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INTRODUCCIÓN
1. LA REVOLUCIÓN CUBANA
Pero el descontento popular ante esta situación no tardó en expresarse, agravado aún
más por los frecuentes casos de fraude y corrupción que se producían entre los políticos
cubanos. En vez de la independencia y democracia que el pueblo aspiraba con la
independencia, solo desfilaban gobiernos venales y autoritarios, en tanto que se
profundizaba la desnacionalización del azúcar, su principal producto de exportación. En el
umbral de la gran crisis de 1929, la propiedad estadounidense de las centrales azucareras
cubanas bordeaba el 75% y para 1950, todavía era de un 47%. Hacia fines de la década de
1950, la economía de la isla se encontraba casi por completo en manos del capital
estadounidense, quien controlaba, además de la industria azucarera, el 90% de las minas y
de las haciendas, el 80% de los servicios públicos y el 50% de los ferrocarriles y de la
industria petrolera.
La democracia y una real independencia nacional eran las banderas de lucha de amplios
sectores sociales cubanos, particularmente de las capas medias y del proletariado que se
desempeñaba en la industria azucarera. Como el gobierno de Batista no respondía a esas
demandas se empezó a levantar un fuerte movimiento de oposición liderado por un joven
abogado de condición social acomodada: Fidel Castro (1927 - ), quien desde 1953, llevó a
cabo maniobras para derrocar a Batista, como el fallido ataque al cuartel militar de
Moncada, el 26 de julio de ese año. Encarcelado y luego amnistiado, Castro se exilió en
México donde organizó el Movimiento 26 de julio, que pretendía liberar a su país
mediante la lucha guerrillera. Se sumaron a este grupo otros exiliados cubanos y políticos
revolucionarios latinoamericanos, como el médico argentino Ernesto Che Guevara (1928-
1967).
Los problemas comenzaron en mayo de 1959, cuando se puso en práctica una Reforma
Agraria que permitía expropiar las posesiones con más de 400 hectáreas cultivables y se
nombró a un comunista para dirigir el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). Estas
medidas preocuparon a los sectores que habían apoyado el derrocamiento de Batista solo
para instaurar un régimen capitalista democrático y que veían ahora el establecimiento de
un régimen pro-comunista. Se inició entonces el éxodo de parte de esos sectores de la
población hacia los Estados Unidos, desde donde desplegaron una activa propaganda
anticastrista.
Los cubanos sacaron sus propias conclusiones de lo acontecido durante los primeros años
de la revolución: había que exportar el modelo revolucionario, para poder liberar a los
pueblos del Tercer Mundo del imperialismo norteamericano y de la explotación de que eran
víctimas por parte de las élites dominantes.
2. ¿REVOLUCIÓN O REFORMA?
Las décadas del '60 y del '70 fueron muy tormentosas en América Latina, a causa de los
efectos de la Revolución Cubana y la cada vez mayor intervención de Estados Unidos,
preocupado de reforzar su hegemonía en la región en el marco de la Guerra Fría. Ambos
fenómenos colocaron a los países de nuestro continente y a sus pueblos entre dos
alternativas: la revolución socialista o la reforma en el marco del sistema capitalista.
Así, en el marco de la Guerra Fría, América Latina pasó a jugar un papel clave por su
proximidad geográfica con el poderoso vecino del norte. La política estadounidense
buscaba evitar la propagación de las ideas socialistas en los países latinoamericanos,
ideas que amenazaban sus propios intereses económicos en la región. En consecuencia, las
cuatro décadas finales del siglo XX en América Latina estuvieron decisivamente afectadas
por sus relaciones con los Estados Unidos. Es cosa de ver las influencias de orden cultural,
político y económico que percibimos hasta el día de hoy.
La Revolución Cubana tuvo una enorme repercusión entre los partidos y movimientos
de izquierda de América Latina. Hasta esas fechas, habían sido los partidos obreros,
principalmente el comunista, los que habían abrazado la causa del socialismo, valiéndose
de la movilización de sus bases proletarias (como los sindicatos) y participando del sistema
electoral. El caso cubano presentó una serie de enseñanzas: por una lado, quedó
demostrado que era posible llegar al poder a través de la lucha armada, apoyándose en
sectores rurales, y por otro, se rompió la pretensión del partido Comunista de ser la única
organización capaz de encabezar un proceso de tal envergadura, ya que la revolución se
había llevado a cabo sin que su concurso fuera decisivo.
En Argentina actuaron desde fines de los años '60 los Montoneros, que trabajaron
dentro del partido peronista, con el objeto de conseguir el retorno del caudillo al poder. El
otro caso importante fue el de los Tupamaros de Uruguay, que emprendieron numerosas
operaciones urbanas en contra de un régimen tildado de haberse vendido al imperialismo
estadounidense. La cruenta represión que afectó a sus militantes, acabó por convencer a
los Tupamaros de participar en un gran movimiento de izquierda -el Frente Amplio- que
buscaba alcanzar el poder por vía electoral, en vez de perseverar en la vía armada.
A principios de los años '50, la CEPAL creada por las Naciones Unidas y bajo la
dirección de Raúl Prebisch, un economista argentino, desarrolló un pensamiento original
que sería la base de lo que después se denominará la teoría de la dependencia.
Para lograr este último objetivo, la CEPAL proponía la integración regional, como una
meta de largo plazo que permitiría una expansión de los mercados nacionales e
incrementaría las oportunidades para una industrialización sustitutiva de importaciones.
El modelo funcionaría mejor si los mercados eran más grandes y los países
latinoamericanos se especializaban en ciertas áreas, expandiendo así el comercio regional
y evitando tener que sustituir todas las importaciones separadamente. Así se esperaba
mejorar la situación socioeconómica regional y devolverle su estabilidad, al impulsarla
hacia el desarrollo.
Fría.
3. GOBIERNOS MILITARES
Desde mediados de los años '60, la radicalización de las posturas políticas en América
Latina y la intensidad de la Guerra Fría, empujaron a muchos ejércitos a tomar un rol más
activo frente al debate nacional entre revolución y reforma. Se inauguró desde entonces un
período en el cual los militares dejaron de lado la sumisión a los líderes políticos y
protagonizaron un gran número de golpes de Estado que les permitieron acceder al poder
en casi todos los países latinoamericanos.
Durante las décadas de los '60 y los '70, los golpes militares se convirtieron en un
fenómeno corriente en América Latina. Pero a diferencia de otros períodos de nuestra
historia -como el caudillismo tras la independencia de España- no se trató tan solo de
algún militar de rango con ambiciones de poder, sino de la institución militar en pleno, que
comenzó a intervenir en la vida política. El poder militar se fue forjando debido a varios
factores, entre los que podemos contar:
El lugar preponderante de las fuerzas armadas dentro del aparato del Estado, lo que fue
posible gracias a su modernización iniciada desde las primeras décadas del siglo XX.
El perfecto conocimiento de sus países y sus realidades, superior al de cualquier otra
institución estatal, debido a su amplia red de guarniciones y el contacto cotidiano con
los reclutas.
América Latina vivió un período de inestabilidad en los años '60 debido a la crisis del
modelo de Industrialización para la sustitución de importaciones y a los vaivenes propios
de la política. Esa situación fue generando un sentimiento de frustración entre las fuerzas
armadas. Muchos militares consideraban que los partidos políticos y el propio sistema no
funcionaban a la hora de encarar los problemas más urgentes del desarrollo nacional y ese
malestar fue incubando en las filas de las instituciones armadas cierta hostilidad hacia los
políticos.
La mayoría de los ejércitos latinoamericanos tendió a alinearse junto a los Estados Unidos,
aunque hubo otros que retomaron algunos ideales populistas (como el nacionalismo y
el antiimperialismo) y fueron derivando hacia posiciones reformistas e incluso
izquierdistas.
Los casos más emblemáticos fueron los de Perú (con el general Juan Velasco Alvarado),
Bolivia (con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres), Ecuador (con el
general Guillermo Rodríguez Lara) y Panamá (con el general Omar Torrijos), donde entre
1968 y 1972 militares progresistas alcanzaron el poder por medio del golpe de Estado.
Costa Rica, México, Venezuela y Colombia fueron los únicos Estados latinoamericanos que
entre los años '60 y los '90 estuvieron regidos por gobiernos civiles. Aunque no faltaron las
intentonas de golpe y grandes conflictos internos como la guerrilla en Colombia, las
instituciones siguieron funcionando normalmente en estos países.
Mucho se ha especulado acerca del carácter de los regímenes militares surgidos a partir de
la segunda mitad de la década del '60, pero la que los sindica como regímenes
burocrático-autoritarios, parece ser una denominación que permite comprender a gran
parte de ellos. Esta denominación, surgida en la década del '80, destaca los siguientes
aspectos como los más característicos de los regímenes militares latinoamericanos:
-Los militares no movilizan a sus seguidores y no crean un partido que vincule al Estado
con la sociedad civil, sino que integran a individuos e intereses privados (tecnócratas) al
régimen.
-Se impone un sistema económico cada vez más abierto a las corporaciones
transnacionales.
La alianza entre los militares y quienes detentaban el poder económico fue otro de los
fenómenos propios de este período. Muchos uniformados se integraron a los directorios de
importantes empresas nacionales, estrechando los lazos con los tecnócratas de las clases
dominantes. Aunque hubo militares que reivindicaron una política económica nacionalista,
la tendencia general fue la de reformular el desarrollo, vinculando a las economías de
América Latina más estrechamente con el capital transnacional. Nuestras economías se
A la vez, Estados Unidos adoptó una actitud más cautelosa y se fue distanciando de
los regímenes que habían respaldado inicialmente. El clamor popular por elecciones libres
y justas fue extendiéndose, mientras las coaliciones que se hallaban tras los regímenes
burocrático-autoritarios revelaban su fragilidad. En este contexto, muchos países iniciaron
la transición a la democracia durante la década del '80.
Un rasgo central del período que siguió a la retirada de los militares del poder ha sido su
tutela sobre las instituciones democráticas.
La izquierda, por otra parte, quedó muy mal parada tras la represión sufrida. La caída del
muro de Berlín derrumbó el paradigma del socialismo real y muchos partidos que antes se
declaraban marxistas-leninistas abandonaron esas posiciones para abrazar ideas
socialdemócratas. La misma experiencia autoritaria permitió a la población revalorizar el
mecanismo electoral para el acceso al gobierno, desechándose la vía armada. Algunos
grupos guerrilleros depusieron sus armas y se integraron a la vida política de sus países.
En otros, persistió el fenómeno de la guerrilla, como en el caso de Perú con Sendero
Luminoso o en Colombia, donde las FARC todavía controlan parte del territorio nacional.
Esto ha favorecido que en varios países de nuestro continente tuvieran acceso al poder
personas o sectores que procuraron enriquecerse a la sombra del Estado. Lo que ocurrió en
Argentina, o lo sucedido en Brasil con Fernando Collor de Melo(entre 1990 y 1992) y en
Perú con Alan García(1985-1990), constituyen ejemplos al respecto.
El caso argentino ilustra otro fenómeno de larga data, que pone a prueba nuestras
democracias. La crisis que precipitó al gobierno del presidente De la Rúa no solo se
relaciona con los pésimos resultados de las gestiones económicas de los últimos
mandatarios, sino también con una tradición política propensa a la inestabilidad. De los 35
presidentes elegidos o no elegidos que han gobernado ese país desde 1930, quince eran
militares y solo dos de ellos pudieron concluir su mandato legal.
De los civiles, apenas uno, Carlos Menem, ha finalizó su gobierno en el plazo establecido;
todos los demás han debido entregar el poder antes de finalizar su período presidencial.
Ante esta realidad cabe preguntarse: ¿está América Latina a salvo de períodos de
inestabilidad política o de nuevos golpes militares?
El populismo nacionalista de los años '40 y '50 y el modelo revolucionario de los '60 y
'70, parecen no tener ya mayor influjo. Antes que preocuparse de conquistar el poder por
la vía revolucionaria, muchos luchan por su sustento diario y una adaptación benigna al
sistema neoliberal imperante. Los pueblos latinoamericanos están empeñados en vivir en
paz y demandan gobiernos que sean capaces de resolver de una vez sus problemas locales
específicos. Pero, con el agregado de una seguidilla de crisis económicas internacionales
(como la del Sudeste asiático y la recesión de EE UU), todavía no logra América Latina el
crecimiento que sus riquezas naturales le auguran.
El neoliberalismo, aplicado desde fines de los años '80 en casi todo el continente, requiere
de muchos ajustes. El sistema parte de la base de que las fuerzas del mercado regulan por
sí solas la oferta y la demanda de bienes y servicios.