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2. Escuelas y autores
a) Pensamiento preclásico. Grandes pensadores de la Antigüedad y la Edad Media.
Aristóteles, Platón y Tomás de Aquino detectaron diferencias entre el valor de uso de los bienes y
el valor de cambio.
La Escolástica elaboró teorías sobre el precio justo y planteó una visión moral del intercambio
económico, llegando hasta la consideración de la usura como pecado.
Copérnico llegó a plantear una teoría cuantitativa del dinero, afirmando que una creación excesiva
de dinero era la causa principal de la subida de los precios.
Mercantilistas (s. XVI y XVII): John Locke, William Petty o Thomas Mun. Hombres “prácticos” que
se dedicaban al comercio, a las finanzas o a la gestión de la vida pública. Son autores preocupados
por el poder del Estado y por incrementar el saldo del intercambio de bienes entre naciones.
Defendían el comercio de bienes e identificaban la abundancia de dinero con la riqueza del Estado.
No dudaban en defender acciones proteccionistas para impedir que la balanza mercantil fuera
deficitaria.
Escuela fisiócrata (1755 – 1776): Pensadores franceses, seguidores de François Quesnay,
destacando especialmente Turgot. Estos pensadores, autodenominados ya “economistas”, analizan
la realidad económica de su época, dominada por la agricultura, buscando siempre una relación
causa-efecto y, posiblemente por ello, se afirma que iniciaron el pensamiento científico en el
ámbito de la economía. Estudiaron el funcionamiento de la economía en su conjunto y de ellos es
la idea del flujo circular de la riqueza. Los fisiócratas afirmaron que existía un orden natural de las
cosas de forma que, dejado el mundo por sí solo, se alcanzaría la situación óptima. En estos
autores encontramos la esencia del liberalismo económico, del laissez-faire, de la no intervención
del Estado en la economía.
Richard Cantillón (XVII): Aunó raíces de las corrientes anteriores, exponiéndolas con sencillez en
“Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general” (1755). Para muchos estaríamos ante el
primer economista, aunque su relevancia no puede equipararse con la de Adam Smith.
b) La Escuela Clásica. Adam Smith (1723 – 1790): En 1776, Smith publicó “La Riqueza de las
Naciones”. Con este libro se realizaba la primera gran síntesis, ordenada y completa, del
pensamiento económico de su época. Smith hacía en su obra un planteamiento a largo plazo del
funcionamiento de la economía en su conjunto. Su visión era positiva. El proceso de división del
trabajo y de libertad económica garantizaban el crecimiento. Los individuos, al seguir las
inclinaciones de su interés particular, contribuirían al interés general de la economía. Existía una
especie de mano invisible que tendía a asignar a largo plazo las variables económicas a la situación
más favorable para el crecimiento y el bienestar social como si de un orden natural se tratara.
Thomas Malthus (1766 – 1834): Vino a ensombrecer la visión optimista de Smith cuando en 1798
publica su primer “Ensayo sobre el Principio de la Población”. Malthus afirmaba que la población
crecía en progresión geométrica, mientras que los alimentos lo hacían en progresión aritmética, lo
que relegaba a la población a la necesidad y la desesperanza.
Jean Baptiste Say (1737 – 1832): “Tratado sobre Economía Política” (1804). Relativizó la visión
negativa de Malthus con la Ley de Say: Si el dinero no se atesoraba, la oferta crearía su propia
demanda, con lo que se evitaría el posible estancamiento. También estaba de acuerdo con el resto
de los clásicos en limitar la intervención del Estado y en la naturaleza del valor de los bienes. Sin
embargo, en esta cuestión, Say creía, a diferencia de Smith, que el valor de los bienes dependía
más de la satisfacción que reportaban que de los costes de producción. Say resaltó, al igual que
Cantillon y Turgot, el papel del empresario en la actividad económica (algo que, en general, el
pensamiento clásico omitió). Para el resto de los clásicos, el interés individual, la racionalidad
económica y la mano invisible asignarían los factores productivos de la manera más eficiente
posible. Para Say, el empresario tenía un papel más relevante en este asunto.
David Ricardo (1772 – 1823): “Principios de Economía Política y Tributación” (1817). Analizó los
efectos de la maquinaria, elaboró la teoría clásica del valor del trabajo y defendió la libertad
económica y el comercio internacional, oponiéndose al proteccionismo. Ricardo, además, creó una
manera de hacer economía que ha sido predominante entre los economistas: elevó su análisis a
unos niveles de abstracción y simplificación desconocidos y dió por supuestos los procesos de
ajuste de los mercados hacia los equilibrios finales.
John Stuart Mill (1806 – 1873): Marcó el punto final de la economía clásica con su obra “Principios
de Economía Política” (1848). En esta obra se diferencian las leyes de la producción, que obedecen
a principios físicos, de las leyes de la distribución, en las que es posible determinar un cierto orden
social y dan pie a la intervención del Estado. Con el libro de Stuart Mill se sintetiza todo el debate
habido desde Adam Smith y se exponen los principios clásicos del valor, la libertad económica, el
dinero y el comercio.
d) Pensamiento neoclásico. Junto a los citados Jevons y Menger, debemos destacar a Walras y a
Alfred Marshall, autor de la última gran obra de síntesis: “Principios de Economía” (1890).
Podemos decir que la economía actual es neoclásica. Obedece a los principios del marginalismo
tanto en el consumo como en la producción y en la teoría de la distribución. Analiza el
comportamiento de los agentes económicos estudiando sus decisiones ante cambios de unidades
adicionales. De esta forma, la economía de nuestro tiempo estudia el cambio de utilidad
(satisfacción) por una unidad más consumida, los incrementos de costes que origina una unidad
adicional de producción o como se retribuye a los factores productivos según la producción
adicional que se obtiene por el uso de unidad más de factor.
Los economistas neoclásicos pensaban en las ventajas del mercado, al igual que hacían los clásicos
y hace toda la teoría económica moderna. Eran reacios, en principio, a la intervención del Estado.
Walras (1834 – 1910) ideó un sistema de equilibrio general de todos los mercados en forma de
ecuaciones matemáticas. Desde estos autores, el uso de las matemáticas ha sido una constante en
la ciencia económica, junto a la abstracción y el intento de hacer de la Economía una ciencia lo más
rigurosa posible.
Seguidores de Marshall (Chamberlain, Robinson o Pigou) desarrollaron las diferentes estructuras
de mercado, como la competencia monopolística (las empresas son las únicas oferentes de su
variedad de producto, por lo que tienen cierto poder de monopolio), el monopolio (la empresa es
tan dominante que puede elegir el precio) o la competencia perfecta (las empresas son tan
pequeñas que no pueden variar el precio).
Adam Smith era deudor de estas tradiciones y analizó la diferencia entre el valor de uso y el de
cambio, llegando a la paradoja del agua y los diamantes. Si la naturaleza del valor de los bienes se
basaba en su utilidad, por qué el agua valía tan poco y los diamantes tanto.
Esta paradoja hizo que Adam Smith abandonara la teoría de la utilidad y se centrase en los costes
de producción como la razón del valor. Analizó los factores necesarios para producir los bienes y
los redujo a tres: tierra, trabajo y capital. Por tanto, el problema de la determinación de los precios
de los bienes implicaría la determinación de los precios de los factores necesarios para producirlos:
renta, salario e interés. La clave del valor estaría, de esta forma, en el funcionamiento del mercado
de factores, que es lo que llamamos la teoría de la distribución. El ajuste de los mercados de
factores a largo plazo implicaría un precio natural que, a su vez, determinaría el precio natural de
los bienes, al que llevaría la mano invisible de la Economía (si el Estado la dejaba funcionar).
Esta división tripartita de Smith fue cuestionada por J.B. Say, que pensaba que el empresario y su
función económica eran importantes en la economía, especialmente en la producción de bienes.
Para Say los factores eran cinco: tierra, capital y la industria del hombre, que diferenciaba la
industria del trabajador, la del empresario y la del sabio.
David Ricardo derivó la teoría del valor de Smith de los costes de producción a la teoría del valor
del trabajo. El capital no sería sino trabajo acumulado.
La determinación de los salarios fue igualmente estudiada por los economistas clásicos. Los
salarios tenderían a una cantidad que permitiera el nivel de subsistencia de los trabajadores. Esta
teoría de los salarios de subsistencia reflejaba la realidad que estos economistas vivieron en la
incipiente Revolución Industrial.
Años después, los economistas neoclásicos elaborarían una teoría del valor más sofisticada y más
ajustada a la realidad de su época. Desecharon la paradoja del agua y los diamantes al incorporar,
junto a la utilidad de los bienes, la escasez de los mismos. Los neoclásicos volvieron a la teoría del
valor de uso, pero basándose en el análisis marginal y en el carácter decreciente de la utilidad
marginal. Este análisis se extendió también a los factores. Para los neoclásicos, la retribución de los
factores se determinaba según la productividad marginal, es decir, el valor que la última unidad de
factor creara al ser incorporada al proceso productivo. A su vez, este valor se establecía según el
precio de mercado de bienes, que también dependía de la utilidad marginal que reportara.
Existía, de esta forma, un equilibrio general de la economía que permitiría el ajuste conjunto de los
mercados de bienes y factores. En el mercado de bienes, los consumidores ajustaban su
comportamiento según la utilidad, mientras que la oferta estaba determinada por los costes de
producción y estos costes, salarios e intereses, se fijaban por la productividad marginal de los
factores. Finalmente surgieron los desarrollos de esta teoría. La concepción neoclásica del
equilibrio general funcionaba bien si los mercados estaban en competencia perfecta, pero existían
otras estructuras de mercado: monopolio, competencia monopolística y oligopolio.
Adam Smith unió ambas tradiciones, considerando tres sectores productivos: la agricultura, la
industria y el comercio. Puso énfasis en la división del trabajo como fuente del crecimiento y en el
efecto que originaba sobre la sociedad la coincidencia entre el interés individual y el interés
general. La mano invisible que hacía coincidir ambos intereses alcanzaría el Orden Natural siempre
que la dejaran funcionar. Liberalismo y optimismo en el crecimiento eran las principales
conclusiones de su pensamiento.
Para Malthus y Ricardo, el crecimiento no parecía tan claro. Ricardo consideraba que a largo plazo
la economía se estancaría cuando ya no fuera posible la acumulación adicional de capital. Incluso
Marx vaticinó la lucha de clases por esta causa. Pero el avance tecnológico alteró este universo
clásico, permitiendo incrementos de productividad que serían la principal causa del crecimiento.
Los neoclásicos fueran igualmente liberales y empezaron a concebir el crecimiento como parte de
una senda de ciclos económicos.
La revolución keynesiana y la crisis de los 20 cambió la perspectiva de muchas cosas. Ofreció un
modelo teórico que defendía la intervención del Sector Público. La perspectiva macroeconómica
de Keynes permitió abordar el problema del crecimiento de una forma más sofisticada. El modelo
de Solow estudio el crecimiento con las herramientas neoclásicas. Este modelo y sus variados
desarrollos iniciaron un amplio programa de intervención. La innovación tecnológica y el capital
humano fueron las nuevas variables que consideraron los modelos de crecimiento endógenos, que
ya no llevaban al estado estacionario, aunque este modelo también ha sido criticado. Nuevas
alternativas desde la economía del desarrollo.
c) El dinero. En las primeras sociedades mercantiles, el dinero estaba constituido por monedas de
pleno contenido en aleaciones, principalmente de oro y plata. El trafico mercantil conllevó la
aparición de diferentes activos financieros con el objeto de facilitar el comercio (aparecen los
billetes, el dinero signo). Desde la IIGM, por lo general, el dinero ya no tuvo respaldo metálico.
Para los mercantilistas, la acumulación de dinero era sinónimo de riqueza. En esta época imperaba
la teoría cuantitativa del dinero. El dinero no tenía efectos sobre la economía real. Era tan solo el
causante de los precios. Esta teoría prevaleció hasta Keynes; y para muchos también después de
los años de auge de la economía keynesiana.
Entre los autores clásicos hubo debates sobre el dinero bancario, los activos financieros que
representaban dinero pero no lo eran y si era necesario que tuvieran un respaldo en monedas de
oro y plata. Pero nadie afirmaba que el dinero originara efectos reales sobre la economía. El dinero
era un velo que cubría la economía pero que no llegaba a afectarla. Para Keynes las cosas no
estaban tan claras. El dinero era un activo financiero más con el que se podía mantener la riqueza.
Si aumentaba o se reducía afectaba al interés y esta era una variable que determinaba la inversión,
con lo que el dinero sí incidía en la economía. La política monetaria se convirtió en un instrumento
más para evitar la recesión del ciclo económico. El proceso de estanflación de inicios de los 70
cuestionó este poder del dinero. Los fuertes déficits públicos se financiaban fabricándolo y esto
originaba una fuerte inflación.
Los monetaristas reformularon la teoría cuantitativa del dinero y volvieron a negar su importancia
sobre la economía en el largo plazo. Estas ideas han tenido mucha influencia. Los gobiernos
occidentales han ido otorgando una fuerte autonomía a los Bancos Centrales para que creen el
dinero que crean oportuno, sin verse obligados a monetizar el déficit público. El resultado ha sido
el control de la inflación. Hoy aceptamos que el dinero es neutral a largo plazo y que a corto puede
tener efectos reales siempre que los precios sean estables y los agentes no anticipen el efecto de la
inflación al formar sus expectativas.
El dinero es un medio de cambio y pago, una unidad de valor y un activo financiero, pero ni es la
causa del crecimiento ni tampoco determina los precios relativos de unos bienes respecto a otros.
Aunque sí que puede originar una fuerte inflación, frenar el crecimiento y distorsionar todo el
sistema de asignación de recursos mediante el ajuste de precios.