Está en la página 1de 2

Martha Susana Kearns

(Buenos Aires, 13.07.1933-Buenos Aires, 24.12.2022)

In memoriam

Martha Kearns ha recordado su “descubrimiento” de la cerámica como un flechazo inesperado cuando, a los 14 años, en
busca de una de las religiosas del colegio al que asistía, entró al aula que allí oficiaba de taller. Deslumbrada ante la visión,
se sumó casi de inmediato; fascinada por el primer contacto con la arcilla, rubricó su destino: “cuando volví a mi casa
decidí que me iba a dedicar a eso”. Y así lo hizo los siguientes setenta y cinco años de su vida.
A aquel taller inicial le siguieron la Escuela Municipal de Cerámica de Olivos y, luego, la histórica Escuela de Cerámica
de la calle Bulnes, donde tuvo maestros como Fernando Arranz, Nicasio Fernández Mar, Julio Barragán, Vicente Puig y
Martín Pampín. Poco después, tras contraer enlace con el arquitecto Horacio Ruiz en 1955, se perfeccionaría con otra
grande de la cerámica, Ana Mercedes Burnichón, y también con el escultor sanjuanino Carlos de la Mota y con el pintor
porteño Ceferino Rivero Rodrigo.
Además de estas elecciones, su trato con estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y su
participación en la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos son aspectos que muestran la
amplitud de sus intereses. De igual modo, su trabajo colaborativo junto a Héctor Capurro y Norberto Onofrio en nuestro
país y con el gaúcho Vasco Prado en Porto Alegre son señales de una natural inclinación por aprender más y más del
trabajo conjunto.
Atenta a las preocupaciones disciplinares de entonces, Martha supo propiciar el diálogo de su material con otros
diversos ―el metal, el vidrio, la madera, el textil―; esto le permitió vehiculizar a través de un segmento de sus
producciones una ostensible inclinación hacia lo experimental. Sus “piedras”, piezas imbuidas por su profunda estima del
arte precolombino y pensadas para convivir con la naturaleza en el verdor de algún jardín, sintetizan una ética de trabajo
amorosa, comprometida e indivisa.
Recorrer hoy la totalidad de sus realizaciones deja entrever la inquietud de quien no percibe límites para su hacer
creativo pues, en sus propias palabras, él “supone una infinidad de caminos apasionantes”. En épocas en que la práctica
cerámica parcelaba áreas de competencia ―y los ceramistas realizaban esculturas figurativas o abstractas, jerarquizaban
el término “cacharro” con una alfarería de excelencia, o mutaban espacios insustanciales en lugares significantes al
revestirlos con un mural―, Martha habitó todos y cada uno de esos diversos dominios. Produjo en ellos piezas que
muestran la eficacia con que ha sabido roturarlos, trabajos que sólo resultan de un genuino deseo de interpelar cada
modalidad para obtener de ella sus mejores cualidades y sus mayores capacidades.
Martha conformó su primer taller en 1956, gracias a lo cual, entre otras cosas, pudo comenzar a concretar la enorme
cantidad de murales que decoran espacios públicos y privados de nuestro país y en el extranjero. Hacia fines de la década
de 1970, la calidad de su trabajo promovió una demanda: la transferencia de su extenso y amplio conocimiento del oficio;
si bien consciente de lo infinito del saber cerámico, alentada por sus amigos y colegas, en 1979 abrió las puertas del taller
Gente de Barro. Dedicado a expandir la sensibilidad por la cerámica como arte y sus singularidades estéticas, es uno de
sus legados primordiales. Y puesto que Martha priorizó en gran medida su labor en la enseñanza por sobre la mostración
de sus trabajos, se comprende entonces su felicidad manifiesta al atestiguar los logros de los ceramistas más jóvenes
―entre ellos, su hijo Pablo―, considerando que “nos superan ampliamente. Eso me llena de orgullo”. No en vano hace
tiempo se la estima como una tenaz maestra del hacer.
Abrir al azar una página de la vida de Martha es hallarla interactuando con otros nombres que han forjado nuestra
cultura toda: algunos de ellos son el fotógrafo Horacio Cóppola, el historiador y crítico de arte Abraham Haber, el pintor
Juan Carlos Castagnino, el poeta Raúl González Tuñón, la dramaturga Aída Bortnik, el actor Onofre Lovero, la bailarina
Perla Stoppel, los galeristas Mario y Paulette Fano ―fundadores de la mítica Lirolay― y, por supuesto, colegas del calibre
de Mireya Baglietto, Roberto Obarrio, Carlos Carlé, Juan Antonio Vázquez, Marcelo Zimmermann, Vilma Villaverde... Con
justicia, su trabajo forma parte de colecciones públicas y privadas de diversos países; referiremos sólo una que implica un
importante reconocimiento: la del Museo Argentino y Latinoamericano de Arte Cerámico que forma parte del FLICAM,
Complejo Internacional de Museos de Arte Cerámico FuLe de la localidad china de Fuping; allí trabajó como parte del
contingente que lo inauguró en el año 2008.
A inicios de 2021, reunidos en su Asamblea Anual, los miembros del Centro Argentino de Arte Cerámico resolvieron
otorgarle la categoría de Socia Honoraria, reconociendo con ello no sólo la calidad de su obra y la extensión de su carrera,
sino un probado vínculo. Como ella misma ha recordado al aceptarla, se inició con su asistencia a la reunión primera por
la que nuestra institución fue creada en 1958. Luego, continuó con su participación en certámenes y exposiciones
―donde sus presentaciones fueron varias veces distinguidas―, y con su cooperación como miembro de la comisión
directiva u oficiando de evaluadora en instancias de premiación. Todo eso hace que su nombre forme parte de la
existencia del CAAC, tal como su producción lo es de la historia reciente de nuestra cerámica. Así, en su partida, queremos
celebrarla, aplaudirla y despedirla recordando el modo en que ha expresado uno de sus más profundos sentimientos: “…
siempre vuelvo a la tierra. Porque es parte mía…”
Hasta un nuevo encuentro, Martha.

También podría gustarte