Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
en Filosofía
Cát. “Filosofía Política y Social” – UNL
Jorge R. De Miguel
(UNL-UNR)
Sumario
I - Introducción 1
II - La ciencia del Derecho y la idea del Derecho 3
III – La dialéctica del Derecho y la voluntad libre 4
IV – El Derecho abstracto 5
V - La moralidad 8
VI – La eticidad 9
VII – La familia 12
VIII – La sociedad civil 12
IX - El Estado 17
I - INTRODUCCIÓN
La llamada filosofía del Derecho de Hegel comprende, dentro de su sistema, el
desarrollo completo del Espíritu Objetivo. Se convierte así en una filosofía social, en el
estudio de la realidad humana como “segunda naturaleza”, que abarca desde las
manifestaciones más elementales de la propiedad hasta las determinaciones del Espíritu del
Mundo en la Historia Universal. También es conocida la razón de todo ello: el concepto de
derecho, actuando según su necesidad y su verdad, reúne estos pensamientos. 1 Por lo tanto,
la doctrina jurídica hegeliana se expone en un campo sustancialmente mayor al que presenta
hoy la ciencia del Derecho, inclusive si se toma la perspectiva más amplia de las corrientes
jusnaturalistas.
1 HEGEL, Georg W.F., Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia Política , Agreg. # 33,
trad. Juan L. Vermal, Buenos Aires, Sudamericana, 1975. En adelante las citas entre paréntesis corresponden a
esta obra.
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
Se trata de una de las parcelas más vivas del pensamiento del gran filósofo, que sirvió
de manera directa a su descendencia intelectual y que aún hoy continúa iluminando la
reflexión social y política. Por otra parte, la importancia dada por el propio Hegel a su
doctrina jurídica queda patentizada en el Prefacio de 1820, a través de los objetivos
propuestos y del significativo refuerzo conceptual del sistema que en él se manifiesta. Tales
cuestiones pueden sintetizarse así:
La filosofía como ciencia rigurosa especulativa . Aunque desarrollado especialmente
en la Ciencia de la Lógica, Hegel retoma este punto para marcar límites precisos entre la
ciencia racional y las intuiciones arbitrarias del sentimiento, entre un conocimiento en el que
la forma se liga esencialmente al contenido y un saber que descree de las reglas lógicas o hace
un uso abstacto de las mismas (Pref., pp. 12-13). Esta crítica recae de diversa manera sobre el
"saber inmediato" de Jacobi, la intuición intelectual de Schelling, el formalismo kantiano y
las apelaciones sentimentales de Fries. Pero la intención de Hegel es poner de relieve la
insuficiencia de tales métodos en la ciencia del mundo humano. Si bien algunas de estas
posturas aceptan que la naturaleza es racional y que su conocimiento implica aprehender su
ley inmanente, no están dispuestas a admitir similar armonía en lo ético: “el universo
espiritual estaría, por el contrario, abandonado a la contingencia y a la arbitrariedad,
abandonado de Dios” (Pref., p. 15). La consecuencia ha sido, a juicio de Hegel, el descrédito
de la filosofía y, en especial, de la filosofía política, traducido en el "odio a la ley" y el
descenso de la reflexión sobre el derecho y el Estado al ámbito de las convicciones subjetivas.
Esta reactualización de la sofística conlleva, como en la antigua Atenas, la destrucción de la
eticidad, es decir, la disolución de lo público y de los modos privados que le dan vida. (Pref.,
pp. 16 a 21)
La filosofía como ciencia de lo real. La ciencia racional no puede ser más que de lo
real, lo cual es reafirmado con la conocida fórmula del idealismo absoluto: "lo que es racional
es real y lo que es real es racional". (Pref., p. 23) La identidad entre ser y pensar que ello
supone, se concreta además en la superación de un obstáculo para la comprensión del mundo
espiritual: la dualidad ser y deber ser. La filosofía, indica Hegel, consiste en la captación de lo
presente, de lo históricamente real y no de un "más allá" especulativo, que sólo fluye de un
razonamiento unilateral; no es, sin embargo, la consagración de lo existente, que en su mera
contingencia carece de interés. Se trata de aprehender en la configuración exterior a la
sustancia ideal que la atraviesa, que al adquirir realidad se expresa en una existencia. En otras
palabras, "la tarea de la filosofía es concebir lo que es", descubrir la marcha rigurosa del
concepto en la historia, reconocer a Dios en el mundo, a lo absoluto en lo particular. (Pref.,
pp. 22 a 24) Hegel reitera así la unidad, propia del idealismo, entre teoría y praxis, entre
forma y contenido, algo particularmente crítico en la filosofía política: descarta la ilusión de
edificar un reino ético ideal y, en general, la creencia de que es posible alcanzar la verdad
aplicando una construcción intelectual a un medio práctico esencialmente distinto de
aquélla. No se trata tampoco de un rechazo absoluto a la vocación transformadora del mundo,
sino a la que se basa en el pensamiento subjetivo y se dirige a lo fenoménico. El
descubrimiento de lo universal libera, justamente, de lo particular y efimero. Pero esa “paz
cálida” del conocimiento sólo arriba en el ocaso, recién cuando la realidad ha desplegado
2
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
todas sus posibilidades. Allí el pensamiento transforma la vida del hombre, que finalmente ha
comprendido a su tiempo. (Pref., p. 26)
3
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
4
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
valer ni se aprecia la particularidad del individuo sino el acto mismo: "lo racional es la ruta
por la que todos transitan y nadie se distingue". (Agreg. # 15) La libertad ética es la sustancia
del derecho, no la libertad del arbitrio individual. Por partir del arbitrio, Kant sólo había
podido concebir al derecho como una limitación de la libertad; para él, el derecho no es la
voluntad racional existente en y por sí, sino la voluntad formal del individuo particular (# 29,
Obs.). En suma: la tesis hegeliana es que la voluntad, principio del derecho, la moralidad y la
eticidad, es la voluntad universal y, por tanto, racional, la autoconciencia que se piensa libre
y así se desprende de lo contingente y no verdadero: la "universalidad que se determina a sí
misma". (# 21, Obs.; # 24, Obs.) Es claro también aquí que Hegel ha convertido en Sujeto
subsistente por sí lo que aparece como un movimiento interior de la voluntad subjetiva.
Según lo que ya se ha presentado en la Lógica, el verdadero procedimiento científico
consiste en llevar a la conciencia el movimiento de la racionalidad de la cosa. Tal
desenvolvimiento se realiza bajo el principio de la dialéctica, que disuelve las oposiciones
absolutas, a la búsqueda de un resultado que conserve y, a la vez, supere sus momentos
interiores. Hegel reitera que no se trata de constituir un método más o menos apto para
alcanzar la verdad. Rechaza así, por un lado, la dialéctica metafísica de Platón, preocupada en
deducir oposiciones, y por otro, el procedimiento de las ciencias empíricas, que hacen del
concepto una unidad común del entendimiento a la cual se ha llevado lo individual. (# 31,
Obs.; Agreg. # 32.) La dialéctica es el ritmo del movimiento de lo real, por lo que su captación
no puede operarse desde un pensar subjetivo exterior, ya sea la contemplación pasiva del
realismo clásico o la elaboración trascendental del idealismo kantiano, sino por una
vinculación interior del conocimiento con el objeto, sujeto por tanto a su misma ley. No se
trata, entonces, de cambiar un método por otro, dialéctico y totalizador, sino de eliminar
toda gnoseología, toda separación entre ser y pensamiento.6
El desarrollo dialéctico del concepto de derecho muestra el camino de la libertad en el
mundo. Cada momento es un nuevo estadio jurídico, una nueva determinación de la libertad.
Por ejemplo, el conflicto entre el derecho y la moral o entre la sociedad civil y el Estado -el
conflicto social, en suma- sólo puede ser tomado como oposición absoluta si se desconoce la
esencia racional del derecho, su conexión orgánica como despliegue del espíritu del mundo.
Sólo su derecho, por ser la plenitud y verdad del mundo humano, es lo ilimitadamente
absoluto, aquéllo que comprende y muestra como necesarias pero abstractas las oposiciones
anteriores. (# 30, Obs) Así, el concepto de derecho deviene existente, en primer lugar, como
derecho abstracto y moralidad, ambos momentos interiores de la eticidad social; ésta, a su
vez, se despliega en la familia, la sociedad civil y el Estado, cuya expresión ultima es la
Historia Universal.
IV - EL DERECHO ABSTRACTO
Para dejar en claro que el derecho alude al desenvolvimiento completo del espíritu
objetivo, Hegel denomina derecho abstracto a esta primera instancia de la voluntad libre, ya
que su existencia es una cosa inmediata y exterior. El concepto es aquí sólo algo formal: la
6 Ibídem, # 40 ; REGNIER, Marcel, “Hegel”, en Historia de la Filosofía, Y. Belaval, dir., México, Siglo XXI, Vol.
7, pp. 248 y ss.
5
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
7 SMITH, Steven B., “What is Right in Hegel’s Philosophy of Right”, The American Political Science Review,
83: 1, March 1989, p. 12.
8 DOTTI, Jorge E., op. cit., # 45.
6
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
7
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
V - LA MORALIDAD
El delito, la verdadera injusticia, supone la eliminación de la inmediatez del derecho,
es decir, de la existencia exterior de la voluntad. Prepara entonces el tránsito a la moralidad,
el momento en el que la voluntad vuelve hacia sí misma y aparece la subjetividad individual
frente a lo universal. La moralidad es el derecho de la voluntad subjetiva frente al derecho
del mundo, la libertad que se ha hecho interior después de ser sólo exterior. Es la aparición
del sujeto: ahora todo depende de su conocimiento y de su propósito, mientras que la
exterioridad es indiferente. (# 33, Agreg.; # 104,0bs., Agreg.; # 105) Hegel sigue así la línea
de Tomasio y de Kant al señalar a la interioridad como nota distintiva de la moral y el
derecho estricto. La voluntad moral es esencialmente libre y, por tanto, impenetrable: es la
existencia en sí de la idea de libertad, el lado real de su concepto, lo que constituye una
elevación del hombre, que se sabe interior y libre de determinaciones exteriores y desea
reflejarse en sus acciones. (# 106, Obs., Agreg.; # 107, Obs., Agreg.)
Aunque la voluntad subjetiva se haga exterior y alcance la forma de la objetividad,
conserva siempre la subjetividad. El hecho moral vale por ser una determinación de la
interioridad. Pero a diferencia de la acción estrictamente jurídica, en la acción moral hay una
referencia positiva a la voluntad de los demás. En el derecho no importa lo que quieren los
demás en relación a mi voluntad, mientras que en lo moral, se busca el bienestar propio y el
de los otros. (# 110, Agreg.; # 112, Obs., Agreg.; # 113, Obs)
El movimiento de la voluntad moral comienza así por un aspecto formal: que la acción
responda a un propósito interno. En el segundo momento se toma en cuenta el fin particular
del agente, la intención; por último, aparece el valor absoluto de la acción, el bien. Es decir,
la acción es moral cuando en ella se manifiesta un querer interno, con un fin específico, en la
concordancia con un contenido universal. (# 114, Agreg.) El ámbito moral delínea, pues, el
proceso de identificación de la voluntad subjetiva con el concepto de la voluntad. La unidad
se consuma en el bien, que elimina y conserva tanto lo abstractamente jurídico como el
bienestar. (Agreg. # 108; # 129, Agreg.) El bien es la esencia de la voluntad. Para el individuo
aparece como un deber, que sale de su abstracción con la exigencia moral de cumplirlo por el
deber mismo. En la realización del deber, el sujeto se objetiva y a la vez es libre. Hegel resalta
así el mérito de la ética kantiana de haber puesto de relieve este significado del deber, cuyo
fundamento es la autodeterminación de la voluntad. Sin embargo, si se parte de que el deber
es lo abstracto indeterminado, una universalidad carente de contenido, se advierte, según
Hegel, la falencia de la tesis de Kant: su permanencia en la órbita moral, propia del
entendimiento vacío, sin considerar la eticidad, conduce a una concepción formalista de la
moralidad, que no puede recibir contenido alguno o, en el otro extremo, cualquiera le sería
adecuado. Así, el imperativo categórico no permite apreciar inmediatamente la contradicción
8
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
entre la máxima particular y un principio universal, ya que para que haya tal contradicción se
debe presuponer un contenido determinado de dicho principio que el imperativo no aporta.
(Obs. # 132; # 133, Agreg.; # 134; # 135, Obs., Agreg ). En otras palabras, no es posible saber a
través de esa fórmula cuándo una acción es moral o inmoral, puesto que se parte de un
principio que sólo puede brindar una justificación tautológica, por ejemplo, "dirás la verdad
porque debes decir la verdad". Esta crítica acerca de que la razón práctica kantiana está
condenada a recibir materia desde afuera y a consagrar, por tanto, una moral empírica, no
obstante, puede ser también dirigida a la construcción ética de Hegel. Como señala Dotti, ello
ocurre siempre que se idealice lo universal, ya que, por lo demás, es la manera de evitar la
contradicción del deber ser con la realidad que no se adecua a él.9
El bien, por ser abstracto, aparece en el individuo como conciencia moral. A partir de
ella, el hombre sabe que es su interioridad la que lo obliga, pero su falta radica en que se trata
de una universal indeterminación. Sólo es el “aspecto formal de la actividad de la voluntad”,
la demostración de que como voluntad particular carece de contenido propio. Su
coincidencia con lo en y por sí bueno, que requiere el despliegue de la eticidad, es su verdad
y su validez frente al Estado. No tiene sentido para Hegel, alejándose así de la visión
kantiana, reivindicar la pura formalidad de la conciencia moral como salvaguardia del
individuo ante el poder público. (# 136, Agreg.; # 137, Obs., Agreg.) En una profunda
observación, Hegel atribuye esta búsqueda de lo justo y lo bueno en el interior del individuo
a las situaciones históricas en las que la voluntad racional no es satisfecha en el mundo
existente. A su juicio, ello ya se percibe en su época, visión incipiente de algo que la vida
contemporánea, en nuestros días, tiene entre sus notas distintivas. (# 138, Obs., Agreg.)
Tanto el bien como la conciencia moral demuestran su unilateralidad al requerir de un
contenido concreto, de una determinación. El bien sin el yo actuante carece de realidad,
mientras que la subjetividad de la conciencia se queda en ser sólo un principio formal del
determinar si no alcanza una significación objetiva. El bien y la voluntad subjetiva se
reconcilian y logran una identidad concreta recién en la eticidad, donde lo justo y lo bueno
se hacen vivientes. El bien deja de ser una idea pensada, pero a la vez se conserva deviniendo
existente en el mundo exterior. Es el momento en que el concepto de libertad adquiere
realidad y, por tanto, se muestra como idea universal en y por sí. (# 33; # 141, Obs., Agreg.)
Hegel proporciona así una nueva perspectiva para comprender el derecho y la moral, que
tomados separadamente, a su juicio, carecen de verdad. La eticidad es el derecho que ahora
revela su subjetividad, y es la moral que encuentra su universalidad objetiva.
VI - LA ETICIDAD
Con la noción de eticidad, Hegel ha iluminado la filosofía política moderna, operando
una sugestiva simbiosis entre ésta y el modelo clásico. Esta apreciación puede fundamentarse
luego de una descripción detallada, como se hará a continuación, pero vale la pena insistir
desde ahora en este planteo, ya que la crítica a la filosofía del derecho hegeliana ha recaído,
frecuentemente, empezando por las lejanas observaciones juveniles de Marx, sobre la
9 Ibídem, # 20.
9
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
relación sociedad civil-Estado, cuando no se centra sobre éste último. La eticidad suele
aparecer así sólo implícitamente, siendo como es, en cambio, el concepto filosófico-político
central de la obra.
A pesar del origen etimológico común, Hegel insiste en distinguir moralidad y
eticidad, distanciándose una vez más de la filosofía práctica de Kant que, referida al ámbito
de la primera, a su juicio, aniquila expresamente la posibilidad de lo ético. La eticidad, unidad
de los momentos anteriores, supera la mera exterioridad formal del derecho abstracto y la
subjetividad interior de la moral. Es la exterioridad sustancial en la que se realiza la voluntad
universal, pero al mismo tiempo es voluntad subjetiva. Por lo tanto, recién en este momento
aparecen los organismos sociales en los que vive el espíritu objetivo, el despliegue del
derecho del mundo (# 33).
El bien deja, entonces, su abstracción y se hace viviente. A pesar de que el sujeto
queda sometido a las fuerzas éticas, el bien toma realidad en el actuar subjetivo. Por lo tanto,
es posible distinguir entre lo objetivamente ético y la autoconciencia del sujeto. Por un lado,
la eticidad es la sustancia concreta, la libertad que vive en las instituciones y leyes
impersonales que rigen a los individuos y son superiores a su opinión y su capricho. Pero si la
eticidad fuera solamente una especie de moral suprapersonal, el hombre sería inconciente de
ella y descendería a no ser más que un objeto de la naturaleza, ignorante de las leyes que lo
gobiernan. Lo que distingue a esta "segunda naturaleza" es que la sustancia ética se sabe a sí
misma en el sujeto. La eticidad es el “hogar” específicamente humano, un medio en el que el
hombre realiza su propia esencia, haciendo lo que quiere, pero, a la vez, lo que debe. (# 142; #
143; # 144, Agreg.; # 145, Agreg.; # 146, Obs.; # 147, Obs.)
Lo ético se despliega como deber, virtud y costumbre. Con el deber, Hegel alude a la
ligazón sustancial entre la voluntad particular y las leyes éticas. Aparece el contenido
concreto que faltaba en la determinación del bien. E1 principio kantiano de hacer el deber
por el deber mismo demuestra, pues, su unilateralidad. Para que el hombre alcance una
libertad sustancial y no meramente formal, se requiere que sepa del contenido de la acción
moral, que no proviene de su interioridad pero tampoco opera como una imposición exterior.
Es el deber inmanente, las relaciones necesarias de la idea de libertad que van alcanzando
realidad en los distintos organismos de la vida social. En verdad, no se trata de una
obligación, ya que si así fuera aparecería como una limitación a la subjetivdad. El deber, por
el contrario, libera al individuo, ya que éste, en su abstracto querer, no sería sustancialmente
libre. (# 148, Obs.; # 149, Agreg.)
Estos argumentos hegelianos, que parecen fundamentar el totalitarismo, deben ser
apreciados en su justa medida. El contenido ético puede ser, en ciertos aspectos, oscuro para
el individuo -y esta es una crítica importante que hay que hacer a la posición de Hegel- pero
tempoco es claro para el sujeto cómo actuar moralmente bajo el imperativo de cumplir el
deber por el deber mismo. Con todos sus riesgos, la doctrina de Hegel es un lúcido intento de
superar la fatal dicotomía moderna entre derecho y moral, que ha dado como resultado una
conciencia ética escindida entre el deber jurídico y el deber moral, cuya oposición deviene,
frecuentemente, en la anulación del deber.
10
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
11
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
VII - LA FAMILIA
La familia es la primera existencia que se da el espíritu ético, donde la voluntad
particular es conciente de pertenecer a una universalidad y de que sólo en ella alcanza su
validez, ya no como persona, sino como miembro. Por ser una sustancialidad inmediata,
natural, la familia se encuentra determinada por el sentimiento y el amor, que conforman el
lazo de su unidad. El matrimonio, figura inicial de la familia, es así conceptuado como una
relación ética, que supera la mera vinculación física o sentimental. Mucho menos puede ser
vista como un contrato civil, como sostiene Kant, en el que forzosamente permanecen los
arbitrios individuales. Lo específico del matrimonio es la conciencia de la unidad como fin
sustancial, por lo que sólo puede basarse en el amor, en el cual uno se entrega al otro y a la
vez se recupera a sí mismo, pero se trata de "amor jurídico ético", donde desaparece lo
meramente subjetivo y pasajero. (Agreg. # 33; # 158 Agreg.; # 161, Agreg.; # 163, Obs.,
Agreg)
La unidad familiar es así una persona, que adquiere realidad exterior y sustancialidad a
través de la adquisición de un patrimonio. Hegel reintroduce la propiedad, pero ahora en el
plano ético; lo que en el derecho aparecía como el fruto del egoísmo individual, se transforma
en una apropiación común, a la cual tienen derecho todos los miembros de la familia. La
necesidad del espíritu muestra la razón por la cual la propiedad adquiere estabilidad con la
aparición del matrimonio, en el marco de la vida ética. Su consolidación, sin embargo, escapa
a la esfera familiar y sólo se operará en el ámbito de la sociedad civil. (# 169; # 170, Obs.; #
171)
Hegel trata de reafirmar el rol político que le asigna a la familia el pensamiento
tradicional, que la crítica revolucionaria del siglo XVIII había concluído por desvalorizar.
Pero también puede destacarse en esta cuestión la intención del filósofo alemán de operar
una simbiosis clásico-moderna. E1 oikos aristotélico, sede de la actividad económica, se
convierte en una unidad sentimental privada que inicia la vida ética, pero cuyas necesidades
materiales se satisfacen desde la sociedad civil, momento que requiere la disolución de la
familia.10
10 V. al respecto, GIUSTI, Miguel, “La diferencia entre sociedad y Estado como rasgo esencial de la
modernidad”, Revista Latinoamericana de Filosofía, XIII : 3, nov. 1987, pp. 304/05.
12
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
la sociedad civil como del "mundo fenoménico de lo ético". En verdad, lo universal sigue
siendo esencial y se mantiene presente, ya que los fines de los individuos no podrían
sostenerse sin el fortalecimiento de lo comunitario al cual, a su vez, aquéllos contribuyen.
Por suponer la ruptura de la unidad sustancial familiar, la sociedad civil muestra lo que hace
a cada persona diversa de otra, pero además, es la diferencia entre la familia y el Estado, entre
la conciencia inmediata y la conciencia racional de la totalidad. (Agreg. # 33; # 181, 0bs.,
Agreg; # 182, Agreg.; # 183 ; # 184, Agreg.)
Acaso es en esta etapa donde Hegel exhibe con mayor claridad los fundamentos
teóricos para una superación de los presupuestos clásicos. En el pensamiento antiguo, como
lo muestra Platón en la República, lo particular es esencialmente enemigo del todo, lo que
corrompe la eticidad. La armonía propuesta desconoce así al individuo y se transforma en su
prisión. Pero lo universal, para dejar de ser una abstracción, requiere el desarrollo amplio de
las particularidades. Este punto de vista es posible recién a partir del cristianismo y alcanza su
concreción, a juicio de Hegel, en la Edad Moderna que, al haber hecho justicia al individuo,
ha podido concebir a la sociedad civil. Sin embargo, Hegel no deja de advertir el problema de
algunas teorías modernas que, a la inversa de la tradición clásica, sumergen al Estado en la
sociedad civil. (Agreg. # 182; # 185, 0bs., Agreg.; Agreg. # 184) Su Filosofía del Derecho es,
en suma, el intento por resolver esa cuestión, ciertamente ambigua en buena parte del
pensamiento de los siglos XVII y XVIII. Dotti explica que esta suerte de “abandono del
platonismo político” entraña el reconocimiento hegeliano de la imposibilidad de retornar a la
armonía política de la ciudad griega y la admisión de la necesidad de conceder un lugar al
individualismo moderno. Pero la pretensión de Hegel es volver al privilegio del todo sobre
las partes, aunque haciéndolo compatible con las nuevas condiciones.11
La sociedad civil es, pues, el ámbito de la escisión entre lo particular y lo universal.
Por un lado, la persona concreta, con sus fines y necesidades y el derecho a efectivizarlos y a
satisfacerlas; por el otro, la forma de la universalidad, que se impone a aquélla y es su fin
último. En virtud de tal separación, la vida social no existe como libertad, sino como
necesidad de elevarse a lo universal, de ser un miembro de la totalidad. Este es el verdadero
interés de la Idea, ante el cual se subordina la necesaria, pero aparente, persecución de los
fines egoístas. Esa elevación es el proceso por el cual se cultiva la subjetividad, desde lo
natural e inmediato a la forma racional. Hegel rechaza ciertas apelaciones jusnaturalistas a la
bondad y candidez del hombre en el estado de naturaleza, al cual, inclusive, postulan
regresar. A su juicio, la cultura es, justamente, el "duro trabajo" contra la mera subjetividad y
arbitrariedad del deseo, mediante el que "la voluntad subjetiva alcanza en sí misma la
objetividad". Sólo así el hombre podrá lograr su unicidad y dominar su querer, pero
respetando la naturaleza de las cosas. (# 182; # 184; # 186; # 187,0bs., Agreg.)
13
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
necesidad subjetiva. Su satisfacción en las cosas exteriores y por medio del trabajo genera una
trama de relaciones sociales -el sistema de las necesidades-, en tanto lo que cada uno pueda
obtener depende no sólo de sí sino también de los demás. E1 individuo toma contacto así con
ciertas determinaciones universales, que por presentarse en la esfera de la finitud, adoptan
una apariencia de racionalidad ; se configura el entendimiento. Tal el punto de vista de la
economía política, la ciencia que ha podido abrirse paso ante la multiplicidad de datos
contingentes y ha encontrado las leyes que gobiernan la satisfacción de las necesidades. (#
188; # l89, 0bs., Agreg.) Hegel parece estar representando aquí la sociedad capitalista de su
época y sus construcciones teóricas sobre el "mercado".12 Por lo demás, recuerda los pasajes de
la República de Platón acerca del origen de la sociedad por la división del trabajo. Es en este
rescate de lo clásico y su pretendida superación moderna, donde también puede inscribirse la
defensa de Hegel del individualismo económico -aunque sólo como un momento inicial de la
sociedad civil- y de la obra de la escuela inglesa de Smith y Ricardo. Sin embargo, como
señala Dotti, Hegel percibe que el basamento egoísta de lo económico es particularmente
hostil a la conciliación ética, por lo que es receptivo de la ciencia económica sólo hasta el
punto en que se niega a someterse a la eticidad.13
Las necesidades y los modos de satisfacerlas, por ser infinitos, revelan la universalidad
del hombre, que sólo frente a ellas adquiere la categoría de tal, elevándose por sobre las
limitaciones naturales. Una vez más resultan cuestionadas las supuestas bondades del estado
de naturaleza, en el que no habría más que necesidades simples e inmediatas, en oposición a
una vida civilizada, donde el individuo entraría en una ciega dependencia de necesidades
cada vez más particularizadas. Para Hegel, justamente esta última situación muestra la
capacidad de autorreflexión del espíritu y su auténtica dimensión de libertad y, a la vez, de
sociabilidad: en la satisfacción de las necesidades, lo particular deviene inexorablemente
social. (# l90, 0bs., Agreg.; # l92, Agreg.; # 194, 0bs.)
El trabajo es la mediacion por la cual necesidades particularizadas son satisfechas por
objetos igualmente particularizados, que en tal proceso adquieren su finalidad, valor y
utilidad. Hegel, con los ojos puestos en la Revolución Industrial, refiere que lo universal y
objetivo del trabajo finca en su abstracción, que lo torna cada vez más simple y mecánico. La
consecuencia es que el hombre pierde su individualidad y puede ser finalmente reemplazado
por la máquina. (# 196, Agreg.; # 198) Aunque este temor no se haya aún disipado, hoy
parece evidente que el modo de trabajo que Hegel universaliza ha sido propio de su época y
que más bien convenga pensar si el trabajo humano seguirá siendo en el futuro el medio para
la satisfacción de las necesidades.
La mutua dependencia y reciprocidad del trabajo de los hombres genera el patrimonio
general. La posibilidad de participar en él constituye el patrimonio particular, condicionado
por el capital y la habilidad que se posean. Hegel hace ver, por tanto, la desigualdad
inherente a los patrimonios individuales, como ya antes lo había manifestado respecto de la
propiedad, frente a lo cual, preconizar un derecho a la igualdad sólo significa permanecer en
14
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
un deber ser que no da cuenta de lo real y racional. (# 199; # 200, 0bs.) En la conformación
del patrimonio general, los individuos no actúan, sin embargo, aisladamente ; lo hacen
diferenciándose en grupos homogéneos, las clases o estamentos, que encauzan la
particularidad en una universalidad inherente al contenido de los medios y el trabajo. (# 201)
Recogiendo la observación de Dotti14, debe tenerse en cuenta que la noción hegeliana de
clase excede el marco sociológico y que más bien ellas engloban diversas capas sociales,
principalmente, porque obedecen a la necesidad del concepto de superar el atomismo de la
sociedad civil y retomar la prevalencia de la eticidad, y no a una evolución histórica o a una
exigencia estatal. Junto a la familia, las clases son los organismos éticos sobre los que se apoya
el Estado; si la primera es una universalidad que se adquiere naturalmente, las segundas son
lo universal que se conquista con la libertad del arbitrio y de la opinión subjetiva, como
corresponde a la esfera social. Allí radica según Hegel la diferencia con la antigüedad, en que
los individuos se asignaban a las clases por el nacimiento o por el criterio de los gobernantes.
Pero a diferencia de los planteos individualistas modernos, afirma que el hombre entra en la
existencia al pertenecer a una clase, es decir, su realidad efectiva es siempre social. En otras
palabras: la necesaria participación en las clases está mediada por el arbitrio, por la libre
elección, lo cual es para Hegel, la determinación más precisa de la libertad. (Agreg.# 201 ; #
206, Obs.; # 207, Agreg.)
Los hombres se reparten así en una clase sustancial, una clase formal y una clase
universal. La primera corresponde a la nobleza terrateniente, cuya riqueza se asienta en la
naturaleza; la segunda es el sector industrial y comercial, más reflexivo, que depende
fundamentalmente de sí mismo; la última, puede ser caracterizada como la clase política y la
burocracia, volcada al interés general y, por tanto, al servicio del Estado. (# 202; # 203, 0bs.,
Agreg.; # 204, Agreg.; # 205) Las clases podrían atribuirse, respectivamente, al sentimiento, al
entendimiento y a la razón. Hegel retoma así el comienzo natural y la conducción racional
postulado en la polis platónica, pero hace honor al principio de la producción económica y su
vinculación con la autonomía del individuo.
2. La administración de justicia
La búsqueda del interés particular en la esfera de las necesidades produce conflictos
inevitables que deben ser subsumidos bajo lo universal. Se requiere de la administración de
justicia como efectiva protección de la propiedad, que alcanza así su vigencia y deja de ser un
derecho abstracto. Impartir justicia, entonces, no puede corresponder más que al poder
público, a través del Tribunal, el brazo ejecutor con el que el espíritu universal somete al
interés particular en la sociedad civil. (# 208; # 219, 0bs.) El derecho aparece así como ley,
como derecho positivo, que presupone una voluntad particular, pero que más allá de ella, su
realidad es ser "sabido como algo universalmente válido". En este sentido, la ley se muestra
superior a la costumbre, que aprehende lo universal pero de un modo subjetivo y
contingente. Aquélla es, en cambio, la comprensión reflexiva de lo universal, por lo que el
derecho positivo tiene que ser siempre un sistema. Por estas razones, Hegel defiende el
derecho continental frente al derecho inglés, más apegado a lo consuetudinario.
15
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
15 Concordamos con Dotti en que “el problema resta insoluble, en la efectividad de la historia, pues el
desemboque dialéctico de este conflicto (teórico y real) no pasa de ser un proyecto”. (Ibídem, # 64).
16
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
IX - EL ESTADO
La policía y la corporación demuestran su necesidad y a la vez su limitación en virtud
de estar sujetas a los intereses particulares. La finalidad universal de estas instituciones recién
alcanza su verdad en el Estado, que ahora se revela como el fundamento de los organismos
éticos que lo preceden, la familia y la sociedad civil. Tal la "demostración científica" del
concepto de Estado, según el consabido camino dialéctico de la Idea, en el que lo inmediato
termina siendo aparente y fundado en el resultado, que así deviene como lo primero. (# 256,
Obs.) La claridad con que Hegel explicita este punto lleva a pensar acerca de la importancia
que le asigna a su debida comprensión: más allá de la mera aplicación de la dialéctica, afirma
Dotti, "esta mediación ético-política y la conciliación resultante son el propósito en vistas del
cual Hegel ha elaborado su doctrina".16
El Estado suele ser confundido con la sociedad civil, en la que también se encuentran,
como se ha visto, manifestaciones de la voluntad universal, pero que aparecen mediadas por
la voluntad particular. Dicha relación cambia de manera decisiva en esta nueva etapa. El
Estado es la voluntad racional en y por sí, el espíritu ético que alcanza realidad siendo
autoconciente de su universalidad, la unidad de lo individual y la sustancia universal. El
espíritu adquiere así presencia en el mundo, pero a diferencia de la naturaleza, se realiza con
conciencia: "es el camino de Dios en el mundo que constituye el Estado", y la fuerza de la
razón que se presenta como voluntad es su fundamento. El Estado como totalidad ética tiene
un derecho superior a la familia y a la sociedad civil; el individuo adquiere en él su libertad
más concreta y, por lo tanto, su "supremo deber" es ser miembro del Estado. Según Hegel,
dicha libertad concreta consiste en que los intereses particulares sean desplegados y
17
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
reconocidos, pero que al mismo tiempo se conviertan en interés general, tomándolo como su
espíritu sustancial y su fin último. En otras palabras, ser una persona privada es, a la vez,
saber y querer concientemente lo universal. La idea del Estado de la era moderna contiene,
pues, en unión firme, la universalidad y la completa libertad de la subjetividad, que es su
interior viviente, como lo testimonian la familia y la sociedad civil. Allí radica la diferencia
con los estados antiguos, en que la particularidad carecía de una esfera propia y su voluntad
coincidía con la del Estado. (Agreg. # 33; # 257; # 258, Agreg. ; # 260, Agreg. ; # 261; # 262,
Agreg.; # 263, Agreg.)
No obstante sus palabras, Hegel se distancia de la teoría liberal moderna, que limita al
Estado para preservar la esfera personal. En su esquema dialéctico, aún cuando el ciudadano
no queda eliminado en el Estado, es superado en su particularidad. Rescatando el planteo
aristotélico, con ribetes modernizantes, Hegel entiende que la finalidad del Estado no es la
seguridad y la protección personales, esto es, el interés particular en cuanto tal, sino que por
encarnar el Estado la eticidad misma, "el individuo sólo tiene objetividad, verdad y ética si
forma parte de él". (Obs. # 258)17 Por eso no pueden reivindicarse sólo derechos o sólo
deberes frente al Estado, lo cual quebraría la organicidad ética. El vínculo es de tal naturaleza
que el individuo tiene tanto derechos como deberes ante la totalidad política, "unidos en una
y la misma relación"; lo que al ciudadano le aparece como una exigencia estatal es al mismo
tiempo un derecho de su individualidad. (# 261, 0bs., Agreg.)
Aunque por todas estas razones no cabría atribuirle a Hegel la concepción de un
Estado totalitario, vuelven a plantearse serios interrogantes: ¿en qué medida puede
establecerse en los Estados reales y concretos la distinción -teóricamente clara, pero
prácticamente sutil- entre la "eliminación" y la "superación" del individuo? Tal vez previendo
estas objeciones, Hegel nos recuerda, lo que por otra parte no es más que el meollo del
idealismo, que para comprender al Estado sólo hay que considerar su idea y no su situación
en el mundo que, como tal, está sometida a la contingencia y al error. Los defectos de las
cosas vivientes no invalidan la vida misma; del mismo modo, el concepto no pierde valor a
pesar de las carencias que puedan sobrevenir al entrar en la existencia. (Agreg. # 258)
Hegel desecha toda explicación del Estado por vía de su génesis histórica, dado lo cual
rescata que la filosofía moderna, a través de Rousseau, haya logrado establecerla a partir de
un principio racional: la voluntad. Sin embargo, su crítica va dirigida a la conformación de la
voluntad general, puesto que no es la voluntad universal en y por sí racional, sino lo común
de la voluntad individual, que deviene así en la base del edificio político bajo la forma del
contrato social. La Revolución Francesa ha pretendido, a juicio de Hegel, construir un Estado
real sobre estos principios y de allí su fracaso. (Obs. # 258)
17
Para Bobbio, Hegel funde en su sistema, por primera y última vez, los dos canales sobre los que había
marchado la filosofía política: el canal aristotélico, basado en la pareja familia-Estado, y el canal hobbesiano
sobre la pareja estado de naturaleza-Estado. (BOBBIO, Norberto, “El modelo iusnaturalista”, en N. Bobbio, M.
Bovero, Origen y fundamentos del poder político, trad. J. Fernández Santillán, 2a. ed., México, Grijalbo, 1985, p.
92). Todo ello se ve con claridad, a nuestro juicio, en la doctrina del Estado.
18
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
19
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
20
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
Estado, las corporaciones y demás círculos que representan los intereses particulares comunes
de la sociedad civil. Es así que reaparecen como parte de este poder las funciones judiciales y
policiales, pero ahora con la misión de hacer valer la voluntad estatal frente a las personas
privadas y a los entes en los que se agrupan. El cumplimiento de la decisión suprema del
Estado reposa, pues, sobre un delicado engarce destinado a evitar que, por un lado, éste se
diluya en las corporaciones, como en la monarquía feudal, y por el otro, que los funcionarios,
aislados del control social, se conviertan en una aristocracia arbitraria. A diferencia del
monarca, los funcionarios del gobierno, por estar destinados a cumplir tareas objetivas, se
escogen por su capacidad. En un estadio de organización elevado, pertenecen a la clase
media, donde reside la conciencia jurídica de un pueblo y, en consecuencia, la capacidad para
la defensa del derecho de la universalidad. (## 283, 284, 287, 288, 289; Agreg. # 290; # 295; #
297, Agreg.)
La convivencia de elementos antagónicos en el poder gubernativo muestra las
dificultades de la conciliación hegeliana, salvo que se la entienda, contra los deseos de su
autor, como una propuesta normativa. ¿Es posible un equilibrio semejante entre el principio
individualista y la instancia universal? La historia dará todavía al respecto muchas respuestas.
Pero debe reconocerse que Hegel, aunque no haya sido el primero, tiene razón en señalar
que si los gobernantes no se asumen como una clase universal, despegada de sus intereses
particulares, en verdad no hay Estado, y lo que queda es sólo la batalla de tales intereses en la
sociedad civil.
c) El poder legislativo: le corresponde el establecimiento de la universalidad a través
de la legislación y el perfeccionamiento de la constitución, de la cual, sin embargo, depende.
La unidad espiritual del Estado se manifiesta aquí, como lo había hecho en los otros poderes,
por la presencia del momento monárquico en la decisión suprema, del gubernativo como
instancia consultiva y, por último, de la asamblea de los estamentos. (## 298; 300) Tal el
poder legislativo en totalidad, mientras que el elemento estamentario representaría su núcleo
específico. Hegel hace escasas referencias a la concreta organización de este poder, salvo una
defensa explícita del régimen en que los ministros son miembros del Parlamento, pero en la
que no aparece alusión alguna al papel del monarca. (Agreg. # 300) Según Dotti, parecería
que el príncipe y sus ministros se encargarían de vertebrar el juego legislativo subordinando a
los estamentos19. No obstante, la preocupación de Hegel no es desarrollar las relaciones entre
los diferentes momentos -lo cual hubiera sido de suma utilidad para fundamentar su rechazo
de la doctrina de la independencia de los poderes-, sino analizar de cerca el rol de los
estamentos. Este elemento contiene la representación de la sociedad civil, el momento en el
que adquiere presencia en el Estado y, por tanto, entra en la universalidad concreta, la
voluntad particular. Ahora bien, lo que recibe representatividad política no es ni el individuo
como tal ni la multitud, sino las clases, las corporaciones, las comunas, o sea, las agrupaciones
en las que el hombre alcanza su dimensión universal en la sociedad civil. Los estamentos
operan la mediación entre dichas esferas y el gobierno evitando, por un lado, el aislamiento
del monarca y su recaída en un poder arbitrario y, por el otro, la conversión de los intereses
particulares en una masa inorgánica, una vez que se han desvinculado del Estado. Se crea así
21
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
un ámbito donde el conflicto social deviene racional y, con ello, la oposición al gobierno que
la asamblea estamentaria puede representar sólo es aparente y no sustancial, de modo tal, que
la integridad del Estado no corra riesgos. (# 301, Obs. Agreg., # 302, Obs., Agreg; Obs. # 308)
Dado que es la particularidad la que adquiere significación política, el elemento
estamentario se constituye con la clase privada, al tiempo que la clase universal se integra en
la burocracia gubernativa. Para Hegel, es inaceptable la doctrina liberal según la cual el poder
legislativo está compuesto por representantes del pueblo que, para recibir tal condición,
dejan de ser lo que son, hombres con una determinada actividad, para transformarse en
individuos en abstracto. Desde su óptica, la organicidad del Estado exige que las partes
aparezcan en el todo como lo que ya son, en este caso, como personas que según su interés se
han encauzado a la universalidad en los estamentos de 1a sociedad civil. En otras palabras, lo
que adquiere representación son los intereses y no los individuos.
La diferencia entre las clases privadas es recepcionada en los estamentos que, por eso,
cuentan con dos cámaras: senadores y diputados. Según Hegel, los terratenientes, por
desenvolverse en una eticidad natural y apoyar su patrimonio en la propiedad raíz, en suma,
por su contacto con lo universal, constituyen la clase adecuada para efectuar la mediación
con el príncipe. Tal la función específica de1 Senado, que así se compone de una clase
legitimada por el nacimiento, sin la contingencia de una elección; la propiedad natural,
independiente del Estado y de la inseguridad de la industria es su fundamento. (# 303, 0bs.;
## 304, 305; # 306, Agreg.; ## 307, 312)
La diputación corresponde, en cambio, al “aspecto móvil de la sociedad civil” y es la
que efectivamente cumple la función representativa en la asamblea de los estamentos. Se
integra con la clase formal que, de tal modo, articula sus intereses privados en el organismo
del Estado. Ello hace que tanto la elección popular de los diputados como la exigencia de
poseer una determinada fortuna para ocupar el cargo carezcan de sentido, ya que lo que
importa es que la designación recaiga en individuos que, aún proviniendo de una
particularidad, tengan los suficientes conocimientos de los intereses generales y sean capaces
de hacerlos valer. (# 308, Obs.; # 309, Agreg.; # 310, Obs.; # 311, Obs.)
Podría decirse que la propuesta de Hegel es que en este elemento representativo
suceda lo inverso que en la sociedad civil, esto es, que cada diputado promueva lo universal
que, a su vez, promueve el fin particular del cual él proviene. Las dificultades que entraña
esta peculiar conciliación colocan, prácticamente, a la teoría hegeliana en la situación de un
programa político carente de asidero histórico. Como observa Dotti, semejante transmutación
de lo privado en público sólo se fundamenta en una necesidad dialéctica de alcanzar la
"negación de la negación", que luego pretende que los hechos se comporten según lo resuelto
especulativamente.20 Por lo demás, la estructura estamental aparece sumamente debilitada
frente al gobierno, fruto de la hibridez de su concepción: es la representación de los intereses
sociales, pero que inmediatamente dejan de serlo para transformarse en una expresión de la
conciencia pública, cuya racionalidad sólo puede ser garantizada, en última instancia, por el
20 Ibídem, # 73.
22
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
monarca, en quien se concentra gran parte de la faz decisoria del poder legislativo. (## 301;
313; 314; 315; # 316, Agreg.)
Tal vez influenciado por los resabios feudales de la Alemania de su época y
obsesionado por encontrar en ciertas instituciones vigentes la simbiosis arcaico-moderna,
Hegel termina por universalizar situaciones contingentes, lo cual resta validez teórica, en
este caso, a su concepción de la monarquía constitucional. Cabe destacar, sin embargo, con
palabras de Giusti, que, indirectamente, el diseño hegeliano del Estado pone de manifiesto “la
contradicción específicamente moderna entre el formalismo de la acción política y el
carácter antagónico de los intereses sociales”.21
23
De Miguel – Principios de la filosofía del Derecho de Hegel
Así, el pueblo dominante en cada etapa histórica es aquél que encarna un momento de la
evolución de la autoconciencia del espíritu universal. Estos Estados tienen un derecho
superior al de los demás, pero sólo hacen época una vez en la Historia. (# 340; Agreg.; ## 339,
341, 342; Obs. # 343; ## 344, 345, 346; # 347, Obs.)
En estas reflexiones, que se amplían considerablemente en las lecciones sobre la
Filosofía de la Historia Universal, Hegel quiere significar que no cualquier hecho ni cualquier
pueblo constituye un momento histórico, así como las cosas por el solo motivo de existir no
son reales. Pero todo ello no puede ser apreciado por los hombres, sino a partir del momento
en que el espíritu abandona un estadio de su desarrollo y se eleva a un nivel superior. La
libertad humana, aparentemente subordinada, recobra sin embargo vitalidad, si se toma en
cuenta que el tránsito de la Idea no es más que una liberación espiritual. Ella va conformando
los cuatro “mundos histórico-universales”, desde las civilizaciones orientales hasta el pueblo
cristiano-germánico, en una evolución desde la unidad sustancial, donde no se ha
diferenciado la individualidad, hasta la realización de la subjetividad conciliada con la
universalidad objetiva. Allí, Estado, religión y ciencia se saben espíritu y manifestaciones de
una misma verdad, que así accede a su derecho absoluto. (## 352 a 358; # 360)
En una trasposición que ya se ha hecho notar en otras partes de su obra, Hegel erige a
la civilización germánica en el sujeto en el cual se realiza el espíritu universal. Además de
que su postura no ha demostrado asidero real, es objetable que no deje lugar a la aparición de
nuevos mundos histórico-universales. Pero debe recordarse que el propósito de Hegel es
demostrar que la realidad ha desplegado todos sus matices, y que, en virtud de ello, es posible
ahora su abordaje filosófico total. Contra su propia voluntad, Hegel se rinde ante la necesidad
de su teoría y deviene instrumento de su genial aunque particular razón.
24