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El ya clásico grito de guerra “ ¿Qué es lo que puede un cuerpo?” que Spinoza (1632-
1677) nos ofreció, es una fuente ineludible para el cruce entre cuerpos, afectos y poderes. La
cita, introducida en los desarrollos de la filosofía política y en el debate teórico feminista,
tiene su potencia, también, en un campo menos explorado por la filosofía: la Educación
Especial. Este ámbito reconocido por la Ley de Educación Nacional N° 26.150 como una de
las modalidades de nuestro sistema educativo, se encuentra atravesado por tradiciones,
tensiones y debates. ¿Cómo pueden contribuir algunas categorías de la filosofía
política y el debate teórico feminista a la comprensión de los afectos y
emociones, en la construcción de identidad, de las personas con discapacidad, en
el contexto de la escuela especial?
¿Es posible que en el contexto de la escuela especial -cuyo mito de origen es la
rehabilitación de cuerpos no curables- pueda ser resignificada la circulación de
los afectos, emociones y procesos de construcción identitaria con arreglo a un
horizonte de transformación afirmativa?
Quienes estudiamos filosofía solemos decir que la tradición filosófica occidental produjo la
separación cuerpo-alma, con una relación jerárquica entre ambos. Esta escisión tiene
consecuencias hasta nuestros días. El cuerpo, así, aparece con el poder de ser depositario y
ejecutor del gobierno del alma. Sus emociones, sentimientos, sensaciones serían, entonces,
un modo degradado del conocimiento y expresan de algún modo, aquella dimensión de lo
humano llamada a ser instrumentalizada.
Como ya señaló Foucault en innumerables desarrollos, el cuerpo fue alcanzado por los
dispositivos disciplinares que, al tiempo que organizaron la sexualidad en la
heteronormatividad, dispusieron para la corporalidad una serie de cláusulas
basadas en los promedios. Los cuerpos se dividen, de esta manera, en sanos y
enfermos, capaces y discapaces, inaugurando así la toma de posesión del cuerpo por
parte del poder médico. Cuerpos y afectos fueron taxonomizados y se organizó una
diferencia política fundamental entre ellos: “instrumentalizables” o “no
instrumentalizables”. Las corporalidades que no encajaran en el promedio serían
normalizadas, a través del tratamiento y la rehabilitación.
II
En relación al vínculo entre afectos y arena política, el giro afectivo analiza en qué medida
las emociones y sentimientos pueden dar cabida o resignificar acciones colectivas, o ser
útiles para la irrupción política y la elaboración de agendas de este orden. En esta
búsqueda, se intenta hacer un análisis de cómo diferentes emociones han sido consideradas
productivas o no y resignificar aquellas que históricamente estuvieron asociadas al
sufrimiento, el desempoderamiento y la victimización. Ahora bien, ¿En qué medida el giro
afectivo puede ayudar a pensar la productividad política de los afectos de los
denominados cuerpos con discapacidad? Según Sedgwick, los afectos contienen
una dimensión performativa
performativa. Es decir, se exteriorizan de un modo que implican
una teatralidad. Mostrar un afecto hace a su potencia política de irrupción, en este
sentido; la vergüenza o el enojo contienen una potencia en la medida que su
puesta en escena disrumpe o desnaturaliza lo que se espera que expresen
determinados cuerpos. Esta es una idea que puede resultar útil para pensar en los
estereotipos afectivos que rodean a las personas con discapacidad.
El grito “lo personal es político” permite pensar que aquello que sucede en los cuerpos
con prótesis, en rehabilitación, postrados o dolidos, tiene su propia relevancia política. Allí
donde los cuerpos y afectos se muestran victimizados urge la tarea de politizarlos ,
dar cuenta del carácter eminentemente social de la carencia y el dolor. Esto
conduce a una paradoja fundamental en el planteo de Johanna Hedva: toda protesta tiene
como norte la visibilización y exigencia de una necesidad, un deseo, un reclamo de
existencia. Sin embargo, muchísimas de las personas por las que se reclama no pueden
participar de las protestas, se les niega así el carácter de activistas del campo político y se
sustituye su voz en gesto de ventrílocuo que reproduce la violencia. Politizar los afectos de
los cuerpos leídos como desvalidos implica el reconocimiento de que en su fulgor original
toda existencia es vulnerable. Ante la imposición de potencia activa que parece recaer sobre
cualquier pretensión política o expresiones de voluntad de poder, la afirmación de la
fragilidad es una oportunidad para extender el campo de batalla de lo político y resignificar
sus bordes.
Uno de los primeros escollos que aparecen al pensar el cuerpo con discapacidad
es el de desnaturalizar cómo lo pensamos. Se ha pensado a la discapacidad como
castigo, como bendición, como objeto de terror o como objeto de compasión. Sin
embargo, ¿pueden acaso estos cuerpos ser asimilados de este modo? ¿Qué pasaría
si no hubiera un criterio a priori para medir lo que queda dentro y lo que es arrojado a la
frontera?
La modernidad -a través del discurso médico- construyó una norma para crear el cuerpo
sano a través de la noción de promedio. El promedio como tal es una abstracción:
ningún cuerpo concreto se ajusta al promedio. Pero en tanto abstracción, se
constituye una norma que los cuerpos deben alcanzar. La norma, confundida por
efecto del poder con lo natural , no está escrita como imposición en ningún lado.
Sin embargo, tiene la fuerza para imponerse a partir de la repetición continua del
código de la normalidad.
Según Sedgwick
Sedgwick, mostrar la vergüenza, el enojo, la pena o el dolor es una forma de hacer
el afecto productivo. Mientras la narrativa rehabilitante pretende expulsar el dolor de la
experiencia corporal; la expresión del sufrimiento, el enojo o la vergüenza pueden ser esas
formas en las que un afecto se pone en circulación en el modo del desafío, de la disrupción.
El dolor es un derecho. La resignificación de las afecciones de dolor y sufrimiento en
los cuerpos pueden conducir al salto de la narrativa de la superación a la narrativa
de la politización . En este sentido, las innovaciones de los recientes desarrollos de la
teoría crip -en tanto expresión radical del modelo de la diversidad funcional- agregan
elementos, en agencia con la teoría queer, que desestabilizan cualquier aspiración a la
identificación de los cuerpos a través de sus marcas, pero a su vez dejan abierta la carne por
la que los afectos fluyen y resignifican la experiencia. En español Crip se ha traducido como
“tullido” pero se pueden ver usos más amplios en los que se recuperan chistes de la propia
comunidad de personas con diversidad funcional como “cojo”, “jorobado”, “enano”.
A nuestro entender, el aporte central de la teoría crip parte de una lectura de Butler y una
resignificación de Wittig en la que se habla de “capacidad obligatoria”; se trata de un
mecanismo de regulación corporal que se complementa con la “heterosexualidad
obligatoria”. Tal como la teoría queer parte de la crítica a la diferencia sexual como modo
de organización del género, la teoría crip da un paso más allá del binomio
capacidad-discapacidad para desnaturalizar, no ya el concepto de “discapacidad”,
sino la categoría que se presenta como norma inocua, que se invisibiliza como
modelo neutro; la “capacidad”.
III
¿Cuáles son los mitos y estereotipos que es posible abordar en la escuela para
poner en crisis no sólo las figuraciones en relación a las personas con
discapacidad sino a la idea misma de capacidad?
Uno de los desafíos más notorios en relación a poner en práctica una perspectiva
de diversidad funcional/crip en el aula (no solo el aula especial, sino toda aula ) es
generar interrogantes sobre la búsqueda de normalización . Se busca la
normalización porque se entiende al cuerpo con discapacidad como otredad, y se
asume que normalizar es la llave de la inclusión en la medida que garantiza la igualdad
de acceso y efectividad en la trasmisión de contenidos. Desde esta perspectiva, se sigue
asumiendo que “no tener una discapacidad” es el estado “natural” del ser y se
concibe este estado como altamente deseable. La pregunta sobre cómo ofrecer en el
aula un instrumento de agencia supone la aspiración de crear condiciones para la
elaboración de estrategias propias. Como parte de las elaboraciones estratégicas, lxs
alumnxs muchas veces actúan la discapacidad que se espera de ellxs para acceder a algún
beneficio específico. Valorar esas estrategias como modos de organización propios forma
parte de las tareas de puesta en crisis del curriculum oculto normalizador. A veces la
performance consiste en actuar la demanda de normalidad, disimulando la discapacidad o
mostrar espíritu solícito con quien la demanda. Estos actos permiten rescatar la agencia del
sujeto diagnosticado y enfatizan el poder de disrupción que conllevan los cuerpos que
resultan confusos, ambiguos o ininteligibles.
El ensamble queer-crip nos habla de alianzas necesarias y posibles para la agenda política
de los movimientos. El estudio de cómo la dimensión afectiva puede intervenir en este
ensamble implica la reivindicación del dolor y la vulnerabilidad como afectos potentes. Por
último, es probable que dejar de hablar de discapacidad no implique ya desmontar su
funcionamiento. Sin embargo, parte de estas tareas urgen porque quizás en el actual
contexto el mayor desafío estriba en impedir nuevas y brutales re-taxonomías ajenas a la
carne.
Este texto es una adaptación del trabajo “Ampliación del campo de batalla. Apuntes sobre
diversidad funcional, giro afectivo y escuela”, elaborado por la Profesora Paula Lo Cane, en
el marco de la Maestría en Estudios y Políticas de Género (UNTREF). Año de publicación:
2019.
Paula Lo Cane
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