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Ser proveedor no es suficiente:

reconstrucción de la identidad en los varones1

Alejandra Salguero Velásquez2

Resumen

El hecho de ser proveedor, como referente de generaciones anteriores, ya no es


suficiente. El papel histórico de ser hombre trabajador-proveedor bajo el cual se
construía la identidad de los varones parece estar modificándose a partir de los cambios
socioculturales y sobre todo de los nuevos requerimientos que se establecen en los
procesos de interacción social entre hombres y mujeres. La participación en la familia
forma parte de las responsabilidades actuales del ser hombre. Esta realidad ha llevado a
algunos hombres a reconstruir sus identidades; ahora es necesario involucrarse en
diversas actividades, como trabajar para obtener recursos económicos, pero también
atender las necesidades de las hijas, de los hijos y de la pareja. Este es un cambio
cultural, ya que hoy ser hombre/pareja/padre requiere de tiempo, responsabilidad y
compromiso. ¿Cómo le hacen los hombres para cubrir los diversos requerimientos que
hoy se plantean? Primeramente habría que señalar que “mantener la identidad como
proveedores” no es algo que se elabore de manera individual, incorpora un proceso
complejo de negociaciones en el ámbito familiar, con la pareja, los hijos y las hijas,
incluso con ellos mismos, lo cual les lleva a organizar sus tiempos y formas de
participación tanto en el trabajo como en la familia, reestructurando su identidad como
hombres día con día.

Palabras clave: Ser hombre, identidad, trabajo, proveedor, familia.

Introducción

En las generaciones pasadas una forma de “ser hombre” era “ser proveedor”, cubrir las
necesidades económicas, trabajar para traer “el gasto, la ralla, la semana, la quincena, o lo que
les pagaran durante el día” dependiendo de su jornada laboral y del tipo de trabajo. Obtener
dinero y llevarlo a casa los colocaba en un lugar especial, los hacía verse como “hombres
responsables” aun cuando el dinero no alcanzara en muchas ocasiones a cubrir las
necesidades de la familia, no participaran en las actividades domésticas y el cuidado de los
hijos y las hijas o no consideraran las necesidades de los integrantes de la familia (esposa,
hijos e hijas) en cuanto a comunicación y demostración de afecto; traer dinero era suficiente
para mantener el mandato social de género masculino.

La identidad como hombre se construía con base en el requerimiento del trabajo como
medio para la obtención de bienes económicos y mantener el papel de proveedor, lo cual les
hacía ver como hombres responsables. Los cuestionamientos derivados de lo anterior y que
nos invitan a la reflexión serían: ¿por qué se dice ahora que no es suficiente con ser
proveedor? ¿A qué se debe que ahora muchos hombres tengan que participar en las
actividades de la casa, educación de los hijos e hijas y dedicar tiempo a la convivencia
familiar?, en otras palabras: ¿se requerirá una manera distinta de ser hombre?

Tratar de dar cuenta de cómo los hombres han tratado de ser un hombre diferente nos lleva
a abordar varios aspectos. Por un lado, el ámbito del trabajo considerado como representación
y “mandato social” en la identidad del ser hombre; por otro, de qué manera las
transformaciones socioculturales han tenido impacto en los nuevos requerimientos familiares y
han influido en el proceso de construcción de las identidades masculinas.

El trabajo en la vida de los hombres


El trabajo como representación social está presente en el mundo y la vida de las personas,
incluso se ha considerado como uno de los marcadores sociales en la transición a la adultez,
otorgando membresía en cuanto a realización completa de la persona en el mundo social
(Shanahan, 2000; Blatterer, 2007). Se puede definir al trabajo como la forma en que
desarrollamos actividades para satisfacer nuestras necesidades; implica el desgaste físico,
mental y emocional. Es el núcleo al tiempo que forma y modifica la apariencia de las
identidades individual y social. Nos permite organizar la vida cotidiana –el presente en cada
minuto– y también la vida biográfica –la duración de nuestra vida, vinculada a las generaciones
previas y posteriores–, así como determina nuestra seguridad ontológica (Bauman, Beck,
Giddens y Luhmann, 1991).

Sin embargo, parece que no se representa de la misma manera en la vida de las mujeres,
donde históricamente los estereotipos se hacen presentes. Ellas pertenecen al ámbito privado,
son para atender la casa y cuidar a los hijos e hijas, pareciera que la posibilidad de realizar un
trabajo remunerado se plantearía como “opcional”, en tanto que, en el caso de los hombres, se
asume como “mandato social” que los hombres son para trabajar y obtener recursos
económicos. Si bien nos enfrentamos con estereotipos de género, éstos en muchas ocasiones
guían y van dando dirección a la vida en la medida que el reconocimiento social se establece
con base en la obtención del poder a través del éxito en el trabajo, en la vida pública. A la gran
mayoría de los hombres, el ingreso al mundo del trabajo les da prestigio, poder y autoridad, el
dinero permite adquirir bienes, que su opinión sea reconocida, les posibilita ser proveedores,
cumplir con las responsabilidades familiares, decidir sobre su vida y la de los otros, les hace
sentir útiles y vivos.

El trabajo define la primera marca en los varones en la medida que socialmente posibilita la
salida de la familia de origen, genera independencia económica y ésta la traslada a otros
ámbitos, sobre todo cuando forman una familia y tienen hijos e hijas, dirigiendo sus proyectos y
esfuerzos para obtener recursos que les permitan asumirse como hombres responsables
(Nolasco, 1989). A medida que los jóvenes ingresan al mundo del trabajo, sus
representaciones se alejan gradualmente de los ideales viriles para enfatizar la responsabilidad
y el logro. Fuller (1997) señala que “dejan de ser machos para convertirse en hombres
ingresando así al período de la hombría, obtienen el reconocimiento social y respeto de los
otros varones al insertarse en el mundo del trabajo”. Valdés y Olavarría (1998) plantean que el
trabajo es el medio a través del cual los varones consiguen la aceptación, el reconocimiento
social a su capacidad de producir, de generar recursos materiales que garanticen la existencia
de su familia, lo que les otorga seguridad y autonomía. El mundo laboral pasa a ser un espacio
en el cual ellos deben tener un lugar. No cumplir esta meta significa no estar a la altura de ser
hombre, por lo tanto, es sinónimo de indignidad, decepción, fracaso.

El trabajo remunerado les permite cubrir las necesidades de vivienda, alimentación,


educación y seguridad en general, llega en ocasiones a incorporarse como una preocupación
constante. Al tratar de indagar lo que representa el trabajo en la vida de los hombres, algunos
entrevistados comentan que: “Un hombre es el que trabaja, si no te mueres de hambre”, no es
sólo la representación social del estatus, sino la posibilidad de supervivencia, lo cual se plasma
en el significado que se otorga a la actividad, de ahí que plantee que “si no se trabaja, te
mueres de hambre”. Este discurso se entrelaza con el de otro entrevistado al señalar: “[…]
importante, el trabajo, porque de ahí sale para subsistir ¿no?”. El trabajo como representación
social está presente a cada momento, el significado está vinculado a la posibilidad de
subsistencia.

En la actualidad, donde cada vez se hace presente la crisis económica, el trabajo se


incorpora como una preocupación constante en los hombres, ya que es el medio a través del
cual pueden subsistir y cubrir las necesidades económicas, pues aunque la pareja también
trabaje y obtenga recursos económicos, ellos incorporan en su identidad la responsabilidad, el
hecho de tener que cumplir con la familia, de ser proveedores económicos; tener un trabajo y
contar con ingresos económicos les posibilita reconocerse a sí mismos, y ante los demás
muestra que son hombres que pueden cumplir y garantizar la seguridad y estabilidad familiar.
El trabajo se incorpora como un valor importante en la identidad de los hombres, les permite
cumplir con el mandato social, llegando a equiparar ser hombre con ser proveedor-trabajador
(Capella, 2007).
El trabajo se asume como responsabilidad, ser proveedor es un significado que forma parte
de ser hombre y ser padre responsable, está presente en la trayectoria de vida y forma parte de
la identidad masculina (Salguero, 2006a). El trabajo como práctica social se vuelve tan
importante en la vida de los hombres que se ha considerado como uno de los ejes
estructurantes de la identidad masculina (Salguero 2002; Ramírez 2008), se es hombre cuando
se asume la responsabilidad como trabajador, en este sentido vale la pena señalar qué es lo
que se considerará como identidad.

Identidades masculinas y trabajo

Los hombres, al participar en un mundo donde el trabajo es representado y significado como


mandato social y además con un alto valor, lo incorporan como parte de ellos mismos, de su
identidad, a partir de diversos y complejos procesos de interacción social; no es un atributo o
una propiedad intrínseca sino que tiene un carácter relacional, resultado de un proceso que
surge y se desarrolla en la interacción cotidiana con los otros. Contrario a las percepciones
populares, la identidad no es un estigma impuesto por otros, sino un proceso complejo donde
las personas eligen formas de participación en las prácticas sociales (Bucholtz, 1999). Involucra
un proceso de aprendizaje constante, donde se incorporan las relaciones vividas a largo plazo
entre las personas, su lugar y participación, la manera como una persona se comprende, se ve
a sí misma y es vista por otros (Lave y Wenger, 2003). En este sentido, se podría señalar que
se aprende a ser hombre de múltiples maneras y una de ellas es a través del trabajo y los
significados asociados a éste, en los ámbitos laborales se integra la relación vivida con sus
padres, hermanos, maestros y compañeros de escuela, pero no es sólo en la relación con otras
figuras masculinas con quien ellos aprenden a ser un determinado tipo de hombre, sino
también en la relación con las mujeres con las que se relacionan; algunos entrevistados
señalan que fue su madre o su esposa quienes, de manera constante y reiterada, les decían
qué tipo de hombre deberían ser: “participativo en casa, respetuoso con las mujeres, no
autoritario, además de ser trabajador”, de manera que el proceso de construcción identitario
como hombre se complejiza por las múltiples relaciones que establecen con quienes se
relacionan en su trayectoria de vida (Salguero, 2002).

Las identidades de género masculino forman parte de un proceso plural y complejo, donde
el discurso del modelo hegemónico no siempre es seguido por todos aunque una gran mayoría
son matizados por él. Como indica Connell (1997), es necesario centrarnos en los procesos y
relaciones por medio de los cuales los hombres y mujeres llevamos vidas imbuidas en el
género. Es a través de las diferentes prácticas en las que participamos donde asumimos
alguna posición de género. No obstante, debemos tener presente, como señala Dreier (1999),
que la práctica social no es homogénea, cada persona está inmersa dentro de una variedad de
contextos socioculturales como país o región de origen, etnia, religión, género, familia, cohorte
de nacimiento, profesión, entre otras, de manera que en las sociedades “modernas”, las
personas participan en más de un contexto de acción social; participan durante intervalos de
tiempo cortos o largos, sea de forma regular o de manera ocasional y por diferentes razones en
un conjunto diverso de contextos sociales. Para Ortner (1994), la práctica genera modos de
pensar, sentir, vivir, influenciados por la cultura donde las personas tienen la posibilidad de
reflexionar, re-estructurar y re-significar sus actuaciones. Algunas de las prácticas sociales
donde participan los hombres y construyen identidades de género son el trabajo y la familia,
donde las experiencias e intereses, aparentemente diferentes y opuestos, se interrelacionan en
un proceso dinámico requiriendo una re-estructuración constante y permanente en los varones
(Salguero, 2008).

Ser hombre, ser proveedor: trabajo y responsabilidad familiar, elementos en el proceso de

reconstrucción de identidad
Una parte importante en el proceso de construcción de la identidad como hombres tiene que
ver con la importancia que otorgan al trabajo no solo porque es una actividad que les permite
obtener recursos económicos, sino también porque una idea central es que deben ser
responsables de la familia, y el ser responsables establece una relación directa con el ser
proveedores; idea que fueron incorporando desde muy temprana edad, a través del proceso de
socialización que vivieron y por el cual fueron formados.

En las entrevistas a varones de nivel socioeconómico medio y clase trabajadora ellos dan
cuenta de que el sentido de responsabilidad ante el trabajo y la familia lo aprendieron de sus
propios padres, a quienes veían como hombres responsables, que trabajaban y traían dinero a
la casa, proveían económicamente a la familia, de ahí que el significado que atribuyen al
trabajo como el medio a través del cual pueden cumplir con el papel de proveedores se
convierta en una parte fundamental en sus vidas, sobre todo cuando deciden formalizar una
relación de pareja, casarse y tener hijos, lo cual les legitima socialmente como hombres de
verdad, como hombres responsables (Salguero, 2006b). Para algunos varones, tener un
trabajo y consolidar un matrimonio son pasos necesarios para llegar a ser un hombre pleno. La
vida conyugal implica responsabilidades, preocupaciones y disminución de su libertad personal,
pero aceptan intercambiarla por amor, reconocimiento y para sentirse hombres de verdad
(Fuller, 1997).

Investigando sobre los significados que los varones de nivel medio del Estado de México
atribuyen al trabajo, la paternidad y la responsabilidad familiar, Salguero (2002) señala que,
para la mayoría de entrevistados, existe una estrecha relación entre los significados atribuidos
a ser hombre, a la responsabilidad familiar y a la paternidad. “Es hombre” el que toma la
iniciativa, el que se forja metas, el que provee económicamente –aun cuando la pareja también
sea proveedora–, el que asume la responsabilidad y cuidado de la familia, la esposa y los hijos
e hijas, el que debe resolver todo.

La responsabilidad familiar incorpora el ser padres y se convierte en algo sumamente


importante en sus vidas, incorporando la idea de superación y bienestar a partir de la
aportación económica y la educación de los hijos o hijas, como menciona un entrevistado: “Ser
hombre es ser responsable de mi familia, dedicarme a trabajar, a tener dinero, a cubrir cuentas
para darles a mi hijo y mi hija”. La responsabilidad familiar también significa cubrir las
necesidades económicas de la familia, de ahí que se perciban en primera instancia como
proveedores económicos, como señala otro entrevistado “me veo como un proveedor, me crea
responsabilidades, ver que falte nada en la casa”.

Ser proveedor y cumplir con la responsabilidad familiar solo es posible a través de un


trabajo que les permita obtener dinero, lo fueron aprendiendo desde edades tempranas,
enfrentándose constantemente a discursos que hacían referencia a que “un niño debía ser
responsable y cumplir con las necesidades de la familia”, comenta un entrevistado: “desde niño
mi papá me llevaba a su trabajo para que aprendiera a ser hombre, me pagaba $ 10.00 y me
decía que $ 5.00 eran para el gasto de la casa, que se los tenía que dar a mi mamá […]”. Otro
entrevistado mencionó que lo que ha tenido muy presente en su vida fue lo que su madre le
enseñó: “ella me enseñó que los hombres deben ser trabajadores y sinceros, deben hacer
también el quehacer de la casa, pero sobre todo ir en busca del dinero y la comida para la
familia”. Los discursos y prácticas familiares formaron parte del proceso a través del cual los
hombres otorgan un significado importante al trabajo, podrían participar de las actividades en
casa, pero sobre todo tenían que ser trabajadores, “buscar el dinero y la comida para la
familia”.

Sin embargo, los discursos y prácticas donde se enfatiza el sentido de responsabilidad para
los hombres a través del trabajo no se limita a la infancia sino que está presente en toda la
trayectoria de vida, enfatizándose aún más cuando formalizan su relación de pareja, hacen
familia e incorporan la posibilidad de ser padres, es ahí cuando la preocupación por el trabajo
aumenta, pues implica asumir muchas más responsabilidades de las que ya tenían. Es en ese
momento donde surge la necesidad de cuidar y mantener el trabajo; algunos señalaron que
llegaban más temprano, eran más cumplidos, pues de ello dependía que pudieran obtener
recursos para salir adelante con los gastos, cuidando su empleo o incluso buscando uno extra
para obtener mayores ingresos para cubrir los requerimientos económicos y mantener

su identidad como proveedores y hombres responsables.

Morgan (2004) señala que en las sociedades modernas los hombres se relacionan cada
vez más con la identificación de los derechos y deberes asociados con la paternidad como
parte de la “hombría”, “del ser hombre”, donde el proceso de construcción de identidad como
hombres y padres se mezcla y se vuelve complejo, cambiante y contradictorio a partir de los
estereotipos sociales en los que se ha llegado a identificar a los hombres como vinculados al
trabajo, pero poco participativos en la familia. Sin embargo, es necesario tomar en
consideración que los cambios y transformaciones socioculturales han tenido impacto en la
vida de las personas; cada vez se vuelve más difícil mantener el papel de proveedor único,
requiriendo una manera distinta de ser hombre, llevándolos a reconstruir su identidad.

Cambios y transformaciones socioculturales: el difícil papel de proveer… una


necesidad de reconstruir la identidad como hombre

Es necesario contextualizar el papel de proveedor a la luz de los cambios socio-culturales que


han tenido impacto en las formas de relación y estructuración familiar, generando en ocasiones
conflictos, tensiones e interrogantes dentro de la dinámica familiar. Los cambios en los modos
de producción durante los siglos XVIII, XIX y XX en el mundo occidental dieron lugar a la
división basada en el género. El proceso de industrialización sentó las bases para la
redefinición de las relaciones entre lo público y lo privado, tanto para los hombres como para
las mujeres.

Una de las consecuencias de este reordenamiento sociocultural que mayor impacto tuvo en
las estructuras de género fue la dicotomía proveedor-cuidadora del hogar. Es a principios del
siglo XX cuando el papel de proveedor del ingreso familiar adquiere mayor impacto en las
estrategias de empleo; el trabajo de las mujeres, a partir de entonces, se consideró secundario
en tanto que el discurso de la masculinidad hegemónica se dirige a construir la identidad de los
varones en torno al rol de proveedor-trabajador. Es a partir de la dicotomía proveedor-
cuidadora del hogar que el ser trabajador y el ser hombre se convierten en sinónimos (Capella).
Los hombres se hacen en el trabajo y su pareja debe hacerse cargo de todos los otros
aspectos de la vida cotidiana.

Sin embargo, el papel de trabajador-proveedor exclusivo de los varones parece estar


perdiendo su sentido en parte por el número creciente de mujeres que están accediendo al
mercado laboral y al trabajo remunerado. Las mujeres comienzan a cuestionar los papeles
convencionales, las estructuras de poder al interior de las familias. No están dispuestas a
aceptar que los hombres sean solo proveedores, requieren de ellos mayor participación y
compromiso. Earn (2002) señala la importancia de las relaciones al interior de la familia como
parte de las responsabilidades de los hombres, pues el papel de proveedor históricamente
asignado es cada vez más difícil de cubrir y llevar a cabo por las condiciones estructurales de
la economía y el mercado laboral. Esta realidad ha llevado a algunos hombres a reconstruir sus
identidades, de manera que ahora se ven en la necesidad organizar sus tiempos laborales para
poder participar de forma más activa con su familia y sus hijos e hijas (Salguero y Pérez, 2008).

En relación con lo anterior, Brannen y Nilsen (2006) señalan que se observa un cambio
sociocultural en los papeles que anteriormente tenían asignados los hombres y las mujeres: la
paternidad está empezando a ser considerada una parte importante en la vida familiar, como
una práctica activa donde la participación de los padres implica el reconocimiento de las
necesidades de los distintos integrantes de la familia. Ante esta nueva visión, ser hombre y ser
padre es un proceso mucho más complicado debido a que se resalta la idea de que el papel del
padre abarca diferentes aspectos y el hecho de ser proveedor como referente de generaciones
anteriores ya no es suficiente.
De manera similar, Coltrane (2004) considera que los cambios económicos, sociales y
culturales que se viven en la actualidad, a diferencia de lo que ocurrió en la mayor parte del
siglo XX en que los hombres eran los proveedores únicos de su familia, han llevado a las
familias a replantear los ámbitos de participación de hombres y mujeres, donde ambos se
involucran en procesos de negociación para participar de manera conjunta en el ámbito laboral
o bien acordar si sólo uno es proveedor económico y el otro u otra asumirá en mayor medida
las responsabilidades familiares y crianza de los hijos e hijas para sostener el nivel de vida.
Ahora es necesario involucrarse en diversas actividades, como trabajar para obtener recursos
económicos, pero también atender las necesidades de los hijos y la pareja en el ámbito familiar.
Este es un cambio cultural, ya que hoy ser hombre/pareja/padre requiere de tiempo,
responsabilidad y compromiso. Fuller (2000) considera que en la actualidad ya no es suficiente
ni justificable que los hombres señalen que por cuestiones de “trabajo” no tienen tiempo para
convivir y relacionarse con sus hijos e hijas, pues esto también es parte de sus
responsabilidades; ser padre implica comprometerse en el sustento material y moral.

Estos nuevos requerimientos generan en ocasiones conflictos, en parte debido a que los
ámbitos laborales estructuran horarios poco flexibles, dificultando a los varones tener mayor
presencia en el hogar y la crianza de sus hijos e hijas. Lazcano (1998) señala que las 8 horas
de trabajo continuo, que se marcan como horario de jornada laboral, generalmente se
prolongan, acaparando el tiempo disponible y limitando el tiempo de convivencia familiar. Aun y
cuando muchos hombres comentan que valoran a su familia por encima de sus empleos,
realmente pasan más tiempo en el trabajo asalariado y menos tiempo con la familia; de igual
manera la mayoría continúa incorporando la “ayuda” a sus esposas y no la corresponsabilidad
en el trabajo doméstico y las actividades de los hijos e hijas.

Es una situación paradójica porque, si bien los medios, los políticos y los especialistas
señalan la importancia del papel de los padres en la vida de sus hijos e hijas, al mismo tiempo
hay diversas limitantes al tiempo que los padres pueden dedicarles, vinculadas o bien con la
intensificación de las jornadas laborales o bien con la necesidad de tener más de un empleo
debido a la crisis económica. El cuestionamiento que se deriva de lo anterior es ¿cómo le
hacen los hombres para cubrir los diversos requerimientos que hoy se les plantean como
hombres/parejas/padres?

Primeramente, habría que señalar que “mantener la identidad como proveedores” no es


algo que se elabore de manera individual, incorpora un proceso complejo de negociaciones en
el ámbito familiar, con la pareja, los hijos e hijas, incluso con ellos mismo, de manera que como
hombres puedan organizar sus actividades. Algunos entrevistados comentan que los arreglos y
ajustes en cuanto al tiempo y formas de participación, tanto en el ámbito del trabajo como con
la familia, los van haciendo con base en acuerdos y negociaciones con la pareja.

Por ejemplo, en las familias donde los padres salen muy temprano y llegan muy tarde o por
las noches y prácticamente no conviven con la pareja y los hijos e hijas, al entrevistar a las
esposas ellas comentan que estuvieron de acuerdo, pues aceptar el ascenso del esposo a un
mejor puesto o cambiar de empleo y obtener mayores recursos económicos o, incluso, trabajar
horas extras va formando parte de esa idea compartida entre la pareja –donde obteniendo
mayores ingresos estarán mejor–; la paradoja es que no siempre se logra esto, de ahí que,
como familia, se vayan involucrando en un proceso permanente de cambio, de negociaciones,
donde irán buscando día con día qué es lo que será mejor para la familia.

Cuando las parejas femeninas apoyan a los hombres para que se “vayan tranquilos a
trabajar” ellas asumen todo el trabajo de cuidado, crianza y educación de los hijos e hijas, y
aunque muchas veces señalan: “lo hago sin que me pese”, la verdad es que a la larga resulta
cansado y difícil de llevar, llegando a comentar y recriminar: “es que él se va a su trabajo y me
deja con todo”; es ahí el momento de re-significar la decisión tomada años o meses atrás en el
sentido de que él se podría ir a trabajar sin ningún problema y ella asumiría la responsabilidad
total de la casa y de los hijos e hijas. Cuando el ordenamiento en la distribución de actividades
familiares se vive como problema, o como algo conflictivo, es el momento de replantear los
papeles y las posturas asumidas.
La familia y la paternidad le dan sentido y significado a la actividad laboral que realizan los
hombres, requiriendo mayor compromiso y responsabilidad de ellos mismos, de la pareja y de
los hijos e hijas, pues implica reestructurar los tiempos y actividades de convivencia familiar,
organización del hogar, planeación y preparación de alimentos, cuidado, salud y educación de
los hijos e hijas como actividades compartidas.

La manera como los hombres organizan sus formas de participación en dos ámbitos que
parecieran históricamente irreconciliables –por un lado, el laboral que les requiere más de ocho
horas al día y, por otro, la familia que también requeriría de mucho tiempo– es a través de
acuerdos que no siempre son explícitos, sino que se dan por hecho. Rojas (2006) señala que
los hombres de sectores medios se esfuerzan por mantener el balance entre la importancia que
otorgan a su actividad laboral y la que asignan a su familia. Para Guest (2002) y Southerton
(2006) el balance entre el trabajo y la familia no siempre es en términos de una distribución
equitativa entre los tiempos, sino de acuerdos que las familias establecen para lograr que las
formas de participación entre el trabajo y el hogar sean más satisfactorias.

Estos acuerdos no siempre son armoniosos, en ocasiones conllevan discusiones por la


desigualdad en los tiempos y formas de participación entre hombres y mujeres, pues para los
hombres el trabajo sigue siendo primordial y lo incorporan como algo fundamental en su
identidad; aun cuando ellos consideran que las relaciones con la familia son importantes,
muchas veces dejan éstas para después del trabajo, lo cual dificulta la relación con la pareja y
los hijos e hijas sobre los tiempos que dedican a cada ámbito y sus formas de participación
(Salguero, 2008). La dificultad resulta muchas veces de las formas de negociación y acuerdos
implícitos, pues no siempre se habla de manera directa sobre el asunto, sino que en la propia
interacción familiar se van poniendo de acuerdo y van decidiendo; por ejemplo, cuando los
padres llegan tarde a casa debido a su trabajo, son las esposas las que platican con los hijos e
hijas, se organizan en las actividades de la casa, en las tareas escolares de los hijos e hijas,
bajo el entendido de que “cuando él pueda lo hará”, pues en muchas familias ellos siguen
asumiendo el papel de proveedores aun cuando la pareja femenina también lo sea.

Los dilemas y conflictos derivados de las formas desiguales de participación entre el trabajo
y la familia ha llevado a muchos hombres a reestructurar e incorporar cambios en su identidad
como hombres, algunos han comentado en las sesiones de entrevista que se han visto en la
necesidad de cambiar, pues lo que habían aprendido de sus padres era que debían traer el
dinero, pero que sus parejas femeninas les habían puesto un alto, un ultimátum, pues esto no
era lo que ellas esperaban de ellos como hombres y padres, puesto que requerían de un
hombre participativo, comprometido y responsable para con ellas y los hijos e hijas, ya que no
era suficiente con ser proveedores, con “traer el dinero”. Éste no fue un cambio fácil ni que se
llevara a cabo de un día para otro, más bien los llevó a discusiones, pleitos y, finalmente,
acuerdos mínimos sobre los tiempos y actividades que tenían que realizar como hombres y
padres en la familia.

Guest menciona que los padres continuamente redefinen una serie de arreglos y
negociaciones que les permiten estructurar las actividades que realizan, permitiéndoles trabajar
y al mismo tiempo convivir con los hijos e hijas en la medida de sus posibilidades. Al respecto,
Daly y Beaton (2005) consideran que las rutinas de la vida diaria familiar se realizan
exitosamente cuando los integrantes de la familia establecen acuerdos acerca de cuándo y
cómo cada integrante realizará actividades relacionadas con el trabajo remunerado,
preparación de alimentos, limpieza del hogar, atención de los hijos e hijas en las diversas
transiciones temporales de la trayectoria familiar, donde los tiempos y formas de participación y
significados pueden ir cambiando.

Este es un punto realmente importante, ya que la manera como los integrantes de la familia
definen, acuerdan y deciden las formas de participación en el presente, incorpora los eventos
pasados bajo la idea de construir la familia con una perspectiva de futuro, de lo que esperan
como familia, lo cual lleva a los hombres a reestructurar su identidad a través de las decisiones
que toman. Es pertinente subrayar que las decisiones no se estructuran en el vacío, sino
anticipando un futuro familiar.
Las relaciones y ritmos temporales de los hombres están articulados en la colectividad del
grupo familiar otorgándoles valor y significado, esperando que sea compartido, ya que si hay
desacuerdos es probable que se generen dilemas y conflictos, sea que lo veamos en términos
de trabajo para obtener dinero o de participación en la división de los deberes y
responsabilidades en las actividades del hogar y cuidado de los hijos e hijas. El balance
requiere de negociaciones y acuerdos entre los participantes –madre, padre, hijos e hijas– en
cuanto a las respectivas formas de participación y en este sentido van construyendo y
reconstruyendo su identidad.

Consideraciones finales

Los cambios socioculturales, como el creciente número de participación femenina en


actividades laborales remuneradas, los mayores niveles de escolaridad, los discursos en torno
a la igualdad y equidad de género, han influido en los papeles asignados a hombres y mujeres.
El modelo de masculinidad hegemónica, en el que deberían construir su identidad como
hombres a través del trabajo y donde el mandato social determinaba que fueran
hombres/trabajadores/proveedores, se ha venido cuestionando de tal manera que ser
proveedor no es suficiente, se requiere una manera distinta de ser hombre: participativo,
respetuoso, dispuesto a tomar en cuenta las necesidades de los y las demás, algo que en
generaciones pasadas, aunque fuera necesario, no se incorporaba como requerimiento para
los varones.

Las formas de vida y estructura familiar están cambiando y, en ese sentido, están
influyendo en la construcción de identidades; como dicen algunos de ellos: “ahora ser hombre
no es nada fácil”, cumplir como hombre va más allá del hecho de aportar dinero. Los nuevos
requerimientos generan en ocasiones conflictos, en parte debido a que los ámbitos laborales
estructuran horarios poco flexibles, dificultando a los varones tener mayor presencia en el
hogar y la crianza de sus hijos e hijas. Aun y cuando muchos hombres comentan que valoran
su familia por encima de sus empleos, realmente pasan más tiempo en el trabajo asalariado y
menos tiempo con la familia; la mayoría continúa incorporando la “ayuda” y no la
corresponsabilidad en el trabajo doméstico y las actividades de los hijos e hijas.

La construcción de identidad como hombre no es nada sencilla, es un proceso complejo,


pues si bien algunas representaciones y significados asociados a las identidades de género
masculino se centran en el poder, el dominio, la superioridad, la fortaleza, la virilidad y la
ausencia de emociones y sentimientos, también es cierto que estas características
estereotipadas ya no son tan aceptadas por las mujeres y los hijos e hijas, llevando a los
hombres a tratar de incorporar otras formas de participación, no siempre de manera armoniosa
sino a través de discusiones y confrontaciones, pues es a través de la relación y participación
con los otros que construimos la identidad, donde tratamos de encontrarnos a nosotros
mismos.

En este sentido se puede decir que las identidades masculinas no son estáticas, su sentido
de existencia está en estrecha relación con la temporalidad, con los diferentes momentos
históricos, sociales y culturales, y con la alteridad, con la posibilidad de cambio y
transformación. En este orden de ideas se puede hablar de la emergencia de nuevas
significaciones sobre lo que es un hombre, del surgimiento de otras posibilidades de construir
identidad como hombres.

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1
Este trabajo forma parte del proyecto de investigación IN301009-2 Identidades maternas y
paternas en familias de nivel medio y clase trabajadora, el cual recibe financiamiento del
Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT).

2
Facultad de Estudios Profesionales-Iztacala, UNAM, alevs@servidor.unam.mx.

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