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CONFERENCIA:
"La ruptura de la ruptura"

Presentaci6n: Fernando Hernández.

Contamos hoy con la presencia de Tomás Ibáñez, que


es profesor de Psicologla Social en la Universidad Autónoma,
y que está entre nosotros en calidad de persona interesada
por el sentido epistemológico de la ciencia actual, cosa
no muy frecuente entre los pe có Logo s ,
í que, en general,
se encuentran deslumbrados por el valor de las aplicaciones
técnicas, sobre todo y en la actualidad, de los derivados
de la Informática. A Tomás Ibáñez se le ha propuesto
reflexionar sobre lo que configura a la nueva ciencia.
y a ésta desde la perspectiva de una forma de entender
el nexo entre teoría-práctica y realidad, no tan drástico
y dividido como habla impulsado la ciencia moderna, y
que puede ser capital para esclarecer aspectos de estos
debates, aparte del reconocimiento de las interconexiones
y de la complejidad.

Tomás Ibáñez:

1~ Solución de continuidad: una doble ruptura que engendró

tres mundos.

Aunque esto constituya un truismo, vale la pena recordar


que el estudio científico de la naturaleza y de los fenóme-
nos naturales no es, él mismo, ningún fen6meno natural.
Se trata de un fen6meno social que se ha desarrollado
en determinados tipos de sociedades y en determinados
momentos hist6ricos. La Ciencia moderna, entiéndase la
Ciencia Galileo-newtoniana, magnificada por Laplace,
constituye un producto socio-histórico. Esto significa
sencillamente que está marcada, intrínsecamente, por
su tiempo, por las condiciones sociales que presidieron

í
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a su génesis y a su desarrollo y que, como todo objeto


sociocultural, es relativa a esas condiciones.

Sin embargo, la Ciencia, y más precisamente la Razón


Científica, perdió, parad6j icamente, todo objeti v1cla.a·-·<·
~- ~ __ ..,.,.. .Io. ••• ~~_ ••••••• .,.~- ••• I ••.••••• _--, ••.•_._ ••• - •••••
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para consigo misma cayendo en la ingenuidad de considerarse


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a sI misma comó""'~ú"ri·~aosoiü·to:·
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y a-histori·ca~~~ Q~i~is ~"'~~nt~-ibuyera a ello el hecho de
que la Ciencia perseguía y creía encontrar efectivamente
aquello que era absolutamente verdadero, es decir, indepen-
diente del factor humano, o, lo que es lo mismo, aquello
que era objetivo. Sin percatarse lo más mínimo de que
Dios había muerto, el científico pretendía asumir el
punto de vista del Dios omniscente de la tradición cristiana
y decir la verdad para cualquier región espaCio-temporal
que se considerase. Ciertamente, se reconocía el carácter
histórico de los contenidos de la Ciencia, se señalaba
incluso, con cierta altanería, la acelerada expansión
del saber científico y, por lo tanto, la constante modifi-
cación del corpus científico, pero al mismo tiempo se
negaba que la Razón Científica pudiera conocer mutaciones
y se la situaba en un plano que trascendía la variabilidad
de las cosas humanas.

Empresa sobrehumana, la Ciencia pas6 a formar parte


de la mitología moderna. Disponía para ello de todos
los ingredientes necesarios: heroicidad de muchos de
sus protagonistas que sacrificaron sus vidas, a veces
en sentido li teral, a la Causa de la Ciencia; aspectos
guerre-ros, incesantes combates contra la naturaleza para
arrancarle sus secretos, contra la ignorancia, contra
las fuerzas oscurantistas; aspectos sagrados, se respeta,
se venera, incluso se teme el poder de la Ciencia •••

Pero no se accede fácilmente al rango de mito, y menos


aún en los tiempos modernos. Para alzarse por encima
de lo que era "simplemente humano", la Raz6n Científica
tuvo que proceder a una doble ruptura y establecer dos
discontinuidades radicales. Por una parte, era preciso
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establecer un corte, cuanto más hondo mejor, con el sentido


común y con los saberes populares. El saber científico
no podía pertenecer al mundo de los saberes cotidianos,
debía establecer claramente su inconmensurabilidad con
estos saberes. Por otra parte, la Ciencia tenía que romper
también con lo que fue convenido en llamar, despectivamente,
la "metafísica", es decir, el saber especulativo de los
filósofos, presentado a menudo como simple verbalismo,
como especulación vacía, y hasta como discurso carente
de sentido. Esta doble fractura, la instauraci6n de esta
doble discontinuidad, di6 paso a la creación de tres
mundos netamente separados (no se vea aquí ninguna alusión
a los mundos poperianos).

El mundo de la Raz6n Práctica, del saber vulgar, cotidia-


no, común, lleno de imprecisiones, de falsedades, de
irracionalidad y de pseudovidencias. El mundo de la Razón
Especulat~va, pasatiempos estéril, cuando no contraproducen-
te, de la intelectualidad diletante, mundo engañoso e
incapaz de progresar. Por fin, el mundo de la Raz6n
Científica, mundo de la precisión, de la exactitud, de
la verdad, de la auténtica racionalidad y de la eficacia
operati va, el único de los tres mundos cuyo contenido
merecía de verdad el" nombre de mundo del "conocimiento".

Tres siglos largos, de continuados progresos, de


espectaculares éxitos en la progresiva y sistemática
dilucidaci6n de la naturaleza, de creciente pode r Lo sobre
la naturaleza, parecía legitimar, sin contestaci6n posible,
la doble ruptura instaurada por la Razón Científica.
A finales del siglo pasado, nadie, o casi nadie, se atrevía
a dudar de que la Ciencia pronto esclarecería totalmente
los últimos secretos que aún escondía la naturaleza.
Tan s610 quedaban por resolver unos pocos problemas,
problemas de escasa trascendencia. Unas cuantas nubes
de incertidumbre sobre un océano de certezas establecidas.
Sin embargo, estas diminutas nubes no tardarían en trans-
formarse en negras tormentas que harían tambalear todo
el edificio científico. Pero ~ nos adelantemos; la f6
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en la discontinuidad duraría aún varias décadas y no


es infrecuente encontrarla incluso en nuestros días.

Es importante percatarse que la doble ruptura no era


una simple partición, sino que entrañaba una ordenación
jerárquica en la que la Ciencia ocupaba por supuesto
el rango de honor. No eran simplemente tres mundos dis-
tintos. Uno de los tres era imperialista y exigía el
sometimiento --d-;~~~-;'~·;·~.-;t~~t~;<:.
"~i~;··"a·;~;·;~;:~--'~·;e·adas· por
la Raz ón 'Científica no constituyeron un proceso "natural",
ni un proceso "inocente". Fue un acto de guerra, un acto
de fuerza, y la partición se impuso por la violencia.
Una violencia que descalificaba brutalmente cualquier
tipo de saber que no se ajustase a los cánones del método
científico. El discontinuismo jerarquizante fue el resultado
de unas relaciones de poder y produjo unos efectos de
poder. Desde entonces fue preciso hablar científicamente
para ser escuchado y para gozar de credibilidad. Foucaul t
lo sintetizó en una de sus fórmulas magistrales: ¿no
sería preciso preguntarse sobre la ambición de poder
que conlleva la pretensión de ser ciencia? .n.
(FOUCAULT
1978, P .131) • El esoterismo del lenguaje científico,
al igual que lo hizo el latín aclesiástico en su tiempo,
contribuyó a ahondar las discontinuidades y a reforzar
los efectos de poder de la institución científica.

Por supuesto, las ciencias humanas y sociales, como


dispositivos de poder, que sin duda lo son, no podían
escapar al deseo de pertenecer al mundo de la Racionalidad
Científica, aunque para ello tuviera que traicionar la
naturaleza misma de su propio objeto.

2. Las ciencias sociales: embaucadas, desgarradas y •••


acomplejadas.

Una parte considerable de los estudios de los fenómenos


sociales y humanos sucumbió sin apenas ofrecer resistencia
a la enorme fascinación ejercida por los logros de la
Razón Científica. Se acometió entonces un prodigioso
esfuerzo para someter el estudio de lo social y de lo
psicológico a las exigencias estipuladas por el método
científico. Este esfuerzo, mantenido a lo largo de más
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de medio siglo, acaparó los mejores cerebros y se llevó


la práctica totalidad de los fondos de investigación
que las universidades dedicaron a las ciencias humanas.
Se lograron algunos resul tados, pero el balance global
consti tuyó un estripi toso fracaso, como lo demuestra
por ejemplo la historia del conductismo.

La minoría que resistió a esta fascinación intentó


desmarcar las ciencias sociales de las ciencias naturales,
y aún suenan en nuestros oidos los ecos de las polémicas
sobre la irreductibilidad de las "Geisteswissenschaften"
a las "Naturwissenschaften". Se decía que las ciencias
sociales debían adoptar unos procedimientos propios,
que tenía que renunciar al método científico tal y como
lo habían elaborado las ciencias de la naturaleza. Pero
con ésto, lejos de cuestionar la validez de la Razón
Científica "per se", se afirmaba simplemente que el cb j e to
social era rebelde a un tratamiento naturalista. Esta
operación de desmarque dejaba intacto el prestigio del
método científico y reconocía implíci tamente que el saber
acerca de los social nunca gozaría de las garantías que
ofrecía el saber acerca de la naturaleza, o lo que es
lo mismo, que nunca podría consti tuirse un saber realmente
científico sobre lo social. Una forma más radical izada
de esta postura desembocó sobre el rechazo tajante de
todo parentesco y de toda vinculación entre cienias sociales
y ciencias naturales, haciendo de estas un estricto modelo
de referencia negativo para las primeras. Desde esta
postura radicalizada no hubiera sido de recibo, por ejemplo,
la magnífica reflexión de Michel Serres, sobre la difícil
pero practicable ruta que transita entre las ciencias
humanas y las ciencias naturales (SERRES,M. 1980).

Como se ve, la ruptura llevada a cabo por la Razón


Científica produjo a su vez una ruptura en el seno mismo
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de las ciencias sociales, polarizando las acti tudes hacia


un dócil mimetismo o hacia un hostil rechazo. Ambas posturas
estaban equivocadas y contribuyeron a la esterilazación
de las ciencias sociales, aunque la segunda tuvo por
lo menos un méri to que consistió en mermar las pretensiones
universalistas de la Razón Científica insti tuida. Parecía,
en efecto, que algunos objetos de conocimiento tenían
el poder de escapar a su jurisdicción. Curiosamente,
esta esterilización de las ciencias sociales tendría,
más adelante, efectos empobrecedores sobre el desarrollo
de las propias ciencias naturales.

3. El acoso a las rupturas.

Mientras las Ciencia fue acumulando éxitos y fue disol-


viendo de forma sistemática los problemas que encontraba
en su camino, no necesi taba justificar detenidamente
las discontinuidades que había impuesto en el campo' de la;
saberes. Bastaba con recurrir a un argumento de autoridad
fundamentado en su innegable capacidad para crear conoci-
mientos y en su habilidad para domesticar la naturaleza.
La Ciencia se presentaba como una formidable máquina
para producir conocimientos verdaderos, llenos de posibili-
dades prácticas a través de sus aplicaciones tecnológicas.
Esto bastaba para legi timar plenamente cualquier decisión
que se tomase desde el propio saber científico.

Sin embargo, un triple ataque iba a acabar con las


pretensiones de la Razón Científica. Este triple ataque
se llevó a cabo desde el seno mismo de la ciudadela cientí-
fica, desde sus márgenes y, por fin, desde los movimientos
sociales que se iniciaron a finales de los años sesenta.

a) El primer frente de ataque se desarrolló a partir


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¡f
de la propia actividad de los científicos. Albert Einstein
y r,;ax Planck, fueron sin duda alguna los principales
artífices del ocaso de la buena conciencia cientifica~
Einstein dinamitó el edificio newtoniano basado en el
carácter
las bases
absoluto
de la
del
mecánica
Tiempo y
cuántica,
del Espacio.
sin percibir
-- Planck
muy bien
asentó

él mismo cuál iba a ser el alcance de sus hallazgos,


contribuyendo a cuestionar tanto el determinismo estricto
como la posibilidad laplaciana de alcanzar la certeza
absoluta. Ambos contrubuyeron indirectamente a mostrar
que la Razón Científica insti tuida no era tan independiente
del sentido común como se había creido. La Ciencia insti tu-
ida se mostraba inadecuada tan pronto como se abordaban
los fenómenos ul trapequeños, o ul tragrandes, o los ul t r-a-,
veloces. Sus conceptos dejaban entonces de ser válidos
precisamente porque estaban arraigados en los conceptos
de sentido común forjados a escala de los fenómenos de
dimensión humana. Después de Einstein y de Planck, vendría
Kurt Godel, quien, con su teorema de la indecidabilidad
arruinaría la pretensión de asentar las propias matemáticas
sobre bases incontestables. Después llegarían los astrofísi-
cos y se perdería la confianza en la perennidad y la
inmutabilidad de las leyes físicas descubiertas por la
Ciencia. ¡'lás tarde vedrían Ilya Prigogine, Henri Atlan
y otros que introducirían la irreversibilidad y la impredi-
ctibilidad en los sitemas macroesc6picos, relacionando
la creación del orden con procesos aleatorios.

El saber de las Ciencias modernas se vio obligado


a reconocer sus limitaciones, sus errores, sus implicaciones
epistemo-ideológicas, y en defini tiva su naturaleza incier-
ta. La inseguridad hacía mella en lo que antes era soberbia
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y ab.s_o
~~I).fianza~~!L~~Uj. sma•

b) El segundo frente de ataque se desarrol16 en los


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márgenes de la Ciudad Científica. Los epistemólogos,


vinculados muchos de ellos a sectores de la actividad
científica, quisieron fundar la objetividad de la Ciencia
sobre cri terios indiscutibles y justificar con argumentos
irrebatibles la discontinuidad entre el saber científico
y los restantes saberes. Los posi ti vistas lógicos protago-
nizaron el intento más serio y más honesto en esta di-
rección, pero su tentativa fue la historia de una constante
y dramática batida en retirada. Tuvieron que admitir,
al final, que no era posible justificar científicamente
la propia cientificidad. Se pasó de la creencia en el
carácter absolutamente verdadero del conocimiento científico
a su carácter probablemente verdadero y al cuestionamiento
de la propia noción de verdad. Los golpes más mortíferos
provinieron, entre otros, de Goodman contra la inducción
(GOODIvIAN,
P. 1955), de Willard Quine contra la distinción
entre lo analítico y lo sintético (QUINE,W.V.O., 1953),
de Karl Popper contra el justificacionismo (POPPER, K.1972),
de Paul Feyerabend contra el método (FEYERABEND,
P. 1975).
t>1ásmodestamente Karl Popper intentó definir unos cri terios
de "demarcación" que permitieran diferenciar el conocimiento
científico sin negar la validez de los otros tipos de
conocimiento. Pero sus impecables razonamientos fueron
refutados por la historia real de la ciencia como bien
lo mostraron Imre Lakatos (LAKATOS,I. 1978) o Paul
Feyerabend (FEYERABEND,P. 1975) por ejemplo. Hoy se
está produciendo un retorno filosófico al pragmatismo
y un abandono de toda pretensión de buscar fundamentos
últimos de la Racionalidad Científica (RORTY, R.1979).

c) El último de los frentes de batalla se originó


en los movimientos socio-políticos que estallaron a finales
de los sesenta. Se cuestionó, a veces con ferocidad,
la pretendida neutralidad del saber científico, demostrando
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Estos tres frentes de ataque han ferzado a los científi-


cos, per le menos los más 1úcides de entre e11es, a realizar
un profundo. examen de conc ienc ia y a abandonar todo. dogma-
tisme en cuanto. a la superioridad de su práctica conocedora.

Hoy en día se puede cuestionar una serie de dicotomías


consideradas hasta hace poco como indiscutibles sin ser
anatemizado ipso f'ac t o por los pertavoces de la Razón
Científica y sin ser tildado de ignorante, de retrógrado.
o de oscurantista. Por ejemplo.:

la dicotomía entre entidades empíricas y


entidades teóricas.

la dicotomía entre hechos y valores (ver


Putnarn, H. 1981).

la separación nítida entre objetividad y


subjetividad.

- la escisi6n entre la imaginación yl las teerías


científicas ••• etc.

4. La no. separabi1idad.

La Razón Científica mederna no. censtituye la ferma


suprema e inmutable del conocimiento. y no. marca el final
de la historia del pen s arn en t o , Es una
í ferma secie-históri-
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camente determinada del conocimiento humano, con sus


limi taciones y su carácter relativo. Las discontinuidades
postuladas por la Razón Científica son propiamente insoste-
nibles. No existen tres mundos del saber, tres mundos
cul turales, sino uno solo. Por supuesto este mundo no
es homogéneo, presenta una estructuración interna y se
pueden observar zonas diferenciadas, pero no existe un
corte cuali tati vo entre estas zonas. La "no-separabi 1idad" ,
tema candente en la investigación puntera de la microfísica,
caracteriza profundamente la relación existente entre
los distintos saberes y las distintas culturas.

El saber científico no rompe con el saber del sentido


común, sino que interactúa con él, se nutre de él y a
la vez revierte sobre él y lo modifica como bien ha demos-
trado Serge Moscovici (MOSCOVICI, S.; HEWSTONE,M. 1984).
No existe ruptura, ni salto epistemológico, sino que
existen diferenciaciones prendidas en una tupida red
de interconexiones. Hoy las partículas tienen "encanto" ,
"extrañeza", "sabores" y "colores", las teorías encierran
"visiones del mundo que las determinan en parte, se vislum-
bran "tematas", en el sentido de Gerarld Holton, que
arraiga en las creencias filosóficas y que condicionan
la investigación científica (HOLTON, G. 1978) , el hombre
de la calle habla de "complejos", de "neurosis", de "grave-
dad" o de "relatividad" t reinterpretando a su manera
los conceptos de la Ciencia. La relación entre c erc ía
í

y sentido común es compleja, pero existe, y no es una


simple relación de supeditación. De hecho, se puede observar
un doble proceso: a la vez que se fortalecen los lineamien-
tos de continuidad, con intercambios en ambas direcciones,
// también < se . opera_ un ~s.t_an_~_i_~~~ __~~~~ l_a
__e_s..;;;p_e_c_i_a_-
__
/ !izac~I2 _<!.~)q_~
... __ ~ª~r~§..~y':~~pe~Li¿..r.1:.2ad de 05 lenguajes
l3~e .~~':.~~~.~.~~... Pero esta di V,i",sión también se opera e re

"-k t.
\ ..vúO'f>'f"
. .1-.r
v\e .:..o:: -. , \
te·

Av t -- e -J--,,--C_- -
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los distintos sectores del saber cienttífico.


constatar, como un dato sintomático, el hec o
los grandes investigadores científicos se tornan
"autores" que cut tivan su propio estilo y q e
al gran público, alcanzando cotas de venta que
rango de "Best sellers" (STENGERS,I. 1985).

Por otra parte, el saber científico no tiene ás


que admitir su vinculación, y a veces su deper..::.e::¡c::::..a"
con el saber filosófico. La filosofía, no ya SC:cme:::2
en su forma epistemológica, irrumpe con fuerza
seno de la Ciencia. Ya no es posible anatemizar o ='_'es:c.:':"-
ficar el pensamiento filosófico, puesto que se
que admi tir que las grandes cuestiones de la
el ser, el tiempo, la realidad, etc ••• yacen en
mismas de la producción científica y la con~,~.;,._.-_,
Ciencia y filosofía están en absoluta continuidad,
un entramado inseparable, un tejido finamente
Por supuesto, esto no significa que exista una indifereac~~
c ón , Al igual
í que en un tejido, los hilos son recor.,oc:U~~1S
e individualizables, pero separarlos del tejido es es~~~-
lo como tal. Separar la Ciencia de la filosofía es =.
la Ciencia y destruir la filosofía.

5. La nueva división: no el método sino el objeto.

La quie-bra de la Ciencia Moderna en tanto q e


absoluto, junto con la conciencia de su his
intrínseca, abre las puertas al desarrollo de las :=~_
sociales. Rechazar el método y los supuestos episte_'_IIi~_
cos intronizados por la Ciencia Moderna ya no S.••• L-.~_
condenarse a producir un saber no científico s
social.
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No es que el objeto de las ciencias sociales escape,


por sus propias características, al ámbito del saber
científico, es que la Ciencia, tal y como se conceptualiza-
ba, dejaba escapar también un sinfín de objetos que no
eran sociales sino precisamente naturales. La Razón Cientí-
fica instituida se mostraba plenamente adecuada para
dar cuenta de objetos simples, determinísticos, enmarcados
en la reversibilidad del tiempo, y sigue siendo válida
para tratar este tipo de objetos, incluso en el campo
de las ciencias sociales. Pero es absolutamente inadecuada
para tratar objetos complejos, tanto en el campo de los
fenómenos naturales como en el campo de los fenómenos
sociales, y si no tuvo el mismo éxi to en el campo de
los social que en el campo de la naturaleza es precisamente
porque lo social es pobre en objetos simples. Hay que
diseñar un nuevo paradigma de la Razón Científica, quizás
un "paradigma de la complej idad" en términod de Edgar
Morin (MORIN, E. 1982), si se quiere poder abordar tanto
los objetos complejos de las ciencias naturales como
los objetos complejos de las ciencias sociales.

La quiebra de la Racionalidad Científica heredada


da la razón a quienes expresaron su inadecuación para
las ciencias sociales, al mismo tiempo que les quita
la razón en cuanto que reinvindicaron la separación tajante
entre ciencias de la naturaleza y ciencias sociales.
Ciencias sociales y ciencias naturales entran en una
nueva alianza a partir del momento en que estas ú I timas
se-pi.-a.rftean el tema de la complejidad. La división ya
no pasa por la "Geisteswissenchaften" frente a las "Natur-
wissenchaften", y se derrumba la creencia de que cada
una de ellas requiere un método distinto. La di visión
pasa por el tratamiento de objetos simples, frente al
tratamiento de objetos complejos, sean estos sociales
o naturales. Esto no significa que las ciencias sociales
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deban copiar miméticamente los nuevos p Lant e


de las ciencias naturales, sino que las ciencias •.
también necesitan beber en las fuentes de las
sociales, aunque éstas, lamentablemente, hayan S'-
buena medida secadas por la Razón Científica
Paradójicamente, el reconocimiento de que el méto
fico dominante no vale para las ciencias
consigo un nuevo acercamiento entre ciencias
y ciencias sociales.

Posiblemente encontremos en la psicología s


de los sectores de las ciencias sociales más s
a la necesidad de elaborar un nuevo paradigma c:.e -
con autores como Kenneth Gergen (GERGEN,
Harre (HARRE, R. 1979), o John Shotter
1975) que están renovando los enfoques de la
en una línea que no es ajena al pensamiento
Wittgenstein (1953) o a las reflexiones de
Taylor (1985) y de un John Searle (1983). El recor.oc·~~~=
de que el saber cotidiano sobre lo social enc ;
riquezas de conocimiento que el saber elabo a
ahora por los cientificos sociales, y que e
cotidiano encierra por su parte muchas de las
a los interrogantes científicos sobre lo socia,
sin duda el replanteamiento de la temática ;;s_::l::SOc:::..':
desde una perspectiva que reconcilia el sa e
con el saber práctiCO (IBAÑEZ, T. 1985).

6. Una interrogación apremiante.

La nueva situac16n creada por la ruptura de las


no parece sino encerrar motivos de júbilo para
se sentían agobiados por el dogmatismo de la Raz
fica instl tuida y para quienes eran consciente
-285-

efectos de poder que brotaban de ella como flores en


primavera.

Sin embargo, ¿por qué no ser decididamente foucaul tiano


también en esta ocasión? Es cierto que la solución de
continuidad entre los saberes, las rupturas establecidas
por la Razón Científica entre sentido común y ciencia,
ciencia y filosofía, la creación en defini tiva de los
tres mundos del saber, entrañaba una profunda voluntad
de poder, vehiculaba una ideología específica y engendraba
perniciosos efectos de poder. Pero sería absolutamente
ingénuo pensar que la ruptura de las rupturas se limita
a borrar esas características, y que el restablecimiento
de las continuidades no conlleva a su vez, una voluntad
de P9der, unas ideologías y unos efectos de poder. ¿Cuáles
son esas ideologías? ¿Cuáles son esos efectos? ¿Qué es
lo que conlleva la nueva alianza y la reunificación antipo-
si tivista de las culturas? Esto es lo que conviene diluci-
dar, escapando al júbilo producido por la nueva si tuación,
y esta es la pregunta a la que conviene responder antes
de que la respuesta se imponga por sí misma, simplemente
porque la nueva alianza haya agotado ya su vigencia como
disposi tivo de poder. Este es en defini tiva el debate
al que la nueva situación nos invita.

7. Bib-liografía.

FEYERABEND,P. (1975): Against method. Londres, N.L.B.

FOUCAULT, M. (1976): Histoire de la sexualité. Paris,


al11mard.

F UCAULT, M. (1978): Microfísica del poder. Madrid, La


?"queta.

JE.GE, K. (1982): Toward transformation in social know-


_edge. New York, Springer Verlag.

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