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Fuerzas Armadas y Derechos Humanos: su papel en la función

de seguridad ciudadana
Módulo 3: Los derechos humanos que pueden resultar
comprometidos en la función de seguridad ciudadana
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El derecho al reconocimiento de la personalidad jurídica

El artículo 3 de la Convención Americana establece que toda persona tiene derecho al reconocimiento de
su personalidad jurídica.

El contenido jurídico propio de este derecho consiste en que a toda persona, sin discriminación
o exclusión alguna, se le reconozca en cualquier parte como sujeto de derechos humanos y
obligaciones.

En el Caso Ticona Estrada y otros Vs. Bolivia, la Corte Interamericana indicó que la violación de
aquel reconocimiento conlleva a desconocer en términos absolutos la posibilidad de ser titular
de esos derechos y deberes.

En otras palabras, la vulneración del derecho bajo estudio implica que el victimario (que puede
ser un agente del Estado o un particular) no visualiza a su víctima como una persona o no la
reconoce como tal y por ello, cualquier dolor, sufrimiento o angustia que le provoque, por más
cruel que sea, no le interesará o conmoverá, pues no la ve como un ser humano o como un igual;
por el contrario, el responsable o el perpetrador de las violaciones a los derechos humanos o las
atrocidades (como las torturas, las masacres, las desapariciones forzadas, etc.,) puede argumentar
que es necesario ejercer un poder destructivo sobre su víctima porque ésta no le inspira respeto,
ya que no la reconoce como un igual y hasta podría justificar el dolor o el sufrimiento causado o
que le pretende provocar; esta situación se agudiza si un Estado nacional auspicia un contexto de
impunidad para las violaciones a los derechos humanos. El respeto del derecho al reconocimiento
de la personalidad jurídica es esencial para el ejercicio de los demás derechos humanos, dado
que es indispensable visualizar o reconocer a la persona como titular de derechos humanos o
admitir que es un igual y que merece respeto por el sólo hecho de ser persona.

Fuentes de consulta

Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 27 de noviembre de 2008, párrafo 69.


Fuerzas Armadas y Derechos Humanos: su papel en la función
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Módulo 3: Los derechos humanos que pueden resultar
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El derecho a la vida

El artículo 4 de la Convención Americana dispone que:

1. Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho


estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la
concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente.

2. En los países que no han abolido la pena de muerte, ésta sólo


podrá imponerse por los delitos más graves, en cumplimiento de
sentencia ejecutoriada de tribunal competente y de conformidad
con una ley que establezca tal pena, dictada con anterioridad a la
comisión del delito. Tampoco se extenderá su aplicación a delitos a
los cuales no se la aplique actualmente.

3. No se restablecerá la pena de muerte en los Estados que la han


abolido.

4. En ningún caso se puede aplicar la pena de muerte por delitos


políticos ni comunes conexos con los políticos.

5. No se impondrá la pena de muerte a personas que, en el


momento de la comisión del delito, tuvieren menos de dieciocho
años de edad o más de setenta, ni se le aplicará a las mujeres en
estado de gravidez.

6. Toda persona condenada a muerte tiene derecho a solicitar la


amnistía, el indulto o la conmutación de la pena, los cuales podrán
ser concedidos en todos los casos. No se puede aplicar la pena
de muerte mientras la solicitud esté pendiente de decisión ante
autoridad competente.

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Como se ha comentado en los temas precedentes, el Estado, en el ámbito de la seguridad ciudadana, debe
proteger la vida de todas las personas bajo su jurisdicción e impedir la privación arbitraria de la vida o las
masacres por actos de sus agentes o de particulares. El derecho a la vida puede resultar afectado o violado
cuando el Estado no adopta medidas de protección frente a particulares que amenazan o desean vulnerar
el derecho a la vida de la población, o de ciertas personas, como sindicalistas, defensoras y defensores
civiles de derechos humanos, disidentes políticos, etc., o cuando sus agentes (tanto de la Policía como de
las Fuerzas Armadas) usan la fuerza letal o las armas de fuego al margen de los parámetros establecidos
por las normas internacionales sobre el empleo de la fuerza.

Se reitera que los Estados tienen la obligación de prevenir, investigar y sancionar los atentados contra la
vida, independientemente si los autores o partícipes son agentes estatales o particulares. Respecto a la
privación arbitraria de la vida, se ha observado en América Latina dicha práctica por algunos Estados; en
Colombia, por ejemplo, el caso de “los falsos positivos” o las masacres atribuidas a ciertos integrantes de las
Fuerzas Armadas o Militares, en el marco del conflicto armado interno, en el periodo comprendido entre el
año 2000 y 2010, le ha generado a dicho país una responsabilidad internacional, pues sus Fuerzas Armadas
utilizaron la fuerza letal fuera de los parámetros determinados por el Derecho Internacional Humanitario,
ya que dirigieron su capacidad de fuego contra la población civil, en específico contra personas en
situación de vulnerabilidad (jóvenes pobres o que padecían esquizofrenia, o vivían en situación de calle),
para demostrar que estaban dando resultados en el contexto del conflicto armado interno, toda vez que
los vestían de combatientes o guerrilleros después de muertos, ejecutados o dados de baja. Los agentes u
oficiales de bajo rango han sido juzgados, en los casos que han sido denunciados, pero por la naturaleza
y frecuencia de los crímenes cometidos, se asume que no podían pasar desapercibidos por la cadena de
mando o sus superiores. Un factor determinante del surgimiento de “los falsos positivos” fue la creación
de incentivos para que el personal táctico (el que opera en el terreno) acreditara su éxito con el uso de la
fuerza letal o más exactamente, con las bajas del enemigo. En efecto, en noviembre de 2005, el Ministerio
de Defensa de Colombia expidió la Directiva 29, cuyas normas establecieron recompensas con fuertes
sumas de dinero por la muerte de miembros de la guerrilla. Por lo que se refiere a las víctimas indirectas
o los familiares de las víctimas directas o de las personas privadas arbitrariamente de la vida, cabe señalar
que a pesar de ser titulares de los derechos humanos a la justicia, a la verdad y a la reparación, no pueden
ejercerlos sin temor o terror, ya que han sido amenazadas de muerte tanto por algunos integrantes de las
Fuerzas Armadas como por paramilitares (es decir, por miembros de grupos armados no estatales que han
llenado “los vacíos de poder” dejados por la desmovilización del grupo guerrillero denominado “Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia”, a raíz de la firma de los acuerdos de paz con el gobierno de ese
país ocurrida a finales de 2016 (CCEEU,2017).

El uso de la fuerza letal o de las armas de fuego por parte de integrantes o agentes de las Fuerzas Armadas,
en el marco de la función de seguridad ciudadana, es legal o constituye un acto lícito si se considera como
último recurso o una medida extrema para defender la vida de las personas frente a la violencia criminal
de la delincuencia organizada o común. En el informe mencionado, la Comisión Interamericana indica
que el empleo de las armas de fuego o de la fuerza letal por parte de agentes de las Fuerzas Armadas o
de la Policía, es un acto o una decisión legal si el objetivo consiste en protegerse o en proteger a terceras
personas (víctimas y testigos) contra un peligro inminente de muerte o lesiones graves. Los Estados, en
situaciones de peligro, riesgo o amenaza de muerte para sus agentes y terceras personas (particulares,
como víctimas o testigos de la conducta ilícita o punible), tienen la facultad de utilizar la fuerza letal o las
armas de fuego aunque ello implique la privación de la vida de la persona agresora, dado que no sería un
acto arbitrario o ilegal por existir una agresión o resistencia letal en perjuicio de sus agentes. (CCEEU,2017).

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La Comisión Interamericana, en el informe antes aludido, recomienda a los Estados que sus agentes
reciban adiestramiento o capacitación sobre un modelo de uso progresivo y diferenciado de la fuerza, para
utilizar en primer lugar, si la situación lo permite, medios no letales (disuasivos o persuasivos) para suprimir
el riesgo hacia los derechos humanos que deben protegerse en el marco de la seguridad ciudadana. El
recurso a la fuerza letal o el uso de las armas de fuego será legal si los medios no letales (disuasivos o
persuasivos) o el empleo de la fuerza física resultan ineficaces para contrarrestar o neutralizar el peligro
hacia los agentes estatales o terceras personas o para detener en flagrancia a la persona que se le atribuye
una conducta ilícita o punible. (CCEEU,2017).

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Fuentes de consulta

“Falsos positivos” en Colombia y el papel de la asistencia militar de Estados Unidos, 2000-2010, Movimiento de
Reconciliación (FOR) y la Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos (CCEEU), Bogotá, 2014, pp. 23 y ss. Texto
recuperado el 24 de enero de 2017 en la página web www.colectivodeabogados.org/IMG/pdf/1_inform.pdf, y El rol de
los altos mandos en falsos positivos. Evidencias de responsabilidad de generales y coroneles del Ejército colombiano
por ejecuciones de civiles, Human Rights Watch, Estados Unidos de América, 2015, pp. 35 y ss. Texto recuperado el 24 de
enero de 2017 en la página web www.verdadabierta.com/.../1236-informe-de-hrw-sobre-el-rol-de-los-comandantes-
de...

Organización de los Estados Americanos, Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Informe sobre Seguridad
Ciudadana y Derechos Humanos, Washington, 31 de diciembre de 2009.

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El derecho a la integridad personal

En el articulo 5 de la Convención Americana se establece lo siguiente:

Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y


moral.

Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos


o degradantes. Toda persona privada de libertad será tratada con el respeto
debido a la dignidad inherente al ser humano.

La pena no puede trascender de la persona del delincuente.

Los procesados deben estar separados de los condenados, salvo en


circunstancias excepcionales, y serán sometidos a un tratamiento adecuado
a su condición de personas no condenadas.

Cuando los menores puedan ser procesados, deben ser separados de los
adultos y llevados ante tribunales especializados, con la mayor celeridad
posible, para su tratamiento.

Las penas privativas de la libertad tendrán como finalidad esencial la reforma


y la readaptación social de los condenados.
El derecho a la integridad personal, entendido como la facultad de todas las personas a no ser sometidas a
ningún acto de degradación, humillación o a no ser sometidas a torturas u otros tratos crueles, inhumanos
o degradantes, siempre debe ser protegido por el Estado y puede ser analizado desde dos perspectivas:
primero, desde la violencia causada a las víctimas por la delincuencia organizada o común o por particulares
y segundo, a partir de las acciones u omisiones de agentes del Estado que violan ese derecho como torturas,
tratos crueles, inhumanos o degradantes, o el uso ilegítimo de la fuerza no letal.

Frente a la violencia que particulares pueden ejercer en contra del derecho a la integridad personal, el
Estado mexicano debe proteger este derecho a todas las personas que se encuentren en su jurisdicción.
La Comisión Interamericana, en el informe antes mencionado, subraya que el Estado debe prevenir la
violencia hacia las mujeres, niñas y niños, personas mayores, etc., y sostiene que en la región (es decir, en
América Latina) la violación del derecho a la integridad personal no sólo puede atribuirse a la delincuencia
organizada o común, sino también a particulares en el ámbito doméstico, por lo que las acciones en materia
de educación para la paz resultan esenciales para suprimir la idea de superioridad que existe en algunas
personas, pues ésta constituye, como se sabe, el punto de partida del comportamiento violento. Respecto
a los hechos de violencia ejecutados en perjuicio de las mujeres, niñas y niños, personas adultas mayores,
etc., la Comisión Interamericana hace notar que el Estado debe investigarlos con la debida diligencia y
sancionar a los autores y partícipes, independientemente si son sus agentes o particulares.

En cuanto a los casos de tortura, tratos crueles, inhumanos o degradantes, el artículo 6 de la Convención
Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura dispone que:

[…] los Estados partes tomarán medidas efectivas para prevenir y


sancionar la tortura en el ámbito de su jurisdicción. Los Estados Partes se
asegurarán de que todos los actos de tortura y los intentos de cometer
tales actos constituyan delitos conforme a su derecho penal, estableciendo
para castigarlos sanciones severas que tengan en cuenta su gravedad.
Igualmente, los Estados partes tomarán medidas efectivas para prevenir y
sancionar, además, otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes
en el ámbito de su jurisdicción.

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Por su parte, el artículo 8 de esta Convención indica que toda persona que denuncie haber sido sometida a
tortura, tiene el derecho a que su caso sea analizado de manera objetiva e imparcial y que las autoridades
competentes, como un Agente del Ministerio Público, inicien de oficio la investigación respectiva.

La Corte Interamericana, al estudiar diversos casos sometidos a su conocimiento, ha sostenido que:

La tortura y las penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes


están estrictamente prohibidos por el Derecho Internacional de
los Derechos Humanos. La prohibición absoluta de la tortura, tanto
física como psicológica, pertenece hoy día al dominio del jus cogens
internacional. La Corte ha entendido que se está frente a un acto
constitutivo de tortura cuando el maltrato sea:

a) intencional;
b) cause severos sufrimientos físicos o mentales, y
c) se cometa con cualquier fin o propósito, entre ellos, la
investigación de delitos. (Caso Bayarri Vs. Argentina, 2008)

Para prevenir los casos de tortura, tratos crueles, inhumanos o degradantes, es especialmente relevante
que los integrantes de las Fuerzas Armadas que intervienen en tareas de seguridad ciudadana de manera
subordinada y complementaria en auxilio de las autoridades civiles y la propia Policía, reciban capacitación
para el buen trato de las personas detenidas o bajo su custodia, y sobre el uso legítimo de la fuerza. (Artículo
10, Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de Naciones
Unidas)

Sobre la utilización de la fuerza no letal por parte de agentes estatales o integrantes de las Fuerzas
Armadas, los Estados tienen la obligación de establecer, mediante normas de observancia general, que las
intervenciones de dichos agentes o servidores públicos tendrán como objetivo defender a las personas
frente a la violencia criminal proveniente de la delincuencia organizada o común y que los medios o
recursos de fuerza se regirán por los principios de moderación, proporcionalidad y progresividad.

El Estado mexicano implementó esta perspectiva de la Comisión Interamericana en el Manual del Uso de
la Fuerza, de aplicación común a las tres Fuerzas Armadas, publicado en el Diario Oficial de la Federación el
30 de mayo de 2014, el cual se encuentra superado por la Ley Nacional sobre el Uso de la Fuerza, publicada
en el Diario Oficial de la Federación el 27 de mayo de 2019.

El Estado debe proporcionar a los agentes estatales o integrantes de las Fuerzas Armadas, que utilicen
la fuerza o armas de fuego, orientación o atención sicológica para que puedan sobrellevar las tensiones
propias del servicio o el estrés que provoca el hecho de defender a las personas frente al delito, en el
contexto de la seguridad ciudadana, con el fin de prevenir el uso excesivo o innecesario de la fuerza no
letal y evitar con dicha medida un abuso o violación al derecho a la integridad personal.

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Fuentes de consulta

Caso Bayarri Vs. Argentina, (2008), Sentencia del 30 de octubre, Serie C No. 187, párrafo 88.

Nciones Unidas, Artículo 10 de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes de Naciones Unidas.

Naciones Unidas, (1990). Principio 21 de los Principios Básicos de Naciones Unidas sobre el Empleo de la Fuerza y
Armas de Fuego por Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir la Ley. Octavo Congreso de las Naciones Unidas
sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en La Habana, Cuba, del 27 de agosto al 7 de
septiembre de 1990.

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El derecho a libertad y a la seguridad personales

El artículo 7 de la Convención Americana dispone que:

Toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad personales

Nadie puede ser privado de su libertad física, salvo por las causas y en las condiciones fijadas
de antemano por las Constituciones Políticas de los Estados partes o por las leyes dictadas
conforme a ellas.

Nadie puede ser sometido a detención o encarcelamiento arbitrarios.

Toda persona detenida o retenida debe ser informada de las razones de su detención y
notificada, sin demora, del cargo o cargos formulados contra ella.

Toda persona detenida o retenida debe ser llevada, sin demora, ante un juez u otro funcionario
autorizado por la ley para ejercer funciones judiciales y tendrá derecho a ser juzgada dentro
de un plazo razonable o a ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proceso. Su
libertad podrá estar condicionada a garantías que aseguren su comparecencia en el juicio.

Toda persona privada de libertad tiene derecho a recurrir ante un juez o tribunal competente,
a fin de que éste decida, sin demora, sobre la legalidad de su arresto o detención y ordene su
libertad si el arresto o la detención fueran ilegales. En los Estados partes cuyas leyes prevén que
toda persona que se viera amenazada de ser privada de su libertad tiene derecho a recurrir a
un juez o tribunal competente a fin de que éste decida sobre la legalidad de tal amenaza, dicho
recurso no puede ser restringido ni abolido. Los recursos podrán interponerse por sí o por otra
persona.

Nadie será detenido por deudas. Este principio no limita los mandatos de autoridad judicial
competente dictados por incumplimientos de deberes alimentarios.
El derecho a la libertad personal, entendido como la libertad física o de movimiento físico y específicamente
como la facultad de toda persona a no ser sometida a detenciones ilegales o arbitrarias, y el derecho a la
seguridad personal, entendido como la facultad de todas las personas a no ser sometidas a perturbaciones
que restrinjan o limiten su libertad más allá de lo razonable, han de ser protegidos por el Estado en cualquier
circunstancia, aunque se admite que, en ciertos casos, la libertad personal puede ser restringida o limitada,
ya que no es un derecho humano absoluto. La Corte Interamericana le ha dado a la libertad personal un
alcance más amplio, pues la ha vinculado o asociado con la autodeterminación personal.

Efectivamente, en el párrafo 52 del Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez Vs. Ecuador, Sentencia de 21 de
noviembre de 2007, la Corte Interamericana sostuvo que:

“En sentido amplio la libertad sería la capacidad de hacer y no hacer todo lo que esté lícitamente
permitido.

En otras palabras, constituye el derecho de toda persona de organizar, con arreglo a la ley, su vida
individual y social conforme a sus propias opciones y convicciones.
La seguridad, por su parte, sería la ausencia de perturbaciones que restrinjan o limiten la libertad
más allá de lo razonable.
La libertad, definida así, es un derecho humano básico, propio de los atributos de la persona, que
se proyecta en toda la Convención Americana.
En efecto, del Preámbulo se desprende el propósito de los Estados Americanos de consolidar “un
régimen de libertad personal y de justicia social, fundado en el respeto de los derechos esenciales
del hombre”, y el reconocimiento de que “sólo puede realizarse el ideal del ser humano libre,
exento de temor y de la miseria, si se crean condiciones que permitan a cada persona gozar de sus
derechos económicos, sociales y culturales, tanto como de sus derechos civiles y políticos”.

De esta forma, cada uno de los derechos humanos protege un aspecto de la libertad del individuo.”

En el Caso Juan Humberto Sánchez Vs. Honduras, la Corte Interamericana señaló que con la protección de
la libertad personal se puede garantizar la libertad física o de movimiento físico y la seguridad personal (es
decir, el derecho de toda persona a no ser sometida a perturbaciones que restrinjan o limiten su libertad
más allá de lo razonable); consecuentemente, la violación de esos derechos puede provocar la privación
a las personas detenidas de todas las formas de protección legal. Para decidir de esta manera, la Corte
Interamericana analizó los hechos del caso del señor Juan Humberto Sánchez, quien fue detenido en dos
ocasiones por las Fuerzas Armadas Hondureñas por su presunta vinculación con el Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional de El Salvador (un grupo armado no estatal o beligerante en el contexto del
conflicto armado interno de El Salvador).
La primera detención se produjo el 10 de julio de 1992, por efectivos del Décimo Batallón de Infantería
de Marcala, La Paz, Honduras. Al día siguiente fue liberado. La segunda detención se realizó por efectivos
del Primer Batallón de Fuerzas Territoriales en su casa la noche del 11 de julio de ese año, a las pocas horas
de ser liberado. Durante más de una semana sus familiares desconocieron su paradero. El 22 de junio
de 1992, se halló el cadáver de Juan Humberto Sánchez en el pozo o en la represa de un río; a pesar de
haberse interpuesto una serie de recursos para investigar los hechos y sancionar a los responsables, éstos
no resultaron efectivos.
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Respecto al alcance del artículo 7 de la Convención Americana, la Corte Interamericana ha determinado
que ofrece dos tipos de regulaciones diferentes entre sí, una general y otra específica.

La primera reconoce y protege la libertad y seguridad personales.

Mientras que la segunda está compuesta por una serie de garantías que protegen el derecho a no ser
privado de la libertad ilegalmente (artículo 7.2) o arbitrariamente (artículo 7.3), a conocer los motivos o
razones de la detención y los cargos formulados en contra de la persona detenida (artículo 7.4), al control
judicial de la privación de la libertad y la razonabilidad del plazo de la prisión preventiva (artículo 7.5),
a impugnar la legalidad de la detención (artículo 7.6) y a no ser detenido por deudas de carácter civil
(artículo 7.7), a menos que se trate del incumplimiento del pago de una pensión alimenticia, pero en este
supuesto, debe existir una sentencia de un Juez en materia familiar, cuya inobservancia o incumplimiento
se denuncie o reclame por el acreedor alimentario o quien necesita los alimentos (por ejemplo, las niñas
o los niños, a través de su representante legal o quien tenga o ejerza la patria potestad) (Caso Chaparro
Álvarez y Lapo Íñiguez Vs. Ecuador, 2007); en esta hipótesis, sí procede la detención o la captura de la
persona obligada a proporcionar alimentos, pero no será sometida a prisión preventiva oficiosa, ya que
no constituye una conducta o hecho ilícito grave o de alto impacto (Código Nacional de Procedimientos
Penales, artículo 167 párrafo sexto (fracciones I a la XI)).

En el Caso Yvon Neptune Vs. Haití (Fondo, Reparaciones y Costas, 2008), la Corte Interamericana hizo
notar que cualquier violación de los numerales 2 al 7 del artículo 7 de la Convención Americana, genera
necesariamente la vulneración del artículo 7.1 de la misma, toda vez que la falta de respeto a las garantías
de la persona detenida, las cuales están enunciadas en los numerales ya citados, desemboca en la falta de
protección del derecho a la libertad personal.

En cuanto al significado del artículo 7.2 de la Convención Americana, es pertinente decir que esta disposición
establece la posibilidad de restringir el derecho a la libertad personal por las causas y en las condiciones
fijadas por las Constituciones Políticas o por las leyes emitidas de conformidad con ellas (aspecto material),
pero, además, con estricta sujeción a los procedimientos objetivamente definidos en dichas constituciones
o leyes (aspecto formal) (Caso Palamara Iribarne Vs. Chile, 2005).

En la detención en flagrancia es necesario que exista un control judicial de esa captura lo más pronto
posible, para evitar la ilegalidad o la arbitrariedad de la restricción de la libertad personal. En el Caso
López Álvarez Vs. Honduras (Fondo, Reparaciones y Costas, 2006), la Corte Interamericana señaló que,
de acuerdo con los hechos probados, el señor López Álvarez fue capturado en condiciones que permiten
deducir, razonablemente, la flagrancia exigida por el derecho interno, en virtud de que la detención o la
restricción de la libertad personal se realizó inmediatamente después de la detección y decomiso por
parte de los agentes estatales de una sustancia con la apariencia de una droga prohibida; por lo tanto,
consideró que la detención no fue ilegal en sí misma.

En contraste, en el Caso de las Masacres de Ituango Vs. Colombia (Sentencia, 2006), la Corte Interamericana
constató que 17 campesinos de una comunidad fueron privados de su libertad durante 17 días por un
grupo paramilitar que controlaba la región. La violación al derecho de libertad personal se realizó con la
aquiescencia o consentimiento del Ejército de Colombia. A los campesinos se les privó de su libertad para
obligarlos a recoger y arrear el ganado sustraído de toda la región. Después de examinar estos hechos,
la Corte Interamericana resolvió que las detenciones atribuidas a particulares (en este caso, a un grupo
paramilitar) fueron ilegales y arbitrarias, ya que nunca existió una orden de captura o detención autorizada
por un juez competente ni se comprobó la flagrancia en la comisión de una conducta ilícita o punible.
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Por otro lado, en el Caso Usón Ramírez Vs. Venezuela (Fondo, Reparaciones y Costas, 2009), la Corte
Interamericana subrayó que el numeral 2 del artículo 7 de la Convención Americana reconoce la
garantía básica del derecho a la libertad física: la reserva de ley, según la cual, sólo mediante una ley se
puede restringir el derecho a la libertad física o de movimiento físico. Desde la perspectiva de la Corte
Interamericana, la reserva de ley debe estar acompañada por el principio de tipicidad, el cual obliga a
los Estados a establecer, específicamente y de ante mano, las causas y condiciones de la restricción de
la libertad física o de movimiento físico. Por “ley” debe entenderse toda norma de observancia general
emitida por el Poder Legislativo del Estado.
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Opinión Consultiva OC-6/86 de 9 de mayo de
1986 sobre la expresión "Leyes" en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, Serie A No. 6. En esta opinión la Corte Interamericana determinó que la palabra leyes
en el artículo 30 de la Convención significa norma jurídica de carácter general, ceñida al bien
común, emanada de los órganos legislativos constitucionalmente previstos y democráticamente
elegidos, y elaborada según el procedimiento establecido por las constituciones de los Estados
Partes para la formación de las leyes. También admitió que las restricciones a los derechos
humanos son posibles. No obstante, estas no pueden ser arbitrarias. Por ello, concluyó que
cuando el artículo 30 de la Convención Americana utiliza la expresión “leyes” se está refiriendo
a la ley formal, es decir, norma jurídica adoptada por el órgano legislativo y promulgada por el
Poder Ejecutivo, según el procedimiento requerido por el derecho interno de cada Estado. Estas
leyes, además, deben darse por razones de interés general o bien común.
Esta garantía de reserva de ley, establecida para proteger el derecho de libertad física, se encuentra prevista
en el artículo 16 de la Carta Magna y en los artículos 146 al 149 del Código Nacional de Procedimientos
Penales, toda vez que enuncian los supuestos de detención en flagrancia, la verificación de ésta por parte
de un Agente del Ministerio Público, así como el control del Poder Judicial de dicha detención para evitar
la restricción ilegal o arbitraria de la libertad personal.

En el Caso de los Hermanos Gómez Paquiyauri Vs. Perú (Fondo, Reparaciones y Costas, 2004), la Corte
Interamericana sostuvo que el artículo 7.4 de la Convención Americana prevé un mecanismo para impedir
detenciones ilegales o arbitrarias y garantiza los derechos del capturado, por lo que este último y quienes
ejercen representación o custodia legal del mismo tienen derecho a ser informados de los motivos de la
detención realizada y de los derechos del detenido.
Por otra parte, en el Caso Tibi Vs. Ecuador (Fondo, Reparaciones y Costas, 2004), la Corte Interamericana, al
interpretar también el artículo antes citado, determinó que el detenido, en el momento de ser privado de su
libertad y antes de que rinda su primera declaración ante una autoridad competente (como un Agente del
Ministerio Público), debe ser notificado de su derecho de establecer contacto con una tercera persona, por
ejemplo, un familiar, un abogado o un funcionario consular, según corresponda, para que conozcan que se
encuentra bajo custodia del Estado. La notificación a un familiar o amigo tiene la particular importancia de
que éstos sepan dónde se encuentra la persona detenida para proveerle asistencia o apoyo pertinente. En
el caso de la notificación a un abogado tiene la especial relevancia para que la persona capturada pueda
reunirse en privado con él a fin de que se encuentre en condiciones de ejercer una verdadera defensa,
en el marco del debido proceso. Por lo que se refiere a la notificación consular, ésta es necesaria para que
el cónsul asista a la persona imputada en su defensa, con la contratación a su favor de un abogado, la
obtención de pruebas en su país de origen, la verificación de las condiciones en que se ejerce la asistencia
legal y de la situación que guarda el capturado en el trámite del procedimiento penal. Asimismo, conforme
lo dispone el artículo 7.6 de la Convención Americana, el derecho a ser informado de los motivos de la
detención permite al capturado impugnar la legalidad de la misma, a través de los medios o recursos de
jurisdicción interna que el Estado debe facilitar, como el juicio o el derecho de amparo (CoIDH, 2007).
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Respecto del artículo 7.5 de la Convención Americana, la Corte Interamericana, en el Caso Castillo
Petruzzi y otros Vs. Perú (Fondo, Reparaciones y Costas, 1999), subrayó, basándose en la jurisprudencia
de la Corte Europea de Derechos Humanos, que:

la persona detenida debe ser puesta inmediatamente a disposición de un juez, lo


que supone que un ser humano privado de la libertad sin control judicial debe ser
liberado o remitido inmediatamente a un juez para que éste analice la legalidad de
la detención, pues el objetivo esencial de dicho artículo es impedir interferencias
ilegítimas del Estado al ejercicio de la libertad personal. El vocablo “inmediatamente”
debe ser interpretado conforme a las características de cada caso, pero ninguna
situación, por grave que sea, concede a las autoridades la facultad de prolongar
indebida o indefinidamente la privación de la libertad sin control judicial.

Sobre las expresiones “juez” o “autoridad facultada para realizar funciones judiciales”, que se encuentran
también en el artículo 7.5 de la Convención Americana, la Corte Interamericana ha declarado que se refieren
a un servidor público del Poder Judicial u otro que sea independiente e imparcial, en los términos del artículo
8.1 de la misma Convención, y tenga o ejerza, en el marco del derecho interno del Estado, la potestad de
ordenar la liberación de la persona capturada si constata que ésta fue detenida de forma ilegal o arbitraria.

En México, a la luz del artículo 7.5 de la Convención Americana, puede considerarse a un Agente del
Ministerio Público como una autoridad facultada para realizar funciones judiciales, pues el primer párrafo
del artículo 149 del Código Nacional de Procedimientos Penales dispone que: “En los casos de flagrancia,
el Ministerio Público deberá examinar las condiciones en las que se realizó la detención inmediatamente
después de que la persona sea puesta a su disposición. Si la detención no fue realizada conforme a lo
previsto en la Constitución y en este Código, dispondrá la libertad inmediata de la persona y, en su caso,

Es decir, si resuelve que la persona detenida fue


privada de su libertad sin ser sorprendida cometiendo
una conducta ilícita o punible (flagrancia) o sin orden
de un juez, o si no fue remitida lo más pronto posible
ante él (Caso Acosta Calderón Vs. Ecuador, 2005).

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Por cierto, la garantía prevista en el artículo 7.5 de la Convención Americana debe cumplirse también en
materia migratoria. La Corte Interamericana, en el Caso Vélez Loor Vs. Panamá, destacó que:

Este Tribunal considera que, para satisfacer la garantía establecida en el artículo 7.5
de la Convención en materia migratoria, la legislación interna debe asegurar que el
funcionario autorizado por la ley para ejercer funciones jurisdiccionales cumpla con
las características de imparcialidad e independencia que deben regir a todo órgano
encargado de determinar derechos y obligaciones de las personas. En este sentido, el
Tribunal ya ha establecido que dichas características no solo deben corresponder a los
órganos estrictamente jurisdiccionales, sino que las disposiciones del artículo 8.1 de la
Convención se aplican también a las decisiones de órganos administrativos. Toda vez
que en relación con esta garantía corresponde al funcionario la tarea de prevenir o hacer
cesar las detenciones ilegales o arbitrarias, es imprescindible que dicho funcionario
esté facultado para poner en libertad a la persona si su detención es ilegal o arbitraria
(Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, 2010).

Finalmente, es pertinente señalar que el artículo 7.6 de la Convención Americana se refiere a una de las
garantías de la libertad personal: el hábeas corpus o el derecho de amparo. Este recurso no debe ser
suspendido en los estados de emergencia o excepción ni abolido por los Estados partes de la Convención
Americana, como México.

Los Estados partes de la Convención Americana pueden, de conformidad con su artículo 27,
suspender el ejercicio de los derechos humanos que constituyan un obstáculo para enfrentar
situaciones de crisis como un conflicto armado interno o de carácter internacional (un peligro
público o perturbación grave de la paz) o un contexto de emergencia, como un desastre natural
que amenace a la población civil o cualquier otra situación que la ponga en grave peligro. Los
derechos susceptibles de ser suspendidos son pocos y pueden ser la libertad personal o en
específico, la de tránsito, la propiedad o posesión, la libertad de reunión o de manifestación y
la residencia. En México, conforme lo dispone el artículo 29 constitucional, el Presidente de la
República puede establecer, con la aprobación del Poder Legislativo (el Congreso de la Unión
o la Comisión Permanente, cuando funcione en los recesos de aquél), mediante un decreto o
disposiciones generales, la suspensión del ejercicio de ciertos derechos humanos (los cuales
fueron enunciados con anterioridad) para enfrentar las situaciones de peligro ya aludidas.
La suspensión será por el tiempo que se estime necesario y podrá comprender o abarcar
todo el país o un territorio determinado. La Suprema Corte de Justicia de la Nación tiene el
mandato de analizar de oficio (sin que nadie se lo pida) la constitucionalidad del decreto o
de las disposiciones generales ya mencionadas, antes de su cumplimiento o ejecución para
evitar un abuso o desvío de poder y velar por que la suspensión de ciertos derechos humanos
guarde proporción con la situación grave que se desea contrarrestar o neutralizar. Además, el
Estado mexicano deberá comunicar al Secretario General de la Organización de los Estados
Americanos (en adelante “OEA”) que la decisión de suspender el ejercicio de ciertos derechos
humanos para enfrentar un contexto de peligro público o de crisis grave, se adoptó en el marco
previsto por el artículo 27 de la Convención Americana.
EDUCA-CNDH 6
En la opinión consultiva OC-08/87, con el título “El Hábeas Corpus Bajo Suspensión de Garantías (artículos
27.2, 25.1 y 7.6 de la Convención Americana)”, la Corte Interamericana determinó que:

El h[á]beas corpus en su sentido clásico, regulado por los ordenamientos americanos, tutela
de manera directa la libertad personal o física contra detenciones arbitrarias, por medio
del mandato judicial dirigido a las autoridades correspondientes a fin de que se lleve al
detenido a la presencia del juez para que éste pueda examinar la legalidad de la privación
y, en su caso, decretar su libertad […]

Si se examinan conjuntamente los dos procedimientos, puede afirmarse que el amparo es


el género y el hábeas corpus uno de sus aspectos específicos. En efecto, de acuerdo con
los principios básicos de ambas garantías recogidos por la Convención así como con los
diversos matices establecidos en los ordenamientos de los Estados Partes, se observa que
en algunos supuestos el hábeas corpus se regula de manera autónoma con la finalidad
de proteger esencialmente la libertad personal de los detenidos o de aquéllos que se
encuentran amenazados de ser privados de su libertad, pero en otras ocasiones el h[á]beas
corpus es denominado “amparo de la libertad” o forma parte integrante del amparo.

El hábeas corpus, para cumplir con su objeto de verificación judicial de la legalidad de la


privación de libertad, exige la presentación del detenido ante el juez o tribunal competente
bajo cuya disposición queda la persona afectada. En este sentido es esencial la función que
cumple el hábeas corpus como medio para controlar el respeto a la vida e integridad de
la persona, para impedir su desaparición o la indeterminación de su lugar de detención,
así como para protegerla contra la tortura u otros tratos o penas crueles, inhumanos o
degradantes.

Esta conclusión se fundamenta en la experiencia sufrida por varias poblaciones de nuestro


hemisferio en décadas recientes, particularmente por desapariciones, torturas y asesinatos
cometidos o tolerados por algunos gobiernos. Esa realidad ha demostrado una y otra vez
que el derecho a la vida y a la integridad personal son amenazados cuando el hábeas corpus
es parcial o totalmente suspendido. […]

Quienes redactaron la Convención conocían estas realidades, lo que puede bien explicar
por qué el Pacto de San José es el primer instrumento internacional de derechos humanos
que prohíbe expresamente la suspensión de las “garantías judiciales indispensables” para
la protección de los derechos que no pueden ser suspendidos.

Los razonamientos anteriores llevan a la conclusión de que los procedimientos de hábeas


corpus y de amparo son de aquellas garantías judiciales indispensables para la protección
de varios derechos cuya suspensión está vedada por el artículo 27.2 y sirven, además, para
preservar la legalidad en una sociedad democrática (Comisión Interamericana, 1987).

EDUCA-CNDH 7
Fuentes de consulta

Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 7 de junio de 2003, párrafo 77.

Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez Vs. Ecuador, Sentencia de 21 de noviembre de 2007, párrafo 51.

artículo 167 párrafo sexto (fracciones I a la XI) del Código Nacional de Procedimientos Penales.

Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 6 de mayo de 2008, párrafo 91.

Caso Palamara Iribarne Vs. Chile, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 22 de noviembre de 2005, párrafo 196.

Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 1 de febrero de 2006, párrafos 64 y 65.

Sentencia de 1 de julio de 2006, párrafo 153.

Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 20 de noviembre de 2009, párrafo 145

Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 8 de julio de 2004, párrafo 92.

Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 7 de septiembre de 2004, párrafo 112

Corte Interamericana de Derechos Humanos, Caso Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez Vs. Ecuador, Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 21 de noviembre de 2007, párrafo 70.

Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 30 de mayo de 1999, párrafo 108.

Caso Acosta Calderón Vs. Ecuador, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 24 de junio de 2005, párrafo 80, y Caso
Tibi Vs. Ecuador, Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 7 de septiembre de 2004, párrafo
119.
Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, Sentencia de 23 de noviembre de 2010, párrafo 108

Resolución de 30 de enero de 1987, párrafos 33 al 36 y 42. La opinión consultiva fue solicitada por la Comisión
Interamericana sobre la interpretación de los artículos 25.1 y 7.6 de la Convención Americana, en relación con la última
frase del artículo 27.2 de la misma.

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Fuerzas Armadas y Derechos Humanos: su papel en la función
de seguridad ciudadana
Módulo 3: Los derechos humanos que pueden resultar
comprometidos en la función de seguridad ciudadana
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El derecho de toda persona a no ser sometida a desaparición forzada

Los artículos I, II y III de la Convención Interamericana sobre Desaparición


Forzada de Personas establecen que:

ARTICULO I.
Los Estados Partes en esta Convención se comprometen a:
a) No practicar, no permitir, ni tolerar la desaparición forzada de personas, ni aun en estado
de emergencia, excepción o suspensión de garantías individuales;
b) Sancionar en el ámbito de su jurisdicción a los autores, cómplices y encubridores del
delito de desaparición forzada de personas, así como la tentativa de comisión del mismo;
c) Cooperar entre sí para contribuir a prevenir, sancionar y erradicar la desaparición forzada
de personas; y
d) Tomar las medidas de carácter legislativo, administrativo, judicial o de cualquier otra
índole necesarias para cumplir con los compromisos asumidos en la presente Convención.

ARTICULO II.
Para los efectos de la presente Convención, se considera desaparición forzada la privación
de la libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes
del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con la autorización, el apoyo o
la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer
dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se
impide el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes.

ARTICULO III.
Los Estados Partes se comprometen a adoptar, con arreglo a sus procedimientos
constitucionales, las medidas legislativas que fueren necesarias para tipificar como delito la
desaparición forzada de personas, y a imponerle una pena apropiada que tenga en cuenta
su extrema gravedad. Dicho delito será considerado como continuado o permanente
mientras no se establezca el destino o paradero de la víctima.
La desaparición forzada de personas es una violación grave, continua y múltiple de derechos humanos. En
el Caso Radilla Pacheco Vs. México, la Corte Interamericana determinó que la caracterización pluriofensiva y
continuada de la desaparición forzada se desprende del artículo III de la Convención Interamericana sobre
Desaparición Forzada de Personas (en adelante “la Convención Interamericana”) y otros instrumentos
internacionales que señalan como elementos constitutivos de esa desaparición, los siguientes:

1) la privación de la libertad;
2) la intervención de agentes del Estado o la aquiescencia de éstos, y
3) la negativa de reconocer la detención y de revelar la suerte o el paradero de la persona capturada o de
la víctima (Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, 2009).

Para resolver que la desaparición forzada constituye una violación compleja de los derechos humanos,
la Corte Interamericana, en diversos casos sometidos a su conocimiento, ha analizado en forma conjunta
los artículos 3, 4, 5, 7 y 8 de la Convención Americana, en relación con el artículo 1.1 de la misma, para
subrayar que la desaparición forzada de personas viola, por lo menos, el derecho al reconocimiento de la
personalidad jurídica, la vida o a no ser privado de la vida arbitrariamente, la integridad, la seguridad y la
libertad personales, así como el debido proceso (Caso Goiburú y otros Vs. Paraguay, 2006).

En el Caso Rodríguez Vera y otros (Desaparecidos del Palacio de Justicia) Vs. Colombia, la Corte
Interamericana sostuvo que:

[…] los elementos concurrentes y constitutivos de la desaparición forzada


son:
a) la privación de la libertad;
b) la intervención directa de agentes estatales o la aquiescencia de éstos, y
c) la negativa de reconocer la detención y de revelar la suerte o el paradero
de la persona interesada […].

Este Tribunal determinó que Carlos Horacio Urán Rojas salió con vida del
Palacio de Justicia en custodia de agentes estatales, luego de lo cual no fue
liberado. Por consiguiente, la Corte considera que con ello se configuró el
primer y segundo elemento de la desaparición forzada, en el sentido de
que fue privado de su libertad por parte de agentes estatales.

Según la jurisprudencia de esta Corte, una de las características de la


desaparición forzada, a diferencia de la ejecución extrajudicial, es que
conlleva la negativa del Estado de reconocer que la víctima está bajo su
control y de proporcionar información al respecto, con el propósito de
generar incertidumbre acerca de su paradero, vida o muerte, de provocar
intimidación y supresión de derechos (Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas, 2014).

EDUCA-CNDH 2
Los hechos estudiados por la Corte Interamericana se realizaron en el contexto de la toma y retoma o
destrucción del Palacio de Justicia de la República de Colombia, los días 6 y 7 de noviembre de 1985, en
la ciudad de Bogotá. El grupo guerrillero M-19 irrumpió en el referido palacio y tomó como rehenes a
visitantes, abogados, servidores públicos y Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de
Estado, pues ahí tenían su sede.

El objetivo del grupo guerrillero fue presentar ante la Corte Suprema de Justicia una demanda contra el
entonces Presidente Belisario Betancur Cuartas para someterlo a juicio por haber incumplido los acuerdos
de paz alcanzados un año antes con dicho grupo armado no estatal. Ante esta situación crítica, las Fuerzas
Armadas de ese país iniciaron una operación militar para recuperar ese edificio a sangre y fuego, lo que
se consideró desproporcionado y excesivo por los tribunales internos y la Comisión de la Verdad que se
integró tiempo después, ya que los militares utilizaron tanquetas, ametralladoras, fusiles, granadas, roquets,
bombas y explosivos en contra de los rehenes y guerrilleros, pese a que el Dr. Alfonso Reyes Echandía,
Presidente de la Corte Suprema de Justicia, solicitó al Poder Ejecutivo que ordenara un alto al fuego.

El accionar del Ejército de Colombia dejó como resultado casi un centenar de personas heridas y muertas,
entre ellas once Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y dos del Consejo de Estado. Se sabe ahora
que el Ejército y los servicios de inteligencia de ese país tenían conocimiento de que algo iba a suceder,
pero la seguridad del Palacio de Justicia no fue reforzada; además, los Magistrados de la Corte Suprema de
Justicia habían recibido amenazas por la declaratoria de inexequibilidad (inconstitucionalidad) del tratado
de extradición entre Colombia y Estados Unidos de América.

Algunos sobrevivientes salieron por la puerta principal y otros, por el sótano. En relación con estos hechos,
la Corte Interamericana constató que el edificio del museo “20 de julio” o la Casa del Florero fue utilizado
por la inteligencia militar para coordinar la operación e identificar a las personas que salían del Palacio de
Justicia. Ciertos sobrevivientes considerados sospechosos, como los empleados de la cafetería del recinto,
que días antes habían comprado muchos víveres, fueron sometidos a torturas y a desaparición forzada,
al igual que la guerrillera del M-19 Irma Franco Pineda, quien sobrevivió a la retoma pero su paradero se
desconoce; el señor Carlos Horacio Urán Rojas, Magistrado Auxiliar del Consejo de Estado, salió vivo del
Palacio de Justicia, sin embargo, fue desaparecido y ejecutado por agentes de las Fuerzas Armadas. Por si
fuera poco, la Corte Interamericana hizo notar que las Fuerzas Militares alteraron el lugar de los hechos y
se cometieron irregularidades en el levantamiento de los cadáveres. (BBC Noticias, 2015)

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También es pertinente decir que el derecho de todas las personas a no ser sometidas a desaparición forzada
es de carácter absoluto, toda vez que no debe restringirse o suspenderse bajo ninguna circunstancia. En el
Caso Godínez Cruz Vs. Honduras, la Corte Interamericana resolvió que:

Está más allá de toda duda que el Estado tiene el derecho y el deber de garantizar
su propia seguridad. Tampoco puede discutirse que toda sociedad padece por las
infracciones a su orden jurídico. Pero, por graves que puedan ser ciertas acciones
y por culpables que puedan ser los reos de determinados delitos, no cabe admitir
que el poder pueda ejercerse sin límite alguno o que el Estado pueda valerse de
cualquier procedimiento para alcanzar sus objetivos, sin sujeción al derecho o a la
moral. Ninguna actividad del Estado puede fundarse sobre el desprecio a la dignidad
humana.

Además, la práctica de desapariciones por sí sola crea un clima incompatible con la


garantía debida a los derechos humanos por los Estados partes en la Convención,
en cuanto relaja las normas mínimas de conducta que deben regir los cuerpos de
seguridad a los que asegura impunidad para violar esos derechos.

Y en el Caso Rosendo Radilla Pacheco Vs. México, la Corte Interamericana agregó que:

Al respecto, de conformidad con el artículo I, incisos a) y b), de la [Convención


Interamericana], los Estados Partes se comprometen a no practicar ni tolerar la
desaparición forzada de personas en cualquier circunstancia, y a sancionar a los
responsables de la misma en el ámbito de su jurisdicción. Ello es consecuente con la
obligación a cargo del Estado de respetar y garantizar los derechos contenida en el
artículo 1.1 de la Convención Americana, la cual, según ha sido establecido por esta
Corte, puede ser cumplida de diferentes maneras, en función del derecho específico
que el Estado deba garantizar y de las particulares necesidades de protección. En
tal sentido, esta obligación implica el deber de los Estados Parte de organizar todas
las estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público, de
manera tal que sean capaces de asegurar jurídicamente el libre y pleno ejercicio de
los derechos humanos. Como parte de dicha obligación, el Estado está en el deber
jurídico de “[p]revenir, razonablemente, las violaciones de los derechos humanos,
de investigar seriamente con los medios a su alcance las violaciones que se hayan
cometido dentro del ámbito de su jurisdicción a fin de identificar a los responsables,
de imponerles las sanciones pertinentes y de asegurar a la víctima una adecuada
reparación. (Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, 2009)

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En cuanto a la prevención de la desaparición forzada, es necesario recordar que la detención legal y la
remisión o puesta a disposición sin demora de la persona capturada ante una autoridad competente o
un funcionario autorizado para realizar funciones judiciales (como un agente del Ministerio Público, por
ejemplo), así como el registro de la detención realizada y la existencia de centros oficiales de detención,
constituyen medidas o decisiones que pueden evitar o suprimir la práctica de la desaparición forzada
atribuida a agentes estatales. Para garantizar el derecho humano de la persona detenida a ser puesta a
disposición sin demora ante una autoridad competente, las Fuerzas Armadas deben tener o cumplir la
instrucción o indicación de no trasladarla en ningún caso a las instalaciones militares. También tiene que
descartarse radicalmente la idea de que la desaparición forzada es un mecanismo o medio legítimo de
lucha antisubversiva. A este respecto, la Corte Interamericana, en el Caso Anzualdo Castro Vs. Perú, señaló
que:

En casos de desaparición forzada, la característica común a todas


las etapas del hecho es la denegación de la verdad de lo ocurrido
[…]. Uno de los elementos centrales de prevención y erradicación
de dicha práctica es la adopción de medidas eficaces para prevenir
su ocurrencia o, en su caso, cuando se sospecha que una persona ha
sido sometida a una desaparición forzada, poner fin prontamente
a dicha situación. En este sentido, el deber de prevención abarca
todas aquellas medidas de carácter jurídico, político, administrativo
y cultural que promuevan la salvaguarda de los derechos humanos.
Así, la privación de libertad en centros legalmente reconocidos y
la existencia de registros de detenidos, constituyen salvaguardas
fundamentales, inter alia, contra la desaparición forzada. A contrario
sensu la puesta en funcionamiento y el mantenimiento de centros
clandestinos de detención configura per se una falta a la obligación
de garantía, por atentar directamente contra los derechos a la libertad
personal, integridad personal y vida (Excepciones Preliminares,
Fondo, Reparaciones y Costas, 2009).

EDUCA-CNDH 5
Fuentes de consulta

Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas,(2009). Sentencia de 23 de noviembre, párrafo 140.

Caso Goiburú y otros Vs. Paraguay, Fondo, Reparaciones y Costas, (2006). Sentencia de 22 de septiembre, párrafo 81.

Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, (2014). Sentencia de 14 de noviembre, párrafos 365 y 366.

BBC Noticias (2015). “A 30 años de las “28 horas de terror”: así fue la toma del Palacio de Justicia en Colombia”, en www.
bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151030_colombia_30_aniversario_toma_palacio_de_justicia_nc

Sentencia de 20 de enero de 1989, párrafos 162 y 167.

Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas, (2009). Sentencia de 23 de noviembre, párrafo 142.

Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas, (2009). Sentencia de 22 de septiembre, párrafo 63.

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Fuerzas Armadas y Derechos Humanos: su papel en la función
de seguridad ciudadana
Módulo 3: Los derechos humanos que pueden resultar
comprometidos en la función de seguridad ciudadana
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El derecho a las garantías judiciales y a la protección judicial

El artículo 8 de la Convención Americana dispone lo siguiente:

Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable,
por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad
por la ley, en la substanciación de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro
carácter.

Toda persona inculpada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no
se establezca legalmente su culpabilidad. Durante el proceso, toda persona tiene derecho, en
plena igualdad, a las siguientes garantías mínimas: a. derecho del inculpado de ser asistido
gratuitamente por el traductor o intérprete, si no comprende o no habla el idioma del juzgado o
tribunal; b. comunicación previa y detallada al inculpado de la acusación formulada; c. concesión
al inculpado del tiempo y de los medios adecuados para la preparación de su defensa; d. derecho
del inculpado de defenderse personalmente o de ser asistido por un defensor de su elección y
de comunicarse libre y privadamente con su defensor; e. derecho irrenunciable de ser asistido
por un defensor proporcionado por el Estado, remunerado o no según la legislación interna, si el
inculpado no se defendiere por sí mismo ni nombrare defensor dentro del plazo establecido por
la ley; f. derecho de la defensa de interrogar a los testigos presentes en el tribunal y de obtener
la comparecencia, como testigos o peritos, de otras personas que puedan arrojar luz sobre los
hechos; g. derecho a no ser obligado a declarar contra sí mismo ni a declararse culpable, y h.
derecho de recurrir del fallo ante juez o tribunal superior.

La confesión del inculpado solamente es válida si es hecha sin coacción de ninguna naturaleza.

El inculpado absuelto por una sentencia firme no podrá ser sometido a nuevo juicio por los
mismos hechos.

El proceso penal debe ser público, salvo en lo que sea necesario para preservar los intereses de
la justicia.
El artículo 25 de la Convención Americana dispone lo siguiente:

Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso efectivo
ante los jueces o tribunales competentes, que la ampare contra actos que violen sus derechos
fundamentales reconocidos por la Constitución, la ley o la presente Convención, aun cuando tal
violación sea cometida por personas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales.

Los Estados Partes se comprometen:


a) a garantizar que la autoridad competente prevista por el sistema legal del Estado
decidirá sobre los derechos de toda persona que interponga tal recurso;
b) a desarrollar las posibilidades de recurso judicial, y
c) a garantizar el cumplimiento, por las autoridades competentes, de toda decisión en
que se haya estimado procedente el recurso.

La Comisión Interamericana, en el informe ya citado, al examinar los artículos transcritos con antelación,
sostuvo que los Estados partes de la Convención Americana tienen la obligación de cumplir con la protección
del derecho al debido proceso y a un juicio justo durante la función de la seguridad ciudadana (es decir, en la
tarea de prevenir, contrarrestar o neutralizar la violencia criminal).

Como se sabe, dicha protección es real si los agentes de la Policía o los integrantes de las Fuerzas Armadas
detienen a la persona imputada de forma lícita o legal o sin incurrir en una arbitrariedad, de acuerdo con los
criterios expuestos al analizar el derecho a la libertad personal, y la remiten o la ponen a disposición sin demora
o tardanza injustificada ante un agente del Ministerio Público para que éste analice la legalidad de la captura
realizada. De esta manera, se garantiza que la persona imputada pueda defenderse adecuadamente y que
la víctima del delito o de la violencia participe en el procedimiento judicial como sujeto procesal aportando
pruebas o alegando lo que a su derecho convenga, en el marco del debido proceso y con pleno respeto a la
presunción de inocencia de la persona capturada.

En cuanto a la presunción de inocencia, la Comisión Interamericana, en el informe en comentario, argumenta


que puede violarse si la persona detenida permanece en prisión preventiva durante un periodo prolongado
sin la debida justificación o sin un auténtico control judicial, toda vez que esa restricción de la libertad
personal no sería una medida cautelar sino una sanción anticipada por ser ilegal o ilegítima. Respecto de
los delitos de alto impacto, como la tortura, la desaparición forzada o el homicidio calificado con alevosía,
ventaja o traición, etc., la restricción de la libertad personal, para que se corresponda con el artículo 7.3 de la
Convención Americana, debe fundarse en la necesidad de garantizar que la persona capturada no impedirá
el desarrollo de las investigaciones ni eludirá la acción de la justicia.

La Corte Interamericana, al pronunciarse sobre estos requisitos para restringir válidamente la libertad personal,
ha declarado que las características personales de la persona imputada o detenida y la gravedad del delito no
son, en sí mismas, causas o razones suficientes para justificar la prisión preventiva (Caso Bayarri Vs. Argentina,
2008), por lo que un agente del Ministerio Público, ante un Juez de Control, debe acreditar que la persona
capturada podría impedir la investigación de la conducta ilícita o punible que se le atribuye o sustraerse de
la acción de la justicia por tener bienes, dinero o recursos en el extranjero y carecer de residencia o arraigo
en el país.
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Respecto a los estándares exigidos por el artículo 8 de la Convención Americana sobre el debido proceso,
el Estado mexicano, frente a la violencia criminal proveniente de la delincuencia organizada o común,
debe garantizar que toda persona señalada de haber cometido una conducta ilícita o punible, ejerza su
derecho a un juicio justo dentro de un plazo razonable; que sea debidamente notificada de los cargos de
las conductas que se le atribuyen; que pueda defenderse personalmente o con la asistencia de un abogado
de su elección o con un abogado proporcionado por el Estado en caso de insolvencia; que disponga del
tiempo y medios adecuados para la preparación de su defensa, a interrogar a los testigos presentes en el
Tribunal de Juicio Oral y la obtención de la comparecencia de testigos, de expertos y de otras personas que
puedan arrojar luz sobre los hechos; que no sea obligada a declarar en su contra; que el juicio sea público,
a menos que las necesidades de la justicia exijan lo contrario; que tenga el derecho a recurrir la sentencia
ante una instancia superior, y que sea asistida gratuitamente por un intérprete o traductor cuando no
entienda o hable el idioma del tribunal.

Sobre el derecho a la protección judicial, determinado por el artículo 25 de la Convención Americana, los
Estados partes de ésta deben tener una administración de justicia que ofrezca una respuesta adecuada
a las necesidades de las víctimas del delito o de la violencia. La administración de justicia constituye una
garantía para que los agentes del Estado, responsables de las violaciones al derecho al reconocimiento de
la personalidad jurídica, a la vida, a la integridad y libertad personales, etc., sean identificados, declarados
responsables y sancionados en el contexto del derecho al debido proceso que también les asiste.

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Fuentes de consulta

Caso Bayarri Vs. Argentina, (2008), Sentencia del 30 de octubre, Serie C No. 187, párrafo 88.

Nciones Unidas, Artículo 10 de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes de Naciones Unidas.

Naciones Unidas, (1990). Principio 21 de los Principios Básicos de Naciones Unidas sobre el Empleo de la Fuerza y
Armas de Fuego por Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir la Ley. Octavo Congreso de las Naciones Unidas
sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en La Habana, Cuba, del 27 de agosto al 7 de
septiembre de 1990.

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