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de la opresión
Esta afirmación recorre las RRSS repetida incesantemente por algunos grupos que
han alcanzado incluso cierta visibilidad en los medios a la sombra del régimen. La
evidencia histórica y científica indica que esto no es –ni nunca fue– así. De modo
que vamos mostrar, mediante datos obtenidos y contrastados a partir de la evidencia,
que la raíz del patriarcado –y del sexo-género– nunca tuvo una causa biológica
ni cultural sino estrictamente económica.
Hallazgos de las últimas décadas desmienten que existiera una división sexual
del trabajo previa a la consolidación del Neolítico. La evidencia nos indica que
sólo podríamos hablar de ciertas tendencias o preferencias a la hora de establecer el
reparto de tareas en las distintas estrategias económicas.
Cazadora paleolítica.
Sin embargo, a raíz de estos señores académicos que descartaban cualquier dato
obtenido en sus investigaciones que no cuadrase con sus prejuicios –datos
«anómalos», los llamaban–, surgió la firme creencia de que la dominación del
hombre sobre la mujer era una constante rastreable en todos los estadios de la
humanidad.
Por tanto, esta teoría pasa por considerar que en las comunidades prehistóricas
previas al Neolítico fuesen del todo conocidos los lazos de parentesco entre los
diferentes miembros que componían el clan, ya que de otra forma no tendría
sentido esta supuesta evitación institucionalizada de la endogamia.
La gran mayoría de expertos en la materia, como Jay Ginn, afirman que con toda la
evidencia obtenida no quedaría más que asumir que la realidad pre-neolítica
estaría ampliamente dominada por clanes o tribus matrilineales (¡que no
matriarcales!) donde los lazos de parentesco serían confusos y las relaciones
entre hombres y mujeres, eminentemente igualitarias.
Hablamos de unas mujeres que tenían los brazos un 16% más fuertes que las
remeras olímpicas actuales y un 30% más que la población general actual de
mujeres activas.
Sin embargo, esto no impidió que las mujeres estuvieran igualmente presentes en las
tareas agrícolas hasta que surgió una estructura económica que las apartó del trabajo
del campo para meterlas en los hogares.
Las diferencias físicas y biológicas entre ambos sexos eran un hecho –aunque
hubiesen mujeres incapaces de engendrar hijos y hombres incapaces de despegar
una azada del suelo–.
Algunos afirman que al hombre se le explotó por su capacidad física y que, por
tanto, esa es la raíz de su opresión, lo que justifica que a día hoy mueran
muchos más hombres que mujeres en accidentes laborales; llegando a hablar,
incluso, de una mayor opresión hacia el sexo-género masculino.
Estas afirmaciones –de unos y de otras– no tienen cabida alguna en
materialismo histórico. La economía es la única raíz. Las características
sexuales sólo fueron un medio más –entre tantos– en la constitución de la
sociedad de clases.
Engels dijo muy acertadamente que «la pérdida del derecho materno fue la derrota
histórica de las mujeres». Decir que la raíz de su opresión está en su sexo y no en
las relaciones económicas y sociales es asumir que no fueron derrotadas por la
Historia sino que nacieron con la derrota grabada en sus genes. Ningún análisis
materialista puede asumir esta premisa.
Estudios y referencias:
Friedrich Engels (1884) El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado.
Gerda Lerner. (1986) La creación del Patriarcado.
Estalrrich, A. and A. Rosas. (2015) «Division of labor by sex and age in
Neandertals: an approach through the study of activity-related dental
wear». Journal of Human Evolution.