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Primera parte
UNIDAD I
2. Periodización
1
Esta impugnación ilustrada es rechazada por Fernand Van Steenberghen, quien distingue dos modos de
hacer filosofía: por un lado, una philosophie engagée (filosofía comprometida), en la que intervienen
inevitablemente elementos de la situación histórica y contextual propias de la cosmovisión del filósofo; por
otra parte, una filosofía técnica, en la que no influyen las circunstancias del filósofo, como se ha dicho de
Aristóteles o de Husserl. Van Steenberghen sostiene que aun Descartes, Leibniz, Kant, Hegel o Bergson, a
quienes se tiene (a excepción del último nombrado) como ―monumentos‖ del racionalismo, filosofaron bajo la
influencia del cristianismo.
Lo que entendemos tradicionalmente por ―filosofía medieval‖ comprende un
extenso período que se extiende desde los comienzos del cristianismo en los siglos I y II de
la era cristiana, hasta el origen del Renacimiento a fines del siglo XIV. Teniendo en cuenta
que lo que se entiende por Edad Media comienza a mediados del siglo VIII, el concepto de
filosofía medieval comprende buena parte del pensamiento antiguo recepcionado en y
transfigurado por el cristianismo. En efecto, el platonismo en sus variantes neo y medio-
platónicas, el aristotelismo en su vertiente lógica, el estoicismo y el epicureísmo, ingresaron
en los albores de la era cristiana y tomaron contacto con el nuevo pensamiento que surgía,
configurando un interesantísimo cuadro intelectual que preparó la especulación
específicamente medieval posterior. Esta primera etapa de la filosofía medieval se conoce
con el nombre de Patrística, mientras que la reflexión filosófica surgida en el período
conocido propiamente como Edad Media, recibe la denominación de Escolástica. Esta
segunda etapa se caracteriza por el intento de inteligibilizar los datos de la revelación, en un
esfuerzo de conciliación entre razón y fe. En este sentido, no solo existió una escolástica
cristiana, sino también una musulmana y otra judía, cronológicamente anteriores a aquella,
y de las cuales se nutrió, si bien la escolástica cristiana recibió mucha mayor influencia de
la musulmana que de la judía.
Es preciso aclarar que este intento de establecer períodos o etapas en la historia de la
filosofía medieval es objeto de no pocas discusiones académicas, y no es aceptado
unánimemente. En virtud de su mayor analiticidad y claridad pedagógica, seguimos aquí el
criterio de Josep-Ignasi Saranyana.2
I. Patrística
Se extiende desde los comienzos de la era cristiana, con la muerte del último
Apóstol (probablemente Juan) a fines del siglo I, hasta aproximadamente el año 751, en que
Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel y padre de Carlomagno, tomó el título de rey de los
francos, produciéndose el cambio de la dinastía merovingia a la carolingia. Este hecho es
concomitante a una nueva y original forma de filosofar que se conoce como ―Edad Media
filosófica‖ .
2
En: SARANYANA, Josep-Ignasi, La filosofía medieval. Desde sus orígenes patrísticos hasta la escolástica
barroca, Navarra, EUNSA, 2003.
En el período histórico conocido como ―patrística‖, se da la rica coexistencia entre
los últimos brotes de la filosofía antigua, principalmente en sus formas de neoplatonismo y
platonismo medio, y el pensamiento cristiano que surgía en su prístina juventud. El nombre
de ―patrística‖ responde al hecho de que muchos de los primeros escritores eclesiásticos
son conocidos con la denominación de Padres de la Iglesia. Se reserva este nombre a los
escritores que reunían las siguientes condiciones: 1) ortodoxia en la doctrina cristiana; esto
no debe ser entendido como la ausencia de errores, sino como la fiel comunicación
doctrinal con la Iglesia, es decir, la transmisión fiel del testimonio cristiano legado por los
Apóstoles. En este sentido, debe tenerse en cuenta que el lenguaje de los primeros escritos
cristianos no es argumentativo, sino testimonial: ―lo que hemos visto y oído..., lo que han
palpado nuestras manos tocante al Verbo de vida, eso anunciamos.‖ (Jn 1, 1); 2) santidad de
vida; el concepto de santidad no debe ser entendido como opuesto a teología, cosa que
trágicamente ha ocurrido en los últimos decenios de la Iglesia previos al Concilio Vaticano
II. En efecto, durante un largo tiempo se entendió que la santidad iba por el camino de la
renuncia a poseer, mientras que la teología busca el conocer, que es el modo que tiene el
entendimiento de poseer.3 Sin embargo, en las Escrituras, la santidad es mucho más que
una cualidad moral, pues implica la cercanía a Dios y la pertenencia a Él como el único
Santo.4 Pero el Dios bíblico es un dios profundamente comprometido con la historia
humana, y muy especialmente con los huérfanos, las viudas y toda clase de oprimidos. De
ahí que el concepto bíblico de santidad no implica la pertenencia a un Dios lejano, a-
histórico o a-temporal, sino al Dios de las promesas de la tierra. Por lo tanto, el esfuerzo por
entender y conocer la marcha de Dios en la historia es parte de la santidad bíblica, con lo
cual se comprende que no es incompatible con la intelectualidad o la racionalidad; 3)
reconocimiento por parte de la Iglesia Católica; como bien lo indica la palabra
―reconocimiento‖, esto no indica la atribución a posteriori de cualidades por parte de la
Iglesia Católica a estos sobresalientes escritores, según un criterio de adecuación o
3
Los que consideraron ambos caminos como irreconciliables, creyeron encontrar apoyo en las Escrituras,
aduciendo que Jesús se muestra en constante oposición a los doctores de la Ley y San Pablo habla de una
―ciencia que infla (physioî)‖ (I Cor. 8, 1). Muchos maestros de espiritualidad promovieron una desconfianza
hacia la inteligencia, por plantearle a Dios cuestionamientos supuestamente impertinentes: ―¿Quién eres tú
para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia?‖ (Job 38, 2). Tan es así, que durante
muchos años, en la formación de sacerdotes, santidad y teología se consideraban por separado.
4
―Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo‖ (Lev. 19, 2). ―Ustedes deben ser santos para
conmigo, porque yo, el Señor, soy santo y los he distinguido de los demás pueblos para que sean míos.‖ (Lev.
20, 26)
conveniencia a las pretensiones de la institución, sino el mero asentimiento y constatación
de los méritos y virtudes que reunían los mismos; 4) antigüedad, es decir, haber vivido en
los primeros siglos del cristianismo. Teniendo en cuenta el altísimo valor histórico y
temporal que comporta la revelación cristiana concretizada en los límites de la finitud y
carnalidad, se considera sumamente importante el haber sido contado los primeros
eslabones de la cadena de testigos del acontecimiento cristiano. La Patrología, que no debe
ser confundida con la Patrística, es una ciencia teológica que estudia, de acuerdo a un
criterio unitario, los escritores de la antigüedad cristiana acogidos por la Iglesia Católica
como testigos de la revelación, aplicando a este estudio los principios metódicos propios de
las ciencias históricas. En este sentido, estos autores son estudiados como piedras
fundacionales y eslabones de la Tradición de la Iglesia. Por su parte, teología patrística y
filosofía patrística estudian la especulación de los Padres, independientemente de que ellos
sean testimonios de la Tradición de la Iglesia. Así entendida, filosofía patrística indica un
período de tiempo y una forma de filosofar que se distingue de la filosofía escolástica o de
la filosofía racionalista. Para comprender esta diferencia, resulta indispensable tener en
cuenta que la racionalidad cristiana es muy diferente de la racionalidad moderna, en el
sentido de que se trata de una razón inseparable de la experiencia. De ahí que cuando
hablamos de racionalidad cristiana debemos hacerlo dentro de estas coordenadas, para no
caer en el error corriente de estudiar la reflexión cristiana bajo las condiciones de una
racionalidad pretendidamente aséptica de toda experiencia, propia de la Ilustración.
Una vez caracterizado este período, podemos distinguir en él las siguientes etapas:
a) Desde los albores del siglo II hasta el Concilio de Nicea, en el año 325.
b) Desde Nicea hasta la caída del Imperio Romano de Occidente, con el golpe
militar de Odoacro que derrotó a Rómulo Augústulo, último emperador occidental.
c) Desde comienzos del siglo VI hasta mediados del siglo VIII. Esta última etapa
constituye en el occidente europeo, la llamada ―transición a la Edad Media‖, caracterizada
por el renacimiento de la cultura grecorromana que comenzaba a injertarse en el tronco
germánico.
5
Cfr. PIEPER, Josef, Filosofía medieval y mundo moderno, Madrid, Rialp, 1979, p. 20. Resulta interesante la
referencia que hace el autor al silencio de Hegel sobre este acontecimiento.
- La ocupación por parte de visigodos, vándalos, suevos, francos, burgundios,
ostrogodos, bretones y anglosajones del territorio que había constituido el Imperio Romano
de Occidente. Esta ocupación ya se hallaba consolidada hacia el 526.
b) La noción de “cosmos”
Para los griegos, el cosmos es inengendrado y sempiterno, es decir, no tiene
principio ni fin pero está en el tiempo.7 Es una totalidad bella y armónica (,
―ordenar con belleza‖), objeto de la contemplación y expresión más pura del ser, que se
manifiesta así en la trasparencia del devenir. Se trata de un orden que tiene en sí mismo su
propia legalidad; se trata de la ―ley de medida‖ propia de la phýsis, caracterizada por su
6
En el pensamiento original de la Academia antigua, no era la Idea de Bien lo que constituía lo más elevado
del orden inteligible, sino lo Uno-díada indefinida de lo grande-y-lo-pequeño, principio último e
indeterminado, pero determinante del Intelecto (), el cual a su vez es determinante del Alma del mundo,
primer nivel inteligible en contacto con lo sensible. En este paradigma originario de la Academia platónica, el
Uno está por encima de las Ideas y constituye su causa formal, así como la díada indefinida su causa material.
Platón formuló estos principios para hacer viable una ciencia de la naturaleza, pero en su República, se
produjo la impostación ética del Uno por la Idea de Bien, La enseñanza de Xenócrates, tercer escolarca y
sucesor de Espeusipo, se alejó del pensamiento de su predecesor y del mismo Platón, e hizo que el Uno, como
ápice de lo inteligible, se perdiera en el olvido, hasta que fue recuperado en el neoplatonismo de Plotino, si
bien transformado, ya que en este sistema, el Uno se transformó en una hipóstasis cuasi-divina, dejando de ser
un principio de la ciencia de la naturaleza, como en la intención original de Platón. Este problema debe ser
tratado a la luz de la llamada ―doctrina no escrita‖ () de Platón, que puede reconstruirse
desde Aristóteles, en Metafísica I, 6, así como de algunos testimonios de los neoplatónicos. La ―doctrina no
escrita‖ fue despreciada por el paradigma moderno representado por Scheleiermacher, que para entender el
pensamiento de Platón toma en cuenta sólo sus escritos. Actualmente, el paradigma de la Escuela platónica
de Tübingen sitúa en primer plano los junto a los escritos platónicos, y los presenta como
globalmente necesarios para comprender los mismos escritos, tanto desde el punto de vista doctrinal como
histórico. Los escritos de Platón no contienen todo su pensamiento, y por sí solos resultan insuficientes para
su comprensión. Para un tratamiento adecuado y exhaustivo de estas cuestiones, recomendamos:
MONTSERRAT TORRENTS, Josep, Las transformaciones del platonismo, Bellaterra, Publicaciones de la
Universitat Autónoma de Barcelona, 1987, y REALE, Giovanni, Por una nueva interpretación de Platón.
Relectura de la metafísica de los grandes diálogos a la luz de las “Doctrinas no escritas”, Barcelona, Herder,
2003.
7
Utilizamos para el cosmos griego la expresión ―sempiterno‖, para diferenciarlo de ―eterno‖, que significa
fuera del tiempo.
capacidad de autorregularse y surgir desde sí misma en una dinámica incesante que
manifiesta su equilibrio intrínseco.
Para la concepción judeo-cristiana, el cosmos ha sido creado de la nada (ex nihilo)
por Dios, entendiéndose por ―nada‖, no el vacío ontológico o ―lo impensable‖ a la manera
del ―no-ser‖ de Parménides, sino el ―no-ente‖, la ―nada de sí‖, por lo cual, Dios ha creado
lo que es desde lo que no era, y no desde una presunta ―nada absoluta‖. Al ser creada por
Dios, la naturaleza es buena; hay un optimismo metafísico inherente a la noción de
creación. Al ser el cosmos la obra de un Dios libre, que crea por decisión libre y no
condicionada por necesidad metafísica alguna, el cosmos judeo-cristiano inaugura el
ámbito de la libertad. Al mismo tiempo, reviste un enorme valor estético, pues se trata de
una obra de arte. En la Weltanschauung griega, la realidad es el fruto de la perpetuación de
leyes inmanentes en el eterno movimiento circular de un régimen rigurosamente legal. No
hay invención posible en el arte, como lo señala Aristóteles, al afirmar que el arte sólo es
imitación () de la naturaleza, mero artificio8. En esta concepción, la realidad
verdadera y esencial residía en la phýsis, de la cual la téchne obtenía su valor. La metafísica
cristiana de la creación, por su parte, invierte el esquema griego, entendiendo que la
naturaleza es el resultado de un acto artístico. En esta cosmovisión, en cambio, son el cielo
y la tierra la consecuencia de un acto de téchne. Esta precedencia del arte respecto de la
naturaleza en la cosmogonía judeocristiana, comporta notables consecuencias
antropológicas. Mientras el hombre griego estaba dominado por la naturaleza y condenado
a la imitación9, el cristiano, por su parte, se halla en un universo iniciado por la invención y
la decisión libre. De ahí que el ámbito de la libertad sea el que más conviene al hombre,
porque esta libertad se encuentra en el origen del ser y acompaña su desarrollo natural10.
c) La noción de “tiempo”
En la concepción helénica, la unión del hombre con la naturaleza, de la parte con el
Todo, del efímero presente de la contemplación con la eternidad del ser inmutable revelada
de manera privilegiada en la armonía de la esfera celeste, es lo que garantiza su condición
8
ARISTÓTELES, Física IV, 194a.
9
―... ya desde niños es connatural a los hombres el reproducir imitativamente; y en esto se diferencia de los
demás animales, en que es mucho más imitador el hombre que todos ellos, y hace sus primeros pasos en el
aprendizaje mediante el arte de la imitación‖, ARISTÓTELES, Poética IV, 4.
10
GESCHE, Adolphe, Dios para pensar I: El mal. El hombre, Salamanca, Sígueme, 1995, p. 238.
histórica. Al estar unida la noción de ―cosmos‖ a la de ―tiempo‖ como ―imagen móvil de la
eternidad‖11, el carácter profundamente cósmico del griego funda su talante histórico:
cosmicidad implica historicidad.
No obstante, es preciso tener en cuenta que en el pensamiento griego, las relaciones
entre lo intemporal y lo temporal eran concebidas según la superioridad de lo primero sobre
lo segundo, lo que explica que en el hombre griego, el tiempo se experimentara como una
degradación. Por lo tanto, sería imposible que se diese en él un progreso continuo. Esto
explica por qué el helenismo nunca llegó a desarrollar una verdadera filosofía de la historia,
y mucho menos una teología de la historia. A los sumo, y tardíamente con Polibio y
Diodoro, se llegó a explicar una convergencia de los hechos de la historia universal por la
acción natural de la , fortuna o azar.
En la tradición judeocristiana, por su parte, el tiempo está signado por la plenitud de
la presencia divina en la historia. En el Antiguo Testamento, esa presencia está ligada a la
marcha del pueblo de Israel a través de la historia, por lo cual, esa historia se convierte en
tiempo salvífico, historia de la salvación. En el cristianismo, el tiempo adquiere su densidad
kairológica en la Encarnación del Verbo que inaugura los novissimus temporibus,
confiriéndole al tiempo el carácter de plenitud escatológica propio de lo que se conoce
como el ―reinado de Dios‖.
Pero, a mediados del siglo II de nuestra era, la condición histórica del hombre
estaría llamada a perderse en la rebelión metafísica contra el cosmos llevada a cabo por el
gnosticismo que considera al tiempo como el fruto de una pasión y una caída, imitación
deforme alejada del paradigma por una fractura abismal. De este modo, podemos concluir
diciendo que, en la concepción helénica, el tiempo es circular; un hecho se perpetúa en el
eterno retorno, como advertían los trágicos: ―Cuidado, porque todo puede volver...‖
En la concepción judeocristiana, el tiempo es lineal. Tiene su comienzo en la
creación del mundo: “Non in tempore, sed cum tempore Deus creavit” (―No en el tiempo,
sino con el tiempo, Dios creó‖)12, decía San Agustín, alcanza su epicentro en la
Encarnación de Dios, y culmina en el juicio final. En la concepción gnóstica, surgida en el
propio seno del cristianismo primitivo, el tiempo puede ser representado como una línea
11
PLATÓN, Timeo 37 d-e.
12
AGUSTÍN, De Civitate Dei XI, 6.
quebrada en su centro, ya que para este movimiento sincrético, la llegada del cristianismo
rompe con el pasado y su absoluta novedad supera y descalifica la historia del Antiguo
Testamento.
d) La noción de “hombre”
La antropología griega comporta una dualidad —no un dualismo—, según la cual el
hombre es una unidad de cuerpo y alma, con acento en el alma. En el Alcibíades de Platón,
ante la pregunta ―¿qué es el hombre?‖, se responde: ―el hombre es su alma‖. Esta
superioridad jerárquica del alma sobre el cuerpo, se debe a que por medio de la misma, el
hombre se comunica con el orden inteligible de la epistéme, de la verdad y del carácter
inmutable de las Ideas, mientras que por su cuerpo, pertenece al orden sensible, de la dóxa,
de las apariencias y de la índole cambiante de las cosas.
Para la concepción bíblica, en cambio, el hombre es carne, una unidad viviente e
inescindible. La palabra griega , carne, traduce la palabra hebrea basar, que incluye de
manera inseparable lo que la antropología griega entiende por cuerpo y alma. En esta
antropología, la carne no debe ser confundida con el cuerpo, que se designa por la palabra
griega pues, en el Antiguo Testamento sólo se habla del cuerpo para referirse al
cadáver, pero no al hombre viviente. El principio que anima la carne, intrínseco e
inseparable, es el nefesh o hálito de vida. A la carne, la antropología hebrea le agrega la
dialéctica del ruaj o ―espíritu‖, pero la dualidad hebrea ―carne-espíritu‖ no debe ser
confundida con la griega de ―cuerpo-alma‖. El cristianismo, basado en la concepción
veterotestamentaria sostuvo la unidad irreductible del hombre, pero expresándola en el
marco de una antropología tripartita: cuerpo, alma y espíritu (I Tes. 5, 23). Los términos
carne () y espíritu (en la antropología cristiana representan dos órdenes
actitudinales diferentes: el modo de vida humano y el divino, respectivamente. La
antropología cristiana primitiva reviste una complejidad enorme, sobre todo cuando se
examina a la luz de los presupuestos gnósticos, pudiéndose llegar a concebir no solo una
tripartición antropológica en el hombre, sino también una antropología cuádruple y aun
quíntuple.13
13
Para ampliar este tema pueden consultarse: GARCÍA BAZÁN, Francisco, ―La complejidad antropológica
del cristianismo primitivo‖, en: Epiméleia. Revista de estudios sobre la tradición, año X, nn. 19-20 (2001),
Universidad ―John F. Kennedy‖, Buenos Aires, pp. 7-37 , y nuestro trabajo: ―El cuerpo y la identidad
e) La libertad y el mal
En la concepción griega, el mal es un error de la inteligencia. El intelectualismo
ético de Sócrates asocia el mal con la ignorancia del bien. El mal es un autoengaño, del cual
sólo se puede escapar por fenómenos de contraste, tales como el reconocimiento de la
propia ignorancia como primer paso, necesario pero no suficiente. El ideal del hombre de
reunir en sí mismo la bondad y belleza, la kalokagathía,14 se ve oscurecido y obstaculizado
por su condición corpórea que lo conecta con la realidad sensible y material. El hombre,
por lo tanto, deberá tratar de revertir esa situación remontándose ascéticamente del orden
sensible al inteligible. Como opuesto al mal, que es ignorancia, se encuentra el bien moral,
que es la virtud de la sabiduría. La ley (nómos) es la expresión natural del orden cósmico,
de la legalidad de la phýsis; de ahí que el modo de vida ideal es ―conforme a la naturaleza‖
y, en el caso del hombre, vivir ―según su naturaleza racional‖.
En la cosmovisión judeo-cristiana, el bien y el mal se juegan en la relación entre
Dios y el hombre, que alcanza su máxima concreción en las relaciones interpersonales.
―Nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ha visto, si no ama a su prójimo a quien ha
visto‖ (I Jn.4, 20). La intervención de Dios en la historia está signada por pactos que éste
celebró con el hombre, y la toráh o ley expresa por escrito ese compromiso entre Creador y
creatura. El mal es considerado como ―pecado‖, noción extraña a la ética griega, y consiste
en la ruptura de ese compromiso, traduciéndose en una infidelidad o traición, que reviste el
carácter de un grave error de la voluntad. Se trata de una hamartía, ―errar al blanco‖, que
hace responsable al hombre y resulta en su propia ruina. A diferencia del pensamiento
griego, para el cual la existencia humana es trágica, el pensamiento cristiano considera la
existencia como un drama, pues el hombre es libre para decidir; por lo tanto, la sede del
mal no radica en la inteligencia, sino en la voluntad.
El cristianismo no abolió la ley hebrea, sino que la asumió explicitando su
verdadero núcleo ético que había sido oscurecido por la exacerbación de preceptos que los
escribas y fariseos habían agregado, promoviendo la obediencia ciega a la letra de la toráh.
Por el contrario, el cristianismo reveló el carácter liberador de la ley, enseñando que la
antropológica en el siglo II‖, en: Vera humanitas, vol. XXI, n. 40, año XXI, Universidad La Salle, México D.
F., julio-diciembre 2005, pp. 153-179.
14
Palabra que se forma de la conjunción de tres vocablos griegos: , ―bello y bueno‖.
misma había sido promulgada para que el pueblo, rigiendo su convivencia a través de esas
―líneas-fuerza‖, no volviera a caer nunca más en una esclavitud como la que acababan de
abandonar en Egipto. Este sentido liberador de la ley sólo puede entenderse a la luz del
núcleo de la predicación de Jesús, que expresa el nuevo modo de relacionarse los hombres
entre sí en esa realidad cuya aurora comenzaba a despuntar, y que el profeta de Nazareth
denominó ―reinado de Dios‖. Toda la ética cristiana puede resumirse en la gran síntesis de
la ley mosaica, que es ―amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo‖.
Amar a Dios y al prójimo no representan dos mandamientos distintos, el segundo
subordinado al primero, sino un único y mismo nivel de la expresión del amor. La
confirmación del hombre en el bien o en el mal, es decir, su ―salvación‖ o ―frustración
existencial‖, se traducen en sus obras, pues, si bien estas por sí mismo no tienen mérito
alguno para conseguir la salvación, expresan lo que el hombre es: ―Por sus frutos los
conoceréis‖. El hábito en las buenas o malas acciones, hace que estas se condensen
respectivamente en la virtud o el vicio.
15
fr. 6, 1. Utilizamos los fragmentos de Diles-Kranz, Die Fragmente der Vörsokratiker, 1952.
Al leer el Génesis en la versión griega de los LXX, Filón advirtió que el verbo
hebreo bará había sido traducido por el griego , ―hizo‖. Pero esta utilización del
verbo poiein no diferencia al Dios bíblico del Demiurgo platónico, quien hizo el mundo
desde la materia amorfa preexistente, plasmando en ella las copias de los paradigmas
inteligibles. Se hacía preciso, pues, destacar de alguna manera en el lenguaje, que Dios hizo
el mundo sin materia previa, que no es un artesano a la manera del Demiurgo, sino un
verdadero creador. Ante la falta de un vocablo específico en la lengua griega para significar
una creación desde la nada, Filón apela a dos siguientes sintagmas: uno para significar que
Dios es el hacedor del mundo, y otro para afirmar que es al mismo tiempo su fundador:
16
SARANYANA, J.- I., op. cit., p. 33.
Prestar atención a la interpretación que hace el autor acerca de la noción parmenídea de
―ser‖, contrastándola con la noción esencialista propia de la filosofía posterior.
ALBY, Juan Carlos, ―Tiempo y eternidad en las concepciones bíblica y helénica‖
Comprender el significado que cada una de estas nociones alcanzan dentro del horizonte de
sus respectivas cosmovisiones.
UNIDAD II
1
El docetismo (del griego , ―parecer‖, ―aparentar‖) es una de las herejías cristianas más antiguas,
según la cual Jesús fue verdadero Dios, pero su humanidad fue sólo aparente. Esta tesis tuvo mucha difusión
entre los gnósticos, y produjo un considerable impacto en la cristología y antropología de los primeros siglos .
2
Pueden consultarse las siguientes ediciones españolas: LIGHTFOOT, J. B., Los Padres Apostólicos (edición
trilingüe griego, latín y español), Terrasa (Barcelona), CLIE, 1990; RUÍZ BUENO, Daniel, Padres
Apostólicos (bilingüe griego-español), Madrid, BAC, 1950.
3
En: ―La Patrística y el progreso de la Teología‖, en: Gregorianum 50/3-4 (1969), pp. 543-570; aquí, p. 545.
originalidad: Ambrosio de Milán, en algunos puntos de Cristología, e Hilario de Poitiers, en
toda su obra; 3) la tradición agustiniana, encabezada por Agustín de Hipona.
Según Orbe, de las tres tradiciones mencionadas, la asiática es la más fina,
inmediata y fiel a las auténticas enseñanzas johanneas y paulinas, pero también la más
ignorada y difícil. La fecunda tradición origeneana aún se encuentra falta de base. La
agustiniana, constantemente sometida a los estudios más exhaustivos, se agotó en temas
relativamente fáciles como la eclesiología, pero no en otros. El estudio de esta tradición
requiere mucho método, para no reiterar lo ya dicho hasta el cansancio y, en la mayoría de
los casos, mal planteado.
A la Iglesia cristiana primitiva se le presentaron los siguientes frentes de combate4:
1) Judíos y judaizantes; 2) Marción; 3) Gnósticos. A continuación, presentamos solamente
una brevísima semblanza de los dos primeros, ya que el gnosticismo merece ser estudiado
con mayor detalle.
1) La herejía judaizante, cuyos perfiles se pueden reconstruir desde la epístola de
Pablo a los Gálatas y la anónima epístola a los Hebreos, pretendía subsumir el cristianismo
a las tradiciones judías. En orden a esto, exigían a los paganos que manifestaban intención
de convertirse al cristianismo, a someterse a las normas del ritual judío, especialmente del
Templo y la circuncisión. La escisión que esto produjo en la primer Iglesia cristiana, resultó
parcialmente subsanada con el mal llamado Concilio de Jerusalén (Hech. 15), en el cual se
sentaron pautas para la convivencia entre judíos y gentiles en el seno de la joven Iglesia.
Al caer el Templo de Jerusalén en el año 70 en manos de las legiones romanas de
Tito y Vespasiano, la amenaza judaizante desapareció del horizonte de la Iglesia, por haber
perdido precisamente su epicentro.
2) Marción, un doctísimo hereje de la región del Ponto, descalificaba el Antiguo
Testamento y con él todo lo judío, a expensas del Nuevo. Consideraba que la antigua
dispensación era propia del Demiurgo Yahweh, dios de los judíos, inferior en cualidad y en
esencia al Dios verdadero, Padre desconocido, que envió a su Hijo a inaugurar la era del
Evangelio. Marción quiebra en su centro la unidad de la historia de la salvación, exaltando
4
Cfr. ORBE, A., ―Ideas sobre la Tradición en la lucha antignóstica‖, en: Augustinianum 12/1 (1972), pp. 19-
35.
la absoluta novedad del cristianismo acudiendo a Mt. 11, 275: Nuevo Dios, Nuevo Cristo,
Nuevo Espíritu, Nueva Iglesia y Nueva Tradición. De acuerdo a esto, el Póntico elaboró un
canon propio de la Sagrada Escritura, tergiversando el texto en numerosas ocasiones para
servir a su ideología. Fue especialmente combatido por Ireneo y Tertuliano, con relativa
facilidad por el carácter muchas veces ingenuo de sus afirmaciones, aunque no sin
imprecisiones por parte de los heresiólogos, especialmente, del primero de los nombrados.
3) Los más temibles adversarios fueron los gnósticos, especialmente, los discípulos
de Valentín. Por su enorme importancia en los orígenes de la filosofía cristiana, merecen
ser estudiados aparte.
5
―Suma de la regla gnóstica‖, según expresión de Ireneo en Adversus haereses (en adelante: Adv. haer.) I, 20,
3.
acaecida en el seno de la interioridad divina o Pléroma, el eón llamado Sophía o Ennoia
emitió una especie de materia abortiva, la substantia materiae, a partir de la cual se hizo el
mundo visible e invisble. Esta sustancia se escindió en tres esencias: hýlica o ―material‖,
psíquica o ―racional‖ y pneumática o ―espiritual‖. Este mito cosmológico fundamenta a su
vez la antropología, ya que los gnósticos proponen tres especies de hombre, diferentes en
esencia y en destino. Los llamados ―valentinianos‖, que constituyen la expresión más
elaborada, coherente y compleja del gnosticismo, presentan la siguiente antropología, la
más completa entre todos los sistemas gnósticos. El hombre ―material‖, de naturaleza
hýlica, no puede superar el umbral de las leyes de la materia que rigen toda su existencia y
que lo arrastran a un destino escatológico de condenación. El hombre psíquico, por su
parte, es de la misma naturaleza que el Demiurgo que hizo el mundo, el Yahweh del
Antiguo Testamento (se aprecia aquí la influencia marcionita), y su carácter racional le
permite acercarse a las profundidades de la materia o a las alturas del espíritu, sin alcanzar,
no obstante, la perfección propia de la tercer especie de hombre: el pneumático o
―espiritual‖, único apto para recibir la gnosis. Estos últimos, están predestinados a la
plenitud escatológica por llevar en su interior la centella de la gnosis, la ―chispa divina‖ que
permanece aletargada durante la vida, y que es despertada al momento de recibir la
iluminación de la gnosis. Recién allí, entonces, el hombre pneumático se hace consciente de
su naturaleza y destino superiores. Según los gnósticos, los espirituales son muy pocos, y
todo hombre vive hasta los siete años bajo las leyes de la hýle, pero al adquirir el uso de
razón a partir de esa edad, su existencia se despliega de acuerdo a la disciplina de la psyché.
Si este hombre ha recibido la ―chispa divina‖ depositada en él por Sophía, ésta simiente
espiritual permanece dormida hasta el momento de recibir la gnosis. Todo hombre posee
una naturaleza hýlica, pero no todos poseen la naturaleza psíquica, albergada dentro de
aquella, y muchos menos poseen la pneumática. A su vez, todo hombre presenta como lo
más exterior un sôma o cuerpo. En el caso del hombre pneumático, las tres naturalezas
permanecen dentro de él como en una triple envoltura. Como puede apreciarse, se trata de
una antropología elitista y de exclusión.
En cuanto a su teología, los gnósticos conciben a Dios como alejado del universo,
totalmente desconocido, bueno en esencia y, por lo tanto, incapaz de ser responsable del
origen del mal, y como este origen se encuentra asociado al surgimiento de la materia, Dios
no puede ser el creador del mundo material. Esta tarea le correspondió a un Demiurgo
inferior. Entre Dios y el mundo, se despliegan una serie de entidades intermedias o eones, a
la manera del platonismo medio y del neoplatonismo. En cuanto a la ética, sólo es posible
para el hombre racional, psíquico o ―intermedio‖, ya que es el único capaz de realizar
acciones libres, pues tanto el hombre ―material‖ como el ―espiritual‖ son conducidos por
las leyes de sus respectivas sustancias. En este sentido, los gnósticos distinguen el ―libre
albedrío‖ o (autexousía) de la ―libertad espiritual‖ o (eleuthería).
El primero, es propio de los hombres psíquicos, mientras que la segunda es exclusiva de los
―espirituales‖. Se trata entonces, de una libertad paradojal, pues el hombre pneumático
posee una libertad supra-humana que, como tal, no es libertad.
Los primeros heresiólogos entendieron que los gnósticos, al igual que los filósofos
gentiles, al seguir una escuela determinada se inspiran en la enseñaza de un maestro; de este
modo, se desvían del sentido filosófico y siguen una orientación individual tomando el
nombre de una corriente que procede de determinado maestro: Valentín, Basílides, Marcos,
Satornilo, etc. Estos maestros gnósticos, al igual que los eclesiásticos defensores de la
supuesta ―ortodoxia‖ bíblica, apelaban a la Tradición de los Apóstoles para fundamentar su
autoridad, y a la sucesión que enlazaba la primera Iglesia con la suya contemporánea. Los
eclesiásticos tenían el recurso a la llamada ―regla de fe‖, sometiendo su exégesis de la
Escritura a los artículos de la enseñaza apostólica. Los gnósticos, por su parte, si bien no
recurrieron en forma explícita a una regla de fe, tampoco invocaron como norma
argumentos de razón, lo que hubiera comprometido su teología transformándola en
filosofía. En cambio, recurrieron a una supuesta parádosis secreta de los Apóstoles.
Sostenían que el Salvador había impartido enseñanzas secretas a cada uno de sus Apóstoles,
además de aquellas que fueron consideradas públicas, que están consignadas en los
evangelios canónicos, y que constituyeron el contenido de la predicación abierta de los
Apóstoles. Es decir que, mientras los eclesiásticos invocaron como norma para entender la
Escritura la llamada ―regla de fe‖, los valentinianos también recurrieron para el mismo
propósito, a la Tradición apostólica. Pero, ¿cómo dilucidar cuál de las dos Tradiciones
apostólicas es la verdadera? Ni la Escritura, en la cual ambas dicen apoyarse, ni una tercera
Tradición pueden invocarse, sin caer en un proceso ad infinitum. Es muy conocido el
testimonio de Ireneo en favor de la Tradición y sucesión apostólica de la Iglesia de Roma 6,
pero no tan conocida la noticia de Clemente de Alejandría acerca de la sucesión apostólica
alegada por Basílides y Valentín.7 Los supuestos ―anillos‖ que ligan a los maestros
gnósticos con los Apóstoles son:
- Para Basílides: Pedro-Glaukias-Basílides.
- Para Valentín: Pablo-Theodas-Valentín.
Teniendo en cuenta que Valentín fue contemporáneo del Papa Higinio, Theodas
cubriría el espacio de tiempo correspondiente a los Papas Clemente, Evaristo, Alejandro,
Sixto y Telésforo, lo cual implicaría una impensable longevidad por parte de Theodas. No
obstante, es preciso tener en cuenta que Clemente alejandrino no necesariamente ha
mencionado todos los ―anillos‖ de esa Tradición, sino sólo los más importantes.
El trascendental descubrimiento de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi8 en
diciembre de 1945, posibilitó un significativo avance en el conocimiento de la doctrina
gnóstica per se, que hasta entonces se había reconstruido únicamente desde las noticias de
los heresiólogos, muchas veces sesgadas e ideológicamente orientadas. No obstante ello, no
se puede prescindir del testimonio de estos Padres para realizar una reconstrucción seria de
este pensamiento tan difundido en el siglo II.
En cuanto a su relación con la filosofía, los gnósticos consideraban que hay dos
tipos de gnosis, inseparables de la auténtica filosofía: por un lado, el conocimiento que
otorga la ciencia inteligible y que ilumina el saber del alma, sabiduría y ciencia, epistéme
inteligible o noética y epistéme intelectiva; por otra parte, una vez alcanzada la primera, se
aspira a una gnosis más libre y elevada que posibilita la experiencia o contacto con los
misterios inefables de la regeneración en Dios.9 Los gnósticos fueron los primeros en traer
la filosofía al medio cristiano, con la pretensión de insertar al cristianismo dentro de la
6
Adv. haer. III, 3, 2-3.
7
Strómata (en adelante: Stróm.) VII, 17, 108, 1.
8
En esa localidad del Alto Egipto, dos aldeanos de la región que buscaban fertilizantes (nitratos naturales
llamados sabakh) para sus campos, encontraron una jarra de cerámica roja, cuidadosamente sellada con la
imagen de un pez, dentro de las cuales había trece códices conteniendo textos cuya lengua original era el
griego, pero que en su versión actual estaban traducidos al copto en sus dos dialectos, sahídico y subamímico.
Existe traducción castellana, en: PIÑERO, Antonio, MONTSERRAT TORRENTS, Josep, GARCÍA
BAZÁN, Francisco, Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi (3 vols.), Madrid, Trotta, 1997-2000.
9
Cfr. GARCÍA BAZÁN, Francisco, ―Algunas precisiones sobre las relaciones de los gnósticos con la
filosofía‖, en: Los caminos inexhauribles de la Palabra. Homenaje a Severino Croatto, Buenos Aires,
Lumen-ISEDET, 2000, pp. 439-461.
―filosofía tradicional‖, la corriente platónico-pitagorizante como su forma más legítima y
arcaica. En efecto, el primer encuentro que los cristianos tuvieron con la filosofía fue a
través de la mencionada corriente, esforzándose por asimilar de la misma aquello que les
resultaba afín al cristianismo que profesaban.10 De acuerdo a esto, ciertos grupos gnósticos
―tales como los valentinianos― que se dedicaban al proselitismo entre los gentiles,
trataban de mostrar que las ideas platónico-pitagorizantes que comportaban muchas de sus
enseñanzas respondían a una doctrina más antigua y verdadera que las del propio Platón y
de Pitágoras.
Entre los Padres Apologetas griegos, Justino fue el primero en rechazar este tipo
de filosofía que orientaba el mensaje cristiano hacia una corriente de interpretación
esotérica y de prácticas mistéricas, que separaba a Dios Padre del Creador del mundo.
10
Se pueden señalar al respecto tres factores: 1) Precedencia y pureza de la tradición setiana, parádosis
propia, de la cual se nutrieron los magos y también Pitágoras; 2) Hermenéutica de las distintas corrientes de
sabiduría mediante el método de interpretación espiritual, que al depurar de lo material y de lo psíquico, se
convierte en universal; 3) Legitimidad intrínseca de su tradición, de la exégesis reservada y de los ritos
iniciáticos que la acompañan. Cfr. GARCÍA BAZÁN, F., Op. cit., p. 448.
11
EUSEBIO de CESAREA, Historia eclesiástica IV, 11, 8.
auténticos cristianos. Hacia el 138, al final del gobierno del emperador Elio Adriano y
comienzos del obispado de Higinio, se había impuesto en la comunidad cristiana de Roma
una manera de entender la filosofía que chocaba contra las tesis de los gnósticos. Durante el
obispado de Pío (142-157), sucesor de Higinio, el célebre gnóstico Valentín enseñó en
Roma, donde residían también Cerdón y Marción. Por su reputación intelectual, Justino fue
invitado a Roma para esclarecer las ideas de los cristianos guiados por Higinio, con
respecto al pensamiento filosófico correcto. Tal vez a este período de su vida correspondan
las mencionadas obras perdidas. Por su parte, la Apología y el Diálogo con Trifón son
escritos que evidencian una notable madurez intelectual. Es a partir de Justino que la
palabra griega haíresis, ―elección‖, de la cual derivan ―herejía‖ y ―hereje‖, comienza a
tener un sentido peyorativo. Hasta entonces, un ―hereje‖ era considerado alguien ―que
elige‖ una determinada escuela y maestro. Esta conducta tan difundida en la filosofía
helénica tenía su equivalente en el judaísmo donde era conocida como heburah, una
elección orientada a la práctica de una vida espiritual más profunda que la que proponía la
religión oficial de aquel momento. Así, por ejemplo, Juan el Bautista y sus discípulos que
eligen libremente el bautismo, constituyen una heburah. Hasta que Justino es convocado a
roma por Higinio para estudiarlas, estas corrientes cristianas convivían comunitaria y
libremente. Se contaban entre las mismas: a) los protocatólicos o los ―Doce‖, conducidos
por Pedro. La expresión ―Doce‖ hace referencia a una cifra más simbólica que numérica, ya
que su contenido ha ido variando según las vicisitudes de la iglesia naciente, tales como el
suicidio de Judas Iscariote, la elección de Matías en su lugar y la muerte de Santiago hijo de
Zebedeo); b) los cristianos jacobitas o judeocristianos propiamente dichos; esta corriente
estaba conformado por un grupo de judíos que se habían convertido al cristianismo y
seguían como conductor a Santiago, apodado ―el hermano del Señor‖. Cuando Santiago
sufrió el martirio en el año 62, fue reemplazado por un primo de Jesús, Simeón Bar
Cleophas, ya que los guías de esta comunidad guías debían ser sus parientes sanguíneos.
Este último también experimentó el martirio y fue reemplazado por otro familiar de Jesús,
llamado Hegesipo; c) los gnósticos, quienes hacia el 80 o 90 d.C. habían sido ya expulsados
de la comunidad joánica; estos simpatizaban preferentemente con la corriente
judeocristiana presidida por Santiago. Justino consagró como autorizada únicamente a la
corriente de los ―Doce‖, a la que paulatinamente se le fueron agregando los cristianos
jacobitas, quedando los gnósticos definitivamente marginados.
La primera Apología fue dirigida al emperador Antonio Pío (138-161), mientras que
la segunda a su sucesor Antonio Vero (161-169). En estas obras, anteriores al Diálogo con
Trifón12, Justino expone con claridad su manera de entender la filosofía. Sostiene que los
filósofos griegos aprendieron indirectamente de Moisés, ciertos aspectos que prefiguraban
la filosofía cristiana, cuya plenitud anunciaron los profetas. Afirma que, mientras los
gnósticos tergiversaron este pensamiento con doctrinas y prácticas que traicionan su
esencia, Marción y los marcionitas, en su intento de depurar el cristianismo de toda
influencia judaica, exponen otro grave error al rechazar el mensaje de los profetas.
Como filósofo medioplatónico, Justino entiende la filosofía como búsqueda o ―amor
a la verdad‖, y como filósofo cristiano reconoce como epicentro de la filosofía a la Verdad
misma encarnada, Jesucristo como el Lógos universal, del cual pende toda filosofía anterior
representada por griegos y hebreos, y toda filosofía posterior que da cumplimiento y
plenitud a las imágenes y tipos veterotestamentarios en el Verbo encarnado. De este modo,
toda la filosofía es una, universal y cristiana. Todo lo que se haya dicho de verdadero antes
o después de Cristo, pertenece por derecho a los cristianos. Esta universalidad de la
filosofía cristiana, tal como la entiende Justino, se opone al pensamiento filosófico de los
gnósticos, quienes siguiendo el modelo de reflexión crítica de los platónicos que
pitagorizan, entienden la filosofía como ―conocimiento de lo que realmente es‖, rechazando
la manera de entender la filosofía que ha producido filósofos tales como los epicúreos, los
estoicos y los mismos platónicos, incluidos los neoplatónicos contemplativos. También
consideran que la filosofía es una y universal, pero sólo considerada dentro de las
12
Se especula sobre la posibilidad de identificar al Trifón conocido por Justino con el rabí Tarfón, teniendo en
cuenta que los nombres Trpwn y son idénticos, ya que no es posible probar que el primero sea un
nombre genuinamente semítico, aunque ello resultare factible por la forma. Además, la época concuerda
exactamente. No obstante, a pesar de que Trifón está raras veces atestiguado en las fuentes judías, resultaría
muy aventurado sacar la conclusión de que a mediados del siglo II dC sólo había un rabino conocido por ese
nombre. Cfr. SCHÜRER, Emil, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús 175 a C –135 d C, vol. II,
Madrid, Cristiandad, p. 494, n. 136. Con respecto a la caracterización de Tarfón, dice el citado autor: ―...
quizá se identifique con el Trifón que conoció Justino y que decía haber huido de Palestina a causa de la
guerra. Pero tal cosa no es en modo alguno verosímil. Adoptó una postura rígida frente a todos los herejes
judíos y afirmaba que sus rollos bíblicos y sus libros religiosos no deberían ser salvados del fuego en el día
sábado a pesar de que contuvieran el tetragrámaton divino. También afirmaba que un judío podía refugiarse
en un templo pagano, pero que le estaba vedado acogerse a la casa de un hereje en busca de protección‖ (op.
cit., p. 495).
tradiciones secretas de Set, en la cual se inscriben los hombres espirituales de todos los
tiempos.
En cuanto a su antropología, tiene una comprensión unitaria del hombre, en el que el
alma no es una sustancia subsistente, ni divina, ni increada, ni inmortal. No dice que haya
resurrección de los cuerpos, lo que implicaría admitir la dualidad helénica, sino que la
resurrección es del hombre total. El alma sola no puede poseer la bienaventuranza divina,
ya que es algo mortal y tan solo un aspecto del compuesto humano. Esta tesis de Justino en
la que se niega la inmortalidad al alma, será matizada de modo muy variado en los
apologistas que le sucedieron.
Justino es un apologista que marca un rumbo en la tradición teológica asiática; de él
se nutrirá Ireneo para desarrollar su gran tarea anti-gnóstica.
2. 3. Taciano de Siria
Discípulo de Justino, ha sido llamado ―el Tertuliano de Oriente‖ por la vehemencia
de sus escritos, si bien no tuvo la genialidad del Africano. Se conserva de él una única obra
en su texto original: la Oratio adversus Graecos o Discurso a los griegos, cuyo título
original en griego es , escrito probablemente entre el 170 y el 172. El primer
testimonio negativo contra la reputación de Taciano proviene quizás del mismo Ireneo,
quien hacia el 185 lo acusa de haber introducido la herejía encratita en el ámbito cristiano,
es decir, ―la blasfemia de la abstención del matrimonio‖.13 Clemente de Alejandría lo acusa
de haber llamado ―fornicación‖ al matrimonio y de afirmar que fue el diablo quien lo
enseñó.14 Hipólito de Roma, quien depende de Ireneo, reitera la sentencia de su maestro en
dos pasajes de su obra.15 También Eusebio de Cesarea dice que fue Taciano el autor de la
herejía encratita que había comenzado a circular entre los cristianos.16
A diferencia de su maestro Justino, Taciano tuvo una actitud muy crítica hacia la
filosofía. Después del martirio de Justino en el 165, se hizo cargo del magisterio cristiano
en Roma, en la cual Marción era una verdadera potencia por ese entonces. A pesar de que
Justino combatió brillantemente a Marción en su Adversus Marcionem, ya sea que se trate
este de un libro íntegro o de un capítulo de su gran Syntagma contra todas las herejías,
13
Cfr. Adv. haer. I, 28.
14
Cfr. Stróm. III, 6 y III, 12.
15
Cfr. Adversus omnium haeresium 8, 16 y 10, 18.
16
Cfr. Historia eclesiástica (en adelante: HE ) IV, 18-19.
existen testimonios de que su discípulo Taciano se vio comprometido con algunas ideas
marcionitas, tales como el encratismo y la dualidad de dioses.
A Taciano se debe el origen de la separación entre materia y espíritu como
conceptos contrapuestos en el cristianismo primitivo, oposición que se prolongará por toda
la Edad media y qua alcanzará su punto culminante en Descartes, quien define dos clases de
subsistencias, el espíritu, por el pensamiento, y la materia, por extensión.17
17
Para un estudio extenso de este tema, recomendamos el excelente trabajo de MARTÍN, José Pablo,
―Taciano de Siria y el origen de la oposición de materia y espíritu‖, en: Strómata, año XLIII – enero-junio
1987, nn. 1-2, pp. 71-107.
18
En su obra Aglaophon o De resurrectione I, 37, 1, dirigida contra Orígenes y conservada sólo
fragmentariamente en el texto griego. Las escasas noticias que se tienen de Metodio en Licia, atestiguan que
murió mártir en el 311 bajo la persecución de Diocleciano.
19
En el Corpus Apologetarum de Aretas, arzobispo de Cesarea, del año 914.
20
De viris 25.
libro Contra la herejía de Hermógenes y otros breves y elegantes tratados para la
instrucción de la Iglesia.
Se aprecia en él una influencia de la psicología estoica, ya que con Teófilo aparece
por primera vez la distinción entre los dos términos técnicos de Verbo interior (lógos
endiáthetos) y proferido (lógos prophorikós) aplicados al Verbo divino. A pesar de que
Teófilo le otorga a estos términos una significación nueva e insospechada por la psicología
del Portal, estas distinciones fueron repudiadas por Ireneo de Lyon, y en la época de las
controversias antiarrianas serán proscritas definitivamente. Es curioso advertir una
influencia estoica en un autor tan hostil a toda filosofía. Se trata de un autor con la
sobriedad literaria propia de la escuela antioquena, pues en sus obras no se advierten
estridencias apocalípticas ni elementos alegóricos.
3. Ireneo de Lyon
Este autor merece ser estudiado aparte por tratarse del principal adversario de la
gnosis y por su decisiva influencia en la fijación de las doctrinas cristianas de acuerdo a las
Escrituras y a la más genuina tradición apostólica. Discípulo de Policarpo de Esmirna,
constituye, después de Justino, la inteligencia más preclara de la tradición patrística
asiática. Nacido en Esmirna poco antes del 140, se encontraba en las Galias hacia el 177,
año en que la comunidad cristiana de Lyon lo envió a Roma. Murió mártir en el 202 bajo la
persecución de Septimio Severo. Su obra principal es el Adversus haereses desarrollada en
cinco libros, en los cuales se hace una detallada presentación de las doctrinas gnósticas con
su consiguiente refutación, y la ulterior exposición de la doctrina cristiana. En esta
monumental síntesis teológica de la antigüedad, el Lugdunense se ocupa de combatir
principalmente las doctrinas marcionita y valentiniana, sin descuidar en su fino trabajo
apologético las tesis de otros gnósticos tales como Basílides, Carpócrates y Ofitas. Su
segunda obra más importante es la Epideixis o Demostración de la predicación apostólica,
en la cual constituye una catequesis cristiana dirigida a un tal Marciano, cuya identidad no
se ha podido precisar.21
21
Existen traducciones españolas de ambas obras de Ireneo. Para el Adversus haereses completo:
GONZÁLEZ, Carlos Ignacio, Ireneo de Lión. Contra los herejes, México, Conferencia del Episcopado de
México, 2000; para la Demostración: ROMERO POSE, Eugenio, S. Ireneo de Lión. Demostración de la
predicación apostólica, Fuentes Patrísticas 2, Madrid, Ciudad Nueva, 1992.
Frente a la dualidad de dioses que proponen los gnósticos, a saber, el Dios Bueno y
el Demiurgo, Ireneo proclama la unicidad de Dios y, con ella, la unidad orgánica entre
ambos Testamentos, lo que permite una historia de la salvación y, consecuentemente, una
teología y filosofía de la historia. También defiende la unidad antropológica oponiéndose a
la tripartición gnóstica que enseña la existencia de hombres espirituales, psíquicos y
materiales.
Pero la gran revolución de Ireneo está en su valoración soteriológica de la carne,
pues, mientras los gnósticos afirmaban que sólo el espíritu del hombre se puede salvar, el
Lugdunense propone la salus carnis, es decir, es el hombre total, en carne, quien verá a
Dios. De ahí que la Encarnación del Verbo sea el centro alrededor del cual pivota toda su
teología. Precisamente porque Dios se hizo carne, el hombre fue creado en vistas al
paradigma del Verbo encarnado, y la imagen y semejanza de Dios no radica en el alma o en
el espíritu, sino en la carne. Mientras que para el platonismo el hombre es un alma
encarnada, para el cristianismo, en cambio, el ser humano es carne espiritualizada, es decir,
la carne es capaz de alcanzar las alturas de la vida divina. Debemos a Ireneo esta diáfana
concepción del cristianismo más originario, que había quedado oscurecida por el
neoplatonismo dominante de la época. Su realismo antropológico valoriza los sentidos del
cuerpo y la experiencia sensible como condición de posibilidad de la salvación. Se trata de
una teología de la caro capax Dei, con profundas consecuencias en la filosofía de la época,
pues se abre así al horizonte intelectual del siglo II una concepción del hombre en la que se
exalta su finitud, temporalidad e historicidad. Aquello que el pensamiento griego
consideraba como una limitación y defección de la naturaleza humana, por su parte el
cristianismo, tal como lo presenta Ireneo de la manera más fiel a las Escrituras, lo exalta
como lo más propiamente divino que tiene el hombre. El hombre se hará semejante a Dios,
pero sólo después de una largo proceso histórico de hominización, es decir, no rehuyendo
ascéticamente de la carne, sino viviendo en plenitud su condición humana. De ahí el
famoso apotegma de Ireneo: Gloria Dei vivens homo (―La gloria de Dios es el hombre
viviente‖). De este modo, quedan definidas tres corrientes distintas en el cristianismo
primitivo en cuanto a la salvación del hombre o, lo que es lo mismo, su plenitud
antropológica y existencial: la gnóstica que sostiene la salus spiritus, la asiática cuyo adalid
es Ireneo proclamando la salus carnis, y la Escuela de Alejandría que enseña la salus
animae.
Los Apologistas latinos, por su parte, escribieron entre los años 170 al 250,
destacándose entre ellos Minucio Félix, célebre abogado romano autor del Dialogus
Octavius, y Tertuliano, también abogado del foro romano y prolífico escritor cristiano.
Minucio Félix
Mostró un actitud conciliadora hacia la filosofía, diciendo temerariamente que los
cristianos son filósofos, o que los filósofos son cristianos en cierto sentido, por el hecho
por considerarlo una actitud alejada de la verdadera filosofía. Se mostró benévolo hacia
Tertuliano.
Tertuliano
22
TERTULIANO, De praescriptione haereticorum, 8, 9.
23
TERTULIANO, Op. cit. 7, 1.
No obstante estas contundentes declaraciones antifilosóficas, no debe pensarse que
Tertuliano rechazó la razón como instrumento de sus especulaciones teológicas. Por el
contrario, en más de una ocasión utilizó argumentaciones racionales de la filosofía estoica
para su exégesis bíblica, y acudió a conocimientos de la cultura clásica para relacionar la fe
con la razón, sin incurrir en ningún tipo de fideísmo.
En cuanto a su doctrina, se mostró dubitativo con respecto a la naturaleza del alma,
sosteniendo la tesis traduccionista según la cual, el niño engendrado recibe el alma a partir
de sus padres, con lo cual, le atribuye a la misma cierta naturaleza corpórea o materialidad
etérea. La influencia de esta doctrina habría de alcanzar al mismo San Agustín, quien
encontró en la misma un sustento filosófico para su tesis de la transmisión del pecado
original.
La acusación contra Tertuliano por haber defeccionado en la secta montanista hacia
el 207, debe ser cuidadosamente matizada. Montano era un predicador que desarrollaba su
acción en Ardaba de Misia, cerca de la frontera con Frigia, y que decía profetizar en
nombre del Espíritu Santo. Lo acompañaban dos mujeres, Prisca y Maximilia, profetizas
también. Algunos lo consideraban un energúmeno, un revolucionario o incluso
endemoniado. Otros, por su parte, creyendo reconocer en él la influencia del Espíritu Santo
y la posesión de un carisma profético, lo animaban a hablar.
Tertuliano adoptó de los montanistas sólo las afirmaciones en cuanto al rigor del
ayuno y la pureza que condena los pecados de la carne, pero ninguna otra consigna de la
secta. Criticó al obispo de Roma porque, habiendo oído al monarquiano Praxeas, no
reconoció la profecía de Montano, de Prisca y de Maximilia, clausurando toda posibilidad
de diálogo con las iglesias de Asia y de Frigia.24 Es posible que Tertuliano no estuviera al
tanto de las disensiones que se habían suscitado en torno a la presunta veracidad y
ortodoxia de las profecías montanistas, primero en Asia y luego en Roma. Incluso, ya en las
Galias, en el tiempo de los mártires de Lyon, hubo encendidas discusiones por causa de este
tema.25 Además, no se cuenta con documentación segura como para afirmar que en
Cartago, a comienzos del siglo III, existiera una comunidad de montanistas.26
24
Cfr. Adversus Praxeam I, 5, 15.
25
Cfr. EUSEBIO de CESAREA, HE V, 3, 4.
26
Cfr. QUACQUARELLI, Antonio, ―El antimonarquianismo de Tertuliano y su presunto montanismo‖, en:
La Trinidad en la tradición prenicena. Cristo revelador del Padre y emisor del Espíritu en las primeras
Tertuliano falleció en el 230, según algunos, dentro de la secta montanista.
4. La escuela de Alejandría
En el siglo II y a comienzos del siglo III, Alejandría, la afamada ciudad fundada por
Alejandro Magno en el 331 a.C. sobre el delta del Nilo, que ostentaba su monumental
biblioteca, se había convertido en la capital intelectual del mundo antiguo. Confluían allí
las más diversas corrientes culturales, tales como la filosofía helenística, las comunidades
judías y cristianas, la corriente hermética egipcia y las escuelas de Persia bajo el gobierno
de los Seléucidas. Cuando Ireneo concluyó su primer libro del Adversus haereses, lo
remitió para su consideración a Demetrio, obispo cristiano en Alejandría, quien quedó
gratamente impresionado por la obra y decidió crear una escuela cristiana para el estudio de
esas cuestiones. Así nació la escuela cristiana de filosofía fundada por Panteno, un estoico
siciliano convertido al cristianismo, que no dejó nada escrito. Por otra parte, la presencia de
Plotino de Lycópolis (203/204-269/270 d.C.) aseguraba la pervivencia del pensamiento de
Platón en su vertiente neoplatónica. Alumno de Amonio Saccas (175-240 d.C.), se enroló
en las huestes del emperador Gordiano para conocer el pensamiento de los iránicos e
hindúes. Además de haber logrado la más grande síntesis del neoplatonismo de la época, en
Plotino se reúnen las tradiciones greco-helénica, persa y brahmánica. Su ontología se opone
al cristianismo en casi todas sus tesis fundamentales. En ese convivium entre cristianismo y
platonismo eran inevitables tanto el diálogo, como las controversias y los sincretismos.
A la muerte de Panteno acaecida cerca del 200 d.C., la dirección de la escuela
cristiana recayó sobre Clemente de Alejandría (150-215), un joven ateniense que había
recogido prácticamente todas las enseñanzas del maestro desaparecido. Con su discípulo
Orígenes (185-253), la escuela alcanzó su cenit, destacándose por la preferencia de la
filosofía platónica y la aplicación del método alegórico para la exégesis de las Escrituras,
que había sido introducido por el judío Filón, y que se distinguía claramente del método
literal adoptado por la escuela de Antioquia.
5. Clemente de Alejandría
22
Algunos de estos fragmentos los recoge Eusebio y otros Casiodoro bajo el título de Adumbrationes (De
Institutione I, 8).
Existen también otras obras que se mencionan en distintas fuentes medievales y que
no han llegado hasta nosotros, y de los cuales conocemos tan sólo algunos fragmentos.23
23
Entre ellos: Sobre la Pascua, Sobre el ayuno, Sobre la maledicencia, Exhortación a la paciencia, A los
recién bautizados y el Canon eclesiástico o Contra los judaizantes.
24
Stróm. I, 5-28.
25
Stróm. VI, 10, 80, 5 y 11, 89, 1.
proceso de maduración u ―hominización‖. Clemente va por el mismo camino, pero
diferenciándose del Lionés al momento de señalar en qué aspecto del hombre reside la
Imagen divina. Clemente, reconociendo la precedencia de Ireneo, dice:
―¿No es que alguno entre nosotros afirma que el hombre recibe la imagen
desde su nacimiento y que debe obtener más tarde la semejanza por su
perfección?‖26
26
Pedagogo I, 12, 98; Stróm. VI, 9, 72, 2.
27
Expresión trinitaria característica de Ireneo, que hace referencia al Verbo y al Espíritu Santo.
28
Stróm. V, 14, 94, 5.
29
Se refiere al .
30
Stróm. VI, 16, 135, 1-2.
31
Stróm. IV, 23, 150, 4.
El nivel de la semejanza, según lo indica el texto precedente, se alcanza por medio
de una larga disciplina histórica, es decir que la perfección del hombre se da en el tiempo.
Con esta valoración del hombre histórico y temporal, Clemente avanza sobre las líneas
abiertas por la antropología de Teófilo de Antioquia y de Ireneo de Lyon.
En algunos pasajes de su obra, Clemente presenta la antropología paulina de carne,
alma y espíritu, mientras que en otros expone la trilogía platónica de thymós, epithymía y
logismós.32 A su vez, habla también de alma, entendimiento y espíritu.
La compleja antropología de Clemente se escalona así en distintos niveles que
puede entenderse de manera unificada según el preclaro esquema que propone E. Dussel:33
32
Stróm. III, 9, 68, 5.
33
DUSSEL, Enrique, El dualismo en la antropología de la cristiandad. Desde el origen del cristianismo
hasta antes de la conquista de América, Buenos Aires, Guadalupe, 1974, p. 78.
[no existe] Espíritu (pneûma) Ruaj (espíritu)
[semejanza]
37
Algunos piensan que los padres de Orígenes aún eran paganos cuando éste nació, pues el nombre Orígenes
parece significar ―hijo de Horus‖, el dios egipcio, hijo de Osiris y de Isis, que simboliza el sol naciente. El
nombre Horus se escribe por lo general con espíritu áspero, pero en algunas ocasiones con espíritu suave. Cfr.
CROUZEL Henri, Orígenes. Un teólogo controvertido, Madrid, BAC, 1998, p. 10, n. 11.
38
HE VI, I.
39
El hecho de que Leónides haya sido decapitado (HE VI, I) parece indicar que era ciudadano romano, título
que aún no se había extendido tan ampliamente en el imperio como ocurrirá en el 212 con la constitución
Antonina o el edicto de Caracalla, según los cuales un ciudadano romano no podía ser ejecutado de otra
manera.
40
HE VI, II, 5.
41
Cuando alude a doctrinas de Clemente, Orígenes utiliza fórmulas tales como las siguientes: ―como dijo
alguien que nos precedió‖ (Comentario a Mateo XVI, 2), ―como dicen algunos‖ (Comentario a Romanos I,
1).
aquel lo utiliza. La doctrina origeneana está más cerca de la metriopathéia, la moderación
de las pasiones, que de la apathéia o ausencia de las mismas.
Según Porfirio, Orígenes asistió a las clases de filosofía de Ammonio Saccas, padre
del neoplatonismo y maestro de Plotino. A los dieciocho años, Demetrios, obispo de
Alejandría, le confía la dirección de la escuela catequética. Durante la persecución en
Alejandría, es amenazado en reiteradas ocasiones por la muchedumbre, sobre todo cuando
asiste a Plutarco en su martirio. No obstante, no es arrestado por la policía ni obligado a
comparecer ante las autoridades. Desde muy joven cultivó una vida muy austera y ascética,
a punto tal que, según Eusebio42, se practicó una operación de castración por tomar al pie
de la letra la sentencia de Mateo 19, 12: ―Hay eunucos que se han castrado a sí mismos por
el reino de los cielos‖.43 Cuando Caracalla saqueó Alejandría hacia el 216, mandando cerrar
escuelas y persiguiendo a los maestros44, Orígenes huyó a Palestina, donde fundó una
escuela y una biblioteca. Luego permaneció alrededor de dos años en Cesarea de
42
HE VI, VIII, 1-5.
43
La historia de su castración ha sido puesta en duda por algunos eruditos. Así, por ejemplo, Saranyana (Op.
cit., p. 53, n. 28), sostiene que su supuesta automutilación carece de apoyatura histórica seria, a la luz de las
condenas que el propio Orígenes lanza contra quienes interpretan literalmente Mt. 19, 12, por ejemplo, en el
siguiente texto: ―Algunos, en efecto, creyendo que la tercera ‗castración‘ (Mt. 19, 12c) debía tomarse en
sentido corpóreo, se atrevieron a someterse —no sólo por temor a Dios, sino también por ignorancia—, a una
‗castración‘ análoga a los dos precedentes (Mt. 19, 12a-b) y se expusieron de lleno al vituperio, y
probablemente también a la vergüenza, tanto a los ojos de los no creyentes, como a los ojos de aquellos que
más bien perdonan las flaquezas humanas que a aquel que —en apariencia por amor de Dios y por un amor
desmesurado a la castidad— ha engendrado dolores y mutilación del cuerpo y otros posibles sufrimientos por
someterse a tales prácticas‖ (Comentario a Mateo XIX, 2). Más tarde, Orígenes desaconsejará por completo
la automutilación como remedio a la incontinencia. H. Crouzel (Op. cit., p. 16, n. 32), en cambio, sostiene que
Eusebio —cuya citada página es el único testimonio de la automutilación de Orígenes—, resulta creíble en
tanto que, siendo un ferviente admirador del Alejandrino, relata un incidente que pone a éste en mala luz, ya
que habla de un celo imperfectamente equilibrado. Además, cuando Orígenes reprueba esa acción en su
comentario a ese versículo, es un sexagenario cuya modestia y humildad le permiten reprobar un acto
cometido en su juventud. Eusebio propone dos motivos que podrían haber llevado a Orígenes a incurrir en esa
conducta. El primero, respondería a la necesidad que el joven maestro tuvo de interpretar literalmente el
citado texto, asociándose así a los literalistas que más tarde combatiría con energía, a tal punto que sería
considerado ―el príncipe de la alegoría‖. El segundo motivo aducido por Eusebio, descansa en el hecho de que
Orígenes, siendo muy joven, predicaba sus enseñanzas no sólo a varones sino también a mujeres, y evitando
dar motivos a los infieles para las calumnias, decidió cumplir literalmente lo enseñado en el Evangelio. No
obstante, el mismo Eusebio dice que Orígenes ―cuidó que su acción permaneciese ignorada por la mayoría de
los discípulos que lo rodeaban‖, observación que parece contradecir la segunda motivación.
Como dato histórico relevante, cabe señalar que desde Adriano, la castración estaba prohibida por las leyes
romanas, y resulta muy dudoso que la Iglesia la permitiera.
44
Este saqueo se debió a la furiosa reacción del emperador, quien estando de visita en Alejandría, recibió la
burla de los estudiantes, que lo saludaban como con un título glorioso con el nombre de Geticus, porque había
asesinado a su hermano Geta.
Capadocia, lo que un siglo más tarde habría de influir en los llamados Padres Capadocios,
campeones de la defensa de la fe contra los arrianos.
Su crítico principal fue Porfirio, el célebre biógrafo de Plotino, que pasara del
cristianismo al paganismo.
Capturado durante la persecución de Decio, la primera persecución considerada
propiamente universal, fue encarcelado y torturado en numerosas oportunidades de modo
tal que, por su salud quebrantada por el suplicio, murió en Tiro a los sesenta y nueve años
de edad, en el 253.
La cantidad de obras que escribió Orígenes es sencillamente impresionante; se trata
de uno de los escritores más prolíficos de la antigüedad, autor de más de seis mil tratados.
Gran parte de su obra se ha perdido por dos razones: el deterioro del tiempo y las condenas
de Justiniano, quien a través de sus proscripciones prohibió a los copistas reproducir esos
escritos. El lote de papiros de Orígenes y de Dídimo descubierto en las antiguas canteras de
Toara, en las proximidades de El Cairo, había sido escondido probablemente por los
monjes del convento cercano de San Arsenio, tal vez para protegerlos de las inspecciones
de la policía imperial, o porque esos libros eran considerados peligrosos para su fe.
Así, el pasado nos ha legado algunos fragmentos de las Hexaplas, primer intento de
establecer un texto crítico del Antiguo Testamento, numerosos comentarios, homilías y
escritos no exegéticos. Su escrito apologético Contra Celsum constituye una verdadera obra
maestra. Se trata de una refutación del Discurso verídico de Celso, un escrito del año 178
en el que este filósofo pagano pone en crisis la credibilidad del cristianismo. Su obra
temprana e inconclusa titulada Tratado de los Principios (Perì Archón o De Principiis) fue
considerada por la posteridad como un primer ensayo de Suma Teológica, y constituye la
causa de las mayores críticas que recibió nuestro autor, especialmente por parte de San
Jerónimo (340/350-420), San Epifanio de Salamina (315-402) y Rufino de Aquileya (345-
411). Esta obra se inscribe en un conocido género literario filosófico que especula sobre lo
que para Orígenes, son ―principios‖ en sentido amplio, tales como la Trinidad, las creaturas
razonables, el mundo, siendo sólo el Padre un principio en sentido estricto.
45
―El Hijo, siendo superior a tantos y tan grandes seres por su sustancia, su dignidad, su poder, su divinidad
—siendo Lógos viviente— y su sabiduría, no obstante no puede parangonarse en nada con el Padre.‖
(Commentarium in Ioannem XIII, 151-152).
Arrio (ca. 256-336) era un presbítero de origen libio, cuya actividad pastoral se
desarrolló en Alejandría. Fue discípulo de Luciano de Antioquia, un simpatizante de las
doctrinas de Pablo de Samosata, quien hablaba de una energía impersonal del Padre que,
según la perspectiva teológica de los nuevos tiempos en que Arrio enseñaba, comenzó a ser
considerada como una personalidad particular, independiente de la segunda persona divina.
Esta concepción no ponía en duda la unidad de Dios, y además estaba en consonancia con
la doctrina de la Iglesia acerca del Logos. La doctrina de Arrio, que quizás ya había sido
pregonada por Luciano, debe ser comprendida en el marco de esta situación. Se trata de la
cristología del siglo III, llevada teóricamente a su conclusión lógica. Pero fue precisamente
este hecho de la consecuencia lógica de la teoría, lo que puso en alerta a la Iglesia. La
doctrina de Arrio puede sintetizarse en los siguientes puntos:
1) La idea preponderante en su doctrina es el principio monoteísta de los
monarquianos: ―Sólo conocemos un Dios no engendrado‖. Esta declaración suscitó en
Arrio una dura crítica a las concepciones dominantes de la relación de Cristo con el Padre.
El Hijo no puede ser considerado como una emanación () del Padre, ni como una
parte del Padre con su misma naturaleza (), ni como increado igualmente
que el Padre (). Porque si el Padre fuese compuesto, mutable o dividido,
deberíamos concebirlo corporalmente y nos veríamos obligados a reconocer dos seres
increados. El Hijo sería entonces ―hermano‖ del Padre.
2) El Hijo tuvo un principio y fue creado por el Padre antes del comienzo del
mundo:
―El Hijo no es no-engendrado, ni es parte del Uno no engendrado... ni de algo que existiese
previamente, sino que fue engendrado por la voluntad y consejo (de Dios), antes de los
tiempos y de las edades, lleno (de gracia y de verdad), divino, único, inmutable. Y antes de
ser engendrado, o creado, u ordenado, o fundado, no era. El Hijo tuvo un comienzo, pero
Dios es sin principio.‖46
―Dios no fue siempre Padre, mas hubo (tiempo) cuando Dios era solo, y aún no era el
Padre, y luego llegó a ser Padre. El Hijo no fue siempre. Porque como todas las cosas
alcanzan el ser del no ser, y todas las cosas creadas y hechas han comenzado a ser, así
46
ARRIO, Epístola a Eusebio de Nicomedia, en: Teodoreto, H.E. I, 4.
también este Logos de Dios llegó a ser de cosas no existentes; y hubo (un tiempo) cuando
no era, y no fue antes de ser engendrado, pero también él tuvo un principio de ser creado.‖47
3) El hijo es el Logos y la Sabiduría del Padre, pero debe ser distinguido del Logos
inmanente en Dios, que es una energía divina. Por su parte, el Hijo es un ser divino creado,
que tiene participación en este Logos inmanente. Por lo tanto, Arrio sostiene que hay dos
sophías: una de ellas es peculiar a Dios y coeterna con Él. El Hijo fue nacido en esta sophía
y participa en ella, por lo cual es llamado sophía y Logos. Pero hay otro Logos además del
Hijo de Dios, y el Hijo, participando en él, es el mismo llamado Logos e Hijo.
4) Por tanto, el Logos es una creatura del Padre, creada por Él para servir de
mediador en la creación del mundo. En consecuencia, no es Dios en el sentido propio del
término, sino que sólo recibe los nombres de ―Dios‖ e ―Hijo de Dios‖ —que también otros
reciben—, en tanto goza del favor de Dios.
4) El Logos es mutable, pero como Dios vio de antemano que persistiría en la
bondad, le otorgó anticipadamente la gloria que luego como hombre supo ganar por sus
méritos.
A la par de Pablo de Samosata y del monarquianismo dinamista, los arrianos
sostenían que Cristo es uno con el Padre por la unidad de voluntad. Santo Tomás de Aquino
sintetizó la doctrina arriana en las siguientes expresiones:
―Arrio... sentó acerca del Hijo tres afirmaciones: primera, que el Hijo de Dios es
creatura; segunda, que no existe desde toda la eternidad, sino que fue creada en el tiempo
por Dios como la más noble de todas las creaturas; tercera, que Dios Hijo no es de la misma
naturaleza que Dios Padre, y, por tanto, que no es verdadero Dios.‖48
47
ARRIO, Tháleia, en: ATANASIO, Contra arrianos, Orationes I, 5.
48
TOMÁS de AQUINO, Collationes super Credo in Deum, in secundo articulo.
del , lo que supone por parte del alejandrino la adopción de la tricotomía antropológica
medio-platónica y su ulterior proyección sobre el misterio cristiano de la Encarnación.
En el siglo IV, esta doctrina se proyectó sobre un tal Eunomio, quien vino a ser uno
de los conductores de la secta arriana. Este afirmó que la esencia de Dios coincide con el
concepto platónico de ousía, la cual resulta inasible e ingénita; por lo tanto, si el Hijo es
engendrado, debe ser distinto del Padre y, en consecuencia, no es Dios.
Ante la amenaza que esta doctrina representaba para la unidad de la Iglesia
recientemente incorporada por Constantino al Imperio, después de su victoria sobre Licinio
en el 324 el emperador intentó restablecer la paz religiosa, para lo cual convocó a un
concilio en Nicea. Desde su supuesta conversión al cristianismo en el 313 hasta su muerte
en el 337, Constantino había adoptado una serie de medidas protectoras en favor de los
cristianos restituyéndoles la libertad y los bienes confiscados, por medio de una serie de
decretos y disposiciones conocidas genéricamente bajo el nombre de ―Edicto de Milán‖.
Esta nueva libertad de los cristianos se vio amenazada por el recrudecimiento de las
persecuciones que en Oriente desató Licinio, lo cual motivó la mencionada campaña militar
de Constantino.
Es interesante señalar que Constantino convocó al concilio de Nicea sin consultar a
Roma, sentando así un precedente que generó una tradición a seguir para todos los
concilios orientales de la Iglesia. Esta reunión de autoridades eclesiásticas de distintas
regiones del Imperio celebrada en el 325 se convirtió en el primer concilio ecuménico de la
historia. Acudieron al mismo entre 250 y 300 obispos provenientes de Asia Menor, Siria,
Palestina y Egipto, entre otras regiones de Oriente (la versión tradicional que afirma que los
obispos asistentes fueron 318 es meramente simbólica y alude al número de los criados de
Abraham según Gén. 14, 14). La representación de Occidente fue minoritaria con tan sólo
cuatro obispos, entre los cuales destaca Osio, obispo de Córdoba, quien parece haber sido
representante de Roma ya que el Papa Silvestre no acudió por razones de salud.
Las presencias más significativas fueron las de Alejandro, obispo de Alejandría, y la
de su diácono Atanasio. Este último pasaría a la historia como el gran adversario de Arrio y
defensor de la ortodoxia en Nicea. Sin embargo, es preciso aclarar que Atanasio no
pertenece a la misma generación que Arrio, del cual lo separaban unos cuarenta años.
Además, cuando estuvo presente en Nicea era tan sólo un diácono, de modo tal que su
intervención no pudo ser demasiado importante. Además, en los primeros años de su
actividad pastoral, Atanasio se mostraba reticente a hablar de la crisis arriana, y sólo
después de cierto tiempo fue fortaleciéndose en la lucha antiarriana.
La definición dogmática de Nicea afirmó, contra Arrio, que el Hijo es ―de la misma
sustancia del Padre‖, ―engendrado, no hecho‖ y ―consustancial‖ (homoousíos) con el Padre.
Estas definiciones tienen una importancia fundamental no sólo para la teología, sino
también para la filosofía, porque representan el recurso al lenguaje conceptual griego para
la explicación de la fe cristiana. En cuanto a la primera expresión mencionada, se afirma
que si el Hijo es verdadero Hijo del Padre por generación, tiene que serlo según la sustancia
del que lo engendra, como ocurre con toda generación natural. Con el segundo binomio de
términos, ―engendrado, no hecho‖, se recoge de manera especulativa el lenguaje bíblico en
torno a la generación del Verbo: el Hijo es generado excluyendo la creación, pues ambos
modos de producción se oponen entre sí. Un ser producido por Dios o por el hombre es
diferente del que lo hace, mientras que ser engendrado supone haber sido producido según
la ley de identidad de la sustancia. El término ―consustancial‖ vino a ser la clave de la
definición nicena, pues completa la afirmación precedente según la cual el Hijo es ―de la
misma sustancia que el Padre‖. Implica que el Hijo es Dios como el Padre, perteneciendo
ambos al mismo nivel del ser. El empleo de esta palabra trajo mucha oposición en virtud de
su carácter extrabíblico: se creaba así un precedente importante en cuanto al recurso al
vocabulario técnico de la filosofía con sentidos muy difíciles de excogitar en aquel
momento y que requirieron siglos de reflexión posterior para esclarecer sus respectivos
significados. Sirva de ejemplo la identificación que el concilio hace en su formulación final
entre los términos ―hipóstasis‖ y ―sustancia‖, equivalencia que resultó fuente de muchas
confusiones posteriores y que sólo después de un intenso trabajo semántico sobre cada uno
de ellos permitió arribar a la fórmula trinitaria a finales del siglo IV.
Con el Concilio de Nicea asistimos a los albores del lenguaje propiamente
dogmático de la Iglesia, pues por primera vez en un texto oficial y normativo se emplean
palabras que no provienen de la Escritura. Este giro en el lenguaje del cristianismo produjo
una de las crisis más grandes en la historia de la Iglesia, ya que los sectores más
conservadores y tradicionalistas consideraron que la incorporación del lenguaje filosófico a
los Símbolos sencillos de la fe implicaba introducir el caballo de Troya de la filosofía
pagana en el santuario mismo de la cristiandad.
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