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Pese a que la filosofía de Epicuro engloba las principales ramas de la filosofía, se centra en la ética, y de esta, en un aspecto concreto: la felicidad.
Cuestión básica según Epicuro, pues es la principal motivación que persigue todo ser humano en su vida.
Existen dos factores que determinan nuestro grado de felicidad: el placer y el dolor. El primero nos acerca a ella, mientras que el segundo nos aleja
de la misma. De este modo, Epicuro determina que la clave de una vida feliz es conseguir acumular la mayor cantidad de placer mientras reducimos
al máximo el dolor. De hecho, esta segunda parte de la fórmula es más importante que la primera. El requisito indispensable para una buena vida
es la erradicación del dolor.
Epicuro es, por tanto, un hedonista, sí, pero no de la manera de otros filósofos, como por ejemplo Aristipo de Cirene (que es lo que se entiende
normalmente por hedonista: un amante de los placeres corporales). El de Samos apuesta por el placer, pero lo hace desde un punto de vista del
todo racional. Los principales placeres que hemos de perseguir no son los corporales, pues, pese a su intensidad, son efímeros y desaparecen
enseguida. Hemos de buscar antes los placeres espirituales. Ahora bien, para escoger y saciar cualquier deseo placentero, es necesario hacer uso
de una virtud, la prudencia, pues sólo con ella podremos disfrutar de un modo inteligente. Es gracias a la prudencia que somos capaces de rechazar
un placer que más tarde podría provocarnos dolor (como ocurre con las adicciones).
Es ahí donde se producen los grandes malentendidos en la filosofía de Epicuro. No apuesta, en absoluto, por una existencia lasciva y descontrolada;
al contrario, apuesta por una existencia moderada y basada en el autocontrol, pues considera que, de esa manera, se maximiza el placer y se evita,
en lo posible, el dolor. Es por ello por lo que centra su búsqueda de aquellos placeres que son seguros y a largo plazo.
¿En qué se traduce entonces su idea de una vida feliz? En una vida sencilla, con sólidas amistades, pequeños placeres y alejada de tensiones
innecesarias. Una vida tranquila, sin excesos. Independiente. Autónoma. Autárquica. Una vida basada en el mismo principio de la filosofía estoica:
la ataraxia. La tranquilidad de ánimo. La paz de espíritu. Y toda su filosofía está enfocada a ello. Para Epicuro, el conocimiento no sirve para nada si
no ayuda al hombre a ser feliz.
Un agnóstico deísta
Puede que el lector, tras lo leído anteriormente, considere a Epicuro un ateo recalcitrante, si bien no es exactamente así. En la materialista filosofía
de Epicuro el universo es un mecanismo sin finalidad o intervención. Es decir, que los dioses existen o pueden existir, pero que no interfieren en
modo alguno en los acontecimientos del mundo. No les importa absolutamente nada el curso de la historia, ni prestan ninguna atención a la vida
de los hombres. Ante esto, Epicuro cree que lo mejor es que nosotros hagamos lo mismo y vivamos sin preocuparnos de ellos. De hecho, para él los
dioses no tienen más que una función educativa, como ejemplo de la virtud y excelencia a la que hemos de tender los seres humanos.
Epicuro no cree ni deja de creer. Cree que podría haber dioses, pero que no interfieren en los acontecimientos del mundo
A este respecto, la existencia y el poder de los dioses, ha pasado a la historia una reflexión conocida como “la paradoja de Epicuro” en la que
aborda los temas de la naturaleza de los dioses a través de la certeza de la existencia del mal y el sufrimiento en el mundo. ¿Cómo conciliar la idea
de que existen estos (el bien y el mal) con la existencia de unos seres omniscientes (todo lo saben), omnipresentes (están en todas partes),
omnipotentes (todo lo pueden) y omnibenevolentes (son todo bondad)?
Sobre todo ello dice Epicuro:
¿Es que los dioses quieren prevenir la maldad, pero no son capaces de hacerlo? Entonces hemos de concluir que no son omnipotentes.
¿Puede ser que sean capaces, pero que no deseen prevenir el mal? Entonces no son benévolos.
¿Son capaces y desean hacerlo? Entonces no tiene sentido que exista la maldad en el mundo.
¿Es que no son capaces ni desean hacerlo? Si este es el caso, ¿por qué los llamamos dioses?
Es Epicuro, como vemos, un personaje fascinante. Lúcido, simpático, certero. Una figura cuya persona y filosofía son mucho menos famosas de lo
que deberían ser, si bien el tiempo y el esfuerzo de unos pocos parece que empieza a colocarlo en el lugar que merece.
Muchos de aquellos que jamás se han preocupado por la filosofía, para los que Epicuro y muchos otros son perfectos desconocidos, viven, sin
saberlo, según los preceptos de nuestro protagonista, que nos dio algunas de las claves más naturales y eficaces para lograr una vida digna de ser
vivida. Su pensamiento no deja de ser visible en multitud de ramas científicas y psicológicas, y no deja de ser curioso que, aún hoy, acudamos a
expertos, leamos libros y paguemos cursos que, en realidad, dicen poco más que aquello que este griego dejó dicho hace ya más de 2.000 años… y
nosotros sin enterarnos. Esfuerzo, gasto y preocupaciones que, con toda seguridad, quedarían resueltas con una visita a la biblioteca más cercana.
Sólo por eso ya merece la pena investigar el pensamiento de Epicuro.