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Teología Dogmática VII “Los Novísimos”

Michael Schmaus

Prólogo

El volumen de la escatología, que ahora vuelve a aparecer en edición nueva, ha corrido el destino de
los demás volúmenes: ha aumentado considerablemente. Por dos razones: desde la última edición,
varios problemas, en especial el de la inmortalidad del alma y resurrección de los muertos, han sido
objeto de la discusión teológica en tal medida, que exigen un tratamiento más amplio.

La polaridad de plenitud individual y colectiva o entre la plenitud del alma espiritual que sobrevive
a la muerte y la glorificación corporal a la vuelta de Cristo debía ser expuesta y explicada en esta
obra con especial detenimiento. Además, en esta edición debía ser elaborado en todos sus aspectos
el carácter cristológico de la escatología. La escatología aparece como plenitud de la cristología.

Ello tiene su razón objetiva en que los novísimos son la plenitud de la vida y obra históricas de
Jesús. Los novísimos son entendidos y explicados en esta obra como integración de la persona y
obra de Cristo en la totalidad de sí misma, no en el sentido de un pancristismo, sino en el sentido del
misterio que circunscribimos con las palabras Corpus Christi Mysticum. Según este concepto-
imagen, sólo la Cabeza y el Cuerpo, Cristo y la Iglesia, son el Christus Totus, para usar una
expresión de San Agustín. La vida y obra de Cristo demuestran en ello su inagotable dinamismo.
Tienden a incorporar al hombre en su propio movimiento. Sólo cuando eso ocurre plenamente, y en
la medida en que no lo impida la libertad humana, encontrarán los acontecimientos del Gólgota y de
la Pascua su plenitud de sentido.

La Passio Christi será integrada mediante la participación de los cristianos en Passio Tota. La
Resurrectio Christi será integrada mediante la misma participación en Resurrectio Tota. Claro es
que esta tesis no puede ser entendida como que la obra de Cristo no fuera perfecta de por sí. Con la
tesis se afirma más bien que la muerte y resurrección sólo representan su sentido salvador y su
eficacia salvadora en la participación del hombre en la muerte y resurrección de Cristo. En la época
entre la resurrección de Cristo y la de los cristianos siempre está presente como fuerza activa y
plenificadora la Resurrección de Cristo, a pesar de haber ocurrido en el pasado y haber ocurrido una
sola vez. Es el acontecimiento en que está incluido, aunque no desarrollado, el futuro último de los
hombres. El desarrollo ocurre cuando los hombres se entregan creyendo en Cristo con libre
decisión.

Con ello participan del pasado y fundamentan a la vez el futuro, comenzado entonces. La época
intermedia es, por tanto, el tiempo de la decisión para el individuo y para la historia. Es un tiempo
crítico. Continuamente tiene el carácter de crisis. La obra del Señor está hecha. Pero se trata de la
cuestión crítica, de cómo se sitúan ante ella las generaciones que la siguen. En el siempre crítico
presente se decide el futuro. Todos los presentes contemplan por encima del hombro el futuro. En
cuanto futuro de salvación o de desgracia siempre está anticipado, sin dejar de ser futuro.

El futuro y el pasado juntos son más que el solo pasado. Cristo y los cristianos son más que Cristo
solo, no metafísicamente, pero sí desde el punto de vista de la historia sagrada de la salvación. Y a
en el prólogo a la cuarta edición se explicó por qué precede la escatología general a la particular. De
cualquier modo que se ordene la serie, siempre habrá que cargar con desventajas. La presente
edición sigue teniendo la división de conjunto de la anterior, porque con ella se ve más claro que el
individuo se salva o se condena ciertamente como individuo, pero sólo dentro de una gran
comunidad.

Para más datos bibliográficos puedo remitir a mi obra Von den Letzten Dingen, aparecida en 1948
en la editorial Regensberg, de Münster. Tengo que hacer observar también que los autores no
citados en la exposición no aparecen tampoco en el índice de autores: aparecen, sin embargo, en el
índice bibliográfico y son fáciles de encontrar porque tal índice tiene orden alfabético.

De nuevo tengo que dar las gracias a varios colaboradores. Han leído las pruebas de imprenta y
preparado los índices. Son el párroco Georg Schmaus, los señores Góssman (Tokio) y las señoritas
H. Merz y M . Boettcher.

El lugar teológico de la escatología

Para el hombre tiene importancia decisiva el hecho de que en último término busca su seguridad
existencial y su vital plenitud en Dios y no en la naturaleza. Quien intenta ajustarse, como las
plantas o el animal, al ritmo de la naturaleza y se contenta con ello se hace violencia a sí mismo, es
decir, a la parte espiritual de sí mismo y a la semejanza a Dios en ella fundada. El hombre es
distinto de la materia, de la planta y del animal porque es un Ser personal. En Dios y sólo en Él
puede encontrar en definitiva el cobijo apropiado a su naturaleza y que representa la meta de su
anhelo. Dios se hizo accesible en Jesucristo.

Desde el pecado original, es decir, desde el comienzo de la historia humana, el hombre necesita la
liberación del pecado para ver dónde puede encontrar su verdadera salvación y para poder
alcanzarla de hecho. Cristo, salvador del pecado, es el camino hacia Dios Padre (lo. 14, 1). La
mirada hacia Dios y la esperanza en Él se realiza, por tanto, en la mirada hacia el Cristo histórico y
en la esperanza en El.

La mirada esperanzada hacia el cielo sólo puede realizarse en la mirada hacia la historia, a saber, en
la mirada hacia la vida, muerte y resurrección de Cristo. El hombre que se dirige al Señor mira
hacia el pasado, hacia el “entonces” y “allí”, hacia el tiempo “cumplido”, cuya plenitud hizo el
encarnado Hijo de Dios, hacia el tiempo cumplido en que vivió Cristo. La mirada hacia ese pasado
no es un recuerdo vacío, pues el pasado no ha pasado del todo. No es sólo que el tiempo “cumplido”
configure y fundamente, como todo pasado histórico, el presente, sino que está presente de algún
modo en todo tiempo posterior, pues Cristo llena los siglos como prometió: “Yo estaré con vosotros
siempre hasta la consumación del mundo” (M t. 28, 20).

El ojo que se vuelve a mirar al Señor que vivió, murió y resucitó en el mundo se vuelve, por tanto,
hacia el Señor, que vive en la gloria del Padre y está presente entre los suyos, hacia Cristo, que,
según San Pablo, se hizo espíritu, que existe con su cuerpo glorificado y en medio de los suyos, de
su Iglesia, obra salvadoramente a favor suyo y a favor de todo el mundo (II Cor. 3, 17; cfr. la
disertación de Ingo Hermann, en la Universidad de Munich, Christus ist Prteuma geworderi).
Cristo, para siempre signado por la Cruz y Resurrección, glorificado ya, cumple su obra salvadora
en la palabra y en los sacramentos de la Iglesia (cfr. vol. IV, § 176 b).

Está presente en estos procesos como agente. Proclamación de la palabra y administración de los
sacramentos de la Iglesia actualizan de algún modo las acciones salvadoras de Cristo, cada una de
distinto modo, pero todas eficazmente. En esta actualización ocurre la presencia activamente
salvadora de Cristo mismo. La presencia activa del Señor está oculta dentro de la historia. Desde la
Ascensión está en nuestro mundo empírico relativamente presente y relativamente ausente. En
efecto, está velado por las formas perecederas y transitorias de nuestro mundo actual. Pero tenemos
la promesa de que el Señor saldrá de su ocultamiento y se manifestará en su figura desvelada.
Esta su segunda venida traerá la plenitud de la historia y del cosmos. Tendrá, por tanto, a la vez, una
función panhistórica y otra pancósmica. La primera venida puso los fundamentos de la Segunda. Es
su condición y comienzo. Sólo en la segunda venida se cumplirá su sentido. El Señor pasado, que es
a la vez el presente, será, por tanto, también el futuro. Quien se dirige en la fe al Señor pasado y se
vuelve con amor creyente al presente, mira a la vez en Ja esperanza hacia el Señor futuro que se
revelará en una hora venidera sólo para El conocida.

La mirada al Señor abarca, pues, tres tiempos—pasado, presente y futuro—, y no como tres estadios
de la historia que se siguieran uno a otro mecánicamente y se anularan uno a otro, de forma que el
presente no fuera más que el punto de contacto del pasado con el futuro, sino como tres
acontecimientos que recíprocamente se completan y soportan, se configuran y compenetran, aunque
a la vez se muevan en una recta sucesiva e irreversible.

En este triple paso salvador del tiempo participa realmente el cristiano. Sólo participando de la
muerte y resurrección del Señor alcanza la salvación. Dentro de la historia ello ocurre ocultamente,
correspondiendo al ocultamiento de la presencia activa de Cristo mismo. Ambos ocultamientos
acabarán a la vez. Cuando el Señor aparezca, también la participación en su vida entrará en el
estadio de la Revelación.

Entonces se cumplirá la unión con Cristo resucitado como existencia corporal glorificada de toda la
humanidad y hasta de toda la creación. Sin embargo, al individuo se le concede ya una anteplenitud
en el estado intermedio que va desde la muerte hasta la vuelta de Cristo. La esperanza última y
verdadera se orienta, es cierto, a la resurrección de los muertos.

Pero como el continuado vivir individual en comunidad con Cristo y con Dios es supuesto y
condición de la pertenencia al mundo glorificado, a esta vida le conviene también la mayor
importancia. En este volumen vamos a exponer el futuro hacia que camina el cristiano basándonos
en lo que sobre él se atestigua en la Sagrada Escritura y en la Tradición, según la garantía del
magisterio eclesiástico.

Como el futuro no será más que el pasado y presente cumplidos y desarrollados, revelados, no se
puede hablar de él sin hablar también del pasado y del presente. Supuesto de la esperanza futura del
hombre es su capacidad de dirigirse hacia el futuro. No es evidente que lo pueda. El animal no tiene
esperanza alguna en el futuro ni puede tenerla. El hombre, en cambio, es capaz de esperanza. Esto
es para él tan esencial, como es esencial para el animal no tener esa capacidad.
El hombre puede encaminarse hacia el futuro en razón de su estructura históricoespiritual. Para él
tiene sentido poner las esperanzas en el futuro en razón de la estructura histórico-temporal de la
automanifestación de Dios. La exposición de los “Novísimos” comprende, por tanto, el estudio y
descripción de la fundamental constitución histórico-temporal tanto del hombre como de la
revelación divina.

Por estas reflexiones se verá que hay que tratar primero la doctrina de los novísimos de la
humanidad y del cosmos, y después la de los novísimos del hombre individual. Contra este orden no
habla el hecho de que para la mayoría de los hombres ocurra primero la escatología individual que
la universal. En el orden de nuestra exposición importa que se vea la verdadera importancia de las
partes.

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