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*Adaptado por Rubén Burguete López

Contenido:

Lección 1: Jesús y Nicodemo …………………………………….….. pág. 2


Lección 2: Jesús y La Mujer Samaritana ……………………….. pág. 4
Lección 3: Jesús y Un Hombre Que Nació Ciego ………….. pág. 6
Lección 4: Jesús y Zaqueo …………………………………………….. pág. 8
Lección 5: Jesús y El Paralítico de Betesda ……………….. pág. 10
Lección 6: Jesús y La Mujer Adúltera …………………….…...... pág. 12
Lección 7: Jesús y El Leproso …………………………………….... pág. 14
Lección 8: Jesús y El Joven Rico ……………………….………... pág. 16
Lección 9: Jesús y Mateo ……………………………………………… pág. 18
Lección 10: Jesús y El Paralítico de Capernaum ……..….. pág. 20
Lección 11: Jesús y Saulo de Tarso …………………………..….. pág. 22

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 1: Jesús y Nicodemo
Vamos a iniciar una Serie de Once Estudios los cuales están basados en
“encuentros” que tuvieron personas, como nosotros, con el Señor Jesucristo.
Comenzaremos con el encuentro que tuvo un hombre llamado Nicodemo. El
relato lo encontramos en el Evangelio Según San Juan capítulo 3, del versículo
1 hasta el 16 (Juan 3:1-16).
Nicodemo, era un hombre de nacionalidad judía. Pertenecía a un grupo
religioso muy estricto llamado fariseos. Nicodemo era uno de los líderes de este
grupo por eso la Biblia dice que era un principal entre ellos. La mayoría de los
fariseos no aceptaba las enseñanzas del Señor Jesucristo. Nos llama la atención
que este hombre, siendo un principal de su grupo, quería “saber más del reino” y
fue a buscar al Señor.
Nicodemo llegó elogiando a Jesús, le dijo: “Rabí,* (que significa maestro)
sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer
estas señales que tú haces, si no está Dios con él”. pero el Señor fue directo a
“su necesidad”. El Señor le dijo que, para ver y entrar al reino de Dios, hay que
“nacer de nuevo”. Este hombre pensó que el Señor hablaba sobre volver a
meterse en el vientre de la mamá y volver a nacer. El Señor le dijo que para
entrar en el reino de Dios hay que nacer de agua y del Espíritu. Nacemos
físicamente pero también debemos “nacer espiritualmente”. Este “segundo
nacimiento” es vital para poder entrar al reino de Dios. En el capítulo 1
versículos 12 y 13 de este mismo Evangelio de Juan, leemos lo siguiente:

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios”.

Por medio de estos versículos entendemos que para “nacer de nuevo” hay
que creer y recibir al Señor Jesucristo. Nicodemo era una persona religiosa, un
hombre que conocía la ley ceremonial y la ley moral de los judíos, pero no era
salvo. Este conocimiento no le daba la seguridad que él necesitaba o que
andaba buscando.
El Señor Jesucristo le hace referencia de una experiencia que pasaron los
israelitas (o judíos), la cual está relatada en la Biblia, en el Antiguo Testamento, y
le dijo a Nicodemo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es

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necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. (Juan 3:14 y 15).
Moisés puso una serpiente de bronce en alto, y cuando una persona era
mordida por una serpiente, volteaba a mirar la serpiente y no moría (Números
21:9), así el Señor fue levantado, fue puesto en un lugar alto, en el Gólgota; en
una cruz, para que todo aquel que “en Él cree no se pierda más tenga vida
eterna” (V. 15). El Señor Jesucristo fue clavado en una cruz y ahí murió en
nuestro lugar. Sufrió el castigo que tú y yo merecíamos por haber cometido
pecados. El apóstol San Pablo, escribiendo a los romanos les dijo: “Porque la
paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo
Jesús”. (Romanos 6:23).
Volviendo a la plática del Señor con Nicodemo, y poniendo atención de las
respuestas de Jesús podemos deducir o sacar como conclusión que para “nacer
de nuevo” hay que creer y recibir al Señor Jesucristo. Al creer en Él y recibirle,
“nacemos de nuevo” y también se nos da la “vida eterna”; el más grande regalo.
¿Te gustaría “nacer de nuevo” y entrar al reino de Dios? ¿Te gustaría
recibir el “regalo” que Dios ofrece, por creer y recibir a Su Hijo Jesucristo? Si tu
respuesta es sí, te invito a hacer la siguiente oración:

“Bendito Dios. Gracias por Tu amor; por permitir que Tu Hijo Jesús
tomara mi lugar en la cruz y sufriera el castigo que yo merecía. Señor
Jesús, yo creo que moriste por mí. Hoy te invito a venir a mi corazón. Te
recibo, por fe, como mi Señor y Salvador. Gracias por hacerme nacer de
nuevo. Gracias por el regalo de la vida eterna. Bendito seas”. Amén.

Si has hecho esta oración te felicito y te pido que valores lo que el Señor
Jesús ha hecho por ti, por pura gracia (“favor inmerecido”).
Hemos aprendido, en este relato del encuentro del Señor Jesús con
Nicodemo, que no es suficiente tener una religión para entrar en el reino de
Dios. La única manera de entrar es por medio de nuestro Señor Jesucristo.
¡Bendiciones!

Preguntas
1. ¿Cómo se llamaba el varón que fue a buscar al Señor?
2. ¿A qué grupo religioso pertenecía?
3. ¿Quién levantó la serpiente en el desierto?
4. ¿Qué hay que hacer para poder ver y entrar en el reino de Dios?
5. ¿Qué tiene o recibe el que cree en el Hijo Unigénito de Dios?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 2: Jesús y La Mujer Samaritana
En el Evangelio Según San Juan, en el capítulo 4, desde el versículo uno hasta
el cuarenta y dos (Juan 4:1-42), se encuentra el relato del “encuentro” que Jesús
tuvo con una mujer que era de una región llamada Samaria, por eso a ella se le
llama: la mujer samaritana.
En esta porción de la Biblia vemos que el Señor Jesucristo sintió la
necesidad de pasar por la región Samaria. Sus discípulos iban con él y al pasar
cerca de una ciudad llamada Sicar, se sentó junto a un pozo que se había
abierto desde el tiempo de un antepasado de los judíos, llamado Jacob. Los
discípulos fueron a comprar comida y luego llegó una mujer a sacar agua del
pozo. El Señor le pidió agua para beber. Ella se asombró de que Él le pidiera de
beber, pues los judíos y los samaritanos no se llevaban; no tenían buena
relación entre sí.
El Señor le dijo que si ella supiera quién le pedía agua ella le pediría a Él y
Él le daría agua viva. Ella entendió que era literal lo que el Señor le decía y le
dijo que Él no tenía con qué sacar agua del pozo. El Señor Jesús le explicó:
“Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere
del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré
será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:13 y 14). Ella
le dijo que le diera de esa agua para que no volviese por agua a ese lugar. La
mujer seguía sin entender que Jesús hablaba de una sed Espiritual.
El Señor le dijo que llamara a su marido y ella le dijo: "No tengo marido."
Jesús le dijo: "Bien has dicho, porque cinco maridos has tenido y el que ahora
tienes no es tu marido." Creemos que ella se asombra de que alguien que ella
no conoce, le diga lo que está pasando en su vida y ella le dice: Me parece que
tú eres profeta. Llega al punto de decirle al Señor que ella sabe que ha de venir
el Mesías (los judíos y los samaritanos sabían que Dios, en el Antiguo
Testamento, les había prometido un Mesías), el Cristo. El Mesías en hebreo y el
Cristo en griego significan "ungido" y se usaban en referencia a un salvador y
rey prometido. El Señor le declara que Él es ese Mesías.
En ese momento llegaron los discípulos y se maravillaron de que el Señor
hablara con una mujer. La mujer dejó su cántaro y fue a la ciudad y les dijo a las
personas: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No
será este el Cristo?" Los habitantes de aquella ciudad salieron y fueron a Él, y
muchos de ellos creyeron en Él por la palabra de la mujer. Los samaritanos le
rogaron que se quedase con ellos; y se quedó dos días. Y creyeron muchos más
por la palabra de Él, y decían a la mujer: "Ya no creemos solamente por tu dicho,
porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el
Salvador del mundo, el Cristo."
Por medio de esta historia podemos ver que el Señor Jesucristo tiene
preocupación; tiene compasión por todos los seres humanos. Esta historia nos

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habla de una mujer. Él ama y se interesa por los seres humanos, sea hombre o
sea mujer. Se interesa por los religiosos y por las personas que están en una
posición alta en la sociedad, pero también se interesa en las personas pobres o
marginadas, como el caso de esta mujer que iba a sacar agua del pozo al medio
día, a la hora que otras mujeres no iban; posiblemente para no ser molestada o
criticada.
Podemos decir que esta mujer estaba viviendo en pecado y que vivía con
un hombre sin que estuvieran casados. El Señor sabía la situación de esta mujer
y aún así Él se acerca a ella y se le da a conocer como el Mesías; el Cristo. El
estilo de vida de esta mujer nos sugiere que tenía una necesidad espiritual de la
cual no se había percatado. Sus necesidades físicas, como el agua, opacaban
su sed espiritual. El Señor Jesucristo dijo que Él había venido para buscar y
salvar lo que se había perdido.
La paga, o el fruto de pecar es la muerte. “Porque la paga del pecado es
la muerte” (Romanos 6:23). Todos los seres humanos hemos pecado y
merecemos la muerte, pero Dios estableció una forma de ser librados de este
castigo y esa forma es: reconocer y recibir a Jesucristo, Su Hijo. Todos hemos
hecho algo incorrecto o hemos tenido la oportunidad de hacer algo bueno y dijo
el apóstol Santiago en su carta, "y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le
es pecado" (Santiago 4:7).
Jesús, el Mesías vino a liberar a la gente de la esclavitud mas opresiva
que el ser humano ha visto a través de las historia, la esclavitud al pecado. Tal
vez nuestras necesidades físicas han apocado, en nuestra vida, esa sed y
necesidad espiritual que tenemos como seres humanos. Leamos el texto
completo de Romanos 6:23 “Porque la paga del pecado es muerte, mas la
dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
¿Quieres recibir el regalo (dádiva) de Dios, la vida eterna? Si tu respuesta
es sí, haz la siguiente oración:

“Dios, Tú conoces toda mi vida y sé que he pecado. Te pido perdón


por ellos. Te pido Señor Jesús que vengas a mi corazón, a partir de hoy te
reconoceré como mi Señor y mi Salvador. Amén”.
¡Te felicitamos por haber tomado esta decisión!

Preguntas
1. ¿Por qué se asombró la mujer samaritana de que Jesús le dirigiera la
palabra?
2. ¿Qué agua le ofreció Jesús a la mujer samaritana?
3. ¿Cuántos maridos tuvo la mujer samaritana?
4. ¿Qué hace en nosotros el agua viva?
5. ¿Qué significan los títulos el Mesías y el Cristo?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 3: Jesús y El Hombre Que Nació Ciego
Hoy vamos a hablar del encuentro que tuvo el Señor Jesucristo con un
hombre que nació ciego y fue sanado por Él. Este relato lo encontramos en el
Evangelio Según San Juan capítulo 9, del versículo 1 al 34 (Juan 9:1-34).
El Señor Jesucristo había salido del templo, iba con sus discípulos, y vio a
un ciego. Los discípulos le dijeron: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para
que haya nacido ciego? El Señor les responde: “No es que pecó éste, ni sus
padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. El Señor decide
sanarlo de una manera peculiar, escupió en tierra e hizo lodo y untó con el los
ojos del ciego y lo manda a que se lavara a un estanque que tenía el nombre de
Siloé. Aquel hombre obedece y al terminar de lavarse descubre que ya puede
ver.
Algunos vecinos y personas que lo conocían decían: ¿No es este el que
mendigaba? Unos decían; Él es; y otros: A él se parece. Él decía: Yo soy. Unos
religiosos de esa época, llamados fariseos, no creían que había sido ciego y le
preguntaron cómo había sanado. Él les contestó que un hombre llamado Jesús
había untado sus ojos con lodo y le había mandado a lavarse en el estanque y
cuando se lavó él sanó. Así que buscaron a los padres para saber si era cierto
que había nacido ciego. Los fariseos, en vez de gozarse por el beneficio que
este hombre había recibido se enojaron y lo expulsaron. Jesús se enteró que los
habían expulsado y lo busco.
Para ese entonces este hombre había comenzado a tratar de entender
quién era Jesús. La primera vez que le preguntaron quién lo había sanado él se
refirió al Señor como un "hombre que se llama Jesús". Los fariseos no querían
creer que Jesús viniera de Dios porque no guardaba sus leyes religiosas pero a
la vez se cuestionaban cómo podía hacer este tipo de milagros si no venía de
Dios. Le volvieron a preguntar al hombre que había sido sanado ¿Qué dices tú
del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta. Al examinar los hechos, este
hombre creía ahora que Jesús era más que un hombre ordinario sino un profeta
de Dios. Jesús lo vuelve a buscar para preguntarle, ¿Crees tú en el Hijo de
Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús:
Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.

Podemos decir que, para ser salvo, no es suficiente:


1. Recibir un beneficio del Señor. El hombre del relato fue sanado. Había
nacido ciego.
2. Tener un buen concepto del Señor Jesús. El exciego creía que el Señor
era profeta (9:17).
3. “Defender” al Señor Jesús. Los fariseos le dijeron que era pecador. Él les
dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa se´, que habiendo yo sido ciego,
ahora veo (9:24 y 25).

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4. Sufrir por el Señor. Fue expulsado. Expulsarlo significaba que ya no
podría ir a los centros de estudios que tenían los judíos, a los cuales se
les llamaba sinagogas.

Era necesario que este hombre conociera que Jesús era más que un
profeta. Jesús vino de Dios porque Él es Su Hijo. El apóstol Juan también nos
afirma esta verdad, "y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" Juan 17:3.
A través de este relato podemos darnos cuenta que el Señor es
compasivo. Se detuvo para atender la necesidad de aquel hombre que tenía
muchos años de no ver. Podemos decir que el Señor lo sana físicamente y un
tiempo después lo sana espiritualmente. Una manera de ser sanados
físicamente es por una obra milagrosa del Señor o por medio de medicamentos,
pero la única forma de ser sanados espiritualmente, es decir, ver
espiritualmente y ser salvos de una condenación eterna, es por medio del
Señor Jesucristo. Este hombre fue sanado espiritualmente hasta que tuvo un
encuentro con el Señor Jesucristo y esto lo llevó a adorarlo. ¿Usted ya reconoció
al Señor Jesucristo como Su Señor y Salvador personal? Si no lo ha hecho, le
invitamos a hacer la siguiente oración.

Oración: “Bendito Dios. Gracias por permitirme entender que aparte


de ver físicamente necesito ver espiritualmente. Hoy he entendido que
necesito ser sanado espiritualmente y sé que esta sanidad viene por medio
de Tu Hijo. Señor Jesús, perdona mis pecados. Te pido que vengas a mi
vida, a mi corazón, y me des la sanidad espiritual. Hoy te recibo en mi
corazón, como mi Señor y Salvador. Gracias por escuchar mi oración y
sanarme y salvarme”. ¡Amén!

Si usted tomó esta decisión hoy, le felicitamos. Dé gracias a Dios porque


hoy le ha dado “su vista espiritual” y disfrute esta bendición que tiene a partir
de este día. Si usted ya había hecho una oración similar, le invito a valorar la
bendición que ya recibió del Señor. Antes de reconocer a Jesucristo como su
Señor y Salvador estaba “ciego” espiritualmente hablando, pero ahora ve. Dele
gracias a Dios por esta bendición.

Preguntas
1. ¿Cómo fue sanado el hombre que había nacido ciego?
2. ¿Por qué había nacido ciego este hombre?
3. ¿Qué hicieron los fariseos al saber que el hombre había sido sanado por
Jesús?
4. ¿Cuál es la diferencia entre conocer a Jesús como profeta y conocerlo
como el Hijo de Dios?
5. ¿Qué aprendes de este relato?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 4: Jesús y Zaqueo
En el Evangelio Según San Lucas, capítulo 19, del versículo 1 al 10
(Lucas 19:1-10), tenemos el relato del encuentro que tuvo el Señor Jesús, con
un hombre llamado Zaqueo.
Zaqueo era un hombre muy rico. Se dice que era jefe de los publicanos.
Los publicanos eran judíos que se encargaban de cobrar los impuestos
para el imperio romano. Por tal motivo las demás personas los consideraban
como traidores y eran odiados.
Nos llama la atención que este hombre sintiera la curiosidad de ver al
Señor. El escrito dice que él “procuraba ver quién era Jesús”. Nos hace entender
que no lo conocía. El Señor iba pasando por la ciudad llamada Jericó, ahí vivía
Zaqueo. De alguna manera Zaqueo se enteró de que estaba pasando el Señor y
fue con la intención de verlo. Pero se enfrentó con un problema: iba mucha
gente con Jesús y como él era muy bajito de estatura no podía verle. Esto no lo
frenó en su deseo de ver al Señor. Corrió hacia adelante, donde supuso que iba
a pasar el Señor, y se subió a un árbol.
Al pasar el Señor Jesús cerca del árbol, sucedió algo sorprendente, el
Señor miró hacia arriba, le vio y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque
hoy es ecesario que pose yo en tu casa”. El Señor lo llamó por su nombre, esto
nos hace ver que Él lo sabe todo; nos conoce por nuestro nombre. Zaqueo
descendió del árbol y lo recibió gozoso. Algunas personas no vieron bien el
hecho de que el Señor hubiese entrado a la casa de este hombre y comenzaron
a murmurar, a decir que había entrado a convivir con un hombre pecador.
No podemos entender qué pasó en la mente y el corazón de Zaqueo, al
estar Jesús en su casa, pero el relato dice que se puso de pie y dijo al Señor:
“He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”.
El Señor le dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él
también es hijo de Abraham”. Abraham fue el iniciador o padre del pueblo
israelita. Los judíos o israelitas consideraban que ellos eran los únicos elegidos
de Dios, pero no aceptaban a los publicanos, aunque estos también eran
israelitas. Para los judios los publicanos eran traidores, pecadores e indignos del
amor y el perdón de Dios.
Después de este comentario el Señor añade que Él, “el Hijo del Hombre
(es un título que el Señor usaba para referirse a sí mismo), vino a buscar y a
salvar lo que se había perdido”.

Por medio de este relato podemos ver que el Señor Jesucristo no hace
acepción de personas. Aunque esta persona era odiada por la mayoría de la
gente de su comunidad, el Señor fue a su casa y comió con él, junto con sus
discípulos.

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El cambio tan grande que vemos en Zaqueo se debió a que el Señor
atendió la necesidad espiritual que este hombre tenía. Zaqueo aunque
económicamente estaba muy bien espiritualmente carecía de perdón y amor.
Vemos a Zaqueo teniendo un encuentro con Jesús. Un encuentro con Su
divinidad pero también con Su compasión.
En base al texto anterior percibimos que el Señor no llegó a la casa de
Zaqueo condenándolo o criticándolo, sino demostró su gracia y amor para con
él, como lo hace con todos los perdidos o alejados de Él. Jesús no le recrimina a
Zaqueo nada. Muy posiblemente Zaqueo estaba consciente de sus carencias.
Pero la misericordia de Jesús lo conmueve y le cambia su forma de ver la vida.
Aquellos recursos económicos que tanto apreciaba ahora los reparte entre los
pobres. había encontrado algo que era mucho mas valioso que los bienes
materiales. Un encuentro con Jesus lo hizo una nueva persona.
El apóstol San Pablo escribió lo siguiente a un grupo de creyentes que
vivían en una ciudad llamada Corinto: “De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”
(2ª. Corintios 5:17).
La única persona que puede cambiar de fondo la vida y además salvar al
ser humano de una condenación o un castigo eterno, es el Señor Jesucristo. Él
es el único Camino al Padre. En el Evangelio Según San Juan, capítulo 14,
versículo 6 leemos: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí”.

¿Quieres rendir o entregar tu vida a Jesucristo? Si tu respuesta es sí, te


invito a hacer la siguiente oración:

“Dios, hoy he entendido que me amas sin importar mi condición. Te


pido perdón por todos mis pecados y te invito Señor Jesús que vengas a
mi corazón y me cambies. Por fe recibo la salvación que Tú ofreces.
Gracias por escuchar mi oración”. ¡Amén!

Si hiciste esta oración te felicitamos y te damos la bienvenida a la familia de la


fe (Gálatas 6:10).

Preguntas:
1. ¿Qué era un publicano?
2. ¿Cuánto dinero dio Zaqueo a los pobres?
3. ¿Qué fue lo cambio el corazón de Zaqueo?
4. ¿Qué significa ser una nueva criatura según 2ª. Corintios 5:17?
5. ¿Que significa que Jesús es el único camino?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 5: Jesús y El Paralítico de Betesda
El encuentro que hoy vamos a ver está narrado en el Evangelio Según San
Juan capítulo 5, del versículo 1 al 18 (Juan 5:1-18).

La sanidad de este hombre, del cual se habla en este pasaje, sucedió después
que el Señor había sanado al hijo de un oficial del rey. El Señor estaba en Caná
de Galilea y el oficial vivía en Capernaum (Juan 4:46). Ambas ciudades eran de
la región de Galilea. El oficial oyó que el Señor había llegado a la región y fue a
buscarlo y le rogó que fuese y sanase a su hijo. El Señor le dijo: Ve, tu hijo vive.
El hombre creyó la palabra que Jesús le dijo y se fue. Cuando llegó, su hijo ya
estaba sano y creyó él con toda su casa (su familia).

Después de esto el Señor subió a Jerusalén. Allí realizó la sanidad contenida


en la porción que anunciamos al principio; en Juan 5:1-18.

En el relato, se nos dice que había un estanque (llamado en hebreo, Betesda),


cerca de la puerta del templo que se llamaba, de Las Ovejas. Cerca del
estanque había muchos enfermos (ciegos, cojos y paralíticos), los cuales
estaban esperando el movimiento del agua. La Biblia dice que: “un ángel
descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que
primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba
sano de cualquier enfermedad que tuviese” (Juan 5:4).

Había ahí un hombre que estaba paralítico. Este tenía 38 años con ese
problema. El texto dice que Jesús lo vio acostado y que llevaba mucho tiempo
así y le dijo: ¿Quieres ser sano? El enfermo le contestó: “Señor, no tengo
quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo
voy, otro desciende antes que yo”. 

El Señor le dijo: “Levántate, toma tu lecho, y anda.


Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”.

Un grupo de personas, identificados como judíos, en lugar de gozarse por la


sanidad o beneficio que este hombre había recibido se molestaron porque había
tomado su lecho y se iba. Como era día de reposo, un día sábado, le dijeron: Es
día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho. Según su ley, en ese día no se
debía de trabajar.

El que había estado paralítico y ahora estaba sano les respondió: “El que me
sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda. Entonces le preguntaron:
¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?

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El que había sido sanado no conocía al Señor Jesús y además, Él ya se había
apartado de aquel lugar. No sabemos cuánto tiempo pasó desde que fue sanado
este hombre, hasta que el Señor lo encontró en el templo. Allí el Señor le
dijo: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna
cosa peor”.

Después de escuchar al Señor fue y dio aviso a los judíos, que era Jesús el
que le había sanado. Los judíos al enterarse de esto “procuraban matarle,
porque hacía estas cosas en el día de reposo”. Por medio de este relato
confirmamos que el Señor es compasivo, no es indiferente a nuestros
problemas y además, que es Poderoso. Se interesa por nuestras necesidades
físicas, pero también por la necesidad espiritual. Él es el único que nos puede
sanar de la “parálisis espiritual”. La “parálisis espiritual” no nos deja caminar
con Él. Caminar con Él nos asegura una mejor manera de vivir y el perdón de
pecados.

Si quieres recibir sanidad espiritual, es decir: que el Señor le quite “su


parálisis espiritual”, te invito a hacer la siguiente oración:

“Señor Jesús, reconozco que he estado “paralizado” en mi vida espiritual y


en el conocimiento de Ti. Te pido perdón por todos mis pecados y te invito
a que vengas a mi corazón. A partir de hoy, te reconoceré como mi Señor y
Salvador personal. Gracias por atender mi oración”. Amén.

Si hiciste esta oración, cree, por fe, que el Señor te ha “sanado


espiritualmente”. La sanidad espiritual es más importante que la sanidad física.

Si ya le habías entregado tu vida al Señor Jesucristo, te invito a agradecerle


por la sanidad espiritual que Él le ha dado.

Bendiciones.

Preguntas:
1. ¿Cómo se llamaba el estanque en el que sucedió el milagro?
2. ¿Cuántos años tenía el paralítico con su enfermedad?
3. ¿Cómo definirías "la parálisis espiritual"?
4. ¿Porque Jesús le dice al hombre sanado que no peque más hasta
después de haberlo sanado?
5. ¿Qué aprendes de esta lección?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 6: Jesús y La Mujer Adúltera
Hoy vamos a ver el encuentro que tuvo el Señor Jesús, con una mujer, la
cual fue sorprendida por algunos en el acto mismo del adulterio. Este relato lo
encontramos en el Evangelio Según San Juan capítulo 8, del versículo 1 al 11
(Juan 8:1-11).
Este capítulo comienza diciendo que el Señor se fue al monte de los
Olivos. Por lo general, cuando el Señor iba a este lugar, iba a orar; a platicar con
Su Padre Celestial.
El Señor tenía otra buena “costumbre”, iba al templo. En varias ocasiones,
al asistir al templo, le daban la oportunidad de hablar. En este relato nos dice
que se puso a enseñar al pueblo, esto sucedió después de haber ido al Monte
de los Olivos.
Estando Él enseñando, dos grupos religiosos de esa época (escribas y
fariseos), le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio. Los escribas eran un
grupo religioso a los que se les llamaba: doctores de la ley. Eran judíos. Los
fariseos era un grupo religioso que se conocía por ser muy legalistas
(“estrictos”). También eran judíos.
Nos llama la atención que siendo tan religiosos y conocedores de los
libros del “Antiguo Testamento”:
● No fueran respetuosos. El Señor estaba enseñando y le pusieron a esta
mujer en medio. Estaban en el templo.
● Trajeron al templo (al lugar de adoración de los judíos), a esta mujer
“pecadora”.
Lo que querían era hacer caer al Señor en algún error o en una mala
interpretación de las leyes judías para atacarle y acusarle. Alguien dijo: “El fin
justifica los medios”. A estos religiosos no les importó hacer algunas cosas
incorrectas con el fin de lograr su objetivo.
Los escribas y fariseos le mencionan una ley que les dio Moisés; un líder
del pueblo de Israel en el tiempo antiguo. Es cierto que, en Levítico 20:10 dice
que el adúltero y la adúltera deben morir. El adulterio se da cuando un hombre
casado tiene relaciones sexuales con una mujer que no es su esposa. Aquí en el
relato de Juan, los religiosos usan a medias la Escritura. Solo trajeron a la mujer,
preguntamos ¿y el varón? No había duda, estaban actuando con malicia.

Si el Señor decía:
● Que hicieran lo que decía la ley, lo podían acusar de que no conocía la ley
pues debería de matarse a los dos que realizaron el acto.
● Que la mataran, podían decir que él estaba autorizando matar a alguien y
podían acusarle.
● Si decía que no la mataran, podían decir que no acataba la ley que les
había dado Moisés.

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El Señor conociendo las malas intenciones de estos líderes religiosos, les
dijo algo muy especial que nos sorprende:
“El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella”.

El relato dice que, acusados por su conciencia, uno a uno se fue yendo,
desde el mayor hasta el menor y así dejaron solos al Señor y a la mujer. Jesús
se enderezó, pues había estado agachado hacia el suelo, y le dijo a la
mujer: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y
no peques más”.
Por medio de este relato podemos decir que no importa el tipo de pecado
que hayamos cometido, el Señor no nos rechazará y tiene el poder para
perdonarnos y salvarnos de la consecuencia de ese pecado, la muerte espiritual.
La única forma de recibir el perdón y ser salvo es: creer en Jesucristo y
recibirlo como Señor y Salvador, en el corazón. ¿Quieres hacerlo? Si tu
respuesta es sí, el invito a hacer la siguiente oración:
“Dios, por medio de este relato he entendido que no importa mi tipo de
pecado, Tú estás listo para perdonarme y transformarme en una nueva
persona. Señor Jesús, te invito a que vengas a mi corazón, quiero que a
partir de hoy como mi Señor y Salvador. Gracias por escuchar mi oración y
por la obra que estás comenzando a hacer en mí. Bendito seas”. Amén.

Si hizo esta oración, le invito a aceptar, por fe, lo que el Señor ha hecho
por usted.
Si ya ha reconocido al Señor Jesucristo como Señor y Salvador de su
vida, le invito a valorar la grandeza del amor de Él, por usted. Dios les siga
bendiciendo.

Preguntas:
1. ¿En qué monte acostumbraba a orar el Señor Jesús?
2. ¿A qué grupo religioso se les llamaba "doctores de la ley"?
3. ¿Cuál era la intención de los religiosos al traer una mujer adúltera delante
de Jesús?
4. ¿Estaba Jesús de acuerdo con el pecado de la mujer?
5. ¿Tiene Jesús el derecho y autoridad de condenar a la mujer adúltera?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 7: Jesús y El Leproso
El relato del encuentro del Señor Jesús con este hombre, lo encontramos en el
Evangelio Según San Lucas, capítulo 5, del versículo 12 al 16 (Lucas 5:12-16).
En los versículos anteriores al pasaje que hemos señalado podemos leer
que el Señor estuvo compartiendo la Palabra, junto al lago de Genesaret
(también es llamado lago de Galilea o mar de Galilea). Se subió a una
embarcación, la cual era de Simón, más conocido por el apóstol Pedro. Desde la
barca enseñaba a la multitud.
Cuando terminó de enseñar le dijo a Simón: Boga mar adentro y echen
sus redes para pescar. Simón le respondió: Maestro, toda la noche hemos
estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la
red. 
Cuando tiraron la red encerraron gran cantidad de peces de tal manera
que la red se rompía. Hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra
barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal
manera que se hundían. 
Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate
de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían
hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y
asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y
cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.

Después de este milagro sucedió la sanidad del hombre que estaba


leproso. La Biblia dice que el Señor estaba en una ciudad, este evangelista no
nos dice el nombre de la ciudad. Estando allí se presentó ante el Señor un
hombre lleno de lepra (la lepra era una enfermedad muy contagiosa, iba
dañando la piel de la persona y en ocasiones la piel se caía en pedazos).
Las personas que contraían esta enfermedad tenían que vivir fuera de los
pueblos o ciudades. No podían entrar a los pueblos y si lo hacían tenían que
hacerlo gritando: Leproso, leproso, leproso. Esto para que la gente se alejara y
no fuera contagiada con esta enfermedad.
Este hombre cuando vio al Señor, se acercó y se postró con el rostro en
tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Creemos que el
leproso no dudó del poder del Señor sino de si quería sanarlo. Entonces el

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Señor extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la
lepra se fue de él. El Señor le mandó que no lo dijese a nadie, pero que
se mostrase al sacerdote, y ofreciese por su purificación, según había mandado
Moisés, para testimonio a ellos.

La fama del Señor Jesús se extendía más y más; y se reunía mucha gente
para oírle, y para que les sanase de la lepra es una enfermedad física que afecta
el aspecto de la persona que lo padece y lo aísla o margina. Esta enfermedad se
usa para ilustrar la condición del ser humano sin Cristo; es como un “leproso
espiritual”; lleno de pecado. El pecado (“lepra espiritual”) afecta a la persona y la
aleja de Dios y “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La única
persona que puede sanar al ser humano de su pecado, de la “lepra espiritual” es
el Señor Jesucristo.

Te invito a hacer la siguiente oración para pedir que el Señor te sane,


espiritualmente.

Oración: “Señor Jesús, entiendo que mi pecado; mi “lepra espiritual”, me


aleja de Ti. Hoy vengo a Ti para pedirte que me sanes y me hagas una
nueva criatura. Te pido que vengas a mi corazón y seas mi Salvador y
Señor. Ya no quiero vivir lejos de Ti. Gracias por atender a mi oración.
Bendito seas”. Amén.

Si hiciste esta oración, te felicito. Si ya habías hecho una oración similar, te


invito a valorar lo que el Señor ha hecho en ti y a que vivas agradecido por “Su
sanidad”.

Bendiciones.

Preguntas:
1. ¿Qué milagro sucedió antes de la sanidad del leposo?
2. ¿Dónde tenían que vivir los leprosos?
3. ¿De qué dudaba el leproso?
4. ¿Cómo se asemeja la lepra a el pecado?
5. ¿podría alguien haber sido sanado y no ser agradecido?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 8: Jesús y El Joven Rico
El encuentro que tuvo el Señor con este “hombre principal” (posiblemente se
le llama así porque era conocido e importante), lo encontramos en el Evangelio
Según San Lucas capítulo 18, del versículo 18 al 30 (Lucas 18:18-30). También
lo relata San Mateo y San Marcos.

En este relato leemos cómo este hombre, el cual era rico y con buena
preparación o estudiado, se acerca al Señor y le pregunta: “Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna? ”. El Señor le respondió: “¿Por qué
me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo Dios”. Luego el Señor le
menciona algunos de los diez mandamientos y él le responde: “Todo esto lo he
guardado desde mi juventud”. Después de escuchar la respuesta de este
hombre el Señor le dice: “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y
dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Cuando
este hombre escuchó lo que dijo el Señor se puso muy triste, porque era muy
rico. Al ver el Señor Jesús que se había entristeció mucho, dijo: “¡Cuán
difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!”.

Si leemos lo que dicen los tres evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas),


podemos decir que este hombre vino en la actitud correcta:
● Vino corriendo hacia el Señor.
● Se arrodilló ante Él.

Lo que observamos en este relato es que este hombre era muy religioso.
“Había guardado, o cumplido los mandamientos desde su juventud”. Es posible
que él pensara que con hacer ciertas cosas ya podía “heredar la vida eterna”.
El hacer buenas cosas no es malo, pero no son suficientes para heredar la
vida eterna. Podemos decir que “heredar la vida eterna” es: recibir el regalo de la
vida eterna, la vida que Dios ofrece y es para siempre. Esto lo podemos ver en
varios pasajes de la Biblia (Juan 3:16, 36; 5:24; 6:47 y 1ª. Juan 5:11 y 12). Hay
más versículos que nos dicen esta verdad.
El hombre de este relato vino al Señor con una actitud correcta, pero con
un pensamiento equivocado. Él pensaba que con portarse bien era suficiente.
Otro de los problemas de este varón era que tenía su confianza en sus riquezas
(Marcos 10:24). Tener dinero no es malo, el problema es el amor al dinero (1ª.
Timoteo 6:10).

Podemos decir que hacer buenas cosas no es malo, que tener dinero o
posesiones no es malo, lo malo es creer que por las buenas obras o con su
dinero, una persona obtendrá la vida eterna. La única manera de tener o heredar

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la vida eterna es por la fe en el Señor Jesucristo. En la carta que escribiera el
apóstol San Pablo a los Efesios dice:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe”
(Efesios 2:8 y 9).

A través de este relato podemos saber que sí hay una herencia que Dios
quiere dar a todos los seres humanos, pero que esta, la vida eterna, no se logra
por buenas acciones ni se puede comprar, es un regalo que Dios, el Padre, da a
todos los que depositan su confianza o ponen su fe en su Hijo Jesucristo.
Hasta donde sabemos este hombre a pesar de ser noble y tener una
actitud correcta se marchó aquel día sin recibir la vida eterna. estuvo "muy
cerca" de recibirla pero se alejó. ¿Ya tienes esta herencia? Si no tienes esta
herencia te invito a hacer la siguiente oración:

“Bendito Dios. Gracias por la herencia que Tú tienes preparada para mí, la
vida eterna. Hoy he entendido que la única forma de recibirla es por medio
de la fe en Tu Hijo. Señor Jesucristo, te pido que vengas a mi corazón.
Reconozco que Tú eres el único medio por el cual puedo recibir esta vida.
Te pido que seas mi Señor y mi Salvador. Gracias por escuchar mi petición
y venir a mi vida. Bendito seas. Amén”.

Si hiciste esta oración descansa en la seguridad de que el Señor


Jesucristo te ha dado ya, esa herencia: la vida eterna. Si ya habías reconocido a
Jesucristo como su Señor y Salvador, valora y disfruta esta bendición que ha
recibido por Él.

Bendiciones.

Preguntas:

1. ¿Qué cosas sabemos del hombre que tuvo este encuentro con Jesús?
2. ¿Por qué se fue triste aquel hombre?
3. ¿Es suficiente tener una buena actitud o personalidad para tener vida
eterna?
4. ¿Qué significa "heredar" la vida eterna?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 9: Jesús y Mateo
El encuentro que tuvo el Señor con una persona que se llamó Leví o más
conocido como Mateo (Mateo 9:9), lo encontramos en el Evangelio Según San
Lucas capítulo 5, del versículo 27 al 32 (Lucas 5:27-32). También podemos leer
sobre este encuentro en Mateo 9:9-13 y Marcos 2:13-17.

El evangelista San Marcos nos dice que el Señor volvió a salir al mar y
venía a Él mucha gente, y les enseñaba. Uno de los ministerios o acciones que
desarrolló el Señor fue la enseñanza. Lucas dice que el Señor salió y al pasar
vio a Leví. Marcos lo identifica como hijo de una persona que se llamaba Alfeo.
Leví estaba sentado al banco de los tributos públicos. Era como en nuestros
días un cobrador de impuestos. Los tributos (impuestos) los demandaba o exigía
el Imperio Romano. Leví era un judío que estaba al servicio del Imperio, esto lo
hacía odioso al resto del pueblo judío, pues a estas personas que realizaban
este trabajo los consideraban traidores y no eran bien vistos.

El Señor, al pasar, no solo le vio, sino que le dijo: Sígueme. Y dejándolo


todo, se levantó y le siguió. Llama la atención este hecho. ¿Qué autoridad tenía
el Señor que con solo decirle: Sígueme, este hombre le siguió?

Vemos que no solo lo sigue, sino que además lo invita a su casa y le hace
un gran banquete. El relato de Marcos dice que cuando el Señor estaba a la
mesa también había otros publicanos, y eran muchos y también dice que había
pecadores (no nos da una explicación de quiénes eran esos pecadores
(posiblemente ladrones y mujeres de no muy buena reputación). Los discípulos
del Señor estaban con Él.

Unos judíos llamados escribas y otros llamados fariseos, vieron al Señor


que comía con estas personas “despreciadas por la sociedad” y dijeron al Señor:
¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Marcos nos da a
entender que le preguntaron también a los discípulos del Señor: ¿Qué es esto,
que él come y bebe con publicanos y pecadores? Los fariseos y los escribas
eran personas religiosas y se escandalizaban al ver al Señor convivir con estas
personas. Cuando el Señor oye lo que estos religiosos comentan Él les dice:
“Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Y
luego añade una verdad hermosa: “No he venido a llamar a justos, sino a
pecadores al arrepentimiento”.

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De este relato podemos aprender varias cosas:
● La autoridad del Señor para hacer que una persona deje todo y le siga.
● Que el Señor no hace acepción de personas. Va y come con personas que
no eran “consideradas dignas” por los religiosos y posiblemente gran parte
de la sociedad, ya que como dijimos antes, eran considerados como
traidores.
● El poder transformador del Señor, ya que Leví (Mateo) llegó a ser uno de
los doce apóstoles del Señor.
● Que Él vino a buscar “a los enfermos”, a “los pecadoes”.

Lo cierto es que todos los seres humanos hemos pecado y todos


estábamos “enfermos”. El pecado es como una enfermedad que hace que el ser
humano busque o sienta la necesidad de un “médico”. Lamentablemente, como
los escribas y fariseos no se sentían “enfermos” o “pecadores” y se atrevían a
juzgar a otros, así hay muchas personas, en este pleno Siglo Veintiuno, que no
se “sienten enfermos” o no sienten la necesidad de ser “sanados
espiritualmente” de sus pecados. La Biblia dice que: “La paga del pecado es
muerte” (Romanos 6:23a). Todos los seres humanos hemos pecado y
merecemos la muerte, pero el Señor nos ofrece “sanidad”, pues “la dádiva de
Dios es vida eterna, en Cristo Jesús” (Romanos 6:23b).

¿Quieres recibir el perdón de tus pecados y ser usado por el Señor, como
Leví Mateo? Te invito a hacer la siguiente oración:

“Señor Jesús, hoy he entendido con claridad que Tú viniste a “los


enfermos” y pecadores. Reconozco que soy pecador; “estoy enfermo”
pero necesito de Tu sanidad. Te pido que vengas a mi corazón y me
“sanes”, me perdones todos mis pecados y me des la bendición de
servirte”. Gracias por atender a mi petición. Bendito seas. Amén”.

Si hiciste hoy esta oración, te felicito. Si ya habías hecho una oración


similar dale gracias al Señor por la “sanidad” que Él le ha dado y busca servirle
con gozo. Bendiciones.

Preguntas:
1. ¿Cuál era el otro nombre de Mateo?
2. ¿Cuál era el oficio de Mateo?
3. ¿Qué hizo Mateo al escuchar la invitación de Jesús?
4. ¿Qué quiso decir Jesús con la frase "Los que están sanos no tienen
necesidad de médico"?
5. ¿Qué tan difícil habrá sido para Mateo el dejar su empleo y seguir a
Jesús?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 10: Jesús y El Paralítico de Capernaum
Este encuentro que vamos a ver hoy, se halla en el Evangelio Según San
Marcos capítulo 2, del versículo 1 al 12 (Marcos 2:1-12). También lo relatan
Mateo (9:1-8) y Lucas (5;17-26).

Del hombre del cual hablaremos no se nos dice cómo se llamaba, pero le
llamaremos: “El Paralítico de Capernaum”. El relato de esta sanidad comienza
diciendo que el Señor Jesús llegó otra vez a Capernaum. Capernaum era una
ciudad que estaba a la orilla de un lago llamado Galilea. Personas de aquella
comunidad oyeron que el Señor estaba en casa, se juntaron muchos. (El Señor
se había criado en Nazaret, pero cuando apresaron a Juan el Bautista, se fue a
vivir a Capernaum. Mateo 4:12 y 13).

Es importante notar que el escritor Marcos, dice que les predicaba la


Palabra. Esto nos hace ver o recordar que la Palabra, la Biblia, era importante
para el Señor y debe ser muy importante para nosotros.

Cuatro personas (no sabemos si eran parientes o amigos), trajeron a un


hombre que estaba paralítico y querían acercarlo al Señor. Pero como no
podían, porque había mucha gente, hicieron una abertura en el techo y por ahí
metieron al paralítico.

Al ver el Señor Jesús la fe de ellos le dijo al paralítico: Hijo, tus pecados


te son perdonados. Nos llama la atención que con la gente que vino a ver y a
escuchar al Señor, venían algunos líderes religiosos de los judíos, llamados
escribas. Los escribas eran personas que hacían copias de rollos o pergaminos
que contenían algunos libros del Antiguo Testamento. Esta práctica de copiar o
escribir les hacía ser conocedores de las Escrituras y por eso en ocasiones se
les llamaba “doctores de la ley”.

Estos escribas, al escuchar decir al Señor Jesús: Hijo, tus pecados te son
perdonados, cavilaron o pensaron, y dijeron: ¿Por qué habla este así?
Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?

Leamos lo que continúa diciendo el relato: “Y conociendo luego Jesús en su


espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué
caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus
pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues
para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu
casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de

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todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo:
Nunca hemos visto tal cosa” (Marcos 2:8-12).

De este relato podemos aprender varias cosas:


● Que el Señor era conocido y que a la gente le gustaba escucharlo.
● Que el Señor tiene la capacidad de conocer, aun lo que piensa la gente.
● Que el Señor tiene el poder para sanar a personas.
● Pero lo más importante es que Él tiene el poder y la autoridad para
perdonar los pecados.

El recibir el perdón de los pecados es indispensable para poder entrar en


el reino de Dios. El pecado separa al ser humano de Dios. En Romanos 3:23
leemos: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios”.

Juan el Bautista, al ver al Señor Jesús declaró: “He aquí el Cordero de


Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Esto nos lleva a reconocer
que el único que puede quitar o perdonar sus pecados es el Señor Jesucristo.

El Señor Jesucristo “vino a buscar y salvar lo que se había perdido”


(Lucas 19:10). Vino por ti y por mí. ¿Quieres recibir hoy el perdón de tus
pecados? Si su respuesta es sí, pídale a Él que lo haga. Repita la siguiente
oración:

“Señor Jesús, sé que eres Poderoso y que de manera especial viniste a


esta tierra a buscarme y salvarme. Hoy, quiero pedirte que vengas a mi
corazón y me perdones todos mis pecados. Te recibo como mi Señor y
Salvador. Te agradezco que hayas tomado mi lugar en la cruz y sufrido el
castigo que yo merecía. Gracias por Tu amor y mi salvación. Amén”.

Si hiciste esta oración, con todo tu corazón, te felicito. Si ya habías hecho


una oración similar, dale gracias al Señor Jesús por Su perdón y salvación.
Amén.

Preguntas:
1. ¿Dónde vivía el paralítico?
2. ¿Cómo llegó el paralítico al lugar donde estaba Jesús?
3. ¿Qué fue lo que motivó a Jesús para sanar al paralítico?
4. ¿Tiene Jesús la capacidad de perdonar pecados?
5. ¿Qué otra cosa aprendes de este encuentro?

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Serie: Encuentros Con Jesús
Lección 11: Jesús y Saulo de Tarso

El encuentro que estudiaremos hoy está relatado en el Libro de los


Hechos de los Apóstoles capítulo 9, del versículo 1 al 19 (Hechos 9:1-19). Es el
encuentro que tuvo un hombre llamado Saulo, con el Señor Jesús, el cual
cambió su vida para siempre. También lo encontramos en Hechos 22:6-16 y
26:12-18.

Saulo fue una persona que nació en un lugar llamado Tarso, en una región
llamada Cilicia (Hechos 22:3). Este lugar pertenecía al Imperio Romano, por eso
él era ciudadano romano. No sabemos de su niñez, pero sí sabemos que fue a
Jerusalén, que era la capital de los judíos. Allí, en Jerusalén, estudió bajo la
instrucción de uno de los más grandes maestros de Israel, de aquel tiempo,
llamado Gamaliel (Hechos 22:3).

En la carta a los Filipenses (Filipenses 3:4-7), se nos dice que Saulo era
descendiente de la tribu de Benjamín (una de las 12 tribus del pueblo de Israel).
También se nos dice que era o pertenecía a un grupo religioso llamado fariseos;
los fariseos eran muy religiosos y celosos de las leyes que Moisés les había
dado a los israelitas.

Aunque Saulo era religioso y sabía acerca de Dios, dejó que su celo lo
llevara a “odiar a los cristianos”. Consintió en la muerte de Esteban (Hechos
7:58; 8:1). También asoló a la iglesia; arrastraba a hombres y mujeres y los
entregaba en la cárcel (Hechos 8:3). En su deseo de “acabar” con los
cristianos Saulo iba hacia una ciudad llamada Damasco, con autorización del
sumo sacerdote. Allí le sucedió algo asombroso que cambió totalmente su vida.
[Los cristianos eran personas judías y no judías que creían que Jesucristo
(judío), era el Mesías y le reconocían como su Señor y Salvador].

Saulo iba hacia Damasco respirando amenazas y muerte; esto nos habla
del coraje que les tenía a los cristianos. Al llegar cerca de Damasco le rodeo un
resplandor de luz del cielo y cayó en tierra. Estando allí oyó una voz que le
decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo le respondió: ¿Quién eres
Señor? Y la voz le respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Él
temblando y temerosos dijo: Señor, ¿qué quieres que haga? Y el Señor le dijo:
Levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.

Levantándose Saulo, tuvo que ser llevado de la mano a Damasco, pues


quedó ciego. Se quedó en la casa de uno llamado Judas y estuvo tres días sin
ver, y no comió ni bebió. El Señor mandó a un hombre que se llamaba Ananías,

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el cual oró por Saulo y fue lleno del Espíritu Santo y se le cayeron de los ojos
como escamas y recibió la vista y fue bautizado.

A partir de este momento, la vida de Saulo cambió grandemente:


● De ser un perseguidor de los cristianos (perseguidor de Cristo), se
convirtió en un predicador de Jesucristo.
● El Señor lo escogió para participar en “viajes misioneros”, viajes en los
cuales iba fundando en diferentes ciudades, grupos de creyentes en el
Señor Jesucristo; a estos grupos se les llamó iglesias.
● Escribió trece de las cartas que han servido para enseñar acerca de la
obra maravillosa que realizó el Señor Jesucristo, las cuales forman parte
del Nuevo Testamento. Ahora es más conocido como el apóstol San
Pablo.

De la experiencia de Saulo podemos aprender que:


● No es suficiente ser religioso para agradar a Dios.
● No es suficiente ser sinceros. Saulo era sincero, creía que agradaba a
Dios al perseguir a los cristianos, pero “estaba sinceramente equivocado”.

El Señor cambió la vida de Saulo y le dio sentido. Él quiere cambiar también tu


vida. Te animo a que digas como Saulo: Señor, ¿qué quieres que haga?

Te invito a que hagas la siguiente oración:

“Señor, creía, como Saulo, que estaba bien. Reconozco que iba en un
sentido diferente a Tu voluntad. Te pido Señor Jesucristo que perdones
todos mis pecados. Hoy te recibo como mi Salvador y Señor. Te pido que
tomes el control de mi vida y me digas lo que Tú quieres que haga. Gracias
por escucharme, por perdonarme y por salvarme. Amén”.

Si hiciste esta oración, te invito a valorar lo que el Señor ha hecho contigo. Si


ya habías hecho una oración semejante, dale gracias a Él porque tuvo
misericordia de tí y sírvele con todo tu corazón. Bendiciones.

Preguntas:
1. ¿Cómo se llamó el maestro judio de Saulo?
2. ¿Hacia dónde se dirigía Saulo cuando tuvo su encuentro con Jesús?
3. ¿Cuántos días estuvo Saulo sin poder ver?
4. ¿Por qué no es suficiente ser sincero para ser salvo?
5. ¿De qué manera puedes servirle al Señor?

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