de que llevaba dos latas de cerveza en las manos.

—¿Y eso? —pregunté en voz baja. Lo último que quería era que mamá
bajara y las viera. No tenía ganas de escuchar que era muy joven para beber
y esas cosas…
—Dijiste que querías tomar tu primera cerveza conmigo antes de irme,
¿no? —sonrió y entró a la casa. Dejó las latas en el salón y se dio la vuelta
para mirarme—. Voy a ponerme cómodo.

Me senté en el sofá y abrí una de las cajas de pizza. Las tripas me


estaban pidiendo a gritos alimento. Me quité las zapatillas de andar por casa
y me acomodé mientras degustaba la porción de pizza con los ojos cerrados.

Oliver bajó poco después con un pantalón corto gris, una camiseta de
tirantes blanca y descalzo. El pelo mojado cayendo por su frente por la
reciente ducha.

Se dejó caer a mi lado y cogió otra porción.

—¿Qué película vamos a ver primero? —me preguntó con la boca llena.
Esa era una costumbre que detestaba de Oliver y que por más que se lo
dijera, seguía haciéndola.

—Primero vamos a comenzar con una buena película de comedia, Dos


rubias de pelo en pecho. Luego continuaremos con la mejor película de
terror de todos los tiempos, o al menos para nosotros, El exorcista.

—Esa sí que es una buena película.

—Lo es —coincidí—. Y terminaremos la noche con una buena dosis de


acción con El regreso de la momia.

—¡Dios, adoro esa película!

—¡Yo también!

—Pues demos comienzo a la noche de los hermanos Wilson.

Presioné el botón play del reproductor y me acomodé en el sofá.


Al final no vimos las tres películas. Y no por falta de motivación, porque
después de tomarnos la cerveza y los refrescos, yo estaba a tope de energía.
Sin embargo, Oliver mañana tenía que madrugar para coger el avión y
quería estar descansado. Por eso pasamos de ver Dos rubias de pelo en
pecho a El regreso de la momia y después fuimos cada uno a su habitación.

Sobre las tres de la madrugada, la puerta de mi habitación se abrió. Yo


estaba despierto porque después de la cantidad de refrescos que había
tomado no podía conciliar el sueño. Oliver se asomó y cuando vio que
estaba despierto, entró.

—¿No puedes dormir? —le pregunté, sentándome en la cama y


apoyando la espalda contra el respaldo.

La habitación estaba completamente a oscuras, pero gracias a la luz de la


luna que entraba por la ventana pude ver el rostro tenso de mi hermano.
Ahora solo llevaba el pantalón del pijama de cuadros, su torso estaba al
descubierto.

—No —suspiró—. No puedo. Y por lo que veo tú tampoco.

Se sentó en la cama. Exhaló con fuerza.

—Demasiada cafeína. ¿Qué te pasa?

—No puedo dejar de pensar en que mañana voy a dejar atrás toda mi
vida, a mis amigos, a mi familia… Sé que mamá quiere que me haga cargo
de su empresa, pero ¿ir a Londres? Está demasiado lejos… Y aquí también
hay buenas universidades como Harvard o Yale. ¿Por qué he tenido que
elegir la única universidad que está en el culo del mundo?
—Me gustaría poder decirte algo para hacerte sentir mejor, pero lo cierto
es que no tengo ni idea.

—No necesito que digas nada, Alex. Solo necesitaba soltarlo…

Se rascó la nunca y se tumbó en la cama, con los brazos abiertos.

—¿Por qué echaste la solicitud a Oxford si no quieres irte lejos?

—Porque Oxford es una excelente facultad y encima adoro la ciudad de


Londres. Pensé que sería una buena idea comenzar en un lugar
completamente nuevo, relacionarme con otro tipo de personas y eso. Pero
ahora que ha llegado el día…

—¿Y por qué no te echas atrás? Tómate un año sabático. Viaja. Disfruta
de tu juventud. No se tiene dieciocho años siempre. Seguro que los papás lo
entenderán.

—Lo haría si los papás no hubieran pagado ya el curso entero de la


universidad, la residencia y todo —resopló, y se cubrió los ojos con el brazo
con frustración—. Solo quiero que el tiempo avance rápido y que toda esta
mierda acabe ya.

—Piensa que solo son cuatro años. Cuando menos te lo esperes estarás
de vuelta y yo tendré que seguir oliendo el horripilante aroma a pies que
dejas por los pasillos.

—He escondido unos calcetines sucios por la casa —dijo. Ladeó la


cabeza hacia mí y me miró con el rostro completamente serio—. Para que
no te olvides de mí.

—Espero que sea una broma…

—Tendrás que esperar a que me vaya para saberlo.


Mostró una media sonrisa canalla y resopló.

—¿Quieres quedarte a dormir?

—Solo si no te tiras pedos…

—No prometo nada.

A la mañana siguiente, cuando desperté, mi hermano ya no estaba en la


cama. Me puse unos pantalones del pijama y entré en la habitación de
Oliver para asegurarme que todavía no se había marchado. Cómo las
maletas seguían en su sitio, bajé a desayunar.

Mi madre estaba sentada en la mesa del salón con el iPad en la mano y


hablando seguramente con algún empleado por teléfono. Como era la
directora ejecutiva de The Wilson Agency, solía estar al teléfono con
bastante frecuencia cuando estaba fuera de la oficina. Aunque también
lograba sacar algo de tiempo de su apretada agenda para estar con la
familia, cosa que todos agradecíamos. Incluso papá también conseguía
tiempo para estar con nosotros, aunque no tanto como mamá.

Saludé a mi madre con un beso en la mejilla y entré a la cocina, donde


María, nuestra cocinera desde hacía más de trece años, preparaba el
desayuno.

—Buenos días, señorito Wilson. ¿Cómo ha dormido?

—Genial, gracias. ¿Qué hay para desayunar?

—¿Qué le apetece?
—¿Hay donuts de chocolate? —pregunté en español.

—Por supuesto. ¿Le apetece uno?

—Sí, gracias. Y un café con leche, por favor.

—Ahora mismo se lo preparo, señorito Wilson. Muy bien su español.


¿Ha estado practicando últimamente?

—Un poco —sonreí.

Me senté al lado de mi madre. Cuando terminó de hablar por teléfono, le


pregunté:

—¿Y papá y Oliver?

—Oliver necesitaba comprar algunas cosas antes del viaje y papá lo ha


llevado al centro comercial. No deberían tardar mucho más. ¿Cómo estuvo
vuestra noche, por cierto?

—Bien. Echaré de menos pasar más noches así con él…

Dibujó una sonrisa y colocó su mano sobre la mía en un gesto cariñoso.

María depositó mi comida y el café delante de mí cuando mi padre y


Oliver entraron al salón. Mi padre besó a su mujer, me pasó la mano por el
pelo como solía hacer siempre y se sentó al lado de mi madre, presidiendo
la mesa. Oliver cargaba una bolsa que dejó en su habitación antes de
sentarse con nosotros.

El desayuno en esta casa siempre se había tomado en silencio porque a


todos nos gustaba esos minutos de paz antes de empezar el día. Sin
embargo, esta vez, no paramos de hablar. Era nuestra última mañana todos
juntos, nuestro último desayuno; hablamos de cosas insignificantes, cosas
que en cualquier otro momento no tendrían ninguna relevancia pero que
esta vez importaba. Guardé cada palabra en mi memoria, la sensación que
me provocaba el estar la familia al completo reunida por última vez.

Todos acompañamos a Oliver al aeropuerto. Una presión invadió mi


pecho en cuanto llegó el momento de la separación. Los ojos se me llenaron
de lágrimas que contuve con todas mis fuerzas. Llorar era lo último que
quería hacer en un momento como este. Me había prometido a mí mismo
que no lloraría, pero ver cómo abrazaba a mis padres para despedirse…

—Bueno, ha llegado la hora —me dijo con ojos vidriosos.

—Sí —susurré.

—Hablaremos todos los días, ¿me oyes? —puso la mano detrás de mi


nuca y tiró de mí hacia él para abrazarme—. Esto no es un adiós, es un
hasta pronto.

—Hasta pronto —repetí—. Hasta pronto.

—Hasta pronto.
2

Oliver cumplió su promesa de hablar conmigo durante el año que estuvo en


Londres. Nos mantuvimos al día de todo lo que hacíamos para que la
separación fuera lo más llevadera posible; yo lo agradecí, sobre todo
cuando Mandy me contó que se había acostado con otro el mismo día que
decidimos abrir la relación. Al parecer, otra regla era que debíamos
contarnos con todo lujo de detalles nuestras relaciones sexuales para no
descuidar la nuestra propia.

Al principio escucharlo me molestó mucho, pero como yo había


accedido a hacerlo, me limité a escucharla y a poner una expresión carente
de emoción para que no supiera cómo me hacía sentir que yo no era
suficiente para ella. Oliver me dijo que si no estaba a gusto en mi relación,
que si me estaba obligando a tener una relación abierta pese a que yo no me
sentía cómodo con ello, debía cortar con ella. Oliver y yo nos habíamos
enfrentado innumerables veces por esto mismo a lo largo del año, porque
según él había algo en mi relación y en mis amistades que no terminaba de
cuadrarle.

Sin embargo, yo no lo veía del mismo modo; Robert había estado a mi


lado desde que nos mudamos y Mandy me hacía sentir especial. Al menos
al principio de la relación… Ahora todo entre nosotros había cambiado
mucho.

Era consciente de que había personas que mantenían una relación abierta
y que se querían como el primer día. Pero lo cierto es que, desde que
nosotros abrimos la relación, Mandy había perdido todo el interés por mí.
Ya no se excitaba del mismo modo cuando la tocaba o cuando la besaba.
Incluso llegué a pensar que me devolvía los besos por compromiso y no
porque ella quisiera besarme.

Ese pensamiento estuvo en mi mente durante un año entero. Yo no había


querido mantener ninguna relación sexual con otra mujer porque no quería
ser hipócrita; si a mí no me gustaba que ella se acostara con otros hombres,
no iba a hacerlo yo. Aguantaba porque la quería, porque si no la quisiera ya
la habría mandado a paseo hacía bastante tiempo. Además, a mí con las
pajas y la imaginación era más que suficiente…

Al menos los primeros meses.

Conforme fue pasando el tiempo, la necesidad de estar con una mujer


era cada vez mayor, y ya que Mandy se negaba rotundamente a acostarse
conmigo poniéndome excusas baratas, decidí que ya era hora de aprovechar
la situación.

Frente al espejo de mi cuarto de baño, sin camiseta y con unos


pantalones que dejaban bastante poco a la imaginación, empecé a echarme
fotos sugerentes para subirlas a mi perfil de Tinder. Robert me había
recomendado esa aplicación, me había prometido que ahí encontraría una
mujer dispuesta a acostarse conmigo.

Conocí a una chica llamada Clara. Le pregunté si le molestaba que yo


estuviera en una relación abierta, y me dijo que no. De hecho, le excitaba.
Pensé que me había tocado la lotería con ella; además de estar buenísima,
quería sexo sin compromiso. Tras hablar durante un par de días con ella y
de habernos pasado alguna que otra foto, me preguntó si quería
acompañarla al concierto de David Guetta que se celebraba este fin de
semana en Washington D.C. Dije que sí, porque tanto tiempo sin follar
estaba pasándome factura.
Aunque primero tenía que pedirle permiso a mis padres para que me
llevaran puesto que no me habían devuelto mi coche después de que Robert
y Pierce vomitaran en los asientos traseros tras una noche de descontrol en
casa de Mandy.

Me costó convencerles, pero finalmente accedieron a llevarme.

El viernes por la mañana, en un intercambio de clases, mientras cogía el


libro correspondiente a la siguiente hora, me percaté de que al final del
pasillo se encontraban Mandy y Robert hablando más cariñosos de lo
normal.

Durante el último mes, su relación había mejorado bastante; antes solían


meterse el uno con el otro por cualquier tontería, se lanzaban miradas de
odio… De hecho, cuando le dije a Robert que me gustaba Mandy, hizo todo
lo posible para que no estuviéramos juntos. Incluso llegó a inventarse
excusas para alejarnos, como que la tenía pequeña o que ella era lesbiana y
solo salía con hombres para que hicieran cosas por ella. En parte, en esto
último, tenía razón; me había dado cuenta de que coqueteaba con hombres
solo para que hicieran cosas por ella, como limpiarle el coche o hacerles los
trabajos de clase. A mí no me importaba porque sabía que eran coqueteos
inocentes, que no llegaría a más porque estaba saliendo conmigo, pero
ahora era diferente. Ahora el coqueteo podía llegar a más, y eso me
inquietaba y preocupaba.

Ella puso su mano sobre el hombro de él, este tenía una expresión pícara
en el rostro, la misma expresión que solía poner cuando estaba ligando con
alguna chica.

Parpadeé varias veces tratando de entender lo que sucedía ante mis ojos
y apreté la mandíbula.

Cerré la puerta de la taquilla con fuerza y me acerqué a ellos.

—¿De qué habláis?


Aunque confiaba en que ninguno de los dos serían capaces de hacer algo
que pudiera lastimarme, llevaba varios días con los sentidos en alerta
porque pasaban demasiado tiempo juntos.

—Robert me estaba contando que se ha tirado a una chica que le ha


dejado marcas en la espalda —me dijo Mandy, con las mejillas sonrosadas
y los ojos brillantes.

—¿Ah, sí? —le pregunté a mi amigo—. ¿Y quién es esa chica?

—No la conoces, no es del instituto. La conocí por Tinder.

—Bueno, yo tengo que irme —dijo Mandy—. Nos vemos luego.

Se inclinó para darme un beso en la mejilla y miró a Robert con una


expresión que no logré identificar antes de irse. Contoneó el culo de esa
forma tan suya mientras se alejaba, asegurándose que todos los chicos que
había por el pasillo la contemplaran.

—No me habías dicho que habías conocido a una chica.

Robert se irguió y frunció el ceño.

—¿Y desde cuándo tengo que darte yo a ti una explicación?

—No estoy diciendo que tengas que darme explicaciones de lo que


hagas —repliqué—. Somos amigos, y se supone que los amigos se cuentan
este tipo de cosas, ¿no? Yo te cuento todo lo que me pasa.

—Pero no que vas al concierto de David Guetta. Sin mí, por cierto.

—¿Quién te lo ha dicho?

Aunque ya sabía la respuesta.


—Mandy. Me ha dicho que vas a quedar con una chica.

—Sí —suspiré—. He estado pensando mucho lo que me dijiste y creo


que tienes razón: Mandy se ha acostado con quién ha querido desde que
abrimos la relación. Yo también tengo derecho a follar con otras mujeres,
¿no?

—Por supuesto. Es esta noche, ¿cierto?

Asentí.

—Pues es una pena que no vayas a estar —dijo—. Había pensado en


hacer una quedada en mi casa. Una fiesta pequeña. Ya sabes, solo los del
grupo.

—Si en vez de hacerla hoy la haces mañana sí que podría ir.

—No, mañana imposible.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué?

—Porque estoy ocupado. Y domingo tampoco se puede porque el lunes


tenemos examen. Tiene que ser esta noche sí o sí.

—Bueno, también puedo hablar con la chica y decirle de vernos otro día.
Tampoco tengo muchas ganas de estar dos horas y media encerrado en un
coche por un polvo, la verdad.

—No. Jamás se cancela un polvo, Alex. Si ya has quedado con la chica,


vas y haces lo que tengas que hacerle. Nosotros quedaremos un rato y
después cada uno a sus casas. No te perderás nada. Oye, ¿tienes algo de
dinero? Es que no me he traído nada para comer y estoy muerto de
hambre…

—Claro. Espera.

Saqué mi cartera y conté los billetes.

—Tengo cuarenta dólares… ¿Cuánto necesitas?

—Eso está bien.

Cogió todos los billetes y se los guardó en el bolsillo del vaquero.

Yo me quedé con la mano alzada, paralizado.

—Pero…

—Muchas gracias, tío —dijo, abrazándome—. Eres el mejor.

Y con las mismas, se marchó, llevándose mi dinero para comer.

Esa misma tarde, mientras me preparaba para el concierto, escribí un


mensaje a Mandy para decirle que estaba a punto de irme. Tampoco sé que
esperaba, tal vez un mensaje que dijera que no fuera, que no podía soportar
la idea de verme con otra mujer, del mismo modo que la imagen de ella con
otro hombre me hervía la sangre. Sin embargo, lo que recibí fue una
respuesta que en el fondo esperaba:

MANDY
Ya me contarás qué tal ha ido todo ;)

Me puse la camiseta, me até las Converse y me eché un poco de mi


perfume favorito. Por último, guardé unos cuantos preservativos en la
cartera antes de meterla en el bolsillo trasero del vaquero.

Mi padres esperaban en el salón. Mi madre vestía unos vaqueros negros


y una blusa de tirantes azul marino. Sus pendientes de perlas brillaron con
la misma intensidad que sus ojos mientras desanudaba la corbata de mi
padre, que acababa de llegar de trabajar.

—¿Por qué no me dejáis el coche? —pregunté cuándo terminé de bajar


las escaleras. Miré a mi padre—. Acabas de salir de trabajar y debes estar
cansado…

—No hace falta —dijo él—. Me doy una ducha y nos vamos.

Resoplé y me senté en el sofá.

Mi madre se sentó a mi lado.

—¿Mandy también va al concierto?

—No. Ella irá a la fiesta de Robert.

Su ceño se frunció en una expresión confusa.

—¿Entonces con quién vas a ir al concierto? ¿Solo?

—Sí —encogí los hombros—. No hay nada de malo en ir solo.

—Por supuesto que no, pero no sé, Alex —suspiró—. Ya sé que te he


dicho esto un montón de veces, pero es que no recuerdo cuando tus amigos
vinieron por última vez a verte y no para pedirte algo. Robert solo te habla
cuando necesita dinero y Mandy…

—No quiero seguir hablando de esto.

Me incorporé y tuve la intención de esperar a mi padre en el coche, pero


su voz me detuvo.

—Mandy no te quiere.

Me giré y la miré. Su expresión era inquieta y nerviosa, sus labios se


apretaban tan fuerte contra sí que supuse que sabía algo que yo desconocía.

—¿Por qué dices eso?

Ella se cruzó de brazos y apartó la mirada.

—Mamá —insistí. Di un paso hacia ella—. ¿Por qué dices eso?

—El otro día, estaba conduciendo de camino a casa cuando…

Mi padre bajó justo en ese momento con una radiante sonrisa.

—¿Nos vamos?

No pude sacarme de la cabeza las crudas palabras de mi madre mientras iba


en la parte trasera del coche, la seguridad con la que hablaba, la expresión
triste de su mirada. Mandy no me quería. Yo también llevaba tiempo
cuestionándomelo, había estado evitando pensar en eso todo lo posible pero
ahora… era real. Una explosión de realidad que mi propia madre había
colocado frente a mis ojos.
El sol ya empezaba a ponerse en el exterior, la brisa balanceaba
suavemente las copas de los árboles que bordeaban la carretera de camino a
Washington D.C. Yo no estaba prestando atención a lo que mis padres
hablaban, estaba más centrado en Mandy. Hasta que mi madre ladeó la
cabeza y me miró con sus ojos castaños rebosantes de arrepentimiento y
pesar, aunque trató de reprimirlo con una sonrisa.

—¿Me has oído? —me preguntó.

—Lo siento, no. Estaba… pensando. ¿Qué decías?

—Elige una canción.

—Me da igual, mamá. Poned la que queráis.

—Ya sé cual poner —dijo mi padre.

Toqueteó la pantalla táctil del coche donde aparecía la lista de


reproducción de Spotify. Poco después, los acordes de I Don’t Want To Miss
A Thing de Aerosmith sonaban por los altavoces. Yo cerré los ojos y
contuve la sonrisa que se me escapaba.

Era nuestra canción. La canción que mi padre nos enseñó a Oliver y a mí


cuando éramos pequeños y que siempre nos ponía de buen humor. Era justo
lo que necesitaba en un momento como este, perderme en la voz de Steven
Tyler.

Mi padre y mi madre se pusieron a cantar. Eso me hizo reír, porque a


pesar de ser unos padres increíbles y unos empresarios de la leche, eso de
cantar no era su fuerte. Sin embargo, escucharlos me hizo olvidar todo lo
malo.

Y entonces me di cuenta.
Me percaté de que en el año que llevaba de relación con Mandy, en
realidad no la quería. Yo creía estar enamorado de ella, pero lo cierto es que
estaba enamorado de la idea de estar con ella. Por eso decidí que era el
momento de romper… Mandy y yo no estábamos hechos para estar juntos.
Estaba completamente seguro de que pronto conoceré a una mujer que me
mire como mis padres se miraban cada mañana al despertar, una mujer que
me haga sentir que estoy en una puta montaña rusa, que me vuelva loco y
que no pueda pasar un día sin estar con ella.

Y canté.

Yo también canté con mis padres. Porque por primera vez veía luz al
final del túnel. La luz de mi libertad. Mi madre giró la cabeza hacia mí y
sonrió, justo antes de que otro coche nos embistiera y todo se volviera
negro.

Me dolía todo el cuerpo. Tenía la boca seca, los párpados me pesaban tanto
que para abrir los ojos me requería un gran esfuerzo. Escuchaba el leve
pitido de una máquina a mi lado y voces difusas que no lograba identificar.
Imágenes del accidente me invadieron la mente; un coche embistiéndonos
por la derecha, nuestro coche cayendo por un barranco, el rostro de mi
padre desfigurado, mi madre con un enorme tronco de árbol atravesándole
el hombro…

Abrí los ojos, sobresaltado. El corazón me latía tan rápido como


sucedían las imágenes en mi cerebro. Grité por el dolor que tenía, por la
presión que tenía en el pecho que no me dejaba respirar. Logré ver a mis
tíos Hannah y Harry a mi lado, tratando de tranquilizarme. Me revolví para
quitarme sus manos de encima. Necesitaba ver a mis padres. Saber que se
encontraban bien.
Pero entonces un hombre vestido con una bata blanca me inyectó algo
en el brazo. En cuestión de segundos noté que el cuerpo dejaba de
responderme y que volvía a quedarme dormido, encontrándome de nuevo
con esa oscuridad tan familiar.

Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que vi fue el rostro de mi tía
Hannah mirando por la ventana, sentada en uno de esos incómodos sillones
de hospital que se encontraba al lado de la cama. Tenía unas sombras negras
alrededor de los ojos rojos y vidriosos, como si hubiera estado llorando
durante horas. Incluso días.

Traté de decir algo, llamar su atención, pero tenía la boca tan seca que
no podía hablar. Las palabras se me quedaban en la garganta. Por más que
quise moverme, el cuerpo seguía sin responderme, como si de cuello para
abajo me hubiera convertido en piedra y moverme requería una energía que
no poseía.

El gruñido que solté alertó a mi tía. Ella se giró hacia mí y limpió la


lágrima que le recorría el rostro antes acercarse y tomar mi mano con una
leve sonrisa.

—¡Harry! ¡Alex ha despertado!

Mi tío apareció por la puerta junto con el doctor.

—¿Cómo estás, campeón? —me preguntó Harry tras colocarse al lado


de su mujer.

—No siento las piernas —murmuré, preocupado.


—Eso es por el sedante —respondió el doctor con una sonrisa
despreocupada—. En cuanto el efecto del sedante desaparezca, volverás a
sentir las piernas.

Suspiré, aliviado.

—¿Y por qué lloráis?

Los dos intercambiaron una mirada temerosa y triste y el corazón


empezó a latirme con fuerza bajo mi pecho.

—¿Cómo están mis padres? —pregunté con el corazón encogido.

Ellos no respondieron.

Tampoco hizo falta.

—Lo sentimos mucho, Alex… —murmuró mi tía entre sollozos. Apretó


los labios y balbuceó—: Tus padres… —negó con la cabeza y suspiró—.
No han sobrevivido al accidente.

A esas alturas no pude contener las lágrimas y empecé a llorar. En ese


momento quise gritar, levantarme y golpear cualquier cosa. Cerré los ojos
con la esperanza de que esto fuera una maldita pesadilla, que cuando
despertara estaría de nuevo en casa, mis padres estarían en el salón
desayunando y nos tomaríamos el desayuno en silencio, como solíamos
hacer siempre. Pero no fue así. Lo que veía era la puñetera realidad. Una
realidad que ahora tendría que vivir sin mis padres.

El congojo que sentía me dejó sin respiración, una fuerte presión en el


pecho que impedía pasar el oxígeno a mis pulmones. Sollocé. Grité y
maldije por dentro. Me di la vuelta, dando la espalda a mi familia. No
quería ver a nadie. Necesitaba estar solo…, pero no lo conseguí. Me
acompañaba la culpabilidad por haber matado a mis padres.
3

Los días siguientes fueron bastante jodidos.

Hacerme a la idea de que mis padres ya no iban a estar el día de mi


graduación, que no podrán asistir a mi boda, que jamás conocerán a mis
hijos… Fue duro. Teníamos planes que ya no podremos hacer; el verano
que viene íbamos a visitar a Oliver a Londres para hacer un crucero por el
Mediterráneo juntos. Esto último no me entusiasmaba demasiado, pero
ahora que no iba a hacerlo…

Oliver apenas me llamaba desde que supo lo del accidente. Un día me


dijo que era porque estaba muy liado y no tenía tiempo para coger el
teléfono móvil. Aunque para hablar con los abogados de mis padres
siempre tenía tiempo… Los que sí estuvieron a mi lado en todo momento
fueron mis tíos, no se apartaron de mí en el tiempo que estuve ingresado en
el hospital. Incluso mis primos pequeños vinieron a verme. El pequeño
Charlie de dos años y la pequeña Megan de uno. Ellos fueron los únicos que
consiguieron sacarme una sonrisa desde que mis padres fallecieron.

Ni Mandy ni Robert vinieron a verme. Tampoco me sorprendía… Robert


solo acudía a mí cuando necesitaba algo y Mandy…, bueno, ella vive
enamorada de ella misma. Ni mensajes ni llamadas de ninguna de las dos
partes. Fui yo quien tuvo que llamarles para saber cómo estaban, y lo único
que conseguí fueron excusas baratas sobre por qué no habían podido ir a
visitarme durante las cuatro largas y desesperantes semanas que estuve
ingresado.
Quien sí vino a visitarme fue María al lado de su familia. Hannah y
Harry se sorprendieron al ver a siete personas hablando en español sin
parar. Yo ya estaba acostumbrado. María me había invitado en varias
ocasiones a cenar en su casa para que siguiera practicando mi español. Yo
les saludé a todos y agradecí que vinieran, pero estar rodeado de gente era
lo último que me apetecía hacer.

El día del entierro, por la mañana, mientras me preparaba para


despedirme definitivamente de mis padres, recibí una llamada que terminó
destrozándome:

—¿Estás ya aquí? —pregunté nada más responder.

—Tengo malas noticias, Alex. No voy a poder ir al entierro. Los


abogados de mamá no dejan de ir detrás de mí para que dirija las dos
empresas. Ahora mismo estoy a tope entre los estudios y ser el director
ejecutivo…

—¿Y por qué no se ocupa Martin de todo por unos días?

Martin era el abogado de mi madre y también uno de los mejores amigos


de ambos. Él podría encargarse de mantener las empresas un par de días
mientras Oliver venía a casa a despedir a nuestros padres.

—Martin ahora mismo tiene mucho trabajo entre la sucesión de ambas


empresas, poner a nuestro nombre el patrimonio familiar… Por cierto, te
enviará los papeles para que firmes y recibas tu parte de la herencia. Hasta
que cumplas los dieciocho años me encargaré yo de todo, pero…

—Por mí como si te lo quedas todo, Olive. Yo solo quiero que estés


aquí… Me prometiste que ibas a estar en el entierro, me dijiste que no me
ibas a dejar solo…

—Lo siento, Alex. Me gustaría estar, pero en serio que no puedo.


Asentí, tratando de asimilar sus palabras. Sujeté con fuerza el teléfono y
reprimí el impulso de lanzarlo contra la pared con todas mis fuerzas.

—Entonces no hace falta que vuelvas nunca más —musité.

—Alex…

—No, Oliver. Me prometiste que ibas a estar a mi lado este día y al final,
como siempre, lo más importante para ti es el dinero y la empresa. Por eso
te marchaste…

—Eso no es justo —repuso con indignación.

—¡Lo que no es justo es que mi hermano mayor prefiera el puto dinero


antes que estar con su hermano en uno de los momentos más difíciles de su
vida! ¡Nadie mejor que tú sabe lo culpable que me siento por sus muertes,
lo difícil que será para mí este maldito día! ¡Y aún así prefieres quedarte en
Londres!

—No es que prefiera quedarme en Londres, Alex. Debo quedarme aquí


por el bien de los dos. ¿O es que prefieres que renuncie a todo y que nos
quedemos en la calle? ¿Acaso quieres perder todo por lo que nuestros
padres lucharon?

—¡Lo que quiero es a mi hermano!

Las lágrimas amenazaban por escapárseme por la impotencia de no


poder hacer nada, de no poder ir a Londres, cogerle de las orejas y traerlo a
rastras hasta aquí…

—Intentaré ir cuando pueda, ¿vale? Te prometo que iré.

—No prometas algo que no sabes si podrás cumplir.


—Lo cumpliré —aseguró.

Respiré hondo y traté de calmarme.

—Mira, Oliver, haz lo que te dé la puñetera gana. No voy discutir


contigo. Si no quieres venir al entierro de nuestros padres, está bien. No
pasa nada. Ahora, no quiero que vuelvas a dirigirme la palabra. Para mí, tú
también estás muerto.

Colgué y lancé el teléfono contra la pared. El impacto provocó que se


convirtiera en mil trozos pequeños que se extendieron por el suelo de
madera.

Yo me dejé caer al suelo y me abracé las piernas, invadido por la ira, la


pena y el dolor que sentía. Que Oliver me dejara solo en este día me hacía
sentir insignificante, un peluche estropeado y perdido en una enorme
juguetería repleta de juguetes nuevos y relucientes. Un peluche al que todos
abandonaban. Un peluche que todos usaban y después tiraban a la basura.

Hacía mucho tiempo que me sentía así, tanto que ya no recordaba un


momento en el que era realmente feliz. Había rayos de luz en el oscuro
túnel en el que me encontraba, como cuando estaba con mis padres, con mi
hermano o jugando al lacrosse. Esos rayos se apagaban nuevamente en
cuanto Mandy o Robert aparecían para volver hacerme sentir una mierda…
Al principio no me daba cuenta de lo jodido que estaba, de lo mal que me
sentía conmigo mismo. Pero ahora… Joder, ahora mismo daría todo lo que
tengo para cerrar los ojos y no volver a abrirlos jamas.

No sé el tiempo que estuve en mi habitación llorando, a oscuras y con un


silencio atronador, pero me pareció una auténtica eternidad. No fue hasta
que mi tía Hannah llamó a la puerta para ver si estaba listo que me levanté
del suelo. Me limpié rápidamente las lágrimas y me obligué a mí mismo a
sonreír… No lo conseguí.
Acudió mucha gente al entierro. Demasiada gente para mi gusto. Mis
padres tenían muchos amigos. Sin embargo, yo no conocía a nadie.
Ninguno de mis amigos vinieron, ni siquiera Robert ni Mandy; por la
mañana había recibido un mensaje donde me decían que no podrían venir
porque estaban muy ocupados haciendo juntos un trabajo de literatura…
Eso me enfadó muchísimo. Y no porque no me acompañaran, que también,
sino porque me estaban tomando por gilipollas. ¿Cómo iban a tener que
hacer juntos un trabajo de literatura cuando ni siquiera iban a la misma
clase?

Después del entierro me encerré en mi habitación. Me quité la ropa, me


di una ducha de agua fría y me puse el pijama. Estaba agotado. Me tumbé
en la cama y abracé a la almohada mientras recordaba el día en que
llegamos a esta casa; yo tenía unos trece años y la casa me encantó.
Siempre me había gustado vivir en una mansión de tres plantas cuyos
pasillos eran tan largos que podías perderte en ellos. Ahora, una casa tan
grande me hacía sentir del tamaño de una hormiga… Recuerdo que por
aquella época todavía me daba miedo la oscuridad, y mi madre me compró
una bombilla en forma de luna llena. «Esta luna iluminará tus sueños para
que puedas descansar», me dijo.

Aún conservaba la bombilla en su sitio. No la encendía porque ya no me


daba miedo la oscuridad, pero me traía buenos recuerdos. Al igual que la
fotografía que colgaba del tablón de cuándo fuimos a la playa, o cuando
viajé por primera vez a Nueva York, o cuando jugué mi primer partido de
lacrosse.

Les echaba tanto de menos…

Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Apreté los labios con fuerza y me
obligué a dejar de llorar. Ya había llorado lo suficiente las últimas semanas.
Ahora lo que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejar acabar este maldito
día de una puta vez.
I Don’t Wanna To Miss a Thing sonaba por la radio del coche. Mis padres y
yo cantábamos alegremente la canción como tres auténticos seguidores del
grupo Aerosmith. Ellos se miraban y reían. Yo me sentía la persona más
feliz del mundo.

Al menos hasta que el coche impactó contra nosotros, haciendo que


cayéramos por un barranco; me golpeé la cabeza una, dos, tres y hasta
cuatro veces. Todo a mi alrededor daba vueltas, los brazos se me movían
solos.

En cuanto el coche se detuvo, estábamos bocabajo. Yo notaba la sangre


deslizándose por mi frente y por los brazos, manchándome tanto el rostro
como la ropa que llevaba. Me dolía un montón la cabeza, pero aún así me
moví para quitarme el cinturón de seguridad y tratar de salir del coche.

Conseguí desabrochar el cinturón. Mi cuerpo cayó como un peso


muerto entre los cristales rotos que había, clavándoseme algunos en el
costado y en la espalda. El brazo derecho me dolía al mínimo movimiento.
Me deslicé cómo pude por el escaso espacio e intenté abrir la puerta
golpeándola con los pies, pues estaba atrancada. Al no poder abrirla,
decidí meterme por el hueco vacío que había dejado el cristal de la
ventanilla al romperse y salir al exterior.

Fuera, me clavé la punta de una piedra en las costillas al caer al suelo


repleto de hojas secas, piedras y ramillas. Solté un gruñido, me apoyé con
la mano que tenía sana para tratar de incorporarme y ayudar a mis padres.

Pero ellos ya no estaban en sus asientos.

Observé mi alrededor con la esperanza de encontrarlos. Tal vez habían


podido salir y estaban buscando ayuda…
Entonces los vi. Estaban detrás de mí, quietos como dos estatuas de
piedra recién pulida, las manchas de sangre resplandecían de un modo
inaudito, como si estuvieran hechas de diminutos diamantes. Sus rostros,
inexpresivos. Sus ojos, apagados. Sin vida.

—¿Mamá? —mi voz sonó distante, como si estuviera a kilómetros de


distancia—. ¿Papá?

Estiraron la mano hacia mí, el sonido de sus huesos al crujir me


estremecieron.

—Tú nos has matado —dijeron al mismo tiempo.

—¿Qué? ¡No! ¡Ha sido un accidente!

Un accidente.

Un puñetero accidente.

—Nos has matado.

—¡No!

Los dos desaparecieron nuevamente, para aparecer en el interior del


coche, en los asientos delanteros y en la misma postura que estaban al caer
del barranco. Cuando quise ir hacia ellos para sacarlos, el coche explotó.
La onda expansiva me empujó hacia atrás, mi cuerpo salió volando y cayó
al suelo, golpeándome la cabeza.
Me levanté gritando, con el corazón latiendo a mil por hora y el cuerpo
bañado en sudor. Quería borrar de mi mente esas imágenes, sacarlas a
golpes; me golpeé la cabeza una, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces. Lo
que fuera para olvidar la pesadilla. Lo que fuera para que el dolor que sentía
en el pecho disminuyera. Me tiré del pelo, quedándome con algunos
mechones en las manos.

La puerta de mi habitación se abrió. Los ojos de Harry se abrieron


sorprendidos al verme. Se acercó a la cama y me estrechó entre sus brazos
para que dejara de pegarme. Yo me resistí, necesitaba eliminar de mi mente
la imagen de mis padres acusándome, sus caras antes de la explosión…

—¡Es mi culpa! —grité mientras me revolvía sobre la cama e intentaba


quitarme sus brazos de encima—. ¡Yo los maté! ¡Yo los maté! ¡Es mi culpa!

—Ha sido una pesadilla…

Finalmente consiguió retenerme. Me sujetó con fuerza mientras yo


apoyaba la cabeza en su pecho con los ojos cerrados. Todavía veía sus
rostros en la oscuridad, escuchar sus huesos romperse…

—Yo los maté, Harry —balbuceé entre sollozos—. Es mi culpa.

—Tú no tienes culpa de nada, Alex. Fue un accidente.

—No, Harry. Tú no lo entiendes… Yo los maté…

Harry no dijo nada más. Simplemente se quedó ahí, a mi lado, hasta que
volví a quedarme dormido.

Los siguientes días todo fue a peor.


Mandy me escribió para romper conmigo después de la noche en la que
prácticamente me obligó a salir de fiesta a pesar de que yo le dijera que no
estaba en condiciones de salir. Allí tuve un fuerte enfrentamiento con un tío
porque ella que me dijo que había estado mirándola mal desde que llegamos
al bar del amigo de Robert. Ver toda esa sangre tiñendo mis puños, su
cuerpo inmóvil tumbado en suelo… fue cuando me di cuenta de que estaba
perdiendo el control de mi vida y que debía hacer algo. Y fui a ver a un
psicólogo.

Después de eso, mi vida empezó a mejorar un poco. Empezaba a aceptar


las muertes de mis padres y que el curso que viene empezaría de nuevo en
un pueblo diferente, en un instituto diferente… En el fondo de mi corazón
sabía que eso era lo mejor para mí, aunque no lo demostré de la mejor
forma posible; me comporté como los idiotas de mis amigos y robé dinero a
mis tíos para poder emborracharnos en el bar del amigo de Robert, el
mismo local donde días atrás estuve a punto de matar a un hombre con mis
propias manos. Pero lo peor de todo es que pagué con mis tíos mi
frustración y mi ira solo porque me obligaban a marcharme a un pueblo
donde no conocía a nadie…

Había entrado en una espiral de odio hacia todo el mundo y ya no sabía


cómo salir, aunque el doctor Elias Meyer me ayudó bastante. Me hizo
entender que las personas a las que yo llamaba amigos, realmente no lo eran
si me habían dejado de lado en un momento tan difícil para mí. Me hizo
entender que Mandy nunca llegó a quererme de verdad. Me hizo entender
que para ellos solamente era un niñato con pasta al que podían manipular a
su antojo.

Por eso empecé a alejarme de ellos. O ellos se alejaron de mí primero,


no lo sé. Cada vez que nos encontrábamos por los pasillos, ellos me
miraban y después apartaban la mirada. Me convertí en la sombra de lo que
fui. Incluso me quitaron de capitán y pusieron a Robert porque según ellos
no estaba completamente centrado en el equipo.
—Siento mucho que la muerte de mis padres esté perjudicando al equipo
—les contesté con rabia.

Nuestra relación llegó a un punto en el que me daba pereza hasta


entablar conversación con ellos. Solamente pensaban en fiestas, beber y
divertirse. Tampoco los culpaba, yo también pensaba así. Sin embargo,
después de sobrevivir a un accidente mortal y de perder a mis padres, las
perspectivas que tenía de la vida habían cambiado. Las fiestas ya no eran
algo primordial para mí, sino la familia, y el alcohol había sido sustituido
por la lealtad. Lealtad que yo no conocía porque después de dejar el equipo,
mi supuesto mejor amigo Robert dejó de hablarme sin ningún motivo. Poco
después descubrí que Mandy y él habían estado manteniendo una relación
en secreto desde hacía poco más de un año. La chica que le había dejado
unos enormes arañazos en la espalda… fue Mandy.

Eso terminó hundiéndome más en el oscuro y profundo pozo de la


soledad. Fui a clase sin relacionarme con nadie, tampoco es que alguien
tuviera interés de ser mi amigo después de convertirme en el paria de los
populares. Uno de los mayores problemas adolescentes es dar más valor a
lo que piensan de ti, y cuando Robert y Mandy hicieron pública su relación
—cerrada, porque claro, que quisiera abrir nuestra relación solamente era
una excusa para poder follarse a Robert— les contaron a todos que la
maltrataba. Que tuviera moretones en la cara y heridas en los puños no
ayudaba mucho a mi versión de los hechos, por eso todos les creyeron; el
doctor Elias me recomendó que hiciera ejercicio para liberar la ira que me
corroía, y el boxeo era lo único que me relajaba. De ahí a que tuviera tantas
magulladuras y hematomas por el cuerpo.

En pocos días pasé de ser el capitán del equipo de lacrosse a un puto


maltratador…

Mis tíos no sabían nada del tema hasta después de acabar el curso con
honores. Dejar el equipo y dejar de salir con mis amigos me dio más tiempo
para estudiar. Sin embargo, después del desastroso curso que había pasado,
de las noches llorando que me había pegado por no comprender que las
personas a las que creía que yo significaba algo para ellos, decidieran
alejarse de mí y apuñalarme por la espalda de la peor manera posible. No,
no pensaba volver a pasar por eso. Yo prefería aprender el oficio de mi tío,
trabajar en su taller y ahorrar para algún día poder viajar a un sitio donde
echar raíces, donde poder establecerme y crear una familia.

Eso era lo único que quería.

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