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CUANDO LAS ESQUINAS ERAN PURA SALSA

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Creado en Sábado, 02 Septiembre 2006 18:03
Escrito por ADLAI STEVENSON SAMPER (EL HERALDO, Barranquilla)
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Por ADLAI STEVENSON SAMPER (EL HERALDO, Barranquilla)

Después de los maravillosos años 50, Barranquilla recién salía a descubrir que no bastaba el
criollo merecumbé ni las advocaciones a los pioneros de la modernidad en Colombia en todos
sus frentes para conocer, en carne urbana, que la crisis de los 60 tocaba sus puertas y que las
migraciones, los barrios de invasión, la carencia de servicios y una nueva estirpe de políticos
dañaba el heroico sueño de ser la ciudad mas avanzada del descuadernado país. En eso
estábamos cuando a las seis es la cita, el bugalú, el bembé y la música antillana se tomaban las
esquinas como aperitivo creando un nuevo género de espécimen envuelto en sahumerios y
tambores: el esquinero.

Nadie quería el porro por achantado. Cuando se bailaba, su máximo frenesí era un discreto
movimiento de cabellos, todos con el cuerpo rígido y enderezado a la fuerza, ausente de la motriz
del sabor, como si un curioso halito le hubiese quitado la magia a la música que de todos modos
comenzó a ser vista como ‘sapa’ y anticuada por las nuevas generaciones que preferían las largas
descargas, los solos interminables de trompetas y tambores, al pérfido fin de pasar en sus
vecindarios por buenos muchachos amigos de una música monorrítmica.

Ay, ay del que llegaba a considerarse como amigo de las buenas costumbres: era alejado como
una peste, un sortilegio de mal agüero que solo podía ser soportado por las señoras devotas y los
caballeros amigos de las tradiciones. Cinco en conducta cuando la moda era de dos y medio para
abajo.

Porque todo, todo era innovación. La ropa, los gestos, el pelo y, sobre todo, un extraño dialecto
barrial, un slang que comenzó a florecer en los campos fértiles de la esquina, adobado de
Pacheco, Barreto y Palmieri; extendiéndose hasta nuestros bacanos días en que todo era muy
mono y muy legal, donde los barros, los cocheros se zafaban jirafa, brother, man y se mandaban
a su ámbito natural: el estanque de sapo ese hijo es tuyo, en la cara se parece a ti.

Era un auténtico desorden en torno a la música que abarcó todos los sesenta y que incluían las
llegadas apoteósicas en barra a los cines, las irrupciones con tumbao callejero de bandidito nuevo
en La Ceiba para bailar, volare, rodeado de puro melaza en flor el ritmo que traigo es azúcar,
azúcar na´ ma´; y las verbenas en que retumbaba el picó imponiendo su ley del más bravo sobre
el inquieto vecindario.

Y esos estaderos solitarios, ausentes de damas, de hombres en plan de rudos mirándose el ceño
mientras se destilaba salsa de la buena y alguno, con arrestos de bailarín, tiraba pases, alzaba las
piernas y agitaba poseído sus brazos y manos solo para que desde las otras mesas, señoras,
señores, surgiera el rival con algo más atrevido y descarnado que no pocas veces resultaba, de
pura envidia, en general trifulca apta para pegar conejo, una estampida general en medio de sillas
y mesas que volaban buscando el destino de una cabeza o una espalda, una auténtica carrera de
velocidad que recorría manzanas, barrios y solo se detenía en la amada esquina, para, muertos de
la risa, preparar otra incursión en otro fortín cuya arma más notoria era el picó y la salsa. Eran
otros tiempos, los del Frente Nacional, los del apaciguamiento de los partidos y de la vehemencia
de la individualidad rebelde recogiendo todas las maldades del siglo veinte para devolvérselas
con la misma intensidad.

En off, sonaba estrepitosa la salsa dura tocada por bravos, por tesos, por guapos de verdad que
comían candela, camará. Nadie se percató que llegaron los setenta y la ciudad se enrumbaba al
vallenato, ni que la salsa se volvió primero asunto político y después, mi gente, ustedes, un
comentario fugaz que nació en la madrugada de sábanas devoradas. Y los viejos muchachos
crecían, otros habían caído en lances de sangre y duelo, y el resto se aprestaba a desempeñar sus
roles de hombre trabajador, casado y con hijos.

Los que quedaron sumidos en los tiempos del vacilón de aquellos combos resolvían mirando
despectivamente todos estos cambios y sufriendo la lenta agonía de la soledad en la esquina,
donde ya no se miraban pasar los bollitos más bonitos del solar sino el tiempo angustioso
revuelto de recuerdos, nostalgias con un olor insidioso a cerveza.

Pero siempre hay un motivo de reencuentro, y los que abjuraron de aquellos días calamitosos
todavía se acercan a sus vidas viejas, al sabor terrible de la travesura recordada llegando en
romería a su culto semanal con la música, a repetir, sentados en un bar de salsa, por siempre
jamás, a los viejos éxitos de Richie Ray, ¡Ahí no má!, los trabalenguas de Héctor Lavoe, el soneo
del Conde Rodríguez en el reino de azuquita mami, azuquita pa’ti y todo el desorden magnífico
de timbaleros qué es lo que pasa que ahora tú me dijiste que me ibas a poner a gozar.

Todos vuelven en el olor de las mismas canciones de siempre en ese mítico lugar a saborear la
nostalgia de aquellos tiempos en La Arenosa en que las esquinas, que son iguales en todos lados,
tenían sabor a salsa con el suave aroma de los días de la perdida juventud.

http://www.elheraldo.com.co/hoy060820/sociales/noti7.htm

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