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tema

53 FILOSOFÍA

El nominalismo y la ciencia del siglo


XIV
28-14664-13

Temario 1993
tema 53

filosofía

1. El nominalismo hasta el siglo XIV


1.1. La disputa de los universales

1.2. El nominalismo hasta el siglo XIV

2. El nominalismo en el siglo XIV: Guillermo de Ockham


2.1. Aspectos importantes de su pensamiento

2.2. El nominalismo de Ockham


2.2.1. La teoría del lenguaje
2.2.2. El problema de los universales en Ockham

3. La ciencia del siglo XIV


3.1. El cuestionamiento de la ciencia anterior y la filosofía de Ockham

3.2. Los grandes avances de la ciencia del siglo XIV


3.2.1. La matematización de la Física
3.2.2. Buridán y la teoría del impetus
3.2.3. Teorías sobre el movimiento de la Tierra y medicina

3.3. Méritos y limitaciones de la ciencia del siglo XIV

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INTRODUCCIÓN

A la hora de abordar este tema hemos decidido tratar el nominalismo del siglo XIV
–encarnado de forma absoluta en su mayor precursor, Guillermo de Ockham– y la
ciencia del mismo siglo como un fenómeno unitario que no se puede compren-
der sin entender, previamente, las partes que lo conforman. Nuestra intención es
mostrar que las tesis que esconde la filosofía del lenguaje de Ockham anticipan
un cambio de mentalidad dentro de la cultura medieval y que, debido a ello, es
posible gestar una ciencia que anticipa numerosos aspectos de nuestra ciencia
moderna.
Para demostrar lo anterior estructuraremos el trabajo en tres partes. La prime-
ra la dedicamos a tratar el nominalismo hasta el siglo XIV, ya que consideramos
necesario situar las ideas de esta corriente de pensamiento dentro de su propio
contexto. Con esta intención se trata brevemente la disputa de los universales y
se ofrece una pequeña historia de la posición nominalista desde Porfirio hasta el
propio Ockham.
En segundo lugar, pasaremos a analizar en profundidad el nominalismo del siglo
XIV, centrándonos en su mayor y más firme defensor: Guillermo de Ockham.
Finalmente, en la tercera parte, trataremos de ver en qué medida la nueva forma
de entender la realidad y la ciencia por parte de Ockham incita a varias escuelas
a cuestionar muchos de los pilares fundamentales del aristotelismo, anticipando
así, aunque sea relativamente, muchos de los principios rectores de la ciencia mo-
derna.

Este tema se solapa parcialmente con el 11 acerca de los universales. En


la medida en que trata de historia de la ciencia, este tema se apoya en el
51 y sirve de fundamento a los temas 54 y 62.

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1 El nominalismo hasta el siglo XIV

1.1. La disputa de los universales

El problema de los universales entremezcla aspectos epistemológicos y ontológicos. La pregunta


que plantea es si los géneros y las especies por las que nosotros conocemos la realidad son meros
nombres, meras etiquetas, o existen realmente. En el caso de existir quedaría por analizar si su exis-
tencia es material o inmaterial, y si existen en las cosas o aparte de ellas.
Pese a que, como veremos a continuación, los referentes históricos del tema son Platón y Aristóte-
les, todos los estudiosos coinciden en situar la cuestión de los universales como algo propiamente
medieval. Concretamente, se coloca como inicio de dicha disputa la traducción y comentario que
hizo Boecio (480-525 d.C.) de la Isagoge del filósofo neoplatónico Porfirio (233-310 d.C.). Este último,
al tratar de aclarar una serie de puntos de las Categorías de Aristóteles a su discípulo Crisauro, dice
lo siguiente:
Así, pues, sobre los géneros y las especies declinaré hablar tanto de si subsisten o son puros y simples pensa-
mientos, como si de son subsistentes corpóreos o incorpóreos, como también si de están separados o si son
subsistentes en las cosas sensibles y dependen de ellas, por ser el tratamiento de todo esto profundísimo y
requerir un examen mayor. (Porfirio, 2003: 3)

Se hace patente que la pregunta por el estatus ontológico de los universales es algo que Porfirio no
considera como un asunto prioritario. Es Boecio quien hace de esto un asunto capital en pensamien-
to medieval al tratar de responder aquello que Porfirio ha evitado.
Teniendo esto en cuenta, se pueden catalogar las múltiples respuestas bajo un número casi infinito
de etiquetas: realismo absoluto, realismo exagerado, realismo moderado, conceptualismo, nomina-
lismo moderado o nominalismo exagerado, entre otras categorías. Pero lo más habitual es clasificar
a los autores en tres grandes grupos:
1. Realismo exagerado.
2. Realismo moderado.
3. Nominalismo.
A estos le añadiremos el «realismo agustiniano», ya que tiene cierta importancia a la hora de enten-
der muchas ideas del pensamiento de Ockham.
Comencemos pues por el realismo exagerado, que se puede subdividir a su vez en dos subgrupos.
El primero, el de Platón, defiende que los universales se identifican con las ideas y, por lo tanto,
existen realmente. Son perfectas y sirven como ejemplares universales a sus copias individuales. Un
segundo tipo de realismo, extraído del anterior pero más cercano al neoplatonismo, mantiene que
los universales existen realmente en las cosas individuales. La diferencia está en que aquellas ideas
platónicas se individualizan ahora en el mundo sensible al recibir los accidentes. Sería una especie
de participación en tanto que la idea se sigue manteniendo en el mundo suprasensible con todas
sus características.

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El realismo exagerado puede ser abordado desde una perspectiva puramente ontológica, pero el
realismo moderado nos obliga a incluir el análisis epistemológico dentro del problema del universal.
Si antes el antecedente histórico era Platón, el realismo moderado tomará como precursor a Aris-
tóteles. Éste define al universal de la siguiente manera: «llamo universal a lo que es natural que se
predique sobre varias cosas.» (Aristóteles, Sobre la interpretación, 17a38).
El universal es ahora la esencia de las cosas y es parte inmanente de ellas. Nosotros, en el proceso de
conocimiento, extraemos de la cosa captada sensiblemente su forma intelectual o sustancial gracias
al entendimiento agente. Hay realismo en tanto que el universal existe en potencia dentro de las
cosas y sólo pasa al acto en nuestra razón mediante el proceso de abstracción.
Pasamos ahora a lo que hemos denominado realismo agustiniano, dejando para el siguiente apar-
tado la postura nominalista. Según aquel modelo, los universales existen realmente en Dios. Son las
formas ejemplares que tiene en su mente y que le sirven de arquetipos a la hora de crear todo lo que
hay en el mundo. La mayoría de los filósofos medievales, como Tomás de Aquino o Duns Scoto, acep-
tarán esta teoría de San Agustín y la insertarán en sus sistemas como un elemento fundamental.

1.2. El nominalismo hasta el siglo XIV

Nos quedaba decir cuál es la posición que defiende el nominalista frente al problema de los univer-
sales. Ciñéndonos al texto de Porfirio podríamos decir que para el nominalista los universales son
simples nombres, voces o términos, y que lo único que tiene existencia real es la cosa singular y
simple. Pero el nominalismo, como el realismo, varía de un autor a otro y de una época a otra. Es por
ello que, antes de entrar de lleno a analizar el nominalismo de Ockham como máximo exponente de
esta corriente en el siglo XIV, vamos a ver brevemente cuáles son sus antecedentes históricos.
El primer momento importante del nominalismo es el comentario de Boecio a la Isagoge de Porfirio.
Boecio no es para nada un nominalista, pero su definición de vox o lenguaje proferido verbalmente
es interesante para esta historia:
El sonido […] es la percusión sensible del aire; la voz, soplo que golpea ciertas partes de la garganta y que es
proferido por la tráquea (Vignaux, 1931: 718).

Esta definición no tiene ninguna consecuencia en la interpretación de los universales de Boecio,


pero sí que la tendrá para el primer nominalista importante del siglo XII: Roscelino de Compiègne
(1050-1120). De él sabemos más bien poco y casi todo por testimonios de sus contemporáneos.
Sabemos que defendía la única existencia de las cosas individuales y que consideraba a los géneros
y a las especies como «meras voces», según la definición de Boecio.
Su alumno, Pedro Abelardo (1079-1142), va un poco más allá y elabora una postura nominalista más
completa. Interpretará los universales como voces, pero éstas a su vez serán entendidas como sermo
o discurso. Los universales son términos de la proposición o nombres que carecen de toda realidad.
Lo más interesante es que el nominalismo de Abelardo tiene unas implicaciones similares al de
Ockham: importancia de la experiencia sensible, preeminencia del singular o interpretación del uni-
versal como concepto abstracto, por ejemplo. Pero con la diferencia de que Abelardo no es del todo
consecuente con sus teorías e inserta su nominalismo dentro de un sistema de corte platónico. Es
esto último lo que lleva a dudar a muchos especialistas a la hora de clasificarlo como nominalista.

¿Puedes explicar en que consistía el nominalismo hasta el siglo XIV?

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2 El nominalismo en el siglo XIV: Guillermo de Ockham


Hablar de nominalismo en el siglo XIV es hablar de la figura y del pensamiento de Guillermo de Oc-
kham (1285?-1349). Ockham perfecciona las posiciones de los nominalistas del siglo XII y las inserta
en un sistema filosófico coherente, creando con ello un cambio de mentalidad en la cultura de la
Edad Media que prepara el terreno para la aparición de la Modernidad.
Su lucha filosófica es, sobre todo, contra los grandes sistemas del siglo XIII, Tomás de Aquino y Duns
Scoto, a los que opondrá unas teorías absolutamente novedosas para el mundo medieval. Todo lo
que expondremos a continuación se puede encontrar en sus obras principales: Comentario a las
Sentencias, Cuestiones Quodlibetales y Suma Lógica, escritas todas ellas entre 1318 y 1328.
La vida de Ockham se suele subdividir en dos periodos marcados por la condena del Papa Juan
XXII (1328). Antes de esa fecha encontramos obras de corte filosófico, mientras que después de ella
nuestro autor consagra su pluma a la defensa de la causa de Luis de Baviera, quien, como él, se opo-
nía a la concentración del poder político en la figura del Papa. En este sentido Ockham es, además
de precursor de ciertos aspectos de la filosofía y la ciencia modernas, un pionero de las teorías sobre
la separación entre Iglesia y Estado que tanto éxito han tenido a lo largo de la Modernidad.
Pero lo que aquí nos interesa se encuentra antes de 1328. Nosotros centraremos nuestra atención
en la epistemología y la ontología de Ockham para explicar, posteriormente, su nominalismo. Para
nuestro autor, ser, decir y pensar se encuentran en un mismo plano.

2.1. Aspectos importantes de su pensamiento

Aquí no podemos desgranar minuciosamente toda la doctrina de Ockham. Lo que vamos a hacer es
explicar aquellos puntos (teoría del conocimiento, teología y crítica a la escolástica) que son de gran
importancia a la hora de comprender tanto su teoría nominalista como su papel de precursor en el
nuevo modo de hacer ciencia.

XX Teoría del conocimiento


Como hemos dicho antes, Ockham se opone radicalmente a las complicadas teorías de los teólogos
del siglo XIII. Frente a estas teorías del conocimiento, nuestro autor propone otra mucho más econó-
mica y simple, que elimina de la realidad una gran cantidad de entidades y relaciones innecesarias.
Ockham centra toda su atención en la intuición, la cual se divide en perfecta e imperfecta. La intui-
ción perfecta es aquella que se basa en los sentidos o, mejor dicho, en la presencia activa y presente
de la cosa que se intuye; mientras que la intuición imperfecta se refiere a una sensación ya pasada
de un objeto. El siguiente ejemplo puede ayudar a clarificar la anterior distinción: yo estoy viendo
pasar a gente por delante de la ventana y lo estoy haciendo en este preciso momento. La imagen
que tengo de dicha escena es presente y actual, o lo que es lo mismo, lo que hay y lo que veo es
exactamente lo mismo. Pero si pasado un rato me acuesto en la cama y me pongo a recordar la
visión que tuve de la gente que pasaba por delante de la ventana, esa imagen o visión no coincidirá
con lo que hay, sino que será una imagen recordada por mi mente o, más propiamente, será una
representación de un conocimiento sensible ya pasado. Esa es la diferencia entre intuición perfecta
e imperfecta; pero es necesario notar que ambos tienen por base la experiencia sensible.
Es necesario señalar tres características de la intuición:
1. El conocimiento de lo singular. La intuición nos presenta la cosa intuida como un individuo recu-
bierto de múltiples cualidades (color, tamaño, lugar), pero, a su vez, dichas cualidades variarán
dependiendo de las circunstancias en las que se intuya el objeto (cantidad de luz, nuestro propio

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tamaño, nuestra posición, etc.). Lo que es irrefutable es que aquello que intuimos es, en sí mismo,
una individualidad, un singular.
2. La inmediatez. En segundo lugar, al decir que la intuición es inmediata se quiere señalar que es
directa o que no requiere de intermediarios. Basta mirar una cosa para verla o basta imaginar una
cosa vista antes para tener de ella una representación. Esta característica es fundamental, ya que
denota la ligazón entre el hombre y la realidad que éste conoce: si vemos las cosas tal como son,
entonces existe un contacto directo e inmediato entre nosotros y la realidad.
3. La evidencia. La evidencia de todo conocimiento nos lo ofrece la intuición sensible hasta el punto
de que, para Ockham, «el ciego de nacimiento no pude tener ciencia de los colores, ni puede
conocer el color en sí mismo, porque no puede conocer el color de forma intuitiva. En conse-
cuencia, con carácter universal, ninguna cosa puede ser conocida en sí misma, si primero no es
conocida intuitivamente». (Sent., I, dist. 3, q. 2) Esto quiere decir que para constatar la evidencia
de un conocimiento nos deberemos remontar hasta la intuición sensible que lo causó. Si tiene
su origen en la realidad sensible, tal conocimiento será evidente.
Nos queda decir dos cosas más sobre la intuición. La primera de ellas es que la causa de la intuición
es una cosa singular que está en la realidad. Si yo veo una cosa, si yo elaboro una imagen de ella,
entonces existe necesariamente una cosa externa a mí que se corresponde con aquello que yo me
represento. La segunda es que sólo la intuición pude dar origen a juicios de existencia real acerca de
las cosas. Si yo veo una cosa, y las condiciones no falsean mi intuición, entonces puedo afirmar con
propiedad y con evidencia que esa cosa existe.
Todas estas afirmaciones sobre la intuición se comprenden mejor al contraponerlas al proceso abs-
tractivo. Lo primero que se advierte cuando se analiza la abstracción es que ésta tiene como fun-
damento el conocimiento intuitivo. Por tanto es mediata porque siempre se realiza a partir de los
datos suministrados por la intuición, ya sea perfecta o imperfecta. Una abstracción tampoco puede
ser evidente por sí misma, ya que su evidencia vendrá, en última instancia, del hecho de apoyarse o
no en datos de la experiencia.
Hay dos rasgos que nos interesan del conocimiento abstractivo. El primero es que con él no pode-
mos realizar juicios de existencia real, sino sólo juicios de existencia posible o de experiencias pasa-
das. El segundo aspecto hace referencia al proceso mismo de abstracción: a partir de las imágenes
de los objetos podemos extraer en nuestra alma una serie de conclusiones y de relaciones entre
ellas.
Podemos, por ejemplo, establecer una relación de tamaño entre dos objetos y decir que uno es
más grande que otro. Pero al hacer esto, y si tenemos aún presente todo lo que acabamos de decir,
debemos concluir varias cosas: una, que el origen de dicha relación está siempre en el conocimiento
de los singulares; la otra, que al ser dicha relación una abstracción no podemos afirmar de ella que
sea una cosa real. El filón que esto supone para una posible crítica al realismo de los universales es
evidente, pero sobre ello volveremos en su momento.

Conocimiento intuitivo Conocimiento abstractivo


Permite determinar la existencia o no existen- No permite determinar la existencia o no
cia de las cosas. existencia de las cosas.
Produce conocimiento de los entes singula- Forma conceptos universales y abstractos a
res y concretos. partir del conocimiento de los entes singula-
res y concretos.
Proporciona certeza debido a la inmediatez No proporciona certeza debido a que es re-
de la intuición. sultado de un proceso mental.

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¿Qué conclusiones se pueden extraer a partir de esta contraposición entre conocimiento intuitivo
y conocimiento abstractivo? Lo primero que se concluye es la preeminencia del singular, es decir, la
elaboración de una metafísica en la que todo lo que existe es un individuo, de carácter simple –sin
divisiones hilemórficas ni composiciones ontológicas de ningún tipo– y reductible solamente a la
omnipotencia divina. En segundo lugar, se puede anticipar ya el principio de economía o «navaja de
Ockham». Según éste principio, que tiene su origen en Aristóteles y que es formulado de múltiples
maneras a lo largo de la Edad Media: «Inútilmente hacemos con muchos medios aquello que pode-
mos hacer con pocos.» (Sum. Log., I, 12)
Teniendo en cuenta que sólo existe aquello que es individual y que puede ser intuido por nuestros
sentidos, una teoría del conocimiento como la de Santo Tomás resulta imposible: no se pueden ver
las formas, no se puede ver el intelecto agente y no se puede ver el intelecto paciente.

XX Teología
Acabamos de decir que uno de los principios rectores del pensamiento del inglés es el de su famosa
navaja. Pues bien, a continuación vamos a tratar la otra gran idea que vertebra y sintetiza el pensa-
miento ockamista: la omnipotencia divina.
La premisa de la que parte Ockham está contenida en la primera frase del Credo de los cristianos:
«Creo en Dios padre Todopoderoso». Ese es el principio al que debe entregarse todo cristiano y esa
es la idea que debe regir las investigaciones de un buen teólogo y de un buen filósofo. Pero aquí
hay ya un hecho implícito que nos dice bastante de la actitud de nuestro filósofo: creer en Dios
todopoderoso no es lo mismo que conocerlo o demostrarlo racionalmente. Como todo buen prin-
cipio axiomático que se precie, el punto de partida de todos los razonamientos de Ockham es, en sí
mismo, indemostrable.
Con la idea de salvaguardar la omnipotencia divina frente a cualquier otro principio de los teólogos,
Ockham enuncia su famosa distinción entre potencia absoluta y potencia ordenada de Dios: «Digo
que Dios puede hacer algunas cosas por su potencia ordenada y algunas por su potencia absoluta.
Esta distinción no debe ser entendida como si en Dios existiesen realmente dos potencias […] Más
bien, la distinción debe ser entendida como que «poder algo» es tomado a veces como las leyes que
han sido ordenadas e instituidas por Dios, y se dice que Dios puede aquello por su poder ordenado.
En otro sentido, «poder» es entendido como poder para hacer algo cuyo hacerse no implica contra-
dicción, independientemente de si Dios ha ordenado o no que se haga. Porque hay muchas cosas
que Dios puede hacer y que no hará» (Quodl., IV, q.1).
Dicho de un modo más sencillo, Dios ordena el mundo con unas reglas que resultan necesarias
desde nuestro punto de vista –potencia ordenada–; pero Dios tiene tal poder que, siempre que no
incurra en contradicción, puede cambiar el orden establecido en el mundo o, incluso, hacer otros
mundos posibles –potencia absoluta–. Desde el punto de vista de Dios no hay necesidad, pero si
que existe desde el nuestro.
De todos modos no tenemos que considerar al Dios de Ockham como una figura arbitraria que
modifica a su antojo y sin razón aparente el orden de la naturaleza. Dios es un ser racional y como tal
es poco probable –la palabra probable aquí pone de relieve que no es una afirmación verdadera en
sentido fuerte, no es un conocimiento al que se ha llegado racionalmente y con total certeza– que
cambie el orden establecido. Podemos conocer la realidad de un modo racional y confiar en nuestro
conocimiento científico sobre el mundo. La intención de nuestro autor al contraponer estos dos
poderes es la de ensalzar y alabar el poder absoluto que Dios posee.
Pero ¿podemos conocer algo más de Dios? Para los teólogos de la Escolástica se podía elaborar toda
una teología racional que nos ofreciese múltiple información sobre la naturaleza divina, pero con
una teoría del conocimiento como la de Ockham, basada en el la intuición sensible, resulta mucho

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más complicado saber algo acerca de Dios: puesto que de Él no tenemos ninguna intuición, no po-
demos conocer con seguridad nada sobre su naturaleza.
Nótese que Ockham, lejos de ser agnóstico como algunos se han empeñado en señalar, acaba sien-
do más creyente que cualquiera de sus predecesores: debemos ordenar nuestras acciones y nues-
tros conocimientos alrededor de algo que ni siquiera podemos conocer; sólo podemos creer.
La única prueba que admite Ockham sobre la existencia de Dios –recordemos que la única forma
de realizar juicios de existencia real y no meramente posible es ateniéndonos al conocimiento intui-
tivo– es la del principio de conservación de los seres, pero nosotros no la analizaremos aquí porque
ello nos supondría alejarnos excesivamente de nuestro tema.
Para acabar con el asunto de la teología debemos analizar la simplicidad divina. Ya hemos visto
que de Dios no podemos concluir racionalmente nada salvo su existencia. Pero a lo que Ockham
no renuncia es a extraer consecuencias de su principal dogma: la omnipotencia divina. Si Dios es
todopoderoso, se sigue que debe ser simple, ya que cualquier composición en Él limitaría su acción.
Un ejemplo determinado, sobre el que ya hemos dicho algo antes y que implica una de las posturas
realistas en el tema de los universales, nos servirá para comprender lo que acabamos de decir.
No podemos afirmar racionalmente que en Dios existan ideas ejemplares tal y como sostenían San
Agustín o Santo Tomás. Primero, porque no las hemos intuido, como requiere la elaboración de un
juicio de existencia real; pero en segundo lugar, porque ello limitaría la potencia absoluta de Dios al
obligarlo a crear de una manera determinada. Está pues claro que el postulado de la omnipotencia
divina elimina de raíz el realismo agustiniano.

XX Crítica a la Escolástica
Al igual que sucedía con la teoría del conocimiento y con la teología, Ockham criticará fuertemente
la metafísica de sus antecesores a la luz de sus propias ideas. Nosotros nos centraremos aquí en la crí-
tica de las más famosas parejas (binaria famosissima) –materia y forma, sustancia y accidente, esencia
y existencia– por lo que ellas suponen para el problema de los universales.
El asunto se resuelve rápidamente si recordamos los principios rectores de la teoría del conocimien-
to de Ockham: sólo existe aquello que se intuye y todo lo que hay en la realidad son individuos
simples o singulares. Partiendo de esto, la distinción real entre esencia y existencia, tal y como la veía
Santo Tomás, resulta imposible desde el momento en el que nadie ha intuido nunca una esencia o
una existencia. Para nuestro autor esencia y existencia se identifican: toda esencia es individual por-
que la esencia de todo lo que existe es ser un individuo, ser él mismo. Esto supone a su vez que no
podemos considerar nunca como real una esencia universal.
Respecto a la sustancia y los accidentes sucede algo similar. Ockham critica la excesiva separación
que existe entre sustancia y accidentes para los escolásticos. No hay un sustrato al que se le añaden
una serie de entidades, sino que la sustancia, siendo como es un individuo, sólo puede ser compren-
dida mediante sus propios accidentes.
Las definiciones que da Ockham de la sustancia y del accidente es lo que más llama la atención: la
sustancia es el ser subsistente o que no existe en otro –una idea de procedencia aristotélica pero
que puesta en un sistema como el de Ockham nos recuerda mucho más a los racionalistas del siglo
XVII– mientras que los accidentes aristotélicos se reducen todos a la cualidad. Así un individuo será
una sustancia única en sí misma pero revestida de múltiples cualidades como por ejemplo el color
o el lugar.
¿Qué sucede con la materia y la forma? Pues prácticamente lo mismo. Ockham acepta el hilemor-
fismo aristotélico pero tamizado por su teoría del conocimiento y por su ontología. La forma existe
y se añade a la materia como sucedía en la tradición pero ahora, puesto que tenemos una realidad

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compuesta sólo de singulares, la forma será individual y diferente en cada uno de los seres –no es
intercambiable con la especie o el arquetipo.
Por su parte la materia, también recibe una peculiar interpretación desde el momento en el que se
cree que existe y se la puede conocer en sí misma –recordemos que para Santo Tomás, por ejemplo,
era imposible conocer la materia prima porque ésta carecía de forma que abstraer. Además es una
materia no corruptible y no generada, cosa que parece acercarnos a muchas de las teorías que sobre
la sustancia extensa se elaboran en el siglo XVII. Materia y forma son realidades independientes que
pueden combinarse para dar lugar a un ser individual.

2.2. El nominalismo de Ockham

Todo lo que hemos visto hasta el momento nos va a servir para comprender a la perfección las teorías
nominalistas de Ockham. Para él, el ser, el pensar y el decir están íntimamente ligados, por lo que era ne-
cesario exponer detalladamente su epistemología y su ontología para poder comprender a continuación
su teoría del lenguaje. Sus ideas teológicas y su crítica a los conceptos de la metafísica tradicional son de
gran importancia a la hora de entrar en la interpretación de los universales que da nuestro autor.

2.2.1. La teoría del lenguaje

La teoría del lenguaje de Ockham se inserta dentro de su lógica. Aunque nuestro autor divida su
Summa Logicae en las tres partes tradicionales –términos, proposiciones y silogismos– su interpreta-
ción, tal y como veremos a continuación, se distancia bastante de la de sus predecesores.
En el sistema de nuestro autor, la lógica supone una ontología y la ontología implica, a su vez, una ló-
gica determinada. Además, Ockham no ve la lógica como mero instrumento para razonar, sino que
la interpreta como una crítica –en el sentido kantiano de la palabra– de los límites del conocimiento:
las reglas de la lógica son las que realmente aplica nuestra alma en el acto del conocimiento.
Dicho esto, podemos pasar ya a analizar lo que entiende Ockham por término. Un término es «aque-
llo que, cuando se toma significativamente, puede ser el sujeto o el predicado de una proposición».
(Sum. Log., I, 2)
Se dividen en hablados, escritos y –esta es una idea fundamental en la teoría de Ockham– concep-
tuales. Los dos primeros no tienen mayor complicación: los hablados son los proferidos al hablar y
los escritos son aquellos que se utilizan en la escritura. La característica principal de éstos reside en su
convencionalidad, ya que son acordados arbitrariamente por los miembros de una comunidad. Pero
además, se caracterizan por significar secundariamente. Es aquí donde entra la novedad del plantea-
miento de nuestro autor. Ockham considera que los conceptos mentales que nuestra alma genera
al intuir una cosa funcionan al modo de un lenguaje en el que, en lugar de significar un objeto con
una palabra hablada o escrita, se significa con un concepto.
Nuestro concepto es el signo de la cosa, no la cosa misma; o lo que es lo mismo, está puesto en
el lugar del objeto pero no es el objeto. Éste es el lenguaje conceptual, un lenguaje que ya no es
convencional porque todos los hombres tienen las mismas representaciones por naturaleza; pero
tampoco es un lenguaje que significa secundariamente, ya que la relación entre la cosa intuida
y su concepto mental es directa.
La relación que se establece entre los términos hablados y escritos y el término conceptual
explica esta idea de significación directa y secundaria: cuando yo percibo un objeto, mi repre-
sentación mental es signo directo de la cosa intuida; pero cuando yo comprendo una palabra
hablada o escrita como «casa», entonces llego a la cosa a través de un concepto mental del
objeto que se despierta en mi alma al oír o ver dicho término.

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Es por ello que, retomando un ejemplo de Ockham, un ciego de nacimiento no comprenderá la


palabra blanco al oírla porque el término no puede evocarle un concepto de algo que nunca ha
intuido. Podrá tener una idea aproximada, pero no comprenderá del todo a lo que nos referimos.
Teniendo en cuenta que los términos significan principalmente realidades y que toda realidad es,
por definición, singular, Ockham propone una taxonomía de los diferentes tipos de términos po-
sibles. En primer lugar, los términos se pueden dividir en categoremáticos y sincategoremáticos.
El significado de los primeros es claro, concreto y preciso hasta el punto de que podemos deter-
minar a qué se refieren si los intuimos separadamente. Al ver la palabra «casa» no necesito nada
más para conocer a qué me estoy refiriendo.
Los sincategoremáticos, por su parte, son todo lo contrario: no tiene significado propio y carecen
de ninguno si no se unen a un término categoremático. Por ejemplo, «todo», «ninguno», «algu-
no», son términos que en sí mismos no nos ofrecen ninguna información si no los acompaña-
mos de términos como «casa», u «hombre».


−− Concretos/Abstractos


−− Absolutos/Connotativos
Categoremáticos:


Se puede determinar a qué se


refieren −− Primera/Segunda imposición


(Los de primera imposición


Términos divisibles a su vez en primera


y segunda intención.)

Sincategoremáticos:

No tienen significado propio

Figura 1: Taxonomía de los términos en Ockham

Los categoremáticos, a su vez, se dividen en concretos y abstractos, absolutos y connotativos y, por


último, de primera y segunda imposición. Los absolutos significan una cosa en su más pura singula-
ridad, mientras que los connotativos significan relaciones entre dos realidades singulares. Así, «Juan»
y «Pedro» significan a dos individuos concretos que reciben ese nombre, mientras que al decir que
«Juan es el hijo de Pedro», la palabra «hijo» hace referencia a la relación de descendencia que se
establece entre ambos individuos.
Sobre los abstractos y los concretos no diremos demasiado ya que volveremos sobre ellos a la hora
de tratar el asunto de los universales. Baste decir que, como los propios nombres indican, un nombre
concreto se refiere a un singular concreto, mientras que el abstracto se abstrae a partir de ellos.
Por último, tenemos los términos de primera y de segunda imposición. Por imposición entiende
Ockham el acto por el cual se impone un nombre a un objeto o término. Los de primera imposición
recaen sobre objetos reales, mientras que los de segunda lo hacen sobre signos –son nombre de
nombres como «adjetivo» o «sustantivo»–. Los de primera imposición se dividen, a su vez, en pri-
mera y segunda intención, entendiendo aquí intención como concepto o término mental. Los de
primera son signos y objetos de las cosas reales y singulares, los de segunda significan conceptos o
realidades mentales como «género», «especie» o «término universal».

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¿De qué forma significa un término a la cosa? Significar implica para Ockham un enviar o remitir a
algo. El término tiene por función el dirigirnos hacia una realidad distinta de él mismo, hacia aquello
que señala. Es como una nota que dejamos para recordar intuiciones que hemos tenido de las cosas
para que al leer o escuchar el término podamos rememorar dicha experiencia.
Esto tiene una implicación aún mayor desde el momento en el que el conocimiento, el lenguaje y
la realidad se relacionan entre sí: si sabemos que el singular que intuimos es real y que podemos
utilizar términos que signifiquen nuestras intuiciones, entonces el lenguaje nos sirve para salir de
nuestra soledad epistemológica y comunicar a los demás nuestros conocimientos e impresiones
sobre la realidad. Lo único que nos tiene que quedar claro es que los términos, pese a significar y
remitir a singulares reales, son meros signos y no realidades de ningún tipo.
Si damos un paso más y hacemos que los términos formen parte de una proposición –es decir, que
funcionen como sujetos o predicados de una oración–, entonces entramos en el terreno de la teoría
de la suposición. «La suposición es una propiedad del término, pero sólo cuando éste forma parte
de una proposición […] La suposición es interpretada como un tomar el lugar de otro» (Sum. Log., I,
63). Así pues, la suposición es la propiedad que posee un término para sustituir a la cosa que significa
dentro de una oración o proposición. Existen tres tipos de suposiciones:
1. Personal. En ella el término sustituye a singulares o individuos. Si tomamos el ejemplo de Ockham,
en la proposición «todo hombre es un animal», «hombre» no significa aquí nada más que al con-
junto de los individuos que conforman el conjunto de los hombres. No es nada común a aquellos
individuos, sino más bien el total de esos individuos. Obviamente, si atendemos a la epistemología
y a la ontología de nuestro autor, éste será el tipo de suposición más importante.
2. Simple. El término si que significa algo común a varios singulares. Dada la oración «hombre es
una especie», «hombre» no se puede tomar aquí por el conjunto total de los hombres, sino más
bien por algo en lo que convienen un conjunto de individuos singulares y que nuestro entendi-
miento abstrae al considerar las intuiciones que de ellos tiene. Sobre esto volveremos dentro de
un momento cuando tratemos el tema de los universales.
3. Material. El término se pone en el lugar de una palabra hablada o escrita. Por ejemplo, en «hom-
bre» es un nombre, la palabra «hombre» sustituye, no a ningún individuo singular o a una coinci-
dencia abstraída de un conjunto de singulares, sino a la palabra escrita o hablada. La suposición
nos permite saber si un signo tiene una verdadera referencia y a distinguir entre los diversos
niveles del lenguaje que, al confundirse, nos pueden llevar a paradojas.
De esta teoría de la suposición se deduce la teoría de la verdad en relación con las proposiciones. Si
la verdad de un término estaba en su capacidad de significar a un individuo concreto y singular, la
verdad de las proposiciones estará en su rectitud o en su correcta enunciación. La verdad deja de ser
ya adecuación entre el intelecto y la cosa.
Tomemos, por ejemplo, la proposición «Sócrates es animal». Ésta será verdadera si el sujeto y el
predicado significan la misma realidad singular –si suponen por la misma cosa– y si el sujeto está
contenido en el predicado. Para ver si esto se cumple debemos tomar los dos términos por separado
y ver si nos remiten a alguna realidad concreta.
Sólo viendo la relación existente entre la proposición y el estado de cosas comprobamos la verdad
de la proposición. Pero la teoría de la verdad todavía guarda una similitud más con la epistemología
y la ontología de Ockham: la verdad es una abstracción, mientras que lo verdadero concreto son los
términos o las proposiciones que remiten a la realidad singular.
Por último, todo lo que llevamos visto desemboca en una nueva definición de la ciencia. Podemos
dar las diversas definiciones de Ockham en un sentido ascendente: primero la ciencia es el conoci-
miento evidente o cierto de una verdad. Pero como tal enunciación resulta un tanto vaga todavía,

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Ockham da otra más concreta al decir que ciencia es un conocimiento evidente pero derivado del
conocimiento mediato o inmediato de los términos.
En esta segunda definición se incluyen tanto las verdades contingentes como las necesarias. Es por
ello que hay aún una definición más concreta que excluye a las verdades contingentes del conoci-
miento científico al considerar que la ciencia es el conocimiento evidente de una verdad necesaria
y que sus conclusiones funcionan a modo de primeros principios. En cuarto lugar, de este tipo de
verdades se pueden generar otras tantas, también necesarias, al combinar dos de ellas como premi-
sas y proceder silogísticamente para extraer una conclusión.
Este último tipo de ciencia utiliza la demostración silogística como fundamento y se diferencia cla-
ramente de los anteriores tipos de ciencia (sabiduría en el caso de la segunda definición y conoci-
miento de los primeros principios en el caso de la tercera).
Una cosa debe dejarse clara: la verdad de estos silogismos remite y se apoya, en última instancia,
en la realidad de los singulares. Los silogismos se componen de proposiciones que, a su vez, se for-
man combinando varios términos. Ya vimos que comprobar la verdad de una proposición implicaba
indagar sobre la realidad a la que sus términos nos remitían, por lo que la verdad de un silogismo
demostrativo nos llevará necesariamente a rastrear la realidad individual.

2.2.2. El problema de los universales en Ockham

La verdad es que, después de haber esbozado las líneas principales de la epistemología, la ontología
y la teoría del lenguaje de Ockham, la resolución del problema de los universales por parte de nues-
tro autor se puede intuir fácilmente.
En primer lugar tenemos la crítica al realismo. Ockham introduce el asunto con una pregunta: si el
universal existe ¿se encuentra fuera del alma o en el alma? Para nuestro autor la respuesta es clara:
no hay universales en la realidad, sólo existen singulares. Pero si se quiere afirmar esa teoría, primero
se deben desmontar las afirmaciones de los realistas. Ockham clasifica el realismo según en que éste
distinga al universal del individuo en el cual se realiza. Así pues hay tres tipos de realismo:
1. Real. Considera que el universal se realiza en el individuo como una realidad dentro de otra, pero
considera también que esto puede suceder de dos formas diferentes. En la primera, el universal
no se multiplica y permanece igual a sí mismo dentro de cada uno de los individuos. El absurdo
de esta suposición salta a la vista ya que si esto fuera verdad tendríamos una realidad universal,
que ya de por sí debería ser individual, y que permanece multiplicada en numerosos individuos
sin perder su carácter individual. Si a esto le añadimos que los singulares, como dijimos, no ad-
miten composición interior, y que sólo existe realmente aquello que intuimos tenemos ya la
refutación del primer tipo de realismo. En la segunda, el universal se multiplica en los individuos
al verse afectado por los accidentes que hacen diferente a cada singular. La refutación de Oc-
kham es también clara: todo lo que está en una realidad singular es tan singular como esa misma
cosa –recordemos que los conceptos de esencia y forma quedaban reducidos a la esencia y la
forma de ese ser concreto y singular, pero que no eran compartidos con otros–, por lo que si
hay un universal en el singular éste será igual al singular mismo y, por lo tanto, no será universal.
Nuevamente se pone de relieve la preeminencia del singular sobre cualquier otra pretensión o
doctrina. Además de esta refutación, Ockham mantiene la anterior: una cosa común a muchos
dentro de una cosa que es sólo igual a sí misma es un absurdo.
2. Formal. En el realismo formal donde la naturaleza específica y el individuo en el que ésta se realiza
no se implican como una realidad individual dentro de otra. Naturaleza y diferencia no son ahora
dos cosas distintas, pero se distinguen aún dentro del individuo sin necesidad de tener que apelar
al intelecto. La refutación de este tipo de realismo no se aleja demasiado de los argumentos ante-

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riores: distinguir entre forma y diferencia dentro de un singular, a sabiendas de que éste es pura sim-
plicidad, resulta paradójico. La forma, como vimos ya, es individual en cada uno de los singulares.
3. Según la razón. El realismo según la razón implica la misma distinción que el formal pero conside-
rado, ahora, desde un punto de vista epistemológico y no sólo ontológico. Este tipo de realismo
interpreta que lo que hay son individuos y que en ellos no se distingue ontológicamente una
parte individual y otra universal si no es por la razón; es nuestro entendimiento agente el que
actualiza la forma específica que permanece en potencia en la cosa. Un realismo así es aún inacep-
table, porque considera que lo que distingue el intelecto es en cierto modo real. Esto se opone
radicalmente a la idea ya analizada de que, para nuestro autor, de lo que se abstrae no se puede
concluir ningún juicio de existencia real.
¿Qué sucede entonces con los universales? Pues que sólo existen en nuestra alma. Utilicemos el
ejemplo del propio Ockham: si consideramos a Sócrates, a Platón y a un asno, concluiremos nece-
sariamente que los dos primeros tienen más en común que cualquiera de ellos con el asno. Lo que
tienen en común es la especie: el ser hombre o humanidad. Ockham no se opone a ello, sino a que,
para llegar a dicha conclusión, debamos conceder algún tipo de realidad a la humanidad.
Siguiendo con el ejemplo, el proceso de formación del universal se explica de esta manera: todo
lo que existe son individuos singulares y nuestro modo de conocer basado en la intuición sólo nos
muestra a las cosas en su singularidad.
Si eso es así, nosotros centramos nuestro ejemplo en un individuo que recibirá luego el nombre de
Sócrates, en otro que llamaremos más tarde Platón y en un ser concreto con una serie de característi-
cas que denominaremos asno. Intuidos estos tres elementos singulares en su propia individualidad,
pasamos a ponerles un nombre.
A aquello que tengo en mente cuando decido que voy a llamar «Sócrates» a Sócrates es el término
mental, término conceptual o concepto del que ya hablamos antes, mientras que el sonido y la
grafía que le otorgo para provocar en la mente del otro el mismo efecto serán los términos hablados
y escritos. Lo mismo sucederá respectivamente con Platón y con el asno. Pero si yo comienzo a ana-
lizar mis representaciones sobre ellos y a establecer relaciones y comparaciones entre ellas puedo
abstraer diversas consideraciones. Una de ellas será que entre aquello que he llamado Sócrates y lo
que he llamado Platón existen más afinidades que entre cualquiera de ellos y el asno, ya que de ellos
tengo una imagen común.
Es a esto a lo que llamamos universal: la imagen común a todos los individuos que agrupo bajo el
término de «humanidad». Pero esto no es más que un concepto abstracto que me remite a muchos
individuos y que, como tal, carece de todo tipo de realidad extramental. El universal acaba por ser un
signo y nada más; es un «arte-facto» o constructo mental.
¿Cuáles son entonces las ideas principales del nominalismo de Ockham?
1. Sólo conocemos individuos singulares caracterizados por su simplicidad interna.
2. Nuestro conocimiento tiene como fundamento la experiencia sensible.
3. Nuestros términos significan la realidad, suponen por ella, pero carecen por sí mismos de ningún
tipo de realidad.
4. Los universales son meros términos mentales: son abstraídos a partir de las cosas singulares, por
lo que ni se trata de sustancias singulares ni tampoco tienen realidad corpórea.
Así, hemos pasado de una doctrina que necesitaba de la existencia real de los universales en las
cosas singulares a otra que los relega a la mente y los convierte en meros términos. Una idea así es
posible porque se inserta perfectamente en un sistema filosófico en el que una epistemología y una
ontología determinadas son sus notas definitorias. Es la importancia concedida a la realidad singular

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lo que hace posible una teoría del nominalismo como ésta, una teoría que convierte a su creador en
el nominalista por antonomasia. Después de él se establecerá la diferenciación entre la Via Antiqua
de los seguidores de la metafísica esencialista de Tomás de Aquino y Duns Scoto y la Via Moderna de
los seguidores del nominalismo iniciado por Ockham.

¿Puedes explicar cuáles fueron las claves del pensamiento de Guillermo de Ockham?

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3 La ciencia del siglo XIV


Nuestra intención aquí es ofrecer un panorama del ambiente científico del siglo XIV y comentar
brevemente los logros y avances más llamativos de este periodo. El mérito de estos pioneros es el de
fomentar un cambio de mentalidad que anticipa ya muchos de los principios rectores de la ciencia
y la filosofía del siglo XVII.

3.1. El cuestionamiento de la ciencia anterior y la filosofía de


Ockham

Hasta este momento, la ciencia se había basado casi por completo en la ciencia aristotélica, aunque
se tuvieron que reinterpretar algunas pocas ideas que parecían chocar con los dogmas del cristianis-
mo. Este tipo de saber se caracterizaba básicamente por dos cosas: por la utilización de la matemá-
tica como instrumento que permitía salvar los fenómenos y, sobre todo, por primar la abstracción
por encima de la experiencia.
La metafísica ofrecía la explicación real del universo mediante conceptos abstractos como materia
y forma o sustancia y accidente; mientras que la matemática, por su parte, elaboraba complicadas
teorías que poco o nada tenían que ver con la imagen anterior pero que posibilitaban la predicción
de los acontecimientos.
La cosa comienza a cambiar con las condenas de 1277. En ellas, el obispo de París prohíbe la ense-
ñanza de las tesis aristotélicas que atentan directa o indirectamente contra el dogma de la omnipo-
tencia de Dios. Esto, en sí mismo, no parece tener demasiada importancia; pero si nos atenemos a las
implicaciones del asunto, entonces vemos claramente que en ese momento se abre todo un plexo
de posibilidades para el mundo de la ciencia.
La principal consecuencia es que existen algunas tesis de la ciencia aristotélica que son falsas o erró-
neas, por lo que nadie dice que no pueda haber otras tantas que pequen de lo mismo. A partir de
este momento muchos científicos revisarán las teorías del Filósofo y no dudarán en hacer públicas
todo tipo de conclusiones que sean contrarias a sus enseñanzas si creen que su razonamiento es
correcto.
Si a esto le añadimos la divulgación de las enseñanzas de Ockham, tenemos ya un cambio de men-
talidad que es casi total. Ockham no realizó ningún avance científico y, de hecho, no abandonó nun-
ca las enseñanzas de Aristóteles en lo relativo a la filosofía y a la ciencia. Tal es así que, a su entender,
todas sus teorías novedosas se deben simplemente a una correcta interpretación de la filosofía de
Aristóteles.
¿Cuál es entonces el mérito de Ockham? Pues que en su filosofía se anticipan ya muchos de los prin-
cipios rectores del método de la Nueva Ciencia. Tenemos, por ejemplo, que frente al saber universal
y necesario de Aristóteles se favorece otro basado en el conocimiento experiencial de la realidad
singular y en la explotación de las posibilidades del probabilismo. Respecto a lo primero, gana im-
portancia la utilización de la prueba empírica para constatar la verdad de los hechos y de las teorías,
aunque esto aún sea muy limitado.
Además se comienza a volver la vista hacia la realidad para observarla e interpretarla según sus pro-
pios fenómenos. El probabilismo, por su parte, tiene su origen en el Dios todopoderoso de Ockham:
el poder absoluto de Dios es tal que, no es que pueda cambiar sólo las reglas del mundo presente,
sino que incluso puede crear otros mundos a parte del nuestro. Si esto es así, ¿por qué no elaborar
conjeturas e hipótesis probables sobre la realidad que traten de explicarla de un modo diferente?
¿Por qué no imaginar sucesos en otras condiciones distintas a las nuestras?

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Hay aún una última aportación de Ockham al método de la ciencia: el principio de economía. Las
teorías deben tratar de explicar el mayor número de fenómenos con la mayor simplicidad posible.
Dicha regla goza de tal importancia que, a la hora de decidir entre teorías rivales, este principio es
uno de los que puede hacer inclinar la balanza en uno y otro sentido –como sucedió con la victoria
de la Ciencia Moderna respecto a las teorías aristotélicas–.
Así pues, empirismo, probabilismo y simplicidad son los pilares de esta nueva mentalidad que se
concentra, principalmente, en tres grandes centros del saber del siglo XIV: Oxford, París y Padua.
Veamos pues, cuáles son los más meritorios avances de la ciencia del siglo XIV.

3.2. Los grandes avances de la ciencia del siglo XIV

3.2.1. La matematización de la Física

El primer gran avance es el de la matematización de la física. Pese a que hay intentos de trabajar
en este campo en la Universidad de París, los grandes méritos son realizados en la Universidad de
Oxford, son los llamados Calculatores del Merton College de Oxford.
Es en concreto Tomás Bradwardino (1290-1349) el primero en explicar matemáticamente la teoría
aristotélica del movimiento. Bradwardino considera que las anteriores formulaciones de este prin-
cipio eran erróneas por no valer para todos los casos y ofrece, en su Tratado de las Proporciones de
1328, una formulación nueva y correcta. La fórmula de Bradwardino tendrá gran éxito en su contex-
to difundiéndose en Oxford y en París, pero no pasará a la Física Moderna por encontrarse todavía
en un paradigma del movimiento de corte aristotélico. El mayor mérito es entonces avanzar en la
aplicación de la matemática para resolver problemas de la Física.
Junto a Bradwardino, hay otros que se preocupan por reducir la intensidad de las cualidades –o de
las formas– a una escala de magnitudes mensurables. Entre los Calculatores del Merton de Oxford
encontramos, sobre todo, a Richard o Roger Swineshead (fallecido entre 1340-1355); pero será el
nominalista Nicolás de Oresme (1320-1382) en París el que destaque por encima de todos ellos al
analizar el movimiento local desde esta nueva perspectiva.
Hay quien lo ve como un verdadero pionero de la geometría analítica ya que representó en un grá-
fico la velocidad de un cuerpo en movimiento –intensión de la cualidad– en relación con el espacio
recorrido y al tiempo que tardaba en recorrer dicho espacio –extensión de la cualidad–.
Al dibujar estos datos en un gráfico y analizar geométricamente los planos, las figuras, las rectas o las
curvas se obtenía gran información sobre las propiedades y se podían descubrir nuevas ideas. Este
tipo de análisis suponen un gran avance hacia la Nueva Ciencia de la Modernidad, pero, al no aplicar-
se aun a casos concretos o al establecimiento de leyes físicas determinadas –como al caso concreto
de la caída de los graves al que se aplicará con ciertas correcciones por parte de Galileo– todavía no
podemos decir que estemos en un nuevo paradigma. Se tienen las intuiciones pero no se les acaba
de sacar todo el provecho.

3.2.2. Buridán y la teoría del impetus

Si, como habíamos dicho antes, los agustinos de Oxford utilizaron la matemática aplicada a la física
con la intención de corroborar y explicar las doctrinas peripatéticas, el caso de los nominalistas de
París –como Nicolás de Oresme o Juan Buridán– es totalmente diferente. Ellos parten de la experien-
cia sensible con el objetivo de investigar los hechos y teorizarlos, pero entre sus intenciones no se
encuentra el deseo de conservar la doctrina de Aristóteles. De una de estas observaciones saldrá la
explicación del movimiento de los proyectiles basado en la teoría del impetus.

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La teoría del impetus es, a nuestro parecer, el aporte más importante –por consecuencias y por los
comentarios suscitados– de la Ciencia Medieval al nacimiento de la Ciencia Moderna. Su aplicación
nos remite en un primer momento al estudio del movimiento de los proyectiles, un tema difícil de
explicar desde la cosmovisión del mundo antiguo.
Recordemos que en la teoría del movimiento de Aristóteles era necesario que un motor actuase en
todo momento e inmediatamente sobre el móvil, cosa que resulta problemática al tratar el movi-
miento de los proyectiles: si lanzo un cuerpo por el aire, este sigue moviéndose por un tiempo sin
que ningún motor parezca actuar sobre él.
Hubo dos respuestas a esta dificultad, que gozaron de gran éxito y difusión. La primera se encon-
traba en el Timeo de Platón (Platón, Timeo, 63e) y dice que el proyectil sigue moviéndose porque el
aire que desplaza en su movimiento corre a llenar el vacío que el cuerpo deja tras de sí. Al hacer esto,
el aire golpea de nuevo al cuerpo y perpetúa su movimiento. Esta teoría se conoce también con el
nombre de teoría de la antiperístasis.
La otra teoría es de Aristóteles (Aristóteles, Física, VIII, 10, 267 a4) y explica que el cuerpo sigue su
movimiento porque el motor, al lanzarlo, transmite parte de la fuerza al aire –lo remueve– y ello
provoca que el cuerpo se mantenga en el aire. Después, debido a la resistencia que el aire opone al
cuerpo y a que éste, al ser un sólido, tiende a caer a su lugar natural que es la tierra, el movimiento va
cesando progresivamente hasta desaparecer por completo. La nota característica de ambas teorías
reside en que es el medio el que posibilita el movimiento del proyectil; es el medio el que responde
a la aparente falta de motor al convertirse él mismo en motor.
Es el profesor y rector de la Universidad de París, Juan Buridán (ca. 1300-1358), quien elaborará una
respuesta diferente y más satisfactoria a este problema. Buridán no fue un ockamista, pero también
se interesó por la lógica nominalista y por la importancia que la experiencia tiene para el conoci-
miento. Curiosamente dos de las ideas principales que Ockham aporta al cambio de mentalidad en
la cultura medieval son las que servirán al pensador parisino para falsar las dos posturas anteriores.
Gracias a la atención prestada sobre la experiencia, Buridán descubre que la teoría de la antiperístasis
no explica muchos casos empíricos. Por ejemplo, en una barca cargada de paja el aire empuja las
briznas hacia atrás y no en el sentido de la marcha. La explicación peripatética es rechazada gracias
al principio de economía intelectual: la teoría de Buridán, pese a manejar prácticamente las mismas
ideas, resulta más elegante y más intuitiva que la de Aristóteles. ¿Cuál es su explicación? Pues simple-
mente que el motor, al lanzar al móvil con una determinada fuerza, le imprime parte de ese impulso
–impetus en latín–, no al medio, sino al móvil y en el sentido en el que lo movía el motor.
Después, como sucedía también en Aristóteles, la resistencia del aire y el peso de la piedra –que
no es más que la atracción de la gravedad terrestre– van eliminando progresivamente dicho movi-
miento. El hecho de que una pluma no pueda lanzarse tan lejos como una piedra reside en que los
cuerpos reciben el impetus en proporción a su cantidad de materia y porque hay más materia en un
cuerpo denso y grave que en otro ligero.
¿Cuáles son las aplicaciones y consecuencias de dicha teoría?.
„„ Primero, el ya mencionado cambio del medio al móvil en la explicación.
„„ En segundo lugar, al aplicarla al análisis del rebote de una pelota, Buridán avanzó en la explicación
de la caída libre de los cuerpos al entender que la gravedad se suma al impetus para acelerar el
movimiento del cuerpo en caída.
„„ En tercer lugar, se suma a Ockham al eliminar la diferencia entre la física del mundo sublunar y
la del mundo celeste en tanto que la teoría de Buridán, al aplicarse a la dinámica de los cuerpos
celestes, elimina a todo mediador del movimiento: Dios, en la creación, imprime una fuerza de-
terminada a los astros y estos, al no encontrar resistencia alguna, continúan su trayectoria sin
necesidad de inteligencias intermedias o ángeles de ningún tipo.

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„„ Por último, podríamos agrupar en un mismo conjunto aquellas que implican un cambio en la
mentalidad científica del momento: cuestionamiento de la verdad establecida, enunciación de
hipótesis, contrastación empírica, etcétera.
Cabe decir que existían desde hacía tiempo enunciaciones más primitivas de este principio en las
teorías de Juan Filopón (VI d.C.), Avicena (980-1037), Avempace (1106-1138), Averroes (1126-1198)
o Pedro Olivi (1248-1298). Pero parece ser que es Francisco de Marchia (siglo XIII) quien aplica ya
de forma plena el concepto de impetus al movimiento, aunque sea con la intención de explicar un
problema puramente teológico.

3.2.3. Teorías sobre el movimiento de la Tierra y medicina

Juan Buridán concede ya cierto movimiento a nuestro planeta al preguntarse por cuál es el centro
de gravedad del Universo y si éste coincide realmente con la Tierra. Pero es el ya mencionado Nicolás
de Oresme quien más profundiza en este terreno.
En su Tratado del Cielo y del Mundo (1377), Oresme centra su atención en una polémica planteada
en la Universidad de París acerca del posible movimiento de la Tierra. Expone en tres bloques las
razones que parecen apoyar el posible movimiento del planeta:
„„ El primero demuestra que la experiencia no prueba que sea el cielo el que se mueve
„„ El segundo que la razón tampoco nos ofrece pruebas concluyentes sobre el mismo asunto
„„ En tercer lugar, ofrece una serie de argumentos persuasivos que prueban el movimiento de la
Tierra.
Lo más sorprendente es que, al final de la obra, Oresme nos descubre que todo ha sido una artimaña
para demostrar lo fácil que es engañar a aquellos que se apartan de la fe mediante el mal uso de la
razón. La tierra, en realidad, es inmóvil.
Pese a todo gran parte de esos argumentos serán utilizados posteriormente por Copérnico en La
Revolución de los Cuerpos Celestes (1543) para probar, realmente, que la Tierra sí se mueve alrededor
del Sol. Lo paradójico es que las razones de Oresme parecen mucho más claras que las del propio
Copérnico, pese a tener intenciones totalmente opuestas.
La medicina del siglo XIV se desarrolla principalmente en Padua. El averroísmo latino se había exten-
dido por toda Europa pese a las condenas de 1277 y había recalado con fuerza en esta ciudad ita-
liana. Con la intención de recuperar a un Aristóteles lo más fiel al original posible, refuerzan en com-
ponente empírico del Filósofo y vuelven sus ojos hacia la realidad. Esto se traduce, en el terreno de
la medicina, en una nueva investigación anatómica que no se conforma con teorías abstractas, sino
que se dedica a la disección de cadáveres y a la elaboración de detallados manuales descriptivos.

3.3. Méritos y limitaciones de la ciencia del siglo XIV

La ciencia del siglo XIV no es todavía la Nueva Ciencia de la Modernidad. Permanecen aún anclados
al viejo paradigma aristotélico pese al cuestionamiento de muchas de sus ideas. Los Calculatores de
Oxford sólo querían reforzar la explicación aristotélica, mientras que los nominalistas de París cues-
tionan algunas de las ideas de la física peripatética desde dentro del propio sistema.
Además, el interés creciente por la experiencia no agota todas sus posibilidades, ya que se llevan
a cabo, sobre todo, lo que podríamos llamar «investigación de gabinete». No hay atención a la ex-
perimentación pura y dura, sino que se apela a experiencias imaginadas a partir de conocimientos
previos.

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Pero estas limitaciones no deben servir para quitar mérito a los teóricos de este siglo. Pese a que
no se extraen todas las consecuencias de las ideas, por lo menos se tienen las intuiciones. Esto no
hubiese sido posible si antes no se hubiera producido un cambio de mentalidad que se refleja en
el cuestionamiento de parte del saber establecido o en la búsqueda metódica de nuevas hipótesis
explicativas. Aunque la valoración de la experiencia no desemboque en el método experimental, lo
que no podemos negar es que la dignificación de la realidad que se deriva de estas nuevas teorías
es un primer paso necesario para conseguirlo. Ese cambio de mentalidad y esas primeras ideas en la
dirección de la nueva ciencia son los mayores logros de la ciencia del siglo XIV.

Explica los principales avances científicos del siglo XIV y cuál fue su vinculación con el
nominalismo.

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CONCLUSIÓN

Así pues, hemos visto que el nominalismo de Ockham se inserta en su sistema:


su teoría del lenguaje implica su epistemología y su metafísica, y viceversa. Esta
forma novedosa de hacer filosofía en el siglo XIV supone un cambio de mentalidad
que anticipa ya muchas de las ideas de la Modernidad, pero también anima a los
científicos de ese siglo a realizar nuevas investigaciones. Muchos de estos nuevos
descubrimientos, que se oponen por lo general al saber establecido, influyen di-
recta o indirectamente en el desarrollo de la nueva ciencia.

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BIBLIOGRAFÍA

Fuentes primarias: Porfirio y Ockham

OCKHAM, G. DE (1967-1988). Opera Philosophica et Theologica. New York: Franciscan Institute, St. Bona-
venture.
La obra filosófica consta de siete volúmenes y la teológica de diez. Todas las obras están en latín, por lo que las
citas de las obras de Ockham que aparecen en el trabajo son propias. Salvo de algunas de las obras políticas, la
traducción al castellano de las obras de Ockham es prácticamente inexistente.
OCKHAM, G. DE (2002). Pequeña suma de filosofía natural. Barañáin (Navarra): EUNSA.
Obra interesante para comprender la física de Ockham y su crítica a las categorías de la Escolástica clásica. Sin
embargo es una obra menor dentro de la producción del autor.
OCKHAM, G. DE (1962). Tratado sobre los principios de la teología. Buenos Aires: Aguilar.
Contiene definiciones de los principales más importantes de la filosofía de Ockham. El problema está en que,
pese a aparecer dentro de las obras completas de Ockham, los expertos no se acaban de poner de acuerdo
sobre la autoría.
OCKHAM, G. DE (2003). Los sucesivos. Barcelona: Folio.
Obra también menor, interesante para el tema de la física y la crítica a las categorías, pero que también es de
dudosa autoría.
PORFIRIO (2003). Isagoge. Barcelona: Anthropos.
Introducción general a la lógica del III a.C. que se solía anteponer, durante la Edad Media, a los textos de Aristó-
teles. Contiene la primera formulación clara del problema de los universales.

Fuentes secundarias: la ciencia en el siglo XIV

MINUÉS, C. (1994). De Ockham a Newton: la formación de la ciencia moderna. Madrid: Ediciones Pedagógicas.
La primera parte de esta obra se dedica a analizar el pensamiento de Ockham, su aportación a la ciencia del
siglo XIV y los logros de dichos científicos. La explicación es muy clara.
CROMBIE, A.C. (2000). Historia de la Ciencia: de San Agustín a Galileo. Tomo 2, Siglos XIII a XVII. Madrid: Alianza.
La obra es interesante porque trata de reconstruir la posible conexión entre la ciencia de los medievales y el
nacimiento de la Nueva Ciencia.
TATON, R. [dir.] (1988). Historia General de las Ciencias. Tomo 1, La Ciencia Antigua y Medieval. Barcelona: Orbis.
Muy buena explicación de los avances científicos producidos en el siglo XIV incluyendo sus orígenes y sus
consecuencias. Aporta una visión más científica que filosófica sobre el asunto.

Fuentes secundarias: la filosofía en el siglo XIV

ANDRÉS, T. DE (1969). El nominalismo de Guillermo de Ockham como Filosofía del Lenguaje. Madrid: Gredos.
Estudio extenso y muy bien considerado entre los expertos de la teoría del lenguaje de Ockham. Es muy espe-
cializado y puede ser algo complicado para aquellos que no estén familiarizados con la filosofía de Ockham y
el pensamiento medieval.

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filosofía

GILSON, E. (2007). La filosofía en la Edad Media. Madrid: Gredos.


Obra clásica donde se repasa la filosofía de Guillermo de Ockham entre otros tantos autores. También se analiza
brevemente el pensamiento de los científicos del siglo XIV. Su único inconveniente es que no localiza las citas
que señala.
MERINO, J.A. (2001). Historia de la Filosofía Medieval. Madrid: BAC.
Obra clara y muy minuciosa donde se explica el pensamiento medieval con gran claridad y numerosas citas.
Ockham y los filósofos de la Via Moderna son algunos de los protagonistas.
REALE, G. y ANTISERI, D. (2000). Historia del pensamiento filosófico y científico. I. Antigüedad y Edad Media.
Barcelona: Herder.
Manual clásico de filosofía. La filosofía de Ockham y la ciencia del XIV son tratados de un modo un tanto breve.
COPLESTON, F. (2004). Historia de la filosofía. Volumen 2. Tomo III. De Ockham a Suárez. Barcelona: Ariel.
Otro de los manuales más conocidos. En esta obra se le da más importancia a los medievales que en la anterior.
KUHN, TH. (1996). La revolución copernicana. Barcelona: Ariel.
Obra clásica de historia d ella ciencia. El capítulo 4 analiza el paso del aristotelismo al copernicanismo en la
Edad Media.
PITARCH, A., RUIZ, F. (2006). Guillermo de Ockham. Valencia: Editilde.
Cuaderno de 36 páginas muy adecuado para preparar este tema.
RÁBADE, S. (1998). Guillermo de Ockham. Madrid: Ediciones del Orto.
Buena obra para establecer una primera toma de contacto con la filosofía de Ockham.

Páginas web

El Dialogus de Ockham en latín e inglés (The British Academy)


http://www.britac.ac.uk/pubs/dialogus/ockdial.html
Scholasticon (incluye Summa totius logicae de Ockham en latín)
http://www.ulb.ac.be/philo/scholasticon
Mediaeval Logic and Philosophy (P.V. Spade)
http://pvspade.com/Logic

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filosofía

RESUMEN

El nominalismo y la ciencia del siglo XIV

XX Teoría del conocimiento


1. El nominalismo hasta el
siglo XIV „„ La intuición es el núcleo de la teoría del conocimiento de
Ockham. La intuición perfecta consiste en la percepción
„„ Se indagan los orígenes del nominalismo en la disputa de sensible de la cosa mientras que la imperfecta es la repre-
los universales. sentación de imágenes ya percibidas.
„„ La intuición nos permite conocer los singulares y se carac-
teriza por ser inmediata y evidente. Aquello que se intuye
1.1. La disputa de los universales
es lo real y sólo lo real puede ser intuido.
„„ El universal es aquello que se puede predicar de muchos „„ El conocimiento abstractivo es mediato porque se elabora
como el género y la especie. a partir del conocimiento intuitivo y no es evidente porque
„„ El origen de la polémica está en el comentario de un peque- su evidencia está en la intuición. Además, aquello que se
ño fragmento de la Isagoge de Porfirio que hace Boecio. abstrae carece de realidad y sólo está en nuestra alma.
„„ El realismo extremo cree que el universal habita en el indi- „„ De la diferencia entre el conocimiento abstractivo y el in-
viduo y se distingue de él. tuitivo se puede extraer el interés de Ockham por la reali-
dad singular y se puede anticipar su principio de economía
„„ El realismo moderado ve al individuo como una sólo cosa
o «navaja de Ockham».
pero distingue aún en él una parte universal de otra sin-
gular XX Teología
„„ El realismo agustiniano considera que los universales son
„„ Junto al principio de economía, el otro gran principio de la
los ejemplares o las ideas de la mente divina que Dios usa
filosofía de Ockham es el de la omnipotencia de Dios.
como arquetipos a la hora de crear.
„„ Por la potencia ordenada Dios pone unas reglas en el mun-
do que son necesarias para todas las criaturas. Pero Él, por
1.2. El nominalismo hasta el siglo XIV su potencia absoluta, no está sujeto a ese orden y puede, si
así se le antoja, cambiarlo por completo.
„„ Para el nominalista los universales son meras voces o térmi-
nos. Lo único real son los individuos singulares. „„ Suponer en Dios alguna composición supondría limitar su
potencia. Si Dios debe atenerse a los ejemplares del realis-
„„ Boecio no es nominalista pero define la voz como percu-
mo agustiniano, entonces no tiene libertad creadora.
sión del aire.
„„ Roscelino, nominalista del siglo XII, define a los universales XX Crítica a la Escolástica
como voces utilizando la definición de Boecio.
„„ La división entre esencia y existencia carece de sentido si
„„ Pedro Abelardo, nominalista también del siglo XII, consi-
todo cuanto existe es de carácter individual: la esencia del
dera que los universales son meros términos abstraídos a individuo es existir como singular o como realidad única
partir de la realidad singular. en sí misma.
„„ Comprendemos la sustancia mediante sus accidentes sen-
sibles. La sustancia es ahora individual y los accidentes aris-
totélicos se reducen sólo a la cualidad.
2. El nominalismo en el siglo XIV: „„ Materia y forma son dos cosas independientes. La materia
puede ser conocida en sí misma y la forma es siempre una
Guillermo de Ockham forma individual para cada singular.
„„ Se centra el estudio del nominalismo del siglo XIV en su gran „„ Todas estas críticas anticipan ya las objeciones de Ockham
precursor y figura: Guillermo de Ockham. Se deriva su teoría a los que creen en la realidad de los universales.
lingüística a partir de su epistemología y su ontología.
2.2. El nominalismo de Ockham
2.1. Aspectos importantes de su
„„ Se analiza el nominalismo de Ockham mediante su teoría
pensamiento del lenguaje y su respuesta al problema de los universales.
„„ Los aspectos más importantes del pensamiento de Oc-
2.2.1. La teoría del lenguaje
kham para entender después el nominalismo son la teoría
del conocimiento, la teología y la crítica a las categorías „„ La teoría del lenguaje de Ockham se encuentra dentro de
fundamentales de la Escolástica tradicional. su Lógica.

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„„ Un término es «aquello que, cuando se toma significativa- 3.2. Los grandes avances de la ciencia del
mente, puede ser el sujeto o el predicado de una proposi-
ción» y se dividen en hablados, escritos y conceptuales.
siglo XIV
„„ Se ofrece la clasificación de los términos de Ockham y se „„ Se exponen los avances realizados en las universidades de
comentan brevemente. Oxford, París y Padua.
„„ La función del término es la de significar una realidad sin-
gular, por lo que él mismo carece de realidad. 3.2.1. La matematización de la Física
„„ La teoría de la suposición surge cuando situamos a los tér- „„ Se comienza a profundizar en la aplicación de la matemáti-
minos dentro de una proposición. ca para aclarar o contrariar la física de Aristóteles.
„„ La suposición es la propiedad que posee un término para „„ Con ello se llega muchas veces a ideas que anticipan algunas
sustituir a la cosa que significa dentro de una oración o teorías de la física moderna.
proposición. Existen tres tipos de suposiciones: personal,
„„ Las principales figuras son Bradwardino en los Calculatores
simple y material.
de Oxford y Oresme en la Universidad de París.
„„ La verdad de un término reside en su significar realidades
concretas mientras que la verdad de la proposición surge 3.2.2. Buridán y la teoría del impetus
al comprobar que sus términos remiten al estado de cosas
que reproducen. „„ La teoría del impetus de Buridán es el logro más importante
„„ La ciencia de Ockham es silogística y se comprueba empí-
de la física medieval.
ricamente. „„ La idea principal es que un móvil lanzado a través del aire
„„ Para Ockham, ser, decir y pensar se identifican plenamen-
no se mueve porque el medio actúe de motor sino que lo
te. hace porque el motor le imprime la fuerza al propio móvil
y este la conserva.
2.2.2. El problema de los universales en Ockham „„ Su explicación del movimiento influye en la de los científi-
cos del siglo XVII.
„„ Las posiciones del realismo, del realismo formal y del realis-
mo según la razón quedan reducidas al absurdo por la epis- 3.2.3. Teorías sobre el movimiento de la Tierra y
temología, la ontología y la teoría del lenguaje de Ockham.
medicina
„„ Los universales son términos abstractos que no remiten
ni siquiera a la realidad singular sino a una idea extraída „„ Nicolás de Oresme anticipa muchas de las demostraciones
a partir de ella. El universal está en el alma, pero no fuera que apoyan el movimiento de la Tierra mucho antes que
de ella. Copérnico.
„„ El problema es que Oresme los utiliza para demostrar lo
fácil que es engañar a aquellos que abusan del uso de la
razón.
3. La ciencia del siglo XIV
„„ Los averroístas latinos de Padua vuelven sus ojos a la expe-
riencia e investigan empíricamente la anatomía humana.
3.1. El cuestionamiento de la ciencia
anterior y la filosofía de Ockham 3.3. Méritos y limitaciones de la ciencia
del siglo XIV
„„ Las condenas de 1277 poseen gran importancia en el cues-
tionamiento de la ciencia establecida. Esta ciencia se basa- „„ La limitación más importante de la ciencia del siglo XIV está
ba principalmente en Aristóteles. en que permanece aun anclada en el paradigma aristoté-
„„ Las tesis de Ockham también influyen en crear un cambio lico.
de mentalidad que anima a cuestionar la física aristotélica. „„ Su mayor logro reside en anticipar con sus intuiciones mu-
„„ Aportaciones de Ockham: el principio de economía y la im- chas de las teorías de la Modernidad y en propiciar un cam-
portancia del saber experiencial y probabilista.
bio de mentalidad que conducirá hasta ella.

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AUTOEVALUACIÓN

1. Por universal se entiende:


a. Aquello que se puede predicar de muchos, como el género y la especie.
b. Aquello que sólo se predica de uno.
c. Aquello que se puede predicar de muchos, pero que no es género o especie.
d. Aquello que sólo se predica de uno, como el género y la especie.

2. Para los nominalistas en general los universales son:


a. Los ejemplares o ideas de la mente de Dios.
b. Algo real y concreto que habita en el individuo y que se distingue de su componente singular.
c. Meras voces o términos que carecen de realidad.
d. Algo real que se puede asimilar a la forma de los individuos.

3. Los tres elementos de la doctrina de Ockham que explican su nominalismo son:


a. La epistemología, la moral y la lógica.
b. La moral, la ontología y la teología.
c. La teoría del conocimiento, la teología y la crítica de las categorías fundamentales de la Escolástica
tradicional.
d. La teología, la teoría del lenguaje y la crítica de las categorías fundamentales de la Escolástica tra-
dicional.

4. ¿Cuál de estas divisiones es aplicable a los términos según Ockham?:


a. Intuiciones, intuiciones indirectas y abstracciones.
b. Hablados, escritos y conceptuales.
c. Personal, simple y material.
d. Materia, forma y sustancia.

5. La suposición es para Ockham la propiedad que posee un término para sustituir a la cosa que signifi-
ca en una oración o proposición y se puede dividir en suposiciones:
a. Materiales, formales y esenciales.
b. Materiales, empíricas y singulares.
c. Singulares, universales y de primera intención.
d. Personales, simples y materiales.

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6. Los universales para Ockham:


a. Son términos abstractos que remiten a una idea extraída a partir de la realidad singular.
b. Son realidades concretas que habitan en los singulares.
c. Se pueden captar mediante una intuición directa.
d. Se pueden captar mediante una intuición indirecta.

7. Las aportaciones de Ockham a la ciencia del siglo XIV son:


a. Muchas porque destacó más por sus investigaciones científicas que por su filosofía.
b. Ninguna, porque se opone al desarrollo científico.
c. Un cambio de mentalidad encarnado sobre todo en el principio de economía y la importancia del
saber experiencial y probabilista.
d. Un cambio de mentalidad encarnado en la importancia de lo intelectual sobre la experimentación
directa y en la conservación de las doctrinas de Aristóteles.

8. La teoría del impetus de Buridán defiende la idea de que:


a. El móvil que es lanzado continúa su movimiento en el aire sin la acción continuada de un motor
gracias a la influencia del medio.
b. El móvil lanzado se mueve gracias a que el aire que desplaza se comprime detrás suya.
c. No se puede explicar racionalmente el movimiento de un proyectil que vuela por el aire.
d. Un móvil lanzado a través del aire se mueve porque el motor imprime una fuerza determinada en
el móvil y éste tiende a conservarla.

9. ¿Anticipa Nicolás de Oresme muchas de las demostraciones que apoyan el movimiento de la Tierra?
a. Sí, pero lo hace para advertir de lo fácil que es convencer a aquellos que abusan del uso de la razón
con independencia de las Escrituras.
b. No, porque Oresme sólo se interesa por la matematización de la física.
c. Sí, y es un gran defensor de la teoría del heliocentrismo.
d. Sí, y además defiende la prioridad de la razón sobre las Escrituras.

10. El mayor logro de la ciencia del siglo XIV consiste en:


a. Enunciar las principales teorías y leyes de la ciencia moderna como la ley de la caída de los graves
o la teoría de la selección natural.
b. El desarrollo de la ley de la gravitación universal.
c. El abandono definitivo de la ciencia aristotélica.
d. Anticipar con sus intuiciones muchas de las teorías de la Modernidad y en propiciar un cambio de
mentalidad que conducirá hasta ella.

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