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PARA LIBERARTE

DE LOS APEGOS Y
OBSESIONES
Meditaciones y oraciones.

Víctor Manuel Fernández

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PRESENTACIÓN
La vida está llena de cosas lindas, pero muchas veces no sabemos
disfrutarlas.
Uno de los vicios más frecuentes que no nos dejan ser felices es el de
apegarnos, aferrarnos a ciertas cosas. Estamos disfrutando de algo o de
alguien, pero el temor de perderlo nos provoca una tristeza interior, una
angustia secreta.
Otras veces, no disfrutamos de las pequeñas y grandes cosas que la
vida nos regala, por que eso no nos parece suficiente, y nos obsesionamos
por alcanzar otras cosas que no tenemos.
Las fantasías que nos creamos no nos dejan tomar contacto con la
realidad, que siempre tiene algo bueno para ofrecernos. Sólo es necesario
que lo sepamos descubrir, si no permitimos que las esclavitudes interiores
nos nublen los ojos.
Por eso, vamos a hacer un camino espiritual que nos ayude a liberarnos
de los apegos y de las obsesiones.
De esa manera podremos alcanzar la libertad interior, que algo muy
bello y agradable. Esa libertad es caminar por la vida desprendidos de todo,
sueltos, sin cargas en las espaldas, sin aferrarnos a nada, sin apegos en el
corazón, sin obsesiones que nos dominen.
Eso nos permite vivir a fondo cada cosa de nuestra existencia, cada
momento, cada pequeño placer, valorando lo que Dios nos da sin quejas ni
lamentos.
Esa libertad interior es la fuente de paz y de la alegría. Ojala que
puedas alcanzarla.

1. APRENDE A VOLAR EN GOZO Y LIBERTAD


¿Cuáles son las obsesiones que se apoderan de nuestro interior?
Aquí se concluyen los esquemas mentales fijos, las manías, las obstinaciones y
apegos que nos tienen anclados en el pasado o en un proyecto que nos absorbe y nos
desgasta. Por ejemplo, si estamos obsesionados por nuestra apariencia, tendremos
que “soltar” la imagen social y la necesidad de reconocimientos. Si no la hacemos no
seremos felices.
Nunca podremos “aflojarnos” por dentro de si estamos pendientes del aprecio de
los demás ó de su aprobación; porque si es así, no soportaremos ningún rechazo,

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ninguna opinión diferente, ninguna agresión, nada que contradiga nuestra necesidad
interior. Este es un modo de agredirse así mismo convirtiéndose en esclavo de la
opinión ajena: Una forma de auto desprecio consiste en someternos sin condiciones a
las apreciaciones y juicios de los demás, sin tener en cuenta el precio que ello puede
suponer. Esto conduce con frecuencia a la negación y destrucción de uno mismo y, a
la postre, a exponerse al riesgo de convertirse en víctima de sus posibles abusos. En
este sentido, es conveniente reconocer que frecuentemente reaccionamos con
exageración ante las críticas nimias de los demás, tomándolas demasiado en serio y
olvidándonos de las cosas importantes de la vida, aquellas que tienen efectos
profundos sobre nuestra vida a largo plazo. Al proceder de este modo caemos en la
trampa de asentarnos en nuestra negatividad, regulando nuestra vida a partir de los
mensajes de los demás, muchas veces emitimos con escasa conciencia de lo que
dicen y que, por nuestra parte abultamos desproporcionadamente.
Por eso, también hay que aprender a soltar esa obsesión por nuestra imagen, por el
que dirán, por los afectos ajenos, etc.
Para liberarte tendrías que llegar a decir lo siguiente, con toda sinceridad de tu
corazón: No quiero arrastrarme detrás de nada, no fui hecho para ser esclavo.
Puede parecer crudo decir esto, por que a veces lo que tenemos que soltar es a un ser
querido, o un ideal muy noble, y en nuestro interior nos parece que el amor y la
fidelidad nos exigen permanecer atados a esa persona o a ese ideal. Pero una cosa es
la evocación cariñosa y algo nostálgica, o el sereno y tierno recuerdo que nunca puede
desaparecer si hemos amado a alguien. Y otra cosa es la esclavitud interna, cuando a
causa de ese apego dejamos de vivir, dejamos de crecer, nos anulamos y nos
enfermamos, la vida pierde sentido. Ha pasado el tiempo y ya no somos capaces de
disfrutar y de crear. Entonces no le hacemos ningún honor a ese ser querido que se
fue, o a ese ideal que no pudimos realizar, por que lo declaramos el causante de
nuestra anulación. En el fondo, lo declaramos el causante de nuestra anulación. En el
fondo, lo declaramos culpable de habernos quitado la vida.
En cambio, el mejor honor que podemos hacerle, es sacar energías de ese cariño, y
entregarnos de lleno en la nueva etapa que la vida nos presenta, para producir algún
fruto precioso. En realidad cuando no quiero renunciar a algo que se terminó, más que
esclavo de esa persona o de esa realidad, me he convertido en esclavo de mi
debilidad, de mis sentimientos y necesidades interiores. Pero mi ser es infinitamente
noble y demasiado valioso como para que yo lo degrade y lo enferme a causa de esos
sentimientos y necesidades.
No se trata de no tener deseos ni placeres. Todo lo contrario, se trata de aceptar
con gratitud todos los placeres que nos hagan felices. Pero para ello es necesario
liberarse de la búsqueda de placer que nos hace infelices y limita nuestra capacidad de
felicidad: la codicia.
La clave para detectar ese apego venenoso de la codicia esta aquí: si no tenemos
lo que deseamos nos volvemos tristes y débiles, y cuando lo tenemos nos brinda un
gozo muy pasajero, por que enseguida brota el miedo de perderlo y comenzamos a
arrastrarnos de detrás de él. En cambio, el corazón libre que no se hace esclavo de

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nada, disfruta lo que la vida le regala y se entrega a lo que es posible alcanzar, pero
“no codiciando nada, nada le fatiga... y nada le oprime, por que está en el centro de su
humildad”
Por que no estamos hechos para encerrarnos en algo, para clausurarnos, para
enquistarnos en una estructura o en una forma de vida. Estamos hechos para un
permanente desarrollo, hasta alcanzar una profunda y sublime relación con Dios y una
amistad cada vez más bella y generosa con los demás.
Aunque el cuerpo se debilita, se desgasta y se enferma, el ser humano no es más
que la materia, y su vida interna está llamada a un crecimiento incesante.
Si nuestras fibras más íntimas están hechas para el dinamismo, entonces sólo
seremos lo que tenemos que ser si permanecemos abiertos al cambio, si estamos
siempre dispuestos a terminar con algo para empezar una nueva etapa.
Es como sentirse libres de todo peso en las espaldas, sin maletas en la mano, y sin
estorbos para poder caminar con agilidad, disfrutar del aire, avanzar y volar hacia un
desarrollo sin fin. Este sueño es lo mejor que podemos desear a nuestra vida, y si
alguien nos ama de verdad, seguramente deseará lo mismo para nosotros.
Por eso, soltar algo que nos obsesiona no es sólo sacarse un peso de encima y
estar más tranquilo y cómodo. Es mucho más. Nos lleva una sensación bellísima de
libertad interior, de amplitud, de expansión y apertura a todo el universo.
Más de una vez he vivido el dolor de renunciar a ciertas cosas: una bella amistad,
un trabajo, un lugar. Quizás desgasté muchas energías, mucho tiempo y muchas
ilusiones para conseguir algo que deseaba, y cuando eso terminó sentí que quedaba
con las manos vacías, a la intemperie.
Más adelante reconocí que el sufrimiento era más profundo de lo que yo creía. No
quería renunciar al gozo que había vivido, por que no quería sentirme culpable de
haber gastado mucho tiempo y fuerzas en algo pasajero, en algo que ya se acabó.
Por eso, luego descubrí que en realidad, si quería liberarme del dolor, no debía
culparme por lo vivido; solo debía abrirme a nueva forma de felicidad. Simplemente
debía aceptar lo vivido, como una parte de mi existencia, pero “soltándolo”, para
aceptar la nueva forma de vida que nacía.
Está muy bien que me haya alegrado cuando conseguí eso que me hizo feliz. Aquel
gozo y aquel entusiasmo fueron buenos para el alma y para cuerpo. Aquello fue útil en
su momento y valió la pena. Tuvo un sentido y un significado para mi vida. Pero eso no
significa que deba ser eterno. Y también vale lo contrario: eso pudo acabar, pero no
significa que no haya tenido un sentido en su momento.
Entonces acepté lo que Dios me pedía: ahora se trata simplemente de liberar el
corazón sin acumular el pasado en el interior, porque Dios y la vida necesitan ese lugar
disponible para la nueva vida que me quieren regalar.
Cada vez que algo se acaba en mi vida, he repetido esa frase hasta hacer la carne.
Y puedo asegurar que siempre que hice esa entrega sincera, ha comenzado a nacer
algo bueno que yo necesitaba para seguir creciendo.

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Cuando cumplí cuarenta años, hice una revisión de toda mi vida, de los sueños que
había cumplido y de los deseos que había podido realizar. Entonces descubrí muchas
cosas inútiles que había acumulado y muchos sueños innecesarios que me
entristecían.
De las cosas que había acumulado reconocí, por ejemplo: mucha ropa, muchos
papeles que no me servían, muchos libros de más, fotografías, objetos, discos. Nada
de eso era necesario. Y, sin embrago, yo me había preocupado y había desgastado
energía para conseguir todas esas cosas.
Es más, muchas de ellas no me permitieron vivir el presente. Por ejemplo, la
preocupación por tomar buenas fotos no me permitió detenerme a disfrutar de los
paisajes. Y esas fotos quedaron guardadas en un cajón y casi nunca me sirvieron para
disfrutar un buen momento.
Por eso ahora he renunciado a acumular fotografías, y prefiero detenerme a ante
los paisajes para guardarlos dentro. Hace varios años que viajo sin cámara de fotos.
Además, en lugar de preocuparme por conseguir discos o grabaciones, prefiero
guardar dentro de mí lo que puede regalarle mi espíritu cada melodía que escuche.
Y descubrí algo precioso: que es el secreto del arte. Para poder crear cosas nuevas
es necesario llenarse de estímulos interiores que luego terminan produciendo algo
bello. De lo contrario, sólo somos coleccionistas, pero no vivimos, y de nuestro vacío
no puede surgir ninguna reacción sublime. Para ello hay que saber “soltar”.
Aprender a soltar y renunciar a acumular, es vivir mejor. Cuando descubrí esto,
comencé a regalar cosas. Al principio, me costaba, hasta que empecé a sentir el dulce
hábito del desprendimiento, que pasó a formar parte de mí y de mis placeres: Dar.
Disfrutar de algo y regalarlo cuando descubro que pude hacer feliz a otro. No acumular
nada que no sea verdaderamente necesario para no terminar siendo poseído por las
cosas.
Y así, cumplir cuarenta años, reconocí también que muchas cosas, que ahora me
obsesiono por conseguir, en realidad no son necesarias. Poseer algo no es
indispensable para disfrutar.
He descubierto, por ejemplo, que mi sueño de comprar una casa en la montaña no
es necesario. Puedo sentir que la montaña es mía cada vez que voy allí de vacaciones,
sin la preocupación de mantener una casa. Soy más libre sin esa casa.
Ahora guardo dentro mi un paisaje sin tener que preocuparme por tomar una
fotografía. Conozco a alguien y disfruto de su presencia, aunque luego nunca más
pueda encontrarme esa persona. Eso es soltar.
Puedo asegurar que hay una libertad interior que se adquiere con el paso de los
años, si uno es capaz de reconocer las obsesiones que lo esclavizan inútilmente, y
sabe soltarlos a tiempo.

2. PRÁCTICAS PARA APRENDER A LIBERARSE

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Los orientales hablan de lo inútil de crear oleaje cuando no sopla el viento: como
cuando comemos desenfrenadamente o buscamos sexo para llenar con comida o con
sexo un vacío interior. Pero como la comida y el sexo no están para eso, se produce
una creciente insatisfacción y una triste obsesión.
A la persona desbocada, obsesionada por un placer, por ejemplo, en realidad ya no
es el placer lo que la motiva, sino la curiosidad por lo que no ha experimentado, la
expectativa de lograr algo que todavía no ha probado. Olvida que el ser humano “no
puede tenerlo todo” (Eclo 17,30). Lo único infinito es su deseo, por que fue creado para
el infinito divino. Las cosas, los cuerpos, los proyectos, no tienen esa dimensión infinita,
y por eso nunca son suficientes. Por algo el evangelio nos invita frecuentemente a
desprendernos de todo. Es un modo de decirnos que no nos dejemos engañar por las
cosas de este mundo. Solo la curiosidad sostiene las obsesiones, porque en el fondo la
curiosidad es preguntarse: “¿Y eso que yo no tengo pudiera darme la paz y la plenitud
que no consigo?”. Entonces luchará hasta que consiga saberlo. Y volverá a
defraudarse.
Es necesario convencerse de este engaño, verlo con claridad y reconocer lo de
frente, y luego tomar la decisión de liberarse de esa mentira. Cada vez que en nuestro
interior, se hace presente una insatisfacción o de tristeza, tendremos que preguntarnos
cuál es la obsesión interior – inventada por nosotros mismos- que está causando esa
insatisfacción nos está engañando.
El primer remedio a las insatisfacciones es tomar conciencia clara de lo que estoy
sintiendo. Por ejemplo: vanidad por que me rechazaron, tristeza por lo que quiero
gozar y no puedo, rencor por que me han despreciado, humillación por que pedí un
afecto que me negaron, frustración porque no logré lo que tanto deseaba.
Entonces me pregunto: “¿Vale la pena todo este sentimiento? ¿Es valioso y
saludable que yo lo alimente? ¿No será mejor para mí fomentar otro sentimiento que
me brinde la alegría, paz y libertad?”
De esta manera uno suelta la obsesión por su imagen, se libera de su orgullo
lastimado, suelta su vanidad tonta e inútil, o su afecto insatisfecho, y se entrega con
creatividad y entusiasmo a mejorar el mundo para los demás.
En realidad, esta toma de conciencia es el ejercicio más importante para aprender a
saltar y liberarse de los apegos y las obsesiones por poseer y dominar. Se trata de
detenerse a contemplar esos procesos mentales de los apegos, y de los sentimientos
que producen esos apegos. No para lamentarse, para juzgarse o despreciarse así
mismo. Sólo para descubrir lo que hay en nuestro interior y quitarle fuerzas:
Si las sensaciones son contempladas como burbujas que se inflan y se desinflan,
su conexión con la avidez o la aversión será más y más debilitada, hasta que
finalmente se quiebre esa atadura. Mediante esta práctica, el apego a gustos y
disgustos será reducido y, mediante esta práctica, un espacio interior será conquistado
para conseguir el crecimiento de virtudes y emociones más refinadas: para el amor
benevolente y la y la compasión, para el contento, la paciencia y la resistencia.

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Se trata sencillamente de percibir las sensaciones que nos atan, pero sin dar lugar
a un auto castigo, a la queja o al orgullo herido, que no nos sirven para liberarnos. Esa
sería una introversión enfermiza que hay que evitar. Aquí estamos hablando de una
detección en nuestro interior para reconocer serenamente lo que nos está dominando y
haciéndonos infelices, mientras nosotros creemos ingenuamente que eso nos da vida.
Es tomar conciencia de mis apegos y de las cosas que me estoy perdiendo a causa
de esos apegos; es advertir todo lo que la vida me ofrece y yo no puedo disfrutar por
culpa de ese apego; es reconocer el tiempo y las energías que gasto en tristezas y en
lamentos interiores, cuando hay tanto y tanto para vivir.
Esta conciencia se vive como una liberación, como una feliz claridad interior que
nos devuelve la libertad. Es bello contemplar cómo se desinflan nuestras esclavitudes
al contemplarla con valentía.
Esto implica tomar conciencia de todos los sentimientos que están unidos a un
apego: el miedo de perder algo, el temor de quedarme sin eso que me obsesiona, una
sensación de humillación o de baja autoestima, etc.
Ese sentimiento debe ser reconocido tal cual es, en todos sus detalles; debe ser
contemplado como quien mira algo desde fuera, hasta que uno perciba claramente lo
inútil que es alimentar ese sentimiento dañino. Entonces puede surgir la decisión libre
de renunciar a eso que nos entristece.
Además, uno puede ejercitarse para aprender a soltar rápidamente la vanidad, por
ejemplo haciéndose preguntas: “¿Es tan importante que me alaben o critiquen?
¿Acaso soy el centro del universo? ¿Acaso no pasará también esta humillación o este
fracaso como han pasado tantas otras cosas? ¿No es verdad que todo pasa?.” Y
puede repetir Todo pasa. Y esto también pasará, también a esto se lo llevará el
tiempo, pasará, pasará.
Nos hemos puesto la exigencia de ser aplaudidos, de poseer tanto dinero, de ser
amados por tal persona, de tener tal cosa. Nos hemos apegado a eso y no queremos
soltar ese proyecto. Esa exigencia es la causa de nuestros malestares. Pero no hay
ninguna obligación de seguir alimentando tal exigencia. Muchas personas son felices
sin eso. Entonces podemos imaginar nuestra vida feliz, serena y llena de fuerzas sin
esa exigencia que nos trastorna. Y hecharla lejos como si fuera una serpiente
venenosa.
Una cosa es tener lo necesario para vivir, y cuidarlo. Potra es comenzar a ser
poseídos por el deseo de los objetos, de dinero, de los títulos, de los afectos, de todo lo
que pueda ser acumulado. Eso es olvidar que el verdadero placer es fugaz, y que con
retener las cosas no logramos ser más felices. Eso que nos hizo felices ya pasó: Se
puede decir que la fugacidad es un distintivo de la espiritualidad. Mucha gente piensa
lo contrario: que lo espiritual es imperecedero. Pero cuanto más tiende una cosa a ser
permanente, mas tiende a carecer de vida.. Somos reconocidos por el hecho de que
nuestro rostro parece el mismo de un día a otro y la gente reconoce eso. Pero en
realidad el contenido del rostro, el agua, los carbonos, los elementos químicos y lo que
sea, están en continuo cambio. .. El cuerpo es en realidad muy intangible. No podemos
concretarlo, decae y todos envejecemos. Si nos aferramos al cuerpo nos frustraremos.
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Lo importante, es que el mundo material, el mundo de la naturaleza, es maravilloso
mientras no tratemos de apoyarnos en él, mientras no nos aferremos a él. Si no lo
hacemos podemos llegar a pasarlo bien.
Cuando uno no reconoce la fugacidad de las cosas y de los placeres, pierde su
dignidad y comienza a venderse y a arrastarse detrás de necesidades obsesivas. Hay
que reconocer ese engaño y soltar, simplemente soltar. Dejar ir, dejar pasar.
Por no soltar las cosas fugaces, nos exponemos a una larga infelicidad por que la
tendencia a buscar de una forma compulsiva los placeres pasajeros, es a menudo el
origen de frustraciones duraderas y considerables. Una persona al permanecer en los
brazos de su madre, habría alcanzado su placer, pero éste le había impedido
desarrollarse lo suficiente como para llegar a moverse por sí mismo y disfrutar de los
placeres que proporcionan la independencia y la autonomía física.
Propongo un ejercicio concreto:
a. Reconocer con claridad que algunas cosas me provocan tristeza por que no
son mías, por que no las poseso, por que no puedo aferrarlas. Reconocer que
el deseo insatisfecho enferma el corazón y arruina la existencia. Para ello, me
detengo a tomar conciencia de esas insatisfacciones que no vale la pena
alimentar. Hago una lista de esas cosas indispensables pero que pretenden
adueñarse de mi libertad.
b. Reconozco que la vida se sostiene sobre todo con los pequeños placeres que
tengo entre las manos. Hago una lista de esos placeres que tengo entre las
manos. Hago una lista de esos placeres posibles y cotidianos y doy gracias a
dios por ellos.
Pero cuando vemos algo bello, que no es nuestro, lo mejor es sonreír, vivir ese instante,
agradecer que exista esa criatura bella, agradecer haberla visto y con esa sonrisa decirle
adiós. Dejar que fluya, que pase, que siga su curso como una hoja arrastrada por la
corriente, como arroyos hundiéndose en la corriente del supremo olvido. No vale la pena
aferrarse a algo que pasa, que se acaba, que desaparecerá como desaparece todo.
Y luego de esta entrega podemos detenernos a disfrutar lo que la vida nos regale: el cielo
azul, la brisa, el verde, un té, el encuentro con un amigo, el trabajo, etc.
También las cosas que podemos conservar deben “soltarse, por que el pacer que nos
brindan ahora nunca es igual que antes: El gozo del amor del noviazgo es pasajero, y
debe dar lugar al gozo de la vida en pareja y luego debe dejar al gozo de un amor
asentado, fiel, realista. También el amor matrimonial que prometemos para toda la vida,
tiene esta nota de pasajero, por que hay que reinventarlo cada día, por que el amor de
pareja no conserva toda la vida las mismas características de los primeros tiempos, y está
llamado a una transformación.
Lo mismo sucede con la amistad: si nos aferramos a las experiencias pasadas,
sufriremos terriblemente cuando ya no podamos practicar deportes con nuestros amigos,
cuando ya no tengan el rostro juvenil de antes, etc. Hay que conservar solo la esencia
profunda de las cosas y dar paso a una nueva forma de amistad diciéndole “adiós” a lo
que ya pasó con una sonrisa.

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En ese adiós conscientemente hay que aflojar el cuerpo, soltarse, caminar ligero y
liberado durante unos minutos, respirando profundo, mirando el cielo y diciendo: “Es mejor
la libertad. No estoy hecho para la esclavitud”.
Cuando uno está pendiente de su yo y apegado a su imagen social, a veces
procura cumplir grandes proyectos para sentirse halagado por los demás. Ese el el peor
alimento que podamos buscar. El halago es un alimento que cada vez nos vuelve más
hambrientos y nos convierte en enemigos de todo lo que se nos oponga. Pero todavía nos
vuelve esclavos de esos enemigos, por que viviremos pendientes de ellos. Leamos esta
excelente explicación: Puedes empeorar las cosas poniéndote a buscar a otras personas
que te digan lo especial que eres para ellas e invirtiendo un montón de tiempo y de
energías en asegurarte que nunca van a cambiar esa imagen que tienen de ti. ¡Que forma
de vivir tan agotadora! De pronto el miedo hace acto de presencia en tu vida; miedo a que
se destruya tu imagen... Siéntete halagado, y en ese momento habrás perdido tu libertad,
por que en adelante no dejarás de esforzarte por conseguir que no cambien de opinión.
Temerás cometer errores, ser tú mismo, hacer ó decir cualquier cosa que pueda dañar
esa imagen... Si logras ver esto con claridad, te desaparecerán las ganas de ser especial
para nadie.
Y lo más terrible sucede cuando alguien nos critica o nos contradice, y entonces
sentimos que nos quitan esa buena imagen a la que estábamos tan apegados.
Hay un ejercicio útil para esos momentos en que uno se ha sentido humillado en
que uno se ha sentido humillado o despreciado, y tiene la tentación de bajar los brazos o
de aislarse del mundo, aferrado a su yo dolorido, dominado por el apego a la apariencia
social. Es emitir el sonido que hace un animal, y repetirlo muchas veces. Por ejemplo,
repetir “muuu”, como una vaca y mirarse a uno mismo repitiendo el mugido. Al hacerlo,
hay que dejar que brote una sonrisa, por lo ridículo que nos parece vernos mugiendo
como una vaca. Así soltamos nuestro yo, nuestra apariencia, nuestra vanidad, dejamos de
tomarnos tan en serio. Es importante dejar que brote una sonrisa, por lo ridículo que nos
parece vernos mugiendo como una vaca. Así soltamos nuestro yo, nuestra apariencia,
nuestra vanidad, dejamos de tomarnos tan en serio.
Es importante que brote esa sonrisa, y continuar repitiendo el mugido con esa
sonrisa en los labios, hasta que sintamos que la herida de nuestro orgullo está curada.
Nada de expresiones serias en el rostro como si fuéramos el centro del universo. Cuando
uno es capaz de salir de centro sabiendo que el mundo no esta girando a su alrededor,
entonces suelta su vanidad y sonríe, por que puede percibir la bella armonía del cosmos,
donde todo finalmente termina bien. Así uno se libera de un peso terrible: la obligación de
ser responsable del funcionamiento de todo el universo.
Está sonrisa, aunque todavía no nos sintamos alegres, puede introducirnos a aceptar la
alegría y puede ayudarnos a relativizar la tonta seriedad que provocan nuestras
insatisfacciones y apegos. Y será mejor todavía si logramos emitir una sonrisa o una
carcajada.
Podemos también croar como una rana, maumullar, rebuznar (eso sería muy bueno) o
imitar el sonido de un grillo, etc. Eso es libertad, por que es soltar el yo y su imagen ante
los demás.

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También puedo imaginar el infinito, la multitud de planetas y estrellas, el fantástico
universo ilimitado. Así me siento un pequeño punto en ese espacio sin confines. Cierro los
ojos y me alegro por tanta grandeza. Y me pregunto: ¿A caso es tan importante que yo
deba soltar eso? ¿Acaso el mundo debe estar a mi servicio?
Mas que soltar una cosa externa, se trata en definitiva de soltar la vanidad, la
dependencia, el lamento, males que habitan en el interior y que nosotros mismos
alimentamos.
¿Cuánto vale un atardecer, un momento de dialogo amable con un amigo, una fiesta
distendida, el gozo de poder trabajar o de hacer algo que me gusta, el contacto con la
naturaleza? Ciertamente, cualquiera de esas cosas vale mas que la obsesión por ser
aplaudido, elogiado; admirado, reconocido aprobado por los demás. Entonces, no te
pierdas este atardecer, este amigo, este momento, a causa de la queja interior por no ser
alabado, aplaudido, reconocido, por el veneno de la competencia y la vanidad que se han
convertido en un lamento profundo. Echa fuera ese lamento, decláralo tu enemigo,
recházalo como dueño de tu alma, suéltalo de una vez. Por que ¿de que le sirve al
hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? Y sonríe descubriendo lo tonto de retener
esa queja y lo bueno de hecharla fuera.
De este modo, uno puede quitarle importancia a su orgullo lastimado y logra soltar su yo
sobredimensionado.
Otras veces el problema son las cosas. Pero cuando tenemos el excesivo temor de
perder algo, en realidad no lo estamos valorando; solo nos estamos obsesionando con un
tipo de vida que queremos llevar como si fuera la única manera posible de vivir.
Por el hecho es que muchas personas pueden vivir y ser felices aunque no tienen ciertas
cosas que nosotros no queremos perder de ninguna manera. El miedo de perderlas, en
realidad hace que seamos más infelices que otras personas que saben vivir sin esas
cosas. Por lo tanto, hasta podemos decir que serpia mejor que no las tuviéramos.
Esto significa que cuando aprendemos a soltar algo, en realidad aprendemos a
disfrutarlo más. Por eso, soltar algo no significa despreciarlo, o dejar de disfrutarlo. Al
contrario, es aprender a gozarlo mejor, con libertad. Cuando nos angustia el temor de
perder algo, no hay nada peor que escapar de ese pensamiento. La angustia es un
llamado a ser más libres, a valorar más las cosas simples, a vivir con gran profundidad y
menos apegos.
Cuando nos altera o nos entristece el temor de perder algo, no hay nada peor que escapar
de ese pensamiento. La angustia es un llamado a ser más libres, a valorar más las cosas
simples, a vivir con más profundidad y menos apegos.
Cuando nos altera o nos entristece el temor de perder algo, lo mejor es enfrentar
ese temor, reconocerlo, y hacer el ejercicio de imaginar nuestra vida sin eso que tanto
tememos perder. Podemos imaginarnos a nosotros mismos libres y felices, reinventando
nuestra felicidad sin eso que nos obsesiona. Así comprobaremos con nuestra imaginación
que en realidad es mentira que no podamos vivir sin eso. Es mentira dañina y venenosa.
Este ejercicio puede provocarnos cierto vértigo, como si tuviéramos que saltar sobre
brasas ardientes. Pero es sumamente liberador.

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También esta la obsesión por el futuro. Hay personas que viven como si supieran que
pudiere suceder. No advierten que eso es una tontería completamente imposible, por que
en el universo hay innumerables, de cosas imprevistas, millones de elementos que pueden
cambiar las cosas imprevistas, millones de elementos que pueden cambiar las cosas y
terminar modificando la propia vida sin que nosotros podamos descubrir algo
anticipadamente. Nunca podremos tener todo bajo control. Por lo tanto, no vale la pena
proponérselo. Quisiéramos tener siempre la posibilidad de decidir nosotros mismos lo que
sucede, pero esa posibilidad no existe, por que la vida nos supera por todas partes.
Veamos algunos síntomas de actitudes enfermizas y egocéntricas donde no
queremos soltar controles:
Cuando nos obligamos a lograr un éxito tras otro, sin pausas. Cuando realizamos todo con
rapidez. Cuando nos dejamos tomar por deseos y propósitos demasiado grandes, que
luego no podemos lograr. Cuando estamos siempre compitiendo con otros. Cuando
hacemos las cosas para ser reconocidos y todos nuestros planes apuntan a lograr
reconocimiento.
En estos casos, necesitamos tenerlo todo bajo control, todo tiene que estar directamente
relacionado con nuestros propósitos. Pero no conviene aferrarse a poder elegir siempre,
por que es imposible, se trata sólo de hacer lo posible sin angustiarse, y dejar que la vida y
las circunstancias inevitables nos elijan, dejar que ocurra lo que tenga que suceder.
Algo nos parece malo, inconveniente, o lo sentimos como un fracaso, por que no
percibimos el sentido que tiene eso en la totalidad del universo y en el todo de nuestra
vida propia. Es mejor soltar esos controles.
También hay que dejarle a Dios el control sobre los demás y no pretender cambiar a
las personas como si fuéramos sus dueños. Si amamos a alguien lo primero es aceptarlo
así como es y dejarlo en libertad para pensar y actuar a su modo, con sus esquemas
personales, con inclinaciones y gustos diferentes. Mientras menos expectativas tengamos
sobre los demás, mientras menos deberían comportarse, más abiertos estaremos para
una relación auténticos. De otro modo, viviremos buscando marionetas que se dejen
manejar, o espejos donde podamos ver nuestros propios pensamientos y nuestros propios
gustos. Las personas solo son propiedad de Dios, que las ha creado libres. No están
hechas para girar a nuestro alrededor sometidas a nuestros controles.
Y si nos obsesionamos por caminar el mundo violento, nos haremos tan intolerantes,
que caeremos en la tentación de destruir violentamente: caeremos precisamente en la
violencia que queríamos combatir. Lo mismo sucede si nos obsesionamos por cambiarnos
a nosotros mismos y comenzamos a odiarnos, esforzándonos sobrehumanamente por
cambiar algo que todavía no podemos modificar. Pero cuando nos aceptamos
cariñosamente, así como somos, nos sentimos más fuertes para poder cambiar: Resulta
una interesante paradoja el que cuando paramos de hacer lo que no puede hacerse, nos
sentimos más felices y con más energía. Por eso en la actualidad se dice en psiquiatría, o
en la mayoría de las escuelas de psicoterapia, que es importante aceptarse a uno mismo
en lugar de estar en conflicto.
No conviene empecinarse en cambiar algo. Aunque lo deseemos, lo mejor es empezar por
aceptar que siga así. De ese modo, no se gastarán en el futuro las energías presentes. Y
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se producirá el mágico resultado: las energías estarán completamente disponibles para
vivir el hoy. Eso me permitirá vivir a pleno, aportar a lo mío, y así producir un dinamismo
de cambio y perfeccionamiento verdadero. Esto vale para situaciones desagradables que
llegan y que ya no podemos evitar: Perder el autobús es privilegio de cada uno. Pero
resulta mucho más divertido dejarse llevar por la danza y saber que eso es lo que nos
sucede, en lugar de agonizar sobre ese asunto. La vida es algo que simplemente va
sucediendo. Es fluir sin esfuerzo como el agua, o dejarse llevar por un río sin resistirse. Es
dejar caer el peso de la gravedad, pero sin derrumbarnos, sino fluyendo, como los
planetas alrededor del sol.
Esto no es un fatalismo, propio de algunas creencias. Creemos que Dios tiene algo
que ver con nuestra historia y puede cambiar las cosas. El vé todo y sabe lo que es mejor.
Él ve el universo y mi vida mucho mejor que yo mismo. Por eso la clave, esta en confiar en
sus santas manos el futuro que me preocupa, y dejar que suceda lo que yo no puedo
evitar. Entonces, haré con gusto y con ganas lo que tenga que hacer, pero sin apegarse
con angustia a los resultados.
En el fondo, el gran paso de la vida espiritual, consiste en llegar a relajar lo más
profundo del alma dándole a Dios el control de mi vida. Es dejar que él decida sobre el
futuro, reconociendo que nadie como él sabe lo que me conviene, por que él me hizo, y
por que solo él puede ver todo el arco de mi vida en la tierra. Yo normalmente fabrico una
máscara, me hago una idea de lo que debo ser para poder sobrevivir, pero alguna vez
tendré que dar el paso y aceptar ser que él tiene pensado para mí, lo que él sabe que yo
debo ser. Si lo descubro, podré entregarme con todo mi ser a una tarea o a una
experiencia, y luego podré dar gracias y soltarla, olvidándome de ella. Dios es la libertad.
Puede suceder que la imaginación nos atormente con recuerdos que vuelven y
vuelven, y de esa manera no nos permita soltar algo, no nos deje liberarnos del todo. Sea
que recordemos a una persona a la cual estamos apegados y se convierte en una
obsesión, sea que recordemos un hecho negativo, una agresión recibida, una mala
experiencia.
A veces recuperamos la paz interior, pero de repente ese recuerdo vuelve a dar
vueltas y vueltas por nuestro interior y volvemos a obsesionarnos. No podemos “soltar”
ese recuerdo. En este caso, por más que utilicemos ejercicios físicos y mentales para
relajarnos, nunca lo logramos del todo, por que la memoria nos atormenta. Veamos
entonces algunos ejercicios para “relajar la memoria”:
a. Lo primero es dejar de auto agredirnos, como si fuéramos culpables de
esos recuerdos que reaparecen. Es fundamental mantener la calma ante
esos recuerdos y contemplarlos como una parte de la realidad, como una
piedra o una nube.. mirarlos desde afuera. Están allí, simplemente son. Si
es el recuerdo de una persona deseada, esos recuerdos no son la
persona, sólo son una fantasía que me lleva a exagerar el valor el valor de
esa persona. Yo puedo vivir sin ella, y los recuerdos son como humo ó
vapor, no tienen nada que ofrecerme, si se trata de un recuerdo negativo,
esas imágenes que aparecen en mi mente no tienen el poder de repetir
esa historia o para devolverme lo que se acabó. Hay que dejar que esos

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recuerdos existan, lleguen y desaparezcan, como existe la brisa que corre,
o los pájaros que llegan o se van. Y mantener la calma y el interés en lo
que estábamos haciendo. Eso es más real y verdadero que los recuerdos
y las imágenes internas.
b. En segundo lugar, podemos serenarnos si entregamos a Dios eso que
recordamos y no nos sentimos responsables de hacer algo con lo que
recordamos. Sólo dejamos en las manos de Dios para que eso termine
bien y estemos protegidos, para que aquello que nos inquieta quede bajo
la bendición de Dios. Así ese recuerdo perderá peso y dejará de
obsesionarnos. Sucederá lo que sea mejor para mí, por que lo he confiado
en las manos de Dios y ahora él se encargará.
c. Podemos manejar la imaginación desenfrenada utilizando la misma
imaginación. Por ejemplo: imaginamos bien esa escena que recordamos y
precisamos qué es lo que nos molesta, imaginamos los rostros, los gestos
perturbadores, o imaginamos bien a esa persona que nos obsesiona.
Luego, con la misma imaginación colocamos esa escena o esa persona
dentro de un cuadro, y contemplamos como ese cuadro se aleja de
nosotros, se va elevando, las imágenes se van haciendo más y,las
pequeñas, hasta que vemos un punto en el cielo lejano. Finalmente ese
punto explota, se ve una pequeña luz, y unas cenizas insignificantes caen
y son arrastradas por el viento.
d. Otra posibilidad es escribir que tienen esos recuerdos que me hacen tanto
daño. Escribir detalladamente, expresar lo que hay en mi corazón. Luego
poner eso en las manos de Dios y decirle que le entregamos para siempre
esa preocupación para que todo termine como a él le parezca mejor.
Finalmente se puede quemar ese papel y decir “adiós”, tomar las cenizas,
arrojarlas al aire y volver a decir “adiós”.
Después de haber hecho estos ejercicios, es bueno hacer algo agradable. De este
modo, es posible experimentar una cierta libertad interior, como la sensación de un
poco de aire fresco en el rostro en un día de calor. También podemos premiarnos
realizando unos ejercicios de respiración profunda e imaginar que estamos en un
bote, bajo un suave sol, acariciados por la brisa, en un mar inmenso y
completamente calmo, libres, desprendidos de todo, sin atarnos ni esclavizarnos de
nada. Simplemente disfrutando el hecho de estar vivos.

3. MAS MOTIVACIONES PARA LA LIBERTAD INTERIOR


Las siguientes propuestas agregan nuevas motivaciones a las ya presentadas en los
ejercicios anteriores, ofreciendo nuevas perspectivas que nos estimulen a “soltar” nuestras
esclavitudes.
Soltar. Es el secreto de la felicidad para esta vida y también para la otra. Soltar, ser
libre, alcanzar la libertad de no estar atado a nada y de no ser esclavo de nada. Ni de
posesiones, ni de seguridades, ni de costumbres. No solo hay que soltar cosas o

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personas, si no también proyectos que no pudieron ser, estructuras mentales que nos
condicionan, y hasta la idea que tenemos de lo que es la felicidad (puedo ser feliz “de otra
manera”).
También hay que saber soltar los tiempos y la organización de la jornada. Sólo así se
hace posible “aflojar” de verdad las resistencias y tensiones. También hay que soltar los
mecanismos que usamos para desplazar a Dios. Refugios que nos permiten vivir al
margen de Dios, como sí así pudiéramos ser más libres.
Es cierto que es bueno ser vulnerable. Es parte de nuestra humanidad ser capaces de
necesitar otro y de pedir ayuda. Pero no es bueno convertirse en un miserable esclavo.
Tienes una inmensa dignidad, no te vendas por poco, no te arrastres indignadamente.
Eres imagen de Dios, Dios se refleja en ti, eres infinitamente amado por Dios, eres su hijo
y por ti el Hijo de Dios derramó su sangre preciosísima. No te revuelques en la basura por
un objeto, por un placer, por un afecto.
Todo apego y obsesión por algo o por alguien te hace infeliz, convéncete te hace
infeliz. Por que “pretender un apego sin infelicidad es algo así como buscar agua que no
sea húmeda. Jamás alguien ha encontrado la formula para conservar los objetos de los
propios apegos sin lucha, sin preocupación, sin temor, y sin caer, tarde o temprano,
derrotado” .
Por algo dice la Biblia: Maldito el que pone su confianza en un ser humano y pone su
apoyo en su carne... es como plantar un árbol en medio del salitral. (Jer 17,5)
Deteniéndome a llorar las cosas grandes que no puedo conseguir, estoy privando al
mundo de algo grande que si puede comenzar a nacer, aunque yo no lo vea, a partir de mi
apertura cotidiana y de mi disponibilidad ante la vida.
Cuando aparecen síntomas de una esclavitud, de un apego, de algo que no queremos
soltar – una tristeza, una melancolía, un corazón desganado- es bueno conversarlo con
Jesús y decirle:
Bien. Lo vamos a tomar en serio. Señor ¿qué tengo que soltar? ¿ A quien me estoy
aferrando? ¿qué quieres desarmar o cambiar en mí? ¿ Que es eso que yo no quiero
permitir que toques? ¿Qué tengo que entregar para ser fiel a mi dignidad?
Puedo descubrirlo: el problema es que cuesta aceptar el paso del tiempo, o algunas
cosas que ya no puedo hacer, o la posibilidad de que mis hijos se vayan y que ya no
pueda llevar el registro de sus vidas., o que no logre comprar aquella casa, o que se
muera mi perro. ¿Qué es lo que quiero soltar?
A veces son muchas cosas que hace mucho tiempo se acabaron, pero ya no las solté.
Nostalgias. Y por recordar ese pasado no descubro las maravillas que puedo iniciar ahora,
algo distinto, o algo nuevo que se me ofrece. Otra veces son cosas que yo presiento que
se están terminando y esa agonía me amarga el alma.
Entonces puedo decirle a Dios: Aquí estoy para empezar el camino. Sé que es un
llamado a la gloria, a crecer, a avanzar. Yo valgo más que esta obsesión. Tú me quieres
libre. Lo acepto. Es señal de que me estás tomando en serio. Vamos juntos. Dame tu
gracia para entregarte esto que me esclaviza y para descubrir a dónde me quieres llevar.

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Ayúdame a ver lo hermoso de este cambio, para que alcance la feliz madurez a la que
estoy llamado.
En el fondo, se trata de eliminar las condiciones que ponemos permanentemente para
ser felices, eso es que se expresa cuando usamos la palabra “si”. Por ejemplo: “Si tal
persona me ama entonces podré feliz”, “Si me libero de este problema, entonces
alcanzaré la paz”
Siempre hay una condición, por que siempre habrá algo que nos falte o algo que nos
moleste. Siempre nos apegamos a algo y nos convencemos de que a causa de eso no
podemos ser felices. De esa manera, en el fondo, vendemos miserablemente nuestra
felicidad.
Pero no tiene por que ser así. Muchos pueden ser felices y sentirse muy dignos con
esa carencia y con ese problema, y con muchas carencias y problemas más. Por que su
interior se ha desapegado y se ha simplificado, por que advierte que la vida es sagrada y
vale más que eso que les falta o les preocupa. Por eso pueden “soltar” eso y vivir muchos
momentos de paz y de felicidad. No venden su felicidad.
Pero el “si” es cuando decidimos esto: “Si cumplo todos mis proyectos seré feliz”. Eso
es imposible; por lo tanto nunca podrás ser feliz, ya que nadie puede lograr todos los
proyectos que pueden aparecer en la mente y en el corazón. Solo es posible lograr
algunos, y siempre parcialmente. Pero siempre será cierto que tu ser y tu vida valen más
que todo eso.
No significa que tengas que renunciar inmediatamente a todos tus deseos, pero es la
clave de que reconozcas que esos deseos son fuente de muchos sufrimientos y de
muchas insatisfacciones, y entonces podrás preguntarte si vale la pena darles tanta
importancia y permitirles que arruinen tu vida. Si reconoces el mal que te causan, quizás te
dediques a vivir con más dignidad el presente y a entregarte a él, aunque no sea perfecto.
Es imperfecto y limitado, pero es real y tiene su belleza.
Pero si te dejas dominar por los deseos y sigues poniendo condiciones para ser feliz
quedarán pocos, muy pocos momentos de felicidad y de paz en tu vida. Entonces
reducirás tu sagrada vida a un puñado de instantes. Es tu elección.
No olvides esto: Hemos sido creados por Dios con una inclinación a la felicidad, al
amor y a la perfección celestial. Y en el fondo, cuando nos obsesionamos con algo, es por
que pretendemos asociar con eso los deseos más profundos, que solo se sacian en el
encuentro pleno y definitivo con Dios. El deseo humano es insaciable, “por que se trata de
cubrir necesidades reales con objetos, si no apetencias oceánicas con objetos simbólicos ”
.
Cuando nos obsesionamos con un amor o con una amistad, estamos confundiendo
ese amor con el amor divino, para el cual estamos hechos. Por eso le pedimos más y más.
Le pedimos a una criatura lo que no nos puede dar, y no queremos soltarla: se trata de un
fenómeno desconcertante, éste de la adicción, que polariza irracionalmente las energías
psíquicas de un sujeto en torno a una nada, en detrimento de sus intereses más serios y
más sólidos. Ello es indicio de que el ser humano no es un ser viviente solo práctico, sino
que demás y con igual intensidad busca algo ideal o sobre humano. El objeto deseado,

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por modesto que en sí sea, es un símbolo de algo superior... Y esto, cuanto más se
consigue, más se desea, pues experimenta a la vez el gusto de obtenerlo y el disgusto de
comprobar que nunca basta.
Pero vivimos en el mundo de la imagen mediática, de las sensaciones vendidas, de la
publicidad. Cuando los poderes económicos quieren vender, acuden a todo tipo de
recursos para que nos sintamos necesitados y se nos haga indispensable poseer lo que
ellos tienen para vender.
La publicidad suele tocar nuestras necesidades de afecto, de placer, de sexo, de
poder, de reconocimiento social, de aprobación, etc. De ese modo, escarbando en
nuestras heridas, nos ofrece algún producto que supuestamente resolverá nuestras
necesidades profundas. Y aunque no logre que compremos el producto, frecuentemente
consigue exacerbar nuestras necesidades ocultas y dejarnos insatisfechos, esclavos de lo
que no poseemos, tristes.
Frecuentemente, las necesidades insatisfechas se depositan en el cuerpo humano, en
el placer que pueda brindar, en el vértigo del sexo, en la íntima delicadeza o en el cariño
que pueda expresar ese cuerpo. Pero los cuerpos prometen mucho más de lo que pueden
dar. Y en nuestra imaginación creemos encontrar en ellos algo que no poseen. Por eso,
suele suceder que un cuerpo atractivo, cuando es poseído, deja de ser suficiente, ya no
satisface, ya no basta. Además, los gustos de las personas que se obsesionan con los
cuerpos suelen variar: en una época les atraen las rubias, en otra época necesitan a una
morena, en un momento se exaltan ante un cuerpo delicado y elegante, y en otra época
desean un cuerpo voluminoso y sensual. Y cuando alguien le pide a los cuerpos la
satisfacción de todas las necesidades interiores, termina utilizando a los demás para
después descartarlos como basura, ó cayendo en todo tipo de depravaciones para saciar
lo que no puede ser satisfecho de esa manera. La insatisfacción sigue estando allí, cada
vez más dolorosa.
Nuestra imaginación, además del engaño de la ropa, de los perfumes y de la
seducción, logra engañarnos del tal manera, que nos convencemos íntimamente de que
sólo un cuerpo determinado nos podrá dar todo lo que necesitamos. Y corremos
ingenuamente detrás de ese fatal engaño. Es necesario desprenderse de ese engaño,
soltarlo, liberase con coraje.
Por eso, cuando alguien me resulta cautivante hasta el punto que todos los demás se
vuelven opacos a su lado, y sufro por que esa persona no puede ser totalmente mía, he de
reconocer que se trata de un auto engaño más, de algo que yo he creado y agrandado
con mi imaginación, y con el estimulo de películas, canciones, fantasías; es algo que yo
estoy creando para darle más pasión a mi vida o para poder sobrevivir, pero que en
realidad no están grande ni es realmente indispensable.
Para liberarse de una obsesión por cualquier cosa, también se hace necesario ampliar
el mundo de intereses, procurar entusiasmarse con algo, y tomar contacto con personas
interesantes que no me atraigan por su cuerpo o por la satisfacción que puedan
brindarme, si no por su sabiduría, su entusiasmo, su capacidad de estimular al bien, a la
verdad, a la belleza. Al mismo tiempo, es importante estar atentos a valorar y gozar todas

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las cosas simples que la vida ofrece y cargarlas de esa energía y de esos sueños que
depositamos tontamente en lo que no tenemos.
Pero es imprescindible ser astutos, y reconocer cuales son las cosas concretas que
alimentan nuestro apegos. Si estamos apegados a una persona, entonces las cosas que
vemos, la música que escuchamos, una película o una escena de la televisión, nos llevan
a alimentar todavía más esa necesidad obsesiva. Por ejemplo, si escuchamos una canción
romántica, todas las emociones que esa canción despierta en nosotros se depositarán en
la persona que deseamos.
Pero si somos astutos, podemos llegar a reconocer ese engaño y descubrí que hay
otro tipo de canciones, de imágenes y de recursos variados que pueden ayudarnos a
debilitar esa obsesión que se ha apoderado de nosotros. Con creatividad e intuición
podemos advertir con más claridad los efectos que producen en nosotros las cosas que
vemos y que escuchamos, y orientarlas a nuestra felicidad real. Por ejemplo, hay
canciones que pueden motivarnos a ser generosos, a ser libres, a adorar a Dios, a servir a
los demás.
Igualmente, si estamos obsesionados con un afecto, en lugar de ver una película de
amor, o de leer una novela romántica, nos conviene ver películas o leer historias que nos
ayuden a salir de nosotros mismos para buscar el bien de los demás, y no tanto las que
alimenten nuestras necesidades insatisfechas.
Podemos buscar el éxito o la aprobación ajena para acariciar nuestro yo necesitado.
Pero también podamos tratar de ser fecundos y de producir algo bueno con el deseo de
hacer felices a los demás y de mejorar el mundo para los otros. En este caso, nuestros
esfuerzos no serán una obsesión para conseguir una satisfacción, si no la generosidad de
un corazón libre. Sólo ese amor puede producir relaciones humanas satisfactorias, donde
fortalecemos unos a otros.
Pero hay que estar atentos a un posible equívoco: no es sano pasar de la obsesión por
hacer algo bien – cuando tenemos la posibilidad de ser elogiados- a un desencanto
relativista- cuando lo que hacemos es rechazado o no es valorado-. Al ser rechazados o
criticados, tenemos la tentación de refugiarnos en una falsa indiferencia, en la apatía, en la
depresión, en la melancolía estéril. Eso en realidad es un orgullo herido que escapa del
dolor encerrándose en una cueva de resentimiento.
Ese aislamiento que siempre es dañino, ya que nuestro corazón ha sido creado para la
fraternidad, los vínculos, los lazos con los otros. Toda la realidad subsiste por las múltiples
relaciones que hay en el mundo. Por eso, hay que ser capaces de unir una santa y libre
indiferencia con el deseo de hacer algo bello y aportar lo mejor de nosotros, más allá de
los resultados. Soltar los apegos y desprenderse de las esclavitudes no significa perder el
entusiasmo ni dejar de luchar por conseguir cosas buenas y bellas.
Soltar es entregarse de lleno a una tarea con libertad interior, no por las caricias que
eso puede aportarle al orgullo. Lo hago por que reconozco la dignidad que dios me da y
no quiero desperdiciar los dones que el Dios de amor me ha regalado para mis hermanos.
Lo hago por que deseo responder a ese amor, y por eso soy capaz de ilusionarme con
algo nuevo para el bien de los demás.

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El que aprende a soltar el yo, experimenta una fecunda libertad, y entonces no
abandona el servicio y la entrega por las criticas o rechazos que reciba. Su capacidad de
ilusionarse y de entusiasmarse esta fundada en el amor generoso y en la realidad que se
quiere mejorare, no en su yo.
Además, si buscamos la aprobación de los demás a través de lo que podamos producir
o mostrar, las relaciones humanas serán siempre compradas, dependientes de un
producto externo, y entonces no serán satisfactorias. Serán una mezcla de amor y de odio.
Cuando no recibimos de los demás la aprobación y el reconocimiento que esperamos,
comenzamos a sentirlos como competidores y de alguna manera deseamos que les vaya
mal, rumiando nuestro rencor en la soledad y eso alienta la violencia.
O procuraremos cada vez más llamar la atención para que nos ignoren y terminaremos
molestándonos y arrastrándonos ante ellos, reclamando que nos tengan en cuenta. Soltar
los apegos que nos obsesionan es volver a casa, es dejar de vagar sin sentido, es
liberarse del desarraigo y apoyarse en el amor de Dios, que es más real que cualquier otro
amor. Por eso, aprender a soltar los apegos es un camino para liberarse del miedo al
fracaso de los que vivismo aferrados a cosas exteriores, a personas, a proyectos. Ese
miedo revela una de nuestras condiciones más penosas y profundas: la de no tener
sentido de pertenencia, un sitio donde sentirnos seguros, cuidados, protegidos y amados.
La raíz de los apegos sólo se cura aceptándose a sí mismo en encuentro con el amor
de Dios. Sólo ese amor incondicional otorga una firme seguridad interior. De otra manera,
buscaremos siempre con ansiedad y desesperación algo a que aferrarnos: la aprobación
de los demás, un pequeño grupo sectario, un éxito que nos haga sentir importantes, un
poder económico que despierte el respeto de los otros o que nos permita ser auto
suficientes y liberarnos de ellos, etc.
Cuando nos aferramos así a algo de esta tierra, siempre nos habita el temor de perder
esa seguridad. Por eso, lo que nosotros podamos lograr o producir jamás podrá darnos el
sentido de pertenencia que deseamos ardientemente. Cuanto más producimos, más nos
damos cuenta que el éxito y los resultados nunca nos pueden dar el sentido de estar en
un hogar.
En cambio, cuando nos sabemos aceptados por Dios, amados incondicionalmente,
comprendidos y esperados con paciencia, eso nos brinda la seguridad interna que
necesitamos.. entonces dejamos de mendigar seguridades y no necesitamos aferrarnos a
cosas y a personas. Al contrario, nos volvemos acogedores, generosos, desinteresados.
Los que han descendido al misterio profundo de sus corazones y han hallado el hogar
íntimo donde encuentran a su Señor, llegan al misterioso descubrimiento de que la
solidaridad es la otra cara de la moneda de la intimidad. Se hacen concientes de que la
intimidad del hogar de Dios incluye a todos. Empiezan a ver que el hogar que han
encontrado en su ser más íntimo es tan amplio que en él cabe toda la humanidad.
Aquí descubrimos cómo la actitud de “soltar” está muy ligada a la actitud de
“detenerse”. Por que cuando nos me detengo ante Dios de verdad y me dejo amar
serenamente por él, entonces si puedo ser libre, soltando las falsas seguridades que me
obsesionan y que he endiosado.

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Además, cuando verdaderamente nos detenemos ante Dios, descansamos en él y nos
dejamos sanar por su ternura, entonces nuestra mirada se transfigura y podemos
reconocer la nobleza del prójimo, el reflejo divino que habita en él, esa santa dignidad de
ser amado por Dios que tiene todo ser humano, pero sin la necesidad de poseerlo para
nosotros ni de tenerlo al servicio de nuestra vanidad.
Esta convicción interna hace que nos gocemos en la felicidad y en el éxito de los
demás y que nos preocupen de verdad sus necesidades, su dolor, su carencia. En nuestro
interior nos decimos a nosotros mismos: “No puede ser que alguien tan sagrado viva de
esa manera y no sea feliz. Tengo que ayudarlo”.
Así vemos de qué manera, cuando aprendemos a soltar a los demás comenzamos a
amarlos de verdad, y eso nos hace experimentar nuestra mayor nobleza interior. Al mismo
tiempo, cuando las personas, cuando las personas se sientan amadas por mí de esa
manera, con desapego, gratuidad y libertad, es posible que se atrevan a regalarme lo
mejor de su amistad.
Es muy sano advertir que, cuando los demás o las cosas no nos dan lo que les
pedimos, no nos están despreciando. Más bien nos están diciendo algo así: Yo no soy
Dios. Soy una criatura imperfecta. No me pidas lo que yo te puedo dar. Me asfixian tus
reclamos, por que siento que esperas más de mi m as de lo que yo puedo darte. Estas
hecho para Dios, sólo el te podrá saciar. Yo no. Yo no soy capaz de darte tanto.
Muchas veces dejamos de gozar de nuestra amistad con Jesús, por que queremos que
las cosas y las personas nos den lo que él solo nos puede dar. No queremos encontrar en
él ese amor. Nos empeñamos en encontrarlo en otros. Por eso ellos se escapan de
nosotros. No pueden darnos tanto.
En cambio el que aprende a soltar es mas apreciado por los demás, porque ellos se
sienten libres con nosotros, descubren que no los queremos esclavizar, exprimir, dominar,
absorber. El que suelta a los demás, los deja en libertad, hace feliz a los demás sin
necesitar demasiadas respuestas. Sólo pequeñas cosas le bastan: un momento de
compañía, una sonrisa, una broma.
Si nos habituamos a dar gracias a Dios por esas pequeñas experiencias de amor y de
encuentro, aprenderemos a valorarlas más y seremos sencillamente felices, sin necesidad
de que los demás nos den mucho más que eso.
Dando gracias, podemos poco a poco llegar a soltar los deseos demasiado grandes,
las esperanzas inmensas que hemos puesto en nuestra relación con los demás.
Los vacíos profundos y las insatisfacciones afectivas no se sanan cuando pretendemos
saciarnos en los brazos de un ser humano o en una compañía. Eso es pedirles
demasiado. Sólo se sanan si dejamos de centrarnos en nuestro vacío insatisfecho y
tomamos más contacto con la realidad. Entonces sí seremos capaces de amar con
libertad y encontraremos relaciones humanas satisfactorias y sanas. Y después de vivir
algo intensamente hay que soltar, hay que pasar a otra cosa, como diciendo: Sigamos
caminante, no nos detengamos en las tumbas.
Puede ser bueno, cuando Dios nos regala algo bello, decirle algo así desde el primer
momento:

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Te agradezco Señor esto que me regalas. Quiero disfrutarlo intensamente. Pero
quiero gozarlo en tu presencia. Y te lo entrego ya, para aceptar que se acabe cuando
deba terminar.
Es mejor no hacer “monumentos de nuestras experiencias más intensas, por que
entonces las matamos, las volvemos incercia y recuerdo fijo e inmutable. Los monumentos
deben reemplazarse por momentos. Momento es lo que se mueve, el río en acción.”
Esto vale para cualquier relación, cualquier trabajo, cualquier experiencia y también
para las experiencias religiosas. Hay que saber “soltar”, dejar partir y aceptar lo nuevo,
para que las cosas y las personas no nos hagan sufrir tanto cuando ya no pueden darnos
lo que antes nos daban. Y para abrirse a ese “algo más” que la vida siempre te ofrece.
Somos huéspedes en la tierra y en la vida, peregrinos que para caminar necesitan
estar ligeros de equipaje, sencillos, sorprendidos.
Hay una manera práctica de liberarse de algo que ya ha terminado o que no pudo ser:
Es ofrecerle a Dios un fracaso, una desilusión, el dolor de algo que ya no tenemos. Y
cuando hacemos una ofrenda de corazón, Dios nos bendice y nos abre hermosas puertas
para vivir un futuro mejor. Pero para hacerle a Dios una ofrenda hay que soltar eso que no
pudo ser. Si no se suelta de verdad, si no hay una verdadera renuncia, eso no es una
ofrenda. Por ejemplo: Yo puedo comprarle una rosa a la Virgen y cada vez que recuerdo
esa ofrenda me lamento por el gasto que hice. Entonces no es una ofrenda, por que yo a
esa rosa no la he soltado, la tengo agarrada en el alma.
Lo mismo sucede cuando ofrendamos el pasado: Si queda la tristeza en el alma es por
que eso no se ha soltado; por lo tanto no se le ha hecho esa ofrenda a Dios. Cuando algo
se termina puedes decir de la boca para afuera que se lo ofreces a Dios, pero en el
corazón no lo sueltas.
Si Dios merece que le ofrendemos la vida, en el martirio, cuando es necesario, también
merece algo menos: que liberemos para siempre de ese pasado que nos ata.
La señal de que se ha hecho una ofrenda sincera es una sensación de gran libertad,
una independencia de liberación interior, como respirar aire fresco luego de haber estado
mucho tiempo encerrado.
Suelta lo que ya fue, suelta todo, y camina con libertad. No te pierdas lo que queda del
camino, por que no se puede volver a tras. Mientras caminas, el camino que ya recorriste
ha desaparecido. No intentes volver. Sólo se puede avanzar. Eso es fascinante, si te
atreves.
El Señor tampoco desea que nos obsesionemos buscando la perfección. Por eso dice
la Biblia: “No quieras ser demasiado perfecto ni busques ser demasiado sabio” ¿Para que
destruirte? (Eclo 7,16).
Decidámonos también a “soltar” ese ideal de perfección que nos obsesiona y nos
enferma. Dios quiere que tratemos de crecer con empeño, pero con un corazón sereno y
sin angustias, con paciencia y calma, bajo su mirada de amor. Él sabe esperar esos
cambios profundos que sólo se van guardando poco a poco.

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El crecimiento bien planteado es también una manera positiva de “soltar”, por que es
dejar libres las potencialidades que Dios ha sembrado en nosotros. Es dejar correr y
desarrollarse cosas buenas que hay en nosotros. Eso sucede cuando nos aferramos a
esquemas, egoísmos, costumbres, comodidades y estructuras que nos limitan y nos
vuelven infecundos y estáticos.
Pero tú no tienes por qué ser perfecto en todo, ni hacerlo todo bien, ni hacerlo todo
ahora. Suelta ese falso ideal. Por que estas llamando a ser feliz en lo que haces, no a
destruirte haciendo cosas.
La base de todo cambio está en una serena aceptación de nosotros mismos, que nos
da la calma interior para descubrir los pequeños pasos que podemos dar sin destruirnos.
No conviene dar lugar a los reproches interiores que termina bloqueando todo posible
crecimiento. Por que no es cierto que si no cambias ese defecto, no sirves para nada.
Ese cambio puede ser importante, pero mientras no lo logres hay muchas cosas bellas
que puedes hacer.
Tampoco es cierto que nunca vayas a cambiar. El cambio llegará en el momento
justo... pero si te desprecias y te lastimas no te prepararas para recibirlo.
No alimentes lo que no te estimule. Lo que te convierta en un ser amargado y estéril no
vale la pena, aunque sea una doctrina moral muy respetable.
En realidad, sabemos que la primera causa de que algunas personas se destruyan
cada vez más así misas en vicios y malas acciones es la falta de amor así mismos, la
incapacidad para valorarse, aceptarse y perdonarse de verdad. Por eso, cuando alguien
nos rechaza, nos defr4audas o nos trata mal, eso suele despertar los peores monstruos
interiores. Quizá culpemos a los demás o a la vida, pero en el fondo eso es una máscara
para ocultar lo peor: En el fondo sentimos que si alguien nos deprecia es por que somos
desagradables, que si fracasamos es porque somos inútiles o débiles. Aunque no lo
reconozcamos delante de los demás, es lo que sentimos en el abismo del alma.
Cuando uno está resentido, lo que más hace es auto agredirse, y entonces,
comportándose mal, reafirma el odio a sí mismo. Por eso es tan importante mirarse así
mismos con el amor compasivo y paciente de Dios, perdonarse y liberarse de esos ideales
de perfección que provocan permanentes sentimientos de culpabilidad y de inferioridad.
Muchas personas, por no poder ser perfectas, optan por renunciar a todo crecimiento,
pero en el fondo viven despreciándose así mismas. Por eso no se sienten dignas de
disfrutar de nada y en lo profundo del alma optan por una vida de sufrimiento.
Te hago una pregunta: ¿Has pensado que quizás tengas que liberarte también de un
tremendo peso que has cargado sobre tus espaldas: la obligación de ser feliz? ¿No
estarás obsesionado por la obligación de no tener ningún sufrimiento?
Nadie te ha dicho que tienes la obligación de liberarte de todos los sufrimientos.
Puedes convivir con ellos. Dios nunca ha dicho que creer en él y amarlo produce una
felicidad ilimitada en esta vida, o que su amor nos evita todas las angustias y
preocupaciones.

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Trata de ser lo más feliz que puedas, pero si obsesionarte por la felicidad, por que ni
siquiera el Señor te liberará de todas las angustias de la vida.
A veces piensa así: Cuando solucione esto voy a ser feliz. Pero después te preocupa
otra cosa y ya no te alcanza eso que pretendías. Suelta ese ideal tonto de querer tenerlo
todo resuelto. Suelta ese ideal de vivir el cielo en la tierra. La tierra no es más que un
camino y en un camino hay de todo: gozo y apenas, placeres y dolores, éxitos y fracasos.
Por eso, recuerda lo que decían San Pablo: Me complazco en mis debilidades, en los
oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor
de Cristo; por que cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Cor 12,10)
Fíjate: San Pablo no se complacía ni se gloriaba en un bienestar que había alcanzado
gracias a Cristo, ni en la fortaleza física, los éxitos, el poder o los reconocimientos que
pudo alcanzar gracias a su fe. Al contrario, se gloriaba en las debilidades, privaciones y
angustias que vivía en unión con Cristo, por que así quedaba claro que era la fuerza del
Señor lo que sostenía todo, pasaba a ser una basura, con tal de ganar a Cristo y conocer
el poder de su resurrección (Flp 3,8.10).
Por lo tanto, trata de vivir en paz, con sencillez y normalidad, pero sin sentirte obligado
a liberarte pronto de todo dolor y de toda angustia. Vive sin pretender demostrar o
demostrarte que ser creyente resuelve todas las dificultades.
La felicidad es algo más que ese sentimiento sensible de bienestar que
experimentamos cuando todo funciona bien en nuestro cuerpo, en nuestro trabajo, en
nuestro mundo de relaciones, cuando hemos realizado nuestros sueños, etc. Eso es sólo
una especie de euforia emocional que suele durar muy poco tiempo. No es algo malo, y
hay que disfrutarlo sin culpas cuando lo tenemos. Pero si creemos que eso es la felicidad,
entonces viviremos escapando de cualquier dificultad y también huiremos de la realidad
para poder ser felices, obsesionados por ese ideal de imposible felicidad.
La verdadera felicidad, en su sentido más profundo, amplio y estable, es un estado de
armonía y de seguridad interior que puede mantenerse en medio de dificultades y dolores,
por que se acepta todo como parte del camino de la vida. Pero si uno se obsesiona con un
“modo” de felicidad, entonces se cierra a la vida y no puede ser feliz.
Cuando tengo una enfermedad o un dolor, no se trata de amar ese dolor, pero sí de
amarse a uno mismo con esa enfermedad o con ese dolor. Muchas veces, cuando
sufrimos, nos auto agredimos,. Como si nos culpáramos inconscientemente por esa
enfermedad o por ese dolor. Por eso, cuando estamos enfermos durante mucho tiempo,
se nos baja la autoestima, nos sentimos poca cosa.
Pero podemos amarnos también con una enfermedad, un dolor o un fracaso. También
podemos amar ese órgano enfermo y tratarlo siempre con delicadeza, por que es una
pequeña criatura inocente. En cualquier situación en que nos encontremos debemos
amarnos, por que necesitamos amor, y nuestra existencia tiene sentido aunque nos
amemos, aunque sea imperfecta Dios espera que nos amemos, aunque estemos
limitados, por que si nos negamos a amarnos, tampoco él puede hacernos experimentar
su amor.

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Entonces, hay que soltar del beber de alcanzar un bienestar total. Es imposible y no
tienes ninguna obligación de lograrlo. No dejes de ser digno por que no logres esa
felicidad total. Cuando uno se libera de ese peso de tener que se perfecto e ilimitado,
entonces uno se deja llevar, se suelta, se afloja y fluye con la gozosa corriente de la vida,
aceptando los limites.
Así, se ocupa creativamente de resolver sus problemas, pero sabiendo que no podrá
liberarse de nuevos desafíos: La suprema paz consiste en no aferrarse a nada, ni siquiera
a la paz sensible. En la medida en que aún se conserva la afición a una paz perceptible,
sólo se tienen, cuando mucho, algunos frutos de ella que bien pronto se consumen. Así,
en modo alguno poseemos el germen y la raíz de aquella paz, que se hallan en un querer
absolutamente despojado.
El paraíso está en ti y allí donde estás. No en otro lugar. No en otra circunstancia. Si no
lo encuentras ahora y allí donde estás, no lo encontrarás nunca aunque busques y
busques.
Grandes buscadores místicos al final han vuelto a casa, o se han quedado en un lugar
muy simple, sin necesidad de conocer nada más.
Dios te ha creado a su imagen, él se refleja en ti. Por lo tanto, precisamente en ti están
las semillas de una delirante hermosura, de miles de maravillas que ni siquiera imaginas.
Todo lo externo es un pálido reflejo y un signo de lo que Dios ha colocado en lo profundo
de tu propio ser. Pero por no soltar una obsesión no hallas ese paraíso que está en ti.
Cuando sueñas con un lugar o con una persona maravillosa que quisieras conocer, en
realidad el único valor de eso es que te ayuda a despertar el paraíso que habita dentro de
ti y allí donde estas.
Porque dios ha puesta en ti su vida, su luz infinita, su amor. Pero es un tesoro oculto y
cubierto de tierra que no alcanzas a ver, por que esperas encontrar algún día algo
maravilloso que nunca llega.
Nada de este mundo podrá hacerte feliz, ninguna persona y ningún lugar de esta tierra
tiene el poder de concederte la felicidad.
No te engañes. No lo necesitas. Suelta ese sueño inútil que sólo produce melancolía y
que no te permite extraer lo mejor de lo que tienes. Ese apego es una mentira, es causa
de sufrimientos, y te quita la libertad interior de vivir cada momento. Te cierra la mente y el
corazón y te permite ver sólo una parte de la realidad.
En cambio, el día que encuentras tu propio paraíso interior, las demás cosas te
parecerán más bellas todavía, las disfrutarás más, por que descubrirás en ellas reflejos de
Dios.
Los grandes sabios pueden experimentar ese paraíso en un desierto, en una cueva de
la montaña, en un lugar aparentemente monótono. No desean nada más. Eso ya es
mucho para ser felices.
Por que al reconocer su paraíso interior más sensibles para reconocer los detalles
bellos de cualquier lugar, el secreto misterio de cada espacio y de cada cosa. La realidad
es su hogar, su casa. La realidad es lo que les basta.

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De hecho, las cosas que nos obsesionan no son las cosas reales y objetivas que nos
rodean, si no las cosas imaginadas emocionalizadas, fantaseadas y convertidas en objeto
de deseo, de un resto de deseo infantil.
Por eso, casi todos los viajes que hacemos nos defraudan un poco. Ponemos en ellos
demasiado paraíso. Esperamos encontrar en un lugar que visitamos eso que deberíamos
encontrar en lo profundo de nuestro propio ser. Sólo allí podemos penetrar en el sentido
más profundo de la realidad. Por no entrar allí, nos quedamos en la superficie,
sintiéndonos vacíos, necesitando conocer algo, ansiando encontrar algo que nos dé un
sentido, algo que nos salve.
Cuando vamos a algún lugar esperando hallar allí el paraíso deseado, luego
experimentamos que ese lugar bello no es el cielo que soñábamos encontrar. Tiene que
llegar el día liberador en que sueltes ese ingenuo ideal de hallar el cielo en algún lugar, en
alguna persona, en alguna tarea, en alguna experiencia nueva.
Puede ser que lleguemos a creer que hemos encontrado en ese paraíso en alguna
cosa, pero ese sentimiento durará poco, la ilusión se desvanecerá y volveremos a estar
insatisfechos. Le pedimos demasiado a las cosas y a las personas, cuando en realidad lo
que más necesitamos, ese infinito, esa hermosura deseada, esta siempre, siempre al
alcance de nuestras manos. Está en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, en todas
partes.
Para los ojos del sabio, la realidad es el mejor lugar. También en medio de un tumulto,
en un trabajo agotador, o rodeado de ruidos, vive el altísimo silencio de Dios. Por que ha
hecho callar la voracidad, la codicia, la vanidad, y por lo tanto ha silenciado los miedos y
las tristezas. Ha encontrado el paraíso.

Oración contra los apegos y obsesiones


Dios mío, tú eres el importante. Tú, el infinito, que todo lo sostienes con tu gran
poder. Si tú te apartarás de mi, yo me esfumaría como el vapor.
Creo en ti, espero en ti, te amo. Solo tú mereces la adoración del corazón humano y
sólo ante ti debo postrarme. Sólo tú eres el Señor, glorioso, con una hermosura que ni
siquiera se puede imaginar.
Por eso, Señor no permitas que yo adore cualquier cosa como si fuera un dios, por
que ningún ser y nada de este mundo vale tanto.
Enséñame a descubrir mi dignidad, por que soy infinitamente amado por ti, para
que no me arrastre detrás de cosas de este mundo ni me convierta en esclavo de
posesiones ni de afectos. No permitas que las obsesiones me quiten la alegría.
Sana mis sentimientos de insatisfacción para que alcance una verdadera libertad
interior. Enséñame a gozar de las cosas buenas sin necesidad de poseerlas o de
aferrarme a ellas.

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Te reconozco a ti como mi único dueño, el único Señor de mi vida. No permitas que
pierda la serenidad cuando algo se acabe; no dejes que me llene de angustias por temor a
perder algo.
Sólo abandonándome a ti podré sanar mis angustias, sabiendo que nada es
absoluto. Solo tú.
Señor mío, dame un corazón humilde y libre, que no esté atado a las vanidades,
reconocimientos, aplausos. Dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero
dejándote a ti la gloria y el honor.
Derrama en mí tu gracia para que pueda vivir desprendido de los frutos de mis
esfuerzos, para que en mi trabajo busque sobre todo tu gloria, sin obsesionarme
esperando determinados resultados.
Dame ese desprendimiento Señor, libérame del orgullo, para que pueda trabajar
intensamente, pero con la santa paz y la inmensa felicidad de un corazón desprendido.
Te entrego todos mis deseos, todos mis sueños, todas mis necesidades. Coma mi
interior insatisfecho como tú quieras. Ya no quiero empecinarme en lograr la felicidad a mi
modo y prefiero confiar en tu amor, que me dará lo que necesito de la manera más
conveniente.
Te entrego, Señor, todo lo que tengo y todo lo que estoy viviendo. Te doy gracias
por lo que me estás regalando y lo disfruto con gozo. Te lo entrego todo para que acabe
cuando tenga que acabar.
Y te proclamo a ti, Jesús, como único Señor y dueño de todas mis cosas, de todo lo
que vivo, de todo lo que soy y de todo mi futuro. Me darás la felicidad que necesito, por
que confío en tu amor.
Amén.

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