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Jn.

21, 1: “La pesca milagrosa”


FE EN LA RESURRECCIÓN

A lo largo de esta octava la liturgia nos presenta los distintos episodios donde Cristo se
aparece a sus amigos. Es Jesucristo en su gran oficio de consolador. Cómo se esfuerza por
fortalecer la fe de los suyos. Salvo María, los demás discípulos habían olvidado sus promesas,
las mujeres van a perfumar un cuerpo sin vida, los discípulos de Emús dialogan tristemente,
Tomás no cree hasta verlo, etc. Nadie lo esperaba, nadie tenía fe en la resurrección, y Jesús se
preocupa de mil maneras, con caridad exquisita, para reanimarlos y fortalecerlos en la fe. Come
y bebe con ellos, se deja tocar y ver. Por eso dice San Agustín que comió con ellos no por
necesidad sino para probar su resurrección. Es lo que dice luego S. Juan en su carta: “Lo que
existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida...lo que hemos visto y
oído, os lo anunciamos.” (1 Jn 1,1-4).

Jesús se deja ver, tocar, abrazar, besar. Para que los suyos luego puedan predicar: lo
vimos, lo palpamos, lo abrazamos... y de eso os predicamos y os hablamos... Predicamos
nuestra experiencia; experiencia espiritual y experiencia sensible. Tocaron nuestras manos,
vieron nuestros ojos, oyeron nuestros oídos... Pero al mismo tiempo lo penetró nuestra fe, se
inflamó nuestro corazón de carne; se elevó con Él nuestra esperanza.

ST1 dice que estos “testimonios” de la sabiduría divina del Verbo los previó para que a
sus discípulos no les quedase duda sobre ningún aspecto de su Realidad nueva; por eso:
–Probó que su cuerpo era verdadero y sólido, no fantasmagórico o imaginario,
dejándose palpar.
–Probó que era el “mismo” cuerpo que antes había tenido, descubriéndoles las reliquias
de su Pasión (cf. Lc 24,39).
–Probó su divinidad obrando milagros durante el tiempo que estuvo con ellos antes de
su Ascensión, como, por ejemplo, la pesca milagrosa que escuchamos en el Evangelio de hoy.
(cf. Jn 21,5-14).
–Probó, finalmente, la “novedad” de su cuerpo ya resucitado entrando en el cenáculo
estando cerradas las puertas, dejándose reconocer de los suyos sólo cuando Él quería,
desvaneciéndose súbitamente ante los ojos de los suyos.

De todas estas cosas los suyos fueron testigos convencidos, y llevaron su testimonio
hasta los confines del mundo. Jesús fortalece la débil fe de los suyos para que ellos propaguen
esa fe al mundo.

Es por esto que en este Tiempo Pascual nosotros también demos testimonio de que Cristo
está vivo, y que vive en nosotros. Podemos ver que nuestras constituciones nos iluminan acerca de
este testimonio que debemos dar:
Vivir como resucitados: Dicen “El hecho espléndido de que Cristo resucitó nos debe
llevar a vivir como resucitados, a vivir según la Ley Nueva -el Espíritu Santo-, la libertad
de los hijos de Dios propia del hombre nuevo, con inmensa alegría, en especial el domingo,
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Suma Th. III, 55, 6
sabiendo hacer fiesta, con gran compromiso por la misión.” Enseña san Pablo en su carta a
los colosenses acerca de la resurrección: “buscad las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” Y el
ámbito de esta búsqueda no es otro que el de la contemplación.

Alegría: Nuestras constituciones también nos enseñas que “de (la) resurrección del Señor,
surge un elemento que debe ser esencial en nuestra espiritualidad -y en toda espiritualidad
cristiana-: la alegría que, en nuestro caso, debe manifestarse de manera especial, en la
celebración del Día del Señor, el Domingo; en el sentido de la fiesta; y en la recreación,
que nosotros llamamos eutrapelia”. Y dice santo Tomas que esta alegría sobrenatural es
uno de los frutos de la oración: “Las fiestas se han hecho para promover la alegría
espiritual, y esa alegría la produce la oración; por lo cual en día festivo se han de
multiplicar las plegarias”

Pero esta alegría no nos tiene que desviar. Nos suele pasar que las consolaciones nos
distraen de nuestros propósitos, o nos hacen perder esa tención a la santidad. Por eso, en este
tiempo de consolaciones no nos olvidemos del medio que Cristo eligió para obrar la redención: la
Cruz. Si queremos dar testimonio con nuestras vidas, de que Cristo vive en nosotros, debemos
morir cada día, para que Él pueda hacer nuevas todas las cosas en nosotros. Porque Él dijo “Yo
soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás. ¿Crees esto?”

Pidamos a María Santísima la gracia de un aumento de nuestra fe en la resurrección, y así


poder vivir como resucitados.

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