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‘SOLUS CHRISTUS; SOLI DEO GLORIA’

Introducción

A manera de introducción quisiera resaltar cuatro puntos acerca de las cinco “Solas”
de la Reforma Protestante.

i. Como se dijo el día de ayer, las cinco “Solas” de la Reforma Protestante


no fueron eslóganes de los reformadores en el siglo 16, sino una manera
contemporánea de sintetizar los puntos neurálgicos de la Reforma
Protestante que surgió durante el siglo XX.

ii. La Iglesia Católica creía en la gracia de Dios, en la necesidad de tener fe,


en la Persona y Obra de Cristo, en la gloria de Dios, y en las Escrituras.
Sin embargo, las doctrinas y prácticas de esa Iglesia, en el siglo 16,
opacaron cada una de esas grandes enseñanzas, y fue la reforma
Protestante que las rescató y colocó en el lugar central que deben ocupar
en la teología cristiana.

iii. Cada uno de los reformadores enfatizaron los cinco puntos, a su manera,
aunque cada uno también tenía sus propios énfasis. Por ejemplo, Lutero
enfatizó la importancia de la fe y la gracia de Dios, mientras que Calvino
destacó la Persona de Cristo y la gloria de Dios.

iv. Las cinco “Solas” están interconectadas, como partes fundamentales del
mensaje de salvación. Por lo tanto, aunque las estamos estudiando por
separado, es importante entender que todas forman un solo
pensamiento cristiano integrado, basado en la revelación bíblica.

- La salvación es solo por gracia, para que sea para la gloria de Dios.
- Además, es sólo por fe, porque Cristo hizo toda la obra de salvación.
- La base para la doctrina cristiana de la salvación es la Biblia.

Las dos “Solas” que estudiaremos en esta oportunidad forman una suerte de
sistema estelar binario. Las demás “Solas” giran alrededor de ellas, como planetas
espirituales atraídas por la gravedad de estos dos gigantes: ‘solus Christus’ y ‘soli
Deo gloria’.

1. ‘SOLUS CHRISTUS’

La Biblia afirma categóricamente, “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador


entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). Es más, como los
apóstoles afirmaron, “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). Sin

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embargo, a lo largo de los siglos, tres cosas atentaron contra la centralidad de
Cristo en la Iglesia:

i. El creciente analfabetismo bíblico.


ii. La deformación de la teología bíblica.
iii. El desarrollo de una gama de creencias y supersticiones humanas.

Esas cosas opacaron la centralidad de Cristo y contribuyeron a lo que podríamos


llamar “el eclipse de Cristo en la soteriología cristiana” en el siglo XVI.

a. La Doctrina de la Salvación en la Iglesia Católica Romana

Cuando Martin Lutero quiso hallar el perdón de los pecados, la paz con Dios y la
salvación de su alma, la Iglesia Católica Romana le ofreció varios caminos:

- El monasterio le ofreció el camino del esfuerzo humano (la oración, la


confesión del pecado, la penitencia, la mortificación de la carne).

- La ciudad de Roma le ofreció el camino de las reliquias religiosas.

- En Alemania tenía el camino de los santos y la Virgen María. Martin


Lutero era devoto de Santa Ana, patrona de los mineros; también de
Santo Tomás.

- El Papa le ofreció el camino de las indulgencias plenarias que él


otorgaba.

La enseñanza oficial era que, por medio del esfuerzo humano, los sacramentos de
la Iglesia, y las obras supererogatorias de los santos, una persona podía hallar la
salvación personal. El problema para Lutero era que esas cosas no aliviaron su
conciencia afligida por el pecado, y menos generaron una vida transformada por el
Espíritu Santo. La experiencia de Lutero fue la experiencia de muchas personas en
la Iglesia Católica Romana que cayeron bajo la convicción del pecado. Por no tener
a Cristo como el único Salvador, no encontraban la salvación y la paz para sus
almas.

b. ‘Solus Christus’ y la Salvación del Pecador

El pensamiento de Martin Lutero cambió radicalmente cuando estudió la carta a los


Romanos y descubrió la verdad acerca de la justificación por la fe en Cristo. El
asunto no era tanto que cambió de “obras” a “fe”, sino que cambió de “los
esfuerzos humanos” a “la obra de Cristo”. No es la fe lo que nos justifica delante de
Dios, sino Cristo. La fe es sólo la decisión de creerle a Dios y a confiar en las
promesas de Su Palabra. Es Cristo quien nos salva, solo Cristo.

La experiencia de Martin Lutero fue similar a la de Pablo, tal como lo narra en


Filipenses 3:4-9. Con razón llegó a amar a Cristo con la intensidad de Pablo. En el
Prefacio a su comentario sobre Gálatas, Lutero escribió: “Tengo en mi corazón un
solo artículo: Fe en Cristo. Porque de Él y para Él fluye todo mi pensamiento
teológico, de día y de noche”.

En ese mismo Prefacio, Lutero define la doctrina de la justificación en una manera


Cristo céntrica: “…somos redimidos del pecado, de la muerte y del diablo, y somos
hechos partícipes de la vida eterna, no por nosotros mismos, y en ninguna manera

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por nuestras propias obras que son menor que nosotros, sino por la ayuda de Otro,
el unigénito Hijo de Dios, Jesucristo”.
Ante la pregunta, ¿no hay nada que debemos hacer nosotros para ser justos
delante de Dios?, Lutero responde: “Nada en absoluto. Porque en esto consiste la
justicia perfecta, en no hacer nada, no escuchar nada, no saber nada de la ley o de
las obras, sino saber y creer una sola cosa, que Cristo ha ido al Padre, y ahora no
se ve en la Tierra, porque está sentado a la diestra del Padre en el cielo, no como
Juez, sino hecho para nosotros sabiduría, justicia, santidad y redención”.

c. ‘Solus Christus’ y la Doctrina Cristiana

Según Lutero, el problema con la doctrina Católica Romana era que no empezaba
con un concepto correcto de Cristo. Lutero consideraba que, si uno no comienza
con una doctrina bíblica de Cristo, es imposible desarrollar una verdadera doctrina
cristiana, porque ella fluye de un concepto correcto de Cristo.

Por ejemplo, Lutero afirmaba que no se puede entender qué es el pecado, o la ley,
o la gracia, o la naturaleza humana misma, si uno no entiende bien quién es Cristo.
Por eso en su comentario sobre Gálatas, Lutero toma a Cristo como su punto de
partida para ir desde Él hacia las demás doctrinas, estableciéndolas a la luz de la
verdadera doctrina de Cristo. Cristo no solo era central en cuanto a la salvación,
sino también en cuanto a la doctrina. Todo parte de Él y gira alrededor de Él. Como
afirmó Lutero en su comentario a los Gálatas, “Si perdemos esta doctrina de la
justificación, perderemos toda la doctrina cristiana”.

Martin Lutero tomó el testimonio de Juan el Bautista a la Persona de Cristo como el


modelo para la Iglesia. La tarea de la Iglesia es apuntar a Cristo y sólo a Él. El
problema es que Satanás, la “carne” y el “mundo” se resisten a ello, y hacen todo
lo posible por desviar a la Iglesia de Cristo. Como dijo Martin Lutero, “Satanás no
tiene la menor intención de permitir este testimonio a Cristo. Él dedica toda su
energía a resistir eso y no descansará hasta que lo haya suprimido. En este asunto
los seres humanos somos muy débiles y tercamente perversos, más propenso a
apegarnos a los santos que a Cristo.”

Hoy en día, en el clima del humanismo secularizado que domina el pensamiento


posmoderno, la Iglesia tiene que seguir luchando por mantener el principio de
‘solus Christus’. La mayoría de las personas prefieren confiar en sí mismas que en
Cristo, y los que no pueden confiar en sí mismos, confían en algún líder evangélico
destacado, sea un mega apóstol, un profeta o un tele evangelista con aparente
poder espiritual. Tenemos que rechazar todo eso, y mirar solo a Cristo (Heb. 12:2).

d. ‘Solus Christus’ en Calvino

El pensamiento de Lutero estuvo dominado por el concepto de la justificación por la


fe, y eso a la vez estableció su concepto de ‘Solus Christus’; en otras palabras,
para Lutero, la centralidad de Cristo tiene que ver con la salvación del hombre.
Calvino tomó el concepto de Lutero y lo desarrolló, presentando a Cristo como el
centro de todo. Por eso, en la Institución de la Religión Cristiana, Calvino dedica
varios capítulos a la doctrina de Cristo.

En primer lugar, Calvino afirmó que desde que el pecado entró al mundo, lo que la
raza humana necesita es Cristo. Él cita las palabras de Cristo en Juan 17:3, “Esta
es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado”, y afirma que dichas palabras no se refieren solo a Su tiempo,

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sino a todo tiempo. “Por lo cual es tanto más de condenar la necedad de los que
abren la puerta del cielo a todos los incrédulos y toda clase de gente profana sin la
gracia de Jesucristo, el cual, según la Escritura enseña en muchos pasajes, es la
única puerta por donde podemos entrar en el camino de la salvación” (Libro II,
capítulo VI).

Es a la luz de eso que Calvino interpreta todo el Antiguo Testamento, indicando que
“Dios no ha sido propicio al antiguo Israel más que en Cristo, el Mediador”.
Además, afirmó que los sacrificios de la ley enseñaron a los fieles del Antiguo
Testamento a no buscar la salvación “más que en la expiación que sólo Jesucristo
ha realizado”, añadiendo: “Solamente quiero decir, que la felicidad y el próspero
estado que Dios ha prometido a Su Iglesia se ha fundado siempre en la Persona de
Jesucristo”.

A la luz de ese principio interpretativo, Calvino procede a analizar varios textos del
Antiguo Testamento, interpretándolos cristológicamente.

- Citando pasajes en 1 Samuel, él afirma: “Y no hay duda de que el


Padre Celestial ha querido mostrar en David y en sus descendientes
una viva imagen de Cristo”

- Luego de citar varios Salmos, dice: “…los fieles son encaminados a


Jesucristo para conseguir la esperanza de ser salvados por la mano
de Dios”.

- “Cuando Dios promete algún consuelo a los afligidos, y especialmente


cuando habla de la liberación de la Iglesia, pone el estandarte de la
confianza y de la esperanza en el mismo Jesucristo. Saliste para
socorrer a Tu pueblo, para socorrer a Tu ungido” (Hab. 3:13).

- Luego de citar varios textos de los profetas mayores, Calvino declara:


“...solamente quiero advertir a los lectores, que la esperanza de los
fieles jamás ha sido puesta más que en Jesucristo”.

- Citando Amos 9:11, interpreta la profecía diciendo: “éste era el único


remedio y la única esperanza de salvación: volver a levantar de
nuevo la gloria y la majestad real de la casa de David; lo cual se
cumplió en Cristo”.

- Después de resumir todas las profecías del Antiguo Testamento,


Calvino afirma: “Quiso Dios que los judíos tuviesen tales profecías, a
fin de que se acostumbrasen a poner los ojos en Jesucristo, cada vez
que pidiesen ser librados del cautiverio en que se hallaban”.

La conclusión a la que Calvino llega es que aparte de Cristo es imposible conocer a


Dios.

- “Dios no ha sido ni será jamás verdaderamente conocido más que en


Cristo”.

- “…si Dios no nos es presentado por medio de Jesucristo, nosotros no


podemos conocer que es nuestra salvación”.

- “…es imposible llegar al verdadero conocimiento de Dios sin Cristo, y


que por esta razón desde el principio del mundo fue propuesto a los

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elegidos, para que tuviesen fijos en Él sus ojos de descansase en Él
su confianza”.

Mientras que Lutero veía en el Antiguo Testamento la ley de Dios y el juicio sobre el
pecado, Calvino vio en el Antiguo Testamento la revelación de Cristo, no solo como
el único Salvador, sino como el único Revelador de Dios el Padre. En la “teología del
pacto”, que es el punto neurálgico de la doctrina de Calvino, todo se centra en lo
que el Padre pactó con Su Hijo. Nuestra salvación y entendimiento espiritual fluyen
de Él por medio de Cristo.

2. ‘SOLI DEO GLORIA’

La teología de la Iglesia Católica Romana no solo eclipsó a Cristo, sino que le quitó
la gloria a Dios. Lo hizo, quizá inconscientemente, adscribiendo la gloria a otros: a
María, a los santos, al Papa, a las reliquias, al esfuerzo humano, a las indulgencias
papales y a los sacramentos. Por medio de la exposición de la doctrina de la
justificación por la fe en la obra de Cristo, Lutero procuró devolverle a Dios la gloria
debida a Su nombre.

Sin embargo, lo que Lutero hizo implícitamente, Calvino lo hizo en forma explícita.
Por lo tanto podemos llamarle: “el profeta de la gloria de Dios”. Esa fue la carga de
su visión profética; el tema central de toda su enseñanza.

Calvino se propuso establecer el principio bíblico, ‘Soli Deo gloria’, en tres áreas
particulares: en el culto, en la doctrina y en la predicación.

a. El Culto

Durante la Edad Media, la Iglesia Católica desarrolló una forma de culto que distaba
mucho de la sencillez del culto de la Iglesia Primitiva. El culto católico medieval fue
marcado por el uso de vestimentas sumamente elegantes y simbólicas; la práctica
de rituales complejas, especialmente aquellas relacionadas con la misa; y la
adoración de una serie de imágenes y reliquias religiosas.

Juan Calvino se opuso a todo eso en el nombre de Dios, alegando que esas cosas
se hacían para agradar al hombre y no para glorificar a Dios. Por eso estableció lo
que hoy en día se conoce como el Principio Regulador o el Principio Regulativo
que afirma que el culto cristiano debe estar bajo la autoridad de la Palabra de Dios,
para que sea Dios y no el hombre quien determina qué se hace en el culto cristiano.

“No podemos adoptar cualquier artificio [en nuestra adoración] que nos parezca
apto a nosotros mismos; sino mirar a los mandamientos de Aquel quien es el Único
con derecho a decretarlos. En consecuencia, si queremos tener a Dios aprobando
nuestra adoración, esta regla, la cual Él la aplica en todos lados con la máxima
exactitud, debe ser cuidadosamente observada… Dios desaprueba todos los modos
de adoración que no están expresamente establecidos en Su Palabra.”

Juan Calvino “La Necesidad de Reformar la Iglesia”.

Mark Dever nos ofrece una definición contemporánea del Principio Regulativo:

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“…el Principio Regulador establece que todo lo que hacemos en una reunión de
adoración debe ser claramente justificado por la Escritura. Una clara justificación
puede tomar la forma de un mandamiento bíblico explícito o una implicancia buena
y necesaria de un texto bíblico. “El Principio regulador históricamente ha competido
con al principio Normativo, cristalizado por el ministro anglicano Richard Hooker.
Hooker decía, junto con Martin Lutero antes que él, que si una práctica no está
bíblicamente prohibida, una iglesia está libre de usarla para su vida corporal y
adoración. En pocas palabras, el Principio Regulador prohíbe cualquier cosa no
ordenada por la Escritura, mientras que el Principio Normativo permite cualquier
cosa que no esté prohibida por la Escritura.”

Hay que reconocer que algunos han criticado a Calvino por no ser fiel a sus
principios. Por ejemplo, él se opuso al uso de instrumentos musicales, aunque estos
claramente se usaban en el culto del Antiguo Testamento. También se opuso a
cantar cualquier tipo de canto que no sea un salmo.

Sin embargo, lo que debemos rescatar de Calvino es el deseo que tenía que todo lo
que hagamos en el culto sirviera el propósito principal que es el de glorificar a Dios.
Cuando comenzamos a permitir ciertas cosas en los cultos con el fin de agradar a
los hombres empezamos a deslizarnos del principio establecido en el Salmo 29:9
que afirma que todo lo que se hace en el templo debe glorificar a Dios. Si
permitimos en el culto aquellas cosas que las personas desean, corremos el riesgo
de destronar a Dios y a socavar la Reforma Protestante.

b. La Doctrina

Si hacemos un análisis de las doctrinas de la Iglesia Católica en el tiempo de


Calvino descubriremos muchas enseñanzas que glorificaban al ser humano,
especialmente en el tema de la salvación. Por ejemplo, la afirmación que las buenas
obras contribuyen a nuestra salvación, el mérito de los santos, la infalibilidad del
Papa, el papel mediador de la Virgen María y la intercesión de los santos. En una
manera u otra todas esas doctrinas restan de la gloria de Dios.

Juan Calvino luchó contra todo ello y procuró establecer las doctrinas cristianas
sobre la base de la autoridad de la Palabra de Dios. Esas doctrinas inevitablemente
opacaron la gloria del ser humano y devolvieron la gloria a Dios. El punto
neurálgico en la enseñanza de Calvino fue la absoluta soberanía de Dios sobre la
creación, especialmente en el tema de la salvación.

Estudiosos han notado que lo central en la Institución de la Religión Cristiana es la


gloria de Dios. Lo es, porque ese era el tema central de la vida de Calvino. En él se
observa el principio que el Señor Jesús enseñó, que de la abundancia del corazón
habla la boca, o en este caso escribe el autor. Calvino pensaba mucho en Dios, y
meditaba mucho sobre Dios, por eso su pensamiento teológico estaba dominado
por la gloria de Dios.

Al inicio de la Institución de la Religión Cristiana, Calvino dice lo siguiente:

“…cuando Dios estaba alejado de [los seres humanos] ellos se sentían fuertes y
valientes; pero en cuanto Dios mostraba su gloria, temblaban y temían, como si
sintiesen desvanecer y morir. De aquí se debe concluir que el hombre nunca
siente de veras su bajeza hasta que se ve frente a la majestad de Dios”.

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Por eso Calvino se dedicó a exaltar la grandeza de Dios. Su propósito era pastoral y
evangelístico, porque como luego añade:

“Porque mientras los hombres no tengan impreso en el corazón que


deben a Dios todo cuanto son, que son alimentados con el cuidado
paternal que de ellos tiene, que Él es el autor de todos los bienes, de
suerte que ninguna cosa se debe buscar fuera de Él, nunca se
someterán a Él de todo corazón, con deseo de servirle. Y más aún, si
no colocan en Él toda su felicidad, nunca de veras y con todo el
corazón se acercarán a Él”.

Es a la luz de ello que debemos entender las doctrinas características de Calvino,


que son rechazadas hoy en día por algunos sectores de la Iglesia Protestante.

i. La doctrina de la Predestinación. Ella se basa sobre la absoluta soberanía de


Dios sobre toda la creación, y deja al hombre a la merced de la voluntad y la
misericordia de Dios.

ii. La doctrina de la elección incondicional, que afirma que Dios es soberano en


la elección del pecador que ha de ser salvo, y que Su decisión no se basa sobre
ningún mérito en el ser humano, ni siquiera en su fe o amor a Dios.

iii. La doctrina de la depravación total del ser humano. Esta doctrina enseña
que el pecador, lejos de merecer ser salvo, es incapaz de salvarse a sí mismo.
Incluso, es incapaz de entender el evangelio o responder a ello. Dicha
doctrina humilla al ser humano ante la presencia de Dios y resalta Su gracia
en la salvación del pecador.

iv. La doctrina de la perseverancia de los santos. Esta doctrina afirma que lo


que garantiza la salvación del pecador es la soberanía de Dios, no el esfuerzo
que el ser humano hace por mantenerse en la salvación. Eso no significa que
el creyente puede vivir como quiere, sino que Dios obra en él o en ella por Su
Espíritu para que la vida espiritual del creyente nunca muera, sino que siga
activa hasta la muerte.

Juan Calvino enseñó esas doctrinas porque eran ciertas, pero también porque cada
doctrina reflejaba y expresaba la gloria de Dios.

La historia de la Iglesia nos enseña una cosa muy importante. Si queremos


mantenernos dentro de la fe evangélica ortodoxa, será necesario tener una pasión
por la gloria de Dios. Si perdemos eso, caeremos en la trampa de glorificar a los
hombres que es el corazón de la herejía y la apostasía espiritual. Cuando
desplazamos el centro de gravedad de nuestro sistema teológico de Dios al
hombre, todo empieza a desmoronarse.

REFLEXIÓN: Hoy en día hay una tendencia en la Iglesia a minimizar o negar las
doctrinas que Calvino expuso, por la sencilla razón que al ser humano no le
agradan. Al hacerlo corremos el riesgo de quitar la eficacia de la evangelización y
convertir el mensaje de la Iglesia en una suerte de terapia espiritual. Por lo tanto,
es urgente preguntarnos: ¿realmente deseamos honrar y glorificar a Dios?
¿Amamos suficientemente a las personas para darles el mensaje que necesitan
escuchar y saber para su salvación?

c. La Predicación

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El tercer ámbito en que Juan Calvino procuró restaurar la gloria de Dios en la
Iglesia fue la predicación. Lo hizo en tres maneras:

i. Insistió en predicar de las Escrituras.


ii. Predicó de ellas en forma sistemática y ordenada.
iii. En el proceso de exponer las Escrituras día tras día, Calvino siempre procuró
honrar y glorificar a Dios.
A lo largo de sus 25 años, predicando en una sola iglesia en Ginebra, casi nunca se
desvió del principio de predicar la Palabra de Dios en forma secuencial. En solo
contadas ocasiones predicó temas aislados, en algunas fechas especiales del año.
Su práctica constante fue exponer la Palabra de Dios en forma sistemática.

Por ejemplo, los domingos:

Predicó del libro de los Hechos desde 1549 hasta 1554


De Tesalonicenses I y II (46 sermones)
De Corintios (186 sermones)
De las Epístolas Pastorales (86 sermones)
De Gálatas (43 sermones)
De Efesios (48 sermones)

Durante la semana:

Predicó de Job (159 sermones)


De Deuteronomio (200 sermones)
De Isaías (353 sermones)
De Génesis (123 sermones)

En su tarea de predicar la Palabra de Dios, Calvino destacó dos principios


importantes:

- La autoridad de las Escrituras. Por eso siempre predicaba de ellas, y no de


temas aislados. Quería glorificar a Dios colocando toda la autoridad de la
predicación sobre la Palabra de Dios.

- La suficiencia de las Escrituras. Por eso predicaba secuencialmente. Confiaba


que al hacerlo, las Escrituras satisfarían todas las necesidades espirituales de
los creyentes.

Eso dio lugar a otro de los lemas de la Reforma Protestante: Sola Scriptura.

Hoy en día, la mayoría de los predicadores preparan sermones temáticos,


escogiendo diversos temas de interés para la congregación. Esa forma de predicar
conlleva tres grandes riesgos:

i. Formar una congregación “antropocéntrica” en vez de “teocéntrica”.

ii. Honrar al ser humano más que a Dios, convirtiendo a Dios en el siervo del ser
humano.

iii. Poner nuestros pensamientos por encima de la Palabra de Dios, y usamos las
Escrituras para confirmar lo que nosotros queremos decir en vez de asegurar
que todo lo que yo diga como predicador salga de la Palabra de Dios.

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Debemos aprender de Juan Calvino a resistir la tentación de reducir la predicación a
la satisfacción de las necesidades del ser humano. Más bien, procuremos glorificar a
Dios en el pulpito, porque somos Sus portavoces. Tengamos mucho cuidado con el
humanismo contemporáneo que desea destronar a Dios y colocar al ser humano en
Su lugar.

Conclusión

Uno de los grandes problemas en la teología contemporánea es el interés


desmedido en el hombre. Hoy más que nunca corremos el peligro de ser
evangélicos, pero al mismo tiempo tener nuestra mirada puesta en nosotros, en
vez de ponerla en Dios.

John Piper afirmó que un buen resumen de todas las obras de Calvino sería: “Celo
por ilustrar la gloria de Dios”. En todo lo que él expuso, lo único que quería hacer
era proclamar la gloria de Dios. Quizá fue por eso que Dios lo usó tanto, porque
como Él ha prometido, los que honran a Dios, Él honrará.

Juan Calvino usó su posición como pastor en Ginebra para reflejar al mundo la
gloria de Dios en Su Palabra, en Su salvación y en Su Iglesia. Dios nos ayude a
hacer lo mismo en nuestro contexto contemporáneo.

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