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1.

El origen de la filosofía
Por su naturaleza intrínseca, el ser humano tiene la necesidad de explicar el
mundo, dar respuestas que nos permitan guiarnos y saber a qué atenernos. Frente
a esto, surgen los mitos, de carácter imaginativo, narraciones transmitidas
oralmente de generación en generación que explicaban los fenómenos naturales
mediante su personificación con dioses o héroes. Por ello, ofrecían una explicación
total a los problemas del momento, aunque eran acatados principalmente por
autoridad de la tradición. De esa manera, todo dependía de la voluntad de unos
dioses variables, dotando de arbitrariedad y caos al mundo.
En contraposición, aparecen a finales del s.VII- comienzos del s.VI a.C. en ciertas
colonias griegas una serie de pensadores que buscaban un orden o regularidad a
los fenómenos naturales (Cosmos) a través de la razón (Logos) y prescindiendo de
dioses, buscando las causas relacionando unas cosas con otras en su interconexión
y dando respuestas homogéneas. Esto fue posible gracias a la tolerancia religiosa
de las colonias, el ambiente cosmopolita presente y la existencia de tiempo de ocio
para filosofar, pues, además, los mitos no podían explicar aspectos políticos.

2. Los primeros filósofos


La primera etapa de la filosofía antigua: El periodo cosmológico (s.VI-s.V a.C.), cuyos
filósofos se denominan presocráticos (aun siendo algunos contemporáneos a
Sócrates), presentan un interés por la naturaleza, cambio y origen común (Physis),
interpretando naturaleza como conjunto de todo lo existente (excluyendo lo
artificial) y como sustrato último de la realidad, es decir, del que emanan todos los
seres naturales, presentando un orden dinámico.
Distinguían la apariencia de la realidad, pues pensaban que el orden que obedecen
solo puede explicar suponiendo que tienen un mismo origen común, o esencia,
que es lo que es una cosa; a diferencia de la apariencia, aquello variable que es lo
que parece ser. La primera es el fundamento de la unidad, frente a la multiplicidad
de estados y apariencias, siendo la esencia conocible mediante la razón y la
apariencia perceptible mediante los sentidos. Esto deriva en el pensamiento de la
existencia de uno o unos pocos elementos a los que todo se reduce: el arjé.
Los filósofos que creían en la unidad del arjé se denominan monistas. La escuela de
Mileto fue la primera. El primer filósofo, Tales, pensaba que el arjé era el agua,
seguido por Anaximandro, que estableció el apeirón (lo indefinido) como arjé.
Anaxímenes lo situó en el aire, por su carácter infinito, que creía podía formar todo
a través de procesos de rarefacción y condensación.
Fuera de ello, la Escuela Pitagórica estableció como arjé el número, al percatarse
de las proporciones numéricas que sigue la naturaleza, entendido como una
entidad formal. Creían en una armonía dada por la unión de contrarios (par-impar,
día-noche, etc.), además del concepto de transmigración de las almas, por la cual
éstas estaban obligadas a reencarnarse en cuerpos con variable nivel de perfección
en función de la vida anterior del alma.
Heráclito definía la physis mediante aforismos (pequeñas sentencias que se
propone como regla), y la concebía como una realidad sujeta a cambios o bajo un
fluir incesante gracias a la lucha de contrarios, que es regulada y otorgada de orden
por su arjé: el fuego, otras veces mencionado como logos, lo que podía explicar
también la actuación humana.
Parménides explicó su arjé, el ser (como algo eterno, inmutable e incorruptible),
mediate un poema con una explicación, por la cual una persona puede caminar por
la vía de la verdad mediante el uso de la razón, bajo su celebre conclusión: el ser es
y no puede no ser, y el no ser no es y no puede ser, pues considera que el no ser es
en sí una contradicción y no se puede considerar; o caminar por la vía del error si
te guías únicamente por tus sentidos, siendo aquí donde están la mayoría. Todo
esto sería tratado en profundidad por Zenón.
Por otra parte, los que creían en la pluralidad dentro del arjé se consideran
pluralistas, que toman varios elementos dotándolas de un carácter eterno, para
evitar caer en la paradoja del no ser. Empédocles establecía la base en los
elementos: fuego, agua, aire y tierra, que se combinaban en distintas proporciones
para formar todo cuanto existe, uniéndose gracias al amor y se separaban
mediante el odio, ambas entendidas no como concepto afectivo, sino como fuerzas
universales. Por otra parte, Anaxágoras estableció la base en las “semillas” o
“homeomerías”: unidades cualitativa y cuantitativamente distintas (tantas como
cosas existen), que eran unidas mediante un nous o inteligencia ordenadora, que
ponía en movimiento el caos originario y lo convertía en una realidad ordenada
(principio dinámico). Por último, Demócrito estableció la base en el átomo:
partículas indivisibles, eternas, indestructibles e inmutables, diferenciados según
su cantidad y forma, combinándose entre sí por acción puramente
mecánica ,formando todo lo real y habiendo una necesidad de la presencia de
vacío entre los átomos para su libre movimiento.

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