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GRACIA DE CRISTO
STO. TOMÁS DE AQUINO, Sobre la gracia de cristo A.1
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voy a darles dos nombres distintos. La clase biológica, que nos viene de la Naturaleza y
que (como todas las cosas de la Naturaleza) siempre tiende a agotarse y decaer, de tal
manera que sólo puede mantenerse con incesantes subsidios de la Naturaleza en la
forma de aire, agua, alimento, etc., es Bios. La vida espiritual, que está en Dios desde
toda la eternidad y que hizo todo el universo natural, es Zoe. Bios tiene,
indudablemente, una cierta semejanza impalpable o simbólica con Zoe, pero sólo el tipo
de semejanza que hay entre una fotografía y un lugar, o una estatua y un hombre. El
cambio de una persona que pasara de tener Bios a tener Zoe sería tan grande como el de
una estatua que, de piedra tallada, se transformara en un hombre real.
Y de eso se trata precisamente el cristianismo. Este mundo es el taller de un gran
escultor. Nosotros somos las estatuas, y corre un rumor por ahí de que algún día,
algunos de nosotros comenzaremos a vivir.
ARGUMENTOS. 2. Donde hay unión real por esencia, no se requiere unión por
semejanza. Para conocer se requiere la unión de quien conoce con la realidad conocida,
pero cuando las realidades están en el alma por su misma esencia, no es necesario que
para su conocimiento estén en ella por semejanza. Ahora bien, Dios está realmente
unido por esencia al alma de Cristo en la unidad de persona. Luego no se requiere que
se una a ella por graciam que es unión por semejanza
ἕνα αὐτὸν ἀπέφηνε καὶ ἀγένητον καὶ πρὸς τὸν ἀίδιον χρόνον ἀναλλοίωτον πάσης ἰδέας
θνητῆς κάλλει διαφέροντα καὶ δυνάμει μὲν ἡμῖν γνώριμον, ὁποῖος δὲ κατ᾽ οὐσίαν [ἐστὶν]
ἄγνωστον.
Οὗτός ἐστι Μωυσῆς ὁ λέγων· “Εμφάνισόν μοι σαυτόν, γνεστῶς ἴδω σε”. μὲ γὰρ
ἐμφανισθείης μοι δι᾿οὐρανοῦ ἤ γῆς ἤ ὕδατος ἤ ἀέρος ἤ τινος ἁπλῶς τῶν ἐν γενέσει, μηδὲ
κατοπτρισαίμην ἐν ἄλλῳ τινὶ τὴν σὴν ἰδέαν ἤ ἐν σοὶ τῷ θεω.
Tal es Moisés cuando dice: “Revélate a ti mismo, que te conozca con evidencia” (Ex
33,13). No te reveles a mí a través del cielo o de la tierra o del agua o del aire, en una
palabra, en nada de lo creado, y que no contemple tu esencia, como en un espejo, en
cosa alguna sino en ti, Dios.
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STO. TOMÁS DE AQUINO, Sobre la gracia de Cristo a.1
ARGUMENTOS.
5. Lo que es bueno por esencia no necesita bondad por participación. Pero Cristo,
siendo verdadero Dios, es bueno por esencia. Luego no necesita de la gracia, que es
bondad participada.
6. La bondad increada supera a la gracia más que la luz del sol a la luz de la candela.
Pero el que tiene la luz del sol no necesita la luz de la candela. Luego, como Cristo por
la unión tiene la bondad increada, no necesita la gracia.
10. Al que tiene la superabundancia de todo bien no es necesario añadir nada. Pero el
alma de Cristo, por el hecho mismo de que a ella estuvo unido el Verbo en el cual está
el tesoro de todo bien, tuvo esa plenitud. Luego no fue necesario que se añadiera la
bondad de la gracia.
SOLUCIÓN. Hay que decir que es necesario poner en Cristo la gracia creada. Y esto
se deduce del hecho de que puede darse una doble unión del alma a Dios. Una, según el
ser en una única persona, y ésta es exclusiva del alma de Cristo. Otra, según la
operación, que es común a todos los que conocen y aman a Dios. La primera unión sin
la segunda no basta para la beatitud, pues ni el mismo Dios sería bienaventurado si no
se conociera ni se amara; no encontraría en sí mismo el deleite necesario para la
beatitud. Para que el alma de Cristo sea feliz, además de su unión al Verbo en persona,
se requiere la unión por operación, es decir, que vea a Dios por esencia y, viéndolo,
goce. Pero esto excede el poder de cualquier criatura, y sólo conviene a Dios por su
naturaleza. Luego es necesario añadir algo a la naturaleza del alma de Cristo por lo cual
se ordene a dicha beatitud, y a esto llamamos gracia. Por tanto, es necesario poner la
gracia creada en el alma de Cristo. De ahí la inconsistencia de cierta opinión según la
cual no hay gracia habitual en la parte superior del alma de Cristo, sino que, como está
unida inmediatamente al Verbo, de esa unión fluye la gracia en las facultades inferiores.
Pues, si se habla de unión a la persona, toda el alma y no sólo su parte superior está
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unida a la persona del Verbo; en cambio, si se habla de la unión por la operación, para
ésta se requiere la gracia habitual, como se ha dicho.
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Decíamos ya hace un momento que en la explicación del carácter único de su
relación con Dios, de su filiación divina, el Nuevo Testamento y la tradición de la
Iglesia han acudido a la idea de la preexistencia, es decir de una existencia del Hijo (o
Logos) en el seno de la divinidad «anterior» a su presencia humana en el mundo. Entre
este ser divino preexistente (Hijo, Logos) y Jesús en todos los estadios de su existencia,
primero mortal y luego glorificado, se da una «identidad personal»: Jesús es, según el
Nuevo Testamento y la tradición de la Iglesia, el Hijo preexistente. Su vida humana con
las concretas características que la configuran, su existencia en filiación, tiene su último
fundamento en la filiación eterna, en su enraizamiento en el ser de Dios
cualitativamente distinto del de todos los demás hombres. Desde este punto de partida la
Iglesia ha rechazado siempre el adopcionismo. Jesús es el Logos hecho carne; su única
«hipóstasis» es la del Hijo.
La presencia del Espíritu en Jesús, relacionada como veíamos con su filiación divina,
ofrece no obstante unas características distintas de la presencia en él del Logos. En
efecto, no podemos hablar aquí de «identidad personal»; Jesús no es el Espíritu Santo
como es el Logos o el Hijo (idea a la que evidentemente se ha llegado sólo desde la
existencia histórica de Jesús); aunque el Espíritu actúa y está presente en él y, desde su
resurrección, lo posee en plenitud y lo da a todos los hombres.
Si no podemos hablar de una identidad entre Jesús y el Espíritu Santo debemos en
cambio afirmar que es el Espíritu Santo el que actúa en Jesús durante todas las etapas de
su vida, y no precisamente el Logos o el Hijo. En ningún lugar del Nuevo Testamento
se nos dice que el Hijo haya descendido sobre Jesús en el Jordán o lo haya resucitado de
entre los muertos. Por lo tanto, sobre este Jesús, personalmente idéntico con el Logos,
actúa en los distintos momentos de su existencia el Espíritu Santo para la realización de
su vida de Hijo, para el perfeccionamiento de su filiación, poseída ciertamente desde el
principio (cf. Heb 5,9). Si la filiación divina de Jesús tiene su fundamento en que él es
el Logos de Dios, la realización histórica de su vida filial para la salvación de los
hombres parece igualmente según el Nuevo Testamento que hay que atribuirla a la
acción del Espíritu de Dios en él.
Cristología del Logos (o del Hijo) y cristología del Espíritu no tienen que verse como
alternativas sino como complementarias. Creo que se pueden poner en relación una y
otra con los dos tipos básicos de cristología que se encuentran en el Nuevo Testamento,
el de exaltación (ascendente) y el de encarnación (descendente) Repetidas veces se ha
puesto de relieve que la unilateralización de cada uno de estos esquemas cristológicos
lleva el desconocimiento bien de la divinidad, bien de la humanidad de Jesús. La
cristología del Espíritu, que acompaña la realización histórica de la vida de Jesús y su
culminación en la resurrección, es sin duda un elemento esencial en la cristología
ascendente. Jesús, concebido por obra del Espíritu, ha recibido en el bautismo el
Espíritu Santo que le ha habilitado para su misión mesiánica y ha recibido en la
resurrección la plenitud del Espíritu de santidad que le ha constituido Hijo de Dios en
poder. La cristología del Espíritu destaca así la humanidad de Jesús y la historia de su
existencia. La cristología del Logos por el contrario pone el acento en la encamación
(cristología descendente) y por tanto en la divinidad de Jesús. Lo que la cristología del
Logos ve realizado de una vez para siempre en la encamación es contemplado desde el
punto de vista de la cristología pneumática como un proceso histórico que se consuma
en la resurrección.
¿Cabe una ulterior determinación de la relación entre ambos tipos de cristología, o
mejor, un ulterior desenvolvimiento sistemático del papel diferenciado que cumplen en
Jesús la autocomunicación de Dios por el Logos y la que tiene lugar en el Espíritu?
SCHOONENBERG ha propuesto la identificación del Cristo preexistente a la vez con
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el Logos y con el Espíritus. Esta solución no parece satisfactoria porque desconoce la
distinción, clara en el Nuevo Testamento, entre la identificación de Jesús con el Logos y
la presencia en él del Espíritu sin que se dé esta identificación personal. No menos
problemático es el marco cristológico y trinitario en que esta solución se inserta.
W. KASPER, aun sin sistematizarla completamente, ha intentado una nueva
solución a este problema. Su tesis fundamental puede a mi juicio resumirse así: el
Espíritu, al llenar totalmente la humanidad de Jesús, lo capacita para la plena
autocomunicación de Dios y a la vez santifica esta humanidad para que el Hijo hecho
hombre responda plenamente, en su libre obediencia, a la autocomunicación divina.
Creo que KASPER no ha tomado suficientemente en consideración el hecho de que esta
humanidad que recibe el Espíritu y, en virtud de él, responde plenamente en obediencia
al Padre es, precisamente, la humanidad del Hijo o del Logos.
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STO. TOMÁS DE AQUINO, Sobre la gracia de Cristo a.1
2. El razonamiento vale cuando la unión por esencia y la unión por semejanza tienen
la misma finalidad. Pero no es ése nuestro caso, pues la unión real de la divinidad con el
alma de Cristo se ordena a la unidad de la persona, mientras que la unión por semejanza
de la gracia tiene por objetivo el gozo de la bienaventuranza.
4. Si se dice que el alma de Cristo no tiene la gracia, debemos concluir que Cristo
tiene la bienaventuranza increada por ser Hijo natural de Dios, pero no la
bienaventuranza creada que se debe a los hijos adoptivos.
10. Al alma de Cristo estaba unida la plenitud de todo bien por su unión personal al
Verbo, no formal, sino personalmente. Por eso tenía necesidad de ser transformada por
la gracia.