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Una investigación busca a 300

ballesteros vizcainos muertos en la


conquista de Gran Canaria
Una investigación encabezada por el arqueólogo Julio Cuenca está intentando
localizar los restos de 300 ballesteros vizcainos muertos en 1482 en la
conquista de la isla de Gran Canaria, cuando atacaban la fortaleza aborigen de
Ajodar, cuyo emplazamiento también se quiere encontrar.

Por esta vertiente de la Mesa del Junquillo se pudo producir el asalto de los ballesteros vizcainos,
que terminaron muertos en un ataque de los canarios.
Localizar la fortaleza de Ajodar y los restos de los 300
ballesteros vizcainos dirigidos por Miguel de Muxica que
murieron en 1482 cuando intentaban tomarla son los
principales retos que afronta una investigación encabezada
por el arqueólogo Julio Cuenca.

En el otoño de 1482 habían pasado cuatro años desde que


comenzara la conquista castellana de la isla de Gran Canaria y
el gobernador de la parte ya ocupada, Pedro de Vera, decidió
emprender una campaña militar con la que doblegar a los
canarios que seguían resistiendo en el centro de la misma.

Para ello, formó un contingente de más de 1.500 hombre de


armas, entre jinetes y peones, en el que que figuraban entre
200 y 300 ballesteros vizcainos bajo las órdenes de Miguel de
Muxica.

La presencia de estos soldados vascos se consideraba


fundamental para acometer la ofensiva, ya que tenía como
principal objetivo las enriscadas fortalezas en las que se
encontraban los canarios. Y los ballesteros vizcainos estaban
considerados como «las tropas adecuadas para desalojarlas»,
ya que en esa zona «ni la caballería ni la artillería resultaban
eficaces dada la naturaleza abrupta del terreno montañoso y
lleno de vegetación de la Caldera de Tejada» explica Cuenca.

El ballestero
vizcaino estaba considerado como el soldado idóneo para asaltar el abrupto centro de la isla de Gran
Canaria.

Al frente de esos ballesteros se encontraba Miguel de Muxica,


hidalgo originario «de una de las escasas casas torre que se
levantaron en la localidad de Villafranca de Ordizia» y que
podría pertenecer «a una rama familiar descendiente del
poderoso linaje de la Casa de los Muxica del Señorío de
Vizcaya. Desde mediados del siglo XV, los Muxica
guipuzcoanos estaban bien insertados en el ‘cuerpo’ de las
élites sociales y económicas de dicha villa y de la Provincia de
Gipuzkoa», detalla el arqueólogo.

Antes de llegar a Gran Canaria, Muxica había tenido una cierta


proyección política en Castilla, donde había sido criado de
Rodrigo de Ulloa, contador mayor de Cuentas y del Consejo
de los Reyes Católicos, además de regidor y alcaide de Toro.

A partir de 1481, probablemente a instancias de Ulloa,


participó en la conquista de la isla como ‘receptor de los
quintos reales’, hasta que Vera le envió a la península para
que llevara ante los soberanos Isabel de Castilla y Fernando
de Aragón al rey canario (guanarteme) de Gáldar, Thenesor
Semidan, que había sido capturado o se había entregado, no
está completamente claro lo que sucedió.

En ese viaje, el caudillo canario se convirtió al cristianismo,


empezó a utilizar el nombre de Fernando Guanarteme y pasó
a ser colaborador de los castellanos en la conquista de la isla.
Junto a Muxica, regresó a Gran Canaria en compañía de
centenares de ballesteros vizcaínos para sumarse a la
ofensiva de Vera.

El gobernador envió primero al colaboracionista Guanarteme


con 400 canarios que le eran fieles para que conminara a los
resistentes a la rendición. Cuando ese intento fracasó ante la
negativa de los líderes Tazarte y Bentejuí, Vera movilizó sus
tropas, que llegaron por mar a la desembocadura del barranco
de La Aldea, posiblemente el Tazarte de los antiguos canarios,
para lanzar la ofensiva.

La fortaleza de Bentayga fue la primera atacada por las tropas


castellanas en su ofensiva contra la última resistencia canaria.

Su primer objetivo fue la fortaleza canaria de Bentayga, sobre


la que los castellanos lanzaron un ataque en el que perdieron
a ocho hombres y otros quince resultaron heridos.

Tras reforzar su ejército, el gobernador atacó de nuevo el


bastión para descubrir que los canarios habían evacuado
Bentayga ante el temor de no poder mantenerlo y se habían
refugiado en otro más inexpugnable llamado Ajodar.

Según Cuenca, esa fortaleza podría estar emplazada en La


Mesa del Junquillo, «una montaña escarpada de 854 metros
de altura, cuya cima tiene forma trapezoidal, de 1.300 metros
de longitud por 600 metros en su parte más ancha, y con
paredes verticales que sobrepasan los 90 metros por todas
sus vertientes, que hacen inaccesible el acceso a la cima salvo
por un paso».

Sobre Ajodar se lanzaron los conquistadores tras dividir sus


fuerzas en dos cuerpos. En uno de ellos estaban los
ballesteros vizcainos dirigidos por Miguel de Muxica, que iban
en vanguardia abriendo camino al resto de soldados que les
seguían. La otra parte del ejército, formada por el Tercio Viejo,
se situó en las inmediaciones de un sendero por el que los
castellanos pensaban que podrían intentar huir los canarios y
también con la intención de forzar el paso desde dos frentes.

Grandes piedras listas para ser arrojadas ladera abajo que se


conservan en las proximidades del único paso de acceso a la cumbre
donde estaría Ajodar.

Muertos a pedradas

Muxica tenía órdenes del gobernador de esperar a recibir


instrucciones antes de atacar a los resistentes, pero este no
las acató y avanzó con ímpetu con sus hombres cuando vio
huir a los canarios con los que se había topado en el ascenso
a la fortaleza.

Era una trampa, ya que esa supuesta retirada estaba llevando


a los atacantes a un punto donde no podían recibir ayuda. Una
vez ubicados donde les interesaba, desde lo alto, los canarios
les arrojaron una gran cantidad de piedras hasta acabar con la
vida de la mayoría de los 300 ballesteros, Muxica incluido.

Al comprobar que una parte sustancial de sus tropas había


sido eliminada, Pedro de Vera emprendió la retirada con los
heridos y los soldados que le quedaban hasta la actual playa
de La Aldea, donde les esperaban los barcos que les pondrían
a salvo en el fuerte de Agaete.

«Si el converso Fernando Guanarteme hubiese querido, en


aquel lance habría sucumbido todo el ejército castellano»,
aventura el arqueólogo. Pero lejos de colaborar con sus
antiguos súbditos, «se interpuso entre los guerreros canarios y
los castellanos, permitiendo que estos últimos se replegaran».

Además de pedirle que le cubriera en su huida, el gobernador


ordenó a Guanarteme que enterrase a los ballesteros
vizcainos muertos en el frustrado ataque a Ajodar, algo que el
caudillo colaboracionista debió de hacer, aunque no se
conocen las circunstancias.

Posible espacio acondicionado para enterramiento colectivo en las


inmediaciones del lugar en el que habrían sido abatidos los
ballesteros vizcainos.

Al respecto, el arqueólogo señala que, tras recoger «los


cuerpos de los ballesteros, que estaban desperdigados por las
laderas y barranqueras donde se produjo el que ya sería
conocido como descalabro de Ajodar, buscaría un sitio
adecuado para enterrarlos».

Inicialmente, «pensamos que podría ser en alguna cueva


natural de las que abundan en la montaña, pero son pequeñas
y no cabrían más de dos o tres cuerpos». Por ese motivo,
Cuenca y su equipo consideran que lo más probable es que
«habría optado por un terreno más o menos llano con tierra
suficiente, próximo al lugar de la batalla, donde cavar una gran
fosa, para depositar amontonados los cadáveres, que luego
cubriría con tierra. Sobre el lugar, levantaría un túmulo de
piedras en señal de respeto».

Dar con esa posible tumba y los restos de los ballesteros


vizcainos muertos en la mayor derrota sufrida por el Ejército
castellano en la conquista de la isla es uno de los objetivos de
la investigación de Julio Cuenca, además de confirmar que La
Mesa del Junquillo es la fortaleza de Ajodar.

En busca de financiación

Pero esa tarea no resulta fácil por las dimensiones del área a
investigar y también por la falta de financiación. El Gobierno
canario ha destinado a este proyecto 14.000 euros, una
cantidad insuficiente para poder excavar en la zona, aunque
se ha conseguido encontrar lugares de enterramiento en los
que Cuenca plantea seguir trabajando.

Además, se han hallado cinco empalizadas de tipo defensivo


que utilizaban los canarios en sus fortalezas y que consisten
en «amontonamientos de piedras de gran tamaño en zonas de
pendiente, donde eran sujetas con estacas de madera para
hacerlas rodar montaña abajo y así frenar un ataque
enemigo», explica el arqueólogo. Esas concentraciones
artificiales de piedras han sido encontradas en zonas por las
que se podía ascender a la parte superior de La Mesa del
Junquillo.

Cuevas de Las
Brujas, uno de los grandes depósitos de agua excavados por los canarios para abastecer a Ajodar.

La investigación también ha permitido documentar la


existencia de evidencias arqueológicas del que podría ser un
lugar de culto y ritual en cuevas excavadas y localizadas en La
Mesa de la Punta.

Además, ha recurrido al empleo de drones e incluso se ha


entrevistado a los últimos pastores que trabajaron en la zona
para recabar información sobre el lugar.
Pero, como señala Julio Cuenca, continuar con los trabajos
para realizar, por ejemplo, sondeos arqueológicos para dar con
los restos de los vascos muertos en el ataque a Ajodar se
complica, ya que, «de momento, no contamos con
financiación. La Consejería de Cultura del Gobierno de
Canarias no ha decidido nada al respecto». Un silencio que
califica de «extraño», ya que, además de la importancia del
sitio arqueológico, «se da la circunstancia de que que esa
montaña-fortaleza forma parte del Paisaje Cultural de Risco
Caído y las montañas Sagradas de Gran Canaria, que
recientemente ha sido declarado Patrimonio Mundial por la
UNESCO».

Para poder seguir adelante con su proyecto, los investigadores


han solicitado al Gobierno de Lakua «que se implique en el
proyecto de excavación aportando medios económicos y de
otro tipo, como información y asesoramiento. También vamos
a dirigirnos a la Diputación de Bizkaia en el mismo sentido».

Cuenca confía en que las instituciones vascas se impliquen en


su búsqueda, ya que «si se realizan las intervenciones
arqueológicas y se encuentran los restos de los centenares de
ballesteros caídos en Ajodar, tras los estudios pertinentes, se
podría plantear incluso que puedan ser repatriados al
País Vasco».

Además, el arqueólogo recuerda que «con los estudios de


isótopos, se puede determinar con precisión el lugar de origen
de esos restos. Por el ADN, podríamos saber quiénes son sus
ancestros y descendientes, si es que los tuvieron».

Aunque también se podría optar «por dejarlos donde están,


bajo el amparo de la montaña donde encontraron su final y
donde llevan sepultados 500 años».

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