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MECANICISMO
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Este progresivo cambio de mentalidad, junto con los sucesivos avances
científicos acaecidos en la época, el papel cada vez más importante de las máquinas y la
proliferación de modelos autómatas, irán dando lugar a una concepción mecanicista de
la naturaleza. De entre esos autómatas recién mencionados, un dispositivo que va a
servir como modelo de la nueva imagen moderna del mundo será el reloj mecánico. A
lo largo de la Modernidad, se irá imponiendo con cada vez más firmeza la concepción
del universo como un gran reloj, paralela a la consolidación de la física y la mecánica
clásicas. Aunque la res cogitans queda fuera de esta noción, Descartes someterá todo
aquello que pertenece a la res extensa, incluyendo a los animales, las plantas y nuestro
propio cuerpo, sucumbe a la comprensión mecanicista del mundo. Así pues, al hilo de lo
que hemos dicho, ¿cuáles serían las principales características de una filosofía natural
mecánica?
El origen del movimiento es siempre extrínseco
Esto significa que no hay movimiento ni reposo espontáneos: nada se mueve o se
para por sí mismo. La idea de principio intrínseco de movimiento queda suprimida y,
con ella, la noción de movimiento natural. Además, por sí misma, la materia solo puede
conservar el estado en que se encuentra.
Toda transmisión de movimiento es por contacto.
Esto significa que todo se mueve o por empuje o por arrastre. El paradigma
aristotélico de movimientos celestes y terrestres, y junto a él, la astronomía y la
alquimia, queda completamente cancelado por el mecanicismo.
Hay solamente una causa eficiente del movimiento: empuje o arrastre.
Esto significa que no hay causa final en el movimiento de las cosas. Lo único que se
puede proponer fines es el alma humana, no así la naturaleza.
Con todo, asistiremos a una radical homogeneización de la materia ligada a esta
nueva concepción del movimiento, lo cual no dejará de tener radicales consecuencias en
la concepción del espacio y del tiempo.
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Descartes situará el fundamento de todos los cuerpos en dos principios: materia
y movimiento. Descartes considera que el mundo en su totalidad se puede explicar solo
a partir de estos dos principios, entendidos geométricamente. Ahora bien: ¿en qué
sentido hablamos de materia concebida geométricamente?
En primer lugar, significa que la esencia de la materia es la extensión, esto es:
tenencia de longitud, anchura y profundidad. La naturaleza de la materia es, por tanto,
exclusiva y absolutamente geométrica. Dicho en términos más bien coloquiales, materia
es igual a mera ocupación de espacio. De hecho, Descartes identifica materia y
extensión. Toda la materia es extensa, y toda extensión es material. Todo cuerpo es
mera res extensa.
Segunda cuestión: ¿Qué propiedades le podemos atribuir a los cuerpos según Descartes?
Puesto que, para Descartes, todo cuerpo es pura extensión, no les atribuirá ninguna
cualidad sensible: ni color, ni olor, ni sabor. Ahora bien, sí les podemos atribuir unas
determinadas propiedades geométricas: figura, tamaño y posición. No hablamos de
cambio de posición, de movimiento, ya que esto es un segundo principio que se añade a
la materia.
Es evidente de qué modo Descartes prescinde aquí de las categorías aristotélicas. No
hay ni diferencia entre materia y forma, ni tendencias o principios intrínsecos, ni la
materia es considerable desde un sentido cualitativo.
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EL MUNDO O EL TRATADO DE LA LUZ: CALOR, VACÍO, VÓRTICES
Nos introducimos ahora en algunas cuestiones señaladas por Descartes en El
Mundo o el Tratado de la luz, un importantísimo escrito donde, entre otras cosas, se
encierran los aspectos fundamentales de su física y su concepción del universo.
Adelantaremos algunos puntos para profundizar en esta última cuestión.
El propósito de Descartes al escribir El Mundo será, fundamentalmente,
deshacer las bases de la filosofía natural aristotélica, atacando sistemáticamente su
concepción cualitativa y teleológica de la naturaleza. Así, con respecto al calor,
Descartes defenderá que este es una sensación que constituye el resultado de partes de
materia en movimiento en interacción con un ser percipiente, y no, como defendía
Aristóteles, una propiedad última e irreductible. Con respecto al vacío hay que señalar,
habiendo ya explicado por qué Descartes rechaza su existencia, que en el plenum
cartesiano no es posible un movimiento puede tener lugar en línea recta, sino que el
contacto constante entre cuerpos implica que los cambios de posición se den en forma
de «movimientos aproximadamente circulares» dados en un medio fluido, que podemos
denominar como torbellinos o vórtices. Además de negar el vacío, Descartes se opone
también a la existencia de los átomos, si bien sí defiende, en consecuencia, con su
perspectiva geometrizante del mundo, la infinita divisibilidad de la materia. De igual
modo también defenderá la ilimitación de la extensión y el carácter ilimitado, que no
infinito, del mundo. A partir de aquí, y antes de introducirnos en el modelo cosmológico
de Aristóteles, debemos profundizar en su doctrina de los elementos, desarrollada en el
quinto capítulo de El Mundo.
LOS ELEMENTOS
Cuando hablamos de elementos o partículas elementales, nos solemos referir a
aquellas unidades límite de la divisibilidad de la materia. Demócrito hablaría de los
átomos. En Aristóteles, por otro lado, la noción de elemento será completamente
distinta y no tendrá nada que ver con la divisibilidad. Encontramos, en cambio, clases
de materia que tienen una definición cualitativa, con propiedades últimas y particulares
que generarían propiedades nuevas al combinarse con otros elementos. Estas
propiedades no tienen que ver con la divisibilidad, sino con las cualidades que las
definen. Tenemos, entonces, una noción de elemento que se relaciona con la
divisibilidad y otra con las propiedades. El caso de Descartes será distinto.
Es bien sabido que, en Descartes, la materia es mera extensión: no hay, por
tanto, distintas clases de materia como en Aristóteles, sino solo una. ¿Por qué hablará
entonces de elementos?
En primer lugar, para Descartes, la materia es infinitivamente divisible, lo que
no quiere decir que esté infinitamente dividido. Descartes no comparte el punto de vista
atomista, pero tampoco tendrá la perspectiva cualitativa de Aristóteles. Para Descartes,
las diferencias entre las partes de materia residirán en un principio cuantitativo: más o
menos tamaño y más o menos movimiento. A partir de aquí, lo que concibe Descartes
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es que, en el origen, cuando Dios creó el mundo, únicamente dispuso un ilimitado
número de cualesquiera tamaños, cualesquiera posiciones, cualesquiera figuras y
cualesquiera movimientos. La de Descartes es una configuración inicial del universo
caótica. Estas partes de materia que constituirían la configuración inicial del mundo son
creadas, eso sí, en movimientos, y a tales movimientos le son imprimidas ciertas leyes.
A partir de aquí, necesariamente llegaremos a una configuración heliocéntrica del
mundo. Para Descartes, ningún planeta puede residir en el centro del universo; solo las
estrellas pueden estarlo, lo que le llevaría a preconizar la existencia de un sistema solar
y de universos similares al nuestro.
Los elementos cartesianos son tres. En Principia Philosophica, Descartes los
denominará como primero, segundo y tercer elemento. Sin embargo, en El Mundo, una
obra de juventud, Descartes incorporará una terminología aristotélica, si bien es
importante tener en cuenta que no guarda ninguna relación efectiva con la física
aristotélica. Estos son los siguientes:
1. Fuego [Primer elemento]
2. Aire o Éter [Segundo elemento]
3. Tierra [Tercer elemento]
Ahora bien: ¿por qué agrupar los elementos en tres partes? Esto se debe a que su
principio de diferenciación, como ya hemos señalado, depende de la relación entre
tamaño y movimiento que caracteriza a cada uno de ellos. Así, el primer elemento, el
fuego, responde a las partes de materia de menor tamaño y mayor movimiento, puesto
que cuanto menor es una parte de materia menor resistencia ofrece a ser movida. Esta
asociación que establece Descartes se debe a que carece del concepto newtoniano de
masa inercial, lo cual le lleva a incurrir a este error. Además, estas partículas son tan
pequeñas que no tienen una figura asignable, lo cual no significa que no tengan figura.
En el extremo contrario, a las partes que ocupan mayor tamaño y tienen menor
movimiento, Descartes las vinculará con la tierra, el tercer elemento. El segundo
elemento, el aire, se mantendrá constantemente en un equilibrio absoluto en relación
entre el tamaño y el movimiento.
En la medida en que, para Descartes, el calor y la luz son formas de movimiento, los
cuerpos formados por el fuego serán cuerpos luminosos y calientes. A nivel
cosmológico, tales cuerpos serán las estrellas. En el extremo contrario, las partes de
mayor tamaño y menor movimiento serán fríos y opacos, a saber: planetas y cometas.
En lo que se refiere al segundo elemento, de “tamaño y movimiento medianos”, éste va
a constituir una materia fluida que media entre todos los cuerpos del universo, una
materia interplanetaria e interestelar.
Descartes plantea, por tanto, la necesidad de explicar la composición de la materia
dando por hecho que existe una única clase de materia sin propiedades cualitativas
intrínsecas ―la mera materia, la pura extensión―, y desde criterios estrictamente
mecánicos, esto es, atendiendo a sus propios principios: tamaño, figura, posición y,
consiguientemente, movimiento. Rechaza, de hecho, los elementos aristotélicos
señalando que tales tendrían que ser explicados en obediencia a los principios
irreductibles del tamaño, la figura, la posición y el movimiento.
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LEYES DE LOS MOVIMIENTOS Y COMPOSICIÓN ORIGINARIA DEL
UNIVERSO
Descartes nos planteará la hipótesis de una configuración inicial caótica del
universo dispuesta por Dios, que sólo habría puesto la materia sobre el universo.
Descartes pretende demostrar la legalidad de la materia y de los movimientos. Por tanto,
en obediencia al comportamiento de los tres elementos que ya hemos mencionado
previamente y a las leyes de los movimientos que explicaremos a continuación, un
hipotético universo caótico inicial se organizaría por sus propios principios mecánicos,
sin la necesidad de intervención de Dios, hasta dar lugar a una configuración
heliocéntrica del universo como la que defiende Descartes, heredero del sistema
copernicano. Ahora bien, ¿cuáles son esas leyes del movimiento que acabamos de
mencionar?
1. Ley de conservación del estado de la materia
Descartes piensa que, individualmente considerada y sin influencia de las demás,
cada parte de materia permanece en el mismo estado en tanto que el encuentro con las
demás no le obligue a modificarlo. Teniendo en cuenta que no hay vacío, toda parte de
materia está siempre en contacto con otra y, por ende, todo está permanentemente
chocando entre sí, una parte de la materia deberá ser la causa del cambio de estado en
las demás. En cualquier caso, ningún cuerpo modifica por sí solo su tamaño, figura o
movimiento. De este modo, Descartes critica la noción aristotélica del movimiento,
según la cual los cuerpos o elementos son capaces de iniciar por sí mismos y detener por
sí mismos ciertos movimientos naturales.
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que ya hemos hablado, Descartes intentará ofrecer una explicación estrictamente
mecánica de la pesantez o la gravedad, las mareas y la luz. Con todo ello quiere ofrecer
una configuración cosmológica muy diferente de la concepción heredada, en la cual
desaparecen por completo las órbitas materiales esféricas que hemos visto durante
tantos siglos, y en la que los planetas son cuerpos sólidos que flotan en un medio fluido
(éter) que, al desplazarse en un movimiento aproximadamente circular en forma de
remolinos, arrastra a los planetas ocupados por el sol o estrellas en otros vórtices. Los
planetas, por tanto, carecen de movimiento natural y se mueven en términos puramente
mecánicos por empuje o arrastre del éter circulante.
Esto tiene importantes consecuencias cosmológicas, como la completa
unificación entre cielo y Tierra, puesto que todos los cuerpos están hechos de la misma
clase de materia y obedecen a las mismas leyes. Desaparecen los movimientos naturales
y se eliminan las esferas planetarias y la esfera de las estrellas fijas, eliminando la
perfecta esfericidad del cosmos establecida desde los griegos. Descartes, además,
también defenderá la idea de que existe un número indefinido de mundos, en una línea
similar a la de Giordano Bruno. Estamos, por tanto, en un mundo plenamente mecánico
y heliocéntrico, en el cual todo se explica por el empuje o arrastre de partes de materia
en movimiento que transmiten dicho movimiento por contacto.