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PROPIEDAD
F RANCISCO C APELLA
ΔCRΔCIΔ
ÍNDICE
2. Dignidad Humana
Los intentos de fundamentar la ética en la dignidad humana
como principio supremo son problemáticos: la dignidad es
un concepto ambiguo y difuso, con diversas interpretaciones
posibles, las cuales o son contrarias a la universalidad ética o
no aportan nada más que confusión al concepto fundamental
de la naturaleza humana.
La dignidad puede entenderse como mérito. La dignidad
parece implicar que toda persona digna merece consideración
ética, tal vez ser respetada o valorada por los demás, o que su
persona y sus derechos sean inviolables. La idea de mérito es
problemática y ambigua. Si una persona merece algo es que
otra debe dárselo o reconocerlo. Si se considera que el mérito
se consigue con el esfuerzo, se ignora que lo realmente
valioso son los resultados conseguidos, que los esfuerzos
estériles malgastan recursos y no son inteligentes. Si se
considera que se merece algo simplemente por ser humano,
entonces la idea de dignidad es equivalente a la de
humanidad.
Lo indigno puede entenderse como aquello que es
inaceptable o indeseable, a menudo olvidando que son
cualidades subjetivas. La dignidad se transforma en un
intento camuflado de absolutizar las preferencias subjetivas:
ante una realidad que provoca una reacción emocional
profundamente negativa y con fuertes connotaciones morales
se pretende que si algo es indigno nadie debería aceptarlo. A
menudo los intereses particulares se refieren a la dignidad
para disfrazar sus pretensiones de mejora a costa de los
demás: el salario digno, la vivienda digna.
La dignidad puede entenderse como una cualidad
especial que unos poseen y otros no: los poderosos, los ricos,
los excelentes, las autoridades, los honorables, tienen un
estatus especial privilegiado. Esta concepción de la dignidad
se ha utilizado a menudo para imponer normas morales que
benefician a unos a costa de otros indignos que son excluidos,
oprimidos, carecen de derechos. La dignidad heterónoma es
el honor, el cargo, el título, la nobleza, lo que cada uno
representa en un grupo social jerarquizado. Es una idea típica
de órdenes sociales cerrados, estamentales, organizados
mediante castas o rangos: unos son más dignos que otros.
La dignidad puede entenderse como una cualidad
especial que todos los seres humanos poseen frente a otras
entidades no humanas como los animales. Los seres
humanos tienen una naturaleza especial que les hace sujetos
éticos, pero adular a toda la especie humana insistiendo en
que es magnífica y especialmente valiosa resulta innecesario
para la construcción ética. Las valoraciones son siempre
subjetivas, y algunos pueden pensar que la humanidad es
maravillosa, poderosa, creativa e inteligente, mientras que
otros pueden opinar que la humanidad es desastrosa,
impotente, destructora y estúpida. Cómo se valore a la
especie humana es irrelevante para desarrollar sus normas de
comportamiento adecuado, aunque quienes odian a la
humanidad pueden proponer o imponer normas inadecuadas
para provocar su miseria o destrucción.
La dignidad es un concepto muy utilizado por el
misticismo religioso, que siendo incapaz de fundamentar una
ética racional y natural recurre al invento de considerar al ser
humano como algo especial porque es creado a imagen y
semejanza de la divinidad, y por lo tanto debe considerarse
sagrado. Existen varias religiones con aspiraciones
incompatibles de monopolio universal, y cada una intenta
imponer su interpretación de la dignidad como religiosidad,
creencia y obediencia a la voluntad de la divinidad
correspondiente. La dignidad religiosa no puede ser el
fundamento de una ética correcta porque insiste en el grave
error de considerar que lo esencial de la naturaleza humana
es su trascendencia espiritual: el ser humano se supone digno
porque posee un alma eterna de la que carecen los demás
seres vivos. El ser humano no es un ángel caído en desgracia
ni es la cúspide de un proceso evolutivo programado por un
creador para desarrollarlo gradualmente hacia la divinidad.
Las personas tienen fines en su acción, pero no tiene
sentido afirmar que son dignas porque son fines en sí mismos.
Considerar que las personas son agentes con fines y no
pueden ser tratados como instrumentos o medios es una
concepción ética incompleta. Lo esencial en las relaciones
entre las personas es el consentimiento, el poder aceptar o
negarse a ser utilizado por otro. Un ser humano y su acción
pueden servir como medios para la acción de otro si es algo
mutuamente aceptado. La interdependencia social y la
división del trabajo implican que todas las personas y su
capacidad de trabajo pueden ser voluntariamente medios
para los fines de los demás.
Resultan especialmente absurdas y nocivas las ideologías
que afirman basarse en la dignidad del individuo para
imponer organizaciones sociales coactivas o totalitarias.
Creen que todas las personas son igualmente dignas, es decir
que merecen lo mismo, y olvidan las diferencias de
capacidades e intereses: pervierten la igualdad ante la ley y la
transforman en la igualdad mediante la ley. Afirman que sólo
es digno el que es solidario, el que comparte, el altruista: de
la dignidad del individuo infieren su sometimiento al
colectivo, se inventan deberes presuntamente realizables (y
en realidad imposibles) para que todo el mundo pueda vivir
con dignidad.
5. Ética Mínima
La ética es el conjunto mínimo de normas universales y
simétricas que es completo, coherente, acorde con la
naturaleza humana y exigible por defecto de forma absoluta.
Si se elimina alguna norma, el conjunto es incompleto, queda
algún posible conflicto sin evitar o resolver. Si se altera
alguna norma, el conjunto es arbitrario y perjudicial para los
seres humanos. Si se añade alguna norma relevante, el
conjunto resulta contradictorio o redundante. Las normas
éticas deben ser coherentes, consistentes, sin contradicciones,
ya que basta una contradicción para destruir un sistema
lógico (de una contradicción puede deducirse cualquier
cosa).
La ética como ciencia intenta construir sistemas lógicos
basados en principios abstractos universales, concentrados de
conocimiento tan simples como sea posible y que abarquen
ámbitos tan amplios como sea posible. Normas legales
aplicadas y concretas pueden unificarse y deducirse de
normas éticas más fundamentales, generales y universales.
Muchas morales son sistemas normativos que enumeran
listas potencialmente interminables de acciones prohibidas y
obligatorias. Si no están basadas en principios sólidos
universales y simétricos es posible que las normas sean
contradictorias entre sí, que en una situación concreta sea
necesario aplicar normas que den instrucciones contrarias. Si
la razón de ser de las normas no se comprende su
cumplimiento se convierte en un automatismo irracional
peligroso, porque las normas pueden ser inadecuadas, o
adecuadas en unas situaciones pero no en otras. Muchas
morales pretenden ser absolutas pero tienden a ser revisadas
y corregidas según muestran sus limitaciones.
Intentar enumerar todas las acciones humanas posibles y
sus efectos concretos no es conforme a la concisión científica
ni resulta práctico: cuantas más normas haya más difícil será
conocerlas, entenderlas, recordarlas y cumplirlas todas. Las
normas éticas buscan reconocer dónde hay conflictos y
evitarlos o resolverlos, pero una cantidad excesiva de normas
puede ser fuente de más conflictos: como el uso de la fuerza
está justificado para conseguir el cumplimiento de las
normas éticas, cuantas más haya más fuerza es necesario
utilizar. La acción humana necesita alternativas, y toda
norma restringe las alternativas legítimas. Cuantas más
normas haya más difícil es gestionar y comprobar su
cumplimiento. Para que una norma se acepte como ética es
necesario demostrar que es imprescindible o muy
conveniente: la carga de la prueba corresponde a quien
quiere añadir normas.
Las normas éticas distinguen diferentes tipos de acciones
y relaciones entre seres humanos. Toda acción humana es un
evento causado cuyas consecuencias directas pueden afectar
al propio actor y a sus posesiones, y a otras personas y sus
posesiones. Las normas éticas pretenden evitar los sucesos
dañinos y permitir los sucesos beneficiosos, teniendo en
cuenta que los seres humanos valoran de forma subjetiva,
positiva o negativamente, los hechos que les afectan. Una
misma acción puede tener múltiples efectos sobre diversos
individuos y ser valorada de múltiples formas por las
personas que se consideran afectadas. No existen el bien y el
mal objetivos o absolutos, y quienes pretenden lo contrario
simplemente imponen valoraciones arbitrarias a todos los
demás.
La ética debe distinguir claramente entre lo positivo, lo
neutro y lo negativo. No hacer el bien no es lo mismo que
hacer el mal. No hacer el mal no es lo mismo que hacer el
bien. Hacer el mal es negativo, no hacer el mal es neutro, no
hacer el bien es neutro, y hacer el bien es positivo. Es
radicalmente distinto agredir a una persona (negativo) que no
ayudar a una persona (neutro). A realidades distintas les
corresponden categorías éticas diferentes.
Los sistemas normativos éticos pueden construirse
mediante generación exhaustiva y análisis de alternativas
lógicamente posibles según criterios de universalidad y
simetría, eliminación de las que no cumplan requisitos de
adecuación al desarrollo humano mediante la resolución de
conflictos, y aceptación de los sistemas (o sistema si sólo
queda uno) adecuados. No son aceptables las normas que
prohíban cosas imprescindibles para el desarrollo humano ni
las que obliguen a cosas imposibles para las capacidades
humanas.
Aplicando los criterios de universalidad sobre las
acciones a los conceptos éticos de prohibido, opcional y
obligatorio resultan varias combinaciones posibles: todo está
prohibido (nada está permitido y nada es opcional), nada está
prohibido (todo es obligatorio u opcional), todo es
obligatorio (nada es opcional ni prohibido), nada es
obligatorio (todo es opcional o prohibido), todo es opcional
(nada está prohibido ni es obligatorio), nada es opcional
(todo está prohibido o es obligatorio). Las normas éticas
deben ser racionales, si unas cosas están prohibidas o son
obligatorias y otras no es necesario explicar por qué, dar
motivos o razones. Prohibir y obligar porque sí es absurdo.
Si todo está prohibido, ningún ser humano puede actuar
de ninguna manera para mantenerse y sobrevivir, lo que
implica la extinción de la especie humana. Considerar que
todo está prohibido excepto lo que esté explícitamente
permitido por las normas no es tampoco un punto de partida
adecuado, ya que es absurdo que los seres humanos se
limiten tanto a sí mismos e impidan su desarrollo. Las
prohibiciones sirven para evitar conflictos pero lo habitual en
las relaciones humanas es la ausencia de conflictos, los
conflictos son lo excepcional.
Si todo está permitido, si no hay normas, es posible
agredir a los demás y provocar conflictos o resolverlos por la
fuerza, predominan los fuertes que someten a los débiles. Es
un buen punto de partida si se le añaden las prohibiciones
mínimas que minimicen los conflictos. Algunos ingenuos
pueden creer que no hacen falta normas que legitimen el uso
de la fuerza, que la buena voluntad y la disposición a
dialogar son suficientes para resolver todos los conflictos: el
problema es que algunos pueden no tener buena voluntad de
diálogo y son capaces de imponerse por la fuerza si los
demás no se defienden.
Que todo sea obligatorio es imposible para los seres
humanos, ya que sólo son capaces de hacer una cosa
renunciando a otras, no pueden hacer todo a la vez. Es
igualmente inadecuado como punto de partida al cual ir
quitando obligaciones. Que nada sea obligatorio es un buen
punto de partida porque permite al ser humano actuar según
sus preferencias. Cada obligación que se añada implica que
todos los seres humanos deben cumplir ese deber
constantemente de forma sistemática, consumiendo recursos
escasos y dificultando o impidiendo que actúen de otras
formas convenientes.
Por lo tanto el punto de partida adecuado es que por
defecto nada está prohibido y nada es obligatorio, pero es
necesario analizar qué prohibiciones y obligaciones son
adecuadas para evitar conflictos. Es absurdo obligar a
realizar acciones negativas y prohibir realizar acciones
positivas, ambas opciones van contra el progreso humano.
Tiene sentido prohibir realizar acciones negativas, que
causen daños, pero el problema es que una acción puede ser
positiva para unos y negativa para otros. No tiene sentido
obligar a realizar acciones positivas para el propio actor, ya
que esto es algo que toda persona hace de forma espontánea.
Es problemático obligar a realizar acciones positivas para
otros a costa de efectos negativos para el actor: no es posible
comparar valoraciones ni compensar efectos para obtener
una utilidad neta; lo natural de la acción humana es hacer
cosas por uno mismo y por los más próximos; esta norma
implicaría una universalización del uso de la fuerza de todos
contra todos para conseguir que todo el resto del mundo
actúe asumiendo costes propios en beneficio de todos los
demás. Luego no existen obligaciones ni deberes naturales,
ni de acciones negativas ni positivas.
Antes que hacer el bien es necesario evitar hacer el mal.
La ética no puede obligar a hacer el bien, pero puede prohibir
hacer el mal. La única norma ética posible restante es la
prohibición de las acciones negativas. Como las valoraciones
de las personas ante los efectos de una misma acción pueden
ser diferentes, es necesario determinar qué personas y sus
valoraciones, su aprobación o desaprobación, son éticamente
relevantes ante un conflicto: todos, algunos (muchos o
pocos), uno o ninguno.
7. Relevancia Ética
Los seres humanos tienen capacidades limitadas de pensar,
conocer, hablar, escuchar, dialogar, llegar a acuerdos y
actuar. Un conflicto es más difícil de resolver cuantas más
personas se consideren legítimamente involucradas en el
mismo: hay más intereses potencialmente incompatibles,
sólo uno puede hablar a la vez y los demás deben escuchar
(si es físicamente posible según la separación), o uno escribe
y los demás leen, y si uno se aproxima a un acuerdo con otro
puede alejarse del acuerdo con un tercero. Para resolver
conflictos es necesario localizarlos, concentrarse en cuantas
menos personas mejor, focalizar, no globalizar.
Considerar que todos los seres humanos son relevantes
en todos los conflictos es completamente absurdo y no puede
funcionar en la práctica de ninguna manera: cualquiera puede
declararse afectado por lo que otro haga sin importar la
separación física, y todos podrían interferir con todos
respecto a cualquier asunto. Los acuerdos serían necesarios
para cualquier cosa por mínima que fuera, pero serían
imposibles.
Considerar que algunos seres humanos (pero no todos)
son relevantes para cada conflicto es arbitrario si no se da
alguna razón para incluir a unos y excluir a otros. Toda
persona puede valorar la acción de otro y sus efectos como
beneficiosos o perjudiciales para él mismo, para el propio
actor o para otros. La valoración es un proceso mental
subjetivo: es imposible conocerlo de forma objetiva, medirlo
o compararlo. La valoración es subjetiva porque depende no
sólo de la realidad objetiva externa al individuo, común a
todas las personas, sino también de la mente de la persona,
con su sensibilidad y preferencias particulares posiblemente
diferentes de unos a otros. Las personas pueden mentir sobre
sus preferencias reales, o simplemente ser incapaces de
expresarlas verbalmente de forma explícita, clara y completa.
Incluir como protagonistas relevantes de un conflicto a
todos lo que se declaren emocionalmente afectados es muy
problemático y tiende a dificultar su resolución: se trata de
algo imposible de comprobar, con grandes posibilidades de
engaños de aquellos interesados en controlar o restringir las
acciones de los demás; en lugar de dedicarse a su vida y
dejar en paz a los demás muchas personas pueden dedicarse
a entrometerse de forma sistemática en los asuntos ajenos.
Tiene sentido incluir como participantes relevantes en un
conflicto, además de al propio actor que produce una acción
y sus efectos, a aquellos que sufren algún efecto directo
(localizable), objetivo (comprobable, mensurable), y de
intensidad suficiente (para ser importante), de la acción ajena
sobre sí mismos o sus posesiones, y que se declaran
perjudicados por esos efectos. La causalidad física indica que
los efectos objetivos de una acción son más débiles con la
distancia y el tiempo: normalmente las personas y objetos
más cercanos al actor son quienes reciben los efectos de sus
acciones, los más afectados, y además son quienes pueden
actuar eficientemente al respecto.
Las personas sólo pueden actuar físicamente sobre lo que
está más cercano. Para que la acción sea acertada es
necesario además que la persona posea conocimiento
concreto acerca de la situación, y este suele estar más
disponible para los más próximos a los hechos, que suelen
ser los más interesados. Un aspecto fundamental de una
situación es cómo la valoran las personas afectadas, y quien
mejor sabe esto es cada persona misma, que conoce mejor
que nadie sus propias preferencias y capacidades. Cuanto
más lejano es un conflicto más difícil es que una persona sea
afectada por él y que pueda actuar para resolverlo, tiene
menos información y menos capacidad de actuación.
Si la acción de una persona no tiene efectos nocivos
sobre otras personas y sus posesiones, la única persona que
queda como potencialmente relevante es el propio actor, y
una sola persona no tiene conflictos consigo mismo
(diferentes partes de su mente sí pueden tener conflictos
internos).
Considerar que ninguna preferencia de ninguna persona
es éticamente relevante implicaría que las normas éticas
serían completamente independientes de la voluntad de las
personas, no la tendrían nunca en cuenta: esto podría causar
el absurdo de prohibir acciones que no perjudican a nadie u
obligar a acciones que no benefician a nadie. La voluntad de
las personas suele estar adaptada por la selección natural para
permitir el desarrollo humano, es esencial que las normas
éticas la tengan en cuenta.
No se trata de que la voluntad humana pueda decidir de
forma arbitraria qué normas son adecuadas, cuáles cumplir y
cuáles no; se trata de que las normas sirven para evitar o
resolver conflictos entre voluntades incompatibles, y no
tienen sentido si no tienen en cuenta las voluntades de los
sujetos éticos relevantes.
Algunas normas o mandamientos tradicionales dicen no
matar, no robar, no violar, y parecen tener sentido
simplemente así, sin mencionar las valoraciones de nadie.
Son formulaciones simplificadas en las que se sobreentiende
que las personas normalmente no desean ser matadas,
robadas o violadas. Términos como robar y violar se refieren
a actos que van necesariamente en contra de la voluntad de la
víctima que los sufre. Pero algunas acciones, como llevarse
algo de alguien, deshacerse de ello o destruirlo, pueden ser
positivas si se hacen con el consentimiento de las partes
implicadas. Las normas no existen para proteger bienes
objetivos absolutos (o evitar males objetivos absolutos)
inexistentes, sino para respetar la voluntad subjetiva de los
individuos dentro de sus ámbitos de validez.
Si alguien saca la basura de la casa, o algo que ha
recibido como un regalo, no se le considera un ladrón, a
pesar de que se lleva algo que antes pertenecía a otro. Las
relaciones sexuales consentidas se diferencian de las
violaciones por la voluntariedad de ambas partes.
Prácticamente todo el mundo casi todo el tiempo desea
seguir viviendo, por eso se entiende que matar es malo,
porque nadie desea ser matado; pero hay excepciones,
circunstancias especiales en las que una persona puede
desear ser matado o que le ayuden a morir.
Quienes se obcecan con normas absolutas sin entender su
sentido actúan como autómatas irreflexivos que no
comprenden nada de ética aunque creen tener grandes
principios morales. Muestran muy escasa inteligencia al no
ver más allá del resumen simplificador, ignoran la riqueza y
complejidad de las normas éticas adecuadas. La persona
inteligente es capaz de considerar las diferencias relevantes:
la valoración de la persona que recibe los efectos de la acción
de otra es claramente relevante. Que no existan valores
absolutos no significa que no haya normas universales: el
derecho de propiedad es la norma universal que permite la
convivencia entre personas con valores diferentes.
8. Derecho de Propiedad
El derecho de propiedad es el principio unificador universal
de todos los demás conceptos éticos: considera todo como un
recurso que puede ser poseído, como algo bajo el control y la
responsabilidad de un agente que puede utilizarlo según sus
preferencias. El derecho de propiedad es la solución al
problema de construir un sistema normativo ético, la
respuesta que da contenido al requisito formal de
universalidad y adecuación a la naturaleza humana. La
propiedad es el ámbito de la realidad respecto al cual las
valoraciones de una persona, el propietario, son relevantes y
son las únicas relevantes. El propietario es la persona, y las
propiedades sobre las cuales tiene derecho son todas aquellas
cosas que puede utilizar y controlar de forma legítima sin
intromisión violenta de otros y sin entrometerse en la
propiedad de otros. El derecho de propiedad es privado,
incluye al propietario y excluye a todos los demás.
El derecho de propiedad significa realizar una partición
de todas las entidades reales sobre las cuales los seres
humanos pueden tener un conflicto. Una partición es una
división lógica de un conjunto universo (todo aquello que
puede ser poseído) en subconjuntos disjuntos (intersección
nula) cuya unión sea el conjunto universo completo. El
derecho de propiedad impone así límites colaterales a los
ámbitos de control de los seres humanos. El derecho de
propiedad de una persona puede considerarse absoluto en el
sentido de que no entra en conflicto con los derechos de
propiedad de otros propietarios.
Los conflictos se producen si varias personas pueden
reclamar derechos exclusivos sobre la misma entidad. Para
evitarlo la relación de propiedad asigna siempre que sea
posible a cada entidad o recurso potencialmente conflictivo
un solo propietario, la persona legitimada para decidir qué
hacer o no hacer con esa cosa. El derecho de propiedad es la
legitimación de la posesión. La posesión es algo físico, el
control efectivo de algo; la propiedad es un derecho ético, la
legitimación del control en un ámbito concreto limitado.
Cada persona es propietario o dueño de un conjunto de cosas,
y las propiedades de dos personas distintas son conjuntos
disjuntos, sin elementos comunes, de modo que cada uno
decide sobre lo suyo.
En ciertas situaciones un grupo de personas (dos o más)
pueden compartir la propiedad de algo, pero entonces sólo
son propietarios parciales de esa cosa y queda un residuo de
posibilidades de conflictividad si no se ponen de acuerdo
acerca de su utilización. La propiedad colectiva es más
problemática cuanto mayor sea el colectivo de propietarios y
cuantos más usos alternativos posibles tenga el objeto de
propiedad. Si la propiedad individual es posible siempre es
más adecuada que la colectiva; los grupos de propietarios
más pequeños son más adecuados que los grandes. Es
posible compartir recursos entre propietarios individuales de
acuerdo a normas pactadas de antemano; es mucho más
difícil llegar a derechos de propiedad individuales a partir de
grupos inicialmente colectivistas. Sea individual o colectiva
la propiedad por lo menos localiza el conflicto porque
excluye a todos los no propietarios.
La propiedad es una relación entre un sujeto (persona,
propietario, dueño, sea individual o colectivo), y un objeto
(material o inmaterial). El concepto de derecho de propiedad
supone la identificación de unas entidades, los propietarios,
dueños, amos o sujetos de propiedad, que dominan otras
entidades, los objetos de propiedad, pertenencias o haberes.
El derecho de propiedad establece una relación de
legitimación del control de los dueños sobre sus posesiones
frente a otras personas. Si la propiedad es la legitimación del
control, sólo puede ser plenamente propietario el sujeto ético,
aquel ser humano que es capaz de argumentar en términos
éticos y tomar decisiones sobre sus objetos de propiedad. Es
fundamental estudiar según qué criterio un ser humano es
considerado sujeto ético, persona con plenos derechos, ya
que esto tiene consecuencias fundamentales sobre la
aplicación de las normas éticas. Todos los títulos de
propiedad deben estar en manos de personas vivas, adultas y
capaces de entender argumentaciones éticas. No tiene sentido
hablar de derechos de personas fallecidas o todavía
inexistentes como las generaciones futuras.
La ética humana considera propietarios a los seres
humanos, a las personas, y como objetos de propiedad
cualquier entidad que pueda ser utilizada como un recurso de
la actividad humana. Los propietarios son los sujetos sobre
los que rigen las normas de la ética: son los seres cognitivos
desarrollados, los seres humanos racionales y emocionales,
capaces de argumentar, de sentir, de valorar y elegir
voluntariamente, y de aceptar responsabilidades. No tiene
sentido aplicar la ética humana, sus deberes y derechos, a
seres que carecen de las facultades cognitivas necesarias, ya
que no son sujetos éticos.
El derecho de propiedad privada es el concepto
fundamental de las normas éticas, la condición natural de
existencia necesaria para la supervivencia del ser humano.
Como los seres humanos intentan utilizar los mismos medios
escasos, pueden darse conflictos que deben ser resueltos
mediante asignaciones legítimas de recursos, mediante la
delimitación de ámbitos de control en forma de derechos de
propiedad. La ética intenta minimizar y resolver los
conflictos mediante la adjudicación de dominios sobre los
cuales el propietario o dueño está legitimado para decidir.
Los derechos de propiedad legítimos definen restricciones
inviolables, no pueden solaparse o superponerse (sólo puede
haber un propietario pleno sobre algo) y no admiten
excepciones. Los derechos de propiedad deben ser tan
distinguibles y reconocibles como sea posible. Los límites de
la propiedad deben ser claros para distinguir entre lo mío y lo
ajeno, de lo contrario no se evitan los conflictos, pues no se
sabe con seguridad dónde acaba lo que pertenece a cada uno.
El ser humano es autónomo en el ámbito de su propiedad
porque puede imponer sus propias leyes sin intromisión
ajena y respetando que los demás puedan hacer lo mismo en
sus ámbitos de propiedad. El derecho de propiedad es una
metanorma: el propietario está legitimado para imponer las
normas que desee, prohibiciones u obligaciones, a otras
personas que quieran utilizar sus posesiones. Si alguien
puede legítimamente imponer normas respecto a algo deber
ser considerado su propietario. Estas normas particulares ya
no son en general universales, sólo se refieren al ámbito de
propiedad del dueño, no pueden extenderse por la fuerza a la
propiedad ajena. Cada persona manifiesta sus preferencias
según el uso que hace de su propiedad y cómo la comparte o
no con otros.
Las normas sociales que van más allá del derecho natural
de propiedad no pueden exigirse por defecto de forma
universal: las leyes sólo son legítimas si los propietarios
afectados las aceptan voluntariamente mediante un contrato,
y sólo afecta a los participantes en el acuerdo. Salvo que
exista un contrato al respecto, nadie está legitimado para
forzar a otro a realizar un acto positivo, o para impedirle
realizar cualquier acto pacífico, ya que esto viola la
propiedad de dicha persona sobre sí misma. Nadie está
obligado a aceptar normas que no sean parte de la ley natural
y que se le imponen violentamente, sin su aceptación. Es
legítimo negarse a cumplir las normas coactivas y luchar
contra ellas mediante la desobediencia, el desacato o el uso
legítimo de la fuerza para la defensa y la justicia.
La propiedad es la legitimación jurídica de la posesión,
del uso físico de algo. Todos los bienes económicos son
controlados por algún actor, y la propiedad de estos bienes
utilizables no puede ser abolida sino solamente transferida.
La ausencia de derechos de propiedad implica que los más
astutos, fuertes y violentos poseen los bienes. El concepto de
derecho de propiedad es universal y simétrico, se aplica por
igual a todas las personas (de forma abstracta, los derechos
concretos son diferentes). Si el objeto desaparece o es
inalcanzable (no utilizable, no controlable por nadie) no tiene
sentido aplicarle el concepto de propiedad.
La propiedad es aquello cuyo uso, control y disfrute está
legítimamente determinado por la voluntad del propietario,
excluyendo la voluntad de los no propietarios. Es el derecho
absoluto y exclusivo a usar una cosa sin más limitaciones
que el respeto a la propiedad ajena, sin la injerencia de los
demás. La propiedad privada implica distinción entre
propietarios y no propietarios de un objeto de propiedad, y
por lo tanto discriminación y exclusión: el propietario elige,
y los no propietarios no pueden legítimamente interferir
violentamente sobre las decisiones que el propietario toma
respecto de su propiedad. El propietario puede compartir,
pero no está obligado a hacerlo, y puede discriminar,
eligiendo con quién compartir su propiedad.
La ética mínima se limita a indicar y prohibir las
acciones ilegítimas: las agresiones contra la propiedad ajena.
Por defecto, ninguna persona está obligada a realizar ningún
tipo de acción, ni para sí mismo ni para otros. El
conocimiento ético mínimo es tan básico y simple que es
prácticamente innato para todo ser humano: no agredir la
propiedad ajena.
El derecho personal de propiedad es un derecho natural,
no convencional: no es el resultado de un consenso. No es el
conjunto de la sociedad, ni los legisladores estatales, quienes
de forma arbitraria otorgan derechos e imponen deberes a los
individuos. Todos los derechos humanos legítimos, no
violentos, emanan y son consecuencia lógica del derecho de
propiedad. Por ser derechos de todas las personas, no pueden
tenerlos unos a costa de otros. No existen derechos ni
deberes auténticamente legítimos que violen la propiedad
privada. Los derechos personales y de propiedad son la
misma cosa: cada persona posee su mente y cuerpo y algunos
objetos externos, y puede vivir como quiera mientras respete
la propiedad ajena.
El derecho negativo es el derecho natural, equivalente al
respeto al derecho de propiedad: prohíbe a los no
propietarios violar la propiedad ajena. Cada propietario tiene
derecho negativo respecto a sus propiedades y las cosas que
pueda hacer con ellas sin agredir los derechos equivalentes
de otros. El derecho positivo no es un derecho natural, no se
tiene por defecto, se obtiene solamente mediante un contrato
artificial, y legitima a cada parte para exigir a la otra parte
contratante respecto a la cosa contratada.
El derecho de propiedad implica responsabilidad y
tolerancia. La responsabilidad significa que el propietario
debe asumir los costes que genere su propiedad y compensar
a las víctimas por los daños causados por su propiedad a la
propiedad ajena. La propiedad sobre algo no es
necesariamente buena para el propietario: el objeto de
propiedad puede ser valorado negativamente por el dueño y
generar costes no deseados. La responsabilidad es de quien
controla, que por defecto es el propietario. Una persona no
puede convertirse en propietario de algo que no controla,
pero una vez se es dueño se asume la responsabilidad del
control, sea consciente o inconsciente, voluntario o
involuntario. La responsabilidad depende de los hechos
objetivos, de los resultados causados, y no de las intenciones
subjetivas; no se ve afectada por atenuantes ni agravantes
(como alevosía, nocturnidad, premeditación) si estos no
alteran el daño producido.
La tolerancia significa que la propiedad ajena debe ser
respetada y no agredida. Lo que haga una persona con su
propiedad es asunto suyo. Nadie está legitimado a imponer
sus gustos por la fuerza sobre la propiedad ajena. Una
persona puede valorar (positiva o negativamente) cosas o
actos ajenos a su propiedad, pero estas valoraciones no
cuentan éticamente. La propiedad es privada porque quien no
es dueño de un objeto no tiene ninguna justificación para
imponer por la fuerza su voluntad sobre el uso del mismo.
Toda persona puede opinar sobre cualquier realidad, expresar
sus gustos y preferencias, pero sus valoraciones sólo
justifican actuaciones en el ámbito de su propiedad. Respecto
a un objeto de propiedad, la voluntad, la valoración que
cuenta, que es legítima, es la del propietario. Ninguna otra
tiene relevancia ética.
El propietario puede legítimamente alterar el objeto de
propiedad, cambiar su naturaleza, utilizarlo, consumirlo,
destruirlo, entregárselo a otra persona mediante un
intercambio voluntario (compraventa o donación), cederlo
temporalmente con ciertas condiciones (alquiler) o
abandonarlo y renunciar a la propiedad del objeto,
devolviéndolo a su estado natural, siempre que no haya
agresiones sobre la propiedad ajena.
Todos los seres humanos tienen, por defecto, los mismos
derechos naturales abstractos, que se resumen en el derecho
de propiedad. Es un derecho natural no porque esté en la
naturaleza (entendida esta como la realidad no humana) sino
porque es el adecuado a la naturaleza humana. El derecho
abstracto es el mismo para todos, pero los objetos de
propiedad concretos son diferentes para cada individuo (si no
fuera así persistirían los conflictos).
Los deberes surgen únicamente mediante los contratos.
No hay deberes naturales exigibles mediante el uso de la
fuerza. Si no causa daños a la propiedad ajena, el propietario
no está obligado a hacer nada. El deber ético es diferente del
deber de conciencia, mediante el cual un individuo se siente
obligado a algo, u otras personas intentan persuadirle sobre
alguna acción, y del deber técnico, el modo de actuación
necesario para conseguir algo (para obtener una cierta cosa,
la persona debe actuar de cierta forma adecuada). Cualquier
persona puede obtener derechos especiales (derechos
positivos, limitaciones y exenciones de responsabilidad),
mediante acuerdos contractuales con otros individuos.
El comunismo anarquista o anarcocomunismo propone la
desaparición del concepto de propiedad, que nadie sea
propietario de sí mismo, ni de otra persona, ni de ninguna
cosa o entidad. Esto supone la desaparición de la ética, la
ausencia completa de normas adecuadas, la renuncia a la
resolución de los conflictos. La posesión, el control de las
entidades del mundo real, es un hecho innegable que la ética
debe legitimar. Es completamente utópico e ingenuo esperar
que los conflictos se resuelvan solos gracias a la supuesta
buena voluntad y a una irrealizable fraternidad universal
entre los seres humanos.
La propiedad privada fomenta la producción y el cuidado
de los bienes. La posibilidad de apropiarse de los frutos del
propio trabajo incentiva la actividad humana; si se elimina
este incentivo, la persona se vuelve improductiva. Los bienes
de producción sólo son útiles gracias al trabajo, y el esfuerzo
del hombre es estimulado por la idea del beneficio. La
posibilidad de disfrutar e intercambiar los bienes fomenta
que los propietarios los mantengan o transformen para
aumentar su valor: la propiedad no implica agotamiento,
degradación o destrucción de los recursos. La
responsabilidad ante los daños causados por la propiedad
incentiva la atención y el cuidado de la misma; si se elimina
esta responsabilidad, las propiedades pueden resultar
peligrosas para los demás.
No es que sea malo (entendido de forma absoluta e
independiente de las valoraciones humanas) lo que vulnera
los derechos individuales de propiedad: el derecho de
propiedad es la herramienta conceptual ética que minimiza
los conflictos y permite que cada persona persiga sus valores
de forma coordinada y sin interferir violentamente sobre los
demás. Invadir la propiedad ajena implica generar una
asimetría: si dos personas se relacionan respetando cada uno
su propiedad, es posible que ambos valoren la relación de
forma positiva; si uno agrede a otro, el agredido ya lo percibe
como algo malo, lo valora negativamente.
Una norma universal y simétrica que proteja un ámbito
inviolable para cada persona implica respetar los ámbitos
correspondientes de los demás. Si mis acciones no están
limitadas respecto a los demás (ellos no tienen derechos
inviolables), entonces las acciones de los demás no están
limitadas respecto a mí (yo no tengo derechos inviolables).
El derecho de propiedad implica límites a las acciones: no es
legítimo utilizar la propiedad ajena sin el consentimiento de
su propietario; es legítimo usar la propiedad ajena con el
asentimiento de su dueño, el cual tal vez pueda concederse
por su generosidad o negociando y ofreciendo algo a cambio.
Estas limitaciones pueden parecer empobrecedoras si no se
entiende su fundamentación. Con respecto a su propiedad
cada persona no tiene más limitación que respetar la
propiedad ajena; sin el derecho de propiedad no existe esta
garantía, cualquier otro individuo o grupo puede interferir
con la acción de los demás y los conflictos se generalizan. La
propiedad no viola la libertad ya que la libertad no significa
ausencia completa de restricciones sino que queda definida
en función del derecho de propiedad.
El derecho de propiedad no se basa en un derecho a la
vida preexistente y más básico. El derecho a la vida puede
interpretarse como un corolario del derecho de propiedad
sobre uno mismo y de la propiedad sobre objetos: es
ilegítimo agredir a una persona, herirla o matarla, y es
legítimo actuar para mantenerse con vida y progresar
(siempre que se respeten los derechos ajenos). El derecho de
propiedad está relacionado con la vida porque es la única
norma ética universal y simétrica que es funcional, que
permite que los seres humanos a quienes se aplica sigan
vivos y se desarrollen. Si las normas de conducta de un
conjunto de entidades interactivas implican su extinción,
entonces esas normas carecen de sentido porque no tienen a
quién aplicarse, no sirven para configurar sistemas estables y
supervivientes.
Es absurdo afirmar que la propiedad es un robo. La
propiedad no puede ser un robo porque el robo requiere de la
preexistencia y legitimidad del derecho de propiedad, y el
robo implica la violación del derecho de propiedad.
14. Asociaciones
El propietario de algo puede ser en algunos casos colectivo,
en forma de asociación de seres humanos. La propiedad
siempre es privada (en el sentido de que se excluye a los no
propietarios), y lo esencial para la ética es que sea legítima.
Si el propietario es individual tiene la propiedad de forma
plena y la toma de decisiones es trivial. Si el propietario es
colectivo, cada individuo sólo es propietario de forma parcial,
y las decisiones sobre el uso del objeto de propiedad son
problemáticas, ya que se hace necesario legitimar el control
de los bienes poseídos en común mediante la armonización e
integración de las distintas preferencias y decisiones de los
integrantes del colectivo.
El ser humano individual es la unidad de acción, el ente
que piensa, siente, elige y actúa. El derecho de propiedad es
un derecho fundamentalmente individual. Ocasionalmente a
ciertos individuos puede interesarles asociarse de forma más
o menos estable para la consecución de algún objetivo
común. La unión hace la fuerza, pero requiere coordinación.
Puede haber individuos sin asociar, pero no existen
asociaciones sin individuos. Las asociaciones de personas
adquieren la legitimación de sus derechos a través de pactos
libremente acordados entre sus individuos. Son los
individuos los poseedores de derechos, no las sociedades
quienes los otorgan. No puede partirse de lo colectivo para
garantizar lo individual, pero sí es posible partir de lo
individual para constituir grupos.
A ciertas entidades es difícil (aunque no necesariamente
imposible) asignarles propietarios individuales (las zonas
comunes de un edificio de viviendas, las calles de un pueblo,
los caminos, una cueva colonizada conjuntamente por una
tribu, una presa cazada por una banda, la atmósfera): son
difícilmente delimitables o separables en ámbitos disjuntos
de control individual, pero sí suele ser posible distinguir y
excluir a quienes no son propietarios.
Las asociaciones tienen la ventaja de unir fuerzas a costa
de hacer más difícil la organización y la toma de decisiones.
La propiedad colectiva es más problemática cuanto mayor
sea el número de propietarios y más complejo sea el objeto
de propiedad. Por eso funciona bien sólo en ámbitos
relativamente pequeños y simples (familias, accionistas en
empresas, socios en clubes, comunidades de vecinos). En
sociedades extensas la propiedad colectiva de los bienes
económicos es inviable (el cálculo económico es imposible
en un sistema socialista sin derechos de propiedad
individuales, no hay información ni capacidad de
procesamiento y coordinación ni incentivos adecuados).
Si los derechos de propiedad están bien definidos los
miembros de un grupo de propietarios saben claramente a
qué tienen derecho frente a los demás miembros y qué
deberes pueden serles exigidos por ellos respecto a la
propiedad común. La resolución de problemas es más fácil si
los derechos parciales de propiedad son enajenables,
transferibles, de modo que los miembros insatisfechos
pueden transferir sus derechos a otros. La composición
variable de un grupo complica los derechos colectivos de
propiedad: es necesario determinar qué hacer con los
derechos de los miembros que abandonan el grupo
(fallecimiento, emigración, abandono de la asociación) y
cómo adquieren derechos los nuevos miembros (nacimiento,
inmigración, integración).
Los bienes comunes cuyo control no está eficientemente
organizado sufren graves problemas de abuso: cada uno de
los usuarios tiende a explotar y desgastar al máximo el
recurso común, ya que recoge todos los beneficios y sólo
asume una parte mínima del coste, y ningún usuario tiende a
cuidarlo y preservar el recurso común, ya que asume todos
los costes y sólo recibe una parte mínima del beneficio. En
grupos pequeños pueden funcionar sistemas de control social
que evitan conductas abusivas, pero en grupos grandes
integrados por miembros que no se conocen entre sí y apenas
interaccionan el problema se agrava.
Como la gestión colectiva directa es imposible suele
recurrirse a representantes que administren los bienes
comunes. La propiedad colectiva agrava sus problemas
cuando crece el número de miembros del grupo y la cantidad
y la complejidad de las entidades que se poseen en común.
Esta tendencia a la colectivización puede reforzarse por los
intereses particulares de los líderes del grupo (en quienes se
delegan las decisiones colectivas) que buscan más poder
(abiertamente o en secreto, con corrupción), o por la
actuación de diversos miembros organizados políticamente
en grupos de presión para apropiarse de recursos ajenos. Las
asociaciones ilegítimas son disfuncionales y se distinguen
por ampliar el ámbito colectivo más allá de las intenciones
voluntarias unánimes de los miembros.
Ciertas emociones colectivistas instintivas que pueden
ser adecuadas para grupos pequeños estables que compiten
violentamente contra otros son muy nocivas en sociedades
extensas donde los individuos se integran de forma dinámica
en múltiples asociaciones y comercian libremente unos con
otros. Intentar diseñar de forma racional y constructiva el
orden social puede parecer algo sofisticado y científico pero
en realidad es un impulso primitivo condenado al fracaso en
sociedades modernas.
Algunas asociaciones son informales, se forman
espontáneamente (los seres humanos son hipersociales) y se
rigen por reglas consuetudinarias frecuentemente no
explícitas. Una asociación contractual es una relación formal
entre individuos especificada mediante un contrato de
participación en la misma. Toda asociación legítima debe
respetar los derechos de propiedad. Cada persona decide
voluntariamente con quién quiere asociarse y en qué
condiciones. Nadie puede obligar a otros a participar en una
asociación: esta debe ser voluntaria por ambas partes. Dada
una asociación ya constituida y una persona que no es
miembro de la misma, la persona puede negarse a participar,
y la asociación puede rechazar su participación. Nadie puede
prohibir una asociación voluntaria por ambas partes.
Como relación formal, una asociación debe tener
claramente fijados sus objetivos, ámbitos de actuación y
normas de gobierno, gestión, participación, entrada y salida,
permanencia, evolución y disolución. La asociación surge
mediante un contrato y no puede extenderse más allá del
contrato. La asociación es más compleja y su gestión más
difícil cuanto más amplios sean sus objetivos y número de
participantes. Una asociación gobernada de forma
democrática no es automáticamente legítima. Lo
fundamental para que una asociación sea ética no es cómo se
accede a los órganos de gobierno, sino si los gobernantes y
los miembros respetan o no la propiedad privada y los
contratos (especialmente el contrato constituyente del grupo).
No es legítimo forzar a nadie a formar parte de una
asociación o relación, ni a los que están fuera ni a los que
están dentro. No se puede exigir ni la participación a alguien
que no es miembro ni la aceptación por los miembros de
alguien que no lo es.
Si la participación directa en la gestión de una asociación
es difícil, los asociados pueden recurrir a la utilización de
órganos de control o gobierno. Los miembros del gobierno
son representantes en quienes los miembros de la asociación
delegan de forma explícita y condicional ciertos poderes, y
deben ser elegidos y controlados de alguna manera
conveniente. Las sociedades humanas no son equivalentes a
asociaciones formales: la sociedad es un orden espontáneo
no diseñado, no precisa de ningún contrato ni tiene ningún
objetivo específico. Los estados no son instituciones
legítimas de gobierno de las sociedades libres, y los políticos
no son representantes legítimamente elegidos por los
ciudadanos. La política real es lucha por el poder de dominar
a otros y no se corresponde con el ideal de gestión de lo
colectivo por el bien común.
Los colectivos simples pueden ordenarse de forma
centralizada (un grupo de música). Los colectivos complejos
no son controlables, se basan en órdenes espontáneos
descentralizados. Algunas actividades colectivas son más
fáciles de coordinar que otras, y en este caso unos pocos
planificadores diseñan intelectualmente acciones que otros
ejecutan físicamente. La destrucción suele ser más fácil que
la construcción, y como el uso violento de la fuerza consiste
en destruir o amenazar con graves daños, la actividad
violenta suele organizarse en grupos de lucha que
evolutivamente se transforman en ejércitos que funcionan
como estructuras jerárquicas despersonalizadas. Crear
problemas es más fácil que resolverlos, de modo que
frecuentemente los trabajadores (especialmente funcionarios
y burócratas) se asocian en sindicatos para defender
colectivamente sus privilegios, y los profesionales y las
empresas forman gremios para excluir a competidores
potenciales.