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para esa nueva etapa, es conveniente mencionar tres esferas que se transformaron
definidamente: la fisonomía de la clase “empresaria”, el poder de la clase trabajadora y el
funcionamiento del sistema monetario mundial. Como consecuencia de una gigantesca
concentración del capital, se produce la separación entre la propiedad de las empresas y la
gestión. A diferencia del empresario del tipo “antiguo” que era a la vez dueño y “gerente”,
esas dos funciones ya no pueden ser asumidas por un solo individuo. Según Keynes,
existe una “clase empresaria”, conformada quienes conocen en detalle y en la práctica
dirigen los negocios. Existe otra “clase” vinculada con el mundo de los negocios, la “clase
de los rentistas”, compuesta mayormente por numerosísimos pequeños “inversionistas” que
no son propietarios de una empresa completa ni pueden incidir sobre sus acciones sino que
poseen una participación en la propiedad de las acciones que se compran y venden en la
Bolsa. La segunda transformación que destaca Keynes es también resultado de la
concentración del capital, que había proporcionado a la clase obrera un grado mucho más
elevado de organización. “Los sindicatos –sostiene Keynes– son suficientemente fuertes
para interferir en el libre juego de la oferta y la demanda. En tercer lugar, otro de los
evidentes puntos débiles de la ortodoxia se ubicaba en el plano de la teoría monetaria. La
convertibilidad de todas las monedas por el oro era la base en la que se apoyaba el
comercio y el sistema financiero internacional. Su estrepitoso derrumbe no solo exigía una
profunda discusión acerca de la fisonomía del nuevo régimen monetario sino que debía
realizarse también un cambio mucho más profundo en la teoría misma que había convertido
al patrón oro en una de sus premisas. El mundo había cambiado.
En otras palabras. Los clásicos presuponen el pleno empleo por diversas razones:
● La teoría de los precios, pues en equilibrio la oferta es igual a la demanda.
● La teoría del salario, pues el salario se fija en el nivel en el que todos los
trabajadores consiguen emplearse.
● La teoría de la tasa de interés, pues esta variable se ubica donde todo el capital
ofrecido es demandado y puesto en producción, haciendo que el ahorro sea igual a
la inversión a través de los ajustes de la tasa de interés.
● La teoría del dinero, pues los incrementos en la cantidad de dinero se traducen
exclusivamente en variaciones proporcionales de los precios. Y esto pasa porque el
nivel de producción no puede aumentarse, es decir, cuando la economía funciona a
su capacidad plena.
En primer lugar, Keynes realiza una crítica empírica: si fuera cierto que el salario real
está siempre determinado por la oferta de trabajo, cada vez que se produzca un aumento
en los precios debería observarse que una porción de los trabajadores ocupados hace
abandono de su puesto de trabajo, ya que el nuevo nivel del salario real reducido por el
incremento de los precios no debería ahora alcanzar para compensar la desutilidad
marginal de su trabajo. Pero los trabajadores no abandonan sus empleos cuando los
precios aumentan (ante la inflación). El segundo postulado no gobierna la conducta real de
los trabajadores.
En segundo lugar, la crítica teórica: el mercado de trabajo apunta al equilibrio y hacia el
pleno empleo en el marco conceptual marginalista. Cuando hay desempleo, exceso de
oferta, se encuentran disponibles y deseosos de trabajar más obreros que los que en la
actualidad están empleados al salario real vigente. Cada vez que los oferentes no logran
colocar la totalidad de su producto, estarán dispuestos a rebajar el precio. Así, los excesos
de oferta se resuelven mediante la caída del precio. Del mismo modo, en situación de
desempleo, los trabajadores deberían estar dispuestos a rebajar su salario, volvería a reinar
el pleno empleo. Así, la teoría clásica responsabiliza a los trabajadores por la desocupación
al sostener que son ellos quienes se niegan a realizar este ajuste: el desempleo
(desequilibrio) perdura porque los trabajadores no desean reducir sus salarios.
Argumento de Keynes: supongamos que los obreros aceptan reducir sus salarios para
conseguir emplearse. La pregunta es ¿podrán lograrlo? Los trabajadores deberían firmar
nuevos contratos en los cuales los salarios nominales se encuentren un 10% por debajo de
su nivel anterior. Según la teoría clásica (marshalliana) del valor debería esperarse que se
produzca una reducción proporcional de todos los precios. Se concluye entonces que
toda reducción del salario nominal provoca y viene acompañada por una reducción
de los precios de aproximadamente la misma magnitud porcentual, con lo que resulta
que el salario real queda fijo aproximadamente en el mismo nivel que antes de la
aplicación de la generosa reducción por parte de los obreros. Si el salario real es el
mismo, el exceso de oferta, es decir, el volumen de desocupación, sigue siendo también
igual. En palabras de Keynes, “el nivel de los salarios reales y el de la desocupación es
prácticamente lo mismo que antes”. Debe aceptarse que no está en poder de los
trabajadores la reducción de los salarios reales hasta el nivel de equilibrio con pleno
empleo. El mercado de trabajo no cuenta con una forma automática para llegar al
equilibrio. Los trabajadores y los empresarios son incapaces de reducir
voluntariamente el salario real, hay que concluir que el salario real se determina de
una manera completamente distinta.
Ahora bien, el volumen de ocupación determina el salario real. ¿Cómo se fija el nivel
de empleo de equilibrio? La explicación se basa en la teoría de la demanda efectiva,
mediante la cual Keynes rompe definitivamente las ataduras con la ley de Say del sistema
clásico. Define dos funciones que dependen del nivel de ocupación (N): la función de
oferta global Z=Φ(N): función de costos que indica el costo total de la producción
correspondiente a cada nivel de empleo; si se emplean N personas, el costo total del
producto obtenido será Z, también llamado precio de la oferta global.
Y la función de demanda global D=f(N): función que representa el valor total de las
ventas (D) que los empresarios esperan poder realizar cuando en conjunto contratan
una determinada cantidad de trabajadores N.
El costo de producción (Z) depende del nivel de empleo, así como las ventas (D) dependen
también del nivel de empleo. Entonces, cada vez que se produzca un aumento de la
ocupación incrementando el valor de la producción Z, la demanda global D deberá
crecer exactamente en esa misma proporción. Si así fuera, la producción, cualquiera
fuera su volumen, nunca quedaría sin vender y los empresarios tendrían un incentivo para
incrementar la producción hasta ocupar plenamente los recursos de los que disponen. Pero
¿Cómo se determina la función de demanda agregada? Ya se ha descartado la ley de
Say que la hacía coincidir con la oferta global. En la teoría general, la demanda agregada
no presenta un comportamiento “subordinado” al volumen de la oferta, sino que son
otros los factores que gobiernan su comportamiento. La oferta global viene
determinada por las condiciones técnicas de la producción (los costos asociados con cada
nivel de empleo) y, en el corto plazo, deben considerarse fijos. La demanda agregada es
una función completamente distinta que depende de otros factores que sí pueden
modificarse en el corto plazo para determinar el nivel de ocupación de equilibrio.
Como la demanda agregada ya no es idéntica a la oferta agregada, hay que estudiar sus
componentes: 1) La propensión a consumir 2) los incentivos para invertir.
De aquí resulta una definición de la tasa de interés que escapa de los alcances de la
teoría clásica: la tasa de interés “es el ‘precio’ que equilibra el deseo de conservar
dinero en forma de efectivo, con la cantidad disponible de este último”: ¿Quiénes son
los que prefieren conservar efectivo antes que comprar títulos de deuda? Los “bajistas”:
Individuos que piensan que el precio de los títulos está destinado a caer. Mientras que los
“alcistas” son individuos que creen que el precio de las deudas va a crecer en el futuro.
Los bajistas se inclinarán por conservar dinero en efectivo y si tuvieran deudas en su poder
preferirán desprenderse de ellas. Los alcistas, en contrapartida, prefieren siempre comprar
deudas. Estas dos actitudes opuestas son las que determinan la tasa de interés. Por lo
tanto, las variaciones en la cantidad de dinero perturban el equilibrio y, por lo mismo, alteran
el nivel de la tasa de interés.
Por decirlo con sencillez: cada vez que se incrementa la cantidad de dinero, “alguien” debe
quedárselo. La aparición de una cantidad adicional de dinero hace que los “alcistas”
intenten desprenderse de él comprando deudas cuyo precio tiende a elevarse. Este
movimiento se detendrá sólo cuando el precio más elevado de las deudas alcance para
convertir en “bajistas” a algunos de los que antes formaban parte de la tropa de los
“alcistas”, de forma tal que acepten ahora conservar más efectivo. Este nuevo equilibrio en
las tendencias se resuelve con una tasa de interés más baja que la precedente.
El sistema clásico se resistió a la actuación del Estado en las esferas “monetaria” (emisión)
y “fiscal” (gasto), porque toda intervención del Estado interfiere con los mecanismos
automáticos y virtuosos de la economía. Sin embargo, en la etapa iniciada con la
Primera Guerra Mundial se produjo una transformación en los alcances de la intervención
económica del gobierno. La provisión en gran escala de alimentos, materias primas,
municiones, armamento, quedó en manos de la planificación del Estado. Por otra parte, el
derrumbe del sistema monetario fundado en el patrón oro obligaron a los gobiernos a
hacerse cargo de la administración de sus monedas mutuamente inconvertibles. Es por eso
que Keynes sostiene que el sistema clásico es fundamentalmente anacrónico. Eran
necesarias acciones en la esfera monetaria y fiscal. El patrón oro se había derrumbado por
su propio peso, los gobiernos durante la guerra y la crisis debieron organizar la producción,
asegurar el empleo, intervenir en las disputas sobre precios y salarios. La realidad había
que comprenderla y explicarla, tarea imposible para los clásicos.
La teoría clásica había predicado siempre a favor de la “prudencia financiera” del Estado,
festejando también la austeridad y el ahorro privado, recomendado que el gobierno se aleje
de los negocios privados. Según el sistema de Keynes, en cambio, la inversión pública
está en condiciones de poner en movimiento de la forma más directa el mecanismo
multiplicador, fomentando así la reactivación de la producción y el empleo.