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Los siguientes apuntes fueron extraídos de Robert Castel, Metamorfosis de la cuestión social, una crónica

del salariado, capítulo 8 La nueva cuestión social, y de Fernández de Ullivarri, M. Prof. de la UBA, cátedra de
Introducción a la sociología.

METAMORFOSIS DE LA CONDICIÓN SOCIAL

Robert Castel (1933-2013) Filósofo y Sociólogo francés.


-En 1959 finaliza sus estudios de filosofía y es profesor de filosofía en la Universidad de Line hasta
1967.
-En 1967 se traslada a la Sorbona y conoce a Pierre Bourdieu. Comienza a trabajar con él
redireccionando sus estudios exclusivamente hacia la sociología.
- En 1968 enseña sociología en la Universidad de Paris VIII Vincennes Saint-Denis
- En la década del ´70 y del ´80 se interesa por el psicoanálisis, la psiquiatría y el tratamiento de las
enfermedades mentales, conoce a Michel Foucault
-En la décadas del ´80 y del ´90 desarrolla la sociología del trabajo

¿En qué contexto escribe la obra Metamorfosis de la cuestión social?


Esta obra se desarrolla en la década del ´90 en donde existía una hegemonía del modelo neoliberal
(económico, político, social) cuyas consecuencias inmediatas, fueron el aumento del desempleo, destrucción
de empleos estables, principalmente los empleo en el ámbito industrial, el aumento de informalidad laboral y
la precarización laboral.
La tesis dominante en ese contexto era la tesis del fin del trabajo. Según esta tesis el desarrollo
tecnológico significaba necesariamente la disminución de demanda de mano de obra. Lo segundo que sostenía
esta tesis es que el trabajo perdía su rol central en la conformación de las identidades colectivas. Las
identidades colectivas no se forjaban en el trabajo sino en espacios extralaborales ligados sobre todo al
consumo. Esta tesis promovía que las personas busquen formas de actividad alternativas de ingresos alejadas
de las formas tradicionales del trabajo con las protecciones sociales que les eran propias. Además esta tesis
implicaba la aceptación de la situación de desempleo y por lo tanto, la naturalización de la exclusión.
En este contexto de la tesis del fin del trabajo, Castel dice que no estamos ante el fin del trabajo, sino
que esta idea tiene un fin ideológico y político. Ese fin, es que las personas acepten condiciones mínimas de
trabajo, es una forma de coaccionar a las personas a que acepten la disminución de la calidad de sus empleo,
ya sea en salarios o en sus derechos. Para Castel la tesis del fin del trabajo, es funcional a la flexibilización
laboral, la precarización laboral y la explotación laboral.

El eje de la obra “Metamorfosis de la cuestión social” son las transformaciones en el mundo del
trabajo. ¿Pero qué debemos entender por trabajo? Para Castel el trabajo no es solamente un medio de
subsistencia, es además un medio de integración social, es forjador de identidad social, es un socializador. Es
en definitiva el principal organizador social. ¿Qué pasa cuando un sujeto pierde su trabajo? No sólo se pierde

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el medio de sustento, sino que se pierden los vínculos sociales, la forma de forjar la identidad, deja de ser una
persona que está integrada, por eso mucho más que el hecho de estar desempleado.
Cuando se producen transformaciones en el mundo del trabajo también se producen cambios en las
condiciones de cohesión social, el grado de unión, sentidos de pertenencia, el desarrollo de vínculos. Para
Castel el grado de cohesión en una sociedad depende de dos aspectos, por en lado del grado de desarrollo y
la forma que adopte la división social del trabajo, y en segundo lugar de los sistemas de protección con los
que cuente dicha sociedad.
Castel considera una línea de tiempo para analizar las transformaciones en el mundo del trabajo
desde el siglo XIV hasta el orden neoliberal. Su estudio es sobre el caso particular de Francia, pero las
categorías de análisis que utiliza sirven para pensar los procesos occidentales en general sobre la
transformación del trabajo.
La primera etapa desde el siglo XIV a fines del siglo XVIII, la denomina la sociedad pre-industrial. De
fines del siglo XVIII a mediados del siglo XIX lo denomina Condición Proletaria. Desde mediados del siglo XIX
hasta mediados del siglo XX: la Condición Obrera. De mediados del siglo XX hasta mediados de la década del
´70: la Condición Salarial, y a partir de ese momento la Condición Supernumeraria.
En cada una de las condiciones Castel analiza y expresa las características de las relaciones salariales
vigentes, el tipo de subjetividad que se forma y visibiliza las protecciones sociales.
-La Sociedad pre-industrial:
¿Cómo era considerado el trabajo en la sociedad medieval o pre-industrial? El trabajo en la edad
media era un acto infamante, un acto indigno. Pero a la vez que indigno, necesario. Por eso la actividad era
propia del siervo y el artesano. La nobleza y el clero estaban excluidos del mismo. Los trabajadores no poseían
ningún derecho que se derivase de su condición de trabajador, en particular el siervo de la gleba. Si poseía
algún tipo de protección era porque se derivaba de su pertenencia a un cuerpo profesional como lo fueron las
corporaciones de artesanos. Eso no quiere decir que tenían derecho por ley, sino que estaban protegidos por
la corporación, por ejemplo, si una mujer enviudaba podía recibir de la corporación una pensión. En conclusión,
el trabajo estaba reconocido en cuanto era una necesidad absoluta, pero no estaba reconocido el trabajador.
-La condición proletaria:
La condición proletaria inicia para Castel con la Revolución Francesa que trae consigo la
contractualización de la relación laboral. En primer lugar deroga el trabajo forzado, es decir, crea la condición
de trabajador libre, lo deja disponible para la proletarización. También esta contractualización realiza una
abolición de las corporaciones lo que implica la pérdida de las protecciones alcanzadas por esos grupos. La
figura del contrato implica la existencia de dos individuos libres e iguales que realizan una transacción en la
que cada parte negocia sus condiciones. Lo que privilegia el contrato es el principio de reciprocidad y ya no el
principio de dominación propio de la condición servil. No obstante el orden contractual que dió inicio a la
sociedad industrial, en la práctica, en lugar de garantizar esa reciprocidad lo que hizo fue legitimar las
condiciones de desigualdad. Esto fue así, porque una de las partes vende su fuerza de trabajo y si no acepta
las condiciones pierde la posibilidad de subsistencia, está atado a vender su fuerza de trabajo. En cambio en
el otro extremo está la burguesía que tiene la seguridad de su capital, de su propiedad. En este contexto el
contrato no asigna ningún estatuto jurídico al trabajador. El proletariado queda en una situación de

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vulnerabilidad: por su trabajo recibe un salario mínimo a cambio de una explotación extrema. En esta sociedad
entonces, tenemos un sector mínimo integrado protegido por su condición de propietario, y una gran masa en
condiciones de vulnerabilidad social. Es una sociedad dual, polar, de extrema desigualdad. Es una sociedad
netamente libreal, se rige por las proclamas del liberalismo económico y político. Es decir, subyace la idea del
mercado autorregulado, las relaciones entre los individuos no deben ser influenciadas o intervenidas por un
agente externo como el Estado porque esa intervención impediría el desarrollo de los individuos. Además, es
importante la defensa de las libertades individuales. Para el enfoque liberal, el Estado es el que pone en riesgo
las libertades individuales, por ello debe ser mínimo y hay que limitarlo a ser un Estado que sólo garantice el
orden. En conclusión, se trata de una sociedad que tiene la característica de la desigualdad y por su carácter
liberal es una sociedad fuertemente desregulada. Para Castel esta desregularización lleva a la pauperización
de la sociedad, es decir, que gran parte de la población esté en estado de pobreza en forma permanente y en
aumento. Es una sociedad incapaz de garantizar la estabilidad del orden vigente, porque no puede garantizar
la vida y reproducción de la fuerza de trabajo que es el pilar de esa sociedad.
-La condición obrera:
En este escenario de encontrarse frente al abismo de la desintegración social, la sociedad industrial
y capitalista comienza a poner en marcha una serie de políticas de regulación y disciplinamiento social. Se
buscará integrar a la masa de proletarios que se encontraba en los márgenes sociales y se buscará construir
una nueva subjetividad: el obrero. Estamos en la condición obrera. El trabajador obrero tendrá mejoras en
su salario, lo que permitirá ingresar al consumo. No estamos entonces ante un productor neto sino también
ante un consumidor. No es el consumo actual, sino el consumo obrero, lo que implicaba una mejora de su
condición: mejora en su vestimenta, en su alimentación, en la formación de sus hijos. Se inicia a formalizar el
derecho del trabajo, es decir, se empieza a rodear a la relación laboral de negociaciones colectivas. Pero
también, el obrero es atravesado por una serie de mecanismos de disciplinamiento en torno al trabajo, lo que
Castel denomina la “racionalización del proceso de producción”. La misma consiste en una estricta gestión del
tiempo con el objetivo de moldear al obrero para que adquiera una conducta ordenada al requerimiento de la
industria. Esta situación tiene como efecto la pérdida de iniciativa o creatividad en el ámbito laboral por una
parte y por otra parte, limita cualquier requisito de calificación. Son trabajos reiterados, rutinarios, los puede
hacer cualquiera. Cualquier trabajador es reemplazable porque no se requiere de calificación. Pero al someter
a todos los obreros a las mismas condiciones de trabajo se produce como efecto la tendencia a la
homogeneización, lo que favorece el acuerdo de intereses comunes. Se constituye la idea de clase obrera con
la creación de una conciencia común, una identidad obrera y el obrero se da cuenta de su posición frente a la
clase dominante sintiéndose habilitado para la confrontación con esa clase.
En la lucha contra la clase dominante a la clase obrera se le abren dos caminos para pensar el cambio
social. Por un lado, un camino revolucionario y por otro lado una perspectiva más reformista. Una perspectiva
reformista implica una manera de enfrentar al capital con una política de acción que tiende a acortar las
distancia de las clases sociales de un modo gradual sin modificar de fondo los intereses de las clases
dominantes y su posición. Es propio de esta estrategia la formación de sindicatos y gremios. En cambio la
estrategia revolucionaria implica un movimiento más violento que modifica el orden establecido. Salvo
excepciones la postura reformista es la predominante, avanza en la búsqueda de pequeños logros, mejora de

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salarios, de condiciones laborales, de coberturas sociales, sin desestabilizar el orden vigente. Sigue existiendo
una relación de subordinación de la clase social obrera, pero una subordinación suavizada por el derecho al
trabajo, por el salario que supera la mera supervivencia. Es en este período, en el que el trabajo comienza a
ser dignificado porque se convierte en soporte de derecho superando la exclusiva finalidad económica del
trabajo. Se avanza así hacia la condición salarial.
-Condición salarial:
A mediados del siglo XX hasta la década del ´70 nos encontramos con un mundo del trabajo que está
fuertemente atravesado por un proceso de diferenciación, ya no alcanza pensar el mundo del trabajo desde la
figura estereotipada del obrero o trabajador de fábrica. El obrero industrial deja de ser el único referente. Nos
encontramos ante una concepción amplia del asalariado que desborda a la figura del obrero fabril. Ser un
asalariado, no es sólo ser un obrero de fábrica, sino un empleado de servicios, un empleado de comercio, un
docente, un profesional, etc., es decir, se produce el proceso de salarización de la sociedad, aparece la figura
del salariado. Esta salarización de la sociedad produce cambios en los procesos de subjetivación. La identidad
ya no se construye en relación a la idea de la clase obrera, sino en tanto salariado. Se construye la identidad
ya no en el antagonismo de clases (clase obrera vs. clase capitalista) sino a partir de una lógica de distinción.
Cada uno de los grupos salariales, se reconocen, se identifican, se comparan midiendo la distancia con otro
grupo de salariados de mayor o menor jerarquía. Por ejemplo: ser petrolero, metalúrgico, docente, comerciante,
bancario, etc., es decir construye una identidad a lo largo de una continuidad de posiciones salariales, con la
que se compara, lo que permite cómo efecto, una gestión regulada de la desigualdad social que existe entre
las posiciones. Cada uno de los salariados, cuando obtiene una mejoría de corto plazo, sabe que tiene una
distancia respecto de la posición salarial con la que se compara, a la vez que cree tener la certeza que obtendrá
una mejora, con el tiempo, que lo acercará a la posición que desea. Así se hacen soportables las desigualdades
sociales, porque no son fijas y porque prima el principio de satisfacción diferida. Esto produce que la
conflictividad social ya no es radical, se neutraliza o desactiva, porque se tiene la expectativa de una mejora
a futuro. Cada trabajador tiene la expectativa de la movilidad social ascendente. Se trató de una sociedad de
pleno empleo, con un crecimiento económico sostenido, con la ampliación de reconocimiento de derechos de
los trabajadores. Una sociedad fuertemente integrada. Esto se logra, porque se inscribe a cada trabajador en
un colectivo social: colectivos sindicales, convenciones o negociaciones colectivas de trabajo, regulaciones
colectivas. Lo que hace que una sociedad sea más inclusiva, es el proceso de colectivización de las relaciones
de trabajo o desindividualización. Se logra esta colectivización porque la columna vertebral de este momento
histórico es la existencia del Estado de Bienestar.
El Estado de Bienestar, es un estado bienestarista que promueve la instauración de nuevos derechos,
principalmente salud y educación, con el fin de rodear a los trabajadores de ciertas protecciones que permitan
el alejamiento de los mismos del reino exclusivo del mercado. Piensen por ejemplo, la jubilación o pensión,
el aguinaldo, las licencias, el derecho a asociarse, las vacaciones, los seguros de accidentes, derecho de huelga,
etc. Era la formación de un paraguas protector que alejaba a los trabajadores de la simple negociación
económica. A la vez que bienestarista, el Estado de Bienestar es un estado interventor. Interviene en la
regulación de los precios, el tipo de cambios, decide los campos de inversión y consumo, el gasto público:
aumento de salarios, prestaciones sociales, subvenciones a la producción, la creación de infraestructura, etc.

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Otra de las características del Estado de Bienestar es ser un buscador de compromisos negociados, es decir,
funcionaba como una mesa en la que sentaba el estado, las agrupaciones gremiales y los sectores patronales,
y se negociaba concesiones recíprocas con el objetivo de minimizar el conflicto social.
Condición supernumeraria
A mediados de la década del ´70 el Estado de Bienestar entra en crisis y por lo tanto se comienza a
desestructurar la sociedad salarial. Se va consolidando el modelo de sociedad neoliberal con figuras
emblemáticas como Margareth Tacher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos. En nuestro país
el quiebre se produjo con la dictadura cívico-militar de 1976. La dictadura lleva adelante una serie de políticas
aperturistas, es decir se desalienta la producción nacional y se abre a la importación en forma desbordada, el
crecimiento del sector financiero con las reformas en ese campo favoreciendo la especulación y fuga de
capitales, aumento del endeudamiento externo, la prohibición de cualquier lucha social y por eso mismo la
prohibición de los derechos laborales conseguidos hasta ese momento y por supuesto la disposición de las
políticas del terror que tuvo como principal víctima a la clase social trabajadora. Se produce una caída real
del poder adquisitivo de los salarios por el proceso inflacionario, y un fenómeno desconocido para la Argentina
en ese momento: el incremento de la desocupación. El ejercicio de la fuerza por la violencia del terrorismo de
Estado, fue un medio para la implementación de la consolidación del modelo de orden neoliberal político y
económico.
Este nuevo orden es el pasaje de un capitalismo industrial a un capitalismo financiero. Se trata de un
crecimiento del trabajo inmaterial y de una economía de servicios con hegemonía del capital financiero. El
nuevo orden neoliberal persigue como objetivo terminar con las políticas bienestaristas e intervencionistas
del estado. Estas políticas en nuestro país se ven con evidencia en la década del noventa con el peronismo
neoliberal de Menem. Otro de los objetivos que persigue es reducir la capacidad de presión y negociación de
las organizaciones sindicales. Intenta que la sociedad deje de pensar en el Estado como el principal nivelador
social y que los individuos se lancen al mercado para lograr una mejora de su condición de vida. En
consecuencia se busca minimizar y/o evitar la politización de las demandas sociales, limitar que las demandas
hacia el Estado, vaciar a la sociedad de marcos de referencia colectivos y que la sociedad se riga por la lógica
de mercado.
Desde la lógica liberal el Estado funciona como una barrera natural para el crecimiento de las
demandas. Se caracteriza al mercado como un orden racional proveedor de un orden espontáneo, dicho orden
desde esta ortodoxia liberal, resultaría de la competencia entre los sujetos que despliegan en el mercado sus
capacidades y esfuerzos individuales en pie de igualdad despojados de amparos colectivos. Fruto de esta
competencia, se produce en el mercado una distribución racional de los recursos, en función de las habilidades
y capacidades. Es decir, se produce un proceso de selección de las personas más aptas, las más capacitadas y
las que se esforzaron más. Se piensa a la sociedad como un espacio en donde todos partimos del mismo lugar
sin desigualdades de base, por eso la posición social que ocupamos según esta visión, depende solamente de
cada uno, de sus esfuerzos y méritos, de su responsabilidad personal.
En este marco en donde se pregona la lógica del mercado ¿Qué lugar ocupa el Estado? El Estado es
visto como garante del orden, garante del dinamismo de la economía, no implementa políticas de integración
social, solamente se dedica a las políticas focalizadas. Las políticas focalizadas son las que se orientan a un

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grupo particular, que tiene un carácter de control social, que define prioridades, y no busca construir sujetos
de derechos sino simplemente beneficiarios. No apunta a reducir las desigualdades, sino a atender alguna
emergencia considerada prioritaria.
Las consecuencias que trae consigo las políticas neoliberales así como el avance de la
tecnologización, es el aumento de la desocupación, la reducción del empleo estable, la aparición y desarrollo
masivo del trabajo precario en el que se expresa la degradación de los derechos o seguros laborales.
Si bien el aumento del desempleo en una escala no conocida hasta entonces es impactante, la
precarización laboral es un fenómeno no menos importante. Las "formas particulares de empleo" que se han
desarrollado incluyen una multitud de situaciones heterogéneas: contratos de trabajo por tiempo determinado,
trabajo provisional, trabajo de jornada parcial, y diferentes formas de "empleos ayudados", es decir sostenidos
por el poder público en el marco de la lucha contra el desempleo. Los jóvenes son los más afectados, y las
mujeres más que los hombres. No obstante, el fenómeno afecta también a lo que podría denominarse "el
núcleo duro de la fuerza de trabajo", los hombres de 30 a 49 años. Y afecta al menos en igual medida tanto a
las grandes concentraciones industriales como a las PyMES.
Esta modalidad de trabajo pone en riesgo a la estructura misma de la relación salarial. La
consolidación de la condición salarial, como lo hemos subrayado, dependió del hecho de que salarizar a una
persona consistió cada vez más en comprometer su disponibilidad y sus pericias en el largo plazo, contra una
concepción más grosera del salariado como alquiler de un individuo para realizar una tarea puntual. "El
carácter duradero del vínculo de empleo implica en efecto que no se sepa de antemano qué tareas concretas
definidas precedentemente se verá llevado a realizar el asalariado." Las nuevas formas "particulares" de
empleo se asemejaban más a las antiguas formas de contratación, de modo que el estatuto del trabajador se
desdibujaba ante las imposiciones del trabajo. "Flexibilidad" fue una manera de denominar a esta necesidad
de ajuste del trabajador moderno a su tarea.
La flexibilidad no se reduce a la necesidad de ajustarse mecánicamente a una tarea puntual, sino que
exige que el operador esté de inmediato disponible para responder a las fluctuaciones de la demanda. La
gestión en flujo continuo, la producción sobre pedido, la respuesta inmediata a las coyunturas del mercado, se
convirtieron en los imperativos categóricos del funcionamiento de las empresas competitivas. Para asumirlos,
la empresa podía recurrir a la subcontratación (flexibilidad externa), o formar a su personal con flexibilidad y
polivalencia para hacer frente a toda la gama de situaciones nuevas (flexibilidad interna). En el primer caso,
la preocupación de asumir las fluctuaciones del mercado se confía a empresas satélites. Ellas podían hacerlo,
al precio de una gran precariedad de las condiciones del trabajo y de considerables riesgos de desempleo. En
el segundo caso, la empresa se hace cargo de la adaptación de su personal a los cambios tecnológicos, pero
al precio de eliminar a quienes no son capaces de ponerse a la altura de las nuevas normas de excelencia.
Añadamos que la internacionalización del mercado de trabajo acentúa la degradación del mercado nacional.
Las empresas también subcontratan (flexibilidad externa) en países donde el costo de la mano de obra es
varias veces más bajo. En un primer tiempo, esta forma de deslocalización afectó principalmente a los empleos
subcalificados y a las industrias tradicionales, pero luego afectó a otro tipo de producción que exige empleos
calificados para la producción, por ejemplo, de programas informáticos.

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Por otra parte, los jóvenes tienen problemas para ingresar al mercado laboral, se exige, no sólo la
calificación sino la experiencia laboral. Los jóvenes calificados entonces buscan ubicarse en puestos que
requieren menor calificación. Esto hace que aquellos jóvenes que estarían en condiciones de asumir esos
puestos, queden por fuera del sistema. Se convierten en inempleables. Pero lo que no se debe perder de vista,
es que a pesar de vivir en un mundo que exige la calificación, los calificados también corren el riesgo de
convertirse en inempleables.
De modo que el problema actual no es sólo el que plantea la constitución de una "periferia precaria"
sino también el de la "desestabilización de los estables". El proceso de precarización atraviesa algunas de las
zonas antes estabilizadas del empleo. Ha habido un nuevo crecimiento de la vulnerabilidad de masas que,
como hemos visto, había sido lentamente conjurada. En esta dinámica no hay nada de "marginal". Así como el
pauperismo del siglo XIX estaba inscrito en el núcleo de la dinámica de la primera industrialización, la
precarización del trabajo es un proceso central, regido por las nuevas exigencias tecnológico–económicas de
la evolución del capitalismo moderno. Es perfectamente lícito plantear una "nueva cuestión social", que tiene
la misma amplitud y la misma centralidad que el pauperismo en la primera mitad del siglo XIX.
En la coyuntura actual, parece emerger un orden de fenómenos más inquietante. La precarización del
empleo y el aumento del desempleo constituyen sin duda la manifestación de un déficit de lugares ocupables
en la estructura social, si entendemos por "lugar" una posición con utilidad social y reconocimiento público.
Trabajadores "que envejecen" (pero a menudo tienen cincuenta años o menos), que ya no encuentran sitio en
el proceso productivo, pero tampoco en otra parte; jóvenes en busca de un primer empleo, que vagan de
pasantía en pasantía y de una pequeña tarea a otra; desempleados durante lapsos prolongados, a quienes con
esfuerzo y sin mucho éxito se trata de recalificar o remotivar: todo ocurre como si nuestro tipo de sociedad
redescubriera con sorpresa la presencia en su seno de un perfil de poblaciones que se creían desaparecidas:
los "inútiles para el mundo", que viven en él pero no le pertenecen realmente. Ellos ocupan una posición de
supernumerarios, flotan en una especie de tierra de nadie social, no integrados y sin duda inintegrables. Esta
inutilidad social los descalifica también en el plano cívico y político. Esa situación ha suscitado una cantidad
increíble de discursos y un número de "medidas de acompañamiento". "Se presta atención" a la suerte de estos
desempleados, que no son actores sociales sino, como se ha dicho, "no-fuerzas sociales", "normales inútiles".
Por supuesto, pueden suscitar inquietudes y medidas, pues plantean problemas. Pero lo que plantea problemas
es el hecho mismo de que existan.
En la medida en que el trabajo deja de ser el eje estructurante de las identidades, se postulan nuevas
sociabilidades flotantes que ya no se inscriben en apuestas colectivas, vagabundeos inmóviles. Lo que les falta,
no es tanto la comunicación con los otros (estos jóvenes suelen tener relaciones más extensas que muchos
miembros de las clases medias) como la existencia de proyectos a través de los cuales las interacciones
adquieran sentido.
Se produce un individualismo negativo de masas, al perder los marcos normativos, al estar menos
inmerso en un colectivo que los proteja y tome como referencia, empieza a primar la idea de la responsabilidad
individual como una explicación del desempeño laboral de los sujetos. Se pide a las personas que sufren más
desprotecciones, que están más desestabilizados que actúen como sujetos autónomos.

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