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Tema 5. Significado y verdad.

Condiciones de verdad; intensión y extensión; escepticismo del significado y teoría


de la verdad como teoría del significado.

1. Significado y verdad

Las teorías semánticas del significado comparten la idea básica de que el significado de las
oraciones declarativas o enunciados puede explicare a partir de la relación de
correspondencia que se establece entre estos enunciados y los hechos del mundo. También
comparten la idea de que el contenido que afirmamos mediante un enunciado, o el
pensamiento que expresamos mediante ese enunciado, son verdaderos si lo que afirmamos
o creemos se corresponde con cómo es el mundo. Estas dos ideas establecen un vínculo
directo entre significado y verdad.

Para la primera filosofía analítica del lenguaje, debía poder establecerse una correspondencia
estructural entre un enunciado, la proposición o el pensamiento expresados por ese
enunciado, y el estado de cosas que hacía al enunciado, proposición o pensamiento
verdaderos. Esto se ha formulado, contemporáneamente, diciendo que los enunciados,
proposiciones, y creencias son portadores de verdad (truth-bearers en inglés). Aunque hay
distintas posiciones, lo que las teorías semánticas tienen en común es la idea de que los
portadores de verdad tienen significado porque, y en la medida en que dicen o representan
algo acerca del mundo. Para capturar conceptualmente esta relación del significado con la
verdad, se utiliza la noción de condiciones de verdad.

Tomemos el siguiente ejemplo, ya clásico:

(1) La nieve es blanca

Las condiciones de verdad de un enunciado (oración declarativa) son las condiciones que
tienen que darse en el mundo para que el enunciado sea verdadero. El enunciado (1) es

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verdadero si, y solo si efectivamente es un hecho en el mundo que la nieve es blanca. Una
teoría semántica adopta entonces la siguiente tesis: la de que el significado del enunciado
puede hacerse equivaler a sus condiciones de verdad. Estas condiciones se especifican dentro
del enunciado teniendo en cuenta los significados de las expresiones que son sus
componentes estructurales. Los significados de estas expresiones componentes del
enunciado se identifican con la contribución que estas expresiones hacen a las condiciones
de verdad del enunciado.

Una posible aproximación para entender esto es tomar como referencia la teoría de la verdad
de Tarski. (Hay otras formas de hacerlo y otras complicaciones asociadas, pero no las
tendremos aquí en cuenta.)

2. Condiciones de verdad

Hemos dicho antes que las condiciones de verdad de un enunciado son las condiciones que
tendrían que darse en el mundo para hacer al enunciado verdadero. Esto presupone ya
conocida la noción de verdad; sin entrar en discusiones filosóficas sobre la naturaleza de la
verdad, puede adoptarse provisionalmente un punto de vista simplificado, y considerar que
un enunciado es verdadero cuando describe un hecho y ese hecho efectivamente se da así en
el mundo. El enunciado (1) es verdadero cuando la nieve es blanca. (Cuidado, esto no es
trivial: se están teniendo en cuenta aquí el ámbito del lenguaje, el del mundo, y una relación
de correspondencia o relación proyectiva entre ambos).

El lógico polaco A. Tarski propuso, en los ’40 del s. XX, lo que denominó una definición
semántica de la noción de verdad. Lo que ofreció fue un lenguaje formal en el que era posible
especificar las condiciones de verdad de todos los enunciados de un lenguaje dado,
especificando cómo las expresiones componentes cada enunciado estaban en
correspondencia con los elementos componentes de los hechos que ese enunciado describía.
En términos precisos, una teoría de la verdad tipo Tarski es un procedimiento de definición
de estructuras o modelos semánticos que permite asignar contenidos semánticos, llamados
también condiciones de verdad, a todos los enunciados del lenguaje considerado y a sus

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expresiones componentes, y esto de manera sistemática, completa y de acuerdo con el
principio de composicionalidad. Es importante precisar que Tarski definió estos modelos
inicialmente para lenguajes formales o de estructura deductiva y altamente formalizados. Sin
embargo y como veremos, las mismas estructuras o modelos semánticos han podido aplicarse
para el análisis de la semántica del lenguaje natural.

De nuevo, simplificando mucho las complicaciones formales de esta definición, podemos


considerar el ejemplo anterior. Supongamos que un lenguaje L contiene el siguiente
enunciado:

(1) La nieve es blanca

Las expresiones estructuralmente componentes del enunciado contribuyen del siguiente


modo:

i. ‘la nieve’ refiere a la nieve


ii. a satisface el predicado ‘es blanca’ si y solo si a es blanca (donde a refiere a una
entidad u objeto individual)

Estas contribuciones parciales permiten decir cuándo el enunciado será verdadero:

iii. ‘La nieve es blanca’ es verdadero si y solo si la entidad o individuo referido mediante
‘la nieve’ satisface el predicado ‘es blanca’

Las cláusulas i-iii están especificando las condiciones de verdad del enunciado (1) y, al hacerlo,
detallan la contribución semántica que sus expresiones componentes hacen al valor de
verdad del enunciado.

Además, cuando se cuenta en el lenguaje con otros enunciados, es posible llevar a cabo una
composición lógica entre ellos, de forma que el valor de verdad de los enunciados compuestos
esté completamente determinada por los valores de verdad de los enunciados simples que
los componen. Por ejemplo:

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(1) La nieve es blanca
(2) El hielo es frío

iv. ‘La nieve es blanca y el hielo es frío’ es verdadero si y solo si son verdaderos ambos
‘La nieve es blanca’ y ‘El hielo es frío’
v. ‘La nieve es blanca o el hielo es frío’ es verdadero si y solo si o bien es verdadero ‘La
nieve es blanca’, o bien es verdadero ‘El hielo es frío’, o bien ambos enunciados son
verdaderos.

Adicionalmente, se tienen en cuenta otras operaciones lógicas (el cuantificador universal y el


existencial, la negación, el condicional y el bicondicional) y se enuncian las cláusulas de verdad
que corresponden a los enunciados formados con estos operadores. (Aquí no necesitamos
ver esto en detalle).

Si se asume, como hace Tarski, que se dispone de un lenguaje L donde los enunciados tienen
ya significado, entonces se hace posible definir una teoría de la verdad para ese lenguaje L
mediante lo que se llama la Convención T:

[Convención T, Versión inicial] Una teoría de la verdad adecuada para L debe generar,
para cada enunciado verdadero ‘e’ de L, el siguiente axioma:
‘e’ es verdadero en L si y solo si e.

La Convención T es en realidad un esquema de axioma. Cuando la variable ‘e’ se sustituya por


todos y cada uno de los enunciados de L, se obtendría la teoría de la verdad de L. Cada
enunciado, a su vez, debería poder analizarse especificando sus condiciones de verdad, como
se ha esbozado antes para (1). Por ello, es más frecuente encontrar formulada la Convención
T de esta forma:

[Convención T] Una teoría de la verdad adecuada para L debe generar, para cada
enunciado verdadero ‘e’ de L, el siguiente axioma:
‘e’ es verdadero en L si y solo si p.

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Aquí, p está por una descripción, en el metalenguaje de la teoría que se emplea al hacer el
análisis, de las condiciones de verdad del enunciado ‘e’ que pertenece a L, donde L es el
lenguaje objeto de estudio. Por ejemplo, supongamos que el lenguaje objeto de estudio es el
inglés, y que se utiliza como meta-lenguaje teórico el castellano. La Convención T aplicada al
ejemplo (1) daría como resultado:

(T1) ‘Snow is white’ es verdadero en inglés si y solo si la nieve es blanca.


(T2) ‘Ice is cold’ es verdadero en inglés si y solo si el hielo es frío

Lo que importa ver aquí es que, para llegar a atribuir a los enunciados (1) y (2) la propiedad
de ser verdaderos, el metalenguaje de la teoría va especificando la contribución que hacen
las expresiones componentes del enunciado. Otra forma de explicar esto es diciendo que las
cláusulas (i)-(v) dan las condiciones de verdad de los enunciados en cuestión.

Quizá pueda verse esto con otro ejemplo. Supongamos un lenguaje L* muy sencillo, que
consta únicamente de tres enunciados, los tres con la estructura: ‘a es P’ :

(1) Snow is white


(2) Ice is cold
(3) Fire is reddish

Una especificación simplificada de las condiciones de verdad de los enunciados de L* sería la


siguiente:

1. Cláusulas semánticas para nombres y predicados:


1.1. ‘snow’ refiere a la nieve
1.2. ‘ice’ refiere al hielo
1.3. ‘fire’ refiere al fuego
1.4. a satisface el predicado ‘is white’ si y solo si a es blanco/a
1.5. a satisface el predicado ‘is cold’ si y solo si a es frío/a
1.6. a satisface el predicado ‘is reddish’ si y solo si a es rojizo/a

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2. Cláusula de verdad:
Para todo enunciado e de L*, e es verdadero en L* si y solo si a satisface el predicado
‘es P’

Aquí, en la Cláusula de verdad, e puede sustituirse por cualquiera de los enunciados (1), (2) y
(3); a puede sustituirse por los referentes de cualquiera de las expresiones ‘snow’, ‘ice’ y ‘fire’;
el predicado P puede sustituirse por cualquiera de los predicados ‘is white’, ‘is cold’, ‘is
reddish’. El enunciado resultante cumplirá la cláusula de verdad cuando sea el caso que a
satisface la propiedad referida por el predicado P. Las condiciones de verdad de los
enunciados se están formulando a partir de otras relaciones semánticas más básicas: las de
referencia (de los nombres) y satisfacción (de los predicados).

Todavía en L* sería posible formar otros enunciados gramaticalmente correctos y analizarlos


dando sus condiciones de verdad. Por ejemplo, podrían formarse los enunciados:

(4) Snow is cold


(5) Snow is reddish

En (4), la cláusula de verdad resultante (si tenemos en cuenta realistamente cómo es el


mundo) atribuirá a (4) la propiedad de ser verdadero en L*; pero no podrá atribuir esta
propiedad a (5), pues el referente de ‘snow’ no satisface el predicado ‘is reddish’ (de nuevo,
realistamente visto, ceteris paribus).

Desarrollos posteriores del trabajo formal de Tarski se han podido aplicar para ofrecer teorías
semánticas que describen sistemáticamente las condiciones de verdad de diversos lenguajes,
incluyendo fragmentos amplios del lenguaje natural. Un tratamiento completo sigue siendo,
sin embargo, una tarea difícil de alcanzar. En su aplicación a la lingüística teórica, la propuesta
más completa y aplicada es la llamada semántica de Montague. (No podemos ver esto aquí,
pero hay una presentación muy clara y bien detallada en la entrada “Montague Semantics”
de la Stanford Encyclopedia of Philosophy).

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3. Intensión y extensión

La definición semántica de verdad debida a Tarski arroja como resultado una semántica
extensional. Esto quiere decir que el significado de las expresiones (nombres o predicados)
viene dado por su referencia, en el caso de los nombres, y por los conjuntos de objetos (o
conjuntos de tuplas de objetos, para los predicados n-arios) que satisfacen los predicados. A
este significado, así entendido, se lo denomina también extensión. En el caso de un nombre,
aquello que designa, su referente, se denomina también su extensión; en el caso de un
predicado, su extensión viene dada por el conjunto de objetos (o de tuplas de objetos) que
satisfacen el predicado. Por ejemplo, un predicado binario como ‘orbita alrededor de’ incluirá
en su extensión los pares de objetos: <luna, tierra>, <tierra, sol>, <ganímedes, júpiter>, etc.
Una semántica extensional describe las condiciones de verdad de los enunciados asociando a
los nombres con sus referentes y a los predicados con el conjunto de (tuplas de) objetos que
los satisfacen. Una ventaja de este tipo de tratamiento y de análisis es que permite describir
el valor semántico o contenido semántico de las expresiones de un lenguaje respetando las
propiedades de sistematicidad, composicionalidad y recursividad.

A pesar de esta ventaja, desde un punto de vista filosófico se puede objetar que existe una
diferencia conceptual importante entre lo que una expresión designa, a qué refiere, y el
significado de esa expresión. Lo que una expresión designa, aquello a lo que refiere, es su
extensión. Se ha podido argumentar que lo que una expresión designe depende de cuál sea
su significado, pero referencia y significado no son sinónimos. Para ver esto, podemos
recordar la teoría semántica de Frege: ‘la estrella de la mañana’, ‘la estrella de la tarde’, y
‘Venus’ son expresiones nominales que refieren al mismo objeto; pero su significado,
identificado aquí con su sentido fregeano, no es el mismo. De un modo muy, muy intuitivo,
puede decirse que la intensión de un nombre es el concepto individual asociado con el
nombre; la intensión de un predicado es el concepto de propiedad o de relación asociado; y
la intensión de un enunciado es la proposición que constituye su significado. En general, y del
mismo modo intuitivo, puede decirse que la intensión de una expresión lingüística es el
contenido conceptual asociado con esa expresión. Esta aproximación ha necesitado, sin
embargo, de un tratamiento teórico más preciso y de un desarrollo formal más técnico.

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La preocupación filosófica que hemos mencionado motivó en parte el desarrollo, en los años
’50 y ’60 del s. XX, de un tipo de lenguajes formales a los que se denominó semántica modal,
o semántica de mundos posibles. En este marco, las expresiones lingüísticas se asocian con
su extensión en un mundo posible. A los nombres, predicados n-arios y enunciados se les
asignan con objetos, conjuntos de n-tuplas y valores de verdad, respectivamente. Los objetos
son la extensión de los nombres, los conjuntos de n-tuplas son la extensión de los predicados
n-arios, y los valores de verdad son la extensión de los enunciados, en relación con un mundo
posible. La noción de mundo posible se puede entender, de un modo intuitivo, como una
forma en que el mundo podría haber sido. Cada mundo posible está asociado con una
descripción (que puede suponerse completa y exhaustiva o solo parcial y relativa a
determinadas circunstancias) de cómo es o podría ser el mundo. La asignación de
determinados valores semánticos (objeto, conjunto de n-tuplas, valor de verdad) trata de
capturar esta intuición.

Por ejemplo, puede imaginarse un mundo posible en el que Aristóteles fue el maestro de
Alejando Magno (sería nuestro mundo real), y otro mundo posible en el que Aristóteles no
fue el maestro de Alejandro Magno. En el primero, la tupla <Aristóteles, Alejandro Magno>
satisface el predicado ‘fue el maestro de’; en el segundo, la misma tupla no satisface el mismo
predicado.

Cuando se busca una teoría semántica en la que las extensiones de las expresiones puedan
variar de unos mundos posibles a otros, o de unas situaciones posibles a otras, lo que se hace
es asociar a cada expresión una función: esta función asociada lleva a la expresión desde el
conjunto de mundos posibles al conjunto de las extensiones que son apropiadas para esa
expresión. Así, a los nombres se les asocia una función que va de mundos posibles (el dominio
o recorrido de la función) a objetos (los valores que toma la función); a los predicados n-arios
se les asocia una función que va de mundos posibles a conjuntos de n-tuplas de objetos; y a
los enunciados (u oraciones declarativas) se les asocia una función que va de mundos posibles
a valores de verdad. Estas funciones son las intensiones de las expresiones con las que están
asociadas.

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Si se quiere detallar con más precisión el modo en que pueden asignarse extensiones e
intensiones a los distintos tipos de expresiones, puede tomarse en consideración lo siguiente:

Extensiones

• La extensión de una expresión es la contribución que hace para determinar el valor de


verdad de los enunciados de los que forma parte
• Para los términos singulares (p. ej.: nombres propios, descripciones definidas,
pronombres singulares, expresiones demostrativas singulares): la entidad denotada o
referida (‘París’, ‘el hijo de Yocasta’, ‘ella’, ‘esta diapositiva’; objeto, persona, lugar,
etc.)
• Para las expresiones predicativas unarias (p. ej.: adjetivos, nombres comunes, verbos,
sintagmas que las incluyen como núcleo): el conjunto de entidades a los que se aplica
la expresión (‘verde’, ‘caballo’, ‘vuela’, ‘tiene las manos sucias’)
• Para las expresiones predicativas relacionales (p. ej.: verbos transitivos, adjetivos
comparativos, sintagmas con estas expresiones como núcleo): los pares o n-tuplas de
entidades a los que se aplica la expresión (‘escribir [algo]’, ‘más rápido que’, ’ser hijo
de [.] y de [.]’)

Intensiones

• La intensión de una expresión es la contribución que hace esa expresión a la


determinación de las condiciones de verdad de los enunciados en los que se integra;
es una función que, en cada situación posible (o mundo posible), le asigna a la
expresión una extensión
• Para los términos singulares, su intensión es una función que en cada situación o
mundo posible le asigna a la expresión una entidad
• Para las expresiones predicativas unarias, su intensión es una función que en cada
situación o mundo posible le asigna a la expresión el conjunto de entidades a los que
se aplica la expresión en esa situación
• Para las expresiones predicativas relacionales, su intensión es una función que en cada
situación o mundo posible le asigna a la expresión el conjunto de pares o n-tuplas de
entidades a los que se aplica la expresión en esa situación.

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(Históricamente, se ha reconocido a R. Carnap haber sido el primero en introducir la idea de
que las intensiones pueden tratarse como funciones que determinan la extensión, y se habla
consiguientemente de intensiones carnapianas. Aunque su trabajo tiene gran interés, no será
contenido de este tema).

En nuestro ejemplo anterior, el enunciado ‘Aristóteles fue el maestro de Alejandro Magno’


estaría asociado con una función, o intensión, que arroja como resultado el valor de verdad
verdadero cuando toma como argumento el primer mundo posible que hemos considerado
(el mundo real), y arroja como resultado el valor de verdad falso cuando toma como
argumento el segundo mundo posible tenido en cuenta.

También de un modo intuitivo, se puede considerar que la función asociada con un enunciado
está asociando, a su vez, al enunciado con aquellos mundos posibles en los que el enunciado
es verdadero. Esto se ha podido expresar diciendo que la intensión de un enunciado es el
portador primario de verdad o falsedad, y ha sugerido que los mundos posibles podrían verse
como conjuntos de proposiciones: precisamente, de aquellas proposiciones que son
verdaderas en ese mundo. Sin embargo, esta noción de proposición (distinta de las dos que
ya se han estudiado, las concepciones fregeana y russelliana) es problemática, pues no
permite que las proposiciones puedan usarse como ya se ha estudiado. (Mostrar esto es
complejo y aleja del contenido central de este tema; pero, en caso de tener mucho interés,
puede consultarse la entrada “Structured Propositions” de la Stanford Encyclopedia of
Philosophy).

4. Escepticismo del significado. La teoría semántica de W.V.O. Quine

Tanto el trabajo original de Tarski como las teorías semánticas que analizan el significado en
términos de condiciones de verdad adoptan el supuesto tácito de que el significado de los
enunciados viene dado por su correspondencia con estados de cosas posibles. Es posible
tomar distancia respecto a este supuesto y no asumir consecuencias filosóficas importantes,
manteniendo sin embargo que un tratamiento de este tipo es útil para describir los valores

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semánticos de las expresiones lingüísticas y su interrelación. Una semántica de condiciones
de verdad y su extensión a una semántica de mundos posibles ofrece una descripción
sistemática, recursiva y completa que muestra cómo las expresiones contribuyen al valor de
verdad de los enunciados de los que forman parte. Al mismo tiempo, el valor de verdad de
los enunciados se explica a partir de la referencia de los nombres y la satisfacción de los
predicados. Este tipo de teorías va ‘de abajo hacia arriba’, tomando los valores semánticos de
las expresiones individuales como punto de partida para determinar el valor semántico de los
enunciados.

A partir de los años ´60 y ´70 del siglo XX, se comenzó a cuestionar que la relación de
referencia (y, correlativamente, la relación de satisfacción) pudiera ser adecuada y útil para
explicar cómo se utilizan las expresiones lingüísticas y cómo adquieren su significado. Se
cuestionó también que el orden explicativo en semántica fuera el que va ‘de abajo hacia
arriba’, y se defendió que la explicación debía ir ‘de arriba hacia abajo’, tomando como unidad
básica de significado, al menos, el enunciado completo. Esta posición fue asociada a una
concepción coherentista de la verdad. La teoría semántica que da inicio y mejor representa
esta posición filosófica es la de D. Davidson, y se va a estudiar a continuación. Antes, tiene
interés prestar atención a la teoría semántica de Quine que constituye su precedente
inmediato, y que plantea un importante problema de escepticismo respecto a que los
significados lingüísticos puedan llegar a conocerse.

Eliminación de los nombres propios

En un trabajo temprano sobre lógica, Quine probó un resultado de importantes


consecuencias para su concepción posterior del lenguaje de las teorías científicas. Demostró
que, dada una teoría formalizable en el lenguaje de la lógica clásica de predicados, y
asumiendo una interpretación objetual de los cuantificadores (que es la acostumbrada, en
detrimento de la interpretación sustitucional), siempre es posible encontrar otro lenguaje,
también perteneciente a la lógica de predicados clásica, y tal que en él no aparecen
constantes individuales, es decir, tal que de él se han eliminado las expresiones que
desempeñan la función de los nombres propios. El procedimiento de Quine consiste en
sustituir estas constantes individuales (que equivalen a nombres propios) por descripciones,

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y éstas sólo constan de constantes de predicado y variables individuales ligadas, es decir,
cuantificadas.

Este punto de vista da lugar a que Quine formule la tesis del compromiso ontológico de las
teorías científicas: “Ser es ser el valor de una variable ligada” (en una formulación que
parafrasea irónicamente a Berkeley). Esta tesis da una respuesta a la pregunta por cuándo
estamos comprometidos a decir que existen determinados tipos de entidades: cuando
hayamos asumido o decidido usar un lenguaje o teoría cuyos enunciados, para ser
verdaderos, requieren que interpretemos sus variables de individuo mediante esos tipos de
entidades.

Significado estimulativo y traducción radical

Si quisiéramos aislar el significado empírico de los enunciados que empleamos en la


comunicación cotidiana, una estrategia de investigación posible podría consistir en llevar a
cabo un experimento mental: imaginemos que queremos traducir, a nuestra lengua, otra
lengua completamente desconocida, y que lo único que está a nuestra disposición para hacer
esto es la evidencia empírica, la información dada en forma de experiencia sensorial. Este es
el experimento que propone Quine y que se encuentra expuesto en dos importantes trabajos
que aquí pueden servir de referencia: el capítulo 2 de su libro Palabra y Objeto y un ensayo
previo, Significado y traducción. En este experimento mental, Quine imagina a un lingüista
con el proyecto de llegar a escribir un manual de traducción entre su propia lengua y la lengua
de los pobladores indígenas de un pueblo que ha permanecido, hasta ese momento, aislado.
Quine denomina, a esta situación imaginaria, un escenario de traducción radical. El punto de
partida para la traducción habrán de ser, propone Quine, situaciones en las que, ante la
presencia de un estímulo, hay un hablante nativo que emite una determinada proferencia. (El
ya famosísimo ejemplo de Quine incluye la aparición súbita de un conejo que atraviesa la
escena a saltos y la proferencia de la expresión “gavagai”). En esta situación, a la que Quine
da el nombre de situación estimulativa, el lingüista puede arriesgar una traducción tentativa:
traducir, por ejemplo, “gavagai” por “conejo” (o por “He aquí un conejo”, o “Eso es un
conejo”, o algo similar). En general, Quine cree que en esa situación de traducción radical, las
proferencias que se traducen en primer lugar y con menor riesgo de error son las que

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informan sobre observaciones que el lingüista puede suponer compartidas o comunes entre
el hablante nativo y él mismo.

Cuando la traducción haya avanzado estableciendo correlaciones lingüísticas en distintas


situaciones estimulativas, el lingüista necesitará también contrastar sus correlaciones para
verlas confirmadas (o refutadas), y para ello tomará la iniciativa: emitirá él mismo las
expresiones en las situaciones estimulativas adecuadas, y esperará al asentimiento o
disentimiento del hablante nativo. Esto significa que ha de ser capaz de reconocer este
asentimiento (o disentimiento), algo que Quine considera información empíricamente dada.
Además, el lingüista ha de poder diferenciar entre la información que da lugar a la respuesta
del hablante nativo (asentimiento o disentimiento) que está directamente motivada por el
estímulo (aunque no en términos neurológicos, sino de referencia), y lo que Quine va a llamar
información colateral, que va más allá del estímulo presente. Esta información colateral forma
parte del saber del mundo o del saber del lenguaje del hablante nativo y puede estar
influyendo también en su respuesta.

La posibilidad de diferenciar teóricamente entre dos tipos de información permite a Quine


introducir varias definiciones clave en su explicación del significado oracional:

Enunciado ocasional, para un/una hablante, es el enunciado ante el que el/ella está
preparado para asentir o disentir únicamente cuando la pregunta va acompañada de un
estímulo que le predisponga a ello.

Un enunciado fijo es aquél ante el que el/la hablante está dispuesto/a a insistir en su
asentimiento (o disentimiento) cuando se le pregunte con posterioridad, cuando ya no medie
ningún estímulo específico.

El significado estimulativo afirmativo de un enunciado ocasional E, para un/a hablante, es la


clase de todos los estímulos que provocarían su asentimiento a E. De manera análoga, en
términos de disentimiento, se define el significado estimulativo negativo de E. Finalmente, el
significado estimulativo de E es el par ordenado de ambos (afirmativo y negativo).

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Este conjunto de nociones está basado en la disposición de los y las hablantes a emitir una
determinada respuesta (una proferencia, o asentimiento o disentimiento ante una
proferencia) en relación con estímulos. Hay que presuponer, y Quine lo hace explícitamente,
que la respuesta es la misma, o aproximadamente la misma, cuando se dan circunstancias
suficientemente similares. E igualmente hay que contar con criterios que permitan identificar
una determinada disposición. Quine apela a un conocimiento tácito, por parte de cualquier
hablante competente (aquí representados/as por el lingüista de campo), sobre cómo
identificar disposiciones a partir de “comprobaciones juiciosas, muestras representativas y
uniformidades observadas”.

La igualdad de significado estimulativo, obtenida por vía de las disposiciones y asentimientos,


es lo único que está dado a la observación del traductor radical. Hasta este punto la definición
del significado sólo ha tomado en consideración la disposición de hablantes tomados
individualmente. En este caso, dos enunciados ocasionales son intrasubjetivamente
sinónimos cuando tienen el mismo significado estimulativo para un/a hablante. Esta noción
de sinonimia intrasubjetiva no necesita limitarse, sin embargo, al caso de enunciados
ocasionales, ni tampoco al caso de un/a hablante considerado/a individualmente.
Precisamente la generalización al conjunto de la comunidad de hablantes permite definir la
noción fundamental de enunciado observacional.

Un enunciado observacional se define como un enunciado ocasional en el que el asentimiento


o el disentimiento está provocado sin la ayuda de más información que la proporcionada por
el estímulo mismo, y no por otra información colateral (como lo es el saber del lenguaje o
saber del mundo que posea el/la hablante). Alternativamente, Quine define también la
noción de enunciado observacional como un enunciado ocasional que posee un significado
estimulativo intersubjetivo. La posible variabilidad intersubjetiva del significado estimulativo
(es decir, la posibilidad de que se den variaciones en el asentimiento o disentimiento de
diferentes hablantes ante el mismo estímulo) se salva en la teoría de Quine redefiniendo esta
noción de enunciado observacional de manera que dé cabida al grado mínimo de variabilidad
admisible. Quine apela a tendencias generales en la conducta de los/las hablantes y precisa
la noción de enunciado observacional, aclarando que en relación con él el significado

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estimulativo presenta desviaciones significativamente pequeñas para un número
significativamente alto de hablantes.

El problema de la ‘inescrutabilidad’ de los términos


La explicación y conjunto de definiciones vistas han tenido como objeto enunciados
completos. Quine observa que, en el proceso de traducción radical, los términos pueden
aparecer de dos maneras diferentes: como enunciados completos, es decir, con el mismo
significado estimulativo de un enunciado completo (como era el caso de “gavagai”), o bien
como elementos estructuralmente componentes de enunciados completos. En el primer
caso, el traductor radical intentará atribuir significado estimulativo a estos términos a partir
de que haya una cierta igualdad en su aplicación, tanto por parte de un/a hablante individual
como de más hablantes: es decir, el traductor buscará coincidencia en los estímulos que
provocan asentimiento o disentimiento. Y, a partir de esta asociación, buscará una traducción
adecuada en su propia lengua. Pero Quine se pregunta si esto es suficiente para garantizar la
equivalencia extensional de ambos términos, es decir, si la traducción así obtenida garantiza
que los dos términos se aplican a las mismas entidades, que son verdaderos de los mismos
objetos para el/la o los/las hablantes y para el propio traductor.

La respuesta de Quine toma la forma de lo que se conoce como tesis de la inescrutabilidad de


la referencia. Consiste en la observación de que no hay, más allá de los propios estímulos,
ninguna evidencia o prueba empírica que permita decir que las extensiones son las mismas,
o que las entidades de las que se habla son la misma entidad para los/las hablantes nativo/as
y para el traductor. Para prestar fuerza a esta observación, Quine propone que imaginemos
que los/las hablantes nativos/as tienen una concepción del mundo peculiar y distinta a la
occidental, de manera que, cuando emiten “gavagai”, están nombrando una entidad
metafísica que podría describirse como “la esencia de la conejidad”; o bien, que su percepción
del espacio-tiempo es distinta, de manera que con ese mismo término están significando
“simples estadios, o breves segmentos temporales, de conejos”. El traductor, al traducir
“gavagai” por “conejo”, está presuponiendo que los hablantes nativos son lo suficientemente
semejantes a él mismo como para tener un término general breve para conejos, y no para
esencias metafísicas o estados o partes de conejos. Pero esto sólo permite concluir, piensa

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Quine, que la igualdad de significado estimulativo (tanto intra como intersubjetiva) no
garantiza, en el caso de los términos que designan entidades, la igualdad de extensión.

Este resultado, que a veces se describe como una forma de escepticismo del significado, lleva
a Quine a poner en cuestión lo que llama la tendencia a la reificación de nuestra cultura.
Puede ponerse en relación, aunque ahora se esté tratando del lenguaje natural, con el
resultado que se puede demostrar para lenguajes lógicos de primer orden: los nombres
propios de entidades son prescindibles, pueden eliminarse en favor de descripciones y
cuantificación sobre variables individuales. Ésta es, en última instancia, la propuesta de
Quine. Sin embargo, hasta el momento la traducción no ha pasado de los enunciados y
términos con significado estimulativo, y un análisis lógico requiere poder traducir también el
resto del vocabulario lógico: en particular, los operadores veritativo-funcionales.

Funciones veritativas y lógica del lenguaje


En realidad, los operadores veritativo-funcionales clásicos (también llamados funciones de
verdad: negación, conjunción, disyunción, condicional) se prestan de manera inmediata a la
traducción, si recordamos que su significado viene dado por tablas de verdad cuyas entradas
son los valores de verdad del enunciado o los enunciados concernidos, y que consisten en
asignar un valor de verdad al enunciado compuesto que resulta de la operación. (Por ejemplo,
la negación de un enunciado será aquél enunciado al que los hablantes asienten siempre que
disienten del enunciado sin la negación; la conjunción de dos enunciados será el enunciado
compuesto al que los hablantes asienten siempre, y sólo cuando, asientan además a cada uno
de los dos enunciados tomados individualmente). Establecer estas tablas permite identificar
las expresiones del lenguaje nativo que desempeñan las mismas funciones, es decir, que son
equivalentes funcionales de los operadores lógicos clásicos.

La descripción de este procedimiento permite a Quine valorar como una especulación


innecesaria la posibilidad de que, en otras culturas, la lógica del lenguaje difiera de la lógica
de predicados familiar para la nuestra. Lo que se pone en juego en la traducción radical es la
posibilidad de identificar equivalentes funcionales para los operadores veritativo-funcionales,
y esta identificación sólo necesita del tipo de evidencia empírica sobre la que descansa la

16
propia traducción: estímulos sensoriales y la conducta lingüística observable de los hablantes
nativos (sus asentimientos y disentimientos).

Hipótesis analíticas de traducción


El problema que se plantea a continuación el lingüista es cómo continuar la traducción más
allá de los enunciados observacionales y las funciones de verdad. Antes hemos dicho, en
relación con los términos, que hay dos maneras de obtenerlos: o bien porque desempeñan la
función de enunciados completos (y este caso nos llevaba a la tesis de la inescrutabilidad), o
bien mediante un análisis de los enunciados ya traducidos. A este segundo procedimiento
Quine lo llama el método de la segmentación, y es el que permite al lingüista continuar
avanzando en su traducción. Lo hace segmentando las emisiones en fragmentos recurrentes
y manejablemente cortos, lo que le permite conjeturar correlaciones entre estos segmentos
y las expresiones de su propio lenguaje. Pero es importante observar que estas correlaciones
o ‘ecuaciones’ son conjeturas, son hipótesis formuladas sobre un doble presupuesto: que es
posible suponer idénticas extensiones para los términos correlacionados (lo que, como hemos
visto, no queda nunca garantizado por la evidencia disponible), y que también las
construcciones sintácticas, o los modos de ‘reunir palabras’, son suficientemente próximas
(algo que hay que suponer para poder llegar a formular las correlaciones) aunque no puedan
suponerse idénticos.

A estas ecuaciones o hipótesis les da el nombre de analíticas porque no están basadas de


modo directo en la observación, en los estímulos dados empíricamente, sino también en el
conocimiento que el lingüista tiene de su propio lenguaje. Suponen, por tanto, un grado de
alejamiento mayor con respecto a la posibilidad de una traducción exacta. Quine admite, por
supuesto, que el lingüista puede evaluar sus propias hipótesis analíticas de traducción,
utilizando para ello los enunciados fijos y comparando el resultado de traducciones obtenidas
mediante las hipótesis analíticas con el resultado de traducir a partir de los enunciados
ocasionales que han permitido llegar a esos enunciados fijos. Pero, incluso en el caso más
simple de hipótesis analítica de traducción (la que correlaciona dos términos o dos palabras
a partir de la constatación del paralelismo funcional entre ellos), Quine considera que es
únicamente la “abierta proyección de sus propios hábitos lingüísticos” lo que permite al
lingüista establecer esas equivalencias y avanzar en la traducción.

17
Holismo del significado
Incluso cuando la correlación semántica llegara a cubrir la totalidad de las emisiones nativas,
esta correlación en sí misma no estaría totalmente apoyada en la evidencia empírica. La
traducción radical consiste en establecer correlaciones o concordancias a partir del
significado estimulativo, las sinonimias intra e intersubjetivas y el asentimiento y
disentimiento observados en diversos momentos. Lo que se establece así son equivalencias
funcionales, suficientemente apoyadas en la observación. Pero el conjunto de la traducción
es en sí misma inverificable, pues ha procedido a partir de ajustes y de la búsqueda de
consistencia entre hipótesis analíticas –además de haber intervenido otros criterios, como la
simplicidad o criterios de plausibilidad o razonabilidad. Quine concluye que sólo podemos
hablar de sinonimia entre términos o expresiones de dos lenguas tomando como sistema de
referencia un determinado sistema de hipótesis analíticas, de la misma forma que sólo
podemos hablar (ya lo veíamos antes) de la verdad de un enunciado tomando como sistema
de referencia una teoría o esquema conceptual completo (un ‘lenguaje’).

Este holismo del significado u holismo semántico tiene consecuencias, especialmente, cuando
se toma en consideración el fragmento no observacional sino teórico de los lenguajes
científicos. Frente a los enunciados observacionales, cuyo significado dependía y sólo de los
estímulos presentes (prescindiendo de otra información colateral disponible), en el caso de
los enunciados teóricos (como “Los neutrinos carecen de masa” o “Energía es igual a masa
por aceleración”) difícilmente podemos imaginar una situación estimulativa que provoque
asentimiento o disentimiento y que no requiera de otra “estimulación verbal procedente del
interior del lenguaje”, es decir, de otros enunciados aceptados como verdaderos. Es por esto
por lo que Quine afirma que los enunciados teóricos carecen de significado “lingüísticamente
neutral”.

El conjunto de conclusiones que Quine ha ido obteniendo a partir de su experimento


imaginario en la situación de traducción radical se expresan sintéticamente en la forma de
una tesis de la indeterminación de la traducción radical, que afecta al conjunto del sistema
semántico (al que Quine se refiere también como sistema o esquema conceptual) propio de
una lengua o lenguaje. La conclusión es, en cierta forma, más fuerte que la que antes veíamos

18
para las teorías científicas, en la forma de una tesis de infradeterminación. Porque ahora se
trata del lenguaje natural y de lo que, una vez hemos prescindido de una concepción
mentalista y no empirista del significado, puede permitirnos poner en correspondencia dos
expresiones que cumplen la misma función comunicativa, si tomamos en consideración, y
sólo, la evidencia dada empíricamente (estímulos presentes y disposiciones de los/las
hablantes). El escepticismo que resulta respecto a la posibilidad de determinar los significados
se suele expresar diciendo que, en la concepción del lenguaje de Quine, no hay cuestiones de
hecho que permitan decidir en qué consiste exactamente el significado de una expresión, o
que permitan declarar a una traducción la única correcta. (Aunque, como el propio Quine
reconoce, sí puede haber criterios que permitan considerar a una comparativamente mejor
que otra). No hay, en definitiva, un manual de traducción ‘verdadero’.

En última instancia, la indeterminación se salva por el carácter social del lenguaje, por la
posibilidad de comunicarnos con otros/as hablantes aunque tengamos que actuar como
traductores radicales (eso es lo que somos, para Quine). Del lenguaje dice Quine que es el
lugar de la intersubjetividad, y al mismo tiempo afirma que es esa intersubjetividad la que
introduce una “presión hacia la objetividad” en el lenguaje. Pero, en conjunto, se ha podido
considerar que la teoría semántica de Quine representa una actitud escéptica en relación con
la posibilidad de asignar significados estables y perfectamente determinados a las
expresiones lingüísticas.

Algunas valoraciones críticas

El filósofo D. Føllesdal ha entendido que de las tesis de Quine se sigue una más como
corolario: la afirmación de la inseparabilidad de teoría y lenguaje, o la inseparabilidad entre
nuestro saber del lenguaje (de los significados) y nuestro saber del mundo (de los hechos).
Quine ha intentado evitar el tipo de relativismo lingüístico que parecería seguirse de este
corolario insistiendo en la función de los enunciados observacionales, que representan las
“puertas de entrada al lenguaje”: tanto para el aprendizaje lingüístico (como Quine se
esfuerza en mostrar en los capítulos 1 y 2 de Palabra y Objeto), como para el trabajo del
traductor radical, como para la formulación de una teoría científica.

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En varios momentos, Quine ha mantenido un debate con el lingüista Chomsky y sus
seguidores. Chomsky y otros han objetado a Quine que el tipo de semántica conductual que
él defiende no permite explicar completamente el proceso de aprendizaje lingüístico, porque
en él se adquieren más conocimientos de los que pueden explicarse apelando tan sólo a lo
dado con la observación, es decir: a estímulos sensoriales y conducta lingüística observable.
Además, Chomsky ha objetado que el tipo de indeterminación que Quine defiende no es sino
producto del tipo de infradeterminación empírica de que adolece cualquier teoría científica:
pues lo dado con la observación, real y posible, siempre infradetermina el significado empírico
de, por ejemplo, los enunciados teóricos y los principios generales de las teorías científicas.
Quine ha respondido que la indeterminación de la traducción radical no es meramente un
ejemplo de esa infradeterminación empírica, que se daría en la medida en que la lingüística
como ciencia pudiera verse como parte de las ciencias de la conducta y, en última instancia,
de la teoría física. (La posición tácitamente contenida en esta frase es, de hecho, la defendida
por Quine cuando ha urgido a naturalizar la epistemología). La indeterminación de la
traducción radical tiene un contenido adicional: la convicción de que podría haber, en
principio, manuales de traducción lógicamente incompatibles entre sí y tales que ambos
fueran, individualmente, compatibles con la totalidad de los hechos susceptibles de
descripción en términos físicos. (“Cuando digo que no hay cuestiones de hecho por lo que
hace, por ejemplo, a dos manuales de traducción rivales, lo que quiero decir es que ambos
manuales son compatibles con todas y las mismas distribuciones de estados y relaciones entre
partículas elementales. En una palabra, que son físicamente equivalentes”. Quine, Theories
and things, 1981).

Otro motivo de desacuerdo con Quine ha sido su crítica a la noción de analiticidad. Desde
posiciones filosóficas diversas, se ha considerado defendible una noción de analiticidad que
encuentra utilidad incluso en la comprensión pre-teórica de los hablantes, cuando identifican
dos términos como sinónimos (algo que, sin embargo, ya había observado él, aunque
considerando que este era un criterio empírico que aproximaba lo analítico a lo sintético).
Quine ha revisado su propia posición respecto a las verdades lógicas y ha aceptado, más
recientemente, que “un cambio de lógica es un cambio de tema”: es decir, cambiar la lógica
lleva consigo cambios amplísimos en el conjunto del lenguaje o teoría de que se trate, y es
ésta la razón que lleva a concederles a las verdades lógicas una función central.

20
También se ha puesto en cuestión el holismo de Quine, así como su resistencia a aceptar
cualquier explicación internista o mentalista del significado. Y se ha discutido igualmente su
rechazo de cualesquiera nociones no-extensionales en general, lo que le lleva a evitar las
nociones modales y a analizar los contextos intensionales, que él ha llamado irónicamente
contextos ‘opacos’, como si fueran un único ‘bloque’ semántico. Hasta el último momento,
Quine ha continuado defendiendo que la lógica de primer orden clásica, bajo una
interpretación objetual de los cuantores, es instrumento suficiente para describir la
estructura lógico-semántica del lenguaje de las teorías científicas –y, a fortiori, del lenguaje
natural.

Este planteamiento general: el de que sólo necesitamos nuestras observaciones, más la lógica
de primer orden, para ofrecer una teoría semántica naturalizada del lenguaje natural, ha sido
llevado a sus últimas consecuencias teóricas por un discípulo de Quine que se ha convertido,
a su vez, en uno de los filósofos del lenguaje más influyentes de los últimos años: D. Davidson.

5. Significado, verdad e interpretación radical en el programa de D. Davidson

El trabajo de Davidson ha recorrido una amplitud de temas con un enfoque unitario y


sistemático, y sus ideas pueden verse en conjunto como un intento de dar cuenta desde una
teoría integradora del conocimiento, la acción, la mente y el lenguaje. Una característica de
su método analítico es la de intentar aproximarse a las cuestiones que quiere estudiar: la
acción humana, el conocimiento, la mente o el significado, investigando el lenguaje en el que
los expresamos, y en particular la estructura lógica de los enunciados de este lenguaje, antes
que mediante una investigación directa de carácter ontológico de estos fenómenos. Aquí
vamos a centrar nuestra atención en su teoría semántica y en su teoría de la interpretación.

Significado y verdad

En varios ensayos Davidson ha intentado aproximarse a una teoría del significado que sea
adecuada para el lenguaje natural. Lo ha hecho asumiendo varios presupuestos filosóficos.

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En primer lugar, considera que lenguaje y pensamiento, o aseveraciones y creencias, no
pueden separarse: defiende que sólo accedemos a las creencias a través de su expresión
lingüística y que, en contrapartida, sólo podemos explicar el significado de las aseveraciones
apelando a las creencias expresadas por ellas. Esta idea determina una aproximación holista
al lenguaje y al entendimiento lingüístico, donde aseveraciones y creencias están relacionadas
en red de forma tal que, para entender una aseveración (o la creencia expresada por ella)
hemos de tener en cuenta cómo está interrelacionada con otras aseveraciones (y creencias).
En segundo lugar, reconoce como características esenciales del lenguaje natural humano su
sistematicidad y productividad, y considera que la composicionalidad es la propiedad que
mejor permite explicar ambas. Ya hemos visto que decir que el lenguaje natural es
composicional es decir que el significado de cualquiera de sus enunciados (o de cualquier
expresión compuesta) viene dado por los significados de las expresiones componentes más
su articulación sintáctica. Un tercer presupuesto filosófico tiene que ver con el hecho
biográfico de que Davidson ha sido estudiante de Quine, al que reconoce como maestro.
Aunque sus propios intereses no han sido tan epistemológicos y sí más semánticos, acepta
con Quine que la noción de significado tradicional (que entendía los significados ya sea como
contenidos mentales “que nadie ha visto”, o ya sea como ideas abstractas y objetivas de algún
tipo peculiar) es oscura e innecesaria para una teoría satisfactoria del significado y del
entendimiento lingüístico.

Una teoría del significado para el lenguaje natural tiene que poder reflejar este conjunto de
propiedades: el carácter holista del entendimiento por medio del lenguaje, y la
composicionalidad que permite que, a partir de un conjunto finito de unidades y de reglas
para combinarlas, puedan generarse virtualmente infinitos nuevos significados. Además, ha
de poder prescindir de nociones de significado que Davidson considera oscuramente
mentalistas o abstractamente idealistas. La propuesta final y más original de Davidson ha
consistido en proponer que se deje de hablar de significados en favor de hablar de las
condiciones de verdad de los enunciados, así como de la contribución que las expresiones
componentes hacen a esas condiciones de verdad. Davidson motiva su propuesta observando
que entender un enunciado puede hacerse equivaler a conocer sus condiciones de verdad, es
decir, a conocer en qué condiciones ese enunciado sería verdadero, o cómo tendría que ser
el mundo para que el enunciado pudiera ser declarado verdadero. Y añade que entender el

22
significado de una expresión puede hacerse equivaler, correspondientemente, a conocer la
contribución (semántica) que esa expresión hace al significado de los enunciados en los cuales
se integra.

Así, pues, una teoría del significado podría adoptar la forma de una teoría de la verdad, donde
para cada enunciado del lenguaje objeto de estudio (lenguaje objeto) se proporcionase (en el
metalenguaje de la teoría) una descripción sistemática de sus condiciones de verdad, incluida
la contribución a esas condiciones de verdad de las expresiones componentes. Para esta
descripción sistemática, Davidson ha recurrido a una teoría ya disponible: la teoría semántica
de la verdad de Tarski, que ya hemos tenido ocasión de presentar. Cabe recordar que una
teoría de la verdad tipo Tarski es un procedimiento de definición de estructuras o modelos
semánticos que permite asignar condiciones de verdad, en calidad de contenidos semánticos,
a todos los enunciados del lenguaje considerado y a sus expresiones componentes, y esto de
manera sistemática, completa y de acuerdo con el principio de composicionalidad. En
particular, es posible definir un modelo semántico tipo Tarski para el lenguaje de primer
orden de la lógica de predicados clásica, que es en lo esencial el tipo de lenguaje objeto que
Davidson toma como lógica subyacente al lenguaje natural.

Esquemáticamente, Davidson ha simbolizado esta asignación de condiciones de verdad


asociada a cada enunciado por medio de lo que ya hemos llamado la Convención T. Dijimos
más arriba que la Convención T es un esquema de axioma que se introduce en el
metalenguaje de la teoría y que, para cada enunciado ‘e’ del lenguaje objeto, especifica su
significado dando una descripción de sus condiciones de verdad en ese mismo metalenguaje.
Esta descripción o especificación de las condiciones de verdad se representa mediante la
variable proposicional p.

[Convención T] ‘e’ es verdadero en el lenguaje L si y sólo si p.

La teoría de Tarski permite asignar, en primer lugar, referencia a las expresiones que son
nombres; en segundo lugar, asigna una interpretación extensional a los predicados (los cuales
simbolizan propiedades y relaciones) al asignarles las n-tuplas de objetos que satisfacen el
predicado; finalmente, y teniendo en cuenta la cuantificación (operadores universal y

23
existencial), y otros operadores lógicos, asigna al enunciado compuesto a partir de esas
expresiones un valor de verdad. La locución ‘si y sólo si’ de la Convención T indica que se están
dando las condiciones necesarias, y conjuntamente suficientes, para poder decir que ‘e’ es
verdadero. Por ejemplo, “Ícaro voló hasta el sol” es verdadero si y sólo sí el individuo
denotado por el nombre ‘Ícaro’ se encuentra dentro de la extensión del predicado ‘x voló
hasta el sol’.

La propuesta de Davidson es, finalmente, presentar una teoría de la verdad para un lenguaje
dado L haciendo uso de un esquema de axioma como el que representa la Convención T,
donde aparece un predicado metalingüístico ‘__ es verdadero en L si y sólo si’ y tal que es
posible obtener, a partir de la Convención T, todas las instanciaciones que resultan al sustituir
‘e’ por todos y cada uno de los enunciados de L, y al especificar mediante p una descripción
en el metalenguaje de las condiciones de verdad correspondientes a cada uno de esos
enunciados ‘e’. Esta teoría sería una teoría del significado para L.

Algunas dificultades. El análisis paratáctico

Un problema con la propuesta de Davidson se hace enseguida evidente, y quizá ya se ha


sugerido con el ejemplo que acabamos de poner dos párrafos más arriba. El problema de una
teoría semántica tipo Tarski es que hay, en primer lugar, muchos fenómenos de significado
que parecen no quedar incluidos bajo un tipo de asignación de condiciones de verdad que es
estrictamente extensional; y, en segundo lugar, que incluso en aquellos casos en los que esta
asignación parece en principio posible, no está claro cómo hemos de analizar las expresiones
del lenguaje natural desde un punto de vista lógico-semántico.

Con respecto a este segundo problema, el programa de Davidson conlleva esta necesidad: la
de un análisis satisfactorio de la forma lógica de las expresiones del lenguaje natural, forma
lógica que no se va a corresponder por completo con la gramática externa de la lengua sino
con la de sus estructuras de significado. Con respecto al primer problema, una parte
importante del trabajo de Davidson ha estado dedicada a ofrecer un análisis de esos
fenómenos difíciles que no parecen susceptibles de un tratamiento extensional, así como a
desarrollar extensiones de la teoría de la verdad tipo Tarski que permitan salvar los

24
problemas. A este conjunto de análisis y extensiones de la teoría se les ha dado el nombre
de análisis paratáctico, y hay varios fenómenos que han necesitado este tipo de
reelaboración. En particular, podemos referirnos aquí a los siguientes: la dependencia
contextual, las oraciones de atribución de creencias, las inferencias basadas en modificadores
adverbiales, y las oraciones no enunciativas. Veamos en qué consisten estos fenómenos y el
análisis paratáctico que se propone.

1. Dependencia contextual
Las oraciones de una teoría de la verdad tipo Tarski se interpretan en modelos estipulados, y
las asignaciones o interpretaciones que las expresiones reciben son fijas. El lenguaje natural,
contrapuestamente, se caracteriza porque sus significados sólo pueden determinarse, en la
mayoría de las ocasiones, teniendo en cuenta factores contextuales y otras circunstancias.
Por ejemplo, la fijación de la referencia de los pronombres personales (‘yo’, ‘tú’) o
demostrativos (‘esto’), o de los adverbios temporales (‘hoy’, ‘ahora’) y de lugar (‘aquí’)
depende de lo que se ha llamado el contexto estrecho, que incluye al menos tomar en
consideración quién es la persona que habla, en qué momento y dónde lo hace (y,
posiblemente, otros índices variables también). Con respecto a este tipo de dependencia
contextual del significado, la solución de Davidson ha sido la de extender la noción de modelo
semántico de Tarski para estipular que la asignación de una interpretación o contenido
semántico a una expresión dada ha de ser relativa a varios índices, incluidos al menos
hablante, lugar y tiempo de la emisión de esa expresión (y admitiendo la posibilidad de
incorporar al modelo semántico otros índices que puedan necesitarse).

Contemporáneamente los detractores de Davidson aún insisten en que el significado de otras


muchas expresiones, y no sólo expresiones indéxicas como las anteriores, depende de cómo
se interpreten en el contexto, teniendo en cuenta entre otras cosas las intenciones de quien
habla, es decir, lo que quien habla quiere significar, y otras circunstancias. Y observan que,
por mucho que se extienda el modelo semántico para incorporar otros índices a los que sería
relativa la interpretación, siempre será posible imaginar circunstancias o contextos en los que
hay que tener en cuenta nuevos factores no previstos. (Los partidarios de la semántica formal
como estrategia válida de análisis no niegan esto, pero aún pueden dar respuesta a esta

25
objeción. Comentaremos algo más al final, cuando hablemos del debate entre Contextualismo
y Minimismo semántico).

2. Oraciones de atribución de creencia y habla indirecta.


El problema aquí es el de los contextos llamados intensionales, del que ya hemos hablado al
estudiar a Frege. Por ejemplo, en (a) “Copérnico creía que las órbitas de los planetas son
circulares”, el contexto gramatical ocupado por la oración subordinada (“que las órbitas de
los planteas son circulares”) no respeta el principio extensional de que la oración subordinada
pueda sustituirse por otra del mismo valor de verdad sin que, en ocasiones, el valor de verdad
final del enunciado compuesto se vea alterado. Por ejemplo, en (b) “Copérnico creía que la
tierra ocupa el centro del universo conocido”), la nueva oración subordinada incluida en (b)
es igualmente falsa, como la anterior en (a), pero el valor de verdad del enunciado compuesto
se ha visto alterado; ahora (b) es falso, mientras que (a) era verdadero. Esto vulnera el
principio de sustitución uniforme. La razón está en que ese valor de verdad final del enunciado
compuesto depende de lo que creía Copérnico (el contexto intensional de su creencia), y no
de los valores de verdad de las oraciones subordinadas.

Para resolver esta dificultad, Davidson ha propuesto un análisis que escinde la oración de
atribución de creencia (en general, cualquiera en estilo indirecto) en dos oraciones
enunciativas, cada una de ellas analizable en los términos puramente extensionales de una
asignación de condiciones de verdad. Así,

(a) Copérnico creía que las órbitas de los planetas son circulares

se analiza, en el nuevo análisis paratáctico, como:

(a’) Copérnico creía esto. Las órbitas de los planetas son circulares.

Aquí, lo denotado por el pronombre demostrativo ‘esto’ vendrá fijado en cada contexto de
uso, y esta asignación de una denotación (que será parte de las condiciones de verdad del
enunciado correspondiente) puede hacerse estipulando que ‘esto’ denota el contenido de la
creencia de Copérnico que se toma en consideración. Los detractores de Davidson han

26
observado que aunque el análisis sea, desde un punto de vista técnico, admisible y se integre
en el marco del tipo de teoría de la verdad propuesto, supone asignar condiciones de verdad
a oraciones distintas de la originalmente dada.

3. Modificadores adverbiales e inferencias basadas en estas expresiones


Para cualquier persona que sea hablante competente de una lengua como la nuestra, es fácil
reconocer la corrección del razonamiento siguiente: de “Llegó a medianoche, pausadamente,
con aparente despreocupación”, podemos inferir “Llegó a medianoche, pausadamente”, y de
aquí podemos continuar infiriendo “Llegó a medianoche” e incluso “Llegó”. Pero este patrón
inferencial no puede reflejarse en una teoría de la verdad tipo Tarski, pues los patrones de
inferencia o argumentos correctos que la semántica lógica puede traducir se basan en la
articulación lógica entre enunciados completos (como es el caso del clásico Modus Ponens),
y no en la estructura gramatical o sintáctica intra-oracional de un único enunciado. La solución
ofrecida por Davidson aquí ha sido original y ha obtenido reconocimiento y aceptación en el
campo de la lingüística. Ha propuesto sustituir los modelos tipo Tarski clásicos por lo que se
llama semántica de eventos, logrando así un modelo semántico que puede reflejar este tipo
de patrones de razonamiento.

Un modelo de Tarski clásico es una estructura que puede simbolizarse mediante <M, R, I>,
donde M representa un conjunto de entidades (individuos y/o objetos) que constituyen el
dominio semántico o universo del discurso; R representa un conjunto de propiedades y
relaciones, e I es la función de interpretación que asigna denotación a los nombres (una
entidad de M), satisfacción a los predicados (las tuplas de entidades de M que los satisfacen,
y que definen así las propiedades y relaciones al fijar sus extensiones), y finalmente un valor
de verdad a los enunciados completos. En una semántica de eventos, el dominio semántico o
universo del discurso Me no contiene entidades individuales, sino eventos: es decir, es un
conjunto de sucesos o acontecimientos a los que es posible aplicar predicados y sobre los que
es posible cuantificar. De esta manera, el tipo de inferencia que hemos visto antes
ejemplificada deja de ser problemática y puede describirse en términos limpiamente
extensionales, pues los adverbios pasan a ser las predicaciones que se aplican, en conjunción,
al mismo acontecimiento (‘llegar’). Así, parafraseando el razonamiento en un lenguaje semi-
simbólico, tendríamos algo aproximado a:

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Existe un acontecimiento e (‘llegar’) realizado por un sujeto s en el momento t y la
localización l, y tal que: A-media-noche(l) y Pausadamente(l) y Con-aparente-
despreocupación (l).

Es decir, l satisface los tres predicados unarios siguientes: A-media-noche(x),


Pausadamente(x), y Con-aparente-despreocupación(x). Ahora, las reglas clásicas del
razonamiento en cualquier modelo extensional permiten la inferencia anteriormente
indicada.

4. Oraciones no enunciativas
Las oraciones interrogativas o imperativas, a diferencia de los enunciados, no poseen
condiciones de verdad. Una pregunta o una petición no son verdaderas o falsas en cuanto
tales. Esto plantea el problema de cómo extender el análisis de una teoría de la verdad tipo
Tarski a estas oraciones. Davidson ha propuesto hacerlo del siguiente modo: una oración
como

(c) ¿Llueve?

se transforma, mediante el análisis paratáctico, en:

(c’) La siguiente emisión es una pregunta. Llueve.

Su idea es que podemos concebir las oraciones no enunciativas como oraciones enunciativas
más una expresión que describe el tipo de transformación sintáctica que ha tenido lugar en
la emisión original de esa oración. Para Davidson, por tanto, la emisión de una oración no
enunciativa es analizable, en términos semánticos, en dos oraciones enunciativas. El
procedimiento es similar al empleado antes para el discurso indirecto, y está sujeto a una
objeción similar: cabe dudar de que el tipo de fuerza que posee la emisión de (c) se preserve
en (c’). (Los defensores de la teoría de actos de habla, como veremos más adelante, han
llamado a este tipo de análisis la “falacia realizativa”).

28
Otros problemas: ¿puede ser la teoría empíricamente adecuada?

El planteamiento de Davidson está abierto a otra objeción. El tipo de análisis de la forma


lógica que propone arroja a veces resultados muy poco intuitivos, como en el caso de las
oraciones no enunciativas o las de atribución de creencia. Sin embargo, Davidson ha insistido
en que una teoría del significado para un lenguaje L tiene que ser empíricamente adecuada,
y esto entraña que sea adecuada a la conducta lingüística real del conjunto de hablantes
competentes de L. Lo que hace falta es mostrar que una teoría de la verdad tipo Tarski puede
proporcionar un análisis de la forma lógica que subyace a las expresiones del lenguaje natural
(de este problema nos acabamos de ocupar al hablar del análisis paratáctico), y que
efectivamente las expresiones del lenguaje natural, tal y como las usan los y las hablantes,
quedan suficientemente explicadas o descritas con los recursos mínimos de una lógica
extensional clásica. Para mostrar que la respuesta a esta segunda cuestión es positiva es para
lo que Davidson ha elaborado una teoría de la interpretación.

Hay además un tercer problema. De acuerdo con el principio de composicionalidad, el


significado (condiciones de verdad) de un enunciado completo se obtiene a partir de los
significados (contribución a las condiciones de verdad) de las expresiones que lo componen,
más su articulación sintáctica. Esto parece requerir que, para describir los significados de las
expresiones del lenguaje, hayamos de empezar conociendo los significados de las expresiones
sub-oracionales. Al mismo tiempo, y en aparente contradicción con esta idea, el esquema de
axioma de la Convención T genera todas las descripciones de las condiciones de verdad de los
enunciados de L empezando por atribuir el predicado ‘__ es verdadero en L’, y sin suponer
que los significados son conocidos antes de que analicemos sus condiciones de verdad. Es
decir, la teoría comienza suponiendo que, desde el metalenguaje, podemos tener
conocimiento de cuándo diríamos que un enunciado es verdadero, y sólo después, a través
del análisis, se puede obtener su forma lógica –es decir, se determinan las expresiones
componentes y su contribución a la verdad o falsedad del enunciado. Pero esto sólo se hace
a partir de la precomprensión de qué circunstancias harían al enunciado verdadero (o falso).
Esto concuerda con la concepción holista de la relación entre pensamiento y lenguaje, o entre
creencias y aseveraciones, que antes exponíamos, y Davidson lo ha expresado afirmando que
hemos de comenzar suponiendo una pre-comprensión de la noción de verdad, que sería una

29
noción primitiva (pre-teórica, asumida como algo dado ya en el conocimiento de los/las
hablantes), antes de poder formular la teoría del significado que ha propuesto. Pero parece
que esta afirmación aún nos deja esperando alguna explicación más articulada de cómo se
relacionan todas estas nociones.

Interpretación radical: una teoría de la interpretación y el entendimiento lingüístico

¿Qué conocimiento se necesita tener para que sea posible entenderse lingüísticamente con
otros, con otras hablantes? Supongamos que somos intérpretes sin ningún conocimiento
previo de los significados ni las creencias de otras personas, cuya lengua desconocemos. Una
interpretación radical es la tarea a la que se enfrenta un intérprete que quiera llegar a
entenderse con una persona nativa de otra cultura y otra lengua, cuando ninguno de los dos
posee conocimiento previo alguno de la lengua o las creencias ajenas. El punto de partida de
este experimento mental es, por tanto, similar al que proponía Quine en su propia
investigación sobre traducción radical: una situación de triangulación epistémica en la que
están presentes el intérprete, la persona nativa interpretada y algún acontecimiento externo
que ambos pueden observar. Para Quine, se trataba de mostrar que es posible llegar a
comunicarse con la persona nativa sin más puntos de apoyo que la evidencia empírica,
incluida la observación de la conducta lingüística de la persona interlocutora (y presupuestas
la capacidad de asentir y disentir, así como la capacidad de reconocer este asentimiento y
disentimiento). La reconstrucción de Davidson en esa situación de triangulación epistémica
que él mismo investiga (y, al hacerlo, recuerda y se remite a Quine), sigue un proceso análogo
y reproduce las mismas etapas. Pero hay dos diferencias importantes con respecto al proceso
descrito por Quine que caracterizan, por tanto, la teoría de Davidson, y la convierten –según
su propia pretensión- en una teoría de la interpretación y el entendimiento lingüístico, y no
meramente en un ejercicio de hallar equivalentes funcionales para la traducción.

En primer lugar, cuando se alcanzaba el nivel de las hipótesis analíticas de traducción, Quine
afirmaba que lo que tiene lugar es una abierta proyección, por parte del traductor radical, de
sus propias estructuras lingüísticas, sin más. Para Davidson, lo que el intérprete va a hacer es
buscar, en la lengua interpretada, la teoría de la verdad correspondiente. Esto es, lo que se

30
proyecta no son directamente las propias estructuras lingüísticas, pero sí el presupuesto de
que a la lengua interpretada le subyacen estructuras de verdad análogas. Es decir, el
intérprete supone que los enunciados de la persona nativa interpretada poseen condiciones
de verdad que los hacen verdaderos (o falsos) en la situación de triangulación epistémica
descrita. El intérprete asume, por tanto, que en la persona interpretada hay una
precomprensión de la noción de verdad análoga a la suya, y dada igualmente con su
competencia lingüística: pues entender un enunciado equivale a conocer sus condiciones de
verdad, también en la lengua nativa.

Pero el intérprete tampoco sabe nada acerca de las creencias de la persona nativa. (Davidson
evita asumir cualquier presupuesto relativo a la hipotética realidad psicológica de esas
estructuras de verdad en las mentes individuales). Por esto, y como segunda diferencia
importante de Davidson respecto a Quine, es preciso atribuir al intérprete la aplicación de un
principio heurístico que guía su esfuerzo de interpretación: el principio de caridad. Conforme
a este principio, el intérprete tiene que suponer que la persona nativa es consistente y
correcta en sus aseveraciones y creencias. Que es consistente quiere decir que lo que asevera
se corresponde con lo que cree, que hay concordancia entre sus aseveraciones y sus
creencias, entre lo que dice y lo que piensa; y, además, que el modo en que se relacionan sus
aseveraciones entre sí y sus creencias entre sí es consistente, se corresponde con los
estándares generales de una racionalidad común. Que la persona nativa es correcta en sus
aseveraciones y creencias quiere decir que hay correspondencia entre lo que asevera o cree,
y el acontecimiento que ha motivado esa aseveración o creencia –de acuerdo con los criterios
de verdad del propio intérprete. Es decir, supone asumir por parte del intérprete un vínculo
causal entre creencias o aseveraciones y el objeto de cada creencia o aseveración (el cual, en
las primeras etapas de la interpretación y en esa situación paradigmática de la triangulación
epistémica, será un objeto percibido que incide causalmente, o así se asume que ocurre).

Estos dos presupuestos, contenidos ambos en el principio de caridad, permiten que la


interpretación avance en la dirección de maximizar el acuerdo con respecto a la verdad: el
intérprete tiene que suponer que lo que la persona nativa dice y cree se corresponde con lo
que él mismo, de acuerdo con sus propios estándares de racionalidad y su propia teoría de la
verdad, considera verdadero. Sólo así puede ir estableciendo correspondencias entre los

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enunciados que él mismo tiene por verdaderos, y los que puede atribuir a la persona
interpretada como enunciados de su lengua tenidos igualmente por verdaderos por ella. A
continuación, será un análisis más detallado y contrastivo el que permitirá, paulatinamente,
asignar condiciones de verdad a los enunciados nativos y, con ello, encontrar más estructura
en ellos: es decir, encontrar las expresiones componentes que contribuyen a las condiciones
de verdad del enunciado de que se trate en cada caso.

En respuesta a una objeción, Davidson ha aceptado la posibilidad de que haya dos lenguas
completamente diferentes entre sí, o una con estructuras de verdad completamente ajenas
a las familiares en nuestro ámbito cultural, de tal modo que el proceso interpretativo sólo
identifique disimilaridades: pero entonces, responde Davidson, la interpretación ni siquiera
podría tener lugar. Por el contrario, es muy plausible imaginar que, una vez iniciada la
interpretación, el intérprete identificará desacuerdos con respecto a la verdad: pero, para que
esto ocurra, hace ver que es preciso haber avanzado antes mucho en la dirección de
maximizar el acuerdo: sólo podemos tener seguridad de que una misma aseveración es
verdadera (o falsa) para el intérprete, y por el contrario falsa (o verdadera) para la persona
nativa, cuando hemos interpretado lo suficiente como para poder considerar, con un grado
de fiabilidad suficiente, que dos aseveraciones son la misma, es decir, que dicen lo mismo en
relación con el mundo.

Davidson argumenta que el principio de caridad, que es un principio hermenéutico (sobre


cómo es posible la interpretación), enuncia un presupuesto de racionalidad común –de
coherencia y de correspondencia con los hechos- que no sólo es indispensable para que la
interpretación pueda tener lugar en esa situación imaginaria de la interpretación radical: su
tesis, más fuerte, es que todas las personas, en la medida en que somos hablantes
competentes de alguna lengua o lenguaje, somos intérpretes radicales. Esto equivale a
reconocer que, para entendernos con las demás personas, hemos de reconocerles una
racionalidad común (coherencia en sus aseveraciones y creencias, y correspondencia de éstas
con los hechos) y estructuras de verdad igualmente comunes. Pero reconoce, al mismo
tiempo, dos consecuencias de su reconstrucción del proceso interpretativo: la
indeterminación y el holismo.

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Algunas consecuencias y algunas dificultades

Algunos detractores de Davidson le han enfrentado con la evidencia de que ese proceso de
interpretación que él reconstruye está sujeto a la indeterminación: un mismo corpus de
evidencia empírica (que incluya los acontecimientos percibidos y la conducta lingüística
observada en la comunidad interpretada) puede dar lugar a interpretaciones distintas e
incompatibles entre sí. Es decir, siempre es en principio posible pensar que puede haber más
de una interpretación para una lengua dada. Esto es lo que afirma la tesis de la
indeterminación de la interpretación radical, que Davidson enuncia y asume explícitamente.
Y esta tesis ha de verse conjuntamente con la tesis que afirmaba la inseparabilidad de
pensamiento y lenguaje. El proceso de interpretación reconstruido por Davidson pone de
manifiesto que, sobre la base de las premisas asumidas por él, esta separación no es posible:
el intérprete accede a las creencias de la persona nativa al interpretar sus aseveraciones,
pero, al mismo tiempo, sólo puede asignar condiciones de verdad (y, por tanto y a fortiori,
contenido de significado) a los enunciados aseverados cuando supone que éstos expresan lo
que la persona interpretada cree verdadero. De lo que se sigue, en consecuencia, una
concepción holista del pensamiento y el lenguaje.

Que pueda haber múltiples interpretaciones, igualmente concordantes con las exigencias de
la interpretación, puede representar un problema si además se exige la realidad psicológica
de esa teoría de la verdad obtenida en la interpretación. Davidson ha respondido que su
teoría no pretende realidad psicológica (no es una descripción de los procesos psicológicos
tal y como estos tienen lugar en las mentes individuales), sino que lo que él ofrece es una
teoría semántica del significado lingüístico (en términos de una teoría de la verdad), y que
esta teoría semántica va unida a una teoría de la interpretación por medio de la cual se hace
plausible la adecuación empírica de la primera. Así pues, la teoría de Davidson no pretende
realidad psicológica, y sólo reconstruye estructuras semánticas del lenguaje natural cuyo
dominio y aplicación hay que suponer dadas y subyaciendo a la competencia lingüística de
los/las hablantes.

Sin embargo, si objetamos que en el proceso interpretativo descrito ha de haber alguna


realidad (o requerimos que la haya), lo que encontramos es que en ningún momento la

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interpretación llevada a cabo por el intérprete puede considerarse definitiva, si por definitiva
entendemos que arroje como resultado una descripción correcta de la teoría de la verdad de
la persona interpretada. Lo que hay, acepta Davidson, es una teoría inicial (una hipótesis, en
realidad, acerca de cuál puede ser la teoría de la verdad de la persona interpretada), y a
continuación un proceso continuo de ajuste de esta teoría inicial conforme avancen la
interpretación, revisión y corrección subsiguientes. A cada resultado provisional de este
proceso continuo Davidson lo llama teoría de ajuste.

Pero la imagen que queda, tras aceptar que el proceso de interpretación sólo da como
resultado una sucesión progresiva de teorías de ajuste, es la de que el entendimiento
lingüístico no descansa entonces sobre significados estables y comunes, sino sobre
aproximaciones sucesivas constreñidas por la exigencia de maximizar el acuerdo respecto a
la verdad. En un ensayo de tono provocador, Davidson ha afirmado que no hay lenguaje, si
por lenguaje hemos de entender lo que la filosofía o la lingüística han entendido
tradicionalmente. Es decir, no hay reglas o convenciones que garanticen significados
comunes. En su opinión, lo único que podemos afirmar –a partir de lo dado como evidencia
empírica- es que cada hablante posee su propio idiolecto (su propia teoría de la verdad), y
que el entendimiento lingüístico transcurre a través de procesos de interpretación como los
descritos.

(En otro ensayo Davidson ha estudiado el fenómeno de los ‘malapropismos’, es decir, de los
usos incorrectos de expresiones, como un fenómeno que le permite argumentar a favor de
su concepción: pues es perfectamente posible entender lo que ha querido decir un/a
hablante que emplea una expresión en desacuerdo con las convenciones lingüísticas. Aquí,
según él muestra, la interpretación se hace posible tan sólo a partir de la teoría de la verdad
del propio idiolecto y la aplicación del principio de caridad. El malapropismo siguiente: “Una
bonita disposición de epitafios”, se logra interpretar así, en el ejemplo que propone en su
ensayo, como la aseveración “Una bonita disposición de epítetos”).

Con carácter adicional a lo comentado hasta aquí, se han podido hacer dos críticas a la
semántica propuesta por Davidson y, en general, a cualquier teoría semántica que esté
basada en una teoría de la verdad tipo Tarski. La primera crítica toma en consideración lo que

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se llama inferencias materiales: son inferencias que no están basadas en rasgos formales,
estructurales, de las oraciones. Esto es lo que ocurre ya en el caso de las inferencias basadas
en modificadores adverbiales, pero la dificultad es mucho más general y atañe a todas las
inferencias que se basan en los contenidos conceptuales de los enunciados. Por ejemplo: a
partir del enunciado “Valladolid está al noroeste de Madrid”, se puede inferir el enunciado
“Madrid está al sureste de Valladolid”. Si se pretendiera detallar, en la forma de una
deducción lógica, esta inferencia, sería preciso introducir de una manera artificiosa una gran
cantidad de premisas. La inferencia parece quedar mejor explicada si se analiza como una
inferencia material, basada en el conocimiento de la relación entre los conceptos ‘estar al
noroeste de’ y ‘estar al sureste de’.

La segunda crítica atañe a la necesidad, para la semántica lógica, de formular todos los
enunciados en la forma de una oración eterna. Este problema está directamente relacionado
con el ya tratado de las oraciones que incluyen expresiones indéxicas. Se argumenta que
cualquier enunciado, incluso si no contiene este tipo de expresiones, para poder ser declarado
verdadero o falso debería incluir explícitamente una especificación detallada del lugar,
instante temporal, etc. de la situación donde debería evaluarse. Por ejemplo, un enunciado
como “El césped es verde” no es verdadero o falso en términos absolutos, de una vez para
siempre; para poder describir sus condiciones de verdad completas, habría que especificar de
qué tipo de césped se habla, en qué periodo o momento temporal, qué espectro de color
abarca el predicado ‘es verde’, etc. Esta segunda crítica se integra en el debate reciente acerca
de la demarcación entre semántica y pragmática, que aquí no se abordará.

Cristina Corredor
UNED

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