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Este trabajo actual se desarrolla con la intención de abordar un tema que surge de la inquietud
y la preocupación por observar la arraigada costumbre de considerar tanto las reformas
legales como la creación de instituciones judiciales, especialmente en lo que respecta al
Derecho Penal y su aplicación, ya sea por cuestiones puramente teóricas, por un lado, o como
problemas altamente prácticos por otro, a menudo influenciados por circunstancias
coyunturales, políticas o por la opinión pública.
De esa manera observamos propuestas de reformas que aparentan ser innovadoras, cambios
en la legislación, así como debates y discusiones relacionados con la modificación de
criterios y parámetros, o con la alteración de modos de actuación establecidos en las leyes.
Estas propuestas, en su esencia, parecen ser promovidas principalmente por impulsos
legislativos destinados a influir en el estado de ánimo de la ciudadanía, a menudo para
calmarla frente a diversas situaciones de injusticias que tienden a experimentar
cotidianamente.
Sin embargo, en ocasiones, estas propuestas solo surgen en respuesta a eventos específicos
con un gran impacto en la opinión pública y mediática, o se basan únicamente en la
invocación de estadísticas, y, en el mejor de los casos, se apoyan en alguna doctrina, aunque
la mayoría de las veces se sustentan en la experiencia, sensibilidad, razonamiento o en la
mera especulación guiada por la presión mediática que suele influir en las reformas
legislativas.
Todos estos motivos son válidos. No obstante, la cuestión radica en determinar si, aun
considerándolos en conjunto, son realmente adecuados y efectivos para abordar los desafíos
de un problema tan complejo como es la delincuencia en nuestro país.
Ahora, debemos tener en cuenta cuáles son las dos teorías de prevención de la pena. La
primera es la teoría de prevención especial, la cual de acuerdo a Cury (1992):
La pena sólo se justifica si se la emplea como medio para luchar contra el delito y
evitar su proliferación. Agrega que el fin de la pena es resocializar al delincuente,
actuando sobre él para conseguir que se adapte a las exigencias de una convivencia
organizada, y, cuando ello no es posible, neutralizándolo a fin de proteger a la
sociedad. Por esta razón señala Cury, se debe despojar a la pena de sus pretensiones
punitivas, reemplazándolas por reeducación, terapia psicológica y formación laboral.
Así la pena ya no sería expiación ni castigo, sino tratamiento. (p. 36)
Por otro lado, la alternativa de solución adoptada por el poder legislativo se decanta por la
teoría de prevención general, la cual atribuye a la pena la función de evitar la comisión de
nuevos delitos, pero no mediante la resocialización del delincuente en particular, sino
disuadiendo a la comunidad en conjunto mediante la amenaza de pena y ejecución” (Cury,
1992, p. 36).
Pues la modificación realizada por el Decreto Legislativo N° 1579, el día 19 de octubre del
año 2023, se modificó nuestro Código Penal, específicamente el artículo 189 respecto a las
agravantes del delito de robo agravado. Quedando redactado de la siguiente manera:
“La pena será no menor de doce ni mayor de veinte años si el robo es cometido:
(...)
9. Sobre equipo terminal móvil, teléfono celular, equipo o aparato de
telecomunicaciones, red o sistema de telecomunicaciones u otro bien de manera
natural similar.”
“La pena será no menor de veinte ni mayor de treinta años si el robo es cometido:
(...)
5. Si la agravante descrita en el numeral 9 del primer párrafo se realiza mediante el
empleo de material o artefacto explosivo.
6. Si la agravante descrita en el numeral 9 del primer párrafo se realiza mediante el
uso de vehículos motorizados.
(...)”
De esa manera, el que roba un celular de, por ejemplo, S/. 200. 00 (Doscientos y 00 soles)
merecería más pena privativa de libertad que el que mata a una persona (homicidio regulado
en el artículo 106 del Código Penal). Por lo que en el Perú se deducirá que, el bien jurídico
derecho al patrimonio tendría más valor que el derecho a la vida. Y cabría preguntarnos ¿Qué
está pasando o cómo está razonando nuestro legislador?
Conforme a ello, Paz Ciudadana (2016) concluye que “la disuasión general no sería eficaz ni
eficiente para controlar la delincuencia” (p. 18). Esto también sucede porque aquellos con
una inclinación hacia actividades delictivas generalmente no suelen tomar en cuenta la
sanción que podrían recibir en el futuro por sus comportamientos criminales, ya que la ven
como un evento lejano y poco probable. En cambio, si los delincuentes estuvieran más
preocupados por la pena que muy probablemente enfrenten, se mostrarían más preocupados
debido a la mayor certeza en cuanto a la posibilidad de ser detenidos.
En la misma línea, es necesario hacer mención al caso chileno donde se realizó un proyecto
que dió lugar a la Ley N° 20.931, que facilita la aplicación de las penas establecidas para los
delitos de robo, hurto y receptación y la supuesta mejora de la persecución penal en dichos
delitos (boletín N° 9.885-07). Aspectos normativos extrapolables a nuestra situación actual.
Es así como, Sebastian Salinero Echevarría (2009) lleva a cabo un análisis acerca de cómo la
probabilidad de ser condenado afecta los casos de robo, y presenta la evolución a lo largo de
un período de tiempo de las cifras relacionadas con las denuncias por delitos, las sentencias
condenatorias, las penas suspendidas y la población carcelaria en Chile, Estados Unidos y
España.
Al presentar los índices de probabilidad de condena en los casos de robos en los tres países,
se llega a las siguientes conclusiones: Un incremento en la probabilidad de ser condenado se
traduce en una disminución efectiva en la comisión de robos. Además, el acto delictivo se
convierte en una actividad de bajo riesgo y altamente lucrativa. Asimismo, la falta de
consecuencias legales puede ser el principal estímulo para cometer delitos en estas
circunstancias, reconociendo que esto es una de las posibles causas del aumento en la
delincuencia.
Para incrementar el costo de cometer actividades criminales, sugiere lo siguiente: i) Seguir las
experiencias de otros lugares, como, por ejemplo, incrementar el número de agentes de
policías, lo cual ha demostrado ser un factor efectivo de disuasión; ii) Mejorar la eficiencia de
las fuerzas de seguridad, lo que significa aumentar las detenciones y adoptar nuevas
estrategias policiales. Y, iii) Señala que las fuentes de información disponibles para evaluar el
delito son limitadas y no satisfacen las necesidades actuales.
Esto sucede porque existen otros factores adicionales y determinantes de la delincuencia que,
no son siempre tomados en cuenta, tales como, factores económicos, factores demográficos,
factores policiales, factores penales, factores educacionales, etc.
Ahora bien, una vez identificadas las causas de esta problemática social y jurídica que afecta
de manera recurrente a la población. Resulta necesario tratar de ceñir nuestra posición
respecto a ello y plantear una posible solución concreta. Es así como, se impulsan cambios en
regulaciones existentes, la creación de entidades gubernamentales adicionales, o
modificaciones en estructuras organizativas a menudo basados en modas o en supuestos
beneficios que se creen pueden obtenerse a corto plazo. Sin embargo, no se realiza una
evaluación del estado actual, ni se considera si son convenientes o necesarios esos cambios
(José Cabezas, 2019).
Por lo tanto, una auténtica estrategia de justicia penal no puede ni debe centrarse únicamente
en el sistema judicial, ni limitarse a actuar de forma reactiva, sino que debe reforzar su
enfoque preventivo y también abordar las repercusiones de los delitos.
Es importante recordar que el objetivo de las políticas públicas, incluyendo las relacionadas
con la justicia penal. es la sociedad y sus individuos. Por lo que. resulta esencial colocar a la
persona en el núcleo de cualquier enfoque dentro de la política criminal. Y, para lograr esto,
se requiere romper con paradigmas de pensamiento obsoletos y considerar, tanto en el
presente como en el futuro, la formación de abogados que estén familiarizados con las
oportunidades que brindan la multidisciplinariedad, la interdisciplinariedad y la
transdisciplinariedad.
De este modo, se puede desarrollar una verdadera política que honre la dignidad humana y
que asegure que la justicia esté al servicio de las personas, manifestando el compromiso de
respetar y proteger a los individuos en su diversidad, complejidad y multidimensionalidad.
incluso en su singularidad y unidad.
La política criminal debe ser concebida como una política pública integral que conecte
diferentes áreas políticas, incluyendo la seguridad, la social y la educativa. Gran parte del
desafío y la responsabilidad de influir en el pensamiento de los actuales y futuros
profesionales del derecho quienes serán responsable de definir las respuestas del Estado a la
problemática social y de enseñar cómo diseñar políticas públicas que tengan una verdadera
incidencia en la sociedad.
Referencias bibliográficas
Cabezas J. (diciembre 2019) Políticas públicas, política criminal y derecho penal. Revista
Difusiones, ISSN 2314-1662, Num. 17, p. 61-82
Cury E. (1992). Derecho Penal, Parte General, T. II. Editorial Jurídica de Chile: Santiago.
Domínguez P. (2018, 28 de noviembre). Sentencias más severas: ¿Una clave para luchar
contra la delincuencia en América Latina? Ideas que cuentan.
https://blogs.iadb.org/ideas-que-cuentan/es/sentencias-mas-severas-una-clave-para-
luchar-contra-la-delincuencia-en-america-latina/
Fundación Paz Ciudadana (2016), Análisis del Proyecto de Agenda Corta Antidelincuencia.