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Neolítico?
9 marzo, 2017
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Solo una visión feminista del mundo permitirá que hombres y mujeres se liberen de forma
conjunta y fraternal del patriarcado, y construyan un mundo verdaderamente humano.
Gerda Lerner
Cronología prehistórica
simplificada (Wikipedia).
Los estudios sobre prehistoria revelan que cuando surgió el género Homo, hace unos 2,5
millones de años, los homínidos eran nómadas que se desplazaban en busca de sustento.
Esta forma de vida perduró hasta unos 12.000-10.000 años antes del presente, configurando
un largo período llamado Paleolítico. Según los datos hoy disponibles, los expertos
suponen que aquellos humanos vivían en sociedades igualitarias y poco jerarquizadas,
donde la violencia y las agresiones fueron escasas y puntuales. Si durante esta extensa
época existió una convivencia presidida por la desigualdad, lo cierto es que no se dispone
de pruebas que lo demuestren. Esto es, en la evaluación de esta cuestión han imperado
juicios de valor opinativos, pero no pruebas que evidencien tales hechos.
Las hipótesis barajadas para intentar explicar el origen y las circunstancias que llevaron a
nuevas pautas de producción han sido muy diversas. La mayoría de los expertos, entre ellos
la autorizada prehistoriadora francesa Marylene Patou-Mathis, admite que probablemente el
ascenso de la demografía y la concentración de poblaciones pudieron haber constituido un
caldo de cultivo propicio para la proliferación de enfrentamientos de todo tipo.
En un clima donde la violencia empezaba a brotar con chispazos cada vez más frecuentes,
el patriarcado, esto es, el dominio, explotación y sometimiento de las mujeres por parte de
los hombres, representaría una forma más de agresividad que habría germinado en el nuevo
estilo de convivencia que el sedentarismo trajo consigo. En la actualidad, sin embargo, no
existe una respuesta clara sobre el posible origen del sistema patriarcal, pero sí existe
consenso al considerar que los intentos por esclarecerlo constituyen una búsqueda
apasionante, como se intentará reflejar a continuación.
Además, como razonan no pocos autores, si a lo largo de la historia las sociedades humanas
hubiesen estado dirigidas por la ley del más bruto, los que dominasen cualquier
colectividad deberían ser los hombres y las mujeres más fortachones. Sin embargo, desde la
antigüedad, la mayoría de las personas que lideran tribus, ciudades o países no suelen ser
los físicamente más fuertes, sino los que poseen determinadas habilidades sociales para
imponer criterios en las relaciones o para fijar reglas a la hora de forjar alianzas, conexiones
y redes de influencia.
Llegados a este punto, nos parece de gran interés traer a la palestra a la experta Gerda
Lerner (1920-2013), destacada fundadora de un enfoque histórico crítico con el modelo
tradicional denominado Historia de las mujeres. Se trata de un área de investigación
multidisciplinar vinculada al feminismo académico, la cual recupera el papel de las mujeres
históricamente oculto, debido a los mecanismos desarrollados por el patriarcado.
Una de las aportaciones más valiosas de Gerda Lerner fue contribuir a que los estudios
sobre mujeres se convirtiesen en una materia legítima de trabajo para los historiadores.
Asimismo, esta notable investigadora potenció el uso del término sexo como una distinción
biológica entre machos y hembras, a diferencia de género, que es una expresión
culturalmente creada, y que asigna a las personas un papel en función de su sexo.
La tesis doctoral de Gerda Lerner, publicada en 1986 bajo el título La creación del
patriarcado (The Creation of Patriarchy), ha sido considerada su obra más importante. La
autora analiza los orígenes de la dominación patriarcal desde la prehistoria, aportando
evidencias históricas, arqueológicas, literarias y artísticas. Tales hechos sostienen que el
patriarcado es una creación cultural y no un comportamiento universal propio de toda la
humanidad, como tantas y tantas veces se ha pretendido imponer.
Según Lerner, el dominio y explotación de las mujeres por los hombres surgió en una época
específica como resultado de la compleja interacción de factores demográficos, ecológicos,
culturales e históricos, desarrollados a medida que la gente se fue adaptando a las nuevas
circunstancias. A comienzos del Neolítico, los factores que impulsaron el cambio fueron
catalizados desde el proceso que media entre la etapa nómada y la sedentaria.
Cuando los hombres de los pueblos tribales aprendieron a domesticar los animales,
razonaba Gerda Lerner, probablemente confirmaron el papel de los machos y las hembras
en la producción de descendencia, y por tanto comprendieron, al menos parcialmente, cuál
era su rol en la reproducción.
Gerda Lerner también apuntaba en su trabajo que los hombres ganaderos fueron los
primeros en tener noción de la propiedad privada; en este caso, la posesión de sus propios
rebaños. Antes, durante el Paleolítico, la gente habría compartido alimentos, herramientas y
tierras. Una vez adquirida la noción de propiedad privada, los hombres desearían pasar su
ganado o cultivos a sus propios hijos, y por ende, exigieron fidelidad sexual a sus mujeres.
Así, recuerda Lerner, comenzó lo que Friedrick Engels denominara en el siglo XIX «la
derrota histórica del sexo femenino».
Abramos aquí un breve paréntesis para señalar que, sobre la paternidad, numerosos
estudiosos consideran más acertado suponer que ningún grupo humano, por más arcaico
que fuera, pudo haber desconocido el vínculo entre las relaciones sexuales y la gestación.
Lo que sí tiene un origen mucho más reciente es el hecho de que cada criatura tenga un
único padre.
Volviendo a Gerda Lerner, valga apuntar que aunque su investigación ha sido muy extensa,
aquí nos limitaremos a señalar la mención de esta autora al importante fenómeno que el
eminente antropólogo Claude Levi-Strauss (1902-2009) denominó el «intercambio de
mujeres». Se trata de un hecho que representaba una forma de comercio donde las mujeres
fueron consideradas una mercancía. Por ejemplo, las alianzas negociadas entre tribus
implicaban el intercambio de jóvenes que se veían obligadas a abandonar su lugar de origen
y entrar a formar parte de otro clan. Este tipo de comercio pondría de manifiesto que desde
muy pequeñas las niñas eran enseñadas a consentir y aceptar sumisamente las prácticas
patriarcales.
Alice Kessler-Harris.
No obstante, bajo la perspectiva actual, diversos autores apuntan que las supuestas ventajas
del Neolítico deben matizarse. Al parecer, como subrayaba la investigadora Trinidad
Escoriza en 2002, «la adopción de la agricultura no mejora necesariamente la calidad ni la
esperanza de vida». En lo referente a la organización social, cada vez en más ocasiones
aparecen evidencias que sugieren como las nuevas prácticas económicas, esto es, la
sedentarización en poblados estables, junto al inicio de los cultivos de plantas y la cría de
animales domésticos –lo que acarrea el almacenado de alimentos sobrantes– fueron
decisivas en la gestación y aparición de posteriores desigualdades sociales.
Aunque estas afirmaciones deben tomarse con mucha precaución, lo cierto es que un
cuantioso número de estudios recientes señala que la violencia generalizada surgió en el
Neolítico. En consecuencia, también aumenta el número de expertos que sostiene una
hipótesis concluyente: este período de sedentarización y aparición de sociedades
jerarquizadas, pudo propiciar el nacimiento del patriarcado.
Ahora bien, si el sistema patriarcal surgió en el Neolítico, esto significa que en tiempos
anteriores, o sea en el Paleolítico, tal sistema no existiría. Pero, una situación de
convivencia humana sin dominancia masculina ha sido, y para muchos lo sigue siendo,
muy difícil de admitir. Los debates originados en torno a este tema generan grandes
polémicas. Su espacio de encuentro es aún muy reducido.
Jay Ginn.
Además, afirma J. Ginn, estas nociones estaban tan arraigadas que si los resultados no
encajaban con el modelo, se etiquetaban de «anómalos», desechándose rápidamente pues
pocas dudas cabían. A la postre se colige que la autonomía femenina no es sino una
desviación, un comportamiento aberrante. El patriarcado se imponía sin dejar espacio a otra
alternativa.
A partir de la década de los años ochenta del siglo XX, sin embargo, comenzaron a sumarse
cada vez más observaciones procedentes de estudios realizados, tanto en los pueblos
cazadores recolectores como en primates no humanos. Los resultados eran inconsistentes
con el modelo patriarcal universal. Si bien mostraban que la gran mayoría de las sociedades
humanas son y fueron patriarcales, se sospechaba que tal comportamiento solo ha sido la
norma en aquellas civilizaciones complejas surgidas hace unos 10.000 o 12.000 años.
En este sentido, el doctor en antropología Joan Manuel Cabezas López, se muestra rotundo
al afirmar que el matriarcado es un mito «si entendemos como matriarcado el reverso o
polo opuesto del patriarcado. Nunca ha existido una sociedad en la que las mujeres
oprimiesen a los hombres. Lo que sí que hubo, y todavía hay, son sociedades en las cuales
el género no constituye un elemento estratégico en la arquitectura social».
Lo cierto es que son cada vez más los estudiosos que paulatinamente han ido abandonando
la vieja y caduca idea de que la opresión y la marginación de las mujeres es un hecho
natural que ha existido desde los orígenes de la humanidad. Autoras como Sally Campbell
(2006) o Encarna Sanahuja (2002), y muchas más, sostienen como probable que durante el
95% de su historia, los representantes del género Homo vivieron en grupos colectivos en
los que disfrutaban de una relativa igualdad entre los sexos. La situación de sometimiento
de las mujeres sería, por tanto, un constructo social, un enfoque que es producto de la
organización de las sociedades resultantes del paso de la vida nómada a la sedentaria.
Un creciente colectivo de expertas, que también incluye expertos, sostiene con creciente
vigor la necesidad de un cambio de paradigma que pueda responder a la candente pregunta:
¿Por qué y cómo surgió el patriarcado a partir de relaciones de género supuestamente
igualitarias en sus orígenes? He aquí un elusivo desafío que, las y los especialistas, luchan
por atrapar y resolver. Confiamos en que esa alargada sombra no tarde excesivos años en
despejar la guarida de refugio que ha estado alimentando uno de los perversos prejuicios
más queridos por los legionarios defensores de la desigualdad de género.
Referencias
Escoriza Mateu, Trinidad (2002). Mujeres, arqueología y violencia patriarcal. Actas
del Congreso Interdisciplinar sobre Violencia de Género. M.T. López Beltrán et al.
(eds), Violencia y Género, Diputación Provincial de Málaga, Málaga 2002, tomo I:
59-74
Ginn, Jay (2010). Gender Relations in the Earliest Societies Patriarchal or not?.
Lecture at South Place Ethical Soiety. Conway Hall. 2010
Lerner, Gerda (1990). La creación del patriarcado. Barcelona, 1990. Editorial
Crítica
Patou-Mathis, Marylene (2015). El ser humano no ha hecho siempre la guerra.
Desmontar el mito de una prehistoria salvaje. Le Monde diplomatique, junio 2015.
Querol, R. (2015). No pregunten a Darwin. Tres teorías sobre el origen del
machismo. Diario El País, 13 de marzo
Romero, Antonio y J. Carlos Díez (2015). Los ancestros de Caín. La violencia en
las sociedades del paleolítico. Arkeogazte no. 5, 51-70
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del
Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación
científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.