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La hembra humana es oprimida por su sexo, por tanto, la sexualidad es la raíz

de la opresión

Esta afirmación recorre las RRSS repetida incesantemente por algunos grupos que
han alcanzado incluso cierta visibilidad en los medios a la sombra del régimen. La
evidencia histórica y científica indica que esto no es –ni nunca fue– así. De modo
que vamos mostrar, mediante datos obtenidos y contrastados a partir de la evidencia,
que la raíz del patriarcado –y del sexo-género– nunca tuvo una causa biológica
ni cultural sino estrictamente económica.

Empezando por el principio…

¿Existió la división sexual del trabajo antes del


Neolítico Pleno/Avanzado?
«Los hombres se iban de caza mientras las mujeres se quedaban en la cueva
cuidando a los niños». Este tipo de ideas arcaicas y machistas de antropólogos y
prehistoriadores decimonónicos –todos ellos hombres blancos europeos– están
siendo superadas gracias a una corriente académica de género que tiene la bonita
costumbre de rescatar la evidencia científica para darnos con ella en los morros.

Hallazgos de las últimas décadas desmienten que existiera una división sexual
del trabajo previa a la consolidación del Neolítico. La evidencia nos indica que
sólo podríamos hablar de ciertas tendencias o preferencias a la hora de establecer el
reparto de tareas en las distintas estrategias económicas.

Cazadora paleolítica.
Sin embargo, a raíz de estos señores académicos que descartaban cualquier dato
obtenido en sus investigaciones que no cuadrase con sus prejuicios –datos
«anómalos», los llamaban–, surgió la firme creencia de que la dominación del
hombre sobre la mujer era una constante rastreable en todos los estadios de la
humanidad.

Pero, ¿Qué es el patriarcado?


El patriarcado es “una forma de dominación que implica la explotación de las
mujeres por parte de los hombres” que, ejerciendo un control sobre las
relaciones económicas y sociales, se apoderan de su trabajo para su beneficio
propio.

¿Sabemos cuándo surgió?


Hace más de un siglo, Friedrich Engels, en su obra «El Origen de la Familia, la
Propiedad Privada y el Estado», estableció que el patriarcado era consecuencia de la
propiedad privada. Si bien la evidencia arqueológica y científica ha terminado por
cuestionar algunos de sus planteamientos, la senda de luz que abría el análisis del
materialismo histórico ha sido fundamental para entender la aparición y
consolidación del sistema patriarcal y su relación con la propiedad privada de las
explotaciones agrícolas durante en Neolítico.

Hace varias décadas, la historiadora Gerda Lerner, basándose en la evidencia


arqueológica y en númerosos estudios científicos y antropológicos, ya demostró en
su tesis doctoral que el patriarcado es un constructo histórico que necesitó de
varios milenios para consolidarse y que su origen, nunca anterior al Neolítico,
está en las dinámicas generadas por la economía de producción.

Gerda Lerner, historiadora.


Toda la evidencia obtenida hasta la fecha indica que debemos entender el
patriarcado como un fenómeno histórico directamente vinculado con la
economía de producción, la propiedad privada y la acumulación de riqueza en
manos de unas élites económicas que comenzaron a reclamar cada vez más
mano de obra que trabajase en sus explotaciones a tiempo completo.

Así, surgió la necesidad de liberar a una parte de la población (los hombres) de


cualquier actividad que no fuera estrictamente agrícola o ganadera para poder
dedicarse enteramente a la producción y seguir generando beneficios a la élite
aristocrática.

A consecuencia de esta creciente demanda, se produjo la división sexual del


trabajo que relegaba a las mujeres al ámbito doméstico; al desarrollo de las
actividades económicas del hogar así como al desempeño de los cuidados y
funciones socio-sanitarias del grupo. En definitiva, las relegaba a ocupar una
posición social determinada a todos los niveles (económico, político y cultural) que,
con el tiempo, configuraría la realidad objetiva y superestructural del género.

¿Cuál es el origen de la explotación reproductiva de


las mujeres?
Entre todos estos vectores de opresión, se definiría también el que más
polémica ha suscitado: El control estructural sobre su capacidad reproductiva
para asegurar la proliferación de mano de obra y salvaguardar el linaje
aristocrático.

Según toda la evidencia que disponemos, la función reproductiva de la mujer sólo


supuso un eje de dominación cuando la nueva realidad económica permitió
establecer el control sobre la sexualidad de aquellas mujeres que eran aptas para
la reproducción, relegando al resto –las mujeres estériles o con problemas para
engendrar hijos sanos y productivos– a los cuidados y demás funciones
domésticas reservadas a su posición social de sexo-género.

¿Alguien sostiene lo contrario?


Hay quien todavía se empeña en aseverar que esta explotación de la mujer a través
de su sexualidad no tiene raíces económicas y que puede rastrearse desde el
principio de los tiempos a través de una práctica fundamentada en el tabú cultural
del incesto, que, según esto, reflejaría la voluntad primigenia y universal del hombre
de someter a la hembra de su especie. Estamos hablando del intercambio de mujeres
entre distintos clanes para, supuestamente, evitar la endogamia.
I

Esta teoría fue desarrollada por la antropóloga Françoise Heritier; basada en el


estudio de un grupo tribal contemporáneo (Burkina Faso, «Los Samo», etnia
mandinga), a partir del cual conjeturó que esta práctica se habría instalado en los
clanes sapiens del Paleolítico Medio – ninguna evidencia arqueológica o
científica sugiere nada parecido–.

Por tanto, esta teoría pasa por considerar que en las comunidades prehistóricas
previas al Neolítico fuesen del todo conocidos los lazos de parentesco entre los
diferentes miembros que componían el clan, ya que de otra forma no tendría
sentido esta supuesta evitación institucionalizada de la endogamia.

Esta práctica del intercambio de mujeres todavía se observa en algunas culturas


tribales y sabemos que su función principal fue la de establecer contacto con las
tribus vecinas para evitar posibles conflictos territoriales.

¿Existió el intercambio de mujeres?


Heritier desarrolló el grueso de esta teoría justo antes de que las distintas ramas de la
investigación académica y científica comenzasen a arrojar luz sobre la vida de las
comunidades prehistóricas: Fue precisamente a partir de los años ochenta del siglo
pasado cuando comenzaron a proliferar observaciones contrastadas en numerosos
estudios científicos, arqueológicos y etnográficos.

La gran mayoría de expertos en la materia, como Jay Ginn, afirman que con toda la
evidencia obtenida no quedaría más que asumir que la realidad pre-neolítica
estaría ampliamente dominada por clanes o tribus matrilineales (¡que no
matriarcales!) donde los lazos de parentesco serían confusos y las relaciones
entre hombres y mujeres, eminentemente igualitarias.

Jay Ginn, socióloga experta en género.


Antes del Neolítico, las relaciones sexuales no estaban controladas por ninguna
institución comunitaria, por lo que las mujeres solían copular con varios hombres
del clan o de la tribu, siendo la filiación materna la única conocida con certeza –el
concepto de fidelidad entre parejas sexuales sólo se articularía en el seno de la
familia nuclear durante el Neolítico–. Así, en el contexto de las comunidades
sapiens pre-neolíticas, evidentemente, no encaja de forma alguna la evitación formal
de la endogamia.

Por lo que el intercambio de mujeres, como indican la mayoría de expertos, es


algo que se instalaría con la familia nuclear del Neolítico; momento a partir del
cual, con el paso del tiempo, las mujeres terminarían por convertirse en
mercancía. Ergo, como venimos diciendo, la sexualidad de la mujer no
constituyó un vía de opresión hasta que no surge una determinada base
económica que impulsó la aparición de la propiedad privada y de la división
sexual del trabajo.

Pero, ¿Afectaba a todas las mujeres?


Las condiciones de vida de la población general (alimentación, enfermedades, etc)
tendieron a verse comprometidas con el nuevo estilo de vida del Neolítico. Esto nos
indica que el número de mujeres no aptas para la reproducción sería mucho
mayor del que pudimos pensar otrora con la convicción de que el Neolítico había
sido la cuna del progreso en todos los sentidos. Estas mujeres, empero, siguieron
ejerciendo todas las otras funciones que les imponía el patriarcado, pudiendo
concluir que no hubo nada estrictamente necesario entre ser capaz de engendrar
prole y ocupar la posición de sexo-género –ergo, con ser mujer–.

¿Qué papel jugaron las diferencias biológicas?


Las mujeres, al contrario de lo que se creía, ocuparon un papel central en el
trabajo agrícola durante miles años y sólo comenzaron a ser desplazadas al
ámbito doméstico cuando las relaciones económicas y sociales impulsaron la
división sexual del trabajo.

Hablamos de unas mujeres que tenían los brazos un 16% más fuertes que las
remeras olímpicas actuales y un 30% más que la población general actual de
mujeres activas.

Estas mujeres eran auténticas máquinas de trabajar el campo porque habían


estado miles de años desempeñando esa labor; las adaptaciones y
supercompensaciones físicas hicieron el resto.
Pero también lo hicieron en los hombres. Y no podemos negar que, en términos
absolutos, los hombres eran físicamente más fuertes y eso, innegablemente, los
convertía en trabajadores algo más productivos.

Sin embargo, esto no impidió que las mujeres estuvieran igualmente presentes en las
tareas agrícolas hasta que surgió una estructura económica que las apartó del trabajo
del campo para meterlas en los hogares.
Las diferencias físicas y biológicas entre ambos sexos eran un hecho –aunque
hubiesen mujeres incapaces de engendrar hijos y hombres incapaces de despegar
una azada del suelo–.

¿Cuál es la raíz de la opresión?


Por tanto, la base económica fue el único motivo por el cual a las mujeres se las
relegó al ámbito doméstico para cuidar de la población y engendrar hijos; y el único
motivo por el cual a los hombres se les puso a trabajar en el campo para servir a la
aristocracia.

Friedrich Engels, filósofo y sociólogo.


Evidentemente, si la mujer no hubiese tenido la capacidad reproductiva y el hombre
no hubiese sido físicamente más fuerte en términos absolutos, la base económica no
los habría organizado de esta manera sino de otra. Pero esto es desplazar
absurdamente el punto de mira y obviar que la causa es el sistema económico que
configuró esta división de clase/género y no las condiciones biológicas de cada
sexo que fue capaz de explotar para su beneficio. Afirmar lo contrario es caminar
irremediablemente hacia una guerra de sexos.

Algunos afirman que al hombre se le explotó por su capacidad física y que, por
tanto, esa es la raíz de su opresión, lo que justifica que a día hoy mueran
muchos más hombres que mujeres en accidentes laborales; llegando a hablar,
incluso, de una mayor opresión hacia el sexo-género masculino.
Estas afirmaciones –de unos y de otras– no tienen cabida alguna en
materialismo histórico. La economía es la única raíz. Las características
sexuales sólo fueron un medio más –entre tantos– en la constitución de la
sociedad de clases.

Engels dijo muy acertadamente que «la pérdida del derecho materno fue la derrota
histórica de las mujeres». Decir que la raíz de su opresión está en su sexo y no en
las relaciones económicas y sociales es asumir que no fueron derrotadas por la
Historia sino que nacieron con la derrota grabada en sus genes. Ningún análisis
materialista puede asumir esta premisa.

La lucha contra el sistema empieza por reclamar la Historia y no dejaremos que


ningún grupo revisionista, tome el nombre que tome, nos la arrebate.

Si os ha gustado el artículo y os habéis quedado con ganas de saber cuál fue el


origen de la fidelidad en las parejas sexuales (pista: también fue económico), hablaré
de ello en mi siguiente artículo.

Estudios y referencias:
 Friedrich Engels (1884) El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado.
 Gerda Lerner. (1986) La creación del Patriarcado.
 Estalrrich, A. and A. Rosas. (2015) «Division of labor by sex and age in
Neandertals: an approach through the study of activity-related dental
wear». Journal of Human Evolution.

 Owen, L. (2014) «Clichés de la Edad de Piedra». Mente y Cerebro.

 Escoriza Mateu, Trinidad. (2004) Mujeres, arqueología y violencia


patriarcal. Violencia y Género.

 Ginn, Jay. (2010) Gender Relations in the Earliest Societies Patriarchal


or not?. Lecture at South Place Ethical Soiety. Conway Hall.

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