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Clase 3.

Escatología 2023

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RETRIBUCIÓN Y VIDA DE ULTRATUMBA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

INTRODUCCIÓN.
El problema de la retribución de las obras humanas es una constante en todas las
culturas y religiones, y en general en la historia del pensamiento. Fuera de la Revelación,
la reflexión humana ha llegado a metas valiosas, así como también a doctrinas claramente
supersticiosas; todo ello ha cristalizado en los mitos del más allá.
La fe cristiana en cambio tiene unas ideas claras y unas certezas básicas sobre el
cielo, el purgatorio y el infierno, así como los conceptos de premio y castigo
ultramundanos. Ahora bien, no siempre ha sucedido así. Una lectura detallada de la Biblia
nos descubre que hasta el s. IV a.C. se no estaba del todo desarrollada la doctrina de la
retribución de ultratumba.
De ello deducimos que se trata de una verdad revelada progresivamente a lo largo
de la historia del pueblo de Israel.

LOS DETERMINANTES DEL PROBLEMA:


EL “SHEOL” Y EL CONCEPTO DE LA JUSTICIA DIVINA.

Los hebreos fueron los primeros que entendieron la historia como una
manifestación de la voluntad de Dios. Esto quiere decir que le dieron un gran valor a los
hechos históricos. Así, durante mucho tiempo no creyeron en una retribución
ultraterrena, sino que el premio o castigo se daban en este mundo.
Al mismo tiempo, en lo que se refiere a la pervivencia del individuo después de la
muerte, creían en ésta como una supervivencia en su descendencia; de ahí el valor que le
daban a los hijos y a la familia. Esto se cristalizó en la ley del Levirato (cf. Dt 25,5 ss.; Ruth
4): el israelita concebía que su nombre se perpetuaba en su descendencia.
Todos los pueblos han creído en alguna forma de supervivencia. Egipto llevó al
máximo esta preocupación por los difuntos; en cambio, los babilónicos no. En Homero los
muertos van al “Hades” o a “los campos Elíseos”.

El “sheol”.
En la Biblia nos encontramos con el “Sheol”: fosa subterránea en lo más profundo
de la tierra y de una tremenda oscuridad; lugar de las tinieblas del que nunca se sale.
Al “Sheol” van tanto los buenos como los malos sin distinción alguna. Y no se
puede confundir el “Sheol” con el infierno cristiano, ya que este es un lugar de castigo,
mientras que el “Sheol” es un lugar de reunión para buenos y malos sin distinción, y no
tiene carácter retributivo. Es el “locus tenebrarum”.

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Los espíritus descarnados son llamados “refaím” (=ser débil, espectro, sombra). No
se trata de que éstos tengan vida en el “Sheol”, sino que son meros espectros. En el
“Sheol” los muertos carecen de lo más esencial de la vida humana (la actividad, el
conocimiento). La existencia de los difuntos no es propiamente vida, ni es deseable, ya
que no hay nada que produzca satisfacción; ni siquiera se puede alabar a Dios. Representa
la gran lejanía de Dios, aunque Dios también domina sobre el “Sheol” ya que nada puede
escapar de sus manos, pero no hay en él una presencia bienhechora suya (ver Sal 139).
Sólo los vivos pueden alabar a Dios, de ahí el horror al “Sheol” y el aferrarse a la vida.

Fase de la retribución colectiva (terrena).


La idea de retribución colectiva es anterior al destierro, y puede definirse como la
retribución de premio o castigo a la colectividad como tal (familia, clan, etc.).
La solidaridad social es una de las características más fuertes del pensamiento
hebreo. El individuo es miembro de una comunidad, de tal forma que no cuenta solo
individualmente, sino en su condición de miembro de un pueblo. Así, del hecho culpable
de un individuo podrá ser culpado no sólo él sino también su casa, tribu, clan, etc. Lo
mismo ocurre con una buena acción: la bendición atañe o recae sobre toda su familia,
tribu, clan, etc.
Este concepto de personalidad corporativa tiene vigencia tanto en sentido vertical
como horizontal, porque el individuo pervive en sus descendientes y ascendentes; y
porque el individuo está inmerso en el grupo humano en que vive.
El receptáculo del premio o castigo es toda la comunidad, ya que la comunidad es
premiada o castigada, peca o se santifica si un miembro del grupo lo hace (Cfr. Nm 14-16).
Esta idea la desarrollaron los profetas pre-exílicos, los cuales presentan a cada paso la
perspectiva del destierro como castigo de Dios por la infidelidad de Israel.
¿Ignoraba acaso el profeta la existencia de individuos inocentes? No. Lo que ocurre
es que el individuo no tiene una existencia personal fuera de la comunidad. Por tanto, el
problema del sufrimiento del inocente se platea mediante un dilema: “si un inocente
sufre, hay que dudar de su inocencia; y supuesto que lo sea, sufrirá por culpa de sus
antepasados ¿O es que acaso Dios es injusto?” … La conclusión es clara. El profeta invita
pues al pueblo a purificarse, es toda la comunidad la que tiene que volver a Dios.
La misma doctrina, presentada de una manera sistemática, la encontramos en Dt
5. El Deuteronomio establece también este doble aspecto de premio-castigo dirigiéndose
siempre a la nación y acentuando la noción de Alianza. Si el pueblo la respeta le irá bien
(tendrá toda clase de bendiciones); pero si el pueblo vulnera la Alianza recaerán sobre él
toda clase de maldiciones.
Los redactores Deuteronomistas son lo que desarrollan una teología de la historia
basada en el esquema del Dt. La prosperidad o el infortunio de Israel se derivan de la
fidelidad o infidelidad a la Ley Mosaica (Jueces: cada juez es un drama en cuatro actos: a)
pecado o infidelidad de Israel; b) castigo; c) arrepentimiento, y d) liberación, Dios se
compadece y elije a un Juez que derrota al opresor (Cfr. Jue 3, 4-10)).

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Fase de la retribución individual (terrena).
No era algo totalmente nuevo en el S. VI (a C.). Hasta entonces lo predominante
era el concepto comunitario, pero coexistiendo con ello encontramos atisbos de
retribución individual en las fuentes más antiguas del Pentateuco. Por ejemplo: en Gn 7
se trata del caso de Noé: “entra en el arca tú y toda tu casa”. Dios lo ha segregado de los
demás. Otro ejemplo lo tenemos en el castigo de Sodoma y Gomorra (ver Gn 18,32ss).
Lo que ocurre es que hasta el S. VI (a C.) predomina, no obstante, el concepto
colectivo de retribución, debido al sentido corporativo de la Alianza. El principio de
retribución colectiva comienza a abrirse a la retribución individual, porque estaba en
contrapunto con la experiencia (ver Jr 12,11) ¿Por qué tienen suerte los malos y son
felices los impíos?

Jeremías.
Para Jeremías la auténtica religiosidad no es una mera institución exterior, sino una
relación personal e íntima con Dios. Anuncia que Dios hará una nueva alianza, escrita en
los corazones y no sobre piedra. La idea de Jeremías es que el bien del pueblo depende de
las personas individuales y no al revés.
A la predicación de Jeremías se une un acontecimiento importante: la muerte de
Josías (Cfr. 2 Rey 22-23, hace el mejor elogio del rey Josías). Para los judíos la muerte
prematura era el mayor castigo que podría darse en una persona. Por este motivo los
judíos se plantearon: si Josías era un rey bueno y justo, ¿cómo Dios lo ha de castigar?
El acontecimiento vital que pone en crisis esta idea es el Destierro de Babilonia.
Este significa el colapso de todo el sentimiento nacionalista; ya no hay nación, ni pueblo, y
por eso ahora el centro de la moral no va a ser la responsabilidad nacional sino la
personal; ahora será cada individuo el responsable ante Dios de sus propios actos (ver Jr
31, 29 ss. El centro de gravedad de la relación con Dios ya no es la comunidad sino la
persona).

Ezequiel.
Ezequiel fue el modelador del alma israelita en el Destierro, encargado de
fortalecer la moral en esas circunstancias (Cfr. Ez 18).
La doctrina de Ezequiel marca un avance en el problema de la retribución; pero hay
que hacer notar que esta retribución personal se sigue entendiendo como una retribución
terrena. La experiencia contradice la secuencia bien-bendición, mal-maldición, ocurre que
al malvado le va bien y el bueno es castigado (Ver Malq 3, 13-15).
Un exponente claro de esta situación es el Salmo 73; a esto se le da una solución
de “corta espera”, que consiste en decirle al atribulado: “es verdad que el impío prospera,
pero su situación no va a durar mucho tiempo, no va a durar siempre” (ver Sal 37, 1-2;
Hab 1-2; Malq 3, 16 ss).
El libro de Job pone de relieve el problema poniendo en crisis el planteamiento
tradicional de la doctrina de la retribución, aunque no da soluciones.

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CRISIS DE LA DOCTRINA TRADICIONAL: JOB, QOHELET.

El Libro de Job.
Distinguen tres estratos en la obra:
 Una narración popular sobre un justo atribulado ofreció el material básico para la
reflexión de este libro, con toda probabilidad.
 Redactores posteriores le añadieron la argumentación de Eliú y los discursos
puestos en boca de Yahveh,
 y probablemente otro redactor le añadió el epílogo en prosa, que es ese final feliz
con que se acaba el libro.

Job es el personaje central de la obra; se trata de un hombre que debiera ser feliz
porque es justo, pero sobre él se ceban todas las desgracias (Ver Job 1-2): va perdiendo
hacienda, bienes, hijos, salud, etc. Y maca un punto de inflexión en la relación causa
efecto de bondad-riqueza y maldad-pobreza. Parece que no siempre es así.
Una vez presentado el hecho, a continuación, tenemos la presentación del
problema. El autor forja un diálogo entorno al sufrimiento del inocente: por un lado,
intervienen los amigos de Job, que exponen la tesis tradicional, y por otro lado Job, que se
experimenta algo diverso y se va perfilando una progresión en la gradualidad de la
revelación.
El argumento de la obra se desenvuelve a lo largo de tres disputas (Cfr. Job 4,1-
31,40):
1ª Disputa (Job 4,1-14,22). Los tres amigos proponen el concepto tradicional de la
retribución: las calamidades de Job tienen que ser el castigo por sus pecados.
Elifaz dice que esto lo sabe por revelación divina. Bildad se apoya en la tradición de
Israel. Sofar se apoya en la razón natural. En el capítulo 13, Job les contesta y va
rechazando una por una todas las acusaciones de sus amigos e incluso se atreve a desafiar
a Dios protestando por su inocencia: “Dame a conocer mi iniquidad y mi pecado, cuáles
son mis delitos y maldades”. El mismo Job, en la discusión, llega a pedir una especie de
árbitro imparcial entre Yahveh y él.
En el capítulo 14 tiene una bellísima descripción sobre la vida. Hombre
profundamente religiosos, Job se enfrenta con el vivir humano y lo describe en toda su
trágica crudeza.
De todo este mal, Job hace responsable a Dios; por eso el libro, en cierto modo, es
un proceso a Dios, un Dios que no aparece tan justo pues le atormenta sin razón ni causa,
de tal forma que la muerte misma es considerada como un alivio.

2ª Disputa (Job 15,1-21,34). Los amigos plantean los mismos argumentos que antes pero
con una diferencia: antes eran aplicados de una manera general y ahora comienzan a
aplicarlos de una manera particular al caso concreto de Job. Por eso, cuando él afirma que
es justo, la disyuntiva es clara: o es sincero o es un mentiroso. Esto subleva a Job, que en

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el capítulo 19 nos da una descripción completa de las desgracias que Dios le manda sin
causa.

3ª Disputa (Job 22,1-31,40). Se repiten las argumentaciones sin que avance para nada el
pensamiento.
A continuación, tenemos los discursos de Eliú (Cfr. Job 32,1-37,24). Se trataría de
un representante de la nueva generación intelectual de Israel. La solución que aporta es
que los caminos de Dios son misteriosos y el hombre no está capacitado para descubrirlos.
Dios es justo y no se puede dudar de esta justicia. Eliú añade a la tesis tradicional, que el
sufrimiento del inocente no es absurdo, sino que sirve de purificación y aquilata la virtud;
la matización que hace Eliú es que el dolor y el sufrimiento tienen un sentido y una
finalidad medicinal.
En Job 38,1-41,34 viene ya la intervención de Yahveh para cerrar el drama. Yahveh
afirma que el hombre no debe hacer juicios sobre la Providencia divina, porque no conoce
sus designios. Dios es omnipotente, y su Sabiduría queda patente en la Creación; al
hombre sólo le queda aceptar sus designios y someterse a su Providencia.
En Job 42, 1-6 se encuentra la respuesta de Job: éste reconoce su ignorancia. Se
retracta y arrepiente por haber dudado y se alegra por haber conocido de verdad a Dios.
Job 42, 7-17 es un epílogo en prosa, un final feliz con el triunfo y la bendición de la
sabiduría de Job.

El Qohelet.
En esa misma línea tenemos el libro del Qohelet. El autor se pregunta si el hombre
puede encontrar en la tierra la felicidad, y llega a la conclusión de que los esfuerzos del
hombre son vanos, “como querer perseguir el viento” (2,11); pero afirma la existencia de
una felicidad relativa que el hombre sí puede conseguir como don de Dios.
El Qohelet no es un pesimista absoluto, sino que es un hombre decepcionado, que
tiene mucha experiencia en la vida, es un realista crónico. Ignora la felicidad en el más allá
y tampoco encuentra en esta vida una felicidad absoluta; de ahí su recomendación: gozar
de los bienes que la vida puede ofrecernos, entendiendo que estos bienes son limitados y
no pueden darnos una felicidad absoluta.

PREPARACION LITERARIA DEL TEMA DE LA RESURRECCION:


LA RESURRECCIÓN NACIONAL.

En el pensamiento bíblico la muerte no es un acontecimiento meramente biológico


sino una consecuencia del pecado; no es algo que proceda de Dios, sino del diablo. Por
eso en el proto-Evangelio Dios al dictar el castigo anuncia la promesa de una redención
que incluye, con la derrota del diablo, la victoria final sobre la muerte y el triunfo
definitivo y pleno de la vida.
La vida en la Biblia es el mayor de los bienes; por eso cuando se empieza a pensar
en la resurrección, ésta se entiende en un sentido parcial: como resurrección de los justos,
de los mártires. Además, esa vida no es un concepto abstracto, no es un puro existir
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dinámico; así entendida es el más preciado de los dones que puede poseer el hombre. De
ese modo Is 65,20 cuando quiere describir la felicidad del reino mesiánico, recurre a la
imagen de la longevidad.
Para los hebreos, resucitar es el levantarse del Sheol. Originariamente se trataba
de una resurrección sólo de los justos y no de una resurrección universal, que será un
concepto más tardío. Se trata, pues, de un premio de la justicia.
Tememos tres casos de resurrección en la Biblia:
a. 1 Re 17,17-24 (Elías resucita al hijo de la dueña de la casa)
b. 2 Re 4, 31-37 (Eliseo resucita al hijo de Sunamita)
c. 2 Re 13, 20-21 (Resurrección por contacto con los huesos de Eliseo)
A pesar de todo, Israel siempre tuvo presente que la omnipotencia de Dios era tan
grande que es capaz de traer a la vida a un muerto del Sheol.
El pueblo de Israel herido por los castigos divinos se puede comparar con un
cadáver, por eso su conversión a Yahveh es comparada con la resurrección de un muerto.
La idea de resurrección no es absurda ya que el autor sagrado, para animar la esperanza
colectiva del pueblo, la utiliza como símil para expresar lo que sucedería si se convierte
Israel (ver Ez 37, 1-14). Cuando el pueblo se convierta, el pueblo resurgirá.
Ezequiel predica hacia el 580 a. C., y se enfrenta con Judá poco antes de la caída.
Acompaña a los judíos en el destierro y allí es donde tiene lugar esta visión.
El Señor pregunta: ¿resucitarán estos huesos? El profeta responde: Señor tú lo
sabes. Expresa por una parte su turbación ante el tremendo espectáculo y por otro lado la
Omnipotencia de Dios.
El milagro se realiza a través del ministerio humano, y el proceso de reanimación
se lleva a cabo en dos tiempos: los esqueletos reciben la carne y la piel; pero falta el
“pneuma”, el soplo de Dios, que se le da en un segundo momento.
La explicación de la visión. El texto es una parábola de la restauración del pueblo
elegido; el profeta anuncia el resurgir de Israel y la vuelta a la tierra prometida.
Para nosotros el interés radica en el hecho de que utilice como elemento de
salvación una imagen de resurrección corporal, lo que indica que incluso en el horizonte
oscuro del AT esta idea de resurrección no es algo absurdo sino algo de lo que la
omnipotencia de Dios es capaz de hacer.

LA RESURRECCION PERSONAL EN EL A.T.

Poco a poco Dios fue conduciendo a su pueblo a una claridad cada vez mayor en
este punto. El nacimiento de esta idea representaba la solución a muchos problemas.
Porque la fe en la resurrección individual no nació por generación espontánea sino
condicionada por unos acontecimientos históricos concretos, dispuestos por Dios para su
revelación.
La cautividad babilónica dura los años 597-538 (a.C.) aprox., donde Babilonia fue
tomada por Ciro y liberados los judíos. A partir de esta fecha viven en paz en la tierra
prometida; mientras tanto, fuera de Palestina ocurre el expansionismo de Alejandro
Magno que finalmente termina por hacerse también con el Próximo Oriente. Muerto
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Alejandro, los Ptolomeos se quedan con Egipto y los Seleúcidas con Siria, disputándose
ambos el territorio palestino.
Hasta el 198 (a.C.) Palestina fue regentada por los Ptolomeos. Antíoco III Epífanes
(seleúcida) invade Palestina y Antíoco IV establece una nueva política que traerá graves
consecuencias para el pueblo israelita. Unifica todo el imperio, y hace lo propio con las
religiones en base al panteón griego; así en Israel, al intentar imponer también el culto
heleno (manda poner la estatua de Zeus en el sancta sanctorum del Templo de Jerusalén),
se produce una persecución religiosa contra las tradiciones judías.
En este contexto surge el libro de Daniel. Contra Antíoco IV se produce la
sublevación de los Macabeos. Daniel con su libro trata de alentar al pueblo sublevado.
Estos judíos yahvistas se ven perseguidos en un doble frente: por las autoridades
helenistas y, por otro lado, por los judíos helenizantes.
El autor del libro de Daniel afirma que Dios guía la historia del mundo y, a pesar de
las apariencias, el fin de los tiranos está cerca, y los que perseveran en la fe tendrán una
salvación gloriosa.
Hasta esta revolución los profetas habían visto a Israel como una unidad; pero
ahora, ya no existe, pues hay quienes han desertado. A partir de esta situación ya no cabe
pensar en un destino común, puesto que los impíos son hijos de Israel; por eso la idea de
resurrección la contempla Dn 12, 2-8 desde un prisma posmortem. La justicia de Dios
exige que la situación final de los fieles sea distinta de la situación final de los impíos, y
esto se hace posible mediante la resurrección. El autor trata así de consolar a los
perseguidos por la fe en Yahveh.
Este texto de Dn 12, 2-8 es la primera mención sin equívocos de la resurrección de
los muertos y representa la conclusión de un larguísimo camino. Esta afirmación de Dn 12,
2-8 fue aceptada inmediatamente y sin resistencias, lo que indica que esta idea
revolucionaria respondía al ideal humano israelita. La resurrección no se plantea como
resurrección universal sino en el marco de la persecución seléucida. El autor contempla la
resurrección de los “asidin” (de los mártires) para el premio y de los renegados para el
eterno oprobio.
El texto no es el resultado de una deducción filosófica; la fe en la resurrección no
fue elaborada por los teólogos sino impuesta por los mártires, como una consecuencia del
martirio de los “asidin” (ver 2 Mac 7,11). 2 Macabeos constituye el puente entre los dos
Testamentos (AT y NT) y gira en torno a la muerte de sus héroes y mártires.
La línea resurreccional encuentra su continuación y culminación en el libro
segundo de los Macabeos, que narra la historia de la persecución de Antíoco IV Epífanes.
Este rey, con su proyecto de helenizar Jerusalén y sus costumbres, obliga a los judíos a
violar la ley mosaica comiendo carne de cerdo. Un grupo de hombres y mujeres fieles
deciden desobedecerle y mantenerse leales a Dios. El capítulo 7 narra la firmeza de una
madre y sus siete hijos ante el martirio: profesan la confianza de ser reivindicados ante el
tribunal divino, y la esperanza de recuperar en el futuro sus miembros y su vida (vv.
9.11.14). La resurrección corporal que esperan opere Dios en ellos es una réplica a la
destrucción obrada

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por sus perseguidores: la resurrección restablecerá la justicia. Antíoco recibirá castigo por
su inicuo proceder (vv. 14, 17, 19): los hermanos le advierten que para él no habrá
resurrección a la vida (v. 14) (¿resucitar para la muerte es realmente resucitar?).
En conclusión, podemos decir que, aunque haya tardado en ser formulada, la
resurrección de los muertos está en realidad grabada dentro de la lógica de los conceptos
veterotestamentarios. Se apoya en los atributos de Dios que el pueblo va reconociendo
progresivamente en la historia: poder ilimitado; amor indefectible; justicia perfecta.
Yahveh es creador y señor de la vida; fiel a la alianza con su pueblo; y retribuidor
cabal. La fe en estos atributos divinos hace que una forma concreta de esperanza –la
resurrección de los muertos– brote en momentos difíciles, de debacle nacional o
persecución.

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