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Estudio bíblico de Juan 4:15-54

Juan 4:15-54
Continuamos hoy considerando el encuentro de Jesús con la mujer
samaritana, aquí en el capítulo 4 del evangelio según San Juan. Y
decíamos en nuestro programa anterior, que ésta mujer, que en un
principio se había mostrado atrevida y descortés, tuvo un cambio de
actitud, mostrándose más receptiva. Sin embargo, ella todavía estaba
pensando solamente en lo físico y por eso no pudo elevar sus
pensamientos más allá del nivel del agua del pozo al cual había ido
para sacar agua. Dijimos también, que ella se había identificado como
descendiente de Jacob, quien había cavado ese pozo. Y vimos que
Jesús en su respuesta, le aclaró que Él no estaba hablando sobre el
agua del pozo de Jacob. Sólo la estaba usando como un contraste con
el agua de Vida. Destacamos también que hay multitudes hoy en día
que constantemente buscan y encuentran el agua física. Sin
embargo, no son tantos los que están buscando el agua espiritual.
Pero, en nuestro relato observemos ahora que Jesús había
despertado un deseo por esta agua espiritual en el corazón de esta
mujer. Leamos entonces el versículo 15 de este capítulo 4 de San
Juan:
"La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed
ni venga aquí a sacarla."
Vemos que ella tenía sed del agua espiritual, pero le resultaba muy
difícil apartar su pensamiento del agua de ese pozo. Dice el versículo
16:
"Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá."
Esta fue una pincelada maestra de Jesús. El agua está a disposición
de todos, pero hay una condición. Se precisa tener sed, es decir,
debe haber una necesidad. Por lo tanto, ella debía reconocer que era
pecadora.
La frase "Ve, llama a tu marido" entraba en un Tema delicado. Pero,
notemos ahora que la mujer nuevamente se puso impertinente.
Leamos los versículos 17 y 18:
"Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has
dicho: No tengo marido, porque cinco maridos has tenido y el que
ahora tienes no es tu marido. Esto has dicho con verdad."
Ella tenía razón en cuanto a eso. Vivía en adulterio. Nuestro Señor
insistió en que cuando uno viene a Él, tiene que reconocer y confesar
su pecado. Todos los secretos tienen que ser descubiertos delante de
Él. Uno de los motivos para que aquella mujer no fuese tan popular
entre las mujeres del pueblo era su popularidad entre los hombres
del pueblo. La mujer estaba conmovida con lo que Jesús le ha dicho
pero, parece que ella quiso cambiar de Tema y empezar una
discusión sobre un Tema religioso. Observemos lo que dijo en los
versículos 19 y 20:
"Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros
padres adoraron en este monte, pero vosotros decís que en Jerusalén
es el lugar donde se debe adorar."
Ahora, para aquella conversación, éste era un buen argumento
religioso. ¿Dónde debía uno adorar? ¿En ese monte, o en Jerusalén?
En aquel entonces éste era un Tema de controversia.
Hoy en día, hay muchas personas que quieren implicarse en polémica
en cuanto a la religión, pero no quieren vivirla. Estamos persuadidos
que la mayor parte de la superficialidad que muestran los que
profesan ser cristianos, se debe a que hay un encubrimiento de
pecado. Hay mucha hipocresía, concesiones a la maldad y una
negativa a hacer frente al pecado. Es fácil destacar el pecado que los
moabitas cometieron hace unos 4000 años. Pero, ¿qué diremos de
nuestros propios pecados en la actualidad? Hay cierto temor, por
parte de los que exponen la Biblia, en tratar el problema del pecado
en las vidas de los cristianos, estimulándoles a que los confiesen a
Dios para restaurar su vida espiritual.
Pues bien, nuestro Señor no evitó la cuestión del pecado personal.
Creemos que si usted de veras tiene dudas o preguntas sinceras, el
Señor le revelará la solución. De modo que nuestro Señor, trató el
Tema que esta mujer había planteado. Leamos ahora los versículos
21 y 22, de este capítulo 4 de San Juan:
"Jesús le dijo: Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este
monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no
sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene
de los judíos."
Para esta mujer lo importante era averiguar si debía adorar a Dios en
este monte donde los samaritanos le adoraban, o si debía ir a
adorarle a Jerusalén, donde lo hacían los judíos. Y Jesús le dijo que
vendría el día cuando Dios no sería adorado en ninguno de los dos
lugares. ¿Por qué? La frase "la salvación viene de los judíos". Quería
decir que la salvación estaba disponible a través de Jesús, que era
judío y descendiente de Abraham. Continuemos ahora leyendo los
versículos 23 y 24:
"Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre
tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo
adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren."
Por eso, estimado oyente, el lugar donde usted adora a Dios no es lo
importante. Lo relevante no es dónde, sino cómo le adora. Nuestro
Señor le contestó muy adecuadamente. Dios es Espíritu, y el énfasis
aquí no se refiere a optar por un lugar u otro. Los que le adoran de
verdad, deben adorarle conforme al Espíritu de Dios y a la verdad.
Dice el versículo 25:
"Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo;
cuando él venga nos declarará todas las cosas."
Incluso los samaritanos esperaban la venida del Mesías. Y esto es
algo muy interesante. Hoy en día, la segunda venida de Cristo es
esperada y anhelada por aquellos que son de Él. Los que no son
creyentes en verdad, aunque mantengan una membresía formal en
una iglesia, tienen una especie de presentimiento constante de que
pueda venir Jesucristo. Aunque digan que no creen en su segunda
venida, la posibilidad de que Jesucristo vuelva pronto, es algo que les
perturba continuamente.
Hace muchos años, un ateo en Londres declaró que lo que más le
perturbaba, era que la Biblia pudiera ser verdad, y que Jesús pudiese
venir otra vez. Si Él viniera, éste hombre se daba cuenta de que se
hallaría en dificultades. Y estimado oyente, en ese caso, es muy
cierto que tal persona se hallaría en una situación problemática.
Observemos ahora que esta mujer samaritana tenía un interés
profundo y un vivo anhelo en su corazón. Los versículos 25 y 26,
dicen:
"Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo;
cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy,
el que habla contigo."
Cuán majestuosa y sublime fue esta declaración. Ésta mujer ahora se
hallaba cara a cara con el Salvador del mundo, con el Mesías.
Estimado oyente, la pregunta que nos gustaría hacerle a usted hoy,
no importa quién sea, dónde se encuentre, o cómo sea su situación,
es la siguiente: ¿se ha hallado usted alguna vez cara a cara con el
Señor Jesucristo, como ésta mujer se encontró un día? Ella se halló
en Su presencia. Porque el mismo Señor le respondió: "Yo soy, el que
habla contigo". Continuemos con los versículos 27 al 29:
"En esto llegaron sus discípulos y se asombraron de que hablara con
una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o ¿Qué
hablas con ella? Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y
dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo
cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?"
Esta mujer había aceptado al Señor Jesús por fe, y entonces corrió a
la ciudad para contárselo a otros. Fíjese usted que no habló con las
mujeres porque ella no hablaba ni se trataba con ellas. Algunos de
esos hombres tenían relación con ella y estaban muy interesados en
saber si este Jesús de quien ella hablaba, podía de veras contar todo
lo que ella había hecho. Por tanto, veamos lo que sucedió, leyendo el
versículo 30:
"Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él."
Los hombres vinieron a ver a Jesús a causa del testimonio de la
mujer. Y es muy importante que veamos eso. El hecho de que la
mujer testificara a otros, fue una evidencia de su fe Continuemos con
los versículos 31 al 34:
"Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Maestro, come. Él
les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis.
Entonces los discípulos se decían entre sí: ¿Le habrá traído alguien de
comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me
envió y que acabe su obra."
El motivo por el cual Jesús pasó por Samaria, fue hacer la voluntad
del Padre, alcanzando a esta mujer. En los versículos 35 al 38, el
Señor continuó hablando con sus discípulos, diciéndoles:
"¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la
siega? Yo os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya
están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario y recoge
fruto para vida eterna, para que el que siembra se goce juntamente
con el que siega. En esto es verdadero el dicho: Uno es el que
siembra y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que
vosotros no labrasteis; otros labraron y vosotros habéis entrado en
sus labores."
Recuerde usted que esto tuvo lugar en el mes de Diciembre, y el
tiempo de la siega en esa región sería en el mes de Abril. Creemos
que en esta época en que vivimos, nuestro trabajo es el de sembrar.
Por medio de la radio, tratamos de sembrar la Palabra de Dios.
Creemos que las iglesias y las diferentes organizaciones cristianas
son las que segarán. Estamos llegando a muchísimas personas, que
desean saber a dónde ir para ser instruidas en la Palabra de Dios.
Personas que han escuchado la transmisión del mensaje del evangelio
y desean saber más de la Palabra de Dios. Por lo tanto, asisten a
iglesias donde se enseña la Palabra de Dios. Continuemos ahora con
el versículo 39 de este capítulo 4 de San Juan:
"Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la
palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo
que he hecho."
Muchos fueron alcanzados en Samaria, a través de ésta mujer, que
tenía un pasado de dudosa moralidad. Continuemos ahora leyendo
los versículos 40 al 42:
"Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedara
con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron por la
palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por lo
que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que
verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo."
¡Qué relato más maravilloso tenemos aquí! Vinieron al agua Viva y
bebieron de Él. La única condición era la de tener sed. Estimado
oyente, usted nunca sabrá que tiene sed hasta que se de cuenta de
que es pecador. El profeta Isaías dijo en el capítulo 55, versículo 1,
de su libro: "A todos los sedientos: Venid a las aguas;" Y en el
capítulo 7 de este evangelio de Juan, versículo 37, leemos: "Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba". Estas palabras serían pronunciadas
más adelante, cuando el Señor Jesús puesto en pie en el templo, alzó
la voz, proclamando esta invitación. El Agua de Vida fue y es
actualmente ofrecida a cualquiera. Pero la condición era, y es hoy en
día, tener sed. Pues bien, en aquella ocasión, fueron muchos los
samaritanos que vinieron a Jesús y bebieron.
También en nuestro tiempo encontramos situaciones similares a ésta.
Son muchos los que llegan a conocer a Cristo por medio de la
influencia de otros. De hecho, es el efecto que tiene una vida sobre
otras vidas y el impacto de una personalidad sobre otra, lo que
muchas veces impulsa a una persona a conocer a Cristo. Pero nuestra
fe tiene que mantenerse en algo que sea más sólido, más seguro que
simplemente una persona humana.
Un joven puede tener padres extraordinarios, y por medio de su
influencia, llegar a conocer a Cristo, y vivir según el ejemplo de
aquellos padres. Pero, si este joven no tiene ningún contacto personal
con Cristo mismo, entonces, más tarde, cuando ya no tenga la
influencia de sus padres, le veremos tropezando y cayendo. Y, a lo
largo de los años, hemos visto muchos de estos casos. Ejercer una
influencia sobre otro, para guiarle a Cristo, es una maravillosa
experiencia. Pero no deje, estimado oyente, que las cosas se queden
allí. Asegúrese que el individuo tenga su propio contacto y relación
personal con Jesucristo. Vemos que esto fue lo que sucedió con
aquellos samaritanos, que manifestaron que no creían sólo por lo que
aquella mujer les había contado, sino porque ellos mismos habían
oído personalmente a Jesús, conociéndole como el Salvador del
mundo. Y así terminó el episodio del encuentro de Jesús con la mujer
samaritana.
Y llegamos ahora, leamos los versículos 43 al 46, de este capítulo 4
del evangelio según San Juan, donde
Jesús sanó al hijo de un noble en Capernaum
"Dos días después salió de allí y fue a Galilea, pues Jesús mismo dio
testimonio de que al profeta no se le honra en su propia tierra.
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron, pues habían visto
todas las cosas que había hecho en Jerusalén, en la fiesta, porque
también ellos habían ido a la fiesta. Fue, pues, Jesús otra vez a Caná
de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había en
Capernaúm un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo."
Observemos que Juan nuevamente presentó los datos geográficos, al
narrar este incidente. Jesús salió de Samaria y se dirigió a Galilea, y
muchos galileos creyeron en Él porque le habían visto en la fiesta, y
habían observado las cosas que Él había hecho. Después, fue a Caná
de Galilea porque allí había un noble cuyo hijo se encontraba en
Capernaúm. Leamos el versículo 47:
"Cuando oyó aquél que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a
él y le rogó que descendiera y sanara a su hijo, que estaba a punto
de morir."
Aquí tenemos a un padre que ejerció fe a favor de su hijo. Y esto
ilustra lo que acabamos de decir. Asegúrese, estimado oyente, de
que su propio hijo tenga un contacto personal con Jesucristo. Lo
esencial habría sido que aquel padre trajera a su hijo a Cristo.
Creemos que tenemos el derecho de esperar que nuestros seres
queridos lleguen a conocer a Cristo. Debemos ejercer nuestra propia
influencia sobre las vidas de otros. Creemos que usted tiene que ser
un testigo ante sus seres queridos, y tiene que revelar en su propia
vida que tiene una fe viva en Cristo y que ésta es una experiencia
que funciona en la vida práctica.
Estimado oyente, si usted tiene hijos, recuerde que su propia vida
ejerce una influencia poderosa sobre los demás. Pero volvamos a
nuestro relato y leamos los versículos 48 al 50:
"Entonces Jesús le dijo: Si no veis señales y prodigios, no creeréis. El
oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera.
Jesús le dijo: Vete, tu hijo vive. El hombre creyó la palabra que Jesús
le dijo, y se fue."
Este hombre protestó porque no buscaba simplemente señales,
milagros o prodigios. Él quería que su hijo fuera sanado. Y esto era lo
único que le interesaba. Jesús entonces respondió a la fe de este
hombre y sanó al muchacho. Y así ocurrió un milagro maravilloso.
Pero, fue una lástima que este padre no trajera a su hijo a la
presencia de Cristo, lo que era realmente importante, aunque quizás
le trajo después de que fuese sanado. Vemos que la mujer
samaritana, que había sido la mujer mala, trajo a los hombres de su
ciudad para que éstos se encontraran cara a cara con el Señor
Jesucristo. A usted, estimado oyente, le es posible tener influencia
sobre otros. Quizás usted sea el único que puede alcanzar a una
determinada persona, para conducirla a un encuentro personal con
Cristo. Y ahora, leamos los versículos finales, desde el 51 al 54:
"Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirlo, y le
informaron diciendo: Tu hijo vive. Entonces él les preguntó a qué
hora había comenzado a mejorar. Le dijeron: Ayer, a la hora
séptima, se le pasó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella
era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive. Y creyó él con
toda su casa. Esta segunda señal hizo Jesús cuando fue de Judea a
Galilea."
Es difícil estar exactamente seguros de la hora que Juan utilizó.
Según la hora romana, esto habría ocurrido alrededor de las siete de
la noche. El padre esperaba que toda su familia conociera a Cristo.
Cada uno de ellos tendría que ejercer una fe personal, pero este
hombre, había ejercido su influencia en ellos para conducirles hacia
Cristo. Este fue el segundo milagro que hizo Jesús, y recordemos que
Juan utilizó la palabra "señal" para referirse a aquellos milagros. Y así
concluimos nuestro estudio del capítulo 4 del Evangelio de Juan. Y,
estimado oyente, esperamos que al considerar estos incidentes de
personas tan diversas que tuvieron un encuentro personal con Jesús,
recuerde Ud. que Jesús es el camino para llegar a la presencia de
Dios. Es necesario reconocer nuestra condición personal y aceptar la
obra de la redención que Jesús realizó en la cruz a favor nuestro,
ocupando nuestro lugar, para recibir así el perdón y la vida eterna.

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