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Estudio bíblico de Hechos 4:23-5:23

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Programación diaria

Hechos 4:23-5:23
Nuestro pasaje bíblico hoy, es el libro de los Hechos, capítulo 4,
versículo 23 al capítulo 5, versículo 23.
Así, continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 4 de los Hechos
de los Apóstoles. En nuestro programa anterior comenzamos a
considerar el poder del Espíritu Santo actuando en la primera Iglesia
cristiana.
Quisiera leer una vez más los versículos 23 y 24 de este capítulo 4
de los Hechos de los Apóstoles:
"Al ser puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo
que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y
ellos al oírlo, alzaron unánimes la voz a Dios y dijeron: Soberano
Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo
que en ellos hoy"
Veamos por un momento esta escena. Pedro y Juan habían sido
puestos en libertad y regresaron a la Iglesia a la que presentaron un
informe. Tenemos aquí una descripción de una gran reunión en la
iglesia primitiva. Creemos que nunca lograría la Iglesia en un futuro
un nivel espiritual tan alto, una condición espiritual, como la que se
describe en esta primera iglesia.
La clave se encontraba en la oración. Esta no fue simplemente una
oración cualquiera, fue un himno de alabanza, dijeron "Soberano
Señor, tu eres el Creador... "Tememos que muchos que profesan
ser cristianos hoy no estén tan seguros que sea Dios y Creador.
¿Está Ud., estimado oyente seguro de eso? ¿Está Ud. seguro, hoy,
que Jesús es Dios? Eso tiene muchísima importancia, y es,
precisamente en la pérdida de ciertas convicciones básicas y en el
descuido de una auténtica vida de oración donde radica la pérdida
del poder espiritual de la Iglesia y de su impacto en la sociedad. La
Iglesia de hoy parece preferir hablar de métodos para poder atraer
a más gente con la que llenar sus templos que para preparase a
cumplir su misión de transmitir el mensaje del Evangelio con poder
espiritual.
La Iglesia primitiva en cambio estaba segura de que Jesús era Dios.
Observemos ahora que estos creyentes citaron en su oración una
parte del Salmo 2. Leamos los versículos 25 y 26 de este capítulo 4
de los Hechos:
"que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las
gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes
de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y
contra su Cristo."
El Salmo 2 comenzó a cumplirse cuando crucificaron a Jesucristo.
Desde entonces el odio contra Jesús y contra Dios se ha ido
extendiendo por los siglos durante más de 2000 años habiendo ido
acumulando cada vez mayores sentimientos de agresividad e
ímpetu.
Por fin culminará en un clímax sobre esta Tierra en la rebelión final
del hombre contra Dios. Continuamos con los versículos 27 hasta el
30 de este capítulo 4 de los Hechos:
"Y verdaderamente se unieron en esta ciudad Herodes y Poncio
Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel, contra tu santo Hijo
Jesús, a quien ungiste, para hacer cuanto tu mano y tu consejo
habían antes determinado que sucediera. Y ahora, Señor, mira sus
amenazas, y concede a tus siervos que con toda valentía hablen tu
palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades,
señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús."
Este encuentro en verdad, fue conmovedor; se expresaron con
unanimidad en esta reunión de oración y alabanza. Ahora, no
creemos que todos oraban al mismo tiempo; estamos seguro que
uno les dirigía en oración mientras los demás dijeron "amén"; y no
oraron para que cesara la persecución, sino por valor, para
soportarla. Oraron para que el Señor les diera poder para hablar la
Palabra de Dios.
Realmente, aquella Iglesia primitiva era diferente a la Iglesia actual,
y sus peticiones eran bastante diferentes a las que elevamos como
cristianos en la actualidad. Continuemos con el versículo 31:
"Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados
tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con
valentía la palabra de Dios."
Fue la condición de la Iglesia la que hizo posible que Dios actuase
con poder. Ahora el versículo 32 dice:
"Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un
alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino
que tenían todas las cosas en común."
Desafortunadamente esta situación no duró por mucho tiempo. Las
pasiones humanas comenzaron a ejercer su influencia pronto en la
Iglesia y debido al egoísmo y los celos, tuvieron que abandonar esta
práctica de compartir los bienes materiales. Leamos ahora el
versículo 33:
"Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección
del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos."
Observemos que nuevamente era evidente el énfasis sobre la
resurrección, que era el tema central de la predicación evangélica.
Leamos ahora los versículos 34 al 37, versículos finales de este
capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles:
"Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los
que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el producto de
lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a
cada uno según su necesidad. Entonces José, a quien los apóstoles
pusieron por sobrenombre Bernabé (que significa, Hijo de
consolación), levita, natural de Chipre, vendió una heredad que
tenía, y trajo el producto de la venta y lo puso a los pies de los
apóstoles."
Ahora, como dijimos antes, esta clase de vida no podría realizarse
por mucho tiempo debido a la condición espiritual de la Iglesia. No
tiene sentido decir que debiéramos aplicar esta regla en el día de
hoy, entra otras razones, si tratáramos llevar a cabo esta práctica,
resultaría en una situación caótica. ¿Por qué? Porque no se dan
condiciones, con un alto índice nivel espiritual, que
desafortunadamente no tenemos hoy. Seamos sinceros, nos hace
falta entrar en una relación más íntima con la persona de Jesucristo.
Se nos ha presentado aquí a Bernabé a quien conoceremos mejor al
entrar en el capítulo 5 de los Hechos.
Y de esta forma pues, concluye entonces nuestro estudio del
capítulo 4. Y llegamos así a los Hechos, capítulo 5, versículos 1 al
23. Al llegar a este capítulo continuamos viendo los efectos del gran
sermón pronunciado por el apóstol Pedro.
Aquí en el capítulo 5 se nos presenta la primera defección en la
Iglesia Primitiva, seguida por la muerte de Ananías y Safira, que
eran cristianos, pero que no estaban viviendo de acuerdo con el
elevado nivel espiritual de la Iglesia primitiva.
En el capítulo anterior, el cuarto, como ya dijimos, el relato nos
presentó a un hombre llamado Bernabé a quien encontramos
nuevamente en el capítulo 5. Él fue uno de los maravillosos santos
de la Iglesia Primitiva, un verdadero hombre de Dios; fue el primer
misionero asociado del apóstol Pablo cuando juntos fueron a
Galacia, una zona difícil. Sin embargo, Dios bendijo plenamente su
ministerio en ese lugar.
Ahora, este hombre había entregado una importante suma de
dinero a la Iglesia, había hecho así una donación muy generosa y
toda la gente estaba hablando sobre ello. Tal vez, él recibió mucha
publicidad y cierta notoriedad debido a su generosidad. Recordemos
que en la Iglesia primitiva los creyentes tenían todas las cosas en
común y esto revelaba el hecho que ellos mantenían un alto nivel
espiritual de unidad para poder hacer esto, pero después tuvo lugar
esta defección. El tener las cosas en común no podía continuar y en
efecto, no continuó, simplemente por la codicia y el egoísmo que
existe en la naturaleza humana.
Leamos, pues el primer versículo del capítulo 5 de los Hechos que
comienza a describir los hechos que condujeron a la muerte a
Ananías y Safira:
"Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió
una heredad."
Era obvio que estaban imitando a Bernabé. Ellos vieron que él había
recibido cierta publicidad por lo que hizo y pensaron que sería
bueno que ellos también recibieran alguna notoriedad.
Hemos notado que hay algunas personas que entregan donaciones
y lo hacen con el único propósito de que se les preste atención. Esa
ha sido y es actualmente la condición de la naturaleza humana, y
esa era la condición de Ananías y Safira. Continuemos con el
versículo 2:
"Y Ananías sustrajo parte del precio, sabiéndolo también su mujer;
luego llevó sólo el resto, y lo puso a los pies de los apóstoles."
Ahora, no había nada malo en el hecho que se guardaran parte del
precio, ellos tenían derecho a hacerlo. La propiedad había sido de
ellos y tenían derecho a disponer del dinero como lo viesen más
conveniente.
Nosotros, en la Iglesia de hoy estamos viviendo bajo la Gracia de
Dios. No tenemos la obligación de dar una cantidad determinada.
Alguien dirá que esta cantidad tendría que ser una décima parte de
nuestros ingresos, pero en esta Iglesia primitiva, los creyentes
estaban dando todo lo que tenían. Ananías y Safira no dieron todo,
sino que retuvieron parte del precio obtenido por la venta de la
propiedad. Aunque tuvieran el derecho de hacerlo, el problema fue
que cometieron un pecado al mentir al respecto; dijeron que lo
estaban dando todo cuando en realidad estaban guardándose parte
del dinero para ellos mismos. Leamos ahora el versículo 3:
"Pedro le dijo: Ananías, ¿porqué llenó Satanás tu corazón para que
mintieras al Espíritu Santo, y sustrajeras del producto de la venta
de la heredad?"
Aquí es donde se especificó que el pecado de Ananías y de su mujer
no fue haberse quedado con el dinero, sino el de mentir. Pedro
continuó hablando en el versículo 4 y dijo:
"Reteniéndola, ¿no te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu
poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los
hombres, sino a Dios."
Hoy hay quienes niegan que el Espíritu Santo sea Dios, pero
observemos que Pedro pensaba que el Espíritu Santo sí era Dios. El
dijo primero: "Ananías, ¿porqué llenó Satanás tu corazón para que
mintieras al Espíritu Santo?" y luego dijo: No has mentido a los
hombres, sino a Dios". Podemos ver que se expresa con claridad
que el espíritu Santo, es Dios.
Continuemos ahora con el versículo 5 de este capítulo 5 de los
Hechos:
"Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor
sobre todos los que lo oyeron."
Hay personas que creen que Simón Pedro causó la muerte de aquel
hombre, Ananías. No creemos que fuera así. Probablemente Simón
Pedro quedó tan sorprendido como los demás cuando Ananías cayó
muerto. No creemos que él supiera lo que iba a ocurrir. La pregunta
entonces es ¿quién causó realmente la muerte de Ananías? Dios
mismo la causó.
Estimado oyente, el que puede dar la vida entonces también tiene el
derecho a quitarla. Este es el universo de Dios; nosotros somos las
criaturas de Dios, respiramos de su aire, estamos usando el cuerpo
que Él nos dio y que Él puede reclamar en cualquier momento. En
este caso, Dios ejerció una estricta disciplina en la Iglesia. Veamos
el versículo 6 hasta el 9 de este capítulo 5 de los Hechos:
"Entonces se levantaron los jóvenes, lo envolvieron, lo sacaron y lo
sepultaron. Pasado un lapso de tres horas, sucedió que entró su
mujer, sin saber lo que había acontecido. Entonces Pedro le dijo:
Dime ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y
Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?
He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y
te sacarán a ti."
Ahora, aunque no había sabido lo que iba a suceder a Ananías,
Simón Pedro sí supo lo que iba a sucederle a ella. Era fácil darse
cuenta de lo que le ocurriría a Safira. Y en los versículos 10 y 11
leemos lo siguiente:
"Al instante ella cayó a los pies de él y expiró; y cuando entraron
los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto
a su marido. Y sobrevino un gran temor sobre toda la iglesia, y
sobre todos los que oyeron estas cosas."
Ahora hay dos cosas que me sorprenden en este incidente. Una, es
el hecho que una mentira de esta naturaleza como la que vivieron
Ananías y Safira no podía existir en la Iglesia Primitiva, había
santidad en la vida de la Iglesia. Aunque eran salvos, Ananías y
Safira mintieron al Espíritu Santo y fueron removidos de la
comunidad de los creyentes. Ellos cometieron un pecado de muerte.
El apóstol Juan menciona en su primera carta, capítulo 5, versículo
16, este pecado de muerte. Dijo él:
"Si alguno ve su hermano cometer pecado que no sea de muerte,
pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado
que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no
digo que se pida."
Ananías y Safira pues cometieron ese pecado de muerte que no
podía cometerse en la Iglesia Primitiva. Hubo en esta iglesia una
decepción, una separación, con deslealtad que requirió la aplicación
de disciplina. Sin embargo, después de esta experiencia, la Iglesia
ya no sería tan pura como había sido antes, hasta ese momento
tenían todos los bienes en común. Este incidente casi les arruinó y
veremos más sobre ello en el capítulo próximo. Un gran temor vino
sobre la Iglesia y sobre todos los que se enteraron sobre este
asunto. El poder de Dios continuó operando en la Iglesia y
multitudes se salvarían, pero la Iglesia no volvería a ser tan pura
como en aquellos primeros días de existencia.
La otra cosa sorprendente aquí es el discernimiento y percepción
espiritual de Simón Pedro, de lo cual carecemos en la actualidad.
Leamos los versículos 12 al 14 de este capítulo 5 de Los Hechos
"Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y
prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de
Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; sin
embargo el pueblo los alababa grandemente. Los que creían en el
Señor aumentaban más, gran número de hombres y de mujeres;"
Observemos que eran los apóstoles los que ejercitaban los dones
apostólicos; los dones de sanidad y de hacer milagros eran dones
de hacer señales que fueron dados a los apóstoles; ellos realizaron
muchos señales entre la gente. La disciplina extrema que tuvo lugar
en la Iglesia atemorizó a todos y detuvo aquel movimiento de
renovación espiritual. Sin embargo, hubo personas que continuaron
siendo salvadas y muchos creyentes fueron añadidos a la Iglesia.
Sabemos que para el año 300 D.C. había en el Imperio Romano,
millones de personas que se habían convertido al Cristianismo.
Continuemos con los versículos 15 y 16 de este capítulo 5 de Los
Hechos:
"sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y
camillas, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayera
sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían
a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus
impuros y todos eran sanados."
Y ese era el poder de la Iglesia primitiva. Esta evidencia, de sanar
absolutamente a todas y a cada una de las personas que acudían a
ellos, fue evidentemente única en toda la historia de la Iglesia.
Usted puede ver que en aquella época ellos no tenían el Nuevo
Testamento escrito.
El apóstol Pablo en su carta a los Efesios capítulo 2, versículo 20,
dijo que la Iglesia estaba edificado sobre Jesucristo. Él es la piedra
principal del edificio y los apóstoles habían sido testigos oculares de
Jesucristo. Los dones para realizar señales milagrosas les fueron
dados para demostrar el hecho que ellos hablaron con la autoridad
de Dios. En la actualidad tenemos el Nuevo Testamento escrito,
como nuestra autoridad.
Ahora volviendo al capítulo 5 de los Hechos llegamos a un párrafo
que nos relata la segunda persecución. Hemos visto entonces que
hubo una medida divina extrema de disciplina en la primera Iglesia
cristiana. Ahora encontraremos que hubo una persecución desde
afuera de la Iglesia. Cuando los apóstoles ejercitaron sus dones
milagrosos se produjo una reacción de oposición. Leamos ahora los
versículos 17 y 18:
"Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban
con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celos; y
echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública."
Aquí vemos que los saduceos todavía estaban al frente de la
persecución. Recordemos que los fariseos fueron los que dirigieron
la persecución contra el Señor Jesús, pero fueron los saduceos los
que dirigieron la persecución contra la Iglesia primitiva. Así que los
apóstoles fueron arrestados por segunda vez y llevados a la prisión.
Leamos también el versículo 19:
"Pero un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel
y sacándoles, dijo:"
Observemos que dice "un ángel del Señor", no dice "el" ángel del
Señor. "El ángel del Señor", en el Antiguo Testamento, no era otro
que el mismo Jesucristo antes de su encarnación, pero ahora Él es
el "hombre en la Gloria", a la derecha de Dios, y era el que estaba
dirigiendo la actividad de los apóstoles.
Y hoy, desafortunadamente, y hasta cierto punto, Él tiene sus
manos y sus pies paralizados, porque en este mundo los miembros
de la Iglesia no están actuando por Él. Permítanos decir, estimado
oyente, que Él quiere moverse a través de Su Iglesia y Él quiere
obrar a través de usted, y de mí, si es que Le dejamos.
Continuemos con los versículos 20 al 23 de este capítulo 5 de Los
Hechos:
"El ángel dijo: Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo
todas las palabras de esta vida. Habiendo oído esto, entraron de
mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo
sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a
todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para
que los trajeran. Pero cuando llegaron los guardias, no los hallaron
en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso. diciendo: Por cierto,
la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas
afuera de pie ante las puertas; pero cuando abrimos, a nadie
hallamos adentro."
Esto es lo mismo que ocurrió en la resurrección de Jesucristo. La
piedra no fue corrida para que Él pudiera salir. Él ya había salido,
cuando se corrió la piedra que tapaba la entrada de la tumba. La
piedra fue desplazada para dejar entrar a aquellos que estaban
fuera. En esta ocasión ocurrió lo mismo. No había sido necesario
que se abrieran las puertas para dejar salir a los apóstoles; ellos ya
habían salido mucho antes que los soldados abrieran las puertas.
Así que, como no hubo piedras que pudieran bloquearan la tumba
de Jesucristo, ni cerrojos que pudieran impedir los avances de los
apóstoles, podemos decir que todos los obstáculos que los seres
humanos han intentado colocar para frenar la propagación del
mensaje del amor de Dios, han resultado inútiles.
Estimado oyente, el mismo mensaje que a principios de la era
cristiana transformó a los hombres y a las mujeres, para
experimentar una vida de auténtica calidad en esta Tierra y les dio
la vida eterna, opera hoy con la misma eficacia.
Estimado oyente, le invitamos a realizar un "cambio de rumbo", y
dirigirse a Dios por medio de Jesucristo, para hacer suya esta
realidad. Más allá de nuestras palabras es Jesucristo mismo quien le
invita, y usted mismo podrá comprobar que así, como el poder del
Evangelio opera hoy en muchísimas personas, funciona también en
usted.
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