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Universidad Nacional del Litoral

Facultad de Humanidades y Ciencias


Departamento de Filosofía
Pensamiento Latinoamericano y Argentino
Equipo de Cátedra: Dr. Manuel Tizziani y Dr. Maximiliano Ferrero
Año Académico: 2023

TRABAJO PRÁCTICO II
Temas: La perspectiva filosófica sobre la Revolución y los “jacobinos” rioplatenses
Extensión sugerida: entre 750 y 1.000 palabras por cada pregunta.
Fecha de entrega: 24-V-2023, hasta las 23.59 hs.
Estudiante: Jordi G. Altamirano Facino

Consignas:
1. Teniendo en cuenta las ideas que Hannah Arendt expone en la primera parte de
Sobre la revolución (1962), ensaye una definición del concepto de “revolución” –en su
versión moderna– y realice un análisis de los principales elementos que distinguirían a
ese acontecimiento político de otros hechos como la revuelta o el golpe de estado.

Arendt inicia su trabajo Sobre la revolución con un análisis de la guerra como fenómeno
político y su relación con lo que entendemos por revolución. Asistimos entonces a una
exposición histórica donde se entrelazan las nociones de “justicia”, “violencia” y “libertad”.
En relación con estos términos, Arendt analiza la configuración política de la Antigua Grecia,
donde la violencia no tenía lugar en términos políticos-estatales, al menos con sus propios
ciudadanos, sino que la persuasión era el motor de las decisiones en el ágora. La justificación
de la violencia aparece en Roma, con la distinción entre guerras justas e injustas, y desde allí
la autora traza un paralelismo con la situación geopolítica del siglo XX, donde la libertad
aparece como un deus ex machina que justifica la guerra. La semejanza entre la guerra y la
revolución se encuentra en que ninguna de las dos es concebible fuera del marco de la
violencia, lo que las delimita con respecto a otros fenómenos políticos (p.21). Una teoría de la
guerra o una teoría revolucionaria justifican la violencia. Aquí tenemos un primer elemento
para la definición de revolución: ésta no puede disociarse de aquélla. La violencia, a su vez,
se vincula con la cuestión del origen: Caín mató a Abel para dar origen al asesinato, Rómulo
mató a Remo para dar origen a Roma, los españoles masacraron a través del mosquete o la
enfermedad a los indígenas americanos para dar origen a las colonias en estas tierras. Hay
que aclarar, sin embargo, que la revolución no es meramente una violencia que se aplica
sobre un otro, ni un simple cambio ni una exigencia de tal (lo que podría considerarse una
revuelta o una reforma), sino una inauguración de un tiempo nuevo a través de la violencia,
con un fuerte elemento social (cf. pp.26-27). Éste último es lo que las distingue de golpes de
Estado o revoluciones palaciegas, puesto que en éstas el cambio está circunscrito a la esfera
del gobierno, puede revestir la idea de una restauración de un tiempo anterior y aunque puede
recibir apoyo social por parte del pueblo, éste no recibe a cambio un nuevo tiempo que lo
incluya o una liberación propiamente dicha; la revolución, en cambio, instaura una forma
completamente nueva de gobierno, un cuerpo político nuevo (pp.44-45). Observamos,
entonces, un primer elemento constituyente de la revolución: la novedad, el nuevo origen,
cuando “el curso de la historia comienza súbitamente de nuevo” (p.36). Existe un segundo
elemento, que está implícito más arriba cuando dijimos que la revolución posee un elemento
social: la libertad. Como en la guerra puede utilizarse la libertad como deus ex machina para
justificarse cuando los argumentos racionales ya no alcanzan, en la revolución la libertad
contra la tiranía es causa fundamental de su institución. La libertad contra la tiranía exige,
como condición de posibilidad, la liberación contra la tiranía; esta es la justificación de la
violencia que da origen al tiempo nuevo: el derramamiento de sangre no está hecho en virtud
de la violencia per se, sino que está legitimado en la búsqueda de la libertad. La novedad que
quiere hacerse efectiva es la libertad. En este sentido, en los textos premodernos, como por
ejemplo en Maquiavelo, no aparece la revolución en términos modernos, ya que “revuelta” y
“rebelión” “nunca significaron liberación en el sentido implícito de la revolución”(p.52). La
revolución norteamericana, al concebir la libertad, la vida y la propiedad como derechos
inalienables del ser humano, requiere primero de una liberación, aunque la libertad que
procede no sea más que una libertad sin contenido real más que con respecto a no ser
coercionado injustamente (p.41). Arendt afirma entonces que “sólo podemos hablar de
revolución cuando está presente este ‘pathos’ de la novedad y cuando ésta aparece asociada a
la idea de la libertad” (p.44). Sin embargo, hay que agregar que esta libertad termina
asociándose con un elemento que proviene del significado astronómico de “revolución”: la
idea de irrestibilidad. Cuando el 14 de julio de 1789, Lancourt le dice al rey que lo que ha
tomado la Bastilla es una revolución, marca la fuerza histórica de ésta y podría señalarse,
incluso, su necesidad. Las revoluciones de los XVII y XVIII fueron proyectadas como
restauraciones (p.57), pero con el advenimiento de las subsiguientes, aparece la idea de una
necesidad histórica que las fuerza, un espíritu que las efectiviza en la historia. La revolución
es un acontecimiento político que inaugura un tiempo nuevo y que es motivado por la
búsqueda de libertad y producido por la historia. Sólo el espectador, con el diario del lunes,
puede juzgar si una revolución ha sido tal.

2. A partir de la lectura del “Prólogo” (1810) que Mariano Moreno escribió para la
edición del Contrato social de Rousseau, así como de la serie de artículos de la Gazeta
de Buenos Ayres que hoy conocemos como “Sobre las miras del Congreso…” (1810),
identifique y reconstruya las principales ideas políticas del Secretario de la Primera
Junta. Preste especial atención a nociones tales como: “feliz revolución en las ideas”;
“derechos del pueblo”; “tinieblas del despotismo”; “Constitución bien calculada” y
“leyes sabias”; “ambición” y “anarquía”; “retroversión de la soberanía”; “pacto”;
“felicidad pública” y “dulce/sagrado dogma de la igualdad”.

En 1810, el rey Fernando VII yace preso por la espada de Napoleón, que ha ocupado su reino.
España se encuentra en una anarquía provocada por la acefalía real. Se suceden en el
territorio peninsular diversas juntas autonómicas que gobiernan en nombre del soberano
cautivo. Cuando la Junta Central de Sevilla cae, se forma el Consejo de Regencia de Cádiz,
que el pueblo del Virreinato del Río de la Plata no reconoce. Para Mariano Moreno, la
instauración de la Primera Junta, primer gobierno criollo de estas tierras, fue “gloriosa” y
produjo una “feliz revolución en las ideas” (p.297). La vacatio regis provocada por el
encarcelamiento de Fernando VII ha provocado una vacatio legis y retrovertido el pacto por
el cual el pueblo daba poder al rey. La verdad de que los pueblos y su pacto, explicitación de
la voluntad general, son los únicos que pueden dar poder al soberano salió de la oscuridad en
la que las tinieblas del despotismo la mantenían. La igualdad de los pueblos americanos con
el español fue recordada, luego de tres siglos de dominio peninsular. El pacto social, para
Moreno, es el único origen de la obediencia, y ahora que el rey no está, el pueblo reasume el
derecho a darse un soberano; América no está obligada a sujetarse a Fernando VII, pues no
ha firmado por voluntad un pacto con él. “El pueblo es pueblo, antes de darse a un
rey”(p.253), afirma y si bien no alega expresamente por el desconocimiento del rey, sí
interpreta esta situación como una ocasión para conformar una nación: “nos gloriamos de
tener un Rey cuyo cautiverio lloramos [...] pero nos gloriamos mucho más de formar una
nación, sin la cual el Rey dejaría de serlo” (p.266). El Secretario de la Primera Junta sabe que
Buenos Aires no debió erigirse como autoridad extensiva a las demás provincias, pero que
fue obligada por la urgencia para no caer en la anarquía (pp.256-257). Para escapar a esta
anarquía y pactar legítimamente un nuevo soberano, es necesaria una constitución “juiciosa y
duradera” que implique a los ciudadanos en el bien general (p.297). La consagración de esta
constitución es necesaria para la felicidad pública y el bien general, que ante el caos y la
confusión de la anarquía, debe recibir leyes sabias que legitimen gobernantes que a su vez la
respeten y hagan cumplir. “El país no sería menos infeliz porque fuesen hijos suyos los que
gobernasen mal” (p.244). Para que nunca puedan obrar mal, deben regirse por la Constitución
y medirse por la opinión pública. El único objeto de los gobernantes debe ser el bien general,
imposible sin un conjunto de leyes sabias que constituyan una constitución bien calculada,
considerando nuestras necesidades como pueblo, las relaciones que podremos construir y la
comparación con la sabiduría histórica de otras naciones. Los legisladores del Congreso
Constituyente tratarán sobre la suerte de unos pueblos que desean ser felices y que para que
esa felicidad pública pueda hacerse efectiva requieren de una Carta Magna que “establezca la
honestidad de las costumbres, la seguridad de las personas, la conservación de sus derechos,
los deberes del magistrado, las obligaciones del súbdito y los límites de la obediencia”
(p.248). A su vez, el pueblo debe ilustrarse, conocer sus derechos y deberes, si no, “será tal
vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía” (p.298); cada ciudadano debe
comunicar sus luces y conocimientos. Observamos aquí un gran interés por la educación
cívica y los ideales de la Ilustración por parte de Moreno. Que el pueblo conozca sus
derechos es fundamental para la constitución de un gobierno legítimo, lo que se condice con
el proyecto democrático de Moreno, que se explicita sobre el final de “Sobre las miras del
Congreso…”. Allí se sostiene que para que la comunidad quede obligada a su representante,
éste debe ser elegido por todos, desde la voluntad general. La elección por mayoría exige que
antes haya un pacto al que todos se hayan suscrito y legitime ese tipo de elección (p.267).
Seguidamente en el texto, parece inclinarse por un federativismo, que se ha probado efectivo
en los cantones suizos y en Estados Unidos, en el que cada provincia retiene parte de la
soberanía y entrega la soberanía eminente a una autoridad suprema y nacional, al tiempo que
cada provincia se auxilia y socorre mutuamente en una alianza estrecha (p.278).

3. A partir de la lectura del “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII…” (1809) y de la


“Oración inaugural” (1812) de la Sociedad Patriótica de Buenos Aires, ofrezca una
breve reconstrucción de las principales ideas políticas defendidas por Bernardo
Monteagudo durante sus primeros años de participación en el movimiento
revolucionario. Además, enumere y analice las razones que él mismo alega, en su
“Memoria” de 1823, para justificar su distanciamiento respecto de algunas de aquellas
convicciones iniciales. Preste particular atención a conceptos tales como: “usurpación”,
“dominación” e “ignorancia”; “derechos naturales”; “libertad” e “independencia”;
“moral del pueblo”, “estado de civilización”, “distribución de la riqueza” y “relaciones
entre clases”.

Atahualpa, en los Campos Elíseos, se encuentra con un hombre de apariencia española que no
resulta ser otro que Fernando VII. Comparten ambos el hecho de que un usurpador ambicioso
les ha privado de su corona. El diálogo que se desencadena a partir de la comunicación de esa
coincidencia es ocasión para Monteagudo de exhibir algunas de sus convicciones políticas y
argumentar la ilegitimidad del gobierno español sobre los territorios americanos. Una de las
primeras aseveraciones de Atahualpa se basa en afirmar que la única base firme de una bien
fundada soberanía es “la libre, espontánea y deliberada voluntad de los pueblos en la cesión
de sus derechos” (p.65), convicción basada claramente en la filosofía iusnaturalista. Los
españoles han ejercido en América un despotismo que gobierna por la fuerza y por sofismas;
llevan a cabo una degradación del instinto natural de los humanos a asociarse. Ante el
horrible espectáculo del terror y la masacre indígenas, “gime la naturaleza” (p.66). El ser
humano es libre por naturaleza y esta libertad fue violada por los españoles al usurpar la tierra
americana y forzar a los americanos a entregar sus derechos a un monarca que no obra en
vistas del bien público, sino de su ambición personal, y desde el momento en el que monarca
“nada mira por el bien de sus vasallos [...] ha roto también los vínculos de sujeción y
dependencia de sus pueblos” (p.70). Las razones de Atahualpa son tan convincentes que el
finado Fernando VII reconoce su error. Sin embargo, si la soberanía no proviene del uso de la
fuerza, ¿cuál es su fundamento? En la “Oración inaugural de la Sociedad Patriótica”,
Monteagudo afirma que “la soberanía reside sólo en el pueblo y la autoridad de las leyes”
(p.249), cuyo primer vasallo es el príncipe. La conquista española de América fue un crimen
en el que las circunstancias le aseguraban al reino su ejecución e impunidad: fue una
usurpación (cf.p.250) y esta usurpación, a lo largo de trescientos años, sumió a los pueblos
americanos en un profundo letargo que les hizo olvidar su libertad inalienable y caer en una
ignorancia, “origen de todas las desgracias del hombre” (p.254), que los llevó a aceptar al
tirano como un deber. Pero el teatro de la revolución ha inaugurado “la época de la salud”
(p.249). Los ciudadanos pueden ser libres si quieren serlo, y al serles esta libertad un derecho
natural, basta sacarlos de la ignorancia y el letargo para que comprendan que “ningún pueblo
ha derogado ni puede derogar sus derechos” (p.251), entre los que se encuentra elegir a su
soberano. Sancionar la independencia se sigue de abrogar la propia esclavitud con respecto a
un tirano.
Las ideas democráticas que subyacen en esta época intelectual de Monteagudo ‒a las que
“abrazaba con fanatismo”, según dice en su “Memoria…” (p.42)‒ serán reformuladas con el
pasar de los años en la Guerra de la Independencia. En dicho texto, el tucumano confiesa
haber visto las vicisitudes que conlleva la revolución, los efectos negativos producto de la
discordia y la lucha por el poder. Es por ello que sus ideas en esta época son más moderadas
y, antes de instaurar un gobierno democrático, considera preciso realizar una serie de
cambios. Como primer principio al mando del Ministerio de Estado y Relaciones Exteriores
del Perú, sostiene la necesidad de generalizar el sentimiento de independencia en el pueblo,
incitando el odio a los españoles no por la mera calumnia, sino para quitarlos de la
organización del Estado y el poder político, puesto que “entablar un nuevo orden de cosas
con los mismos elementos que se oponen a él, es una quimera” (p.44). Su segundo principio,
en contraposición al Monteagudo de las primeras escenas de la revolución, no es otro que
restringir las ideas democráticas, puesto que antes de instaurarlas, “es preciso examinar la
moral del pueblo, el estado de su civilización, la proporción en que está distribuida la
riqueza” (p. 46), así como las mutuas relaciones entre las clases. Un pueblo cuya moral, como
la del Perú en ese momento, está acostumbrada a ser esclava, no está preparado para instaurar
la democracia y ejercer el poder, ya que su hábito es ser gobernado a través de la fuerza y no
de la ley. Dado que “en el gobierno democrático, cada ciudadano es un funcionario público”
(p. 48), es preciso primero entregar los conocimientos necesarios para el correcto ejercicio de
los derechos. Por ello, el tercer principio de Monteagudo es “fomentar la instrucción pública
y remover los obstáculos que la retardan” (p.52), lo que a su vez se relaciona con el cuarto
principio: “preparar la opinión del Perú a recibir un gobierno constitucional” (p.53). Al
considerar económicamente la situación del Perú, observa que la riqueza natural del territorio
supera su riqueza económica traducida en moneda, y ésta se encuentra en pocas manos, lo
que pone en peligro la independencia individual de sus habitantes. Esta situación va en contra
de una hipotética democracia, puesto que los habitantes podrían vender su voto a cambio de
la promesa de salir de la mendicidad (cf.p.49). Las clases, producto de esta desigualdad
económica y de las divisiones entre castas, “presentan un cuadro de antipatías e intereses
encontrados, que amenazan la existencia social” (p.51). Las relaciones entre ellas no son las
adecuadas para una democracia. Por estas razones, Monteagudo considera óptima no la
instauración de un gobierno democrático desde el momento de liberación del Perú, sino la
formación de un gobierno ilustrado provisorio, moderado en las ideas liberales que una
década atrás el tucumano defendía con fervor en la discusión teórica y en el campo de batalla.
Bibliografía

ARENDT, Hannah (2006). Sobre la Revolución. Madrid, Alianza, [1962], pp. 11-77.
MONTEAGUDO, Bernardo (1916). “Oración Inaugural pronunciada en la apertura de la
Sociedad Patriótica la tarde del 13 de enero de 1812” [13-I-1812], en Obras Políticas
de Bernardo de Monteagudo, dirigida por Ricardo Rojas, Buenos Aires, Librería La
Facultad, pp. 245-264.
MONTEAGUDO, Bernardo (1916). “Memoria sobre los principios políticos que seguí en la
administración del Perú y acontecimientos posteriores a mi separación” [17-III-1823],
en Obras Políticas de Bernardo de Monteagudo, dirigida por Ricardo Rojas, Buenos
Aires, Librería La Facultad, pp. 37-72.
MONTEAGUDO, Bernardo (1988). “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los
Campos Elíseos” [1809], ROMERO, José Luis (Comp.), Pensamiento Político de la
Emancipación (1790-1825), Tomo I, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988, pp. 64-71.
MORENO, Mariano (1915). “Sobre las miras del Congreso que acaba de convocarse, y
constitución del Estado”, en Doctrina democrática de Mariano Moreno, dirigida por
Ricardo Rojas, Buenos Aires, Librería La Facultad, pp. 241-279.
MORENO, Mariano (1915). “Prólogo a la traducción del «Contrato Social»”, en Doctrina
democrática de Mariano Moreno, dirigida por Ricardo Rojas, Buenos Aires, Librería
La Facultad, pp. 297-301.

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