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Reivindicación de Silvina Ocampo

Por Jorge Carrión


 11 de noviembre de 2018

“Escribir antes o después de que sucedan las cosas es lo


mismo: inventar es más fácil que recordar”, escribió la autora
argentina Silvina Ocampo.Credit...Wikimedia Commons
“¿Qué hacía en esas recorridas, caminaba nomás?”, le pregunta
Mariana Enríquez a Eduardo Paz Leston en su perfil biográfico o
crónica ensayística La hermana menor. Un retrato de Silvina
Ocampo, acerca de los paseos de la escritora por los bosques
de Palermo. Y responde el traductor: “No, también escribía.
Silvina escribía todo el tiempo”.
Hermana de. Esposa de. Amiga de. En su caso la escritora llega
casi siempre en cuarto lugar. Victoria Ocampo, Adolfo Bioy
Casares y Jorge Luis Borges son tótems demasiado imponentes.
Pero los magnéticos poemas, novelas y cuentos de Silvina
Ocampo, con esas niñas y muñecas y animales domésticos y
locas e indigentes y esos personajes de identidad y sexo
difusos, siempre en las orillas un tanto andrajosas de la
realidad, certifican que la hermana menor fue una escritora
mayor.
A ella está dedicado el mejor cuento conceptual del siglo XX.
“Pierre Menard, autor del Quijote” se publicó —no podía ser de
otro modo— en la revista Sur, en 1939. Esa dedicatoria tiene
algo de despedida de la intimidad que los unió de jóvenes.
Borges y Silvina Ocampo compartieron largas “caminatas por
los barrios de Buenos Aires”, como cuenta Enríquez, hacia el
sur, hasta el puente de Constitución, en el barrio donde ella
“ubicó uno de sus mejores cuentos, ‘La casa de azúcar’, o hasta
el puente Alsina. Pero con el tiempo, y pese a verse casi cada
día, se distanciaron. En la medida de lo posible, pues los dos
estaban comprometidos con Bioy, cada uno a su manera.
El siguiente fue un año clave en las vidas y en las obras del trío.
Tras seis libros que habían pasado sin pena ni gloria, fue
entonces cuando Bioy publicó La invención de Morel, su obra
maestra, con prólogo hiperbólico y no obstante preciso de
Borges. También llegó en aquellos meses a las librerías
la Antología de la literatura fantástica que compilaron entre los
tres y donde incluyeron un cuento de cada uno (“El calamar
opta por su tinta”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “La expiación”).
Y Ocampo y Bioy se casaron.
La obra de Ocampo, variada y creativa, certifica que fue una
escritora mayor.Credit...Adolfo Bioy Casares
No se me ocurre otro caso comparable: tres de los grandes
escritores en español del siglo XX cenaron juntos miles de
veces. Y de 1737 de esas reuniones quedó un registro, a
menudo un resumen, en los diarios de Bioy. En ellos hay un
protagonista y dos actores secundarios. Ocampo asumía el
margen. También la continuidad. Es uno de esos escritores sin
obra maestra, en quienes lo que importa es el conjunto,
el continuum, donde se dibuja un paisaje personalísimo, una
atmósfera que difumina las unidades.
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Es una de esas escritoras, en consecuencia, que desafían la
circulación comercial y académica de la literatura: esquiva el
título de lectura obligatoria, el poema único, el cuento que es
elegido como uno de los diez mejores de la literatura argentina.
No puede ser fácilmente fragmentada ni seleccionada. Tómala
entera o déjala.
A partir de las escritoras que Enríquez menciona en su libro se
puede dibujar un mapa de la mejor literatura iberomericana del
siglo pasado escrita por mujeres, que lentamente va
sobreimprimiéndose al tradicional, excesivamente masculino.
La ambigua relación de Ocampo con Alejandra Pizarnik; los
celos que la engulleron cuando descubrió la relación de Bioy
con Elena Garro (incluida en la antología del año 40); la
admiración que sintió por Clarice Lispector (“tenía esa cosa
evanescente, que era su encanto”); o su relación personal y
profesional con Rosa Chacel (quien, por cierto, publicó en el
número 143 de la revista Sur una larguísima reseña de Los que
aman, odian, la novela que Bioy y Ocampo escribieron a cuatro
manos) tejen una constelación de escritoras
extraordinarias que han entrado en el canon con retraso.
Reticente a confesar sus influencias y sus deslumbramientos, la
menor de las hermanas Ocampo apenas mencionó a Lispector y
a Djuna Barnes entre sus lecturas favoritas (quien amplía el
mapa al hemisferio norte). También expresó su respeto por la
obra de Julio Cortázar, sin duda el menos patriarcal de los
autores del Boom, el más abierto a los géneros fluidos, y —por
eso— el escritor argentino con quien más afinidad demuestra en
sus relatos.
No puede ser fácilmente fragmentada ni seleccionada. Tómala
entera o déjala.
Esa cartografía no sería luminosa si perteneciera
exclusivamente al siglo XX, si no fuera un mapa celeste
también del siglo XXI. Silvina Ocampo es una referencia que
Enríquez comparte con la otra escritora argentina nacida en los
años setenta con mayor proyección internacional, Samanta
Schweblin. Y la directora de cine argentina más premiada, de
esa misma generación, Lucrecia Martel, le dedicó un
documental inquietante y precioso: Silvina Ocampo: las
dependencias. Han escrito sobre ella también algunas de las
escritoras más importantes de las generaciones anteriores,
como Matilde Sánchez, Graciela Speranza, María Moreno o
Sylvia Molloy.
“Escribir antes o después de que sucedan las cosas es lo
mismo: inventar es más fácil que recordar”, escribió la hermana
menor mientras imaginaba futuros. Desde el nuestro la
seguimos leyendo. Y reivindicando.

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