Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. NATURALEZA
Puede definirse diciendo que es una introspección en nuestra propia conciencia para averiguar los
actos buenos y malos que hemos realizado y, sobre todo, la actitud fundamental de nuestra alma frente
a Dios y nuestra propia santificación.
Si bien algunos autores reducen el examen a algo puramente negativo (contar las faltas cometidas),
creemos con el P. Royo Marín que esta concepción resta al examen gran parte de su eficacia, además de
envolver el peligro de lanzar a las almas hacia la meticulosidad, la inquietud, el desaliento y el
escrúpulo.
Cabe nota que el examen también es oración, debe darse un diálogo con Aquel con quien quiero
confrontar mi vida… pedirle perdón y ayuda… darle gracias.
2. IMPORTANCIA
El Catecismo nos enseña: “Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y
seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida
nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización: ‘Retorna a tu
conciencia, interrógala... retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo,
Dios’.[San Agustín]”1
Los maestros de la vida espiritual unánimemente conceden una gran importancia a este ejercicio
bien practicado. Entre todos destaca San Ignacio de Loyola, «quien durante mucho tiempo no empleó en
la dirección espiritual de sus compañeros más que el ejercicio del examen y el uso frecuente de los
sacramentos. En las Constituciones de su Orden se da tal importancia al examen, que no se dispensa
nunca de él; la enfermedad u otras necesidades graves pueden eximir de la oración y los otros
ejercicios; del examen, jamás»2. También en las Constituciones manda el Santo que los miembros de la
Compañía lo hicieran dos veces al día. “Y en cierta manera –comenta Rodríguez– estimaba más el
examen que la oración; porque con el examen se ha de ir ejercitando y poniendo por obra lo que uno
saca de la oración, que es la mortificación de sus pasiones y extirpación de sus vicios y defectos... El P.
Pedro Fabro era de las primeras devociones que daba a los que trataba”3.
Este examen diario es uno de los medios más eficaces para tender seriamente a la santidad. Alonso
Rodríguez aporta una larga lista de santos, tanto de época patrística como posteriores, que lo
recomiendan vivamente como acto diario: San Agustín, San Basilio, San Antonio Abad, San Bernardo,
San Juan Crisóstomo, etc. Incluso, en otro orden de cosas, menciona cómo fue practicado por filósofos
paganos tales como Séneca, Plutarco, Pitágoras, etc. De éste último es el inmortal aforismo que
recomendaba a sus discípulos y luego quedó inscrito en la entrada del templo de Delfos “nosce teipsum”
(conócete a ti mismo).
Entre otros documentos que daba Santo Tomás a sus discípulos daba éste por muy principal: que cada
1
CEC n. 1779.
2
Así dice Tissot en La vida interior simplificada p. 3.ª l.2 n.29. Cf. n. 261.342 y 344 de las Constituciones de la
Compañía de Jesús (en Obras completas de San Ignacio ed. BAC), si bien nada se dice en esos números acerca de la no
dispensabilidad del examen.
3
Alonso Rodríguez, Ejercicio de perfección..., VII,1.
1
uno tuviese señalados cada día dos tiempos, uno a la mañana y otro a la noche", en los cuales se examinase v
tomase cuenta de tres cosas: “¿Qué hice? ¿Cómo lo hice? ¿Qué dejé de hacer d e l o b u e n o q u e d e b í a ?,
alegrándose de lo bueno y pesándole de lo malo.
«Así como un señor, dice San Juan Crisóstomo, no consiente que su despensero deje de dar cada día sus
cuentas porque no sea eso ocasión de que se descuide y olvide, y haya después mala cuenta; así también será
razón que nosotros nos la tomemos cada día, para que el descuido y olvido no turbe la cuenta.»
San Efrén y San Juan Clímaco añaden otra razón, y dicen que así como los mercaderes diligentes cada
día tantean y hacen cuenta de las pérdidas y ganancias de aquel día, y si hallan alguna pérdida la procuran
remediar y restaurar; así nosotros cada día nos habernos de examinar y tomar cuenta de nuestras pérdidas y
ganancias, para que no vaya adelante la pérdida y se acabe el caudal, sino que lo restauremos y remediemos
luego.
Y aún hay otro provecho, y es que examinándonos y arrepintiéndonos cada día de nuestras faltas, no se
arraigará en nosotros el vicio y la pasión, ni vendrá a crecer el hábito y mala costumbre.
Por su parte, Juan Pablo II decía que “El examen de conciencia es uno de los momentos más
determinantes de la existencia personal... En él todo hombre se pone ante la verdad de su propia vida,
descubriendo así la distancia que separa sus acciones del ideal que se ha propuesto”4.
Por el contrario, del alma que no es cuidadosa en examinarse dicen que es semejante a la viña del
hombre perezoso, de la cual dice el Sabio, que pasó por ella, y vio su cerca caída, y toda llena de ortigas y
espinas. Así está el alma del que no tiene cuenta con examinar su conciencia, como viña que no se labra,
hecha un erial, llena de malezas y espinas. Sí; en esta mala tierra de nuestra carne nunca deja de brotar
algunas malas yerbas, y así siempre es menester andar con el rastrillo en la mano, escarbando y arrancando
la mala hierba y la mala semilla que brota. De eso sirve el examen, de rastrillo para quitar y arrancar el
vicio y el siniestro malo que comenzaba a brotar, y no cejar que vaya adelante ni que eche raíces.
3. EL EXAMEN PARTICULAR
En la vida espiritual hay varias clases de exámenes: de toda la vida, de previsión (antes de ocuparse
de una acción para hacerla como corresponde y con perfección), práctico (que puede ser semanal,
quincenal, mensual, y apunta ya sea a la confesión ya sea a la revisión del plan de vida). Y está también
el examen general diario y el examen particular, claramente distinguidos por San Ignacio en los
Ejercicios Espirituales.
El examen particular se fija en una sola cosa o en un punto determinado, que es el propósito sobre
el que se está trabajando (la adquisición de una virtud o el vencimiento de un defecto) y enfoca allí las
energías del alma durante el día. Tiene que versar principalmente sobre nuestro defecto dominante, del
cual hablaremos al final de este capítulo.
3
es lo que habernos de hacer nosotros. Venced vos a ese vicio rey, que todo lo demás fácilmente quedará
rendido. Cortad la cabeza a ese gigante Goliat, y luego huirán y quedarán desbaratados todos los demás
filisteos. He aquí la mejor regla general para que cada uno entienda de lo que ha de traer este examen.
Además de lo dicho, a fin de encontrar sobre qué hacer examen particular, cave notar lo indicado
por Alonso Rodríguez. Dos cosas muy importantes sobre esto, que constituyen una fina observación de
psicología sobrenatural:
–La primera, que cuando hay faltas exteriores que ofenden y desedifican a nuestros hermanos (por
ejemplo, la impaciencia, la cólera, el exceso en el hablar, la murmuración, etc.), eso ha de ser lo primero
que se ha de procurar quitar con el examen particular, aunque haya otras cosas interiores mayores. Esto
es así, porque la razón y la caridad pide que quitemos ante todo lo que ofende o escandaliza o perjudica
al prójimo.
–La segunda es “que no se nos ha de ir toda la vida en traer examen particular de las cosas
exteriores; porque éstas son más fáciles y están más a nuestra mano que las interiores”. Por eso hay que
procurar quitar estos defectos exteriores lo más presto posible y pasar a perfecciones superiores (como
por ejemplo, la profunda humildad del corazón, la pureza de las intenciones, etc.).
Importa mucho hacer el examen particular de aquello que sea más conveniente, o sea encontrar
escudriñando, cuál sea nuestro defecto dominante. Así como no ha hecho poco, sino mucho, el médico
cuando ha acertado con la raíz de la enfermedad, porque entonces aciértale con los remedios y van haciendo
efecto las medidas, así nosotros no habremos hecho poco, sino mucho, si acertamos con la raíz de nuestras
enfermedades espirituales.
Una de las causas por que muchos se aprovechan poco de este examen, es porque no lo aplican a lo
que le habían de aplicar. Si cortas la raíz del árbol, o arrancas la raíz de la mala hierba, luego todo lo
demás se marchitará y secará; pero si cortas las ramas y dejas la raíz, luego brotará y crecerá más.
Para reconocerlo nuestro punto débil hay que emplear algunos medios:
–Primero, pedir luz a Dios para conocerlo y gracia para apartarlo.
–Luego, examinar: ¿Adónde van mis ordinarias preocupaciones? ¿Cuál es el blanco de mis
pensamientos y deseos? ¿Cuál es el origen corriente de mis pecados? ¿Cuál es generalmente la causa de
mis tristezas y alegrías? ¿Qué piensa de esto nuestro director?
–Hay que advertir que este defecto tiene que ir por el lado de las tentaciones que con mayor
frecuencia suscita en nuestra alma el enemigo, porque sobre todo nos ataca por el punto más débil de
cada cual.
–También puede detectarse teniendo en cuenta que, en los momentos de verdadero fervor, las
inspiraciones del Espíritu Santo acuden solícitas a pedirnos sacrificios en tal materia.
No obstante, para mayor acierto y seguridad, lo mejor es que cada uno trate luego de esto con su
confesor y director espiritual.
b- ¿Cómo se hace?
Antes de explicar el modo de hacer el examen particular, aclaremos que se ha de hacer
sobre una sola cosa. Esto es lo que le otorga verdadera eficacia. “Quien mucho abarca poco aprieta; y
uno a uno se vencen mejor los enemigos”. Hasta tal punto debe focalizarse este examen sobre una sola
cosa que, a veces, convendrá encarar el trabajo no ya sobre una virtud o vicio sino sobre un aspecto o
grado de estos, y sólo cuando se ha alcanzado lo buscado pasar a otro aspecto o grado.
En cuanto a la manera de llevarlo a cabo, San Ignacio, en el libro de los Ejercicios Espirituales
(nn. 24-31) explica esto detalladamente:
4
“El examen particular tiene tres tiempos, y dos veces examinarse.
El primer tiempo es luego a la mañana, en levantándose, ha de proponer caca uno guardarse con
diligencia de aquel vicio o defecto particular de que se quiere corregir o enmendar.
El segundo es al mediodía, en que se ha de hacer el primer examen.
Este examen tiene tres puntos. [no hace falta que nos tome más de un par de minutos]
- El primero es pedir gracia a Nuestro Señor para acordarse cuántas veces ha caído en aquel
defecto de que trae examen particular.
- El segundo es tomar cuenta a su alma de aquel defecto o vicio, discurriendo desde la hora que
se levantó y propuso, hasta la hora presente, y ver cuántas veces ha caído en él; y hacer en
una línea o raya de un cuadernito o librito que ha de tener para esto, tantos puntos cuantas
veces hallare haber caído.
- El tercer punto es pesarle de haber caído, pidiendo a Dios perdón de ello, y proponer de no
caer a la tarde en aquello con la gracia del Señor.
El tercer tiempo es a la noche10, antes de acostarse; entonces se ha de hacer el examen segunda vez,
ni más ni menos que al mediodía, por aquellos tres puntos, discurriendo desde el examen pasado hasta
entonces, y poniendo en otra segunda línea tantos puntos cuantas veces hallare haber caído.”
Cabe notar que si bien la santidad no es algo matemático, el hecho de anotar las veces que hemos
caído suele ser muy útil. A la par de que es un ejercicio ascético que pide de nuestra parte un intenso
deseo de erradicar el vicio, notemos que para desterrar un hábito mal y hacer creer una virtud (hábito
bueno), la eliminación de actos malos y la repetición de actos buenos, tiene una importancia capital.
Para extirpar más fácilmente y más presto el vicio o defecto de que traemos examen, pone San
Ignacio cuatro cosas que él llama Adiciones.
«La primera, que cada vez que cae el hombre en aquel vicio o defecto particular se arrepienta de
ello, poniendo la mano en el pecho (lo cual se puede hacer aunque esté delante de otros, sin que noten lo
que hace.)
»La segunda, que a la noche, después de hecho el examen, confiera los puntos de la tarde con los de
la mañana, a ver si ha habido alguna enmienda.
«La tercera y cuarta que confiera también el día de hoy con el día de ayer, y la semana presente con
la pasada, para el mismo efecto.»
Toda esta doctrina está sacada de los Santos; y el modo que aquí pone San Ignacio de tomar la
enmienda de nuestra falta a trechos y poco a poco, de mediodía en mediodía no más, es un medio que
ponen San Juan Crisóstomo, San Efrén y San Bernardo por eficacísimo para desarraigar cualquier vicio
o falta que tengamos. Y también lo pone Plutarco, y trae el ejemplo del uno, que de su condición era
muy colérico y sentía mucha dificultad en irse a la mano, y tomó por tarea no enojarse por un día, y así
estuvo un día sin enojarse; y luego al otro día se dijo: «Por hoy siquiera tampoco me tengo de enojar»; y
tampoco se enojó ese día; e hizo así otro día y otro, hasta que vino a hacerse de una condición muy
suave y tanquila.
Pues éste es el modo que nos propone San Ignacio en el examen particular, para que la pelea se nos
haga más fácil. ¿Qué haces con un enfermo que tiene hastío de la comida? Se la das poco a poco: si le
pones delante toda la comida, le va a parecer imposible comer todo aquello y no podría comer bocado;
pero de a poco, sí es posible. De esa manera, poco a poco, bocadito a bocadito, le haces comer todo lo
que ha menester. A ese modo nos quiere llevar San Ignacio en el examen particular, como a enfermos y
débiles, poco a poco, de mediodía en mediodía, para que lo podamos llevar.
10
Junto con el examen general, del cual hablaremos más abajo.
5
Porque si el pensar todo junto: En todo el año no tengo que enojarme, toda mi vida tengo que refrenar
mis ojos, etc.; en sólo pensarlo, ya parece cansarnos, y nos parecerá también que no lo podremos llevar y
que será una vida triste y melancólica. Pero por medio día siquiera, ¿quién no andará cuidadoso en su
modo de obrar, y refrenados los ojos y lengua? Después del mediodía proponérselo sólo para la tarde,
porque no sabemos qué será de nosotros al día siguiente. Y si llegamos a vivir el día siguiente, tampoco
es más que un día, y no os pesará mañana de haber andado con ese cuidado, ni quedaríamos cansados de
haber andado con cuidado el día de hoy, antes nos encontraríamos muy alegres por ello, y más
dispuestos para hacerlo mejor, y con más facilidad y suavidad.
c- ¿Durante cuánto tiempo hay que trabajar en un punto preciso?
No se pueden determinar tiempos “a priori”. Es claro que no se debe mudar fácilmente la materia
del examen; ésta es precisamente una de las causas por las que esta práctica rinde poco. En principio,
habría que perseverar en ella hasta vencerla definitivamente. No importa que se emplee mucho tiempo,
pues “si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos perfectos”, dice la Imitación de Cristo. Sin
embargo, las cosas llevadas a las largas también pueden causar cansancio y desaliento. Por eso, puede
ser conveniente establecerse “etapas” determinadas: trabajar, por ejemplo, durante unos meses en un
punto espiritual; el saber que hay una meta y un tiempo para rendir cuentas de conciencia, ayuda a
trabajar con más ahínco.
6
Aconseja, por último, San Ignacio añadir al examen particular alguna penitencia todas las veces que
cayésemos en aquella falta de que hacemos examen.
Es esto de gran provecho porque con la penitencia queda el alma como golpeada y con miedo para
no osar cometer otra vez aquella culpa. Con la espuela anda el caballo por lerdo que sea. Ayuda tanto la
espuela, que no más que el caballo la sienta, aunque no la piquen, la hace caminar. Si por cada vez que
falta uno a la paciencia, o a la caridad, hubiese de ayunar un día a pan y agua, sería muy cierto que esto
nos ahorraría muchos pecados.
Además de esto, y del mérito y satisfacción que hay en ello, hay aquí bien grande, y es que Dios
nuestro Señor, viendo la penitencia con que uno se castiga y aflige, suele oír su petición y deseo. Hace
Dios con nosotros en esto como la madre con el hijo que está criando: cuando el niño pide a la madre el
pecho de que tiene necesidad, y le pide solamente con el deseo significado por señales, muchas veces se
lo niega, o lo hace esperar; mas cuando se lo pide llorando y con gritos, no se puede contener la madre
de dárselo cuánto antes. Lo mismo hace Dios. Cuando el hombre pide algo solamente con el deseo y
palabra, muchas veces no alcanza lo que pide, o se lo hace esperar; pero cuando con la oración juntamos
la penitencia y mortificación de nuestra carne, y nos afligimos delante de Dios, entonces alcanzamos
mucho mejor y más rápido lo que pedimos. ¡Es muy buen Padre Dios, y ama mucho a sus buenos hijos!
7
–Evitar cualquier aversión y mucho menos mostrarla.
–No ser singular con ninguno en el trato, evitando familiaridades y amistades particulares que
ofenden.
–No juzgar a nadie, antes procurar excusar sus faltas consigo y con otros, teniendo mucha estima de
todos.
- De la mortificación:
–Mortificarme en las cosas y ocasiones que se ofrecen sin andarlas yo a buscar, ahora vengan
inmediatamente de parte de Dios, ahora vengan por medio de los superiores, o por medio de nuestros
prójimos y hermanos, procurando llevarlas bien y aprovecharme de ellas.
–Mortificarme y vencerme en todo aquello que me impidiere el guardar mis reglas, y el hacer bien
hechas las cosas ordinarias.
–Mortificarme en andar con la modestia que debo como religioso, o como seglar, según mi estado.
–Mortificarme en algunas cosas que lícitamente pudiera hacer, por ejemplo, en lo que quiero ver o
saber por curiosidad, en no decir algo que tengo ganas de decir, y cosas semejantes.
–Mortificarme en las mismas cosas que tengo obligación de hacer, por ejemplo, en el comer,
estudiar, leer, etc.
- De la paciencia:
–No dar alguna señal exterior de impaciencia, antes darla de mucha paz en palabras y en obras,
reprimiendo todos los movimientos contrarios.
–No dar lugar que entre en el corazón perturbación alguna, o sentimiento, indignación o tristeza, y
mucho menos deseo de venganza alguna, aunque sea muy liviana.
–Tomar todas las cosas y ocasiones que se me ofrecieren como enviadas de la mano de Dios para
mi bien y provecho, de cualquier manera, y por cualquier medio o vía que vengan.
–Irme ejercitando y actuando en esto por estos tres grados: lo primero, llevando a todas las cosas
que se me ofrecieren con paciencia; lo segundo, con prontitud y facilidad; lo tercero, con gozo y alegría,
por ser aquella la voluntad de Dios.
- De la pobreza:
–No dar ni recibir de otro de dentro o fuera de casa cosa alguna sin licencia.
–No prestar ni tomar cosa alguna de casa o aposento de otro sin permiso.
–No tener cosa alguna superflua, deshaciéndome de todo lo que no me fuere necesario, así en los
libros y adorno del aposento, como en el vestido y la comida, y en todo lo demás.
–En las mismas cosas necesarias de que usare, tengo de procurar parecer pobre, pues lo soy,
procurando que sean de las más pobres, llanas y de menos valor; de manera que en el aposento, vestido,
comida y en todo lo demás resplandezca siempre la virtud de la pobreza, y se eche de ver que soy pobre,
deseando y holgándome que lo peor de casa sea siempre para mi mayor abnegación y provecho
espiritual.
–Holgarme que aun en las mismas cosas necesarias me falte algo, para que sea verdadero y perfecto
pobre de espíritu, e imitador de Cristo Nuestro Señor.
8
Y así, indica posibles exámenes de conciencia también sobre la obediencia, la castidad, el hacer las
cosas ordinarias bien hechas, la abstinencia, la conformidad con la voluntad de Dios. Creo que a pesar
del lenguaje barroco propio de la época en que fueron escritos, estos esquemas de trabajo particular
pueden dar una correcta y provechosa orientación a quien quiera preparar un plan sobre algún punto
singular de la vida del alma.
12
Alonso Rodríguez, Ejercicio de perfección..., VII,11.
13
Cf. Tissot, La vida interior, II,7.
9
Quiero indicar, aunque sólo sea muy por encima, otro examen también muy provechoso que puede
hacerse muchas veces en el día y toma sólo unos instantes aunque deja efectos inestimables. Es lo que
Tissot llamaba “el golpe de vista”. Parece una jaculatoria, una interrupción en nuestros pensamientos,
que nos permite hacernos cargo del estado de nuestra alma y, en definitiva, de la fisonomía de nuestro
corazón. Consiste en preguntarse, en un momento cualquiera del día: “¿dónde está mi corazón?”. Con
esta sencilla pregunta uno trata únicamente de conocer cuál es la disposición dominante de su corazón,
la que lo inspira, la que lo dirige. Pueden agitarse muchos sentimientos, impresiones, imaginaciones,
etc., pero siempre hay algo que domina. Unas veces, al responder, uno verá que lo domina, tal vez, el
ansia de aplauso, el temor de una censura, el desabrimiento, la irritación, la alegría vana, etc. Pero este
acto, que es verdadera oración y contiene la sustancia de todo examen de conciencia, le permite tomar
conciencia de su situación y rectificar la dirección del alma, de sus pensamientos y de sus afectos.
10