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Clase 2. Escatología 2023


NOCIÓN CRISTIANA DE ESCATOLOGÍA
Como claramente indica la etimología de la palabra, la Escatología es el estudio
teológico de las realidades últimas, es decir, posteriores a la vida terrena del hombre o
posteriores al final de la historia misma de la humanidad. Y tal es, en efecto, el contenido
de nuestros clásicos tratados De Novissimis o postrimerías. Sin embargo, la palabra
Escatología recibe hoy, con frecuencia, otros significados, que representan, por lo general,
otras tantas reducciones de su contenido, ya se trate de reducciones a un futuro
intramundano, ya de reducciones existenciales a un presente atemporal. De ahí que
nuestra primera tarea sea la de exponer el genuino concepto de Escatología cristiana,
distinguiéndolo de las reducciones antedichas.
El término “escatología” viene de “éschaton” (= lo último) (Cf. Si 7,36: “En todas tus
acciones ten presente tu fin (“ta éschata “), y jamás cometerás pecado”). Equivale al
enunciado latino empleado como título habitual de dichos tratados: “De novissimis“o
“novissimum“ (= lo último). Su significado literalmente es la doctrina sobre el fin, tanto de
la vida individual, como del mundo. Es decir: la reflexión creyente acerca del misterio de
consumación que Dios tiene reservado para la humanidad y el cosmos.

Adquiere varios significados:


 con un sentido reduccionista significa o tiene el sentido de algo de este mundo, es
la escatología secularizada de Marx en el sentido de último estadio de la sociedad.
 otro significado es el que adquiere para Bultmann, donde lo escatológico no tiene
nada que ver con el futuro, se trata de una decisión (ahora o nunca), es la llamada
escatología existencial.

Por otra parte, la Teología católica distingue dos estadios:


 una Escatología final, posterior al fin de la historia; son los acontecimientos
posteriores a la historia; es colectiva. Los acontecimientos que entrarían en esta
escatología serían parusía, resurrección y juicio universal, vida eterna, cielo o
infierno.
 una Escatología llamada intermedia, que se extiende para cada hombre desde su
muerte hasta la resurrección universal de los muertos. Se refiere a cuestiones
como la de la muerte, juicio particular, la inmortalidad del alma, la purificación
ultraterrena (Purgatorio), … Tiene como fundamento el hecho de que el alma es
inmortal (individual).

El cristiano posee una conciencia viva del carácter dinámico de la realidad -desde la
creación hasta la consumación- por medio de la Revelación, que se despliega en un
acontecer viviente que es la historia. El creyente no vive ni concibe la vida ni el tiempo
como un acontecer circular, sino como un caminar (caminante que hace camino), como
peregrinación hacia un destino.
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Pero el cristiano sabe que peregrina hacia una meta, que sus pasos tienen un sentido y
un Oriente, y que no está abandonado a una suerte ciega (“pathos”?) sino que su vida
esté en manos de un Dios que es Amor y Padre.
Esta confianza vital permite al cristiano, imbuido por la esperanza en el plan divino,
descansar en una visión optimista y esperanzada de la realidad a la que ve como historia
de salvación, con una visión sobrenatural que le proporciona la fe y que no se queda en la
cáscara -en los aspectos solamente físicos, sociales, políticos, etc. de la historia-, sino que
es capaz de calibrar el sentido de las cosas (del cosmos y la historia) según las ve Dios.
Pero el cristiano no es capaz de gozar en esta vida de una visión cabal del gran cuadro de
la historia salutis. Sin embargo, gracias a la Revelación posee ya un conocimiento
suficiente del plan divino como para que, animado por la esperanza, pueda conformar la
propia vida con el proyecto de Dios.
El cristiano descubre la llamada divina a participar en la historia de la salvación desde
el ejercicio de su libertad, lo que le convierte en co-protagonista, junto a Dios, de la
pequeña historia de su propia vida, a la vez y dentro de la gran historia de la humanidad.
En definitiva, la escatología cristiana es meditación creyente del derroche de Amor de
Dios sobre el hombre y el cosmos. La escatología cristiana es meditación sobre el futuro
trascendente y, a la vez, reflexión práctica sobre su influencia en la vida terrena presente
que colma de esperanza y sentido la vida del cristiano, animándolo a implicarse
plenamente en el proyecto salvífico.

Temporalidad y fututo del hombre.


El punto de partida es la temporalidad humana. El hombre realiza su existencia en unas
coordenadas espacio-temporales. No se trata de un añadido, sino de coordenadas constitutivas de
su condición humana: espacialidad y temporalidad.
¿Qué es el tiempo? Es la medida de la duración de los seres cambiantes. Lo contrario es la
eternidad, propio de Dios, ya que en Dios no hay cambio. Esa duración adquiere la forma de una
fluencia que se articula en tres momentos:
- presente
- pasado
- futuro
Aquí estriba la dificultad para definir el tiempo. Si el tiempo es una fluencia, el pasado y el
futuro no existen, a la vez que el presente continuamente está dejando de existir. Si el punto de
partida de la escatología es el tiempo y a este no lo podemos definir, parecería que su posibilidad
de comprensión es un tanto pesimista; pero no es así. Bergson hace una distinción entre:
- tiempo pensado (tiempo físico: fluencia de instantes todos ellos idénticos; es el
tiempo de las ciencias)
- tiempo vivido (el hombre, por ser corporal, vive en el tiempo-espacio).
El hombre no es sólo ser material sino también espíritu que trasciende la materialidad
física, y por ello posee la memoria, que le permite recodar el pasado y hacer que éste venga al
presente, así como la prognosis que le faculta para lanzar la mirada anticipadora del futuro. De
este modo el hombre puede ya articular el pasado y el futuro en el presente, haciendo que el
pasado y el futuro sean realidades presentes, vigentes. De esta forma el hombre humaniza el
tiempo.
Vimos que el tiempo físico es una fluencia de instantes todos iguales, es un tiempo
cantidad. Pero el tiempo vivido o humano es un tiempo cualidad: no todos los instantes de mi vida
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son iguales, ni todos tienen la misma fluencia; son cuantitativamente idénticos, pero
cualitativamente distintos.
Una segunda diferencia consiste en que, en el tiempo vivido, el tiempo adquiere
consistencia; así, el tiempo pasado no queda anulado, sino que queda asumido y conservado en mi
presente. No puedo renunciar a mi pasado. Mi presente, en cierta forma, es fruto de mi pasado, y
el futuro es en cierto modo virginal o está virtualmente contenido en el presente. El presente es
fruto del pasado y anticipación del futuro.
Si el pasado apunta al presente y éste al futuro, hay que concluir que tanto el pasado
como el presente están en función del futuro, reafirmando así el primado de la dimensión futura.
El futuro se le presenta al hombre en un doble nivel:
- futuro proyectable: está contenido en el presente, y en esa medida puede ser
proyectado y objeto de manipulación.
- futuro absoluto o improyectable: conjuga los factores imprevisibles de la historia;
no se puede programar, ya que el futuro no es una causa física y se escapa al
determinismo, puesto que el hombre es libre, con una capacidad creadora, y en la
historia no sólo interviene el hombre sino también Dios.
Si lo anterior fuera totalmente cierto, el futuro no sería una novedad sino un
desvelamiento de lo que ya existe. Por eso hay que hablar del futuro imprevisible, por dos
razones:
 el hombre vive el tiempo en libertad, y esencialmente en libertad creadora resistiéndose
totalmente a ser planificado.
 en la historia también interviene Dios, y si el hombre es libre, Dios lo es aún más y por ser
soberanamente libre es absolutamente imprevisible. A Dios no se le puede manejar.
Por estas dos razones el futuro no es sólo lo que hacemos (tarea), sino que también es lo que
nos es dado (don). Por consiguiente, el futuro humano está integrado por dos factores:
 continuidad entre presente y futuro: proyectable por el hombre.
 novedad: se trata de un don que para nosotros ya se ha cumplido en la Resurrección de
Jesucristo, y es garantía de nuestra futura resurrección.

El concepto de Escatología.
1. No hay que oponer antinómicamente los dos niveles, planificación del futuro y
esperanza, sino más bien integrarlos, entendiendo que el futuro proyectable sería la
mediación creada del futuro absoluto (cf. GS 21-39).
proyectable --------------------------planificación
imprevisible-don---------------------esperanza
De aquí se deduce el concepto genuino de escatología cristiana. Versa sobre el
futuro del hombre, pero no de cualquier futuro, sino de su futuro absoluto y último. Por
eso la escatología es la reflexión creyente sobre la promesa aguardada por la esperanza
cristiana.
2. No es lo mismo “el saber escatológico” que “la curiosidad por el futuro”. No se trata de
un reportaje indiscreto de sucesos futuros, sino que la escatología contempla el futuro
desde el presente, en cuanto que el futuro da sentido al presente y es plenitud de ese
presente (O. Cullmann).
3. La escatología es un sector ineludible de la antropología teológica. El hombre ha de
tener estas tres dimensiones:
pasado ------------ presente----------------- futuro
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protología---------- cronología-------------- escatología


Por tanto, la antropología tiene que captar al hombre en sus tres dimensiones.
4. El futuro absoluto es una novedad improyectable, pero es verdad que el NT contempla
nuestra salvación como algo en cierto sentido futuro y al mismo tiempo presente. Una
magnitud futura, pero que ha tenido su real anticipación en el presente de Jesús (O.
Cullmann: “Ya pero todavía no”).
5. La escatología es una Cristología desarrollada. Nuestra esperanza se ha cumplido ya en
Cristo; en Cristo ya está prefigurada nuestra salvación (Cf S. Justino, S. Ireneo, S. Gregorio
Nacianceno).

Reducciones de la Escatología.
Reducciones intramundanas de la escatología:
Son una versión secularizada de la escatología cristiana, reduciéndola o
refiriéndola a un futuro meramente intramundano. El primer exponente de la escatología
secularizada lo tenemos a finales del siglo XVIII. Se trata de la revolución del progreso, de
un oportunismo racionalista, una fe en el progreso, filosofía del progreso, todo esto en
conexión con la Revolución Francesa y la Revolución industrial, así como con la
Ilustración. El principal ejemplo es Kant: "la humanidad avanza inexorablemente hacia un
estado de perfección; el hombre por una tendencia innata está orientado hacia el
progreso no sólo científico sino también moral”; Kant llama a esa suma perfección “el
Reino de Dios”; este reino es el desarrollo del ideal humano, pero de ningún modo se trata
de la implantación de una trascendencia (cf. Fichte, Lesing, Hegel).
El segundo exponente de la escatología secularizada estaría representado por el
materialismo dialéctico. Marx cree tener la clave para cambiar el curso de la historia. Por
eso el tema del futuro en el marxismo adquiere especial relevancia.
Ernest Bloch (marxista y judío): “el mundo tiene un carácter dinámico, teleológico,
finalista”. Está marcado por el "todavía no". La manera de ver al mundo la encuentra
reflejada en la Biblia, en el mito del Éxodo, que no sería otra cosa que la lucha del hombre
por la libertad, y esto conducirá al hombre a la patria de la identidad; esto no es otra cosa
que la sociedad comunista de Marx en la que el hombre sería plenamente humano.
Bloch sustituye el concepto de Reino de Dios por el de reino del hombre, con lo
que obtiene una escatología secular. Este estado final no es descrito, sino que
simplemente lo esboza con imágenes. Esta meta final no es algo ilusorio, sino que se va
alcanzando poco a poco por medio de las utopías concretas y de las esperanzas, como lo
demuestran las revoluciones socialistas. El camino para llegar a esta meta no es el
liberalismo, sino la implantación de la dictadura del proletariado. De modo semejante, la
conciencia del hombre (=pura inmanencia) logra su expresión en las utopías sociales,
económicas y religiosas.

Valoración crítica.
Ante todo, hay que señalar la distancia entre estas visiones intramundanas y la
visión trascendente de la Biblia. Esta escatología secular no es otra cosa que una
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reducción de la fe bíblica, del mismo modo como han tomado en préstamo diversos
elementos bíblicos (linealidad del tiempo, finalidad, etc.).
Lo que ocurre es que al ser ideólogos ateos prescinden del término Dios,
amputando con ello la parte esencial del proceso. Ocurre así que, al prescindir de Dios:
difícilmente se podrá garantizar la marcha del proceso. Como Dios no interviene en la
historia, el motor entonces es el hombre; y no se puede asegurar que el hombre dirija la
historia hacia el bien. Pero, claro, es que estas personas no tienen en cuenta (no aceptan)
la existencia del pecado.
la consumación del proceso, ese reino, no alcanzaría a todos los hombres. Entonces, ¿qué
sentido tiene mi vida? ¿qué sentido tiene luchar por una sociedad futura de la que no voy
a disfrutar?
Por tanto, estas escatologías secularizadas se revelan incapaces de armonizar el
triple interés de la condición humana, correspondiente a las tres dimensiones que posee
el hombre: es un yo, un ser social y un ser mundano.
El tema de la filosofía marxista contempla al hombre en las dos últimas
dimensiones, mientras que la Sagrada Escritura y la escatología cristiana contempla al
hombre en las tres dimensiones. El tema de la muerte en el marxismo no tiene respuesta.
Marx sólo dice que es una victoria de la especie sobre el individuo. Cada individuo que
muere es como el abono para la planta que es la especie.
Bloch banaliza también el tema de la muerte con el sofisma de Epicuro “cuando yo
soy, la muerte no es; si la muerte viene, yo ya habré dejado de ser”. En este sentido toda
esperanza cae. Sólo la esperanza cristiana en la resurrección propone un fin universal y
común, donde la sociedad y el individuo alcanzan su plenitud.

Reducción existencial de la escatología:


Propósito: Bultmann es célebre por su teoría de la desmitización ó
desmitologización del NT. Entiende que el NT está dominado por una concepción y un
lenguaje mítico del mundo. El mundo tiene tres planos:
a. Dios
b. hombre
c. infiernos
Según Bultmann no podemos pretender que el hombre actual comulgue con estas
ideas, porque cada cosmovisión tiene su época y no podemos pretender que el hombre de
hoy piense con las categorías del hombre de hace 2000 años. Por lo tanto habría que
distinguir entre el mensaje fundamental revelado y las formas mitológicas que usa,
sustituyéndolas por otras de acuerdo con las categoría actuales.
¿Qué es un mito para Bultmann? Es un modo de pensar marcado por la
incoherencia, es decir, por la confusión de planos. Sería mítico un modo de representación
en el cual lo divino aparece como humano. La trascendencia de Dios es representada en
términos espaciales.
Para Bultmann la tarea a realizar con la Biblia no es una eliminación del mito, sino
una interpretación de este: un proceso hermenéutico. ¿Cómo se plantea este proceso
hermenéutico o de interpretación? Él quiere distinguir en el NT el núcleo revelado y la
envoltura mítica. El NT no pretendería darnos una imagen del mundo sino
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fundamentalmente una imagen del hombre y, en concreto, nos descubriría la condición


del hombre caído, que pretende fundamentar su vida en lo externo, que se encuentra
bajo el dominio de lo convencional, de la carne, del pecado.
El NT nos viene a decir que todo lo externo es engañoso, caduco, y que el
fundamento de nuestra existencia no está en el mundo de lo visible, sino en el mundo de
lo invisible, en el encuentro con Dios. Y precisamente el pecado del hombre estriba en que
quiere permanecer intentando realizase en su mundo y no en Dios que le sale al
encuentro en Cristo. Jesucristo, que es palabra de Dios, pregunta a cada uno de nosotros
si queremos permanecer en nuestro mundo o seguir a Dios. Este es el mensaje de Jesús, el
anuncio del Reino.
Pero ¿Quién es Dios? Bultmann lo define con elementos de la teología dialéctica.
Dios no es el hombre y el hombre no es Dios. La primera afirmación consiste en que
nosotros encontramos a Dios en la medida en que nos liberamos de nosotros mismos y
nos proyectamos hacia Dios. La segunda es que la revelación relativiza nuestro mundo y al
hombre. Esa acción en la que el hombre se proyecta hacia Dios es lo que Bultmann llama
“escatológico”. Todo lo demás es un envoltorio mitológico para descubrirnos esto, porque
ese Dios es el futuro del hombre (Heidegger). Todo lo demás (resurrección de los
muertos, etc,) es para él puro mito. Ese despojarse de lo mundano para proyectarse hacia
Dios es un paso tan grande y decisivo en la vida del hombre que la Biblia lo describe como
“el paso de la muerte a la vida”. Es un ropaje mítico de la verdad existencial que consiste
en que el hombre se realiza en el encuentro con Dios, y esto es lo que llamamos “una
reducción escatológica”.

Valoración crítica.
La doctrina de Bultmann es sugestiva, pero puede ser de consecuencias fatales. Por
eso conviene tener presente una serie de principios hermenéuticos bien fundados que nos
permitan ver adecuadamente las afirmaciones de la Biblia y del Magisterio acerca de la
resurrección y de la vida futura.
Todo conocimiento humano tiene dos polos: abstracto y concreto. Nadie tiene un
concepto puro. Necesitamos de unas imágenes para realizar nuestra representación
mental. Por tanto, podremos reconocer que la expresión gráfica resulte inadecuada, pero
lo que no podemos hacer es eliminarla por completo.
¿Qué pasa en la teología? En la teología se puede emprender una crítica de los elementos
descriptivos empleados por la Biblia y el dogma. Eso es lo que ha hecho la teología
moderna, pero esta crítica ha de hacerse con prudencia, porque en la teología, en muchos
casos, el teólogo y el predicador deben atenerse al modo de hablar de la Escritura y del
Magisterio, con lo cual queda garantizado el lenguaje.
La Biblia utiliza numerosas imágenes cósmicas, en la protología y en la escatología.
Estas imágenes tienen tal desproporción que no se pueden pensar ni argüir a partir de
ellas, ni tampoco se deben hacerse ironías, preguntándose, pongamos un caso, cómo
oirán los muertos el sonido de las trompetas, etc. Éstas son meramente imágenes, pero de
las que hay que extraer todo su significado (por ejemplo: la omnipotencia de Dios que es
capaz de sacar vida de donde no la hay, y puede todo lo demás…).
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La fe cristiana y su enunciado tiene afirmaciones que se refieren verdaderamente


al futuro en su sentido genuino. No puede teológicamente permitirse una interpretación
de la Sagrada Escritura que, con el afán de desmitificarla, lo que en realidad hace es
desescatologizarla, reduciendo todas las afirmaciones de futuro a enunciados de presente
enmascarados.

Escatología y Apocalíptica.
Cullmann se enfrenta con la interpretación que da Bultmann a la escatología, como
una “adjetivación” de lo escatológico y que no hace referencia a la fe. Para Cullmann la
interpretación que da Bultmann no es sostenible, exegéticamente hablando, ya que no se
puede renunciar al sentido temporal de futuro que va implícito en la etimología de la
palabra “escatología”.
La palabra escatología se refiere al tiempo final, a un futuro final. Pero supuesto
esto, lo escatológico también se refiere al tiempo presente. Más aún, en el NT lo típico es
que el tiempo final es simultáneamente futuro y presente. Por tanto, tiempo final es
tiempo último, pero un tiempo futuro íntimamente ligado al presente. La clave es lo que
Cullmann ha llamado “historia de la salvación”.

Cullmann y el concepto “apocalíptico”.


La palabra “apocalíptica” originariamente estaba emparentada con los libros del
judaísmo tardío y hoy se ha cargado de un sentido peyorativo. Se le llama generalmente
“apocalípticas” a unas descripciones del futuro que sirven para satisfacer la curiosidad
humana y que no tienen interés salvífico. Lo típico de estas afirmaciones es que nos
presentan el tiempo futuro sin ningún punto de referencia al presente.
Cullmann dice que esto es todo lo contrario a las predicciones de los profetas, ya
que éstas parten de acontecimientos actuales para tener una visión del futuro. Por el
contrario, para Cullman las afirmaciones apocalípticas carecen de esta vinculación
histórico-salvífica, y en ellas el futuro no ilumina al presente. Por lo tanto, no se debe
apocaliptizar las afirmaciones escatológicas convirtiéndolas en reportajes de sucesos
futuros. El hombre es un ser histórico y, por tanto, a su autocomprensión le es necesaria la
mirada no sólo al pasado sino también al futuro; pero el futuro es futuro de un presente y
por tanto mi conocimiento de ese futuro es un conocimiento de la futurización de mi
presente.

La idea cristiana de consumación de la historia.


“Consumación” no quiere decir conclusión (peras) de la vida humana o de la
historia universal. Se trata de la llegada a una meta (telos) y el acabamiento de una
historia que tiene sentido desde el inicio hasta el final.

La negación del sentido de la historia


Algunas cosmovisiones no comparten esta percepción de un sentido. El
existencialismo de corte ateo niega cualquier razón o logos a priori de la existencia: es
absurdo vivir, absurdo morir (NOTA: “Il est absurde que nous soyons nés, il est absurde
que nos mourions”. J.P SARTRE, L`être et le néant, Paris 1949 (18ª ed.), p. 631).
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A esta idea se aproxima otra más antigua, plasmada en la mitología griega. En que
el hombre aparece a merced del azar o de una voluntad impredecible. La historia, también
en esta concepción, carece de un designio razonable y positivo.

Visiones cíclicas de la historia


Otras cosmovisiones no son tan escépticas como las anteriores en su concepción la
historia, pero le restan sentido de otra forma, así ocurre con la visión clásica hindú y la
antigua filosofía griega. La historia parte de un punto para retornar finalmente a ese
mismo punto al que retorna para comenzar de nuevo. No cabe hablar aquí propiamente
de un arché (principio) ni de un telos (fin), ya que ambos se confunden. Este
planteamiento circular y cíclico nace a partir de la observación del cosmos y de sus
cambios (astros, estaciones, seres vivientes, etc), que sugiere el que la realidad entera
está tejida por cambios repetitivos y periódicos, incluso el hombre quien, dentro de esta
concepción, se llega a imaginar dotado de una sucesión de existencias terrenas.
Examinemos estas ideas con más detenimiento.
La antigua filosofía griega: el mundo no ha tenido comienzo ni tendrá fin. Posee un
eterno sustrato básico que sustenta un proceso cíclico inacabable.
La escuela estoica (la que quizá más fuertemente sostiene esta tesis) propone la existencia
de un fuego que impregna el cosmos y se encarga de su cíclica construcción, evolución y
disolución.
Platón concibe el Tiempo como una imitación imperfecta de la Eternidad, por eso
tiene un carácter regular y circular.
Aristóteles piensa que el movimiento de los seres mudables está gobernado por el
movimiento regular de los cuerpos celestes, cuyo movimiento circular es la causa de que
se repitan los sucesos en la tierra indefinidamente.
Salvando los diversos matices en estas filosofías, tienen no obstante una visión repetitiva
de la historia, lo que relativiza la idea de un «antes» y un «después», si bien no queda
suprimido absolutamente el valor de las vidas individuales, aunque estas se conciban
inmersas en la rueda cósmica. Más que una marcha irrevocable hacia una meta, el
resultado de de esta concepción circular y cíclica es, en definitiva, una permanencia de la
realidad en el mismo punto.
La visión clásica hindú concibe todos los seres que existen como parte del Gran Ser,
Brahman:
El que es Todo tiene su ritmo vital, con sus días y noches, siendo el período mayor
el siglo brahmánico, equivalente a 311.040.000.000.000 años nuestros. Al
cumplirse, todos los seres (dioses particulares, hombres, seres inferiores:
manifestaciones concretas todos ellos del Ser Universal) son reabsorbidos en
Brahman, para ser posteriormente re-emanados por él. En este cuasi-panteísmo se
produce también una relativización del valor de los seres singulares.
Para los individuos humanos, según el hinduismo, rige una ley análoga: después de
una vida terrena, el atma, o chisa de Brahman en el hombre, vuelve a habitar un
nuevo cuerpo, de acuerdo con su karma («peso vital», digamos «mérito»)
acumulado. De esta rueda de reencarnación sólo se puede escapar después de
duros esfuerzos de purificación y desprendimiento del yo. En tal cuadro, el
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individuo dispone de un tiempo dilatado para alcanzar la meta, la «liberación final»


(moksha), que es la disolución en Brahman. La vida actual, al ser sólo parte de una
serie, no resulta tan decisiva para el destino del individuo. Si quisiéramos
representar gráficamente la concepción cíclica del tiempo, tanto de griegos
antiguos como de hindúes y budistas, podríamos hacerlo con un gran círculo, y
otros círculos más pequeños que representan ciclos de entidades menores.

Una historia con dirección propia


Hay otro modo de concebir la historia como un desplegarse dotado de orientación
y sentido. Aunque la visión cristiana no ha sido la única en sostener esta tesis (pues
también la sostuvieron diversas filosofías desde la Antigüedad o incluso algunas teorías
físicas de la historia) se diferencia de tales visiones porque tiene una teología de la
historia, es decir, pone el sentido de la historia en Dios, mientras que las otras visiones
carecen de sentido de la transcendencia del propio mundo.
Los intentos más destacados de hallar un sentido meramente inmanente a la
historia pueden agruparse en dos corrientes: la idealista y la materialista.
- el idealismo de corte hegeliano: según el cual la historia no es más que el
despliegue de la autoalienación de la Idea del Absoluto, que aunque
permanece inmóvil, se diversifica en los distintos seres para realizarse en
múltiples experiencias parciales, que son los acontecimientos históricos, y
conocerse a sí mismo, hasta alcanzar la cumbre de la auto- conciencia. La
Idea del Absoluto, como realidad que empuja la historia, es impersonal, y
permanece indiferente e inconsciente de la felicidad e infelicidad de los
seres individuales.
- la cosmología materialista radical: para la cual el universo apareció
espontáneamente de la nada y se ha autoorganizado progresivamente. La
creciente complejidad del cosmos se debe a la formación de estructuras al
azar, algunas de las cuales poseen capacidad de perdurar en el tiempo (p.
ej. el ADN, gracias a su capacidad replicativa). El cosmos posee entonces un
innato dinamismo evolutivo. En cualquier caso, según estas teorías físicas
de la historia, el mundo se basta para explicarse a sí mismo, desde su
origen hasta su estadio final, pasando por una etapa de desarrollo.
- la llamada izquierda hegeliana aplica, a la historia humana en particular, un
esquema similar al empleado por la cosmología materialista radical. La
historia humana sólo sería un proceso dialéctico inevitable de choque de
clases, opresora y oprimida, para generar así como síntesis la utopía de una
sociedad sin clases. En este cuadro no cuentan los individuos sino las masas
que chocan, y que son los motores del progreso imparable de la humanidad
hacia el mundo ideal: el paraíso comunista de la dictadura del proletariado.
La historia que aquí se describe es determinista, evolucionando
indefectiblemente y desembocando en un paraíso terrenal.
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Dios como principio y fin de la historia: la visión judeo-cristiana

En contraste con las cosmovisiones descritas, la fe judeocristiana mantiene dos


afirmaciones: 1) la historia tiene dirección, se encamina hacia una plenitud; y 2) su marcha
está guiada por un Dios amoroso.
1) Para la concepción judeocristiana la historia tiene dirección, se encamina hacia una
plenitud: arranca de un punto que representa un comienzo absoluto (= creación ex nihilo),
se dilata bajo la constante actuación de Dios en diálogo con sus criaturas libres (en los
kairoi = momentos decisivos de intervención divina en una línea de progresión entre un
punto «alfa» y un punto «omega» de la historia), y llegará a una consumación (=
participación de la creación en la Eternidad de Dios).
Si quisiéramos reflejar en este cuadro «lineal» el drama de las existencias
individuales, podríamos recurrir a un dibujo que se asemeja a un gran río (representación
de la historia global), en cuyo seno se desarrollan historias particulares (comienzo de vida;
biografía terrena; muerte; existencia post mortem).
Es importante subrayar que en la concepción judeo-cristiana de la historia y de la
temporalidad humana se aprecia el carácter original e irrepetible de cada instante, tanto
de la historia universal como de la individual. Por encima de los ciclos del cosmos, la libre
actuación de Dios y de los hombres imprime un rumbo decisivo a la historia, orientándola
hacia un telos irrepetible, fruto de ese diálogo existencial entre gracia y libertad.
2)La visión judeo-cristiana posee además una dimensión teológica y trascendente. A
diferencia de las concepciones ateas y de los cuadros de fuerzas cósmicas indiferentes al
hombre, la fe concibe la historia como iniciada por una libre y amorosa decisión de Dios,
que crea, y tiene proyectado para el hombre y el mundo una meta final, feliz y
bienaventurada, que consistente en una auténtica plenitud o consumación: un telos (NB:
muchos manuales antiguos de escatología se titulaban “Dios Consumador”), por lo cual
para el creyente el tiempo ya no es un el simple “tic tac” del reloj ( kronos), sino que esta
sucesión de pasos que transcurren entre principio y fin tiene una dirección, un sentido
fundamentalmente positivo, es un camino hacia la plenitud: es una historia salutis. Hay,
en definitiva, en la visión judeo-cristiana, la percepción de que hay un «desde dónde» y un
«hacia dónde», y sobre todo un «Quién» que preside la historia y que, además, es el Amor
supremo.

La consumación de la historia en Cristo


Aunque la fe judeocristiana tiene raíz y tronco común, no hay que olvidar la
absoluta novedad de Jesucristo. Así, dentro de la concepción lineal de la historia puede
decirse que la diferencia entre ambas concepciones, judía y cristiana estriba sobre todo en
la manera de concebir el punto final.
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La visión judía, más simple, incluye en su esperanza en el Día Final o Día del Señor
todos los elementos que cabría anhelar como plenitud: la llegada del Reino de Dios con el
Mesías; la resurrección de los muertos y el juicio universal y la vida inmortal.
La visión cristiana del «fin», en cambio, está hondamente marcada por Jesucristo,
el Hijo de Dios, con cuya Encarnación ha comenzado el tiempo nuevo, el nuevo eón, la era
de salvación y de plenitud. Ya con esta primera venida Él implanta el Reino de Dios y da
comienzo, aunque de forma incoada, a la Vida Eterna..., dejando para el Día de su Retorno
la consumación de la historia salvífica y la manifestación definitiva de su Reino. Aparecen
así dos «venidas» del Salvador: una primera, donde el Reino es incoado, y la segunda y
definitiva, donde el Reino es consumado.
Es importante subrayar cómo en la visión cristiana de la historia aparece ya un
tiempo intermedio entre ambas venidas de Jesucristo. Este tiempo intermedio es un
tiempo de «anticipación» y «expectación»; no es el «fin de los tiempos» según la
concepción judía, sino más bien del «tiempo del fin» o «los últimos días»: la era de
salvación sustancialmente inaugurada por Cristo, pero aún no consumada. Es este un
tiempo de tensión entre el «ya» pero «todavía no» que constituye un aspecto definitorio
del ser cristiano (NOTA: Cf. Oscar CULLMANN, Cristo y el tiempo, Barcelona 1968; SAN
AGUSTÍN, La Iglesia camina actualmente «entre las persecuciones del mundo y los
consuelos de Dios», De civitate Dei, XVIII, 51,2) en que el creyente puede ya gozar de
salvación incoada, pero anhela a la vez su plenitud.

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