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LA PATRIARCALIZACIÓN

Se denomina como patriarcado al predominio de la autoridad que ejerce un varón sobre un grupo
de personas o sociedad, específicamente sobre las mujeres y los niños. En su sentido literal significa
gobierno de los padres. Históricamente el término ha sido utilizado para designar un tipo de
organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio,
del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una
de las instituciones básicas de este orden social.

Los debates sobre el patriarcado tuvieron lugar en distintas épocas históricas, y fueron retomados
en el siglo XX por el movimiento feminista de los años sesenta en la búsqueda de una explicación
que diera cuenta de la situación de opresión y dominación de las mujeres y posibilitaran su
liberación.

HISTORIA

El patriarcado es una creación histórica elaborada por hombres y mujeres en un proceso que tardó
casi 2.500 años en completarse. La primera forma del patriarcado apareció en el estado arcaico. La
unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba y generaba
constantemente sus normas y valores. Hemos visto de qué manera tan profunda influyeron las
definiciones del género en la formación del estado. Ahora demos un breve repaso de la forma en
que se creó, definió e implantó el género.

Las funciones y la conducta que se consideraba que eran las apropiadas a cada sexo venían
expresadas en los valores, las costumbres, las leyes y los papeles sociales. También se hallaban
representadas, y esto es muy importante, en las principales metáforas que entraron a formar parte
de la construcción cultural y el sistema explicativo.

La sexualidad de las mujeres, es decir, sus capacidades y servicios sexuales y reproductivos, se


convirtió en una mercancía antes incluso de la creación de la civilización occidental. El desarrollo de
la agricultura durante el periodo neolítico impulsó el «intercambio de mujeres» entre tribus, no
sólo como una manera de evitar guerras incesantes mediante la consolidación de alianzas
matrimoniales, sino también porque las sociedades con más mujeres podían reproducir más niños.
A diferencia de las necesidades económicas en las sociedades cazadoras y recolectoras, los
agricultores podían emplear mano de obra infantil para incrementar la producción y estimular
excedentes. El colectivo masculino tenía unos derechos sobre las mujeres que el colectivo femenino
no tenía sobre los hombres. Las mismas mujeres se convirtieron en un recurso que los hombres
adquirían igual que se adueñaban de las tierras.

De esta manera la esclavitud de las mujeres, que combina racismo y sexismo a la vez, precedió a la
formación y a la opresión de clases. Las diferencias de clase estaban en sus comienzos expresadas y
constituidas en función de las relaciones patriarcales. La clase no es una construcción aparte del
género, sino que más bien la clase se expresa en términos de género.
La familia patriarcal ha sido extraordinariamente flexible y ha variado según la época y los lugares.
El patriarcado oriental incluía la poligamia y la reclusión de las mujeres en harenes. El patriarcado
en la antigüedad clásica y en su evolución europea está basado en la monogamia, pero en
cualquiera de sus formas formaba parte del sistema el doble estándar sexual que iba en detrimento
de la mujer. En los modernos estados industriales, como por ejemplo los Estados Unidos, las
relaciones de propiedad en el interior de la familia se desarrollan dentro de una línea más
igualitaria que en aquellos donde el padre posee una autoridad absoluta y, sin embargo, las
relaciones de poder económicas y sexuales dentro de la familia no cambian necesariamente. En
algunos casos, las relaciones sexuales son más igualitarias aunque las económicas sigan siendo
patriarcales; en otros, se produce la tendencia inversa. En todos ellos, no obstante, estos cambios
dentro de la familia no alteran el predominio masculino sobre la esfera pública, las instituciones y el
gobierno.

En las sociedades campesinas tradicionales se han registrado muchos casos en los que miembros
femeninos de una familia toleraban o incluso participan en el castigo, las torturas, inclusive la
muerte, de una joven que ha transgredido el «honor» familiar. En tiempos bíblicos, la comunidad
entera se reunía para lapidar a la adultera hasta matarla. Prácticas similares prevalecieron en Sicilia,
Grecia, Albania hasta entrado el siglo XX. Los padres y maridos de Bangladesh expulsaron a sus hijas
y esposas que habían sido violadas por los soldados invasores, arrojándolas a la prostitución. Así
pues, a menudo las mujeres se vieron forzadas a huir de un «protector» por otro, y su «libertad»
frecuentemente se definía sólo por su habilidad para manipular a dichos protectores. El
impedimento más importante al desarrollo de una conciencia colectiva entre las mujeres fue la
carencia de una tradición que reafirmase su independencia y su autonomía en alguna época
pasada.

El sistema del patriarcado es una costumbre histórica; tuvo un comienzo y tendrá un final. Parece
que su época ya toca fin; ya no es útil ni a hombres, ni a mujeres y con su vínculo inseparable con el
militarismo, la jerarquía y el racismo, amenaza la existencia de vida sobre la tierra.

Qué es lo que le seguirá, qué tipo de estructura será la base a formas alternativas de organización
social, todavía no lo podemos saber. Vivimos en una época de cambios sin precedentes. Estamos en
el proceso de llegar a ser. Pero ahora al menos sabemos que la mente de la mujer, al fin libre de
trabas después de tantos milenios, participará en dar una visión, un orden, soluciones. Las mujeres
por fin están exigiendo, como lo hicieran los hombres en el Renacimiento, el derecho a explicar, el
derecho a definir.

Las mujeres, cuando piensan fuera del patriarcado, añaden ideas que transforman el proceso de
redefinición. Mientras que tanto hombres como mujeres consideren “natural” la subordinación de
la mitad de la raza humana a la otra mitad, será imposible visionar una sociedad en la que las
diferencias no connoten dominación o subordinación. La crítica feminista del edificio de
conocimientos patriarcales está sentando las bases para un análisis correcto de la realidad, en el
que al menos pueda distinguirse entre el todo y la parte.
La Historia de las mujeres, la herramienta imprescindible para crear una conciencia feminista entre
las mujeres, está proporcionando el corpus de experiencias con el cual pueda verificarse una nueva
teoría, y la base sobre la que se puede apoyar la visión femenina. Una visión feminista del mundo
permitirá que mujeres y hombres liberen sus mentes del pensamiento patriarcal y finalmente
construyan un mundo libre de dominaciones y jerarquías, un mundo que sea verdaderamente
humano.

PUNTO DE VISTA FILOSOFICO

Frente al patriarcalismo que sigue impregnando las estructuras y modos de vida culturalmente
asentados, la emancipación de las mujeres sigue siendo tarea que reclama los mejores y mayores
empeños. El movimiento feminista convoca, pues, a la ciudadanía de las diferentes sociedades (con
ecos muy distintos) a metas de igualdad de género en las que adquieren concreción sus objetivos
emancipatorios. Es obligado constatar que, junto a logros políticos en cuanto a igualdad entre
hombres y mujeres, queda en la vida social mucho que conquistar. No sólo hay que contar con lo
que legalmente se establezca, sino con lo que debe cambiarse modificando pautas sociales,
incluidas las que se dan en el ámbito doméstico. Es pertinente a ese respecto recordar aquello que
decía Adorno sobre el orden arcaico de la casa, visto como aquél “donde más impera la dialéctica
hegeliana del señor y el siervo” (el señor y la sierva) (Adorno: 1987, p. 173). A través de todas las
vías posibles, por tanto, ha de continuar la revolución feminista como “revolución que ocurre” (así
llamó la filósofa Agnes Heller a la revolución que en el Renacimiento cambió estructuras y
mentalidades), la cual en gran medida marcó el siglo XX y ha de consolidarse en el XXI (Cfr. Heller:
1980).

Si la emancipación de las mujeres es obra de las mujeres mismas (suya es la iniciativa), sus
objetivos, como ha ocurrido con otros movimientos, se juegan su viabilidad si, desde y para el
reconocimiento de la diferencia, se articulan con capacidad de universalización, implicando al
conjunto de la sociedad. Hace años Victoria Camps, en El siglo de las mujeres (Cfr. Camps: 1998), ya
hablaba de la “universalización del feminismo”, lo cual, dada la fáctica universalidad del
patriarcalismo, también ha de entenderse hoy en clave transcultural. Y dado, además, que lo que
está de hecho universalizado es un capitalismo sin fronteras, la universalización del feminismo por
fuerza ha de cuestionar la lógica capitalista (a ello llevará la afirmación de la mujer como sujeto,
planteando una subjetividad construida allende la competitividad a todo generalizada impuesta por
el modelo masculinizante que lúcidamente, junto al sociólogo Manuel Castells, denuncia Marina
Subirats (2007). ¿No van juntos machismo y competitividad? De la mano se les puede ver en
nuestros tiempos de crisis.

Frente al patriarcalismo que sigue impregnando las estructuras y modos de vida culturalmente
asentados, la emancipación de las mujeres sigue siendo tarea que reclama los mejores y mayores
empeños. El movimiento feminista convoca, pues, a la ciudadanía de las diferentes sociedades (con
ecos muy distintos) a metas de igualdad de género en las que adquieren concreción sus objetivos
emancipatorios. Es obligado constatar que, junto a logros políticos en cuanto a igualdad entre
hombres y mujeres, queda en la vida social mucho que conquistar. No sólo hay que contar con lo
que legalmente se establezca, sino con lo que debe cambiarse modificando pautas sociales,
incluidas las que se dan en el ámbito doméstico. Es pertinente a ese respecto recordar aquello que
decía Adorno sobre el orden arcaico de la casa, visto como aquél “donde más impera la dialéctica
hegeliana del señor y el siervo” (el señor y la sierva) (Adorno: 1987, p. 173). A través de todas las
vías posibles, por tanto, ha de continuar la revolución feminista como “revolución que ocurre” (así
llamó la filósofa Agnes Heller a la revolución que en el Renacimiento cambió estructuras y
mentalidades), la cual en gran medida marcó el siglo XX y ha de consolidarse en el XXI (Cfr. Heller:
1980).

Pensadoras de América

Algunas filosofas destacadas del siglo XX son Simone de Beauvoir, cuya obra fue fundamental para
el desarrollo del pensamiento feminista; Hannah Arendt, “en el pensamiento político”, así como
Elizabeth Margaret Anscombe, “en la corriente analítica”.

Hay también, apunta Rodríguez, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, una recuperación de
pensadoras de América. Un caso paradigmático es Sor Juana Inés de la Cruz, gran poeta y filósofa,
cuyo pensamiento epistemológico ha sido revalorado en los últimos años. Hoy se le estudia en la
UNAM y en universidades de Estados Unidos y Latinoamérica. Otro ejemplo es Nisia Floresta, quien
usó el cartesianismo para promover la educación de las mujeres en Brasil.

Otros sesgos del machismo

En filosofía, señala la filósofa Rodríguez, hablar de escuelas (existencialismo, idealismo…) es


ordenar su historia con parámetros sesgados hacia la actividad de los varones y el protagonismo de
un maestro que normalmente es un varón que detenta la autoridad.

Frente a eso, para Rodríguez es mejor hablar de la labor e influencia de filósofas y filósofos a partir
del planteamiento de ciertas preguntas que, a través de varias décadas, generan una discusión que
cambia la forma de hacer filosofía y la historia de la filosofía.

Por ejemplo, Simone de Beauvoir con su pensamiento feminista abre toda una discusión en la que
filósofas de épocas posteriores se suman a preguntas sobre “el segundo sexo” y la condición de la
mujer como sujeto inmerso en procesos sociales.

¿El machismo y el patriarcado han sido trabas para la visibilización, la publicación y la difusión de
las obras de las filósofas?

La visión de que sólo los varones pueden realizar un ejercicio especulativo de calidad y que las
mujeres tendrían otras habilidades que no corresponden con las propiamente filosóficas ha
complicado la inclusión de las filósofas en la historia de la filosofía.

LA PATRIARCALIZACIÓN EN LA SOCIEDAD

El patriarcado es una forma de sociedad en la que el hombre, lo masculino, tiene la supremacía por
el simple hecho de serlo. Y relega, de ese modo, a la mujer, a lo femenino, a un segundo plano.
Estos dos roles, el de poder y dominación del hombre y el de servicio y sumisión de la mujer, se
sostienen y perpetúan gracias al soporte del conjunto de la sociedad: el Estado, la Justicia, las leyes
y normas, las costumbres, las creencias, etc.

Por tanto, este tipo de sociedad no solo es claramente discriminatoria con la mitad de su población,
sino que está desaprovechando lo que las mujeres pueden aportar a la comunidad, que es mucho
más que el cuidado de la familia. Hombres y mujeres deberíamos tener igualdad de oportunidades,
sin obviar que somos diferentes. Esto, lejos de ser algo negativo, es profundamente enriquecedor.
Si cada género pudiera aportar por igual sus cualidades en todos los ámbitos.

Con el patriarcado perdemos todos y todas, hombres y mujeres. Las mujeres porque son explotadas
y subordinadas: menos oportunidades de prosperar profesionalmente, peores remuneraciones,
empleos mayoritariamente dedicados al servicio, etc. Aunque los hombres salen beneficiados de
este sistema, también pierden libertad, ya que se espera de ellos una serie de cosas por el solo
hecho de ser hombres, y cuando no son capaces de cumplirlas, se les juzga o les lleva a la
frustración.

Patriarcado' y 'machismo' no son sinónimos

Aunque 'patriarcado' y 'machismo' son dos conceptos que tienen mucho en común, no son lo
mismo. Como hemos visto, el patriarcado es un sistema integral que comprende los tres poderes
del Estado y el conjunto de la sociedad, y que concede unos privilegios al hombre que le no otorga
a la mujer.

Sin embargo, el machismo se refiere al comportamiento y actitud de cada persona (sea hombre o
mujer) o grupo social que considera a la mujer inferior al hombre. También podemos aplicarlo a
cuestiones concretas. Por ejemplo, se puede decir que tal ley o tal sentencia judicial es machista.
Del mismo modo, un determinado juez o jueza puede tener una actitud feminista y dictar sentencia
en ese sentido. Es decir, dentro de una sociedad patriarcal pueden existir individuos o grupos de
personas que son machistas y otros que no lo son.

En el ámbito laboral. Son muchos los ejemplos de desigualdad de género en el trabajo, así que
algunas acciones que puedes llevar a cabo son no ser partícipe de acciones discriminatorias,
promover que más mujeres participen en los sindicatos, recompensar su trabajo ofreciéndole las
mismas condiciones y oportunidades de mejora que los hombres en igualdad de condiciones o no
mantener una actitud pasiva ante las situaciones de desigualdad que presencies, sino que debes
denunciarlas.

En el ámbito familiar. No permitir que sean ellas las únicas encargadas de la intendencia de la casa
y del cuidado de sus menores y las personas mayores. El reparto de responsabilidades y tareas
tiene que ser equitativo. Por ejemplo, valorar que también el hombre puede pedir la reducción de
jornada para atender a sus hijos o hijas.
En el ámbito social. Constantemente participamos de los estereotipos de género. Cuando
requerimos un servicio, no solemos ser conscientes de cuántas veces damos por hecho que, si nos
atiende una mujer, esta tendrá un hombre por encima de ella. Es decir, si estamos en un hospital,
inconscientemente pensamos que las mujeres son las enfermeras. Si queremos presentar una
queja en un establecimiento, acudimos al hombre creyendo que él será el gerente.

Despatriarcalizar la sociedad significa, en definitiva, luchar por la dignidad de las mujeres y por su
consideración plena como humanas ¿quién podría imaginar que esto es posible sin erradicar la
violencia machista de la sociedad? La tarea es ingente y desborda solo pensar la dimensión y
alcance de los cambios necesarios. Y ahí precisamente está el reto; se trata de construir, de manera
colectiva, otro modelo de sociedad. ¿Cómo no vamos a cuidar los valores sociales que fundamenten
nuestro nuevo entorno de convivencia? Necesitaremos repensarlo todo, cuestionar lo que hasta
ahora se haya considerado como ‘normal’, desaprender dinámicas y procesos desempoderantes,
redefinir los principios, prácticas y comportamientos deseables, consensuar lo que vamos a
entender por el bien-estar de los seres humanos y descartar todo aquello que lo dificulte.

EL PATRIARCADO Y LAS LEYES

En todos los lugares del mundo y desde siempre, se viene ejerciendo una violencia sistemática
sobre la mitad de la población, las mujeres. Desde hace unas décadas esa mitad de la población ha
optado por unir esfuerzos y visibilizar esa violencia social, cultural, física y estructural que su
colectivo sufre, con el objetivo de comprender, analizar y encontrar soluciones al origen de esa
opresión.

El patriarcado es una organización jurídica y cultural que se ha contemplado como un avance


civilizatorio al igual que se ha hecho con el nacimiento del estado, aunque uno y otro no se hayan
esmerado a favor de los derechos reales de las mujeres.

Fijémonos en la gran cuna de civilizaciones que es el Mediterráneo. Un laboratorio de larga


duración que ha proporcionado a Occidente y a otras civilizaciones hermanas, buena parte de la
mentalidad existente. No solo me refiero a las tres religiones del libro, sino también a un amplio y
potente imaginario trasmitido oralmente y de forma escrita a lo largo de milenios. En relación a la
Grecia clásica, Mary R. Lefkowitz manifiesta que el legado más importante de los griegos no es,
como se piensa, la democracia, sino su mitología. También el helenista William Blake Tyrrell
concluye en su obra Las amazonas. Un estudio de los mitos atenienses, que muchos de los
estereotipos que han seguido vivos durante siglos fueron forjados por los griegos hace casi tres mil
años.

El Estado y las leyes del Patriarcado en Bolivia


• Los modelos de desarrollo y la gestión pública excluyen a las mujeres.

• Las políticas públicas no consideran a las mujeres y se les asignan insuficientes recursos físicos,
financieros, humanos y de capacidades técnicas en todas las instancias encargadas de promover los
derechos de las mujeres.

• Insuficiente articulación entre niveles, sectores, instancias y mecanismos de gestión, seguimiento


y control social.

• Discontinuidad en la implementación de políticas públicas orientadas a igualdad de género.

• Cumplimiento parcial y discontinuo de los compromisos nacionales e internacionales asumidos


por el Estado boliviano, referidos a la eliminación de todas las formas de discriminación y exclusión
de las mujeres en razón de género.

EL PATRIARCADO Y LA RELIGIÓN

Las religiones son hoy uno de los últimos, más resistentes e influyentes bastiones en el
mantenimiento de un tercer tipo de patriarcado, Se trata de un sistema de dominación
múltiplemente discriminatorio de las mujeres, las niñas y los niños, homófobo, basado en la
masculinidad sagrada como fundamento de la inferioridad de las mujeres y de su dominio por parte
de los hombres. Y ello por voluntad divina y conforme al orden natural. Se produce así una
divinización y una naturalización de la desigualdad entre hombres y mujeres. “Si Dios es varón, el
varón es Dios”. El patriarcado religioso legitima, refuerza y prolonga el patriarcado social, político y
económico.

Las religiones, especialmente sus dirigentes y organizaciones religiosas integristas, critican la teoría
de género con descalificaciones gruesas. No la reconocen carácter científico y la llaman
despectivamente “ideología de género”. Incluso llegan a hablar de “las zarandajas de la ideología de
género”. La consideran “colectivismo social”, incompatible con la defensa de la individualidad de la
persona. La califican de bomba atómica, que socava y destruye el orden natural y el orden divino de
la creación. El cardenal Cañizares, arzobispo de Valencia, ha osado definirla como la ideología más
perversa de la historia de la humanidad.

Los dirigentes religiosos católicos responsabilizar a la “ideología de género” de la violencia contra


las mujeres. Condenan los movimientos feministas y LGTBI y sus reivindicaciones. Se oponen a los
derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Son contrarios a la educación afectivo-sexual en
las escuelas. Los discursos antifeministas y homófobos de los dirigentes religiosos ejercen una gran
influencia en la sociedad y fomentan discursos sociales y prácticas machistas y alimentan el odio a
las personas LGTBI. Algunas instituciones religiosas católicas programan cursos para “curar” la
homosexualidad a través de terapias prohibidas por la ley. Y lo hacen con el beneplácito de la
Conferencia Episcopal Española.

Las religiones no suelen reconocer a las mujeres como sujetos religiosos, morales, teológicos, las
reducen a objetos, colonizan sus cuerpos y sus mentes, y ejercen –o, al menos, legitiman- todo tipo
de violencia contra ellas: física, psicológica, religiosa, simbólica, etc. Sin embargo, no pocas mujeres
son las más fieles seguidoras de los preceptos religiosos, las mejores educadoras en las diferentes
creencias religiosas y, por paradójico que parezca, las que mejor reproducen la estructura patriarcal
de las religiones.

¿Puede darse todo por perdido el espacio religioso en la lucha contra el patriarcado? Creo que no.
En todas las religiones se están desarrollando movimientos de rebelión, muchos de ellos
protagonizados por mujeres, contra las leyes, los discursos, los ritos y las prácticas patriarcales y
homófobas. De dichos movimientos está surgiendo prácticas y discursos igualitarios, que se
traducen en una teología feminista, que aplica las categorías de la teoría de género al discurso
teológico y lo convierten en aliado.

La imagen de Dios con atributos masculinos da lugar da lugar al patriarcado religioso, que, a su vez,
legitima el patriarcado político”, explica el teólogo. “Las representaciones de Dios son en su
mayoría patriarcales. Hemos construido imágenes, independientemente de que se crea o no, que
presentan a Dios con símbolos y atributos masculinos y legitiman el patriarcado político y social.
Hay que liberarse del patriarcado religioso que fundamenta el patriarcado en todos los órdenes. Es
lo que dice la filósofa feminista norteamericana Mary Daly: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. El
reconocimiento de un Dios de género masculino justifica y legitima el patriarcado en la sociedad
como sistema de dominación”. Y concluye: “la Iglesia es rígidamente patriarcal y homófoba”.

Frente a esto, las personas organizadoras del Congreso defienden la liberación de las mujeres del
sistema patriarcal político y religioso y las reconocen como sujetos éticos, religiosos, eclesiales. “Las
mujeres tienen derecho a pensar y vivir la fe desde su propia subjetividad y no desde las
masculinidades hegemónicas”.

Todos los Congresos de Teología que organiza la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII
acometen temas sociales.

Son conflictos que además, requieren una perspectiva global. “La globalización neocapitalista,
colonial y patriarcal son excluyentes, por eso las cuestionamos”, dice Tamayo, “son modelos de
dominación que se refuerzan y retroalimentan y tienen que ser combatidos simultánea y
conjuntamente.

La religión ha sido el vehículo de imaginarios tan fuertes como para discriminar a las mujeres por
miles de años. Una vez que la perspectiva de género ha cobrado importancia en todos los ámbitos,
se está empezando a conocer mejor el esfuerzo de muchas autoras por re-construir una imagen
más real de las mujeres en la historia de las religiones. Recuperando a María Magdalena para el
cristianismo; o desde el feminismo judío a figuras como Judith, Abigail, Lilith, o dando protagonismo
a la figura de Dina, única hija de Jacob, a la que Ana Diamant (2009) da voz en la novela histórica La
tienda roja, cuyo éxito ha creado un movimiento internacional que está siendo un interesante
elemento de empoderamiento femenino.
En cuanto al budismo, se han comenzado a revisar los límites a las ordenaciones femeninas y se han
recogido biografías de grandes maestras invisibilizadas; además han comenzado a permitirse
ordenaciones completas para equilibrar la desigualdad imperante durante siglos. La revisión
histórica está comenzando a tener éxito al recuperar modelos capaces de reconstruir la historia
sesgada e incompleta que se nos ha transmitido. Es importante retomar la parte mistérica de la
feminidad como forma de energía capaz de trascender los estereotipos de género. El mundo
necesita de la sensibilidad y sabiduría femeninas, de receptividad y aceptación, más que intentar
equilibrar el pasado compensándolo con cuotas de poder a las mujeres siempre y cuando operen
dentro de los límites del sistema. Es decir, mientras no intenten cambiarlo. Las místicas pueden ser
un punto de encuentro en el que las diferencias interreligiosas se desdibujan y de-construyen
patrones que solo han beneficiado a intereses concretos.

Si bien es cierto que cada religión necesita desvelar sus propias opacidades para re-construir su
identidad, una metodología capaz de incluir las aportaciones de todas ellas reforzaría sus logros. Se
propone continuar la línea descrita, con atención a los aspectos considerados a fin de re-construir
las partes femeninas de la divinidad multiplicando la fuerza de los imaginarios futuros, al contar con
todas las tradiciones. Para ello necesitamos el diálogo interreligioso, así como la conciencia de la
construcción de cada imaginario, desde la ascética y desde la mística. Lo interesante es recuperar
ambas y explicar las opacidades en las dos vías con objeto de llevar los análisis más lejos.

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