Está en la página 1de 2

Tiempo detenido en el tiempo

Geología, litología, estratigrafía, tectónica y cromatismo multicolor forman el cóctel básico que sustenta al cerro. Las rocas
más viejas son las pizarras verdes que se aprecian al tomar el desvío desde la ruta Nº 9 hacia Purmamarca.

Escribe: Ricardo Alonso *


Si hay un lugar geográfico, un paisaje geológico y un sitio de interés turístico emblemático en la República Argentina, ese es el
Cerro de los Siete Colores, en Purmamarca. Lo hemos visto en mapas, revistas, folletos, libros, documentales, postales, guías
telefónicas y en cuanto medio se quiera mostrar una estampa de belleza icónica.
Existen mil y una razones por las cuales esa región resulta maravillosa para el turista, el visitante circunstancial o para quienes
viven allí de manera temporal o permanente. Es la larga herencia cultural, paisajística, geológica e histórica que se remonta
desde unos cientos de años hasta alcanzar algunas centenas de millones de años. Todo en un mismo sitio. Y además,
increíblemente conservado. Tan bien conservado que, en conjunto, con la Quebrada de Humahuaca, fue considerado como
Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad.
Si miramos el paisaje desde un punto de vista geológico, encontramos allí superpuestas una serie de unidades rocosas que
abarcan los tiempos Precámbrico, Cámbrico, Cretácico, Paleógeno y Pleistoceno, esto es, rocas con edades comprendidas
entre los seiscientos millones hasta menos de quinientos mil años atrás. Para hacerlo simple, una historia que se remonta a los
últimos 600 millones de años.
Desde el punto de vista de las unidades estratigráficas y la composición de las rocas allí presentes, podemos decir que
tenemos una verdadera sinfonía de litologías y colores. Las rocas más viejas son las pizarras verdes que se aprecian muy bien
cuando se toma el desvío desde la ruta nacional Nº 9 hacia el pueblo de Purmamarca. Esas rocas son arcillas de origen
marino, verdosas a grisáceas, lajosas, formadas en fondo oceánico, con un contenido apreciable de trazas fósiles de primitivos
gusanos y artrópodos. Estas rocas son el “pan del sándwich” que contiene en su interior a las rocas cámbricas, cretácicas y
paleógenas.
Las rocas cámbricas se presentan tanto en el interior (base) del Cerro de los Siete Colores, como así también en la margen
derecha , frente al pueblo,. Son esas rocas de colores morados, con niveles gris verdosos, que no presentan el lajeado de las
anteriores, pero que también son firmes y consistentes. Tienen una enorme cantidad de tubos rellenos de gusanos de playas
marinas, llamados skolithos. Se formaron también en el mar, pero en una plataforma continental, con una profundidad del agua
más somera, que no superaba los 200 metros.
Luego se encuentran las rocas de edad cretácica, entre ellas las capas amarillas de la formación Yacoraite, una unidad de
amplia distribución en el norte argentino que contiene el límite internacional Cretácico – Terciario (K/T), famosa por sus huellas
de dinosaurios, sus estromatolitos y sus yacimientos de uranio, cobre, esquistos bituminosos y petróleo. Ella se presenta
expuesta en la parte de atrás del Cerro de los Siete Colores, en la zona de Los Colorados, y también cuando se continúa el
camino desde Purmamarca en dirección hacia Salinas Grandes y el Paso de Jama.
Luego se presentan rocas del Paleógeno, que comprenden depósitos de origen continental, formados en planicies de ríos y
que impresionan por sus colores rojo ladrillo, con distintas tonalidades, que van desde el colorado al marrón rojizo.
Todo este conjunto de rocas de distintas edades y composiciones, donde se destacan las lajas verdes precámbricas, las
cuarcitas rosadas cámbricas, las calizas amarillas cretácicas y las areniscas coloradas paleógenas, están formando una baraja
tectónica de láminas apiladas unas sobre otras, imbricadas como las “tejas de un tejado”, por fallas compresivas que montan
los terrenos viejos sobre los más jóvenes, y cortadas al bis por la erosión de los últimos cientos de miles de años que da ese
conjunto litológico cromático de “siete colores” que en realidad, a los ojos de un pintor, resultan en decenas de tonalidades,
tales como las que se ensayan en la paleta del artista. O las que venden en botellas de vidrio los artesanos del lugar.
Geología, litología, estratigrafía, tectónica y cromatismo multicolor forman el cóctel básico que da sustento al emblemático
Cerro de los Siete Colores de Purmamarca. Al punto tal que en 1987, logramos que sea tapa de la revista geológica
internacional de Geología del Petróleo AAPG, a raíz de un artículo científico sobre los Andes que publicamos allí con la Dra.
Teresa Jordan de la Universidad de Cornell (Nueva York).
Pero el lugar es mucho más rico que su ambiente geológico. Purmamarca es un pueblito ubicado sobre la ruta nacional Nº 52,
a 2.200 metros sobre el nivel del mar, que constituye un pequeño oasis a la vera del cañón de Purmamarca, que contiene un
río de montaña afluente del río Grande de Jujuy. Dicho cañón tiene una larga historia de rellenos y vaciamientos a lo largo del
período Cuaternario, en el último millón de años, acompasado con los períodos glaciarios e interglaciarios del Pleistoceno.
Altas terrazas, que representan antiguos niveles de ríos, están colgadas a gran altura en los flancos del cañón, recordando
otras dinámicas fluviales en pasados tiempos. El pueblo y sus alrededores guardan registros de antiguas tribus indígenas que
lo habitaron muchos miles de años antes de la llegada de los Incas primero y de los conquistadores españoles después.
Arqueólogos jujeños hicieron dataciones radiométricas de plantas y huesos carbonizados obteniendo edades hasta unos
10.000 años atrás.
El pueblo se encuentra en un punto clave entre la Quebrada de Humahuaca a su derecha y la alta Puna a su izquierda, por lo
que sirvió de paso a los antiguos cazadores recolectores y a cuantas tribus indígenas se fueron asentando después. Vio llegar
a los primeros Incas a mediados del siglo XV y a los primeros españoles a mediados del siglo XVI. Fue lugar obligado de paso
durante todo el período colonial y en tal sentido es mencionado también durante el período independentista y republicano. A él
se refieren los distintos viajeros, los héroes de la Independencia, y ya en el siglo XIX y XX, los constructores de caminos y
ferrocarriles, los mineros que bajaban el mineral, principalmente los boratos calcinados de Salinas Grandes hasta la estación
ferroviaria de Purmamarca, los arrieros de la Puna y de los Valles, que intercambiaban sal, frutas y maíz, entre otros actores.
El pueblo era para ellos el oasis refrescante de los pastos verdes y las dulces aguas, de los berros de las acequias y de los
frutales, del olor fresco y profundo del aire oxigenado, verdadero elixir para el que baja de la Puna anóxica, de los miles de
pájaros que alegran el amanecer con su delicioso canto.
Con una iglesia antigua y un algarrobo que se calcula su edad entre 700 y 1.000 años, verdaderos tesoros de este pueblo,
cuya sombra cobijó a más de un notable de nuestra historia. Con una amplia gama de modernos hoteles y paradores que
hacen la delicia de los turistas que quieren gozar de un bien preciado y escaso: el silencio.
Visitado por la reina Beatriz de Holanda y por la princesa Máxima, o simplemente por jóvenes mochileros ansiosos de beber a
grandes sorbos un trozo de historia geológica, arqueológica, colonial y moderna.
Tiempo detenido en el tiempo. Eso y mucho más son Purmamarca y su emblemático Cerro de los Siete Colores.

También podría gustarte