Está en la página 1de 42

IV.

BARTHES
LA LECTURA Y EL GOCE DEL TEXTO

Heidegger, Gadamer y Ricoeur me han servido de exponen­


tes de la lectura como Sam m lung, esto es, la lectura reunidora,
recolectora, guiada por la búsqueda de una verdad y un sentido
determinables desde la unicidad de un centro o eunparada en
un valor polisém ico restringido. No vam os a in sisitir m ás sobre
este punto. Ahora veremos otros autores que pensarán la
lectura justam ente desde el polo opuesto a la reunión, acen­
tuando su valor de desajuste, de desacuerdo, de dispersión y
disem inación del sentido. Tal vez no tengamos tiempo para
profundizar, como sería deseable, sobre el alcance político de
esta doble concepción de la lectura, como queda patente, por
ejemplo, en estas palabras de Lyotard: «Concédaseme por lo
menos esto: la s frases y oraciones del lenguaje ordinario son
equívocas, pero es noble tarea tratar de buscár la univocidad y
no mantener el equívoco. — Por lo menos esto es platónico.
Usted prefiere el diálogo a la diferencia y la discrepancia. Y
usted presupone en prim er lugar que la univocidad es posible;
y, en segundo lugar, que ella es la salud de las expresiones. ¿Y
s i la finalidad del pensamiento fuera la discrepancia antes que
el consenso? [...] Esto no quiere decir que uno cultive el
equívoco»^®^. O en el pensamiento derridiano de la democracia
y de la ju stic ia a partir precisamente de la Adikta y del Un-Fug,
de su lectura de la queja de Hamlet (y de Anaximandro): «The
time is out of jo in t» contra la Versam m lung heideggeriana^®^.
Ésta es la bisagra, ella m ism a desencajada, sobre la que se

LYOTARD, J.-F: La diferencia. B arcelona, G edisa, 1999, pp. 103-104.


DERRIDA, J.: S pectres de M arx. P arís, G alilée, 1993, pp. 56-57 y 110.
138 Paco Vidarte

articulará el giro generalizado que se im prim e en Francia a la


lectmra desde finales de los años sesenta e in icio s de los setenta
y que es fácilmente constatable tam bién, por ejemplo, en la
introducción metodológica de La arqueología del saber: «La
atención se ha desplazado, por el contrario, de las vastas
unidades que se describían como “épocas” o “siglos", hacia
fenómenos de ruptura. Por debajo de las grandes continuida­
des del pensamiento [...] se trata ahora de detectarla incidencia
de la s interrupciones [...] La historia del pensamiento, de los
conocimientos, de la filosofía, de la literatura parece m ultip li­
car la s rupturas y buscar todos lo s erizamientos de la disconti­
nuidad»^®^.

E l m odelo científico-estructural del texto

Apenas veinticinco años después de la muerte de Barthes


casi se podría decir que es un filósofo olvidado, sobre el que
pocos trabajan ya — ^movidos únicamente por el interés propio
del historiador de la filosofía— y que, desde luego, ha desapa­
recido de la enseñanza filosófica cediéndole su lugar a otros
pensadores. Su nombre no es n i m ucho menos desconocido
pero ha corrido la mala suerte de verse vinculado en exclusivi­
dad con el sambenito del estructuralism o y el escaso interés que
suscitan hoy día tanto uno como otro corren parejos. Como
suele decirse cuando se quiere enterrar a un filósofo por m ucho
tiempo, Barthes ha perdido vigencia, se halla fuera de los
debates filosóficos m ás candentes, ya no es interlocutor para
nadie n i ningún otro pensador se considera heredero suyo. Sin
embargo, respecto del asunto que a nosotros nos ocupa, no
cabe duda de que pocos filósofos han dedicado tanta atención
a la cuestión de la lectura y le han consagrado tan enorpies
esfuerzos y tantos escritos como Roland Barthes. Justamente

286 f o u c a u l t , M.: La arqueología del saber. México, Siglo XXI, 1999, pp. 5
y 8.
¿Q ué e s leer? La in v e n c ió n de l texto en filo so fía 139

su preocupación por la lectura y por el texto serán los que lo


llevarán a romper con la sem iología y el estructuralism o del que
había sido uno de su s mayores paladines hasta el punto de
dinam itarlo desde dentro como sólo podía hacerlo uno de su s
mejores conocedores. Desde finales de lo s años sesenta y
principio de lo s setenta Barthes ya ha soltado amarras defini­
tivamente del paradigma estructural y de su sueño im plícito de
cientificidad. En 1966, año de aparición de Critica y verdad y de
la Introducción a l a n á lisis estructural de lo s relatos, ya advertía
del peligro del estructuralism o y de su poca disposición a seguir
este m ovim iento cuando comenzara a cristalizarse, a tomarse^
dogma y perder toda su fuerza crítica / «El saber es un
metalenguaje, siempre amenazado por cons’iguiente de conver­
tirse en un lenguaje-objeto bajo la palabra de otro metalenguaje
por venir JEsta amenaza es sana; el saber difiere de la "ciencia” -
en que aquél puede "fetichizarse" rápidamente. En la actuah-
dad, el E structuralism o ayuda a “desfetichizar” los antiguos
saberes — o lo s que aún le hacen la competencia; por ejemplo,
permite mandar a paseo al estorbo del supeiyó de la totalidad.
Pero él m ism o se fetichizará ineluctablemente un día (si "cua­
ja ”). Lo importante es negarse a heredar: lo que H usserl llam a­
ba el dogmatismo»^®^; En varias ocasiones, el autor trazó su
propia evolución y esbozó las etapas de su pensamiento así
como lo s cortes epistem ológicos que había llevado a cabo.
íDesde su s comienzos en semiología, con una primera fase
''saussureana, correspondiente al Grado cero de la escritura,
pasando por lo que él m ism o califica de «tentación universedista,
antropológica» de la mano de Lévi-Strauss, correspondiente a
los Elem entos de sem iología y a la Introducción a l a n á lisis
estructural de lo s relatos, confesará que a partir de ese momento
«las cosas han vuelto a cam biar de nuevo un poco, gracias con
m ucho a los trabajos de Julia Kristeva, a ciertos enfoques de

BARTHES, R.: «Entretien su r le structuralism e» (1966), en Oeuvres


complètes. Paris, Seuil, 1994, Tomo H, p. 120.
140 Paco V idarte

M ikhail Bakhtine que ella nos ha hecho conocer, gracias


también a ciertas formulaciones, como las de Deixida, SoUers,
que me han ayudado a desplazar algunas nociones; he puesto
en cuestión m ucho m ás claramente que antes el aspecto cien­
tífico de la investigación semiológica»^*®. El estaUido del corsé
estructural, como hem os señalado, se debe en buena medida a
la reflexión sobre la lectura. Ésta mostrará que los niveles de
lectura que establecía el ¿málisis estructural acaban resultando
superfluos y sin pertinencia, viéndose continuamente desbor­
dados. La técnica del an álisis, la lectura estructural entendida
como técnica resulta a todas luces insuficiente. Más allá de la
denotación, la connotación que desvela la lectura libera ésta «al
infinito: no hay un constreñim iento estructural que pueda
cerrar la lectura. Puedo hacer retroceder al infinito lo s lím ites
de lo legible, decidir que todo es finalmente legible (por muy
ilegible que ello parezca), pero también, al contrario, puedo
decidir que, en el fondo, en todo texto, por muy legible que haya
sid o concebido, hay, queda un resto de lo ilegible. El saber-leer
puede ser discernido, verificado, en su estadio inaugural, pero
muy pronto se toma sin fondo, sin reglas, sin grados y sin
término»^®®. La lectura hace pedazos la estmctura, disuelve
todo sa b e ^ ^n tífico y l^ iu c e a la liä d ä la teciuficäciSrfdiräcto
de lear metódico, sometido a reglas.
La Introducción a l a n á lisis estructural de lo s relatos (1966)
será tal vez la últim a ocasión en que nos encontremos a un
Barthes en busca de un «criterio de unidad», preocupado por
determ inarlos diversos «niveles de sentido», «unidades funcio­
nales», ocupado en la «tarea de lograr ofrecer una descripción
estructural de la ilu sió n cronológica [... ] Se podría decir de otro
modo que la temporalidad no es m ás que una clase estm ctuial
del relato (discurso), del m ism o modo que, en la lengua, el
tiempo no existe más que bajo la forma de sistem a; desde el

«Structuralism e et sém iologie» (1968), Op. cit., Tomo E, p. 523-524.


2*9 «Sur la lecture» (1975), en Op. cit., Tomo E, p. 378.
¿Q ué e s leer? La in v e n c ió n d el texto en filo so fía 141

punto de vista del relato, lo que llam am os el tiempo no existe,


o al menos no existe m ás que funcionalmente, como elemento
de un sistem a sem iótico»^^; en la m ism a línea, la finalidad
principal y el resultado final al que aspira aún en este escrito es
la de clasificar e identificar cada relato, reducirlo a un tipo
estructural concreto: «El relato es traducible sin que ello supon­
ga un daño fundamental [...] La traductibilidad del relato es
resultado de la estructura de su lengua; por un cam ino inverso,
sería pues posible reencontrar esta estructura distinguiendo y
clasificando lo s elem entos (diversam ente) traducibles e
intraducibies de un relato»^®*; y, como corolario o condición
indispensable de todo ello, hallarem os tam bién la neutraliza­
ción del aspecto psicológico de la narración, la desim plicación
de lo s afectos en la trama estrucUiral, estableciéndose una neta
distinción entre ambos planos mutuamente excluyentes: «la
persona psicológica (de orden referencial) no tiene ninguna
relación con la persona lingüística, que nunca es definida por
disposiciones, intenciones o rasgos, sin o únicamente por su
lugar (codificado) en el discurso»^’^.
Toda esta m aquinaria, destmada en últim a instancia a evitar
«leer», h ^ fá'deser desmontada poco a poco para encannharsé
Eacíael «texto» y su stitu ir el emálisis por una «lecíiu-a placeri-
tera»r E ñ una de la s m uchas periodizaciones que hace de su
propio trabajo, resume su s frecuentes cam bios de rum bo y
abandonos de posiciones teóricas anteriores de este modo:
«[...] 5. cada fase es reactiva: el autor reacciona ya sea contra
el discurso que lo rodea, ya contra su propio discurso, si tanto
el uno como el otro empiezan a ser demasiado consistentes; 6.
como un clavo saca a otro clavo, según el dicho, una perversión
le da caza a una neurosis: a la obsesión política y moral le

«Introduction à l’analyse structural des récits» (1966), Op. c it, Tomo H,


p. 87.
Op. cit.,p . lO l.
Op. c it, pp. 96-97.
142 Paco Vidarte

sucede un pequeño delirio científico, que viene a desencadenar


a su vez el goce peiverso»^’^. La Introducción será sin lugar a
dudas el canto de cisne del «delirio científico»^’'* al que hace
referencia el autor. En Crítica y verdad, del m ism o año, se
observan ya ciertos pxmtós de fuga que hacen del estructuralismo
de Barthes algo m uy singular. La insistencia en la apertura
estructurad de la obra frente a su cierre en una unidad de
sentido^’^, la concepción del sentido como pluralidad revestida
de la ambigüedad fundamental propia de la «concisión pitica»,
lo llevan a prefigurar la ruptura con el a n á lisis estructural y
descubrir, en el últim o apartado del libro, titulado «La Lectu­
ra», el «deseo» de leer, diferenciado del deseo de la crítica y del
deseo de escribir (opuesto dicotòmicamente y falsamente al de
leer; como veremos, Barthes unirá estrechamente la lectura y
la escritura del Texto difum inando la artificialidad de sus
fronteras), como deseo de la obra y respeto por ella; «Sólo la
lectura ama la obra y mantiene con ella una relación de^eseo.
Lëërgr3esear la obra, querer ser la obra, negarse a duplicar la
obra fuera de toda otra palabra que no sea la de la obra m ism a
[...] Pasar de la lectura a la crítica es cam biar de deseo, es no
d e sé ^ y a in á s la obra, sm oeT ]^ni^o lenguaje»^’'^. En el fondo,

293
«Roland Barthes par Roland Barthes» (1975), en Op. cit., Tomo HI, p.
206.
294
«Es cierto que, en un a época de m i vida, yo m ism o atravesé una fase que
he llam ado de fantasm a científico. La cientificidad funcionó para m í
com o una especie de fantasma. Era la época de lo s com ienzos de la
sem iología y era el mom ento, efectivamente, en que fui algo conocido»
(«Pour la libération d'im e pensée pluraliste» ( 1973), en op. cit.. Tomo II,
p. 1709).
295
«La variedad de se ntid o s no depende p ues de una v is ió n relativista sobre
las costum bres hum an as; designa no una incH nación de la sociedad hacia
el error, sin o una d isp o sic ió n de la obra a la apertura; la obra detenta al
m ism o tiem po va rio s sentidos, por estructura, no por falta de firmeza de
lo s que la leen. Por esto es sim bólica: el sím b o lo no es la im agen, es la
p luralidad m ism a de lo s sentidos» («Critique et vérité» ( 1966), en op. cit.,
Tomo n, p. 37).
296
Op. cit., p. 51.
¿Q ué es leer? La in v e n c ió n d el texto en filo so fia 143

lo que palpita es el desencanto por la obsesión cientifìcista de


lo s metalenguajes, porla creencia en un saber abarcador, en un
método capaz de dom inar la escritura a través de la escritm a
m ism a, por constituir la escritura en la verdad de la escritura
como un repliegue sobre sí de esta últim a. Lo que Barthes ve
aparecer en el horizonte del estructurédismo es «la destrucción
del metalenguaje [...] una especie de isom orfism o entre la
lengua de la literatura y el discurso sobre la literatura. JLa—
ciencia de la liter^ u r a es la l i t e r a t u r a La crítica, el \
m etadisciu’só'^obre la obra va a quedarse sin ningún punto de
apoyo firme sobre el que hacer descansar la verdad. No hay
ningún asiento estable, ninguna referencia últim a que permita
fundamentar una decisión en la lectura, una interpretación
m ás válida, m ás verdadera que las demás y merecedora de un
privilegio superior. La rigidez del estructuralism o va a ceder
toda vez que las estructuras no encuentren ya anclaje y se
desplacen a la deriva. Con la elim inación del papel trasgenden-
tal del Autor como figura sim bólica donde anudar la univoci dad
del sentido cambiará radicalmente el objetivo de toda teoría del
texto y de la crítica literaria: «Una vez puesto a distancia el
Autor, la pretensión de "descifrar” un texto_se tom a por com ­
pleto inútil. Darle un Autor a un texto es imponerle a ese texto
"u ñ T ^ é de seguridad, es proveerlo de un significado últim o,
cerrar la escritura [...] En la escritura m últiple, en efecto, todo
está por desenredar, pero no hay nada que descifrar, se puede
seguirla estructura, en su «carrera» (como se dice de las m edias
cuando se les va un punto) en todos su s zurcidos y a todos lo s
niveles, pero no hay fondo^el espacio de la escritura es algo que_^
hay que recorrer, pero que no se puede perforar; la escritura
“planteasentido sin cesar pero siempre para evaporarlo; proce­
de a una exención sistem ática del sentido. Por eso m ism o, la
literatura (mejor sería decir a partir de ahora la escritura), al

«Sur le “Système de la Mode” et l'analyse structurale des récits» (1967),


en op. cit., Tomo H, p. 459.
144 P aco V idarte

jpiegaiseAasignar al texto (y d rrmndo corno texto) u n."secreto”,


es dœir,, uri sentido últim o, liBera una actividad que podriaiinös^
Tláinar fiontrarteolôgica7propiâmëïa ya que
le g a r s e a,deteneiieLsenti(Íp es fiîïaimente rechatTar a Dios y su s
hipôstasis, la razón, la ciencia, la lëÿ^^^^^TËsas prem isas sd ñ lá s
que va a poner en obra"e n iS/Zrianobra — un comentario a
Sarrasine de Balzac— que marca la nueva singladura del
pensamiento de Barthes; a propósito de ella dirá el autor que «el
a n á lisis propuesto apuntaba fundamentalmente a profundizar
una teoría de la literatura, a describir el texto escrito no como
una jerzirquía, sino como un juego de estructuras m últiples,
cuyo centro no podría fijarse m ás que por una detención
eirbitraria de la interpretación (de la crítica)»^^.
S/Z supone, en palabras de Barthes, una ruptura que obede­
ce más a una «mutación» que a una «evolución» en su sem iótica
literaria con respecto a su anterior obra, ya citada. Introduc­
ción a l a n á lisis estructural de lo s relatos. Allí partía a la búsque­
da de una estructura general del relato de la que se derivarían
lo s demás análisis, en lo que se pretendía una suerte de
«gramática lógica del relato» que situara a la crítica literaria en
el nivel de la ciencia mediante la clasificación de las formas del
discurso: «En S/Z le di la vuelta a esta perspectiva ya que
rechacé la idea de un modelo trascendente para varios textos,
menos aún para todos los textos, para postular que, como usted
ha dicho, cada texto era en cierto modo su propio modelo,
dicho de ôtràTôîmâTÿié cada texto debía ser tratado en sú
diferencia, pero una diferencia que debe ser tomada justam en­
te en un sentido nietzscheano o derridiano»^°°. La m utación
teórica que se ha llevado a térm ino se debe, según Barthes,

298
«La m ort de l’auteur» (1968), en op. cit., Tomo II, p. 494.
299
«Analyse structurale d’u n texte narratif: "S arrasine" de Balzac» (1967-
1968), enop. cit., Tomo H, p. 522.
300
«Entretien (A conversation w it h Roland Barthes)» (1971), en op. cit.,
Tomo II, p. 1295.
¿Qué es leer? La in v e n c ió n d el texto en filo so fía 145

entre otros m otivos — donde ocupan un lugar preeminente la


influencia de SoUers, Derrida o Kristeva— , a la atención pres­
tada a un único texto corto de treinta páginas, Sarrasine,
recorrido con la mayor dedicación y pausadamente durante
meses de tal modo que logra cambieir el punto de vista del
lector, el «objeto teórico» y la teoría de la lectura m ism a. La
atención al detalle provocó el abandono de la s metaestructuras
nairativas^°L El procedimiento de lectura consistió en frag­
mentar el texto en una serie de seiscientas lexías, unidades de
significación del discurso, reunidas a su vez en cinco códigos
que desplegaban en una formidable im plosión la connotación
del texto m ás allá de su mero nivel denotativo. Pero aquello a lo
que se apunta no es a la a sfix ia del texto por u n a
sobrecodificación, sino, al contrario: «Se trata, en efecto, no de
manifestar una estructura, sino de producir una estructuración
tanto como sea posible. Los blancos y las zonas borrosas del
a n á lisis serán como la s huellas que señalen la huida del texto;
ya que s i el texto se somete a una forma, dicha forma no es
unitaria, zurquitecturada, finita: es el retazo, el trozo, la red
cortada o difuminada, son todos lo s m ovim ientos, todas las
inflexiones de un fading inm enso que asegura a la vez el
encabalgamiento y la pérdida de lo s m ensajes. Lo que se llam a
aquí Código no es pues una lista, un paradigma que haya que
reconstituir a cualquier precio. El código es una perspectiva de
citas, un espejism o de estructuras; no conocemos de él más que

301
«Sobre este punto he cam biado completamente. He pensado, en efecto,
en im prim er m om ento, que se debía poder derivar u n m odelo o u n o s
m odelos a partir de lo s textos; que se podía, pues, rem ontar hacia esos
m odelos por in d u cció n para volver a descender luego hacia la s obras por
deducción. Esta investig ación del m odelo científico es la que prosiguen
a ún hom bres com o G reimas o Todorov. Pero la lectura de Niet2 sch e , lo
que dice de la indiferencia de la ciencia, h a sid o m u y importante para mí.
Y tanto Lacan com o Derrida m e h a n confirm ado en esta paradoja e n la
que hay que creer: que cada texto es ú n ic o en s u diferencia, aunque esté
atravesado por repeticiones y estereotipos, por códigos culturales y
sim b ó lico s» («Roland Barthes critique», en op. cit., Tomo H, p. 1279).
146 Paco Vidarte

las salidas y los retornos; la s unidades que salen de él (las que


inventariam os) so n ellas m ism as, siempre, salidas del texto, la
marca, el ja ló n de un a digresión virtual hacia el resto de u n
catálogo»^*^^.
La lectura barthesiana ha comenzado ya su andadura por las
sendas de la pluralidad, de la m ultivocidad, de la dispersión y
de la disem inación del sentido. En este cam bio decisivo, la
renuncia a la totalidad y a la reunión últim a en una unidad se
hace patente: «Esto es lo que habrían querido lo s prim eros
analistas del relato: ver todos los relatos del m undo (hay y ha
habido tantos) en una sola estructura: vam os, pensaban, a
extraer de cada cuento su modelo, luego harem os de estos
m odelos una gran estructura narrativa que revertiremos (para
su verificación) sobre u n relato cualquiera: tarea agotadora
[...] y finalmente indeseable, porque el texto pierde con ello su
diferencia [...] Hay que elegir pues: o bien colocar todos los
textos en un vaivén demostrativo, igualarlos bajo el ojo de la
ciencia in-diferente, forzarlos a reunirse inductivam ente con la
Copia de la que después se los hará derivar; o bien volver a
poner cada texto, no en su individualidad, sin o en su juego,
hacerlo recoger, antes in c lu so de hablar de él, por el paradigma
infinito de la diferencia»^^^. La verdad del falo, del significante
amo, se verá som etida al desplazamiento suplem entador y
lúdico del fetiche. Barthes recuerda cómo explicaba Freud el
origen del tejido como el entrelazamiento del vello pùbico
femenino y lo pone en relación con lo que sería una lectura
castradora: «Conocemos el sim b o lism o de la trenza: Freud,
pensando en el origen del tejido, veían en ello el trabajo de la
m ujer trenzando su vello pùbico para fabricar el pene del que
carecía. El texto es en su m a u n fetiche; y reducirlo a la unidad
del sentido, por una lectura abusivam ente unívoca es cortar la

« S /Z » ( 1 9 7 0 ), e n op. c i t , T o m o I I , p . 5 6 8 .
Op. c it ., p . 557.
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 147

trenza, esbozar el gesto castrador»^®'*. La un idad corporal, la


unidad del corpus se reduce a la s m igajas inconexas del fetiche;
la n eurosis del cuerpo total es cazada por la perversión de la
fetichización del cuerpo; cada miembro, convertido en fetiche,
es incapaz de reunirse con los demás para devolver la imagen
de u n cuerpo unitario; la lectura ya no es anatómica sin o
fetichi^sta-perversa: «Malicia del lenguaje: una vez reunido,
para decirs'ëj êl cuerpo total debe retornar al polvo de las
palabras, al desgranarse de los detalles, al inventario m onótono
de la s partes, g.1desm igajarseiel lenguaje deshace el cuerpo, lo
remite al fetiche [...] La frase no puede nunca constituir un
total, lo s sentidos pueden desgranarse, no adicionarse: eltotal,
l^ u m a ^ o m p a m , eHenguaje tierras prometidas, entrevistas a l
final de la enumeración, pero culm inä d ä’esfä enumeración,
n in g ún rasgo puede reunirla — o, s i este rasgo se produce, lo
ún ico que hace es añadirse de nuevo a lo s otros»^°^. En la s
diversas relecturas de u n texto, no se avanza hacia u n significa­
do últim o n i se progresa en dirección a una única verdad, lo que
se obtiene con ello es l a m ultiplicación de lo s significantes que
proliferan en cada nueva lectura. El sentido se constituye de
este modó^élauñ juego interm inable de repetición, al modo del
fort/da freudiano: «La infinitud resulta de la repetición: la
repetición es con toda exactitud aquello que no hay razón
alguna para detener»^°^.
Barthes está haciendo entrar en la escena de la lectura a
Nietzsche y a Deleuze, la diferencia, la repetición y el juego; la
lectura como producción frente a la lectura de consum o; el
texto que se presta a la lectura barthesiana es sujeto de interpre­
tación: «la interpretación (en el sentido que Nietzsche daba a
este término). Interpretar u n texto no es darle u n sentido (más
o m enos fundado, m ás m enos libre), es por el contrario apre-

Op. c i t . , p . 662.
Op. c i t . , p . 631.
O p. c i t , p . 6 7 4 .
148 Paco Vidarte

ciar de qué plural está hecho [...] En este texto ideal, las redes
son m últiples y juegan entre ellas sin que ninguna pueda
solaparse a las demás; este texto es una galaxia de s ignificantes,
no una estructura de significados; no tiene comienzo; es rever­
sible; accedemos a él por varias eneradas ninguna de las cuales
puede ser declarada con seguridad ser la principal»^®^. La
pluralidad del texto rompe con la idea de estructura, con la de
u n significado trascendente, con la de verdad y con la idea
m ism a de centro y de origeni No existen ya m odelos textuales,
ya que todo modelo no es sin o u n texto más, una entrada m ás
al texto general de la literatura. No hay lugar para el distancia-
m iento n i la jerarquía, como ya vim os, la ciencia de la literatura
es la literatura. La lectura que se lleva a cabo en S/Z es una
lectura a cámara lenta, ralentizada «ni del todo imagen, n i del
todo a n á lisis [...] la lectura de este texto se hace en u n orden
necesario [...] pero comentar paso a paso es por fuerza renovar
las entradas del texto, evitar estructurarlo en exceso, darle ese
suplem ento de estructura que procedería de una disertación y
lo cerraría: es estrellar (étoiler) el texto en lugar de recogerlo»^®®.
La lectura, con Barthes, ha pasado del recogimiento al texto
estrellado, quebrado, roto. Leer es estrellar el texto en lugar de
recogerlo: «El texto, en su masa, es comparable a u n cielo,
plano y profundo a la vez, liso, sin bordes y sin puntos de
referencia»^®^. Estrellar el texto, disem inarlo, fragmentarlo en
lexías sin respetar su articulación interna «natural», «gramáti­
ca»: «el trabajo del comentario, toda vez que se sustrae a la
ideología de la totalidad, consiste precisamente en maltratar el
texto, en cortarle la palabray>^^^.

Op. c it ., p . 558.
Op. c i t , p . 563.
I b id .
310 Op. c i t . , p . 564
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 149

Al m en o s d o s texturas

Pero no todo cae en Barthes del lado de la lectura. Habría,


por así decirlo, una resistencia del texto m ism o, diversos
m odos de escritura, distintos tipos de textos que se adecúan,
exigen y se prestan a otras tantas lecturas. No todo texto
permite todo tipo de lectura, al m enos en principio. Básicam en­
te nos vem os confrontados con dos tipos de textos: el texto
clásico y el texto moderno. El texto clásico se caracteriza por
una pluralidad limitada, som etida a constreñim ientos y barre­
ras que le im piden desbordarse y ser completamente reversible:
«Lo que bloquea la reversibilidad es lo que lim ita lo plural del
texto clásico. Estos bloqueos tienen nombres: de una parte está
la verdad y de otra parte la ernpiria: precisamente aquello
contra — o entre— lo que se, establece el texto m oderno»^'b
Multitud de factores vienen a constituir el carácter moderno de
u n texto. Entre ellos, la iin p o sibihdad de deterrninar el origen,
la fuente de la enunciación, la voz narrativa, u n punto de vista
que sirva de referente y guiaT~«Cuantö m ás inhallable es el
origen de la eñuñcráción, m ás plural es el texto. E n el texto
moderno, las voces so n tratadas hasta la desm entida de todo
punto de referencia: el discurso, o m ejor aún, el lenguaje
hablado es todo. En el texto clásico, por el contrario, la mayoría
de los enunciados están originados y se puede identificar s u
padre y p r o p i e t a r i o L a irreversibilidad, la férrea estructura
lineal o rapsódica pero siempre guiada por la línea del tiempo,
a veces rota pero siempre reconstruible en su s idas y venidas
favorece una lectura que siga estos m ism o s derroteros. La
lectura «paso apaso», aralentí, como llam a Barthes a la lectura
que hace de Sarrasine, sólo puede hacerse s i se trata de un texto
clásico. Detenerse tranquilamente en u n texto, seguir las vías
que abre, su s connotaciones y asociaciones, como sucede en lo s
textos clásicos, es una forma de lectura que dificulta en extremo

O p. c ií., p . 574.
O p . c¿ r., p . 5 8 2 .
150 Paco Vidarte

la destrucción de sentido que provoca el texto moderno: «Es


posible, ciertamente, hablar del texto moderno, haciéndolo
“explotar": Derrida, Pleynet, Julia Kristeva lo han hecho con
Artaud, Lautréamont, Söllers; pero sólo el texto clásico puede
ser leído, recorrido, pacido, s i se me permite la expresión»^
Junto a la d ivisió n dicotòm ica entre texto clásico y moder-
no^^"* (que tampoco hay que Uevar m ás allá del extremo de su
presunta utilidad, ya que el propio Barthes nos advierte de la
provisionalidad y volub ilidad de esta distinción: «Sin embargo,
no hay que exagerar la distancia que separa el texto moderno
del relato clásico [...] lo propio del relato, desde que llega a la
cualidad de un texto, es de constreñirnos a la indecidibilidad de
lo s códigos»^*^) encontramos otras como la s de texto escribible
{scriptible) y texto legible {lisible) que viqnen a solaparse con la
primera. El texto escribible, dice Barthes, apenas se encuentra
en las librerías; responde a los parámetros de la productividad
y la diferencia, es reacio a toda crítica, a cualquier valoración
o encasillam iento dentro de un género, que sub sum iría dentro
de su propio juego, de su enérgeia: «Lo escribible es lo novelesco
sin novela, la poesía sin el poema, el ensayo sin la disertación,
la escritura sin el estilo, la producción sin el producto, la
estructuración sin la e s t r u c t u r a » E s , en el fondo, una noción

313
« S u r “ S/Z” e t “ L ’e m p i r e d e s s i g n e s " » , e n op . c it ., T o m o I I , p . 1 0 0 5 .
314
H e a q u í o t r a c a r a c t e r iz a c ió n p o s t e r io r , c la r a e n e x t r e m o , d e la d if e r e n c ia
e n n e g a t iv o , e n t r e e l te x to c lá s i c o y e l t e x t o m o d e r n o : « E l T e x to , e n e l
s e n t id o m o d e r n o , a c t u a l, q u e in t e n t a m o s d a r le a e s t a p a la b r a , s e d i s t i n ­
g u e f u n d a m e n t a lm e n t e d e la o b r a lit e r a r ia e n q u e : n o e s u n p r o d u c t o
e s t é t ic o , e s u n a p r á c t ic a s ig n if ic a n t e ; n o e s u n a e s t r u c t u r a , e s u n a
e s t r u c t u r a c ió n ; n o e s u n o b je t o , e s u n t r a b a jo y u n ju e g o ; n o e s u n
c o n ju n t o d e s ig n o s c e r r a d o , d o t a d o de u n s e n t id o q u e h a b r ía q u e
e n c o n t r a r , e s u n v o lu m e n d e h u e lla s e n d e s p la z a m ie n t o ; la in s t a n c ia d e l
T e x to n o e s la s ig n if ic a c ió n , s i n o e l S ig n if ic a n t e , e n la a c e p c ió n s e m ió t ic a
y p s i c o a n a l í t i c a d e e s t e t é r m i n o » ( « L ’a v e n t u r e s é m i o l o g i q u e » , e n o p . c i t ,
T o m o I I I , p p . 3 8 - 3 9 ).
315
« A n a l y s e t e x t u e l l e d ’u n c o n t e d ’E d g a r P o e » , e n o p . c it ., T o m o I I , p . 1 6 7 5 .
316
« S / Z » , o p . c it ., p . 5 5 8 .
' Qué es leer? La invención del texto en filosofía 151

utópica^^^, cuyo interés reside en alzarse como instancia crítica


que permite una cierta distancia respecto de la literatura a la
que estam os habituados, lo que consideram os, lo que in stitu ­
cional y socialm ente se considera legible. Lo legible quiere
decir tam bién que nQij:abe creatividad alguna por parte del
lector, que sólo lee pasivamente pero es incapaz de «reescribir»
la obra que tiene en su s manos. Lo legible, lo s textos clásicos,
forman el conjunto de la literatura, se sitúan del lado, del
producto, se acomodan a la crítica y al metalenguaje, al a n á lisis
y al comentario tradicionales: «Todo esto viene a decir que para
el texto plural no puede haber estructura narrativa, gramática
o lógica del relato; pero, si unas y otras se dejan a veces percibir,
es en la medida (dando a esta expresión su pleno valor cuanti­
tativo) en que nos las habem ós con textos incompletamente
plurales, textos cuyo plural es m ás o m enos parsimonioso»^^^.
Los textos clásicos o legibles se caracterizan, por tanto, por una
pluralidad restringida, por una p olisem ia controlable. El ope­
rador que lo s constituye es la connotación, «instrumento a la
vez dem asiado fino y dem asiado borroso para aplicarse a lo s
textos unívocos, y dem asiado pobre para aplicarse a los textos
m ultivalentes, reversibles y francamente indecidibles (a lo s
textos íntegramente plurales)»^^^. A m edio cam ino entre la
univocidad de la denotación y la d isem inación del sentido, la
connotación introduce u n ruido en la com unicación, un cierto
desvío, abre el juego de una moderada pluralidad, de u n a
«cacografía intencional»^^® y requiere u n modo específico de
lectura que ha de enfrentarse con el arduo problema de siste ­
matizar en lo posible la interpretación de la polisem ia: para ello
no podrá valerse n i de la lectura fílológico-científíca n i de la
«explosión» de sentido de los textos m odernos a la que ya
hem os hecho alusión. En Roland Barthes par Roland Barthes

« U n u n i v e r s a r t i c u l é d e s i g n e s v i d e s » ( 1 9 7 0 ), o p . c it ., T o m o I I , p . 9 9 9 .
Op. c it ., p : 559.
I b id .
O p. c it ., p . 5 6 1 .
152 Paco Vidarte

(1975) añade una tercera categoría m ás allá del par legible/


escribible, que llam a la de lo «recibible», destinada a violentar
y dinam itar la lógica del consum o literario y que im pediría
tanto la lectura como la reescritura del texto que sólo es, por
tanto, recibible: «ese texto, guiado, armado de u n pensamiento
de lo impublicable, exigiría la respuesta siguiente: yo no puedo
leer n i escribir lo que usted produce, pero lo recibo, como un
fuego, una droga, una desorganización enigmática»^^b
De acuerdo con estos tipos de textos y de lecturas, Barthes
distingue tres regímenes de sentido: m onosém ico, polisém ico
y asémico, sin ánim o de sistem aticidad y sin buscar una
coincidencia n i una correspondencia exacta entre todos ellos.
El régimen m onosém ico es u n sistem a ideológico, social e
institucional que afirma la existencia de u n solo sentido unívoco,
u n sentido originario, privilegiado, el sentido bueno. Conclui­
ría últim am ente en el a sim b o lism o patológico, en la im p o sib i­
lidad de coexistencia de dos sentidos, es decir, en la negación
del sím b o lo , que B arthes a p ro x im a a la s a feccio n es
psicosom áticas. No obstante, reconoce el rigor que la tendencia
m onosém ica aporta en ciertos casos. La polisem ia es el reino
del sím bolo, de la neurosis, de la fantasía y del mito, del
lenguaje a secas. La polisem ia admite diversos grados, desde la
polisem ia irrestricta del pensam iento mítico donde todo es
sím bolo a la polisem ia restringida, jerarquizada, que admite un
sentido privilegiado y verdadero jun to a otros adyacentes
secundarios. E l régimen de la polisem ia jerarquizada corres­
ponde, para Barthes al discurso teológico y a la interpretación
de las Sagradas Escrituras. Más allá habría un régimen laico de
polisem ia que adm itiría la interpretación en sentido m enos
estricto, correspondiendo m ás bien a la crítica literaria. Final­
mente, habría un tercer régim en asém ico en el que habría
tenido lugar una «exención total del sentido»^^^, u n vacío de

« R o l a n d B a r t h e s p a r R o l a n d B a r t h e s » ( 1 9 7 5 ), e n o p . c i t . , T o m o I I I , p . 1 8 5 .
« U n e p r o b l é m a t i q u e d u s e n s » ( 1 9 7 0 ), e n op . c it ., T o m o I I , p . 8 9 0 .
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 153

sentido, el sentido como vacío. No sería comparable al


asim bo lism o, n i al absurdo, sin o que sería u n régimen no-
sim bólico. Se disputan este campo desde los lenguajes forma­
les de la lógica y la matemática al lenguaje m ístico de la s
religiones no monoteístas como el budism o. Pero lo que m ás le
interesa a Barthes es el régim en asém ico de los textos m oder­
nos, de las vanguardias literarias, por ejemplo, el grupo Tel
Quel, que llevan a cabo una destrucción del sentido y de la
legibilidad tradicional del texto clásico, el decurso temporal, la
interpretación del conjunto de frases que componen la obra, la
existencia de una estructura narrativa, de unos personajes, de
unas referencias que constituyen u n centro donde apoyar la
lectura, etc.
Barthes está convencido de que en el siglo XIX se produjo u n
corte radical en la literatura que sitúa en la escritura de
Mallarmé y que habría dado origen a una «edad nueva del
lenguaje» absolutamente heterogénea con el pasado pre-mo-
derno de escritura legible, de los textos «que no plantean
problemas de lectura»^^^. A partir de este corte asistiríam os al
nacim iento de textos-límite como lo s de Lautréamont, ,‘\ rlaud,
Roussel, Söllers, etc., que harían «estallafTós'constreñimientos
dFfaJLegíhilidad es decir, el texto que la mayoría de
nosotros declara ilegible (es absolutamente preciso decir la s
cosas como son)7~péro que, a partir del momento en que
intentamos reinventar una forma de leerlo, se convierte en u n
tèirtô~éjemdar pbrqïïé”é s 'precisamente un texto en el que el
sigñíficáHoTdfmo decíamos hace u n momento, es verdadera­
mente expulsado al infinito y donde sim plem ente permanece
una red extremadamente proliferante de significantes»^^'^. La
operación y el reto de Barthes en S/Z será justam ente leer u n
texto tradicional de antes del corte mallarmeano, Sarrasine de
Balzac, como s i se tratara de u n texto moderno. Llevará a cabo

« C r i t i q u e e t a u t o c r i t i q u e » , e n o p . c it .. T o m o I I , p . 9 9 3 .
Op. c it . , p . 9 9 4 .
154 Paco Vidarte

una lectura plural, m ás allá de la polisem ia, de u n texto clásico:


«¿Podemos aplicar conceptos, instrum entos de pensam iento y
de lenguaje inm ersos en la m odernidad a textos, llam ados
legibles, textos de nuestra cultura clásica?»^^^. Se tratará de
hacer saltar la p olisem ia del texto clásico en una disem inación
de sentidos mediante la nueva lectura.
Otro par de conceptos que vienen a perfilar la idea funda­
mental que subyace a la ruptura epistemológica aludida por
Barthes entre lo legible y lo escribible, lo clásico y lo moderno,
es el de obra y texto y que, m ás o menos, vienen a cubrir el
m ism o campo semántico, delim itando aún m ás esta distinción.
Se debería a la acción conjugada del m arxism o, del psicoaná­
lis is y del estructuralism o «la exigencia de u n objeto nuevo,
obtenido por deslizam iento o inversión de la s categorías ante­
riores. Este objeto es el Texto»^^^ situado m ás allá de la noción
tradicional de obra. Un m ás allá que no quiere decir únicam en­
te que el texto ha nacido hace un o s cien años aproximadamente
como un nuevo objeto teórico, sin o u n m ás allá cualitativo que.
hace estos dos conceptos heterogéneos. En efecto «no hay que
permitirse decir: la obra es clásica, el texto es de vanguardia [...]
puede haber “Texto" en una obra m uy antigua y m uchos de los
productos de la literatura contémporánea no so n en absoluto
textos. La diferencia es la siguiente: la obra es u n fragmento de
sustancia, ocupa una porción del espacio de lo s libros (por
ejemplo, en una biblioteca). El Texto, por su parte, es u n campo
metodológico [...] la obra se tiene en la mano, el texto se tiene
en el lenguaje [...] el Texto no es la descom posición de la obra,
es la obra la que es el extremo im aginario del Texto. O aún: el
Texto no'se experimenta más que en un trabajo, en una produc­
ción. Se sigue de ello que el Texto no puede detenerse (por
ejemplo, en la estantería dé úna biblioteca); su .movimiento
constitutivo es la íraye5za_ (especialmente puede atravesar la

I b id .
326 « P e l 'o e u v r e a u t e x t e » ( 1 9 7 1 ), e n o p . c it ., T o m o I I , p . 1 2 1 1 .
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 155

obra, varias obras),»^^^. La obra se identifica con u n cuerpo


fínit0”yLlelimitable, una unidad cerrada y lim itada que adquie­
re in clu so el carácter de ser numerable, contable y se a sim ila
con su existencia física como objeto, como libro. Por decirlo de
otro modo, existen obras, están ahí, ante los ojos, pero del texto
sólo se puede decir que «lo hay». En el texto no ca b e 'la
delim itación de una estructura finita de géneros, porque ju sta ­
mente es lo que desborda la s acotaciones de la retórica y la s
ciencias del lenguaje. Los textos «constituyen una reivindica­
ción de hecho contra lo s constreñim ientos de la ideología
tradicional del sentido (“vero sim ilitud”, “legibilidad”, “expresi­
vidad” de un sujeto im aginario, im aginario porque constituido
como “persona”, etc.)»^^®. Como bien señala Barthes, el texto
puede encontrarse no sólo n i siempre en la literatura moderna,
sin o en cualquier obra por m uy antigua que ésta sea, sobre todo
en los aledaños de los,_escritos considerados canónicos, del
corpus m ás respetable y venerado de la literatura, en lo s
escritos normalmente excluidos de lo que se entiende por
«buena literatura»: «basta con que haya desbordam iento,
significante para que haya texto»®^®. Justamente eso quiere
d e c ir que el texto no re sp e ta la s c la s if ic a c io n e s n i
compartimentaciones clásicas y que su m ovim iento m ás pecu­
liar es el de la travesía, el encontrarse atravesado y atravesando
varios géneros, épocas, estilos, autores, rompiendo su preten­
dida unidad de discurso: «Si el Texto plantea problem as de
clasificación (ésta es, por otra parte, una de su s funciones
“sociales”) es porque im p lica siem pre una cierta experiencia
del lím ite [...] el Texto es lo que se sitúa en el lírnite de las reglas
de la enunciación (la racionalidad, la legibilidad, etc.) »®®°. Otro
rasgo decisivo del Texto es que se define enfrentándose al signo,
que es justam ente lo que define a la obra: el señtidó'. EÍ Texto,

Op. c it ., p . 1 2 1 2 .
« T e x t e ( t h é o r i e d u ) » , e n op. c it ., p . 1 6 8 5 .
O p. c ii. , p . 1686
330 « D e l ’o e u v r e a u t e x t e » , op . c it ., p . 1 2 1 2 - 1 2 1 3 .
156 Paco Vidarte

como es previsible, cae del lado del significante: «practica el


retroceso infinito del significado, el Texto es dilatorio [...] lo
infinito del significante no remite a una idea de inefable (de
, significado innombrable), sin o a la idea de juego; el engendrarse
perpetuo del significante [...] en el campo del Texto [...}no se
hace según una vía orgánica de m aduración, o según una vía
herm enéutica de profundización, sin o m ás bien según un
m ovim iento serial de desconexiones, de encabalgamientos, de
variaciones; la lógica que regula el Texto no es com prensiva
(definir “lo que quiere decir” la obra), sin o m etonim ica [...] está
estructurado, pero descentrado, sin cierre)»^^b
E s evidente que al Texto le corresponderán las categorías
que ya hem os visto de ilegibilidad, pluralidad, m ultiplicidad,
dispersión, disem inación y explosión del sentido en una dife­
rencia irreductible a origen, paternidad, autoría^^^, filiación o
código de repetición alguno. La consecuencia de ello es que «La
textura plural o demoníaca que opone el Texto a la obra puede
entrañar m odificaciones profundas de la lectura, allí justam en­
te donde el m onologism o parece ser la Ley»^^^: el lector que se
deja prender y llevar por los vaivenes del texto, np j ) odrá en su
lectura m ás que jugar a ese m ism o juego textual, participar de
su m ovim iento de través, de su producción proliferante de
sentidos no consum ibles, no digeribles, no clausurables. Por­
que, en el fondo, «todo texto es u n intertexto; otros textos están
presentes en él [...] el concepto de intertexto es el que aporta a
la teoría del texto el volum en de la socialidad: es todo el
lenguaje, anterior y contemporáneo, el que viene al texto, no
según la vía de una filiación constatable, de una im itación
voluntaria, sin o según la vía de una disem inación — imagen que
garantiza al texto el estatuto, ncqde una reproducción, sin o de

331
Op. c i t , p . 1 2 1 3 .
332
« E l T e x t o , p o r s u p a r t e , s e le e s i n l a i n s c r i p c i ó n d e l P a d r e e l 3'o q u e
e s c r i b e e l T e x t o n u n c a e s , p o r l a s u y a , m á s q u e u n y o d e p a p e l » (Op. c it .,
p . 1 2 1 5 ).
333
Op. c it ., p . 1 2 1 4 .
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 157

una productividad^>^^‘^. La lectura se hace así juego infinito,


interpretación del Texto en el sentido en que se interpreta un a
pieza m usical, distinta cada vez y siempre la m ism a, en una
repetición, en un a serie de relecturas creadoras de diferencias:
«De hecho, leer, en el sentido de consum ir, no es jugar con el
texto. "Jugar” (jouer) debe ser tomado aquí en toda la polisem ia
del térm ino : el texto juega él m ism o , tiene /uego, holgura (como "
una puerta, como una pieza que tiene “juego”); y el lector juega,
por su parte, dos veces: juega al Texto (sentido lúdico), busca
una práctica que lo re-produzca; pero, para que esta práctica no
se reduzca a un a m im e sis pasiva, interior (el Texto es precisa­
mente lo que resiste a esta reducción),/nega el Texto; no hay que
olvidar que “jugar” (jouer: interpretar, tocar) es tam bién u n
térm ino m u sica l [...] hubo una época en la que los aficionados
activos eran num erosos (al m enos dentro de una cierta clase),
“tocar” (jouer) y “escuchar” constituían una actividad poco
diferenciada; luego, aparecieron sucesivam ente dos roles; en
prim er lugar, el de intérprete, al que el público burgués (aunque
éste aún sabía tocar algo: es toda la historia del piano) delegaba
su juego; luego, el del aficionado (pasivo) que escucha la
m ú sica sin saber tocar (al piano, efectivamente, le sucede el
disco)»^^^. ;La analogía de la lectura y la m úsica es bastante t
explícita y m uy significativa. En ella vem os claramente la
separación de la escritura y de la lectura, de lo s papeles del
autor y del lector. En m edio de ambos, separándolos irrem edia­
blemente se sitúa la obra, que ya sólo unos pocos saben ejecutar
y la gran mayoría sólo puede consum ir pasivam ente mediante
una lectura no participante en el proceso (re)creativo. Para
Barthes, la m úsica postserial es u n buen ejemplo de lo que
sucede con la lectura de u n Texto; en ella, el intérprete se ve \
obligado a «completar», a recrear la partitura, no sólo a seguir­
la, haciendo las veces de coautor. El lector tradicional se ve

« T e x t e ( t h é o r i e d u ) » , op. c it ., p . 1 6 8 3 .
335 « D e l ’o e u v r e a u t e x t e » , op. c it ., p . 1 2 1 6 .
158 Paco Vidarte

incapaz, por su costumbre de co n su m ir pasivamente una obra


tras otra, de leer un Texto que le obliga a jugar él tam bién y a
transformar radicalmente su forma de lectura. De igual modo
que el escritor debe m odificar su escritura y dejar de escribir
obras, no su b su m irla escritura al cierre, al fin, a la consecución
de una obra: «La contradicción se sitúa por entero entre la
escritura y la obra (el Texto, por su parte, es una palabra
m agnánima: no se constituye en acepción de esta diferen-
cia)»^^^, es la obra la que afecta tanto a la escritura como a la
lectura con su lógica de producción m ercantil y de consum o,
frente al juego textual libre de constreñim ientos y fuera de todo
cálculo. La teoría del texto se distancia de la metafísica de la
verdad como alétheia derivada de la concepción clásica del
texto como tejido finito con bordes, el texto como tejido que
forma u n velo que oculta la verdad; en su lugar, el escritor-
lector hará las veces de una araña que pone de sí en el tejido, que
5 se desplaza con él y forma parte de él. Esto es lo que nos
propone Barthes en su a n á lisis etimológico del térm ino «tex­
to»: «es u n tejido] pero m ientras que anteriormente la crítica
(única forma conocida en Francia de una teoría de la literatura)
ponía unánim em ente el acento sobre el “tejido” finito (siendo
el texto un “velo” tras el cual había que ir a buscar la verdad, el
m ensaje real, el sentido sin m ás), la teoría actual del texto se
desvía del texto-velo y b usca percibir el tejido en su tex:turaj en
el entrelazamiento de los códigos, de las fórmulas, de los
significantes, en cuyo seno el sujeto se desplaza y se deshace,
como una araña que se disolvería ella m ism a en su tela. El
amante de neologism os podría, pues, definir la teoría del texto
como una “hifología” (hifos, es el tejido, el velo y la tela de
araña)

« R o l a n d B a r t h e s p a r R o l a n d B a r t h e s » , o p . c it ., p . 1 9 9 .
« T e x t e ( t h é o r ie d u ) » , op. c it ., p . 1 6 8 4 .
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 159

Placer y goce

Texto clásico y moderno, texto legible y escribible, obra y


texto, jun to con otros pares opuestos de conceptos como
denotación y connotación, polisem ia y pluralidad, totalidad y
disem inación vienen a yuxtaponerse a la m ás célebre y conoci­
da d istinció n barthesiana entre textos de placer y textos de goce
realizada en su obrá El placer del texto (1973), donde enriquece
todo el bagaje teórico anterior con la aportación decisiva del
p sico a n á lisis y la perversa introducción de la noción de «pla­
cer» y «goce» en la sentina de la fría lógica del estructuralism o:
«Parece que lo s eruditos árabes hablando del texto emplean
esta expresión admirable: el cuerpo cierto. ¿Qué cuerpo?, p ue s­
to que tenemos varios: el cuerpo de lo s anatom istas y de lo s
fisiólogos, el que ve o del que habla la ciencia: es el texto de lo s
gramáticos, de los críticos, de los comentadores, de lo s filólogos
(es el feno-texto). Pero tam bién tenemos u n cuerpo de goce
hecho únicam ente de relaciones eróticas sin ninguna relación
con el primero [...] El placer del texto sería irreductible a su
funcionam iento gramatical (feno-textual) como el placer del
cuerpo es irreductble a la necesidad fisiológica»^^®. La interven­
ción barthesiana en el ámbito de la textualidad está m uy lejos
de ser inocente; el autor sabe perfectamente los riesgos que
corre hablar del placer del texto®®^, entre los que aventura dos

338
E l p la c e r d e l texto. B u e n o s A ir e s , S i g l o X X I , 1 9 7 4 , p p . 2 5 -2 6 .
339
« E l p la c e r e s u n a n o c ió n q u e h e u t iliz a d o d e u n m o d o u n t a n t o t á c t ic o e n
u n m o m e n t o e n e l q u e c o n s t a t é q u e l o s e s t u d io s , la s id e a s , la s t e o r ía s
s o b r e e l h e c h o lit e r a r io h a b í a n h e c h o m u y g r a n d e s p r o g r e s o s e n e l p la n o
t e ó r ic o p e r o q u e , e n e s e p r o g r e s o d e t ip o t e ó r ic o , la p e r c e p c ió n d e l t e x t o
a c a b a b a p o r s e r u n p o c o a b st r a c t a , u n p o c o f r ía y , s o b r e to d o , u n p o c o
s o m e t id a a v a lo r e s im p lí c it o s d e a u t o r id a d . E s lo q u e se lla m a en
p s ic o a n á lis is e l s u p e r y ó ; y p o r e so q u ise m a r c a r u n c o rte e n se c o p a r a
d e c ir a lg o t a n s im p l e c o m o q u e e l t e x t o n o e s s ó l o u n o b je t o id e o ló g ic o ,
u n o b je t o d e a n á l i s i s , s i n o q u e e s a d e m á s l a f u e n t e d e u n p la c e r . H a y u n
p l a c e r d e l e c t u r a d e l t e x t o » ( « E n t r e le p l a i s i r d u t e x t e e t l ’u t o p i e d e l a
p e n s é e » , e n op . c i t , T o m o I I I , p p . 8 8 8 - 8 8 9 ).
160 Paco Vidarte

co lisio nes previsibles con lo que debe decir la teoría en todo


momento acerca de estos temas; no se puede hablar del texto
sin u n pronunciam iento político expreso, n i quedarse en su
mero placer sin psicoanalizarlo hasta su s últim a s consecuen­
cias. El placer no sería nada por sí m ism o, carecería de sig n i­
ficado, lo destruiría, no se sometería a ley alguna, su neutrali­
dad epistemológica no perm itiría instaurar n in g ún sentido, él
m ism o no se rv ir ía de referencia segura, lle va ría a la
despolitización del discurso y a instalarlo en un a permanente
ilu sió n fantasmática: «Apenas se ha dicho algo, en cualquier
parte, sobre el placer del texto cuando aparecen dos gendarmes
preparados para caem os encima: el gendarme político y el
gendarme psicoanalítico: futilidad y/o culpabilidad, el placer es
ocioso o vano, es una idea de clase o una ilusió n. Vieja, m uy
vieja tradición: el hedonism o ha sido reprim ido por casi todas
las filosofías [...] El placer es siempre decepcionado, reducido,
desinflado en provecho de los valores fuertes, nobles: la Ver­
dad, la Muerte, el Progreso, la Lucha, la Alegría, etc. Su rival
victorioso es el Deseo: se nos habla continuamente del Deseo,
pero nunca del Placer, el Deseo tendría una dignidad epistémica
pero el Placer no»^"*®. La metáfora de la araña nietzscheana de
la que se apropia Barthes se am plía así al contemplar,
hedonistam ente, un a cierta econom ía psíquica del texto,
adentrándose por lo s senderos m ás apartados de la metafísica
de la verdad, aquello que siempre queda excluido cuando se
trata de una teoría de la escritura y la lectura: el placer
vinculado al juego de leer y escribir, el placer de tejer, m ás acá
o m ás allá de la verdad velada en el tejido. El placer de la araña
que se siente m ás araña cuantas más telas teje y el goce
simultáneo, contradictorio, de la araña que cada vez es m enos
araña porque se disuelve poco a poco en el tejido que deja sa lir
de sí, vaciándose, destejiéndose ella m ism a m ientras teje su
propia trampa: la tela que la sostiene pero que al m ism o tiempo.

E l p la c e r d e l texto, op . c i t , p p . 7 3 -7 4 .
¿Qué es leer? La invención del texto en filosofía 161

este texto vampiro, le succiona la vida, le chupa las entrañas. Al


cabo, la tela de araña no viene a indicar m ás que este placer
contradictorio de la propiedad y el goce de la expropiación del
genitivo objetivo y subjetivo: la tela (que es) de la araña y la tela
(que está hecha) de la araña. El lector se ve confrontado
a sim ism o al dilem a de la araña, a'experimentar en su lectura el
placer de verse reforzado como sujeto ante la obra o de afrontar
la desubjetivación gozosa a la que lo somete el texto.jLa figura
del lector escindido, entre la obra y el texto, entre lo clásico y lo
moderno, entre el placer y el goce aparece desde las prim eras
líneas del E l placer del texto : «Ficción de u n in d ivid u o [... ] que
aboliría en sí m ism o las barreras, la s clases, las exclusiones, no
por sincretism o, sin o por sim ple desembarazo de ese viejo
espectro: la contradicción lógica) que mezclaría todos los len­
guajes aunque fuesen incom patibles; que soportaría m udo
todas la s acusaciones de ilogicism o, de infidelidad [...] Este
hom bre sería la abyección de nuestra sociedad: los tribunales,
la escuela, el m anicom io, la conversación harían de él u n
extranjero: ¿quién sería capaz de soportar la contradicción sin
vergüenza? Sin embargo este contra-héroe existe: es el lector
del texto en el momento en que toma su placer. En ese momento
el viejo m ito bíblico cam bia de sentido, la confusión de lenguas
deja de ser u n castigo, el sujeto accede al goce por la cohabita­
ción de los lenguajes que trabajan conjuntamente el texto de
placer en una Babel feliz
Todas las dualidades que había planteado anteriormente
Barthes yan a hallar su reflejo en el lector que ha de amoldarse
a ellas. (Un lector de obras y de textos, de lo clásico y de lo
moderno, de lo polisém ico y de lo disem inado que, sin embar­
go, no elige, no puede elegir, no quiere elegir, sin o que su deseo
estriba en seguir leyéndolo todo, en no renunciar a ninguno de
lo s dos placeres, al goce inm enso de ser u n satisfecho habitante
de Babel: («Por lo tanto, hay dos regímenes de lectura: una va

341
Op. c it., p p . 9 -10.
162 P aco V idarte

directamente a la s articulaciones de la anécdota, considera la


extensión del texto, ignora lo s juegos de lenguaje [...]; la otra
lectura no deja nada: pesa el texto y ligada a él lee, si así puede
decirse, con aplicación y ardientemente, ^trapa en cada punto
del texto el asíndeton que corta lo s lengüájes y no la anécdota:
no es la extensión (lógica) la que la cautiva, el deshojam iento de
las verdades, sin o la superposición de los niveles de significancia
[...] Pero, paradójicamente (en tanto la op inión cree que es
suficiente con ir rápido para no aburrirse) esta segunda lectura
aplicada (en sentido_propio), es la que conviene al texto moder­
no, al texto-límite. 'Leed atentamente, leed todo de una novela
de Zola y el libro se caerá de vuestras m anos; leed rápido, por
citas, u n texto moderno y ese texto se vuelve opaco, forcluido a
vuestro placer: usted quiere que ocurra algo pero no ocurre
nada pues lo que le sucede al lenguaje no le sucede al discurso»^"^^.
La lectura de la obra clásica se realiza a nivel del enunciado, de
la trama, de la anécdota, pasando por alto la enunciación, lo s
avatares del lenguaje; do que interesa es lo que acontece, la
narración del suceso y la peripecia, por lo que la lectura permite
una cierta aceleración creada por la avidez _del lector y la
voluntad de precipitar el suspense. (Én cambio, el texto-límite
moderno juega con lo quede acontece al propio .lenguaje, su
preocupación está en el tejer del texto, en las id as y venidas de
la naveta que teje y no en el tejido final, en el producto de
consum o. Ello exige otra velocidad de lectura, m ás paciente,
m ás atenta a los cortes, rupturasy sobresaltos de lengua: «no
devorar, np tragar sino masticar, desmenuzar m inuciosam en­
te; para leer a lo s autores de hoy es necesario reencontrar el ocio
de la s antiguas lecturas: ser lectores a r i s t o c r á t i c o s .
Pero no se trata únicam ente de la velocidad de la lectura en
el sentido del adagio pascaliano: «Cuando se lee demasiado
deprisa o demasiado despacio no se comprende nada», sin o del

Op. ciL, pp. 20-21.


O p.cü.,p.2 l.
¿ Qu é es leer? L a in v e n c ió n d e l texto en f ilo so fía 163

placer derivado de una u otra forma de leer, de los avalares del


sujeto lector, de la atención a lo narrado o al lenguaje que narra,
de la continuidad del enunciado o de lo s encabalgamientos e
interrupciones de la lengua. Barthes in siste en la necesidad de
u n cam bio de nuestra m irada hacia la lengua m ism a: no se trata
de v in cu la rla d istinció n placer/goce a su representación verb al,
a la puesta por escrito de u n tratado sobre el placer y el goce,
sin o a su puesta en obra, a su dinám ica propia como juego que
sucede en el lenguaje independientemente de la temática del
relato: í«El texto de placer no es forzosamente aquel que relata
placeres; el texto de goce no es nunca aquel que cuenta un goce.
El placer de la representación no está ligado a su objeto: la
pornografía no es segura. En térm inos zoológicos se dirá que el
lugar del placer textual no es la relación de la copia y del m odelo
(relación de im itación), sin o solamente la del engaño y la copia
(relación de deseo, de producción) Lo que sucede en cada
lectura, en cada texto frente a la obra es el cam bio de actitud del
lector y la sub versión de lo que éste entiende por lectura y
escritura en cada ocasión que lee u n texto moderno o u n o
clásico. Su tránsito no premeditado del placer al goce y vicever­
sa — térm inos coextensivos a la par que opuestos— que lo
desidentifican como lector, lo dividen, lo escinden irrem edia­
blemente: «Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia;
proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a un a
'práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en
estado de pérdida, desacomoda (tal vez in clu so hasta un a
forma de aburrimiento), hace vacilar lo s fundamentos h istó ri­
cos, culturales, psicológicos del lector, la consistencia de su s
gustos, de su s valores y de su s recuerdos, pone en crisis su
relación con el lenguaje»^"*^. En el trasfondo de esta delim ita­
ción se encuentra una apelación al p sicoanálisis, que haría
derivar el placer de la lectura ordenada, cronológica, lineal del

Op. c it ., p. 71.
Op. cit., pp . 22-23.
164 P aco V idarte

texto clásico del placer de la observancia de la ley que experi­


menta el neurótico; el texto de goce, por su parte, afrontaría
cara a cara la com p ulsión de repetición, la p u lsió n de muerte
hasta llegar a una forma de aburrimiento, el goce de lo m ortí­
fero, donde aquello que nos retiene so n los entresijos de la
cadena significante, su s m ás m ín im a s variaciones, el m udo
desplazarse de la m aterialidad de la lengua, del goce indecible;
finalmente, el hecho de jug ar a am bas cosas, al deleite placen­
tero de la narración tranquila que avanza previsiblemente ante
los ojos del lector y el desasosiego de perder incluso hasta la
fam iliaridad con el lenguaje, llegar al hastío o a la m ás absoluta
desorientación y pérdida de toda referencia, hasta la disolución
de uno m ism o, constituye el goce secreto del sujeto perverso,
escindido, disociado que juega a ser neurótico y siente placer en
ello, sabedor de que hay u n goce esquizo m ás allá, al que
tam bién juega y nunca pierde de vista: «Aquel que mantiene los
dos textos en su campo y en su m ano las riendas del placer y del
goce es u n sujeto anacrónico, pues participa al m ism o tiempo
y contradictoriamente en el hedonism o profundo de toda
cultura (que penetra en él apaciblemente bajo la forma de un
arte de v iv ir del que forman parte los libros antiguos) y en la
destrucción de esa cultura: goza sim ultáneam ente de la c o n sis­
tencia de su y o (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es
su goce). Es u n sujeto dos veces escindido, dos veces perver-

Barthes es consciente de las consecuencias que acarrearía


considerar placer y goce como verdaderos térm inos opuestos,
contradictorios, heterogéneos o, m ás bien, hacer derivar el
goce del placer por una intensificación de grado pero que, en
últim a instancia los haría homogéneos. Sin decirlo, pero casi
dándolo por sentado desde su insp iración psicoanalítica, m ás
bien cabe inclinarse a pensar que (entre ellos tiene lugar un
hiato irreductible que coincide con áquel que se produce en la

Op. cit., p. 23.


¿ Q u é es leer? L a in v e n c ió n d e l texto e n f ilo so fía 165
historia de la literatura con el salto a la modernidad: «Si digo
que entre el placer y el goce no hay m ás que una diferencia de
^ grado digo tam bién que la historia ha sido pacificada: el texto
de goce no sería m ás que el desarrollo lógico, orgánico, h istó ­
rico, del texto de placer, la vanguardia es la forma progresiva,
emancipada, de la cultura pasada [...] Pero si, por el contrario,
creo que el placer y el goce so n fuerzas paralelas que no pueden
encontrarse y que entre ellas hay algo m ás que u n combate, un a
incom unicación, entonces tengo que pensar que la historia,
nuestra historia, no es pacífica, n i siquiera tal vez inteligente y
que el texto de goce surge en ella siem pre bajo la forma de un
escándalo»^"^^. El límite, pues, entre am bos textos, entre am bas
lecturas, entre el placer y el goce es siempre inestable y difícil
de determinar «cada vez que necesito disting uir la euforia, el
colmo, el confort (el sentim iento de completud donde penetra
libremente la cultura), del sacudim iento, del temblor, de la
pérdida propios del goce»^"^®: para Barthes la distinción es m ás
heurística que clasificatoria, su único interés estriba en que
percibam os u n cierto m ovim iento de la lengua, una m utación
en la escritura y la lectura, pero sin ánim o de establecer
compartimentos estancos®"^^. Tanto el placer como el goce
provienen de u n m ism o origen: del corte, de la ruptura, de la
intermitencia. La diferencia su til se establece ju sto en el punto
en el que el placer llega a ser goce, se ve catapultado a un m ás
allá del principio del placer, es incapaz de, no puede> no quiere,
diferir la muerte: entonces la brecha, la abertura placentera —
«¿El lugar m ás erótico de u n cuerpo no es acaso allí donde la
vestimenta se abre? [...] es la intermitencia, como bien lo ha

Op. c it ., p . 3 0 .
Op. c i t , p . 2 9 .
349
«■{Placer/goce: e n r e a l i d a d , t r o p ie z o , m e c o n f u n d o ; t e r m i n o l ó g i c a m e n t e
e st o v a c ila t o d a v ía . D e t o d a s m a n e r a s h a b r á s ie m p r e u n m a r g e n d e
in d e c is ió n , la d is t in c ió n n o p o d r á s e r f u e n t e d e s e g u r a s c la s if ic a c io n e s ,
e l p a r a d ig m a s e d e s liz a r á , e l s e n t id o s e r á p r e c a r io , r e v o c a b le , r e v e r s ib le ,
e l d i s c u r s o s e r á i n c o m p l e t o ) » {Op. c it ., p . 1 0 ).
166 P aco V idarte

dicho el p sicoanálisis, la que es eròtica: la de la piel que


centellea entre dos bordes (la cam isa entreabierta, el guante y
la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en
escena de una aparición-desaparición»^^“-— se torna abismo,
desgarradura, exceso desbordante, potlatch inútil, violento,
destructivo. Nunca lo s lím ites de una clasificación han sido
m ás inestables que ahora, precisamente porque atañen a una
frontera tan variable, tal vez inexistente, ella m ism a borrosa,
sólo perceptible cuando se está de uno y otro lado, sin poder
renunciar a nin g ún extremo, queriendo romper pero sin haber
roto, habiendo roto ya pero queriendo romper aún: «Sade: el
placer de la lectura proviene indirectamente de ciertas rupturas
(o de ciertos choques) [...] Como dice la teoría del texto: la
lengua es redistribuida. Pero esta redistribución se hace siempre
por ruptura. Se trazan dos lím ites: u n lím ite prudente, confor­
mista, plagiario (se trata de copiar la lengua en su estado
canónico tal como ha sido fijada por la escuela, el buen uso, la
literatura, la cultura), y otro límite, m óvil, vacío [...] allí donde
se entrevé la muerte del lenguaje. E so s dos lím ites — el compro­
m iso que ponen en escena— son necesarios. (Ni la cultura n i su
destrucción so n eróticos: es la fisura entre una y otra la que se
vuelve eróticai;; El placer del texto es sim ila r a ese instante
insostenible, im posible, puramente novelesco que el libertino
gusta al térm ino de una ardua m aquinación haciendo cortar la
cuerda que lo tiene suspendido en el momento m ism o de su
goce»^^\ éntre el momento puntual de la satisfacción que se
quiere hacer durar y el momento, no m enos puntual, que
tam bién quiere prolongarse, de la desaparición, de la extinción,
de la aniquilación suicid a sobre el que pivota el primero.
A veces es el texto m ism o, el texto de placer o el texto-límite
el que produce y provoca estas rupturas m ás o m enos desgarra­
das, orientadas al placer o al goce. Barthes cita com o ejemplos

O p . C íí., p . 17.
O p . c í í . , p p . 1 3 -14 .
¿ Qu é e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto en f ilo so fía 167

Leyes, de Philippe Söllers, donde la frase cede su lugar a un


«poderoso chorro de palabras, u n cinta de infra-lenguaje»,
co n te n id o , s in em b arg o p o r «la a n tig u a c u ltu ra d e l
significante»^^^; Cobra, de severo Sarduy o el propio Flaubert:
«una manera de cortar, de agujerear el discurso sin volverlo
insensato. Es verdad que la retórica conoce las rupturas de
construcción (anacoluto) y la s rupturas de subordinación
(asíndeton), pero por primera vez con Flaubert la ruptura deja
de ser excepcional, esporádica, briUante, engastada en la v il
materia de u n enunciado corriente: no hay lengua m ás acá de
esas figuras [...] He aquí u n estado m uy sutil, casi insostenible
del discurso: la narratividad está deconstruida y sin embargo la
historia sigue siendo legible: nunca lo s dos bordes de la fisura
han sido sostenidos m ás netamente, nunca el placer ha sid o
m ejor ofrecido al lector»^^^. íPero, en otras ocasiones es la
propia lectura la que se encarga de abrirle cam ino al placer, sin
respetar la propuesta textual porque «el texto, su lectura, están
escindidos»^^'*, como tam bién está escindido el lector, por ello
dice de él Barthes que es el prototipo del perverso: «Muchas
lecturas son perversas, lo qué im p lica una escisión. De la m is ma
manera que el n iño sabe que la madre no tiene pene y sin
embargo cree que ella posee uno (Freud ha mostrado la renta­
bilidad de esta economía) el lector puede decir en todo m om en­
to: m uy bien que no son m ás que palabras, pero de todas
m a n e r a s . . . . El lector puede im poner u n ritm o de lectura
m ás allá del que parece exigir la obra, y obtener de ello un placer
distinto, construir su propio placer en vez de dejarse llevar por
la seductora oferta explícita del autor, como s i dijera: Ya sé que
esta obra resultaría placentera leyéndola de este modo, com o
ella m ism a parece proponer, com o el autor quiere que la lea,
como la crítica y la tradición dicen que debe leerse, sin embar-

O p .c it.,p .\5 .
Op. cit., p p . 16-17.
Oj7. c¿f., p . 43.
Op. cit., p. 62.
168 P aco V idarte

go...; «sin embargo, el relato m ás clásico (una novela de Zola,


de Balzac, de Dickens, de Tolstoy) [...] no lo leem os enteramen­
te con la m ism a intensidad de lectura, se establece un ritmo
audaz poco respetuoso con la integridad del texto [...] es una
fisura producida por u n sim ple principio de funcionalidad, no
se produce en la estructura m ism a del lenguaje, sin o solamente
en el m om ento de su consum o; el autor no puede preverla; no
puede querer escribir lo que no se leerá. Y sin embargo es el
ritm o de lo que se lee y de lo que no se lee aquello que construye
el placer de los grandes relatos: ¿se ha leído alguna vez a Proust,
Balzac o La guerra y la paz palabra por palabra? (El encanto de
Proust; de una lectura a otra no se saltan los m ism o s pasa-
jes)»^^^. A saber, que la lectura puede extraer goce de cualquier
texto, hacerlo brotar de las obras m ás insospechadas, goces
diversos, de distinta coloración, porque el goce no debe ser
confundido con la imagen atropellada, sísm ica, hidráulica,
torrencial, orgàsmica que solem os hacernos de él, la novedad
absoluta que irrum pe inesperada; tam bién hay goces aburri­
dos, silenciosos, mortecinos, imperceptibles, que surgen con
idéntica novedad en el escenario habitual del placer, como el
de, por ejemplo, Bartleby el escribiente, u n típico texto placen­
tero, una narración clásica que, sin embargo, respira goce por
cada uno de su s poros, en el progresivo fading del sujeto que se
desvanece hasta su total extinción y que lucha incansablemente
contra cualquier oferta dilatoria de placer proveniente del exte­
rior, de todos los personajes que quieren hacer de Bartleby un
personaje como los demás del relato, hacerlo acceder al lenguaje,
al diálogo, a la expresión, atribuyéndole desesperadamente un
placer oculto en hacerlos rabiar con su parquedad de palabras,
con su aparente desprecio e indiferencia, sólo que Bartleby,
invadido por la com pulsión de repetición, está ya fuera de toda
economía placentera en la asocialidad del goce que destruye el
discurso y el significado, m ás allá del erotismo de la palabra.

356
Op. cit., pp . 18-19.
¿ Q u é e s leer? La in v e n c ió n d e l texto en ß lo s o f ia 169

En las últim as páginas de E l placer del texto, Barthes ofrece


esta recapitulación condensada de todo cuanto ha podido
llevar a pensar la d istinció n entre placer y goce textual, con una
apariencia de sistem aticidady exhaustividad que, sin embargo,
no debe dar lugar a la engañosa creencia de h a lla m o s por fin
ante otro sistem a de lectura, ante una nueva teoría del texto, u n
sistem a que tomaría como centro estas dos categorías y que nos
devolvería, por tanto, al sentido:
«P lacer d el texto. C l á s i c o s . C u lt u r a ( c u a n t o m á s c u lt u r a , m á s
g r a n d e y d iv e r s o s e r á e l p la c e r ) . I n t e lig e n c ia . Iro n ía . D e lic a d e z a .
E u f o r ia . M a e s t r ía . S e g u r id a d : a r t e d e v iv ir . El p la c e r d e l t e x t o p u e d e
d e f in ir s e p o r u n a p r á c t ic a ( s in n in g ú n r i e s g o d e r e p r e s ió n ) : lu g a r y
t ie m p o d e le c t u r a : c a s a , p r o v in c ia , c o m id a c e r c a n a , lá m p a r a , f a m ilia
— a llí d o n d e e s n e c e s a r i a — , e s d e c ir , a lo l e j o s o n o ( P r o u s t e n e l
e s c r it o r io perfum ad o p o r la s f lo r e s de i r is ) , e tc. E x t r a o r d in a r io
r e f u e r z o d e l y o ( p o r e l f a n t a s m a ) ; i n c o n s c i e n t e a c o lc h a d o . E ste
p la c e r p u e d e s e r dicho: d e a q u í p r o v ie n e la c r ít ic a .
Textos de goce. El p la c e r e n p e d a z o s ; la le n g u a e n p e d a z o s ; la
c u lt u r a e n p e d a z o s . L o s t e x t o s d e g o c e s o n p e r v e r s o s e n ta n t o e s t á n
f u e ra d e t o d a f in a lid a d im a g in a b le , in c lu s o la f in a lid a d d e l p la c e r (el g o c e
n o o b lig a n e c e s a r ia m e n t e al p la c e r , in c l u s o puede a p a re n te m e n te
a b u rrir). N in g u n a ju s t if ic a c ió n e s p o s ib le , n a d a s e r e c o n s t it u y e ni s e
r e c u p e r a . El te x to d e g o c e e s a b s o lu t a m e n t e in t r a n s it iv o . S in e m b a r g o ,
la p e r v e r s ió n n o e s s u f ic ie n t e p a ra d e f in ir a i g o c e , e s s u e x t r e m o q u ie n
p u e d e h a c e r lo : e x t r e m o s ie m p r e d e s p la z a d o , v a c ío , m ó v il, im p r e v is ib le .
E s t e e x t r e m o g a r a n tiz a el g o c e : u n a p e r v e r s ió n a m e d ia s s e e m b r o lla
r á p id a m e n t e e n u n ju e g o d e f in a lid a d e s s u b a lt e r n a s : p r e s t ig io , o s t e n t a ­
c ió n , r iv a lid a d , d i s c u r s o , n e c e s id a d d e m o s t r a r s e , e tc » ^ ® ^.

En efecto, vistas así las cosas, la tentación de hacer del placer


y el goce una parrilla de lectura es grande. Sin embargo,
Barthes no se cansará de advertirnos contra esta fácil
malinterpretación de su gesto. Si nos tom am os demasiado en
serio la oposición, que tampoco es tal, si confundim os El placer

Op. cit., p p . 66-67.


170 P a co V idarte

del texto con una teoria más, no habrem os entendido nada,


habrem os renunciado al placer por convertirlo en ley, en
instancia superyoica bajo la cual su b su m ir cualquier texto:
ju sto lo contrario de lo que esta noción pretendía frente al
anquilosam iento y al legalism o paternalista del estructuralismo,
lo s a n á lisis marxistas, la crítica de las ideologías y la s interpre­
taciones psicoanalíticas. Las oposiciones que hem os ido viendo
y que el propio Barthes define como u n «gadget didáctico», un
«embrague del discurso»^^®, no tienen m ás valor que el de
perm itir que entre u n poco de aire fresco en la lectura, aplasta­
da por el furor analítico e interpretativo; pero, para ello, hem os
de dejarlas borrarse por su propia inercia, olvidarlas tan pronto
como ellas m ism as comiencen a pesar demasiado y en vez de
liberar la lectura vuelvan a constreñirla, les exijam os explica­
ciones, la s pongamos a prueba, verifiquem os su pertinencia y
rendim iento teórico, intentem os establecer a partir de ellas una
clasificación estricta, una guía de lectura que obstruiría de
nuevo todo placer®®^. En esta m ism a línea debemos leer la
tipología psicoanalítica de lo s placeres de la lectura y de los
respectivos lectores com placidos que plantea Barthes en un

358
« S u p p l é m e n t » ( a u P l a i s i r d u tex te) ( 1 9 7 3 ), op . e i t , T o m o l i , p . 1 5 8 9 .
359
« L a o p o s i c ió n “p la c e r / g o c e ” e s u n a d e e s a s o p o s ic io n e s v o lu n t a r ia m e n t e
a r t i f i c i a l e s p o r l a s q u e s i e m p r e h e t e n i d o u n a c ie r t a p r e d i l e c c i ó n . H e
in t e n t a d o c o n f r e c u e n c ia c r e a r t a le s o p o s ic io n e s ; p o r e je m p lo , e n t r e
“ e s c r it u r a " y “ e s c r iv e n c ia ” , “ d e n o t a c ió n ” y " c o n n o t a c ió n " . S o n o p o s ic io ­
n e s q u e n o h a y q u e p r e t e n d e r s e g u i r a l p i e d e l a le t r a , p r e g u n t á n d o s e , p o r
e je m p lo , s i t a l te x to e s d e l o r d e n d e l p la c e r o d e l g o c e . E s t a s o p o s i c io n e s
p e r m it e n , s o b r e t o d o , d e s p e ja r , i r m á s le jo s ; p e r m it e n s im p le m e n t e
h a b l a r y e s c r i b i r [ .. . ] S i q u i s i é r a m o s e s t a b l e c e r p r o v i s i o n a l m e n t e u n a
v e n t ila c i ó n d e l o s t e x t o s s e g ú n e s t a s d o s p a la b r a s , e s c ie r t o q u e la e n o r m e
m a y o r ía d e lo s te x to s q u e c o n o c e m o s y q u e a m a m o s s o n e n g r a n p a rte
t e x t o s d e p la c e r , m ie n t r a s q u e lo s t e x t o s d e g o c e s o n e x t r e m a d a m e n t e
r a r o s — y n a d a d ic e q u e n o s e a n t a m b ié n t e x t o s d e p la c e r . S o n t e x t o s q u e
p u e d e n d is g u s t a r , a g r e d ir , p e r o q u e , a l m e n o s d e f o r m a p r o v is o r ia , e l
t ie m p o d e u n r e lá m p a g o , n o s p e r m u t a n , t r a n s m u t a n y o p e r a n e s e g a s t o
d e l y o q u e s e p i e r d e » ( « V in g t m o t s - c l é s p o u r R o l a n d B a r t h e s » , e n op . c i î . ,
T o m o I I I , p p . 3 1 5 - 3 1 6 ).
¿ Q u é e s leer? La in v e n c ió n d e l texto en f ilo so f ía 171

m om ento determinado diciendo a la vez m ás y m enos de lo que


quiere y de lo que puede decir; a la vez parece recaer en la teoría
sistem ática amiga de tipos y clases m ientras que, por otro lado,
constituye una desm entida feroz de lo que aparenta ser; para
empezar es una tipología atipica, inverosím il, nada convencio­
nal — aunque en exceso deudora del p sicoanálisis, utilizado
como correctivo de lo s desm anes crítico-fílosófíco-sociológi-
co-fílológicos— , articulada sobre el eje del placer, de la p sico ­
logía del lector, variable de la que, como hem os visto, Heidegger,
Gadamer, Ricoeur y el estructuralism o hacían una formidable
epojé para ir al texto m ism o, u n texto desde el in icio desprovisto
de placer para ser apto para el a n á lisis y la lectura. Barthes
parodia estos procedim ientos aplicándolos al placer m ism o,
proponiendo curiosamente el gesto inverso, a saber, hacer
abstracción del texto, por así decirlo, y convertirlo en una
«alucinación» de la «neurosis» de la lectura: «El fetichista
acordaría con el texto cortado, con la parcelación de las citas,
de la s fórmulas, de lo s estereotipos, con el placer de las pala­
bras. El obsesivo obtendría la voluptuosidad de la letra, de lo s
lenguajes segundos, excéntricos, de lo s meta-lenguajes (esta
clase reuniría todos los logófilos, lingüistas, semióticos, filólogos,
todos aquellos a quienes concierne el lenguaje). El paranoico
consum iría o produciría textos sofisticados, historias desarro­
lladas como razonamientos, construcciones propuestas com o
juegos, como exigencias secretas. En cuanto al histérico (tan
contrario al obsesivo) sería aquel que toma al texto por moneda
contante y sonante, que entra en la comedia s in fondo, s in
verdad, del lenguaje, aquel que no es el sujeto de ning una
m irada crítica y se arroja a través del texto (que es una cosa
totalmente distinta a proyectarse en él)»^^®.

360
« L e p l a i s i r d u t e x t e » , op . c it ., p p . 8 0 - 8 1 .
172 P aco V idarte

Hacia u n a teoría de la lectura

Barthes intenta llevar a cabo u n desplazamiento fundamen­


tal del lugar en el que ha de recaer el acento a la hora de abordar
un texto. Contra toda la tradición que recorría el cam ino desde
el autor al lector, o desde el texto al lector, Barthes no quiere
seguir haciendo de la lectura una sim p le «recepción», im
acompañamiento del texto escrito o del m ensaje que el autor
quiere transm itir, sin o m ás bien invertir dicho prejuicio: la
lectura no es el consum o de textos, sin o que participa de la
m ism a d inám ica de producción de la escritura: «cuanto m ás
plural es el texto, m enos escrito está antes de que yo lo lea; yo
no le hago padecer una operación predicativa, consiguiente a
su ser, llam ada lectura, y yo no es u n sujeto inocente, anterior
al texto y que lo utilizaría a continuación como u n objeto que
desm ontar o u n lugar que investir [... ] Leer, sin embargo, no es
. u n gesto parásito, el complemento reactivo de una escritura
que adornam os con todo el prestigio de la creación y de la
anterioridad»^*^ La lectura no se inserta en una cronología
lineal donde siempre vendría a ocupar el últim o lugar y vendría
a cerrar el círculo de la narración desde el punto de vista del
lector como receptor últim o. La pluralidad del texto im pide
esto m ism o; s i el texto no es lineal, isotrópico, sin o plural, la
lectura habrá de serlo también, esto es, no puede señalarse para
ella un comienzo n i u n punto en que haya necesariamente de
detenerse, su s entradas, paradas y fein icio s serán a sim ism o
m últiples, desplazados, inscritos en lo que podría llam arse una,
«relectura» general del texto, a saber, la experiencia de «leer el
texto como s i ya hubiera sido leído»^*^. Una lectura asediada y
revivificada por la repetición creadora y m ultiplicadora de'
sentidos: «se propone, de entrada, la relectura, porque sólo ella
salva al texto de la repetición (los que se niegan a releer se
obhgan a leer en todo lugar la m ism a historia), lo m ultip lica en

« S / Z » , o p . c it ., p p . 5 6 1 - 5 6 2 .
Op. c i t , p . 564.
{Q ué e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto en f ilo so f ía 173

SU diversidad y en su pluralidad: lo saca de la cronología interna


[...] discute la pretensión que querría hacem os creer que la
primera lectura es im a lectura primera, inocente [...] (como si
hubiera u n comienzo de la lectura, como s i todo no hubiera
sido ya leído»^^^. La separación de la escritura y de la lectura ha
hecho caer a ésta del lado de la pasividad, de la intransitividad,
del consum o ignorante alejado de la creación: el arte de escribir
y el arte de leer, como vim o s con la metáfora de la evolución de
la m úsica, deben ir parejos de m odo que la lectura sea com o la
interpretación de una pieza y pueda así «permitir reesciibir los
textos»^^"^. Barthes quiere realizar im a identificación de la escritu­
ra y de la lectura, «aplastarlas» la una contra la otra en lugar de
seguir haciendo de ellas una distinción estricta que acaba por
falsearlas a ambas, continúa otorgándole la primacía ala escritu­
ra mientras que «la lectura siempre será definida como im a
proyección de la escritura y el lector como u n “hermano” m udo y
pobre del escritor. Una vez m ás n o s verem os arrastrados
retrospectivamente hacia un a teoría de la expresividad, del
estilo, de la creación o de la instrum entalidad del lenguaje»^^^.
A comienzos de lo s años setenta, Barthes no deja de hablar
de la lectura para restituirle su estatuto perdido y no deja de
lamentarse del hecho de que: «Desde hace una veintena de
años, existe, trabajada de diversos m odos, una teoría de la
escritura. Esta teoría intenta su stitu ir la antigua pareja de
“obra/autor” [...] p o ru ñ a pareja nueva: “escritura/lectura” . La
nueva teoría postula, pues, un a teoría de la lectura, pero hay
que reconocer que esta segunda teoría está m ucho m enos
elaborada que la primera. Ha llegado el m om ento de trabajar
en ella: en prim er lugar porque, de hecho, nunca ha habido una
teoría de la lectura»^^^. La lectura nace del texto m ism o. Si la

363
Op. c i t , p . 5 6 5 .
« R o l a n d B a r t h e s c r i t i q u e » , e n op . c it ., T o m o I I , p . 1 2 7 8
« E n t r e t ie n (A c o n v e r s a t i o n w i t h R o la n d B a r t h e s ) » , e n op. c i t , T o m o H ,
p . 1300.
174 P aco V idarte

textualidad ha conseguido abolir la idea tradicional de autor,


de tra n sm isió n de u n m ensaje, de linealidad del esento, de
género tam bién ha dado lugar al surgim iento de otro tipo de
lectura, acorde con la pluralidad textual, absolutamente libre
de constreñim ientos y cortapisas, del m ism o modo que insiste
en extremo en la equivalencia (productiva) de la escritura y de
la lectura. Sin duda, hay lecturas que no son m ás que sim ple
consum o: aquellas a lo largo de la s cuales precisamente se
censura la significación; la lectura plena, por el contrario, es
aquella en la que el lector no es nada m enos que aquél que quiere
escribir»^^^ porque, entre otras cosas, sabe que no existe algo así
como el mero comentario, una suerte de metatexto por encim a
de la obra y exterior a ella, sin o que tiene conciencia de que su
lectura ya es reescritura del propio texto que lee/reescribe,
prohferaeión de la escritura, del intertexto, del tejido plural. La
lectura es ya texto, añade m ás texto al texto «supone que ya
hem os dejado atrás el nivel descriptivo o com unicativo del
lenguaje y que estamos preparados para poner en escena su
energía generadora»^®®: es dicha energía creadora, la potencia
generadora de la escritura/lectura, la identidad de ambos
placeres, su fecunda capacidad de disem in ación y producción,
el «cómo ello ha sido escrito»®®^, el desbordamiento de la
escritura en el lector qué reéscribe, lo que m ás interesa a
Barthes, m ás allá de la crítica usual, de la determ inación de una
verdad y u n sentido como productos estáticos, inertes, resul­
tantes de una lectura pasiva y mortecina hecha a posteriori
desde un a aproxim ación dualista a la realidad textual. Si la
lectura, como dice Barthes, es perversa — en el sentido de que
busca u n placer no rentabilizable, u n gasto en pura pérdida,
una felicidad inútil®^®— , lo es tam bién en el sentido en que

366 « P o u r u n e t h é o r i e d e l a l e c t u r e » , e n o p . c it ., T o m o I I , p . 1 4 5 5 .
« T e x t e ( t h é o r i e d u ) » , op . c it ., p p . 1 6 8 6 - 1 6 8 7 .
O p . CÍÍ., p . 1 6 8 9 .
« R o l a n d B a r t h e s c o n t r e l e s i d é e s r e ç u e s » , e n O p. c it ., T o m o I I I , p . 7 1 .
C fr. « V in g t m o t s - c l é s p o u r R o l a n d B a r t h e s » , o p . cit.., p p . 3 3 3 - 3 3 4 .
¿Qué e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto en f ilo so f ía 175

niega toda dualidad en favor del pluralism o, comenzando por


la estricta dualidad de lo s dos sexos que se verá sometida al
diferimiento, a la différance, al desplazamiento; dicho en otros
térm inos, se pasará de la lectiora com o «reconocimiento de un a
deuda, la garantía de un intercambio»^^h la culpabilidad, la
ausencia y la carencia respecto de la ley paterna, a una dinámi-
ca no regida por el conflicto sexual, n i por la presuposición de
centro alguno que dé lugar a una tipología, a ú n a verdad que rija
y determine una economía del placer som etido a leyes. Fruto de
esta concepción falocéntrica del placer, el lector siempre h a
sid o menospreciado in cluso en su placer: el placer de la activi­
dad de la escritura era incom parablem ente mayor que el placer
pasivo de la lectura; o, empleando otro par de conceptos
opuestos, sólo en la escritura había «deseo», con su respetable
dignidad ontològica y epistemológica, frente al voluble «pla­
cer» no filosófico del lector, por resultar demasiado, o sim p le­
mente, hedonista: «Ahora resulta necesario asocicir al lector al
goce de escribir; no hay goce de escrib ir sin goce de leer»^^^.
En 1975, Barthes pronuncia una conferencia que lleva por
título Sur la lecture, donde encontram os una recapitulación de
su s ideas principales sobre la cuestión que n o s ocupa aquí y que
puede servir tal vez no como guía o índice que suponga la
clausura de cuanto ya llevam os dicho sobre este asunto, sin o
como otra entrada más, otra lectura posible de cuanto d ijo
Barthes sobre la lectura. Una vez m ás, encontram os al com ien­
zo del escrito una gran reseiA^a teórica acerca de la posibilidad
y/o la necesidad de una teoría de la lectura, reserva que nunca
debemos dejar de lado, como s i Barthes, llegado a cierto punto,
se detuviera siempre para darse cuenta y para hacem os caer en
la cuenta de que, de nuevo, ha hablado dem asiado sin querer
haber dicho tanto: «Respecto de la lectura, me encuentro en u n
gran desasosiego doctrinal: nò tengo u n a doctrina sobre la

« R o l a n d B a r t h e s p a r R o l a n d B a r t h e s » , o p . c it ., p . 1 0 2 .
« E n t r e t i e n a v e c J a c q u e s C h a n c e l » , e n O p. c it ., T o m o I I I , p . 3 4 5 .
176 P aco V idarte

lectura; m ientras que, por otro lado, poco a poco se va esbozan­


do una doctrina de la escritura. Este desasosiego Uega a veces
incluso hasta la duda: n i siquiera sé si es preciso tener una
doctrina sobre la lectura; no sé s i la lectura no será,
constitutivamente, u n campo plural de prácticas dispersas, de
efectos irreductibles, y si, por consiguiente, la lectura de la
lectura, la Metalectura, no es ella m ism a m ás que u n estallido
de ideas, de temores, de deseos, de goces, de opresiones»^^^.
Barthes se lamenta, sin embargo, de que la lectura no haya
encontrado a su Saussure o a su Propp, fundadores respectiva­
mente de la ling üística y el a n á lisis estructural. Parece no haber
un a pertinencia para la lectura. Su objeto es extremadamente
amplio, vago y ambiguo: todo parece poder ser objeto de
lectura, desde u n texto, a u n grupo social, a una obra de arte o
a u n sim ple gesto. La unidad de la lectura, desde luego, no
podrá venirle del lado del objeto, siendo la m ultiplicidad de
éstos irreductible. Tampoco, señala Barthes, es posible deter­
m inar una pertinencia respecto de lo s niveles de lectura; éstos
so n tam bién m últiples y además «no hay p o sibilidad de cerrar
la lista de estos niveles»^^'*. Ninguno de ellos ejerce la prim acía
sobre el resto, ocupa un lugar privilegiado, central, supone un
punto de apoyo o un punto final donde deba detenerse la
lectura. Cualquier detención de la lectura, en últim a instancia,
resulta injustificada: la lectura es, según Barthes, justam ente
aquello que nunca se detiene porque siempre hay un resto de
ilegibilidad que la sigue poniendo en marcha. Por consiguiente,
m ás bien parece que habrá que concluir que el lamento por una
ausencia de teoría de la lectura se debe precisamente a que «la
im-pertinencia es en cierto modo congènita a la lectura»^^^, en
lo que vendría a coincidir con la estructura deseante. Pero esta
im pertinencia de la lectura sigue siendo estructural — en el
sentido de una estructura no cerrada y descentrada que ya

« S u r l a l e c t u r e » ( 1 9 7 5 ), e n Op. c i t , T o m o I I I , p . 3 7 7 .
O p. « í . , p . 378.
I b id .
¿ Q ué e s leer? L a in v e n c ió n d e l texto e n f ilo so f ía 177

hem os visto— , Barthes no es amigo de m isticism o alguno n i


está abogando por una ausencia total de reglas n i de referencias
en el acto de leer, que ja m ás podrá constituirse como un a
actividad delirante fuera de cualquier parámetro, m ás allá
in clu so de la imaginación^^^: «Toda lectura ocurre en el interior
de una estructura (aunque ésta sea m últiple, abierta) y no en el
espacio pretendidamente libre de una supuesta espontaneidad:
no hay una lectura “natural”, “süvestre”: la lectura no desborda
la estructura; está som etida a ella; la necesita, la respeta; pero
la pervierte. La lectura sería el gesto del cuerpo (ya que, por
supuesto, se lee con el cuerpo) que, con un m ism o m ovim iento
establece y pervierte su orden: u n suplem ento interior de
perversión»^^^. E s decir, la perversión de la lectura consistiría
en tener presente en todo momento el marco estructural que
im pone la obra, el texto y la tradición pero, al m ism o tiempo,
ser capaz de estar atentos a la m ultip licidad y pluralidad de
sentidos que provocan el estallido de dicho marco sin que tal
desdoblam iento del lector, la d isociación del acto de lectura,
llegue a la fragmentación, a la desintegración del cuerpo del
lector, a la mera yuxtaposición de lo s trozos de u n cuerpo
fragmentado, al delirio del texto: «Imagino sin dificultad el
relato legible [...] bajo los rasgos de uno de esos pequeños
m aniquíes su til y elegantemente articulados de los que se
sirven (o se servían) lo s pintores para aprender a “esbozar” la s
diferentes posturas del cuerpo hum ano; al leer, tam bién n o so ­
tros im p rim im o s una cierta postura al texto y por esto el texto
está vivo; pero esta postura, que es invención nuestra, sólo es
posible porque entre lo s elementos del texto hay una relación
regulada, m ás brevemente, porque hay una proporción: he
intentado analizar esta proporción, describir la d isp o sició n

376
M á s a d e la n t e , p u n t u a liz a r e s p e c t o d e l s o s t e n im ie n t o d e l d e s e o d e le e r ,
q u e « la le c t u r a p r o d u c e u n c u e r p o c o n m o v id o { b o u le v e r s é ), p e r o n o
f r a g m e n t a d o { m o r c e lé ) ( e n c u y o d e f e c t o l a l e c t u r a n o d e p e n d e r í a d e l o
I m a g i n a r i o ) » {Op. c i t , p . 3 8 1 ).
Op. c i t , p . 3 7 9 .
178 P aco V idarte

topologica que da a la lectura del texto clásico a la vez su


recorrido y su libertad»^^®. El lector, nunca anterior al texto, se
constituye a partir del texto, él m ism o es texto por ser el lugar
en que se cruzan la s id as y venidas de la escritura, lugar de paso
de la naveta — y tam bién lugar de reunión— , tejido por el texto,
del m ism o tejido que el texto, hecho de citas. Ello dará lugar a
que Barthes, ya en 1968, critique un cierto h um a n ism o de la
obra, el hum a n ism o del autor, reivindicando el nom bre de otro
«hombre» — hombre-araña, habría que decir tal vez— siempre
olvidado por esta tradición hum anista, el lector que nace del
texto: «Un texto está hecho de escrituras m últiples, nacidas de
varias culturas y que entran en diálogo un a s con otras, en
parodia, se contestan mutuamente; pero hay un lugar en el que
esta m ultiplicidad se reúne y este lugar no es el autor, como se
ha dicho hasta ahora, es el lector: el lector es el espacio m ism o
donde se inscriben, sin que ninguna se pierda, todas la s citas de
las que está hecha una escritura; la unidad de un texto no está
en su origen sin o en su destino»^^^. La lectura ocupa para
Barthes, como la perversión en p sicoanálisis, u n incóm odo e
insólito lugar al borde del abism o, en el m ism o lím ite entre el
placer y el goce, jugando con la ley sin acabar con ella — sin ley
no hay juego posible— y dando lugar a la paradoja que anim a
sin cesar toda investigación acerca de la lectura y a la lectura
m ism a: «No se puede esperar razonablemente una Ciencia de
la lectura, una Semiología de la lectura, a m enos que se conciba
que un día sea posible — contradicción en lo s térm inos— una
Ciencia de la Inagotabilidad, del Desplazamiento infinito: la
lectura es precisamente esta energía [...] la lectura sería en
sum a la hemorragia permamente por donde la estructura —
pacientemente y útilm ente descrita por el A nálisis estructu­
ral— se derrumbaría, se abriría, se perdería [...] la lectura
estaría allí donde la estructura enloquece»^^°.

« É c r i r e l a l e c t u r e » , e n Op. c it ., T o m o I I , p . 9 6 3 .
« L a m o r t d e l ’a u t e u r » , e n Op. c it ., T o m o I I , p . 4 9 5 .
O p . czf., p . 3 8 4 .

También podría gustarte