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Introducción
Los barbitúricos eran los agentes ansiolíticos por excelencia. Éstos se caracterizan por una mayor
incidencia de efectos secundarios, ya que producen una depresión más generalizada del sistema
nervioso. Los barbitúricos tienen un margen de seguridad muy estrecho; por esto se registraron en
la literatura especializada numerosos casos de sobredosis accidentales. La intoxicación aguda por
ingesta de barbitúricos se ha relacionado históricamente con una tasa de mortalidad inaceptable
para los parámetros de la medicina actual. La evaluación riesgo-beneficio motivó su abandono
definitivo como agente ansiolítico. Sin embargo, este balance resulta aún favorable en lo que
respecta a su potencial terapéutico como anticonvulsivante, para casos específicos que no
responden a la terapéutica convencional.
Con los barbitúricos era difícil diferenciar en la práctica la acción ansiolítica de la sedante e
hipnótica. El meprobamato significó un avance en la diferenciación entre ansiólisis y sedación. Las
benzodiazepinas se acercaron al ansiolítico ideal porque, aunque a dosis elevadas producen
sedación y sueño, es posible manejarlas con mayor eficacia y menor riesgo. Recientemente, la
introducción de ansiolíticos no benzodiazepínicos, como la buspirona, cuyo mecanismo de acción
no está relacionado con la transmisión GABA y que carecen de acciones sedante,
anticonvulsionante y relajante muscular, ha supuesto un nuevo paso hacia delante en la definición
de la acción ansiolítica. Además, el análisis de la acción molecular de los fármacos ansiolíticos está
contribuyendo a revelar las anomalías neuroquímicas que acompañan los diversos cuadros de
ansiedad y a conseguir su normalización o ajuste mediante moléculas farmacológicas.
Definición
Los ansiolíticos, también llamados tranquilizantes menores, son principios activos que son
recetados principalmente para evitar convulsiones y para mitigar los síntomas de la ansiedad y
angustia, y en ciertas ocasiones también para los síntomas provocados por trastornos del estado
de ánimo. Aunque hay varios tipos de ansiolíticos, nos centraremos en la benzodiacepinas, uno de
los grupos más usados por la población.
Los agonistas parciales de los receptores 5-HT1A: las azaspirodecanodionas, que representan un
nuevo grupo de ansiolíticos cuyo principal representante es la buspirona, junto con la gepirona y
la ipsapirona. Su perfil farmacológico es distinto al de las benzodiazepinas, pues su mecanismo de
acción no está vinculado al receptor GABA y carecen de acciones hipnóticas,
anticonvulsivante y miorrelajante. Más que sedación producen insomnio. No alteran la memoria,
ni provocan trastornos cognitivos o psicomotores. No interactúan con el alcohol ni otros
depresores del SNC.
Los antihistamínicos como la hidroxicina y la difenhidramina poseen cierta acción ansiolítica débil,
aunque a dosis tan elevadas que producen intensa sedación.3 Su utilidad está limitada a los
pacientes con personalidad proclive a la adicción, alcohólicos o enfermos que no responden a
otros tratamientos.
Los neurolépticos en dosis diarias bajas tienen propiedades ansiolíticas; sin embargo, dados sus
importantes efectos secundarios, incluida la discinesia tardía, debe restringirse su uso a los
individuos que no responden a otra medicación, a los pacientes cuya ansiedad forma parte de un
cuadro esquizofrénico y a ancianos que padecen primariamente de agitación.
Los bloqueadores beta-adrenérgicos son útiles para controlar las manifestaciones somáticas de
carácter adrenérgico (palpitaciones, sudoración, temblor, etc.) propias de la ansiedad. Su acción se
limita a suprimir las manifestaciones somáticas sin interferir en los mecanismos cerebrales de la
ansiedad; de hecho, los resultados son más evidentes para el médico que para el propio enfermo.