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Este fin de semana se organizan varios retiros de Emaús en España. ¡Una nueva
oportunidad para muchos de nosotros de colocarnos el "polo de servidores"! Sin
embargo, ¿sabemos servir? ¿merecemos el nombre de "servidores"?
Los seres humanos, por causa del pecado, somos orgullosos y soberbios, y por ello,
reacios a servir a otros; es más, pensamos que son los demás quienes están a
nuestro servicio. Incluso, a veces, podemos pensar que Dios está para servirnos a
nosotros.
Para los cristianos, "servir" debe revelar el mismo y auténtico amor que Dios tiene
hacia el ser humano, la misma actitud y disposición que Cristo manifestó, cuando
dejó el cielo para "abajarse" a la tierra.
Sin embargo, un auténtico espíritu de servicio requiere una motivación interior que
mana de un corazón humilde, dispuesto y entregado al Señor, como el de
nuestra Madre la Virgen María.
El genuino servicio requiere una fuerza interior que brota de un corazón puro y
obediente que desea cumplir la voluntad de Dios, y que para ello, se pone a
disposición de las necesidades de los demás hasta las últimas consecuencias, como
el de nuestro Señor Jesucristo.
Jesús nos muestra la actitud correcta del servicio humilde en el pasaje del lavatorio
de los pies (Juan 13). Su ejemplo es nuestro modelo a seguir: Jesús lavó los pies a
todos sus discípulos, una labor que estaba reservada a los esclavos. Incluso lavó los
de Judas, de quien sabía que iba a traicionarle.
Servir es un privilegio que Dios nos concede aunque no nos necesita. Y
por ello, debemos servir con alegría.
¡No queremos estar abatidos y apesadumbrados como los dos de Emaús cuando
iban de vuelta! ¡Queremos reconocer a Cristo y que nuestro corazón se inflame!
¡Fuera tristeza! ¡Fuera desánimo!
Cuanto más cerca estemos de Dios, cuanto más presente le tengamos en nuestras
vidas y en nuestro servicio, cuanto mayor es nuestra confianza en Él, mayor será
nuestra capacidad para afrontar cualquier dificultad con serenidad; para superarlas
con resiliencia y aceptarlas con paz en nuestros corazones, pues sabemos que todo
obedece al plan perfecto diseñado por Dios.
Debemos hablar...qué digo, respirar con profunda pasión cuando servimos a Dios.
Gritar apasionadamente que: ¡¡¡Jesucristo ha resucitado!!! Para que cuando nos
escuchen, se pueda decir que sentimos lo que decimos, que vivimos lo que
gritamos, que amamos a quien proclamamos.
“No cuenta la cantidad de las obras, sino la intensidad del Amor con que las
hagas.”
(Santa Teresa de Calcuta