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1. INTRODUCCIÓN ............................................................... 2
2. MATEMATICISMO Y MECANICISMO .......................... 2
3. LA FILOSOFÍA CARTESIANA ......................................... 4
3.1. EL PROBLEMA DEL MÉTODO ................................... 4
3.1.1. EL IDEAL MATEMÁTICO ......................................... 4
3.1.2. LAS FACULTADES DEL ENTENDIMIENTO ....... 5
3.1.3. LA NECESIDAD DEL MÉTODO .............................. 7
3.1.4. MÉTODO Y RAZÓN................................................... 7
3.1.5. LAS REGLAS DEL MÉTODO ................................... 8
3.2. LA FUNDAMENTACIÓN DEL SABER .....................10
3.2.1 EL ÁRBOL DE LA CIENCIA......................................10
3.2.2. LA DUDA METÓDICA .............................................11
3.2.3. COGITO, ERGO SUM................................................12
3.2.4. LA FILOSOFÍA DE LA REPRESENTACIÓN .........14
3.2.5. DIOS Y EL CIRCULO VICIOSO ...............................16
3.2.6. EL SUBSTANCIALISMO CARTESIANO ...............18
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1. INTRODUCCIÓN
2. MATEMATICISMO Y MECANICISMO
La disconformidad que Galileo y Descartes muestran con los patrones
ontológicos y epistemológicos del sistema aristotélico-escolástico no es por cuestión
de detalle. Por el contrario, hay una oposición frontal y eso solo es posible cuando se
posee un nuevo concepto de ciencia, una nueva epistemología y una nueva visión de
la Naturaleza. Estas nuevas concepciones reposan a su vez en una confianza ciega en
que la razón, por sí misma, si es bien conducida, es un instrumento infalible de
conocimiento.
Si algo llama la atención de la física galileana y cartesiana respecto de la
aristotélica es el tratamiento matemático de los fenómenos físicos. Desde la
introducción de la numeración arábiga las matemáticas habían logrado un notable
avance, más aún si entendemos la amplia difusión durante el Renacimiento de las
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doctrinas platónicas y pitagóricas. Es más, en aquella época en la que todo el sistema
tradicional de creencias estaba en crisis y el escepticismo comenzaba arraigar en los
espíritus cultivados, las matemáticas parecían un seguro refugio de la certeza.
Efectivamente, las afirmaciones de las matemáticas eran absolutamente
ciertas y una vez establecidas perduraban para siempre, al contrario de lo que
sucedía en otras disciplinas en las que las dudas eran constantes. Todo esto nos
induce a plantearnos dos interrogantes.
El primero: ¿cómo es que las matemáticas son un instrumento válido para
conocer la realidad sensible?
El segundo: ¿qué es lo que hace que las matemáticas sean infalibles?
Respecto a la primera cuestión diremos para comenzar que el tratamiento
matemático de los fenómenos físicos (básicamente movimiento) causó una honda
impresión por cuanto los aristotélicos, al tener una concepción cualitativa,
heterogénea y teleológica de la Naturaleza negaban que un tratamiento meramente
cuantitativo de los fenómenos físicos fuese adecuado respecto de la naturaleza de
los seres sensibles y que por tanto las matemáticas no servirían para hacer Física. La
postura de Galileo y Descartes no podía ser más opuesta y para probarlo creemos
que el siguiente fragmento de Galileo habla por sí solo:” la Filosofía está escrita en
ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir el Universo,
pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, los
caracteres en los que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático y sus
caracteres son triángulos, círculos u otras figuras geométricas, sin las cuales es
imposible entender una sola palabra; sin ellos es como girar en un oscuro laberinto”.
Como apoyo a esta idea Galileo establece la fundamental distinción entre
cualidades primarias y secundarias de los objetos, que en líneas generales se
sigue manteniendo: “ Así pues, que en los cuerpos externos, para excitar en nosotros
los sabores, olores y los sonidos, se requiera algo más que magnitudes, formas,
cantidades y movimientos lentos o veloces yo no lo creo; considero que eliminados
los oídos, la lengua y las narices sólo quedan las figuras, los números y los
movimientos pero no los olores, ni los sabores, ni los sonidos, los cuales, sin el
animal viviente, no creo que sean otra cosa que nombres”. Lo que en este texto se
nos viene a decir es que todas las cualidades que realmente están en los seres al
margen del sujeto que conoce (cualidades primarias) son matemáticamente
expresables y no son propiedades de los objetos, otras (sabor, olor, color…) están
más bien en el sujeto que conoce y dependen de la naturaleza y configuración de sus
órganos sensoriales, de modo que si dichos órganos fueran distintas dichas
cualidades se modificarían o desaparecerían. Dicho de otro modo, que distintos
seres con distintos órganos sensoriales tendrían percepciones distintas de los
mismos objetos. Luego este tipo de cualidades (secundarias) no pueden estar en los
objetos mismos. En resumidas cuentas, que lo objetivamente real (lo que las cosas
son en sí, al margen del sujeto que conoce), las propiedades que están en los objetos
mismos, sí son susceptibles de tratamiento matemático. Es más, sin un tratamiento
así, su verdadero conocimiento es imposible. Estas afirmaciones suponen un
concepto de Naturaleza completamente distinto al aristotélico: el mecanicismo.
Éste fue sistematizado por primera vez por René Descartes y debe su nombre a que
interpreta el universo desde un modelo maquínico que en gran medida aún continua
vigente y según el cual los universos podrían compararse a un artefacto mecánico. El
universo sería un conjunto de elementos materiales cualitativamente homogéneo
cuyas diferencias serían meramente cuantitativas. (En este punto, la influencia de
los atomistas griegos es indiscutible) Estas entidades, lejos de poseer un impulso
interno a alcanzar fines (teleología) son inertes, esto es, indiferentes al movimiento
o reposo. En la concepción mecanicista, los seres no se mueven, sino que son
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movidos; no tienden a alanzar fines, sino que actúan de acuerdo con unas leyes
invulnerables. En un universo así, en el que las cualidades no cuantificables son
explicables desde cualidades cuantificables (cualidades primarias) o son declaradas
subjetivas, está claro que las matemáticas son imprescindibles para el tratamiento
de lo real, sólo cabe, pues hacer física matemática.
(No es de extrañar que en la literatura filosófica de la época se aludiera
muchas veces a la hipótesis del “Dios-relojero” (Leibniz) que, en el momento de la
Creación dispuso los movimientos de los astros y todos los seres diseñándolos con
perfecta armonía matemática y sometiéndolos a leyes rígidas e invariables).
Es innegable la influencia que en este modelo mecanicista ha tenido la
matemática. Ni Galileo ni Descartes negaron esa influencia. Al contrario, vieron en
las matemáticas un modelo de certeza a imitar. Si queremos profundizar en las
razones que indujeron a ambos a dar el salto de la teleología al mecanicismo hemos
de investigar lo que les indujo a fijarse en las matemáticas, más concretamente, a
saber, qué es lo que hace que las matemáticas sean tan ciertas. (la segunda de las
cuestiones más arriba planteadas) Para ello lo mejor es analizar la obra de
Descartes.
3. LA FILOSOFÍA CARTESIANA
3.1. EL PROBLEMA DEL MÉTODO
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certeza, como él mismo afirma, por lo que si estudia las matemáticas es para
investigar cuáles son las razones por las que son tan ciertas. Las matemáticas no
pasan entonces de ser un ejemplo de lo que se puede alcanzar cuando se logra la
certeza. El programa científico y filosófico de Descartes pretende, no el reducir todas
las ciencias a matemáticas sino extender la certeza a todas las ciencias y analizar la
naturaleza y fundamentos de dicha certeza.
El estudio de las matemáticas hace concluir a Descartes que su certeza se
debe a que en ellas todo se hace de acuerdo con los principios y normas emanados
de la pura razón.
Con esto llegamos a uno de los pilares básicos sobre los que se asienta la
filosofía moderna: frente a la filosofía antigua y medieval que defiende que ha de ser
la naturaleza del objeto la que determina el tipo de conocimiento y el tipo de ciencia
que podemos hacer sobre él, la filosofía moderna comienza plenamente cuando
afirma que es la naturaleza de la razón la que determina lo que puede o no ser
conocido. Si se ha dicho que las Reglas para la dirección del espíritu es la primera
obra de la filosofía moderna es porque en ella, justo en la Regla nº 1 se enuncia la
doctrina de la unidad de la ciencia basándose en la unidad de la razón.
Los escolásticos afirmaban que, puesto que la naturaleza de los seres
determinaba el modo de conocimiento y el tipo de ciencia que sobre ellos se podía
hacer, y puesto que dichas naturalezas eran cualitativamente diferentes e
irreductibles entre sí, la conclusión obvia era que debía de haber tantos tipos de
ciencias como géneros del ser hubiera (ciencias absolutamente irreductibles entre
sí, por supuesto). Por el contrario, Descartes afirma:
“Pues no siendo todas las ciencias otra cosa que la sabiduría humana, que
permanece siempre una y la misma, aunque aplicada a diferentes objetos, y no
recibiendo de ellos mayor diferenciación que la que recibe la luz del sol de la
variedad de las cosas que ilumina, no es necesario coartar los espíritus con
delimitación alguna” (RDE, Regla nº 1).
Del mismo modo que la luz del sol no deja de ser una por mucho que ilumine
a una gran variedad de seres, la razón (que es, según Descartes, la fuente de todo
conocimiento humano cierto) también es una y conforme a su única naturaleza,
procede siempre de la misma manera, con independencia del objeto del que se
ocupe. Por eso, todas las ciencias han de ser en el fondo, una y la misma.
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entre cualidades primarias y secundarias, no tendremos ninguna dificultad en
entender que Descartes dude de la veracidad de los sentidos.
2. Imaginación: Es la facultad que nos permite combinar ideas que ya se
poseen dando lugar a ideas nuevas. A estas nuevas ideas de la imaginación
Descartes las denomina facticias. Ideas facticias son, por ejemplo, las de
centauro, sirena, unicornio, etc. A Descartes tampoco le pareció que la
combinación arbitraria de ideas fuese el instrumento adecuado para lograr la
certeza.
3. Razón: Lo esencial en esta facultad es que en ella reside la capacidad de
distinguir lo verdadero de lo falso. Por tanto, es la fuente de la certeza. Esto,
desde luego supone la plena autonomía de la razón (al margen por tanto de la
fe). La filosofía moderna reposa en esa idea de que la razón por sí misma es
capaz de producir certeza. Por tanto, la razón ha de poder producir sus
propias ideas: las ideas innatas. Éstas no provienen de ninguna otra
facultad, sino que son producidas espontáneamente por la razón. Por eso son
absolutamente ciertas.
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intuición o de la deducción. Es por ello que Descartes supone que cualquier ciencia
que haga lo mismo adquirirá una certeza igual a la de las matemáticas.
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correcto funcionamiento de las operaciones de la razón. Definición de método:
“conjunto de reglas ciertas y fáciles mediante las cuales el que las observe
exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero ni dudoso por cierto”.
Conseguiremos así todo el conocimiento de que la mente es capaz.
Por todo esto debe quedar claro que para Descartes (y para todos los
filósofos modernos, en general) la razón se ha constituido en el tribunal supremo e
inapelable de nuestro conocimiento. No es el objeto, sino la razón la que impone sus
normas. (en realidad quien usa esta metáfora judicial es Kant, pero es válida para la
filosofía cartesiana)
2ª ANÁLISIS. La segunda regla nos dice que debemos “dividir cada una
de las dificultades que examinare en tantas partes como fuese posible y en cuantas
requiriese su solución “ (DM, parte II).
Esta es la regla del análisis, pues nos propone descomponer lo complejo en
los elementos más simples que lo componen. La regla se basa en la existencia lo que
Descartes llama “naturalezas simples”. Esta denominación no debe inducirnos a
error, pues podríamos pensar que lo que el autor afirma es que las cosas realmente
están compuestas de elementos simples, al contrario, no son los átomos de la
“realidad” sino los “átomos del conocimiento”. Esto se ve claramente en el siguiente
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fragmento: “solo llamo simples a aquellas cuyo conocimiento es tan claro y distinto,
que no pueden ser divididas por la mente en varias que sean conocidas más
distintamente” (RDE, Regla nº 12). Con la regla del análisis lo que pretende
Descartes es conducirnos hasta los elementos simples de mi conocimiento, aquellos
a partir de los cuales se construye todo conocimiento. Y ello porque son tales
elementos los que la operación de la intuición es capaz de captar clara y
distintamente, esto es, con certeza. Esta regla no cobra todo su sentido a menos que
la pongamos en relación con la siguiente, con la que forma una unidad indisoluble.
4ª ENUMERACIÓN O REPASO
Sólo queda mencionar el cuarta regla, que es una regla “menor”, y que nos
recomienda:
“hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que
estuviera seguro de no omitir nada” (DM, parte II). Esta regla, llamada de la
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enumeración o del repaso es una especie de revisión final, de reflexión última a todo
el proceso realizado antes de dar el definitivo visto bueno.
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3.2.2. LA DUDA METÓDICA
Debe haber quedado ya perfectamente claro que la metafísica no es una
ciencia positiva más sino aquello que subyace a toda ciencia, lo que la fundamenta y
justifica. Pero ¿cómo y por dónde comenzar la fundamentación de la ciencia? Puesto
que Descartes define la ciencia como “un saber cierto y seguro” parece que la
pregunta por el fundamento de la ciencia pasa por responder a la pregunta por el
fundamento de la certeza. Ahora bien, la primera regla del método nos advierte para
que no admitamos nada de lo que tengamos duda, por muy pequeña que ésta fuera.
Efectivamente, el autor define la certeza y la duda como mutuamente excluyentes de
modo que solo la total ausencia de duda permite la certeza (casi podríamos
establecer la ecuación certeza=ausencia de duda). Eliminar hasta el menor resquicio
de duda es de capital importancia para la ciencia, piensa Descartes. Sobre todo, si
tenemos en cuenta que él defendía un modelo de ciencia estrictamente deductivo,
pues en un sistema deductivo basta con que haya un solo elemento dudoso para que
dicha duda se extienda automáticamente al resto del sistema. Precisamente por ello,
aunque parezca paradójico, hay que comenzar la tarea de la fundamentación de la
ciencia sometiendo todo a un proceso de duda radical ¿por qué? Porque solo si
someto todos mis contenidos de conocimiento sin excepción a un proceso de duda
podré saber si al final del proceso aún quedan algunos que hayan salido victoriosos
de la prueba, porque sobre ellos ha de reposar el edificio entero del saber y por ello
tienen que ser absolutamente indudables.
Características de la duda
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2ª Discusión sueño-vigilia. Con la fase anterior lo que se pone en
cuestión es si las cosas son tal y como las percibimos. Con esta 2ª fase se duda
incluso de la existencia misma de las cosas, pues si cabe dudar de si estoy despierto
o dormido bien podría ser que la supuesta “realidad exterior” no fuera más que el
producto de la fantasía onírica. Y es que como dijo Calderón, “la vida podría ser un
sueño” coherente.
Si así fuese, todo aquello que tengo por absolutamente cierto, incluso la
certeza de las matemáticas, sería falso, de modo que nunca acertaría a dar con la
verdad. Ninguno de mis contenidos de conocimiento parece salvarse de esta
hipótesis radical.
“advertí luego, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo era falso, era
necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa: observando que esta verdad:
“yo pienso, luego soy”, era tan firme que las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía
recibirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que andaba
buscando”. (DM, IV)
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genio maligno me puede engañar absolutamente en todo menos en una cosa, mi
existencia como ser pensante.
Ello se debe a que mi existencia como ser pensante no se deriva de ningún
contenido concreto de pensamiento, sino, del acto de pensar. Pienso, por ejemplo,
que el folio que estoy contemplando existe. Puedo engañarme sobre la real
existencia del folio, pero lo absolutamente indudable es que lo pienso. Pero pensar
es una actividad, por lo que hay que admitir la existencia del sujeto donde se
produce tal actividad. Así pues, el privilegio de la afirmación: “pienso, luego soy” que
la hace inatacable a cualquier duda es que la afirmación del yo como ser pensante no
es un contenido más de conocimiento, sino lo que hace posible cualquier contenido
de conocimiento. De este modo, dado cualquier pensamiento, se infiere
necesariamente la existencia del sujeto donde se produce ese pensamiento,
independientemente de la verdad o falsedad de dicho pensamiento. (Descartes
aclara, para hacer frente a ciertas objeciones, que él no infiere, no deduce la
existencia a partir del pensamiento, sino que intuye claramente la indisoluble
conexión entre pensamiento y existencia, de modo que no se concibe el uno sin la
otra y viceversa).
Una vez entendido lo anterior queda claro por qué afirma Descartes que el
YO es el Primer Principio de su filosofía, aquel de donde se deriva
todo lo demás: a partir del sujeto he de probar no solo la exactitud de mi
conocimiento, sino incluso la existencia del resto de cosas (Dios, el mundo y los
otros sujetos). En esto se prueba la radical diferencia entre el pensamiento
cartesiano y el tradicional. Este último no dudaba en poner a Dios como Primer
Principio a partir del que surgía (en el pleno sentido de la palabra) todo lo demás.
Descartes estaría de acuerdo en que en el orden de lo real (in ordine essendi) las
cosas suceden así, pero su planteamiento le fuerza a seguir el orden que le impone
su razón, es decir, el orden del conocimiento (in ordine cognoscendi). En Descartes,
las entidades no se ordenan en virtud de su importancia ontológica, sino en función
de su orden de aparición como ciertas y evidentes ante la razón, que se erige así es
una especie de tribunal supremo inapelable.:
----lo primero que conozco con absoluta evidencia es mi propia existencia como ser
pensante, por eso es instituido el Yo como Primer Principio (en el orden del
conocimiento, por supuesto).
----a continuación a partir del sujeto se prueba la existencia de Dios (enorme
aberración para un filósofo tradicional para quien, muy al contrario, sería la
existencia de Dios la que garantizaría la existencia del sujeto).
----Después, a partir de Dios, pasa a demostrar la existencia del mundo.
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metódica y lo único que sabemos con certeza es que existimos, por tanto, todo tiene
que ser deducido a partir del Yo. Descartes procede de la siguiente manera:
tan solo puedo asegurar la existencia del pensamiento, o mejor, de las ideas
pensadas y del sujeto que las piensa. Las ideas van a ser el puente entre el Yo y las
cosas.
“siendo toda idea una obra del espíritu, es tal su naturaleza que no requiere de suyo
ninguna otra realidad formal que la que recibe y obtiene del pensamiento o espíritu,
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del cual es solo un modo, es decir, una manera de pensar” (Meditaciones Metafísicas,
III).
Consideradas así, todas las ideas coinciden en su realidad formal, pues sólo
son modos de pensar.
Esta realidad objetiva de las ideas juega un papel de capital importancia, pues
las ideas son aquello a partir de lo cual tenemos que llegar a los objetos y si en
dichas ideas no estuviese por representación “todo lo que concebimos como dado en
los objetos”, éstos no serían cognoscibles. Pero, a su vez, esta doctrina se basa en el
Principio Metafísico de causalidad:
“Para que una idea contenga tal realidad objetiva en vez de tal otra debe sin duda
haberla recibido de alguna causa…Es cosa manifiesta por luz natural, que debe
haber, por lo menos, tanta realidad en la causa eficiente como en el efecto; pues ¿de
dónde puede el efecto sacar su realidad si no es de la causa? ¿y cómo podrían
comunicársela la causa (al efecto) si no la tuviera en sí misma? (Meditaciones
Metafísicas, III).
Esquema
P Q
Causa Efecto
(Ontología) (Epistemología)
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Lo real, lo que existe El conocimiento
ideas
Dios innatas (idea de Perfecto)
Yo facticias
Mundo adventicias
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existencia no es una perfección sino aquello sin lo cual no puedo predicar perfección
o imperfección alguna (de lo que no existe nada puedo decir, ni que es imperfecto ni
perfecto). Según estos autores suponer, como hace quien admite el argumento
ontológico, que la existencia es una perfección implica caer en una petición de
principio, pues da por supuesto lo que se quiere demostrar.
Sea como sea, Descartes cree haber probado con absoluta certeza que Dios
existe. Y esto es absolutamente vital para la total justificación de la filosofía
cartesiana. Puesto que la filosofía de Descartes se desarrolla in ordine cognoscendi,
Dios cumple dentro de la filosofía cartesiana una insustituible función
epistemológica: la de garantizar la objetividad del conocimiento. Si
metódicamente supongo la existencia del genio maligno puede suceder que lo que
yo crea enteramente cierto sea realmente falso, pero por lo que antes hemos visto, lo
único que no es dudoso a pesar de que el genio maligno me engañe constantemente,
es mi propia existencia que percibo clara y distintamente. Ya hemos explicado que la
afirmación “yo pienso, luego soy” tiene un “status” especial respecto al resto de las
afirmaciones. El problema que se plantea es:
La respuesta a esta cuestión es clara: “la regla que antes he adoptado ---de
que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente ---no
es segura sino porque Dios es o existe y porque es un Ser Perfecto del cual proviene
cuanto hay en nosotros. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo
cosas reales y que proceden de Dios, en todo lo que tienen de claras y distintas, no
pueden por menos de ser verdaderas” (DM, parte IV)
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3.2.6. EL SUBSTANCIALISMO CARTESIANO
Con la demostración de la existencia de Dios, Descartes da por finalizado el
proceso de fundamentación del saber que había comenzado con la duda metódica,
en la medida en que el ser supremo es la garantía de la objetividad del conocimiento,
lo que no significa que todo cuanto conozca sea verdadero, sino que tiene un
fundamento objetivo, (que existe lo conocido). Una vez garantizada la objetividad
podemos empezar a construir las ciencias particulares. En este punto, merced a esa
justificación de la validez y objetividad del conocimiento, cabe desarrollar la
ontología. En ella el concepto de sustancia es fundamental. Queda definida de la
siguiente manera: sustancia es “una cosa existente que no requiere más que de
sí misma para existir”.
Fijémonos que, en la definición, se destaca el carácter autónomo de la
sustancia: ésta es algo que existe por sí misma. Además, Descartes concibe la
sustancia como el sustrato donde reposan las cualidades y las acciones: no existe lo
verde en sí sino sustancias verdes; no existe el movimiento en sí sino sustancias que
se mueven. En este sentido, la sustancia es un soporte de las cualidades que
percibimos y en ellos Descartes sigue la línea del sustancialismo aristotélico (la
naturaleza como conjunto organizado de sustancias).
Muchos especialistas han denunciado una incongruencia en este punto de la
filosofía cartesiana, pues si Descartes se hubiese ceñido estrictamente a su propia
definición tendría que haber admitido que solo hay una sustancia, Dios, pues es el
único ser del que puede decirse con propiedad que no necesita de otra cosa para
existir (el resto de las cosas para su subsistencia necesitan de Dios), y, por tanto, que
todo lo que hay no son sino modificaciones de dicha sustancia. Esta postura,
claramente panteísta, no fue sin embargo sostenida por Descartes, sino por otro
pensador racionalista, Spinoza. Descartes por su parte afirma que, aunque la palabra
“sustancia” se aplica primariamente a Dios, puede aplicarse analógicamente a otros
seres. Eso es lo que sucede cuanto Descartes en el proceso de fundamentación del
conocimiento, afirma que de la existencia del pensamiento podemos inferir la
existencia de un sujeto en el cual se da dicho pensamiento. Por eso, a partir de mi
pensamiento yo puedo inferir que “yo que era una sustancia cuya total esencia o
naturaleza es pensar”. Con esto, ya tengo dos tipos de sustancias diferentes: la res
infinita (la sustancia infinita o Dios) y la res cogitans (o sustancia
pensante). Descartes, sin embargo, dice que la sustancia pensante (o alma) es
completamente distinta e independiente del cuerpo. La idea que yo tengo del cuerpo
es más semejante a la idea que tengo de los objetos del mundo externo. Ahora bien,
el mundo externo tiene que existir pues de lo contrario las ideas adventicias
carecerían por completo de fundamento objetivo, y ya hemos dicho que eso no
lo puede permitir Dios (Dios lo que garantiza es que el mundo existe, no que sea
tal y como se me aparece a mis sentidos), ahora bien, ¿cuál es la naturaleza del
cuerpo y del resto de los seres de ese mundo externo? Descartes responde que la
extensión, pues no podemos concebir un cuerpo que no tenga extensión, ni algo
extenso que no sea corporal. Así pues, todo cuerpo, toda materia es una sustancia
extensa (res extensa). Esta doctrina conduce a Descares a afirmar que el
hombre es un compuesto de dos sustancias distintas, el alma (res cogitans) y el
cuerpo (res extensa), siendo, según la definición de sustancia, enteramente
independientes entre sí, lo cual plantea entre otros un problema en cuya solución se
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empeñaron muchos discípulos de Descartes, el de justificar la comunicación y
coordinación de ambos tipos de sustancia (la glándula pineal).
Esta categorización de lo real se va a mantener a lo largo de la filosofía moderna.
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