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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

TEMA I II. EL GOBIERNO Y LA REPRESENTACIÓN EN LA ESPAÑA MEDIEVAL

1. El Estado medieval en España

1.1. El Estado Feudal

En los orígenes de la Edad Media, el Estado experimenta una significativa


transformación como consecuencia del régimen señorial y de los lazos feudo-vasalláticos.
A partir del siglo XI, en Europa Occidental se configuró un nuevo Modelo de Estado:

— Como fruto de un Pacto Feudal entre el Príncipe y sus vasallos, éstos a cambio
de su fidelidad reciben en feudo parte del territorio y de la jurisdicción del Estado.

— Se establecen unos Vínculos de Derecho Privado que predominan sobre los


fines públicos. Tan sólo se preserva el carácter supremo de la soberanía del Príncipe en
relación con sus señores.

1.2. El Estado Estamental

En la Baja Edad Media, el Estado Feudal dio paso a una nueva organización
basada en la evolución de la sociedad que, en razón de la costumbre, se dividió en
órdenes o estamentos, en grupos dotados de su propio status jurídico, que ostentan una
función concreta en la sociedad. El Estado que surge de esta nueva ordenación social es el
Estado Estamental.

El Estado Estamental se define como un cuerpo distinto e independiente de los


miembros o estamentos que lo componen. Por influencia de la Recepción del Derecho
Romano Canónico, se confirma el carácter unitario del Estado, concepción que aparece
recogida en la obra jurídica y política de Alfonso X el Sabio. Son estos Estados o
Estamentos —Nobleza, Clero y Ciudades— los que participan activa y directamente, a
través de las Cortes, en el gobierno del Reino. Pero cada uno o varios de dichos
estamentos se convirtieron en instrumentos de presión de carácter político, de duración
más o menos limitada en el tiempo, siendo especial su importancia en los momentos de
debilidad de la Monarquía.

1.3. El Estado en los Reinos Peninsulares

Las circunstancias peculiares de los núcleos cristianos, en lucha permanente contra


el Islam, lo que exigía gran esfuerzo económico y la participación de toda la población, el
sistema de ocupación de tierras y, sobre todo, la autoridad inalterada del monarca,
impidieron, salvo en Cataluña, el establecimiento en la Península de un sistema feudal
propiamente dicho, y la configuración de un modelo de Estado Feudal. Existe en los Reinos
cristianos la Noción de un Estado independiente del Soberano y de los Súbditos, que
mantiene su conciencia de utilidad y finalidad pública:

—El Rey representa la unidad soberana, y a través de los oficiales y agentes ejerce
directamente su acción sobre los territorios y sobre todos sus súbditos.

—Los Oficios Públicos no siempre se atribuyeron a vasallos, y menos aún se


convirtieron en hereditarios. Cuando se constituyeron los Señoríos, éstos ya no suponían

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una enajenación de la soberanía, ni atacaban el principio de unidad territorial, pudiendo los


oficiales de la Corona actuar en ellos.

—El Modelo del Estado Hispánico se basa en el pacto entre los súbditos y el rey,
pero con carácter general, no individualmente.

1.4. Aspectos Característicos de los Reinos Hispánicos

No obstante, la influencia del Feudalismo se hizo notar también en la Península.

—Los reyes concibieron en muchos aspectos la Potestad Real como Patrimonial,


siendo su manifestación más evidente la actuación testamentaria, disponiendo del reino en
la herencia de sus hijos, aun cuando este «Reparto del Reino» se hacía distinguiendo las
Tierras de Abolengo, aquéllas que se habían heredado y constituían el núcleo originario, y
las Tierras Ganadas, que en Aragón o Navarra —tal como en Francia— reciben el nombre
de «acapetas», siendo éstas las que se repartían, mientras las primeras quedaban para el
primogénito.

—A partir del siglo XII se extendió entre los reyes la costumbre de conceder a
algunos vasallos el Beneficio o el Honor del gobierno de ciertos territorios, lo que suponía
una cesión de jurisdicción y de otros derechos propiamente regios, aun cuando nunca se
cedía plenamente la soberanía, como sucedía en el Feudo.

—Durante el siglo XI se establecieron relaciones de Vasallaje entre los distintos


soberanos de la Península, especialmente con los reyes de Taifas, concretándose lazos de
vasallaje que se reconocían mediante el pago de un tributo —paria—.

1.5. Fines del Estado

El proceso de patrimonialización no impidió la existencia de unos Fines Comunes y


Públicos del Estado.

5 La Realización del Bien Público —procurar el bien del país.


6 El Mantenimiento de la Paz y el Orden jurídico interno.
7 La Conservación de la Integridad del territorio del Estado.
8 La Defensa Armada y la Guerra contra los enemigos exteriores.
9 La Protección de la Fe Cristiana y de la Iglesia.
10 El Mantenimiento del Derecho Viejo o Tradicional. 11 La Administración
de Justicia.

Estos fines determinaban Obligaciones por ambas partes, el rey y los súbditos:
para el primero suponían una limitación a su poder y capacidad de actuación; para los
súbditos, el deber de cumplir con sus responsabilidades, acudir al llamamiento a las armas,
contribuir a las cargas del Estado, el juramento de fidelidad, etc.

1.6. Elementos del Estado

Los Elementos que integraban el Estado eran tres: el Príncipe, el Territorio y los
Súbditos.

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a) El Príncipe

Recibe numerosos nombres: rey, príncipe, conde, referidos siempre a quien está
investido de la representación personal del Estado y de imperium para la realización del
bien público.

b) El Territorio

Estaba formado tanto por el núcleo originario del reino como por las tierras o reinos
que el rey adquiría bajo su gobierno, por cualquier título. Cuando era un Reino, se
incorporaba en la unidad del gobierno, pero conservando su carácter diferenciado y por
tanto su propio Derecho.

— La Corona fue la alternativa a la patrimonialización del territorio. Surgida en


Aragón, se generaliza para toda la Península, basándose en la unión personal, de modo
que se mantiene la diferenciación territorial de los reinos que la integran, lo que se
manifiesta en los títulos que ostenta el rey. No obstante, el monarca es único en toda la
Corona, pertenece a todos y cada uno de los reinos individualmente, y reúne en su persona
toda la soberanía, reforzándose el carácter público y único del Estado. Este sistema
fundamentará políticamente la unión peninsular.

— El Imperio Castellano-Leonés. Fue una de las más relevantes formas de Estado


desarrolladas en el Reino Castellano-Leonés, y ciertos monarcas fueron titulados
Emperadores, llegando Alfonso VII a ser coronado como tal en 1135 en Santa María de
León. El Imperio Hispánico se basa en el paralelismo con la reconstrucción imperial llevada
a cabo por los carolingios y entronca con el neo-goticismo, esto es, con la Reconstrucción
de España, siendo Alfonso III, dentro de su programa de reunificación del territorio, el
primero que desempeñó tal dignidad.

El Principio Político del Imperio se basaba en la existencia de unos soberanos


que reconocían la superioridad del monarca castellano-leonés, a través de tributos y
prebendas. Esta circunstancia es innegable en el caso de Alfonso VII, a quien varios
monarcas peninsulares y europeos prestaron vasallaje, pero no tan evidente en el caso de
los reyes anteriores, en especial de Alfonso VI, respondiendo más a un proyecto político
que a una realidad de Estado.

El Concepto de Imperio Hispánico responde en todo caso a un proyecto unificador


del Estado Hispánico basado en el reconocimiento de la superior autoridad del rey leonés
como heredero del Estado Visigodo, y su abandono tras Alfonso VII comporta también el
abandono del proyecto unificador y la aceptación de una pluralidad de reinos en plano de
igualdad: la España de los Cinco Reinos.

Las Modalidades de Ampliación del Territorio fueron:

—La Herencia, bien directa —el nudo originario—, bien a través de herencias de
colaterales, de hermanos.

—El Matrimonio, bien a través de la dote, o bien como vía indirecta por la herencia
de la esposa.

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—La Conquista Militar, fue el sistema tradicional en los reinos reconquistados a los
musulmanes, pero también a través de pequeños enfrentamientos fronterizos entre los
Estados cristianos.

—La Concesión Pontificia, que en la Baja Edad Media suponía la posibilidad de


que el Papa pudiera investir a un Príncipe en la soberanía de un reino cuando éste
quedaba sin rey, o porque nunca la tuvo, o por haber roto el monarca el principio de
legitimidad, según la teoría sobre la tiranía. Esta concesión papal recibe el carácter de
Justo Título, aplicándose en la integración de Navarra en Castilla en la persona de
Fernando el Católico y, sobre todo, en las Indias.
La Integración de los Territorios no era definitiva, sino que estaba sujeta a los
principios del Derecho Privado hasta la constitución de las Coronas, siendo estos
territorios incorporados —«ganados»— repartidos entre los descendientes. En Castilla
cayó en desuso esta costumbre en tiempos de Fernando III, y en Aragón desde la unión
con Cataluña en la época de Ramón Berenguer IV y Petronila.

c) Los Súbditos

Considerados como tales los nacidos o residentes permanentes en un territorio, son


los naturales en León y Castilla y los vasallos en Aragón, y están obligados a la fidelidad a
su señor natural, el rey. Este concepto de naturaleza no sólo fue aplicado a los súbditos en
relación al monarca sino también a las relaciones entre los naturales de un lugar y su señor
en el marco de la institución señorial.

La Naturaleza se adquiere de modo:

—Originario, por el nacimiento, y por descendencia de naturales de un reino.

—Derivado, por residencia. En el Espéculo (libro de leyes de Alfonso X el sabio) se


recoge un período de dos años de residencia para ser natural de un territorio. Sin embargo,
en ocasiones, algunos grupos sociales nunca adquirían esta condición, como los judíos y
los moros, porque carecían de alguno de los elementos esenciales de la naturaleza, como
por ejemplo la religión cristiana.

Los súbditos estaban sujetos al monarca por Lazos de Fidelidad. Con la


proclamación de un nuevo príncipe tenía lugar el juramento de todos los súbditos, bien de
forma expresa, directamente la nobleza y alto clero, o de forma delegada, a través de los
representantes en Cortes, bien tácitamente en la obediencia de sus mandatos. Esta
vinculación general de carácter público es independiente de los juramentos de fidelidad de
tipo señorial.

Los súbditos participan en el gobierno del Reino a través de las Asambleas que
a partir del siglo XIII se generalizaron en todos los reinos: las Cortes. Entre sus funciones
estaba la colaboración en la actividad legislativa y la confirmación de la soberanía del rey a
través de cada nuevo juramento.

—Los Deberes de los Súbditos. Son generales y estrictos para con el Rey y el
Reino: fidelidad, acatamiento de las leyes y órdenes del rey y participación en la defensa
del reino.

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—Los Derechos de los Súbditos. Mientras que los deberes son generales y
comunes, los derechos se basan en la diversidad, y serán distintos y propios de cada
súbdito según el grupo al que pertenezca o el lugar de su naturaleza: son las libertades y
franquezas, conjunto de privilegios y exenciones particulares de los distintos grupos de
súbditos, que se otorgan mediante concesiones en forma de fueros o privilegios.

Tales derechos individuales comienzan a recogerse en los fueros municipales, pero


llegan a reconocerse en ordenamientos generales, como la Carta Magna Leonesa de
1188, que extendió su influencia a Castilla, o el Privilegio de la Unión de ese mismo año,
otorgado a Cataluña por el rey Pedro III, cuyas confirmaciones siempre son realizadas a
través de reuniones de Cortes.

Los Derechos pueden diferenciarse como:

—Particulares o Privados: derecho a la condición de súbdito; derecho a ser


juzgado en un juicio, en un proceso ordinario legalmente constituido; libertad de
elección de domicilio; no responsabilidad colectiva de los delitos; derecho de
Habeas Corpus, no ser apresado sin causa justificada y comunicada al acusado, e
inviolabilidad del domicilio.

—Políticos o Públicos: derecho a que las leyes sean respetadas y cumplidas por
los reyes; el monarca no puede actuar arbitrariamente contra la persona y bienes de los
súbditos; la reunión de los nobles, obispos y hombres buenos de las ciudades es
obligatoria para declarar la guerra o concertar la paz, así como para el establecimiento de
nuevas cargas económicas a los súbditos —estas reuniones, son llamadas Curias,
Concilium y finalmente Cortes, serían convocadas por el soberano, pero estableciéndose
una cierta periodicidad; en Aragón eran anuales.

2. La Monarquía y el poder real

2.1. Concepto

La Monarquía Medieval retorna al concepto originario de Aristóteles: es el gobierno


unipersonal «que mira al interés común». La Monarquía cristiana nace con una vocación de
totalidad integradora, de universalidad, y en esa universalidad se abren camino las
monarquías medievales como «totalidades relativas». El Rey es, por tanto, la
representación de la unidad en lo terrenal, formando parte de una unidad superior que es la
Universitas Christiana.

2.2. Carácter

La Monarquía que se establece en los Estados de la Reconquista hereda el


Carácter Público de la Monarquía visigoda, pero evoluciona por influencia de las ideas y
usos feudales hacia prácticas patrimoniales: sucesión hereditaria, reparto del reino entre
los hijos, etc. Sin embargo, el Rey nunca es el dominus, el señor del Estado.

La Monarquía es un Deber que se cumple en el Respeto a la Ley, a la que el


soberano está sometido como los naturales del reino. Los monarcas ven limitada su
autoridad por el respeto obligado a los fueros y privilegios que jura en el momento de su
coronación. El carácter más específico de la Monarquía hispana —sobre todo en la Corona
de Aragón— es el del Pactismo: la legitimidad surge del juramento del Rey de respetar el

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ordenamiento jurídico, general y particular, y del juramento recíproco de obediencia


prestado por los estamentos del reino.

A los súbditos les asiste siempre el Derecho y la Obligación de Desobedecer al


Monarca que al no respetar las leyes pierda su legitimidad. Este planteamiento no es
nuevo, sino heredero de la doctrina de San Isidoro: la Monarquía tiene un poder limitado,
no sólo por la moral y la ley de Dios, sino también por el ordenamiento del reino. El Rey
tirano puede ser legítimamente depuesto.

2.3. Los Poderes del Rey

a) Origen del Poder Real

El poder del Rey surge de ese Pacto, pero debido a la Recepción del Derecho
Romano-Canónico y la influencia de los juristas procedentes de la Universidad, la
Monarquía evoluciona en algunos aspectos desde la segunda mitad del siglo XIV hacia
formas de carácter absoluto, aun cuando esto se manifestará más en planteamientos
doctrinales que en la práctica. El Carácter Divino de la Monarquía se refiere al origen
divino de todo poder: Dios es el único poder por sí mismo y todos los demás son delegados
por El, incluido el del monarca. Este principio fue aceptado tradicionalmente, pero sin
ningún desarrollo doctrinal. Desde muy pronto en Francia se aceptó la idea de que los
depositarios de ese poder divino eran el Sumo Pontífice y la propia comunidad cristiana, y
aquél lo confiaba a un príncipe o a una estirpe, destituyendo también al Rey tirano.

b) El Ejercicio del Poder: el Señorío del Reino

El Señorío Real, esto es, el Gobierno del Territorio lo ejerce como un poder
político y general sobre el Reino —regnum— y éste se delimita por el territorio —terrae—
que forma el núcleo originario, obtenido por tres vías: la Herencia —directa o indirecta, lo
que permitía la reunificación de los Estados—, el Matrimonio —bien como dote, en el
momento de la unión, bien como herencia de hijas únicas—, la Conquista —sobre las
tierras de moros normalmente, y sobre los otros reinos, con justificación jurídica.

Los distintos territorios sobre los que ejerce la soberanía se integran bajo el
Concepto de Corona y permanecen siempre con su propia personalidad, lo que supone
su propio Derecho, y se manifiesta en las titulaciones reales que reconocen la soberanía
del Rey sobre cada uno de los territorios.

c) El Ejercicio del Poder: la Potestad Real

—Defensor Pacis

Al Rey le corresponde dirigir las Relaciones Exteriores, y en este período en que lo


fundamental es garantizar la seguridad del reino, por tanto, estará entre sus facultades las
de declarar la guerra, concertar paces y también las de designar —como representación
del Estado, cuya autoridad encarna— las legaciones o embajadas a otros Estados. Por
tanto, los príncipes europeos ejercen una facultad común que permite la relación
internacional entre los Estados.

—Potestas Militaris

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La seguridad sólo se ejerce mediante el poder militar, y el Rey tiene la capacidad de


convocar al Ejército, bien a través de las huestes de los vasallos, bien directamente a los
súbditos libres, siendo además el jefe de ese ejército. La Competencia Militar es, sin
duda, la primigenia de la Monarquía, con un origen indiscutido en el caudillaje militar, pero
el Rey tiene limitada su capacidad bélica en cuanto los vasallos no tienen que seguirle en
una guerra injusta. La guerra será justa si tiene como fin la paz, la defensa, o imponer la
Justicia, que se alcanza recuperando los bienes perdidos. Las guerras contra los
musulmanes eran guerras de recuperación, de «Reconquista» de un territorio perdido.

—Potestas Legislativa

El Rey tiene el poder de legislar. Sin embargo, esta potestad fue usada muy poco
por los monarcas hasta el siglo X, y a partir del siglo XI no es individual, sino que se ejerce
en colaboración con la Curia Regia y más tarde con las Cortes, sometiendo las leyes
generales a su deliberación y aprobación.

En Aragón la participación de las Cortes en el proceso legislativo se hizo


preceptiva, pero en Castilla el Rey siempre se reservó la posibilidad de legislar
personalmente. Así consta en las Partidas y en el Ordenamiento de Alcalá de 1348, aun
cuando se impuso la costumbre de convocar Cortes para legislar. En todo caso, lo que
siempre correspondía al Rey era la sanción y promulgación de las leyes.

—Potestas Judicial

El Ejercicio de la Justicia es la más característica misión de la Monarquía; el


Rey entiende en todos los litigios y administra personalmente justicia, con jurisdicción sobre
todo el Reino, pero delega en otros jueces, sobre los que actúa siempre en apelación.
Siempre se reservó el conocimiento de las causas graves o de las que afectaban a
personas o bienes especiales. Cuando la monarquía evolucione, los Consejos colaborarán
en el ejercicio de esta función.

—Potestas Administrativa

El Rey es la Cabeza de la Administración del Estado, investido de la facultad de


nombrar y deponer a los oficiales públicos, y administra los recursos del Estado a través de
la Hacienda Real, que se confunde con la del Estado.

—Las Regalías

El Rey ejerce Derechos, especialmente Económicos sobre determinados bienes


que reciben el nombre de Regalías. Estos bienes —minas, bosques, salinas, caza y pesca
en determinados parajes, la acuñación de moneda, etc.— y los usufructos, pertenecen al
Rey y está excluida su apropiación particular, así como su enajenación.

—Potestas Eclesiástica

El Rey tenía entre sus atribuciones algunas referidas a asuntos eclesiásticos. La


ocupación musulmana y las dificultades en las comunicaciones con Roma determinaron la
intervención del Rey en la designación de Obispos, delimitación, creación y supervisión
de las Diócesis, fundación de Monasterios, etc., bajo el principio de la protección de la
Monarquía sobre la Iglesia.

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2.4. La Sucesión

a) La Sucesión en León y Castilla

—Orígenes

La Monarquía Astur-Cántabra se presenta como heredera de la Monarquía


Visigoda, que mantuvo hasta el final, a pesar de los diversos intentos de los soberanos
godos, el carácter electivo de la sucesión. Sin embargo, desde el primer momento, y
sobre todo desde Alfonso I, la condición hereditaria de la sucesión queda plenamente
establecida. Esta condición hereditaria se establecía por la costumbre, sin unas reglas
plenamente efectivas, y por Tradición Germánica se impuso el derecho de
Primogenitura.

—El Reparto del Reino

La presencia de la Monarquía Navarra de Sancho III en León a la muerte de


Bermudo III determinó el uso de un nuevo criterio sucesorio que combinaba el Carácter
Público y Privado de la Monarquía. El Rey reparte el reino entre sus hijos, pero el reparto
se hace sólo entre las partes que tienen personalidad, dejando al primogénito el gobierno
del nudo originario. Sobre este principio actuaba la voluntad del Rey en su testamento.

—Derecho Sucesorio Femenino

Las hijas tienen el mismo derecho que los varones en el acceso al trono, siempre
y cuando no hubiera hijos legítimos. Las mujeres en Castilla no sólo son transmisoras de
derechos sucesorios, sino que pueden ejercer efectivamente el poder real, como sucedió
en 1109 cuando subió al trono la reina Urraca.

—La Regulación Sucesoria

Desde las Partidas el orden sucesorio quedó perfectamente establecido, siendo


convertido en ley en el Ordenamiento de Alcalá. Sólo heredan los Primogénitos, el reino
quedará definitivamente unido en un solo monarca, la línea sucesoria se establece de
mayor a menor por línea directa masculina y, en ausencia de varones, las hijas, también
de mayor a menor, desplazando a la línea colateral, que sólo tiene derechos en ausencia
de representantes en línea directa. El primogénito de Castilla y León llevará el título de
Príncipe de Asturias.

b) La Sucesión en Navarra

En Navarra el derecho sucesorio era de Carácter Consuetudinario: el Rey


designaba a un sucesor en el testamento, pero ajustándose a la costumbre, quedando sin
efecto en caso contrario. La costumbre establecía la herencia en el hijo primogénito
varón, y a falta de varón, recaía en la mujer, pero como mera transmisora de derechos: por
ello se establecía la necesidad de casarse si no lo había hecho ya, y era el marido el que
asumía el ejercicio efectivo del poder real. El Reino de Navarra debía de permanecer
unido, lo que no significaba que no se adoptase una concepción patrimonial de la
Monarquía, en la que Navarra era considerada como nudo originario y el reparto se

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realizaba en las tierras incorporadas, acapetas. Así actuó Sancho III en el reparto entre sus
hijos de los nuevos reinos, reservando al primogénito Navarra.

El orden sucesorio quedó definitivamente establecido en el Fuero General de


Navarra —II, 4, 1—, que señala al primogénito legítimo varón como heredero, en defecto
del cual los otros varones hermanos del monarca, y en su defecto, y a falta de miembro
varón de la dinastía, se reunían los ricos-hombres, infanzones, caballeros y pueblo de la
tierra y elegían un nuevo Rey, como sucedió con García Ramírez en 1134.

c) La Sucesión de Aragón

Siguió un sistema similar al de Navarra; la Costumbre como el elemento


fundamental en el derecho sucesorio, así como el reconocimiento en las mujeres de la
posibilidad de transmitir derechos, pero no de ejercitarlos por sí mismas, sino a través de
sus maridos. Al consolidarse como reino en tiempos de Ramón Berenguer IV, Conde de
Barcelona (1137), se estableció la costumbre feudal de designar al heredero en el
testamento, pero sujetándose a un orden de línea directa masculina. Si ésta se extinguía,
como sucedió en tiempos de Martín I, en 1410, eran los estamentos, en representación de
todos los súbditos, los que habrían de reunirse —en esa ocasión fue en Caspe—, y elegir
entre los parientes más próximos al que sería reconocido como Rey, retornando así a los
súbditos el derecho a establecer una nueva dinastía.

Una concepción distinta era la Corona. Aragón estaba integrado por tres Reinos,
pero constituía una sola Corona, de forma que el primogénito heredaba esta condición, que
suponía la soberanía sobre todos los reinos y la unidad del territorio, mientras los demás
hijos podían acceder al gobierno de los distintos reinos o de distintos señoríos dentro de la
Corona.

d) La Sucesión en Cataluña

Los condados catalanes estuvieron regidos en el régimen sucesorio por el Derecho


Feudal, y por tanto la transmisión, según el principio patrimonial, se realizaba entre todos
los hijos. Al incorporarse a la Corona de Aragón, en tiempos de Ramón Berenguer IV,
perdió sus peculiaridades sucesorias. El primogénito de la Corona de Aragón llevará el
título de Príncipe de Gerona.

3. La administración central

Como consecuencias de la madurez de las organizaciones políticas de los


reinos peninsulares se obtiene el desarrollo de sus estructuras de gobierno y
Administración y la especialización y tecnificación correspondientes a la definición de tres
grandes ámbitos de participación: Magnates —Nobles— y Eclesiásticos, representantes
en muchos casos de un poder territorial, al ser titulares de señoríos jurisdiccionales, y los
representantes del Estamento Ciudadano y Letrados, Juristas o Sabedores en
Derecho, que acabarán desempeñando una importante función en los organismos
especializados de la Administración de Justicia y en la Administración Financiera.

Desde una Administración incipiente formada en los siglos VIII y IX en los núcleos
resistentes al Islam, ahora convertidos en pequeños reinos que aspiran a encanar el Ideal
Neogótico de restablecer un Reino con sólidas bases institucionales, se llega a una
Administración más desarrollada y técnica, que tiene sus precedentes organizativos en las

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obras de Alfonso X de Castilla y Pedro III de Aragón, y finalmente de Alfonso XI y de Pedro


IV para alcanzar la plenitud en el reinado de los Reyes Católicos.

La Administración de los Estados surgidos en el territorio de la Península Ibérica


parte de un modelo organizativo similar al heredado del Reino hispano-godo y del Reino de
los francos, en el cual el rey, príncipe o conde, aparece como la cabeza de Administración,
aconsejado por diversos organismos oficiales.

3.1. El Palacio y la Corte

La representación orgánica de la Administración pública que encarna el


monarca tiene su centro en la Casa o Corte del Rey, llamada inicialmente Palacio —
Palatium—, formada por la familia y séquito del monarca, por los oficiales públicos y los
servidores domésticos, por los grandes personajes representantes de los estamentos de la
nobleza y del clero y por gobernadores de distrito que frecuentan la cercanía del monarca.
Los Oficiales del Palacio tendrán a su cargo los oficios domésticos privados, los oficios de
la Administración económica de la Casa del Rey y los grandes Oficios de carácter público.

Entre los Oficios Palatinos, cabe distinguir:

—El Copero del Rey o Maestresala.

—Los Oficiales Domésticos, que dependen del Mayordomo Mayor: despensero,


repostero, aposentador y caballerizo.

—Los Oficiales que tienen a su cuidado el acceso a palacio, como porteros y


sayones.

—Los Oficiales que tienen su cuidado la caza, como monteros y halconeros.

Los Grandes Oficios de la Casa y Corte aparecen descritos en el Código de las


Siete Partidas, siendo los más significados:

—El Alférez, con la función de llevar el pendón real al frente de los ejércitos, luego
sustituido en la función de la más alta jerarquía militar por el Condestable, instituido en
Castilla por Juan I en 1392.

—El Almirante Mayor de la Mar, al frente de las flotas armadas y al cargo de la


jurisdicción marítima.

—El Justicia Mayor de la Casa del Rey, al frente de la función ejecutiva de la


justicia.

—Guarda Mayor del Rey y, sobre todos ellos, como más significado, el
Mayordomo, o Jefe de Palacio y de la Administración de la Casa del Rey, de la Hacienda
regia y de los dominios territoriales de la Corona.

—El Tesorero, que se ocupa de la custodia de las arcas reales y la atención a los
ingresos y pagos.

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En la Corona de Aragón el conjunto de oficios de la Casa y Corte del Rey recibe el


nombre de Hostal, y las actividades financieras se regularán desde una Cámara de
cuentas —Cámara de Comptos— reorganizada por Carlos II en 1365 con la misión de
examinar y fiscalizar las cuentas.

3.2. La Cancillería

Como consecuencia de la especialización de la actividad administrativa se crea


, un
organismo u oficina llamada Cancillería para la formulación escrita de los documentos que
contienen los mandatos y decisiones del monarca, en la que se guardan los Sellos del Rey.
Tras unirse los Reinos de Castilla y León, la Cancillería Regia de León quedó vinculada al
Arzobispo de Santiago y la de Castilla al Arzobispo de Toledo, siendo ambos honoríficos,
apareciendo los oficios efectivos de un Canciller Mayor y de un Canciller Secreto o de la
Poridad para las cuestiones más reservadas.

El territorio de Castilla fue dividido en diversas Notarías Mayores: Castilla-León,


Toledo y Andalucía. Junto a los Notarios Mayores aparece la correspondiente serie de
Escribanos, Secretarios y Registradores.

La Cancillería de Aragón quedó vinculada a un Arzobispo y los oficios efectivos —


Canciller, Vicecanciller, Pronotarios, Escribanos y Selladores— fueron regulados por las
Ordenaciones de Pedro IV de 1344.

En el Reino de Navarra también se organizó desde fines del siglo XII la Cancillería
Regia, que utilizaba los correspondientes formularios para la redacción de los documentos.

En todos los Reinos hispánicos se llevaron los correspondientes Registros de


Chancillería, en donde se anotaban las entradas y salidas de documentos con la data
correspondiente.

3.3. La Curia Regia y Consejo Real

Con la misión de asesorar al monarca, teniendo su precedente en el Aula Regia, se


constituyó en los Estados Hispánicos una Curia Ordinaria en la que participaban
los magnates eclesiásticos y seglares y los oficiales del Palacio. La Curia Regia se
convirtió básicamente en un órgano consultivo, viniendo a ser la institución política
permanente para el Gobierno y la Administración del Reino.

— En Castilla y León recibió el nombre romanceado de Cort o Corte y estaba


formada por los miembros de la familia real, los principales magnates, nobles y
gobernadores del territorio, arzobispos, obispos y abades y los más significados oficiales
de la Corte. La Curia desarrolló funciones de órgano consultivo en los más diversos
asuntos militares, políticos y administrativos, pero también se convirtió en Tribunal
Judicial, al asesorar al monarca en la función principal que a éste correspondía para la
Administración de Justicia.

— También la Curia Ordinaria del Reino de Aragón ejerció desde el siglo XII
funciones judiciales, y asimismo la del Reino de Navarra.

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En sus reuniones ordinarias, la Curia Regia evolucionó hasta formar el Consejo


Real, mientras que sus reuniones extraordinarias, esto es, las más importantes, en las que
participaba mayor número de gentes, dieron lugar a las Cortes empezaron a participar los
representantes del Estado Llano, burgueses o ciudadanos.

El Consejo Real se configuró como un organismo esencial de la Administración de


cada uno de los grandes reinos hispánicos; y ello, en la forma que sigue:

a) El Consejo Real de Castilla

Encuentra su antecedente en el grupo de consejeros —doce sabidores— que


acompañan a Fernando III, especializándose dentro del mismo organismo, un Consejo
Secreto o de la Poridad. El Consejo Real fue nuevamente institucionalizado por Juan I en
las Cortes de Valladolid de 1385, configurándose como una Junta Superior, formada por
cuatro Prelados, cuatro Caballeros y cuatro representantes de las Ciudades con la misión
de asesorar al Monarca en los asuntos de la gobernación del Reino, quedando exceptuado
lo relativo a la Administración de Justicia, que competía a la Audiencia.

Diversos Ordenamientos de 1387, 1390, 1406, 1426 y 1459 reorganizan el Consejo


Real, que cada vez más se fue convirtiendo en un órgano técnicamente especializado, y
que finalmente será regulado por los Reyes Católicos en 1480. El Consejo Real libraba por
cámara, dictaminando sobre los asuntos que se le solicitan, y por expediente — adopta
resoluciones administrativas y falla en algunos asuntos de justicia.

b) El Consejo Real en la Corona de Aragón

También en los reinos de la Corona de Aragón se configura a fines del siglo XIII un
Consejo Real que se reorganiza con carácter permanente bajo el reinado de Pedro IV el
Ceremonioso (1336-1387), siendo su presidente el Canciller, formando parte de él los tres
Mayordomos de Aragón, Cataluña y Valencia; el Camarlengo y el Maestre Racional,
interviniendo en los asuntos de gobierno y administración y actuando como Tribunal de
Justicia de última instancia. En Cataluña se organizó en el siglo XIV una Audiencia y
Consejo, integrada por el Canciller, el Vicecanciller y varios Jueces y Letrados.
c) El Consejo Real de Navarra

Surge como una especialización de las funciones de la Curia Regia, y a él alude el


Fuero General de Navarra, que se refiere a doce Sabidores, Ancianos de la Tierra o
Ricos Hombres que aconsejan al Rey. Este número de Consejeros se ampliará en el siglo
XIV con los representantes más significados de la Nobleza y Clero y los más importantes
Oficiales Reales.

4. Las Cortes

Como consecuencia de la reafirmación de las instituciones públicas, de la


consolidación del poder real y de la ampliación de los territorios de los reinos hispánicos,
así como del desarrollo económico y mercantil y de los subsiguientes efectos que ello
trae consigo —desarrollo urbano y auge de la burguesía—, se configuraron en los albores
del siglo XIII unas Asambleas Políticas presididas por el monarca en las que, además de
las significados estamentos de la nobleza y del clero, participaron representantes de los
municipios —ciudadanos o burgueses.

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

En cada uno de los Reinos, se formó el correspondiente Parlamento, que adoptó el


nombre de Cortes o Corts, configurado de manera propia, cuya causa principal de la
consolidación de dicha institución la constituyó la necesidad del Rey de pactar la recepción
de los recursos extraordinarios para atender a las grandes necesidades militares, o los
propios gastos originados por la ampliación de las funciones de la Monarquía, así como el
propio carácter pactista del poder que se desarrolló en la Corona de Aragón.

4.1. Las Cortes de Castilla y León

Suele datarse la primera reunión de los tres estamentos del reino leonés en la Curia
de León de 1188, en la que se documenta la presencia de ciudadanos, junto a los
magnates y Obispos —«cum archiepiscopo et episcopis et magnatibus regni mei, et cum
electis civibus et singulis civitatibus»—. Las Cortes de los Reinos de Castilla y León se
reunieron por separado hasta en 1230, en que se produjo su definitiva unión, manteniendo
su carácter itinerante —Burgos, Palencia, Madrid, Toledo, Sevilla, etc. —. El monarca las
presidía acompañado de nobles y clérigos, luego representados por el Consejo Real,
instituido formalmente por Juan I en 1385.

La representación de las Ciudades, que habían sobrepasado el número de cien en


el siglo XIV fue reduciéndose hasta quedar conformada a partir de las Cortes de Madrid
de 1435 por 17 Ciudades: Burgos, Toledo, León, Zamora, Toro, Salamanca, Ávila, Soria,
Segovia, Cuenca, Valladolid, Madrid, Guadalajara, Sevilla, Córdoba, Jaén y Murcia —que
serán 18 Ciudades con Granada, tras la conquista—. El número de Procuradores era de
dos por ciudad, llevando la voz primera Burgos, primacía que fue discutida por Toledo. La
Asamblea era convocada por el Rey, realizando el monarca un discurso, proposición o
razonamiento y presentando los Estados sus peticiones, consignadas en los Cuadernos
de Cortes junto a las decisiones o respuestas, formándose los Ordenamientos de Cortes.
Las principales competencias eran el otorgamiento de la Moneda y Pedido —
servicio y tributos extraordinarios—; la presentación de Peticiones; la intervención en la
Administración inferior del Reino, y la Política Exterior. Es debatido si compartía con el
Rey la potestad legislativa, en todo caso en diversas ocasiones los monarcas sometieron
leyes importantes a la aprobación de las Cortes.

4.2. Las Cortes de Aragón

Privativas de cada Reino de la Corona de Aragón, las Cortes de Aragón se


celebraban a convocatoria del Rey hasta la constitución de 1283, en que quedó establecida
como obligatoria una reunión anual, y desde 1307 por cada dos años. Los estamentos o
brazos aragoneses eran cuatro: Ricos Hombres, Caballeros, Clero y Estado Llano,
representando por un Síndico por cada ciudad y cinco por la ciudad de Zaragoza.
Correspondía al Justicia Mayor de Aragón la resolución de contrafueros o juicios de
agravios. Las Cortes recibían el juramento del monarca y del heredero.

4.3. Las Cortes de Cataluña

A lo largo del siglo XII se consolidó la situación de las Cortes de Cataluña,


definitivamente organizadas por el Privilegio General de 1283. Un ceremonial minucioso
ordena la celebración de estas Cortes, que según la sesión de 1301 habría de reunirse
cada tres años. Se formaban por tres estamentos: Señorial o Militar, presidido por el
Conde de Cardona, Eclesiástico y Real o Popular, formado por los Síndicos que
representaban uno a cada ciudad y cinco a Barcelona.

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

Los brazos deliberaban por separado y la reunión de las tres Cámaras era presidida
por el Rey. Las Cortes de Cataluña votaban los impuestos y participaban en la función
legislativa, recibiendo las leyes aprobadas el nombre de Constitucions, y las presentadas
por los distintos estamentos y aceptadas por el monarca, Capitols de Cort. A fines del
siglo XIII se formó una Diputación Permanente —Diputació General—, que también se
formó en las Cortes de Aragón, Valencia y Mallorca.

4.4. Las Cortes de Valencia

Organizadas también por estamentos o brazos, el Rey tenía que reunir las Cortes
en el primer año de su reinado para jurar los Fueros, y también debía de jurar en Cortes el
heredero de la Corona.

4.5. Las Cortes de Navarra

Formadas, asimismo, por los tres Estados del reino: Eclesiástico, Nobiliario y
Popular, este último integrado por los representantes de las principales Universidades o
Municipios, elegidos por votación o insaculación. Similar a los demás reinos, le
corresponde al monarca la función legislativa, pero se distingue en que en las Cortes de
Navarra se acuerdan tanto los impuestos ordinarios como los extraordinarios.

5. Las administraciones territorial, señorial y local

5.1. La administración territorial

La Consolidación de los Reinos de la Península Ibérica se produce en las


primeras décadas del siglo XIII en que la Corona de Castilla y León, bajo Fernando III y
Alfonso X, incorpora una gran parte de Andalucía y el Reino de Murcia, y la Corona de
Aragón y Cataluña, bajo Jaime I, conquista los reinos de Mallorca y Valencia. Ello produce
importantes cambios en la gobernación territorial de cada uno de los reinos.

a) El Reino de Castilla y León

En la Alta y Plena Edad Media, la Administración Territorial se dividió en Condados


o Mandaciones, que eran comarcas o tierras confiadas por el rey a un magnate para que
las gobernase en su propia representación, recibiendo sus titulares los nombres de ludex
—juez—, Potestas —potestad— y Comes —conde-—-, investidos de las más altas
funciones políticas, judiciales, militares y financieras.

A partir del siglo XI aparecieron como encargados de la Administración de los


Distritos, los Merinos —maiorinus o maior domus—, nombre que correspondía inicialmente
a los administradores de los señoríos o grandes dominios territoriales, que con
posterioridad pasaron a convertirse en delegados del Rey, a cuyo frente se colocó un
Merino Mayor en Castilla, León y Galicia. Tras la unión de los reinos en 1230, los tres
Merinos Mayores fueron en ocasiones sustituidos por los Adelantados Mayores en las
cinco grandes circunscripciones de Castilla, León y Galicia, y las dos nuevas de Andalucía
—o la Frontera— y Murcia. El oficio del Adelantado Mayor con más incidencia política,
militar y judicial perduró hasta los Reyes Católicos, vinculándose a los altos linajes de
nobleza castellana.

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

La tierra de Vizcaya se organizó desde el siglo XI como un Condado o señorío


jurisdiccional, investido de amplia inmunidad, incorporado a la Corona bajo el reinado de
Juan I de Castilla. En su territorio se formaron las Juntas Generales o Juntas de
Guernica, como asimismo en los territorios de Álava —Junta de las Hermandades de
Álava— y de Guipúzcoa —Junta de Guipúzcoa—, también se formaron Juntas Generales
en Galicia, en Asturias, en las Asturias de Santillana y en Castilla la Vieja.

b) El Reino de Aragón

El territorio de Aragón se dividió en Honores, Universidades y Merináticos,


formándose desde el siglo XIII las Juntas u organizaciones supralocales, al frente de las
cuales se colocó a un Sobrejuntero, constituyéndose cinco Juntas en 1260 —Zaragoza,
Huesca, Sobrarbe, Ejea y Tarazona—. Las Merindades de Aragón tuvieron también al
frente un Merino que ejercía competencias de carácter administrativo y económico. Desde
el siglo XIV se nombró un gobernador general, y un Procurador General con la facultad de
administrar Derecho y Justicia.

c) El Principado de Cataluña

En el Principado de Cataluña los antiguos Condados fueron divididos en distritos


llamados Veguerías —voz romance derivada de vicarius—, quedando el territorio en la
época de Jaime II (1291-1327) dividido en dieciocho Veguerías: Barcelona y Vallés,
Ausona —Vich—, Bergadá, Villafranca, Gerona, Besalú, Camprodrón, Ripollés, Tarragona,
Tortosa, Montblanch, Sarreal, Lérida, Cervera, Camarasa, Pallars y Vizcondado de
Castellbot-Urgellet. El Veguer ejercía funciones gubernativas, judiciales y militares bajo la
autoridad directa del Procurador General de Cataluña, y a sus órdenes se encontraban
los magistrados locales o Batlles. Las Veguerías estaban subdividas en Subveguerías —
Sot-Veguerías—, y esta división se instauró también en el Reino de Mallorca.

d) El Reino de Valencia

La principal institución fue el Portant Veus —o gobernador—, delegado del


Gobernador General de la Corona de Aragón, formándose el Reino a partir de 1347 en
cuatro territorios: Valencia, Játiva, Castellón y Orihuela. El Justicia era el titular en cada
uno de los once Juzgados en que se dividió el territorio, encargado de la Administración de
Justicia, mantenimiento del orden y percepción de los tributos.

e) El Reino de Navarra

Durante la Baja Edad Media, el Reino de Navarra, que había organizado su


administración territorial en tenencias, beneficios y honores, se dividió en cinco grandes
Merindades: Pamplona o Montaña; Tudela o Ribera; Estella, Sangüesa y Ultrapuertos o
Baja Navarra, creándose en 1407 con Carlos III la Merindad de Olite. Las Merindades
incluían los Honores, Municipios y los Valles, regidos por Bayles, Prebostes o Almirantes.

5.2. La administración señorial

Los Señoríos tienen su origen en las relaciones entre los labriegos que cultivaban
los campos como colonos y arrendatarios y los titulares de dichos territorios —linajes
locales o titulares de centros eclesiásticos—, a quienes pagaban en especie o dinero

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

diversos gravámenes y con quienes realizaban vínculos de sometimiento personal a


cambio de una cierta protección.

Los Señores recibieron en ocasiones de los monarcas concesiones para ejercer


funciones públicas, y sobre todas ellas el ejercicio de la jurisdicción civil y criminal,
formándose los Señoríos Jurisdiccionales, en los cuales los Señores administraban la
Justicia a través de sus propios oficiales.

Coincidiendo con la decadencia de las ciudades y con la debilidad del poder público,
como consecuencia del dominio islámico y de la pugna de los poderosos para extender su
influencia y su patrimonio territorial, el régimen señorial se extendió, generalizándose la
concesión, por el Rey, de Inmunidades, que sustraían la acción directa del poder público
en aquellos territorios a favor de los Señores, quienes gozaron de la jurisdicción y de la
cesión de determinadas cargas, a excepción de la Fonsadera y del Yantar.

Los tipos de Señorío eran:

—De Realengo, o territorios que pertenecían a la Corona.


—De Infantazgo, cuya titularidad correspondía a los hijos del Rey.
—Eclesiásticos o de Abadengo, cuyos titulares eran los Obispos o Abades.
—De Solariego, cuando pertenecían a los nobles o Señores.
—De Behetría —bene facere o hacer bien—. Sus habitantes podían elegir
libremente a un Señor, que podía ser de mar a mar, es decir, desde el Atlántico al
Mediterráneo, manifestando así la amplitud de dicha capacidad de elección.

Los Señoríos de Behetría se constituyeron sobre todo en el Norte del Reino de


Castilla, realizándose en 1351 por orden del Rey Pedro I el Libro Becerro de las
Behetrías, que permitió conocer cuáles derechos pertenecían al monarca y cuáles a los
diferentes regímenes señoriales.

Los Señoríos de Abadengo decayeron a fines del siglo XII en beneficio de los
Señoríos Solariegos, que extendieron su radio de acción o surgieron como consecuencia
de la concesión de villas y lugares como Señorío Jurisdiccional por parte de los monarcas.
Este proceso se incrementó con los reyes de la Casa de Trastámara, quienes, para asentar
su legitimidad y poder, concedieron numerosos privilegios a favor de la nueva nobleza y de
la Iglesia, teniendo que solicitar las Cortes de Valladolid de 1442 que el Patrimonio de la
Corona fuese considerado inalienable, imprescriptible e inembargable, prohibiendo por
tanto la concesión en señorío de las villas y lugares del reino. Aquel proceso, sin embargo,
no concluyó hasta el reinado de los Reyes Católicos, quienes trataron de revisar —a través
de las Declaratorias de Toledo— las concesiones realizadas a los señores e incorporaron
los grandes territorios de las Ordenes Militares al Patrimonio Real. Asimismo, otros
grandes Señoríos habían ido incorporándose a la Corona, como los de Vizcaya y Molina, y
en Aragón el Señorío de Albarracín y el Condado de Urgel.

5.3. La administración local

La decadencia de la vida municipal y el proceso de ruralización que se produjeron


como consecuencia de la crisis del Imperio Romano se volvieron a hacer presentes a
causa de la invasión musulmana. Tan solo cuando los territorios resistentes al Islam se
ampliaron y comenzó el proceso de repoblación volvió a cobrar desarrollo la vida urbana en
las ciudades, villas y aldeas. Aquel fenómeno que propició el origen de los núcleos de
población y de las ciudades se acentuó como consecuencia del crecimiento mercantil,
16
HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

surgiendo los burgos —barrios de mercaderes— y las ciudades, en las cuales se


desarrolló el régimen municipal. Las entidades de población, como consecuencia de su
régimen libre, recibieron una carta, fuero municipal o Costum y, asimismo, a causa del
fortalecimiento progresivo de los vínculos que ligaban a sus habitantes, surgió la Asamblea
Vecinal, llamada Concilium o Concejo.

El Concejo —probablemente derivado del conventus publicus vicinorum de la época


visigoda— se convirtió en la expresión de la personalidad jurídica de los vecinos,
reuniéndose en un lugar determinado —a veces ante una iglesia, otras en algún lugar
señalado del campo, al pie de un árbol— y muchas veces a son de campana tañida para
decidir sobre las cuestiones que afectaban a la vida económica y administrativa. Los tipos
de reuniones fueron el Concejo Abierto, o reunión de todos los vecinos, y el Concejo
Cerrado o Regimiento, que se impone en Castilla a partir del siglo XIV como
consecuencia de una política centralista, y que suponía que un número concreto de
Regidores era elegido anualmente por los vecinos para ejercer el gobierno municipal.

El sistema de Regimiento posibilitó la constitución de oligarquías locales que se


repartieron de modo permanente y durante generaciones el gobierno municipal.

La vecindad se convirtió en un requisito indispensable para gozar del Fuero local,


disfrutar de los bienes comunales y participar en el gobierno municipal.

Fueron oficiales de los Concejos: los Alcaldes locales elegidos por el Concejo, los
Alcaldes de Fuero, los Jurados o Fieles, que atendían a la defensa de los intereses
económicos y de la representación de la Comunidad, los Merinos, Almotacén o encargado
de la inspección de pesos y medidas, el Notario o Escribano, que redactaba los acuerdos
municipales, los Alguaciles u oficiales ejecutivos de la Justicia y otra serie de cargos —
Pregoneros, Montaneros, etc.

En Cataluña las autoridades locales tuvieron los nombres de Consols o Cónsules,


Paers y Jurats o Jurados. El Municipio se constituyó a partir del siglo XII como Universitas
—Universitat— desarrollándose la figura del Consejo o Consell, que sustituyó a la
asamblea local, compuesto por magistrados locales elegidos por compromisarios. Jaime I
constituyó en Barcelona el Consejo de Ciento, Consell de Cent, formado por cien
prohombres o jurados.

En los Reinos de Mallorca y Valencia los magistrados locales llevaron asimismo el nombre
de Jurats gobernándose el municipio por un Consell.

En el Reino de Aragón el órgano municipal formó un Cabildo, integrado por jurados


de elección popular, apareciendo a su frente la figura del Alcalde, Justicia o Zalmedina,
de nombramiento real, posteriormente propuesto al monarca según la ciudad en virtud de
un sorteo.

6. Administración de Justicia

6.1. La Jurisdicción Ordinaria en la Alta Edad Media

a) Características

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

— La Justicia en la Alta Edad Media evoluciona desde el ámbito privado al


público. La Justicia no era en principio patrimonio del Estado, sino de los particulares.
Eran los perjudicados los que tenían derecho a la justicia y la ejercían personalmente
apelando a la venganza de sangre, a la apropiación de bienes debidos, la restauración del
honor, etc., vestigios de un derecho germánico que perdurará hasta el siglo XI, pero que
permaneció indirectamente hasta la modernidad, en la declaración de enemigo, lo que
permitía que si el culpable era encontrado en campo abierto se le podía ejecutar in situ.

— Al mismo tiempo siempre se conservó como propio del Rey el deber de hacer
justicia, llegando a establecerse como uno de los poderes del Rey, que ejerce
personalmente o delega en oficiales de la Monarquía. Formaba parte de la obligación de
preservar la paz y el orden en el reino.

b) La Curia y el Concilium

— El Rey administraba Justicia junto con su Corte, constituyéndose en un


Tribunal Real, presidido por el príncipe, y que entendía tanto en asuntos civiles como
penales, actuando en primera y única instancia o en apelación de otros tribunales menores.
El Tribunal actuaba públicamente como garantía de su imparcialidad.

— Junto con este Tribunal Real estaban los Tribunales de los Territorios, eran los
Concilium, asambleas judiciales que, o bien eran tribunales territoriales presididos por un
conde, un merino, o simplemente un ludex en representación del Rey, integradas por
gentes del lugar, «hombres buenos», o bien eran asambleas judiciales locales integrada
por los miembros de la asamblea vecinal, que juzgaban los asuntos concernientes a dicha
comunidad.

La asistencia a estas asambleas judiciales o Concilium era obligatoria. El Concilium


tenía competencia sobre asuntos civiles y criminales, y por naturaleza una jurisdicción
interna. Cuando afectaba el litigio a miembros de distritos distintos, se reunía la asamblea
judicial en un lugar intermedio, llamado «medianedo».

c) El Proceso Judicial

Estaba fundamentado en el Derecho Consuetudinario heredado de la época


visigoda. El rey o la autoridad que preside el tribunal designa una serie de personas, los
denominados Jueces o Jurados, que se encargarán de recoger y practicar las pruebas de
las partes, asisten a las mismas y en virtud de su resultado se dictamina el desenlace del
pleito —la agnitio—, que era un pacto entre ambas partes, cuyo cumplimiento se
garantizaba mediante fiadores. Estos jueces fueron en un principio elegidos entre los
asistentes a la asamblea, pero a partir del siglo X serán designados con carácter
permanente, convirtiéndose en Jueces de Distrito, contando con cierta formación jurídica, y
comenzaron también a emitir sentencias que sentaban jurisprudencia —fallos o Fazañas.

Las partes no siempre concurren al proceso, y lo hacen sus Adsertores o


abogados en su nombre. Se comenzaba con la alegación verbal, y luego se realizaban la
prueba de testigos, la prueba documental y los conjuradores. El Juramento Solidario y las
Ordalías eran dos instrumentos tradicionales en el proceso judicial.

d) La Justicia Local

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

Desde el siglo XII surgirá en todas las ciudades y villas la figura de un Juez, que
recibe distintos nombres según los reinos, y que tiene un ámbito jurisdiccional que es la
ciudad, actuando con un tribunal de vecinos. Con el tiempo este tribunal desapareció y el
juez fue designado por la propia ciudad a través del concejo, produciéndose la
independencia de la jurisdicción local, sustituyendo a la junta judicial de distrito.

En Castilla y León la justicia local se independiza de la Monarquía, mientras que en


Aragón y Cataluña los presidentes de estas asambleas eran designados por el Rey.

6.2. La Justicia en la Plenitud Medieval

La justicia se institucionaliza. Los jueces se profesionalizan y adquieren una mayor


formación jurídica, convirtiéndose en jueces técnicos, conocedores no sólo de los fueros,
sino también del entramado jurídico que la influencia del Derecho RomanoCanónico trae
consigo. Esta evolución permitió una superación de la justicia privada en beneficio de la
pública y la sustitución de jueces populares por jueces técnicos, nombrados por la
Monarquía.

a) El Tribunal de Corte

En las Cortes de Zamora de 1274 se ordenó el establecimiento de un tribunal


permanente, el Tribunal de Corte, compuesto por veintitrés jueces o alcaldes que se
ocuparían de los procesos especiales, llamados «casos de Corte», en cuya virtud,
actuaban en primera y única instancia en las causas criminales siguientes: muerte —
esto es, cuando se da muerte estando bajo seguro real o en tregua, con fianzas de no
hacerle ningún mal—; mujer forzada; tregua rota; salvo quebrantado —cuando se
rompía el «seguro de salvo», esto es, de no cometer actos dañinos—; casa quemada,
incendio intencionado; camino estropeado, atentar contra la paz de los caminos; traición
al Rey o señor, o a la comunidad; aleve o traición a los particulares; y riepto —o reto entre
nobles, debiendo justificar el motivo del reto ante el tribunal.

Estos Alcaldes de Corte se reunían bajo la presidencia del Rey, y una parte de ellos
acompañarían siempre al monarca en sus desplazamientos. Al mismo tiempo, este Tribunal
actuaba en apelación de las sentencias de los otros jueces; eran tres de ellos, los alcaldes
de alzadas, los encargados de entender de las apelaciones o alzadas.

Este Tribunal no funcionará con regularidad debido a las protestas de la nobleza,


pero fue reimplantado en varias ocasiones por los Ordenamientos de Cortes de 1299, 1312
y 1329, estableciéndose además como Tribunal ordinario y general en el «rastro» del Rey,
esto es, en el territorio de cinco leguas a la redonda de la residencia del Rey, de modo que
tenía además una jurisdicción general, civil y criminal, en un territorio cambiante.

Se establecieron poco después los Alcaldes de Fijosdalgos, que entendían


exclusivamente en los pleitos de la nobleza, y que se incorporarían al funcionamiento de la
Audiencia, en número siempre reducido de alcaldes.

b) Las Audiencias y Chancillerías

Las Cortes de Toro de 1371, convocadas por Enrique II de Castilla, reorganizaron


el Tribunal de Corte, constituyéndose entonces un Tribunal permanente de siete oidores
—jueces—, tres eclesiásticos y cuatro técnicos juristas, que se reunían dos veces a la

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

semana para impartir justicia en el lugar de la Corte, llamado Audiencia, y sus sentencias,
que eran necesariamente colegiadas, se autentificarán con el sello de la Chancillería, por
lo que llegaron a identificarse ambos términos —Audiencia y Chancillería— originados para
instituciones distintas, ya que la Chancillería era, en principio, un órgano de expedición y
registro documental.

El uso del término Audiencia se remonta a los tiempos de Alfonso XI, pero es ahora
cuando se convierte en el Tribunal Superior de Justicia, identificada con la justicia del
Rey, separándose así las funciones propias del gobierno, encargadas al Consejo, de las
exclusivamente judiciales de la Audiencia.

La Audiencia fue reformada en tiempos de Juan I, aumentando el número de


Oidores, y se estableció una residencia permanente de la Audiencia fijada finalmente en
Segovia. Con Enrique III las funciones de la Audiencia fueron nuevamente desempeñadas
por el propio monarca, y con Juan II restablecida en su plenitud a partir de 1442, fijándose
su sede en Valladolid. Fue, sin embargo, en tiempos de los Reyes Católicos cuando se fijó
allí definitivamente el lugar y funciones de este Alto Tribunal.

En las Cortes de 1489 de Medina del Campo se reconstruyó el Tribunal de


Audiencia y Chancillería, con sede en Valladolid, y se constituyó como un Tribunal
separado de la Corte, integrado por un Presidente eclesiástico, ocho Oidores, Alcaldes,
Procuradores fiscales, Abogados de pobres, Relatores y Escribanos. Su competencia se
separó claramente en dos ámbitos, civil y criminal, esta última se encargó a los alcaldes del
crimen, pertenecientes a la Casa y Corte. El Consejo Real podía entender en cualquier
asunto visto en la Chancillería, preservándose así la intervención real en la justicia. La
jurisdicción era en principio para todo el reino, pero a partir de 1494 se creó una segunda
Audiencia y Chancillería en Ciudad Real, trasladada en 1505 a Granada, desdoblándose
la jurisdicción castellana en dos, por la línea del Tajo.

c) La Justicia Local

También este ámbito fue modificado en la Baja Edad Media. El reino


castellanoleonés fue dividido en grandes circunscripciones gobernadas por Merinos
Mayores y Adelantados Mayores, que estaban encargados fundamentalmente de la
Administración, pero el monarca les asignó, entre otras funciones, también las propiamente
judiciales, actuando como jueces de apelación de los jueces locales o incluso de los
Merinos menores.

Por otro lado, junto a los Alcaldes de Fuero designados por el concejo del
municipio, aparecen los Alcaldes Pesquisidores, o de salario, designados por el Rey,
actuando en competencia jurisdiccional con aquéllos. Estos alcaldes pesquisidores
recibirán el nombre de Corregidores y son los delegados del poder regio en el territorio.
Esta evolución responde al cambio en el procedimiento judicial que se basa en el
procedimiento inquisitivo, la pesquisa, superándose los sistemas probatorios más
primitivos.

6.3. La Jurisdicción Extraordinaria

a) El Tribunal de Libro

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

Por influencia de los mozárabes se instituyó en la Alta y Plena Edad Media en León
un tribunal que juzgaba utilizando exclusivamente el Liber Iudiciorum. Era un tribunal
voluntario al que las partes podían acudir en primera instancia o en apelación incluso de las
sentencias de la Curia Regia, sometiéndose a lo dispuesto en el Derecho Visigodo. Su
funcionamiento se remonta al siglo X y perduraba aún en tiempos de Alfonso X.

b) La Jurisdicción Señorial

Aun cuando casi todos los privilegios señoriales otorgaban la jurisdicción del
territorio del Señorío, la actuación directa de los señores se limitó posteriormente al
nombramiento de jueces o alcaldes sujetos a su jurisdicción. Se diferenciaba la
competencia en los delitos penados con la muerte el destierro y la mutilación —mero
imperio—, y la competencia en los litigios civiles o en las causas penales que fueran
castigadas con penas menores, fundamentalmente económicas —mixto imperio. En
Castilla y León el monarca se reservó siempre el mero imperio de la jurisdicción señorial,
mientras que en Aragón y Cataluña se concedió a los señores el mero y mixto imperio con
plenas competencias, que desembocaron en ocasiones en abusos y en trato vejatorio a los
vasallos.

c) La Jurisdicción Eclesiástica

La Iglesia estaba exenta de la jurisdicción ordinaria por razón de la materia de fe


y sacramentos, abarcando las causas matrimoniales, por usura, sacrilegio, etc. Por razón
de las personas, toda causa civil o criminal en la que el inculpado o demandado fuera un
eclesiástico, quedaba en virtud del «privilegio de fuero», sujeto a la jurisdicción eclesiástica.

La Jurisdicción la ejercía el Obispo de la Diócesis, pudiéndose apelar al


Metropolitano —Arzobispo que presidía una Provincia eclesiástica, agrupando a varias
diócesis—, al Primado y, en última instancia, al Papa.

Una forma especial de la jurisdicción eclesiástica fue la Inquisición.

Desde fines del siglo XIII quedó establecido en Aragón un primer Tribunal de
Inquisición para atajar la herejía albigense, pero como tal tribunal tuvo poca incidencia y
cayó en desuso. Será en tiempos de los Reyes Católicos, sobre un proyecto de Enrique IV,
cuando se establezca el Tribunal de la Santa Inquisición a partir de 1478, cuyo principal
desarrollo tiene lugar en la Edad Moderna.

d) La Jurisdicción Mercantil

A partir del siglo XIII se desarrolla una jurisdicción específica sobre todo en las
ciudades comerciales de la Corona de Aragón. Juan I estableció la Universitat dels
prohoms de la ribera, que suponía la primera Corporación, luego dotada de unas
Ordenanzas que la reconocieron atribuciones jurisdiccionales.

Pedro III es quien, en virtud de esa jurisdicción especial para el comercio, creó los
Consulados del Mar, para Valencia, Mallorca y Barcelona. Eran tribunales extraordinarios
caracterizados por la brevedad y urgencia de sus actuaciones y estaban regidos por dos
cónsules elegidos por los consejeros de la ciudad o por la propia Corporación. Estos
Consulados, con plenas funciones judiciales, ampliaron su competencia a todas las causas
comerciales, actuando en primera instancia y constituyendo en el Consulado de Comercio

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HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

un juez de apelaciones, ante el que comparecían las partes y el juez que dictó la sentencia.
Será este modelo de Tribunal de comerciantes el que se impondrá en Burgos en 1494.

e) El Justicia Mayor de Aragón

Su origen estuvo en el Juez de Palacio que asesoraba al Rey y le acompañaba en


todo momento, y en las Cortes de Ejea de 1265 se convirtió en el defensor del Derecho
Foral frente a las influencias romano-canónicas. Habría de ser siempre un Caballero y
defender los derechos tradicionales.

Sus funciones son múltiples: actúa como juez en primera instancia y en apelación
en cualquier lugar del Reino y es el juez único para todos los litigios entre el Rey y la
nobleza, pero, sobre todo, es el único intérprete del Derecho, tanto para las consultas del
Rey como para la defensa del Fuero, actuando directamente en los casos de contrafuero.
Es, pues, el supremo intérprete del orden jurídico, que juzga los casos más graves y
paraliza la acción de cualquier juez ordinario, esgrimiendo la ilegitimidad del procedimiento.
El Justicia Mayor era sometido a control por las Cortes, que fueron las únicas que
podían indagar los posibles abusos del magistrado. Este cometido de las Cortes fue
delegado en una Comisión, «la de los Diecisiete», integrada por miembros de los tres
brazos.

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