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SERVIR EN EL ESPIRITU

Muchas veces hemos escuchado el texto de …………y en nuestra vida hemos


sentido unos deseos inmensos por servir, por ponernos a disposición de los
demás y a veces hemos hecho del servicio una bandera de lucha, un desafío
personal o un hábito común. Es que no hay nadie en la vida, en el mundo que no
haya en algún momento realizado un acto de servicio.

Pero para quienes trabajamos en torno al servicio, a ponernos a disposición de


otros, muchas veces se siente el peso del servicio realizado, el cansancio, porque
el auténtico servicio conlleva el darse por entero y eso con el tiempo, sin duda va
cansando, nos va fatigando. Ese cansancio, ese stress, nos puede ayudar a
descubrir si el servicio que realizamos es autentico o no, porque hay dos tipos de
cansancio: uno que trae amargura al espíritu y otro que trae felicidad.

Cuando quiero servir me acerco al otro en una actitud de servicio, porque no me


estoy acercando a algo inerte, pasivo, sino que a alguien que tiene su propia
historia, sus propios intereses, sus propias necesidades, sus proyectos y su propio
ritmo en la vida, sin duda que ya eso cansa, porque sería mucho más fácil servir a
los demás si esos a quienes quiero servir se adaptaran a mí, a mi forma, porque
tal vez podría tener más claro lo que necesita y así seria más fácil, porque solo le
bastaría con que siguiera mis instrucciones, pero la vida de servicio no es así,
porque sería hacer al otro a mi forma y ya no sería su vida y sus proyectos, sino
los míos. Seria querer hacer al otro a mi imagen, en lugar de ayudarlo a crecer
realizándose como ser único. Eso ya no sería servir al otro sino dominar al otro.
Sin duda que cansan las contradicciones de los demás, sus proyectos sin mucha
lógica, a veces, sus frustraciones, aceptar sus ritmos, distintos a los nuestros,
seguirlo por su propio camino en lugar de que vaya por el mío, tenerle paciencia.
A ese cansancio que nace de la tensión por el verdadero respeto a los demás, se
le suma otro: el cansancio que nace de sentirnos inútiles muchas veces en lo que
estamos haciendo, de que nuestros esfuerzos por servir son vanos, tanto cariño,
dedicación al servicio de los demás y los resultados parecieran no verse y es ahí
cuando nos frustramos, nos sentimos inútiles ante todo lo realizado.
Sentimos que cuando estamos haciendo algo con el corazón, como un acto de
servicio, el otro no se da cuenta de todo lo que hemos dejado, apostado por ellos,
pareciera que no están aprovechando la oportunidad de crecer. Y sentimos que a
pesar de todas las carencias que los otros tienen, emocionales, materiales,
espirituales, están cómodos como están. Pareciera que no reaccionan, no
despiertan, pareciera que se aburren de que estemos ahí, tratando de servirles.

Ante esto miremos la experiencia del sembrador, que, tras una cansadora tarea
por cuidar y sembrar la tierra, no ve brotar ni siquiera una pequeña de las semillas
sembradas, pero si ve salir maleza.

La vida se vuelve compleja a veces y difícil también para quien decide u opta por
amar en el servicio a los demás. No faltan las pruebas, las tentaciones, porque no
podemos olvidar que el camino del amor es una rosa con muchas espinas.
Quien asume los cansancios que ya hemos mencionado, asume otros también,
como el desagradecimiento. Uno ha entregado lo mejor sí, ha tenido paciencia, ha
luchado contra la desesperanza propia y ajena, ha visto como el otro crece, tal
vez, en cierta parte con el apoyo que le ha dado uno, y como recompensa recibe
el no reconocimiento o el rechazo o la deslealtad. Aquí sin duda que la vocación
de servicio se vuelve cuestionable…y es que a veces solo basta un simple gracias
para sentirnos reconfortados y nos sentimos, al contrario, cansados. Ante eso uno
se siente víctima de la injusticia. Es claro que realizamos nuestra tarea de servir
sin buscar reconocimiento, pero los sentimientos están y son parte de uno. Nos
cansamos.

A esos cansancios, sumémosle otro: el de los años, el de la enfermedad, el


agotamiento físico, los limites personales, no son menores, uno quiere entregarse
por completo, y choca con estos cansancios y sentimos que tenemos nuestros
propios ideales de servicio pero que no los podemos cumplir. Como quisiéramos
servir a más personas, alegrar más corazones, ayudar a más a crecer y salir
adelante. Pero en cierta forma con los años incluso, podemos menos. Esto es
también una forma de cansancio muy real, autentico. Ese cansancio puede ser
amargo o puede ser alegre.
Hay una forma de encarar el servicio, de una forma sincera, y es mirar al otro,
especialmente al que más me necesita, al prójimo como digno de la mayor
atención y, por tanto, digno de mi servicio. Se trata de llegar a considerar al otro
como más importante que yo mismo, y por tanto, merecedor de dedicarle mi
tiempo, mi esfuerzo, mi cariño, por qué no?, mi vida.
Esto es verdadero servicio, y solo así podrá ser un servicio liberador.
Entonces para servir en el espíritu se hace necesario dejar de sentir y ver al acto
de servicio desde una mirada altruista, ética o moral, que exigen un acto de
solidaridad para con el otro que lo necesita. Ahí aparecen los cuestionamientos
propios, que son naturales: ¿Para qué tanto trabajo si no hay respuesta, si no se
ven los frutos?, se aprovechan de mí, no merece que le ayuden, ¿no sería mejor
pensar en mí mismo que pensar en los demás?

Si vivimos el servicio de esa forma, será muy agotador, porque merecerá un


esfuerzo constante, un sacrificio, y agota. Y se nos acaba el entusiasmo por servir
y el cansancio nos lleva a una amargura frustrante.
El servicio que se funda en un deber moral, por muy original que sea, se apoya en
nuestras fuerzas, y con el tiempo, desgasta al que sirve.

Nuestra forma de servir ha de nacer desde el Evangelio y este servicio es el


impulsado por el Espíritu Santo.

En la última cena, Jesús realiza el lavado de pies en la actitud evangélica que


debe guiar nuestra relación con el prójimo: el servicio y les dice: “mi mandamiento
es que se amen unos a otros como yo los amo a ustedes” (Jn. 15, 12)
Así entonces el servicio se transforma en una especie de termómetro del
verdadero amor. El servicio a los demás hasta la entrega de la propia vida, es un
mandamiento que no se puede cuestionar. Es el elemento central de
discernimiento del actuar del verdadero discípulo de Cristo.

En el mismo pasaje del lavado de pies, Jesús agrega que “todo eso se los digo
para que participen de mi alegría y sean plenamente felices” (Jn. 15, 11) aquí está
la clave del llamado que Jesús nos hace a cada uno de nosotros para seguirlo:
que alcancemos la felicidad plena. El mandato del servicio y de la entrega hasta
dar la vida es exigente. Pero no nace de una obligación ética o moral, ni solo por
obedecer, sino que se trata de seguir el camino de la felicidad. Es Dios quien nos
llama a ser más que servidores: “ya no los llamo siervos, sino amigos” (Jn. 15 , 15)
No nos llamar en primer lugar a hacer cosas buenas, ni para hacer justicia, nos
llama para que seamos felices. Lo único que quiere es que seamos felices. Por
eso nos da lo que mejor tiene: su Espíritu Santo y su camino: el servicio al prójimo.

Sentiremos igual cansancio, pero no ese cansancio que amarga.


Porque lo primero que busco en el servicio no son los resultados, sino el servicio
mismo. El servicio deja de ser un sacrificio, un negarse a uno mismo en favor del
otro, si no que se convierte en alegría, en un encontrarme conmigo mismo, en
descubrir fuerzas, carismas, que tal vez yo mismo desconocía en mí. Servir no es
tanto un dar la vida, sino es el encontrarla.

Sirvo por amor al otro, y solo así será un verdadero servicio, pero en primer lugar
estoy llamado a servir por amor a mí mismo, porque en el auténtico servicio
ambos amores, el propio y al amor al prójimo no se oponen, porque el amor a mí
mismo no es egoísta, sino que verdadero y por lo tanto es generoso. No uso al
otro, porque el otro realmente me interesa y a él le doy mi vida, esto es mientras
más entrego de mí, más me encuentro a mí mismo. Por eso al servir no busco
resultados, no persigo reconocimientos, no me persigo por mis propias
limitaciones, sino que busco servir, porque en el mismo hecho de servir soy feliz
en esa alegría serena y profunda que es capaz de vivirse incluso en la cruz. No es
alegría por haber hecho lo que debía, sino alegría por haber sido yo mismo, por
haber vivido de verdad, porque vivir de verdad es servir. Ese es el evangelio,
porque Dios mismo es feliz amando y ama sirviendo.

Así como decíamos que el servicio es el termómetro del amor verdadero, de igual
forma la alegría es el termómetro del verdadero servicio.

PREGUNTAS
Mateo 25, 31 – 40

¿Cuáles son las expresiones de servicio y amor, aquellas que hace visible el
Evangelio, que vives más intensamente?

¿Cuáles son las expresiones de servicio y amor, aquellas que hace visible el
Evangelio, que más te cuestan? ¿Por qué?

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