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“LA GÉNESIS DEL INDIVIDUO”

GILBERT SIMONDON

[El texto corresponde a la introducción de: “L’individu et sa genèse physico-biologique: L’Individuation à la


lumière des notions de forme et d’information”, París, P.U.F., 1964; y está incluido en el libro
« Incorporaciones » de Crary, Jonathan y Kwinter, Sanford (editores), páginas 255 a 276, Cátedra, Madrid,
1996].

Cuando se considera el ser vivo como individuo, cabe concebirlo de dos formas. Existe el
punto de vista sustancialista, que concibe la unidad del ser vivo como su esencia, una
unidad que se mantiene a sí misma, se basa en sí misma y se crea a sí misma, una unidad
que resistirá con todo vigor todo lo que no sea ella misma. Y está también el punto de vista
hilomórfico, según el cual se ha creado a partir de la conjunción de una forma y una
materia. Si comparamos estos dos enfoques, vemos que hay una clara oposición entre el
monismo egocéntrico de la metafísica sustancialista y la bipolaridad del hilomorfismo. Pero
a pesar de esta oposición, ambas formas de analizar la naturaleza real del individuo tienen
algo en común; en ambos casos se da el supuesto de que se puede descubrir un principio de
individuación que ejerce su influencia antes de que se haya producido la verdadera
individuación, que es capaz de explicar, producir y determinar el curso de la individuación.
Tomando el individuo constituido como algo ya dado, nos vemos, por tanto, obligados a
intentar recrear las condiciones que han hecho posible su existencia.
No obstante, cuando el problema de la individuación se formula en términos de la
existencia de individuos, vemos que surge un supuesto que requiere más explicación. Este
supuesto apunta a un importante aspecto de las soluciones que se han dado a este problema
y ha determinado subrepticiamente el desarrollo de las investigaciones acerca del principio
de la individuación: es el individuo en tanto que individuo ya constituido el que representa
la realidad más notable, el único que hay que explicar. Cuando prevalece esta actitud, el
principio de individuación se busca sólo en la medida en pueda explicar las características
del individuo exclusivamente, sin tener en cuenta la relación necesaria de este principio con
otras influencias ejercidas sobre el ser en su totalidad, que podrían ser igualmente
importantes para la aparición de este ser individuado. Las investigaciones realizadas según
estos supuestos otorgan un privilegio ontológico al individuo ya constituido. Tales
investigaciones podrían perfectamente impedirnos representar de forma adecuada el
proceso de la ontogénesis y conceder con precisión al individuo el lugar debido en el
sistema real que da como resultado la individuación. La misma idea de “principio” sugiere
cierta cualidad que prefigura el tipo de individuo constituido a que llegaremos y las
propiedades que tendrá una vez completado el proceso de constitución.
Hasta cierto punto, la idea de principio de individuación se ha tomado de una génesis que
actúa hacia atrás, de una ontogénesis “a la inversa”, porque para explicar la génesis del
individuo y sus características definitorias hemos de dar por sentada la existencia de un
primer término, un principio, que explique adecuadamente cómo el individuo ha llegado a
ser tal y que dé cuenta de su singularidad (mismidad) -pero esto no prueba que la condición
previa esencial de la ontogénesis tenga que ser algo parecido a un primer término. No
obstante, un término es ya un individuo o al menos algo susceptible de ser individualizado,

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algo que puede ser la causa de una existencia absolutamente específica (mismidad), algo
que pueda conducir a una proliferación de muchas mismidades nuevas. Todo lo que
contribuya a establecer relaciones pertenece ya al mismo modo de existencia del individuo,
ya se trate de un átomo, que es una partícula indivisible y eterna, de materia fundamental o
de una forma. El átomo interactúa con otros átomos por medio del clinamen y de este
modo puede constituir un individuo (aunque no viable) a través de toda la extensión del
vacío y la totalidad del devenir. Se puede imprimir a la materia una forma y se puede
derivar la fuente de la ontogénesis de esta relación materia-forma. De hecho, si las
mismidades no fuesen de alguna manera inherentes al átomo, la materia o a la forma, sería
imposible encontrar un principio de individuación en ninguna de las realidades
anteriormente mencionadas. Buscar el principio de individuación en algo que preexiste a
esta misma individuación es fundamental para reducir la individuación nada más que a
ontogénesis. El principio de individuación es aquí la fuente de mismidad.
Está claro que tanto el sustancialismo atomista como la teoría del hilomorfismo evitan
hacer una descripción directa de la ontogénesis misma. El atomismo describe la génesis de
la unidad compleja, tal como un cuerpo vivo, como algo dotado sólo de una unidad precaria
y transitoria; se considera que es el resultado de una asociación puramente casual, que se
romperá en sus elementos originales cuando irrumpa en ella una fuerza más intensa que la
que en la actualidad la mantiene unida como unidad compleja. Estas fuerzas cohesivas
mismas, que cabría considerar como el principio del individuo complejo, son negadas por
la estructura, más sutil, de las partículas elementales eternas, que son en este caso los
verdaderos individuos.
Para el atomismo el principio de individuación está enraizado en la misma existencia de
infinidad de átomos; ya está allí cuando el pensamiento intenta captar la naturaleza esencial
de éstos. La individuación es un hecho: para cada átomo es su naturaleza ya dada, y para la
unidad compleja es el hecho de que es lo que es en virtud de una asociación casual.
Frente a este razonamiento, la teoría hilomórfica afirma que el ser individuado no está ya
dado cuando procedemos a analizar la materia y la forma que se convertirán en el sunolos
(el todo): no estamos presentes en el momento de la ontogénesis porque nos colocamos
siempre en un momento anterior al momento en que este proceso de formación ontogénica
tiene realmente lugar. El proceso de individuación no se capta, por tanto, en el punto en que
la individuación se produce como proceso, sino en lo que la operación requiere para poder
existir, es decir, una materia y una forma. En este caso, se piensa que el principio está
contenido en la materia o en la forma, porque el proceso real de individuación no puede
proporcionar el principio mismo, sino que sólo lo lleva a efecto. Por consiguiente, la
búsqueda del principio de individuación se emprende antes o después de que la
individuación haya tenido lugar, dependiendo de que el modelo de ser utilizado sea físico
(como en el atomismo sustancialista) o tecnológico y vital (como en la teoría hilomórfica).
En ambos casos, sin embargo, existe una región de incertidumbre a la hora de ocuparse del
proceso de individuación, porque este proceso se considera como algo que necesita ser
explicado, no como algo donde se va a encontrar la explicación: de ahí el concepto de
principio de individuación. Ahora bien, si este proceso se considera como algo que se ha de
explicar es porque la forma tradicional de pensar siempre está orientada hacia el ser
individuado con éxito, que busca entonces explicar, pasando por alto la etapa en que tiene
lugar la individuación, a fin de llegar al individuo que es el resultado de este proceso. En
consecuencia, se da por supuesto que los acontecimientos tienen cierto orden cronológico:
primer lugar, está el principio de individuación; a continuación, este principio funcionando

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en un proceso que da como resultado la individuación, y por último, la aparición del
individuo constituido.
Por otro lado, sin embargo, si pudiéramos ver que en el proceso de individuación se
producen otras cosas además del individuo, no habría tal intento de pasar apresuradamente
por la etapa en que la individuación tiene lugar a fin de llegar a esa realidad misma que es
el individuo. En vez de ello, trataríamos de captar el despliegue entero de la ontogénesis en
toda su variedad y de entender el individuo desde la perspectiva del proceso de
individuación en lugar del proceso de individuación por medio del individuo.
Es nuestra intención demostrar la necesidad de un cambio completo en el enfoque general
del principio que gobierna la individuación. El proceso de individuación ha de considerarse
primordial, porque es este proceso el que da ser al individuo y, al mismo tiempo, determina
todos los rasgos distintivos de su desarrollo, organización y modalidades. Por consiguiente,
ha de entenderse el individuo como algo que tiene una realidad relativa, que ocupa sólo
cierta fase del ser total en cuestión – fase que implica, por tanto, un estado individual previo
y que, incluso después de la individuación, no existe aisladamente, ya que la individuación
no agota en el acto de su aparición todos los potenciales del estado preindividual. La
individuación, además, da lugar no sólo al individuo, sino también a la díada inviduo-medio
(1). De este modo, el individuo posee sólo existencia relativa en dos sentidos: porque no
representa la totalidad del ser y porque no es más que el resultado de una fase del desarrollo
del ser en la que no existió ni en la forma de individuo ni como el principio de
individuación.
Por consiguiente, aquí se considera que la individuación forma sólo una parte de un
proceso ontogenético en el desarrollo de una entidad mayor. La individuación ha de
concebirse, por tanto, como una resolución parcial y relativa, manifiesta en un sistema que
contiene potenciales latentes y que alberga cierta incompatibilidad consigo mismo,
incompatibilidad debida a la vez a fuerzas en conflicto y a la imposibilidad de interacción
entre términos de dimensiones dispares.
El significado de la expresión “ontogénesis” adquirirá todo su peso aquí, si en vez de
entenderlo en el sentido limitado y secundario de la génesis del individuo (frente a la idea
más amplia de génesis como la aplicada a todas las especies), se utiliza para designar el
desarrollo del ser o su devenir –en otras palabras, lo que hace que el ser se desarrolle o
devenga, en tanto que es, como ser. La oposición establecida entre el ser y su devenir sólo
es válida si se considera en el contexto de cierta doctrina según la cual la sustancia es el
mismo modelo del ser, pero es igualmente posible mantener que el devenir existe como una
de las dimensiones del ser, que corresponde a una capacidad que los seres poseen de
desfasarse respecto de sí mismos, de resolverse en el mismo acto de desfasarse. El ser
preindividual es el ser en que no hay fases. El ser en que la individuación llega a realizarse
es aquel en que la resolución aparece por su división en etapas, lo que implica devenir: el
devenir no es un marco en el que el ser existe, sino una de las dimensiones del ser, un modo
de resolver una incompatibilidad inicial en la que los potenciales eran abundantes (2). La
individuación corresponde a la aparición de etapas en el ser, que son las etapas del ser.
No es una mera consecuencia aislada que surge como producto secundario del devenir, sino
este mismo proceso a medida que se despliega; sólo se puede entender teniendo en cuenta
esta supersaturación inicial del ser, al principio sin devenir, y luego adoptando cierta
estructura y devenir – y causando con ello la aparición del individuo y el medio-, siguiendo
un devenir en el que los conflictos preliminares se resuelven, pero se conservan también en

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forma de la estructura consiguiente; en cierto sentido, cabría decir que el único principio
por el que podemos guiarnos es el de la conservación del ser a través del devenir. Esta
conservación se efectúa por medio de los intercambios entre estructura y proceso,
avanzando a saltos cuánticos a través de una serie de equilibrios sucesivos. Para
comprender bien la naturaleza de la individuación, hemos de considerar el ser no como
sustancia, materia o forma, sino como sistema tensamente extendido y supersaturado, que
existe en un nivel superior a la unidad misma, que no es suficiente para sí mismo y puede
ser conceptualizado adecuadamente según el principio del tercio excluso. El ser concreto o
el ser total, es decir, el ser preindividual es un ser que es más que una unidad. La unidad
(característica del ser individuado y de la identidad), que autoriza el uso del principio del
tercio excluso, no se puede aplicar al ser preindividual -lo cual explica por qué no se puede
recrear el mundo a partir de mónadas a posteriori, aun cuando se introduzcan otros
principios, como el de la razón suficiente, que nos permitan organizarlas en un universo. La
unidad y la identidad son aplicables sólo a una de las etapas del ser, que deviene después
del proceso de individuación. Ahora bien, estos conceptos no nos sirven de nada para
descubrir el proceso real de individuación, no tienen validez para entender la ontogénesis
en el sentido total del término, es decir, para el devenir de ser en la medida en que se
duplica y desfasa en el proceso de individuarse.
La individuación se ha resistido hasta ahora al pensamiento y la descripción porque sólo
hemos admitido la existencia de una forma de equilibrio: el equilibrio estable. La idea de
equilibrio “metaestable” no se ha admitido. Se daba implícitamente por supuesto que el ser
se hallaba en un estado de equilibrio estable siempre. El equilibrio estable excluye la idea
de devenir porque corresponde al nivel más bajo de energía potencial posible; es el tipo de
equilibrio que se alcanza en un sistema cuando todas las transformaciones posibles se han
realizado y no queda ninguna otra fuerza que produzca más cambios. Con todos los
potenciales actualizados y habiendo llegado el sistema a su nivel de energía más bajo, ya no
puede pasar por más transformaciones. Los pensadores de la Antigüedad admitían sólo los
estados de estados de inestabilidad y estabilidad, movimiento y reposo; no tenían una idea
clara y objetiva de la metaestabilidad. Para definir ésta, es necesario introducir el concepto
de la energía potencial que reside en un sistema dado, el concepto de orden y el de aumento
de entropía. De esta forma, es posible definir el ser en su estado metaestable, que es muy
distinto del reposo y equilibrio estables. Los pensadores de la Antigüedad no podían
introducir tal concepto en su búsqueda del principio que gobierna la individuación porque
no había ningún paradigma físico claro que revelase cómo tenían que utilizarse tales
conceptos (3). Por consiguiente, intentaremos en primer lugar presentar la individuación
física como un caso de resolución de un sistema metaestable, empezando con uno de los
estados del sistema, como la superfusión o la supersaturación, que presiden la génesis de
los cristales. La cristalización tiene a su disposición un abundante depósito de conceptos
perfectamente entendidos que cabe emplear como paradigmas en otras esferas, pero no nos
proporciona ningún análisis exhaustivo de la individuación física.
Ahora bien, cabe suponer también que la realidad en su estado primitivo, en sí misma, es
como la solución supersaturada y, a fortiori en la etapa individual, es algo más que una
unidad y una identidad, algo capaz de manifestarse como onda o como corpúsculo, materia
o energía - porque todo proceso y toda relación dentro de un proceso es una individuación
que duplica al ser preindividual, desfasándole, poniendo continuamente en relación los
órdenes de magnitud y valores extremos sin los refinamientos de la mediación. La
complementariedad resultante sería por tanto, el efecto epistemológico de conservar la

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metaestabilidad original y primitiva de lo real. Ni el mecanicismo ni el energicismo, teorías
ambas de la identidad, pueden explicar esta realidad de manera total. La teoría de campos,
cuando se combina con la teoría de corpúsculos, e incluso la teoría de la interacción entre
campos y corpúsculos, sigue siendo parcialmente dualista, pero está ya en camino de
formular una teoría del preindividuo. Siguiendo otra vía, la teoría de los cuantos ha
percibido la existencia de este régimen preindividual, que va más allá de la unidad: se
produce intercambio de energía en cantidades elementales, como si hubiese habido una
individuación de energía en la relación entre las partículas, que cabe considerar, en cierto
sentido, individuos físicos. Quizá sea en este sentido como quepa prever el modo en que las
dos teorías (de los cuantos y de la mecánica ondulatoria), hasta ahora impenetrables entre
sí, podrían finalmente convergir. Cabría concebirlas como dos formas de expresar el
estado preindividual por medio de las diversas manifestaciones exhibidas cuando aparece
como preindividuo. Subyacentes a lo continuo y lo discontinuo, están el cuanto y la
complementariedad metaestable (eso que está más allá de la unidad) que son el verdadero
preindividuo. La necesidad de corregir y emparejar los conceptos básicos de la física
expresa quizá el hecho de que los conceptos son sólo una representación adecuada de la
realidad individuada, no realidad preindividual.
Por consiguiente, el valor ejemplar del estudio de la génesis del cristal como proceso de
individuación resultaría mucho más comprensible. Nos permitiría entender, a escala
macroscópica, un fenómeno que está enraizado en los estados del sistema relativos al
campo microfísica, de moléculas y no de moles. Haría posible comprender la actividad que
tiene lugar en el mismo límite del cristal en el proceso de formación. No se ha de entender
tal individuación como encuentra de una materia y forma previas, que existen como
términos ya constituidos y separados, sino como una resolución que tiene lugar en el núcleo
de un sistema metaestable repleto de potenciales: la forma, la materia y la energía
preexisten en el sistema. Ni la forma ni la materia son suficientes. El verdadero principio de
individuación es la mediación, que presupone en general la existencia de la dualidad
original de los órdenes de magnitud y la ausencia inicial de comunicación interactiva entre
ellos, seguida por una comunicación subsiguiente entre órdenes de magnitud y
estabilización.
Al mismo tiempo que se actualiza una cantidad de energía potencial (la condición necesaria
para un orden superior de magnitud), una porción de materia se organiza y distribuye (la
condición necesaria para un orden inferior de magnitud) en individuos estructurados de un
orden medio de magnitud, que se desarrollan por un proceso mediato de amplificación.
Es la organización de energía en un sistema metaestable lo que conduce a la cristalización y
la que la subtiende, pero la forma de los cristales da expresión a ciertas características
moleculares o atómicas de los tipos químicos constituyentes.
En la esfera de las cosas vivas, cabe emplear el mismo concepto de metaestabilidad para
describir la individuación. Pero la individuación no se produce ya, como en el campo físico,
de manera instantánea, “cuánticamente”, de un modo brusco y definitivo que deja tras de sí
una dualidad del medio y del individuo –el medio, despojado del individuo, ya no es, y el
individuo no posee ya las amplias dimensiones del medio. No cabe duda de que tal enfoque
de la individuación resulta válido para el ser vivo cuando se considera como origen
absoluto, pero es equiparable a una individuación perpetua que es la vida misma siguiendo
el modo fundamental de devenir: el ser vivo conserva en sí mismo una actividad de
individuación permanente. No es el resultado de la individuación, como el cristal o la

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molécula, sino un auténtico teatro de individuación. Además, toda la actividad del ser vivo
no está concentrada, como la del individuo físico, en su límite con el mundo exterior. Existe
dentro del ser un régimen más completo de resonancia interna que requiere comunicación
permanente y que mantiene una metaestabilidad que es la condición previa de la vida. Esta
no es la única característica del ser vivo, y no cabe considerar a éste como un autómata que
conserva cierto número de equilibrios o que pretende encontrar compatibilidades entre sus
diferentes requisitos, obedeciendo a una fórmula de equilibrio complejo compuesto de otros
más simples. El ser vivo es también el ser resultante de una individuación inicial a la que
amplifica, en absoluto la máquina a la que el modelo del mecanismo cibernético le asimila
funcionalmente. En el ser vivo, la individuación es provocada por el individuo mismo, no
es simplemente un objeto funcional resultante de una individuación plenamente lograda,
comparable al producto de un proceso de fabricación. El ser vivo resuelve sus problemas
no sólo adaptándose -es decir, modificando su relación con su medio (algo que la máquina
es capaz de hacer también)-, sino también modificándose a sí mismo mediante la invención
de nuevas estructuras internas y su autoinserción completa en la axiomática de los
problemas orgánicos (4). El ser individual es un sistema de individuación, un sistema
individuador y también un sistema que se individua a sí mismo. La resonancia interna y la
traducción de su relación consigo mismo a información están contenidas en el sistema del
ser vivo. En la esfera física, la resonancia interna caracteriza el límite del individuo en el
proceso de individuarse a sí mismo. En la esfera del ser vivo se convierte en el criterio de
todo individuo como individuo. Existe en el sistema del individuo y no sólo en lo que es
formado por el individuo frente a su medio. La estructura interna del organismo no llega a
término sólo como resultado de la actividad que tiene lugar y la modulación que se produce
en la frontera entre la esfera interior y la exterior -como en el caso del cristal-; habría que
decir, más bien, que el individuo físico –perpetuamente excéntrico, perpetuamente
periférico en relación consigo mismo, activo en el límite de su propio terreno- no posee
auténtica interioridad. Pero el individuo vivo sí posee auténtica interioridad, porque la
individuación tiene lugar dentro de él. Además, en el individuo vivo lo interior desempeña
una función constitutiva, mientras que sólo la frontera tiene este papel en el individuo
físico, y en este caso todo lo que se encuentre en el interior en términos topológicos ha de
concebirse como algo anterior genéticamente. El individuo vivo es su propio
contemporáneo en relación con cada uno de sus elementos, lo que no ocurre con el
individuo físico, que contienen un pasado que es radicalmente “pasado”, incluso si está en
pleno crecimiento. Cabe considerar al ser vivo como un nudo de información transmitida
dentro de él mismo –un sistema dentro de un sistema, que contiene dentro de sí mismo una
mediación entre dos órdenes distintos de magnitud (5).
En definitiva, cabe establecer la hipótesis –análoga a la de los cuantos en física y también a
la relacionada con la relatividad entre los niveles de energía potencial- de que el proceso de
individuación no agota todo lo que hay antes (el preindividuo) y de que un régimen
metaestable no solamente es mantenido por el individuo, sino que nace realmente de él,
hasta el punto de que el individuo finalmente constituido lleva consigo cierta herencia
asociada a su realidad preindividual, animada por todos los potenciales que la caracterizan.
La individuación es, por tanto, un fenómeno relativo, como la alteración de la estructura de
un sistema físico. Existe cierto nivel de potencial que perdura, lo que significa que siguen
siendo posibles más individuaciones. La naturaleza preindividual, que queda asociada al
individuo, es una fuente de futuros estados metaestables de los que podrían resultar nuevas
individuaciones. Según esta hipótesis sería posible considerar que toda relación genuina
tiene la categoría de un ser y experimenta desarrollo dentro de una nueva individuación.

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La relación no surge entre dos términos que son individuos ya separados sino que es un
aspecto de la resonancia interna de un sistema de individuación. Forma parte de un sistema
más amplio. El ser vivo, que es a la vez más y menos que una unidad, posee una
problemática interna y puede ser uno de los elementos de una problemática interna de
alcance más amplio que él. En lo que al individuo se refiere, participación significa aquí ser
un elemento de un proceso mucho mayor de individuación por medio de la herencia de
realidad preindividual que el individuo contiene- debido a los potenciales que ha
conservado.
Resulta, por tanto, viable concebir tanto la relación interna como la externa como una
relación de participación, sin que haya que aducir nuevas sustancias a modo de explicación.
Tanto la psique como la colectividad se constituyen por un proceso de individuación que
sobreviene a la individuación productora de vida. La psique representa el esfuerzo continuo
de individuación de un ser que tiene que resolver su propia problemática implicándose en
tanto que elemento del problema mediante su acción como sujeto. Cabe considerar el sujeto
como la unidad del ser cuando se concibe como individuo vivo y como ser que se
representa su actividad a sí mismo en el mundo como elemento y dimensión del mundo.
Los problemas de los seres vivos no están confinados sin más a su propia esfera: sólo por
medio de una serie incesante de individuaciones sucesivas, que garanticen que cada vez
será más la realidad preindividual que interviene y que se incorpora a la relación con el
medio, podemos dotar a los seres vivos de una axiomática abierta. Se considera que la
afectividad y la percepción forman un todo tanto en la emoción como en la ciencia,
obligándonos a recurrir a nuevas dimensiones. No obstante, el ser psíquico no es capaz de
resolver su problemática particular dentro de su propia órbita. Su herencia de realidad
preindividual permite que la individuación colectiva —que desempeña aquí el papel de las
condiciones previas de la individuación psíquica— contribuya a la resolución, al mismo
tiempo que esta realidad preindividual es individualizada como ser psíquico que supera los
límites del ser individuado y que lo incorpora a un sistema más amplio del mundo y del
sujeto. La individuación en su aspecto colectivo crea un grupo individual —asociado al
grupo por medio de la realidad preindividual que lleva dentro de sí, que lo une a todos los
demás individuos—; lo individúa como unidad colectiva. Ambas individuaciones, la
psíquica y la colectiva tienen un efecto recíproco. Nos permiten definir una categoría
transindividual que podría explicar la unidad sistemática de las individuaciones interna,
psíquica y externa (colectiva). El mundo psicosocial de lo transindividual no es el estado
social en su cruda inmediatez ni el estado interindividual. Hace necesario dar por sentada la
existencia previa de un auténtico proceso de individuación arraigado en una realidad
preindividual, en relación con los individuos y capaz de constituir una nueva problemática
con su propia metaestabilidad. Expresa una condición cuántica, en correspondencia con
una pluralidad de órdenes de magnitud. El ser vivo se presenta como un ser problemático, a
la vez mayor y menor que la unidad. Decir que el ser vivo es problemático significa
considerar que su devenir forma una de sus dimensiones y que está determinado, por tanto,
por su devenir, que proporciona al ser mediación. La entidad viva es el agente y el teatro de
la individuación: su devenir representa una individuación permanente o, más bien, una serie
de aproximaciones a la individuación que avanzan de un estado de metaestabilidad a otro.
El individuo ya no es, por tanto, ni sustancia ni una simple parte de la colectividad. La
unidad colectiva proporciona la resolución de la problemática individual, lo que significa
que la base de la realidad colectiva forma ya parte del individuo en forma de realidad
preindividual, que se conserva asociada a la realidad individuada. En general, lo que
consideramos relación, debido a la sustancialización de la realidad del individuo, forma en

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realidad una dimensión del proceso de individuación por el que el individuo deviene. En
otras palabras, la relación tanto con el mundo exterior como con el colectivo es, en
realidad, una dimensión de la individuación en la que el individuo participa debido a su
asociación con la realidad preindividual que experimenta individuación gradual.
Además, la psicología y la teoría grupal están relacionadas, puesto que la ontogénesis
revela la naturaleza de la contribución hecha a la unidad colectiva y también a la del
proceso psíquico concebido como la resolución de una problemática. Si consideramos que
la individuación es vida, cabe verla como descubrimiento, en una situación conflictiva, de
una nueva axiomática que incorpora y unifica los diversos elementos de esta situación en
un sistema que abarca al individuo. Para entender el papel que desempeña la actividad
psíquica en la teoría de la individuación en tanto que resuelve el carácter conflictivo de un
estado metaestable, es necesario descubrir los verdaderos medios por los que se construyen
en la vida sistemas metaestables. En este sentido, es preciso modificar el concepto de
relación adaptativa del individuo a su medio (6) y también el concepto crítico de relación
del sujeto que conoce con el objeto conocido. El conocimiento no se elabora por medio de
abstracción de sensaciones, sino mediante una problemática derivada de una unidad
tropística primaria, un emparejamiento de sensación y tropismo, la orientación del ser
vivo en un mundo polarizado. Llegados a este punto es necesario que nos distanciemos una
vez más del sistema hilemórfico. No existe nada parecido a una sensación que sería la
materia a posteriori de las formas a priori de la sensibilidad. Las formas a priori son en
realidad una primera resolución, que utiliza el descubrimiento de una axiomática de
conflictos resultante de la confrontación de las unidades tropísticas primarias. Las formas
a priori de la sensibilidad no se obtienen ni a priori ni a posteriori por abstracción, sino
que han de entenderse como las estructuras de una axiomática que aparece en un proceso de
individuación. El mundo y el ser vivo están ya contenidos en la unidad tropística, pero el
mundo sólo sirve aquí de dirección, de polaridad de un gradiente que localiza al ser
individuado en una díada indefinida en cuyo punto medio cabe encontrarlo y en la que basa
su exfoliación posterior. La percepción y, más tarde, la ciencia misma continúan
resolviendo esta problemática, no sólo con la invención de marcos espacio-temporales, sino
también con la constitución del concepto objeto, que se convierte entonces en la “fuente”
de los gradientes originales y los organiza como si fuesen un mundo real. La distinción
entre lo a priori y lo a posteriori, reflejo del modelo hilomórfico en la teoría del
conocimiento, oculta, con su obscura zona central, el verdadero proceso de individuación
que es la sede del conocimiento. Convendría considerar conforme a una teoría de fases por
las que pasa un ser, la misma idea de serie cualitativa o intensiva. Esta teoría es no
relacional ni se mantiene gracias a términos opuestos, sino que se desarrolla a partir de un
estado medio primitivo que localiza al ser vivo y lo inserta en el gradiente que dota de
significado a la unidad tropística. La serie es una visión abstracta de significado por medio
de la cual la unidad tropística se orienta. Hemos de empezar por la individuación, por el ser
entendido en su centro y en relación con su espacialidad y su devenir, y por un individuo
sustancializado, enfrentado a un mundo externo a él.
Lo que queremos decir con esta observación es que lo a priori y lo a posteriori no se van a
encontrar en el conocimiento mismo. No representan ni la forma ni la materia del
conocimiento -ya que no son conocimiento-, sino los polos de una díada preindividual y
son, por consiguiente, prenoéticos. La ilusión de que hay formas a priori se deriva de la
preexistencia de condiciones previas de totalidad en el sistema preindividual, cuyas
dimensiones son mayores que las del individuo sometido a ontogénesis. Por otro lado, la

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ilusión de que lo a posteriori es aplicable se puede explicar por la existencia de una
realidad cuyo orden de magnitud es inferior al individuo visto a la luz de modificaciones
espacio-temporales. Un concepto no es ni a priori ni a posteriori, sino a praesenti, porque
es una comunicación informativa e interactiva entre lo que es mayor que el individuo y lo
que es menor.
El mismo método bosquejado en líneas anteriores se puede utilizar para explorar la
afectividad y la emotividad que constituyen la resonancia del ser en relación consigo
mismo y que conectan al ser individuado con la realidad preindividual asociada a él, del
mismo modo que la unidad tropística y la percepción lo ponen en relación con el medio. La
psique se compone de individuaciones sucesivas, lo que permite al ser resolver sus estados
problemáticos, efectuando comunicaciones permanentes entre lo que es mayor que él y lo
que es menor.
No obstante, la resolución de la psique no puede tener lugar sólo en el nivel del ser
individuado. Constituye las bases de la participación en una individuación más amplia, la
de la colectividad. Si el ser individual se cuestiona a sí mismo, pero a nada más, no es
capaz de sobrepasar los límites de la ansiedad, porque ésta es un proceso sin acción, una
emoción permanente que no logra resolver la afectividad, un reto en el que el ser
individuado explora las dimensiones de su ser sin ser capaz de superarlas. A lo colectivo
entendido como axiomática que resuelve la problemática psíquica corresponde el concepto
de lo transindividual.
Este conjunto de conceptos revisados se apoya en la hipótesis de que una información
nunca guarda relación una realidad única y homogénea, sin con dos órdenes que se
encuentran en proceso de ser “dispares”. La información, ya sea en el nivel de la unidad
tropística o en el de lo transindividual, no se transmite en un formato que quepa presentar
de manera sencilla. Es la tensión entre dos realidades dispares, es el significado que surge
cuando un proceso de individuación revela la dimensión a través de la cual dos realidades
dispares juntas se convierten en un sistema. Si es así, la información actúa en realidad
como instigación a la individuación, como necesidad de individuar, nunca es algo que se de
sin más. La unidad y la identidad no son inherentes a la información por ésta no es en sí
misma un término. Porque que haya información presupone que hay un conflicto en el
sistema del ser: la información tiene que ser inherente a una problemática, y a que
representa aquello por lo que la incompatibilidad dentro del sistema no resuelto se
transforma en una dimensión organizadora en su resolución. La información implica un
cambio de fase en el sistema, porque comporta la existencia de un estado preindividual
primitivo que no es individuado de acuerdo con los dictados de la organización incipiente.
La organización proporciona la fórmula seguida por la individuación, así que la fórmula no
podría existir antes de esta individuación. Cabría decir que la información existe siempre en
el presente, que es siempre contemporánea, porque produce el significado según el cual un
sistema es individuado (7).
El concepto de ser que presentamos aquí es, por tanto, el siguiente: un ser no posee una
unidad en su identidad, que es la del estado estable dentro del cual ninguna transformación
posible, sino que tiene una unidad transductiva, es decir, puede desfasarse, puede, en todos
los campos, romper sus propios vínculos en relación con su centro. Lo que suponemos que
es una relación o una dualidad de principios es en realidad el despliegue del ser, que es
más que una unidad y más que una identidad; el devenir es una dimensión del ser, no algo
que le ocurre tras una sucesión de acontecimientos que afectan a un ser ya dado desde el

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principio y sustancial. La individuación ha de entenderse como el devenir del ser y no como
un modelo del ser que agotaría su significado. El ser individuado no es el ser total ni el ser
primario. En vez de entender la individuación utilizando como punto de partida el ser
individuado, hemos de entender el ser individuado desde el punto de vista de la
individuación y la individuación desde el punto de vista del ser preindividual, operando
cada uno en muchos órdenes distintos de magnitud.
Pretendemos, por tanto, estudiar las formas, modos y grados de individuación a fin de situar
con exactitud al individuo en el ser más amplio según los tres niveles de lo físico, lo vital y
lo psicosocial (8). En vez de presuponer la existencia de sustancias con objeto de explicar la
individuación, nos proponemos considerar los diferentes regímenes de individuación en
tanto que proveedores de la base de distintas esferas, como la materia, la vida, la mente y la
sociedad. La separación, la gradación y las relaciones de estas esferas se presentan como
aspectos de la individuación según sus distintas modalidades. Los conceptos de sustancia,
forma y materia son sustituidos por las nociones fundamentales de información primaria,
resonancia interna, energía potencial y órdenes de magnitud.
No obstante, para modificar nuestros conceptos de este modo tendremos que emplear un
nuevo método y un nuevo concepto. El método animaría, por un lado, a rechazar la
construcción de la esencia de una realidad dada por medio de una relación conceptual entre
dos términos opuestos, y por el otro, a considerar toda relación verdadera como algo que
existe por derecho propio. La relación representa, por tanto, una de las modalidades del ser,
ya que es contemporánea de los dos términos cuya existencia subscribe. Una relación ha de
entenderse en su papel de relación en el contexto del ser mismo, como una relación que
pertenece al ser, es decir, una forma de ser y no una simple conexión entre dos términos
que se podrían considerar adecuadamente utilizando conceptos porque los dos disfrutan de
lo que equivale a una existencia independiente. Es porque los términos se conciben como
sustancias por lo que la relación se entiende como una conexión entre dos términos y el ser
se divide en estos términos porque se le concibe como sustancia desde el principio, antes de
plantear ninguna cuestión acerca de la individuación. Por otro lado, sin embargo, si ya no se
concibe el ser utilizando el modelo de sustancia, es posible pensar en la relación como en
una relación de la no identidad del ser consigo mismo, lo que significa que el ser no
contiene sólo lo que es idéntico a él, con el resultado de que el ser como ser –previo a toda
individuación- puede ser entendido como algo más que una unidad y más que identidad (9).
Este método presupone establecer un postulado de naturaleza ontológica. Los principios de
tercio excluso y de identidad son inaplicables en el nivel de ser, puesto que en este punto la
individuación todavía no se ha producido; sólo se aplican al ser después de que la
individuación haya tenido lugar y se refieren a un ser bastante disminuido debido a que ha
sido dividido en medio e individuo. No se refieren al conjunto del ser, es decir, a la
totalidad que constituirán más tarde el individuo y el medio, sino sólo a lo que deviene en el
individuo, derivado del ser preindividual anterior. Por consiguiente, vemos que no se puede
utilizar la lógica clásica para comprender la individuación utilizando conceptos e
interrelaciones entre ellos, que son sólo válidos para los resultados del proceso de
individuación, lo cual constituye, en el mejor de los casos, un punto de vista limitado.
Cabe extraer un concepto nuevo, con gran variedad de aspectos y muchos campos de
aplicación, de este método que considera el principio de identidad y de tercio excluso
demasiado limitados: la transducción. Este término denota un proceso -ya sea físico,
biológico, mental o social- en el que una actividad se pone gradualmente en marcha,
propagándose dentro de un área dada, a través de una estructuración de las diferentes zonas

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del área sobre las que actúa. Cada región de la estructura constituida de esta forma sirve
entonces para constituir la siguiente hasta tal punto que, al mismo tiempo que se efectúa
esta estructuración, está teniendo lugar una modificación progresiva. La imagen más
sencilla del proceso transductivo es la del cristal, que comienza siendo una pequeña semilla
que crece y se extiende en todas las direcciones en su fluido materno. Cada capa de
moléculas ya constituida sirve de base estructuradora de la capa que se va a formar a
continuación y el resultado es una estructura reticular amplificadora. El proceso
transductivo es, por tanto, una individuación en marcha. Desde el punto de vista físico,
cabría decir que se produce en su forma más simple a modo de una iteración progresiva; sin
embargo, en el caso de esferas más complejas, como la de la metaestabilidad viva o la
problemática psíquica, podría desarrollarse a un ritmo constantemente variable y
expandirse en un área heterogénea. La transducción se produce cuando hay actividad, tanto
estructural como funcional, que comienza en el centro del ser y se extiende en varias
direcciones desde este centro, como si múltiples dimensiones del ser se estuvieran
expandiendo en torno a este núcleo central. Es la aparición correlativa de dimensiones y
estructuras en un ser en estado de conflicto preindividual, es decir, en un ser que es más que
unidad y una identidad y que no se ha desfasado todavía para dar lugar a otras dimensiones
múltiples. Los términos últimos a que este proceso transductivo llega finalmente no existen
previamente a este proceso. El dinamismo deriva del conflicto primitivo del sistema del ser
heterogéneo, que se desfasa y desarrolla más dimensiones sobre las que basa su estructura.
No procede de un conflicto entre los términos que se encontrarán y registrarán en los
límites extremos de la transducción (10). La transducción puede ser un proceso vital;
expresa en particular el sentido de individuación orgánica. Puede ser también un proceso
físico y, de hecho, un proceso lógico, aunque en absoluto restringido a la mentalidad lógica.
En el campo del conocimiento traza el curso real de la invención, que no es ni inductivo ni
deductivo, sino transductivo, lo que significa que corresponde a un descubrimiento de las
dimensiones según las cuales se puede definir una problemática. Es el proceso analógico en
la medida en que es vago. Este concepto se puede utilizar para entender las distintas áreas
de individuación; se aplica a todos los casos en que se produce una individuación que
revela génesis de una red de relaciones basadas en el ser. La posibilidad de utilizar una
transducción analógica a fin de entender determinada área de la realidad, demuestra que
este área es el lugar donde se ha producido una estructuración analógica. La transducción
corresponde a la presencia de las relaciones creadas cuando el ser preindividual se hace
individuado. Expresa la individuación y nos permite entender su funcionamiento,
mostrando que es a la vez un concepto metafísico y lógico. Aunque pueda aplicarse a la
ontogénesis, es también la ontogénesis misma. Objetivamente, nos permite considerar las
condiciones previas sistemáticas de la individuación, la resonancia interna (11) y la
problemática psíquica. Lógicamente, se puede utilizar como base de una especie nueva de
paradigmas analógicos de manera que podamos pasar de la individuación física a la
orgánica, de la individuación orgánica a la psíquica y de la individuación psíquica al nivel
subjetivo y objetivo de lo transindividual que constituye la base de nuestra investigación.
Es evidente que no se puede presentar la transducción como un procedimiento lógico que
culmina en una prueba concluyente. Ni es nuestra intención afirmar que la transducción es
un proceso lógico en el sentido en que se entiende actualmente esta expresión. Nosotros la
contemplamos como un procedimiento mental, o mejor aún, como el curso que sigue la
mente en su viaje de descubrimiento. Este curso sería seguir al ser desde el momento de su
génesis, para ver la génesis del pensamiento constantemente hasta su finalización, al
mismo tiempo que la génesis del objeto alcanza su propia finalización. En esta

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investigación, dicho curso está obligado a desempeñar una función que la dialéctica es
incapaz de cumplir, porque el estudio del proceso de individuación no parece corresponder
a la aparición de la negación que sigue a modo de segunda fase, sino a una inmanencia de
la negativa del estado primario, la condición previa de lo que sigue, en la forma
ambivalente de conflicto e incompatibilidad. De hecho, es el elemento más positivo del ser
individual -a saber, la existencia de potenciales- lo que constituye también la causa de la
incompatibilidad y la no estabilidad de este estado. La negación es primariamente una
incompatibilidad ontogénica, pero también el otro aspecto de la abundancia de potenciales.
No es, por tanto, una negación que es sustancia. Jamás es una fase o etapa, y la
individuación no es síntesis, retomo a la unidad, sino el ser desfasándose por medio de la
potencialización de las incompatibilidades de su centro preindividual. En esta perspectiva
ontogénica, el tiempo mismo se considera como la expresión de la dimensionalidad del ser
cuando se esta individualizando.
La transducción, por tanto, no es sólo una vía que toma la mente, sino también una
intuición, ya que permite a una estructura aparecer en un campo de problemáticas
proporcionando una solución a los problemas presentes. Sin embargo, al contrario que la
deducción, la transducción no busca en otras partes un principio para resolver el problema
en cuestión, sino que deriva la estructura resolutoria de los mismos conflictos que hay en el
campo, del mismo modo que la solución supersaturada se cristaliza debido a sus propios
potenciales y a la naturaleza de las sustancias químicas que contiene y no con ayuda de un
cuerpo extraño. Tampoco es comparable a la inducción, porque ésta conserva el carácter de
los términos de la realidad tal como se entiende en el área sometida a investigación -
derivando las estructuras del análisis de estos mismos términos-, pero sólo conserva lo que
es positivo, es decir, lo que es común a todos los términos, eliminando todo lo que sea
singular. La transducción, por el contrario, representa un descubrimiento de dimensiones
que el sistema crea con fines de comunicación para cada uno de los términos, de modo que
la realidad total de los términos de cada una de las áreas tenga cabida en las estructuras
recién descubiertas sin sufrir pérdida ni reducción. La transducción que resuelve cosas
efectúa la conversión de lo negativo en lo positivo: el significado, lo que hace que los
términos no sean idénticos y lo que los hace dispares (en el sentido en que se entiende esta
expresión en la teoría de la visión), está integrado en el sistema que resuelve cosas y que se
convierte en una condición del significado. No hay empobrecimiento de la información
contenida en los términos: la transducción se caracteriza por el hecho de que el resultado de
este proceso es una red concreta que incluye todos los términos originales. El sistema
resultante se compone de lo concreto y abarca todo lo concreto. El orden transductivo
conserva todo lo concreto y se caracteriza por la conservación de la información, mientras
que la inducción hace necesaria una pérdida de información. A semejanza de la dialéctica,
la transducción conserva e integra los aspectos contrarios; pero a diferencia de ella, no
presupone la existencia de un período previo que actúe a modo de marco donde la génesis
se despliega, siendo al mismo tiempo la solución y la dimensión de la sistemática
descubierta: el tiempo procede de lo preindividual del mismo modo que las demás
dimensiones que determinan la individuación (12).
Ahora bien, para comprender el proceso transductivo, que constituye la base de la
individuación en sus diversos niveles, el concepto de forma es insuficiente. Esta forma
parte del mismo sistema de pensamiento que la sustancia o de aquel donde se considera que
una conexión es una relación posterior a la existencia de los términos. Estos últimos
conceptos se han elaborado sobre la base de los resultados de la individuación. Sólo

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consideran una realidad empobrecida y que no tiene en cuenta los potenciales; por
consiguiente, no pueden ser individualizados.
El concepto de forma tiene que ser sustituido por el de información, lo que presupone la
existencia de un sistema en estado de equilibrio metaestable susceptible de ser individuado.
La información, a diferencia de la forma, no es nunca un término singular, sino el
significado que surge después de que dos cosas se hagan dispares. El antiguo concepto de
forma, tal como lo expone el modelo hilomórfico, es demasiado independiente de todo
concepto de sistema y metaestabilidad. El que presente la teoría de la forma incluye, en
cambio, el concepto de sistema y se define como el estado hacia el que el sistema tiende
cuando busca equilibrio, lo que significa que es una resolución de conflicto. Por desgracia,
nuestra dependencia de un paradigma físico superficial ha hecho que la teoría de la forma
sólo considere el estado de equilibrio como el estado de un sistema capaz de resolver
conflictos. No ha tenido en cuenta en absoluto la metaestabilidad. Quisiéramos considerar
aquí la teoría de la forma de nuevo e, introduciendo una condición previa cuántica,
demostrar que los problemas planteados por dicha teoría se pueden resolver directamente -
no utilizando el concepto de equilibrio estable, sino usando sólo el de equilibrio
metaestable. La Forma Verdadera no es por tanto, la forma simple, la forma geométrica
plena, sino la forma significante, es decir la que establece un orden transductivo en un
sistema de realidad repleto de potenciales. Esta Forma Verdadera es la que mantiene el
nivel de energía del sistema, pues conserva sus potenciales haciéndolos compatibles. Es la
estructura de compatibilidad y viabilidad, es la dimensionalidad inventada como
consecuencia de la cual hay compatibilidad sin degradación (13). El concepto de Forma
tiene, por tanto, que ser sustituido por el de información. En el transcurso de esta
sustitución, el concepto de información no ha de asociarse al de señales, soportes o
vehículos de información, como la teoría tecnológica de la información tiende a hacer,
extraída como está fundamentalmente por abstracción de la tecnología de la transmisión.
Por tanto, es preciso proteger por partida doble el concepto puro de forma de los males
resultantes del uso superficial de un paradigma tecnológico: en primer lugar, en relación
con la cultura de la Antigüedad, debido al uso reduccionista que se hace de él en el modelo
hilomórfico, y en segundo lugar, donde existe como concepto de información, a fin de
salvar la información como significado de la teoría tecnológica de la información en la
cultura moderna. En cuanto a las teorías sucesivas del hilomorfismo, encontramos el mismo
objetivo que en el caso de la Forma Verdadera y de la información: el intento de descubrir
la herencia de los significados dados en el ser. Nuestro objetivo es descubrir esta herencia
en el proceso de individuación.
De este modo, una investigación sobre la individuación puede provocar una reforma de
nuestros conceptos filosóficos fundamentales, porque cabe considerar la individuación
como lo que ha de entenderse antes que ninguna otra cosa en el caso de un ser dado.
Incluso antes de preguntarnos hasta qué punto es o no legítimo hacer juicios acerca de un
ser, cualquiera que sea éste, cabe considerar al ser como algo que se expresa en dos
sentidos: en primer lugar y fundamentalmente, el ser es en la medida en que es, pero en un
segundo sentido, que se superpone siempre al primero en la teoría de la lógica, el ser es un
ser en la medida en que está individuado. Si fuera cierto que la lógica no es aplicable a
ninguna afirmación relativa al ser hasta que no se haya producido la individuación, se
debería desarrollar una teoría del ser tal como existe con anterioridad a toda lógica. Esta
teoría podría, de hecho, servir de base a la lógica, puesto que nada prueba de antemano que
haya sólo una forma posible de individuación del ser. Si existiesen muchos tipos de

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individuación, debería haber igualmente muchos tipos de lógica, correspondiente cada uno
de ellos a un tipo definido de individuación. La clasificación de las ontogénesis nos
permitiría pluralizar la lógica sobre una base válida de pluralidad. En cuanto a la
axiomatización de nuestro conocimiento del ser individual, no se puede limitar a una de las
lógicas establecidas previamente, porque es imposible definir ninguna norma o sistema sin
tener en cuenta su contenido. Sólo la individuación del pensamiento realizándose puede
acompañar la individuación de seres que no son pensados. Por tanto, no podemos tener un
conocimiento inmediato ni mediato de la individuación, sino sólo uno que sea un proceso
paralelo al proceso con el que ya estamos familiarizados. No podemos conocer la
individuación en el sentido corriente de la expresión, sólo podemos individuar,
individuarnos nosotros mismos y en nosotros mismos. En la periferia del conocimiento
propiamente dicho, esta comprensión es una analogía entre dos procesos, lo cual es un
modo específico de comunicación. La individuación de la realidad más allá del sujeto tal
como la entiende el sujeto gracias a la individuación análoga del conocimiento dentro del
sujeto. Pero es por medio de la individuación del conocimiento y no por el conocimiento
solo como se entiende la individuación de seres que no son sujetos. Los seres se pueden
conocer por medio del conocimiento del sujeto, pero la individuación se los seres no se
puede entender más que por la individuación del conocimiento del sujeto.

NOTAS
(1) Además, es muy posible que no se tenga que concebir el medio como un fenómeno
simple, homogéneo y uniforme, sino como algo que, desde su comienzo mismo, está
caracterizado por un conflicto de fuerzas entre los dos órdenes extremos de magnitud que
mediatizan al individuo cuando cobra existencia.

(2) Y la constitución, entre los dos extremos, de un orden mediato de magnitud; en cierto
sentido, cabe considerar como mediación el mismo devenir ontogénico.

(3) Existían equivalentes normativos e intuitivos del concepto de metaestabilidad en el


mundo antiguo; pero, puesto que el concepto de metaestabilidad requiere en general la
existencia simultánea de dos órdenes de magnitud y la ausencia de comunicación
interactiva entre ellos, este concepto se debe en gran medida a los descubrimientos
realizados por el progreso científico.

(4) Es por medio de esta autoinserción como cabe considerar al ser vivo como el producto
del intercambio informativo al convertirse en un nudo de comunicación interactiva entre un
orden de realidad dimensionalmente superior a la suya y un orden inferior cuya
organización emprende.

(5) Esta mediación interna puede producirse como una continuación de la mediación que
alcanza el individuo vivo, permitiendo, por tanto, al ser vivo poner en relación dos órdenes
distintos de magnitud: el del nivel cósmico (como la energía luminosa del sol, por ejemplo)
con el del nivel intermolecular.

(6) En concreto, la relación con el medio no se puede concebir, ni antes ni durante la


individuación, como relación con un medio singular y homogéneo. El medio es en sí mismo

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un sistema, un agrupamiento sintético de dos o más niveles de realidad que no se
comunicaban entre sí antes de la individuación.

(7) Esta afirmación no tiene por objeto cuestionar la validez de las teorías cuantitativas de
la información y de los órdenes de complejidad pero se apoya en el supuesto de que existe
un estado fundamental -el del ser preindividual- que es anterior a toda dualidad de emisor y
receptor y, por consiguiente, a todo mensaje transmitido. El residuo de este estado
fundamental en el ejemplo clásico de la información transmitida en forma de mensaje no es
la fuente de la información, sino la condición previa primordial sin la que no hay efecto de
información, es decir, ninguna información. Esta condición previa es la metaestabilidad del
receptor, ya sea la de un ser técnico o la del individuo vivo. Cabria denominar a esta
información “información primaria”.

(8) L’individu et sa genèse physico-biologique: L’Individuation à la lumière des notions de


forme et d’information, París, P.U.F., 1964. El presente ensayo constituye la introducción
de esta obra.

(9) Por encima de todo, habría que señalar que la multiplicidad de órdenes de magnitud y la
ausencia primordial de comunicación interactiva entre ellos son parte integrante de toda
forma de entender así el ser.

(10) Expresa, por el contrario, la heterogeneidad primordial de los dos niveles de realidad,
uno mayor que el individuo -el sistema de totalidad metaestable- y otro más pequeño que
él, tal como un trozo de materia. Entre estos dos órdenes primordiales de magnitud, el
individuo se desarrolla a través de un proceso de comunicación amplificadora, cuya forma
más primitiva es la transducción, ya presente en la individuación fisica.

(11) La resonancia interna es la forma más primitiva de comunicación entre realidades de


órdenes diferentes. Está compuesta de un proceso doble de amplificación y condensación.

(12) Este proceso se desarrolla paralelamente al de la individuación vital. Una planta


establece una mediación entre un orden cósmico y un orden inframolecular, clasificando y
distribuyendo las distintas sustancias químicas contenidas en el suelo y la atmósfera por
medio de la energía solar obtenida de la fotosíntesis. Es un punto focal interelemental y se
desarrolla como una resonancia interna de este sistema preindividual consistente en dos
capas de realidad que originalmente no estaban en contacto entre sí. El punto focal
interelemental desempeña una función infraelemental.

(13) De este modo, la forma se presenta como comunicación activa, la resonancia interna
que efectúa la individuación se presenta con el individuo.

[FIN]

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