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APUNTES DEMOCRACIA Y DICTADURA EN AMÉRICA LATINA

DESDE LA REVOLUCIÓN CUBANA.

Tema 1: La Revolución Cubana. Sus antecedentes. El fin de la dictadura


de Batista y el triunfo de los "barbudos". Extraído: Auge y caída de la autarquía,
Pedro Pérez Herrero, páginas 309-314.

La isla logró la independencia en 1898 e inició su vida política en unas


condiciones especiales. Las infraestructuras productivas fueron seriamente dañadas
como resultado de las guerras, la estructura social no mostró cambios sustanciales
entre el período colonial y los primeros años de vida independiente, algunos de los
grupos de poder tradicionales se mantuvieron al frente de los destinos de la isla y la
injerencia de Estados Unidos se tradujo en el establecimiento de una dependencia
económica y política. Entre 1899 y 1912, coincidiendo con los gobiernos de
intervención de Estados Unidos, la isla fue estableciendo tímidamente las bases del
Estado. Redactó una constitución, realizó elecciones municipales, se creó un ejército
profesional y nacieron algunos partidos políticos.

La Enmienda Platt suscrita por Estados Unidos en 1901 (reservaba la


posibilidad de intervenir militarmente, negaba al gobierno la capacidad de firmar
convenios internacionales, señalaba límites a los empréstitos externos, establecía
cuotas preferenciales favorables a Estados Unidos del azúcar cubano, y abría una
ventana de oportunidades a los inversores estadounidenses) hizo que la economía no
pudiera desarrollarse de forma armónica. La llegada masiva de manufacturas
estadounidenses dificultó el nacimiento de una industria propia, la balanza comercial
mostró signos negativos y la presencia de empresarios estadounidenses se tradujo en
que buena parte de los excedentes económicos pasaran a manos extranjeras no
generándose la necesaria reinversión interna de los beneficios. El hecho de que las
elecciones se convirtieran en un mecanismo controlado por un reducido grupo de
poder para perpetuarse hizo que las lógicas coloniales del Antiguo Régimen siguieran
vigentes. Fue así como desde el origen de la vida independiente de Cuba se
estableció una tensión entre un reducido sector de propietarios ricos que controlaron el
poder y el conjunto de la sociedad compuesta por trabajadores pobres en una gran
parte de origen africano. Las relaciones clientelares entre amos y vasallos siguieron
representando el nexo entre ambos mundos. La revolución se planteó desde un origen
como una de las posibilidades que le quedaba al grupo de menos ingresos de salir de
la relación de dependencia con la elite política de la isla y de las garras de la
dominación de Estados Unidos. La defensa de la justicia social, el rechazo del
imperialismo yanqui, la reclamación de elecciones libres transparentes fueron
configurando desde los primeros momentos el discurso nacionalista de la oposición.

Durante la Primera República (1913-1933) se avanzó algo en el


establecimiento de las bases de un Estado independiente (se creó una moneda
nacional), pero las contradicciones internas siguieron vigorizándose. Durante los
gobiernos de Alfredo Zayas (1921-1927) y de Gerardo Machado (1927-1933) la elite
política y económica controló el país, aumentándose las desigualdades sociales. La
crisis de 1929 agravó la situación al ocasionarse una reducción de la demanda de
azúcar en los mercados internaciones. A comienzos de la década de 1930 en una
sociedad en la que el 60% de la población vivía por debajo de la línea de la pobreza, la
caída de los salarios reales, la reducción de la productividad y la elevación de la
compulsión política hicieron que las movilizaciones ciudadanas y las huelgas crearan
un clima prerrevolucionario. Surgen el grupo radical ABC (intelectuales, profesores y
estudiantes partidarios de expandir células revolucionarias violentas contra el
gobierno), el Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera, el Partido

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Comunista Cubano y se realizó el Primer Congreso Obrero. La intervención de
Estados Unidos en 1921 no hizo más que echar leña al fuego.

El gobierno moderado provisional de Carlos Manuel de Céspedes (1933) acabó


disgustando tanto a los grupos de poder como a las posiciones más radicales y la
revuelta de los sargentos (reclamaban mejores condiciones salariales y de servicios),
apoyada por los estudiantes, dio paso al establecimiento de un gobierno revolucionario
provisional bajo la dirección de Ramón Grau (1933-1934) que duró poco. El nuevo
equipo de gobierno suprimió la Enmienda Platt, disolvió los partidos políticos de
Machado considerados ficticios y señaló como lema de gobierno “Cuba para los
cubanos”. Estados Unidos actuó de forma inmediata apoyándose en la figura del
entonces coronel y jefe del ejército Fulgencio Batista. Cuba retrocedió en sus
aspiraciones de consolidar un Estado independiente, fortaleciéndose a su vez la
conexión entre las demandas de clase y el discurso nacionalista revolucionario
antiyanqui.

A partir de 1934 el poder de Fulgencio Batista aumentó de forma exponencial.


Dirigió los destinos de Cuba desde la sombra controlando los gobiernos que se
sucedieron entre 1934 y 1940. La producción de azúcar se elevó, la dependencia
económica con los Estados Unidos se hizo más fuerte y las tensiones políticas y
sociales crecieron (se creó el Partido Revolucionario Cubano Auténtico y la
organización revolucionaria clandestina Joven Cuba adoptó la lucha armada). El
gobierno transformó el ejército en una potente maquinaria de represión política a la
vez que educadora de la sociedad.

Durante la Segunda República (1940-1952) se pusieron algunas bases para la


consolidación del Estado, pero una vez más siguieron sin resolverse las
contradicciones internas estructurales. La Constitución de 1940 (de corte progresista)
dibujó un nuevo mapa político, y el alza de los precios del azúcar representó un
impulso para la economía. No obstante, el recorte de las exportaciones de cigarros
puros como consecuencia de la reducción del mercado de lujo en Europa y Estados
Unidos debido a la Segunda Guerra Mundial, y el triunfo en las urnas de Fulgencio
Batista (1940-1944) supusieron nuevos problemas. Las redes clientelares y de
corrupción se expandieron; la reforma del ejército se tradujo en una elevación del
poder del presidente sobre las fuerzas armadas; y la venta de armas por parte de
Estados Unidos, junto con la construcción de instalaciones militares en la isla, no
ayudaron a pacificar los ánimos ni a reducir el enfrentamiento contra el coloso del
norte.

La llegada al poder por las urnas de Ramón Grau San Martín (1944-1948) no
significó una reducción de las relaciones clientelares y un afianzamiento de la paz,
sino un aumento de las primeras y un reforzamiento de las tensiones políticas. Durante
el gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-1952), también es elegido por las urnas, el
aumento de la producción de azúcar y la consiguiente elevación de los ingresos del
Estado por concepto de exportaciones, se tradujo en una vigorización de las
relaciones clientelares (el 80% del presupuesto se gastó en pagar salarios públicos
dejándose de financiar infraestructuras y de aumentar los subsidios a las capas
sociales más desfavorecidas) y un empeoramiento en la distribución del ingresos
siendo favorecidos, una vez más, los sectores sociales de más recursos. La inflación
de comienzos de la década de 1950, la quiebra de expectativas (insuficiente
multiplicación del número de puestos de trabajo), y el aumento de la frustración política
(se esperaba que la Constitución de 1940 creara un sistema de partidos adecuados y
ayudar a organizar un aparato administrativo que gestionara lo público de manera
transparente) hicieron que se expandiera un clima de descontento generalizado.

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El golpe militar de Fulgencio Batista y su llegada al poder por las armas supuso
el inicio de una férrea dictadura y una nueva vuelta de tuerca en el aumento de las
contradicciones internas. En marzo de 1952 Batista anunció que garantizaría el orden
y la tranquilidad por medio de las armas, el terror y la represión; dejó claro que los
inversores extranjeros tendrían asegurada su participación en los negocios; y prometió
elecciones libres en 1954, una vez que se tranquilizara la situación social. La reacción
no se hizo esperar. Al año siguiente, Fidel Castro realizó el 26 de julio de 1953 el
asalto al cuartel de Moncada, mostrando que la única vía que quedaba a la disidencia
política era la lucha armada revolucionaria. Los partidos políticos estaban debilitados y
divididos. Castro fue apresado, juzgado (en su defensa pronunció la célebre frase “la
historia me absolverá”) y sentenciado a 15 años de prisión. Posteriormente, tras 22
meses de cárcel, se benefició de una amnistía y viajó a México donde conoció a
Ernesto Che Guevara.

En 1954 Batista fue elegido por las urnas en unas elecciones poco
transparentes (se presentó a la contiende en solitario y participó sólo un 40% de la
población con derecho a voto). La situación social, económica y política se siguió
deteriorando. En insuficiente y desequilibrado crecimiento económico, provocado por
el tratado de reciprocidad con Estados Unidos de 1934, generó desajustes a favorecer
las importaciones de manufacturas que competían ventajosamente con aquellos
sectores industriales que se pretendían fomentar en la isla. La producción de azúcar
fue disminuyendo por problemas en la organización de la producción y la falta de
inversiones, al tiempo que descendieron los precios en los mercados internacionales.
El enfriamiento de los flujos comerciales como consecuencia del clima político y los
movimientos sociales redujeron la entrada de divisas remarcándose el signo negativo
de la balanza de pagos; y la fuga de capitales ante la inseguridad y la falta de
confianza en el futuro político de la isla provocaron una reducción de ahorro interno. La
falta de inversiones provocó una disminución del ritmo de creación de puestos de
trabajo cuando la población crecía a ritmos acelerados. La escasez provocó una
elevación de precios en los alimentos básicos provocando una extensión del hambre.
En 1957 la renta per cápita de Cuba (374 dólares) y la esperanza de vida eran de las
más altas de América Latina. No obstante, la mala distribución del ingreso y la
insultante diferencia con Estados Unidos (2000 dólares renta per cápita) hicieron que
la calidad de vida, el aumento del paro (17% en 1957), el analfabetismo ((50% región
de Oriente) y la auto-explotación se fueron transformando en frustración política. A su
vez, la opacidad en el manejo de las instituciones y la extensión de la corrupción
dificultaron el desarrollo económico.

En este clima de deterioro económico, social y político, el 2 de diciembre de


1956 Fidel Castro regresó a Cuba a bordo del Granma al mando de 81
expedicionarios. Tras ser apresados muchos de ellos, el resto se refugió en Sierra
Maestra desde donde comenzaron a organizar una guerra de guerrillas. Mientras los
revolucionarios fueron cosechando pequeñas pero continuas victorias contra el ejército
de Batista, los estudiantes crearon el Directorio revolucionario y los campesinos y
obreros se fueron sumando a la causa de los guerrilleros. A los pocos meses, el
movimiento de la Resistencia Cívica apoyó a las fuerzas insurgentes, demostrándose
que el movimiento de disidencia contra Batista no sólo iba creciendo en número, sino
que iba adquiriendo mayor cohesión. Prueba de ello es que el Partido Socialista
Popular (heredero del Partido Comunista Cubano) se alió al Movimiento 26 de Julio
creando un frente de lucha integrado y coordinado. Mientras tanto, la disciplina dentro
del ejército cubano se fue diluyendo, puesto que los mandos bajos y medios que
habían impulsado la revuelta de septiembre de 1933 estaban en contra de la férrea
disciplina y jerarquía impuesta por Batista. Por si fuera poco, Washington decidió
suspender el envío de armamento al gobierno cubano por no tener claro qué se estaba
fraguando.

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Mientras la sociedad reclamaba el regreso de las formas políticas y la legalidad
derivada de la Constitución de 1940, en un intento desesperado por reinstaurar el
orden y obtener de nuevo la confianza de Estados Unidos, Fulgencio Batista convocó
elecciones en 1958. Salió elegido Andrés Rivero Agüero (apoyado por el presidente y
no reconocido por Washington), pero la falta de transparencia en los comicios hizo que
lejos de tranquilizarse la situación se hizo aún más latente que la única salida de la
crisis era la violencia armada revolucionaria. El embajador estadounidense en un
intento desesperado de negociación ofreció establecer un gobierno de transición, pero
Batista rechazó la oferta creándose una complicada situación. El general Eulogio
Cantillo se hizo con el poder y nombró presidente provisional a Carlos Piedra.
Evidentemente, ni el Movimiento guerrillero del 26 de Julio ni Estados Unidos
reconocieron este nombramiento. Fulgencio Batista huyó del país el 1 de enero de
1959 y el 8 de enero del mismo año Fidel Castro entró triunfante en La Habana. A los
pocos días fue designado Manuel Urrutia Lleó presidente y José Miró Cardona primer
ministro. Fidel Castro se reservó el cargo de comandante en jefe de las FF AA.

Tema 2: Las primeras medidas revolucionarias. La exportación de la


Revolución. La consolidación del socialismo. Experiencias guerrilleras
en América Latina.

Las primeras medidas revolucionarias y la consolidación del socialismo.


Extraído: Auge y caída de la autarquía, Pedro Pérez Herrero, capítulo 8, páginas 314-319.

El nuevo nacionalismo revolucionario castrista recogió en un primer momento


bastantes de las reclamaciones históricas de 1907, 1933 y 1940. Una de las más
importantes fue la negación de las relaciones de dependencia con Estados Unidos.
Castro planteó la imposibilidad de impulsar una verdadera revolución sin cortar
totalmente las relaciones con el vecino del norte (las innumerables empresas y
propiedades agrícolas estadounidenses quedaron en el punto de mira) y se comenzó a
defender la tesis de que la verdadera independencia de la isla había comenzado el 8
de enero de 1959.

La Ley de Reforma Agraria de 1959, aprobada en mayo, determinará los


primeros cambios institucionales de la agricultura cubana; en su artículo primero
proscribe los latifundios, tanto los de propiedad cubana como los que pertenecían a
extranjeros, aunque todavía permitía las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas
privadas, se produce el fenómeno de expropiación de tierras, establece la creación
del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria) que será en lo sucesivo el organismo
encargado de la distribución de tierras y de la organización de las cooperativas (La
Reforma Agraria Cubana 1959-1964: el cambio institucional. Jorge Rodríguez Beruff).

En un principio la sociedad cubana se planteó distintas formas de reconstruir la


situación tras la derrota de Batista, pero Fidel Castro influyó de forma decisiva en la
definición del programa revolucionario y las estrategias y pasos que se debían realizar.
Las ejecuciones sumarias de los leales de Batista y los enemigos de la Revolución
dejaron claro que el nuevo orden no tenía vuelta atrás. Los planteamientos marxistas-
leninistas desplazaron a los principios de la revolución de 1933 y de la Constitución de
1940 defendidos por buena parte de la sociedad durante años. En el verano de 1959
dimitió Manuel Urrutia por no estar de acuerdo con el perfil comunista que se estaba
dando a la revolución, siendo designado presidente en su lugar Oswaldo Dorticós
Torrado.

En octubre de 1959 Raúl Castro, hermano de Fidel, se convirtió en el ministro


de defensa y segundo en la jerarquía de la Revolución (sucesor de Castro). A partir de

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entones, el líder guerrillero se dedicó a idear y a poner en práctica una maquinaria
capaz de controlar los círculos de influencia política, sindical y partidista para poder
dirigir Cuba directamente desde su despacho con el mínimo de interferencias.
Persiguió a la disidencia, construyó organizaciones de masas fieles a la causa,
convirtió (octubre de 1959) la antigua Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en un
movimiento marxista-leninista, controló (noviembre de 1959), la Confederación de
Trabajadores Cubanos (CTC) nombrando candidatos de Unidad (Movimiento 26 de
Julio y del Partido Comunista), y rediseñó (diciembre de 1959) el gobierno a fin de
garantizar la colaboración de hombres leales a la Revolución. Los antiguos moderados
defensores de los principios de la Constitución de 1940 fueron desplazados.

En 1960 Cuba se acercó a la URSS (firmó un primer acuerdo militar)


complicándose con ello las relaciones con EEUU. Primero, el gobierno revolucionario
expropió las refinerías petrolíferas estadounidenses que había en la isla por negarse a
tratar el crudo ruso recién adquirido, a continuación Washington canceló sus
compromisos de adquirir una cantidad fija de azúcar; posteriormente Cuba respondió
con la nacionalización de todas las propiedades de ciudadanos estadounidenses y la
confiscación de sus cuentas bancarias; y finalmente se rompieron las relaciones
diplomáticas entre ambos países.

Durante los meses siguientes Castro siguió fortaleciendo el sistema político y


avanzando en el cambio socioeconómico. Confiscó todas las posesiones de Batista,
socializó los medios de producción, creó un ejército fiel a los principios revolucionarios,
sometió a los medios de comunicación, conformó una maquinaria de gobierno,
nacionalizó los colegios de la Iglesia, puso en funcionamiento distintos mecanismos
para controlar los movimientos de la disidencia (Comité de Defensa de la Revolución)
y aseguró a toda la población el acceso a los servicios básicos (salud, educación,
vivienda, nutrición). Con toda la intención de disimular el funcionamiento poco
transparente de las instituciones, basó su gestión en la movilización de las masas y
extendió al máximo el número de efectivos del ejército para convertir a todos los leales
a la causa en guerrilleros (en 1961 había casi 600.000 soldados en una isla en la que
la población total no llegaba a siete millones). En la práctica el sistema político se
basaba en la alimentación de las redes clientelares, pero a diferencia de las soluciones
de otros países de América Latina se adoptó de forma abierta la ideología marxista-
leninista. A los pocos meses, la economía comenzó a recuperarse (los salarios reales
se elevaron y los alquileres de viviendas se redujeron un 50% por decreto). Fue
entonces cuando Estados Unidos hizo un intento desesperado por destruir el régimen
castrista tratando de invadir la isla (desembarco en playa Girón, Bahía de Cochinos,
en 1961), pero el remedio acabó siendo peor que la enfermedad, ya que el fracaso de
la invasión se tradujo en un desprestigio militar de Estados Unidos y en una exaltación
del nacionalismo cubano. A raíz de entonces, Castro dio una nueva vuelta de tuerca a
sus planes. Declaró que Cuba se convertía en una República socialista y creó un
nuevo partido comunista llamado “Organizaciones Revolucionarias Integradas” (ORI),
que fusionó el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el Partido
Socialista Popular, logrando un mayor control sobre los distintos grupos de poder de la
isla.

La crisis de los misiles de 1962 pareció en un principio que iba a poner en


peligro el sistema político, pero una vez más la agilidad de Castro hizo que la situación
se revirtiera a su favor. El gobierno de Washington tras descubrir que la URSS estaba
instalando en la isla misiles que apuntaban a EEUU, amenazó con un ataque nuclear a
escala mundial. Ante tal anuncio, las piezas del tablero internacional se movieron
rápidamente. La URSS retiró sus misiles a cambio de que la Casa Blanca se
comprometiera a no invadir Cuba. Castro salió políticamente reforzado, pero la
situación económica presentó luces rojas, puesto que los planes de industrialización y
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diversificación de la producción para evitar la dependencia del azúcar no dieron los
resultados esperados. La importación de bienes de equipo había agotado la reserva
de divisas, la escasez se extendía por todos los rincones y la URSS no parecía tener
la intención de seguir aumentando hasta el infinito sus ayudas financieras. En
consecuencia, se tuvo que proceder a la congelación de los precios y a imponer
cartillas de racionamiento para asegurar la distribución de alimentos básicos. Para
asegurar la efectividad de las medidas adoptadas, evitar una dualización de la
economía y recortar la capacidad de influencia de los ahorradores, el gobierno cambió
la moneda.

Durante los años siguientes se siguieron perfilando el sistema político, los


programas de desarrollo económico y los proyectos sociales. El ORI se transformó en
el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) en 1963, y a los dos años se
convirtió en el Partido Comunista de Cuba (PCC). El Buró Político (encargado de
tomar las decisiones políticas), el Secretariado (instrumento diseñado para poner en
práctica las decisiones del Buró) y el Granma (diario nacional controlado por el PCC)
ayudaron a avanzar en la centralización de la toma de decisiones, así como en el
control de su ejecución y en el seguimiento de la difusión de la información. A fin de
garantizar la erradicación de los posibles brotes de disidencia política y de ofrecer un
símbolo claro de por dónde caminaba la revolución se expulsó en 1967 a antiguos
miembros del PSP liderados por Aníbal Escalante que habían comenzado a reclamar
una mayor institucionalización, un sistema de partidos plural, la celebración de
elecciones (entre 1959 y 1976 no se realizaron elecciones nacionales) y una nueva
constitución. El fracaso de los planes desarrollistas impulsado por el Che, hicieron que
se volviera a fijar la mirada en el azúcar, estableciendo la meta de la zafra de los 10
millones de toneladas. Para ello, se liberaron algunas tierras en manos de propietarios
privados (segunda reforma agraria) para incorporar los recursos improductivos; se
establecieron salarios fijos para evitar subidas en las retribuciones como consecuencia
del aumento de la demanda de trabajo; y se dispuso que los soldados del ejército
participaran en la zafra. Un hombre nuevo debía trabajar por recompensas morales en
vez de económicas. Paralelamente, el gobierno revolucionario invirtió sumas
importantes para mantener niveles de calidad en la salud y la educación en momentos
de fuerte crecimiento demográfico. El relaciones internacionales el gobierno de Castro
comenzó a alejarse en 1965 de la égida de la URSS, por considerar que actuaba
como una superpotencia, a distanciarse el modelo comunista chino, y a tratar de
exportar su modelo revolucionario a América Latina y África. En 1968, Cuba volvió a
acercarse a la URSS tras comprobar que la estrategia de extender el modelo cubano
al resto de América Latina era más complicada de lo que se había imaginado (el Che
murió asesinado en 1967 en el Altiplano boliviano tras haberle dado la espalda el
Partido Comunista de aquel país) y constatar que el petróleo soviético era
imprescindible. Para simbolizar el regreso a la ortodoxia, Fidel Castro apoyó la
invasión soviética a Checoslovaquia en 1968.

Durante la década de 1970, se realizaron nuevos cambios en el sistema


político y económico. Fidel Castro en un discurso memorable anunció que puesto que
no se había alcanzado la zafra de los 10 millones de toneladas, ponía su cargo a
disposición del pueblo. Los asistentes rogaron al líder que siguiera al mando y Fidel
Castro respondió que si accedía era sólo por cumplir obedientemente el mandato de
las bases sociales. La escenografía revolucionaria se perfeccionaba. A partir de
entonces, el jefe de Estado y de Gobierno, Comandante en jefe y secretario del PCC
amplió aún más su margen de maniobra. Para tratar de solucionar el descenso de la
productividad laboral ocasionado por los salarios fijos se dio un mayor papel al sector
privado en la agricultura y los servicios; y para conectar de nuevo con la voluntad de
las masas trabajadoras y corresponsabilizar a las bases sociales con los resultados

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económicos de la revolución se permitió la realización de elecciones libres en los
sindicatos obreros.

La subida del precio del azúcar en 1972 en los mercados internaciones


significó un balón de oxígeno coyuntural para la economía. La recuperación fue
aprovechada para seguir avanzando en el proceso de centralización política. El
Consejo de Ministros se transformó en un Comité Ejecutivo a fin de tener el control
absoluto y rápido en la tomas de las más importantes decisiones; se volvieron a
imponer controles en las elecciones de sindicatos; se definió un plan quinquenal
económico (1976-1980); y se realizó el Primer Congreso del PCC en el que se discutió
un borrador de Constitución que fue aprobado por referéndum en 1976.

La nueva Constitución de 1976 estableció que la Asamblea Nacional (en


sustitución del Comité Ejecutivo) se debía reunir dos veces al año; definió una nueva
división política y administrativa del territorio nacional (catorce provincias en vez de las
seis heredadas de tiempos coloniales); fijó que los gobiernos provinciales y
municipales serían elegidos por voto directo popular (sólo el PCC podía hacer
campaña electoral); permitió la existencia de un solo partido (el PCC); y dejó claro que
el listado de los candidatos a los puestos altos de gobierno sólo los podía realizar el
PCC. Se trataba de un sistema político monopartidista controlado, centralizado y
jerarquizado en el que sólo se permitía la crítica política en el nivel local-municipal,
entendiendo además que se debían hacer como sugerencias y no como un acto de
disidencia. Un reducido número de personas cercanas a Fidel Castro tenía en sus
manos el control absoluto de los destinos de la isla. A todo ello se unió que se dio una
reducida renovación generacional en los cuadros directivos. En la década de 1960 la
mayoría de personas que ocuparon cargos de poder eran jóvenes activos
revolucionarios procedentes de sectores sociales humildes; mientras que en 1976 los
individuos que fueron seleccionados para ocupar cargos de responsabilidad tenían
una media superior a los 50 años de edad y un nivel de vida superior al promedio de
población.

Los avances en la centralización política y los innegables avances sociales


(educación, sanidad, nutrición) fueron ensombrecidos a finales de la década de 1970
por los nubarrones económicos. La emigración campo-ciudad se tradujo en un
aumento de los problemas urbanos (congestión, deterioro de los servicios públicos); la
transición demográfica (reducción de la natalidad) hizo que comenzaran a sobrar
médicos y maestros, los cuales fueron enviados a misiones especiales de ayuda al
exterior; y la crisis económica y el descenso de la productividad planteó retos a un
aparato productivo que no tenía la capacidad de dar soluciones rápidas ni adaptarse a
las nuevas situaciones. La revolución sandinista contra la dictadura de Somoza en
Nicaragua (1979), la llegada al gobierno del carismático líder de izquierdas Maurice
Bishop en la isla de Granada (1979) y la revuelta del Salvador (1979-1980) brindaron a
Fidel Castro la posibilidad de seguir demostrando su capacidad de influencia
revolucionaria en el continente.

A comienzos de 1980 los problemas económicos se agravaron con la crisis de


la deuda externa. Comenzó un período crítico que se saldó con la emigración masiva
de cubanos al exterior. Fue entonces cuando se intentó infructuosamente relanzar la
economía (en el Tercer Congreso del PCC realizado en 1986 se estableció el Plan de
Rectificación) reduciendo la economía de mercado. Las denuncias por la violación de
los derechos humanos y las reclamaciones de apertura política crecieron en 1980-
1990. El derecho al conocimiento crítico del pasado comenzó a negarse a muchos
cubanos, mientras Fidel Castro se convertía en la práctica en un verdadero monarca
decidido a repartir beneficios sociales a cambio de lealtades políticas en una sociedad

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con una movilidad social reducida. No se puede poner en duda los éxitos sociales,
sanitarios y educativos de la revolución. No obstante, cuando ya parecía que el
régimen agonizaba y el líder entraba en una situación de grave enfermedad, la figura
de Fidel Castro recibió una inyección de juventud revolucionaria a comienzos del siglo
XXI con el triunfo de los gobiernos de Hugo Chávez (Venezuela, 1999), Luiz Inácio
Lula da Silva (Brasil, 2003), Néstor Kirchner (Argentina, 2003), Evo Morales (Bolivia,
2006), Daniel Ortega (Nicaragua, 2006), Rafael Correa (Ecuador, 2006) basados
precisamente en la recuperación de las relaciones clientelares. El sistema de partido
único y de control férreo de la participación ciudadana a cambio de garantizar los
servicios sociales mínimos (alimentación, salud, educación, vivienda) ideado a partir
de 1959 permanecía vigente en Cuba a comienzos del siglo XXI; y el nacionalismo
patriótico siguió estando apoyado en la demonización de Estados Unidos. A
comienzos del siglo XXI, tras 50 años de revolución, pocos cubanos recuerdan la
experiencia revolucionaria de 1933 y nadie reclama la Constitución de 1940 como la
pieza capaz de encauzar la transición política y de crear un marco de libertades que
dé cabida a todas las voces.

La exportación de la Revolución. Extraído: América Latina, siglo XX la búsqueda de la


democracia, Carlos Malamud, páginas 117-119.

Una parte de los intelectuales latinoamericanos, y en general del mundo


occidental, se sintió inicialmente atraído por el influjo de la revolución cubana. La
temprana presencia de Jean-Paul Sartre en la isla y la cerrada defensa que hizo del
régimen castrista fue un elemento decisivo en esta casi unánime toma de posición por
parte de la intelectualidad progresista mundial. Para los latinoamericanos, los premios
literarios Casa de las Américas, otorgados por Cuba, se convirtieron en un referente
cultural de primera importancia, mucho mayor si tenemos en cuenta la condición de
marginalidad a que estaban sometidos en muchos de sus países. La constante prédica
de estos intelectuales otorgó a la revolución un signo de legitimidad y popularidad que
de otro modo difícilmente hubiera alcanzado. El compromiso de los intelectuales no
afectó únicamente a los partidos y movimientos de izquierda latinoamericanos, sino
también a grupos católicos y nacionalistas, que comenzaron a modificar algunas de
sus conductas tradicionales.

El aislamiento a que Estados Unidos estaba sometiendo a Cuba debía ser roto,
según los lideres cubanos, mediante la ampliación del campo socialista en América
Latina. Para ello Cuba estaba dispuesta, más o menos abiertamente, a exportar su
revolución y su modelo revolucionario (lucha armada y foco guerrillero rural) al resto
del continente. Esto significaba el enfrentamiento con la mayoría de los Partidos
Comunistas latinoamericanos, partidarios del frentepopulismo y del gradualismo, y que
no se sentían atraídos en absoluto por la lucha armada. El enfrentamiento se
plantearía en términos de reforma o revolución y, obviamente, los procubanos eran
quienes detentaban el monopolio revolucionario. Es necesario señalar que en esta
política Cuba contó con todo el respaldo de Moscú y del bloque soviético, que, pese a
sus reservas, la veían como un eficaz modo de lucha contra el poderío del bloque
militar occidental. El apoyo soviético sería mucho más visible, y de mayor
envergadura, en África y América central.

Un intelectual parisino, Regis Debray (posteriormente asesor del presidente


Miterrand), se convirtió en unos de los principales portavoces del castrismo y del
foquismo. El foco guerrillero a instalar en el campo, una vez consolidada su posición,
debía expandir la lucha armada al resto del país y propiciar la insurrección y la toma
de poder por parte de las fuerzas revolucionarias. Este modelo sería adoptado con
gran entusiasmo en casi toda América Latina por grupos políticos de la más variopinta
extracción. Como ya se ha señalado, fueron muchos los que evolucionaron desde

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posturas católicas o desde el nacionalismo y el antiimperialismo al castrismo y la lucha
armada.

Dada la falta de recursos del régimen, el apoyo a los movimientos guerrilleros


latinoamericanos era fundamentalmente político y testimonial, ya que eran pocas las
armas y pertrechos que Cuba podía hacer llegar a los remotos focos guerrilleros. Sin
embargo, la isla servía de retaguardia y de centro de formación e instrucción para los
revolucionarios latinoamericanos, que de un modo bastante frecuente peregrinaban a
La Habana en busca de legitimación frente a sus más directos rivales dentro de la
izquierda o de un reciclaje en sus conocimientos militares.

La creación de la Tricontinental y de la Organización Latinoamericana de


Solidaridad (OLAS), cuya primera conferencia se celebró en La Habana en agosto de
1967, la experiencia guerrillera del Ché en Bolivia, acabada con su muerte en octubre
de 1967, fueron pasos importantes en la política cubana de ampliación del campo
revolucionario. La OLAS intentaba nuclear a todos los movimientos guerrilleros
latinoamericanos, a fin de propiciar una mayor repercusión de sus acciones militares.
La presencia militar cubana en Angola (1975-1991) y Etiopía (1978-1981) intentaría
continuar las actuaciones internacionalistas de solidaridad, aunque con un mayor
control por parte de la Unión Soviética.

Prácticamente desde el inicio de la Revolución, Cuba fue duramente hostigada


por los Estados Unidos, que la sometieron al aislamiento diplomático con los demás
gobiernos latinoamericanos (el único país que no rompió relaciones diplomáticas con
La Habana fue México, pero más por la independencia de su política exterior, de la
que siempre ha hecho gala, que por solidaridad con el gobierno de Castro). La
administración norteamericana también recurrió al embargo económico como una
forma de presión destinada a doblegar al régimen castrista. Las evaluaciones sobre el
resultado del bloqueo son bastante dispare. Mientras por un lado se afirma que tuvo
serias consecuencias para la economía cubana, por el otro se sostiene que las
pérdidas fueron compensadas con creces gracias a la ayuda soviética.

En 1962, los Estados Unidos decretaron el bloqueo marítimo de la isla, tras


denunciar que la Unión Soviética estaba instalando bases para proyectiles con
cabezas atómicas en Cuba. El bloqueo sólo finalizaría cuando la Unión Soviética
desmantelara las bases. Las autoridades soviéticas evitaron el enfrentamiento directo
con Washington por el tema de las bases, lo que no cayó nada bien en La Habana,
que esperaba una defensa más consecuente por parte de Kruschev y su gobierno.
Paradójicamente, el régimen de Castro salió reforzado de la crisis de los misiles, entre
otras cosas porque la contrapartida norteamericana al desmantelamiento de las bases
fue no impulsar nuevas invasiones a la isla.

Experiencias guerrilleras en América Latina. Extraído: Historia de América. Temas


didácticos. Carlos Malamud et alii., páginas 484-486.

La Revolución cubana fue en un principio un ejemplo a imitar durante la década


de los sesenta por muchos grupos iberoamericanos mediante la lucha armada y el
foco guerrillero rural. El objetivo de los dirigentes cubanos era, en palabras del Che,
“crear dos, tres, muchos Vietnam”. La mayoría de los partidos comunistas
iberoamericanos se pusieron en contra del movimiento revolucionaria, al ser más
partidarios del frentepopulismo y potenciaban más la reforma que la revolución,
apartándose de la lucha armada como ocurrió con la guerrilla venezolana.

Como el resto de casi toda América Latina, Venezuela conoció durante los
años cincuenta y sesenta un fortísimo movimiento guerrillero influenciado por el

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marxismo-leninismo en su versión castrista, que tenía como ejemplo los indudables
logros de los primeros tiempos de la revolución cubana. La oposición armada era
ciertamente la única posibilidad de lucha política reservada a aquellos que deseaban
acabar con las oligarquías reinantes, amparadas mediante dictaduras o regímenes
constitucionales. Tras la caída del dictador Pérez Jiménez y la vuelta a la vía
democrática de Venezuela, la postura de sus presidentes Rómulo Betancourt, Leoni y
Rafael Caldera fue la de ofertar la incorporación al sistema político a los movimientos
guerrilleros. La oferta se concretó en dos puntos, el primero consistió en dar una
amplia amnistía a todos aquellos que habían combatido, y el segundo en no poner
restricciones a la posible formación de partidos políticos que pudiesen actuar dentro de
la legalidad del sistema definida por el marco de la Constitución de 1961, aun cuando
éstos fueran de carácter comunista, hecho éste desconocido hasta el momento en
toda América Latina a excepción del Cono Sur y México. El resultado de esta
actuación fue la creación de partidos como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), creado por Domingo Alberto Rangel; el Partido Revolucionario Nacionalista
(PRN), el Partido Revolucionario de Integración y, fundamentalmente el Movimiento al
Socialismo (MAS), fundado en 1971, por Pompeyo Márquez y Teodoro Petkof,
miembro del Partido Comunista el primero y antiguo guerrillero el segundo.

Aunque Colombia ha contado con una Constitución (1886), la más longeva de


América Latina, el país ha sufrido numerosas guerras civiles con el fin de resolver sus
conflictos políticos. Entre éstos cabe destacar la de los “mil días” que provocó un gran
número de pérdidas humanas y económicas y los acontecimientos de 1948 que
costaron la vida a Jorge Eliecer Gaitán, y desembocaron en el “bogotazo” y fueron el
inicio de la actividad guerrillera a gran escala que cuestionaba todo el sistema político.
El agotamiento del sistema político y el ejemplo de la revolución cubana fomentó la
aparición de guerrillas rurales en 1960 que fueron rápidamente destruidas. Fue el
Ejército de Liberación Nacional (ELN) el que tuvo más importancia esencialmente a
partir de la incorporación del mítico sacerdote Camilo Torres.

Los guerrilleros no llegaron a desequilibrar el sistema político afianzado en


1956. En Sitges, se había firmado un Pacto Nacional entre los partidos conservador y
liberal (1957).Fue en la década de los ochenta cuando el presidente Belisario
Betancurt propuso una amnistía a los grupos guerrilleros que depusieran las armas. La
oferta propició el inicio de conversaciones entre el gobierno y algunos grupos
guerrilleros, concretándose durante el mandato del presidente Gaviria. La
incorporación del Movimiento 19 de Abril (M-19), una de las organizaciones más
importantes del país dio paso a la incorporación paulatina de otros organizaciones,
abriéndose negociaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) y el Ejército de Liberación Nacional.

El 2 de noviembre de 1989 se suscribió el Pacto Político por la Paz y la


Democracia entre el Gobierno y el M-19, y el 9 de marzo de 1990 se firmó el acuerdo
político entre Gobierno Nacional, partidos políticos, el M-19 y la Iglesia Católica.
Además de establecerse la paz y la reconciliación nacional, en dicho acuerdo, se
sentaban las bases mínimas para la reorganización del Estado, incidiendo en la
necesidad de una reforma constitucional por medio de una Asamblea Constituyente.
Asimismo, se marcaban los objetivos prioritarios del Estado, como la reforma de la
justicia y la erradicación del narcotráfico.

Como consecuencia de los acuerdos citados los grupos guerrilleros han


procedido a transformarse en partidos políticos incorporados a la vida política del país.
El más importante de ellos, el M-19, conformó la Alianza Democrática M-19.

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El texto constitucional de 1991 ha supuesto para Colombia la plena
constitucionalización de los partidos políticos, ya que al tratarse el anterior texto de
una Constitución básicamente liberal, aunque profundamente reformada, no recogía la
plena institucionalización de las organizaciones políticas.

Una guerrilla tristemente célebre por su ferocidad es la peruana de Sendero


Luminoso de tendencia maoísta. Con su dominio fáctico de gran parte del territorio
andino y con sus ataques a la capital peruana, Lima, consiguió desestabilizar el país y
provocó que Fujimori tomara poderes extraordinarios –con el consiguiente menoscabo
para la democracia- para poder luchar contra ella.

Cuba, con su falta de recursos, poco pudo ayudar a estos movimientos


guerrilleros. Sólo sirvió como centro de formación e instrucción. Sus acciones militares,
controladas por la Unión Soviética, sólo se desarrollaron en Angola (1975-1991) y
Etiopía (1978-1981). Sólo exportó su foco guerrillero a Bolivia en la persona del Che
Guevara, que ignoró la realidad económica, social y política del país, con lo que su
fracaso fue evidente. El Che murió en 1967 en Bolivia.

Tema 3: Guerrilla y Revolución en América Latina. Extraído: apuntes página de


la asignatura.

La Revolución Cubana y la exportación de la revolución. La Tricontinental.

Ante el éxito de Castro, muchos creyeron que América Latina estaba a punto
de comenzar un período de fermentación revolucionaria. Desde comienzos de la
presidencia de John Kennedy, Estados Unidos se interesó enormemente por estudiar
las causas de la intranquilidad social y crear métodos que combatieran la amenaza de
la guerrilla. Sin embargo, contrariando esta creencia general respecto a la inminencia
de la revolución, los hechos demuestran que desde 1959 sólo cinco países latino-
americanos han tenido movimientos guerrilleros de cierta importancia: Venezuela.
Guatemala, Colombia, Perú y Bolivia. De estos cinco, sólo en los tres primeros
lograron sobrevivir por algún tiempo.

El contexto internacional de la época, los años 60, era de la confrontación este-


oeste, es decir en plena guerra fría. En ese orden internacional, surgieron los
movimientos revolucionarios marxistas leninistas en casi toda Latinoamérica,
impulsados además por el reciente triunfo revolucionario de Fidel Castro en Cuba y
por la mítica figura del Che Guevara. Esta influencia fue decisiva para el surgimiento
de los grupos guerrilleros, que además fueron apoyados por la misma Unión Soviética.
Por otro lado, grandes sectores de la población vivían en condiciones de pobreza y
extrema pobreza, lo cual generó un descontento, que constituyó el caldo de cultivo
para que allí germinasen movimientos subversivos e insurgentes. Otra de las causas
comunes fue la exclusión política de las grandes mayorías (en determinados casos no
había libertad política y sindical, no había respeto a los Derechos Humanos, había
abusos de poder, etc.). En otras palabras, las condiciones favorecieron los anhelos
revolucionarios y los deseos de cambio que tenían los sectores sindicales,
universitarios e incluso eclesiásticos. Estos movimientos reformistas fueron duramente
reprimidos por parte de las fuerzas de seguridad del estado, lo cual condujo a una
polarización de las fuerzas políticas, al crecimiento de la izquierda revolucionaria y al
surgimiento definitivo de las guerrillas revolucionarias.

En Perú, el estallido guerrillero de 1965 fue desbaratado en seis meses a pesar


de su buena preparación. Si no hubiera sido por la presencia del Che Guevara y Régis
Debray, el foco boliviano que fracasó antes del año, habría sido tan ignorado por la

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prensa mundial como lo fueron los levantamientos igualmente infructuosos del
Paraguay, Ecuador y Argentina.

Sin embargo, a pesar de la naturaleza fragmentaria de la experiencia guerrillera


en América Latina desde 1959, es posible distinguir en su desarrollo 3 etapas:

1) 1959-1961. Un período de esfuerzos utópicos, descritos por Debray como "los años
del heroísmo efervescente". Las guerrillas eran conducidas principalmente por
estudiantes.

2) 1962 - 1965. Período en el cual algunos movimientos guerrilleros de importancia


fueron ayudados y a veces controlados por el Partido Comunista.

3) 1966 – en adelante. Período a partir de la Conferencia Tricontinental de La Habana


en enero de 1966. El Partido Comunista abandona progresivamente su interés por la
guerrilla.

El problema básico para los comunistas a comienzos de 1960 fue el peligro de


quedar rezagados frente a tres elementos distintos: 1) los extremistas pro-Pekín que
militaban en sus mismas filas; 2) las nuevas organizaciones que nacían del fracaso de
los partidos reformistas como la Acción Democrática en Venezuela y el APRA en el
Perú; 3) los militares. Los movimientos guerrilleros latinoamericanos, de hecho, han
surgido de las revueltas del ejército o de grupos disidentes cuyos programas políticos
eran más izquierdistas que los de los comunistas. En ningún momento han surgido por
la decisión consciente del Partido Comunista ortodoxo, aunque individualmente no
pocos comunistas se han adherido a ellos o incluso los han dirigido.

Las guerrillas venezolanas que comenzaron a actuar a principios de 1962


fueron organizadas en gran parte por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
que se había separado de la Acción Democrática en 1960. Las guerrillas peruanas que
surgieron a mediados de 1965 fueron completamente organizadas por el MIR,
separado de APRA en 1959 (el MIR peruano se ha mantenido abiertamente hostil al
Partido Comunista). También en Colombia, el Ejército de Liberación Nacional que
comenzó a operar en 1965 le debió más a los elementos disidentes de la vieja ala
Gaitanista del Partido Liberal que al mismo Partido Comunista. A pesar de que las
guerrillas venezolanas ya habían empezado a actuar a comienzos de 1962, los
militares de Campano y Puerto Cabello dieron a las guerrillas una considerable
contribución de oficiales del ejército durante los meses de marzo y junio, antes que las
Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) fueran oficialmente constituidas en
febrero de 1963. Otro movimiento guerrillero con origen militar es el de Guatemala,
donde una revuelta el 15 de noviembre de 1960 (protesta contra una base de la CÍA
que entrenaba a exilados cubanos para la invasión de Bahía Cochinos) incluía a dos
oficiales: Marco Antonio Yon Sosa y Luis Turcios Lima, los cuales desencadenarían en
1962 una guerrilla llamada Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR13).

Temerosos de que estos movimientos pudieran escapar a su control los


comunistas comenzaron a interesarse por ellos, poniendo gran cuidado,
especialmente en Venezuela y Guatemala, de no provocar al Ejército. No les
interesaba de ninguna manera repetir la experiencia cubana donde el movimiento
castrista "26 de julio" logró el poder independientemente del Partido Comunista, con
desastrosas consecuencias para éste. (No fue sino a mediados de 1958 que un
representante del partido, Carlos Rodríguez, se unió a Castro en la Sierra Maestra;
desde que la Revolución se llevara a cabo, la "vieja guardia" comunista ha estado
librando una batalla perdida por retener su influencia).

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En Venezuela, por ejemplo, cuando el Partido Comunista decidió oficialmente
apoyar la lucha armada en 1962, había grandes posibilidades de éxito para los grupos
revolucionarios. A comienzos de 1962 la coalición multipartidista de Betancourt se
había derrumbado totalmente al acabársele su mayoría parlamentaria; 14 diputados se
retiraron de la Acción Democrática al producirse la escisión Mirista en 1960 y más
tarde, en 1962, los siguieron otros 26 guiados por Ramón Jiménez. Los tres ministros
de la Unión Republicana Democrática (URD) ya habían abandonado a Betancourt en
1960 en protesta por la participación de Venezuela en la condenación de Cuba hecha
por la OEA en San José. Fabricio Ojeda, uno de los líderes más importantes de la
coalición y que dirigiera la lucha contra Pérez Jiménez en Caracas mismo, renunció al
Parlamento en 1962 para unirse a las guerrillas. Por otro lado, Betancourt y su
apasionado anti-comunismo le hicieron el juego a los elementos activistas del Partido
Comunista al suspenderlo en sus actividades y al hacer otro tanto con el MIR.

No era de extrañar entonces que al estar efectivamente privados de su libertad


para actuar legalmente, el IV Plenario del Partido reunido en diciembre de 1962 se
pronunciara oficialmente en favor de la lucha armada. Dicho sea de paso, no deja de
ser curioso el que, mientras la traición de APRA a la causa antiimperialista que debía
representar ha sido plenamente reconocida por los historiadores, la Acción
Democrática de Venezuela haya escapado sin más a este duro juicio. Sin embargo, la
traición de Betancourt al movimiento popular que derrocara a Pérez Jiménez y que le
valiera perder el apoyo de la mitad de su partido, llega a ser por lo menos comparable
a la de Haya de la Torre.

Los movimientos pro-pekinistas (organizaciones y partidos marxistas leninistas


de orientación maoísta), desde 1964, se han mostrado fuertemente hostiles a la línea
cubana. No sólo se han opuesto a los movimientos guerrilleros en Colombia. Perú y
Bolivia, sino que, en el Pleno del Partido Comunista Albanés en 1967, un delegado
colombiano pidió la formación de un Frente Anti-Castrista en América Latina. Con los
pro-Pekín afuera y efectivamente neutralizados, la única oposición importante al
liderato del Partido Comunista ortodoxo como fuente de ideología revolucionaria
provino de las guerrillas. Tal es el caso de Venezuela, Colombia, Guatemala y Bolivia,
donde estaban constituidas por miristas, ex-oficiales del Ejército y por Miembros del
Comité Central del Partido Comunista. Inevitablemente surgió el problema de si el
comando debía ubicarse en la ciudad o en la montaña. . .

Si los Partidos Comunistas hubieran estado preparados para sostener la lucha


armada con más vigor, no se habría planteado el dilema en forma tan aguda. Sin
embargo, el Partido Comunista Venezolano se decidió en 1965 a dar prioridad a la
lucha legal. En el curso de los 3 años siguientes se vio a los Partidos Comunistas
adoptar la misma posición a lo largo del continente. La actitud del Partido Comunista
Venezolano trajo como consecuencia el que en diciembre de 1965 dos de los más
importantes líderes guerrilleros, Douglas Bravo del Partido Comunista y Fabricio Ojeda
antiguo miembro de la Unión Republicana Democrática, constituyeran en el campo un
directorio político para las guerrillas rurales, controlado por ellos. Al cortar sus lazos
con el Partido Comunista, Bravo fue oficialmente suspendido por el Comité Central en
mayo de 1966.

No está muy claro el por qué el Partido Comunista Venezolano haya elegido
ese preciso momento de abril de 1965 para decidirse en contra de la lucha armada.
Uno de los motivos podría ser la escisión del MIR Venezolano, que constituyera hasta
entonces un gran respaldo a la acción guerrillera tanto en los campos como dentro de
la ciudad. Su miembro más apreciado, Domingo Alberto Rangel, que se encontraba en
prisión desde 1963, se pronunció a favor del abandono de la lucha armada.

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Un segundo motivo se encuentra en la actitud del presidente Leoni, el cual en
diciembre de 1964 comenzó una política de "rehabilitación" de los comunistas,
autorizándolos para reasumir su actividad normal dentro del país siempre que
renunciaran a la violencia. Habiéndoseles prohibido la participación en las elecciones
de diciembre de 1963 estaban ansiosos de volver a la legalidad. Es importante señalar
también que durante los cortos años en los cuales los comunistas venezolanos
apoyaron la lucha armada, sus más destacados dirigentes estaban en la cárcel. El
Partido Colombiano se convierte en una especie de excepción al respaldar la lucha
armada hasta bien entrado 1967. Esto se debe a las circunstancias especiales que
rodearon a la "República Independiente' de Marquetalia. El Partido Comunista tuvo
que comprometerse con la defensa de Marquetalia porque uno de los hombres de su
Comité Central, Manuel Marulanda (apodado o conocido como "Tirofijo") fue el
comandante de los líderes campesinos. Al avanzar el ejército para destruir Marquetalia
en 1964 y al anunciar Marulanda su intención de continuar la lucha, el Partido
Comunista se vio virtualmente obligado a respaldarlo.

En enero del año siguiente, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de


inspiración cubana se lanzó a la acción. Habiendo logrado sobrevivir al período inicial,
tuvo un buen número de triunfos, entre ellos una importante victoria psicológica: el
ingreso a sus filas del Padre Camilo Torres a fines del año.

Temerosos de que el ELN prosperara sin estar bajo su control, el Partido


Comunista decidió, en su X Congreso (enero 1966), convertir a los campesinos de
Marulanda en las Fuerzas Armadas de Colombia (FARC). Dicho Congreso constituido
por un 48% de campesinos "centralizó la dirección de la acción armada en las
localidades rurales. Esta decisión tan notable parece haber sido una concesión al
pensamiento del ELN que consideraba que la directiva guerrillera debía estar
exclusivamente en las montañas. Por supuesto, las decisiones políticas concernientes
al FARC se tomaban en la ciudad, pero de todas maneras el Partido Comunista
Colombiano se mostraba indudablemente más flexible que el Boliviano, el cual
rechazó de plano la posibilidad de constituir un comando político-militar que no
estuviera directamente bajo el control del Partido Comunista de La Paz. Una actitud
semejante adoptó el Partido Comunista de Guatemala, que no abandonó la lucha
armada hasta 1968.

El Partido Comunista Peruano, por otra parte, no ha demostrado interés alguno


en las guerrillas, tal vez porque Hugo Blanco inspira su movimiento en el trotskismo y
porque Luis de la Puente (fundador del MIR peruano) fracasó en su intento de
organizar una guerrilla que atrajera el apoyo del campesinado indígena (de hecho
muere a manos de las fuerzas gubernamentales, que posteriormente descabezaron el
MIR).

Actitudes tan distintas de los partidos comunistas a lo largo y ancho del


continente parecen demostrar que no siguen ningún plan de conjunto propuesto por
Moscú. El Partido Comunista de la Unión Soviética parecía dispuesto a apoyar los
movimientos guerrilleros hasta fines de 1964.

Por su parte, en agosto de este año Communist, el periódico doctrinario de la


CPSU se pronunció a favor de la lucha armada. En diciembre, los Partidos Comunistas
latinoamericanos reunidos en La Habana acordaron (no con mucho agrado, por cierto)
apoyar a los combatientes revolucionarios, especialmente en Venezuela, Colombia,
Guatemala, Honduras, Haití y Paraguay. Sin embargo, ya en 1965 los rusos se
estaban oponiendo a la idea. El motivo de este vuelco es oscuro. Puede haber tenido
algo que ver con la caída de Kruschev en noviembre de 1964. Pero lo más probable es

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que estuviera relacionado con un intento de mejorar las relaciones con Estados Unidos
en vista de la reciente separación con China.

Con la Conferencia Tricontinental de enero de 1966, los movimientos


guerrilleros entraron a un tercer período, caracterizado no sólo por la ausencia de
apoyo por parte del Partido Comunista sino también por un importante y significativo
cambio de programa. Hasta entonces se había mantenido la creencia general de que
era posible seguir el ejemplo cubano: énfasis en la lucha armada la posibilidad de
crear situaciones revolucionarias a partir del foco guerrillero, y a la vez, la intención de
no entrar en oposición con la burguesía. La clase media era considerada como una
fuerza potencialmente revolucionaria, así se había revelado, al parecer, en Cuba. De
hecho, lodos los grupos guerrilleros creyeron en la posibilidad de imitar a Cuba en este
sentido.

Esa fue la causa de la alianza temporal con los comunistas, que creían
igualmente en las virtudes de la burguesía nacional. El primero en rebelarse contra
esta idea fue Yon Sosa en Guatemala, el cual en diciembre de 1964 lanzó la 'Primera
Declaración de la Sierra de las Minas": un apasionado llamado al programa socialista y
al abandono de cualquier forma de alianza con la burguesía. Esta Declaración, escrita
bajo influencia trotskista, causó posteriormente el rompimiento con el Partido
Comunista en Marzo de 1965.

Por más de dos años el movimiento guerrillero en Guatemala estuvo dividido


en trotskistas y comunistas. El MlR peruano que acabara en el desastre a fines de
1965, fue el último movimiento que dejó de creer en la posibilidad de asegurar el
respaldo o por lo menos la neutralidad de la burguesía. Camilo Torres parece haber
compartido las mismas esperanzas. En diciembre de 1965, el abandono de esta
actitud se hizo evidente cuando los ex-militantes Bravo y Ojeda rompieron con el
Partido Comunista Venezolano y formaron una nueva directiva guerrillera en el campo.

La teoría del foco guerrillero.

El “foquismo” revolucionario ha partido de la estrategia de la guerrilla cubana.


Resumiendo esa doctrina dice el “Che “Guevara: “No es siempre necesario esperar a
que estén dadas (cumplidas) todas las condiciones para la revolución; el centro
insurreccional puede crearlas”.

La teoría del “foco” guerrillero tendrá posibilidades de triunfo, aunque se trate


de una organización minoritaria en armas, siempre que se pretenda derrocar a un
tirano o a un régimen corrompido y anacrónico, que aceptan pasivamente partidos y
organizaciones, incapaces de poner a las masas populares en movimiento hacía la
lucha revolucionaria. En tales condiciones, una minoría de revolucionarios unidos en
pensamiento y acción, con un programa claro de liberación, puede con sus actos y
propaganda movilizar a la mayoría de un pueblo, para derrocar una dictadura odiada,
echar a un invasor del propio país, o convertir una crisis económica profunda y sin
salida, en una revolución social victoriosa. El “foco” insurgente, cuando cree que la
acción por sí misma hace la revolución, que todo el poder viene del cañón del fusil,
ignora que toda acción guerrillera debe ganar a la población si no quiere convertir un
triunfo en una victoria pírrica. La insurrección popular sólo podrá extenderse en
superficie cuando la guerrilla sea el brazo armado del pueblo, el pueblo en armas. Una
minoría armada, por más genial que sea tácticamente, no podrá enfrentarse a un
poderoso ejército regular contra-revolucionario que está en muchas partes a la vez, y
destruirlo, sino a condición de ganar la población de todo un país. Si la guerrilla urbana
y rural, no tienen noción del espacio como categoría estratégica, jamás rebasarán la

15
fase elemental de la guerra revolucionaria. Si Fidel Castro sólo hubiera contado con
las fuerzas guerrilleras de la Sierra Maestra, avanzando desde Oriente hacia La
Habana, hubiese tenido que librar una serie de combates o de batallas en línea. Sin
aviación, artillería, blindados y caballería habría perdido la guerra frente a las
formaciones regulares; pero el ejército guerrillero castrista resultó victorioso, sin
grandes unidades militares ni armas pesadas, porque al ejército contrarrevolucionario
se le sublevó su retaguardia, siendo tomado entre dos frentes. Al combinar un ejército
guerrillero semiregular con una vasta guerrilla de superficie, detrás de las líneas del
ejército contrarrevolucionario, Fidel Castro ganó la guerra, no teniendo necesidad de
entrar en grandes batallas de línea para la ocupación o liberación del espacio. En una
guerra revolucionaria la política va unida a la estrategia inseparablemente: un
comandante guerrillero o de un ejército popular debe saber que su victoria reside más
en los éxitos políticos con la población que en decidir la guerra por la fuerza bruta de
las armas.

El “foquismo” guerrillero cree en la acción armada contra la burguesía armada,


sin contar con la mediación del pueblo oprimido y explotado, confundiendo así rebelión
con revolución. El más brillante movimiento guerrillero urbano, que haya cosechado
infinidad de éxitos en la primera fase de la guerra de calles con unidades chicas,
puede fracasar estrepitosamente, al acumular fuerzas combatientes para la segunda
fase de la insurrección, sin saber emplearlas en tiempo y espacio, combinados
estratégicamente. Por ejemplo, un pequeño núcleo de guerrilla urbana, al llegar a la
cantidad de 25 a 50 combatientes, determina la calidad de su fuerza armada (guerrilla
en primera fase); cuando alcanza la cantidad de 100 a 250 guerrilleros urbanos, entra
a la segunda fase de la lucha de ciudad, con el empleo de más unidades de combate
en el espacio urbano, al mismo tiempo, o sucesivamente con tiempos breves; cuando
una guerrilla urbana cuenta con 500 hombres de combate y una cobertura de casas,
sostén político amplio, grupos populares paramilitares, asistencia sindical y estudiantil,
etc., se entra así en la tercera fase de la guerra revolucionaria urbana. Comienza la
utilización de unidades más pesadas, mejor armadas, con la posibilidad de atacar al
enemigo en muchos puntos de la ciudad al mismo tiempo, para que el ejército
reaccionario fracase en su represión y dé lugar a que la guerrilla gane la inmensa
mayoría de la población. Al ignorar la estrategia de la guerrilla urbana, sucede que los
estados mayores revolucionarios poco maduros estratégicamente, saquen guerrilleros
de la ciudad al campo abierto, incluso donde no hay población rural. Desplazar una
parte de la guerrilla urbana al campo, como hicieron los “tupamaros” durante su
campaña de 1971-1972, es ralear las guerrillas urbanas y entregarlas al cerco y
aniquilamiento estratégico del ejército represivo, sobre todo en zonas indefensibles de
población o alta montaña y bosque.

El “foquismo” guerrillero, cuando busca la lucha armada directa con el ejército


reaccionario defensor del régimen, comete una equivocación política y estratégica
gravísima al no hacerlo por la mediación de la población insurreccionada
progresivamente, con actos de ayuda a ella por parte de la guerrilla, dejando que el
ejército represivo venga a castigarla, produciendo así su desprestigio político.
Justamente ahí, en ese momento, la guerrilla urbana o rural, para el caso es lo mismo,
debe reprimir, castigar a los represores de la población, para que la dictadura armada
no frene el movimiento ascensional de las masas hacía la revolución. El aventurerismo
pequeñoburgués muy común en las guerrillas urbanas, trata de vencer al ejército
contrarrevolucionario en un combate abierto de calles, de poder a poder armado,
ignorando que la correlación de fuerzas en presencia es favorable al ejército de la
burguesía, puesto que los guerrilleros no suelen tener armas pesadas (artillería,
tanques, helicópteros, cañones, antitanques) como para pretender ocupar el espacio
urbano sin la población insurrecta. Una pequeña guerrilla urbana, si pone en
movimiento a la gran masa de población ciudadana, es imbatible por un ejército

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represivo, si no trata de vencer en una batalla de línea, sino jugar el papel de
detonante para explotar una masa crítica. Sin la ayuda de la población urbana, una
guerrilla de calles no tiene ninguna posibilidad de éxito sobre un poderoso ejército
represivo. El mérito de los “tupamaros”, en el comienzo de su lucha urbana, fue la
consecución de pequeños objetivos, actuando con sorpresa, rapidez y superioridad de
número y de fuego, al comienzo de su campaña; pero su error, como el de muchas
guerrillas, fue no comprender, estratégicamente, el cambio cualitativo entre la primera
y la segunda fase de la guerra revolucionaria, donde ya no sirve la misma estrategia
que en la primera. Al iniciar la segunda fase de una guerra revolucionaria en
superficie, en más ancho espacio que al comienzo de ella, una guerrilla urbana no
debe cometer el pecado de sacar buena parte de su combatiente al campo raso, sin
población rural densa como en Vietnam, cosa que no sucede en Argentina, Uruguay,
Chile y en casi todos los países de mediano y superior desarrollo capitalista. Los
errores estratégicos se pagan muy caros políticamente: la población deja de creer en
una guerrilla que no sea siempre victoriosa. La salida al campo de “columnas
tupamaras” de guerrilla urbana, para iniciar una guerra civil sin la población civil
movilizada, insurreccionada, sólo se le puede ocurrir a guerrilleros no implantados en
los sindicatos, los movimientos femeninos, la población en general. Pretender una
revolución sin movilizar la lucha de clases por medio de los sindicatos, las
organizaciones de masas, sin dar la guerrilla cobertura armada a la población
reprimida y explotada, es querer llegar al poder con un criterio más de “golpe de
Estado” que de revolución social, para establecer la dictadura de una burocracia en
nombre del socialismo. Todo lo que no sea movilizar a la población por sus propias
reivindicaciones e intereses, cuando está abandonada por los sindicatos reformistas y
los partidos de seudoizquierdistas, cuando nada hacen éstos revolucionariamente para
salir de una crisis económica y social o de una dictadura odiada, es caer en política
guerrilleras propias de pequeños burgueses que sienten poco por las masas porque
nunca han experimenta la explotación del trabajo asalariado.

El foquismo se basa en el principio de que a partir de la acción con escaso


número de combatientes, en grupos de no más de 25 guerrilleros, se puede iniciar una
revolución social, sin preocuparse mucho por la acción de las masas. Para los
foquistas, desencadenada la acción, ésta crea todas las condiciones objetivas y
subjetivas para la revolución social, partiendo de un reducido grupo de guerrilleros
operando inicialmente en bosques y montañas y no en ciudades populosas. Pues en el
esquema del maoísmo y el castrismo, las ciudades son el final, pero no el comienzo de
la guerra revolucionaria. De ahí que Marighella (nota propia: Carlos Marighella, político
y guerrillero brasileño, uno de los principales organizadores de la lucha armada contra
el régimen militar instalado en 1964) considerara las guerrillas urbanas como tácticas
y las guerrillas rurales como estratégicas principales y no subordinadas.

El foquismo guerrillero es un voluntarismo militar que toma el deseo subjetivo


por la realidad objetiva, haciendo de la acción un mito milagroso. Iniciar una revolución
o un movimiento guerrillero, con desprecio de las condiciones económicas, políticas,
sociales, internacionales, demográficas (concentración o dispersión de las masas
humanas en ciudades o campos), psicológicas y coyunturales (favorables o
desfavorables, hacia la depresión o una relativa prosperidad), conduce a graves
errores estratégicos que llevan a la derrota a una guerrilla, por mejor armada,
disciplinada y bien entrenada que sea. Un grupo armado, si tiene población favorable y
terreno apropiado, por más chico que sea, se multiplica, transformándose en ejército
de liberación; pero si la población fuera neutra, indiferente, pasiva, en las zonas de
acción de una guerrilla, jamás ésta podrá triunfar sobre un ejército regular, aunque
éste fuera muy malo política, táctica y estratégicamente. Cuando el “foco” actúa pero
las masas permanecen neutrales, no participan en la lucha, debido a que la acción no
fue acción para movilizarlas contra un gobierno tiránico, corrompido, odiado por ellas;

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cuando los éxitos armados de una guerrilla no producen triunfos políticos, para volcar
al pueblo en la revolución, se obtienen triunfos tácticos que conducen,
inexorablemente a una derrota estratégica. El foquismo romántico, no sabiendo hacer
propaganda positiva por los hechos, sino puramente efectista, sin prender en las
masas populares, para qué éstas también pasen a la acción, no puede alcanzar la
victoria sobre un ejército regular, por más opresivo que fuera sobre la población de un
país. La misión inicial de la guerrilla consiste en desmontar, dentro de las masas
populares, el sindicalismo aburguesado y los partidos de izquierda con “praxis”
contrarrevolucionaria.

Luego de la revolución cubana, el foquismo se propagó por América Latina. Se


creyó que la acción, en no importa qué lugar o país, producía la revolución por
generación espontánea. La “impaciencia histórica”, el cortoplacismo insurreccional de
jóvenes guerrilleros, muchos de ellos hijos de la pequeña burguesía, instintivamente
“golpistas” más que revolucionarios, desató movimientos insurreccionales inmaduros y
en contrapartida una cruenta represión, un cerco estratégico fácil contra pequeñas
guerrillas rurales, iniciadas en zonas campesinas donde no había las mínimas
condiciones subjetivas de que se plegara a la lucha armada la población rural. Para
derribar un régimen hace falta algo más que un “foco guerrillero”, algo más que la
acción armada de escasos grupos revolucionarios. Es necesario conocer bien los
objetivos a perseguir en función de ganar políticamente a obreros, campesinos y
clases medias económicamente débiles, que esperan entrar en lucha para salir de una
crisis económica y social o de una tiranía política. La acción revolucionaria tiene valor
positivo cuando es empleada en países con dictaduras odiosas, ante las cuales las
masas sienten la opresión y la explotación, un odio callado, que estalla en forma
insurreccional, cuando la guerrilla sabe desafiar a la tiranía haciéndose querer y
admirar por un pueblo sufrido, pero no vencido moralmente. Cuando en medio de una
gran crisis económica y social, en regímenes de democracia parlamentaria, el pueblo
está desocupado por millares, hambriento, sufriendo un acelerado aumento en el costo
de la vida, hay todas las condiciones objetivas y subjetivas para pasar a la acción con
una punta de lanza guerrillera.

La revolución es obra de minorías; lo fue así siempre. Pero las minorías que
llegan a triunfar en las revoluciones son las que se meten dentro de las mayorías
oprimidas. Ni todas las guerras nacionales, ni todas las guerras revolucionarias son
iguales, porque en el curso de la historia las situaciones cambian, pues la ley de
desarrollo histórico y económico desigual de país a país o de civilización a civilización
cambia y con ella las políticas, las estrategias, las tácticas y la correlación de fuerzas
sociales. Quienes no entiendan esta filosofía de la acción están condenados a sufrir
graves derrotas como políticos, militares y revolucionarios. El hecho es que en muchos
países latinoamericanos hubo insurrecciones sin programa concreto y levantamientos
populares en masa como el “bogotazo” (1948), el “cordobazo”, el “rosariazo”, el
“tucumanazo” y el “mendozazo” en la Argentina, entre 1969 y 1972, pero sin
producirse una profunda revolución social, Una revolución tiene definiciones concretas.
Las revoluciones son más o menos profundas en razón de sus transformaciones, de
los cambios que operan en las instituciones, de que den mayor o menor participación
en los negocios públicos al pueblo.

Una guerrilla no es revolucionaria si no se plantea, claramente, la toma del


poder a la burguesía y a la burocracia, para convertirlo en el poder del pueblo, desde
abajo para arriba, haciendo de las masas trabajadoras el sujeto activo de la política,
entregando a la sociedad sin clases los poderes que tenía el Estado de clase
explotadora y opresora, ‘Para cumplir estas tareas, una guerrilla debe actuar en las
zonas donde haya mucha población, donde conmueva agrandes masas humanas,

18
donde se inserte como vanguardia arrastrando grandes mayorías hacia una salida
revolucionaria.

La guerrilla urbana.

Las experiencias en Brasil.

En el caso brasileño las organizaciones armadas se fueron creando luego de la


instauración de la dictadura institucional y transcurridos los primeros años entre el
1966 y 1968. La opción por esta táctica de lucha estuvo vinculada al momento del
golpe y los años siguientes, justamente porque gran parte de la izquierda
responsabilizó a los partidos tradicionales por la poca resistencia que se dio a la
dictadura militar en el momento de su instauración, lo cual era indicio que ahora, ya
bajo el régimen militar, la lucha armada era inevitable, que los proyectos «reformistas»
y la vía pacífica eran inviables. Para 1968 ya se habían creado prácticamente todas
las organizaciones armadas más importantes.

Así, ya se daba paso al gobierno de Emilio Garrastazu Médici (1969-1974) y se


inicia la fase más represiva de la dictadura militar, especialmente para la izquierda. El
Estado de Seguridad, estructuró su aparato represivo y sus formas de ejercicio de la
dominación autoritaria, y es para este período donde se encuentran el mayor número
de denuncias sobre violación a los derechos humanos, procesados, muertos y
desaparecidos.

Las organizaciones armadas más importantes eran: Disidencias, MR8, PCBR,


ALN, fracciones que se desprendían del tradicional PCB; aquellas que se derivaban
del PC do B: PCR, PC do B AV; las que a su vez se desprendían de la ORM POLOP:
POC, COLINA, VPR, VAR Palmares; y MNR. Se caracterizaban en su conjunto, no
sólo por su surgimiento durante una común coyuntura histórica sino también por su
tendencia a privilegiar la experiencia de la práctica política, entendida por acciones
que produjeran efectos inmediatos, por sobre las concepciones teóricas.

Estas organizaciones enmarcadas dentro de lo que se llamó «nueva


izquierda», tenían en común la crítica al comunismo «oficial» (y a los partidos
comunistas tradicionales) y la incorporación de muchas nuevas ideas y prácticas
sugeridas por los movimientos de 1968. Había en ellas un nuevo concepto de la
política marcado por la crítica a la experiencia marxista, idea de representación, y en la
valorización del aspecto subjetivo de la experiencia política.

Salvo el PCB que siguió manteniendo intactas las tesis que promulgaban la
opción por la vía pacífica para la transición al socialismo, el resto de los partidos
habían optado por la lucha armada en sus dos grandes versiones de guerrilla urbana y
rural. El golpe militar que no había encontrado prácticamente resistencia por parte de
la izquierda, había significado la muestra de que la única salida en este contexto de
dictadura militar y cerramiento político, era la lucha armada. La ALN, una de las
organizaciones volcada a la guerrilla urbana más importante, optaba definitivamente
por la lucha armada, desde la ruptura con el PCB de su líder Carlos Marighella.

Entre los años 1968 y 1969, las organizaciones guerrilleras consiguieron llevar
a cabo una serie de acciones espectaculares: el asesinato del oficial norteamericano
Charles Chandler efectuado por la ALN en coautoría con la VPR en 1968; el secuestro
del embajador alemán, por las mismas organizaciones; el secuestro del embajador
norteamericano Burke Elbrick por la ALN junto con el MR-8, en septiembre de 1969,
por quien pidieron a cambio la liberación de 15 prisioneros políticos; secuestro del

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cónsul de Japón, por la VPR con el apoyo del MRT (Movimiento Revolucionario
Tiradentes) y la Rede (Resistencia Democrática), por quien también pidieron la
liberación de varios prisioneros.

En este contexto el gobierno intensificó su ofensiva. El general-presidente


Costa e Silva, decretó el Acta Institucional número 5, en diciembre de 1968,
reinstaurando el terror de la dictadura y abriendo una nueva coyuntura en donde las
formas institucionales democráticas se tornaban definitivamente decorativas. A medida
que crecían los grupos de lucha armada, el Estado de Seguridad Nacional creaba
nuevos organismos especialmente entrenados para la obtención de información. La
primera organización de represión violenta directa fue la «Operação Bandeirantes»
(OBAN): un instrumento extralegal de represión que se venía planeando desde hacía
cinco años en el seno de los coroneles llamados de línea dura (Fon, 1979:15). La
OBAN tenía sede en Sao Pablo, ciudad considerada el centro irradiador de los
movimientos de izquierda. Contaba con apoyo presupuestario de multinacionales
como el grupo Ultra, Ford, General Motors, entre otros. La inexistencia de estructura
legal, le confirió gran movilidad e impunidad en cuanto a los métodos garantizando
«importantes victorias en la llamada lucha contra la subversión» (BNM, 1985:73).
Tales éxitos llevaron a que altas esferas responsables de la Seguridad Nacional
considerasen a la OBAN como fuente de inspiración para la implantación a escala
nacional, de organismos oficiales que recibieron la sigla de DOI-CODI.

El DOI-CODI (Destacamento de Operaciones de Informaciones-Centro de


Operaciones de Defensa Interna), surgió en enero de 1970 en Sao Pablo,
directamente ligado a la OBAN. Dotados, estos sí, de existencia legal, los DOI-CODIs,
según el Brasil Nunca Mais, pasaron a ocupar el primer puesto en la represión política
y también en la lista de las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos.

Para los años 1966 y 1967 el PC do B empezó a preparar la guerrilla de


Araguaia, en un predio ubicado al sur de Pará y norte del estado de Goiás. Los
guerrilleros habían formado tres destacamentos, cada uno con un poco más de 20
personas. La mayoría de los guerrilleros venía de las ciudades, por eso debían tener
diariamente una ardua preparación militar y también física, que les permitiera
manejarse en la selva, además de una preparación teórica que se basaba
fundamentalmente en guerra de guerrillas. Cuando el Estado descubrió la presencia
de la organización guerrillera en la zona, comenzó su preparación que desencadenaría
poco tiempo después en la eliminación de todos los guerrilleros.

Efectivamente, el proyecto de la dictadura militar timoneada por estos años por


Médici, era masacrar a la organización guerrillera. El proceso de aniquilamiento se
llevó a cabo en tres campañas. Las dos primeras se libraron en 1972, que fueron un
fracaso para las fuerzas militares. Mientras que la tercera, que tuvo lugar en 1973,
dando lugar a los escalofriantes resultados antes mencionados. Utilizaron aviones y
helicópteros. Además, remediando los fracasos de las campañas anteriores, en la
tercera, el Ejército utilizó hombres entrenados para la lucha en la selva y muchos de
ellos penetraron en la región infiltrándose entre los guerrilleros. Para lograr aún más
penetración, se reclutaron moradores locales obligados a cooperar con las fuerzas
armadas.

El caso de la guerrilla de Araguaia si bien fue el más conocido, no fue el único.


Entre los años 1970 y 1971, antes de la primera campaña contra la guerrilla del PC do
B, militantes de otras organizaciones de izquierda intentaron montar bases guerrilleras
en la región del norte y nordeste. En agosto de 1971, en el marco de lo que se llamó
“Operação Mesopotâmia”, veintiséis militantes y simpatizantes (la mayoría

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campesinos) de grupos originalmente ligados a la guerrilla urbana fueron apresados.
Incluso antes de la “Operação Mesopotâmia”, otros grupos guerrilleros ya estaban
intentando establecerse en Araguaia sin tener conocimiento de la existencia de la
guerrilla del PC do B. La VPR de Carlos Lamarca y la ALN de Marighella, querían
implantar la guerrilla en la región. La acción de los dos grupos fue desmantelada por
las fuerzas de represión en 1970.

Para 1973, el accionar del aparato represivo mostraba su efectividad. Las


organizaciones armadas estaban prácticamente todas desmanteladas y la situación
era diferente. Las distintas organizaciones armadas comenzaban a replantarse la
situación de aislamiento respecto de las masas, producto en una buena medida de la
represión, persecución a militantes, exilios y torturas; todo aquello que cercaba el
accionar de las organizaciones de izquierda eliminando el posible nexo con las masas.
En este cuadro de aislamiento político, la dictadura se perfecciona militarmente, en un
proceso que irá a durar toda la guerra. Y consigue sucesivas victorias, provocando
crisis de seguridad que destrozaron organizaciones internas, asesinando líderes
importantísimos y reduciendo drásticamente el efectivo humano, la preparación, el
armamento, etc. La grave derrota, el número de muertos y desaparecidos, hacían
replantear las formas de lucha, poniendo en cuestión ahora los años de mayor
eclosión de la violencia y el paso a la lucha armada como responsable del aislamiento
político.

Por su parte, el PCB, que si bien siempre defendió la postura de la lucha


pacífica aún bajo la dictadura militar, en los setenta, expresaba más enfáticamente su
posición. Finalmente, en Brasil, casi todas las organizaciones de lucha armada
creadas entre 1966 y 1969, desaparecen durante estos primeros años de la década
del setenta, desbaratadas por los órganos de represión política del gobierno militar o
disueltas por sus propios militantes, que no encontraban más camino de acción
posible a través de ellas. La herida de la lucha armada abrió campo para el visceral
rechazo a la violencia en contraste con la década anterior. La lucha democrática, la
inserción en la vida política, el intento de ingreso a la legalidad, sus límites y alcances,
se tornaron cuestiones centrales en esta nueva coyuntura. Gran parte de la izquierda,
pasó a reorganizarse hacia la opción por la vía pacífica como estrategia de lucha.

Los Tupamaros.

Los Tupamaros fueron un movimiento político de Uruguay que actuaron como


una guerrilla urbana de extrema izquierda durante la segunda mitad de los años 60 y
primeros 70, y que años después, se integraría en la coalición política Frente Amplio.
Desde sus comienzos, hubo en la organización diversas corrientes izquierdistas. El
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) surgió oficialmente en 1965,
bajo el influjo que en toda la izquierda revolucionaria iberoamericana tendría la
Revolución cubana.

En sus primeros tiempos, las acciones eran sobre todo de aprovisionamiento


de armas y fondos para un futuro enfrentamiento de mayores proporciones con las
fuerzas estatales. A finales de 1966, el Movimiento fue prácticamente desarticulado de
manera rápida y eficaz por la policía. Pero, sorprendentemente, se recuperaron tan
rápido como habían sido desarticulados. Recomenzaron las acciones de
aprovisionamiento económico y militar y empezaron a combinar estas con la
propaganda política, con miras a obtener apoyos de sectores sociales. Las
autoridades reaccionaron de forma un tanto histérica, estableciendo la censura en los
medios y prohibiendo a la prensa dar noticias sobre la existencia del Movimiento o tan

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siquiera mencionarlos por su nombre. A la prensa no le quedó otra alternativa que
calificarles como Los Innombrables.

La fama del movimiento tupamaro traspasó las fronteras uruguayas al ser


conocidas ciertas acciones suyas como la publicación de información financiera
relacionada con el manejo de dinero por parte de empresas importantes o personajes
conocidos o la incautación de un camión de una conocida empresa de almacenes de
entonces, cargado de víveres, que fue dejado en manos de los habitantes de una zona
marginal de Montevideo. Obviamente, y como resultaba inevitable, las acciones de los
tupamaros encontraron fuertes resistencias por parte de la clase política uruguaya, ya
de por sí deteriorada en imagen por la incapacidad para salir de una crisis económica
que duraba ya más de una década.

A partir de 1968, se intensificó la lucha armada de tupamaros, mientras que


crecía en paralelo la represión y el autoritarismo del Gobierno de Jorge Pacheco
Areco. Lejos de constituir un movimiento aislado y marginal, los Tupamaros
experimentaron un notable crecimiento en sus filas, tanto en la capital (Montevideo)
como en el interior del país. Puede ser que llegasen a superar los 1.000 militantes, lo
que es muchísimo para esta clase de organizaciones, que en la mayoría de los casos
no pasan de ser residuales. Esto provocó incomodidad en una izquierda parlamentaria
que desaprobaba sus acciones por violentas y extraparlamentarias, pero que debido al
prestigio que adquiría la organización armada no pudo ignorarla sin más.

En junio de 1969, con ocasión de la visita del diplomático estadounidense


Nelson Rockefeller, incendiaron las oficinas de General Motors. Al año siguiente, la
lucha armada había alcanzado ya unas proporciones que desbordaban a la policía. En
agosto de ese año, llevaron a cabo la que fue su acción más conocida: el secuestro y
asesinato del agente de la CIA, Dan Mitrione, que había sido enviado para instruir a la
policía y al Ejército sobre cómo hacer un uso más eficaz de la tortura. Fue en esta
época, cuando los guerrilleros tupamaros, comenzaron a editar una publicación
clandestina llamada Mate Amargo, donde exponían su visión política de la realidad
uruguaya. El hecho de llevar a la práctica la lucha armada no significó que rechazasen
todos sus miembros el recurrir también a la vía electoral, como demuestra el hecho de
que algunos de estos fundasen un partido político, el Movimiento de Independientes
26 de Marzo, integrado en la entonces incipiente coalición Frente Amplio. Obtendrían
el 18,6% en las elecciones generales de noviembre de 1.971. En 1.971, se produjo la
espectacular fuga del penal de Punta Carretas, una de las mayores fugas carcelarias
de la historia, en la que consiguieron escapar más de 100 presos.

Tras la investidura del nuevo Presidente del país, el ultraderechista Juan María
Bordaberry, la represión gubernamental alcanzó unas cotas que escaparon a todo
control, empleándose los más sucios e ilegales medios para derrotar a la insurgencia.
Por ejemplo, como represalia por el asesinato de varios oficiales, policías y miembros
de los escuadrones de la muerte, por parte de los tupamaros, las fuerzas del orden
asesinaron en su domicilio al periodista Luis Martirena y su esposa Ivette Jímenez.

Debido a las delaciones llevadas a cabo por un traidor, Amodio Pérez, la


organización caería en pocos meses, tras haber mantenido en jaque a las fuerzas del
orden durante años. Hacia la segunda mitad de 1972, el movimiento tupamaro estaba
ya derrotado y desarticulado. Los militares, no contentos con haber infringido una
derrota definitiva a lo que ellos llamaban las Fuerzas de la Subversión, decidieron
pasar ahora a aniquilar al resto de la izquierda, incluyendo partidos y sindicatos.
Bordaberry, con su política represiva se metió en una espiral de violencia sin marcha
atrás, y cuando se quiso dar cuenta no era más que un títere de los militares. Con el

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apoyo de estos, dio un autogolpe de Estado en junio de 1973. Los partidos políticos,
los sindicatos y las organizaciones estudiantiles y populares fueron disueltas y el
Parlamento, cerrado. El propio Bordaberry se estaba cavando su propia fosa política,
aunque tal vez no se diese cuenta. Pero lo cierto, es que en 1976, él también fue
depuesto por los militares.

Mientras tanto, los dirigentes tupamaros (toda la cúpula de la organización)


fueron encarcelados en calidad de rehenes y retenidos como trofeo de guerra por los
militares durante todo el tiempo que duró la dictadura militar (1973-1985). Los
dirigentes tupamaros fueron recluidos en condiciones infrahumanas de continua
tortura, en casi total incomunicación (comprobadas luego por organismos como la
Cruz Roja Internacional) y bajo la amenaza de ejecutarlos si alguna acción del
Movimiento Tupamaro tenía lugar. Otros tupamaros se exiliaron a países europeos
como Suecia. En el exilio, se mantuvieron expectantes y para no hacer peligrar la vida
de sus dirigentes, no desencadenaron acciones en territorio uruguayo, aunque si
participaron en las diversas campañas de denuncia contra la dictadura militar.

Lo cierto es que la izquierda uruguaya ha conseguido mucho más optando por


la vía parlamentaria y electoral que por medio de acciones guerrilleras que sólo
contribuyeron al desplome de la democracia (una de las más antiguas y sólidas del
continente americano), ser totalmente derrotados y desarticulados y dar la excusa
perfecta a los militares para hacerse con el poder y establecer una brutal dictadura, de
aquellas que actuaban con la complicidad de Washington, bajo el amparo de la
Doctrina de la Seguridad Nacional.

Los Montoneros.

Montoneros fue, junto al PRT- ERP, la organización guerrillera de mayor


envergadura en Argentina. Surgida entre los año 1968 y 1970, a partir de la
confluencia de distintos grupos de jóvenes nacionalistas entre quienes se encontraban
Mario Firmenich, Norma Arrostito, y Fernando Abal Medina, en pocos años se
convertirá en vanguardia de la lucha armada por el retorno de Perón.

Montoneros toma público conocimiento en 1970 con el secuestro y posterior


asesinato del ex presidente de facto, el militar Pedro Eugenio Aramburu. Ese hecho
trascendental los posicionará como referencia al interior del peronismo revolucionario,
ya que se ajusticiaba al referente de la dictadura que había derrocado a Perón en
1955, proscribiendo luego al peronismo.

Además de su actividad armada, en donde se destacan acciones de distinto


tipo, como la toma del pueblo La Calera en Córdoba, secuestros y asesinatos, como el
del cónsul de Estados Unidos John Patrick Egan, o el del Ministro del Interior de la
dictadura de Lanusse, el dirigente radical Mor Roig, pasando por fugas de cárceles y
acciones de propaganda, Montoneros tuvo también una gran inserción en la Juventud
Peronista así como una importante militancia territorial en distintos barrios obreros.

Luego de acompañar la fórmula peronista de 1973 que llevó a “Cámpora al


gobierno, Perón al poder”, y a la posterior “Perón Perón”, en la cual Estela Martínez,
Isabelita, acompañaba al líder desde la Vicepresidencia, Montoneros tendrá una
relación fructuosa con el presidente. En el acto del 1 de Mayo de 1974, frente a los
cánticos que reclamaban “qué pasa general que está lleno de gorilas el gobierno
popular”, Perón los trató de “imberbes”, rompiendo la relación. La avanzada de grupos
fascistas como la Triple A y las cada vez más irreconciliables diferencias con el

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gobierno, llevó a Montoneros a la necesidad de la clandestinidad, desde donde
siguieron actuando.

En 1979, ya desde el exilio, la dirección encabezada por Mario Firmenich y


Vaca Narvaja, larga la “contraofensiva” al régimen militar, estrategia que fracasará en
manos de la brutal represión. Las importantes discusiones en el exilio, las dudas sobre
traiciones y las críticas y diferencias morales, pero sobre todo la desaparición y muerte
de cada vez más militantes a manos de la dictadura, llevará a Montoneros a disolverse
entrada la década de los 80.

Tema 4: La doctrina de Seguridad Nacional y sus repercusiones


regionales. Golpes de Estado y dictaduras militares en América Latina.
Extraído: América Latina, siglo XX la búsqueda de la democracia, Carlos Malamud,
páginas 146-151.

La cuestión militar.

En el contexto de la política norteamericana hacia América Latina en los años


60, con la permanente y preocupante referencia de la revolución cubana, los ejércitos
latinoamericanos debían jugar un papel estabilizador de primera importancia, con el fin
de evitar el estallido de nuevos brotes revolucionarios. Para ello se impulsaron
programas de acción cívica, que tendrían como principales objetivos el desarrollo
económico y social y también el contacto de los militares con las masas rurales, que
permitiría ocupar el vacío dejado en algunos países por los aparatos estatales poco
implantados.

Las inversiones estadounidenses en los ejércitos latinoamericanos fueron


cuantiosas y permitieron renovar el armamento disponible, a veces bastante obsoleto.
Un efecto no deseado de esta política fue la carrera armamentística que se desató en
el continente, en relación con los numerosos conflictos limítrofes y la tremenda
desconfianza existente entre los vecinos, sumado al hecho de que para la totalidad de
los ejércitos latinoamericanos uno de sus principales supuestos de intervención era la
guerra en sus fronteras. De este modo se comprometieron grandes partidas
presupuestarias en la adquisición de armamentos, con la consiguiente postergación de
muchos programas asistenciales y de desarrollo. Los militares irrumpían de un modo
cada vez más claro en la vida política.

Uno de los objetivos de la política norteamericana era crear una fuerza militar
panamericana de carácter permanente, una propuesta recibida con entusiasmo e
impulsada por los diferentes Estados Mayores de los ejércitos latinoamericanos, que
de ese modo esperaban consolidar sus posiciones en la vida política nacional. El
proyecto se presentó en la Asamblea General de la Organización de Estados
Americanos (OEA) en 1965, pero no reunió los dos tercios de los votos necesarios
para que la moción prosperara.

La cuestión militar se fue conformando como una de las cuestiones claves en


estas décadas turbulentas de la historia latinoamericana. En un principio la cuestión de
la defensa se planteó en términos de seguridad y desarrollo, aunque lo prioritario para
los jefes militares era la seguridad antes que el desarrollo. Muy pronto la ecuación se
resumió en la Doctrina de la Seguridad Nacional, elaborada principalmente por los
estrategas e ideólogos de los ejércitos latinoamericanos, más que por el Pentágono,
como popularmente se ha asumido. La doctrina era una conclusión de la guerra fría y
de la revolución cubana, y planteaba el enfrentamiento total entre Oriente y Occidente,
entre el ateísmo del marxismo-leninismo y los valores de la cristiandad.

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La cuestión militar tenía un frente más caliente que el del intervencionismo
directo de los Estados Unidos, visible únicamente en el Caribe y América Central. El
ejemplo de la revolución cubana y el posible avance del comunismo era vivido con
alarma entres los sectores conservadores latinoamericanos, y a medida que pasaba el
tiempo por sectores cada vez más importantes de las clases medias. El temor a los
movimientos revolucionarios sirvió para que las condenas a las intervenciones
militares de los Estados Unidos no tuvieran la misma unanimidad que en el pasado. Al
mismo tiempo, nos encontramos también que había mucha gente dispuesta a hacer el
trabajo sucio (secuestros, asesinatos, torturas, desapariciones, etc.), sin que fuera
necesaria una mayor implicación norteamericana en el continente, que por otra parte
hubiera sido mal vista.

La primera intervención del período estuvo ligada directamente a Cuba, aunque


en ella no participaron fuerzas regulares norteamericanas. Se trató de la frustrada
invasión de Playa Girón, de abril de 1961. Los enfrentamientos de Bahía Cochinos
mostraron que la posición de Fidel Castro era mucho más sólida de lo que se
esperaba y que no bastaba con desembarcar algunos cientos de hombres para
provocar la gran insurrección esperada contra el régimen castrista. El principal saldo
no fue la cárcel y la muerte de los invasores, sino el enorme desprestigio ganado por
la administración Kennedy en América Latina.

En 1963 se había producido en la República Dominicana una revolución militar


de corte progresista, vista por Washington como el intento de crear una nueva Cuba
en la región, lo que motivó una nueva intervención de los marines en el país.
Teóricamente se trataba de una actuación panamericana, con las fuerzas de
ocupación al mando de un general brasileño, pero en realidad el grueso de las tropas
que desembarcaron eran norteamericanas.

En las décadas de los 60 y los 70 los golpes militares se hicieron algo corriente
en América Latina. Pero ya no era un general, o un coronel, el que con apoyo de sus
compañeros se lanzaba a conquistar el poder, ahora era la corporación militar como tal
la que intervenía en la vida política. Estas situaciones si vieron facilitadas por la
consolidación de una conciencia corporativa entre la oficialidad junto con una creciente
burocratización de los ejércitos y una mayor participación en la vida económica de sus
respectivos países.

El intervencionismo militar era fomentado por importantes sectores civiles para


resolver cuestiones políticas que los propios partidos y el sistema vigente eran
incapaces de solucionar. Aquellas asonadas militares que carecían de respaldo civil, y
no tenían un cierto consenso social, por lo general estaban condenadas al fracaso. Si
bien determinados golpes eran impulsados desde Washington, era muy normal que los
golpistas buscaran el visto bueno de la embajada norteamericana antes de quebrar el
orden institucional. Esto era más frecuente que el impulso del Departamento de
Estado a esos golpes. De este modo esperaban obtener una mayor legitimación para
su movimiento y el rápido reconocimiento internacional.

Los regímenes militares que surgieron a partir de la segunda mitad del la


década de los 60 recibieron, de parte de algunos científicos sociales, la denominación
de burocráticos-autoritarios. El Estado, controlado férreamente por los militares,
buscaba completar la industrialización del país, y para eso dejaba la administración en
manos de tecnócratas, que bajo estos gobiernos dictatoriales habían acumulado
mucho más poder que en el pasado. La alianza entre militares y el poder económico,
junto con las empresas transnacionales, fue decisiva. De este modo veremos a los
militares ocupando puestos claves en toda una serie de empresas vinculadas con la

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defensa y la seguridad nacional. Dichas empresas eran tratadas como fincas
particulares por sus gestores militares y fueron foco de conflicto permanente cuando a
fines de los 80 y principios de los 90 el poder civil intentó privatizarlas. Pero al mismo
tiempo, el control de esas empresas llevó a los militares a desarrollar un discurso
nacionalista, proteccionista y estatista, en el que convergían con algunos movimientos
populistas. Un claro ejemplo de esto son los “cara pintadas” argentinos y sus
consignas que mezclaban de forma permanente el integrismo católico con el
mesianismo populista de un cierto peronismo.

Las elecciones peruanas de 1962 fueron ganadas por el candidato aprista


Haya de la Torre, aunque por un margen muy escaso de votos. El ejército descontento
con el triunfo de su acérrimo enemigo dio un golpe destinado a impedir el acceso del
APRA al poder. Este golpe fue inicialmente deplorado por Washington, a tal punto que
retiró su embajador en Lima, pero finalmente tuvo que plegarse a la política de hechos
consumados del ejército peruano. Veremos como esta situación se repite en
numerosas ocasiones y que la imposición de situaciones de hecho a los responsables
del Departamento de Estado será una constante en la historia de las relaciones
militares entre América Latina y los Estados Unidos.

Si bien en el golpe militar que derrocó al presidente brasileño Goulart en 1964,


la participación norteamericana fue más activa que en el caso peruano, los militares
brasileños inauguraron un nuevo tipo de intervención. Antes del golpe, el Estado
Mayor brasileño ya había diseñado un plan coherente para la gestión gubernamental y
para la búsqueda del desarrollo económico. La lucha preventiva contra las guerras
revolucionarias, guerras internas de gran peligrosidad según los propios militares, se
convertiría a partir de este momento en uno de los principales objetivos de la mayor
parte de las intervenciones militares. El ejército brasileño fue uno de los primeros en
desarrollar el concepto de guerra revolucionaria, vinculada estrechamente con el
peligro de expansión marxista-leninista en todo el mundo y especialmente en el
hemisferio occidental. De este modo quedaban abiertas las puertas a la intervención
sistemática de las Fuerzas Armadas en tareas represivas de los movimientos
insurgentes y de los partidos de izquierda en general.

En algunos casos como los golpes impulsados por Juan Velasco Alvarado en
Perú, en 1968, y Juan José Torres en Bolivia, en 1970, los objetivos del ejército
estuvieron vinculados a planteamientos reformistas y nacionalistas, aunque
inicialmente también se trataba de evitar el estallido social en sus respectivos países.
El gobierno de Torrijos en Panamá también podría asimilarse con los dos anteriores.
La nacionalización del petróleo peruano es un claro ejemplo de la orientación
nacionalista y antiimperialista de estos gobiernos. Se trató de claras excepciones en
toda América Latina, que provocaron disensiones importantes en el interior de sus
respectivos ejércitos. Golpes posteriores vendrían a corregir el rumbo impuesto a
gobiernos militares tan atípicos.

La Doctrina de Seguridad Nacional y la guerra sucia.

En los países del Cono Sur (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay), desde
mediados de la década de los 60, los militares comenzaron a elaborar doctrinas que
les permitieran justificar sus continuas intervenciones en la política interna, así como
su involucración creciente en actos represivos contra los movimientos populares
(movimiento sindical y estudiantil, partidos de izquierda, etc.). El conjunto de
proposiciones que justificaban la guerra interna no era en realidad un cuerpo de
doctrina orgánico, sino un muy vago conjunto de ideas, que admite las más diversas
interpretaciones. Esto es lo que se llamó Doctrina de la Seguridad Nacional.

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Por todo esto, la Doctrina de Seguridad Nacional es más fácil de identificar por
sus efectos represivos que por sus definiciones teóricas. En primer lugar, nos
enfrentamos con el concepto de guerra interna, que es muy distinto del de guerra civil.
El concepto de guerra sucia, similar al anterior, fue impuesto por los militares
argentinos que gobernaron el país entre 1976 y 1982. Junto a ellos, hubo otros
regímenes dictatoriales que se caracterizaron por su dureza represiva, como el de
Pinochet o el de los militares brasileños y uruguayos.

La idea de guerra interna está altamente ideologizada, ya que es un


enfrentamiento que hay que librar, de acuerdo con la definición del Estado Mayor
brasileño, contra un enemigo subversivo de inspiración marxista-leninista. La
existencia de organizaciones subversivas fascistas o de extrema derecha no es tenida
en cuenta. La identificación del enemigo se convierte en algo totalmente subjetivo, por
cuanto cualquier movimiento con el más mínimo componente reivindicativo puede ser
identificado como comunista o subversivo.

Un caso muy especial es el de América Central, dada la virulencia de los


enfrentamientos armadas y la directa intervención de los Estados Unidos. Está claro
que el valor estratégico de América Central no es el mismo para el Pentágono que el
que pueden tener los países de América del Sur. La presencia del gobierno sandinista
en Nicaragua sirvió para impulsar la lucha guerrillera en El Salvador, y también,
aunque con menor intensidad en Guatemala y Honduras. Si bien aquí también se
aplicó inicialmente la Doctrina de Seguridad Nacional, la teoría que finalmente
prevaleció fue la de “conflicto de baja intensidad”, que tendía a reconocer que el
peligro era mayor que el de un simple brote guerrillero.

En la Conferencia de Inteligencia de Ejércitos Americanos, que tuvo lugar en


Argentina en 1987, la delegación chilena planteó que todos los males que afectaban a
la humanidad, y especialmente a América Latina, como el narcotráfico, la subversión,
la homosexualidad y la promiscuidad responden a una estrategia mundial. El gran
ideólogo del movimiento comunista internacional sería el italiano Antonio Gramsci
(fallecido en 1937). Se parte así de una teoría conspirativa de la Historia, que
explicaría el acoso a que se somete permanentemente a América Latina y a sus
gobiernos pro-occidentales, por parte de poderes ocultos vinculados generalmente con
el comunismo, pero también con el sionismo, dada la ideología de extrema derecha (e
incluso antisemita) de quienes sostienen estas opiniones.

La Doctrina de la Seguridad Nacional es básicamente una teoría militar, cuya


aplicación supone la intervención constante y sistemática de las Fuerzas Armadas en
la vida política de los distintos países. Al asumirse los militares como garantes del
orden constitucional se convierten en los árbitros de la situación y son los que deciden,
unilateralmente, el momento más adecuado, y las formas de su actuación. Por ello, en
la lucha contra la guerrilla, y ante el grave peligro que la subversión supone para la
Patria, cualquier método es válido, aunque se recurra a situaciones ilegales. La norma
es entonces la actuación de grupos paramilitares o parapoliciales, el secuestro, la
tortura, el asesinato y la desaparición de personas, en definitiva, el terrorismo de
Estado y la violación sistemática de los derechos humanos.

La principal fuente de educación para la aplicación de tales métodos de


contrainsurgencia fue recibida por los oficiales latinoamericanos durante años en la
zona del Canal de Panamá. Allí obtuvieron el corpus teórico y metodológico que
aplicaron en sus frecuentes intervenciones militares. Hasta 1984 fue Fort Gullick el
principal centro de entrenamiento, que posteriormente se trasladó a Fort Benning, en

27
Georgia. Por ellos pasaron más de 50.000 oficiales de todos los ejércitos
latinoamericanos.

Tema 5: La dictadura en Brasil y Argentina. Las fuerzas armadas


como partido político. Extraído: Auge y caída de la autarquía, Pedro Pérez Herrero,
páginas 205-226.

Argentina.

El peronismo con Perón (1946-1955).

La década de 1950 estuvo dominada por la figura de Juan Domingo Perón.


Argentina se identificó con Perón, éste con aquélla y los argentinos con el peronismo.
En 1946 fue elegido presidente en unas elecciones en las que participó la mayoría de
la población y en las que el fraude fue la excepción. Las promesas del candidato
conectaban bien con las necesidades de una población en aumento. El autoritarismo
de Perón representaba una garantía de regreso al orden perdido. El escenario
internacional creado por la Segunda Guerra Mundial facilitaba las cosas, puestos que
los mercados internacionales estaban necesitados de bienes básicos alimentarios
(carne, cereales) de los que Argentina disponía. No es de extrañar que recién ocupado
el cargo de presidente se restablecieran las relaciones rotas con Estados Unidos y la
Unión Soviética (desde 1917).

Nada más ocupar el poder, diferentes señales indicaron que en Argentina se


estaban dando cambios importantes. Las inversiones en maquinaria realizadas por los
empresarios crecieron coyunturalmente en 1947 como consecuencia de la confianza
depositada en el nuevo líder. Los salarios reales aumentaron y el seguro social creció.
El impulso del comercio externo permitió bastantes lujos sin necesidad de gravar a la
ciudadanía con impuestos directos (los ingresos por exportación se duplicaron entre
1945 y 1948).

El país crecía. Los migrantes del interior (cabecitas negras) que llegaban a
Buenos Aires encontraban trabajo y apoyo sindical y comenzaron a desplazar a los
hijos de los migrantes internacionales llegados en períodos anteriores. El general
repartía recursos y favores y convertía la riqueza en redes clientelares, logrando
captar el apoyo de unos y otros (independientemente de su posición de clase). Los
sindicatos se llenaban de afiliados y las huelgas arreciaron por doquier, pero el general
supo aprovechar la situación para conseguir transformar el descontento en sumisión y
agradecimientos por medio de la concesión discrecional de beneficios y privilegios.
Obviamente, el resultado en el medio plazo fue el aumento de los precios que acabó
debilitando la capacidad adquisitiva de los consumidores.

Casi toda la maquinaria económica dependía de las exportaciones. Los


bolsillos llenos de los trabajadores y de la clase media impulsaban el mercado interno;
el gobierno se apropió de las industrias más importantes e intervino la economía. Los
beneficios derivados de las exportaciones financiaban casi todo y parecían hacer ver
que la política de Perón era la adecuada. Cuando llegó la época de vacas flacas
(caída de los ingresos por exportaciones) se puso en evidencia que su mano poco
podía hacer y que los resultados de sus políticas económicas tenían reducidos efectos
estructurales. La falta de bienes de equipo, unido a unas infraestructuras inadecuadas,
dificultó el desarrollo autónomo del sector secundario haciendo depender toda la
maquinaria económica de la entrada de divisas y de la suficiente afluencia de capitales
de manos de inversores extranjeros. Las medidas populistas de ayuda a los sectores
obreros para conseguir su apoyo político acabaron frenando los potenciales avances

28
de los impulsos industrializadores al no modificar en profundidad la estructura
productiva.

La base del poder político de Perón se centró en su capacidad de resolver los


conflictos personalmente. Se convirtió en el garante de la paz interna, expandiendo
hasta límites insospechados las relaciones clientelares. El orden y la confianza en el
futuro quedaron representados en su persona. Perón ofrecía orden, prometía progreso
y se comprometía a consolidad las instituciones, a cambio de recibir el apoyo político
incondicional a su gestión de la sociedad. Votos a cambio de promesas. Con el auxilio
de la burguesía, se frenaban las demandas de la clase obrera y se detenía la
extensión del comunismo. La creación de un partido político (Peronista) integrador en
el que cupiera unos y otros solucionó las antiguas crónicas disensiones. Los
gobernadores de provincias que le apoyaran tendrían recursos y apoyo; los que se
opusieran a su mandato supieron lo que era gobernar con las ventanillas cerradas. El
sindicato de Confederación General del Trabajo (CGT) se plegó a la voluntad de Perón
una vez que se sacó de su dirección a Luis Gay. Los militares también apoyaron al
presidente en la medida que éste les siguió ofreciendo privilegios (compró su
complicidad a cambio de ampliar la plantilla del cuerpo de oficiales y adquirir partidas
de armamento moderno). Se acercó a la Iglesia para tratar de que se olvidaran los
mensajes anticlericales utilizados en la campaña electoral para conquistar votos. Para
finalizar, dominó a la Corte Suprema, limpió la universidad de cualquier pensamiento
crítico y controló los medios de comunicación al traspasar el periódico La Prensa a la
CGT.

Eva Duarte de Perón (Evita) se convirtió en la pieza que el presidente utilizó


para ofrecer una cara amable del régimen autoritario que él representaba y para llegar
hasta el último rincón de Argentina. Nació el sentimiento nacionalista en el que cabía
toda suerte de planteamientos por muy encontrados que en un principio parecieran.
Perón fue la pieza central de la política; las exportaciones las que aguantaron el
edificio peronista; y Evita la pieza que consiguió el apoyo popular en los sectores más
menesterosos.

La administración pública funcionó sobre la base de las relaciones de lealtad y


el esfuerzo que hizo la ciudadanía por financiar al Estado fue endeble. Era palpable
que existía un Estado de Derecho débil manejado por los distintos actores
sociopolíticos en función de sus intereses, en vez de uno fuerte que impusiera las
reglas del juego que todos debían obedecer. Las prebendas y los privilegios fueron la
base del establecimiento de reciprocidades políticas. Perón conseguía aumentar su
poder cuando concedía privilegios y favores, no cuando imponía su autoridad, por lo
que se puede interpretar que construyó un Estado débil y un gobierno fuerte.

Todo parecía transcurrir de acuerdo al guión establecido hasta que Estados


Unidos fortaleció el boicot a los productos argentinos por haberse declarado (1942) la
neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial. Los ingresos por exportaciones
comenzaron a reducirse de forma dramática y el costo de las importaciones subió. Con
unas exportaciones a la baja, el sistema de poder comenzó a mostrar grietas
importantes. Aún así, en 1951 sacó el doble de los votos que la suma de todos los
obtenidos por los líderes de la oposición, y el presidente creyó que tenía en su mano
un Estado fuerte, por lo que ya no era necesario seguir actuando con los mecanismos
basados en concesiones y favores. Sin embargo, el autoritarismo pronto comenzó a
mostrar la cara amarga y los que le habían votado comprobaron que el segundo
período de gobierno de Perón fue distinto del primero. El problema central fue que
Perón comenzó a ofrecer la imagen de que él concedía los favores de acuerdo a sus
principios, en vez de mostrar, como el primer período, que eran conseguidos desde las

29
bases por las presiones ejercidas. El poder dejaba de ser el resultado de un juego de
reciprocidades para pasar a ser un ejercicio autoritario discrecional.

Las exportaciones no pudieron seguir aguantando el ritmo de aumento de


gasto público, por lo que las inversiones en infraestructuras y en servicios sociales
disminuyeron. El déficit fiscal aumentó como resultado de la reducción de las
exportaciones y el deterioro en las relaciones de intercambio. La inflación comenzó a
subir y la capacidad adquisitiva de los trabajadores a descender. La solución que se
encontró fue reducir en lo posible el gasto público, lograr que llegaran más capitales
del exterior, e introducir algunas medidas correctoras, como la congelación de precios
y salarios. Coyunturalmente se consiguió enderezar la situación, pero pronto se
demostró que la política emprendida era inadecuada. Paralelamente, el acercamiento
de Perón a la Iglesia fue visto como un gesto condescendiente hacia posiciones
conservadoras.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la autonomía coyuntural de la que


había gozado Argentina se desvaneció. Muchos de los que apoyaron en 1946 al
general se mostraron ahora en la oposición. Perdón perdió las riendas del poder
cuando quiso manejarlo de forma autoritaria.

La reacción antiperonista (1955-1958).

Una vez que Perón perdió la presidencia y se dejaron de alimentar los


subsidios, la mayoría de actores sociales y políticos se volvieron contra la mano que
les había dado de comer. Con el derrocamiento de Perón, se quiso desmantelar el
sistema clientelar que se había configurado, pero al cortarse las reciprocidades
políticas existentes, la paz interna se puso en entredicho. La consecuencia fue
inmediata, los militares trataron de controlar el poder a través de mecanismos
jerárquicos castrenses, pero al no poder garantizar la reconfiguración de las
reciprocidades sociales, se crearon tensiones. El mandato de Eduardo Lonardi (1955)
tuvo los días contados.

Durante la presidencia del general Pedro Eugenio Aramburu (1955-1958) se


trató de apoyar el crecimiento económico en las exportaciones y se culpó a Perón y a
sus políticas desarrollistas industrializadoras de haber producido el colapso. El
gobierno del general Aramburu optó por una política de coyuntura cortoplacista
pensando que la devaluación del peso argentino impulsaría las exportaciones y
restringiría las importaciones, reduciéndose con ello el déficit en la balanza de pagos.
Esta política favoreció a los sectores conectados con las exportaciones, pero castigó a
las empresas desarrolladas en la década anterior. Ahora, con las redes clientelares
fragmentadas (los sindicatos dejaron de colaborar con el gobierno al no recibir los
beneficios de antaño), se trató de consolidar la estructura de partidos a fin de que las
peticiones de la sociedad se tramitaran a través de aquéllos. Las elecciones de 1958
dejaron claro que el peronismo seguía vivo. La sociedad demandaba que el gobierno
diera servicios públicos a cambio de unas obligaciones fiscales reducidas.

El regreso del peronismo sin Perón (1958-1963).

La presidencia de Arturo Frondizi (1958-1963) fue una democracia tutelada,


puesto que los militares vigilaron desde los cuarteles la marcha del país. El año 1959
fue un año de crisis económica. Las huelgas aumentaron con intensidad en un
momento en el que el gobierno no podía repartir beneficios y privilegios. El presidente
tuvo que optar por políticas autoritarias y de congelación de salarios. Las huelgas

30
aumentaron, los sindicatos protestaron airadamente ante el deterioro de la capacidad
adquisitiva de los salarios y el ruido de sables se hizo cotidiano.

En 1960 una bocanada de aire fresco vino del exterior, al aumentar los
ingresos procedentes de las exportaciones y llegar nuevas inversiones. A fin de
conseguir la paz social el gobierno subió los salarios con el consiguiente rebrote de la
inflación. Debido a que el gasto público no se apoyó en una política fiscal correcta, de
nuevo surgió el déficit y la necesidad perentoria de acudir a la deuda externa. La
inflación volvió a recortar la capacidad adquisitiva de los asalariados y el mercado
interno se contrajo. El presidente, rodeado de fieles, administraba el país en los
momentos de auge económico como si fuera su hacienda. El problema fue que
cuando no era capaz de bombear beneficios y favores entre sus amigos, las clientelas
dejaban de actuar correctamente generándose tensiones.

Cuando en 1962 el crecimiento económico mostró de nuevo signos negativos,


se hizo evidente que había que actuar drásticamente, puesto que el equilibrio inestable
de todas las piezas puso en peligro una vez más al país. La excelente cosecha de
trigo de aquel año hizo que milagrosamente la crisis se pudiera sortear mejor.

Los militares sin dictadura (1962-1963).

En las elecciones de 1962 regresaron las posiciones peronistas. Los


ciudadanos necesitaban que retornaran las políticas asistencialistas debido al fuerte
deterioro sufrido en los últimos años en sus salarios, pero no había mucho margen
para aumentar el gasto público sin incurrir en un aumento del déficit y de la inflación.

Los militares interpretaron el triunfo del peronismo como una amenaza e


impusieron a José María Guido (presidente del Senado) como presidente de la
República (1962-1963). Su política económica permitió reducir las inversiones, al
imponer el orden por las armas. De nuevo se comprobó que el orden interno se
alcanzaba o bien con políticas populistas inflacionistas o bien con la acción de los
militares, poniendo en evidencia la debilidad del funcionamiento de las instituciones.
Los militares se peleaban por el poder; los partidos no transmitían confianza; las
alianzas por debajo de la mesa eran habituales; y las reglas informales siguieron
siendo más importantes que las formales.

El regreso del constitucionalismo (1963-1966).

En 1963 Arturo Illía fue elegido presidente. Su figura representó el respeto a la


Constitución, pero no por ello debe entenderse que se fortaleció el Estado de Derecho.
La participación directa de los militares en el gobierno se dio coyunturalmente por
zanjada; mientras el PIB volvió a crecer a partir de 1964-1965 de la mano una vez más
de la expansión de las exportaciones. El presidente trató de realizar cambios en la
estructura fiscal para reducir el déficit público sin caer de nuevo en los empréstitos
externos, pero sus planteamientos fueron rechazados frontalmente. La mayoría de los
políticos no estaban dispuestos a que se le robara su papel de distribuidores de
beneficios y favores, y los ciudadanos no querían tampoco que se les redujera su
privilegio de haber sido exonerados parcialmente del pago de impuestos.

Vuelta de los militares (1966-1973).

En 1966 los militares decidieron levantarse en armas y dar la espalda al orden


constitucional, pero esta vez lo hicieron con el apoyo de Estados Unidos al
interpretarse que el comunismo amenazaba seriamente al continente. Juan Carlos

31
Onganía fue designado por la Junta Militar presidente con plenos poderes. A partir de
1966 el valor de las exportaciones fue superior al de las importaciones y la inversión
extranjera aumentó. Como consecuencia, el PIB volvió a presentar tasas de
crecimiento positivas.

Se impulsaron los sentimientos nacionalistas y patrióticos a fin de tratar de


alcanzar la cohesión interna en la ciudadanía. El régimen explicó que primero se
concentraría en arreglar la economía, para después tratar de mitigar las fuertes
disparidades sociales, y poder finalmente dar paso al juego político de los partidos.

En 1969 el régimen militar cosechó enemistades en casi todos los sectores


populares. Los sindicatos convocaban huelgas casi semanalmente y las tropas
sofocaban a sangre y fuego las protestas. El clima de enrarecimiento social aumentó.
La incertidumbre política hizo que las inversiones extranjeras disminuyeran. La deuda
se elevó, los precios subieron, las reservas se redujeron y el ritmo de crecimiento se
ralentizó. Juan Carlos Onganía respondió con una vuelta de tuerca en la represión. El
resultado fue una ampliación inusitada de las guerrillas urbanas (Ejército
Revolucionaria del Pueblo, Montoneros).

La Junta Militar decidió sustituir a Onganía por el general Roberto Marcelo


Levingston (1970-1971) con la misión explícita de diseñar un gobierno fuerte capaz de
volver a imponer el orden. La economía siguió desinflándose, la inflación aumentando,
la capacidad adquisitiva disminuyendo y el malestar social enquistándose.

En marzo de 1971, la Junta Militar destituyó a Levingston y nombró a Alejandro


Lanusse (1971-1973) para tratar de poner orden. Las huelgas y la guerrilla habían
contaminado todo el espectro político y la violencia había alcanzado todos los rincones
del país. Los precios siguieron subiendo, los problemas sociales aumentando, y las
disparidades sociales agrandándose. Dado que una nueva vuelta de tuerca autoritaria
fracasaba y los problemas sociales se multiplicaban, se optó por confiar en que la
acción de los partidos políticos y las instituciones democráticas volvieran a canalizar
las demandas de la sociedad. Como había que apaciguar los ánimos de militares y
civiles, los primeros aceptaron como mal menor el regreso del peronismo.

El fugaz regreso del peronismo (1973-1976).

Tras las tensiones creadas con los gobiernos militares del período anterior, una
gran parte de la población argentina apostó por el regreso de Perón (exiliado en
España). Perón volvió fugazmente a Argentina (noviembre de 1972), regresó a España
y designó a Héctor Cámpora como su candidato para competir en las elecciones. Las
urnas dieron como vencedor a Cámpora con un amplio margen (49% de los votos),
pero cuando no llevaba más que 49 días en el poder fue forzado a dimitir y a convocar
de nuevo elecciones. En aquéllas salió electo Perón (con un 62% de los votos) y su
mujer como vicepresidenta. No obstante, de nuevo la sangre apareció cuando menos
se esperaba. Al aterrizar en Buenos Aires el avión que transportaba al presidente se
desató una batalla campal entre peronistas y antiperonistas con un saldo de decenas
de muertos y heridos. El Ejército Revolucionario del Pueblo seguía actuando y la
actividad de los Montoneros se había reducido.

Nada más recuperar el mando de Argentina, Perón puso en práctica una


política de descompresión de las tensiones sociales. Las expectativas del regreso del
general dieron paso a un período de crecimiento económico. La inflación se controló
por medio del pacto establecido con los sindicatos de congelar coyunturalmente los
salarios. El problema estalló cuando se produjo un descenso en las exportaciones. La

32
decisión de la Comunidad Económica Europea (CEU) de cancelar las compras de
carne argentina representó un duro golpe. Fue la antesala de la historia de una
profunda crisis. A mediados de 1974 Perón murió y ocupó la presidencia su viuda,
María Estela Martínez de Perón. La viuda se encontró, tras los funerales de su marido,
que los montoneros habían regresado a la actividad guerrillera, que había aparecido
otro grupo nuevo violento (la Triple A, de ultraderecha) y que la economía se
desinflaba. Los precios subieron un 182% en 1975 y un 444% en 1976; la deuda
externa creció un 59%; las exportaciones se desplomaron. Los problemas sociales no
pudieron ser frenados, puesto que el desempleo siguió subiendo. La crisis
internacional del petróleo de 1973-1975 representó la puntilla. Una vez más, la
amenaza de un golpe militar que garantizara el orden interno comenzó a sobrevolar la
Casa Rosada.

De nuevo los militares (1976-1983).

Ante la situación de paroxismo, los militares volvieron a actuar. La Junta Militar


eligió al general Jorge Videla en 1976 para la presidencia, iniciándose un período
sangriento y atroz de persecuciones, desapariciones, represión y muerte. La falta de
libertades y el autoritarismo hicieron posible que se redujeran de forma notable las
inversiones residenciales. Para apoyar a los empresarios, el gobierno militar aumentó
las inversiones no residenciales. Las exportaciones crecieron en relación con las
importaciones dejando un cierto margen de maniobra a los militares. El paro siguió
aumentando, pero el uso de las armas hizo que las huelgas disminuyeran. Los precios
dejaron de subir al ritmo de la época precedente como resultado de una política
monetaria restrictiva que limitaba la oferta, reducía el gasto público, elevaba los tipos
de interés y congelaba los salarios. La amenaza de guerra con Chile por el control del
Canal Beagle supuso un esfuerzo extra en el gasto armamentístico durante los años
1979-1981 que derivó en un aumento del déficit y de la deuda.

En 1981 el general Roberto Viola sustituyó a Videla por unos meses. Viola
intentó abrir la mano para que los partidos políticos volvieran a tener presencia
(estaban aglutinados en un frente común llamado Multipartidaria), pero sus
compañeros de armas vieron con temor esa tímida apertura. En 1981 la economía
sufrió un grave retroceso, los precios siguieron aumentando a tasas elevadas y el paro
creció. A finales de dicho año, Viola fue sustituido por el general Leopoldo Fortunato
Galtieri con la intención de cerrar la posibilidad de cualquier experimento aperturista.
Se había llegado a un punto de no retorno en el que los militares vieron la violencia
como el único camino para el mantenimiento de la paz interna. La elección de Ronald
Reagan (1981-1989) en Estados Unidos eliminó las antiguas trabas existentes con el
poderoso vecino del norte. El responsable de la economía bajo el gobierno de Viola
redujo aún más el gasto público y congeló los salarios para tratar de controlar la
inflación. Las exportaciones subieron, pero como las obligaciones del pago de la
deuda se hacían en dólares, los beneficios obtenidos por el comercio se esfumaron.
Fue en aquel momento de malestar social y graves turbulencias económicas cuando
Galtieri decidió ocupar las Islas Malvinas (2-4-1982) a fin de tratar de excitar el
patriotismo y el sentimiento de orgullo nacionalista. La jugada salió bien en los
primeros momentos, pero cuando las Islas fueron reconquistas por la marina británica,
las fuerzas armadas se dividieron como resultado de un ataque cruzado de culpas, y el
orgullo nacional fue herido de muerte.

Terminada la guerra, Galtieri se tuvo que enfrentar a la maltrecha economía


con el agravante de tener que pagar el suplemento por los gastos militares. Ante este
escenario, se decidió suspender los pagos de la deuda externa, y se prorrogó la deuda
interna durante cinco años con tasas de interés bajas determinadas por el Banco

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Central con el fin de reactivar la economía. No obstante, la deuda externa siguió
aumentando; la fuga de capitales siguió imparable; la industria cayó a niveles de 1975.
Sólo las exportaciones siguieron creciendo como consecuencia de las devaluaciones
monetarias. La capacidad adquisitiva de los asalariados cayó un 50% con respecto a
1974-1975 y la distribución del ingreso siguió deteriorándose. La tensión social era
creciente y los militares redoblaron las medidas autoritarias.

En 1982 la tasa de crecimiento fue otra vez negativa, el parto siguió


aumentando, y el malestar social expandiéndose. El deterioro de la imagen de
Argentina creció en los ámbitos internacionales. Los militares no podían aguantar más
tiempo. Se hizo evidente que era imprescindible que las instituciones democráticas se
hicieran cargo de la situación. Sólo una política de signo neopopulista en un contexto
democrático electoral podía restablecer el orden. La ciudadanía necesitaba
tranquilidad y alimentos. Las clientelas se habían quebrado, la sociedad estaba rota,
las finanzas destruidas, la confianza destrozada. No era tiempo de soluciones
estructurales. Las elecciones no aseguraban alcanzar el cielo, pero fue el único
camino que quedaba para salir del pozo. Raúl Alfonsín (1983-1989) se tuvo que
enfrentar a la dura tarea de poner las bases para un desarrollo integral en el futuro y
capear la tempestad en el corto plazo. Logró con éxito lo segundo. Lo primero es una
tarea aún en construcción.

Brasil.

República Nova, políticas industrializadoras y multipartidismo (1946-


1964).

La historia de Brasil entre 1950 y 1980 debe explicarse partiendo de la


comprensión de las tendencias a largo plazo. Ni la abolición de la esclavitud en sus
sucesivas etapas, ni el final de la monarquía y la llegada de la Primera República
(1889-1930) trajeron cambios esenciales en su estructura social y política. La
economía siguió estando marcada durante la mayor parte del siglo XX por la sucesión
de ciclos productivos caracterizados por las oscilaciones de los precios de las materias
primas de exportación.

Cada producto de exportación tenía sus propios ritmos de producción,


imponiendo dinámicas diferentes; y todos los productos dependían de las oscilaciones
en los precios internacionales y de la competencia de la oferta mundial.

Las políticas ISI implementadas desde 1930 se tradujeron en un impulso del


sector industrial (concentrado en la región de Sao Paulo). La crisis de mediados de
siglo coincidente con la retracción de los mercados internacionales con motivo de la
Segunda Guerra Mundial favoreció esta expansión.

La llegada masiva de trabajadores inmigrantes de Europa y Asia


(especialmente de Japón) introdujo un cambio en la estructura de la mano de obra,
puesto que los recién llegados gozaron de más recursos, tenían mejor capacitación y
partían de unos niveles de politización más elevada que bastantes de los trabajadores
brasileños.

Brasil estaba conformado por numerosas islas regionales (con sus respectivos
grupos de poder local) conectadas cada una de ellas con la Federación, pero
escasamente entre sí. En este escenario, no fue casual que los partidos políticos
existentes a mediados de siglo reflejaran más los intereses de grupo de las oligarquías
regionales que los de clase a nivel nacional y que sólo existiera un partido de ámbito

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nacional (Alianza Nacional Integralista Brasileña de orientación fascista). Las políticas
centralizadoras industrializadoras durante el Estado Novo (gobiernos de Getulio
Vargas 1930-1945) y la República Nova (presidencias de Getulio Vargas y Juscelino
de Loveira Kubitschek 1946-1964) se tradujeron en una tensión entre los nuevos
actores políticos, empresariales, sindicales y partidistas de corte nacional y los
antiguos grupos de poder regionales (coroneles representantes de las antiguas
familias latifundistas).

El multipartidismo se fortaleció con la República Nova coincidiendo con el


gobierno de José Lindares (presidente interino en 1945). Aquel mismo año surgieron la
Unión Democrática Nacional (UDN, liberal constitucionalista cuyo discurso central se
basaba en su rechazo al Estado Novo liderado por la figura autoritaria-dictatorial de
Getulio Vargas), el Partido Socialista Democrático (PSD) y el Partido de los
Trabajadores Brasileños (PTB), creado a instancias del propio Getulio Vargas
momentos antes de ser depuesto por los militares a fin de tener un instrumento político
para seguir controlando las elecciones. Al año siguiente, 1946, se promulgó una nueva
Constitución que potenciaba la autonomía regional y aumentaba las libertades
individuales. El sistema de partidos de la República Nova trató de que la multiplicidad
de actores garantizara que ningún partido controlara por sí solo la acción política, pero
en la práctica se dio un doble proceso: las oligarquías locales, apoyadas en las
tradicionales relaciones clientelares, fortalecieron su poder en sus respectivos feudos,
mientras las nacientes clases medias, los obreros urbanos y los nuevos empresarios
comenzaron a operar en el escenario de las relaciones de clase gozando de la
protección que les brindaban las políticas autárquicas implementadas por la República
Nova.

En el marco de la nueva Constitución salió elegido presidente Eurico Gaspar


Dutra (1946-1951), del PSD, con el 55 % de los votos. El nuevo gobierno fomentó las
exportaciones de café para fortalecer a los exportadores del litoral y frenar la influencia
de los empresarios favorecidos por las políticas industrializadoras de la década de
1940; y paralelamente trató de reducir el descontento popular con formas poco
efectivas (ilegalizó el Partido Comunista).

En 1951 volvió a ocupar la presidencia Getulio Vargas, en esta ocasión


apoyado por la conformación de una alianza entre el PSD y el PTB. El antiguo
dictador, convertido ahora en presidente constitucional, volvió a implementar las
políticas ISI, favorecer a la naciente burguesía empresarial y proteger a los
trabajadores urbanos. Defendió a la industria, nacionalizó buena parte de las
empresas extranjeras, creó Petrobrás (empresa mixta pública y privada centrada en la
producción y exportación de petróleo) y a partir de 1953 aumentó las inversiones para
favorecer a las clientelas y expandir las infraestructuras. La inflación subió como
resultado del déficit, y la balanza comercial y de pagos se desequilibró.

Cuando el gobierno de Eisenhower dio la orden en 1953 de reducir los créditos


a Brasil, el gobierno de Getulio Vargas se tambaleó. Para hacer frente a la nueva
situación, Vargas organizó un gabinete de crisis y reforzó las medidas populistas
(incrementó un 100% el salario mínimo). Coyunturalmente controló la situación, pero al
poco tiempo la corrupción se extendió. Tras interpretarse que el gobierno estaba
involucrado en la muerte de un oficial de las fuerzas aéreas brasileñas, los militares
forzaron la renuncia de Getulio Vargas. El 24 de agosto de 1954, el presidente, ante
las presiones de unos y otros, se suicidó.

En 1956 será elegido Juscelino de Loveira Kubitschek, del PSD, con el apoyo
del Partido Socialista Brasileño (PSB). Para apaciguar a los militares multiplicó el

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gasto militar; para impulsar el desarrollo económico aumentó las inversiones; y para
crear, ordenar y centralizar la administración construyó Brasilia. El ritmo de crecimiento
económico se recuperó coyunturalmente, pero al poco tiempo se comprobó que tras
los proyectos megalómanos, quedaba una deuda externa elevada, una inflación
desbordada, unos presupuestos desequilibrados, unas clientelas descontentas y una
clase obrera en pie de guerra por el retroceso de la capacidad adquisitiva de los
salarios.

En los comicios de 1961 triunfó Janio da Silva Quadrós, del Partido de los
Trabajadores Nacional (PNT). Joao Goulart, del PTB, derrotado en los comicios, ocupó
la vicepresidencia. Quadrós trató de fortalecer su posición de dirigente del partido
ganador. En una operación política que aparentemente parecía tener controlada
presentó su dimisión al Congreso, esperando salir reforzado, pero en contra de lo
esperado el Congreso aceptó su renuncia.

Pascoal Ranieri Mazzilli, del PSD, ocupó la presidencia interinamente en 1961,


y posteriormente subió al poder Joao Goulart, del PTB, en su calidad de
vicepresidente, gozando en este caso del apoyo de los militares. Durante el gobierno
de Joao Goulart el prestigioso economista Celso Furtado elaboró un programa para
reducir el déficit público, controlar los salarios y disminuir la deuda tras comprobar que
se había tocado fondo. Las medidas fueron acertadas, cosechándose en el corto plazo
resultados satisfactorios. No obstante, las tensiones sociopolíticas no sólo no se
pararon, sino que se vigorizaron como resultado del recorte de las prebendas, la
congelación de los salarios y las tensiones entre los grupos de poder regionales y las
políticas centralizadoras-industrializadoras. Para tratar de controlar la complicada
situación social el gobierno de Joao Goulart se inclinó hacia posiciones populistas y
favoreció las políticas proteccionistas, pero la solución fue peor que la enfermedad,
puesto que los militares interpretaron que la amenaza comunista llegaba a Brasil, y los
grupos de poder del litoral conectados con la exportación de productos agrícolas
entendieron que sus intereses se lesionaban una vez más en pro de los nuevos
empresarios y los trabajadores a quienes representaba Goulart como líder del PTB. El
31 de marzo de 1964 el Ejército se alzó en armas con el apoyo de Estados Unidos y
los coroneles rurales del litoral.

Gobiernos militares, crecimiento económico y bipartidismo (1964-1985).

A los pocos meses, el Congreso designó a un militar, Humberto de Alencar


Castelo Branco, como presidente. El Ejército explicó que había tomado la decisión tras
comprobar que la experiencia multipartidista había aumentado la corrupción, originado
inestabilidad política y ocasionado decadencia económica. En la práctica se quiso
evitar además (lo cual no se explicó) que el PTB se convirtiera en la fuerza dominante.
Una vez en el cargo, lo primero que hizo Castelo Branco fue suprimir las elecciones
directas e instaurar la censura de prensa. A continuación, limitó la acción de los
partidos políticos, restringió el papel de los sindicatos y sólo para guardar las formas
mínimas constitucionales permitió que el Congreso siguiera actuando aunque con una
autoridad limitada y controlado por el Ejecutivo. Paralelamente, construyó un sistema
bipartidista nacional conformado por un partido oficial, Alianza Renovadora Nacional
(ARENA), y un partido de oposición leal, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB).
Se explicó (citando el bipartidismo estadounidense) que se tenía la intención de poner
fin a los numerosos partidos regionales por interpretar que al haber dificultado los
consensos habían retrasado la toma de las importantes decisiones políticas. A partir
de entonces, se obligó a los partidos a inscribirse en una de las dos organizaciones
políticas. El presidente fue designado por los militares y refrendado por un colegio
electoral de cargos electivos. El gobierno, tratando de controlar la inflación y mejorar el

36
desequilibrio de la balanza de pagos, organizó el mercado de valores, revisó los
reglamentos laborales, congeló los salarios y redujo las inversiones residenciales. La
economía comenzó un ciclo de recuperación hasta alcanzar la tasa de crecimiento en
1973 más alta del siglo XX.

En 1967 ocupó la presidencia, Arturo da Costa e Silva, militar adscrito al partido


oficial ARENA. El partido gubernamental recibió el 67% de los votos de las áreas
rurales de bajos ingresos, cosechando el partido de oposición, el MDB, un apoyo
electoral minoritario (entre 20 y 30%) concentrado en zonas urbanas y en especial en
la región rica e industrial del sudeste. Durante el mandato de Arturo Costa e Silva la
oposición política que no participaba en el sistema bipartidista exigió el regreso a las
formas democráticas, pero el gobierno militar respondió con una nueva vuelta de
tuerca en la represión. Para frenar una potencial extensión del comunismo se
implantó una política de control policial que acabó expandiendo los movimientos
guerrilleros urbanos ante la ausencia de espacios institucionales democráticos. Por
otro lado, los antiguos grupos de poder latifundistas del litoral perdieron fuerza frente a
los nuevos grupos emergentes protegidos por los gobiernos militares desarrollistas.

En 1969 fue designado otro militar de ARENA, Emilio Garrastazu Médici, para
ocupar la presidencia, encomendándosele la misión de endurecer la represión y
ampliar la vigilancia de la disidencia política para reducir la acción guerrillera. La
Constitución de 1967, reformada en 1969, ofreció amplios poderes al presidente y a
los militares.

En 1974 otro militar de ARENA, Ernesto Geisel Beckmann, sucedió a


Garrastazu. Cuando parecía que las FF AA iban a seguir en el poder durante años, un
cruce de circunstancias hizo que el escenario variara. En las elecciones del Congreso
(sólo fueron anuladas las elecciones a presidente), las fuerzas contrarias al régimen
que reclamaban el regreso de las formas democráticas obtuvieron más escaños de los
esperados sorprendiendo al Ejército; y la crisis del petróleo iniciada en 1973 demostró
la fragilidad de las bases del crecimiento económico.

En 1979 fue designado de nuevo otro militar de ARENA, Joao Baptista de


Oliveira Figueiredo, para dirigir el país, pero se comprobó la dificultad de mantener el
orden en una etapa de crisis económica y aumento del apoyo electoral a la oposición
(MDB). En las últimas elecciones el MDB obtuvo el respaldo del 47,9% de los votos en
las zonas urbanas del sudeste. Ante tal escenario, el nuevo gobierno se vio obligado a
ir concediendo ciertas libertades. En 1979 una amnistía general permitió el regreso de
un número elevado de exiliados políticos y la reforma de la ley de partidos terminó con
el artificial sistema bipartidista abriendo otra vez la posibilidad de participar a las
distintas fuerzas políticas (en un principio con ciertas restricciones). Seis nuevos
partidos fueron creados, por ejemplo el Partido de los Trabajadores (PT) entre cuyos
dirigentes destacó Luiz Inacio Lula da Silva. El multipartidismo regresaba con fuerza.

La crisis de la deuda de 1982 golpeó duramente al país. En 1983 la economía


mostró un crecimiento negativo; la deuda externa brasileña tuvo el dudoso honor de
ser la mayor del mundo; la inflación comenzó un ascenso imparable; y las huelgas se
expandieron. La economía se derrumbó. En este escenario no fue extraño que la
sociedad reclamara el regreso de la democracia. Lo hizo en 1985 de la mano de
Tancredo Neves y del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). El
período de los militares finalizaba.

37
Tema 6: Allende: la vía chilena al socialismo y la dictadura de Pinochet.

Extraído: América Latina, siglo XX la búsqueda de la democracia, Carlos Malamud,


páginas 124-132.

Las elecciones presidenciales de 1970 se realizaron bajo el signo de una


democracia cristiana dividida. Por un lado estaban quienes querían profundizar todavía
más en el programa de reformas, acercándose en algunos puntos a los
planteamientos izquierdistas, mientras que por el otro, el presidente Frei encabezaba a
los partidarios de presentar a su partido como la mejor forma de contención del
socialismo. Los primeros lograron imponer la candidatura de Radomiro Tomic, el líder
del ala izquierda del partido, en un momento en que se pensaba que el peligro de la
izquierda era mucho menor que en el pasado. Esto era así a tal punto que Salvador
Allende se convirtió en presidente del Senado gracias a los votos conservadores. La
derecha seguía presentándose como la mejor alternativa frente a la irresponsabilidad
de Frei, a quien desde algún sector ultraconservador se denominaría el “Kerensky
chileno”. El temor a que se repitiera la experiencia cubana estaba presente frente a las
posibilidades del crecimiento electoral de la izquierda.

En las filas de la izquierda reinaba el desconcierto. Los socialistas que habían


experimentado un fuerte crecimiento en los años de gobierno demócrata cristiano,
estaban divididos entre los partidarios de presentar nuevamente a Allende (con tres
derrotas en elecciones presidenciales a sus espaldas) y quienes desde posturas más
izquierdistas se mostraban cada vez más contrarios al reformismo prosoviético de los
comunistas y elegían la vía insurreccional, aun en contra del propio Allende. A su vez
el Partido Comunista no quería repetir la experiencia frentepopulista, y menos bajo la
hegemonía socialista. Se mostraban partidarios de un frente mucho más amplio,
encabezado por un dirigente de la izquierda demócrata cristiana que no fuera Tomic y
mientras tanto proclamaban la candidatura simbólica de Pablo Neruda.

Finalmente, y sin demasiado entusiasmo ni expectativas, se logró el acuerdo


para repetir la experiencia frentista, encabezada una vez más por Salvador Allende. La
Unidad Popular integraba esta vez no sólo a comunistas y socialistas, sino también al
Partido Radical y al MAPU, una escisión de la izquierda de la democracia cristiana.

La campaña electoral comenzó tímidamente y sólo se animó en las últimas


semanas, cuando la eventualidad del triunfo de la izquierda se convirtió en
probabilidad. Allende obtuvo el 36,2 por ciento de los votos (un porcentaje menor al de
1964) frente al 34,9 por ciento del candidato de la derecha, Jorge Alessandri y el 27,8
por ciento del demócrata cristiano Radomiro Tomic. Si bien el margen era escaso, era
suficiente como para dejar claro que se trataba de la primera mayoría y con el apoyo
de la democracia cristiana en el Congreso iniciar el tránsito de la llamada vía chilena al
socialismo. Se trataba de transformar el país en el marco de la legalidad y respetando
los límites constitucionales.

La Democracia Cristiana negoció su apoyo a votar a favor de Allende en el


parlamento a cambio de incluir en el texto constitucional el “Estatuto Constitucional de
Garantías Democráticas”, que tenía por objeto proteger las libertades de expresión,
educación y religión así como la independencia de los militares frente al poder político.

El triunfo electoral de Allende y su posterior elección en el Congreso, que


significaban en Chile abrir un proceso de transformaciones que muchos juzgaban
como revolucionarias, encontró fuertes resistencias tanto en importantes sectores de
la derecha chilena como en el gobierno de Estados Unidos. Mientras desde algunas

38
agencias de la administración norteamericana se hacían presiones para que el
Congreso no aprobara la investidura de Allende, tanto el gobierno de los Estados
Unidos como un sector radical de la derecha chilena pretendía forzar la intervención
del ejército. Para lograrlo, un grupo de extrema derecha decidió secuestrar al
comandante en jefe del ejército, el general René Schneider, un decidido partidario de
respetar la legalidad, con la intención de culpar del hecho a la extrema izquierda. La
resistencia del militar a su secuestro le costó la vida, desbaratando el plan
desestabilizador. De momento triunfaba el sector legalista del ejército, pero
comenzaba a divisarse un horizonte cargado de conflictos.

El Gobierno de la Unidad Popular.

Pese a lo que podía esperarse del tono en que se había desarrollado la


campaña electoral, la primera etapa del gobierno de Allende no encontró una fuerte
oposición debido, fundamentalmente, a la favorable coyuntura económica que se
atravesaba. La política económica consiguió algunos logros iniciales, como la
reactivación de la demanda gracias a una más eficiente redistribución de los ingresos.
Una vez superada el pánico inicial frente al nuevo gobierno socialista, la actividad
económica se intensificó y la industria comenzó a producir a pleno rendimiento. Una
de las consecuencias de la política económica seguida fue la reducción de la inflación
con respecto al último año del gobierno anterior.

La nacionalización de la minería del cobre fue aprobada en el Congreso por


una mayoría abrumadora. Por otra parte, si bien el Congreso decidió no ampliar la
reforma de reforma agraria de la democracia cristiana, el gobierno apostó por su
intensificación, en un movimiento que no encontró demasiados rechazos iniciales.
Todo esto repercutió en los resultados electorales de la Unidad Popular, que en las
municipales de abril de 1971 superó el 50 por ciento de los votos.

Muy pronto, sin embargo, aparecieron los primeros nubarrones. El precio del
cobre comenzó a bajar en el mercado internacional. Por otro lado, los empresarios no
reinvertían sus ganancias pese a la reactivación industrial que se estaba produciendo.
La perspectiva de ser expropiados cuando Chile se convirtiera en un país socialista no
sólo resultaba poco halagüeña, sino que también creaba un clima de incertidumbre, de
ahí que muchos decidieran sacar sus ganancias del país. Por otra parte, la
realineación internacional de Chile, de la cual la prolongada visita de Fidel Castro al
país fue sólo un ejemplo, supuso un duro enfrentamiento con los Estados Unidos, que
reaccionaron airadamente frente a la nacionalización del cobre.

La respuesta norteamericana fue el bloqueo comercial y financiero a Chile,


pero esta vez, a diferencia de lo que había ocurrido con Cuba en los 60, no pudo
convencer a los países europeos de secundar su actitud. Sin embargo, estos países
tampoco se desvivieron por cubrir el hueco dejado por los norteamericanos. Quiénes si
acudieron en auxilio de Chile fueron los países de la Europa del Este y Cuba, que
permitieron al menos durante un año no faltaran los alimentos y los artículos de
primera necesidad. Pero a principios de 1973 la situación económica de los países
comunistas se complicó, lo que redujo sensiblemente el nivel de ayudas.

Las dificultades económicas avivaron la conflictividad política y social. La


reforma agraria y las ocupaciones espontáneas de fundos permitieron reforzar la
presencia de la izquierda en el campo, pero desde el punto de vista de la producción
agraria los efectos fueron bastante catastróficos y condujeron al desabastecimiento.
Los mejores precios que se pagaban en el mercado negro, en comparación con los
que debían recibir del gobierno, atrajeron a los agricultores, que dejaron de concurrir a

39
los circuitos oficiales. El rebrote inflacionario había ido minando el sistema de precios
oficiales y en su lugar se impuso un mercado paralelo controlado por camioneros
independientes, que si bien comenzó traficando con productos agrarios muy
rápidamente se amplió de forma considerable.

En la primavera de 1972, con la perspectiva de una mala cosecha y en medio


de una oleada de huelgas instrumentadas por los sectores medios, pero también de
otras de los grupos más desfavorecidos, el gobierno decidió nacionalizar el transporte
por carretera. Los camioneros se lanzaron a una huelga feroz, que los convertiría
rápidamente en la punta de lanza de la oposición más radical. El gobierno no pudo
derrotar al movimiento huelguístico ni convencer al ejército para que se involucrara en
la represión. Las abundantes ayudas que llegaban desde los Estados Unidos
permitieron a los huelguistas resistir en buenas condiciones, sin temor a tener que
claudicar frente al gobierno.

Desde la izquierda, la respuesta al desabastecimiento creciente y el auge del


mercado negro fue la organización de controles populares en los almacenes y tiendas.
En las fábricas también aumentó la conflictividad y frente a esto la respuesta
gubernamental consistía en colocar a las fábricas bajo la administración del Estado,
recurriendo a una legislación de la década del 30, que desde entonces prácticamente
no se había utilizado. En la práctica, estos hechos conducían a la radicalización del
gobierno de la Unidad Popular y de sus seguidores. El enfrentamiento con los sectores
medios se incrementó y la democracia cristiana tuvo que abandonar cualquier postura
neutral para asumir una oposición mucho más militante. Sin embargo, era el Partido
Nacional el que estaba cosechando los mejores frutos ante esta situación.

La polarización social estaba servida cuando se entró en la llamada crisis de


octubre. Por un lado el gobierno respaldado por los trabajadores y campesinos, junto
con los restantes sectores marginales, mientras que la oposición aglutinaba a los
sectores medios y a los grupos de mayores recursos.

La coalición gobernante tenía serias discrepancias sobre el camino a seguir. La


izquierda socialista pensaba que había que profundizar en la revolución y para ello se
servía de los cordones populares, organizaciones territoriales de base surgidas
durante la crisis de octubre, que no respondían a los sindicatos de inspiración
comunista. Los comunistas por su parte eran partidarios de frenar el avance del
socialismo y preferían consolidar lo alcanzado ampliando la alianza hacia la derecha y
saneando la economía. Pero cuando estas metas se vieron inalcanzables, la acción de
gobierno se centró en responder a las reivindicaciones más urgentes de sus bases. A
medida que las dificultades económicas aumentaban, éstas se volcaban o bien hacia
la derecha o bien hacia la extrema izquierda, que tenía al Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR), un movimiento guevarista que había hecho una pausa en la
práctica de la lucha armada, como su principal punto de referencia.

El diagnóstico de la extrema izquierda era que la crisis de octubre había


conducido a Chile a una etapa prerrevolucionaria, que podría permitir la conquista del
poder por las fuerzas populares. Pero el gobierno estimaba que ese momento no
había llegado y que ese combate no debería librarse todavía y por lo tanto incorporó
militares al gabinete como el mejor camino para salir de la crisis. De este modo se
reforzaba la autoridad del Estado y se postergaba la resolución del conflicto a los
resultados de la elección parlamentaria de marzo de 1973. Estos no fueron tan
desastrosos para el gobierno como lo había pensado la oposición (inclusive muchos
partidarios del gobierno eran de la misma opinión). Si bien no se logró la mayoría

40
alcanzada en el 71, se obtuvieron un 43 por ciento de los votos, una cifra mayor de la
que en 1970 había permitido la victoria de Allende.

Se llegaba así a una situación de empate entre las fuerzas políticas que
dejaban las cosas como estaban. Allende intentó un acuerdo con la democracia
cristiana y también un plebiscito sobre la reforma constitucional. Ante este último
señalaba que en caso de no ser aprobada la reforma, dimitiría. Por su lado, las
reacciones de la oposición se tornaron cada vez más virulentas. El uso continuado del
juicio político en el Congreso obligaba a frecuentes relevos ministeriales, solucionados
generalmente por la vía del cambio de carteras entre los ministros. Las huelgas de
profesionales y camioneros recrudecían. La extrema derecha ya empleaba el sabotaje
y el terrorismo de forma indiscriminada. Entre los militares aumentaba el descontento,
a tal punto que la presión de sus compañeros de armas obligó a renunciar al legalista
general Prats, de sus cargos de ministro y comandante en jefe. En su lugar se designó
al general Augusto Pinochet, que dos semanas más tarde lideraría el golpe militar que
pondría fin al experimento chileno.

El pinochetismo.

El golpe militar del 11 de septiembre, que supuso el bombardeo del Palacio de


la Moneda, el suicidio de Salvador Allende y la ruptura del orden constitucional en
Chile, fue seguido de una represión salvaje y en muchas ocasiones indiscriminada que
abrió las puertas a una dictadura militar de características inéditas en la historia
chilena. El Estado Nacional se convirtió en el signo de arrestos masivos,
acompañados en ciertos casos de fusilamientos o simples desapariciones. La iglesia
católica, impulsada por el arzobispo de Santiago, creó la Vicaría de la Solidaridad con
el fin de proteger al pueblo de los excesos represivos y denunciar la sistemática
violación de los derechos humanos.

En Chile, y también en el extranjero, eran muchos los que pensaban que los
militares convocarían rápidamente a las urnas y restablecerían la legalidad
constitucional, de acuerdo a lo ocurrido en el pasado con otras intervenciones
militares. Entre ellos estaban los principales dirigentes de la Democracia Cristiana, que
en su momento habían apoyado la desestabilización del gobierno de Allende. Sin
embargo, la desmedida ambición de Pinochet, y también de las fuerzas armadas como
corporación, estimuladas por el avance de otros gobiernos militares en América del
Sur, dieron un resultado totalmente distinto.

La experiencia dictatorial, marcada por la excesiva personalización del régimen


y una baja preocupación por el institucionalismo, terminó con las elecciones del 14 de
diciembre de 1989 que permitieron el triunfo de Patricio Aylwin y el fin del régimen
pinochetista. La dominación de Pinochet sobras las Fuerzas Armadas y sobre el
aparato de gobierno se basó en su poder personal. Este emergía del principio de la
unidad de mando sobre la oficialidad de los cuatro ejércitos. Los servicios de
inteligencia, tanto la DINA como el Centro Nacional de Información (CNI), creado en
agosto de 1977, de gran efectividad represiva, fueron más la extensión del poder
personal de Pinochet que aparatos de protección del Estado.

En el exterior, el exilio comenzó a hacer públicos los atropellos a los derechos


humanos cometidos desde el gobierno y muy pronto logró sensibilizar a la opinión
pública de Europa y los Estados Unidos. La respuesta del régimen pinochetista fue
muy burda, intentando llevar el terrorismo al extranjero. Así se explican los atentados
que eliminaron al general Prats, en Buenos Aires o a Orlando Letelier, en Washington,

41
en 1976, lo que enfrió bastante las relaciones con los Estados Unidos, especialmente
bajo el gobierno de Carter.

El creciente aislamiento internacional, en 1976 se abandonó el Pacto Andino,


fue utilizado por Pinochet como una eficaz arma política para consolidar su posición
dentro del régimen. Después de la promulgación de varias Actas Constitucionales, en
1980 se sancionó una nueva constitución, de corte claramente autoritario, que fue
aprobada por mayoría popular en un plebiscito, un 67 por ciento de votos favorables
frente a un 30 por ciento de votos negativos. De acuerdo con el nuevo texto, el
presidente ocupaba un lugar preeminente con escasos controles y las Fuerzas
Armadas tenían reservado un papel tutelar sobre el régimen de carácter realmente
excepcional. La Constitución mantenía a Pinochet en el gobierno hasta 1989. En ese
momento los militares propondrían un candidato a presidente que debía ser aprobado
o rechazado en otro plebiscito. En este último caso se convocaría a elecciones un año
después.

El golpe, que contó con un fuerte respaldo popular, permitió rápidamente una
cierta legitimación de Pinochet y su gobierno, que se caracterizaría por el desarrollo de
un estilo propio, que tenía en el gobierno del general Franco una de sus principales
fuentes de inspiración. Su gobierno, desde muchos puntos de vista, no es comparable
con el de otras dictaduras militares latinoamericanas de los años 70. La crispación y el
revanchismo generados por el gobierno de la Unidad Popular en importantes sectores
sociales sirvió para crear sólidas bases de apoyo al gobierno, que se observan en los
resultados de los dos plebiscitos convocados.

Otro hecho diferencial es el planteamiento de su política económica, basada en


los paradigmas del neoliberalismo y el monetarismo y en el control de la misma por los
“Chicago-boys” los discípulos de Milton Friedman. Esta política económica renunciaba
a plantear el problema de la industrialización como única vía de desarrollo y mostraba
como los sectores dirigentes chilenos se adaptaban eficazmente a los nuevos vientos
que soplaban en el mundo. La principal tarea tras el golpe era reducir la fuerte inflación
para lo cual se implementó un severo plan de ajuste, que supuso un importante recorte
de los salarios reales y provocó una recesión considerable. Estas medidas se vieron
acompañadas por la privatización de buena parte del sector que se había
nacionalizado en el último período, pero también bajo gobiernos anteriores. Un
resultado de la misma fue el de importantes cambios en la composición de la élite
económica.

Si bien hubo ensayos neoliberales en casi toda América Latina, la reducción del
Estado fue un logro casi exclusivo del gobierno chileno en la década de los setenta,
debido a la mayor firmeza y coherencia con que aplicó las medidas de política
económica que había diseñado. La economía tardaría algunos años en recuperarse,
pero gracias al aumento en las exportaciones agrícolas se pudo salir del bache.
Finalmente, y después de los numerosos ensayos del pasado, se había logrado
desarrollar una agricultura capitalista en Chile, pero con un costo social muy grande.
Miles de campesinos sin tierra emigraban a las ciudades, donde la falta de trabajo los
arrinconaba en barrios marginales, con pésimas condiciones de vida.

Parte de la expansión de esos años se logró gracias al endeudamiento con los


bancos extranjeros. La afluencia de capitales permitió un considerable aumento del
consumo en los grupos de mayores recursos y también sirvió para darle a Santiago un
aspecto totalmente distinto al del pasado. Pero en 1981 los principales bancos
acreedores se negaron a seguir refinanciando una deuda que no se pagaba y la crisis
sacudió a la economía chilena. Muchos bancos y empresas quebraron, y el gobierno,

42
en abierta contradicción con los principios del liberalismo económico que afirmaba
seguir, acudió sólo en ayuda de las empresas más importantes o que se pudieran
considerar relevantes. Como consecuencia de ello, el sistema vivió en 1983 su primera
crisis política.

La lucha por la democratización.

En 1982 y 1983 aumentaron las muestras de oposición popular al gobierno. La


alianza del ala moderada de los socialistas con la democracia cristiana convertía a la
oposición en algo civilizado a los ojos de los militares. Pinochet, muy astutamente,
decidió ampliar la tolerancia política hacia la izquierda, poniendo de relieve las
contradicciones existentes entre socialistas y comunistas, ya que estos últimos habían
dejado de oponerse a la lucha armada, como lo habían hecho tradicionalmente. En
agosto de 1983 se dieron las condiciones para que Pinochet comenzara su primera
apertura política.

En realidad, la misma Constitución aprobada en 1980 requería la preparación


de un marco político que sirviera para el funcionamiento de instituciones más o menos
democráticas. Las organizaciones políticas y los dirigentes de los partidos habían
ocupado el centro de la vida pública, gracias a la constitución de la Alianza
Democrática, integrada básicamente por la Democracia Cristiana y los principales
grupos del Partido Socialista y por el Movimiento Democrático Popular, bajo la
hegemonía del Partido Comunista. Por su parte, el gobierno debía dedicar parte de su
esfuerzo a controlar el proceso político iniciado, para evitar que se les fuera de las
manos. El ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpe, fue el encargado de diseñar la
estrategia gubernamental y de manejar el diálogo con los políticos.

La Alianza Democrática partía del supuesto de que la movilización pacífica de


los chilenos iba a obligar al régimen de Pinochet a negociar la transición hacia un
sistema democrático. Pero la intransigencia del dictador, y el agotamiento de las
protestas pacíficas (caceroladas, marchas, etc.) favorecieron al Movimiento
Democrático Popular, que se mostraba partidario de la radicalización de la lucha
antidictatorial. La estrategia debía ser doble. Por un lado, la unidad política de todas
las fuerzas que se oponían a Pinochet, y por el otro, la insurrección popular. Para
lograr esta última debían crearse las condiciones adecuadas, de ahí el apoyo dado al
Frente Patriótico Manuel Rodríguez, un grupo guerrillero muy cercano al Partido
Comunista. Fue esta apuesta por la lucha armada la que condujo a los comunistas a
un mayor aislamiento con respecto a las restantes fuerzas políticas.

Los partidos integrados en la Alianza Democrática así como el Partido Nacional


y el Partido de la Unidad Nacional, dos partidos de derecha no vinculados
directamente con la dictadura, firmaron en agosto de 1985 el Acuerdo Nacional. Se
trataba de un pacto que buscaba el consenso político necesario para impulsar algunas
reformas constitucionales que permitieran la existencia de reglas del juego más
adecuadas para la participación política. De este modo se apostaba por realizar la
transición de acuerdo con la legislación desarrollada por el régimen. Este punto de
vista agudizó las diferencias entre la Alianza Democrática y los comunistas, que se
negaban a cualquier transacción con la dictadura.

En 1988, Pinochet decidió convocar a un plebiscito, en cumplimiento con lo


estipulado en la Constitución de 1980, para que el pueblo aceptara o rechazara su
candidatura para un mandato presidencial de ocho años de duración. La oposición
logró el mayor acuerdo alcanzado en toda la lucha contra la dictadura, cuando
dieciséis partidos constituyeron el “Comando del No” en febrero de 1988. Pese a las

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enormes trabas existentes para que el “Comando del No” llegara a la población con su
mensaje, especialmente a través de la televisión, la candidatura de Pinochet fue
rechazada por el 54,7 por ciento de los votantes, lo que obligaba, de acuerdo con la
legislación vigente a convocar a nuevas elecciones.

Tras la derrota electoral del pinochetismo, se produjo una intensa negociación


entre la Concertación Democrática, formada por la mayoría de las fuerzas que habían
integrado el “Comando del No”, Renovación Nacional, un partido de derecha
encabezado por Onofre Jarpe y distanciado del régimen, y el gobierno. Se llegó a un
importante acuerdo para reformar la Constitución, que alcanzó el 85 por ciento de los
votos en el plebiscito realizado para refrendarla. El siguiente escollo que se superó fue
la posibilidad de que Pinochet se presentara como candidato a las elecciones. Pero
ante la certidumbre de una derrota decidió no presentarse. Las elecciones
presidenciales convocadas para suceder a Pinochet fueron ganadas por el candidato
de la Concertación Democrática, el demócrata cristiano Patricio Aylwin, que se impuso
a Hernán Büchi, el candidato de la oficialista Unión Democrática Independiente.
Comenzaba una nueva época para la democracia chilena.

Extraído: Auge y caída de la autarquía, Pedro Pérez Herrero, páginas 227-234.

En las elecciones de 1958 Jorge Alessandri Rodríguez (empresario exitoso e


hijo del que fuera presidente Arturo Alessandri en 1920-1924) ganó la presidencia con
el 31,6% de los votos en representación de la Alianza Liberal Conservadora (Partido
Conservador y Partido Liberal), en oposición a Salvador Allende (socialista) y a
Eduardo Frei (demócrata cristiano). Su gobierno de signo tecnócrata impulsó una
política económica ortodoxa favorecedora de los grupos empresariales. Devaluó la
moneda, abrió moderadamente los mercados a las importaciones y dio incentivos a las
exportaciones reduciendo los aranceles, permitió la entrada de inversiones extranjeras
para suplir el bajo ahorro interno, recortó el gasto público para reducir el déficit.
Defensor de la economía de mercado, redujo al máximo las injerencias del Estado. De
forma inmediata, la inflación se redujo (pasó del 75% en 1955 al 7% en 1961), la tasa
de inversión se incrementó y el ritmo de crecimiento industrial se aceleró, pero todo
ello se logró a cambio de desequilibrar la balanza de pagos, no mejorar la situación
social (el paro se elevó), ampliar la deuda externa y provocar enfrentamientos políticos
en un complicado sistema pluripartidista (la turbulencia política se materializó en
numerosas huelgas y manifestaciones en 1960).

Los partidos políticos de derecha (partidos liberal y conservador), de centro-


derecha (radicales), de centro (demócrata cristiano), y de izquierda (comunistas,
socialistas) se cruzaron mutuas acusaciones y discutieron acaloradamente. En las
elecciones intermedias (parlamentarias) de 1961, en la que se introdujo la
obligatoriedad de voto, los Partidos Conservador y Liberal fueron los grandes
derrotados. El aumento de la participación electoral y el clima de frustración explican
este comportamiento electoral. La situación se resolvió haciendo una nueva alianza
con el Partido Radical.

En 1964 accedió al poder Eduardo Frei Montalvo (1964-1970) en


representación del PDC con el 55,7% de los votos y con el apoyo explícito de los
Estados Unidos. La consigna fue impedir que ganara el socialista Salvador Allende
(obtuvo el 38,9% de los votos). Los comicios fueron transparentes y los candidatos
perdedores aceptaran democráticamente los resultados, pero las tensiones sociales y
políticas se fueron acumulando. El triunfo por mayoría absoluta del PDC le permitió
comenzar a gobernar en solitario, lo cual se tradujo en la práctica en un
desplazamiento del protagonismo de los partidos políticos pequeños dificultándose el

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espíritu de consenso característico del escenario político pluripartidista de los años
anteriores. La derecha se sintió amenazada con el gobierno de Eduardo Frei (al cual
habían votado de mala gana) cuando empezó a plantear la reforma agraria (significaba
el final de los privilegios de los latifundistas); y la izquierda se vio invadida
políticamente por el avance de las propuestas democristianas que trataban de
convertirse en una vía intermedia entre el socialismo y el capitalismo, acercándose a
las demandas de las centrales sindicales.

El nuevo gobierno promovió, siguiendo las recetas de Washington y del FMI, la


Revolución en libertad, que en esencia fue una continuación de los programas de
choque ortodoxos de Carlos Ibáñez del Campo y Jorge Alessandri. La novedad residió
en que se optó por adquirir parte de las empresas extranjeras involucradas en la
producción y exportación del cobre a fin de modernizar la planta productiva; y en que
se acometió una incipiente reforma fiscal (aumentó la recaudación mejorando la
eficiencia en el cobro de impuestos). La chilenización del cobre tuvo como misión
aumentar los ingresos del Estado, a la vez que alimentar los sentimientos
nacionalistas en un momento de tensión social. El plan estaba bien ideado y la
elevación del precio del cobre fue de gran ayuda, pero la realización estuvo llena de
problemas, puesto que por un lado el gasto público aumentó más que los ingresos
generando un rebrote inflacionario y por otro se constató que las indemnizaciones
pagadas a las empresas extranjeras consumieron buena parte de los beneficios del
cobre, aún en momentos en los que su precio subió sensiblemente en los mercados
internacionales. La tímida reforma agraria de 1967 para solucionar la baja
productividad del sector agrícola y la mala situación social de los trabajadores del
campo se tradujo en una ampliación del descontento popular. En 1969 todo indicaba
que la línea moderada no había sido capaz de provocar los beneficios sociales
esperados. El aumento de la inflación golpeó a todos. Los latifundistas vieron el vaso
medio vacío; las clases populares lo contemplaron medio lleno; las clases medias en
expansión permanecieron expectantes; los militares se quejaron en 1969 por caída
continua de la capacidad adquisitiva de sus salarios congelados; y el poder Judicial se
puso en huelga por parecidos motivos. Con la subsiguiente polarización de las
posiciones políticas, el PS fue ganando el apoyo de múltiples sectores sociales
convirtiéndose coyunturalmente en el receptáculo del voto útil, capaz de desplazar al
PDC.

La transición al socialismo (1970-1973).

En los comicios generales de 1970 salió electo por un reducido margen de


votos (36,2%) Salvador Allende Gossens (1970-1973) en representación del PS y con
el apoyo de la Unidad Popular (UP), seis partidos de izquierda. Resultaron derrotados
el conservador Jorge Alessandri (34,9% de los votos); y Radomiro Tomic del PDC
(27,8% de los votos). En esta ocasión, Salvador Allende (la cuarta vez que se
presentaba con 62 años de edad) obtuvo un porcentaje de votos menor que en 1964
(38,6%). La competencia electoral en el contexto de una pluralidad de partidos y el
hecho de que la Constitución no permitiera la reelección de Eduardo Frei (el Partido
Conservador presentó a un desgastado Jorge Alessandri que no fue capaz de lograr el
apoyo masivo del electorado, ni aglutinar a muchos de los votantes de centro-derecha
integrados en el PDC) posibilitó que el PS y la UP llegaran a la presidencia. Salvador
Allende fue el ganador, pero se tuvo que enfrentar a un electorado que se fue
polarizando, dificultándose el consenso y la gobernabilidad. El asesinato del general
Schneider (22 de octubre de 1970) por la ultraderecha pretendió precipitar un golpe
militar para evitar la toma de posesión de Salvador Allende, pero finalmente la
situación se calmó y el presidente electo asumió el poder el 4 de noviembre de 1970.
Comenzó la primera experiencia de transición democrática pacífica hacia el socialismo
en América Latina.
45
Nada más acceder al poder, Salvador Allende emprendió una política
favorecedora de los sectores sociales de menores ingresos y los intereses nacionales,
e impulsadora de las políticas ISI. El programa de acción que se diseñó fue
antiimperialista, antioligárquico y antimonopólico. Con Pedro Vuskovic (ministro de
economía hasta julio de 1972) se congelaron los precios y tipos de cambios; se
subieron los salarios de menor cuantía; y se procedió a la nacionalización de los
bancos y de las compañías extranjeras productoras del cobre, acero y carbón
advirtiendo de forma explícita que sus titulares no podrían acceder a programas de
indemnización como en el pasado durante el gobierno de Eduardo Frei (1954-1970).
En su primera etapa el gobierno de Salvador Allende no puede caracterizarse de
populista, puesto que fueron las instituciones, en vez de la figura carismática del líder,
las protagonistas del cambio. Se propuso sustituir los principios de acción del
capitalismo por los del socialismo. A ello se añadió que el gasto público se ejerció de
forma transparente una vez que fue revisado y aprobado en los presupuestos
generales anuales por el Congreso. Sólo durante la segunda etapa de gobierno se
adoptaron algunas medidas populistas (ampliación del gasto público y de los subsidios
en una coyuntura de reducción de ingresos) para revertir la situación de malestar
social y confrontación política.

Salvador Allende inició una reforma agraria profunda para elevar la


productividad del sector, mejorar el nivel de vida de los trabajadores del campo y
alcanzar la autosuficiencia alimentaria reduciendo en consecuencia las importaciones
de ciertos productos de la canasta básica que lesionaban la balanza de pagos;
respaldó el crecimiento industrial; creó instituciones crediticias; fomentó la aparición de
Institutos Tecnológicos; y aumentó la financiación de las Universidades para avanzar
en los proyectos I+D. Como resultado el desempleo disminuyó; la distribución del
ingreso mejoró; la inflación fue controlada el primer año de gobierno; el sector público
creció (la UP llegó a controlar en 1973 el 85% de la banca y la minería, el 70% de los
transportes y las comunicaciones y el 40% de la industria) y la estructura productiva se
modificó. El PIB creció en 1971 pero este impulso se fue desinflando en los años
siguientes. La transición pacífica al socialismo se tuvo que enfrentar a la oposición de
los grupos empresariales y los círculos de poder conectados con los partidos de la
derecha (conservador, liberal) y de centro-derecha (demócrata-cristiano) que
impulsaron movilizaciones para frenar lo que interpretaban era el comienzo de un
régimen comunista; al gobierno de Richard M. Nixon (1969-1974) que ordenó el
bloqueo crediticio contra Chile en represalia por la nacionalización de las compañías
ITT y Ford; y a los grandes propietarios y latifundistas que se opusieron a la reforma
agraria (algunos de ellos utilizaron incluso las armas) negándose a aceptar las
expropiaciones forzosas.

Las tensiones sociales crecieron y los problemas políticos se fueron ampliando


con rapidez. El gobierno de Salvador Allende, sin mayoría absoluta en un Congreso
conformado por un arco parlamentario integrado por una pluralidad de partidos con los
que se hacía difícil lograr consensos, planteó la estrategia de impulsar una enmienda
constitucional con la finalidad de crear una Asamblea Popular, en sustitución de la
Cámara de los Diputados, que facilitara la puesta en práctica del plan de reformas. No
obstante, cuando se llevó esta propuesta al Congreso, los grupos de la oposición
rechazaron la iniciativa, puesto que suponía su muerte política. La Confederación
Única de Trabajadores (CUT) no fue capaz de imponer la disciplina dentro de sus filas
(los sindicatos se opusieron a cualquier intervención del gobierno que consideraban
centralista); y la UP no pudo tampoco controlar a las poblaciones de los barrios
marginales urbanos y a los sectores de menos ingresos rurales debido a la falta de
organización partidista.

46
Conforme fueron pasando los meses la situación se fue complicando más,
puesto que los bajos precios del cobre en los mercados internacionales redujeron los
ingresos del Estado aumentando el déficit público y deteriorando la balanza de pagos.
La evasión fiscal fue un problema que no pudo ser corregido; la inflación desatada a
partir de 1972 comenzó a deteriorar la capacidad adquisitiva de los trabajadores, por lo
que las huelgas y las movilizaciones populares se hicieron habituales; y las
nacionalizaciones y la falta de confianza en el proyecto político por parte del sector
privado hizo que los capitales huyeran a regiones más seguras. La incertidumbre
respecto a los derechos de propiedad asustó a los propietarios de los medios de
producción; la gestión pública de las empresas nacionalizadas no fue precisamente
modélica; y la baja tasa de formación de capital retrasó el desarrollo de la economía.
En este contexto, se produjeron escisiones dentro de la UP. El Movimiento de la
Izquierda Revolucionaria (MIR) exigió radicalizar las medidas tratando de que el
gobierno se deslizara de las posiciones socialdemócratas pacíficas a las comunistas
defensoras de la vía revolucionaria armada. Por su parte, el ala moderada de la UP
defendió la aplicación suave de las reformas para evitar el tan temido choque de
trenes. La visita de Fidel Castro en 1971 no ayudó a apaciguar la situación.

La gota que comenzó a rebosar el vaso fueron las elecciones para la


renovación del Congreso celebradas en 1973 y la crisis internacional del petróleo de
aquel mismo año. Al salir fortalecida la UP, los grupos conservadores y democristianos
temieron un desplazamiento del gobierno hacia la izquierda con el apoyo de los
sectores más radicales. El pluripartidismo, garante de los consensos en el pasado, se
fue convirtiendo en bipartidismo dándose paso a una polarización ideológica. Los
latifundistas y empresarios habían mostrado ya su oposición; y las amplias capas
medias urbanas comenzaron a ver con temor la política de nacionalización y el posible
giro hacia posiciones comunistas (a diferencia de Cuba, Perú, Nicaragua o Bolivia, en
Chile había una importante clase media). A su vez, la capacidad de movilización de los
sindicatos se vio recortada al no poder establecer las conexiones necesarias con el
resto de sectores sociales, poniéndose de manifiesto que las relaciones de clase
todavía no eran universales y que las relaciones de poder clientelares verticales
seguían siendo fuertes. En este escenario, la revolución socialista no sólo fue vista con
temor por las capas altas de la sociedad (en especial por los militares) sino también
por las capas medias.

La dictadura de Pinochet (1973-1990).

En un clima social y político enrarecido por la fuerte dualización de las


posiciones, el 11 de septiembre de 1973 el general Augusto Pinochet dio un violento
(el cálculo sobre las cifras de muertos oscilan entre 3.000 y 30.000) golpe de estado
con el apoyo de Estados Unidos. Finalizó de forma abrupta el experimento de
transición democrática pacífica al socialismo y se rompió con la tradición liberal
democrática chilena. El presidente constitucional Salvador Allende se suicidó tras el
bombardeo del Palacio de la Moneda para evitar ser asesinado o humillado por los
golpistas. La resistencia social a la llegada de los militares al poder fue reducida, pero
la represión ejercida por el dictador fue brutal. Los derechos humanos fueron
pisoteados durante años. Tras el contundente golpe militar, se conformó una Junta
Militar constituida por Augusto Pinochet, José Toribio Merino Castro, Gustavo Leigh
Guzmán y César Mendoza Durán; se disolvió el Congreso; se suspendió la
Constitución; se declararon ilegales los partidos; se controlaron los medios de
comunicación; se ocuparon las universidades; y se estableció el toque de queda a las
21 horas. El Ejército invadió las calles y ocupó las instituciones. Todo quedó bajo
control militar. El Estado de Derecho y las instituciones quedaron en suspenso. El
acatamiento al principio de jerarquía, la defensa de la disciplina y el respeto al orden
se convirtieron en los principales pilares ideológicos del régimen.
47
En 1974 Augusto Pinochet se convirtió en el jefe máximo del Estado. Sus
primeras acciones se dirigieron a desmontar los logros obtenidos durante la transición
pacífica y democrática al socialismo; y a impulsar el nuevo programa de
reconstrucción nacional en cuyo diseño participaron de forma activa los economistas
neoliberales estadounidenses (Chicago’s boys) enviados por el gobierno de Gerald
Ford (1974-1977). Se eliminaron los controles de precios, se permitió la libre entrada
de las importaciones, se liberalizó el mercado financiero, se redujo el tamaño del
sector público, se devolvieron las tierras y empresas expropiadas a sus antiguos
dueños, se privatizaron las grandes empresas públicas, se suprimieron la mayoría de
los derechos sindicales y una reforma fiscal redujo la progresividad en los impuestos
permitiendo a las rentas mayores reducir sus contribuciones. Para los tecnócratas la
lógica del mercado era la única válida para organizar la economía y la sociedad. El
mejor Estado –según sus más fieles seguidores- era el menos intervencionista. Lo
irónico fue que se defendiera esta tesis sin el menor rubor en el marco de una
dictadura en la que el general disponía de todo y de todos.

Tras la introducción de los programas económicos de choque ortodoxo se


obtuvieron algunos resultados positivos. La inflación se redujo (1974, 504,7%; 1982,
9,9%); la balanza comercial se convirtió en positiva tras la apertura comercial y la
reducción de aranceles; el PIB creció durante varios años seguidos hasta llegar a la
crisis de deuda en 1982; las inversiones extranjeras directas aumentaron; y el balance
de las cuentas públicas pasó del déficit al superávit en un solo año. Todo ello no se
hizo a coste cero, puesto que no sólo se conculcaron las libertades y derechos civiles,
políticos y sociales, sino que los salarios cayeron, el paro aumentó (del 5,7% en 1970
al 30% en 1982), importantes empresas nacionales fueron barridas por la
competencia, la productividad no se elevó todo lo que se esperaba, el sector industrial
disminuyó, la distribución del ingreso siguió empeorando, la demanda interna se
redujo, y se recortó en la distribución de beneficios sociales entre amplias capas de la
sociedad cuando comenzó a caer el precio del cobre a partir de 1975. En todo
momento el posible diálogo fue acallado brutalmente por el ruido de los sables y el
tronar de las armas. Todo aquel que se opusiera al gobierno era aplastado por la
implacable nueva policía (la temida Dirección de Inteligencia Nacional, DINA,
posteriormente convertida en Centro Nacional de Inteligencia, CNI).

A partir de 1976, la situación social y económica se complicó. El asesinato por


un coche-bomba de Orlando Letelier en Washington (antiguo embajador de Allende en
Estados Unidos) tensó las relaciones con Estados Unidos. Para combatir el clima de
disenso, Pinochet convocó en 1978 un plebiscito que con el justificante de defender la
dignidad de Chile tuvo la misión de legitimar un gobierno que no había sido elegido por
urnas. En 1980 la nueva Constitución abrió una esperanza al regreso de las formas
democráticas al establecerse que Pinochet seguiría en el cargo hasta 1990; y en 1982
la crisis de la deuda ayudó a socavar el prestigio de la dictadura basada en los buenos
resultados económicos. La coyuntura de contracción económica disparó el desempleo
(alcanzó un tercio de la PEA) y el descontento popular; las reclamaciones de la
oposición por el regreso de las formas democráticas aumentaron (Pinochet sufrió un
atentado en 1986 del cual salió ileso); y desde el exterior se fue haciendo cada día
más difícil seguir justificando un régimen dictatorial. La situación de deterioro llegó a tal
punto que partir de 1982 se optó por una política económica más pragmática alejada
de los principios neoliberales de la década de 1970; y en 1988 el propio Augusto
Pinochet optó por convocar un plebiscito en el que preguntó al pueblo chileno si
estaba de acuerdo con seguir con su gobierno dictatorial o prefería regresar a las
formas democráticas. El resultado fue ajustado. El No a la dictadura ganó con un 55%
frente al 43% de los votos que lo apoyaron, pero lo más importante fue que Augusto
Pinochet aceptó el resultado comprometiéndose a dejar el cargo en 1990, tras la
realización de las elecciones en 1989 (se le garantizó su permanencia como

48
Comandante en Jefe del Ejército hasta 1998). El funcionamiento de las instituciones
en el marco del Estado de Derecho democrático acabó triunfando sobre el
autoritarismo y la dictadura. La estrategia de la Concertación de Partidos por la
Democracia no sólo permitió el restablecimiento del pluripartidismo del pasado, sino
también el despeje del corrosivo escenario de polarización que había dado origen al
peligroso enfrentamiento de Chile en dos mitades.

Tema 7: Las excepciones democráticas: Colombia, Costa Rica, México y


Venezuela.

Colombia.

1º largo periodo liberal.

De relativa paz, de casi continuo crecimiento económico 1930-1946.

2º en 1946 llegan los conservadores al poder.

Con el gobierno de Mariano Ospina Pérez 1946-1950. Se produjeron tensiones


sociales que subieron de tal manera que acabo en el famoso Bogotazo del 9 de abril
de 1948. Producido por el asesinato del líder radical Jorge Eliezer Gaitán, que produjo
multitud de disturbios.

Coincidiendo con los periodos de gobierno de Laureano Gómez (1949-1951),


de ideas próximas al fascismo y de Gilberto Alzate Avendaño (1951) se endureció la
represión, 200.000 muertes a manos del ejército. La economía no acabó de despegar
y las tensiones sociales se acumularon. Fue entonces cuando los militares decidieron
ocupar la presidencia.

3º Gobiernos militares.

Trataron de enderezar el rumbo de Colombia a través del orden impuesto por


las armas. Roberto Urdaneta 1951-1953, Laureano Gómez Castro 1953-1957,
Gustavo Rojas Pinilla 1953-1957, y Gabriel París 1957,-1958, gobernaron con mano
firme, pero sin cosechar resultados positivos sociales, políticos ni económicos. El
fracaso militar determinó a un nuevo modelo.

4º El Frente Nacional (1953-1978,1982).

Se trata de un nuevo marco de convivencia política, que se sometió a


referéndum en diciembre de 1957. Por él, los dos grandes grupos políticos, liberales y
conservadores, decidieron establecer la paz por medio de la negociación en el que se
repartían los puestos de gobierno. La iglesia y el ejército apoyaron el espíritu del frente
Nacional. Los puestos del ejecutivo central, el congreso, la judicatura, los gobiernos
regionales y municipales se repartirían al 50% entre conservadores y liberales. El
poder del ejecutivo rotaría. Se prohibió la reelección para garantizar la alternancia. Las
leyes necesitarían al menos 2/3 de los votos de la cámara. Se otorgó derechos
electorales a las mujeres.

Características del Frente Nacional: este garantizó la convivencia pacífica entre


conservadores y liberales, pero generó importantísimas disfunciones. El electorado
perdió la posibilidad de elegir a su candidato favorito o de castigar con su voto la mala
gestión en el gobierno. Las fuerzas políticas minoritarias de oposición quedaron

49
relegadas. Las elecciones eran un mecanismo ficticio por lo que la población las vio
como un arreglo entre iguales, lo que hizo que aumentará la abstención y que
aumentarán los canales clientelares, por otro lado, aumentó la violencia de baja
intensidad. Las elecciones, los sindicatos y los partidos dejaron de suponer un
mecanismo de participación, por lo que las huelgas y las invasiones de tierra fueron
los únicos mecanismos de presión que les quedaba a la población para conservar sus
privilegios o conseguir nuevos favores. La oposición restringió su participación y los
restantes grupos políticos tenían que presentar a sus candidatos como liberales o
conservadores. Importantes grupos de poder quedaron fuera de este juego político,
tanto a la derecha Como a la izquierda. La extrema izquierda y la extrema derecha
optaron por la acción violenta y los grupos políticos liberales que no aceptaron la
lógica del Frente Nacional se vieron obligados a pasar a la ilegalidad, creando el
movimiento de recuperación liberal, que al poco, tomó el nombre de movimiento
revolucionario liberal (MRL). La única ventaja es que frenó las asonadas militares.

El Frente Nacional también fortaleció el sistema clientelar, es decir, las


relaciones personales, en vez de institucionales. Por ello vigorizó la descentralización,
el gobierno central no controlo a los grupos de poder regional. Como consecuencia se
extendió la guerrilla, se amplió la corrupción, se deterioró de los principios básicos del
Estado de derecho y corrompió la justicia (la ley comenzó a negociarse en vez de
aplicarse).

Economía colombiana durante el Frente Nacional.

Entre 1951-1982 Colombia tuvo un crecimiento económico sostenido, sin


aplicar políticas populistas (el tipo de cambio se mantuvo sin ser utilizado con fines
redistributivos, no se incurrió en elevados déficits presupuestarios y no se subieron
artificialmente los salarios). La exportación del café generó economías de escala y
ciertos eslabones internos; la industria del café fue controlada por la Federación
Nacional de cafeteros colombianos, quedando al margen la inversión extranjera.

El Frente Nacional permitió la realización de un recorte sustanciar en las


inversiones residenciales, posibilitando una expansión de las no residenciales debido a
que se garantizó un orden mínimo.

Alberto Lleras Camargo 1958-1962.

Con él se estrenó el frente Nacional. Se enfrentó al reto de tener que crear


puestos de trabajo para una población en expansión. Controlar las demandas de
servicios públicos generados por las migraciones internas hacia la región de los
Llanos, la Amazonia y la Costa Caribe (El crecimiento urbano fue muy grande, Bogotá
paso en 20 años de concentrar el 5,4% de la población a en 1950 el 14% de la
población). Respecto la productividad agraria, su reforma fue apoyada por el Instituto
Colombiano de Reforma Agraria, INCORA, Y los fondos de la alianza para el Progreso
y el Banco Mundial. Otro de sus programas fue la pacificación del campo con el
programa Acción Comunal. Pero la reforma no estuvo bien diseñada y fue insuficiente,
el 60% la producción era de alimentos básicos. Durante la década de 1950 la
productividad no mejoró.

Gobiernos sucesivos del Frente Nacional.

Pocas diferencias encontramos entre los gobiernos liberales y conservadores,


impulsaron políticas semejantes a otros países latinoamericanos, pero los resultados
no fueron halagüeños. El PIB creció de forma continua a tasas aceptables. La balanza

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comercial fue favorable hasta la crisis del petróleo de 1973; los precios no se vieron
sometidos a procesos inflacionarios violentos, la deuda externa no fue elevada, el
analfabetismo se redujo, la población estudiantil se multiplicó por cinco, el déficit
público no se disparó. Como datos negativos debemos citar que el sector industrial no
tuvo el desarrollo esperable, el comercio exterior, fundamentalmente café, si ocupando
lugar predominante en el PIB 11% lo que ocasionaba una gran dependencia de los
mercados internacionales. La recaudación aduanera era una tercera parte de los
ingresos del Estado. La llegada de capital exterior no fue suficiente para crear mayores
puestos de trabajo. El nivel de vida no mejoró mucho, se mantuvo en la media del
conjunto del país este América latina.

La alternancia entre conservadores y liberales. 1962-1982.

El gobierno conservador de Guillermo León Valencia 1962-1966.

Mantuvo la misma política económica que su predecesor, respetando los


principios del frente Nacional. Su predecesor tuvo la suerte de contar con un descenso
de la natalidad y la intensificación de la emigración que le ayudaron a reducir alguno
de los problemas del gobierno de Alberto Lleras, sin embargo, a Guillermo León, le
aumentó la infracción, lo que produjo mucha intranquilidad en los sectores con menos
recursos. Esto provocó que aplicara una política represiva para lograr mantener el
orden. La Alianza Nacional Popular (ANAPO) captó a los liberales y conservadores
desencantados del frente Nacional, lo que le permitió mantener apoyos locales en
connivencia con sectores marginales. A todo esto, hay que añadir las guerrillas rurales
y las protestas estudiantiles urbanas que se expandieron ante la falta de mecanismos
de participación política.

El gobierno liberal de Carlos Lleras Restrepo (primo de Alberto Lleras


Camargo) 1966-1970.

La política económica fue continuista. Se sigue apostando por las políticas


industrialización por sustitución de importaciones (ISI) y la continuación de la reforma
agraria, se elevaron las inversiones residenciales para favorecer a los actores con
menos recursos. Se apoyaron proyectos de integración regional, se incorporaron al
Pacto Andino para ampliar los mercados. Los grandes hacendados se opusieron a la
reforma agraria por temer que iba a provocar un levantamiento campesino. Se realizó
una reforma de la Constitución en 1968. En las que se cambiaron las reglas políticas
para con la configuración de los grupos de poder. El espíritu del frente Nacional se fue
desmontando tras comprobar que había ocasionado tensiones y que no había
ayudado realmente solucionar los problemas estructurales.

El gobierno conservador de Misael Pastrana Borrero (1970-1974).

Ganó por tan sólo 41.000 votos sobre su competidor, por lo que fue acusado de
fraude electoral. Vinculado a los intereses de Estados Unidos y a los grandes
terratenientes, dio marcha atrás a las reformas agrarias, sustituyéndolas con la
revolución verde, es decir la concesión de préstamos a bajo interés a pequeños y
medianos agricultores. Favoreció la emigración campo ciudad para captar mano de
obra barata para las industrias, la construcción tuvo un fuerte impulso, pero se
ampliaron los problemas urbanos ante la falta en unos casos o el deterioro en otros de
los servicios públicos (la sanidad, educación, agua, luz, limpieza, etc.).

Las políticas conservadoras hicieron que los grupos de ingresos más reducidos
actuarán. Los campesinos se sublevaron y los grupos guerrilleros de izquierdas se

51
expandieron, los escuadrones de la muerte de la derecha comenzaron a actuar
impunemente incluso algunos agricultores crearon sus propias milicias para
defenderse de las agresiones guerrilleras de uno y otro signo. La violencia comenzó a
ser habitual. Las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia FARC, lideradas por
Manuel Marulanda de orientación comunista prosoviética, El Ejército Popular de
Liberación (ELN) procastrista. Y el movimiento 19 de abril (M19) surgió como arma de
la ANAPO, pero al poco fue repudiada por esta y se convirtió en otro movimiento
armado violento. Estos grupos se expandieron por las zonas rurales y crearon zonas
de influencia regionales, como si fuesen feudos o señoríos medievales. En las
fronteras entre uno y otros, el conflicto se hizo permanente. En cada región la ley la
marcaba su respectivo señor. Las ciudades tampoco quedaron exentas de
confrontación por los enfrentamientos entre estudiantes y militares. La muerte de
decenas de individuos pasó a ser algo habitual. Con todo ello el estado de derecho se
quebró, al perder el gobierno el monopolio legítimo de la violencia y sustituirse el
respeto a la Constitución de todos los ciudadanos, por la práctica de la audiencia de
los súbditos a las reglas de cada señorío. La política del frente Nacional se saldó con
la elevación de las tensiones locales y regionales

Gobierno liberal de Alfonso López Michelsen (1974 1978).

Identificado con la socialdemocracia. Intentó llevar a cabo una reforma fiscal


para mejorar la precaria distribución del ingreso existente, pero el congreso paralizado
dicha reforma; aumentó al máximo el gasto social, pero vigilando que no creciese el
déficit en las cuentas públicas para no generar inflación. Permitió mayor
independencia a los sindicatos. Introdujo modificaciones legales hacia un sistema de
competencia político más abierto, pero ni los legisladores ni los miembros de su
partido lo apoyaron. Sus buenas intenciones acabaron el fracaso: la violencia no se
detuvo, sino que se expandió. Hubo una situación social explosiva por el deterioro de
la capacidad adquisitiva y la precarización del empleo, el aumento de la libertad de los
sindicatos hizo aumentar la agitación urbana. Las huelgas generales paralizaron el
país poniendo trabas al desarrollo económico. La ANAPO perdió fuerza como partido
de oposición siendo capitalizados los sentimientos en contra del gobierno por
movimientos cívicos urbanos populares. El aumento de la producción de marihuana y
cocaína por la demanda internacional y la baja productividad agrícola y el paro hizo
que las crecientes necesidades de financiación de los grupos guerrilleros encontrasen
en esas actividades la manera de financiarse, deteriorando con ello la seguridad
ciudadana y la vida política.

Gobierno liberal de Julio Cesar Turbay Ayala (1978 -1982).

Ganó poniendo de manifiesto el poder electoral de su grupo, pues la


alternancia política del frente Nacional había sido suspendida. Pese a todo, la elevada
abstención del 51,9% de la población indicó que la apatía generada los votantes tras
20 años de alternancia pactada era elevada y preocupante. El gobierno de Julio César
se preocupó de mejorar la creciente inseguridad pública. Intentó reducir la autonomía
de gestión de los grupos de poder locales y de que todos los actores políticos afectar a
las reglas y procedimientos constitucionales para dirimir sus diferencias. Impulsó el
Plan de Integración Nacional (PIN) que pretendía avanzar en la descentralización.
Pero los grupos de poder regionales no aceptaron las nuevas reglas, al no haberse
resuelto el problema secular de su financiación. A su vez, el apoyo que dio el gobierno
al ejército para restablecer la paz fue interpretado por los grupos guerrilleros como una
concesión inaceptable, generándose una vigorización de la violencia. Los grupos
guerrilleros luchaban entre sí y todos a su vez contra Los escuadrones de la muerte
ocasionándose centenares de muerte. El narcotráfico expandió sus redes llegando

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contaminar altos cargos del gobierno. Se comprobó que el narcotráfico no era la causa
de los males, sino la consecuencia de la ausencia de una estructura institucional
capaz de hacer cumplir la ley. La lógica del Frente Nacional de 1958 llegó a sus más
dramáticas consecuencias.

4º A partir del 1982 desaparece el Frente Nacional.

Se suceden los partidos tradicionales más la Unión Patriótica (UP) surgida de


las FARC.

5º La constitución de 1990.

En los años 90 se produce un clima de optimismo, vinculado con el proceso de


refundación político que condujo a la Constitución de 1991. La constitución defendía el
papel del Estado en la garantía de los servicios públicos, la educación, la protección
social, la justicia y la salud, abría la puerta a las privatizaciones al admitir la
participación del sector privado nacional o internacional mediante concesiones o
conciertos.

Costa Rica.

Introducción: La vida política de costa rica comenzó a mediados del siglo XX


con una constitución reformada en 1948. La vida política era pacífica, tras haber
culminado la guerra civil. Contaba con numerosa obra pública, con un sistema de
partidos, instituciones y un sistema electoral que funcionaba razonablemente bien,
participación electoral elevada, la amenaza de los militares controlada, una población
mayoritariamente de origen occidental, una clase media urbana importante, una
riqueza mejor distribuida que en el resto de América, y presencia reducida
comunidades indígenas y de población de origen esclavo.

En 1948 José Figueres Ferrer fue elegido por el partido democrático social
(PDS). Se trataba de un partido de centro izquierda, pero con el apoyo del Partido
Unión Nacional (PUN), conservadores y anticomunista. Durante su mandato se creó el
Partido de Liberación Nacional (PLN), de corte socialdemócrata, se disolvió el ejército,
se realizó una tímida reforma fiscal basada en la subida de impuestos indirectos, se
nacionalizó la banca, se eliminó la ley de 1934 que discriminaba a las personas de
color y se mejoró la administración pública y se dio el voto a la mujer.

Comenzó así un periodo de alternancia política entre los dos grandes partidos
mayoritarios que duró hasta 1974, (aunque con preponderancia del PLN).

1950-1952 mandato de Otilio Ulate Blanco (PUN). Creó el Banco Central.

1953-1958 José Figueres Ferrer del PLN gana la presidencia por segunda vez
con el 65% de los votos, realizado avances notables en la gobernabilidad por tener
mayoría en el legislativo (unicameral). Aumentaron las exportaciones y los beneficios
fiscales. El orden interno se restableció tras sofocar las protestas lideradas por los
comunistas. Destituido por la oposición con el apoyo de Estados Unidos en 1958.

1958-1962 ganó Mario Echandi Jiménez del PUN.

1962-1966 Francisco Orlich Bolmarich PLN fomentó la industrialización


recibiendo financiación de la Alianza para el progreso y amplió el gasto público.

53
1966-1970 José Joaquín Trejos del PUN. Su gobierno coincidió con una caída
de los precios del café, por lo que trató reducir el gasto público para controlar el déficit.

1970-1974 volvió por tercera vez José Figueres. Del PLN. Luchó por reducir la
pobreza extrema. La crisis del petróleo de 1973 afectó significativamente a la
economía.

En 1974 se rompió la alternancia política que se daba desde 1948, al ser


elegido Daniel Oduber también del PLN. Comenzó así un período de dominio casi
absoluto del PLN, salvo los periodos en los que ganó Rodrigo Carazo (1978-1982) de
la Unión Opositora (UO) y Rafael Ángel Calderón (1990-1994) de la Unión Social
Cristiana (PUSC). Daniel Oduber trató de combatir la corrupción y en transformar el
antiguo estado intervencionista en un sistema empresario, por lo que aumentó el gasto
público y el déficit.

Economía en Costa Rica. La economía estaba prácticamente volcada hacia el


exterior y sin un desarrollo industrial importante, pero creció de 1950 1980. El PIB per
cápita mejoró hasta la crisis de la deuda de 1982. La balanza comercial pasó de ser
moderadamente con superávit en 1950 a ser deficitaria en 1980. La deuda externa fue
creciendo. Los precios en multiplicaron casi por cinco entre 1950 y 1980.

En conclusión, el sistema de partidos y el funcionamiento razonable de las


instituciones dotaron a la sociedad costarricense de ventajas comparativas con el resto
de los países de la región, pero el desequilibrio económico, la dependencia externa y
el excesivo gasto público acabaron cobrando una alta factura. no casualmente, la
crisis de 1982 fue especialmente dura costa rica.

México.

La paz y el orden fueron las características del Siglo XX. Una vez terminada la
fase de la revolución, se redactó la constitución de 1917 y se llegó al pacto político de
1929. Desde entonces los presidentes se suceden de forma regular cada seis años.
No hubo golpes de estados, ni los militares ocuparon el poder. La constitución se
respetó, la economía creció a un ritmo aceptables, las políticas de industrialización por
sustitución de importaciones (ISI) crearon un número considerable de empleos, el
déficit público pudo ser controlado durante los 60s, la infracción no se disparó y deuda
externa no se hizo insoportable, los servicios públicos ofrecidos por el gobierno se
ampliaron, los sindicatos obreros y campesinos colaboraron con el gobierno. La
calidad de vida mejoró hasta 1975.

La historia política de México entre 1950-1980 tiene diferencias significativas


con el resto de América Latina. Pero tiene su origen en el nacimiento del sistema
político basado en el partido hegemónico (1929-1946).

La revolución de 1910. La revolución rompió el proyecto de un país unitario


que había desarrollado Porfirio Díaz (1876-1910). Distintos modelos de sociedad eran
demandados por los revolucionarios Madero en el norte, quería una democracia
electoral y la alternancia política con sufragio efectivo y no reelección; Zapata,
representó a los pequeños agricultores muchos de ellos indígenas que defendían sus
demandas de tierra; Carranza respondía a los intereses de muchos de los
terratenientes del norte y reflejaba la disidencia de los grupos que se habían quedado
fuera del reparto de poder implementado por Porfirio Díaz. Obregón fue militar que
apoyó a Carranza; y Villa se convirtió en el símbolo de miles de rancheros del norte,

54
trabajadores desempleados y ganaderos que habían visto decrecer su capacidad
adquisitiva.

La solución a la revolución: Plutarco Elías Calles (1924-1928). Denominado


“jefe máximo” entre 1924 y 1934 controló el destino de México. Tras comprobar que el
poder regional no llegaba a un acuerdo, que en los obreros y campesinos estaban
inmersos en una espiral de huelgas y que los empresarios se enfrentaban entre sí,
ideó un sistema de acción global. El sistema federal emanado de la constitución de
1917 había potenciado el poder de los grupos regionales y debilitado al presidente, por
lo que, sí quería ejercer el poder, tenía que centralizar la toma de decisiones. Para ello
controló a los sindicatos, impulsó la Confederación Patronal Mexicana y creó el partido
nacional revolucionario (PNR) en 1929. La solución fue inmediata pues a los pocos
meses las huelgas amainaron, los empresarios comenzaron a presentarse como un
interlocutor único y logró reconstruir los acuerdos entre los grupos de poder regional,
con ello la revolución fracturó de forma brusca. El PNR supuso en la práctica unos
pactos en el que los distintos grupos dejaron de seguir discutiendo sus diferencias
mediante la violencia, para hacerlo mediante la política. Los gobiernos entre 1930-
1932 y 1932-1934 fueron gobernados en la sombra por Calles “El Jefe máximo”.

La llegada al poder de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Dio retoques a nuevo


sistema político. Para conseguir el apoyo de las masas repartió millones de hectáreas
y creó la Confederación de Trabajadores Mexicanos para controlar las demandas de
obreros y campesinos. Transformó en 1938 el PNR en el Partido de la Revolución
Mexicana (PRM), expulsó al propio Calles (jefe máximo) y construyó un sistema de
alianzas con eslabones regionales. La nueva estructura interna del PRM formada por
campesinos, obreros, militares y el sector popular y clase media, obligó al gobierno a
controlar cada estamento. El PRM se convirtió el juez entre los grupos de poder
regional y entre sectores. Luchó para evitar los intentos involucionistas, por ello dio
asilo a miles de republicanos españoles, desacreditando así a los que intentaban
introducir en México las creencias fascistas, apoyó la creación del Partido de Acción
Nacional (PAN) en 1939 para que la derecha moderada tuviera representación.
Cárdenas logró la autonomía financiera nacional, así consiguió ampliar hasta límites
insospechados las relaciones clientelares.

La presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-1946). Con el que el


sistema político mexicano siguió perfilándose. Calmados los ánimos de los sectores
sociales, su gobierno se esforzó en favorecer a los empresarios.

La maduración del partido hegemónico 1946 1964.

La presidencia de Miguel Alemán (1946-1952). Accede al poder con el 78%


de los votos y transformó en 1946 el PRM en el partido Revolucionario Institucional
(PRI). Le dio nuevos estatutos y nuevos mecanismos internos de gestión. Surgió con
el lema “democracia y justicia social” presentándose como heredero de la revolución
de 1910. Los militares dejaron de conformar una los sectores y se quitó a los restantes
(obreros y campesinos). El control del sistema político queda en manos del presidente
y se recortó la influencia los sindicatos. Los obreros dejaron de luchar
independientemente y pasaron a depender del Presidente del partido.

El PRI ha sido analizado durante muchos años. Tradicionalmente se ha


defendido que con la creación del PNR- PRM-PRI las instituciones se reforzaron y se
mejoraron las condiciones de los más desfavorecidos. Sin embargo, otros teóricos
Peter Smith hablan de una sociedad al con muy poca capilaridad entre los grupos de
poder económicos y los políticos. El pragmatismo político fue más importante que la

55
ideología. Ante la falta de una administración pública eficaz y profesional el PRI se
convirtió en una maquinaria de gestión eficaz de lo público, pues esto legitimaba a su
poder. Soledad Laeza, demostró que las elecciones no representaban la esencia del
sistema político, pues el candidato presidencial, era elegido por el presidente saliente y
después la maquinaria del PRI lograba los votos necesarios para legitimarlo. Las
elecciones se convertían en actos plebiscitarios. Viviane Brachet-Márquez sostenía
que para entender el sistema político mexicano el siglo XX, había que partir de la idea
de un estado débil y un gobierno fuerte. Los grupos sociales disidentes no trataron de
llegar el poder, pero presionaban a las élites para conseguir a cambio los beneficios
que demandaba. Las políticas sociales eran un pacto de dominación. Las élites
ofrecían servicios, a cambio de mantener el orden interno. La debilidad del estado le
hacía claudicar y pactar para asegurar la continuidad del sistema. No se puede hablar
de un sistema fuerte, sino condescendiente. El gasto público no es una medida de
distribuidora ni un mecanismo de reciprocidad, era la manera de mantener el pacto
social. Las votaciones no eran un ritual anecdótico, pues en ellas se renovaba el pacto
entre dominado (cliente) y dominador político (patrón).

En conclusión, diremos que cada presidente actuó de forma pragmática en


función de la necesidad de momento. Por lo General, cada presidente finalizó su
mandato adoptando las medidas impopulares necesarias (devaluación, se recorte de
salarios, subida de impuestos) para solucionar los problemas económicos pendientes
y dejar el camino libre a su sucesor en el cargo.

El sexenio de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958). Comenzó su mandato con


una devaluación y una congelación de los salarios, a fin de contener los impulsos
inflacionarios. La capacidad de reacción de los sindicatos estaba recortada, pero
comenzaron a presionar para ampliar sus beneficios. La economía creció al calor de
los subsidios y la devaluación ánimo las exportaciones. La capacidad adquisitiva fue
bajando, lo que hizo que en 1958 explotar las huelgas en distintos sectores y regiones.

El sexenio de Adolfo López Mateos (1958-1964). Volvió a aumentar el gasto


social, a conceder ayudas y protecciones. Durante su gobierno surgido el Movimiento
de Liberación Nacional, que incluía a casi todos los intelectuales de izquierda que
reivindicaban medidas para paliar la pobreza.

Los primeros síntomas de la crisis 1964 1976.

El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz 1964-1970. Consideró que era el


momento de favorecer a los empresarios, ampliando los subsidios y elevando las
inversiones no residenciales para crear infraestructuras que necesitaba el país. El PIB
total y per cápita creció, la esperanza de vida se elevó y el analfabetismo disminuyó.
Intentó impulsar una reforma con la intención de garantizar a los partidos de oposición
un mínimo de escaños en la cámara, pero fracasó por la influencia de los políticos más
duros del PRI.

En 1968 le estalló la crisis social. Del desequilibrio en el comercio exterior,


dependiente de las importaciones de bienes de equipo, hacia deficitaria la balanza
comercial, la infracción junto con gran cantidad de población urbana sin trabajo y las
olimpiadas del 68 en la ciudad de México fueron utilizadas por los manifestantes para
luchar por los desfavorecidos. Díez días antes de los juegos, entre 300 y 500 jóvenes
murieron masacrados por disparos del ejército y más de 6000 estudiantes fueron
detenidos. A día de hoy no se sabe quién comenzó los disparos, gatilleros anónimos o
el ejército. El PRI quiso demostrar quién mandaba, pero el resultado fue el contrario,

56
pues mostró las debilidades de un sistema que presumía ser democrático y
revolucionario.

El crecimiento de la población creó un cinturón de marginados, no asociados a


sindicatos ni a campesinos, por lo que estaban fuera del sistema y tampoco percibían
servicios públicos. El descontento y la preocupación social fueron aireados, los
estudiantes, los intelectuales orgánicos, y grupos terroristas denunciaban el sistema.

El gobierno de Luis Echevarría Álvarez. 1970-1976

Nada más llegar a la presidencia comenzó a actuar con el pragmatismo típico


del PRI, varío totalmente en la política económica de Gustavo Díaz Ordaz, expandió
las inversiones residenciales para engrasar de nuevo las correas clientelares y recortó
las no residenciales, duplicó el número de educadores, concedió la semana de 40
horas a los empleados públicos, distribuyó víveres, hizo un plan de autosuficiencia
alimentaria para México, permitió la entrada de nuevos partidos políticos. Aplastó la
guerrilla del estado de Guerrero. Hizo una gira internacional, viajó a China, estrechó la
mano de Salvador Allende y permitió la entrada de exiliados políticos chilenos,
denunció al sionismo como forma de racismo. Una vez más la política del PRI se
adaptaba a las necesidades internas. Finalmente, el déficit se multiplicó por cinco, la
fuga de capitales aceleró, expropio a los ricos terratenientes del norte. Su familia sufrió
atentados y por primera vez desde 1929 se escuchó ruido de sables.

El comienzo del fin 1976-1982.

José López Portillo 1976-1982.

La elección se produjo sin problemas, pues el PAN no llegó a presenta


candidato. El PRI volvió a cambiar de rumbo, para ampliar las inversiones no
residenciales de infraestructuras, a costa de disminuir las residenciales tras el periodo
populistas de Luis Echevarría, José López Portillo se propuso recuperar la confianza
de los empresarios nacionales e internacionales. Para dar más credibilidad al sistema
político emprendió una reforma electoral, a introduciéndose así otros partidos. Los
gastos fueron tan grandes que se vio obligado a devaluar el peso. En 1980-1982 el
aumento del gasto público como consecuencia de la excesiva confianza en la subida
del precio del petróleo acabó generando un déficit incontrolado. El aumento del gasto
público y el rechazo a una reforma fiscal aumentó la deuda externa. La aparición de
yacimientos petrolíferos en 1973 dio un respiro al gobierno, pero acabó petrolizando la
fiscalidad. Cuando los precios del crudo cayeron en 1981 yla tasa de interés se elevó,
México tuvo que enfrentarse a una deuda externa descomunal, que acabó con
suspensión de pagos en 1982.

El PRI actuó siguiendo el guión marcado, basado en el paso de un sistema


revolucionario a otro centrado en el funcionamiento de las instituciones, capaz de
controlar la violencia y gestiona el orden interno. Garantizó la paz evitando la
intervención de los militares, pero no avanzó en el perfeccionamiento de las
instituciones en el contexto de un verdadero Estado de derecho. La aceptación el
pacto de dominación de casi la totalidad de los actores políticos, retrasó la extensión
de los derechos civiles y de una autentica ciudadanía.

57
Venezuela.

Venezuela comenzó el siglo XX con gobiernos militares 1899-1905; una larga


dictadura de Juan Vicente Gómez 1908-1935 y un período de transición 1935-1943 de
relativa apertura política (creación de Acción Democrática, AD de tendencia
socialdemócrata). Durante el trienio ADECO 1945-1948 y tras la revolución del 18 de
octubre, impulsada por la Unión Patriótica y Militar (UPM) y apoyada por militares y
civiles, Rómulo Betancourt de AD (1945-1948) llegó al poder con el 70% de los votos.
Su política fue denominada “siembra del petróleo” pues se benefició de la exportación
de crudo que supuso el 54% de los ingresos del estado. Durante su gobierno se
legalizó el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), partido
democristiano de tendencia conservadora; el Partido Comunista Venezolano y la
Unión Republicana Democrática. Además de la confederación de trabajadores de
Venezuela. Se redactó una constitución que establecía sufragio universal libertades
políticas y derechos civiles.

Junta Militar y dictadura de Pérez Jiménez 1948-1958.

Rómulo Gallego (1948-1950) AD.

En el nuevo contexto constitucional salió elegido Rómulo Gallegos en


representación del AD. Primer presidente venezolano elegido por votación popular del
siglo xx. Renunció a la nacionalización del petróleo, pero restringió las concesiones a
empresas extranjeras. Tuvo o una coyuntura económica expansiva lo que provocó la
llegada de centenares de inmigrantes que huían de las dictaduras de Italia, España y
Portugal. Declaró la libertad de prensa. La situación social mejoró, pero la crispación
política se elevó.

Golpe militar del UPM 24 de noviembre de 1948 (con el apoyo de COPEI).

Depusieron a Rómulo por considerar que se había acercado hacia posiciones


radicales de izquierda. La iglesia, la oligarquía terrateniente, los empresarios y los
inversores extranjeros dieron con buenos ojos la llegada de los militares. Una junta
militar comenzó a gobernar (Marcos Pérez y otros). Cambiaron la ley fiscal para
favorecer a las rentas más altas, aumentaron las inversiones no residenciales y se
legalizaron los partidos de oposición (AD y partido comunista) y los sindicatos obreros.
En 1949 una huelga General de trabajadores y otra de estudiantes, pusieron contra las
cuerdas a la junta militar. Tras el asesinato del presidente de la junta militar se inició
una fase durante represión. En 1951 se organizó el Frente Electoral Independiente
para apoyar la candidatura de Marcos Pérez y en 1952 se celebraron elecciones que
al parecer ganó la Unión Republicana Democrática (URD). El ejército anuló los
resultados y nombró presidente a Marcos Pérez 1952. En su programa ideológico
llamado, Nuevo Ideal Nacional se propuso seguir ampliando las inversiones no
residenciales, la apertura al exterior y reducir la injerencia del estado. Consolidó
relaciones con Perón en Argentina, Odría en Perú, Franco en España, Somoza en
Nicaragua y Trujillo en República Dominicana, además se propuso a luchar contra los
gobiernos progresistas de Arbenz en Guatemala y González Videla en Chile. En 1953
redactó una constitución y la asamblea nacional nombró Presidente a Marcos Pérez
1953-1957.

Dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1953-1957).

Las empresas extranjeras recibieron nuevas concesiones y privilegios y para


reducir el descontento popular, elevó las inversiones residenciales. Marcos reforzó su

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poder presidencial a través de un plebiscito 1957. Los precios del petróleo bajaron y
los militares se sintieron molestos por el aumento en poder del dictador, las redes
clientelares se deterioraron y la iglesia católica dejó de prestarle apoyo.

El Pacto de Punto Fijo y el gobierno de AD (1958-1968).

Con la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se inició el período de la


vida constitucional venezolana que agonizó en 1999. Con la reunión de los grandes
partidos políticos en nueva York a principios de 1957 se puso las bases para crear un
pacto político que facilitará la convivencia en paz y alejará el fantasma de la involución.
El Pacto de Punto Fijo inició una etapa caracterizada por la estabilidad del sistema
democrático y la estructuración bipartidista del sistema de partidos, en torno a la
Acción Democrática AD y el Comité de Organización Política Electoral Independiente
COPEI. Dicha estabilidad convirtió a Venezuela en la democracia más estable de
Latinoamérica.

Los principios básicos de este pacto, eran la defensa de la constitucionalista y


el derecho a gobernar conforme al resultado electoral, la conformación de un Gobierno
de Unidad Nacional, dando participación en el poder a la oposición y un programa
mínimo común. El partido comunista fue excluido del pacto y el ejército aceptó
convertirse en un cuerpo apolítico al servicio del estado. Se respetó el capital
extranjero, reconociendo la indemnización en los posibles casos de expropiación.
Todo ello se concretó en la constitución de 1961.

Rómulo Betancourt 1958-1964.

Fue el primero en ganar las elecciones tras el pacto, aumento unas inversiones
residenciales para expandir las redes clientelares. La exclusión del pacto de los
partidos más radicales hizo que aumentará la violencia al pasar estos a engrosar las
filas de las guerrillas. Intentado sin éxito aumentar la autosuficiencia alimenticia,
ampliar la cobertura de la educación y mejorar las infraestructuras. Con él, Venezuela
se unió a la OPEP para protegerse del descenso del precio del crudo. Con la
constitución de 1961 se hizo obligatorio el voto. La balanza comercial se hizo positiva.
La esperanza de vida se elevó, el analfabetismo se redujo y las instituciones
comenzaron a funcionar, pero la vida política se complicó. Los grupos más radicales
de AD fundaron el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria MIR

Raúl Leoni (1964-1969) de AD.

El precio del petróleo no subió por lo que cayeron los ingresos del estado. Intentó una
reforma fiscal que no gustó a los sectores más pudientes ni a la extrema izquierda. Los
militares trataron de alcanzar el poder por un golpe de estado que resultó fallido. La
COPEI organizó una dura campaña electoral.

El gobierno de COPEI (1969-1973), Rafael caldera Rodríguez apoyado por el


Partido Social Cristiano.

Consciente del peligro que había sufrido la democracia con Raúl Leoni
aceptaron poner en práctica el principio de la alternancia política entre los dos grandes
partidos (COPEI y AD). Con ello, los grupos de poder alimentaron sus cadenas
clientelares, pero la violencia se extendió entre los grupos que habían quedado fuera
del pacto. La subida del precio de los hidrocarburos y la entrada de Venezuela en el
pacto andino en 1973 supusieron un balón de oxígeno al gobierno de Rafael caldera.

59
La victoria de Salvador Allende en Chile atemperó las posiciones más radicales de la
izquierda. El PIB creció. La población aumentó y los servicios públicos se extendieron.

El gobierno de Carlos Andrés Pérez Rodríguez AD (1974-1979).

Aprovechándose de la subida internacional del petróleo lo nacionalizó. Con ello


consiguió aumentar las inversiones residenciales sin descuidar las no residenciales. El
dinero permitió engrasar las redes clientelares. La balanza comercial comenzó a ser
negativa a partir de 1977, los precios se elevaron, la deuda externa creció, los
capitales huyeron, aparecieron movimientos guerrilleros, y disminuyó la inversión, lo
que rompía las cadenas clientelares por ello la ciudadanía comenzó a despertar.

El gobierno de COPEI Luis Herrera Campins apoyado por PSC (1979-


1983).

En las elecciones de 1979 ganó Luis Herrera Campins, de COPEI, con el 46%
de los votos, siendo apoyado en esta ocasión por el PSC. En 1984 la presidencia
volvió a ser controlada de nuevo por AD, reteniéndola hasta 1993. Su gestión coincidió
con la crisis de la deuda externa de 1982. Las inversiones se redujeron al máximo y se
produjo una voluminosa huida de capitales. La situación social se hizo crítica. Las
costuras del modelo de Estado fijado en 1958 parecían estallar. El Caracazo de 1989
indicaría hasta qué punto había llegado el deterioro institucional, social y económico.

La historia de Venezuela demostró que la orientación externa de su economía,


las fuertes ganancias ocasionadas por el petróleo y el Pacto del Punto Fijo pudieron
haber impulsado un desarrollo económico sostenible pero finalmente se acabaron
alimentando las cadenas clientelares. Las relaciones personales de lealtad estuvieron
por encima del funcionamiento transparente de las instituciones. El Pacto de 1958 y el
compromiso de alternancia desde 1969 sirvieron para mantener la paz, pero se pagó
un alto precio al no permitirse el juego democrático con participación de todas las
fuerzas políticas en un clima de sana competencia electoral, y al no potenciarse una
sociedad civil fuerte con el consiguiente desarrollo de los derechos civiles de la
ciudadanía.

Tema 8: Guerra y revolución en América Central. La Revolución


Sandinista. Los casos de Guatemala y El Salvador. Extraído: América Latina,
siglo XX la búsqueda de la democracia, Carlos Malamud, páginas 135-142. Extraído:
Historia de América. Temas didácticos. Carlos Malamud et alii., páginas 507-508.

Las causas del conflicto en Centroamérica.

Durante el siglo XX, en el mundo tuvieron lugar una gran cantidad de guerras
civiles, muchas de ellas de origen social, es decir aquellos conflictos en que se
enfrentan bandos que tienen concepciones opuestas al orden social y que por lo tanto
contaban con apoyos sociales diversos, pues obviamente, los privilegiados defendían
el orden establecido y los desfavorecidos trataban de cambiarlo. En otras palabras el
conflicto es el resultado directo de la desigualdad social y de la miseria de las
mayorías.

Pero, desigualdad, miseria e injusticia han sido rasgos comunes a lo largo de la


historia y sin embargo, las guerras civiles solo se han incrementado significativamente
en el último siglo. Seguramente ha influido el factor ideológico que ha significado un
proyecto de revolución social que ha generado la movilización de las masas, que a
decir de los conservadores reaccionarios, no es otra cosa que el papel de los

60
revolucionarios comunistas. En todo caso y en el contexto de la guerra fría, las
superpotencias, EE.UU. y la ex URSS, jugaron un rol fundamental ya sea apoyando a
uno u a otro bando según sus intereses.

Como punto de partida puede afirmarse, sin duda, que los conflictos
centroamericanos fueron de tipo social, ya que amplios sectores de la población de los
tres países vivían en condiciones de miseria, que sus movimientos revolucionarios
eran de orientación leninista con fuertes conexiones con la Cuba castrista, y que la
intervención de los EE.UU. jugó un papel importante en los casos de Nicaragua y El
Salvador.

Los mencionados países en los años previos al conflicto, tuvieron un cierto


crecimiento económico, sin embargo, las posibilidades de un cambio social y político
eran nulas. Las libertades políticas y sindicales eran precarias, no había garantía plena
de los Derechos Humanos, había abusos de poder; los regímenes de El Salvador y
Guatemala prácticamente eran dictaduras y Nicaragua estaba bajo la tiranía de la
dinastía familiar de los Somoza desde los años 30.

Es decir, las condiciones sociales favorecían las aspiraciones revolucionarias y


las alternativas de cambio tenían una amplia aceptación en medios sindicales,
universitarios e incluso eclesiásticos, sumado a la influencia directa de Cuba, lo cual
estimuló a que proliferen muchas organizaciones guerrilleras en Latinoamérica, como
en Nicaragua desde 1958, Guatemala desde 1960 y El Salvador desde 1970.

Quienes propugnaban las reformas políticas y sociales, en especial la reforma


agraria, trataban de que se corrigiesen las grandes desigualdades en la distribución de
la riqueza. En Guatemala, El Salvador, Nicaragua y en menor medida en Honduras,
esta oleada reformista fue abatida por la represión, lo cual condujo a una polarización
de la política, al ascenso de la izquierda revolucionaria y al estallido de la guerra de
guerrillas.

Es importante resaltar la influencia que en esos procesos tuvo la actitud de los


EE.UU., es así como el gobierno de Reagan prestó todo el apoyo, a excepción del
envío de tropas, para que el gobierno de El Salvador derrotara a la insurgencia
revolucionaria y para que los contrarrevolucionarios nicaragüenses derribaran al
gobierno sandinista en Managua.

La Revolución Sandinista. Nicaragua.

El somocismo.

El dominio de la familia Somoza sobre Nicaragua se extendió entre 1936 y


1979. Gracias al control de la Guardia Nacional, que fue utilizada como si se tratara de
una guardia pretoriana personal, los Somoza controlaron el país de un modo
claramente personalista y utilizando los recursos del Estado en su propio beneficio.
Llegaron a controlar buena parte de la economía nacional, a tal punto que en 1979
poseían la tercera parte de los activos económicos existentes en Nicaragua. Su
alianza con los inversores norteamericanos les permitió consolidarse en el poder. Se
trataba de un “capitalismo de compinches” o de algo muy parecido a lo que hoy
llamamos república bananera.

Bajo el dominio de los Somoza, el gobierno nicaragüense casi no intervenía en


la promoción del desarrollo económico. La participación del Estado en este campo era
escasa y tenía fundamentalmente objetivos privados. Estas intervenciones tendían a

61
fortalecer el poder económico y el control de la riqueza nacional de los Somoza y, en
algunas oportunidades, a mantener el control político del régimen frente a una
oposición en ascenso.

En 1950, Anastasio Somoza García firmó con el conservador Emiliano


Chamorro el Pacto de Conciliación Nacional, o Pacto de los Generales, que
reconciliaba a la oligarquía liberal con la conservadora y juntas respaldaban al
gobierno nacional. Pese al claro dominio personal de los Somoza, en el plano político
se mantuvieron ciertas formalidades como el funcionamiento de dos partidos políticos
(Partido Liberal Nacionalista y Partido Conservador Tradicionalista), la convocatoria de
elecciones no competitivas y la actividad de los poderes legislativo y judicial.

En el contexto de la guerra fría, Nicaragua se convirtió en un muy leal aliado de


los Estados Unidos y actuó en cuanta amenaza de “peligro” comunista, real o ficticia,
se planteara en la región. Así los Somoza apoyaron a Teodoro Picado en el conflicto
de Costa Rica en 1948, financiaron la construcción de campos de entrenamiento para
los mercenarios que se enfrentaron a Jacobo Arbenz (nota propia: Presidente de
Guatemala 1951-1954, perteneció al grupo de militares que protagonizaron la
Revolución de 1944, fue derrocado en 1954 por un golpe de Estado dirigido por el
gobierno de los Estados Unidos, con el patrocinio de la United Fruit Company y
ejecutado por la CIA) y a Fidel Castro (en el desembarco de Bahía Cochinos) y a los
que intervinieron en la República Dominicana en 1965.

El dominio de los Somoza iba a continuar imperturbable pese al asesinato del


jefe de la dinastía en 1956, que sólo sirvió para que su hijo Luis se hiciera con la
presidencia al año siguiente. El régimen intentó una cierta modernización económica
promoviendo los cultivos tropicales exportables como café y plátanos, a lo cual sumó
el algodón y la ganadería vacuna. La expansión agrícola se convertiría en uno de los
puntos de fricción entre el régimen y la oligarquía, dado el comportamiento avasallador
del séquito somocista, que entró en directa competencia con los terratenientes. Se
creaba un foco de malestar en contra del régimen que no tardaría mucho en estallar.

En 1967 moría Luis Somoza y la suma de poder, y del patrimonio económico,


se transfirió a su hermano menor Anastasio (alias Tachito), que era comandante de la
Guardia Nacional y que se mostró mucho más voraz y autoritario que los familiares
que le habían precedido en el poder. El terremoto que destruyó Managua en 1972 sólo
sirvió para fortalecer el poder de la dinastía, aunque puso de relieve ante la opinión
pública internacional la verdadera característica del régimen y la validez de las
reivindicaciones de la oposición. Había ocurrido que la gran solidaridad internacional
no pudo llegar a su destino, ya que se “evaporó” antes, debido a la gran corrupción del
régimen.

Algunos sectores de la burguesía, de una burguesía cada vez más marginada


de los centro del poder, plantearon un Diálogo Nacional, que fracasó de forma
categórica ante la cerrazón del régimen. La situación se fue degradando cada vez más
y tuvo uno de sus puntos álgidos en enero de 1978 con el asesinato del líder de la
conservadora Unión Democrática de Liberación, Pedro Joaquín Chamorro, que
también era director del diario opositor La Prensa. Este lamentable suceso tuvo un
efecto no deseado por sus autores, como fue la consolidación y ampliación del frente
político que se oponía al régimen somocista, el Frente Amplio Opositor (FAO), gracias
a la incorporación de grupos burgueses y católicos.

62
El Frente Sandinista y la guerra contra Somoza.

Una de las piezas claves en la lucha contra Somoza era el Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN), un movimiento guerrillero, inicialmente de corte
guevarista, surgido a principio de los años 60 y al que nadie en sus inicios le auguraba
un gran futuro. Después de subsistir bastante duramente a lo largo de muy duros
años, los golpes de mano del Frente Sandinista contra la Guardia Nacional ganaron en
espectacularidad y efectividad a partir de 1977.

El Frente Sandinista incluía a grupos de claro origen marxista-leninista y a otros


de corte más moderado, como el liderado por Edén Pastora. La ideología del frente
trataba de conciliar los puntos básicos del pensamiento de Sandino con el
nacionalismo y el antiimperialismo, reconociendo al marxismo-leninismo como el
método de análisis más adecuado para interpretar la realidad. También estaban
presentes influencias importantes de la teología de la liberación.

El Frente Sandinista había sido fundado en 1961 por Carlos Fonseca Amador,
Silvio Mayorga y Tomás Borge, antiguos militantes del Partido Socialista de Nicaragua,
de extracción prosoviética. A lo largo de la experiencia guerrillera se fueron
configurando tres tendencias en el interior del Frente, que tendían a fraccionar el
movimiento, aunque en ningún momento se produjo una escisión formal dentro del
frente. Se trataba de la tendencia “proletaria”, la de la “guerra popular prolongada” y la
“insurreccional”. Mientras que las dos primeras pensaban que la revolución
nicaragüense iba a ser prolongada (sus diferencias radicaban en que unos estimaban
que el movimiento debía hacerse fuerte en el campo y los otros en las ciudades), la
tendencia insurreccional consideraba que la desintegración del régimen iba a ser
rápida, lo que obligaría a alianzas y acuerdos tácticos con grupos de oposición
burgueses. La favorable evolución de los combates contra el régimen de Somoza y la
Guardia Nacional provocó la reunificación de las tres tendencias en marzo de 1979 y
la correcta valoración de los acontecimientos reforzaría la posición de los dirigentes
insurreccionales, especialmente los hermanos Ortega.

La postura inicial de la administración Carter ante el agravamiento de la


situación nicaragüense fue de una cierta ambivalencia. En realidad pretendía la
renuncia de Somoza y la marginación del Frente Sandinista para poder construir un
“somocismo sin Somoza”. Para ello se iniciaron negociaciones con el Frente Amplio
Opositor, pero la misma dinámica de los sucesos obligaría al Frente a definirse, ya que
se trataba de alinearse con Somoza o colaborar con los sandinistas. La coyuntura no
dejó lugar a dudas y el régimen comenzaba a ver su fin.

El avance del sandinismo y la postura de los principales grupos de oposición


democrática llevaron al gobierno de los Estados Unidos a abandonar a su tradicional
aliado. El aislamiento internacional y la huelga general revolucionaria de junio de 1979
terminaron por provocar la caída del régimen. El 19 de julio de ese mismo año, una
columna de 1000 guerrilleros sandinistas irrumpía en Managua y le daban la estocada
final a la dictadura somocista. Tras su huída, Somoza buscaría refugio en el Paraguay
de Stroessner, donde sería asesinado por un comando de guerrilleros argentinos de
origen trotskista en septiembre de 1980. Si bien no existen evidencias firmes, al
comando ejecutor se le suponen contactos con el gobierno sandinista.

La revolución sandinista.

Una vez derrocado Somoza, el sandinismo aprovechó su papel protagónico en


la revolución y su poderío militar para hacerse con el control de numerosos resortes de

63
poder en detrimento de los otros miembros de la coalición antidictatorial. Se iniciaba
así un proceso al que se le pueden encontrar bastantes similitudes con la revolución
cubana, aunque los sandinistas apostaron por buscar un rumbo propio y original para
su revolución. Se trataba de no repetir los viejos errores del castrismo, aquellos que le
habían valido en su momento el aislamiento internacional y que habían sido tan
perjudiciales para la marcha misma de la revolución cubana. De ahí que el marxismo-
leninismo no apareciera como el pensamiento oficial del Frente y de ahí también que
se abandonara cualquier idea de construir un sistema político basado en un partido
único. De este modo se imponía el pluralismo y un mayor respeto hacia las formas, a
la vez que se decidía tolerar a los movimientos internos de oposición.

También se decidió apostar por una economía mixta, en vez de una


fuertemente centralizada, siguiendo el modelo soviético o el cubano. Para ello se
aprovechó de todo el potencial económico de los Somoza, que había sido confiscado
por el Estado después del triunfo de la revolución. Sin embargo, al poco tiempo quedó
claro que la mayoría de empresas en poder de los Somoza (especialmente las de
servicios y las industriales) funcionaban gracias a las prebendas y subsidios otorgados
por el Estado, pero que en realidad eran bastante ineficientes.

El gobierno fue ejercido inicialmente por una Junta de Reconstrucción


Nacional, de base pluralista, que respetaba el acuerdo entre el sandinismo y el Frente
Amplio Opositor. Las primeras medidas de la Junta tendieron a desmantelar las
estructuras de poder del régimen somocista. Para ello abolieron la Constitución hasta
entonces vigente, disolvieron la Guardia Nacional, prohibieron el funcionamiento de los
partidos del régimen y confiscaron las propiedades de los Somoza. Al mismo tiempo
se tomaron otras resoluciones dirigidas a construir nuevas bases de poder para el
gobierno revolucionario: se creó el Ejército Popular Sandinista, se nacionalizaron los
bancos y las compañías de seguros, se aumento la participación del Estado en la
economía y se adoptaron medidas de planificación económica.

En estrecha relación con la Junta de Reconstrucción encontramos el Consejo


de Estado, que cumplía funciones legislativas. Inicialmente estaba compuesto por 33
miembros y mantenía un equilibrio bastante inestable entre las distintas fueras que
participaron en el derrocamiento de Somoza. Con la intención de tener un mayor
control sobre el mismo los sandinistas lo ampliaron de forma unilateral a 47 personas.
Este hecho provocó el estallido de una crisis política en el gobierno y propició la
retirada de los no sandinistas del Consejo. En abril de 1980, a consecuencia de lo
ocurrido con el Consejo de Estado y del rumbo que estaba tomando la revolución, los
empresarios decidieron abandonar la Junta de Reconstrucción. La oposición interna al
sandinismo se vio reforzada por la posición claramente beligerante del arzobispo de
Managua, Miguel Ovando y Bravo, que contaba con el respaldo del Vaticano, y por la
actitud de La Prensa, convertido en la principal bandera del antisandinismo.

Hasta finales de 1989 se puede señalar que la oposición antisandinista, tanto la


interna como la establecida en el exterior, se negó a mantener cualquier diálogo serio
con el gobierno y ni siquiera reconocía las reglas del juego establecidas. Así fue como
se negó a participar en las elecciones de 1984, que fueron boicoteadas por la
Coalición Democrática Nicaragüense, liderado por Arturo Cruz. La Coordinadora
criticaba la radicalización del Frente Sandinista y abogaba por el restablecimiento de
un sistema totalmente democrático en el que pudieran integrarse los “contra”.

Pero al mismo tiempo que abogaba por la democratización y la reconciliación,


la oposición apoyaba, y en algunos casos dirigía, la guerra de los “contras” (nota
propia: guerrilla mercenaria montada inicialmente sobre la base de ex guardias

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somocista con el apoyo y el asesoramiento de la CIA). El principal órgano político de la
guerrilla antisandinista fue la Fuerza Democrática de Nicaragua, que en 1987 cambió
su nombre por el de Resistencia Nicaragüense.

Por su parte, el Frente Sandinista de Liberación Nacional se dio una


organización interna más consonante con la formación de un amplio movimiento
político que con la de un partido. Al frente del mismo estaña la Dirección Nacional, un
órgano colectivo integrado por los comandantes sandinistas. Hacia abajo, las formas
organizativas tendieron a copiar el modelo cubano y se crearon los Comités de
Defensa Sandinista, a imitación de los Comités de Defensa de la Revolución, que
serían los responsables de garantizar la movilización social. El absoluto control que
tenía el sandinismo sobre el aparato del Estado, le permitió contar con una importante
base clientelar. De este modo, el Frente Sandinista se constituyó en la más grande y
mejor estructurada organización nicaragüense. Únicamente después de su derrota
electoral, el sandinismo se planteó constituirse en un partido político, y en esta línea
celebró su primer congreso a principios de 1991.

El comandante sandinista Edén Pastora, famoso por la captura del edificio del
Congreso en 1978, terminaría abandonando el Frente Sandinista en julio de 1981 y se
dedicaría a combatirlo con las armas. Dada su negativa a aliarse con la “contra”, por
disentir con sus principales dirigentes y con su metodología, abrió un frente guerrillero
en la frontera sur con Costa Rica, en lugar de dirigirse a Honduras. La falta de apoyo
internacional, a diferencia de lo que ocurría con la “contra”, condenó al fracaso la
aventura de Pastora.

Los sandinistas, sin el lastre que significaba compartir el gobierno con sectores
burgueses comenzaron a profundizar en la revolución, implementando un programa
político y económico de “socialismo tercermundista”. En materia económica sus
principales objetivos eran la autodeterminación económica, con la que superar las
presiones de los mercados externos y de los Estados Unidos, y una considerable
mejora en la redistribución de la renta, lo que permitiría promover un proceso de
desarrollo económico vigoroso. Para alcanzar estos objetivos adoptaron una serie de
medidas entre las que se contaban: la nacionalización de la banca y de la
comercialización de exportaciones y el control de importaciones y de cambios. Pero la
economía mixta que querían construir tenía como meta final la construcción del
socialismo y la subordinación del capital a la “hegemonía popular”, lo que explica la
reacción hostil de la burguesía nicaragüense a dicha orientación económica.

Para algunos autores, los motivos principales que condujeron al fracaso de la


política económica sandinista vienen dados por las restricciones estructurales
heredadas del período somocista y por los efectos destructivos, bastante
generalizados, de la guerra impulsada por la “contra”. Por el contrario, otros autores
señalan que más allá del efecto negativo de la guerra, la excesiva centralización de la
economía nicaragüense, así como la mayor participación del Estado en la economía,
fueron los factores determinantes del fracaso. La vulnerabilidad de las economías
revolucionarias durante el período de transición es muy grande y su supervivencia
depende, en buena parte, del apoyo externo de gobiernos amigos durante un período
considerable de tiempo, necesario para la institucionalización de la revolución.

En las elecciones de 1984, el Frente Sandinista obtuvo el 67 por ciento de los


votos, lo que sirvió para consolidar la posición de Daniel Ortega al frente del gobierno
y también para darle un rumbo más definido a la revolución. Las elecciones se
celebraron en medio de la guerra y bajo condiciones realmente difíciles e irregulares,
especialmente por la ausencia del principal grupo de la oposición en los comicios: la

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Coordinadora Democrática. La participación de la Coordinadora fue bloqueada desde
el gobierno norteamericano, que estaba convencido del triunfo sandinista y pensaba
que la presencia de la oposición en las elecciones terminaría de legitimar ante la
opinión pública internacional al régimen sandinista. Pese a ello, las elecciones se
celebraron en un marco de libertad y competencia bastante apreciables.

La guerra y la deficiente marcha de la economía fue la que hizo necesarias


controvertidas medidas de ajuste tomadas en febrero de 1985. Se trataba de
solucionar los fuertes desequilibrios existentes en el sistema, herencia del somocismo
y también producto de la mala gestión sandinista. Las medidas de ajuste pretendían
aumentar la eficiencia tanto del sector público como del privado, contener los salarios,
reducir el gasto público, eliminar los subsidios a los bienes de consumo básicos, subir
los impuestos y ajustar la tasa de cambio. Las medidas adoptadas motivaron la
protesta de los sectores más desfavorecidos y se convertirían en un punto de presión
de la oposición. Pese a la impopularidad de la mayor parte de las medidas, no había
más remedio que tomarlas si se pretendía mantener el rumbo del proceso
revolucionario.

Con el fin de terminar con el bloqueo exterior y el acoso armado de la “contra”,


que suponía la destrucción de buena parte del aparato productivo nicaragüense, el
gobierno se planteó la búsqueda de la paz y la reconciliación. En este marco se
sancionó la Constitución de 1987, un texto sumamente democrático y pluralista y se
aprobó en 1988 una nueva ley electoral (después de algunas negociaciones con la
oposición, que objetaba la composición del Consejo Supremo Electoral, la ley se
modificó en 1989). Además se firmó un armisticio en marzo de 1988 y al año siguiente
(febrero de 1989) se procedió al desmantelamiento de la Contra y a la preparación de
elecciones libres, celebradas en 1990.

Para esa fecha, el colapso de la economía nicaragüense era total: se había


protegido al sector agro-exportador coincidiendo con la caída de los precios en el
mercado mundial; los subsidios a los alimentos fueron insostenibles ante la inflación
provocada por el déficit fiscal con el resultado de escasez, mercado negro, caída del
PIB a niveles de 1950 y emigración. A pesar de los logros en capítulos como sanidad,
educación, derechos humanos e incluso reforma agraria, los sandinistas no habían
resuelto el problema de crear un ejército no partidista y, su compromiso de respetar el
pluralismo político, el no-alineamiento y la economía mixta fue cumplido a medias. La
oposición no lo hizo mucho mejor: los Contras cometieron graves violaciones de los
derechos humanos y los partidos de la oposición legal se debilitaron con disensiones
internas. Sólo la victoria en 1990 de la candidata de la coalición multipartidista
enfrentada al Sandinismo, Violeta Chamorro, abrió una nueva etapa en la historia
nicaragüense.

El Salvador.

La guerra civil en El Salvador.

En octubre de 1979, tres meses después de la entrada de los sandinistas en


Managua, un golpe militar derribaba en El Salvador al general Romero, vencedor de
unas fraudulentas elecciones en 1977. Se formó entonces una Junta integrada por
militares y políticos de la oposición moderada y se abrió así la posibilidad de una
transición pacífica la democracia, lo cual muy pronto se frustró.

Ante esta situación, las organizaciones revolucionarias, estimuladas por el


triunfo sandinista, optaron por el camino de la insurrección, la cual fue reprimida por

66
las fuerzas de seguridad y los escuadrones de la muerte y que desembocó en hechos
de violencia, ilegalidad y finalmente en una guerra civil, en que se enfrentaron
básicamente las fuerzas contrainsurgentes apoyadas, entrenadas y financiadas por los
EE.UU, contra el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Este
conflicto duró catorce años aproximadamente y finalizó a través del proceso de
negociación

En este país se notó de manera nítida como las fuerzas revolucionarias


tendieron a adoptar una estructura tripartita, integrada por un partido político, una
guerrilla que constituía su brazo armado y las organizaciones de masas a través de las
cuales realizaban la labor de agitación política.

La paz en El Salvador.

A diferencia de la "contra" nicaragüense y de la guerrilla guatemalteca, el


FMLN seguía teniendo en 1989 una importante capacidad ofensiva, sin embargo, sus
aspiraciones no tuvieron eco en el Acuerdo de Esquípulas.

El proceso de paz en este país puede dividirse en cuatro períodos: Las


conversaciones de paz sin negociación (septiembre de 1984 a septiembre de 1989); la
mediación de la ONU y la negociación entre el gobierno y el FMLN (abril de 1990 a
enero de 1992); la implementación de los Acuerdos de Paz (febrero de 1992 a
diciembre de 1992) y la consolidación de la paz (enero de 1993 a marzo de 1994).

La característica principal de la primera fase es que los diálogos entre las


partes se dan con pocas posibilidades de convergencia, por las posiciones
contrapuestas; el FMLN sostiene una fórmula de compartir el poder, mientras el
gobierno exige la rendición y el desarme incondicional de la guerrilla. No obstante, en
este período se dan acuerdos parciales importantes referidos a cuestiones
humanitarias. En esta fase de las negociaciones, el diálogo es parte del plan
estratégico militar de ambas partes, es decir, que está subordinado a la guerra, y, la
condición que hizo posible el paso a la fase real de negociación fue el equilibrio militar
que se dio.

La segunda fase del proceso se inicia el 4 de abril de 1990, con la firma del
Acuerdo de Ginebra, donde ambas partes reconocen a la ONU como mediadora. La
negociación duró 21 meses y tuvo numerosos altibajos; el primer compromiso fue el
diseñar la agenda de discusión y el procedimiento para salir adelante, lo que se
articuló a través de la firma de acuerdos parciales iniciándose con el de derechos
humanos firmado el 26 de julio de 1990 en San José de Costa Rica y en el que se
incorpora la organización de la ONUSAL, es decir la Misión de Observadores de
Naciones Unidas en El Salvador para verificar el cumplimiento de los compromisos de
las partes.

Desde septiembre de 1991, empiezan a verse avances cualitativos importantes con la


mediación directa del Secretario General de las Naciones Unidas y la muy activa
participación del grupo de países amigos del Secretario General (México, Colombia,
Venezuela y España). Esta fase concluye el 16 de enero de 1992 con la firma del Acta
de la Paz en México. La diferencia de este período con el anterior, es que la
negociación subordina a la guerra y los hechos militares responden a los ritmos de la
negociación.

El tercer período se inicia en febrero de 1992, fecha estipulada por los


acuerdos para iniciar el cese de fuego y la desmilitarización de ambos ejércitos.

67
Contempla el desarme total del FMLN, su conversión legal en partido político, la
reducción cuantitativa y cualitativa de las Fuerzas Armadas y numerosas disposiciones
complementarias que incorporan aspectos legales, humanitarios, sociales, etc. Este
período también ha sido conocido como paz armada, el mismo que culminó el 15 de
diciembre de 1992, el mismo que ha sido considerado exitoso en términos generales,
ya que el FMLN desarticuló todas sus estructuras militares, se legalizó como partido
político, y el ejército desmovilizó a los batallones de contrainsurgencia respectivos.

El cuarto y último período que constituye la consolidación de la paz tiene como


propósito la desmilitarización del país en todos los ámbitos y alcanzar una real
democratización.

Guatemala.

La guerra civil en Guatemala.

Siendo como se había señalado, un país con una gran desigualdad económica
y social, se puede añadir que la conflictividad se dio por las condiciones de extrema
pobreza, discriminación, marginación y exclusión en que vivían las grandes mayorías
de la población. Por otro lado, permanecían sin resolverse una gran cantidad de
conflictos sociales como conflictos de tierras, disputas entre comunidades asentadas
en áreas protegidas, problemas municipales, conflictos laborales, confrontaciones por
falta de servicios públicos y políticas sociales, sumado a fracturas sociales asociadas a
una fuerte discriminación étnica.

Las raíces de este conflicto se hallan en cinco siglos de opresión, con un


sistema político, económico y social que no admitía posibilidades de desarrollo para el
pueblo guatemalteco. El Ejército y los sectores dominantes habían militarizado el
estado y la sociedad; los derechos humanos eran sistemáticamente violados y la
sociedad había sido privada de los más elementales espacios democráticos. Si bien,
en 1986 el ejército entregó el gobierno a los civiles, sin embargo, se reservó el poder y
no se alteraron las bases del sistema político; no se desmilitarizó el país ni se
desmontaron los aparatos represivos, tampoco se plantearon transformaciones
socioeconómicas.

La principal organización armada revolucionaria en este país y que logró


integrar bajo un mando unificado a todos los grupos, fue la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG). Su objetivo era la revolución social y decían actuar
en nombre de todas las masas oprimidas, fuera cual fuera su grupo étnico.

Los guerrilleros revolucionarios guatemaltecos no llegaron a representar una


amenaza real para el orden establecido en Guatemala, sin embargo, fue en este país
donde el conflicto resultó más sangriento, ya que de parte de las fuerzas
contrainsurgentes, se adoptaron tácticas de terror contra aquellos sectores de la
población que se sospechaba que apoyaban a la guerrilla, cometiéndose gravísimas
violaciones a los derechos humanos por parte de los agentes del estado.

Pese a que este conflicto armado fue de baja intensidad, se calcula que
perdieron la vida alrededor de 200.000 personas, y aproximadamente un millón fueron
desplazados tanto internamente, como hacia el exterior del país.

68
La paz en Guatemala.

El fin de la guerra fría, el proceso de pacificación y democratización


centroamericana y el proceso de Esquípulas, donde se reunieron por primera vez el
gobierno y la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), crearon las
condiciones favorables para que el presidente Vinicio Cerezo y la insurgencia,
organizaran el primer encuentro oficial entre las partes en Madrid en 1987. Sin
embargo, apenas finalizado el encuentro, el ejército y el gobierno anunciaron que no
habría más conversaciones, al negarse la URNG a deponer las armas como un paso
previo a cualquier negociación.

La propuesta de amnistía, deposición de las armas y participación política del


gobierno, se contraponía fuertemente con el establecimiento de zonas
desmilitarizadas, territorios controlados por la guerrilla, desmantelamiento de las
estructuras de control de la población, derechos humanos y un diálogo nacional como
base de un acuerdo nacional, propuesto por la insurgencia. Con esto, se hizo
imposible la apertura de la mesa de las negociaciones.

De allí no se produjo ningún acercamiento serio entre las partes hasta marzo
de 1990, cuando el gobierno del recién electo presidente Jorge Serrano, respaldó la
realización de un encuentro entre delegados de la URNG y la Comisión Nacional de
Reconciliación. Como resultado de dicho encuentro, se firmó el Acuerdo de Oslo, en el
cual las partes acordaron iniciar un proceso serio que debería culminar con el logro de
la paz y el perfeccionamiento de la democracia funcional y participativa en Guatemala.

El acuerdo establecía que se realice el proceso en dos grandes etapas: primero


un proceso de diálogo entre la URNG y diferentes sectores de la sociedad civil, como
partidos políticos, sectores empresariales, religiosos, populares, académicos,
cooperativistas y otros sectores políticamente representativos. Como segunda etapa
del proceso, se iniciaría la negociación directa entre representantes del gobierno y la
URNG. Se solicitó además, como función de buenos oficios, la observación del
secretario General de la ONU. A la realización de estos encuentros se le denominó el
"ciclo de Oslo”.

En abril de 1991, el gobierno presentó la Iniciativa para la Paz de la Nación,


creando para el efecto la Comisión Nacional para la Paz (COPAZ) integrada por
representantes del Ejército, Ministros de estado, asesores específicos. Esta comisión
se reunió con la URNG para establecer acuerdos procedimentales para la búsqueda
de la paz por medios políticos y el acuerdo de temario general. En julio de 1991 en
Querétaro, México, se firmó el Acuerdo Marco sobre la democratización por medios
políticos. El significado de este acuerdo se encuentra en que, por primera vez, las
partes en guerra lograron una misma visión de modelo democrático para el país.

En los siguientes dos años se produjo un empantanamiento en el proceso de


negociaciones por las dificultades surgidas en el tema relativo a los derechos
humanos, e incluso llegó a suspenderse abruptamente, al intentar el Presidente Jorge
Serrano un golpe de estado en mayo de 1993, que al fracasar, dio paso a la
presidencia de Ramiro de León Carpio, designado por el Congreso.

En los meses siguientes, el nuevo presidente formuló varias propuestas hasta


que finalmente se logró en enero de 1994, y bajo una convocatoria de la Secretaría
General de la ONU, que el gobierno/ejército y la URNG firmen el Acuerdo Marco para
la Reanudación del Proceso de Negociación, que retomaba el camino de la

69
negociación, aseguraba la participación de los sectores civiles en el proceso y el
establecimiento de la Asamblea de la Sociedad Civil (ASC).

La cristalización de la paz en Guatemala vino después de casi diez años de


negociaciones durante los cuales se firmaron un conjunto de acuerdos sobre los
derechos y la identidad de los pueblos indígenas, la tenencia de tierras, el
esclarecimiento de las violaciones de los derechos humanos, planes de desarrollo,
reasentamiento de poblaciones desarraigadas por el conflicto armado, fortalecimiento
del poder civil, función del ejército en una sociedad democrática, acuerdo definitivo
sobre cese de fuego, la incorporación de la Unión Revolucionaria Nacional
Guatemalteca a la legalidad, entre otros.

Finalmente, con la asistencia del gobierno en pleno, cuerpo diplomático,


comunidad internacional, partidos políticos y representantes de la sociedad civil, se
firmó el "Acuerdo de Paz Firme y Duradera", el 29 de diciembre de 1996, en el Palacio
Nacional de la Cultura. Luego de ello, la COPAZ concluyó su misión y el gobierno creó
la Secretaría de la Paz (SEPAZ).

Tema 9: La revalorización democrática. Transiciones políticas. Modelos y


experiencias. Extraído: Reformas económicas y consolidación democrática (1980-
2006,) Manuel Alcántara et alii., páginas 85-91.

La revalorización democrática.

El período comprendido entre 1978 y 1990 fue crucial para la democracia en


América Latina. Tras décadas de inestabilidad política y en contextos de profunda
crisis económica, quince países transitaron desde regímenes autoritarios a otros más
democráticos. Este proceso de cambio político se dio en el marco de altos niveles de
movilización, consensos antiautoritarios, expectativas sociales y entusiasmo popular.
La democratización exigía que los sectores sociales y económicos aceptaran las
reglas del juego y que, en algunos casos, redefinieran su identidad, sus relaciones con
el Estado y su manera de resolver conflictos. Todos se enfrentaron a un nuevo
escenario, de naturaleza incierta, en el que no estaban claros los compromisos, las
alianzas ni los adversarios y en el que debieron articularse coaliciones multipartidistas,
guiadas normalmente por un líder político surgido de las luchas contra la dictadura y
por un “partido locomotora”, más o menos reformista o renovador, con experiencia
democrática anterior que le permitiera guiar el camino hacia la democracia.

El paso desde regímenes autoritarios a otros de corte más pluralista no fue


sencillo ni se llevó a cabo de la misma manera en cada país. Los procesos estuvieron
condicionados por la naturaleza de las relaciones entre civiles y militares previas; el
déficit democrático histórico; las siempre latentes posibilidades de un regreso al
régimen autoritario; el recuerdo de las víctimas de la represión, la violencia política y el
terrorismo de Estado; la presión internacional y la concepción de democracia política
de los actores. Si bien la democratización fue de carácter procedimental y bajo los
supuestos de que la democracia funciona como un mercado político; muchos de los
actores que participaron en la definición de los nuevos regímenes tenían una visión
más social de la democracia, aunque esta tensión entre democracia política y
democracia sustantiva se hizo evidente más tarde. Entre tanto, los países acordaron
unas garantías mínimas que respetaban la libertad de expresión, la ciudadanía
inclusiva, las elecciones libres, competitivas y universales y la participación de los
ciudadanos de manera organizada en los partidos políticos.

70
La celebración de elecciones competitivas se convirtió pronto en el indicador
más claro respecto a la instauración democrática. Los primeros países en celebrarlas
en el marco de la “Tercera Ola de democratización” fueron República Dominicana y
Ecuador en 1978; Perú en 1980, seguido de Honduras en 1981, Bolivia en 1982,
Argentina en 1983, Uruguay y Brasil en 1985; Paraguay, Panamá y Chile en 1989;
Haití y Nicaragua en 1990. En el caso de El Salvador y Guatemala las elecciones que
se consideran como inicio de la transición son las que fueron plenamente competitivas,
libres y justas, que incluían a todos los grupos políticos en igualdad de condiciones,
realizándose tras la celebración de Acuerdos de Paz en los que participaron actores
internacionales. Así, en El Salvador hubo que esperar hasta 1994 y en Guatemala
hasta 1996 para hablar de democracia.

Transiciones políticas: tipos y caminos hacia la democracia.

Un primer grupo de países inició el proceso de transición por decisión de la


coalición autoritaria de permitir la participación de los diversos actores sociales y
políticos en el proceso decisional. Éstas fueron transiciones “controladas desde
arriba”. En Ecuador, Perú, Bolivia, Uruguay, Brasil, Paraguay y Chile, sectores de las
Fuerzas Armadas o éstas como institución, decidieron transitar hacia la democracia y
controlaron tanto la apertura del sistema autoritario, las reglas del juego que luego se
iban a utilizar para la instauración del sistema democrático emergente e incluso, en
algunos casos, definir quiénes podían participar en el nuevo escenario político.

En Ecuador, los militares progresistas iniciaron gestiones para generar la


apertura de una “dictablanda” que se había instalado en 1972, tras el golpe de Estado
de Guillermo Rodríguez Lara, y en 1977 se convocó a diferentes sectores civiles y
militares para diseñar un nuevo marco institucional y legitimarlo en una Consulta
Popular, realizada a inicios de 1978, y donde se plasmó un régimen político centrado
en los partidos políticos. También en 1978 se celebraron en Perú elecciones
constituyentes sin la proscripción de la Alianza Popular Revolucionaria Americana
(APRA), después de diez años de dictadura militar y de que los militares pusieran en
marcha el Plan Tupac Amaru que suponía la vuelta a los cuarteles de las Fuerzas
Armadas, el cambio de modelo económico y la apertura política. Dos años más tarde,
se cerraba el ciclo autoritario con la celebración de elecciones presidenciales y
legislativas.

En Bolivia en 1982, las élites políticas decidían reconocer los resultados de la


elección de 1980 y el Congreso elegía presidente al ganador de aquellos comicios,
Hernán Siles Zuazo, cuyos resultados habían sido desconocidos en su momento.
Chile es uno de los ejemplos más claros de una transición generada por la dinámica
resultante de las reglas de juego del régimen autoritario. Aun cuando este país fue el
último que instauró la democracia en la región, fueron las decisiones que adoptaron
las élites autoritarias las que abrieron la posibilidad al cambio político. Tras el
plebiscito de 1980 se comenzaron a sentar las bases del cambio de reglas de juego
con la aprobación de una Constitución que preveía que en ocho años más se debía
consultar a la ciudadanía sobre la propuesta de designación del Presidente que hiciera
la Junta de Gobierno del régimen autoritario. Tras la derrota de la opción militar en el
plebiscito de 1988, centrada en el general Pinochet, los militares se vieron forzados a
aceptar una reforma de la Constitución y del sistema electoral en julio de 1989 y
llevaron a cabo la primera elección competitiva pocos meses después, lo que facilitó la
reinstauración de la democracia.

Algunos procesos de transición “controlados desde arriba” fueron una sucesión


de eventos electorales conducidos por los militares. Como en Honduras, donde tras

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dieciocho años de dictadura y en el marco de un proceso constitucional que condujo a
la elección presidencial en 1981 de Roberto Suazo del Partido Liberal Hondureño, la
ausencia de una guerra civil, como la que sí se dio en El Salvador o Guatemala, así
como la ayuda militar norteamericana, favorecieron la apertura de la coalición
autoritaria y el inicio del proceso de transición. En Uruguay, el cambio político se
aceleraría con la realización de un plebiscito en 1980 con resultados adversos para los
militares, una elección interna entre los partidos tradicionales con igual cariz, un pacto
entre las élites (Fuerzas Armadas, Partido Colorado y Frente Amplio, FA), en el que
los militares impusieron proscripciones al Partido Blanco (en la persona de Wilson
Ferreira Aldunate) y al FA (en la de Liber Seregni; en el Pacto del Club Naval); y
finalmente, una elección nacional general en 1984 en la que triunfó el colorado Julio
M.ª Sanguinetti. El largo proceso de abertura impuesto por los militares en Brasil, a
través de diferentes consultas populares restringidas, llevó a configurar el régimen de
la Nova República tras las elecciones presidenciales indirectas de 1985, la
Convocatoria Constituyente de 1986, la nueva Constitución Política de 1988 y,
finalmente, la elección directa de presidente en 1989, que permitió elecciones
ampliamente competitivas libres.

En Paraguay, a diferencia de los anteriores, la transición se llevó a cabo tras un


golpe de Estado perpetrado por un sector de las Fuerzas Armadas. Las disidencias
dentro de la coalición entre el Partido Colorado y los militares llevaron al general
Andrés Rodríguez a dar un golpe contra su suegro, el dictador perpetuo, Alfredo
Stroessner, que había gobernado el país durante 35 años. Con ello, se posibilitó el
camino hacia la democracia, con la celebración de una Convención Nacional
Constituyente que elaboró una Constitución en 1992.

En Argentina, a diferencia de todos los demás, se dio una transición no


convencional, por el “colapso” del régimen autoritario y como resultado de una
profunda crisis de legitimidad ocasionada por la derrota en un conflicto internacional (la
guerra de las Malvinas en 1982); el vacío de poder que este conflicto generó, la crisis
económica y el enfrentamiento en la cúpula militar.

Un tercer grupo de países tuvo “transiciones tuteladas desde afuera”. Panamá


y Haití vivieron procesos de transición generados por influencia internacional directa.
En el primer caso, la manipulación de los resultados electorales por el régimen de
Manuel Antonio Noriega en 1989 originó intensas movilizaciones cívicas y dio pie a la
invasión de EE UU que restableció la vigencia de las instituciones democráticas. En el
segundo, la transición fue tutelada tanto por organizaciones internacionales –como la
Organización de Estados Americanos (OEA)- y potencias extranjeras como EE UU y
Francia. Éstos fueron claves para controlar el proceso democrático en 1990 y la
intervención de EE UU fue la que posibilitó el regreso de Jean-Bertrand Aristide en
1994, tras el golpe de Estado que lo expulsó del poder en septiembre de 1991. Un
tercer caso que también experimentó influencia externa fue Nicaragua, donde se había
generado un sistema de partido hegemónico durante el período revolucionario
sandinista y fue la presión internacional y, fundamentalmente, la política de EE UU, lo
que llevó a que se celebraran elecciones, aunque éstas no fueran ampliamente
competitivas sino hasta 1990, cuando triunfó la opositora Violeta Chamorro (UNO).

En República Dominicana, el proceso de transición se llevó a cabo en un


período de diecisiete años, desde la desaparición de Trujillo en 1961 hasta 1978,
cuando se produjo la llegada al poder de la oposición. En el intermedio se dio una
fuerte movilización popular, un golpe militar contra el vencedor de las primeras
elecciones democráticas, Juan Bosch, un nuevo proceso de movilización y de
insurgencia tendente a restablecer a Bosch en la Presidencia y a la Constitución

72
aprobada en 1963, una invasión militar norteamericana, la promulgación de otra
Constitución en 1966 y el dominio absoluto de Joaquín Balaguer entre 1966 y 1978.
Debido a las tensiones propias de este proceso se hizo evidente el papel que
desempeñaron las organizaciones internacionales partidistas (la Internacional
Socialista, IS), el gobierno de EE UU (la administración Carter); los efectos de la
inestabilidad y descomposición haitiana y la crisis generalizada de América Central,
para conseguir finalmente la apertura del régimen. Junto a estos factores externos,
tuvieron relevancia también la desradicalización del Partido Revolucionario
Democrático (PRD) y el descontento de la élite empresarial y los sectores medios con
el Gobierno autoritario, debido a problemas en la gestión económica.

Un cuarto grupo de países, también presionados desde el exterior, tuvieron


“transiciones pactadas”. En El Salvador, tras el golpe de Estado de 1979 y la lucha
armada dirigida por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), el
gobierno optó, apoyado por EE UU, por la lucha antiguerrillera y la celebración de
elecciones semicompetitivas que permitiesen una mayor legitimación internacional. A
pesar de la desconfianza y sospecha mutua, se consiguió que el Gobierno, los
paramilitares y la guerrilla, bajo la mirada de la ONU y de un grupo de países
latinoamericanos, firmaran los Acuerdos de Paz de Chapultepec, el 16 de enero de
1992. En las elecciones que llevaron a la presidencia a Armando Calderón Sol en
1994, se produce la inclusión de todos los actores políticos en la competencia
electoral. En Guatemala, la negociación fue más compleja, ya que a la negativa inicial
a la intervención extranjera de las Fuerzas Armadas y URNG en el proceso de paz, le
siguió la aceptación en 1991 de la participación de la ONU a través del MINIGUA
(Misión de Naciones Unidas para la Verificación de los Derechos Humanos en
Guatemala). Si bien en 1995, un año antes de la firma del pacto, las Fuerzas Armadas
continuaban considerándose vencedoras del conflicto y seguían teniendo poderes de
veto significativo sobre las decisiones civiles; en 1996 se firmó el Acuerdo de Paz
“firme y duradera”, lo que abrió la puerta hacia la instauración democrática.

Finalmente, cinco de los países latinoamericanos que se vieron fuera de esta


oleada democratizadora, por la peculiar naturaleza de su evolución política que había
asentado sus sistemas políticos de manera sólida, a pesar de sus disímiles
características. México gozaba de un régimen articulado sobre el legado de la
Revolución Mexicana y que tenía en el papel articulador del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) la clave de su existencia. De carácter hegemónico y claramente
vinculado al Estado, era el garante de una forma de hacer política proyectada
ininterrumpidamente en los sexenios presidenciales desde 1934 y que desarrollaba
pautas no democráticas basadas en un clientelismo de cariz nacionalista. A lo largo de
la década de 1990, México incorporó mecanismos institucionales para posibilitar la
celebración de elecciones competitivas, y en las elecciones legislativas de 1997 y las
presidenciales de 2000 el cambio político fue efectivo. La transición fue gradual,
iniciada y conducida por las élites políticas, con la participación de partidos de la
oposición que apoyaron las reformas electorales. El proceso careció de un momento
simbólico de ruptura, de una línea divisoria entre el pasado autoritario y la democracia.
Por ello, hay quienes se refieren a éste como un proceso de profundización
democrática y no de transición o democracia fundacional.

Costa Rica había superado el enfrentamiento civil de 1948 sentado las bases
de un régimen democrático, celebrando ininterrumpidamente elecciones desde 1949 y
configurándose como uno de los países más estables de la región. Colombia y
Venezuela culminaron los breves interregnos autoritarios de la década de 1950
mediante pactos políticos de distinta naturaleza que sentaron las bases de una política
normalizada y de competencia partidista a partir de 1958. Por último, Cuba se alzó
como un bastión revolucionario a partir de 1959, imponiendo un régimen personal-
73
caudillista de carácter totalitario, extremadamente nacionalista y clara orientación
comunista.

Tema 10: Guerrilla y narcotráfico en Colombia. Extraído: Reformas económicas


y consolidación democrática (1980-2006,) Manuel Alcántara et alii., páginas 47-50.

Resulta singular la continuidad de la guerrilla en Colombia, puesto que desde


1980 –con las negociaciones del Gobierno con el M-19 a raíz de la toma de la
embajada de la República Dominicana-, se han sucedido las conversaciones e
intentos de acuerdo con los distintos grupos guerrilleros. A mediados de los años
ochenta las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se plantearon la
participación política a través de la Unión Patriótica (UP), el frente legal creado por las
FARC y el Partido Comunista tras los acuerdos de paz de 1984. Pero con la excusa
del mantenimiento de la lucha armada por parte de las FARC, y contando con la
debilidad o complicidad del ejército y las fuerzas de seguridad, se produjo un
sistemático exterminio de los militantes y representantes electos de la UP, que culminó
con el asesinato de su candidato presidencial, Bernardo Jaramillo, en 1990, en el
momento de efervescencia política que acompañó la elaboración de la Constitución de
1991. En ese mismo contexto, y pese al asesinato de su líder, Carlos Pizarro, se
produjo la desmovilización del Movimiento 19 de Abril (M-19), en 1990, y del Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en 1991, y en 1994 les siguió el Ejército
Popular de Liberación (EPL), una de las guerrillas de la primera generación, formadas
antes de los años setenta. Pero las dos principales fuerzas insurgentes de esa primera
generación guerrillera, las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), no sólo se
mantuvieran activas sino que también ganaron fuerza en los años noventa, a la vez
que la incapacidad del Estado para afirmar su autoridad provocaba el auge de las
organizaciones paramilitares –agrupadas en las Autodefensas Unidas de Colombia
(AUC)- financiadas por los propietarios rurales, conectadas con el narcotráfico, y con
complicidades más o menos explícitas en las Fuerzas Armadas.

El fortalecimiento de la insurgencia en Colombia, y el agravamiento del conflicto


–cuarenta mil muertes en la década de los noventa- culminan con el Gobierno de
Andrés Pastrana (1998-2002). Tres años de esfuerzos por hacer avanzar un proceso
de paz, que incluía la creación de amplias zonas sin presencia militar para hacer
posible la negociación, no dejaron ningún fruto por la negativa de la guerrilla a aceptar
cualquier acuerdo sobre las reglas de juego que no incluyera sus propios objetivos de
reorganización social. Pero estas metas, incluso cuando era más aceptables o
recomendables, sólo podían ser alcanzadas a medio o largo plazo, y exigían
precisamente los recursos políticos y materiales que el Estado, debilitado económica y
moralmente por el mantenimiento del conflicto, no estaba en condiciones de reunir.
Por otra parte la guerrilla, a la vez que exigía el establecimiento de zonas de despeje
para negociar, se negaba a suspender sus acciones armadas –incluyendo los
lucrativos secuestros- mientras no se alcanzara un acuerdo. El fracaso del proceso de
paz bajo Pastrana condujo al triunfo en las elecciones presidenciales de 2002 de
Álvaro Uribe, disidente del Partido Liberal y partidario de la mano dura contra la
guerrilla, aunque sin cerrar las puertas a la negociación. Heredaba no sólo un conflicto
de cuatro décadas, que desde 1995 había producido un millón y medio de
desplazados, sino unos antagonistas más fuertes que nunca –unos 17.000
combatientes de las FARC, 5.000 del ELN y 10.000 de las AUC- y un Estado que
había perdido el control de buena parte del territorio y no podía asegurar la circulación
por algunas de las principales vías de comunicación. Además, aunque en el marco de
la lucha contra la cocaína EE UU había impulsado un Plan Colombia que otorgaba
apoyo militar y financiero al Gobierno, la opinión pública norteamericana, y sobre todo
la europea, mostraban una notable ambigüedad respecto a la insurgencia, hasta que

74
los atentados del 11-S de 2001 crearon un clima global adverso para las guerrillas,
que pueden ser vistas como organizaciones terroristas.

Una de las razones históricas de esa ambigüedad se encuentra probablemente


en el carácter históricamente restringido de la democracia en Colombia, patente ya en
el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1948, e ilustrado de forma
dramática por el sistemático exterminio de los candidatos y representantes de la UP y
los asesinatos del candidato liberal Luis Carlos Galán en 1989 y los de Jaramillo y
Pizarro en 1990. Esa experiencia sería la razón inmediata de que las FARC no
siguieran en 1990 el ejemplo del M-19, que por otra parte tampoco supuso un cambio
significativo en el sistema político, puesto que, tras haber obtenido un espectacular
27% del voto en 1991, la Alianza Democrática, constituida por el M-19, el EPL y el
PRT, se desplomó en las elecciones locales de 1997 hasta el 0,6%. Ante esa falta de
incentivos y oportunidades de participación política, no es sorprendente que las
guerrillas decidieran permanecer al margen del proceso democrático.

El ascenso del narcotráfico permitió en los años noventa a todos los grupos armados,
incluyendo a los paramilitares de la AUC, obtener una cuantiosa financiación adicional
por sus servicios de protección o facilitación de la producción y el comercio de la
droga. Si a esto se suman otras fuentes de ingresos más tradicionales, como el
secuestro y la extorsión, el resultado fue una prosperidad financiera que facilitó a la
guerrilla obtener armamento y medios logísticos en un mercado negro en expansión
tras el final de la guerra fría, a la vez que contar con recursos monetarios para atraer a
sus filas a numerosos jóvenes –y niños- sin expectativas de ingresos o de empleo.
Ninguna organización se plantea una modificación sustancial de su dinámica –si no
existen alternativas atractivas- precisamente cuando atraviesa un momento de
abundancia en los medios a su disposición. La presencia del fenómeno del
narcotráfico es considerado el dinamizador e impulsador fundamental del conflicto, ya
que financia la compra de armas, municiones y explosivos, corrompe autoridades y
especialmente se halla vinculado directa y estrechamente a los grupos armados
ilegales, en una alianza estratégica que complica el panorama colombiano.

Así, una opinión pública favorable a las negociaciones y un contexto político sin
incentivos para el abandono de la lucha armada se combinaron para hacer que las
organizaciones insurgentes, en una situación económica especialmente favorable, se
plantearan el diálogo con los sucesivos Gobiernos sólo como una plataforma para
mejorar sus posiciones tácticas y proyectar sus demandas programáticas. El final de la
guerra fría hizo que adaptaran sus planteamientos para hacer más hincapié en la
ineficacia del Estado colombiano frente a los grandes problemas nacionales y menos
en su carácter oligárquico, pero en ningún momento se plantearon una modificación de
su estrategia armada. La fatiga social frente a la falta de resultados del proceso de paz
y la alarmante indefensión ciudadana antes las acciones guerrilleras, acabaron
provocando un cambio fundamental con la llegada a la presidencia de Uribe en 2002:
la desaparición de las zonas de despeje y una continua presión militar sobre sus bases
territoriales como líneas de acción para intentar obligar a los grupos armados a elegir
entre la negociación y la guerra abierta.

Tema 11: Perú: fujimorismo y Sendero Luminoso.

Extraído: Historia de América. Temas didácticos. Carlos Malamud et alii., página 524.

En Perú se confunden las veleidades autoritarias del presidente Fujimori, un


outsider arrimado a la política, con los planteos mesiánicos del “presidente” Gonzalo,

75
el líder del Sendero Luminoso. Ambos condujeron al Perú a un callejón sin salida,
agravado por los efectos totalmente perversos del narcotráfico para la estabilidad del
sistema democrático. Nuevamente el ejército (los sueldos de los oficiales y tropa son
bajísimos) y la guerrilla compiten en este campo por el favor de los narcotraficantes y
los recursos que puedan aportar. Un clima de inestabilidad semejante encontró un
buen caldo de cultivo en la escasa integración a las estructuras estatales de una parte
considerable de la población, básicamente indígena o mestiza.

Extraído: Reformas económicas y consolidación democrática (1980-2006,) Manuel


Alcántara et alii., páginas 50-51.

Perú: Sendero Luminoso.

A comienzos de los ochenta apareció una nueva fuerza guerrillera en Perú. La


irrupción de la guerrilla maoísta del Partido Comunista de Perú Sendero Luminoso
coincidió con el regreso a la democracia bajo el Gobierno de Belaúnde y se convirtió
en un elemento más –con la crisis económica- de deslegitimación del régimen. La
crueldad sistemática de su acción violenta, que dejó en segundo plano las actividades
del más convencional Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), se ejerció
primero sobre el campesinado de Ayacucho, para reforzar su control sobre las
comunidades y eliminar la credibilidad y la presencia de la administración estatal en
una región donde ésta era ya de antemano más bien débil. El arraigo de Sendero en la
zona de Ayacucho, que explica su espectacular irrupción en 1980, era fruto de la
existencia de una organización ideológica forjada desde la Universidad por su
fundador y máximo dirigente. Abimael Guzmán, que habría llegado a influir con sus
doctrinas quizá en la mitad de los 5.000 maestros existentes en Ayacucho en 1981. La
reapertura en 1959 de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga tuvo un
tremendo impacto social en Ayacucho. Bajo el rectorado de Efraín Morote se convirtió
en un polo de atracción de profesores jóvenes y de izquierda de todo el país, abrió un
canal de ascenso social a través de la educación superior y adquirió un papel esencial
en la formación de maestros.

Éstos, a su vez, se arraigarían en toda la región a causa de la creciente


demanda de educación en las comunidades campesinas y serían la base de la red
organizativa de Sendero Luminoso. La hegemonía del grupo de Abimael Guzmán en la
UNSCH sería decisiva, precisamente, para crear, ideológica y organizativamente, esa
red. Señala Degregori que “Sendero Luminoso…surge alrededor de 1970 como
producto del encuentro previo de una élite universitaria provinciana con una base
social juvenil también provinciana, que sufría un doloroso proceso de desarraigo y
necesitaba desesperadamente una explicación ordenada y absoluta del mundo como
tabla de salvación”. La modernización había producido frustración de expectativas, a la
que el discurso senderista ofreció una alternativa en la forma de identidad colectiva.
Se puede pensar entonces que fueron la modernidad y sus canales de movilidad
social los responsables de la aparición del fenómeno y el personal político de Sendero.
La frustración de expectativas de estos jóvenes provincianos, sin posibilidad de
empleo en Lima y asentados en una región estancada, se unió con la pobreza objetiva
de la zona para permitir la aparición de la insurgencia. Y el factor clave en su éxito
inicial fue, según Degregori, la existencia de “comunidades campesinas…con poca
tradición moderna…muy encerradas en sí mismas y, además, reticentes al
Estado…porque al ser zonas de comunidades son zonas de escuelas, ya que las
comunidades son las que más han reclamado y conseguido la apertura de centros
educacionales y son, por consiguiente, las zonas rurales con mayor proporción de
estudiantes y maestros, estratos originarios del senderismo ayacuchano”.

76
La incapacidad del Ejército para derrotar a la insurgencia llevó a ésta a ampliar
su campo de acción a Lima, y para asegurarse el control de los pueblos jóvenes y de
las organizaciones populares, inició una campaña de intimidación y asesinatos contra
sus dirigentes. Este paso resultaría un grave error estratégico: la violencia en la sierra
podía ser manejada como problema marginal, pero el desafío al poder del Estado en la
capital no podía ser ignorado. Por otra parte, el enfrentamiento con dirigentes
populares con amplio reconocimiento no sólo en Perú, sino también en los ámbitos de
la cooperación internacional, dejó al desnudo el carácter sectario y brutal de la
violencia de Sendero, muy alejado de las imágenes románticas del noble guerrillero. El
Gobierno –primero bajo Alan García y después con Fujimori- organizó con éxito
rondas campesinas para aislar a la guerrilla en la sierra. Dentro de la actuación del
ejército se produjeron claros abusos contra los derechos humanos, pero a partir de la
detención en Lima de Abimael Guzmán en 1992 –uno de los grandes éxitos del primer
Gobierno de Fujimori-, se precipitó la derrota de Sendero Luminoso. De forma paralela
resultó también desmantelado el MRTA. Según el informe final de 2003 de la Comisión
de la Verdad y Reconciliación, entre 1980 y 2000 la guerra habría producido en total
casi 70.000 muertos y desaparecidos.

Tema 12: El fin de la hegemonía del PRI en México. El EZLN.

Extraído: Historia de América, Carlos Malamud, páginas 482-483.

Nuevas dificultades surgieron en 1988, cuando el PRI (Partido Revolucionario


Institucional) se escindió y la llamada tendencia democrática propuso que las bases
eligieran al candidato presidencial. El aparato del PRI se negó y designó a Salinas de
Gortari, que debió enfrentarse a Cuauhtémoc Cárdenas, apoyado por la mayoría de la
izquierda. El PRI ganó las elecciones, pero Cárdenas obtuvo el 31% de los votos, un
porcentaje jamás alcanzado por ningún candidato opositor. Convencido de la debilidad
del sistema, Salinas intentó una serie de reformas para lograr la apertura del régimen y
el abandono de las reivindicaciones revolucionarias. La firma del Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos y Canadá era el prólogo de un profundo movimiento de
modernización, que debería convertir a México en una nación desarrollada. Pero, el 1
de Enero de 1994, cuando entraba en vigor dicho Tratado, comenzó la insurrección del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que barrió con los sueños
desarrollistas. El EZLN era un movimiento guevarista que tras su fracaso inicial
recompuso sus planteamientos y mostró un perfil indigenista. Ernesto Zedillo, el
nuevo presidente, buscó encapsular el problema zapatista a fin de seguir
profundizando la democratización, de modo que la oposición, tanto el PRD (Partido de
la Revolución Democrática) como el PAN (Partido Acción Nacional), pudo controlar un
número creciente de gobernaciones y alcaldías. Finalmente, en julio de 2000 Vicente
Fox, el candidato del PAN, ganó las elecciones y asumió la presidencia, un resultado
histórico que permitió el desplazamiento del PRI y la alternancia democrática. Pese a
las expectativas puestas en su gobierno, Fox no pudo cumplir sus promesas de
cambio y el sistema político mexicano siguió manteniendo sus problemas
tradicionales.

Extraído: Reformas económicas y consolidación democrática (1980-2006,) Manuel


Alcántara et alii., páginas 52-54.

México: la insurrección en Chiapas.

Si Sendero Luminoso es el gran ejemplo de guerrilla fea, el otro extremo lo


ofrecería la insurrección en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) el 1 de enero de 1994. Su prehistoria ha sido ampliamente documentada y

77
también en este caso la clave es la formación de una red organizativa dentro de las
comunidades indígenas, en la que desempeña un papel decisivo en una primera fase
la labor de la diócesis de San Cristóbal –a la que llega como obispo Samuel Ruiz en
1960-, en sintonía con la teología de la liberación surgida a partir del Concilio Vaticano
II (1962-1965) y que culmina con la Conferencia de Medellín del Consejo Episcopal
Latinoamericano (CELAM), en 1968. La novedad del proceso chiapaneco es que son
los propios agentes de pastoral de la diócesis quienes buscan el apoyo de la izquierda
radical (la Unión del Pueblo) para la organización del Congreso Indígena de 1974.

A partir de este momento comienza una historia de colaboración y conflictos,


primero con la UP y desde 1977 con los asesores maoístas de Línea Proletaria. La
acción de la diócesis es definitiva para cambiar la interpretación que los indígenas
hacen de su propia situación, pero no se traduce en una reorganización de las
comunidades. De hecho, mientras la pastoral consigue difundir sus propias normas
morales, combatiendo la creencia en la brujería o suprimiendo los matrimonios entre
hermanos, apenas logra resultados en la lucha contra el alcoholismo, el principal
mecanismo de autodestrucción de los indígenas. Van a ser los asesores políticos
quienes logren organizar a las comunidades, reforzar sus mecanismos propios de
sanción y dotarlas de la capacidad para trabajar de forma sostenida en pos de sus
propios intereses. El cambio de marco simbólico introducido por los catequistas es el
punto de partida: el trabajo organizativo lo realizan los asesores.

En 1982-1983, coincidiendo con la crisis política de la Unión de Uniones, la


principal organización campesina de la región –creada en 1980 y dividida entre la
construcción de una unión de crédito o la prioridad de la lucha por la tierra-, llegan a la
región los supervivientes de la guerrilla de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN),
uno de los grupos armados surgidos y diezmados en México durante los años setenta,
y con ellos el núcleo político de lo que llegaría a ser el EZLN. Según Legorreta, “las
FLN no encontraron un pueblo fragmentado, desorganizado y depauperado por la
pobreza extrema. Encontraron una región cohesionada, organizada, con cierta
experiencia política y esperanzas de alcanzar mejores condiciones de vida, que se
había dignificado en su proceso organizativo; además de la herencia de una dinámica
de apropiación y participación real de las bases, es decir, donde se había impulsado la
participación de las comunidades en la solución de sus propios problemas
sociales…La infiltración de estas redes ya existentes dio la posibilidad a las FLN de
conformar al Ejército Zapatista como una organización amplia , aprovechando el
carácter de masas con el que se había mantenido la Unión de Uniones”.

El éxito del proceso de autoorganización comunitaria realizado, en medio de


continuas contradicciones, por la diócesis y los asesores políticos en años
precedentes, ha creado el terreno en el que puede arraigar el proyecto insurreccional.
A partir de ahí se combina una serie de factores que abocan al EZLN a la insurrección
de Año Nuevo de 1994: la conciencia de haber sido detectados por el Ejército, el temor
al creciente efecto desmovilizador que trata de lograr la diócesis, que a estas alturas
se siente urgido a frenar al EZ para evitar que se llegue a un conflicto violento, y la
misma oportunidad simbólica de la fecha como comienzo de la vigencia del TLC con
EEUU y Canadá. Como cabía esperar de un grupo guerrillero nacido en los años
setenta, el modelo de la insurrección es la revolución cubana. El objetivo es la toma de
poder y la nacionalización de los medios de producción, y la identidad de los
insurrectos no pretende ser indígena: el EZLN se ve como una fuerza de campesinos
pobres que aspira a englobar a los proletarios. Pero estas ambiciones chocan
rápidamente con la realidad: la insurrección es derrotada sin haber encontrado eco en
otras regiones de México, y mucho menos en las ciudades. El Gobierno, sin embargo,
no puede o no quiere culminar la acción militar contra los insurgentes frente a una

78
opinión internacional especialmente atenta al conflicto a causa del acuerdo comercial
con EEUU, y abre una negociación con la guerrilla.

Desde este momento el EZLN emprende un radical giro discursivo para


presentarse como una fuerza indígena, pero por encima de las etnias tzotziles,
tzeltales y choles que constituyen sus bases. Asesorado por intelectuales progresistas
replantea como objetivo de la insurrección la defensa de los derechos indígenas frente
a una dominación exterior cuyo origen sería la conquista española, y cuyos capítulos
sucesivos serían la explotación de los ladinos, el régimen autoritario del PRI y la
agresiva llegada de la globalización. Y en este objetivo se pasa de la búsqueda de la
igualdad de oportunidades –demasiado próxima al gradualismo de la reforma agraria o
de la búsqueda de la plena ciudadanía democrática-, a una específica demanda de
autonomía indígena que supone el rechazo tanto de la colaboración con el Estado
como el desarrollo económico capitalista, identificados como una negación de la
cultura y de las formas de autogobierno propiamente indígenas. Para la opinión
pública internacional la insurrección de Chiapas se convirtió en un ejemplo de guerrilla
buena: desde 1994 no volvió a hacer uso sistemático de las armas –ni ha tratado de
propagarse a otros países- y se presenta como defensora de los derechos indígenas
frente a una globalización inhumana o frente a Gobiernos autoritarios y/o corruptos.
Una parte fundamental del éxito mediático del EZLN corresponde a su dirigente
carismático, el subcomandante Marcos, que, aunque a lo largo del tiempo fue
cometiendo llamativos errores y manteniendo prolongados silencios, demostró ser un
hábil comunicador a través de internet y los medios escritos y audiovisuales.

Las negociaciones con el Gobierno dieron lugar a unos acuerdos –San Andrés
Larraínzar, 1996- que no llegaron a traducirse en legislación ni siquiera con la derrota
del PRI en 2000, ya que las reformas constitucionales en materia de derechos y
cultura indígena impulsadas por el presidente Fox en 2001 fueron rechazadas por el
EZLN, en la versión aprobada por el Senado, como una traición a dichos acuerdos. El
conflicto permaneció desde entonces estancado, con indicios de deterioro social en las
zonas controladas por los insurgentes, tanto internamente como en su relación con las
comunidades no zapatistas, y pese a que el Gobierno de Chiapas cambió de manos
en 2000. La proximidad de nuevas elecciones presidenciales llevó al EZLN a anunciar
en 2005 su paso a la política como una fuerza alternativa a la izquierda tradicional,
tratando de aglutinar a los movimientos y agrupaciones políticas más radicales. La
gran repercusión obtenida por la insurrección del EZLN dio impulso en México a otros
grupos armados, particularmente en el estado de Guerrero –cuna de la histórica
guerrilla rural de Lucio Cabaña-, pero sus acciones fueron más limitadas y
esporádicas, y su discurso más tradicional no alcanzó la misma proyección sobre la
opinión pública.

Tema 13: Populismo y neo populismo. El llamado "giro a la izquierda". La


emergencia política del indigenismo. Primer y segundo párrafo: Auge y caída de
la autarquía, páginas 181-182.

Tradicionalmente, se suele identificar de populistas a los gobiernos de Juan


Domingo Perón en Argentina; Getulio Vargas y Joao Goulart en Brasil; Luis Echeverría
en México; José María Velasco Ibarra en Ecuador; Fernando Belaúnde Terry y Juan
Velasco Alvarado en Perú; Alberto Lleras Camargo en Colombia; Carlos Andrés Pérez
en Venezuela, Joaquín Balaguer en República Dominicana; y Carlos Ibáñez del
Campo en Chile. Si bien cada uno tuvo características propias como resultado del
tiempo y del tipo de sociedad en los que le tocó actuar, todos compartieron un cierto
sello común. Al conjunto de estas experiencias se les conoce como populismos
clásicos en comparación con los nuevos populismos o neo populismo de finales del

79
siglo XX (Carlos Saúl Menem, Alberto Fujimori, Carlos Salinas) y comienzos del siglo
XXI (Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner, Alán García, Daniel Ortega).

El término populismo tuvo su origen a finales del siglo XIX para describir unas
situaciones políticas concretas (gobiernos rusos y norteamericanos segunda mitad del
XIX), pero posteriormente se fue convirtiendo en un concepto más ambiguo por
haberse utilizado por economistas, politólogos, sociólogos e historiadores para explicar
realidades parcialmente distintas entre sí desde distintos focos interpretativos.

Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre.


Por Carlos Malamud.

Existe una continuidad entre el primer populismo, especialmente del


peronismo, y los actuales. Comparten muchos valores y los mecanismos empleados
para reforzar el control social. Pero existen diferencias, como la mayor preocupación
por la macroeconomía de los caudillos de hoy. La acción del populismo se refleja en la
política interna y en la exterior. El nacionalismo y el antiimperialismo se erigen como
banderas para movilizar a sus seguidores, a la vez que silencian las voces
discrepantes ante el enfrentamiento contra un enemigo poderoso, que sirve para
justificar sus fracasos y errores. El peso del caudillismo, el contacto entre el líder y las
masas, el nacionalismo, el antiimperialismo, la necesidad de polarizar las sociedades
entre patriotas y antipatriotas, el fuerte contenido antidemocrático y antiliberal y el
desprecio del Estado de derecho son algunos rasgos distintivos. Una de las
manifestaciones actuales de algunos populismos es el indigenismo, que merece
especial atención. No faltan los ejemplos de los problemas de gobernabilidad que su
gestión provoca, así como los ataques contra la democracia.

En las ciencias sociales hay dos conceptos de muy difícil o casi imposible
definición: el terrorismo y el populismo. En realidad, de ellos hay tantas definiciones
como interpretaciones posibles. Las dificultades surgen de la profunda carga política o
ideológica que se pone en su descripción, lo que termina condicionando el debate, y
no de la naturaleza intrínseca de su objeto de estudio.

El concepto de populismo hunde sus raíces más profundas en los populistas


rusos y norteamericanos de la segunda mitad del siglo XIX. Pese a las grandes
diferencias con el populismo actual, es posible encontrar algunas constantes comunes
en sus diferentes variantes cronológicas o nacionales, como pueden ser el intento de
reivindicación de los valores culturales tradicionales y populares, su anticapitalismo,
que en muchas circunstancias adquirió un rumbo más o menos antiliberal, y, en
algunos casos, se planteó la reivindicación de lo rural frente a lo urbano, e inclusive de
lo agrario contra lo industrial. A esto hay que agregar su carácter antielitista, contrario
a los poderosos, ya que quienes ejercen el poder son también los que controlan los
mecanismos de la democracia representativa y las instituciones democráticas. Desde
esta perspectiva, ellos son los que han hecho de la democracia una farsa, con el fin de
mantener sus privilegios. La consigna peronista de “alpargatas sí, libros no” es un
claro ejemplo del contenido antiliberal, antiilustrado y tradicional del discurso populista
más clásico.

Jesús Silva-Herzog, glosando a Guy Hermet, recuerda que los movimientos


populistas suelen dotarse de un aire religioso que los lleva a construir un universo
particular y dicotómico, en el cual el cielo se le garantiza a los buenos, mientras que el
infierno queda reservado para los malos, que no son otros que los oligarcas. Por eso,
tanto en la imaginación como en el discurso populista, el pueblo es revestido de
virtudes infinitas. Como “el trabajador manual, el hombre sencillo y pobre encarna un

80
ideal cívico” y “el burócrata y el banquero parásito son los enemigos de la sociedad”,
resulta que la política sobre la que descansa esta fantasía termina siendo “redentora e
intolerante”.

Para Silva-Herzog el populismo niega la política por partida doble. En primer


lugar porque excluye de la lógica la posibilidad de establecer un gobierno que sea
aceptable para la ciudadanía ante la perversión irremediable de los gobernantes. Sólo
el héroe popular, el caudillo, “podrá expresar las demandas del pueblo”. En segundo
lugar, al negar a la política la capacidad de administrar el tiempo se excluye la
posibilidad de los poderosos de lograr sus resultados. De este modo, “el futuro llegará
automáticamente”, una idea que no es compartida por el populismo moderno, que “no
rompe definitivamente con las instituciones de la democracia representativa, las usa
con frecuencia pero mantiene una posición ambigua frente a sus ordenanzas. Se
asocia hoy […] con una expectativa de certeza y de poder firme. Nostalgia del hombre
fuerte. Los populismos contemporáneos pueden ser paraguas multiclasistas, pero
coinciden en la búsqueda de firmeza frente a la angustia de la incertidumbre”.

En la constelación mundial de los populismos, el latinoamericano ocupa un


lugar estelar. Personajes como Juan Domingo Perón, Getúlio Vargas, Juan María
Velasco Ibarra o Lázaro Cárdenas, en una primera oleada; Carlos Andrés Pérez,
Carlos Menem, Alberto Fujimori o Abdalá Bucaram, en un segundo momento; y,
actualmente, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa o el matrimonio Kirchner se
han convertido en actores centrales de una trama que ha adquirido la suficiente
entidad como para ser analizada de forma autónoma. De modo tal que el populismo
latinoamericano, por la extensión, la profundidad y la variedad del fenómeno ha
diseñado un perfil propio, muy diferenciado del que se puede observar en otras áreas
geográficas. Esto ha ocurrido en parte por la propia naturaleza de los hechos, pero
también por la insistencia de los actores en justificar sus actos mediante el argumento
circular de su adanismo. Los populismos son originales, son novedosos, en la medida
que todo lo antiguo es reprobable. La consecuencia es hacer tabla rasa con el pasado.

En los populismos latinoamericanos, tanto en los de la primera hornada,


desarrollados entre las décadas de 1930 y 1950, como en los de la década de 1990 o,
inclusive, entre los más recientes, comúnmente denominados neopopulismos,
podemos ver la influencia de la reivindicación de los valores populares, así como su
anticapitalismo y antiliberalismo. De todos modos, en América Latina, e incluso en
otras partes del mundo, el populismo no es patrimonio de una ninguna ideología, ni de
una manera determinada de gobernar, ni tampoco de un ámbito geográfico concreto.
Más bien se relaciona con fuertes liderazgos y ciertos estilos personalistas y
patrimonialistas del ejercicio del poder.

En Italia, Silvio Berlusconi ha hecho del populismo uno de los mecanismos


básicos de su estilo de gobierno. Su particular concepción patrimonialista del poder no
se aleja demasiado de la que poseen algunos de sus más connotados colegas
latinoamericanos, como los Hugo Chávez, los Evo Morales o los Rafael Correa de
turno. Lo mismo se puede decir sobre la particular idea “berlusconiana” de la
independencia del poder judicial respecto del ejecutivo, o sobre la validez legal de las
herramientas institucionales para controlar al gobierno y a otras instancias o
dependencias del estado. En general se podría hablar de un claro menosprecio por
parte de los líderes populistas de eso que los anglosajones denominan checks and
balances. El concepto, que podría traducirse como controles y contrapesos, se dirige
claramente al control del poder y al control de todos aquellos que de una u otra
manera ejercen el poder.

81
En muchos aspectos hay una similitud argumental entre las justificaciones
bolivarianas y las de Berlusconi a favor de la democracia directa, de la democracia
participativa. Primero, desde la perspectiva populista, hay democracias verdaderas, las
que respaldan a los líderes de la causa, que conviven con otras bastardas, las que los
critican. Segundo, las democracias verdaderas son aquellas que oyen directamente la
voz del pueblo, que se expresa y participa sin ningún tipo de intermediaciones políticas
(democracia participativa) a través de referéndums y otros procedimientos similares. Y
tercero: los mecanismos de control no son legítimos si critican al gobierno o
entorpecen su funcionamiento.

Estas tendencias apuntan generalmente al que será uno de los principales hilos
conductores de este trabajo, poner de relieve los aspectos más antidemocráticos y
autoritarios del populismo. Se trata de cuestiones claramente reaccionarias, que si
bien se adornan con reivindicaciones populares y mensajes progresistas, tienden, a
medio y largo plazo, al fracaso de la mayor parte de los objetivos propuestos. No se
trata sólo de reivindicar las innegables conquistas sociales o de integración política o
étnica de algunos populismos, sino de ver en qué medida éstas son sostenibles. Si
echamos una rápida mirada al estado actual de Cuba, un régimen que se sostiene
gracias a su legitimidad revolucionaria, algo que no ocurre en los restantes países del
ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), el futuro de las
naciones situadas en la órbita chavista se puede juzgar como más incierto. La
incertidumbre aumenta si se tiene en cuenta que el principal lubricante que permite el
funcionamiento de todo el entramado es el petróleo venezolano, un recurso que no
está al alcance de todos los líderes populistas.

En el actual panorama latinoamericano se pueden encontrar populistas de


izquierda y populistas de derecha, junto a dictadores populistas o a gobiernos
democráticamente elegidos que han tenido un desempeño populista. En la década de
1990 se pudo ver en algunos países de América Latina una suerte de renacimiento
populista, una “segunda ola” de populismos, esta vez con connotaciones neoliberales
y de derecha, según el decir de numerosos analistas, como Susanne Gratius. Éste fue
el caso, por ejemplo, de Carlos Menem, en Argentina, o de Alberto Fujimori, en Perú.
Sin embargo, todos ellos compartían con sus antecesores y sus predecesores el
mismo desdén por las reglas de juego democráticas, las leyes y las instituciones
republicanas, como demostró claramente Alberto Fujimori con su autogolpe en el Perú,
que de un plumazo acabó con el parlamento.

Resulta bastante complicado determinar qué dirigentes o qué gobiernos son


populistas y cuáles no, ya que no hay ningún baremo al respecto. Muchas veces la
definición llega de consideraciones políticas o de generalizaciones que no tienen en
cuenta el contexto en que la lucha política se produjo. En algunas ocasiones basta la
presencia de un discurso complaciente hacia las masas y con ciertos tintes
demagógicos para que a un determinado líder, y más si es carismático, se le cuelgue
el sambenito de populista. En otras es necesaria la presencia de un liderazgo
caudillista o un manejo totalmente arbitrario de los fondos públicos, favorecedor del
clientelismo, para que se llegue a tal conclusión.

En América Latina la emergencia y la persistencia del populismo como un


fenómeno político y como un movimiento de masas con amplio apoyo popular. Aunque
aquí cabe una aclaración previa que tiene que ver con las enormes dificultades
existentes para generalizar sobre América Latina. No se trata sólo de marcar las
diferencias entre México y Paraguay, o entre Brasil y Honduras, por poner sólo dos
ejemplos, sino de señalar las diferencias políticas, históricas, sociales, culturales,
institucionales o económicas existentes entre todos los países de la región, por

82
resaltar algunas cuestiones importantes. Entre aquellos gobiernos a priori definidos
como populistas, o neopopulistas, al menos por buena parte de analistas u
observadores, como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Nicaragua o
Argentina, hay importantes diferencias de objetivos, de estilos de gobierno, o de
retórica discursiva. Pese a ello, es posible encontrar algunos hilos conductores que
permiten presentar una visión de conjunto, aun a sabiendas de que el modelo ideal
lima las diferencias preexistentes.

Sirvan estas breves líneas introductorias como el mejor ejemplo de que a


cualquier fenómeno político, y más en América Latina, se le puede aplicar la etiqueta
de populista. Para ciertos autores no sólo Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa,
Daniel Ortega, Manuel Zelaya, Fernando Lugo o el matrimonio Kirchner personifican
opciones populistas, sino que también habría que agregar a esta lista personajes tan
dispares como Álvaro Uribe o Lula da Silva.

En los últimos años han aparecido numerosos libros sobre el populismo, sobre
el chavismo y la revolución bolivariana, sobre el indigenismo, o sobre cualquiera de los
numerosos temas que pretendo abordar en este trabajo, bien a favor o en contra de
ellos, bien con un tono más analítico o bien con otro descriptivo, como para que el
lector se pregunte: ¿por qué uno más? ¿cuál es la diferencia? Antes de responder a
estas cuestiones déjenme destacar, sin pretender ser exhaustivo, algunos de los
trabajos más relevantes, aparecidos en los últimos años, donde se podrán ampliar
muchos de los temas insuficientemente abordados, o contraponer otros puntos de
vista. Quizá las dos obras recientemente publicadas que mejor profundizan en muchos
de los temas aquí abordados sean la de Flavia Freidenberg, La tentación populista.
Una vía al poder en América Latin (Madrid, 2007) y la de Michael Reid, El continente
olvidado. La lucha por el alma de América Latina (Barcelona, 2009). Más académica la
primera, más periodística la segunda, ambas bucean en las causas históricas, en la
génesis de los procesos, que al menos teóricamente deberían haber llevado a la
situación actual. También vale la pena mencionar Del populismo de los antiguos al
populismo de los modernos (México, 2001), de Guy Hermet, Soledad Loaeza y Jean
François Prud'homme, un intento muy serio de sistematizar el significado profundo del
populismo en México y América Latina.

Desde una perspectiva más militante destaca la recopilación de artículos


periodísticos, algunos más antiguos que otros, de Mario Vargas Llosa, Sables y
utopías. Visiones de América Latina (Madrid, 2009), en la que inclusive pueden
rastrearse algunas contradicciones en el pensamiento del autor o, mejor dicho, la
evolución de su discurso en torno a los conceptos de democracia, populismo, libertad
y dictadura en la región. En una línea similar de pensamiento, aunque limitado a un
caso concreto, el de Hugo Chávez y su revolución bolivariana, no quisiera omitir el
libro de Enrique Krauze, El poder y el delirio (Barcelona, 2008), que aporta una visión
en profundidad y un análisis lúcido de la realidad venezolana.

En un intento de describir lo que se ha dado en llamar el “giro a la izquierda” en


América Latina, y con un tono de mayor proximidad a los fenómenos, encontramos los
trabajos de Marc Saint-Upéry, El sueño de Bolívar (Barcelona, 2008) y de José
Natanson, La nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina,
Brasil, Bolivia, Venezuela, Chile, Uruguay y Ecuador (Buenos Aires, 2008). Para
acercarse al pensamiento alternativo que respalda teórica, política e ideológicamente
el proyecto bolivariano lo mejor es consultar algunas páginas web como: Rebelión,
Aporrea, Argenpress, Ancol, Ventana Bolivariana, El Militante y Resumen
Latinoamericano.

83
Sin embargo, el mayor esfuerzo teórico por intentar definir al actual populismo
latinoamericano proviene de las obras postmarxistas del matrimonio formado por
Ernesto Laclau (La razón populista) y Chantal Mouffe (junto a su marido,
Deconstrucción y Pragmatismo, 1998), pese a tener el inconveniente, especialmente
notable para el gran público, pero no sólo para él, del lenguaje abstruso utilizado y de
los escasos vínculos que crea entre su retórica y la realidad. Para ellos, el populismo
es una simple forma de “construir lo político”. En palabras de los autores, el populismo
es visto como una “lógica política” y no como la pertenencia a “un tipo de movimiento
identificable con una base social o con una determinada orientación ideológica”. Esto
se basa en que se persigue más analizar qué es lo que sucede en el plano de “lo real”
que describir lo que ocurre en la realidad. La consideración de Laclau sobre la relación
entre liberalismo y democracia apunta a su idea de que el populismo puede encarnar
perfectamente demandas democráticas, a la vez que es una muestra del lenguaje que
utiliza: “Una vez que la articulación entre liberalismo y democracia es considerada
como meramente contingente, se deducen necesariamente dos conclusiones obvias:
1) otras articulaciones contingentes son también posibles, por lo que existen formas de
democracia fuera del marco simbólico liberal -el problema de la democracia, visto en
su verdadera universalidad, se convierte en el de la pluralidad de marcos que hacen
posible la emergencia del “pueblo”-; 2) como esta emergencia del pueblo ya no es más
el efecto directo de algún marco determinado, la cuestión de la constitución de una
subjetividad popular se convierte en una parte integral de la cuestión de la democracia.
Un corolario es que no hay ningún régimen político que sea autorreferencial”.

Para Laclau, el populismo aparece cuando las instituciones propias de la


democracia liberal bloquean repetidamente las demandas colectivas. Es más, en su
concepción la crítica al populismo, cualquiera sea, es obra de oligarcas y los
antipopulistas son antidemócratas, ya que, desde su perspectiva, el populismo es un
movimiento popular genuinamente democrático. Según Jesús Silva-Herzog Márquez,
Laclau cree que el populismo “es el milagro que cohesiona a un pueblo”; por eso “no
es el demonio”, sino la señal de una “operación política por excelencia: la construcción
imaginaria de un nosotros”. Tampoco es una ideología de contenido específico. “El
carácter distintivo del populismo es precisamente que aloja una variedad infinita de
demandas que logran unificación a través de un enemigo común. Es igual que sea la
rabia antioligárquica o el racismo antiinmigrante. La vaguedad resulta ser un
instrumento a su servicio.

Hubo un momento, a comienzos de la década de 1990, en que fuimos muchos


los que pensamos que la consolidación de las transiciones a la democracia en
América Latina había eliminado definitivamente el fenómeno del populismo en la
región. Tras la caída del muro de Berlín, el futuro del mundo aparecía venturoso y
entonces era posible extender la mirada complaciente al hemisferio americano. Sin
embargo, parece que los viejos fantasmas familiares están sumamente arraigados en
el alma de los pueblos latinoamericanos, y por eso resultan más difíciles de exorcizar
de lo que se creía.

De todos modos, la pregunta de por qué el populismo es un fenómeno


consustancial a la reciente historia política latinoamericana es totalmente relevante
como para prestarle atención en estas páginas. Las explicaciones al respecto también
son variadas y van desde la escasa implantación institucional de las democracias
latinoamericanas y la debilidad de sus sistemas de partidos políticos a la exclusión
social imperante en buena parte de la región, a lo que habría que sumar el desempleo,
los elevados niveles de pobreza y la desigualdad, así como el descontento y la
violencia social que estas circunstancias generan en algunas ocasiones. No en vano
se suele decir que América Latina es el continente más desigual del planeta.

84
La llegada de la democracia en los años ochenta y noventa del siglo pasado
fue acogida con gran esperanza a lo largo y a lo ancho de la región. Hubo, inclusive,
algunos líderes, como Raúl Alfonsín, que creyeron que la democracia, por sí sola,
daría de comer, es decir, acabaría con buena parte de los problemas estructurales que
los afectaban, que eliminaría el atraso y llevaría a sus pueblos por la senda virtuosa
del desarrollo. Craso error. En la mayoría de los casos, las frágiles democracias
establecidas no pudieron acabar ni con la exclusión, en sus variantes política y social,
ni con la pobreza. Hubo algunas excepciones remarcables, como la de Chile y más
recientemente Brasil, aunque esto no ha sido la norma.

Es frecuente escuchar la explicación de que el ascenso de los recientes


populismos se debe al fracaso de las políticas económicas de la década de 1990,
despachadas rápida y acríticamente como neoliberales e identificadas claramente con
el llamado “Consenso de Washington”. La lectura al uso señala que estas políticas
fueron destructoras del empleo y aumentaron el número de pobres e indigentes en la
región, como efectivamente ocurrió en la mayoría de los casos. Esta situación
regresiva se suele contraponer con el quinquenio de rápido crecimiento que tuvo lugar
entre 2003 y 2007, con tasas regionales promedio superiores al 3% anual.

La cuestión de fondo, vinculada al problema que aquí nos ocupa, es si esta


etapa de crecimiento tuvo que ver con las políticas económicas de los gobiernos
populistas o con la favorable coyuntura económica internacional que propició el
aumento de la demanda de materias primas (productos energéticos, minerales y
alimentos) exportadas por los países latinoamericanos, y con ella el incremento de sus
precios en los mercados internacionales. De este modo, la emergencia y consolidación
de algunos gobiernos populistas, desde la perspectiva económica, se habría visto
favorecida por el factor suerte. Mala suerte de sus predecesores que debieron afrontar
una coyuntura complicada, y buena suerte de quienes pudieron navegar con viento a
favor y desarrollaron políticas públicas tendentes a reducir el paro y la pobreza, lo cual
redundaba en una mayor satisfacción de la población con su particular modo de
gestionar la economía.

Otras explicaciones ponen el acento en vincular el ascenso del populismo con


la inestabilidad política, la falta de consolidación de las instituciones democráticas o la
debilidad de los sistemas de partidos. Sin embargo, aquí también resulta complicado
establecer algún grado de correlación entre las distintas variables. Un aspecto que se
suele resaltar es que entre 1985 y 2009 veintidós presidentes electos de América
Latina fueron removidos de su cargo o forzados a renunciar por diferentes motivos,
incluyendo a los vicepresidentes o a los sucesores nombrados para completar el
mandato de los primeros. Se trata de Hernán Siles Zuazo (Bolivia, 1985), Raúl
Alfonsín (Argentina, 1989), Fernando Collor de Mello (Brasil, 1992), Jorge Serrano
(Guatemala, 1993), Carlos Andrés Pérez (Venezuela, 1993), Joaquín Balaguer
(República Dominicana, 1996), Abdalá Bucaram (Ecuador, 1997), Raúl Cubas
(Paraguay, 1999), Jamil Mahuad (Ecuador, 2000), Alberto Fujimori (Perú, 2000),
Valentín Paniagua (Perú, 2001), Fernando de la Rúa (Argentina, 2001), Alberto
Rodríguez Saá (Argentina, 2001), Ramón Puerta (Argentina, 2002), Gonzalo Sánchez
de Lozada (Bolivia, 2003), Eduardo Duhalde (Argentina, 2003), Lucio Gutiérrez
(Ecuador, 2005), Carlos Mesa (Bolivia, 2005), Eduardo Rodríguez Veltzé (Bolivia,
2006) e inclusive podemos considerar a Manuel “Mel” Zelaya (Honduras, 2009), a lo
que hay que agregar los dos gobiernos de Jean Bertrand Aristide en Haití en 1994 y
2004.

No sólo hubo una gran diversidad de causas, sino también de los modos en
que se produjo el relevo presidencial. En algunos casos, la inestabilidad provocada por

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la caída de determinados presidentes generó, más tarde o más temprano, la
emergencia de gobiernos populistas; en otros, por el contrario, se mantuvieron
inalterables las instituciones y el sistema democrático. Entre los primeros casos
tenemos a Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela. Entre los segundos
Brasil, Perú, República Dominicana o Guatemala. Al mismo tiempo, en Nicaragua se
produjo el ascenso de Daniel Ortega en un contexto donde no había ocurrido ningún
recorte de los mandatos presidenciales previos. En Argentina, Raúl Alfonsín debió
adelantar el fin de su período presidencial en 1989, al renunciar ante la magnitud de la
crisis económica y la hiperinflación que se habían abatido sobre el país, y en 2001
Fernando de la Rúa tuvo que dimitir tras la crisis generada por el “corralito” y el fin de
la convertibilidad del peso. La aplicación de los mecanismos de sucesión permitió un
rápido paso por el poder de Alberto Rodríguez Saá y de Ramón Puerta, antes de que
Eduardo Duhalde se hiciera cargo de la presidencia. También él adelantó el fin de su
mandato para que finalmente Néstor Kirchner arribara al gobierno, inaugurando un
controvertido estilo matrimonial de gobierno.

Bolivia y Ecuador son los ejemplos más claros de movilizaciones populares que
acaban con gobiernos democráticamente elegidos, también conocidas como “golpes
de calle”. En Ecuador, el descontento popular de los movimientos sociales, y las
presiones políticas de algunos partidos o de determinados grupos de poder, acabó con
las presidencias de Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Tras el gobierno
provisional de Alfredo Palacio, Rafael Correa, que fue durante un tiempo su ministro
de economía, alcanzó la presidencia en unas elecciones limpias. En Bolivia, las
movilizaciones de corte indigenista y nacionalista acabaron con los gobiernos de
Sánchez de Losada y Carlos Mesa, para dar paso a Evo Morales, tras el interinato de
Eduardo Rodríguez Veltzé.

En Venezuela y en Paraguay, los intentos de golpe de estado militar contra


Carlos Andrés Pérez y Raúl Cubas terminaron, algunos años después, despejando el
camino a las presidencias de Hugo Chávez y Fernando Lugo. ¿Cuál fue la llave que
en todos estos casos abrió las puertas del poder a los gobiernos populistas?: ¿La
inestabilidad gubernamental, el descontento social, la movilización de los movimientos
sociales o la implosión de los tradicionales sistemas de partidos? Probablemente, y
atendiendo a las especificidades particulares de cada caso, estamos frente a una
intrincada concatenación de causas.

Las excepciones hablan de circunstancias especiales. Fernando Collor de


Mello fue cesado en el ejercicio de la presidencia tras un juicio político, empeachment,
impulsado por el parlamento, después de conocerse serias acusaciones de corrupción
en su contra. De este modo, en Brasil se cumplieron todos los requisitos
constitucionales para cesar un presidente y también se fue sumamente escrupuloso a
la hora de activar los mecanismos sucesorios, a diferencia de lo ocurrido en Honduras
para defenestrar a Manuel Zelaya. En el caso dominicano, la renuncia de Balaguer
estuvo vinculada a los resultados electorales y a su voluntad, tras prolongados
períodos en el poder, de abrir las puertas a la democratización definitiva de su país
después de la firma del “Pacto por la democracia”.

El peso de los tópicos y los lugares comunes.

Según el Diccionario del Español Actual, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y


Gabino Ramos, un lugar común es “una idea vulgar o manida utilizada en una
conversación o un texto”, o “un principio general del que se saca la prueba para un
argumento”, o también un tópico (en literatura, “un tema o forma de expresión que se
repite a lo largo de la historia literaria”). De acuerdo con estas definiciones, las

86
interpretaciones y explicaciones más frecuentes sobre la realidad y el pasado
latinoamericanos están plagadas de tópicos o lugares comunes. Algunos de ellos son
verdades, otras son simplemente mentiras y la gran mayoría son sólo verdades a
medias que, como suele ocurrir con lo que es parcialmente verdadero y parcialmente
falso, acaban distorsionando totalmente la realidad analizada. Quizá uno de los
ejemplos más claros en este sentido es la llamada “teoría de la dependencia”, que
tuvo un predominio mayoritario en el mundo universitario e incluso en la mayor parte
de la opinión pública de América Latina.

Si bien en la actualidad la “teoría de la dependencia” no tiene el éxito editorial


de entonces, su influencia sigue siendo devastadora. La obra de Eduardo Galeano Las
venas abiertas de América Latina, publicada inicialmente en 1971, no sólo ha sido
traducida a varios idiomas, sino que sus múltiples ediciones (en 2004 se publicó la 76ª
edición en español) han servido de texto oficial sobre la historia latinoamericana en
numerosas universidades de Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo. Si
algo le faltaba a ese libro para saltar al estrellato, o a la estratósfera, su oportunidad le
llegó durante la V Cumbre de las Américas, celebrada en abril de 2009 en Trinidad y
Tobago, cuando el presidente Hugo Chávez le regaló un ejemplar a Barack Obama.
Para Chávez, Las venas abiertas “es un monumento en nuestra historia de América
Latina. Es para aprender de la historia, sobre esa historia tenemos que reconstruir”.

La idea que descansa en éste, y en otros muchos trabajos similares, es muy


sencilla. A partir del inicio de la conquista europea, América se convirtió en una
sucesión de posesiones coloniales, explotadas y expoliadas de forma sistemática
durante más de cinco siglos. De esta manera, las decisiones no se tomaban en
América sino en las respectivas metrópolis, responsables en última instancia de todo
cuanto ocurría en territorio americano.

Pese al renacer populista y al predominio que la llamada doctrina bolivariana


tiene en buena parte de la opinión pública del continente latinoamericano, el peso de la
teoría de la dependencia ha disminuido. Sin embargo, esto no quiere decir que su
influencia y sus tópicos hayan desaparecido completamente del pensamiento
latinoamericano, de eso que recientemente se ha dado en llamar el imaginario
colectivo. Un imaginario que sigue dominado por la presencia de innumerables
complots e inacabables teorías conspirativas.

De alguna manera, los lugares comunes recorren todo el espectro ideológico,


permean a todas las clases sociales y atraviesan sin ningún tipo de problemas ni
pasaporte las fronteras nacionales. Uno de los casos más recientes es el de la figura
de Simón Bolívar y de su ideario como precursor y eje del pensamiento liberador para
toda América Latina. Ya no sólo se habla de Bolívar como referente de la
independencia en el área andina, sino que su influencia se extiende mucho más allá y
abarca lugares antiguamente insospechados. El presidente Lula y muchos de sus
colaboradores más directos, por ejemplo, se ven en la obligación cada vez que tienen
en frente al comandante Hugo Chávez o a alguno de sus ministros, de citar en sus
discursos alguna gesta de la epopeya bolivariana o del significado del pensamiento
bolivariano para el futuro venturoso de la región.

Todo el mundo sabe del peso prácticamente nulo que Simón Bolívar tuvo en el
desarrollo histórico brasileño del siglo XIX. Y lo mismo se puede decir de muchos otros
países de la región, como los centroamericanos, México o Argentina. Está pasando
con Simón Bolívar lo mismo que ocurre con José Martí y los cubanos, sean éstos
castristas o anticastristas. Cuando un cubano habla en público o escribe algo, su
alocución o su texto suelen comenzar con una cita de Martí, oportuna para la ocasión,

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y las hay abundantes, para todos los gustos y para casi cualquier circunstancia. No
sólo eso. Radio Martí se llama la emisora que desde Miami propaga los mayores
embates contra el régimen castrista, a la vez que la orden de “José Martí” es una de
las máximas condecoraciones de la revolución, y así podríamos seguir hasta el infinito.

En América Latina hay tópicos de todo tipo, aunque muchos de ellos no tienen
nada que ver con el populismo. Uno de los más repetidos, y que refleja una realidad
lacerante y brutal, es el de “América Latina es la región más desigual del mundo”. En
este caso, el tópico tiene un irrefutable correlato estadístico, que, sin embargo, debería
ser matizado en función de lugares y épocas. Pero hay otros que no surgen de la
estadística sino de la opinión, del convencimiento personal, de la experiencia particular
convertida en categoría. Es la aplicación permanente del empirismo casero: aquello
que ocurre en mi entorno es fácilmente trasladable al conjunto de la sociedad, como,
por ejemplo, que “el narcotráfico es un problema de los consumidores, no de los
productores”. En buen romance esto significa que son los consumidores de los países
ricos, especialmente Estados Unidos, los que deben afrontar el problema, y no los
productores de los países pobres, que sólo se limitan a sembrar coca (un producto
tradicional cargado de una alta valoración simbólica), marihuana o amapola.

Mientras los latinoamericanos sigan empeñados en echar balones fuera, en


quitarse de encima cualquier responsabilidad con el narcotráfico, en negar el hecho
evidente de que cada vez más sus sociedades, especialmente sus jóvenes y niños,
consumen drogas y son terreno abonado para el lavado de dinero, no habrá manera
racional de enfrentarse al problema. Por más que, como han dicho los ex presidentes
Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Ernesto Zedillo y César Gaviria, no haya
solución para el problema del narcotráfico en el actual contexto de prohibición y
criminalización del tráfico. La pregunta es, sin embargo, si hay solución posible, o si se
pueden armonizar las cuestiones de salud pública con las de seguridad ciudadana.

De un matiz similar son las ideas de que “las instituciones no cuentan”, que “la
única democracia que sirve es la participativa”, que “la democracia es la que se hace
en la calle” o que “las elecciones son una farsa”, por fraudulentas. El descrédito de la
democracia, especialmente de la democracia representativa permite afirmaciones del
tipo “la democracia es una idea importada”, producto de la ignorancia y del
desconocimiento histórico. También se afirma que en la América Latina decimonónica
sólo existió el voto cualificado, lo que servía para no reconocer el derecho a sufragio a
millones de ciudadanos. En realidad la democracia, la práctica de las elecciones y la
idea de la ciudadanía surgen al mismo tiempo que las repúblicas latinoamericanas,
tras los procesos de independencia a comienzos del siglo XIX.

Hay también creencias formadas a partir de la historia, como aquella que dice
que “la izquierda latinoamericana no cree en la democracia ni en las elecciones, la
derecha tampoco”. De algún modo esta formulación se terminó de acuñar en las
décadas siguientes a la Revolución Cubana. Entonces unos abogaban por las
dictaduras militares y los golpes de estado en contra del comunismo internacional y en
defensa de la civilización occidental y cristiana, mientras los otros se mostraban
partidarios de la lucha armada y de la guerra popular y prolongada como palanca
necesaria para hacer la revolución y construir el socialismo. Para unos la democracia y
los procesos electorales eran una pura manipulación, que permitían a las elites seguir
imponiendo sus puntos de vista y defender sus intereses, mientras que para los otros
eran un mecanismo espurio que permitía a las masas populares, a la “negrada”,
ingresar por la ventana o por la puerta trasera a los salones del poder, hasta entonces
sólo reservados para usufructo exclusivo de las oligarquías dominantes y
extranjerizantes.

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Entre los otros tópicos presentes en la idiosincrasia latinoamericana también
podemos encontrar la idea de la “no injerencia en asuntos de terceros países”,
prácticamente presente en todos los gobiernos actuales de América Latina, con
independencia de sus orígenes. De algún modo es una teoría derivada de la llamada
Doctrina Estrada, que planteaba el reconocimiento automático de los presidentes que
asumían el poder, con independencia de su origen (democrático o dictatorial, a través
de elecciones o por golpes de estado, etc.). El Consejo Sudamericano de Defensa,
impulsado por la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), es un claro ejemplo de
como la no injerencia y la prevalencia de la soberanía nacional por encima de otros
valores es un claro obstáculo a la integración nacional y a la conformación de
instituciones supranacionales.

Ciertos tópicos frecuentes aluden a las relaciones internacionales, a la


presencia de Estados Unidos en el hemisferio y a los procesos de integración regional.
Por eso hay que recalcar una y otra vez la idea de que “los de afuera nos dividen” o
que si América Latina no está integrada es porque a “los Estados Unidos no les
interesa”. De alguna manera, estos pensamientos devienen de la vieja concepción
imperial y colonial de que “el imperialismo [obviamente norteamericano] nos oprime y
nos exprime”. La creencia en el carácter omnipresente de los Estados Unidos en la
región lleva a la idea de que todos los golpes de estado que hubo en la segunda mitad
del siglo XX fueron impulsados por el gobierno de Washington, sin considerar la
posibilidad de que en muchos de ellos el papel jugado por actores internos haya sido
determinante.

Lo dijo Evo Morales durante su visita oficial a Madrid en septiembre de 2009:


“En Latinoamérica, donde hay una base militar de Estados Unidos, hay golpes
militares”. Afirmaciones semejantes terminan siendo una coartada perfecta para las
elites latinoamericanas, que de este modo se descargan de cualquier responsabilidad
por sus acciones, ya que la responsabilidad última de todo cuanto ocurre en la región
siempre es de los gringos. La explotación colonial, desde hace más de 500 años,
estaría muy unida a un esquema rígido de la división internacional del trabajo, que
condena a los países latinoamericanos a ser únicamente productores de alimentos y
materias primas al servicio de los mercados internacionales, que son los que
directamente se benefician del trabajo de los locales. Por eso, el lugar común
alternativo es el de que “sin industria nacional no hay país”.

Por último, también encontramos un nutrido grupo de lugares comunes


relacionados con los indígenas, los ahora llamados pueblos originarios, aunque nadie
aclara de qué origen se está hablando. Poco importa que así sea. La idea es que ese
carácter originario permite justificar una gran cantidad de demandas relacionadas con
derechos políticos y económicos, así como el acceso a la propiedad de la tierra y a
otros recursos naturales, como agua, minerales, hidrocarburos y otras fuentes de
energía. Para hacer más creíble esta suerte de teoría adánica hay que insistir en el
carácter edénico de las sociedades americanas previas a 1492 y en la hecatombe que
supuso la conquista posterior. El tópico, por tanto, debe girar en torno a la asociación
entre conquista y genocidio indígena, así como a la idea de que tanto en el período
colonial como en el republicano los indígenas carecían absolutamente de derechos y
su participación en la vida política y en la vida pública era prácticamente nula.

Algunos de estos lugares comunes tienen un elevado valor simbólico, otros


inciden directamente en la lucha política y en las disputas por el poder, otros sirven
para alimentar viejas y nuevas contradicciones que dividen a las sociedades
americanas. Por eso es importante poner de relieve cuánto tienen de verdad y cuánto
de mentira. Por eso es importante reducir la retórica a lo imprescindible, anteponiendo

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la realidad al realismo mágico, por más bellas que sean las metáforas que se cuentan
y por más rimbombante que suene la retórica recurrente.

Tema 14: Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana.

El presidente venezolano Hugo Chávez (1954-2013) fue en este comienzo de


centuria el estadista más famoso y polémico de América así como uno de los más
activos e influyentes de la escena internacional, donde sus iniciativas alternativas
impulsaron el paradigma multipolar. Bajo las banderas de la Revolución Bolivariana y
el Socialismo del Siglo XXI, su Gobierno, de rasgos autocráticos al predominar el
personalismo y una cadena de mando vertical, pero al mismo tiempo democrático
porque gozaba de una legitimidad electoral incontestable, sometió a Venezuela a
profundas transformaciones en todos los ámbitos.

Desde su subida al poder en 1999, Chávez suscitó querencias y aversiones


casi sin medias tintas: la mayoría de los venezolanos le adoraban o le detestaban de
un modo visceral. El mandatario se movió a gusto en una dialéctica nacional de
polarización de fuerzas que casi siempre inclinó a su favor. El resultado de esta
singular jefatura estatal ha sido un modelo lleno de claroscuros en el que el debate
sobre cuánto ha ganado o ha perdido el país sudamericano en calidad democrática,
desarrollo económico y bienestar social no puede ignorar dos premisas básicas del
sistema chavista, a saber: que este ha girado absolutamente en torno a la figura
abrumadora de su fundador y líder, y que, energías humanas aparte, la savia que lo
vitaliza es el petróleo, concretamente el petróleo caro. Si fallara uno u otro soporte (o
los dos), el futuro de la República Bolivariana de Venezuela como articulación
institucional y jurídica de una ideología y como actor internacional disidente podría
quedar en entredicho.

Luego de cumplir 13 años en el poder y recién recuperado, aseguraba -para


escepticismo de casi todo el mundo-, de una delicada batalla personal contra el
cáncer, el Comandante de la boina roja libró en octubre de 2012 su enésima contienda
política, las elecciones presidenciales que, coronando un abultado palmarés de
victorias, le permitirían renovar en el Palacio de Miraflores hasta 2019. A diferencia de
las anteriores, las elecciones para el cuarto mandato consecutivo, tercero de seis
años, no tenían el resultado cantado de antemano, pero el líder venezolano, cómodo
triunfador sobre su adversario de la oposición, Henrique Capriles, zanjó la cuestión de
si había alguien capaz de doblegarle en un cara a cara electoral. Tras esta exhibición
de fuerza democrática, Chávez experimentó una grave recaída en su enfermedad. No
pudo jurar el cago y el 5 de marzo de 2013 falleció en Caracas a los 58 años de edad,
siendo sucedido por su heredero designado. Nicolás Maduro, hasta entonces
vicepresidente ejecutivo.

UN CONDUCTOR CARISMÁTICO.

Antiguo teniente coronel del Ejército con inquietudes regeneracionistas y


profundamente religioso, cabecilla de la tentativa golpista de febrero de 1992 contra
Carlos Andrés Pérez, excarcelado por Rafael Caldera y, como consecuencia de todo
ello, devenido fenómeno político de masas, Chávez ganó las elecciones de 1998
acaudillando un frente de izquierdas y esgrimiendo un programa de cambios radicales.
Tan pronto como asumió el poder en 1999, lanzó un proceso constituyente de
alumbramiento de la V República que otorgaba gran importancia a la democracia
participativa y que enterró, sin funeral y con abundantes tics autoritarios, a las
instituciones identificadas con las formaciones tradicionales dominantes hasta
entonces, las viejas AD y COPEI y la más reciente Convergencia. A todas barrió el

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huracán chavista tras demasiados años de mal gobierno, corrupción, ajustes sociales
dolorosos y desatención de las capas más desfavorecidas de la población.

En estas últimas basó su cantera de votos Chávez, quien desde el primer


momento desplegó un estilo y un lenguaje inusualmente informales, donde
agresividad, sarcasmo y jovialidad iban de la mano. Su verbo torrencial y abrasivo, sus
arranques campechanos y coloquiales, sus soflamas vindicativas tachadas de
demagógicas y la sistemática descalificación de los adversarios (a veces, implicados
en turbias conspiraciones) servían para movilizar a los numerosos incondicionales,
pero también espoleaban la pelea Gobierno-oposición hasta la violencia física e
impedían los consensos básicos en democracia. El programa de televisión Aló
Presidente, un canal de comunicación directo y pródigo en alocuciones pintorescas,
fue el instrumento favorito de este gran heterodoxo a la hora de expresar sus ideas y
dar parte de sus decisiones. Venezuela quedó impactada por la personalidad
arrolladora del nuevo caudillo popular y populista, cálido y paternal con su gente, pero
feroz con sus enemigos.

REVOLUCIÓN EN LAS NORMAS, CONFRONTACIÓN EN LAS CALLES,


SUPREMACÍA EN LAS URNAS.

Tras la promulgación de la Constitución redactada a últimos de 1999, las


votaciones generales de 2000 fueron para Chávez la siguiente cuenta de un rosario de
éxitos, electorales y referendarios, en las urnas, a donde no terminaba de trasladarse
todo el repudio al oficialismo que voceaban las multitudinarias manifestaciones de la
oposición. En abril de 2002, en mitad de una coyuntura muy deteriorada pese a los
programas de asistencia y desarrollo sociales, y a rebufo de una matanza de
manifestantes en Caracas de autoría incierta, una coalición de militares, empresarios y
sindicalistas consiguió descabalgar al presidente, pero las disposiciones reaccionarias
del Gobierno de facto presidido por Pedro Carmona precipitaron el colapso del golpe a
las pocas horas de consumarse. Tras su reposición, Chávez, más porfiado que nunca,
pisó el acelerador de su revolución por etapas, llegando a requerir de nuevo la
investidura de unos poderes extraordinarios que para la oposición eran sinónimo de
dictadura. En 2007 la Asamblea Nacional, como ya había hecho en 1999 y 2000,
aprobó una Ley Habilitante que permitía a Chávez legislar al margen del procedimiento
parlamentario y emitir todos los decretos-leyes que considerara necesarios.

En el lustro posterior a los sucesos de 2002, que conoció cuatro años (2004-
2007) de crecimiento económico explosivo como contrapunto de la brutal recesión
terminada en 2003, las principales empresas productivas, empezando por las
industrias petroquímica y siderúrgica, así como la electricidad, la telefonía y parte de la
banca retornaron al control del Estado mediante una catarata de adquisiciones
accionariales y nacionalizaciones directas. La compañía pública PDVSA fue
robustecida para permitirle al Gobierno recaudar más por la renta petrolera y la nueva
legislación orgánica de hidrocarburos consagró la total hegemonía estatal sobre el
sector, recuperado así para la "soberanía nacional". El campo fue socializado
mediante la Ley de Tierras, que derogó la Reforma Agraria de tiempos de Betancourt y
permitió las confiscaciones y expropiaciones de latifundios improductivos. Los
programas de inversión social, con generosos subsidios en efectivo, cobraron vuelo.

Por otro lado, la ampliación de las competencias del Ejército, la adquisición


masiva de armas, la creación de nuevos cuerpos milicianos, la impartición de nociones
castrenses en las escuelas y la regulación de organizaciones de base como los
Círculos Bolivarianos supusieron una preocupante militarización de la sociedad civil.
La estrategia bolivariana de Chávez para Venezuela requirió asimismo toda una

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retórica revisionista que, en aras de la reparación y la equidad, coqueteó con la lucha
de clases (pobres contra ricos, pueblo contra poderes fácticos), ensalzó el mestizaje y
dirigió guiños al indigenismo.

En el terreno puramente político, en 2007, el Movimiento V República (MVR) de


Chávez y varios de sus aliados de la izquierda procedieron a fusionarse como Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Del proyecto de crear una formación única que
aglutinara a todos los partidos progubernamentales se descolgaron tres aliados
significativos, Podemos, Patria para Todos y el Partido Comunista. El revés para el
presidente en esta apuesta fue mayor al decidir las dos primeras agrupaciones
separarse del oficialismo para luego pasarse a la oposición, aunque los comunistas
siguieron formando parte de la coalición chavista Polo Patriótico. El cisma político de la
sociedad venezolana se prolongó e incluso se agudizó tras el fallido golpe de Estado
de 2002. Un paro petrolero en PDVSA de dos meses de duración, devastador para la
economía, desembocó en mayo de 2003 en un acuerdo entre el Gobierno y la
Coordinadora Democrática de la oposición que sólo una esforzada mediación
internacional fue capaz de arreglar. La tregua se desvaneció pronto y el país siguió
sumido en una crispación con chispazos de violencia que volvieron a causar víctimas.

Infatigable y hasta cómodo en la pendencia permanente, Chávez, favorecido


además por el despegue económico gracias al vertiginoso encarecimiento del petróleo,
ganó sucesivamente el referéndum revocatorio de 2004 (forzado por la oposición con
la presentación del número de firmas requerido por este instrumento constitucional),
las legislativas de 2005 (con una mayoría de dos tercios, merced al miope boicot de
una oposición coja de proyectos y liderazgo) y las presidenciales de 2006 (que le
concedieron la reelección por otros seis años con un apabullante 63% de los votos,
frente al 59% de 2000 y el 56% de 1998).

LA AMÉRICA BOLIVARIANA Y LA CAMPAÑA CONTRA ESTADOS


UNIDOS.

Partiendo de sus excepcionales lazos con Cuba, donde los hermanos Castro
hallaron en su admirado venezolano un socio estratégico de primer orden hasta el
punto de confiar en él la sostenibilidad económica del régimen, y publicitándola con su
sensacionalismo viajero y declarativo, Chávez comenzó a desarrollar una agenda en
extremo ambiciosa que, cual ofensiva geopolítica, perseguía alterar la balanza del
continente y construir una América bolivariana a espaldas de Estados Unidos.
Enfrascada en sus guerras en Irak, Afganistán y contra Al Qaeda, la superpotencia, de
hecho, facilitó los planes de Chávez y su nacionalismo inspirado en la obra de Simón
Bolívar, el idolatrado Libertador. En 2004 Fidel Castro y Chávez, los cuales habían
establecido un íntimo vínculo paternofilial, presentaron la Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra América (ALBA), marco de integración con vocación hemisférica,
más allá del ámbito sudamericano e incluso el latinoamericano, que era radicalmente
político y estaba impregnado de la ideología antineoliberal y antiglobalista de sus
creadores. La Bolivia de Evo Morales (2006), la Nicaragua de Daniel Ortega (2007), la
Honduras de Mel Zelaya (2008) y el Ecuador de Rafael Correa (2009) fueron
sucesivamente reclutados para el ALBA, desde 2006 inseparable del Tratado de
Comercio de los Pueblos (TCP), formulado por La Paz.

Para hacerlo tangible, Chávez, hiperactivo, dotó a este foro de una pléyade de
consorcios interestatales, algunos muy exitosos, donde Venezuela se reservaba la voz
cantante y que tenían la virtud de atraer a países, como la República Dominicana, no
miembros del ALBA-TCP aunque conscientes de sus ventajas prácticas: en su
extrema generosidad, Chávez ofrecía fondos al desarrollo, créditos a intereses

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simbólicos y petróleo a precios muy por debajo de los del mercado, prácticamente
"regalado", gruñía la oposición.

Surgieron así Petrosur, Petrocaribe, Petroandina -concebidas como tres


iniciativas subregionales de integración energética para conformar la llamada
Petroamérica-, TeleSUR, el Banco del Sur, Opegasur y el proyecto del Gran
Gasoducto del Sur, por citar sólo los más importantes instrumentos de esta vasta red
cooperativa, cuyo principio básico era la solidaridad. Por otro lado, la Unión de
Naciones Sudamericanas (UNASUR) en 2007 y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), sucesora del Grupo de Río, en 2011 echaron
a andar en sendas cumbres que tuvieron como anfitrión a Chávez, el cual veía a estos
organismos como los complementos necesarios del ALBA dentro de una integración
latinoamericano-caribeña de geometría variable. La emergencia del ALBA, la UNASUR
y la CELAC restó influencia y protagonismo a la Cumbre Iberoamericana y a la propia
OEA.

Al mismo tiempo, Chávez cultivó otro alineamiento estratégico con el Brasil de


Lula da Silva y la Argentina de Néstor Kirchner, convergencia que para Venezuela
supuso renegar de la Comunidad Andina y apostar por el MERCOSUR, aunque la
plena adhesión a este bloque aduanero quedó pospuesta por las reticencias de los
congresos brasileño y paraguayo. El común rechazo del ALBA y el eje Caracas-
Brasilia-Buenos Aires a las pretensiones librecambistas de Estados Unidos echó a
pique el ALCA, el proyecto de desarme arancelario concebido por Washington para
todo el continente. Ahora bien, los diferentes intereses nacionales en cuestiones
complejas como el suministro de gas arrojaron algunos disensos en este círculo
regional de amigos. El propio Chávez tuvo sus roces con Lula porque el gigante
brasileño, la gran potencia emergente de América del Sur y visto desde fuera como el
verdadero líder regional, apostaba por los biocombustibles mientras que él fundaba
toda su estrategia en los hidrocarburos.

Muy numerosas fueron las broncas y las crisis con varios gobiernos que no
comulgaban con el pensamiento bolivariano y las consignas neosocialistas. Los
respectivos tratados de libre comercio bilaterales con Estados Unidos así como las
"injerencias" del venezolano en los procesos electorales pusieron trasfondo a las
tarascadas de Chávez con sus homólogos de México (Vicente Fox), Perú ( Alejandro
Toledo y Alan García) y Colombia (Álvaro Uribe). Con este último país, en el zigzag de
rupturas y reconciliaciones pesaron sobre todo los atribuidos vínculos de Chávez con
la narcoguerrilla de las FARC así como la cooperación militar de Bogotá con Estados
Unidos, denunciada por Caracas como un verdadero casus belli. En 2008 y 2009, las
tensiones entre Venezuela y Colombia, dos países vecinos y hermanos, llevaron a
Chávez a ordenar la movilización de tropas en la frontera. En 2010 se produjo la
ruptura de las relaciones diplomáticas. Luego, las aguas se calmaron, la reconciliación
llegó y en 2012 el nuevo presidente colombiano, Juan Manuel Santos, aceptó gustoso
a Venezuela como garante del proceso de paz abierto con las FARC.

Lo cierto fue que desde la aparición del ALBA, la influencia de Chávez


condicionó campañas electorales y gestiones de gobierno de toda América al sur del
río Grande, donde los más variados dirigentes políticos, antes o después, se veían
obligados a tomar postura con respecto a él. En 2009, el golpe de Estado derechista
contra Zelaya en Honduras, que Chávez no pudo revertir, produjo la primera baja en el
bloque bolivariano, apeado del cenit que había alcanzado. En junio de 2012, la
polémica destitución exprés de Fernando Lugo en Paraguay se tradujo en la pérdida
de otro gobierno amigo. En 2010 falleció el argentino Kirchner, pero su viuda, Cristina
Fernández, mantuvo la excelencia de la asociación bilateral y de hecho ahondó la
cálida relación de amistad con Chávez. Ese mismo año, la llegada al poder en

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Uruguay del socialista José Mujica, aunque no supuso la captación de un nuevo
miembro oficial, fue aplaudida por el bloque bolivariano.

Buena parte del discurso y la praxis de Chávez giraron en torno a Estados


Unidos, a cuyo Gobierno, en más que sospechosos tratos con los golpistas de 2002,
identificó como la principal amenaza para la seguridad nacional. El desafío constante a
Washington incluyó el vituperio a George Bush, literalmente satanizado por el
venezolano ("el Diablo estuvo aquí", dijo de él en la ONU en 2006), el sabotaje
sistemático a su vieja hegemonía, ya de capa caída, en América Latina y la búsqueda
activa de cuantos tratos y compadreos fuera del continente pudieran molestar al
"imperio yanqui y sus lacayos".

En su determinación de demoler el esquema estadounidense de "dominación,


explotación y saqueo a los pueblos", Chávez firmó sustanciosos convenios
comerciales con China, realizó masivas compras de armamento a Rusia (a la que pidió
también, antes de desechar la idea en el escenario post Fukushima, asistencia para
construir una central nuclear) y forjó una provocadora "alianza antiimperialista" con el
Irán de Mahmoud Ahmadinejad, con intercambio mutuo de piropos. No contento con
ello, el mandatario acudió a reunirse con la mayoría de los autócratas del mundo mal
encarados con Occidente, como el irakí Saddam Hussein, el zimbabwo Mugabe, el
sudanés Bashir y el bielorruso Lukashenko. Ya en 2011, en plenas revueltas árabes,
Chávez no dudó en respaldar al libio Gaddafi y al sirio Assad, unos dictadores sin
escrúpulos responsables de sangrientas represiones internas. A pesar de las
amenazas, Chávez no llegó a cortarle a la Administración Bush las exportaciones
petroleras porque el principal perjudicado de ese embargo habría sido con diferencia
su país.

Pese a la importante diversificación y reorientación de las ventas de crudo


iniciadas en 1999, doce años después el mercado estadounidense seguía siendo el
destino del 47% de los embarques venezolanos, una cuota aún muy voluminosa. Y no
sólo eso: la explosión de la demanda interna de gasolina a precios irrisorios obligaba a
Venezuela a recurrir a la importación masiva de combustible estadounidense. Las
medidas diplomáticas no presentaban tantos inconvenientes y en 2008 el embajador
en Caracas recibió la orden de expulsión. Con la llegada a la Casa Blanca del
demócrata Obama, "el hombre negro" inicialmente respetado por Chávez, las
relaciones experimentaron un cierto deshielo, pero en 2010 volvieron a congelarse con
un nuevo boicot a los respectivos embajadores.

DE LA LUZ VERDE A LA REELECCIÓN INDEFINIDA A LA


INCERTIDUMBRE ELECTORAL Y PERSONAL DE 2012.

Tras su aplastante reelección en 2006 frente a un adversario opositor de poco


fuste, Chávez obtuvo la tercera Ley Habilitante para gobernar por decreto durante 18
meses y presentó una prolija reforma de la Carta Magna que debía permitirle aplicar
los puntos pendientes de su breviario socialista. El cambio más controvertido afectaba
a los mandatos presidenciales, que dejaban de tener limitaciones de número y
ampliaban su duración de los seis a los siete años. Por muy poco, los dos bloques de
69 enmiendas constitucionales resultaron derrotados en el referéndum de diciembre
de 2007. Chávez, resuelto a perpetuarse en el poder, encajó con gran acritud su
primer bofetón electoral, pero un año más tarde volvió a la carga, convocando un
nuevo referéndum para dirimir solamente el punto de la reelección indefinida cada seis
años. La consulta tuvo lugar en febrero de 2009 y esta vez se impuso el sí. En las
legislativas de 2010, segundo año de una nueva recesión económica ligada al drástico
descenso de los precios del barril de crudo (desde los 145 dólares en julio de 2008 a
los 35 en enero 2009, aunque luego volvieron a dispararse) y con la inflación (nunca

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de un dígito en la era Chávez) en el 30% anual, el binomio PSUV-PCV perdió la
mayoría cualificada de dos tercios ante el avance de la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD), si bien retuvo la mayoría absoluta, suficiente para otorgar a su
jefe una cuarta Ley Habilitante.

2007-2010 fue también un período rico en medidas ejecutivas e iniciativas


legales enfocadas en los medios de comunicación privados con una línea editorial
hostil al Gobierno, que sufrieron un chaparrón de sanciones, cierres (RCTV) y
apropiaciones accionariales (Globovisión). Estas acciones fueron en perjuicio del
pluralismo informativo con que se miden las democracias.

Al comenzar su duodécimo año en Miraflores, y convertido ya en el presidente


en ejercicio más veterano de América, Chávez tendía a obviar o minimizar muchos de
los problemas que afectaban a Venezuela. Entre estos estaban el crónico
recalentamiento de los precios, la fuga de capitales, el aumento de la deuda externa,
el abultado déficit fiscal, el desabastecimiento de alimentos, los cortes en el suministro
eléctrico por la falta de inversiones, la escasez –tremenda paradoja- de gasolina
debido a la insuficiencia de refinerías y al desmedido contrabando, y, sobre todo, la ola
sin precedentes de violencia delictiva. La desastrosa situación de la seguridad
ciudadana era probablemente el mayor baldón del balance presidencial.

En cambio, el oficialismo prefería destacar los progresos, innegables, en la


redistribución de la renta nacional, la fuerte reducción de las desigualdades y la
pobreza, el acceso por miles de venezolanos humildes a viviendas dignas entregadas
por el Estado, la campaña de alfabetización, los programas alimentarios y sanitarios, y
el retroceso del paro. De todo ello se ocupaban las genéricamente conocidas como
Misiones Bolivarianas, cuyo nuevo pilar eran las Grandes Misiones. Los combustibles,
aunque racionados en algunos lugares, estaban ampliamente subvencionados por el
Estado y sus precios seguían siendo insólitamente bajos, al borde de la gratuidad.
Aunque no siempre se podía conseguir gasolina cuando se necesitaba, el litro sólo
costaba, al tipo de cambio oficial, 0,097 bolívares, es decir, 1 céntimo de euro. Sin
embargo, en todos estos años, pese a beneficiarse del mayor boom petrolero de su
historia por la cotización estratosférica de la materia prima y la depreciación del
bolívar, la ondulante economía venezolana, llena de ineficiencias, creció de media
menos que las principales economías del entorno y no mejoró la diversificación de su
estructura productiva, más dominada que nunca por los hidrocarburos, pudiéndose
hablar de un PIB monoexportador. En este cuadro de grandes contrastes, el tipo de
cambio del bolívar, fijado en 2003, fortalecido en 2008 y sucesivamente devaluado
entre 2010 y 2013, demostró ser un arma de doble filo.

En junio de 2011 Chávez fue operado por primera vez de una dolencia cuya
naturaleza el Gobierno no pudo ocultar: el presidente tenía cáncer, detectado en la
pelvis. Durante casi un año, el líder bolivariano estuvo yendo y viniendo de Cuba para
someterse a nuevas cirugías y a sesiones de quimio y radioterapia.

Inasequible al desaliento y con el tratamiento de la enfermedad marcándole el


físico, Chávez no sólo se proclamaba listo para competir en las presidenciales de
2012, sino que certificaba su deseo de gobernar "hasta el 2031". Sin embargo, las
dudas sobre la gravedad del mal que padecía, la ausencia de un heredero señalado y
la definición en el campo opositor, por primera vez, de un candidato que no se dejaba
hacer sombra y que articuló un proyecto alternativo, el centrista Henrique Capriles
Radonski, arrojaron mucha incertidumbre a las votaciones del 7 de octubre,
posiblemente las más cruciales en la historia reciente de América Latina.

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Entre mayo y julio de 2012 Chávez recobró la iniciativa: se declaró "totalmente
libre" del cáncer, inscribió su candidatura reeleccionista arropado por cientos de miles
de partidarios por cuenta del Gran Polo Patriótico y volvió a viajar al exterior, a la vez
que obtenía, por fin, el ingreso de Venezuela en el MERCOSUR, regalo inesperado de
la crisis paraguaya. Las encuestas le favorecían ampliamente, pero la convalecencia
pasaba factura y el mandatario debía restringir su agenda pública. Valiéndose de la
televisión, su medio favorito, Chávez pidió el voto para hacer "irreversible" la
revolución y ninguneó a Capriles, retratado como "la nada". En agosto, empero, el
candidato de la MUD empezó a ganar terreno, tendencia que empujó al oficialista a
fustigarle con insultos desacreditadores, intentando atraerle a un cuerpo a cuerpo
dialéctico. En las semanas y días previos a los comicios, la ambigüedad de los
sondeos, la gran capacidad de convocatoria de Capriles y el asesinato de tres
militantes de la MUD contribuyeron a reforzar las expectativas opositoras y generaron
inquietud en el chavismo. El 2 de octubre el presidente convocó a los suyos a una
"ofensiva final" para inundar Caracas con una "avalancha bolivariana" y un "huracán
de la patria". Cinco días después, Chávez le sacó once puntos a Capriles, quien
reconoció al punto su derrota. Aún debilitado por la enfermedad, el presidente seguía
gozando de un carisma imbatible.

AUSENCIA EN LA JURA, DESIGNACIÓN DE MADURO Y MUERTE DE


CHÁVEZ.

La reelección de octubre de 2012 con el 55% de los votos fue el canto del cisne
de un estadista que hasta el año anterior había hecho gala de una vitalidad inagotable.
Nada más ser proclamado vencedor oficial, el mandatario nombró vicepresidente al
entonces canciller, Nicolás Maduro Moros, un lugarteniente fidelísimo y de la máxima
confianza. A finales de noviembre Chávez retornó a Cuba para un "tratamiento
especial" y el 7 de diciembre estuvo de vuelta en Caracas, pero en la jornada siguiente
anunció una recurrencia del cáncer, su regreso a La Habana para ser intervenido y la
designación de Maduro como su sucesor. Esta fue la última aparición pública de
Chávez, cuya dolencia era irreversible. En las semanas siguientes, las restricciones
informativas y los sombríos comunicados oficiales sobre el "duro" postoperatorio y las
"complicaciones" que estaban surgiendo alimentaron una guerra de rumores y
mensajes cruzados que mantuvo a la población en vilo. La ausencia del presidente
exacerbó el culto a su personalidad.

El 10 de enero de 2013 Chávez, que seguía sin dar señales físicas de vida, no
pudo jurar su cargo ante la Asamblea Nacional, tal como estipulaba la Constitución,
para el período ejecutivo 2013-2019, aunque los poderes del Estado convinieron en
que podría hacerlo ante el Tribunal Supremo de Justicia posteriormente: su mandato
sexenal se iniciaba de todas maneras y sin descargo de funciones. Al comenzar
febrero se habló de "recuperación" y el 15 de ese mes el Gobierno divulgó unas fotos
donde podía verse al presidente postrado, pero consciente y sonriente, junto a sus
hijas. En ese momento, Chávez respiraba a través de un tubo de traqueotomía y
apenas podía hablar. El 18 de febrero el dirigente difundió en redes sociales su
regreso a Caracas para continuar la quimioterapia en casa. Días después, Chávez
celebró desde la cama en el Hospital Militar de Caracas una "sesión de trabajo" con la
plana mayor de su Gobierno. Maduro confirmó que el presidente, comunicándose por
escrito, seguía "al mando". Pero el tiempo se acababa. El 4 de marzo el paciente
contrajo una "nueva y severa infección respiratoria" y en la tarde de la jornada
siguiente un compungido Maduro, en adelante "presidente encargado" de la
República, anunciaba a la nación el luctuoso desenlace.

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Extraído: Chavismo y Venezuela hoy. Ignacio Ramonet,
Director de Le Monde diplomatique en español.
http://blogs.publico.es/dominiopublico/19881/chavismo-venezuela-hoy/

Como todas las revoluciones, la Revolución Bolivariana es una arquitectura en


la que se conjugan una serie de fuerzas diversas importantes que, reunidas y
fusionadas, conforman una dinámica política radicalmente innovadora. Como dice el
presidente Nicolás Maduro: “El chavismo es el encuentro de varios caminos abiertos
por los Libertadores y el encuentro de varias búsquedas iniciadas por muchos
soñadores sociales que convergen en un punto nodal: el pensamiento de Hugo
Chávez”.

Cuando el Comandante Chávez llega al poder –en 1999– no posee un gran


partido; llega a la cabeza de un movimiento popular extremadamente diverso que
incluye a militares, a exguerrilleros y a unas izquierdas muy variopintas. Y consigue
ganar el apoyo popular con un discurso de refundación: la refundación de Venezuela,
que es la base misma del chavismo. Porque en el núcleo duro de la filosofía chavista
nos encontramos con la recuperación del concepto de nación, y la restauración y la
defensa de la identidad nacional.

Hugo Chávez inventa para Venezuela y América Latina lo que podríamos llamar una
“política de la liberación”, como decimos que existe una “teología de la liberación”. Con
una opción preferencial por el pueblo, los pobres y los humildes. Con su capacidad de
pedagogía política, Chávez impulsa una politización popular masiva, y conceptualiza
una política de la liberación del pueblo en la que el pueblo, dotado de conciencia
política, es autor de su propio destino.

Chávez intuye que la época permite estrenar nuevos caminos nunca antes
surcados. Y logra elaborar de ese modo y transmitir al pueblo venezolano
desmoralizado un nuevo relato de esperanza. En ese sentido, el chavismo es una
narrativa que explica a los venezolanos quiénes son, a qué pueden aspirar y cuáles
son sus derechos. Es una explicación nueva que da respuesta a viejas preguntas:
¿qué es la sociedad venezolana?, ¿cuáles son sus problemas?, ¿quiénes son las
víctimas?, ¿quiénes los culpables?, ¿qué soluciones? Y ese nuevo relato es narrado,
día tras día, discurso tras discurso, con enorme eficacia comunicacional, por Hugo
Chávez, que se convierte en referente intelectual y carismático.

De tal modo que el chavismo constituye una vía política latinoamericana


innovadora que se libera y se emancipa de la eterna tutela conceptual europea y
anglosajona. Una política que, por primera vez, es original, fuente, manantial, y no
espejo o copia de lo que se ha hecho en otras partes.

En ese sentido también, el chavismo es una opción revolucionaria. Es el


proyecto más innovador y más atrevido que ha tenido Venezuela desde Bolívar. Es el
único proyecto de paz, desarrollo, justicia y prosperidad para el pueblo venezolano
desde 1810.

Luego, ¿qué es ser chavista? Ser chavista es acercarse al pensamiento


político de los fundadores de Venezuela. El “Árbol de las Tres Raíces” es un concepto
capital del chavismo. Que Chávez definía de la siguiente manera: “Primero está la raíz
bolivariana por el planteamiento que hace Simón Bolívar de igualdad y libertad, y por
su visión geopolítica de la integración de América Latina; luego la raíz zamorana, por
Ezequiel Zamora, el general del pueblo soberano y de la unidad cívico-militar; y
finalmente la raíz robinsoniana, por Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, el

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‘Robinson’, el sabio de la educación popular, y de nuevo la libertad y la igualdad”.
Aunque a esas tres raíces, Chávez le va añadiendo otras: por ejemplo, Miranda y
Sucre. Y más tarde otras más como José Martí, Che Guevara y Fidel Castro…

Pero ser chavista es también ser profundamente cristiano. El Comandante


Chávez consideró siempre el cristianismo verdadero como parte de su vida, de su
esencia y de sus valores.

Hugo Chávez fue un líder pragmático que supo adaptar las modalidades de su
acción a las circunstancias históricas, que nunca olvidó los objetivos por alcanzar y
que siempre mantuvo intangibles sus principios. Él estaba convencido de que si
Venezuela pudo hacer gloriosas hazañas en el pasado, llegando a ser una las
principales naciones de América Latina, fue porque estaba movilizada por un alto ideal
hacia un destino común. Inversamente, Chávez sabía que los venezolanos tienen en
permanencia la tentación de replegarse sobre sus querellas y divisiones internas
(políticas, sociales, intelectuales), lo cual (según la visión chavista) les hace
constantemente correr el riesgo de caer y deslizarse por el tobogán de la decadencia.

En consecuencia, para poder dar lo mejor de ella misma y ponerse al frente de


las naciones latinoamericanas, Venezuela debe estar unificada por un líder histórico y
un proyecto grandioso, y articulada (en un eficaz equilibrio de los poderes) por
instituciones políticas, militares, económicas y sociales decididas a evitar las luchas
intestinas.

Hay que insistir en el hecho de que, en el seno del chavismo, existe una
filosofía patriótica del humanismo, heredera del cristianismo y de la teología de la
liberación. El humanismo chavista es, a la vez, una finalidad de la grandeza de
Venezuela, porque el mensaje que Venezuela dirige al mundo es profundamente
humanista, y una consecuencia de la política de justicia social cuyo primer objetivo es
cohesionar a la nación. El chavismo posee, pues, diversas dimensiones: histórica,
filosófica y política. Desde el punto de vista ideológico, el chavismo recoge y sintetiza,
como ya se dijo, la acción política de Hugo Chávez y también sus pensamientos
políticos, o sea la doctrina que se deduce de sus discursos y de sus escritos.

Como acción política, el chavismo se caracteriza por los siguientes grandes


lineamientos:

— soberanía e independencia nacional; rechazo de la dominación de cualquier


superpotencia imperial, en particular Estados Unidos. Chávez decía: “No puede
entender la Patria ni defenderla quien no sabe que su principal enemigo es el
imperialismo norteamericano”;

— rechazo de cualquier pretendido superpoder económico y financiero (FMI, Banco


Mundial, OMC). La independencia se defiende, no sólo en el campo político, sino
también en los sectores económicos, geopolíticos, culturales, diplomáticos e incluso
militares;

— instituciones estatales sólidas, como las de la V República instituidas por la


Constitución de 1999;

— un Ejecutivo fuerte y cierta personalización de la política para oponerse a la


impotencia del régimen de los partidos;

98
— un poder ejecutivo fuerte y estable que confiere al presidente de la República un
papel primordial;

— una relación directa entre el líder y el pueblo que pasa por encima de los cuerpos
intermediarios, gracias a una concepción “participativa” de la democracia, con recurso
frecuente al referendo y a las elecciones, y al diálogo interactivo líder-pueblo mediante
un uso singular de los medios de comunicación de masas;

— una articulación cívico-militar cuyo engranaje lo constituye el propio presidente, que


coordina lo mejor de los movimientos progresistas civiles y la inteligencia patriótica de
los aparatos militares; las Fuerzas Armadas están íntimamente asociadas al proyecto
de desarrollo nacional en el marco de la unidad cívico-militar;

— la independencia nacional y la grandeza de Venezuela;

— la unión nacional de todos los venezolanos –más allá de las diferencias políticas o
regionales tradicionales que fueron antaño causa de división y de decadencia–, en una
relación directa entre el líder y el pueblo, cohesionada por las políticas sociales de
inclusión y de justicia social;

— la prioridad de la política sobre otras consideraciones (económicas, administrativas,


técnicas, burocráticas, etc.);

— respeto de la autoridad del Estado;

— voluntad profunda de justicia social;

— intervención del Estado en la economía;

— la reactivación de la OPEP y una coordinación de las políticas petroleras de los


países productores y exportadores;

— la integración latinoamericana como horizonte constante e imperativo ideológico


dictado por el propio Simón Bolívar; y creación de entidades concretas para la
integración (ALBA, Unasur, Banco del Sur, Celac, Petrocaribe, TeleSUR);

— la concepción de un mundo multipolar sin hegemonías; lo cual exige derrotar el


proyecto de hegemonía imperial unipolar para garantizar la paz planetaria y el
“equilibrio del universo”. Impulsar un mundo multicéntrico y pluripolar. Chávez lo
señaló como el cuarto gran objetivo histórico del “Plan de la Patria”, su programa de
gobierno para el periodo 2013-2019;

— una diplomacia Sur-Sur con multiplicación de los lazos con los países del Sur a
través del Movimiento de los no-alineados y de alianzas horizontales: América del
Sur/África (ASA) y América del Sur / Países Árabes (ASPA). Chávez apoyó también al
grupo BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) y se planteó una alianza de
Venezuela con ese grupo para consolidar un mundo multipolar;

— la solidaridad nacional entre los ciudadanos y los territorios; y la solidaridad


latinoamericana;

— respeto de las naciones, que son entidades culturales esculpidas por la historia y
baluartes de los pueblos contra los imperialismos;

99
— el rechazo de la doctrina del neoliberalismo económico, y la preferencia por una
economía orientada por el Estado con vistas a un desarrollo voluntarista y
estructurante (con ambiciosos proyectos públicos, nacionalización de los sectores
estratégicos, soberanía alimentaria, etc.);

— construir un “Estado de las misiones” para responder más directamente a las


diversas demandas sociales del pueblo;

— avanzar hacia la definición de un socialismo bolivariano y humanista, en


democracia y en libertad, que además de otorgar a los trabajadores una protección
social avanzada, los empodere dándoles acceso tanto a las decisiones de la empresa
como a los beneficios de la misma.

Uno de los objetivos primordiales del chavismo es reconciliar a los venezolanos


con la patria, hermanarlos y conseguir edificar un Estado con mayor soberanía, mayor
eficacia administrativa, mayor justicia y mayor igualdad. El chavismo aspira a reunir a
hombres y mujeres de todos los orígenes políticos en torno a un gran proyecto de
“país potencia” y a la acción voluntarista de un líder. Para alcanzar esos objetivos, el
método del chavismo es el pragmatismo y el rechazo de los corsés ideológicos. Sus
dos principales ejes: unidad interna al servicio de un ambicioso proyecto patriótico y
social; e independencia y proyección de una “Venezuela potencia” en Latinoamérica y
en el mundo.

El chavismo es, por consiguiente, un sistema “de pensamiento, de voluntad y


de acción”. Parte de los hechos y de las circunstancias; no actúa predeterminado por
una doctrina o una ideología. Voluntarismo contra fatalismo; acción contra la
pasividad, contra el abandono y la renuncia.

Para Chávez, lo primero es Venezuela. Su actuar político consiste en crear las


condiciones para que la patria pueda dar lo mejor de sí misma. Y esto sólo se
consigue si el pueblo venezolano está unido en torno a un proyecto de progreso social
definido por un líder carismático que lo propulsa hacia su gran ideal histórico.

El pensamiento chavista tiene como bases ideológicas varias raíces que se


entremezclan entre sí para formar una nueva ideología progresista venezolana. La
cual se caracteriza por la ausencia de dogmatismos, para diferenciarse de los
experimentos socialistas fracasados en la Europa del siglo XX. Por eso, para
distinguirlo del que fue rechazado por las clases populares en Polonia en 1980, o del
que se derrumbó con el muro de Berlín en 1989, o del que implosionó en 1991 con la
caída de la Unión Soviética, Chávez hablaba de “socialismo del siglo XXI”. Se trata de
un socialismo surgido en América Latina, que debe ajustarse a nuestro tiempo, y por
eso Chávez le añadió fundamentalmente tres dimensiones: la democracia
participativa, el feminismo y el sentimiento ecologista.

Ese “socialismo del siglo XXI” se considera compatible con la propiedad


privada, aunque alienta otras formas socialistas y solidarias de propiedad como la
cooperativa y la cogestión. También se declara compatible con el nacionalismo
económico. Chávez no dudó en nacionalizar las grandes empresas de sectores
estratégicos en manos de capitales extranjeros. El “socialismo del siglo XXI” es
asimismo compatible, insisto en ello, con el cristianismo social. Chávez hace suya la
vieja consigna de los sandinistas: “Cristianismo y revolución, no hay contradicción”.
Partiendo del postulado según el cual la verdadera identidad del cristianismo es la que
le confiere la teología de la liberación. No en vano, Chávez afirmaba que Jesucristo

100
fue el primer socialista de la era moderna y que el “reino de Dios” había que construirlo
aquí, en la Tierra.

De todo esto se deduce que tiene vocación de ejercer naturalmente, en


Venezuela, una hegemonía. Por su capacidad para llevar la dirección intelectual y
moral de la sociedad. Y porque ha permitido la recuperación política de una
democracia en la que deben participar Gobierno, Fuerzas Armadas y pueblo, unidos
en la expansión de los derechos sociales y en la redistribución justa de las riquezas
del país.

Tema 15: Evo Morales y el indigenismo.

Dos reelecciones, en 2009 y últimamente en octubre de 2014, con más del


60% de los votos articulan el largo mandato democrático del dirigente socialista
aymara Evo Morales, sin parangón en Bolivia y aun en América Latina. En 2005, el
hoy todavía líder de los campesinos cocaleros del Trópico de Cochabamba subió
triunfalmente al poder como el primer presidente indígena de la nación andina,
trayendo una trayectoria de opositor beligerante a los gobiernos que le habían
precedido –contribuyó decisivamente a la caída de dos de ellos, los de Gonzalo
Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, en medio de los graves disturbios conocidos como
la guerra del gas- y esgrimiendo las promesas de "abolir" el modelo económico liberal,
"renacionalizar" los hidrocarburos y "refundar" el Estado hasta sus cimientos. Su
impactante victoria electoral en el país más pobre de América del Sur fue el reflejo del
ansia de reparación histórica de la amplia mayoría de población indígena y mestiza
secularmente excluida o marginada por la "oligarquía" tradicional de estirpe criolla, a la
sazón diana constante de las acusaciones de este sindicalista del campo fogueado en
las luchas reivindicativas de los pueblos originarios.

EL PRIMER MANDATO (2006-2010).

En su primer mandato, Morales, un tribuno popular de discurso contundente


modulado por la contención gestual y las limitaciones oratorias, despreocupado de las
redes sociales y poco aficionado, confiesa, a la lectura, soltero, futbolista y enemigo
jurado del traje y la corbata –que suple por el poncho altiplánico, la camisa de manga
corta, el famoso jersey a rayas y la chaqueta oficial de alpaca- por parecerle "símbolos
de la clase dominante", hizo confirmación de tantas expectativas como aprensiones
suscitadas dentro y fuera del país.

Junto con la estatalización por decreto (1 de mayo de 2006) del gas y el


petróleo traducida en la reescritura obligatoria de los contratos con las operadoras
extranjeras y en la nueva cuota aumentada de ingresos fiscales para el Estado, el
arranque de una reforma agraria de tipo radical con reparto de tierras y expropiación
de latifundios, el inicio de nacionalizaciones también en otros sectores estratégicos
como la minería y las telecomunicaciones, y la adopción de un ambicioso Plan
Nacional de Desarrollo para reducir las agudas desigualdades sociales, Morales puso
en marcha un proceso constituyente de recorrido tortuoso.

El mismo se vio obstaculizado por no disponer de entrada de la mayoría de dos


tercios en la Asamblea elegida en julio de 2006, donde el partido del presidente, el
Movimiento al Socialismo (MAS), poseía solo mayoría absoluta, y, en ausencia del
consenso más elemental en democracia, por el boicot de la oposición conservadora,
que imputó al Ejecutivo groseras maniobras autoritarias y medidas populistas con
sabor a revancha. Luego, a la aprobación, rodeada de polémica y tensión, del borrador
constitucional a finales de 2007 en Sucre y Oruro siguieron el desafío de los cuatro

101
departamentos de la próspera media luna boliviana, Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija,
los más boyantes del país, que celebraron sendos referendos unilaterales de amplia
autonomía no reconocidos por La Paz, y un referéndum revocatorio de altas
autoridades políticas del Estado que el presidente ganó con facilidad.

2008, el año más crispado del mandato de Morales, cuando Bolivia se asomó
peligrosamente a los abismos del enfrentamiento civil y la fractura territorial entre un
Occidente andino, minero y cocalero, más poblado pero económicamente rezagado,
fiel a Morales, y un Oriente tropical, gasífero y emprendedor, donde la oposición era
fuerte, concluyó con un precario acuerdo político que permitió por fin la ratificación en
referéndum y la promulgación de la nueva Constitución Política del Estado, sustitutiva
de la de 1967, en enero y febrero de 2009.

La flamante Carta Magna, saludada por Morales como el instrumento para la


transición legal, tras "500 años de injusticia y opresión", desde el "colonialismo
neoliberal" propio de la vieja república hasta un modelo de país "digno, solidario y
productivo", declaraba que Bolivia era un Estado Unitario Social de Derecho
Plurinacional Comunitario. Su articulado recogía la rigurosa libertad de cultos, el
reconocimiento específico de los derechos de los pueblos indígenas, un amplio
catálogo de derechos socioeconómicos de todos los bolivianos, la consagración de un
sistema económico "plural" y la propiedad exclusivamente pública de los recursos
naturales, cuya explotación sería siempre en beneficio del pueblo.

EL SEGUNDO MANDATO (2010-2015).

En su segundo período de gobierno, Morales ha expandido la campaña de


nacionalizaciones al sector eléctrico, ha buscado la industrialización de los
hidrocarburos y ha valorado con calma las suculentas perspectivas que abre la
explotación a gran escala del litio, metal estratégico del que el país andino posee las
mayores reservas mundiales. Tras doblegar el Estado boliviano a las multinacionales,
resignadas a embolsarse menos beneficios, el sector energético precisa de más
inversión foránea para asegurar los niveles óptimos de producción, máxime después
de que en 2010 un informe oficial rebajara drásticamente las reservas probadas de
gas, el 84% de las cuales están en Tarija. En mayo de 2010 nacieron también las
nuevas autonomías departamentales, lo que supuso la conversión de las prefecturas
en gobernaciones. El alcance de esta descentralización introducida por la nueva Ley
Fundamental, es, empero, restringido.

Por otro lado, el mandatario ha encajado la corrupción galopante y el pésimo


funcionamiento de la compañía estatal YPFB, con el consiguiente perjuicio a las
posibilidades del desarrollo energético, y, no menos importante, otra ola de
contestaciones ciudadanas, esta vez protagonizadas por una serie de movimientos
indígenas, campesinos y obreros. Son los mismos colectivos sociales en que se
sustenta el dominio electoral del MAS y muchos de cuyos miembros, de hecho, ya han
entrado con fuerza en las diversas instancias del poder político y económico,
desplazando en parte a las viejas élites.

En 2011, el rechazo de la calle a la subida de los precios de los carburantes


(gasolinazo) y a la construcción de una carretera en la reserva amazónica TIPNIS
obligaron al presidente, propenso a detectar conspiraciones golpistas en su contra, a
dar marcha atrás. Este último episodio, además, cuestionó seriamente el perfil de
Morales como adalid de las causas indigenistas y conservacionistas: los manifestantes
del TIPNIS fueron reprimidos y escarnecidos desde La Paz como en los tiempos del
anterior régimen. En 2012 y 2013, los sindicatos de trabajadores COB y FSTMB
lanzaron duros pulsos huelguísticos al Gobierno exigiéndole alzas salariales y la

102
entrega del control de los pozos mineros a los obreros estatales en lugar de a los
cooperativistas privados.

SOCIO FUNDAMENTAL DE LA ALTERNATIVA BOLIVARIANA Y


DEFENSOR DE LA COCA.

En la política exterior, ámbito donde se ha mostrado muy activo, Morales se


apresuró a unirse de manera oficial al alineamiento continental bolivariano orquestado
por Hugo Chávez. Este amigo, patrocinador y aliado de excepción tenía una obra
revolucionaria en Venezuela susceptible de inspirar infinidad de ideas y proyectos a
los masistas bolivianos, que luego los adecuaban a las especificidades nacionales. En
abril de 2006, tres meses después de entrar en el Palacio Quemado, Morales convirtió
a Bolivia en la tercera pata del bloque ALBA, robusteciéndolo en añadidura con una
iniciativa original suya, el Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP), alternativo a los
tratados de libre comercio bilaterales con Estados Unidos. Dentro del eje bolivariano,
Morales ha dado rienda suelta a sus mensajes antineoliberales, anticapitalistas y
antiimperialistas, al tiempo que obtiene los frutos de las cooperaciones agro-energética
con Venezuela y educativo-sanitaria con Cuba; esta última ha ayudado a que en 2014
la UNESCO declare a Bolivia país libre de analfabetismo.

Con los demás países sudamericanos, las relaciones han presentado carices
muy variados. Las tempranas nacionalizaciones hidrocarburíferas, que afectaron a los
intereses de Petrobras, enturbiaron los tratos con Brasil, país provisto de un Gobierno
de izquierda de entrada próximo al MAS, antes de aceptar en 2007 el presidente Lula
da Silva los nuevos precios del gas importado desde Bolivia y la compra por YPFB de
las dos refinerías operadas por Petrobras. También distanciaron a La Paz y Brasilia los
biocombustibles, de los que Morales abomina, al igual que los transgénicos, según él
causa de "calvicie y homosexualidad". Con la Argentina del matrimonio Kirchner
Morales ha tenido un excelente entendimiento, consiguiendo que Buenos Aires le
compre gas más caro y formando junto con Caracas una alianza estratégica tripartita
de productores y exportadores de gas, Opegasur, en agosto de 2007.

A Chile, el líder boliviano no se ha cansado de reclamarle la devolución de la


salida al mar por Atacama perdida en la guerra de 1879; hasta que no se satisfaga
esta demanda territorial básica, advierte La Paz, seguirá rigiendo la política del "ni una
molécula de gas" para el vecino de la vertiente occidental de los Andes. En abril de
2013, siendo presidente en Santiago el conservador Sebastián Piñera, y después del
prometedor diálogo abierto con la socialista Michelle Bachelet, Bolivia dio el paso de
demandar a su vecino ante el Tribunal Internacional de La Haya. También han sido
notables los roces con Perú y Colombia a causa de una serie de divergencias
bilaterales y regionales. Con Paraguay, en cambio, Morales alcanzó en 2009 un
histórico acuerdo de delimitación de fronteras, pendiente desde el final de la Guerra
del Chaco en 1935. Y con el Ecuador de Rafael Correa las relaciones no han podido
ser mejores, como corresponde a dos de los puntales del ALBA.

En cuanto a la integración regional al margen del ALBA y del eje gasífero con
Venezuela y Argentina, la Bolivia de Evo ha seguido participando, aunque sin mucha
fe, en la deshilachada Comunidad Andina, en diciembre de 2012, una vez superadas
las diferencias energéticas con Brasil, firmó su adhesión al MERCOSUR y en mayo de
2008 fue miembro fundacional de la UNASUR. En septiembre de aquel año la
UNASUR respaldó sin fisuras a Morales cuando la rebelión de los autonomistas
orientales desembocó en la masacre de manifestantes progubernamentales en Pando,
crimen tras el que se atisbó un intento de subversión del orden democrático. En julio
de 2013 la organización sudamericana volvió a solidarizarse con el presidente a raíz
del incidente de la negación por varios países europeos del espacio aéreo al avión que

103
lo transportaba procedente de Rusia, solo porque Estados Unidos sospechaba que a
bordo iba nada menos que el empleado prófugo de la CIA Bill Snowden.

Este insólito episodio, que indignó a Morales, fue el enésimo capítulo de las
tormentosas relaciones con Washington, a su vez muy molesto por la nueva política de
Estado boliviana de regularizar y controlar, vinculándolo a las necesidades del
consumo tradicional y a un esquema de desarrollo agrícola, el cultivo de hoja de coca,
poniendo fin así al desarraigo militarizado de cocales, y por la campaña internacional
del dirigente para convencer de que "coca no es cocaína". Según él, y aquí Morales
habla en nombre propio, los productores rurales de coca de ninguna manera pueden
ser vistos como "narcotraficantes", como los consumidores de la hoja vegetal tampoco
son "narcodependientes".

En 2008 el Gobierno, entre acusaciones de inmiscuirse en los asuntos internos


al dar cobertura a la oposición autonomista cruceña, declaró persona non grata al
embajador estadounidense y canceló las operaciones de la agencia antidrogas DEA
en Bolivia. Washington respondió con la expulsión del representante diplomático
boliviano y la suspensión del trato arancelario preferencial. La postura antiisraelí de
Morales en el conflicto de Palestina y sus coqueteos con Irán mantuvieron viva la
rencilla. En 2011 Morales abordó la normalización de las relaciones con la
Administración Obama, pero sin retorno de la DEA.

En mayo de 2013, justo antes del incidente diplomático con Europa por el
aterrizaje forzoso y retención en Viena del avión presidencial, Morales ordenó
marcharse a la USAID, la agencia estadounidense de ayuda al desarrollo, con
renovadas imputaciones de injerencia.

CONQUISTA DEL TERCER MANDATO HASTA 2020.

Cuando en octubre de 2008 suscribió con la oposición conservadora el acuerdo


que permitió desbloquear la compleción del proceso constituyente, Morales se
comprometió a no presentarse a la Presidencia por tercera vez en las elecciones de
2014, luego aceptaba que la prohibición de la segunda reelección por cinco años más,
establecida por el nuevo texto constitucional, tuviera en cuenta su actual mandato, el
primero. Tras iniciarse el período de gobierno 2010-2015, sin embargo, el oficialismo,
aduciendo diversas interpretaciones legales, empezó a hacer campaña a favor de la
tercera postulación consecutiva. La voluntad reeleccionista de Evo fue avalada en abril
de 2013 por el Tribunal Constitucional, para el que el mandato de 2006-2010 no era
computable a este efecto al ser anterior a la refundación del Estado por la nueva Carta
Magna.

Morales vio expedito por tanto el camino para mantenerse en el Palacio


Quemado hasta 2020, si tal era el deseo de los electores convocados a los comicios
de 2014. La situación general era ampliamente favorable a sus aspiraciones: la
economía marchaba francamente bien, con un ritmo de crecimiento del PIB que desde
2006 se había mantenido bastante estable en los niveles medio-altos (un 5% de
media, aunque ahora la tasa superaba el 6%), el Estado ingresaba más gracias a la
nueva legislación sobre hidrocarburos y el Gobierno disponía de dinero fresco para
costear la reducción de la pobreza y elevar las rentas de la población; el desempleo
disminuía, las arcas públicas estaban saneadas, las balanzas fiscal y comercial
presentaban superávit, el tipo de cambio permanecía estable, las reservas
internacionales alcanzaban niveles récord y la inflación se hallaba bajo control.

El legado socioeconómico de nueve años de gobiernos de Evo Morales podría


parecer hasta fasto si no se tuvieran en cuenta, entre otros lastres, el peso desmedido

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de la economía sumergida, la escasez de tejido industrial generador de riqueza
estructural y no coyuntural como la que producen las exportaciones, y lo mucho que
quedaba por hacer para mejorar los estándares de desarrollo humano. La sensación
de un país metido en la senda del progreso más los pactos de convivencia y mutuo
interés con sus adversarios más acérrimos y poderosos, los empresarios de Santa
Cruz, seducidos con créditos e inversiones por un presidente ganado para el
pragmatismo, hicieron de las votaciones generales del 12 de octubre de 2014 una
suerte de mero trámite democrático para Morales, más cuando no tenía en frente a
ningún contrincante capa z de hacerle sombra. Con el 61% de los votos, Evo se
impuso cómodamente a Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga Ramírez, dos rivales
del centro-derecha ya batidos en 2005 y 2009. Y dato significativo, puesto que ilustra
el final de la polarización política y regional que tuvo atenazada a Bolivia años atrás,
su candidatura fue la más votada en todos los departamentos del país salvo en Beni.

Tema 16: Rafael Correa y la Revolución ciudadana.

En 2006, al cabo de una década de profunda inestabilidad institucional,


Ecuador escogió como presidente de la República a un economista de izquierda cuya
carrera política, verdaderamente fulgurante, coronó en pocos meses al frente del
movimiento Alianza PAIS. Rafael Correa, fugaz ministro de Economía en 2005 y
definido a sí mismo como un "socialista con fuentes cristianas", triunfó con su proyecto
de proceso constituyente para refundar el Estado ecuatoriano, arrinconar a los
poderes fácticos y la "partidocracia" tradicionales, darle la puntilla al sistema de
"neoliberalismo caduco", priorizar el gasto social para erradicar la pobreza y alcanzar
la "soberanía" energética y financiera. En suma, pasar página al modelo vigente desde
la restauración democrática de 1978, el cual había terminado convirtiéndose en una
olla a presión donde bullían la corrupción, las esperanzas populares frustradas y el
trasiego de mandatarios prematuramente consumidos. Fue el hartazgo de la mayoría
de los ecuatorianos con la clase política que los había gobernado hasta entonces lo
que catapultó al rupturista Correa al Palacio de Carondelet. Con su avasalladora
segunda reelección en febrero de 2013, Correa se dispone a escribir el mandato
presidencial sin interrupciones más largo –diez años- en la historia del país.

El Plan de Gobierno 2007-2011 de la Alianza PAIS enumeraba cinco ejes


programáticos o "revoluciones" con las que acometer la "transformación radical del
Ecuador" y "construir el país que soñamos", "un país alegre, optimista, propositivo,
donde no haya nadie sin futuro", "un país solidario y comprometido con las angustias
de sus habitantes dentro y fuera de sus fronteras". En primer lugar estaba la revolución
constitucional y democrática, que pasaba por la inmediata convocatoria de una
Asamblea Nacional Constituyente (ANC) vía referéndum para reformar el Estado en un
sentido descentralizador y mejorar las instituciones del sistema democrático. El nuevo
texto supremo reemplazaría al promulgado en 1998 coincidiendo con el traspaso
presidencial entre Alarcón y Mahuad. De manera obvia, Correa seguía el ejemplo
neoconstitucional aplicado con éxito por Chávez en Venezuela en 1999.

Para Correa, el enemigo a batir con esta revolución de la ley suprema era el
"poder mafioso de la partidocracia". Puesto que el Congreso estaba "moribundo" y la
ANC ya se encargaría de "estructurarlo profundamente", la Alianza PAIS renunciaba a
presentar candidatos a diputado en las elecciones legislativas que debían celebrarse
simultáneamente a las presidenciales. La decisión resultaba insólita, ya que Correa, en
caso de ganar su elección particular, afrontaría un proceso constituyente con un
Legislativo potencialmente hostil hasta el último escaño, salvo que negociara con los
mismos partidos que ahora descalificaba.

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En segundo lugar, no podía faltar una revolución ética, que conllevaría un
"combate frontal" y una "lucha a muerte" contra la corrupción y la evasión fiscal, así
como el establecimiento de mecanismos de transparencia en la administración pública.

En tercer lugar, Correa proponía una revolución económica y productiva, para


acabar con un "esquema económico perverso que privilegia la especulación financiera
y beneficia en extremo a los acreedores del país". Para ese fin, se ejecutarían políticas
públicas activas, de fomento de la inversión, la producción y el empleo ("500.000
puestos de trabajo generados"), y el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS)
sería sometido a una modernización integral. El Gobierno lanzaría además un
generoso programa de subsidios para la adquisición de vivienda ("160.000 familias
con escrituras"), una reforma agraria, una "política energética soberana" centrada en el
fortalecimiento de Petroecuador, la extensión del control estatal a todas las etapas de
la industria hidrocarburíferas y la revisión de los contratos con las compañías
adjudicatarias, amén de una "política soberana de deuda externa", que por ejemplo no
vacilaría en reestructurar el servicio de la deuda o incluso declarar una moratoria en el
pago de la misma, si el Gobierno necesitaba ese dinero para cubrir necesidades
domésticas. En otras palabras, la Alianza PAIS preconizaba "un cambio radical en el
modelo económico porque el neoliberalismo ha fracasado"."Hay que pasar de una
economía rentista, financiera y descontrolada a una economía que apoye al sector
productivo y a la generación de empleo, sobre todo a través de la economía popular",
afirmaba el programa. Por si a alguien le quedaban dudas, Correa enfatizó que un
Gobierno aliancista respetaría la dolarización, que a fin de cuentas había traído
estabilidad monetaria, aunque él se lamentaba de que el Estado hubiese perdido la
herramienta de la devaluación controlada para relanzar las exportaciones y corregir el
déficit comercial, no quedándole más opción que subir los aranceles a las
importaciones si deseaba intervenir en la cuenta corriente.

Por último, el Plan de Gobierno contemplaba una revolución educativa y de la


salud, y una revolución por la dignidad, la soberanía y la integración latinoamericana,
que entre otros puntos preveía consultar en referéndum a la ciudadanía sobre el futuro
de un TLC cuya firma ahora, en los términos negociados con Estados Unidos,
significaría un "suicidio social" para el Ecuador.

EL PRIMER MANDATO (2007-2009).

Luego de asumir en enero de 2007, este político impetuoso, dado a la


confrontación, de verbo afilado y generador nato de controversias se lanzó a aplicar
sus divisas de la Revolución Ciudadana y el Socialismo del Siglo XXI, las cuales
fueron masivamente respaldadas por los electores en una secuencia de citas con las
urnas. Primero, en el referéndum de abril de 2007, que dio luz verde a la convocatoria
de una Asamblea Nacional Constituyente, la cual disolvió de hecho el viejo Congreso
Nacional. A continuación, en la elección de dicha Asamblea, que otorgó a la Alianza
PAIS, voluntariamente marginada de los comicios de 2006, una amplísima
representación parlamentaria. Justo un año después, en septiembre de 2008, en el
referéndum que ratificó la nueva Carta Magna, la cual ampliaba las prerrogativas del
jefe del Estado. Y más tarde, en abril de 2009, en las elecciones generales que
ratificaron a Correa en la Presidencia con el 52% de los votos y devolvieron su
contador de mandatos cuatrienales a uno, con la posibilidad de sumársele un segundo
en 2013. Nada parecía resistírsele al torbellino Correa, capaz de conectar con los
paisanos más humildes y de seducir a muchos más con un discurso y una presencia
donde empatía y agresividad iban de la mano.

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Las elecciones de 2009, primeras ventiladas sin necesidad de una segunda
vuelta desde el final del régimen militar tres décadas atrás, las ganó Correa al cabo de
dos trepidantes años en los que su programa de "revoluciones" para la "transformación
radical" del país trajo varios cambios de calado envueltos en polémica pero de
innegable trascendencia histórica. En el ámbito político, los antiguos partidos
dominantes (PSC, ID, PRE, PRIAN) quedaron desarbolados, y el feriado bancario y la
crisis financiera de 1999 fueron investigados con el ánimo de "ajustar cuentas".

En el terreno económico, el presidente ordenó inversiones públicas de


emergencia en la educación y la sanidad, declaró (diciembre de 2008) la mora de
parte de la deuda externa contraída en bonos con el argumento de que era una carga
"inmoral" e "ilegítima" heredada de gobiernos irresponsables, y puso las bases para el
fortalecimiento de Petroecuador y el aumento de las ganancias del Estado en el
negocio de los hidrocarburos, que se deseaba controlar. Ecuador regresó a la OPEP
en 2007 tras 15 años de ausencia. La "revolución económica" en curso, empero, no
revirtió la dolarización adoptada en 2000 ni abrió una campaña de nacionalizaciones,
aunque amenazas no faltaron.

De puertas al exterior, Correa no ahorró gestos para exhibir la gran amistad


que le unía con el venezolano Hugo Chávez y su afinidad al proyecto bolivariano
liderado por el hombre fuerte de Caracas, cuyas consignas de revolución y nuevo
socialismo había abrazado con entusiasmo. Tras un período, más bien largo, de
cautelosa preparación, el ecuatoriano consideró a su país maduro para sumarse
formalmente al ALBA en junio de 2009. La adhesión gradual del Ecuador al bloque
chavista estuvo acompañada de una serie de posturas supuestamente consecuentes
con el nuevo alineamiento continental. Así, se produjo un alejamiento de Estados
Unidos, al que no se le renovó el convenio para el uso de la Base de Manta y con el
que dejó de negociarse un Tratado de Libre Comercio cuyos términos exclusivamente
arancelarios no gustaban en Quito. También, estallaron muy graves tensiones con la
Colombia de Álvaro Uribe a causa de la guerrilla de las FARC, activa en la retaguardia
ecuatoriana y blanco en 2008 de una incursión militar colombiana que Correa
consideró un casus belli y que dio pie a la ruptura temporal de las relaciones
diplomáticas, aunque luego el dirigente ecuatoriano se vio comprometido por la
documentación incautada al abatido comandante guerrillero Raúl Reyes, que hablaba
de ayuda financiera de las FARC a su proyecto político. Por otro lado, Correa planteó
a sus vecinos crear una moneda común y dotarse de un Fondo de Reservas del Sur y
de un Banco del Sur como alternativas a los denostados FMI y Banco Mundial. Otro
giro fue el nuevo capítulo de relaciones con Irán.

EL SEGUNDO MANDATO (2009-2013).

En su segundo ejercicio, Correa siguió estrechando vínculos con Venezuela,


Bolivia y Argentina, e hizo de presidente de turno (2009-2010) de la UNASUR, luego
de vencer sus dudas iniciales sobre las virtudes integracionistas de esta nueva
organización regional. Fue precisamente en el seno de la UNASUR donde Correa y su
nuevo par colombiano, Juan Manuel Santos, sellaron la reconciliación bilateral en
noviembre de 2010. Asimismo, se planteó la posibilidad de ingresar en el
MERCOSUR. Las infinitas implicaciones internacionales de las filtraciones de
Wikileaks encontraron en el Ecuador de Correa un terreno particularmente abonado:
en 2011 Quito expulsó a la embajadora estadounidense porque entre los cables
diplomáticos revelados se sugería que el presidente conocía y toleraba la corrupción
"generalizada" en la Policía (Washington respondió con la misma moneda) y en 2012
Correa salió en defensa de Julian Assange, reclamado por la justicia sueca,
concediéndole asilo por razones humanitarias en la Embajada en Londres, lo que

107
provocó un conflicto diplomático con el Reino Unido y una nueva tarascada con
Estados Unidos.

Sin embargo, la presencia del líder ecuatoriano en los titulares de actualidad


más gruesos vino motivada por las turbulencias domésticas. En septiembre de 2010
Correa se vio sorprendido en Quito por una asonada de policías descontentos con sus
condiciones laborales. En una reacción insólita por arrojada, el mandatario acudió en
persona a imponer su autoridad a los amotinados en el cuartel donde se habían hecho
fuertes, pero fue recibido con insultos y atacado con gases lacrimógenos. Correa tuvo
que ser atendido en un hospital aledaño, donde quedó bloqueado por los revoltosos, a
los que retó con exaltadas palabras a cuello desabrochado ("¡mátenme si tienen
valor!"). Las imágenes dieron la vuelta al mundo y las cancillerías se movilizaron para
conjurar una quiebra democrática en el Ecuador. Finalmente, tropas del Ejército
consiguieron liberar sano y salvo al presidente, aunque en los tiroteos perecieron una
decena de personas. Correa no ahorró calificativos para valorar lo sucedido, que
según él había sido un verdadero intento de golpe de Estado con pretensión de
magnicidio. Los supuestos conspiradores: gente del entorno del ex presidente Lucio
Gutiérrez.

Si este sobresalto le granjeó a Correa simpatías internacionales, su política de


relaciones con los medios de comunicación concitó todo lo contrario. Hipersensible a
las críticas y quejoso con las versiones "distorsionadas" que las "mafias" periodísticas
daban de la realidad ecuatoriana (grupos empresariales que en algunos casos,
además, estaban relacionados con los bancos quebrados y ayudados con dinero
público en la crisis de 1999), el Ejecutivo, desde el primer día, no dudó en judicializar y
penalizar la labor de la prensa hostil a su labor de gobierno mediante la presentación
de demandas contra trabajadores y propietarios de medios, y la incautación para el
Estado de empresas de comunicación privadas, entre ellas numerosas radios y
televisiones.

El caso más famoso, en 2011-2012, fue la denuncia por injurias calumniosas


contra El Universo, que Correa ganó en los tribunales con la imposición de una multa
de 40 millones de dólares al diario y la pena de tres años de prisión a cuatro de sus
miembros, tres directivos y el editorialista autor del texto denunciado (donde se
acusaba al "dictador" de "crímenes de lesa humanidad" por haber "ordenado fuego a
discreción" cuando la crisis policial de 2010), aunque luego el querellado, consciente
de la publicidad negativa que esta peripecia estaba dándole fuera, optó por conceder
el indulto a los reos y retirar la demanda. Los editores de periódicos del Ecuador
acusaron a Correa de amordazar la libertad de información, y la denuncia fue
secundada por colegas de todo el mundo y por la ONG Human Rights Watch.

Para la débil oposición política, la guerra de Correa contra los medios de


comunicación privados que difundían lo que no le gustaba –como las presuntas
corruptelas del oficialismo y los lucrativos contratos firmados con el Gobierno por su
hermano Fabricio- era una muestra elocuente de la intolerancia y la prepotencia de un
gobernante "autoritario" y "totalitario" que sólo sabía señalar enemigos, infundir miedo
y violentar principios constitucionales con su paulatina acumulación de poder. En mayo
de 2011 Correa ganó el sí para las diez preguntas de un referéndum constitucional y
una consulta popular múltiples que en opinión de los críticos de casa y el exterior
daban luz verde a un marco legal regresivo que consagraba las cortapisas a la prensa
y ponía la judicatura en manos del Ejecutivo. Según Correa, estos cambios eran
imprescindibles para profundizar la Revolución Ciudadana, uno de cuyos objetivos era
"desconcentrar el poder" que habían acaparado los grupos financieros dueños de
grandes medios de comunicación.

108
RUMBO A 2017.

A las elecciones presidenciales del 17 de febrero de 2013 Correa llegó con la


seguridad de ser reelegido y, de nuevo, en la primera vuelta. Sus dos principales
adversarios eran, por la derecha, Guillermo Lasso, un banquero representante del
conservadurismo proempresarial de la Costa y cuya pujanza no llegó al punto de
aglutinar tras su candidatura a todo el arco opositor, tal vez porque la política
ecuatoriana, aunque crispada no presenta los niveles de polarización de Venezuela. Y,
situado en un impreciso centro reformista, Lucio Gutiérrez, otro recio detractor de
presidente, al que no pudo arrastrar a una segunda vuelta en las votaciones de 2009 y
cuya base de apoyos reside en las provincias amazónicas de Oriente. El electorado
correísta, sin embargo, está mucho más diversificado geográfica y socialmente. Al
final, Correa, quien reclamó al electorado una nueva expresión de confianza para
"hacer irreversible" la Revolución Ciudadana, arrasó con el 56,7% de los votos,
mientras que la Alianza PAIS se llevó 91 de los 137 diputados de la Asamblea
Nacional. Conjuntamente, estos resultados no tienen parangón en la historia de la
democracia ecuatoriana.

La elevada popularidad de Correa no se explica solamente con las manidas


razones del carisma y el populismo. Él es también un presidente de logros, ya que
desde 2007 los niveles de pobreza y desempleo han caído notablemente en el país
andino. La clave del éxito presidencial son las políticas sociales, que suponen un
ingente gasto público y cuyo producto más mimado es el Bono de Desarrollo Humano,
el cual ha aumentado tres veces, de los 15 a los 50 dólares, y beneficia ya a casi dos
millones de ecuatorianos en situaciones de penuria. Nuevos equipamientos
educativos, sanitarios y de transporte han alcanzado numerosos puntos de la
geografía nacional hasta ahora huérfanos de la implicación del Estado. Tras librarse
de parte del dogal que supone el servicio de la deuda externa, el Gobierno confía la
sostenibilidad de su déficit fiscal a los recursos de financiación y al buen rumbo de la
economía, que en todos estos años ha crecido aunque de manera errática (6,5% en
2008, 0,4% en 2009, 3,2% en 2010, 7,8% en 2011 y un 4% en 2012), comportamiento
que refleja la elevada dependencia de la coyuntura petrolera y las remesas de la
emigración. La inflación, aunque con repuntes, está limitada por la circulación del
dólar, pero la estabilidad de este esquema podría verse comprometida si continúa
empeorando el déficit por cuenta corriente.

Actualmente, Correa impulsa varios megaproyectos de explotación minera en


el sudeste selvático del país que comprometen elevados créditos e inversiones (chinos
y canadienses, fundamentalmente), pero que también están generando viva oposición
en las militancias indígena y ecologista por su seguro impacto medioambiental. La
denuncia contradice la descripción que Correa hace de sí como un presidente "verde".
Mayor preocupación aún suscita la creciente inseguridad ciudadana, una de las
grandes asignaturas pendientes de esta Administración.

Tema 17: La muerte de Hugo Chávez y el declive del populismo


bolivariano.

La muerte de Hugo Chávez el 5 de marzo de 2013 convirtió en presidente


"encargado", o en funciones, de Venezuela a Nicolás Maduro, su heredero designado
de 50 años. Antiguo chófer de autobús y dirigente sindical del Metro de Caracas sin
estudios superiores pero adoctrinado en el marxismo ortodoxo y el castrismo, Maduro
fue un precoz militante de la extrema izquierda que luego se unió con entusiasmo al
movimiento bolivariano, llegando a ser uno de los principales jerarcas de la V
República y, sobre todo, un colaborador fidelísimo y de la máxima confianza de

109
Chávez. Desde 2005 fue sucesivamente presidente de la Asamblea Nacional, ministro
de Relaciones Exteriores y, a partir de octubre de 2012, vicepresidente ejecutivo de la
República.

Año 2013.

El 19 de abril de 2013 Nicolás Maduro juramentó la presidencia de la


República Bolivariana de Venezuela tras haber sido proclamado vencedor de las
elecciones celebradas el 14 de abril por el Consejo Nacional Electoral (CNE) de
Venezuela. Según el CNE, Henrique Capriles, principal candidato opositor logró
7.361.512 votos (49,12%) frente a los 7.586.251 votos para Maduro (50,61%). La
participación ciudadana fue del 79,69%, ligeramente inferior a la registrada en las
últimas elecciones presidenciales. La estrecha diferencia de Maduro frente a Capriles
fue la sorpresa de la contienda electoral y el líder de la oposición no reconoció el
resultado oficial de las elecciones y exigió que se recontaran los votos al 100%. Tras la
sorpresa inicial por la rápida erosión del enorme capital político heredado de su mentor
a pesar del estrecho margen que permitió una campaña de apenas 10 días, Maduro se
declaró contrario a la revisión de los resultados de las votaciones alegando que es un
sistema electoral calificado como de gran fiabilidad por los organismos internacionales.

Por su parte la oposición alegó que el estrecho margen y algunas


irregularidades detectadas exigían una revisión excepcional y animó a sus seguidores
a movilizarse para reclamar un nuevo conteo. Le siguió una llamada del oficialismo a
tomar las calles que derivó en nuevos episodios de violencia.

Maduro ocupó temporalmente la presidencia tras el anuncio del fallecimiento de


su antecesor el 5 de marzo, merced al aval por parte del Tribunal Supremo de Justicia
de una controvertida interpretación de la Constitución que permitió dar por asumida la
presidencia del desaparecido mandatario sin necesidad de juramentación. De esta
forma prevaleció la voluntad de Chávez, que designó a Maduro como su sucesor antes
de partir hacia Cuba para su última y letal intervención quirúrgica, sobre una lectura
más literal de la Constitución según la cual ante una “falta absoluta” del presidente
asumiría el presidente de la Asamblea Nacional, cargo ocupado por el ex
vicepresidente Diosdado Cabello.

El presidente Nicolás Maduro, de 50 años, fue desde su juventud un activista


político del espectro marxista que recibió formación política en La Habana antes de
regresar a Venezuela, donde se incorporó a los movimientos sindicales del transporte
público. Desde allí se solidarizó tempranamente con los participantes en el fracasado
movimiento golpista encabezado por Chávez en 1992 contra Carlos Andrés Pérez
pasando a engrosar el grupo de los que reclamaron su excarcelación y posteriormente
participó en la fundación del movimiento político V República con el que el exmilitar
llegó al poder por las urnas en 1998. Desde entonces Maduro ocupó casi
ininterrumpidamente las más altas responsabilidades y de manera notable ejerció
como Canciller a partir de 2006, cargo que ocupó por más de 6 años, en los que
trabajó por extender la red internacional de alianzas bolivarianas, incluyendo el ALBA,
UNASUR o la CELAC y estrechando las relaciones con Cuba. También trabajo para
fortalecer las relaciones con China, Rusia, Irán o incluso con el malogrado ex
mandatario Coronel Gadafi y fue el encargado de defender posiciones claramente anti-
estadounidenses en foros como la ONU o la OEA.

El candidato opositor Henrique Capriles, de 40 años, repitió como candidato


opositor tras ser vencido por Chávez en los anteriores comicios por más de 10 punto
de diferencia. Tras primera su derrota Capriles concurrió a las posteriores elecciones a

110
gobernadores de diciembre de 2012 y venció en el Estado de Miranda al anterior
vicepresidente chavista Elías Jaua, igual que antes había vencido a Diosdado Cabello.
Así, de los últimos vicepresidentes de Chávez, Maduro es el único al que Capriles,
según los datos oficiales, no logró vencer. Sin embargo, sí consiguió arrastrar el
descontento de un importante sector que ha hecho tambalear la tradicional mayoría
chavista que avalaba el proceso revolucionario bolivariano. Estos cambios en el
electorado obligan al actual gobierno a abordar medidas de reforma que traten de
recobrar a un creciente sector de la población que está descontento ante la creciente
inflación, el desabastecimiento de productos básicos, las dificultades económicas que
han obligado a sucesivas devaluaciones y la inseguridad ciudadana.

https://www.cidob.org/publicaciones/documentacion/dossiers/venezuela_elecciones_2
013/dossier_especial_venezuela_elecciones_2013/(language)/esl-ES

2013-2014.

Las noticias que han circulado por los distintos medios de comunicación que
muestran una Venezuela asediada por la inflación, el desabastecimiento, las protestas
sociales y la dura respuesta policial plantean dudas sobre si el ciclo iniciado por Hugo
Chávez en 1998 se agota. La desaparición física de su omnipresente figura agudizó la
animadversión entre el Chavismo y los grupos opositores, al tiempo que se
acrecentaron problemas socio-económicos que su carisma y la chequera petrolera
eclipsaban. La actual confrontación plantea al menos dos interrogantes: ¿Cómo se
llegó hasta aquí? y ¿qué significa la coyuntura actual para los herederos del Chavismo
y los partidos opositores aglutinados alrededor de la Mesa de Unidad Democrática
(MUD)?

La situación actual parte del perfil del Chavismo como movimiento personalista,
centrado en la figura del comandante y la Revolución Bolivariana (de corte socialista,
nacionalista, anti neo-liberal pero con tintes capitalistas). Este proceso se estructuró en
torno a la premisa de que Chávez era la Revolución y la Revolución era Chávez. La
concentración de poder en su persona no solo afectó la institucionalidad del Estado
sino que también cercenó la posibilidad de que liderazgos emergentes pudiesen tomar
el relevo. Esta es una de las razones por la que Nicolás Maduro, escogido por el
comandante como su sucesor, sea percibido como una figura débil que no convence ni
a la dirigencia chavista ni a los seguidores del comandante. El poder del actual
gobierno se reparte en un triunvirato de intereses conformado por Maduro mismo, el
poderosísimo presidente de la Asamblea Legislativa Diosdado Cabello y el ministro de
relaciones exteriores Elías Jaua.

Como factor adicional está el fracaso de la promesa inicial del presidente


Chávez de cambiar un modelo productivo dependiente del petróleo por uno
diversificado y basado en la producción nacional que ha llevado a la presente realidad
económica de escasez. Después de años de cabalgar sobre la alta renta petrolera, la
monumental estructura burocrática de subsidios y ayudas sociales en donde se
cimienta el actual Estado venezolano se empezó a resquebrajar. La implementación
de un modelo económico nacionalizador sumado al estrangulamiento de la actividad
privada han generado serias distorsiones en la economía que hacen hoy por hoy más
rentable importar que producir. Esto provoca escasez de divisas extranjeras, una
espiral inflacionaria y el desabastecimiento de productos de primera necesidad.

Además de las dificultades económicas, la inseguridad y la violencia son un


flagelo para los venezolanos. La cifra de homicidios saltó de 4.500 en 1999 a la friolera
de 24.700 en 2013 en una población de casi 30 millones de habitantes. Las causas

111
señalan al descontrolado aumento de armas en las calles, el debilitamiento del sistema
judicial y la falta de políticas transversales de lucha contra el crimen.

Con este panorama, una protesta iniciada el 2 de febrero de 2014 por


estudiantes universitarios en la ciudad de San Cristóbal, Estado Táchira, y el posterior
encarcelamiento de algunos de sus líderes fue el punto de implosión de la movilización
social. La organización de marchas por todo el país pidiendo la liberación de estos, el
rol de ciertos líderes de la MUD al apoyar activamente las protestas y el hartazgo de
amplios sectores de la población con los problemas socio-económicos se convirtieron
así en un coctel explosivo. La muerte de manifestantes en dichas marchas a manos de
miembros de la fuerza pública y grupos armados no identificados, la represión ejercida
por parte de la Guardia Nacional y el discurso combativo del gobierno radicalizaron
aún más las posiciones.

Para el Chavismo la ola de protestas ha significado un revés a la consolidación


de una transición post-Chávez gracias a la estrecha victoria presidencial de Maduro en
abril del 2013 y de las municipales de diciembre del mismo año. La magnitud de las
protestas, el uso de la fuerza contra las mismas y las dificultades de Maduro para
controlar la situación contribuyen a la debilidad institucional de su gobierno. Las
veladas críticas de líderes Chavistas como Cabello cuestionando algunas decisiones
del presidente o el descubrimiento de que miembros de estamentos de seguridad del
Estado no siguieron órdenes del ejecutivo, muestran que las varias corrientes del
Chavismo pueden llevarle a potenciales escisiones en el movimiento.

Para la Mesa de Unidad Democrática (MUD), la plataforma que aglutina a los


partidos políticos opositores al Chavismo, estas protestas han constituido también un
punto de quiebre. Después de vencer la tradicional fragmentación de la oposición y
lograr elegir a Henrique Capriles como su único candidato en las elecciones
presidenciales de 2012 y 2013, sus dos derrotas consecutivas han generado fisuras
que se han visibilizado con las protestas actuales. Por un lado los que abogan por la
vía electoral como forma de derrotar al Chavismo con Capriles a la cabeza se han
visto debilitados con sus llamados a la unidad y el consenso; por otro lado, los que
abogan por la vía de presión a través de marchas y protestas ciudadanas, a la cabeza
de los cuales está el ahora encarcelado Leopoldo López y la diputada María Corina
Machado, se han fortalecido a través de su estrategia denominada ‘La Salida’. Ello
pone a prueba al movimiento opositor como grupo de partidos con intereses propios
(desde los tradicionales –que algunos acusan de ser los causantes de la llegada de
Chávez al poder– a los nuevos sectores reformistas) pero con el objetivo común de
debilitar o sacar al Chavismo del poder. La diversidad interna de la MUD puede poner
en peligro el proceso de legitimación de la vía electoral que Capriles ha defendido
como estrategia opositora.

La capacidad de adaptación del Chavismo a los nuevos tiempos dependerá de


que logre salir unido de la actual crisis. De lo contrario el futuro podría ser similar al
Peronismo argentino y sus decenas de movimientos o incluso a su disolución en el
mapa político venezolano. Por lo que respecta a la opositora MUD, su supervivencia
dependerá de la conciliación de las estrategias para alcanzar sus objetivos y de la
institucionalización de un programa político, que no solo gire en torno a oponerse al
Chavismo. Más importante aún, del reconocimiento mutuo (Chavistas y MUD) como
representantes de dos sectores que a la larga son un solo país depende la posibilidad
de sentar las bases para la estabilidad de Venezuela.

https://www.cidob.org/publicaciones/serie_de_publicacion/opinion/america_latina/vene
zuela_en_crisis_la_revolucion_chavista_a_prueba/(language)/esl-ES

112
2015-2016.

La pérdida de apoyo popular al presidente Maduro ha ido en progresión al


deterioro de la situación económica y al autoritarismo y escalada de argumentos
demagógicos frente a la incapacidad de dar respuestas a los problemas de los
ciudadanos de a pie. La mejora de la calidad de vida de la población, que había sido
el principal argumento de legitimación del gobierno revolucionario frente a la oposición,
ahora se les vuelve en contra.

Las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en Venezuela han abierto


una nueva etapa política con un vuelco del voto que supuso un revés inequívoco al
gobierno liderado por Nicolás Maduro. La magnitud de la derrota que dejó el Congreso
en manos de la oposición agrupada en torno a la Mesa de Unidad Democrática con
mayoría cualificada de 2/3 (112 diputados) no deja lugar a dudas del voto de castigo a
la deriva autoritaria de la revolución chavista y al intento de trasladar toda la
responsabilidad de la quiebra económica del país hacia la denominada "guerra
económica" que se atribuye a la derecha fascista sin asumir las equivocaciones
propias.

El presidente Nicolás Maduro quedó muy debilitado por unos resultados mucho
peores de los que se preveían y eso cuestiona su liderazgo. Después de perder el
apoyo de la mayoría popular de forma contundente, se impone una nueva etapa en
que la polarización ya no sirve para asegurar resultados electorales y obliga al
chavismo a revisar sus estrategias. El reconocimiento de la derrota por parte del jefe
de Estado y las autoridades electorales fue un buen punto de partida. Pero las
declaraciones posteriores de Maduro y la destitución del ministro de Defensa, Vladimir
Padrino, que mantuvo el apoyo a la Constitución por encima de los llamamientos a
primar la revolución por parte del jefe del ejecutivo, no auguran buenos presagios. De
momento, el ejército está jugando un papel estabilizador que es vital para que se
produzca una transición del poder de forma ordenada.

Las llamadas a la calma y la reconciliación de buena parte de la oposición


ganadora en esta convocatoria electoral son también clave para que se reconduzca el
diálogo y se eviten tentaciones frentistas. El éxito electoral ha fortalecido el liderazgo
de Henrique Capriles y su apuesta por una oposición leal con las instituciones y que
defiende un cambio mediante instrumentos democráticos frente a un sector rupturista
entroncado con las nefastas estrategias golpistas del pasado que deslegitimaron a la
oposición a la revolución populista y propiciaron la concentración del poder en manos
de Chávez. Por otro lado, la oposición se enfrenta a la gestión de una victoria en las
urnas que deberá convivir, al menos en el corto plazo, con un presidente que mantiene
sus poderes ejecutivos y los poderes regionales y locales que aún están
mayoritariamente en manos del chavismo. La oposición tiene ahora el poder en la
Asamblea Nacional, pero no puede gobernar. Tiene que buscar vías de compromiso
con el gobierno para buscar soluciones a la crítica situación del país pero el diálogo
necesita de todas las partes.

Este nuevo periodo se afronta con unas condiciones económicas muy


precarias, con un gran endeudamiento, una inflación galopante y una pérdida de
ingresos del Estado por la drástica bajada de los precios del petróleo. Después de 17
años en el poder, el cambio de ciclo económico ha puesto a Venezuela al borde del
colapso económico y el desabastecimiento de productos básicos por falta de divisas
para importar todo lo que el país ya no produce tras el desmantelamiento de la
producción nacional, la mala gestión y la corrupción tiene a muchas familias contra las
cuerdas. La inseguridad ciudadana atemoriza a la población, que no puede confiar en

113
unas fuerzas de seguridad descontroladas y un sistema judicial clientelar que deja en
la impunidad delitos flagrantes.

No cambiar las políticas es acercarse al abismo. Los ciudadanos de Venezuela


se expresaron de forma abrumadora en favor de una alternancia y de devolver la
política a la búsqueda de soluciones para sus problemas diarios. De la lectura que
hagan el chavismo y la oposición dependerá una transición pacífica o traumática.
Ambos se enfrentan al reto de reconstruir liderazgos y mantener la unidad respetando
la pluralidad de la sociedad a la que representan.

https://www.cidob.org/publicaciones/serie_de_publicacion/opinion/america_latina/vene
zuela_inicia_la_transicion_frente_al_abismo/(language)/esl-ES

El 5 de enero de 2016 empezó una nueva etapa política en Venezuela como


consecuencia de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 que
modificaron el equilibrio de poder entre oficialismo y oposición. Ese día se constituyó
una Asamblea Nacional en la que la oposición tendrá una mayoría calificada de dos
tercios. Ello le permite legislar y, según se ha propuesto, empezar a desmantelar parte
de las estructuras de poder que durante más de tres lustros han estado en manos del
chavismo antes y después del fallecimiento de Hugo Chávez.

Tras la ajustada victoria presidencial de Nicolás Maduro sobre Henrique


Capriles en abril de 2013 y unas elecciones locales en diciembre del mismo año en
que el oficialismo consiguió retener una gran parte de su poder municipal, el claro
triunfo electoral de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que agrupa a las fuerzas
del bloque opositor en las parlamentarias, supone una nueva constelación de poder. A
partir de ahora, el escenario político venezolano se divide entre un Ejecutivo chavista y
un Legislativo con la mayoría de la oposición.

Sin embargo, la mayoría parlamentaria no chavista de 112 diputados frente a


55 del oficialismo tendrá que convivir con el amplio poder ejecutivo que caracteriza un
sistema presidencialista. Pero además se enfrentará a todo el aparato institucional hoy
al servicio de la revolución socialista y que incluye, desde el poder judicial al
denominado “poder popular” de las Comunas y un Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)
integrado exclusivamente por oficialistas que ahora cuestionan la legitimidad de doce
diputados opositores y reclaman nuevas elecciones en algunos estados.

Es clave el papel de las Fuerzas Armadas, que son el principal sostén del
régimen, pero también un actor político independiente que podría actuar como árbitro.
La nueva etapa política no necesariamente trae más estabilidad al país, afligido por
una severa crisis económica y de seguridad ciudadana. El actual reparto de poder
entre las dos principales fuerzas políticas del país les obliga, no sólo a coexistir, sino a
reconocerse mutuamente si se quiere evitar un indeseable escenario de
ingobernabilidad.

Derrota política del post-chavismo.

El Gobierno de Nicolás Maduro convocó las elecciones parlamentarias agotando los


plazos, a sabiendas de que contaba con una desaprobación de un 80% de los
venezolanos y las encuestas en contra. Lo hizo después de varias marchas populares
exigiendo la convocatoria electoral y de huelgas de hambre de líderes opositores,
algunos de ellos encarcelados. El más conocido, Leopoldo López, fue condenado a
trece años de cárcel por su campaña de movilizaciones contra el Gobierno de Maduro

114
denominada “la salida” que acabó con duros enfrentamientos con las Fuerzas
Armadas y varias víctimas mortales.

Como en procesos electorales anteriores, la campaña se polarizó en dos bandos


enfrentados. Las cifras electorales aplastantes obligaron a reconocer la victoria de la
oposición. Eso ocurrió tras la inusual comparecencia y llamada a la calma del ministro
de Defensa general Vladimir Padrino López que instó a “respetar las reglas de la
democracia” la misma noche de las elecciones. Ello es un indicador del papel político
de unas Fuerzas Armadas que sostienen el régimen, pero no a cualquier precio.
Finalmente, los rumores de la destitución del general Padrino por haber defendido la
limpieza electoral, no se confirmaron y el sector menos servicial con el post-chavismo
podría convertirse en un árbitro entre oposición y oficialismo. No obstante, cabe aquí
recordar la suerte que corrió otro General independiente, como el también ex ministro
de Defensa y general comandante del Ejército, Raúl Isaías Baduel. Éste encabezó en
2002 la operación de rescate y el retorno al poder de Hugo Chávez, desbaratando el
intento de golpe de Estado. Pero, en 2007, fue sustituido y encarcelado hasta agosto
de 2015 (sigue en arresto domiciliario) por oponerse a la deriva autoritaria del
chavismo a través de una reforma constitucional inicialmente rechazada en
referéndum.

Tras la última derrota electoral en las parlamentarias, el presidente Maduro ha


realizado cambios en el Gabinete que suponen un retorno a figuras de la etapa
chavista. Lejos de afrontar el necesario diálogo con la oposición, el repliegue del
chavismo en sus filas sugiere un futuro incremento de la confrontación institucional.

Con su mayoría parlamentaria, la oposición puede aprobar importantes leyes,


entre ellas reformas constitucionales y una amnistía para los presos políticos. Pero el
presidente las puede vetar y ha anunciado que lo hará.

Pero había algo que el presidente no podría bloquear: el referéndum


revocatorio que podía ser activado por la oposición a partir de la mitad del mandato
presidencial en abril de 2016, que finalmente fue suspendido por el Consejo Nacional
Electoral (CNE). El presidente Hugo Chávez se enfrentó a un revocatorio en 2004, lo
ganó y salió reforzado.

La oposición se enfrenta también al reto de mantener la unidad de 21 partidos


políticos con sensibilidades e ideologías diversas. Una primera prueba fue la elección
del nuevo presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, el veterano
dirigente del partido socialdemócrata Acción Democrática (AD) que obtuvo 62 votos
frente a los 49 de su adversario Julio Borges del conservador Primero Justicia.” La
victoria en las parlamentarias parece fortalecer a Henrique Capriles que apostó por la
vía democrática para vencer al chavismo frente a sectores que pretendían alcanzar el
poder asaltando las calles. Sin embargo, el protagonismo nacional e internacional –
entre otros, el apoyo de Felipe González- alcanzado en la reciente campaña por
Leopoldo López y su mujer, Lilian Tintori, partidarios de la línea dura, hacen temer
tensiones en el interior de la oposición. Esa puede ser la tabla de salvación de
Maduro; dividir a la oposición y mantener el cierre de filas del chavismo para conservar
el poder. Pero puede no resultar suficiente si la situación económica y social del país
no mejora.

Emergencia económica y de seguridad.

Los 17 años (en 2015) de Revolución Bolivariana y el conflicto político


permanente con la oposición han llevado a Venezuela a una situación de emergencia

115
económica y de seguridad que amenaza con revertir los anteriores progresos sociales.
Una crisis económica profunda y unas tasas récord de violencia e impunidad golpean
la credibilidad del Gobierno.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), 2015 concluyó con una inflación
del 159% -la segunda más alta del mundo- y una caída del PIB del -10%. Largas colas
en todo el país revelan los problemas de suministro por las intervenciones de
empresas, los controles estatales de precios, una corrupción endémica, una pésima
gestión de la distribución de productos en las cadenas estatales y la escasez de
divisas junto con una alta dependencia de los bienes de consumo de la importación del
exterior. Según la oposición, la falta de productos básicos se debe al control de precios
y de las nacionalizaciones que hicieron desaparecer un 15% de las empresas del país.
Por el contrario, el presidente defiende que el desabastecimiento es debido a la
“guerra económica” orquestada por la burguesía contrarrevolucionaria a la que ha
tratado de combatir con más intervención y nacionalizaciones.

El actual (2015) déficit público venezolano del 20% supera el del 13% del peor
año de Grecia en 2009. El precio del petróleo sigue cayendo, situándose el 15 de
diciembre en 38 dólares por barril, muy lejos de los más de 100 dólares al inicio del
mandato de Maduro en abril de 2013. Las arcas del Estado se vacían y obligan al
Gobierno a reducir el presupuesto social golpeando el corazón de los logros de la
Revolución Bolivariana, que creó las misiones - programas focalizados para reducir la
pobreza y la desigualdad de ingresos y oportunidades.

La inflación y la crisis de abastecimiento afectan sobre todo a los sectores


menos favorecidos de la población que expresaron su creciente descontento en las
urnas votando por una oposición, que desde el Gobierno se equipara a las élites
burguesas. Esta lógica de división entre “oligarquía” y “revolucionarios”, fomentada por
el chavismo, se rompió en estos comicios en que la oposición prometió más políticas
sociales y dedicó mayor esfuerzo a ganar el electorado de base post-chavista.

La violencia es el otro gran azote de un país que tiene la segunda mayor tasa
de homicidios de América Latina: 82 por cada 100.000 personas fueron asesinadas en
2014, casi 25.000. El aumento de la inseguridad se debe por un lado, a una cierta
permisividad con la posesión de armas al inicio del chavismo que poco a poco instauró
un clima de impunidad agravada con una justicia débil, corrompida y disfuncional.

Además, la dura represión por parte de las fuerzas de seguridad a las


manifestaciones antigubernamentales y las detenciones arbitrarias las ha convertido
en enemigos ante los ojos de una parte de la población y ha derivado en
enfrentamientos directos con grupos radicales. El asesinato de un dirigente opositor en
la postrimería de un acto electoral de las parlamentarias es ilustrativo del clima de
inseguridad.

Cambios en el escenario regional.

Los resultados electorales en Venezuela (2015) se insertan en una tendencia


regional hacia la alternancia en el poder. Los cambios en el ciclo económico han
acelerado el agotamiento de un ciclo político. Dos semanas antes de las elecciones
venezolanas, Mauricio Macri fue elegido presidente acabando con casi tres lustros de
kirchnerismo en Argentina. En Brasil, el Gobierno liderado por del Partido de los
Trabajadores, que obtuvo una ajustada victoria en las presidenciales de 2014, enfrenta
dificultades en las calles y en el parlamento que amenazan con acabar en un proceso
de impeachment contra la Presidenta Dilma Rousseff. Otro mentor del Socialismo del

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siglo XXI, el presidente de Ecuador Rafael Correa, tampoco atraviesa su mejor
momento de popularidad y ha anunciado que no se presentará en 2017.

La debilidad o alternancia de algunos de los gobiernos de izquierdas más


cercanos al chavismo beneficia a la oposición venezolana y debilita el respaldo que
instituciones como UNASUR, CELAC y MERCOSUR, con apoyo de Brasil y Argentina,
prestaron al régimen bolivariano.

La severa crisis económica en Venezuela y la caída del precio del petróleo han
reducido los recursos destinados al ALBA y pone en peligro la continuidad del pacto
bilateral con Cuba de petróleo a cambio de recursos humanos destinados a las
misiones. La oposición es contraria a mantenerlo, y Henrique Capriles en una
entrevista el 7 de diciembre, aseguró que “no vamos a regalar más petróleo” y
“pondremos fin a la diplomacia petrolera”. Sin embargo, la política exterior es
competencia del Gobierno y desde el Parlamento la oposición no puede poner fin a la
alianza con Cuba, aunque podría aprobar leyes que recorten el suministro de petróleo
a la isla aduciendo la crisis nacional. El futuro del ALBA no solo está comprometido por
la escasez de recursos, también se ha resentido del reciente proceso de acercamiento
entre Cuba y su histórico enemigo, Estados Unidos.

Cambios en el contexto internacional.

También en el contexto internacional ha habido cambios que modifican el


alcance de las alianzas del régimen post-chavista. Tras la elección de Barack Obama
como presidente de Estados Unidos, en su primer mandato hubo un intento de
acercamiento que se esfumó rápidamente con la expulsión del embajador de Estados
Unidos acusado de espionaje e injerencia por apoyar a la oposición y financiar
organizaciones sociales no afines al régimen. En alianza con los países del ALBA y
otros gobiernos cercanos, el discurso antiamericano ha puesto en dificultades la
tradicional hegemonía norteamericana debilitando el papel de la Organización de
Estados Americanos (OEA).

Por su parte, China desembolsó otros 5.000 millones de dólares en septiembre


de 2015 para financiar PDVSA incrementando la deuda de más de 20.000 millones de
dólares de Venezuela con aquél país, que deberá devolverse en forma de crudo. Este
nuevo aporte ha aliviado la falta de liquidez inmediata de Venezuela, pero incrementa
su dependencia de China a la que Venezuela devuelve favores comprando
automóviles y otros productos manufacturados y cediendo los derechos de exploración
y explotación de recursos mineros.

La maltrecha economía de Venezuela y la arbitrariedad que ha caracterizado


su manejo han hecho que el acceso al capital externo y otras inversiones productivas
de mercado se alejen del país. Las relaciones con la UE también se han resentido.
Aunque no se han tomado sanciones como Estados Unidos, en la Declaración de la
Cumbre UE-CELAC en junio de 2015 no se consiguió una declaración condenándolas
como quería Venezuela, pero tampoco se incluyó una referencia a la situación de los
presos políticos como pretendían algunos gobiernos europeos.

Escenarios futuros inciertos.

Venezuela es un ejemplo de que a veces la política no gestiona sino agrava los


conflictos. La explosiva mezcla entre colapso económico y violencia seguirá siendo un
lastre en el corto plazo y más si Gobierno y oposición en vez de afrontar los problemas
del país se dedican a luchar por el poder y no a solucionar la crisis multidimensional.

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Existen escasas perspectivas de definir una unidad nacional para reconocer y
resolver los severos problemas del país que se han acumulado desde 1999 y sentar
las bases de una reconciliación nacional. Tres intentos previos de diálogo entre
Gobierno y oposición fracasaron ante la radicalización de ambos bloques. Por el
momento no se perfila ningún mediador neutral aceptado por ambas partes, pues
UNASUR y CELAC son rechazadas por la oposición debido a su apoyo al oficialismo y
la OEA es vista por el chavismo como una organización al servicio de la hegemonía de
los Estados Unidos y contraria a la revolución.

En el clima de tensión actual puede parecer ingenuo pedir moderación a los


dos bandos políticos enfrentados para reconstruir el país sobre la base de la
convivencia pacífica e impulsar políticas públicas eficaces. Pero es lo que más
necesitan los venezolanos y han demostrado que están dispuestos a reclamarlo en las
urnas. Entre las tres opciones de participación que señaló Albert Hirschman, salida,
voz y lealtad, un millón y medio de venezolanos eligieron la primera, muchos la
segunda y cada vez menos la lealtad con el oficialismo.

https://www.cidob.org/publicaciones/serie_de_publicacion/notes_internacionals/n1_137
_venezuela_2016_nuevo_escenario_politico/venezuela_2016_nuevo_escenario_politic
o/(language)/esl-ES

2017.

Los al menos 35 muertos en las protestas de los últimos días (entre abril y
mayo http://cnnespanol.cnn.com/2017/05/04/35-muertos-en-un-mes-de-protestas-en-
venezuela/) en Venezuela son prueba de la creciente crispación política y social en un
país dividido, empobrecido, violento y en colapso económico. Con el país en llamas y
un descontento generalizado, el presidente Nicolás Maduro sorprendió el 1 de mayo
con el anuncio de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una
nueva Carta Magna. Ésta sustituiría la Constitución de 1999, herencia de Hugo
Chávez quien, ante la incapacidad de superar la crisis económica y social, se aferró a
este texto como principal fuente de legitimidad.

Recordando el precedente de la única derrota electoral de Chávez en 2007,


cuando pretendió eternizarse en el poder y convertir Venezuela en un país autoritario
por referéndum, la apuesta de Maduro puede ser muy arriesgada para el régimen en
un clima mucho más crispado que entonces. Con esta medida pretende sobre todo
distraer a los suyos en una nueva movilización constante (circo en vez de pan) y
ningunear a la Asamblea Nacional, dominada por la oposición, después del torpe
intento de cerrarla directamente a través de una sentencia del Tribunal Supremo. Con
su maniobra de inhabilitar al Parlamento, el Gobierno subestimó la firme reacción de la
comunidad internacional, incluyendo la Organización de los Estados Americanos
(OEA) y la Unión Europea.

Ahora trata de nuevo de boicotear la Asamblea Nacional convocando una


Asamblea Constituyente paralela escogida entre sus afines, ignorando el poder
legislativo vigente. Mientras la oposición acusaba al Presidente de golpista, Maduro
anunció que la Constituyente estará integrada por 500 miembros del pueblo. Sin
embargo, los temores son que esté íntegramente compuesta por las bases chavistas y
con ellas se transforme la estructura institucional democrática pluripartidista y con
elección directa, universal y secreta, en un sistema de cooptación no competitivo, de
partido único, que acabe con todo vestigio del modelo de democracia liberal con
división de poderes. Con esto en mente, la oposición no acudió a la invitación de
diálogo del Presidente.

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Creciente aislamiento regional y giro de política exterior.

La degradación institucional, la deriva autoritaria y el número de presos


políticos ha conducido a un creciente rechazo al gobierno de Maduro en la región. La
escalada de la tensión con el Secretario General de la OEA, el uruguayo Luís Almagro,
llevó al gobierno de Maduro a solicitar la salida de la organización para evitar ser
expulsado. Ya antes, los cambios de gobierno en Argentina y Brasil llevaron a su
suspensión de MERCOSUR por incumplimiento de los acuerdos.

Entre tanto, Venezuela trata de encontrar alternativas. En abril de 2017, el


influyente ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, participó en una conferencia
de seguridad internacional en Rusia buscando el apoyo de Putin, que ya ha concedido
varios créditos a la empresa petrolera PDVSA y envía armas ligeras. China también
concedió en 2015 un préstamo al Estado venezolano para refinanciar la deuda y
modernizar PDVSA. En total, Venezuela ha recibido unos 65.000 millones de dólares
de China, algo más de la mitad de toda la inversión del país asiático en América
Latina. Venezuela también ha diversificado su comercio exterior. Aunque en 2016,
Estados Unidos siguió representando un 29% del total del comercio venezolano, con
un 14%, China ya es su segundo socio y la India con un 10% el tercero, seguido en
cuarto lugar por una Unión Europea que, con poco más del 6%, no tiene un peso
relevante

La Presidencia de Nicolás Maduro ha quedado tan debilitada que, tras bloquear


el referéndum revocatorio. Todos los intentos de la OEA, de UNASUR y del Vaticano
de encontrar una salida negociada al conflicto fracasaron ante la imposibilidad de
tender puentes entre Gobierno y oposición, enrocados en posturas irreconciliables. La
hiperinflación, por encima del 1000%, generada por la estrategia de imprimir dinero y
multiplicar los salarios mínimos, ha terminado con los avances sociales que había
logrado el chavismo cuando llovían los petrodólares. Venezuela sufre el drama de
depender en un 90% del oro negro, pero también de la incapacidad de sus
gobernantes, con niveles históricos de corrupción. Ante una recesión del -8%, una
deuda externa del 69% del PIB y un déficit público ya incalculable parece puro cinismo
que Nicolás Maduro plantee con su nueva Constitución crear un “Estado post-
petrolero” o institucionalizar las Misiones (programas sociales con ayuda cubana) de
las que poco queda en un Estado en bancarrota.

La absoluta falta de voluntad y capacidad de negociar para resolver los


gravísimos problemas ha hecho que se prolongue el cada vez más violento tira y afloja
entre gobierno y oposición. El general Padrino dice que las Fuerzas Armadas, con
180.000 efectivos, defenderán la Constitución y no ve ruptura democrática en el
proceso constituyente. También afirma tener bajo control a 400.000 milicianos
armados civiles, al tiempo que tacha de insurrectos a los manifestantes. Si se les roba
el voto, se acrecienta el riesgo de implosión violenta y de una escalada de represión.
Cuanto más se ahonde en la fractura política y social más difícil será salir del pozo
negro en el que se encuentra el país, y cuyas consecuencias sufren los ciudadanos.

https://www.cidob.org/es/publicaciones/serie_de_publicacion/opinion/america_latina/po
co_pan_y_mucho_circo_a_donde_lleva_la_constitucion_madurista

Añado como anexo que el PSUV ha ganado las elecciones regionales y


municipales en 2017.

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Regionales (octubre 2017).

El chavismo obtuvo el 54 por ciento del voto nacional, frente a 45 por ciento de
la oposición, destacó el mandatario Nicolás Maduro.

La Revolución Bolivariana ganó 18 de 23 gobernaciones del país en los


comicios regionales de este domingo, informó la presidenta del Consejo Nacional
Electoral (CNE), Tibisay Lucena. Con la tendencia irreversible de 23 estados, la
Revolución Bolivariana ganó 18 gobernaciones y la oposición cinco.

La participación electoral fue de 61,14 por ciento, detalló la rectora del CNE.
Una cifra superior al 53.94 por ciento de los comicios regionales de 2012. El chavismo
triunfó en el estado Miranda, una entidad donde la oposición siempre obtenía mayoría
de votos. Los habitantes de esta localidad fueron gravemente afectados por las
protestas violentas, ocurridas entre abril y julio, que dejaron más de 100 muertos.

Los comicios contaron con un Acompañamiento Internacional, integrado por un


grupo de más de 50 expertos electorales, entre ellos miembros del Consejo de
Expertos Electorales de Latinoamérica (Ceela), académicos, activistas sociales,
políticos, parlamentarios y periodistas, así como integrantes de movimientos sociales y
de defensa de los Derechos Humanos de Estados Unidos y de países de América
Latina y Europa. Los acompañantes internacionales felicitaron el civismo y
participación democrática del pueblo venezolano.

https://www.telesurtv.net/news/Resultados-elecciones-regionales-Venezuela-2017-
20171015-0065.html

Municipales (diciembre 2017).

Venezuela: el chavismo arrasa en elecciones municipales boicoteadas por la


oposición y Maduro amenaza con impedir la participación de los principales
partidos opositores en las presidenciales.

El chavismo logró este domingo el triunfo en unas elecciones municipales en


las que no participaron los principales partidos de oposición de Venezuela. Según el
presidente Nicolás Maduro, estas agrupaciones políticas perdieron así el derecho de
participar en los próximos comicios presidenciales. "No podrán participar,
desaparecerán del mapa político", amenazó el mandatario.

Los resultados anunciados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) daban al


oficialista Partido Unidos Socialista de Venezuela (PSUV) como victorioso en 41 de los
primeros 42 municipios escrutados.

"Hemos ganado más de 300 alcaldías de las 335 del país", anunció, sin
embargo, el presidente Maduro. Finalmente fueron 308, es decir, el 91,9% de los
municipios del país, según los datos totales conocidos este lunes.

La abstención promovida por los principales partidos de oposición se tradujo en


una participación del 47,32% del electorado, unos 9,2 millones de electores. En los
comicios municipales de 2013 participó el 58,92% del censo. En las de gobernadores
del 15 de octubre, un 61%.

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Además de las municipales, este domingo también se votó por el gobernador
del petrolero estado Zulia, en el oeste del país. El triunfo en el estado más poblado de
Venezuela también fue para el oficialismo.

La próxima gran cita serán las presidenciales en 2018. Pero, este domingo, el
presidente Maduro amenazó con prohibir la participación en la contienda de los
partidos que este domingo no acudieron ni llamaron a las urnas. Cualquier partido que
no haya participado en las elecciones municipales celebradas este domingo y que
"haya llamado al boicot" no podrá concurrir a los siguientes comicios, advirtió Maduro.

"Voluntad Popular (VP) y Primero Justicia (PJ) han desaparecido del mapa
político venezolano y hoy desaparecen totalmente porque partido que no haya
participado hoy y haya llamado al boicot de las elecciones no puede participar más",
afirmó el mandatario tras acudir a votar.

Sus palabras iban dirigidas a los principales partidos de la oposición: Primero


Justicia, de Henrique Capriles, doble candidato presidencial y actualmente inhabilitado;
Voluntad Popular, de Leopoldo López, quien cumple una pena de casi 14 años en
arresto domiciliario; y también Acción Democrática (AD), que logró cuatro de los cinco
triunfos opositores en los comicios regionales celebrados en octubre.

Las tres formaciones se abstuvieron de participar en las elecciones del


domingo por considerar que no había suficientes garantías después de lo ocurrido el
15 de octubre, cuando la ciudadanía votó por los gobernadores de los 23 estados del
país. Según la oposición, en esas votaciones se registraron irregularidades e incluso
falsificación de actas. También creen que las hubo este domingo. "Estamos claros de
que hoy, en Venezuela, no hubo elecciones en los términos que establece la
Constitución", expresó en un comunicado la Mesa de la Unidad Democrática (MUD),
coalición que agrupa a la oposición y que actualmente se encuentra dividida. "Una
inmensa mayoría de la población electoral venezolana expresó su repudio a este
régimen", agrega el texto.

Mientras, Maduro aseguró que la oposición tuvo "miedo" de medirse al


chavismo. "Estoy seguro de que cara a cara habríamos logrado también una gran
victoria", aseguró en Caracas el presidente, que llamó a sus simpatizantes a
prepararse para "grandes victorias" en 2018.

http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-42304110

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