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Genio y figura del dandy que fue fiel a sí mismo

Se presentará la obra manuscrita e inédita del escritor, compilada en 24 CD roms: en ellos hay
cuadernos de notas, apuntes, cuentos inconclusos del autor de Bomarzo. Un personaje
revisitado como uno de los primeros y mayores provocadores de la literatura argentina.

Figura excéntrica de la literatura argentina, recordado por sus desplantes, su


apariencia frívola, su coqueteo con lo snob y sus afiladas ironías, Manuel Mujica
Lainez se mantuvo al margen de las modas y las vanguardias. No se enroló en las filas
de ningún cenáculo literario ni corriente estilística, pero distaba mucho de ser un
outsider o un escritor de los márgenes. Simplemente resultaba inclasificable.
Aunque sus comienzos coincidieron aproximadamente con la aparición de la revista
Sur, Manucho quedó relegado de ese círculo porque su cultura y sus gustos eran
eminentemente clásicos, mientras que los escritores congregados en torno de la figura
de Victoria Ocampo suspiraban por las nuevas letras. No era ni de Boedo ni de
Florida. El autor de Bomarzo, que nació el 11 de septiembre de 1910, perteneció a una
familia de la aristocracia porteña, sin demasiado dinero pero con antepasados
notables como Juan Cruz Varela y Miguel Cané. Mujica Lainez representaba el modelo
del dandy literario de la generación del ’80 y en su profusa obra se encargó de evocar,
desde una perspectiva melancólica, la decadencia de esa clase social.
A 20 años de su muerte, que se cumple el próximo miércoles, Manucho será
homenajeado por partida doble en la Feria del Libro: hoy, domingo, a las 16 se
presentará la obra manuscrita del escritor en Cd roms, que contiene cuadernos de
notas, testimonios de la génesis de sus libros y los escritos inconclusos, entre ellos los
dos capítulos de la novela Los libres del sur, cuyo título se refiere al levantamiento
homónimo, encabezado por hacendados de Dolores y Chascomús contra el gobierno
de Juan Manuel de Rosas en 1839 (ver aparte). Indiferente ante los postulados del
realismo, extremadamente obsesivo y cuidadoso de la forma, proclive a la estructura
tradicional o barroca, Mujica Lainez simpatizaba con la tradición española (la lectura
del Quijote, decisiva en su formación, fue el germen de los ensayos recogidos en
Glosas castellanas), pero también admiraba a Marcel Proust y la novela psicológica
francesa. La extensa oda Canto a Buenos Aires (publicada en 1943, primer y único
libro en verso de Manucho) despertó la sana envidia de Borges, que alguna vez
confesó: “Querría haberla escrito yo”. No es casual que en ese testimonio épico-lírico
(“¡Qué encanto ostenta el Buenos Aires aldeano!”), Mujica Lainez (y Borges) añore la
sencillez perdida. Los versos reflejan el desencanto por una fachada urbana, antaño
hospitalaria y confortable, que jamás volverá a ser la misma: “Son otros tiempos y
también otros hombres”. Sí, la ciudad se convierte en una obsesión literaria que se
prolonga en Estampas de Buenos Aires (1946), textos en los que el escritor ensambla
recuerdos familiares y personales vinculados con la ciudad (la calle Florida, Barrio
Norte, Belgrano, la Boca, Plaza de Mayo, pero también las viejas quintas que se
levantaban frente al Río de la Plata).
“Durante años, los personajes numerosísimos que vagan por mis libros me acosaron,
dominadores, sin darme reposo, viviendo por mí, nutriéndose de mi vida, porque todos
tenían cosas que decir y subrayar y, a cada instante, se les ocurrían observaciones
nuevas, así que no toleraban que estuviera distraído, que no los escuchara, que no
valorara la intensidad de sus tragedias y burlas, que tratara de vivir aparte de ellos”,
dijo el escritor en un banquete en su honor, en la década del ’50. Por ese entonces,
comenzaba a ser reconocido como un escritor que pegaba el gran salto del ensayo a
la narración. Quizá, la experiencia acumulada, más de veinte años de ejercicio
periodístico en el diario La Nación, le garantizaba la posibilidad de animarse a inventar
historias sin caerse en el vacío. La narración gana la partida con Aquí vivieron y
Misteriosa Buenos Aires, cuentos en los que traza una historia literaria de la ciudad,
imaginada por el autor, en donde los personajes responden a la cosmovisión que
Mujica Lainez le imprime al pasado: cuarenta y dos relatos fechados, desde 1536
hasta 1904, uno de ellos, Le Royal Cacambo, escrito en francés. El escritor asciende
sin prisa por la escalera de la escritura, pero sus configuraciones sociales, mentales y
culturales “atrasan”, permanecen ancladas en un mundo pretérito con el que siente
mayor afinidad. David Viñas en Literatura argentina y política sintetizó con agudeza
este asunto, sin pensar directamente en Mujica Lainez, pero sí en uno de sus
antepasados, Miguel Cané: “El gentleman del ’80, desde la perspectiva que le acuerda
la ociosa y estable legalidad del adentro, teme la invasión que se va gestando en el
afuera”.
En 1952 publica su primera novela, Los ídolos, fragmentada en tres textos extensos
(Luciosansilvestre, Duma y Fabricia) que, si bien aparecen enlazados por la voz de un
narrador que ha compartido su vida a junto a estos personajes aristocráticos, también
pueden leerse separadamente. La tía Duma es uno de los personajes más
característicos del escritor, una mujer altiva, excéntrica y orgullosa, acaso una suerte
de versión femenina de Manucho. La casa, novela en la que la voz que relata, una
derruida mansión señorial que rezonga por los ultrajes del tiempo, simboliza la agonía
irreversible de una clase social. El escritor revive los objetos y les restituye su jerarquía
de antaño (conocida era su afición por coleccionar cuadros, fotografías, amuletos,
patas de conejo y disfraces): la mansión “habla”, se queja, monologa, recuerda que fue
una gran dama opulenta, caprichosa e indudablemente personal: “Soy vieja, revieja.
Tengo sesenta y ocho años. Pronto voy a morir. Me estoy muriendo ya, me están
matando día a día. Ahora mismo me arrancan los escalones de mármol, pulidos, que
antes, al darles encima el sol a través de los cristales de la claraboya, se iluminaban
como una boca joven que sonríe. Siento terribles dolores cuando los brutos esos
andan por mis cuartos con sus hierros, golpeando las paredes. Dolor y vergüenza. Me
avergüenzo de que me vean así, mugrienta, sórdida”.
A quienes lo tildaban de “escritor extranjerizante, frívolo y decadente”, Manucho les
replicaba con rapidez y desenvoltura: “Que nadie me pida que cuente sobre las masas
obreras porque no tengo idea de lo que es eso. Y mucho de lo que escriben sobre ese
tema, creo que tampoco”. No hay muchas más vueltas que darle al asunto. Mujica
Lainez fue el cronista anacrónico del derrumbe de los ideales estéticos del siglo XIX.
Los viajes tuvieron una importancia vital en su obra. Como funcionario de la mal
llamada “Revolución Libertadora”, Manucho viajó a Europa en 1958 y durante su
estadía en Italia conoció una extraña región etrusca (a 90 kilómetros de Roma y
próxima a Viterbo), llamada Bomarzo por un noble italiano, Pier Francesco Orsini,
duque de Bomarzo, que hizo esculpir las blancas rocas de sus dominios hasta
transformarlas en monstruos. La historia, situada en pleno Renacimiento italiano
(1500), le fascina, pero Manucho nunca escribía sin documentarse. Leía durante
infatigables jornadas, anotaba, escribía, corregía. Su biógrafo, Jorge Cruz, señala, en
Genio y figura de Mujica Lainez, que “la inventiva del escritor se explaya en el friso
renacentista, con algo de suntuoso retablo, rico de erudición, espléndido en vivaces
evocaciones históricas”. Publicada en 1962, la novela Bomarzo presenta con un prolijo
detallismo la biografía de este duque que se codea con celebridades de la historia, la
literatura y el arte (Miguel Angel no puede cumplir un encargo suyo; Cervantes le salva
la vida en Lepanto y Carlos V lo nombra caballero, entre otras anécdotas). Traducida
al italiano, al inglés y al alemán, reapareció en forma de ópera, con música de Alberto
Ginastera, y en 1965 fue estrenada en el Teatro Colón. Pero la dictadura de Onganía
la excluyó abruptamente de la programación esgrimiendo la necesidad de
salvaguardar la moral pública de la referencia obsesiva al sexo, la violencia y la
alucinación. La censura de la ópera sirvió de propaganda para la novela, que se
vendió copiosamente, y para el escritor.
En agosto de 1969 se jubiló como periodista y se instaló en Cruz Chica, en las sierras
cordobesas, en una gran casa, El paraíso, que desde 1987 funciona como museo.
Probablemente entre todos los libros que continuó escribiendo y publicando (El
laberinto, El viaje de los siete demonios, Sergio y Los cisnes), El escarabajo, novela
ligada a la picaresca española, es considerada su obra más ambiciosa y perfecta. El
protagonista es un escarabajo de lapislázuli, talismán egipcio creado por la reina
Nefertari, que encadena los doce capítulos del relato (historia que arranca en el Egipto
de Ramsés II), que de todos modos conservan cierta autonomía, una tendencia
peculiar que desarrolló Mujica Lainez en otros libros. Antes de morir, estuvo en la Feria
del Libro y recibió la distinción de Ciudadano ilustre de Buenos Aires. Estaba muy
enfermo, su voluntad ya no resistía ningún tratamiento médico y pidió que lo dejaran
morir en paz y con dignidad.

Por Silvina Friera. Página 12 18 de Abril del


2004.

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