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1. Significado y verdad
Las teorías semánticas del significado comparten la idea básica de que el significado de las
oraciones declarativas o enunciados puede explicare a partir de la relación de
correspondencia que se establece entre estos enunciados y los hechos del mundo. También
comparten la idea de que el contenido que afirmamos mediante un enunciado, o el
pensamiento que expresamos mediante ese enunciado, son verdaderos si lo que afirmamos
o creemos se corresponde con cómo es el mundo. Estas dos ideas establecen un vínculo
directo entre significado y verdad.
Para la primera filosofía analítica del lenguaje, debía poder establecerse una correspondencia
estructural entre un enunciado, la proposición o el pensamiento expresados por ese
enunciado, y el estado de cosas que hacía al enunciado, proposición o pensamiento
verdaderos. Esto se ha formulado, contemporáneamente, diciendo que los enunciados,
proposiciones, y creencias son portadores de verdad (truth-bearers en inglés). Aunque hay
distintas posiciones, lo que las teorías semánticas tienen en común es la idea de que los
portadores de verdad tienen significado porque, y en la medida en que dicen o representan
algo acerca del mundo. Para capturar conceptualmente esta relación del significado con la
verdad, se utiliza la noción de condiciones de verdad.
Las condiciones de verdad de un enunciado (oración declarativa) son las condiciones que
tienen que darse en el mundo para que el enunciado sea verdadero. El enunciado (1) es
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verdadero si, y solo si efectivamente es un hecho en el mundo que la nieve es blanca. Una
teoría semántica adopta entonces la siguiente tesis: la de que el significado del enunciado
puede hacerse equivaler a sus condiciones de verdad. Estas condiciones se especifican dentro
del enunciado teniendo en cuenta los significados de las expresiones que son sus
componentes estructurales. Los significados de estas expresiones componentes del
enunciado se identifican con la contribución que estas expresiones hacen a las condiciones
de verdad del enunciado.
Una posible aproximación para entender esto es tomar como referencia la teoría de la verdad
de Tarski. (Hay otras formas de hacerlo y otras complicaciones asociadas, pero no las
tendremos aquí en cuenta.)
2. Condiciones de verdad
Hemos dicho antes que las condiciones de verdad de un enunciado son las condiciones que
tendrían que darse en el mundo para hacer al enunciado verdadero. Esto presupone ya
conocida la noción de verdad; sin entrar en discusiones filosóficas sobre la naturaleza de la
verdad, puede adoptarse provisionalmente un punto de vista simplificado, y considerar que
un enunciado es verdadero cuando describe un hecho y ese hecho efectivamente se da así en
el mundo. El enunciado (1) es verdadero cuando la nieve es blanca. (Cuidado, esto no es
trivial: se están teniendo en cuenta aquí el ámbito del lenguaje, el del mundo, y una relación
de correspondencia o relación proyectiva entre ambos).
El lógico polaco A. Tarski propuso, en los ’40 del s. XX, lo que denominó una definición
semántica de la noción de verdad. Lo que ofreció fue un lenguaje formal en el que era posible
especificar las condiciones de verdad de todos los enunciados de un lenguaje dado,
especificando cómo las expresiones componentes cada enunciado estaban en
correspondencia con los elementos componentes de los hechos que ese enunciado describía.
En términos precisos, una teoría de la verdad tipo Tarski es un procedimiento de definición
de estructuras o modelos semánticos que permite asignar contenidos semánticos, llamados
también condiciones de verdad, a todos los enunciados del lenguaje considerado y a sus
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expresiones componentes, y esto de manera sistemática, completa y de acuerdo con el
principio de composicionalidad. Es importante precisar que Tarski definió estos modelos
inicialmente para lenguajes formales o de estructura deductiva y altamente formalizados. Sin
embargo y como veremos, las mismas estructuras o modelos semánticos han podido aplicarse
para el análisis de la semántica del lenguaje natural.
iii. ‘La nieve es blanca’ es verdadero si y solo si la entidad o individuo referido mediante
‘la nieve’ satisface el predicado ‘es blanca’
Las cláusulas i-iii están especificando las condiciones de verdad del enunciado (1) y, al hacerlo,
detallan la contribución semántica que sus expresiones componentes hacen al valor de
verdad del enunciado.
Además, cuando se cuenta en el lenguaje con otros enunciados, es posible llevar a cabo una
composición lógica entre ellos, de forma que el valor de verdad de los enunciados compuestos
esté completamente determinada por los valores de verdad de los enunciados simples que
los componen. Por ejemplo:
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(1) La nieve es blanca
(2) El hielo es frío
iv. ‘La nieve es blanca y el hielo es frío’ es verdadero si y solo si son verdaderos ambos
‘La nieve es blanca’ y ‘El hielo es frío’
v. ‘La nieve es blanca o el hielo es frío’ es verdadero si y solo si o bien es verdadero ‘La
nieve es blanca’, o bien es verdadero ‘El hielo es frío’, o bien ambos enunciados son
verdaderos.
Si se asume, como hace Tarski, que se dispone de un lenguaje L donde los enunciados tienen
ya significado, entonces se hace posible definir una teoría de la verdad para ese lenguaje L
mediante lo que se llama la Convención T:
[Convención T, Versión inicial] Una teoría de la verdad adecuada para L debe generar,
para cada enunciado verdadero ‘e’ de L, el siguiente axioma:
‘e’ es verdadero en L si y solo si e.
[Convención T] Una teoría de la verdad adecuada para L debe generar, para cada
enunciado verdadero ‘e’ de L, el siguiente axioma:
‘e’ es verdadero en L si y solo si p.
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Aquí, p está por una descripción, en el metalenguaje de la teoría que se emplea al hacer el
análisis, de las condiciones de verdad del enunciado ‘e’ que pertenece a L, donde L es el
lenguaje objeto de estudio. Por ejemplo, supongamos que el lenguaje objeto de estudio es el
inglés, y que se utiliza como meta-lenguaje teórico el castellano. La Convención T aplicada al
ejemplo (1) daría como resultado:
Lo que importa ver aquí es que, para llegar a atribuir a los enunciados (1) y (2) la propiedad
de ser verdaderos, el metalenguaje de la teoría va especificando la contribución que hacen
las expresiones componentes del enunciado. Otra forma de explicar esto es diciendo que las
cláusulas (i)-(v) dan las condiciones de verdad de los enunciados en cuestión.
Quizá pueda verse esto con otro ejemplo. Supongamos un lenguaje L* muy sencillo, que
consta únicamente de tres enunciados, los tres con la estructura: ‘a es P’ :
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2. Cláusula de verdad:
Para todo enunciado e de L*, e es verdadero en L* si y solo si a satisface el predicado
‘es P’
Aquí, en la Cláusula de verdad, e puede sustituirse por cualquiera de los enunciados (1), (2) y
(3); a puede sustituirse por los referentes de cualquiera de las expresiones ‘snow’, ‘ice’ y ‘fire’;
el predicado P puede sustituirse por cualquiera de los predicados ‘is white’, ‘is cold’, ‘is
reddish’. El enunciado resultante cumplirá la cláusula de verdad cuando sea el caso que a
satisface la propiedad referida por el predicado P. Las condiciones de verdad de los
enunciados se están formulando a partir de otras relaciones semánticas más básicas: las de
referencia (de los nombres) y satisfacción (de los predicados).
Desarrollos posteriores del trabajo formal de Tarski se han podido aplicar para ofrecer teorías
semánticas que describen sistemáticamente las condiciones de verdad de diversos lenguajes,
incluyendo fragmentos amplios del lenguaje natural. Un tratamiento completo sigue siendo,
sin embargo, una tarea difícil de alcanzar. En su aplicación a la lingüística teórica, la propuesta
más completa y aplicada es la llamada semántica de Montague. (No podemos ver esto aquí,
pero hay una presentación muy clara y bien detallada en la entrada “Montague Semantics”
de la Stanford Encyclopedia of Philosophy).
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3. Intensión y extensión
La definición semántica de verdad debida a Tarski arroja como resultado una semántica
extensional. Esto quiere decir que el significado de las expresiones (nombres o predicados)
viene dado por su referencia, en el caso de los nombres, y por los conjuntos de objetos (o
conjuntos de tuplas de objetos, para los predicados n-arios) que satisfacen los predicados. A
este significado, así entendido, se lo denomina también extensión. En el caso de un nombre,
aquello que designa, su referente, se denomina también su extensión; en el caso de un
predicado, su extensión viene dada por el conjunto de objetos (o de tuplas de objetos) que
satisfacen el predicado. Por ejemplo, un predicado binario como ‘orbita alrededor de’ incluirá
en su extensión los pares de objetos: <luna, tierra>, <tierra, sol>, <ganímedes, júpiter>, etc.
Una semántica extensional describe las condiciones de verdad de los enunciados asociando a
los nombres con sus referentes y a los predicados con el conjunto de (tuplas de) objetos que
los satisfacen. Una ventaja de este tipo de tratamiento y de análisis es que permite describir
el valor semántico o contenido semántico de las expresiones de un lenguaje respetando las
propiedades de sistematicidad, composicionalidad y recursividad.
A pesar de esta ventaja, desde un punto de vista filosófico se puede objetar que existe una
diferencia conceptual importante entre lo que una expresión designa, a qué refiere, y el
significado de esa expresión. Lo que una expresión designa, aquello a lo que refiere, es su
extensión. Se ha podido argumentar que lo que una expresión designe depende de cuál sea
su significado, pero referencia y significado no son sinónimos. Para ver esto, podemos
recordar la teoría semántica de Frege: ‘la estrella de la mañana’, ‘la estrella de la tarde’, y
‘Venus’ son expresiones nominales que refieren al mismo objeto; pero su significado,
identificado aquí con su sentido fregeano, no es el mismo. De un modo muy, muy intuitivo,
puede decirse que la intensión de un nombre es el concepto individual asociado con el
nombre; la intensión de un predicado es el concepto de propiedad o de relación asociado; y
la intensión de un enunciado es la proposición que constituye su significado. En general, y del
mismo modo intuitivo, puede decirse que la intensión de una expresión lingüística es el
contenido conceptual asociado con esa expresión. Esta aproximación ha necesitado, sin
embargo, de un tratamiento teórico más preciso y de un desarrollo formal más técnico.
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La preocupación filosófica que hemos mencionado motivó en parte el desarrollo, en los años
’50 y ’60 del s. XX, de un tipo de lenguajes formales a los que se denominó semántica modal,
o semántica de mundos posibles. En este marco, las expresiones lingüísticas se asocian con
su extensión en un mundo posible. A los nombres, predicados n-arios y enunciados se les
asignan con objetos, conjuntos de n-tuplas y valores de verdad, respectivamente. Los objetos
son la extensión de los nombres, los conjuntos de n-tuplas son la extensión de los predicados
n-arios, y los valores de verdad son la extensión de los enunciados, en relación con un mundo
posible. La noción de mundo posible se puede entender, de un modo intuitivo, como una
forma en que el mundo podría haber sido. Cada mundo posible está asociado con una
descripción (que puede suponerse completa y exhaustiva o solo parcial y relativa a
determinadas circunstancias) de cómo es o podría ser el mundo. La asignación de
determinados valores semánticos (objeto, conjunto de n-tuplas, valor de verdad) trata de
capturar esta intuición.
Por ejemplo, puede imaginarse un mundo posible en el que Aristóteles fue el maestro de
Alejando Magno (sería nuestro mundo real), y otro mundo posible en el que Aristóteles no
fue el maestro de Alejandro Magno. En el primero, la tupla <Aristóteles, Alejandro Magno>
satisface el predicado ‘fue el maestro de’; en el segundo, la misma tupla no satisface el mismo
predicado.
Cuando se busca una teoría semántica en la que las extensiones de las expresiones puedan
variar de unos mundos posibles a otros, o de unas situaciones posibles a otras, lo que se hace
es asociar a cada expresión una función: esta función asociada lleva a la expresión desde el
conjunto de mundos posibles al conjunto de las extensiones que son apropiadas para esa
expresión. Así, a los nombres se les asocia una función que va de mundos posibles (el dominio
o recorrido de la función) a objetos (los valores que toma la función); a los predicados n-arios
se les asocia una función que va de mundos posibles a conjuntos de n-tuplas de objetos; y a
los enunciados (u oraciones declarativas) se les asocia una función que va de mundos posibles
a valores de verdad. Estas funciones son las intensiones de las expresiones con las que están
asociadas.
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Si se quiere detallar con más precisión el modo en que pueden asignarse extensiones e
intensiones a los distintos tipos de expresiones, puede tomarse en consideración lo siguiente:
Extensiones
Intensiones
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(Históricamente, se ha reconocido a R. Carnap haber sido el primero en introducir la idea de
que las intensiones pueden tratarse como funciones que determinan la extensión, y se habla
consiguientemente de intensiones carnapianas. Aunque su trabajo tiene gran interés, no será
contenido de este tema).
También de un modo intuitivo, se puede considerar que la función asociada con un enunciado
está asociando, a su vez, al enunciado con aquellos mundos posibles en los que el enunciado
es verdadero. Esto se ha podido expresar diciendo que la intensión de un enunciado es el
portador primario de verdad o falsedad, y ha sugerido que los mundos posibles podrían verse
como conjuntos de proposiciones: precisamente, de aquellas proposiciones que son
verdaderas en ese mundo. Sin embargo, esta noción de proposición (distinta de las dos que
ya se han estudiado, las concepciones fregeana y russelliana) es problemática, pues no
permite que las proposiciones puedan usarse como ya se ha estudiado. (Mostrar esto es
complejo y aleja del contenido central de este tema; pero, en caso de tener mucho interés,
puede consultarse la entrada “Structured Propositions” de la Stanford Encyclopedia of
Philosophy).
Tanto el trabajo original de Tarski como las teorías semánticas que analizan el significado en
términos de condiciones de verdad adoptan el supuesto tácito de que el significado de los
enunciados viene dado por su correspondencia con estados de cosas posibles. Es posible
tomar distancia respecto a este supuesto y no asumir consecuencias filosóficas importantes,
manteniendo sin embargo que un tratamiento de este tipo es útil para describir los valores
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semánticos de las expresiones lingüísticas y su interrelación. Una semántica de condiciones
de verdad y su extensión a una semántica de mundos posibles ofrece una descripción
sistemática, recursiva y completa que muestra cómo las expresiones contribuyen al valor de
verdad de los enunciados de los que forman parte. Al mismo tiempo, el valor de verdad de
los enunciados se explica a partir de la referencia de los nombres y la satisfacción de los
predicados. Este tipo de teorías va ‘de abajo hacia arriba’, tomando los valores semánticos de
las expresiones individuales como punto de partida para determinar el valor semántico de los
enunciados.
A partir de los años ´60 y ´70 del siglo XX, se comenzó a cuestionar que la relación de
referencia (y, correlativamente, la relación de satisfacción) pudiera ser adecuada y útil para
explicar cómo se utilizan las expresiones lingüísticas y cómo adquieren su significado. Se
cuestionó también que el orden explicativo en semántica fuera el que va ‘de abajo hacia
arriba’, y se defendió que la explicación debía ir ‘de arriba hacia abajo’, tomando como unidad
básica de significado, al menos, el enunciado completo. Esta posición fue asociada a una
concepción coherentista de la verdad. La teoría semántica que da inicio y mejor representa
esta posición filosófica es la de D. Davidson, y se va a estudiar a continuación. Antes, tiene
interés prestar atención a la teoría semántica de Quine que constituye su precedente
inmediato, y que plantea un importante problema de escepticismo respecto a que los
significados lingüísticos puedan llegar a conocerse.
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y éstas sólo constan de constantes de predicado y variables individuales ligadas, es decir,
cuantificadas.
Este punto de vista da lugar a que Quine formule la tesis del compromiso ontológico de las
teorías científicas: “Ser es ser el valor de una variable ligada” (en una formulación que
parafrasea irónicamente a Berkeley). Esta tesis da una respuesta a la pregunta por cuándo
estamos comprometidos a decir que existen determinados tipos de entidades: cuando
hayamos asumido o decidido usar un lenguaje o teoría cuyos enunciados, para ser
verdaderos, requieren que interpretemos sus variables de individuo mediante esos tipos de
entidades.
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informan sobre observaciones que el lingüista puede suponer compartidas o comunes entre
el hablante nativo y él mismo.
Enunciado ocasional, para un/una hablante, es el enunciado ante el que el/ella está
preparado para asentir o disentir únicamente cuando la pregunta va acompañada de un
estímulo que le predisponga a ello.
Un enunciado fijo es aquél ante el que el/la hablante está dispuesto/a a insistir en su
asentimiento (o disentimiento) cuando se le pregunte con posterioridad, cuando ya no medie
ningún estímulo específico.
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Este conjunto de nociones está basado en la disposición de los y las hablantes a emitir una
determinada respuesta (una proferencia, o asentimiento o disentimiento ante una
proferencia) en relación con estímulos. Hay que presuponer, y Quine lo hace explícitamente,
que la respuesta es la misma, o aproximadamente la misma, cuando se dan circunstancias
suficientemente similares. E igualmente hay que contar con criterios que permitan identificar
una determinada disposición. Quine apela a un conocimiento tácito, por parte de cualquier
hablante competente (aquí representados/as por el lingüista de campo), sobre cómo
identificar disposiciones a partir de “comprobaciones juiciosas, muestras representativas y
uniformidades observadas”.
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estimulativo presenta desviaciones significativamente pequeñas para un número
significativamente alto de hablantes.
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Quine, que la igualdad de significado estimulativo (tanto intra como intersubjetiva) no
garantiza, en el caso de los términos que designan entidades, la igualdad de extensión.
Este resultado, que a veces se describe como una forma de escepticismo del significado, lleva
a Quine a poner en cuestión lo que llama la tendencia a la reificación de nuestra cultura.
Puede ponerse en relación, aunque ahora se esté tratando del lenguaje natural, con el
resultado que se puede demostrar para lenguajes lógicos de primer orden: los nombres
propios de entidades son prescindibles, pueden eliminarse en favor de descripciones y
cuantificación sobre variables individuales. Ésta es, en última instancia, la propuesta de
Quine. Sin embargo, hasta el momento la traducción no ha pasado de los enunciados y
términos con significado estimulativo, y un análisis lógico requiere poder traducir también el
resto del vocabulario lógico: en particular, los operadores veritativo-funcionales.
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propia traducción: estímulos sensoriales y la conducta lingüística observable de los hablantes
nativos (sus asentimientos y disentimientos).
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Holismo del significado
Incluso cuando la correlación semántica llegara a cubrir la totalidad de las emisiones nativas,
esta correlación en sí misma no estaría totalmente apoyada en la evidencia empírica. La
traducción radical consiste en establecer correlaciones o concordancias a partir del
significado estimulativo, las sinonimias intra e intersubjetivas y el asentimiento y
disentimiento observados en diversos momentos. Lo que se establece así son equivalencias
funcionales, suficientemente apoyadas en la observación. Pero el conjunto de la traducción
es en sí misma inverificable, pues ha procedido a partir de ajustes y de la búsqueda de
consistencia entre hipótesis analíticas –además de haber intervenido otros criterios, como la
simplicidad o criterios de plausibilidad o razonabilidad. Quine concluye que sólo podemos
hablar de sinonimia entre términos o expresiones de dos lenguas tomando como sistema de
referencia un determinado sistema de hipótesis analíticas, de la misma forma que sólo
podemos hablar (ya lo veíamos antes) de la verdad de un enunciado tomando como sistema
de referencia una teoría o esquema conceptual completo (un ‘lenguaje’).
Este holismo del significado u holismo semántico tiene consecuencias, especialmente, cuando
se toma en consideración el fragmento no observacional sino teórico de los lenguajes
científicos. Frente a los enunciados observacionales, cuyo significado dependía y sólo de los
estímulos presentes (prescindiendo de otra información colateral disponible), en el caso de
los enunciados teóricos (como “Los neutrinos carecen de masa” o “Energía es igual a masa
por aceleración”) difícilmente podemos imaginar una situación estimulativa que provoque
asentimiento o disentimiento y que no requiera de otra “estimulación verbal procedente del
interior del lenguaje”, es decir, de otros enunciados aceptados como verdaderos. Es por esto
por lo que Quine afirma que los enunciados teóricos carecen de significado “lingüísticamente
neutral”.
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para las teorías científicas, en la forma de una tesis de infradeterminación. Porque ahora se
trata del lenguaje natural y de lo que, una vez hemos prescindido de una concepción
mentalista y no empirista del significado, puede permitirnos poner en correspondencia dos
expresiones que cumplen la misma función comunicativa, si tomamos en consideración, y
sólo, la evidencia dada empíricamente (estímulos presentes y disposiciones de los/las
hablantes). El escepticismo que resulta respecto a la posibilidad de determinar los significados
se suele expresar diciendo que, en la concepción del lenguaje de Quine, no hay cuestiones de
hecho que permitan decidir en qué consiste exactamente el significado de una expresión, o
que permitan declarar a una traducción la única correcta. (Aunque, como el propio Quine
reconoce, sí puede haber criterios que permitan considerar a una comparativamente mejor
que otra). No hay, en definitiva, un manual de traducción ‘verdadero’.
En última instancia, la indeterminación se salva por el carácter social del lenguaje, por la
posibilidad de comunicarnos con otros/as hablantes aunque tengamos que actuar como
traductores radicales (eso es lo que somos, para Quine). Del lenguaje dice Quine que es el
lugar de la intersubjetividad, y al mismo tiempo afirma que es esa intersubjetividad la que
introduce una “presión hacia la objetividad” en el lenguaje. Pero, en conjunto, se ha podido
considerar que la teoría semántica de Quine representa una actitud escéptica en relación con
la posibilidad de asignar significados estables y perfectamente determinados a las
expresiones lingüísticas.
El filósofo D. Føllesdal ha entendido que de las tesis de Quine se sigue una más como
corolario: la afirmación de la inseparabilidad de teoría y lenguaje, o la inseparabilidad entre
nuestro saber del lenguaje (de los significados) y nuestro saber del mundo (de los hechos).
Quine ha intentado evitar el tipo de relativismo lingüístico que parecería seguirse de este
corolario insistiendo en la función de los enunciados observacionales, que representan las
“puertas de entrada al lenguaje”: tanto para el aprendizaje lingüístico (como Quine se
esfuerza en mostrar en los capítulos 1 y 2 de Palabra y Objeto), como para el trabajo del
traductor radical, como para la formulación de una teoría científica.
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En varios momentos, Quine ha mantenido un debate con el lingüista Chomsky y sus
seguidores. Chomsky y otros han objetado a Quine que el tipo de semántica conductual que
él defiende no permite explicar completamente el proceso de aprendizaje lingüístico, porque
en él se adquieren más conocimientos de los que pueden explicarse apelando tan sólo a lo
dado con la observación, es decir: a estímulos sensoriales y conducta lingüística observable.
Además, Chomsky ha objetado que el tipo de indeterminación que Quine defiende no es sino
producto del tipo de infradeterminación empírica de que adolece cualquier teoría científica:
pues lo dado con la observación, real y posible, siempre infradetermina el significado empírico
de, por ejemplo, los enunciados teóricos y los principios generales de las teorías científicas.
Quine ha respondido que la indeterminación de la traducción radical no es meramente un
ejemplo de esa infradeterminación empírica, que se daría en la medida en que la lingüística
como ciencia pudiera verse como parte de las ciencias de la conducta y, en última instancia,
de la teoría física. (La posición tácitamente contenida en esta frase es, de hecho, la defendida
por Quine cuando ha urgido a naturalizar la epistemología). La indeterminación de la
traducción radical tiene un contenido adicional: la convicción de que podría haber, en
principio, manuales de traducción lógicamente incompatibles entre sí y tales que ambos
fueran, individualmente, compatibles con la totalidad de los hechos susceptibles de
descripción en términos físicos. (“Cuando digo que no hay cuestiones de hecho por lo que
hace, por ejemplo, a dos manuales de traducción rivales, lo que quiero decir es que ambos
manuales son compatibles con todas y las mismas distribuciones de estados y relaciones entre
partículas elementales. En una palabra, que son físicamente equivalentes”. Quine, Theories
and things, 1981).
Otro motivo de desacuerdo con Quine ha sido su crítica a la noción de analiticidad. Desde
posiciones filosóficas diversas, se ha considerado defendible una noción de analiticidad que
encuentra utilidad incluso en la comprensión pre-teórica de los hablantes, cuando identifican
dos términos como sinónimos (algo que, sin embargo, ya había observado él, aunque
considerando que este era un criterio empírico que aproximaba lo analítico a lo sintético).
Quine ha revisado su propia posición respecto a las verdades lógicas y ha aceptado, más
recientemente, que “un cambio de lógica es un cambio de tema”: es decir, cambiar la lógica
lleva consigo cambios amplísimos en el conjunto del lenguaje o teoría de que se trate, y es
ésta la razón que lleva a concederles a las verdades lógicas una función central.
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También se ha puesto en cuestión el holismo de Quine, así como su resistencia a aceptar
cualquier explicación internista o mentalista del significado. Y se ha discutido igualmente su
rechazo de cualesquiera nociones no-extensionales en general, lo que le lleva a evitar las
nociones modales y a analizar los contextos intensionales, que él ha llamado irónicamente
contextos ‘opacos’, como si fueran un único ‘bloque’ semántico. Hasta el último momento,
Quine ha continuado defendiendo que la lógica de primer orden clásica, bajo una
interpretación objetual de los cuantores, es instrumento suficiente para describir la
estructura lógico-semántica del lenguaje de las teorías científicas –y, a fortiori, del lenguaje
natural.
Este planteamiento general: el de que sólo necesitamos nuestras observaciones, más la lógica
de primer orden, para ofrecer una teoría semántica naturalizada del lenguaje natural, ha sido
llevado a sus últimas consecuencias teóricas por un discípulo de Quine que se ha convertido,
a su vez, en uno de los filósofos del lenguaje más influyentes de los últimos años: D. Davidson.
Significado y verdad
En varios ensayos Davidson ha intentado aproximarse a una teoría del significado que sea
adecuada para el lenguaje natural. Lo ha hecho asumiendo varios presupuestos filosóficos.
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En primer lugar, considera que lenguaje y pensamiento, o aseveraciones y creencias, no
pueden separarse: defiende que sólo accedemos a las creencias a través de su expresión
lingüística y que, en contrapartida, sólo podemos explicar el significado de las aseveraciones
apelando a las creencias expresadas por ellas. Esta idea determina una aproximación holista
al lenguaje y al entendimiento lingüístico, donde aseveraciones y creencias están relacionadas
en red de forma tal que, para entender una aseveración (o la creencia expresada por ella)
hemos de tener en cuenta cómo está interrelacionada con otras aseveraciones (y creencias).
En segundo lugar, reconoce como características esenciales del lenguaje natural humano su
sistematicidad y productividad, y considera que la composicionalidad es la propiedad que
mejor permite explicar ambas. Ya hemos visto que decir que el lenguaje natural es
composicional es decir que el significado de cualquiera de sus enunciados (o de cualquier
expresión compuesta) viene dado por los significados de las expresiones componentes más
su articulación sintáctica. Un tercer presupuesto filosófico tiene que ver con el hecho
biográfico de que Davidson ha sido estudiante de Quine, al que reconoce como maestro.
Aunque sus propios intereses no han sido tan epistemológicos y sí más semánticos, acepta
con Quine que la noción de significado tradicional (que entendía los significados ya sea como
contenidos mentales “que nadie ha visto”, o ya sea como ideas abstractas y objetivas de algún
tipo peculiar) es oscura e innecesaria para una teoría satisfactoria del significado y del
entendimiento lingüístico.
Una teoría del significado para el lenguaje natural tiene que poder reflejar este conjunto de
propiedades: el carácter holista del entendimiento por medio del lenguaje, y la
composicionalidad que permite que, a partir de un conjunto finito de unidades y de reglas
para combinarlas, puedan generarse virtualmente infinitos nuevos significados. Además, ha
de poder prescindir de nociones de significado que Davidson considera oscuramente
mentalistas o abstractamente idealistas. La propuesta final y más original de Davidson ha
consistido en proponer que se deje de hablar de significados en favor de hablar de las
condiciones de verdad de los enunciados, así como de la contribución que las expresiones
componentes hacen a esas condiciones de verdad. Davidson motiva su propuesta observando
que entender un enunciado puede hacerse equivaler a conocer sus condiciones de verdad, es
decir, a conocer en qué condiciones ese enunciado sería verdadero, o cómo tendría que ser
el mundo para que el enunciado pudiera ser declarado verdadero. Y añade que entender el
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significado de una expresión puede hacerse equivaler, correspondientemente, a conocer la
contribución (semántica) que esa expresión hace al significado de los enunciados en los cuales
se integra.
Así, pues, una teoría del significado podría adoptar la forma de una teoría de la verdad, donde
para cada enunciado del lenguaje objeto de estudio (lenguaje objeto) se proporcionase (en el
metalenguaje de la teoría) una descripción sistemática de sus condiciones de verdad, incluida
la contribución a esas condiciones de verdad de las expresiones componentes. Para esta
descripción sistemática, Davidson ha recurrido a una teoría ya disponible: la teoría semántica
de la verdad de Tarski, que ya hemos tenido ocasión de presentar. Cabe recordar que una
teoría de la verdad tipo Tarski es un procedimiento de definición de estructuras o modelos
semánticos que permite asignar condiciones de verdad, en calidad de contenidos semánticos,
a todos los enunciados del lenguaje considerado y a sus expresiones componentes, y esto de
manera sistemática, completa y de acuerdo con el principio de composicionalidad. En
particular, es posible definir un modelo semántico tipo Tarski para el lenguaje de primer
orden de la lógica de predicados clásica, que es en lo esencial el tipo de lenguaje objeto que
Davidson toma como lógica subyacente al lenguaje natural.
La teoría de Tarski permite asignar, en primer lugar, referencia a las expresiones que son
nombres; en segundo lugar, asigna una interpretación extensional a los predicados (los cuales
simbolizan propiedades y relaciones) al asignarles las n-tuplas de objetos que satisfacen el
predicado; finalmente, y teniendo en cuenta la cuantificación (operadores universal y
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existencial), y otros operadores lógicos, asigna al enunciado compuesto a partir de esas
expresiones un valor de verdad. La locución ‘si y sólo si’ de la Convención T indica que se están
dando las condiciones necesarias, y conjuntamente suficientes, para poder decir que ‘e’ es
verdadero. Por ejemplo, “Ícaro voló hasta el sol” es verdadero si y sólo sí el individuo
denotado por el nombre ‘Ícaro’ se encuentra dentro de la extensión del predicado ‘x voló
hasta el sol’.
La propuesta de Davidson es, finalmente, presentar una teoría de la verdad para un lenguaje
dado L haciendo uso de un esquema de axioma como el que representa la Convención T,
donde aparece un predicado metalingüístico ‘__ es verdadero en L si y sólo si’ y tal que es
posible obtener, a partir de la Convención T, todas las instanciaciones que resultan al sustituir
‘e’ por todos y cada uno de los enunciados de L, y al especificar mediante p una descripción
en el metalenguaje de las condiciones de verdad correspondientes a cada uno de esos
enunciados ‘e’. Esta teoría sería una teoría del significado para L.
Con respecto a este segundo problema, el programa de Davidson conlleva esta necesidad: la
de un análisis satisfactorio de la forma lógica de las expresiones del lenguaje natural, forma
lógica que no se va a corresponder por completo con la gramática externa de la lengua sino
con la de sus estructuras de significado. Con respecto al primer problema, una parte
importante del trabajo de Davidson ha estado dedicada a ofrecer un análisis de esos
fenómenos difíciles que no parecen susceptibles de un tratamiento extensional, así como a
desarrollar extensiones de la teoría de la verdad tipo Tarski que permitan salvar los
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problemas. A este conjunto de análisis y extensiones de la teoría se les ha dado el nombre
de análisis paratáctico, y hay varios fenómenos que han necesitado este tipo de
reelaboración. En particular, podemos referirnos aquí a los siguientes: la dependencia
contextual, las oraciones de atribución de creencias, las inferencias basadas en modificadores
adverbiales, y las oraciones no enunciativas. Veamos en qué consisten estos fenómenos y el
análisis paratáctico que se propone.
1. Dependencia contextual
Las oraciones de una teoría de la verdad tipo Tarski se interpretan en modelos estipulados, y
las asignaciones o interpretaciones que las expresiones reciben son fijas. El lenguaje natural,
contrapuestamente, se caracteriza porque sus significados sólo pueden determinarse, en la
mayoría de las ocasiones, teniendo en cuenta factores contextuales y otras circunstancias.
Por ejemplo, la fijación de la referencia de los pronombres personales (‘yo’, ‘tú’) o
demostrativos (‘esto’), o de los adverbios temporales (‘hoy’, ‘ahora’) y de lugar (‘aquí’)
depende de lo que se ha llamado el contexto estrecho, que incluye al menos tomar en
consideración quién es la persona que habla, en qué momento y dónde lo hace (y,
posiblemente, otros índices variables también). Con respecto a este tipo de dependencia
contextual del significado, la solución de Davidson ha sido la de extender la noción de modelo
semántico de Tarski para estipular que la asignación de una interpretación o contenido
semántico a una expresión dada ha de ser relativa a varios índices, incluidos al menos
hablante, lugar y tiempo de la emisión de esa expresión (y admitiendo la posibilidad de
incorporar al modelo semántico otros índices que puedan necesitarse).
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objeción. Comentaremos algo más al final, cuando hablemos del debate entre Contextualismo
y Minimismo semántico).
Para resolver esta dificultad, Davidson ha propuesto un análisis que escinde la oración de
atribución de creencia (en general, cualquiera en estilo indirecto) en dos oraciones
enunciativas, cada una de ellas analizable en los términos puramente extensionales de una
asignación de condiciones de verdad. Así,
(a) Copérnico creía que las órbitas de los planetas son circulares
(a’) Copérnico creía esto. Las órbitas de los planetas son circulares.
Aquí, lo denotado por el pronombre demostrativo ‘esto’ vendrá fijado en cada contexto de
uso, y esta asignación de una denotación (que será parte de las condiciones de verdad del
enunciado correspondiente) puede hacerse estipulando que ‘esto’ denota el contenido de la
creencia de Copérnico que se toma en consideración. Los detractores de Davidson han
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observado que aunque el análisis sea, desde un punto de vista técnico, admisible y se integre
en el marco del tipo de teoría de la verdad propuesto, supone asignar condiciones de verdad
a oraciones distintas de la originalmente dada.
Un modelo de Tarski clásico es una estructura que puede simbolizarse mediante <M, R, I>,
donde M representa un conjunto de entidades (individuos y/o objetos) que constituyen el
dominio semántico o universo del discurso; R representa un conjunto de propiedades y
relaciones, e I es la función de interpretación que asigna denotación a los nombres (una
entidad de M), satisfacción a los predicados (las tuplas de entidades de M que los satisfacen,
y que definen así las propiedades y relaciones al fijar sus extensiones), y finalmente un valor
de verdad a los enunciados completos. En una semántica de eventos, el dominio semántico o
universo del discurso Me no contiene entidades individuales, sino eventos: es decir, es un
conjunto de sucesos o acontecimientos a los que es posible aplicar predicados y sobre los que
es posible cuantificar. De esta manera, el tipo de inferencia que hemos visto antes
ejemplificada deja de ser problemática y puede describirse en términos limpiamente
extensionales, pues los adverbios pasan a ser las predicaciones que se aplican, en conjunción,
al mismo acontecimiento (‘llegar’). Así, parafraseando el razonamiento en un lenguaje semi-
simbólico, tendríamos algo aproximado a:
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Existe un acontecimiento e (‘llegar’) realizado por un sujeto s en el momento t y la
localización l, y tal que: A-media-noche(l) y Pausadamente(l) y Con-aparente-
despreocupación (l).
4. Oraciones no enunciativas
Las oraciones interrogativas o imperativas, a diferencia de los enunciados, no poseen
condiciones de verdad. Una pregunta o una petición no son verdaderas o falsas en cuanto
tales. Esto plantea el problema de cómo extender el análisis de una teoría de la verdad tipo
Tarski a estas oraciones. Davidson ha propuesto hacerlo del siguiente modo: una oración
como
(c) ¿Llueve?
Su idea es que podemos concebir las oraciones no enunciativas como oraciones enunciativas
más una expresión que describe el tipo de transformación sintáctica que ha tenido lugar en
la emisión original de esa oración. Para Davidson, por tanto, la emisión de una oración no
enunciativa es analizable, en términos semánticos, en dos oraciones enunciativas. El
procedimiento es similar al empleado antes para el discurso indirecto, y está sujeto a una
objeción similar: cabe dudar de que el tipo de fuerza que posee la emisión de (c) se preserve
en (c’). (Los defensores de la teoría de actos de habla, como veremos más adelante, han
llamado a este tipo de análisis la “falacia realizativa”).
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Otros problemas: ¿puede ser la teoría empíricamente adecuada?
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noción primitiva (pre-teórica, asumida como algo dado ya en el conocimiento de los/las
hablantes), antes de poder formular la teoría del significado que ha propuesto. Pero parece
que esta afirmación aún nos deja esperando alguna explicación más articulada de cómo se
relacionan todas estas nociones.
¿Qué conocimiento se necesita tener para que sea posible entenderse lingüísticamente con
otros, con otras hablantes? Supongamos que somos intérpretes sin ningún conocimiento
previo de los significados ni las creencias de otras personas, cuya lengua desconocemos. Una
interpretación radical es la tarea a la que se enfrenta un intérprete que quiera llegar a
entenderse con una persona nativa de otra cultura y otra lengua, cuando ninguno de los dos
posee conocimiento previo alguno de la lengua o las creencias ajenas. El punto de partida de
este experimento mental es, por tanto, similar al que proponía Quine en su propia
investigación sobre traducción radical: una situación de triangulación epistémica en la que
están presentes el intérprete, la persona nativa interpretada y algún acontecimiento externo
que ambos pueden observar. Para Quine, se trataba de mostrar que es posible llegar a
comunicarse con la persona nativa sin más puntos de apoyo que la evidencia empírica,
incluida la observación de la conducta lingüística de la persona interlocutora (y presupuestas
la capacidad de asentir y disentir, así como la capacidad de reconocer este asentimiento y
disentimiento). La reconstrucción de Davidson en esa situación de triangulación epistémica
que él mismo investiga (y, al hacerlo, recuerda y se remite a Quine), sigue un proceso análogo
y reproduce las mismas etapas. Pero hay dos diferencias importantes con respecto al proceso
descrito por Quine que caracterizan, por tanto, la teoría de Davidson, y la convierten –según
su propia pretensión- en una teoría de la interpretación y el entendimiento lingüístico, y no
meramente en un ejercicio de hallar equivalentes funcionales para la traducción.
En primer lugar, cuando se alcanzaba el nivel de las hipótesis analíticas de traducción, Quine
afirmaba que lo que tiene lugar es una abierta proyección, por parte del traductor radical, de
sus propias estructuras lingüísticas, sin más. Para Davidson, lo que el intérprete va a hacer es
buscar, en la lengua interpretada, la teoría de la verdad correspondiente. Esto es, lo que se
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proyecta no son directamente las propias estructuras lingüísticas, pero sí el presupuesto de
que a la lengua interpretada le subyacen estructuras de verdad análogas. Es decir, el
intérprete supone que los enunciados de la persona nativa interpretada poseen condiciones
de verdad que los hacen verdaderos (o falsos) en la situación de triangulación epistémica
descrita. El intérprete asume, por tanto, que en la persona interpretada hay una
precomprensión de la noción de verdad análoga a la suya, y dada igualmente con su
competencia lingüística: pues entender un enunciado equivale a conocer sus condiciones de
verdad, también en la lengua nativa.
Pero el intérprete tampoco sabe nada acerca de las creencias de la persona nativa. (Davidson
evita asumir cualquier presupuesto relativo a la hipotética realidad psicológica de esas
estructuras de verdad en las mentes individuales). Por esto, y como segunda diferencia
importante de Davidson respecto a Quine, es preciso atribuir al intérprete la aplicación de un
principio heurístico que guía su esfuerzo de interpretación: el principio de caridad. Conforme
a este principio, el intérprete tiene que suponer que la persona nativa es consistente y
correcta en sus aseveraciones y creencias. Que es consistente quiere decir que lo que asevera
se corresponde con lo que cree, que hay concordancia entre sus aseveraciones y sus
creencias, entre lo que dice y lo que piensa; y, además, que el modo en que se relacionan sus
aseveraciones entre sí y sus creencias entre sí es consistente, se corresponde con los
estándares generales de una racionalidad común. Que la persona nativa es correcta en sus
aseveraciones y creencias quiere decir que hay correspondencia entre lo que asevera o cree,
y el acontecimiento que ha motivado esa aseveración o creencia –de acuerdo con los criterios
de verdad del propio intérprete. Es decir, supone asumir por parte del intérprete un vínculo
causal entre creencias o aseveraciones y el objeto de cada creencia o aseveración (el cual, en
las primeras etapas de la interpretación y en esa situación paradigmática de la triangulación
epistémica, será un objeto percibido que incide causalmente, o así se asume que ocurre).
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enunciados que él mismo tiene por verdaderos, y los que puede atribuir a la persona
interpretada como enunciados de su lengua tenidos igualmente por verdaderos por ella. A
continuación, será un análisis más detallado y contrastivo el que permitirá, paulatinamente,
asignar condiciones de verdad a los enunciados nativos y, con ello, encontrar más estructura
en ellos: es decir, encontrar las expresiones componentes que contribuyen a las condiciones
de verdad del enunciado de que se trate en cada caso.
En respuesta a una objeción, Davidson ha aceptado la posibilidad de que haya dos lenguas
completamente diferentes entre sí, o una con estructuras de verdad completamente ajenas
a las familiares en nuestro ámbito cultural, de tal modo que el proceso interpretativo sólo
identifique disimilaridades: pero entonces, responde Davidson, la interpretación ni siquiera
podría tener lugar. Por el contrario, es muy plausible imaginar que, una vez iniciada la
interpretación, el intérprete identificará desacuerdos con respecto a la verdad: pero, para que
esto ocurra, hace ver que es preciso haber avanzado antes mucho en la dirección de
maximizar el acuerdo: sólo podemos tener seguridad de que una misma aseveración es
verdadera (o falsa) para el intérprete, y por el contrario falsa (o verdadera) para la persona
nativa, cuando hemos interpretado lo suficiente como para poder considerar, con un grado
de fiabilidad suficiente, que dos aseveraciones son la misma, es decir, que dicen lo mismo en
relación con el mundo.
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Algunas consecuencias y algunas dificultades
Algunos detractores de Davidson le han enfrentado con la evidencia de que ese proceso de
interpretación que él reconstruye está sujeto a la indeterminación: un mismo corpus de
evidencia empírica (que incluya los acontecimientos percibidos y la conducta lingüística
observada en la comunidad interpretada) puede dar lugar a interpretaciones distintas e
incompatibles entre sí. Es decir, siempre es en principio posible pensar que puede haber más
de una interpretación para una lengua dada. Esto es lo que afirma la tesis de la
indeterminación de la interpretación radical, que Davidson enuncia y asume explícitamente.
Y esta tesis ha de verse conjuntamente con la tesis que afirmaba la inseparabilidad de
pensamiento y lenguaje. El proceso de interpretación reconstruido por Davidson pone de
manifiesto que, sobre la base de las premisas asumidas por él, esta separación no es posible:
el intérprete accede a las creencias de la persona nativa al interpretar sus aseveraciones,
pero, al mismo tiempo, sólo puede asignar condiciones de verdad (y, por tanto y a fortiori,
contenido de significado) a los enunciados aseverados cuando supone que éstos expresan lo
que la persona interpretada cree verdadero. De lo que se sigue, en consecuencia, una
concepción holista del pensamiento y el lenguaje.
Que pueda haber múltiples interpretaciones, igualmente concordantes con las exigencias de
la interpretación, puede representar un problema si además se exige la realidad psicológica
de esa teoría de la verdad obtenida en la interpretación. Davidson ha respondido que su
teoría no pretende realidad psicológica (no es una descripción de los procesos psicológicos
tal y como estos tienen lugar en las mentes individuales), sino que lo que él ofrece es una
teoría semántica del significado lingüístico (en términos de una teoría de la verdad), y que
esta teoría semántica va unida a una teoría de la interpretación por medio de la cual se hace
plausible la adecuación empírica de la primera. Así pues, la teoría de Davidson no pretende
realidad psicológica, y sólo reconstruye estructuras semánticas del lenguaje natural cuyo
dominio y aplicación hay que suponer dadas y subyaciendo a la competencia lingüística de
los/las hablantes.
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interpretación llevada a cabo por el intérprete puede considerarse definitiva, si por definitiva
entendemos que arroje como resultado una descripción correcta de la teoría de la verdad de
la persona interpretada. Lo que hay, acepta Davidson, es una teoría inicial (una hipótesis, en
realidad, acerca de cuál puede ser la teoría de la verdad de la persona interpretada), y a
continuación un proceso continuo de ajuste de esta teoría inicial conforme avancen la
interpretación, revisión y corrección subsiguientes. A cada resultado provisional de este
proceso continuo Davidson lo llama teoría de ajuste.
Pero la imagen que queda, tras aceptar que el proceso de interpretación sólo da como
resultado una sucesión progresiva de teorías de ajuste, es la de que el entendimiento
lingüístico no descansa entonces sobre significados estables y comunes, sino sobre
aproximaciones sucesivas constreñidas por la exigencia de maximizar el acuerdo respecto a
la verdad. En un ensayo de tono provocador, Davidson ha afirmado que no hay lenguaje, si
por lenguaje hemos de entender lo que la filosofía o la lingüística han entendido
tradicionalmente. Es decir, no hay reglas o convenciones que garanticen significados
comunes. En su opinión, lo único que podemos afirmar –a partir de lo dado como evidencia
empírica- es que cada hablante posee su propio idiolecto (su propia teoría de la verdad), y
que el entendimiento lingüístico transcurre a través de procesos de interpretación como los
descritos.
(En otro ensayo Davidson ha estudiado el fenómeno de los ‘malapropismos’, es decir, de los
usos incorrectos de expresiones, como un fenómeno que le permite argumentar a favor de
su concepción: pues es perfectamente posible entender lo que ha querido decir un/a
hablante que emplea una expresión en desacuerdo con las convenciones lingüísticas. Aquí,
según él muestra, la interpretación se hace posible tan sólo a partir de la teoría de la verdad
del propio idiolecto y la aplicación del principio de caridad. El malapropismo siguiente: “Una
bonita disposición de epitafios”, se logra interpretar así, en el ejemplo que propone en su
ensayo, como la aseveración “Una bonita disposición de epítetos”).
Con carácter adicional a lo comentado hasta aquí, se han podido hacer dos críticas a la
semántica propuesta por Davidson y, en general, a cualquier teoría semántica que esté
basada en una teoría de la verdad tipo Tarski. La primera crítica toma en consideración lo que
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se llama inferencias materiales: son inferencias que no están basadas en rasgos formales,
estructurales, de las oraciones. Esto es lo que ocurre ya en el caso de las inferencias basadas
en modificadores adverbiales, pero la dificultad es mucho más general y atañe a todas las
inferencias que se basan en los contenidos conceptuales de los enunciados. Por ejemplo: a
partir del enunciado “Valladolid está al noroeste de Madrid”, se puede inferir el enunciado
“Madrid está al sureste de Valladolid”. Si se pretendiera detallar, en la forma de una
deducción lógica, esta inferencia, sería preciso introducir de una manera artificiosa una gran
cantidad de premisas. La inferencia parece quedar mejor explicada si se analiza como una
inferencia material, basada en el conocimiento de la relación entre los conceptos ‘estar al
noroeste de’ y ‘estar al sureste de’.
La segunda crítica atañe a la necesidad, para la semántica lógica, de formular todos los
enunciados en la forma de una oración eterna. Este problema está directamente relacionado
con el ya tratado de las oraciones que incluyen expresiones indéxicas. Se argumenta que
cualquier enunciado, incluso si no contiene este tipo de expresiones, para poder ser declarado
verdadero o falso debería incluir explícitamente una especificación detallada del lugar,
instante temporal, etc. de la situación donde debería evaluarse. Por ejemplo, un enunciado
como “El césped es verde” no es verdadero o falso en términos absolutos, de una vez para
siempre; para poder describir sus condiciones de verdad completas, habría que especificar de
qué tipo de césped se habla, en qué periodo o momento temporal, qué espectro de color
abarca el predicado ‘es verde’, etc. Esta segunda crítica se integra en el debate reciente acerca
de la demarcación entre semántica y pragmática, que aquí no se abordará.
Cristina Corredor
UNED
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