Está en la página 1de 401

2

IMPORTANTE
Esta traducción fue realizada por un grupo de personas fanáticas de la lectura
de manera ABSOLUTAMENTE GRATUITA con el único propósito de
difundir el trabajo de las autoras a los lectores de habla hispana cuyos libros
difícilmente estarán en nuestro idioma.
Te recomendamos que si el libro y el autor te gustan dejes una reseña en las
páginas que existen para tal fin, esa es una de las mejores formas de apoyar a los
autores, del mismo modo te sugerimos que compres el libro si este llegara a salir
en español en tu país.
Lo más importante, somos un foro de lectura NO
COMERCIALIZAMOS LIBROS si te gusta nuestro trabajo no compartas
pantallazos en redes sociales, o subas al Wattpad o vendas este material.

¡Cuidémonos!
4

CRÉDITOS
Traducción
Mona

Corrección
Karikai
Niki26
AnaVelaM
Nanis

Diseño
Bruja_Luna_
5

ÍNDICE
IMPORTANTE ____________________ 3 CAPÍTULO 19 ___________________ 200
CRÉDITOS _______________________ 4 CAPÍTULO 20 ___________________ 216
SINOPSIS ________________________ 7 CAPÍTULO 21 ___________________ 227
PRÓLOGO _______________________ 8 CAPÍTULO 22 ___________________ 233
CAPÍTULO 1 _____________________ 16 CAPÍTULO 23 ___________________ 243
CAPÍTULO 2 _____________________ 25 CAPÍTULO 24 ___________________ 254
CAPÍTULO 3 _____________________ 33 CAPÍTULO 25 ___________________ 260
CAPÍTULO 4 _____________________ 44 CAPÍTULO 26 ___________________ 274
CAPÍTULO 5 _____________________ 55 CAPÍTULO 27 ___________________ 281
CAPÍTULO 6 _____________________ 71 CAPÍTULO 28 ___________________ 294
CAPÍTULO 7 _____________________ 81 CAPÍTULO 29 ___________________ 306
CAPÍTULO 8 _____________________ 90 CAPÍTULO 30 ___________________ 319
CAPÍTULO 9 ____________________ 100 CAPÍTULO 31 ___________________ 331
CAPÍTULO 10 ___________________ 110 CAPÍTULO 32 ___________________ 336
CAPÍTULO 11 ___________________ 122 CAPÍTULO 33 ___________________ 344
CAPÍTULO 12 ___________________ 129 CAPÍTULO 34 ___________________ 349
CAPÍTULO 13 ___________________ 137 CAPÍTULO 35 ___________________ 359
CAPÍTULO 14 ___________________ 142 CAPÍTULO 36 ___________________ 371
CAPÍTULO 15 ___________________ 152 CAPÍTULO 37 ___________________ 379
CAPÍTULO 16 ___________________ 167 CAPÍTULO 38 ___________________ 385
CAPÍTULO 17 ___________________ 172 CAPÍTULO 39 ___________________ 391
CAPÍTULO 18 ___________________ 186 ACERCA DE LA AUTORA __________ 400
6

Para usted, lector


7

SINOPSIS
ELLA VIVE DE SU INTUICIÓN. ÉL SE ALIMENTA DE SU PLACER.

Hace mucho tiempo, el mundo fue destruido por los dioses. Sólo se salvaron
nueve ciudades. Separadas por vastos páramos repletos de monstruos y peligros
inimaginables, cada ciudad está ahora gobernada por un guardián-rey que se
alimenta del placer de los mortales.

Nacida con una intuición que nunca falla, Calista sabe que sus talentos son de

gran valor para los hambrientos de poder del mundo, por lo que vive oculta como
cortesana del barón de Archwood. A cambio de su protección, ella le facilita
información.
Cuando su intuición la lleva a salvar a un príncipe viajero en apuros, la voz de
su interior arde en advertencia y promesa. Hoy él le traerá alegría. Un día será su
perdición.
Cuando el Barón se interesa por el príncipe viajero y el príncipe se interesa
por Calista, ella se convierte en su compañera temporal. Pero la ciudad hierve de
rebelión, y con caballeros y monstruos a las puertas de la ciudad y un príncipe
hambriento en su cama, la intuición puede no ser suficiente para mantenerla a salvo.
Calista debe seguir su intuición hacia la seguridad o seguir
su corazón hacia su perdición.
8

PRÓLOGO

U
n silencio espeluznante descendió sobre la cámara del hogar de
expósitos, acallando los suaves ronquidos y las respiraciones sibilantes
de los que dormían en los catres del aposento. Echando de menos las
cálidas camas del Priorato de la Misericordia, apreté los dedos doloridos alrededor
de la manta raída y gastada. Nunca había dormido bien en el suelo, donde los ratones
y las ratas solían escabullirse toda la noche.
Pero esta noche no veía sus colas finas y resbaladizas, ni oía el ruido de sus
garras sobre la piedra. Debería ser un descubrimiento bienvenido, pero algo no
encajaba. Ni el suelo ni el aire que respiraba.
Me había despertado con la piel de gallina y un mal presentimiento en el
estómago. La Priora me había enseñado a confiar siempre en mi segunda vista, en la
fuerza de mi intuición y en el impulso de mi instinto. Eran dones, me había dicho una
y otra vez, concedidos por los dioses porque yo había nacido de las estrellas.
No entendía qué había querido decir con lo de la estrella, pero ahora mismo
mi intuición me decía que algo iba muy mal.
Observé las húmedas paredes de piedra iluminadas por las farolas de gas,
buscando una señal de lo que hacía que mi vientre se sintiera como si hubiera comido
carne en mal estado. Junto a la puerta, una luz parpadeó y se apagó. El farol junto a la
ventana chisporroteó y luego se apagó mientras otro hacía lo mismo. Al otro lado de
la cámara, la última lámpara se apagó.
Ningún dedo había cortado la luz. Habría visto a cualquiera que se atreviera a
provocar la ira del señor jugando con las linternas.
Mi mirada se desvió hacia la chimenea. Las llamas de las brasas seguían
ardiendo, calentando poco la cámara, pero no fue eso lo que me llamó la atención. El
fuego… no hacía ningún ruido. Ni un crujido ni un silbido.
Un escalofrío de terror agitó los vellos de mi nuca y recorrió mi columna
vertebral.
A mi lado, un bulto se movió bajo la manta y se revolvió. Mechones de cabello
castaño rizado y desordenado aparecieron cuando Grady se asomó por el borde de
la manta. Parpadeó con los ojos cargados de sueño.
9
—¿Qué haces, Lis? —murmuró, con la voz entrecortada. Había estado haciendo
eso cada vez más últimamente, comenzando más o menos al mismo tiempo que él
había empezado a crecer como la mala hierba en el patio detrás de la casa.
—¿Lis? —Grady se levantó ligeramente, sosteniendo la manta contra su
barbilla mientras las llamas de la chimenea comenzaban a debilitarse—. ¿El señor te
estaba molestando de nuevo?
Sacudí rápidamente la cabeza, pues no había visto al señor a pesar de que mis
brazos estaban llenos de pruebas de otras noches y de sus dedos malvados y
pellizcadores.
Frotándose el sueño de los ojos, frunció el ceño.
—¿Has tenido una pesadilla o algo así?
—No —susurré—. El aire no se siente bien.
—¿El aire...?
—¿Son fantasmas? —grazné.
Resopló.
—Los fantasmas no son reales.
Entrecerré los ojos.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque... —Grady se interrumpió, mirando por encima del hombro cuando
las llamas de la chimenea se apagaron, dejando la habitación iluminada por la luz de
la luna. Giró lentamente la cabeza y observó la sala, fijándose entonces en los faroles
apagados. Su mirada se clavó en la mía—. Están aquí.
Todo mi cuerpo se estremeció mientras una gélida oleada de terror se
apoderaba de mí. Que estuvieran aquí solo podía significar una cosa.
Los Hyhborn.
Los vástagos de los dioses se parecían a nosotros... bueno, la mayoría, pero los
que gobernaban el reino de Caelum no eran como nosotros, los lowborn 1. No eran
mortales en absoluto.
Y no tenían ninguna razón para estar aquí.
No eran las Fiestas, cuando los Hyhborn interactuaban más abiertamente con
nosotros los lowborn, y esto era la Torre. No estábamos en los lugares bonitos con
cosas y personas de valor. No había placer en nada que se pudiera encontrar aquí
para que ellos se alimentaran.

1
Lowborn: persona sin estirpe de clase alta – de cuna baja.
10
—¿Por qué están aquí? —susurré.
La mano de Grady se aferró a mi brazo, el frío de sus dedos sangrando a través
de mi suéter.
—No lo sé, Lis.
—¿Nos... nos harán daño?
—No tienen ninguna razón para hacerlo. No hemos hecho nada malo. —Nos tiró
hacia abajo para que nuestras cabezas compartieran la misma almohada plana—.
Cierra los ojos y hazte la dormida. Nos dejarán en paz.
Hice lo que dijo Grady, como lo había hecho desde que dejó de apartarme de
él, pero no podía quedarme callada. No podía evitar que el miedo se apoderara de
mí, haciéndome pensar lo peor.
—¿Y si ellos...? ¿Y si están aquí por mí?
Me metió la cabeza bajo la suya.
—¿Por qué lo harían?
Mis labios temblaron.
—Porque... no soy como tú.
—No tienes por qué preocuparte por eso —me aseguró, en voz baja para que
los demás no pudieran oírnos—. No se van a preocupar por eso.
¿Pero cómo podía estar seguro? Otras personas se preocupaban. A veces los
ponía nerviosos, porque no podía evitar decir algo que veía en mi mente: un
acontecimiento que aún no había sucedido o una decisión que aún no se había
tomado. Grady estaba acostumbrado. ¿El señor? ¿Los demás? No tanto. Me miraban
como si me pasara algo, y el señor a menudo me miraba como si pensara que yo
pudiera ser una conjuradora y como si... me tuviera un poco de miedo. No tanto como
para dejar de pellizcarme, pero sí como para seguir haciéndolo.
—Quizá los Hyhborn noten algo raro en mí —grazné—. Y tal vez no les guste o
piensen que soy...
—No sentirán nada. Lo juro. —Nos tapó con la manta como si eso pudiera
protegernos de algún modo.
Pero una manta no nos protegería de los Hyhborn. Podían hacer lo que
quisieran a quien fuera, ¿y si se enfurecían? Podrían llevar ciudades enteras a la ruina.
—Shh —instó Grady—. No llores. Solo cierra los ojos. Todo saldrá bien.
Las puertas de la cámara crujieron al abrirse. Entre nosotros, Grady me apretó
el brazo hasta que pude sentir los huesos en sus dedos. De repente, el aire se volvió
delgado y tenso, y las paredes gimieron como si la piedra no pudiera contener lo que
se había colado dentro. Un temblor me sacudió. Me sentí tan mal como la última vez
11
que la Priora me había tomado de la mano, como hacía a menudo sin preocuparse de
lo que yo pudiera ver o saber, pero aquel día había sido diferente. Había visto venir
la muerte por ella.
No respiré hondo, pero un aroma seguía colándose bajo la manta y entre
nosotros, desplazando el olor a cerveza rancia y a demasiados cuerpos hacinados en
un lugar demasiado pequeño. Un aroma mentolado que me recordaba a los... los
caramelos que la Priora solía llevar en los bolsillos de su hábito. No te muevas. No
hagas ruido, repetía una y otra vez. No te muevas. No hagas ruido.
—¿Cuántos hay aquí? —preguntó un varón en voz baja.
—El número c-cambia cada noche, Lord Samriel. —La voz del señor temblaba,
y nunca antes lo había oído sonar asustado. Normalmente, era su voz la que nos
asustaba, pero había un lord Hyhborn entre nosotros, uno de los más poderosos de
Hyhborn. Aterrorizaría hasta al más malvado de los matones—. Normalmente hay
unos treinta, pero no conozco a ninguno que tenga lo que busca.
—Lo veremos por nosotros mismos —respondió Lord Samriel—. Revísenlos
todos.
Las pisadas de los jinetes Hyhborn —los Rae— resonaban al unísono con mi
corazón. Lo que parecía una fina capa de hielo se asentó sobre nosotros a medida que
la temperatura de la cámara descendía.
Los Rae fueron una vez grandes guerreros lowborn que habían caído en batalla
ante príncipes y princesas Hyhborn. Ahora eran poco más que carne y hueso, sus
almas capturadas y retenidas por los príncipes, las princesas y el rey Euros.
¿Significaba eso que uno de ellos estaba aquí? Me estremecí.
—Abre los ojos —exigió Lord Samriel desde algún lugar de la cámara.
¿Por qué nos hacían abrir los ojos?
—¿Quiénes son? —Habló otro. Un hombre. Lo hizo en voz baja, pero su voz
desprendía una fuerza estremecedora en cada palabra.
—Huérfanos. D-desahuciados, milord —graznó el señor—. Algunos vinieron
del Priorato de la Misericordia —divagó—. Otros simplemente aparecen. No sé de
dónde vienen ni adónde acaban desapareciendo. Ninguno de ellos es un serafín, lo
juro.
¿Ellos... pensaban que un serafín estaba aquí? Por eso se fijaban en los ojos,
buscando la marca: una luz en los ojos, o eso había oído, pero aquí no había nada de
eso.
Me estremecí al oír los gritos ahogados y los gemidos silenciosos que se
prolongaron durante unos instantes, con los ojos apretados mientras deseaba con
todas mis fuerzas que nos dejaran en paz. Que desaparecieran.
12
El aire se agitó directamente sobre nosotros, llevando ese aroma a menta.
Grady se puso rígido contra mí.
—Ojos abiertos —ordenó Lord Samriel desde arriba.
Me quedé helada cuando Grady se levantó a medio camino, protegiéndome
con su cuerpo y la manta. La mano que me rodeaba el brazo temblaba, y eso me hizo
temblar aún más porque Grady... se enfrentaba a los chicos mayores sin miedo y se
reía cuando los agentes de la ley lo perseguían por las calles. Nunca tenía miedo.
Pero ahora sí.
—Nada —anunció Lord Samriel con un fuerte suspiro—. ¿Y estos son todos?
El señor se aclaró la garganta.
—Sí, estoy tan s-seguro como puedo... Espere. —Sus pasos eran pesados y
desiguales contra el suelo—. Siempre le acompañaba una más pequeña. Una chica, y
encima rara —dijo, dándome un codazo en las piernas cubiertas, y me tragué un
chillido—. Allí.
—No sabe de lo que habla —negó Grady—. No hay nadie más que yo.
—Chico, será mejor que cuides esa boca —advirtió el señor.
Me mordí el labio hasta saborear la sangre.
—¿Qué tal si cuidas lo que dices? —Grady replicó, y otra dosis de miedo me
golpeó en las tripas. Al señor no le gustaría que Grady contestara. Si salíamos de ésta,
el señor lo castigaría. Y muy duro, como la última vez...
Sin previo aviso, la manta fue arrancada, convirtiendo mi sangre en hielo.
Grady se movió para que la mitad de su cuerpo cubriera el mío, pero fue inútil. Sabían
que yo estaba aquí.
—Parece que hay dos en lugar de uno, compartiendo una manta. Una niña. —
El lord sin nombre hizo una pausa—. Creo.
—Aléjate de ella —ordenó Lord Samriel.
—No es nadie —espetó Grady, con su cuerpo temblando contra el mío.
—Todo el mundo es alguien —respondió el otro.
Grady no se movió. Hubo un suspiro pesado e impaciente, y luego Grady se
fue...
El pánico estalló dentro de mí, moviendo todos mis miembros a la vez. Me
levanté de golpe, buscando a Grady a ciegas en la repentina y demasiado brillante
luz que inundaba la cámara. Grité cuando un Rae lo agarró por la cintura. Delgadas y
tenues sombras grises salieron de la túnica del Rae y se arremolinaron alrededor de
las piernas de Grady.
13
—¡Déjame ir! —Grady chilló, pataleando mientras era arrastrado hacia atrás—
. No hemos hecho nada malo. Déjame...
—Silencio —espetó Lord Samriel, interponiéndose entre Grady y yo. Su larga
cabellera era tan pálida que casi parecía blanca. Puso la mano en el hombro de
Grady.
Grady se quedó callado.
Su piel morena, normalmente cálida, adquirió un tinte grisáceo mientras me
miraba fijamente, con los ojos muy abiertos y vacíos. No hablaba. No se movía.
—¿Grady? —susurré, temblando hasta que me castañetearon los dientes.
No había respuesta. Siempre me contestaba, pero era como si ya no estuviera
allí. Como si solo fuera una cáscara que se parecía a él.
Unos dedos me rodearon la barbilla. Sentí como si una descarga eléctrica me
recorriera el cuerpo. Sentí que se me erizaban los vellos de los brazos y se me erizaba
la piel.
—Está bien —dijo el otro lord, su voz casi suave, casi gentil mientras giraba mi
cabeza hacia él—. No se le hará daño.
—Eso ya lo veremos —respondió Lord Samriel.
Me sacudí pero no llegué lejos. El agarre del lord sin nombre no lo permitió.
A través de los mechones de cabello oscuro enmarañado, miré fijamente al
lord. Parecía más joven de lo que yo creía, como si solo estuviera en la tercera década
de su vida. Su cabello era castaño dorado, rozaba los hombros cubiertos de negro, y
sus mejillas eran del color de la arena de la orilla de la bahía de Curser. Su rostro era
una interesante mezcla de ángulos y líneas rectas, pero sus ojos...
Se inclinaban en las esquinas exteriores, pero… fue el color de los iris lo que
captó mi atención. Nunca había visto nada igual. Cada ojo contenía manchas de azul,
verde y marrón.
Cuanto más lo miraba, más me daba cuenta de que... me recordaba a las figuras
descoloridas pintadas en el techo abovedado del Priorato. ¿Cómo las había llamado
la Priora? Ángeles. Así es como una vez la había oído llamar a los Hyhborn, diciendo
que eran guardianes de los mortales y del propio reino, pero lo que había entrado en
el hogar de expósitos no parecían protectores.
Se sentían como depredadores.
Excepto este, el de los ojos extraños. Se sentía...
—¿Qué pasa con ella? —La voz de Lord Samriel rompió el silencio.
14
El joven lord Hyhborn que me sujetaba la barbilla no dijo nada mientras me
miraba fijamente. Poco a poco, me di cuenta de que había dejado de temblar. Mi
corazón se había calmado.
No… no le tenía miedo.
Igual que no lo había tenido cuando conocí a Grady, pero eso fue porque vi la
clase de persona que era Grady. Mi intuición me había dicho que Grady era tan bueno
como cualquiera de nosotros podía ser. No vi nada mientras miraba fijamente a los
ojos del lord, pero sabía que estaba a salvo, incluso cuando esas pupilas se
expandieron. Pequeñas ráfagas de blanco aparecieron en sus ojos. Eran como
estrellas, y brillaron hasta que fueron todo lo que pude ver. Mi pulso empezó a latir
como el de un caballo desbocado. Y por fin ocurrió. Mis sentidos se abrieron a él. No
vi nada en sus ojos ni en mi mente.
Pero sentí algo.
Una advertencia.
Un ajuste de cuentas.
Una promesa de lo que estaba por venir.
Y lo supe.
El lord se echó hacia atrás, las pupilas se redujeron a un tamaño normal y las
manchas blancas desaparecieron.
—No —dijo, su mirada se desvió hacia mis brazos, expuestos por el suéter
demasiado grande que llevaba—. Está limpia.
Dejó caer mi barbilla.
Retrocedí sobre la manta, girando hacia Grady. Seguía allí suspendido, inmóvil
y vacío.
—P-Por favor —susurré.
—Libéralo —dijo el lord.
Lord Samriel lo hizo con un suspiro, y la vida volvió a Grady en ese mismo
segundo. La palidez se desvaneció de su piel cuando me arrastré por las mantas
retorcidas y lo abracé. Mientras me aferraba a su cuerpo tembloroso, volví a mirar al
lord Hyhborn, que tenía estrellas en los ojos.
Se quedó donde estaba, todavía agachado y mirándome fijamente, mirándome
los brazos mientras lord Samriel pasaba a su lado, dirigiéndose a la entrada. Mis
dedos se clavaron en el fino suéter que cubría la espalda de Grady.
—Tus brazos —preguntó, su voz tan baja esta vez que no estaba segura de
haber visto moverse sus labios—. ¿Cómo sucedió eso?
15
No sabía por qué preguntaba ni me importaba, y sabía que no debía decir
quién lo había hecho, pero miré al señor y asentí.
El lord me miró un instante más, se llevó los dedos a los labios que se habían
curvado en una tenue media sonrisa y luego se elevó a una altura imposible.
La cámara se oscureció una vez más y volvió el pesado silencio, pero esta vez
no tuve miedo.
Un grito agudo y rápido rasgó la oscuridad y terminó bruscamente en un sonido
húmedo y crujiente. Me sobresalté cuando algo pesado cayó al suelo.
Volvió la calma y, de repente, la pesadez desapareció de la habitación y el aire
mismo pareció respirar aliviado. Los faroles de las paredes se encendieron uno tras
otro. El fuego surgió en el hogar, escupiendo y silbando.
Junto a la puerta, el señor yacía en un charco de su propia sangre, con el cuerpo
roto y retorcido. Alguien gritó. Los catres crujieron cuando los demás salieron de
ellos, pero no me moví. Me quedé mirando la puerta vacía, sabiendo que volvería a
ver al lord Hyhborn.
16

CAPÍTULO 1

—¿T
ienes un momento, Lis?
Levanté la vista de la manzanilla que había
estado moliendo hasta convertirla en polvo para los tés
del barón Huntington y vi a Naomi de pie en la puerta
de mi habitación. La morena ya iba vestida para la velada; la gasa de su vestido habría
sido completamente transparente de no ser por los paneles de tela estratégicamente
colocados en un profundo tono cerúleo.
El Barón de Archwood llevaba una vida poco ortodoxa en comparación con la
mayoría de los mortales, pero Claude no era un simple mortal. Era un caelestia, un
mortal que descendía de la rara unión de un lowborn y un Hyhborn. Los caelestias
nacían y envejecían, igual que nosotros, los lowborn, y a sus veintiséis años, Claude
no tenía planes de casarse. En su lugar, prefería repartir su afecto entre muchas. Él,
al igual que los Hyhborn, era un coleccionista de cualquier cosa bella y única. Y uno
sería imprudente si pensara compararse con cualquiera de las amantes del Barón,
pero era doblemente insensato medirse con Naomi.
Con su cabello brillante y sus rasgos delicados, era absolutamente
impresionante.
Yo, en cambio, parecía que alguien había tomado rasgos de otras personas y
los había unido en mi cara. Mi boca pequeña no encajaba con el fruncido natural de
mis labios. Mis ojos, demasiado redondos y grandes, parecían ocupar toda mi cara,
dándome la apariencia de ser mucho más inocente de lo que era. Eso me había
resultado útil más de una vez mientras estaba en la calle, pero pensé que me parecía
vagamente a esas muñecas espeluznantes que había visto en los escaparates, solo
que con la piel de color oliva dorado en lugar de porcelana.
El Barón me dijo una vez que yo era interesante a la vista —despampanante de
un modo extraño—, pero aunque no fuera así, seguiría siendo su preferida, la que
mantenía cerca de él, y eso no tenía nada que ver con mi extraño atractivo.
La tensión se apoderó de mis hombros, me moví en el sofá y asentí. Arrastrando
los dientes por el labio inferior, la vi cerrar la puerta y cruzar la sala de estar de mis
aposentos, mis aposentos privados.
Dioses, a mis veintidós años, llevaba aquí... seis años. El tiempo suficiente para
no escandalizarme al saber que tenía mi propio espacio, mis propias habitaciones con
electricidad y agua caliente, algo que muchos lugares del reino no tenían. Tenía mi
17
propia cama —una cama de verdad y no un montón de mantas planas o un colchón de
paja infestado de pulgas—, pero seguía sin hacerme a la idea.
Me centré en Naomi. Se comportaba de forma extraña, juntando y soltando las
manos una y otra vez. Naomi estaba nerviosa, y nunca la había visto así.
—¿Qué necesitas? —pregunté, aunque tenía la sensación... no, sabía
exactamente lo que quería. Por qué estaba nerviosa.
—Eh... Quería hablarte de mi hermana —empezó, tímidamente, y Naomi nunca
era tímida en nada de lo que hacía. Había pocas personas tan valientes y audaces
como ella—. Laurelin no se encuentra bien.
Se me oprimió el pecho cuando volví a mirar el cuenco que tenía sobre el
regazo y el polvo marrón amarillento que contenía. Esto era lo que me temía.
Su hermana se había casado con un rico terrateniente por encima de su
supuesta posición en la vida. Una unión anunciada como una verdadera unión de
amor, algo de lo que normalmente me habría burlado, pero era cierto. Laurelin era
una rareza en un mundo donde la mayoría se casaba por conveniencia, oportunidad
o seguridad.
Pero ¿qué hacía realmente el amor por cualquiera? ¿Incluso a ella? No había
impedido que su marido quisiera un hijo, aunque el último parto de Laurelin casi le
había costado la vida. Así que siguió intentándolo, sin importarle el riesgo.
Ahora tenía a su hijo, y a Laurelin le había dado la fiebre que se había llevado
a tantos después de nacer.
—¿Quería saber si ella...? —Naomi respiró hondo, endureciendo los
hombros—. ¿Si se recuperará?
—Supongo que no buscas mi opinión —dije, moliendo el mortero en el montón
de manzanilla. El aroma a tabaco ligeramente afrutado aumentó—. ¿Cierto?
—No, a menos que hayas estado pluriempleado como médico o comadrona —
respondió secamente—. Yo… quiero saber qué le depara el futuro.
Exhalé suavemente.
—No deberías preguntar esto.
—Lo sé. —Naomi se arrodilló en el suelo a mi lado, con la falda de su vestido
enredándose a su alrededor—. Y sé que al Barón no le gusta que alguien te pida que
hagas esto, pero te juro que nunca lo sabrá.
Mi reticencia tenía poco que ver con Claude, aunque a él no le gustaba que
utilizara mi previsión —mi intuición agudizada— para nadie más que para él. Temía
que me acusaran de ser una conjuradora que se adentraba en la magia prohibida de
los huesos, y aunque sabía que al Barón le preocupaba eso, también sabía que no eran
los magistrados de Archwood los que le preocupaban. Todos ellos estaban en el
18
bolsillo del Barón, y ninguno de ellos iría contra un Hyhborn, aunque solo fuera
descendiente de uno. Lo que realmente temía era que otro con más dinero o poder
me robara.
Pero su orden de mantener ocultas mis habilidades y mi propio miedo a que
me tacharan de conjuradora no me habían detenido. Simplemente... Simplemente no
podía mantener la boca cerrada cuando veía o sentía algo y estaba tontamente
obligada a hablar. Era lo mismo en todos los lugares en los que Grady y yo habíamos
vivido antes de la ciudad de Archwood, en las Tierras Medias, que me había hecho
ser acusada de ser una conjuradora y nos había llevado a huir en medio de la noche
más veces de las que me importaba recordar para evitar la soga del verdugo. Gracias
a mi incapacidad terminal para ocuparme de mis propios asuntos conocí a Claude.
Y también fue así como la gente de la mansión y de fuera supo de mí, la mujer
que sabía cosas. No muchas, pero las suficientes.
La razón por la que no quería que Naomi preguntara esto tenía todo que ver
con ella.
Cuando llegué por primera vez a la mansión Archwood, a los dieciséis años,
Naomi ya llevaba aquí unos trece meses. Tenía la misma edad que Claude, solo unos
años más que yo, y era inteligente y mucho más mundana de lo que yo podría llegar
a ser, por lo que supuse que no querría saber nada de mí.
No había sido así.
Naomi se había convertido, bueno, en mi primera... amiga fuera de Grady.
Haría cualquier cosa por ella.
Pero temía romperle el corazón, y me aterraba tanto perder su amistad como
la vida que finalmente me había labrado en Archwood. Porque la mayoría de las
veces, la gente realmente no quería las respuestas que buscaba, y la verdad de lo
que estaba por venir era a menudo mucho más destructiva que una mentira.
—Por favor —susurró Naomi—. Nunca te había pedido algo así, y yo.... —Tragó
grueso—. Odio hacerlo, pero estoy tan preocupada, Lis. Tengo miedo de que
abandone este reino.
Sus ojos oscuros empezaron a brillar con lágrimas, y no pude soportarlo.
—¿Estás segura?
—Por supuesto...
—Lo dices ahora, pero ¿y si es una respuesta que temes? Porque si lo es, no
mentiré. Tu preocupación se convertirá en angustia —le recordé.
—Lo sé. Créeme, lo sé —juró, con los rizos castaños cayéndole por los hombros
mientras se inclinaba hacia mí—. Por eso no pregunté cuando me enteré de la fiebre.
19
Me mordí el labio y apreté con más fuerza el mortero.
—No te lo reprocharé —dijo en voz baja—. Sea cual sea la respuesta, no te
culparé.
—¿Lo prometes?
—Por supuesto —juró.
—De acuerdo —dije, esperando que dijera la verdad. Naomi no era un
proyector, lo que significaba que no transmitía sus pensamientos e intenciones como
muchos hacían, haciéndolos demasiado fáciles de leer.
Pero podría entrar en su mente si quisiera y averiguar si decía la verdad. Lo
único que tenía que hacer era abrir mis sentidos a ella y permitir que esa conexión
cobrara vida.
No lo hacía cuando podía evitarlo. Era demasiado invasivo. Una violación. Sin
embargo, saber eso no me había impedido hacerlo cuando me beneficiaba, ¿verdad?
Dejando a un lado esa pequeña verdad, inhalé un suspiro con sabor a
manzanilla mientras dejaba el cuenco sobre una mesita.
—Dame la mano.
Naomi no dudó entonces en levantar la mano, pero yo sí lo hice, porque era
muy raro que mi mano tocara la carne de otros sin que sus intenciones, y a veces
incluso su futuro, me fueran conocidas. La única forma en que podía tocar a otro
primogénito era embotando mis sentidos, generalmente a través del alcohol o alguna
otra sustancia, y, bueno, eso embotó todo lo demás también y no duró mucho tiempo,
así que realmente no tenía sentido.
Envolví su mano con la mía, queriendo tomarme un breve segundo para
disfrutar de la sensación. Muchos no se daban cuenta de que había una gran
diferencia entre ser tocado y tocar. Pero no se trataba de mí. No podía tomarme ese
segundo, porque cuanto más tiempo sostuviera la mano de Naomi, más probable era
que acabara viendo cosas sobre ella que ella no quisiera saber o que no quisiera que
yo supiera. Ni tarareando ni manteniendo mi mente activa podría evitarlo.
Tranquilicé la mente, abrí los sentidos y cerré los ojos. Pasó un segundo, y otro
más; después, una serie de cosquilleos surgieron entre mis omóplatos y se
extendieron hacia arriba, por la parte posterior de mi cráneo. En la oscuridad de mi
mente, empecé a ver la forma borrosa de la cara de Naomi, pero la silencié.
—Vuelve a hacer la pregunta —le ordené, porque me ayudaría a centrarme
solo en lo que ella quería saber y no en todo lo demás que iba tomando forma y
formando palabras.
—¿Se recuperará Laurelin de la fiebre? —dijo Naomi con voz apenas por
encima de un susurro.
20
Se hizo el silencio en mi mente, y entonces oí lo que parecía mi propia voz
susurrar:
—Se recuperará.
Me recorrió un escalofrío de alivio, pero enseguida se me heló la piel. La voz
seguía susurrando. Solté la mano de Naomi y abrí los ojos.
Naomi se había quedado quieta, con la mano suspendida en el aire.
—¿Qué has visto?
—Se recuperará de la fiebre —compartí.
Su garganta trabajó en un delicado trago.
—¿En serio?
—Sí. —Sonreí, pero la sentí quebradiza.
—Oh, gracias a los dioses —susurró, apretando los dedos contra su boca—.
Gracias a ti.
Ahora mi sonrisa era una mueca mientras miraba hacia otro lado. Me aclaré la
garganta y recogí el cuenco. Apenas sentí la fría cerámica.
—¿Claude ha vuelto a tener problemas para dormir? —preguntó Naomi al cabo
de unos instantes, con voz más ligera que cuando entró en la habitación.
Agradecida por el cambio de tema, asentí.
—Quiere estar descansado para las próximas Fiestas.
Naomi frunció el ceño.
—Las Fiestas no empiezan hasta dentro de varias semanas... al menos un mes o
así.
La miré.
—Quiere estar bien descansado.
Naomi resopló.
—Debe de estar muy emocionado. —Inclinándose hacia atrás, jugueteó con un
zafiro que colgaba de un fino collar de plata que casi siempre llevaba—. ¿Y tú? ¿Estás
emocionada?
Levanté un hombro mientras se me revolvía un poco el estómago.
—Realmente no he pensado en ello.
—Pero estas serán tus primeras Fiestas, ¿verdad?
21
—Sí. —Era el primer año que podía asistir, ya que había que tener veintidós
años o estar casado, lo cual no tenía mucho sentido para mí, pero eran los Hyhborn y
el rey Euros quienes ponían las reglas, no yo.
—Te espera... todo un espectáculo —dijo lentamente.
Me reí entre dientes, después de haber oído esas historias.
Se inclinó hacia mí una vez más, bajando la voz.
—Pero ¿participarás en las... en las festividades?
—Festividades. —Me reí—. Qué descripción tan sosa.
Sonrió.
—¿Cómo lo llamarías si no?
—¿Una orgía?
Echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, con un sonido encantador y
contagioso. Naomi tenía la mejor risa, lo que hizo que una sonrisa se dibujara en mis
labios.
—Eso no es lo que pasa —dijo.
—¿En serio? —afirmé secamente.
Naomi fingió una mirada de inocencia, lo cual era bastante impresionante
teniendo en cuenta que había pocas cosas en ella que pudieran llamarse inocentes.
—Las Fiestas sirven para que los Hyhborn reafirmen su compromiso de servir
a los lowborn compartiendo su riqueza en comida y bebida. —Recitó la doctrina tan
bien como lo haría cualquier priora mientras cruzaba las manos recatadamente sobre
su regazo—. A veces fluye mucha bebida, y con los Hyhborn cerca, pueden ocurrir
ciertas actividades. Eso es todo.
—Ah, sí, reafirmando su compromiso de servir a los lowborn —dije un poco
sarcástica. Se refería a la esfera superior de Hyhborn, los llamados Deminyens.
Cuando los Deminyens surgieron de la tierra, se decía que llegaron a existir
completamente formados y que no tenían edad, capaces de manipular los elementos
e incluso las mentes de los demás. Algunos de ellos eran los señores y las damas del
escalafón Hyhborn, pero esos no eran los más poderosos de los Deminyens. Los
príncipes y princesas que gobernaban los seis territorios de Caelum, junto con el Rey,
eran los más temibles por su poder. Podían adoptar diferentes formas, azotar los ríos
hasta el frenesí con un movimiento de sus muñecas, e incluso apoderarse de las almas
de los lowborn, creando las terroríficas criaturas conocidas como Rae.
No se sabía mucho de ninguno de ellos, excepto del Rey Euros. Diablos, aparte
del Príncipe Rainer de Primvera, ni siquiera sabíamos sus nombres. El único del que
habíamos oído hablar, y normalmente a través de rumores, era el Príncipe de Vytrus,
22
que gobernaba las Tierras Altas, y eso era porque la mayoría le temía. Después de
todo, era conocido como la mano que entregaba la ira del Rey.
Casi me río a carcajadas en ese momento. Los Hyhborn eran los protectores
del Reino, pero no estaba muy segura de cómo nos servían. Aunque los Hyhborn eran
en su mayoría como terratenientes ausentes que solo aparecían cuando había que
pagar el alquiler, controlaban todo lo relacionado con la vida de los lowborn, desde
quién podía recibir educación hasta quién podía poseer tierras o empresas. Y yo
pensaba que las Fiestas eran más bien una forma de proporcionar a los Hyhborn lo
que querían. Nuestra indulgencia en todo tipo de cosas, desde atiborrarnos de
comida hasta deleitarnos unos a otros durante las Fiestas, también alimentaba a los
Hyhborn. Los fortaleció. Les daba poder. Nuestro placer era su sustento. Su fuerza
vital. Era más para ellos que para nosotros.
Porque había muchas más formas de demostrar que se preocupaban por
nosotros, los lowborn, empezando por proporcionar comida durante todo el año a los
necesitados. Muchos pasaban hambre o se rompían la espalda en las minas o
arriesgaban la vida en las cacerías para mantener a sus familias alimentadas mientras
los aristócratas —Hyhborn y los lowborn más ricos— se enriquecían y los pobres se
empobrecían aún más. Así habían sido siempre las cosas y así serían siempre, por
muchas rebeliones de los lowborn que se levantaran. En cambio, solo
proporcionaban alimentos una vez al año, cuando gran parte de la comida se
desperdiciaba mientras todos se dedicaban a esas determinadas actividades.
Pero no dije nada de eso en voz alta.
Podía ser imprudente, pero no tonta.
—Sabes, no son tan malos —dijo Naomi después de un momento—. Me refiero
a los Hyhborn. He sabido de algunos lores y ladys que han intervenido y ayudado a
los necesitados, y los de Primvera son amables e incluso bondadosos. Creo que son
más los que son así que los que no.
Al instante, pensé en mi Hyhborn, el lord sin nombre que me había tocado la
barbilla y me había preguntado cómo tenía los brazos tan magullados. No sabía por
qué me refería a él como mío. Obviamente no lo era. Los Hyhborn podían follarse a
toda la raza de los lowborn y algo más, y unos pocos podían incluso reclamar a un
lowborn como suyo, al menos durante un tiempo, pero nunca eran de un lowborn. Era
solo que no sabía su nombre, y era una extraña costumbre que había comenzado
desde aquella noche.
Sinceramente, dudaba que el lord Hyhborn se hubiera dado cuenta de que
aquella noche le había salvado la vida a Grady. El Señor lo habría castigado por
contestar delante de Hyhborn, y demasiados no sobrevivieron a sus castigos.
Mi estómago dio un rápido y brusco vuelco, como siempre que pensaba en mi
Hyhborn, porque sabía que volvería a verle.
23
Eso aún no había ocurrido, y cada vez que pensaba en ello, me invadía una
mezcla de temor y expectación que ni siquiera podía intentar comprender.
Pero tal vez Naomi tenía razón acerca de que muchos de ellos eran lo que
decían ser: Protectores del Reino. Archwood floreció en parte gracias a los de
Primvera, la Corte Hyhborn que se encontraba más allá de los bosques fuera de la
mansión, y mi Hyhborn había castigado al Señor. Aunque lo había hecho con bastante
brutalidad, por lo que no estaba segura de que fuera un buen ejemplo de un Hyhborn
bondadoso y amable.
—¿Crees... crees que habrá Deminyens en las Fiestas? —pregunté.
—Suelen aparecer unos cuantos. —Su ceño se arrugó—. Incluso he visto uno o
dos en el pasado. Espero que aparezcan este año.
Jugueteando con el mortero, la miré.
Su sonrisa se tornó socarrona mientras enroscaba la cadena de plata entre sus
dedos.
—Nunca es necesario usar la Larga Noche con un Hyhborn —añadió,
refiriéndose a un polvo hecho con las semillas de una flor de trompeta. La poderosa
hierba, en la dosis adecuada, dejaba a uno somnoliento y sin mucho recuerdo del
tiempo transcurrido después de ingerirla—. Son bastante deliciosos.
Levanté las cejas.
—¿Qué? —exclamó con otra carcajada robusta y gutural—. ¿Sabías que los
Hyhborn son conocidos por tener clímax que pueden durar horas... horas de verdad?
—Lo he oído. —No estaba segura de si era cierto o no, pero los orgasmos de
horas sonaban... intensos. Posiblemente incluso un poco dolorosos.
Su mirada se desvió hacia la mía.
—¿Eres capaz de tocar a un Hyhborn sin... saberlo?
—No estoy segura. —Pensé en Claude y luego en mi lord Hyhborn—. Puedo
tocar una caelestia durante un rato antes de empezar a saber cosas, pero nunca he
tocado a un Hyhborn, y siempre que me preguntan algo que tenga que ver con ellos,
no percibo nada. Así que no estoy segura.
—Bueno, podría valer la pena averiguarlo. —Me guiñó un ojo.
Me reí, sacudiendo la cabeza.
Me sonrió.
—Tengo que irme. Allyson ha sido un desastre últimamente —dijo, refiriéndose
a una de las nuevas incorporaciones a la mansión—. Tengo que asegurarme de que
está bien de la cabeza.
—Buena suerte con eso.
24
Naomi se echó a reír mientras se levantaba. Se dirigió a la puerta y se detuvo.
—Gracias, Lis.
—¿Por qué? —Fruncí el ceño.
—Por contestar —dijo.
No sabía qué decir mientras la veía marcharse, pero no quería que me diera
las gracias.
Mis hombros se desplomaron mientras levantaba la mirada hacia el ventilador
que se agitaba lentamente sobre mí. No le había mentido a Naomi. Su hermana
sobreviviría a la fiebre, pero la previsión no se había detenido ahí. Había seguido
susurrando, diciéndome que la muerte seguía marcando a Laurelin. No me había
permitido averiguar cómo ni por qué, pero tenía el presentimiento —y mis
presentimientos rara vez se equivocaban— de que no viviría para ver el final de las
Fiestas.
25

CAPÍTULO 2

—¿Q
uieres otro vino, mascota?
Mis dedos se tensaron y luego se apretaron contra
la piel expuesta entre dos de las muchas ristras de joyas
que adornaban mi cadera. Normalmente, el apodo no me
molestaba, pero Hymel, el primo de Claude, estaba al alcance de mis oídos, lo cual
era habitual, ya que era el capitán de la guardia. Incluso de espaldas a mí, sabía que
Hymel sonreía. Era un imbécil, simple y llanamente.
Unas finas y delicadas cadenas de diamantes que colgaban de una corona de
crisantemos frescos repiquetearon contra mis mejillas cuando volví la cabeza desde
la multitud de los que estaban abajo hacia el hombre que estaba a mi lado.
El Barón de Archwood, de cabello oscuro, estaba sentado en lo que solo podía
describirse como un trono. Uno bastante llamativo, en mi opinión. Suficientemente
grande como para sentar a dos personas e incrustado con rubíes extraídos de las
Minas Huecas, el sillón costaba más dinero del que probablemente verían jamás los
que extraían los rubíes.
No es que el Barón se diera cuenta.
Claude Huntington no era necesariamente un hombre malo, y yo sabría si lo
era incluso sin mi intuición. Había conocido a demasiada gente mala de todas las
clases como para no reconocer a uno. Podía ser propenso a la imprudencia y se
entregaba demasiado a los placeres de la vida. Era conocido por ser un santo terror
si se le molestaba, estaba obviamente malcriado y, al ser una caelestia, era de esperar
que fuera egocéntrico. Rara vez una sola arruga de preocupación había surcado la
piel de alabastro del Barón.
Pero eso había cambiado en los últimos meses. Sus arcas no estaban tan llenas.
Las detestables sillas y la decoración dorada en la que Claude insistía, las fiestas y
celebraciones de casi todas las noches que parecía necesitar para sobrevivir
probablemente tenían algo que ver con esto. Aunque eso no era del todo justo. Sí,
Claude quería organizar esas fiestas, pero también era algo que se le exigía a él... a
todos los barones. En estas reuniones se encontraban muchos tipos de placer, ya
fuera a través de la bebida, la comida, la conversación o lo que solía ocurrir más tarde
por la noche.
—No —dije, sonriendo—. Pero es muy amable por tu parte ofrecer.
26
Las brillantes luces de la araña resplandecían en la piel de sus pómulos y el
puente de la nariz. Había una capa de brillo dorado. No era ningún tipo de pintura
facial. Era simplemente su piel. Caelestias brillaban.
Unos ojos de un precioso tono azul cristal de mar buscaron los míos. Todo en
Claude era encantador. Sus manos suaves, perfectamente cuidadas, y su cabello
entintado y repeinado. Era delgado y alto, con una constitución perfecta para
cualquier moda con la que los aristócratas estuvieran obsesionados en ese momento,
y cuando sonreía, podía ser devastador.
Y durante un rato, me gustó sentirme devastada por esa sonrisa. Además,
Claude, al ser un caelestia, siempre me había resultado muy difícil de percibir. Mis
habilidades no se activaban inmediatamente a su alrededor. Podía tocarlo, aunque
solo fuera un poco.
—Pero no has bebido mucho vino —observó.
Las risas y la conversación zumbaban a nuestro alrededor mientras yo echaba
un vistazo al cáliz. El vino era del color de la lavanda que crecía en los jardines de
Archwood y sabía a bayas azucaradas. Era sabroso, y beber vino era bienvenido e
incluso esperado. Después de todo, beber alcohol era un placer, pero también
embotaba mis habilidades. Y lo que era más importante, sabía la verdad de por qué
era la amante favorita del barón.
No se trataba de mi asombroso atractivo ni de mi personalidad. El Barón nos
mantenía a Grady y a mí protegidos, alimentados y bien cuidados debido a mis
habilidades y a lo útiles que podían serle, y me aterrorizaba la idea de que en el
momento en que dejara de servir para algo, Grady y yo volveríamos a estar en la
calle, sobreviviendo a duras penas y viviendo al borde de la muerte.
Lo cual no era vivir en absoluto.
—Está bien —le aseguré, dando un pequeño sorbo al vino mientras volvía a
centrar mi atención en los que estaban bajo el estrado. La Gran Cámara, adornada
con oro, estaba llena de aristócratas, ricos cargadores y propietarios de tiendas,
banqueros y terratenientes. Nadie iba enmascarado. No era ese tipo de fiesta. Sin
embargo. Busqué a Naomi entre los de abajo, ya que la había perdido de vista.
—¿Mascota? —Claude llamó suavemente.
Me enfrenté a él una vez más. Se dobló por la cintura y me tendió la mano.
Detrás de nosotros, sus guardias personales vigilaban a la multitud. Todos menos
Grady. Alcancé a ver cómo se tensaba la piel marrón de su mandíbula. Grady no era
exactamente un fan del Barón y este acuerdo. Volví a mirar al Barón.
Claude sonrió.
Apoyando una mano en la almohada de terciopelo sobre la que estaba sentada,
me incliné hacia él y apoyé la barbilla en su mano. Sus dedos estaban fríos como
27
siempre. También lo estaban sus labios cuando bajó la cabeza y me besó. Solo sentí
un pequeño revoloteo en el estómago. Solía sentir más, cuando creía que su atención
nacía de su deseo por mí.
Por eso a Grady no le gustaba este arreglo.
Si Claude me colmaba de atenciones porque me quería por, bueno, por mí, a
Grady no le importaba en absoluto. Él pensaba que yo merecía más. Algo mejor. Y
no era que yo no pensara que también lo merecía, pero más y mejor eran difíciles de
conseguir para cualquiera en estos días. Tener un techo sobre nuestras cabezas,
comida en nuestros estómagos, y seguridad y protección siempre triunfaban sobre
más y mejor.
Su boca se separó de la mía.
—Me preocupas.
—¿Por qué?
Arrastró un pulgar justo por debajo de mi labio inferior, con cuidado de no
manchar la pintura roja.
—Estás callada.
¿Cómo no iba a estarlo cuando estaba sentada en el estrado sin nadie más que
él e Hymel a una distancia que me permitiera hablar? Claude había estado charlando
con todo el mundo esta tarde, y yo preferiría cortarme la lengua antes que hablar con
Hymel. En serio. Antes me cortaría la lengua y se la tiraría a él.
—Creo que solo estoy cansada.
—¿Qué te tiene tan cansada? —preguntó, con el tono justo de preocupación.
—No he dormido bien. —Una pesadilla del pasado me había despertado la
noche anterior, una que había sido un inquietante paseo por el carril de los recuerdos.
Había soñado que volvíamos a estar en la calle y que Grady estaba enfermo con
aquella tos que sacudía el cuerpo. La que aún podía oír claramente todos estos años
después. Había tenido muchas pesadillas, pero la de anoche... había sido demasiado
real.
Por eso había pasado la mayor parte del día cuidando el jardín de flores que
me había hecho. Apenas había tenido tiempo de comer algo entre aquello y la
preparación de mi presencia en la Gran Cámara, pero en aquel jardincito no pensaba
en el pasado tan real, ni en las pesadillas, ni en el miedo a que todo aquello acabara
en cualquier momento.
Una ceja oscura se levantó en respuesta.
—¿Es eso realmente todo lo que es?
Asentí.
28
Deslizó su mano hacia mi cabello, fijando uno de los hilos de diamantes.
—Empezaba a temer que estuvieras celosa.
Me quedé mirándole, confusa.
—Sé que últimamente he estado prestando mucha atención a las demás —dijo,
arreglando otra cuerda mientras miraba a la multitud, probablemente a la rubia
Allyson—. Me preocupaba que empezaras a sentirte poco apreciada.
Mis cejas subieron por mi frente.
—¿En serio?
Frunció el ceño.
—Sí.
Seguí mirándole, tardé en darme cuenta de que decía la verdad. Se me escapó
una carcajada, pero la aplasté. Ni siquiera recordaba la última vez que Claude había
hecho algo más que darme un beso rápido o una palmada en el trasero, y eso me
parecía bien.
En su mayoría.
Aunque estos días sentía poca atracción real hacia él, disfrutaba cuando me
tocaba. Deseada. Querida. Me gustaba que me tocaran, aunque solo fuera unos
minutos. Y aunque Claude no ponía límites a sus amantes, las cosas eran un poco más
complicadas para mí. Yo era más bien una consejera... o una espía a la que a veces
prestaba atención.
—Me han dicho que no has dormido en habitaciones ajenas —añadió.
Me sentí irritada. No me gustaba la idea de que alguien me vigilara, pero
también era una observación irrelevante.
Claude sabía exactamente lo difícil que me resultaba intimar con los demás. Lo
incómodo que me resultaba si no eran conscientes de, bueno, los riesgos de que yo
les tocara sin embotar mis sentidos con lo que parecía el peso de mi cuerpo en licor.
Y no poder recordar haber tenido relaciones sexuales o esperar que fueran
placenteras era tan inquietante como ver u oír cosas que no debía. Tal vez incluso
más.
Sin embargo, Claude también olvidaba habitualmente lo que no le implicaba
directamente.
—No quiero que te sientas sola —dijo, y lo decía en serio.
Por eso le sonreí.
—No lo estoy.
29
Claude no tardó en devolverme la sonrisa e inclinarse hacia otro lado,
volviendo a centrar su atención en lo que fuera. Le había dado lo que quería. La
seguridad de que era feliz. Preguntaba porque le importaba, pero también porque
temía que si no lo era, me marcharía. Pero lo que le había dado era una mentira.
Porque yo era...
Me detuve como si eso pudiera cambiar de algún modo cómo me sentía.
Agarré el cáliz y me bebí la mitad del vino de un trago mientras miraba las
grietas doradas grabadas en el suelo de mármol. Mi mente se quedó en silencio, solo
durante unos segundos, pero eso fue todo lo que necesité para que el zumbido de las
voces aumentara. Cerrando los ojos, respiré hondo y contuve la respiración hasta que
corté todos aquellos hilos invisibles que empezaban a formarse en mi mente.
Tras unos instantes, exhalé suavemente y abrí los ojos. Mi mirada se posó en la
multitud, las caras borrosas y mi mente en blanco.
Frente a mí, Hymel se apoyaba en el estrado. Me devolvió la mirada, la boca
enmarcada por una cuidada barba torcida en una mueca de desprecio.
—¿Necesitas algo, mascota?
Mi expresión no mostraba nada mientras devolvía la mirada a Hymel. No me
gustaba aquel hombre, y la única razón por la que Claude lo toleraba era porque era
de la familia y porque se encargaba de las tareas más desagradables de la gestión de
una ciudad. Por ejemplo, a Hymel le gustaba que le enviaran a cobrar el alquiler,
sobre todo si no se podían efectuar los pagos. Era innecesariamente duro con los
guardias y se burlaba de mí siempre que tenía ocasión.
Quería que le respondiera como yo lo hacía cuando otros avivaban mi mal
genio. Tenía lo que Hymel llamaba “una bocaza”. Sin embargo, había aprendido a
mantener esa boca bajo control. Bueno, aproximadamente el noventa por ciento del
tiempo. ¿Pero cuando estaba realmente enfadada? ¿O realmente nerviosa o asustada?
Era la única defensa que tenía.
Excepto que, ahora que lo pienso, no era realmente una defensa. Era más bien
una tendencia autodestructiva, porque siempre, siempre me metía en problemas.
De todos modos, Naomi me dijo una vez que era porque tenía problemas para
rendir en la cama, incapaz de encontrar la liberación. No sabía si eso era cierto o no,
y me parecía irónico que un ser así pudiera tener tales dificultades, pero los caelestias
eran lo más parecido a un mortal que podía ser cualquier Hyhborn. No enfermaban
tan a menudo y eran físicamente más fuertes. No necesitaban alimentarse como los
Deminyens, pero no eran inmunes a las enfermedades. En cualquier caso, dudaba
que esa fuera la fuerza impulsora de la mezquindad de Hymel, o la única, pero de lo
que sí estaba segura era de una cosa.
Hymel era especialmente cruel, y eso era lo que le gustaba.
30
Sonrió satisfecho.
—Eres como un sabueso favorecido, lo sabes, ¿verdad? —Su voz era lo
suficientemente baja como para que solo yo pudiera oírle, ya que Claude había
desviado su atención hacia uno de sus compinches—. La forma en que te tiene sentada
a sus pies.
Lo sabía.
Pero prefería ser un sabueso favorecido que uno hambriento y moribundo.
Sin embargo, Hymel no lo entendería. Los que nunca tuvieron que preocuparse
de cuándo volverían a tener la barriga llena o de si esas ratas que correteaban por su
cabello por la noche eran portadoras de enfermedades no tenían ni idea de lo que
uno haría para mantenerse alimentado y protegido.
Por lo tanto, sus opiniones y las de otros como él no significaban nada para mí.
Así que sonreí, me llevé el cáliz a los labios y bebí otro trago mucho más
pequeño.
Los ojos de Hymel se entrecerraron, pero luego se apartó de mí. Se puso rígido.
Seguí su mirada. Un hombre alto vestido con galas salió de entre la multitud. Lo
reconocí.
Ellis Ramsey se acercó al estrado, dirigiéndose al Barón. El magnate naviero
de la vecina ciudad de Newmarsh se detuvo para inclinarse profundamente ante el
Barón.
—Buenas noches, Barón Huntington.
Claude asintió con la cabeza mientras extendía el brazo hacia una de las sillas
vacías que había a su otro lado.
—¿Le apetece un poco de vino?
—Gracias, pero no será necesario. No quiero robarle demasiado tiempo esta
noche. —Ramsey esbozó una sonrisa tensa que no hizo nada por suavizar la dureza de
sus canosas facciones mientras tomaba asiento—. Tengo noticias.
—¿De? —murmuró Claude, mirándome. Fue rápido, pero lo vi.
—Las Tierras Occidentales —dijo—. Ha habido una… situación.
—¿Y qué sería? —preguntó Claude.
Ramsey se inclinó hacia el Barón.
—Hay rumores de que la Corte de las Tierras Occidentales está en desacuerdo
con el Rey.
Mis orejitas se agudizaron cuando bajé el cáliz y abrí los sentidos. En una sala
con tanta gente, debía tener cuidado de no sentirme abrumada. Me concentré
31
únicamente en Ramsey, creando una cuerda imaginaria en mi mente, una cuerda que
me conectaba directamente con él. A veces oía más bien un conjunto de palabras que,
o bien coincidían con lo que uno decía, o bien eran algo completamente distinto. En
cualquier caso, siempre tardaba un momento en orientarme, en descifrar lo que oía
en voz alta y lo que no se decía.
—Me interesan poco los rumores —respondió Claude.
—Creo que le interesará este. —La voz de Ramsey bajó al oír Dudo que tengas
interés en algo que no abra las piernas y no esté mojado. Puse los ojos en blanco—. Dos
cancilleres fueron enviados a Visalia en nombre del Rey —informó Ramsey, hablando
de los mensajeros lowborn que actuaban como intermediarios entre el Rey y las cinco
Cortes—. Al parecer, hubo un problema con su visita, ya que fueron enviados de
vuelta a Su Majestad.... —El magnate hizo una pausa dramática—. En pedazos.
Apenas pude ahogar mi jadeo. Consideraría más que un problema que me
enviaran a cualquier parte en pedazos.
—Bueno, eso es preocupante. —Claude bebió un trago de su vino.
—Hay más.
Claude apretó con fuerza el vaso.
—No puedo esperar a oírlo.
—La Princesa de Visalia ha estado acumulando una presencia sustancial a lo
largo de la frontera entre las Tierras Occidentales y las Tierras Medias —compartió
Ramsey, sus pensamientos reflejando lo que hablaba—. Más rumores, pero que
también se creen ciertos.
—¿Y esta presencia sustancial? —Claude miró a la multitud bajo él—. ¿Estamos
hablando de su batallón?
—Los suyos y los Caballeros de Hierro, es lo que he oído. —Ramsey se movió,
dejando caer una gran mano sobre su rodilla.
La sorpresa se apoderó de mí cuando dejé el cáliz en la bandeja. Los
Caballeros de Hierro, un grupo de lowborn rebeldes que más parecían asaltantes que
verdaderos caballeros, llevaban un año causando problemas en las ciudades
fronterizas de las Tierras Medias y las Tierras Bajas. Por lo que yo sabía, querían que
el rey Hyhborn fuera reemplazado por un lowborn, y aunque no le prestaba mucha
atención a la política a menos que fuera necesario, sabía que estaban ganando apoyo
en todo Caelum. Era difícil no hacerlo cuando conocía gente que creía que Vayne
Beylen —el comandante de los Caballeros de Hierro— podía cambiar el reino para
mejor, pero no veía cómo eso sería posible si unían fuerzas con los Hyhborn de las
Tierras Occidentales.
Claude se pasó el pulgar por la barbilla.
32
—¿Y han cruzado a las Tierras Medias?
—No que yo haya oído.
—¿Y Beylen? —Claude preguntó—. ¿Ha sido visto?
—Ésa es otra cosa que no puedo responder —dijo Ramsey, mientras pensaba:
Si descubren a ese bastardo, estará muerto. Algo en ese pensamiento resultaba
inquietante, porque era casi como si la muerte de Beylen fuera a molestar. Los
Caballeros de Hierro estaban ganando adeptos entre los no nacidos, pero
normalmente los ricos no querían ver triunfar al Caballero de Hierro. Hacerlo ponía
en peligro el status quo—. Pero Archwood está bastante lejos de la frontera. Habrá al
menos una advertencia si los Caballeros de Hierro se adentran en nuestras tierras,
pero ¿si viajan más allá de las ciudades fronterizas? Esto ya no sería una rebelión.
—No —murmuró Claude—. Sería un acto de guerra.
Sentí el pecho demasiado apretado al cortar la conexión que había forjado con
el magnate. Miré a Grady y luego a la multitud. No había habido guerras, no desde la
Gran Guerra que tuvo lugar cuatro siglos atrás y que no dejó casi nada del reino.
—No creo que se llegue a eso —dijo Ramsey.
—Yo tampoco. —Claude asintió lentamente—. Gracias por la información. —
Se reclinó en su silla—. Yo mantendría esto en secreto hasta que sepamos más con
seguridad, para que no cunda el pánico.
—De acuerdo.
El barón guardó silencio mientras Ramsey subía y bajaba del estrado. El
magnate naviero ya no era visible entre la multitud cuando Claude dirigió su atención
hacia mí.
—¿Qué sabes?
Y aquí estaba el quid de nuestro acuerdo. Cómo le beneficiaba. A veces era
enterándome del futuro de otro o escuchando los pensamientos de otro barón, si
tramaban algo o si venían a Archwood de buena fe. Había veces en que se requería
un enfoque más... práctico para que yo lo supiera.
Pero no esta vez.
En cuanto formuló su pregunta, me recorrió un escalofrío. La frialdad se instaló
en el centro de mis omóplatos. Se me hizo un nudo en el estómago cuando me metí la
mano por debajo del cabello oscuro y me toqué la zona de detrás de la oreja
izquierda, donde sentía como si alguien me hubiera dado un beso frío. La voz de mis
pensamientos me advirtió.
Él ya viene.
33

CAPÍTULO 3

E
l sordo dolor de cabeza que me producía estar rodeada de tanta gente
solo se alivió cuando regresé a mis aposentos. Estaba cansada, pero mi
mente estaba demasiado agitada para pensar en dormir cuando entré en
la cámara de baño.
Rápidamente me quité la pintura de la cara y me trencé el cabello. Después de
ponerme el camisón, me puse una bata ligera de mangas casquillo que me ceñí a la
cintura mientras me calzaba un par de botas de suela fina. Salí por las puertas de la
terraza de mis aposentos al aire húmedo de la noche, crucé el estrecho patio y
comencé a cruzar el césped trasero. Debía de haber llovido hacía un rato, pero las
nubes se habían despejado. Con el resplandor de la luna llena proyectando una luz
plateada a lo largo del camino de hierba y piedra, no hice ningún intento por ocultar
mis movimientos a los que patrullaban los muros de la mansión en la distancia. El
barón estaba al tanto de mis viajes nocturnos y no tenía ningún problema con ellos.
Durante el día, la gente de la ciudad entraba a menudo en los terrenos de la
mansión para pasear por los jardines, pero a estas horas de la noche todo estaba
tranquilo y apacible. No podía decirse lo mismo del interior de la mansión, donde la
fiesta acababa de comenzar en la Gran Cámara. Todos los aristócratas ignoraban que
algo se acercaba.
Alguien venía.
Mi estómago se retorció como si estuviera lleno de serpientes. ¿Podría estar
advirtiéndome de los Caballeros de Hierro, su comandante? Era lo único que tenía
sentido, pero ¿por qué iban a trabajar los Caballeros de Hierro con la princesa de
Visalia?
Intentar ver el futuro en el que estaban implicados los Deminyens era casi tan
inútil como intentar ver el mío propio. Mis supuestos dones no me servían de nada
cuando no oía ni veía nada, o solo recibía vagas impresiones.
Pensé en la respuesta de Claude a mi premonición. El barón se había quedado
callado antes de decidir que el rey Euros seguramente haría algo para evitar que
cualquier disturbio político que estuviera ocurriendo entre la Corona y las Tierras
Occidentales se extendiera a las Tierras Medias. Su humor mejoró entonces, pero el
mío había empeorado, porque solo podía pensar en Astoria, la otra gran ciudad en la
frontera entre las Tierras Medias y las Tierras Occidentales. Se decía que no solo
34
había sido el lugar de nacimiento de Vayne Beylen, sino también donde se había dado
refugio a aquellos que pretendían unirse a la rebelión.
El Rey Euros había sancionado la destrucción de Astoria, y el Príncipe de
Vytrus había descargado la ira del Rey. Miles habían sido desplazados, y solo los
dioses sabían cuántos habían muerto. Todo lo que esa devastación había logrado era
la creación de más rebeldes.
Así que no me alivió la idea de que el Rey se involucrara.
Suspiré al pasar junto a los oscuros edificios donde el herrero de la mansión y
otros trabajadores pasaban el día. Sonreí al ver a Gerold, uno de los mozos de cuadra,
recostado contra la pared, con las piernas abiertas sobre la paja. Al ver la botella de
whisky vacía entre sus muslos, esbocé una sonrisa. Gerold no se despertaría pronto.
Pasé varios establos y me dirigí a la parte trasera, donde una hermosa yegua
sable mordisqueaba un bocadillo nocturno de alfalfa a la luz de un farol. Me reí en voz
baja.
—Iris, ¿cómo es que siempre estás comiendo?
La yegua resopló, moviendo las orejas.
Sonriendo, pasé la mano por su brillante pelaje. Iris era uno de los muchos
regalos de Claude. Era la única yegua que había tenido y mi favorito de todos los
regalos que me había hecho, aunque no... no la sentía mía de verdad.
Nada en Archwood lo hacía, ni siquiera después de seis años. Todo seguía
pareciéndome temporal y prestado. Todo seguía pareciendo que me lo podían
arrancar en cualquier momento.
Recogí un cepillo y empecé con su crin, cepillando la parte inferior de las
hebras en secciones descendentes. Además de los jardines y la pequeña sección que
había cultivado para mí con los años, los establos eran el único lugar donde me
sentía... no lo sabía. ¿En paz? ¿Encontraba placer en la sencillez de cuidar de Iris?
Pensé que era el sonido, el suave relincho de los caballos y el arrastre de sus cascos
sobre el suelo cubierto de paja. Incluso los olores, aunque cuando los establos no
habían sido limpiados, no tanto. Pero me gustaba estar aquí, y era donde pasaba gran
parte de mi tiempo libre. Sin embargo, los establos no eran tan buenos para acallar
mi intuición. Solo grandes cantidades de alcohol y tener las manos en la tierra lo
conseguían. Aun así, me proporcionaba placer, y eso era importante para mí y para
los Hyhborn.
Se me arrugó la nariz. No tenía ni idea de cómo... se alimentaban de nosotros
cuando no había ninguno cerca. Al menos por lo que yo sabía. Supuse que era algo
que se suponía que no debíamos saber, y también supuse que probablemente era
mejor no entenderlo.
35
Mientras cepillaba la melena de Iris, la parte de mí que se preocupaba se
apoderó de mí, la parte que había aprendido a esperar lo malo y a temer lo peor en
todas las situaciones. ¿Qué pasaría si los disturbios del oeste se extendieran a las
Tierras Medias, a Archwood? Se me hizo un nudo en el estómago.
Antes de Archwood, todos los diferentes pueblos en los que Grady y yo
habíamos vivido se confundían en una pesadilla. Buscando monedas como podíamos.
Aceptando cualquier trabajo que contratara a gente de nuestra edad y recurriendo al
robo cuando no encontrábamos trabajo. Sin verdaderos planes de futuro. ¿Cómo
podría haberlos cuando cada minuto de cada día se dedicaba a sobrevivir, a todos
esos “no”? No morir de hambre. En que no nos atraparan. En no ser víctima de los
depredadores. No enfermar. No rendirse... y, por Dios, eso era lo más duro cuando
no había esperanza real de nada más, porque inevitablemente acabábamos igual que
habíamos empezado.
Corriendo.
Huyendo.
Grady y yo habíamos huido de Union City la noche en que los Hyhborn
aparecieron en el orfanato, como polizones en una de las diligencias que salían de las
Tierras Bajas. Estaba convencida de que habíamos escapado. Recordar lo asustada
que había estado aquella noche, temerosa de que el Hyhborn descubriera que yo era
diferente y me llevara. Herirme. O incluso matarme. Hasta el día de hoy, no sabía por
qué había tenido tanto miedo de eso. A los Hyhborn no les interesaban los huérfanos
infestados de piojos. Ni siquiera aquellos cuya intuición les alertaba de las intenciones
de otros o les permitía ver el futuro.
Pero después de aquella noche, lo único que habíamos hecho era huir y huir, y
si Archwood caía, volveríamos a esa vida una vez más, y yo... Me temblaba la mano.
Eso me aterrorizaba más que nada, incluso más que las arañas y otras cosas
espeluznantes. Incluso pensar en ello me hacía sentir como si mis pulmones se
estuvieran descomprimiendo y estuviera a punto de perder la capacidad de respirar.
Haría cualquier cosa para asegurarme de que eso no sucediera. Que ni Grady
ni yo tuviéramos que volver a sobrevivir a todos esos “no”.
Pero cuando me acerqué a la cola de Iris, una sensación de soledad asfixiante
y con picores demasiado familiar se instaló sobre mí como una manta gruesa. Había
cosas mucho más importantes de las que preocuparse en ese momento, pero había
pocos sentimientos peores que la soledad. O tal vez no había ninguno, y la soledad
era el peor, porque era omnipresente, difícil de eludir, incluso cuando no estabas
sola, y trabajaba horas extras para convencerte de que la satisfacción y la alegría eran
posibles.
Pero era mentira.
36
¿Cuando realmente pasabas la mayor parte del tiempo solo? ¿Cuando tenías
que hacerlo? ¿Y no porque quisieras? No había alegría que encontrar. Ese era mi
futuro. Por el tiempo que fuera. Pero el futuro no sería diferente, estuviera aquí o en
otra parte.
Esa soledad permanecería.
La oscuridad de mis pensamientos me perseguía mientras usaba un cepillo en
el pelaje de Iris. Exhalé un suspiro molesto. Tenía que pensar en otra cosa.
Escucha.
Mi cuerpo se congeló de repente. Fruncí el ceño, me volví y escudriñé el
oscuro pasillo de los establos, oyendo solo los sonidos de los otros caballos y los
débiles ronquidos de Gerold. Apreté el cepillo con fuerza y una aguda sensación de
consciencia me invadió. No era un escalofrío de inquietud. Era diferente. La presión
entre mis hombros era algo totalmente distinto. Una intuición que seguí, dondequiera
que me llevara. O mejor dicho, era una exigencia.
Curiosa, salí de la caseta, dejándome guiar por mi intuición. Hacía tiempo que
había aprendido que descansaría poco si conseguía ignorarla, cosa que rara vez era
capaz de hacer.
Caminé hacia la parte trasera del granero, donde las puertas estaban
agrietadas, mis pasos silenciosos. Justo cuando iba a empujar la puerta para abrirla,
oí voces.
—¿Lo atrapaste? —Las palabras amortiguadas viajaron a través de la madera.
La voz sonaba familiar—. ¿Y estás seguro de que no es uno de Primvera que
confundiste?
Se me cortó la respiración. Si el “él” del que hablaban podía confundirse con
alguien de Primvera, entonces hablaban de un Hyhborn y probablemente de un
Deminyen, ya que no vivían en ciudades de lowborn, sino que residían en sus Cortes.
—Porque, ¿cómo crees que supe lo que era? Lo vi y recordé qué aspecto debía
tener —respondió otra voz, que reconocí de inmediato por su tono grave y único. Era
un guardia que se hacía llamar Mickie, pero yo sabía que en realidad se llamaba
Matthew Laske, y era... bueno, malas noticias. Era uno de los guardias que ayudaban
a Hymel a cobrar el alquiler—. Es a quien Muriel nos tenía esperando. Estoy seguro,
Finn.
Otro de los guardias de Claude. Un joven de cabello oscuro que siempre que
lo veía sonreía, y era una sonrisa agradable.
Sabía que no debía escuchar a escondidas; rara vez salía algo bueno de eso.
Pero eso es lo que hice, porque la presión se había instalado en el espacio entre mis
omóplatos y había empezado a hormiguear. Crucé uno o dos metros hasta la pared
37
común y me apoyé en ella. Sin saber por qué me sentía obligada a hacerlo ni qué
captaba mi intuición, obedecí el impulso y escuché.
—Y además de ser la viva imagen de lo que dijo Muriel, si fuera de Primvera,
dudo que anduviera merodeando por Twin Barrels —continuó Mickie, refiriéndose a
una de las tabernas obscenas de Archwood. Había estado allí una o dos veces con
Naomi. No era un lugar en el que pensaría que un Hyhborn pasaría tiempo
normalmente—. De todos modos, lo llevé al granero de Jac.
—¿Me estás jodiendo? —Finn exigió—. ¿Llevaste esa cosa a su granero?
¿Cuando Jac está fuera siendo chupado y follado en todos los sentidos desde el
domingo?
Levanté las cejas. No conocía a nadie llamado Muriel, pero sí sabía quién era
Jac. Un herrero, el herrero viudo que estaba en la línea de reemplazo de la herrería
personal del Barón. A veces intervenía cuando la del Barón se quedaba atrás.
También Grady, que tenía una increíble habilidad natural para forjar metal.
—No me mires así —gruñó Mickie—. Porter se aseguró de que no se despertara
pronto —dijo, nombrando al dueño del Twin Barrels—. Le serví el especial de la casa.
—El guardia se rió—. Tiene el culo hecho polvo, y lo que le he metido lo mantendrá
en el suelo. No irá a ninguna parte. Estará allí, listo para que nos ocupemos de él
cuando Jac termine de pasar una buena noche dentro de unas horas.
Se me tensó el estómago y el hormigueo entre los omóplatos se intensificó. Sin
verlos, no podría atisbar sus pensamientos, pero mi intuición ya estaba llenando los
vacíos de lo que decían, haciendo que se me acelerara el pulso.
—Tengo que admitir que me alivia haber tenido razón sobre él y no haber ido
a matar a uno de los nuestros —dijo Mickie con otra risa áspera—. Porter puso
suficiente perejil de tontos en ese whisky que sirvió que, si él fuera un lowborn, habría
caído su culo muerto en el acto, incluso con uno o dos sorbos.
El perejil de tontos, también conocido como cicuta, podría hacer exactamente
lo que afirmaba Mickie dependiendo de la cantidad ingerida.
Se me encogió el corazón mientras sujetaba el cepillo de Iris contra mi pecho,
porque sabía lo que iba a ser de aquel Hyhborn.
—Si tanto te preocupa que se escape —decía Mickie—, puedo volver y clavarle
otro pincho.
Las náuseas aumentaron bruscamente. ¿Pusieron pinchos en un Hyhborn?
Dioses, eso era... era terrible, pero tenía que dejar de escuchar y empezar a fingir
que no oía nada. Esto no me involucraba.
—Lo necesitamos vivo, ¿recuerdas? —La voz de Finn se quebró con
impaciencia—. Si le pones demasiado de esa mierda, no nos servirá de nada.
38
No me fui.
—Esperaremos hasta que Jac se levante al amanecer —dijo Finn—. Él sabe
cómo hacer correr la voz a Muriel. Tengo una botella de buena mierda de las bodegas
del Barón. —Su voz se estaba apagando—. Y nos dirigiremos a casa de Davie…
Me esforcé por oír más, pero se habían alejado demasiado. Pero ya había oído
suficiente. Habían capturado a un Hyhborn, y solo se me ocurría una razón por la que
alguien haría algo tan insensatamente estúpido: extraer las partes del Hyhborn para
utilizarlas en magia ósea. Se me secó la boca. Por todos los dioses, no sabía que eso
ocurría en Archwood, y ¿no era algo terriblemente ingenuo? Por supuesto, el
mercado de las sombras estaba en todas partes, en todas las ciudades de todos los
territorios, floreciendo allí donde se podía encontrar desesperación.
Cerré los ojos mientras el hormigueo entre los omóplatos se convertía en
tensión que se instalaba en los músculos que recubrían mi columna vertebral. Nada
de esto era problema mío.
Pero se me revolvió el estómago cuando me di la vuelta y empecé a andar. La
presión se trasladó a mi pecho y, en mi mente, pude oír esa molesta voz que me
susurraba que me equivocaba, que ese Hyhborn era mi problema. La tensión aumentó,
retorciéndome aún más el estómago. Y no era solo mi problema. Era el de Archwood.
Los Hyhborn habían destruido barrios enteros para descubrir a quienes se creía
involucrados en la magia de huesos. Habían destruido ciudades.
—Pero no es mi problema —susurré—. No lo es.
Pero ese impulso innegable de intervenir —de ayudar a este Hyhborn— era
tan fuerte como cualquier impresión que hubiera tenido en mi vida. Tal vez incluso
más fuerte.
—Joder —gemí.
Di media vuelta y me apresuré a volver al puesto de Iris, mientras el dobladillo
de la capa me rodeaba las botas. Ir a la mansión no era una opción. El barón sería
completamente inútil a estas horas de la noche, y no quería involucrar a Grady en esto
por si las cosas se torcían.
Lo cual era muy probable.
Mierda. Mierda. Mierda.
Tomé la brida de la pared.
—Lo siento, chica, ya sé que es tarde —le dije mientras giraba la cabeza y me
tocaba la mano. Le rasqué detrás de la oreja, le puse la brida y le até las riendas—.
Haremos esto lo más rápido posible.
Iris meneó la cabeza, y decidí que eso era un acuerdo cuando en realidad
probablemente estaba mostrando su fastidio por haber sido interrumpida.
39
No quería perder el tiempo con la silla, pero no era tan buen jinete como para
ir a cabello. Así que me tomé unos minutos para ensillarla, comprobando que estaba
bien sujeta, tal y como Claude me había enseñado. Un retraso de cinco minutos era
mejor que un cuello roto.
Agarrando el pomo, me levanté y me acomodé en la silla. Probablemente
estaba cometiendo un gran error al guiar a Iris fuera de su establo, acelerando
rápidamente, pero no podía volverme atrás mientras corría por el césped. No cuando
cada parte de mi ser me impulsaba hacia delante. No importaba que no supiera por
qué. Ni tampoco los riesgos.
Tenía que salvar al Hyhborn.

¿Qué estás haciendo?


¿Qué demonios estás haciendo?
Esa pregunta se repetía una y otra vez, o alguna variación de ella, mientras
cabalgaba por las oscuras y húmedas calles de Archwood, camino de lo que esperaba
que fuera la herrería, con mi intuición como única guía. No podía responder. Puede
que me preocupara mucho, pero eso no me había impedido tomar decisiones
extraordinariamente malas en la vida. Esta tenía que ser una de las cosas más
imprudentes y tontas que había hecho en mi vida, y había hecho algunas idioteces.
Como no hace mucho, cuando intenté apartar a esa pequeña serpiente de las flores
en lugar de hacer lo razonable y dejarla en paz. Acabé con un buen mordisco en el
dedo en lugar de un agradecimiento. O cuando era más joven y salté por la ventana
de un orfanato para ver si podía volar. No sé cómo no me rompí un hueso. Hubo
muchos, muchos otros ejemplos.
Pero esto iba más allá de la imprudencia. Era una locura. Los Hyhborn eran
peligrosos, y este podía volverse contra mí, como lo había hecho aquella maldita
serpiente. Y existía el riesgo de que me atraparan los que habían drogado a este
Hyhborn. Sin duda, los guardias me habían visto pasar por las puertas de la mansión.
La capucha de mi capa estaba levantada, pero podían reconocer a Iris. Eso por sí solo
no despertaría sospechas, pero me habían visto y posiblemente podrían
identificarme. ¿Y quién sabía cuántos guardias más estaban implicados en esto?
Claude era mi protector en cierto modo, pero el tipo de gente que capturaría a un
Hyhborn no era de los que temen la ira de un barón. ¿Y si Grady se enteraba?
Seguramente perdería la cabeza. O pensaría que yo había perdido la mía, y
honestamente, es muy posible que así fuera.
Manteniendo levantada la capucha de mi capa, aminoré la marcha de Iris al
pasar junto al oscuro escaparate de la herrería. Giré el caballo hacia la boca de un
40
estrecho callejón, e inmediatamente se puso nerviosa. Algo pequeño con garras y una
cola asquerosa correteó por el sendero, haciéndome tragar un grito.
Odiaba a las ratas más que a las arañas.
—Finjamos que era un conejito —le susurré a Iris.
El caballo resopló en respuesta mientras cabalgábamos por el callejón,
salpicando agua y quién sabía qué. Le debía a Iris una buena limpieza después de
esto y posiblemente una manzana y una zanahoria.
Al pasar junto a establos llenos de herramientas metálicas a medio terminar,
divisé el granero del que había hablado Mickie. Estaba pegado al bosque. No había
señales de vida en el exterior y solo el débil resplandor del gas o de la luz de las velas
se filtraba entre las rendijas de las puertas del granero. Empujé a Iris más allá del
granero y hacia el bosque, que le proporcionaba algo de cobijo a la vez que la
mantenía oculta. Al desmontar, caí de pie con un gruñido y las riendas en la mano.
Las até a un árbol cercano, dejándole espacio suficiente para moverse.
—No te comas todo lo que veas —le advertí mientras le frotaba la nariz—. No
tardaré mucho.
Iris empezó inmediatamente a pastar.
Suspirando, me volví hacia el granero y comencé a avanzar, diciéndome a mí
misma que me iba a arrepentir de esto.
No necesitaba ningún don especial para darme cuenta de ello, pero corrí a
través de la parcela de tierra empapada por la luz de la luna y llegué al lateral del
granero. Apoyándome en la madera desgastada, me puse de puntillas y miré por las
ventanas. Estaban demasiado altas para que pudiera ver nada más que el débil
resplandor amarillo, pero lo único que oía era el latido de mi corazón.
Ni Mickie ni Finn habían mencionado a nadie vigilando al Hyhborn, así que no
creí que hubiera nadie más dentro de aquel granero. Esperé unos instantes y luego
merodeé por la esquina. Llegué hasta las puertas, sin sorprenderme en absoluto al
ver que no estaban cerradas.
Mickie no era el más brillante de los hombres.
Volví a repetirme que era un gran error y deslicé los dedos enguantados entre
las puertas. Dudé y luego las abrí lentamente, haciendo una mueca de dolor cuando
las bisagras crujieron con más fuerza que el suelo de mis aposentos. Me puse tensa,
medio esperando que alguien se abalanzara sobre mí.
Nadie lo hizo.
Una fina capa de sudor me salpicó la frente mientras me apretujaba entre la
abertura y luego forzaba la puerta para que se cerrara tras de mí. Mirando por encima
del hombro, pasé las manos por encima de las puertas mientras escudriñaba las
41
sombras de las dos butacas delanteras del pasillo central. Encontré el pestillo y lo
moví, dándome cuenta de que la luz mortecina procedía de la parte trasera.
Avancé por el pasillo, haciéndome otra pregunta válida. ¿Qué iba a hacer con
el Hyhborn? Si estaba inconsciente, dudaba que pudiera moverlo. Probablemente
debería haberlo pensado antes de emprender el viaje.
Creo que nunca había tenido tantas ganas de pegarme un puñetazo como en
ese momento.
Me acerqué al final del pasillo. Mi corazón era ahora como la pelota de goma
de un niño, rebotando en mis costillas. La luz de una lámpara se filtraba débilmente
desde un puesto a mi izquierda. Conteniendo la respiración, llegué al borde y miré
dentro.
Todo mi cuerpo se puso rígido mientras miraba fijamente al patio de butacas,
queriendo negar lo que estaba viendo.
Un hombre estaba tendido sobre una mesa de madera. Desnudo hasta la
cintura. Tenía pinchos de un color blanco lechoso clavados profundamente en los
antebrazos y los muslos, y uno sobresalía del centro de su pecho desnudo, quizá a
uno o dos centímetros de donde estaría su corazón. Sabía de qué estaban hechos
aunque solo había oído hablar de ellos. Lunea era el único objeto capaz de atravesar
la piel de un Hyhborn, y estaba prohibido que cualquier lowborn la poseyera, pero
apostaba a que las cuchillas eran otra cosa que se comerciaba en el mercado de las
sombras.
Asqueada, levanté la mirada hacia donde tenía la cabeza girada hacia un lado.
El cabello castaño dorado que le llegaba hasta los hombros le tapaba la cara.
Una extraña sensación me recorrió: un silbido mientras avanzaba, sin apenas
sentir las piernas al mirar su pecho. Respiraba, pero a duras penas. No veía cómo,
con toda la sangre que manaba de las heridas. Demasiado rojo. El carmesí le
salpicaba el pecho, fluyendo en ríos que seguían las... las líneas bastante definidas
de su pecho y estómago. Sus pantalones eran de una especie de cuero blando y le
colgaban lo bastante bajos como para que pudiera ver los músculos a ambos lados
de las caderas y...
De acuerdo, ¿qué demonios estaba haciendo, mirando tan intensamente a un
hombre mientras yacía inconsciente, empalado a una mesa de madera?
Me pasaba algo.
Me pasaba de todo.
—Hola —balbuceé, y luego me estremecí al oír mi voz.
No hubo respuesta.
42
Ni siquiera sabía por qué esperaba uno, con ese tipo de heridas. Tampoco
entendía cómo el Hyhborn podía seguir respirando. Todavía sangrando. Sí, eran casi
indestructibles comparados con los mortales, pero esto... esto era mucho.
La puntera de mi bota rozó algo en el suelo. Miré hacia abajo, apretando la
mandíbula. Un cubo. En realidad, cubos pequeños. Levanté la mirada hacia la mesa.
Unos estrechos canales tallados en la madera recogían la sangre que corría de él,
canalizándola hacia los cubos de abajo.
—Dioses —carraspeé, con el estómago revuelto mientras miraba los cubos. La
sangre se vendería para utilizarla en magia ósea, al igual que otras partes del
Hyhborn. Sinceramente, no podía decir si alguna de esas cosas funcionaba realmente
cuando la manejaba un conjurador, pero mientras la gente creyera en pociones y
hechizos, habría demanda.
Apartando la mirada de los cubos, pensé que tenía que despertarlo de alguna
manera. Miré fijamente el pico en su pecho.
La intuición me dijo lo que tenía que hacer. Quitarle los pinchos, empezando
por el del pecho. Tragué saliva de nuevo, con la garganta seca, mientras levantaba la
vista. Seguía con la cabeza vuelta hacia otro lado, pero ahora que estaba más cerca,
pude ver que tenía una decoloración en la piel a lo largo del cuello. Miré más de
cerca: no, no era una decoloración. Un... un dibujo en su piel, que parecía una
enredadera. Era de color marrón rojizo, en lugar del tono arenoso del resto de su piel,
y había algo en el diseño que se arrastraba, casi arremolinado, que me resultaba
familiar, pero no creía haberlo visto nunca.
Volví la vista hacia el pincho de lunea que tenía en el pecho y empecé a
quitarlo, pero me detuve cuando mi mirada se dirigió hacia los húmedos mechones
de cabello que le protegían la cara. El corazón me latía con fuerza.
Esa sensación de silbido me recorrió de nuevo.
Con mano temblorosa, aparté el cabello, revelando más de aquella marca en
su piel. El dibujo marrón rojizo recorría la curva de una mandíbula fuerte, se
adelgazaba en la sien y seguía la línea del cabello hasta el centro de la frente. Había
un espacio del ancho de un dedo y la marca volvía a empezar en el otro lado,
enmarcando el rostro. La carne bajo la ceja, ligeramente más oscura que el cabello,
estaba hinchada, al igual que sus dos ojos. Unas pestañas ridículamente largas
cubrían una piel de un tono rojo furioso. La sangre cubría la piel de debajo de su nariz,
la piel se había abierto a lo largo de sus mejillas, que eran altas y esculpidas, y los
labios...
—Oh, dioses. —Retrocedí un paso y me llevé el puño al pecho.
Las marcas que enmarcaban su cara no habían estado allí todos esos años atrás,
y la cara de este Hyhborn estaba terriblemente magullada, pero era él.
43
Mi lord Hyhborn.
44

CAPÍTULO 4

L
o que había sentido la última vez que lo vi me invadió.
Una advertencia.
Un ajuste de cuentas.
Una promesa de lo que estaba por venir.
No había entendido lo que significaba entonces y seguía sin entenderlo, pero
era él.
El shock me mantuvo inmóvil. No podía creerlo, aunque siempre había sabido
que volvería a verle. Había esperado, prácticamente deseado su regreso, pero aun
así no estaba preparada para encontrarme de pie sobre él.
De repente pensé en la premonición. Él ya viene. Me había equivocado. No
tenía nada que ver con el comandante de los Caballeros de Hierro.
Había sido por él.
Una risita aguda se escapó de mis labios, sorprendiéndome. Me tapé la boca
con la mano y tensé el cuerpo.
No se movió.
De repente me pregunté si ese momento era la razón por la que había sentido
lo que había sentido hacía tantos años en Union City. Que tal vez había sido una
advertencia de que un día nuestros caminos se cruzarían y él necesitaría mi ayuda.
Como nos había ayudado a Grady y a mí esa noche.
Se lo debía.
Pero él era un lord Hyhborn —un Deminyen— y todo lo que podía pensar era
en esa maldita serpiente de liga.
Volví a la mesa y tragué saliva.
—Por favor... por favor, no me hagas daño.
Agarré la punta de la lunea, jadeando. La piedra estaba caliente. Ardiendo.
Cerré los ojos y tiré. El pincho no se movió.
—Vamos —murmuré, abriendo un ojo. Le puse la mano en el pecho, junto a la
herida. Su piel... era antinaturalmente dura, pero no sentí ni oí nada. No sabía si eso
se debía a lo que era o a que mis pensamientos eran demasiado caóticos para que mis
45
sentidos entraran en acción, pero había una preocupación mucho mayor que
descubrir si podía leer a un Hyhborn como a un mortal o si serían como una caelestia.
¿Y si no pudiera sacar las estacas?
Respirando otra vez, cerré los ojos y volví a tirar. El sonido húmedo de la lunea
deslizándose, desgarrándose a través de su carne, me revolvió el estómago. Me
atraganté con un bulto cuando se soltó. Dejé caer la estaca al suelo cubierto de paja
y abrí un ojo y luego el otro. La piel dentada del agujero de su pecho... humeaba.
De acuerdo, no iba a pensar en eso. Me temblaba la mano cuando busqué el
pincho en su muslo izquierdo.
Un ruido sordo procedente de algún lugar fuera de la caseta me hizo girar la
cabeza. Se me cayó el estómago. Mierda. Asegurándome de que la capucha de mi
capa seguía subida, me arrastré hasta el borde del cubículo y esperé a oír otro ruido.
Cuando no oí nada, salí al pasillo. Las puertas del establo permanecían cerradas. Lo
más probable era que el ruido hubiera sido de un animal correteando.
Probablemente una rata. Una grande. Había visto algunas del tamaño de perros
pequeños.
Temblando, empecé a retroceder...
Una ráfaga de aire agitó los bordes de mi capa. Me quedé completamente
inmóvil, conteniendo la respiración. Sentí escalofríos en la nuca. Pequeños pelos se
erizaron allí y a lo largo de mis brazos. La atmósfera del granero cambió, se espesó.
Me giré lentamente.
Quedaban cuatro pinchos de lunea, relucientes de sangre roja brillante,
incrustados profundamente en la mesa... la mesa que, por lo demás, estaba vacía.
La lámpara de gas se apagó, sumiendo el establo y la cuadra en una oscuridad
absoluta.
El instinto, esa zorra caprichosa que me había traído hasta aquí, ahora me decía
otra cosa. Que me moviera. Que me largara. Que corriera.
Di un paso antes de que un cuerpo chocara contra el mío y me derribara. El
aire se me escapó de los pulmones al golpearme con fuerza contra el suelo cubierto
de heno. Lo que Grady me había enseñado sobre cómo defenderme a lo largo de los
años —lo que había tenido que aprender por las malas— impulsó mi cuerpo a la
acción. Mis dedos rozaron el suelo mientras levantaba las caderas, intentando
quitarme el pesado peso de encima.
El lord Hyhborn me aplastó contra el polvo y la suciedad cuando el sonido que
salió de él, y simultáneamente de mí, me heló la sangre. El gruñido era similar al de
un animal, un animal muy enfadado y salvaje. Se me paralizaron todos los músculos
del cuerpo. En esos breves segundos, me di cuenta de que tal vez no pudiera
reconocerme, ni siquiera verme en el estado en que se encontraba.
46
—¿Te vas tan pronto? —gruñó—. ¿Justo cuando empieza la diversión? No lo
creo.
Se movió tan rápido... todo sucedió tan rápido, que no me dio tiempo a
reaccionar. Me levantó del suelo de un tirón. Tropecé y me golpeé contra el borde de
la mesa. Los cubos traquetearon y volcaron. Me alejé de un salto de los cubos que
caían. Mis pies calzados resbalaron por debajo de mí. Volví a caer, levantando las
rodillas del suelo —el suelo cubierto de sangre— y... no, aún estaba caliente. Sentía
cómo me empapaba las rodillas y me cubría las palmas de las manos. Jadeé y empecé
a levantarme.
—Deseabas tanto... mi sangre —se quejó, con una voz áspera que no se parecía
en nada a la que yo recordaba—. Ahora tú... ...te ahogarás en ella.
El grito que emití fue sofocado por la mano que me sujetaba la garganta y me
impedía respirar. Me tiró hacia un lado como si no fuera más que una muñeca de
trapo. El pánico estalló en lo más profundo de mi ser cuando le agarré la mano y le
clavé el codo en el estómago. El dolor me recorrió el brazo al chocar con una carne
dura e inflexible. Intenté soltarle los dedos, pero no se movieron mientras me
arrastraba por el suelo. La paja se clavó en mi cadera cuando mi brazo chocó contra
uno de los cubos que aún quedaban en pie. El horror hundió sus garras en mí. Tenía
toda la intención de hacer lo que había amenazado: ahogarme en su sangre.
Pequeñas ráfagas blancas estallaron detrás de mis ojos. No había aire
suficiente. Me dolía el pecho mientras golpeaba su brazo sin conseguir nada. Me
aferré a su agarre, con las piernas agitadas mientras luchaba por liberarme, y solo
pude forzar una palabra.
—Por favor.
El lord Hyhborn se detuvo, con sus dedos aún presionando mi garganta. De
repente, me levantó de un tirón. De repente, la presión abandonó mi garganta. Me
entró aire y lo tragué, ahogándome y atragantándome mientras las piernas me
fallaban.
Esta vez no caí al suelo.
El Hyhborn me agarró por la cintura, apretando su brazo. Se quedó
completamente inmóvil contra mí.
—Por favor —repetí, con el corazón desbocado—. He venido a ayudarte.
—¿Estás... afirmando que no tuviste... nada que ver con esto? —preguntó.
—No... no lo hice.
—Mentira. —Esa única palabra rozó mi mejilla.
—Oí por casualidad... que se hablaba de lo que le habían hecho. —Me aparté
su pecho, necesitando espacio, más aire y luz. No se movió. Ni siquiera un centímetro.
47
Todos los métodos básicos de defensa que conocía no me servirían contra un
Hyhborn. Me sujetaba como si no fuera más que un gatito agitándose—. Estaba...
Intentaba ayudar. —Tragué saliva, haciendo una mueca de dolor al levantar las manos
de su pecho. Me temblaron cuando las sostuve en el pequeño espacio que nos
separaba—. Yo… lo juro. Pusieron perejil de tontos en algo que le dieron...
Otro gruñido retumbó en su interior.
—Se lo juro. Solo he venido a ayudar —susurré mientras mi pulso se
descontrolaba. Ya no sentía su aliento contra mi mejilla. Pasó otro momento y
entonces la lámpara de gas se encendió, haciéndome estremecer. El tenue
resplandor atravesó la oscuridad antinatural. Parpadeé hasta que pude ver lo que me
rodeaba.
Miraba fijamente el pecho del Hyhborn, el agujero rasgado que rezumaba
sangre y aún humeaba...
Me agarró la capucha con la otra mano y me la bajó. Unos mechones de cabello
húmedo le protegían la cara mientras me miraba.
¿Me había reconocido? Parecía improbable, dado que mi aspecto no se parecía
en nada al de hace más de una década.
El lord se tambaleó de repente. En el siguiente latido, cayó de rodillas,
llevándome con él, salvo que yo caí de culo ante él. La lámpara de gas chisporroteó
débilmente, antes de quedarse encendida.
Empecé a retroceder, pero me detuve cuando cayó hacia delante, sobre los
puños. Solo se le veía la curva de la barbilla y un lado de los labios. Sus hombros se
movían ahora con respiraciones rápidas.
—¿Por qué? —Cada respiración sonaba dolorosa—. ¿Por qué... me... ayudaste?
—No lo sé. —Aparté las piernas de él—. Solo pensé que lo que estaban
haciendo no estaba bien, y necesitaba ayudar.
Dijo algo en voz demasiado baja para que pudiera oírlo. Mi mirada recorrió lo
que pude ver de su cuerpo encorvado. Respiraba demasiado fuerte, demasiado
rápido. La preocupación se apoderó de mí.
—No sabía en qué estado estaría cuando vine a ayudarle. —Miré la herida roja
y supurante a lo largo de su brazo. Había... había liberado sus extremidades de los
pinchos—. Le quité el pincho del pecho.
No hubo respuesta.
—¿Milord? —susurré, la preocupación se convirtió en ansiedad.
Silencio.
48
—¿Está bien? —Me encogí en el momento en que la pregunta salió de mi boca.
Por supuesto que no estaba bien. Acababa de ser drogado, golpeado y empalado a
una mesa.
Me mordí el labio y me incliné hacia delante mientras levantaba las manos. Con
cuidado, le aparté el cabello de la cara...
Jadeé, estremeciéndome de horror. Las llamativas líneas de su rostro estaban
contorsionadas por el dolor. Tenía los ojos abiertos, al menos eso creía, pero no podía
estar segura, porque lo que veía era carne rosada, en carne viva y supurante donde
deberían estar los ojos.
—Se los llevaron —respiró.
Una especie de sonido deshilachado me ahogó mientras le miraba fijamente,
incapaz de comprender cómo se le podía hacer eso a alguien. Cómo alguien podía
infligir semejante daño, semejante dolor.
—Lo siento —susurré, con los ojos escocidos—. Lo siento mucho...
—Para —gruñó, balanceándose hacia atrás, fuera de mi alcance—. No tienes...
nada de qué disculparte si... no hiciste esto.
Un agujero se abrió en mi propio pecho.
—Aun así lo siento.
—No te preocupes. Ya están volviendo a crecer. —Otro escalofrío le recorrió—
. Regenerándose.
Bajé las manos a mi regazo.
—Eso... eso me tranquiliza. —Tragué saliva y sentí un dolor sordo en la
garganta—. Creo que sí.
Emitió un sonido que me pareció una risa, pero luego se calló y su respiración
se hizo más lenta.
Miré hacia la entrada de la caseta.
—Deberíamos...
—¿Estás herida? —ladró.
Di un pequeño respingo.
—¿Q-Qué?
Volvió a retumbar aquel sonido profundo que helaba la piel.
—¿Te hice daño? ¿Cuando te agarré?
—No —susurré.
49
Su cabeza se inclinó hacia arriba, y unos mechones de cabello cayeron a un
lado, revelando solo la altura de un pómulo afilado y un ojo que ya no parecía tan
crudo y destrozado.
—Mientes.
—N-No, para nada.
—Te estás frotando la garganta. La misma garganta que estuve a segundos de
aplastar.
Mis dedos se aquietaron. Su recordatorio era innecesario, pero ¿podría verlo
ahora? Solté la mano.
Pasaron varios momentos más. Ninguno de los dos se movió ni habló, y yo
necesitaba ponerme en marcha. Él también. Volví a asomarme a la puerta.
—Lo siento.
Una sacudida me recorrió mientras mi mirada volvía a él.
—Cuando volví en mí, yo... simplemente reaccioné —continuó bruscamente,
con las manos caídas sobre los muslos—. No estaba en mis cabales. Pensé... que tú
tenías... algo que ver con esto.
Lo miré fijamente, con la intuición en silencio, como era habitual cuando se
trataba de Hyhborn, pero su disculpa sonaba genuina.
El crujido de unas bisagras oxidadas proveniente de la parte delantera del
granero atrajo mi atención hacia la abertura. Se me revolvió el estómago.
Probablemente no era una rata. Me invadió el pavor. Nadie podía verme aquí, con él.
—Quédese aquí —susurré, levantándome del suelo mientras el lord giraba
lentamente por la cintura, hacia la abertura de la caseta.
Mientras me apresuraba a pasar junto a él, no sabía qué iba a hacer o decir si
alguien había entrado, pero por muy poderoso que fuera cualquier lord Hyhborn,
estaba gravemente herido. Probablemente iba a ser de poca ayuda.
Entré en el pasillo central con las manos temblorosas. Una puerta del granero
estaba entreabierta. No vi nada mientras avanzaba sigilosamente, levantándome la
capucha. El viento podría haber soplado fuera y haber abierto la puerta. Era muy
posible. Me acerqué a los dos establos delanteros y los músculos empezaron a
relajarse. Tenía que ser...
La sombra salió disparada del compartimento izquierdo. Retrocedí, pero no fui
lo bastante rápida. Una mano me agarró el brazo y me dio un doloroso tirón.
—¿Qué haces aquí?
El grito de dolor se convirtió en uno de reconocimiento cuando volví a
agarrarle del brazo. Conocía esa voz. Era Weber, uno de los panaderos de la ciudad,
50
que siempre flirteaba con las amantes cuando traía los pasteles que Claude adoraba,
unos que juraba que nadie podía hacer tan bien. Era un hombre corpulento, con los
nudillos magullados, siempre hinchados por los combates de boxeo celebrados en
uno de los garitos del muelle.
Su mano se aferró a mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás.
—Dímelo.
—Me está lastimando —grazné.
—Chica, voy a hacer algo peor que eso si no me contestas. —Weber me
arrastró hacia el interior de la caseta, apartándome de la entrada mientras me
rodeaba el cuello con el otro brazo—. No deberías estar aquí.
El olor a sudor y azúcar de caña me inundó y solté lo primero que se me ocurrió.
—Yo... Estaba dando un paseo...
—Sí, claro. —La saliva roció mi mejilla mientras Weber agachaba la cabeza—.
Vas a tener que... Espera. ¿Eso es sangre?
—Me caí —dije apresuradamente—. Por eso...
—Y una mierda. ¿Qué has hecho aquí? —siseó, quedándose quieto detrás de
mí.
—Yo…
—Silencio. —Su cabeza se movió hacia un lado.
Sentí lo que él oyó. La repentina quietud antinatural del granero, del aire
espesándose y cargándose. Luego lo oí. La pisada suave y casi silenciosa. Todo mi
cuerpo se puso rígido. Weber nos hizo girar. El pasillo estaba vacío. Por supuesto que
lo estaba. El lord apenas podía mantenerse en pie, casi le habían drenado toda la
sangre y posiblemente aún le faltaba al menos un ojo.
—¿Tienes sangre Hyhborn? —Weber exigió, dando un paso atrás—. ¿Liberaste
a esa cosa?
Antes de que pudiera responder, me tiró de la capucha y maldijo.
—Por el amor de Dios, eres una de las perras del Barón.
—Estoy... Oh, a la mierda. —Renunciando a mentir, volví a golpear con el
brazo. Esta vez no golpeé carne dura, sino que metí el codo en el estómago de Weber
con suficiente fuerza como para que sus brazos se aflojaran con una maldición de
dolor. Me di la vuelta y le clavé la rodilla en la ingle.
—Perra —jadeó Weber, doblándose.
51
Corrí a su alrededor, pero Weber se abalanzó sobre mí. Me agarró por detrás
de la capa y me tiró al suelo como si no fuera más que un saco de basura. Caí de
rodillas por enésima vez aquella noche.
—Quédate ahí —espetó, acercándose a su espalda—. Me ocuparé de ti en un
momento.
A la luz de la luna, vi el destello de una hoja blanca como la leche: una daga de
lunea en la mano. Me levanté cuando Weber se dirigía al pasillo, me abalancé sobre
él y le agarré de la manga del brazo que empuñaba la daga.
El panadero ladeó el brazo y me dio en la cara. El dolor me recorrió la nariz
mientras me tambaleaba hacia un lado, cayendo contra la pared. La madera gimió
bajo el impacto y me llevé la mano a la nariz. Un calor húmedo cubrió mis dedos.
Sangre.
Mi sangre.
Se me erizaron pequeños vellos por todo el cuerpo cuando mi mirada se clavó
en la suya. Mis pensamientos se calmaron y... sucedió. Conecté con él y mi intuición
cobró vida, mostrándome el futuro: el insoportable crujido del hueso de mi brazo
derecho y luego del izquierdo. El dolor fantasma viajó hasta mi garganta. Lo sentí
todo.
Su muerte.
Y yo... sonreí.
—Perra estúpida, quédate ahí y quédate callada. Ya tienes que pagar un precio
muy alto. No lo hagas... —Sus palabras terminaron en un jadeo ahogado.
Y mi respiración se detuvo en mi pecho.
El lord Hyhborn estaba allí de pie, con la luz de la luna incidiendo sobre su
cabeza inclinada y su pecho ensangrentado. Parecía un espíritu vengador conjurado
desde las profundidades de las pesadillas mientras sujetaba al panadero por el cuello
con una mano y por la muñeca con otra.
—Intentar capturarme fue una mala elección. —Su voz era tan suave y a la vez
tan fría que sentí un escalofrío de terror—. ¿Pero golpearla?
Mis labios teñidos de sangre se separaron cuando el Señor levantó al mortal
del suelo, imperturbable mientras Weber golpeaba el brazo que lo sujetaba.
—Ha sido un error fatal —gruñó el Hyhborn.
Weber se atragantó, con los ojos desorbitados.
La cabeza del Hyhborn se inclinó y varios mechones de cabello se deslizaron
hacia atrás. La luz de la luna se reflejó en su perfil y en su boca. Su sonrisa era tan
sangrienta como la mía. Torció bruscamente el brazo de Weber.
52
El crujido del hueso del panadero fue como un trueno. La daga cayó con un
ruido sordo. Su quejido sibilante dio paso a un gemido ahogado y agudo.
—Te... te recuerdo. —La cabeza del lord se enderezó—. Fuiste el que... me
atacó fuera de la taberna. —Extendió la mano, agarrando el otro brazo de Weber—.
Tú eres el que... me clavó un pincho... en el pecho.
Volví a apretarme contra la pared al chasquido del segundo hueso y se me cayó
la mano de la nariz ensangrentada.
—Y te reíste mientras lo hacías. —El lord de repente sacudió su mano hacia
atrás…
Me di la vuelta, pero seguí oyendo el crujido nauseabundo, seguí viendo el
blanco azulado y brillante del cartílago de la tráquea de Weber. Intenté no ver,
aunque ya lo había hecho hacía unos segundos.
—Y ese no será un sonido que vuelvas a hacer. —El lord arrojó a un lado el
amasijo de tejido y carne en ruinas. Dejó caer al panadero.
Con la bilis subiéndome por la garganta, me volví y miré hacia donde yacía
Weber, un montón de partes retorciéndose y con espasmos. Ya había visto bastantes
muertes. De niña, en las calles y en los orfanatos, incluso mucho antes de que mi lord
Hyhborn llegara a Union City. Había visto la muerte tantas veces, en mi mente y ante
mí: los que morían debido a enfermedades que se habían enconado y crecido en su
interior, y los que morían debido a los males que habían crecido en el interior de
otros. Había visto tanta muerte que creía que ya me había acostumbrado, y quizá en
cierto modo lo había hecho, porque no gritaba ni temblaba. Pero seguía siendo un
shock. Una pérdida, aunque Weber se lo buscara, pero yo...
Nunca le había sonreído.
—Tu intervención... era innecesaria —dijo el lord, atrayendo mi mirada hacia
él. Arrodillado, limpió la sangre de su mano en la camisa de Weber. Giró la cabeza
hacia mí y me pareció ver el principio de un ojo en la cuenca derecha—. Deberías
haberte quedado atrás.
Tardé un momento en encontrar las palabras.
—Estaba herido. Todavía está herido. —Y lo estaba. Su pecho se movía en
jadeos cortos y poco profundos. Incluso a la luz de la luna, podía ver que su piel había
perdido gran parte de su color. La violencia le había costado.
—Y tú eres... una mortal apenas capaz de defenderte a ti misma... o a otro. —
Se levantó, sus movimientos temblorosos—. Pero eres valiente... más valiente que...
muchos más fuertes que tú.
Se me escapó una carcajada.
—No soy valiente.
53
—Entonces, ¿cómo llamas a tus acciones de esta noche?
—Tontas.
—Bueno, existe la valentía tonta —dijo, suspirando mientras se acercaba a mí—
. Él... te golpeó.
Me hice a un lado, alejándome de él.
—Estoy bien.
El lord de Hyhborn se detuvo.
—Ya ni siquiera me sangra la nariz —divagué—. Apenas fue un golpe.
Pasó un momento de silencio.
—No voy a hacerte daño. —Sus hombros se tensaron—. Yo… no volveré a
hacerte daño.
Al menos tenía la conciencia de sí mismo para darse cuenta de que lo había
hecho, aunque sus acciones hubieran sido accidentales.
—¿Conocías... al hombre? —Se pasó una mano por la cara, por el cabello.
—Sí. Trabajaba en la panadería.
—Estaba... esperando fuera cuando salí de la taberna. Estaba con... otros dos.
El de la taberna... y otro que estaba allí bebiendo.
Abrí la boca y la cerré. Hablaba de Porter y probablemente de Mickie.
—Ya han hecho esto antes —continuó, con la voz cada vez más ronca.
Me estremecí. Para que supieran lo que el Perejil de Tontos haría a un Hyhborn
y tuvieran las cuchillas lunea, probablemente lo habían hecho más de una vez.
Luego se miró a sí mismo, presionando con el dedo justo debajo de la herida
del pecho.
—¿Duele? —solté otra pregunta increíblemente inútil.
Levantó la cabeza y ahora solo veía la línea recta de su nariz.
—Es como si me hubieran hecho un agujero en la cavidad torácica.
La bilis subió.
—Lo siento.
El lord volvió a quedarse quieto.
—¿Haces eso a menudo? Disculparte... por algo con lo que no has tenido nada
que ver.
54
—Estoy empatizando —le dije—. No hiciste nada para merecer eso, ¿verdad?
Solo estabas en la taberna, por... por la razón que fuera. Eso es todo. Nadie se merece
lo que te hicieron.
—¿Incluyendo un Hyhborn?
—Sí.
Hizo un ruido que sonó como una risa seca.
Respiré hondo.
—Necesito irme. Usted también. Los otros implicados en esto volverán.
—Y ellos también morirán. —Se giró, balanceándose.
El corazón me dio un vuelco de alarma.
—¿Milord?
—Necesito... tu ayuda. Otra vez. —Una respiración entrecortada le abandonó—
. Necesito limpiar. La lunea... contamina el cuerpo. Está en mi sangre y en mi sudor, y
el Perejil de Tontos... está dificultando... su eliminación. Necesito bañarme. Necesito
agua. Si no, no podré curarme completamente. Me desmayaré otra vez.
Miré a mi alrededor. Aquí no había agua, seguramente no la suficiente para
bañarlo o para que la ingiriera.
La tensión se apoderó de mis músculos mientras le miraba fijamente. La parte
lógica de mi cerebro me exigía que le dijera que no podía ser de más ayuda, que le
deseaba lo mejor y que me alejara todo lo que pudiera. Pero la otra parte, aquella con
la que nací y que siempre, siempre, ganaba a todo lo que mi mente me decía, me
exigía hacer exactamente lo contrario de lo que era inteligente y razonable.
Pero fue algo más que mi intuición. También era porque era él. Mi lord
Hyhborn... no, no era mío. Necesitaba parar con eso.
Miré hacia la puerta y luego a Weber, con las manos a los lados.
—¿Puede caminar?
No contestó durante un largo momento.
—Sí.
—Bien —susurré, dando un paso hacia él. Divisé la hoja blanca como la leche a
la luz de la luna. Me agaché, la recogí y miré más allá de él, hacia el oscuro pasillo—
. Quédese aquí. Esta vez de verdad.
El lord no contestó cuando pasé junto a él y me apresuré a volver a la caseta en
la que le habían retenido. La lámpara de gas seguía encendida. Caminé hacia delante,
con la mano apretada alrededor de la hoja de lunea mientras pateaba los cubos de
sangre.
55

CAPÍTULO 5

E
staba preocupada.
El lord de Hyhborn era fuerte, obviamente, pero solo había
podido dar unos pasos fuera de la caseta antes de que su respiración se
agitara. Tropezó. Salí disparada hacia delante, le rodeé la cintura con
un brazo y me aferré a él lo mejor que pude. Mi propia fuerza se resquebrajaba
rápidamente bajo su peso, pero la herida de su pecho volvía a sangrar y ya no solo
supuraba. Además, parecía más grande. No creo que sus otras heridas fueran mejor.
—Solo un poco más —le aseguré, esperando que Finn tuviera razón y Jac
estuviera ocupado hasta el amanecer, porque si no...
Sería malo.
Asintió; el cabello le colgaba en mechones alrededor de la cara. Fue la única
respuesta que obtuve cuando salimos del granero. Al cruzar el terreno irregular, miré
hacia el bosque y divisé la forma sombría de Iris pastando.
Apretando los dientes, avancé, deslizando los dedos por su cintura, ahora
resbaladiza. Me pareció una eternidad cuando llegamos a la puerta trasera de la casa
del herrero. El señor se apoyaba en el revestimiento de cemento típico de los
edificios de esta época, con la cabeza colgando sin fuerzas sobre los hombros.
—¿Quién vive... aquí? ¿El herrero?
—Sí. No debería volver hasta dentro de un rato —le aseguré—. Esto no es una
trampa ni nada.
—Eh... espero que no —dijo, inclinando la cabeza contra la pared, exponiendo
su garganta a la luz de la luna—. Te has tomado... muchas molestias innecesarias...
problemas innecesarios.
Mordiéndome el interior del labio, giré la manilla. O lo intenté. Mis hombros
se desplomaron.
—Está cerrada.
—Eso es... un inconveniente. —Inclinó su cuerpo hacia el mío. Levantó un puño
y golpeó la puerta, justo encima del picaporte. La madera crujió y se astilló,
explotando cuando su puño la atravesó.
Me quedé boquiabierta.
Metió la mano en el agujero y giró la cerradura.
56
—Ahí tienes... ya está. Ya no está cerrado.
Parpadeé mientras mis dedos revoloteaban hacia mi garganta. Esa misma
mano que acababa de atravesar una gruesa puerta de madera había estado alrededor
de mi garganta.
—Si no estuviera... debilitado —dijo, mirándome desde detrás de una cortina
de cabello—, te habría matado en cuanto hubiera tenido... tu garganta en mi mano.
Tienes suerte.
Mi mano bajó mientras mi corazón daba saltos. No me sentía muy afortunada
en ese momento. Por el contrario, sentía que esta vez me había metido en un lío.
El lord abrió la puerta de un empujón y casi se apartó a trompicones ante el
leve hedor a cerveza agria y comida en descomposición. Eché un rápido vistazo al
espacio, distinguiendo una pequeña mesa y ollas y sartenes sin lavar apiladas en un
fregadero. Mi mirada se dirigió hacia el arco y el estrecho vestíbulo que parecía
conducir a la entrada, que Jac probablemente utilizaba para reunirse con los clientes.
Muchos de los edificios de esta zona de Archwood tenían varios cientos de años, pues
habían sobrevivido a la Gran Guerra. Por lo tanto, eran más grandes, tenían muchas
cámaras y estaban construidos de forma totalmente distinta a la actual. Me volví,
divisando otra puerta al otro lado de la mesa.
Suponiendo que eso conducía a los dormitorios y, con suerte, a un espacio para
bañarse, ayudé al lord alrededor de la mesa de madera.
—Tú... no estabas en la taberna —roncó.
—¿Cómo lo sabe?
—Te habría… visto.
Arqueé una ceja.
—Estaba dando un paseo cuando me enteré de lo que había pasado.
—¿Dónde?
No contesté mientras abría la puerta de un empujón y le guiaba por el estrecho
pasillo.
—Has... estado en algún lugar cerca de... un jardín —dijo.
Giré la cabeza hacia él.
—¿Cómo sabe eso?
—Huelo... la tierra en ti —dijo, y fruncí el ceño, sin saber si eso significaba que
olía mal o no—. Toques de... de menta de gato y...
La sorpresa se apoderó de mí. Ese mismo día había estado jugando con la
menta de gato. Le miré fijamente.
57
—¿Cómo huele eso?
—Solo puedo —murmuró mientras se zafaba de mí, balanceándose. Me
acerqué a él, pero me hizo un gesto para que me apartara—. Estoy bien.
No estaba tan segura de ello cuando miré hacia delante. Había otra puerta
entreabierta.
Su respiración era agitada mientras usaba la pared como apoyo.
—¿La menta de gato?
—Estuve recortando algunas hoy temprano.
Hizo un sonido parecido a un zumbido.
—Me... gusta el olor... de esos.
—A mí igual. —Exhalando un suspiro, empujé la puerta. La luz de la luna
entraba a raudales por la ventana, arrojando una luz plateada sobre una cama y una
habitación sorprendentemente ordenada que olía a ropa recién lavada.
El lord entró arrastrando los pies en la recámara. Cerrando la puerta tras él,
eché el minúsculo cerrojo de gancho y ojo, como si eso fuera a impedir que entrara
un conejo, y mucho menos otra persona.
Se sentó pesadamente en el borde de la cama. Me detuve, con la mano
apretándome el pecho mientras él se agarraba las rodillas, ligeramente doblado por
la cintura. Empecé a preguntarle si estaba bien, pero me detuve. No lo estaba. En
absoluto. Ver a alguien así hizo que se me revolviera el estómago.
Me aparté de él, busqué una lámpara cerca de la cama y la encendí. La luz
mantecosa iluminó el espacio mientras cruzaba la cámara, empujaba la siguiente
puerta y entraba. Sentí alivio al ver el tipo de cabina de ducha de los edificios más
antiguos. No era muy grande, pero serviría.
—Puede asearse aquí.
—Voy a necesitar un minuto —balbuceó—. La recámara parece estar
moviéndose.
Al volver a la alcoba, miré a mi alrededor y vi un armario. Me apresuré hacia
él y saqué la daga de lunea del bolsillo de mi capa, medio sorprendida de no haberme
apuñalado con ella. La coloqué sobre el armario y vi un frasco cerrado de lo que
parecía agua en una mesita frente a la cama. Me la acerqué a la nariz, olfateé y, al no
oler nada, me serví un vaso y bebí un trago.
—¿Ayudará esto? Es solo agua, pero tibia.
—Debería.
Le entregué el vaso, dando un paso atrás. Primero dio un pequeño sorbo y
luego se bebió el vaso entero.
58
—¿Más?
—Creo que... debería dejar que eso... se asiente primero.
Le quité el vaso y lo puse sobre la mesa.
—¿Todavía se mueve la habitación?
—Desgraciadamente. —Sus manos cayeron al borde de la cama—. Las piernas
no se sienten unidas en este momento y la luz... mis ojos... no están preparados para
ello.
Maldije, no haber pensado en eso.
—Lo siento —murmuré, apagando rápidamente la lámpara.
El lord se había callado cuando me enfrenté a él. El temor aumentó a medida
que me acercaba a él, uno de los seres más poderosos de todo el reino, y él estaba...
estaba temblando. Las piernas. Los brazos.
—¿Es la cicuta o... la pérdida de sangre?
—Ambas... y la lunea. Solo eso nos debilita, nos enferma —explicó—. Cuando
cualquier… hoja de lunea queda en nosotros o su herida queda sin tratar, se convierte
en una toxina, descomponiendo nuestros tejidos… —Sus grandes hombros se
curvaron hacia dentro—. Otro de mi especie necesitaría mucho más que agua y
tiempo para curarse.
Significaba que si no fuera un lord, las heridas probablemente habrían acabado
con su vida. Sentí la necesidad de disculparme de nuevo, pero logré contenerme.
Tenía que limpiarlo y sacarlo de aquí antes de que otros vinieran a ver cómo
estaba... o Weber.
—¿Qué necesitarían? —pregunté, por si el agua no era suficiente, mientras me
arrodillaba ante él—. ¿Para curarse?
—Ne... necesitaría alimentarme.
—Um. —Miré hacia la puerta—. Probablemente pueda encontrarle algo de
comer.
—No estoy hablando... de comida.
Levanté las cejas mientras tanteaba en la oscuridad, pasando las manos por
encima de su bota hasta encontrar la parte superior. En el poco tiempo que Claude y
yo habíamos intimado, había adquirido bastante experiencia desnudando a un
hombre medio inconsciente, pero aún me sentía un poco fuera de mi elemento
cuando agarré la caña de la bota y tiré de ella.
—¿De qué está hablando?
59
De repente, un suave resplandor cobró vida, atrayendo mi mirada hacia arriba
mientras me dirigía a su otra bota. Levanté la vista y vi que había agarrado una vela
de la mesilla y la había encendido... con su tacto. Mis labios se separaron con una
suave inhalación al recordar exactamente lo que era.
—¿Cómo... hizo eso?
—Magia.
Levanté las cejas. Nunca había visto a un Hyhborn utilizar los elementos.
—¿En serio?
—No.
Me quedé mirándole un segundo y luego negué con la cabeza. Nerviosa, le
agarré la otra bota.
—¿La luz de las velas le hace daño en los ojos?
—No —respondió.
No estaba segura de creerle mientras dejaba caer su bota. Eché un vistazo a la
cámara de baño y tomé la vela.
—Le prepararé la ducha. —Me levanté—. Pero no puedo prometerle que esté
caliente.
—Todo irá bien.
Mordisqueándome el labio, volví a entrar en la cámara de baño y coloqué la
vela en un estante. Eché un vistazo a mi reflejo y me estremecí. La piel se me había
partido a lo largo del puente de la nariz y ya tenía los ojos hinchados. Mi nariz no
parecía rota, pero no tenía ni idea de cómo iba a explicárselo a Grady.
Me acerqué a la ducha y accioné rápidamente los botones de la pared. Un
chorro constante de agua golpeaba el suelo de porcelana de la cabina. Metí la mano
bajo el chorro. La sangre corría entre mis dedos y salpicaba el suelo mientras
probaba la temperatura. No estaba muy caliente, pero tampoco helada. Me lavé la
sangre de la otra mano y me giré.
El lord se apoyó en el marco de la puerta. Cómo se movía tan silenciosamente
estando herido y siendo tan... bueno, tan grande, era algo que me superaba.
—¿Debería estar de pie? —pregunté.
—La recámara dejó de moverse.
—Eso suena bien... —Me quedé a medias mientras se alejaba del marco de la
puerta.
60
Su cabeza colgaba débilmente mientras se llevaba la mano a los pantalones. Al
darme cuenta de que estaba a punto de desnudarse, empecé a apartarme. Sin
embargo, sus dedos tantearon, casi inútiles mientras tropezaba.
—Joder.
Me abalancé sobre el Hyhborn. Su peso era inmenso, la carne desnuda de su
pecho era caliente mientras mantenía mis brazos alrededor de él.
—¿Está bien?
Se estabilizó un poco.
—Sí.
Empecé a soltarlo, pero empezó a tambalearse.
—No está bien.
—Sí —repitió, rodeándome para poner una mano en el borde del lavabo.
Con la garganta seca, miré por encima del hombro hacia el agua que corría,
con la mente acelerada. Luego miré el largo de la capa que llevaba y, por último, sus
pantalones. Suspiré.
—¿Puedes agarrarse al lavabo un momento?
Cabizbajo, asintió.
Aparté los brazos y esperé a ver si se caía. Cuando no lo hizo, me quité las botas
y las pateé de vuelta a la alcoba. Me desabroché los broches de debajo del cuello.
—¿Qué estás haciendo? —raspó, con la voz ronca.
—Tiene que asearse, ¿verdad? —Dejé caer la capa al suelo—. Y no parece que
vaya a poder hacerlo por su cuenta.
—Y yo que pensaba... —Se estremeció, con espasmos en los músculos de los
brazos—. Pensé que planeabas aprovecharte de mí.
Me quedé helada.
—¿Hablas en serio?
—No. —Pareció estremecerse—. La habitación se mueve de nuevo, na'laa.
Maldita sea. Me quedé quieta, pensando que podría ayudar si no me movía.
Espera, espera. ¿Cómo me llamó? ¿“Na'laa”?
—Es enochiano. —Un brazo cayó para descansar sobre su rodilla doblada—.
Una frase... en nuestro idioma.
Sabía que los Hyhborn tenían su propia lengua, pero nunca la había oído
hablar.
—¿Qué significa?
61
—La palabra… tiene muchos significados. Uno de ellos es... se usa para
describir... a alguien que es valiente.
Mis mejillas se calentaron por alguna razón.
—Debe de haber... debe de haber… mucha actividad de conjuradores en tu
ciudad —dijo al cabo de un momento.
Pensando en todas las veces que en el pasado me habían acusado de ser una
persona así, le miré.
—Sinceramente, no sé si existe —respondí—. Ni siquiera estoy segura de creer
que sea posible nada de lo que se dice que se puede hacer con la magia de huesos.
—Oh, es real. —Le temblaban los brazos mientras se sostenía—. Ingerir nuestra
sangre mataría a un mortal, pero alisarla... ¿sobre una herida? ¿Una cicatriz? Se
curará. Rocíala en tierra estéril y los cultivos florecerán. Entierra una mano... en tierra
recién arada, y los cultivos florecerán también, insensibles... a la sequía o la
enfermedad. —Su barbilla bajó aún más—. Nuestros dientes caídos en el agua
pueden crear monedas.
—¿En serio? —La duda se coló en mi tono al darme cuenta de que su sangre se
había filtrado a través de mi capa y manchado el camisón.
—De verdad —confirmó—. Pero eso no es todo.
—Claro que no —murmuré.
—Llevar un ojo nuestro… cerca advertirá al portador de cualquiera… que se
acerque —continuó, y yo ni siquiera quería saber cómo se llevaba un ojo. Podría
pasarme toda la vida sin saberlo—. Nuestras lenguas forzarán la verdad... de
cualquiera que hable, y entretejer mechones de nuestro cabello... ¿entre los suyos?
Asegurará que uno permanezca... en buena salud mientras el cabello permanezca en
su lugar. Nuestros huesos… pueden restaurar la salud.
—Oh —susurré, algo paralizada.
—Enterrar nuestros dedos de manos y pies... traerá agua de las profundidades
de la tierra —continuó—. Tiras de nuestra... de nuestra piel colgadas encima de una
puerta ahuyentarán a los nix.
—Qué asco. —Sin embargo, la mención de la criatura me produjo un escalofrío.
Los nix estaban emparentados de algún modo con los Hyhborn y se encontraban en
los bosques donde normalmente solo entraban los cazadores de caza mayor,
especialmente en los Wychwoods, el vasto bosque sagrado donde se rumoreaba que
había árboles que sangraban. Los bosques bordeaban los territorios de las Tierras
Bajas y las Tierras Medias y llegaban hasta las Tierras Altas. Las criaturas que se
encontraban en su interior no parecían ni remotamente mortales y eran más
62
aterradoras que los osos pajareros: arañas ridículamente grandes y horripilantes con
garras. Nunca había visto uno, ni un oso pajarero ni un nix.
—¿Qué aspecto tienen? ¿Los nix? —pregunté.
—¿Has… visto una Rae?
Me estremecí, pensando en los jinetes Hyhborn que eran más hueso que carne.
—Una vez.
—Imagina eso... pero más delgado, más rápido y con dientes y garras afilados
—me dijo—. Y pueden meterse en tu cabeza, hacerte creer que estás viendo y
experimentando... lo que no existe.
Me puse rígida y se me cortó la respiración.
—Así que tal vez… saber cómo son ya no hace que colgar la piel a las puertas
sea demasiado repugnante —comentó—. Luego están… están nuestras pollas.
—Lo siento —me atraganté—. ¿Qué?
—Nuestras pollas, na'laa —repitió—. Estar en posesión... de uno asegurará que
el dueño... tenga una unión muy... fructífera.
Abrí la boca, pero me quedé sin palabras durante varios segundos.
—Hay una parte de mí, una enorme parte de mí, que lamenta haber tenido esta
conversación.
—Hay más —dijo, y me pareció que su tono se había aligerado. Casi burlón—.
Ni siquiera he llegado a lo que nuestros músculos...
—Genial —murmuré—. ¿Sigue moviéndose la recámara?
—No.
Gracias a los dioses. Tomé los tirantes de mi camisón.
—Nuestro semen —dijo, y me detuve—. Se sabe que es un... poderoso
afrodisíaco. Algunos lo mezclan con hierbas para frotarse... sobre sí mismos. Otros
beben...
—Entiendo —le corté, habiendo oído hablar de pociones que prometían
aumentar el placer de quienes las usaban—. Para que quede claro, no busco su
sangre ni su...
—¿Ni mi semen? —terminó.
—Definitivamente, eso no —espeté.
—Qué pena.
Sacudiendo la cabeza, me quité el camisón. Me negué a pensar en lo que estaba
haciendo mientras mi piel desnuda se erizaba en el calor húmedo.
63
—Estoy desvestida, por cierto.
—Eso sonó extrañamente... como una advertencia —murmuró—. Como si
saber que estás desnuda me impidiera... que mirara.
—No es una advertencia. Es solo para que lo sepa para que sea educado y no
mire.
—Sé que nosotros... no nos conocemos, pero tú... ...deberías saber que no soy
conocido... por ser educado.
—Puede intentarlo. —Me arrodillé a su lado y vacilé al darme cuenta de lo que
estaba haciendo.
Estaba desnudando a un Hyhborn... un lord Hyhborn.
Naomi estaría tan celosa.
Conteniendo una carcajada, me acerqué a la solapa de sus pantalones y
empecé a desabrochar los botones. El dorso de mis manos rozó algo en lo que
también me negaba a pensar, lo que le hizo aspirar la respiración más profunda que
le había oído aquella noche.
—No se mueva.
—Me mantengo quieto, pero... estás de rodillas, tus dedos están cerca de mi
polla, y actualmente estás gloriosamente desnuda, así que...
Desabroché el último botón y puse los ojos en blanco.
—Ni siquiera puede valerse por ti mismo y ahora mismo le están volviendo a
crecer globos oculares. Lo último que necesita es pensar en mí de rodillas, en su polla
o en mi desnudez.
—Me han vuelto a crecer los ojos, na'laa.
Levanté la barbilla. La maraña de cabello le tapaba la cara, pero tenía la cabeza
vuelta hacia mí. Mi mirada se posó en sus manos, en sus largos dedos que
presionaban el borde del lavabo.
—Así es como... sé que estás gloriosamente desnuda —continuó.
Los músculos se me enroscaron en el estómago, robándome el aliento.
Dioses, eso era lo último que necesitaba sentir ahora.
Terminé rápidamente con el último botón, tal vez con demasiada brusquedad
porque su gemido grave me quemaba la punta de las orejas. Le bajé los pantalones...
—Yo me encargo —murmuró.
No estaba segura de que pudiera, así que cuando me levanté, me coloqué
detrás de él. Mantuve la mirada clavada en su espalda mientras se quitaba los
pantalones con dificultad y me aparté cuando terminó y empujó el lavabo. Dio un paso
64
y empezó a tambalearse de nuevo. Lo sujeté y le rodeé la cintura con un brazo. Apoyé
la mano en su estómago y me tensé.
No había voces.
Ni imágenes.
¿Sería como con una caelestia, donde tendría unos minutos dichosos de poder
tocarles? Aunque todavía tenía que concentrarme para evitar deslizarme en sus
mentes incluso en esos breves minutos.
—Me equivoqué. —El lord se inclinó hacia mí, su cadera presionando mi
estómago—. No lo tengo.
Le ayudé a acercarse a la caseta, incapaz de ignorar su tacto. Su piel estaba
increíblemente caliente.
—Hay un pequeño saliente para pisar —le advertí.
Asintió y levantó el pie por encima de la cornisa mientras yo le seguía, sin dejar
de rodearle con el brazo.
Y manteniendo los ojos fijos arriba, en la baldosa blanca de la caseta.
La caída del agua fue un poco chocante cuando nos metimos bajo la corriente
y su cuerpo se llevó la peor parte. Me agarré y cerré la mano en un puño mientras él
se giraba y apoyaba una mano en el azulejo, de cara al chorro. Levanté la vista y me
encontré con su cabeza inclinada hacia atrás, exponiendo su cara y su pecho a la
ducha.
Su gemido fue... fue francamente pecaminoso mientras el agua le corría por la
cara y el cabello. El calor volvió a subirme por la garganta mientras seguía con la
mirada el agua que bajaba por los músculos de su espalda, dejando rastros en la
sangre seca y en las curvas, bastante firmes, de su culo.
Apretando los ojos, me ordené a mí misma que me controlara. Los Hyhborn
eran agradables a la vista. Eso ya lo sabía. Todo el mundo lo sabía. No importaba que
fuera un buen culo. Un culo era un culo. No había nada espectacular en ningún culo,
incluido el suyo.
Al abrir los ojos, quise darme una bofetada cuando el agua que se arremolinaba
alrededor del desagüe se tiñó de rojo.
—¿Cómo se encuentra?
—Mejor.
Levanté la mirada hacia la mano sobre la baldosa. Su brazo seguía temblando.
Manchas azules y moradas marcaban su carne. Me invadió la ira.
—Le han hecho mucho daño.
65
—El Perejil de Tontos había... hecho efecto justo cuando salí de la taberna.
Creo que esperaban que tuviera un efecto mayor más... rápido.
Se puso rígido cuando alargué la mano para recoger el jabón que había visto.
El esfuerzo hizo que mi pecho desnudo chocara contra su espalda. El contacto fue
breve, pero lo suficiente para que me recorriera un escalofrío de conciencia. Agarré
la barra y me eché hacia atrás.
—Ese... me saltó encima.
—¿Weber?
Asintió con la cabeza.
—Entonces se unieron los otros dos. Había otros dos... que no reconocí.
Suponiendo que se refería a Finn y Mickie, aparté lentamente el brazo de él.
Cuando permaneció erguido, me froté el jabón entre las manos.
—Cuando lo atacaron... ¿se defendió?
—Maté a uno de ellos... antes de desmayarme.
Me quedé sin aliento cuando me detuve, con la espuma corriéndome por el
brazo. De acuerdo. Tal vez no estaba hablando de Finn y Mickie. ¿Cuánta gente en
Archwood estaba involucrada en esto? Había que avisar al Barón. Arrastrando el labio
entre los dientes, le puse la mano en la espalda. Sus músculos se tensaron bajo mi
palma, pero no se apartó. Le pasé la mano por la espalda, limpiando la sangre que
había allí.
—¿A los que oíste hablar esta noche? —preguntó—. ¿Les… los oíste decir algo
más?
Reflexioné sobre lo que había oído.
—En realidad, sí. Hablaron de alguien a quien llamaban Muriel.
El lord se puso rígido.
—¿Sabes quién es?
—Sí —dijo, y no dio más detalles.
Me escocía un poco la nariz al llegarme el chorro de agua.
—¿Le ha pasado esto antes?
Una risa áspera y seca salió de él.
—No. Pero debería haber tenido más cuidado. No es que desconozca la cicuta
y su efecto en los de mi especie. Yo solo...
Me moví y le pasé la mano enjabonada por la cadera y volví a subirla, teniendo
en cuenta los moratones mientras me concentraba en el tacto y la textura de su piel.
Me recordaba al mármol o al granito.
66
—¿Qué?
—Simplemente me descuidé —reveló después de que levantara la mano.
—Bueno, nos pasa a los mejores, ¿no? —Volví a enjabonarme la mano y me
desplacé al otro lado de su espalda.
Su cabeza volvió a inclinarse hacia atrás, haciendo que los bordes de su cabello
me rozaran los dedos cuando pasé ligeramente la mano por su hombro. Parecía haber
un... un tenue brillo en su piel, pero no estaba segura de si era eso lo que estaba
viendo.
—Seguro.
En el silencio que se hizo entre nosotros, me perdí un poco en tocar a alguien,
tocarlo a él. No oí ni sentí nada. Ningún futuro violento o susurros de conocimiento —
cosas detalladas imposibles de saber para mí. Sus nombres. Edades. Si estaban
casados o no. Cómo vivían. Sus secretos y deseos más íntimos, que eran lo que Claude
encontraba más valioso.
Solo estaban mis propios pensamientos. Incluso con Claude, habría tenido que
tener cuidado, y ya habría empezado a oír sus pensamientos. La única vez que
experimenté esa nada fue cuando bebí lo suficiente para embotar mis sentidos, pero
al hacerlo también emboté todo lo demás, incluidos mis recuerdos. Cuando tocaba a
alguien, no había necesidad de imaginar esa cadena mental, pero con este lord, no
había nada.
Me recorrió un escalofrío. Tal vez estaba demasiado distraída, demasiado
abrumada para que mi intuición hiciera efecto. No lo sabía y, en aquel momento, me
daba igual. Cerrando los ojos, me permití... Me permití disfrutar de esto. El contacto.
La sensación de la piel de otra persona bajo mis palmas. La forma en que los músculos
se tensaban y se movían bajo ellas. Podría hacerlo para siempre.
Pero no teníamos para siempre.
—¿Qué... qué estaba haciendo en el Twin Barrels? —pregunté, aclarándome la
garganta—. No es un lugar frecuentado por los Hyhborn de Primvera.
—No soy... de Primvera —dijo, confirmando lo que Mickie creía—. Había
quedado con alguien. Me sugirieron el lugar.
Miré hacia su nuca.
—¿Se reunió con ellos?
—No. —Inclinó la cabeza hacia el otro lado—. Y no creo que me busquen.
No necesité mi intuición para darme cuenta de que quienquiera que fuera a
reunirse allí podría haberle tendido una trampa. Incluso podría haber sido este
Muriel.
67
—¿Alguien le estará buscando? ¿Como un amigo?
Asintió con la cabeza.
—Con el tiempo.
Fue un alivio.
Hasta que se dio la vuelta en la pequeña caseta y me encontré de repente a la
altura de la herida de su pecho.
Separé los labios al ver que la herida se había reducido de nuevo, esta vez al
tamaño de una pequeña moneda de oro. La mayor parte de la sangre había
desaparecido, salvo algunas manchas aquí y allá, pero quedaba esto... Entrecerré los
ojos. Había unos puntitos blanquecinos esparcidos por el pecho y el estómago...
No me permití mirar más allá mientras se movía ligeramente. Me llegó más
agua tibia.
—¿Qué está... saliendo de su piel? ¿Es la cicuta?
—La mayor parte de eso se ha ido ahora —dijo—. Estás viendo las secuelas de
lo que hace una hoja de lunea. Una vez que la hoja golpea nuestra carne, también
actúa como un veneno. Nos corroe, llega a nuestra sangre y luego... nos quema por
dentro, como lo haría la fiebre con un mortal. Mi cuerpo lo está expulsando.
—Oh —susurré, algo fascinada y perturbada por ello. Por todo esto. Todo
parecía demasiado surrealista. La conversación que escuché y la alocada huida hacia
la ciudad. Descubrir que era él a quien mi intuición me había guiado. Estar en la ducha
con él… Su cuerpo.
Había visto a muchos hombres desnudos en diferentes situaciones. Algunos
como Grady, cuya contextura estaba afilada por el entrenamiento y el manejo de una
espada, y otros que eran más blandos que yo, y algunos incluso como Claude, que
era esbelto por naturaleza. Pero este señor era... era diferente.
Lentamente, levanté mi mirada hacia la suya. Sus ojos... Estaban
definitivamente regenerados, y exactamente como los recordaba. Una explosión de
remolinos azules, verdes y marrones. Eran tan extraños y tan hermosos. Eché un
vistazo a sus rasgos. Los moratones habían desaparecido casi por completo de su
cara. No era lo único que faltaba.
—Las marcas de su cara —dije, frunciendo las cejas—. Ya no están.
Inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Marcas? No estoy seguro de lo que hablas.
—Tenías...tenías esas marcas en la cara, a lo largo de la mandíbula y la sien.
Parecía un tatuaje —le dije—. Pero parecía provenir del interior de tu piel.
Los colores de sus iris se ralentizaron y luego se calmaron.
68
—Creo que te has equivocado con lo que has visto —dijo, bajando la barbilla—
. Debe haber sido sangre o suciedad.
—Tal vez. —Se me puso la carne de gallina al sentir el repentino frescor de la
cámara de baño. Di un paso atrás, nerviosa—. Creo que...
—¿Quieres tocarme? —preguntó.
El aliento que tomé se fue a ninguna parte mientras mi mirada se disparaba de
nuevo a la suya.
—¿Qué?
—Que sigas bañándome —aclaró, bajando las gruesas pestañas—. Esto me
está gustando mucho. —Hubo una pausa—. Y creo que tú también lo disfrutas.
Estaba disfrutando mucho tocándole. Tragué saliva mientras permanecía de
pie. Mechones de cabello mojado se habían soltado y se me pegaban a las mejillas
mientras apretaba el jabón. Ayudarlo no parecía tan necesario en ese momento. Su
voz era más fuerte. Por la subida y bajada de su pecho y porque hacía menos pausas
entre palabra y palabra, ya no respiraba con dificultad. Probablemente podría
terminar de limpiarse, sobre todo si era capaz de disfrutar de aquello.
Pero yo... era... imprudente, más que un poco tonta, y tenía un larguísimo
historial de tomar malas decisiones en la vida a pesar de saber que no debía hacerlo.
Y... podía tocarlo.
Con el estómago revuelto, puse una mano enjabonada sobre su pecho. Pareció
inhalar profundamente, o tal vez fui yo. No estaba segura mientras pasaba la palma
de la mano por su piel y observaba cómo las gotas blancas desaparecían en la
espuma. No me acerqué a la herida del pecho ni a las de los brazos, aunque tenían
mucho mejor aspecto, casi completamente cerradas. Volví a enjabonarle y deslicé la
palma sobre su vientre.
Sujetándome el labio entre los dientes, acerqué la mano a su ombligo. Tenía el
pulso acelerado y sentía la piel caliente a pesar del frescor del agua y del aire. Cerré
los ojos mientras mi mano se deslizaba por su cadera, a lo largo del interior y sobre
el músculo tenso. No fui más lejos. Quería hacerlo, pero me parecía muy inapropiado.
Los músculos bajo mis dedos se tensaron y abrí los ojos para ver lo que había
conseguido con mi duro trabajo. La sangre había desaparecido y ya no veía esas
pequeñas motas que aparecían donde se había ido la espuma. Aparte de la herida,
tenía mucho mejor aspecto. El tono de su piel se había vuelto más moreno que
arenoso, y su cuerpo...
Aún no se le veía ni una sola hebra de vello corporal. Parecía tallado en mármol,
con cada línea y cada músculo perfectamente definidos. Bajé la mirada, atraída
irresistiblemente por su gruesa y dura longitud.
69
Dios mío... Nunca había pensado que la polla de un hombre fuera tan atractiva
a la vista, pero la suya era como el resto de él. Impresionante. Impresionante.
Brutalmente hermosa.
—¿Na'laa?
Un torrente de calor húmedo inundó mi interior.
—¿Sí?
—Me estás mirando.
Mi pecho se levantó bruscamente. Lo hacía. No podía negarlo.
—No pasa nada. —Su aliento bailó sobre mi cabeza y el mío se entrecortó.
¿Estaba más cerca? Lo estaba—. También te estoy mirando.
No dijo mentiras. Sentía sus ojos clavados en mí. Había sentido su mirada
recorriendo mi frente, bajando por mi nariz y sobre mis labios, como la mía había
recorrido su pecho. La intensidad de su mirada era como una caricia, deslizándose
hacia abajo. Sentí un cosquilleo en la punta de los pechos cuando su mirada continuó,
igual que la mía, recorriendo la curva de mi cintura, las caderas y los muslos, y entre
ellos, donde me dolía... donde quería... Quería que me tocara.
—No deberías —susurré—. Estás herido.
—¿Y?
—¿Y? —repetí. Sentí un remolino en el estómago—. No sé en qué estás
pensando...
—Creo que eres bastante consciente de lo que estoy pensando.
Un aliento embriagador me abandonó.
—Deberías tener otras cosas en la cabeza.
—No cuando tengo ante mí a una mujer hermosa, que ha sido valiente y
amable, prestándome ayuda en momentos de necesidad, arriesgándose y sin pedir
nada a cambio.
Mi risa sonó temblorosa.
—No hay necesidad de adulación.
—Solo digo la verdad. —Sus palabras me rozaron la mejilla, encendiendo un
estremecimiento en mi interior.
Respiraba con dificultad. Por enésima vez aquella noche, me pregunté qué
demonios estaba haciendo. Pero seguía allí de pie, con el pulso acelerado, mientras
mis ojos volvían a su mano y a sus dedos, ahora doblados. Las puntas estaban
apretadas contra la cerámica.
El aire se escapaba de mis labios. Sus dedos abollaban la baldosa de cerámica.
70
El lord levantó la mano y me tomó la barbilla. Un sonido extraño subió por mi
garganta, uno que no creía haber hecho nunca. Apenas pude contener el gemido. Su
tacto era ligero como una pluma, apenas perceptible, pero mis sentidos se volvieron
locos. Lo sentí en cada parte de mi ser. Me echó la cabeza hacia atrás. Sus ojos...
aquellos colores eran un caleidoscopio vertiginoso, y en sus pupilas aparecieron
manchas blancas. Nuestras miradas se conectaron, y me preparé por costumbre,
pero... seguía sin ver ni oír nada.
Sus dedos —los mismos que acababan de abollar la cerámica— rozaron mi
mejilla, atrapando allí los mechones de cabello. Unas burbujas jabonosas se colaron
entre mis dedos mientras permanecía allí, con el corazón desbocado. Me recogió el
cabello detrás de la oreja, deslizó la mano hasta la mandíbula y juraría que sentí aquel
ligero roce por todo el cuerpo. Su otra mano encontró el jabón que tenía en un apretón
mortal. Me lo quitó de los dedos y lo colocó en la repisa.
El calor regresó, enrojeciendo mi piel e invadiendo mi sangre. Me dolía el
pecho, me pesaba. El deseo, caliente y oscuro, palpitaba en mi interior. Apenas me
había tocado. Un leve roce en la mandíbula y todo mi cuerpo palpitó. Nunca en mi
vida me había sentido tan... tan visceralmente afectada.
El lord se acercó más, como si yo se lo hubiera pedido, y eso fue solo un
pensamiento tonto, pero de alguna manera, yo también me había movido. Su polla
rozó mi vientre, y me estremecí, mi mismo núcleo apretándose. Pequeños temblores
sacudieron todo mi cuerpo. Prácticamente me dolían los dedos de querer tocarlo.
La necesidad de tocarlo.
71

CAPÍTULO 6

N
unca había sentido tanta necesidad. Me dolía mientras levantaba la
mano...
Entonces me di cuenta.
El porqué de esa necesidad.
Los Hyhborn exudaban sensualidad, en sus voces y en su tacto, y esa
exuberancia carnal se derramaba en el aire a su alrededor, influyendo incluso en el
más pío de los lowborn para ser un poco perverso. Por eso las próximas Fiestas se
convertían exactamente en lo que le había dicho antes a Naomi: una indulgencia
decadente en todas las cosas carnales.
Esa tuvo que ser la causa de mi reacción hacia él.
Eso y el hecho de que él era, bueno, más que agradable a la vista, y ambos
estábamos completamente desnudos.
El corazón me latía tan deprisa que creí que me iba a dar un ataque cuando
bajé la mirada y me fijé en la herida de su pecho.
La visión de la herida casi curada hizo aflorar una semblanza de sentido común.
Respiré hondo y di un paso atrás. Su mano se apartó de mi mandíbula, dejando
tras de sí un remolino de cosquilleos.
—Necesito secarme. Con permiso. —Salí de la cabina y agarré rápidamente
una de las toallas. La envolví a mi alrededor, luego recogí mi ropa y salí rápidamente
de la recámara de baño.
Al entrar en la habitación desconocida, el agua me goteaba. Me sequé
apresuradamente, con la mente hecha un lío, mientras me dirigía al armario. Busqué
hasta encontrar una camisa adecuada. No podía volver a ponerme el camisón. Tendría
que quemarlo. Quizá también la capa, algo que nunca me habría planteado en mi
época anterior a Archwood. Ensangrentada. Sucia. No había importado. La ropa había
sido simplemente ropa.
La camisa que saqué era suave y desgastada, me llegaba a las rodillas. Era
completamente inapropiada para ir vestida así, pero no tenía forma y cubría lo mismo
que el camisón que me había puesto y la mitad de mis batas. Además, acababa de
estar completamente desnuda.
Me sentía diferente.
72
Al igual que la reacción casi salvaje hacia él, mi deseo de él. Era demasiado
animal, demasiado primitivo.
Rebuscando en el armario, encontré un par de calzoncillos limpios que
parecían servirle al lord. Los saqué, junto con otra camisa blanca, y coloqué ambos
sobre la esquina de la cama.
Al oír cómo se cerraba el grifo, me aparté los mechones de cabello sueltos del
cuello de la camisa. Me dirigí a la mesita, encendí la lámpara y me serví un vaso de
agua para él y otro para mí. Me bebí el líquido, pero no me ayudó a calmar el corazón
ni los nervios. Me senté en el borde de la cama, pensando que probablemente
debería haberme tomado el tiempo de salir corriendo.
No tenía ni idea de qué hora era, pero las calles de la ciudad, fuera de casa,
estaban tranquilas. Solo faltaban unas horas para que amaneciera. Me toqué el puente
de la nariz e hice una mueca de dolor sordo. ¿Cómo iba a explicar esto?
Al oír abrirse la cámara de baño, bajé la mano a mi regazo.
—Hay agua en la mesa —le dije—. Le he servido un vaso y le he encontrado
algo de ropa que podría quedarle bien.
—Se agradece.
Me asomé entonces y mi mirada recorrió los músculos de su espalda mientras
caminaba hacia el armario. No llevaba nada más que la toalla que le envolvía las
caderas, y eso era, bueno, sencillamente indecente de la forma más deliciosa que yo,
desde luego, no reconocía.
El lord guardó silencio mientras bebía el agua, llenaba un tercer vaso y se lo
terminaba también. Era bueno que bebiera tanta agua. Vi cómo dejaba el vaso sobre
la mesa y se volvía hacia la ropa. Recogió los calzoncillos negros.
—Con estos bastará —dijo.
—Bien.
Desabrochó la toalla y aparté rápidamente la mirada, con la cara acalorada a
pesar de todo lo que había dicho. Cuando me aseguré de que estaba al menos
parcialmente vestido, eché un vistazo y vi que se había puesto los calzones. Le
quedaban holgados en la cintura y le colgaban de las caderas.
Parpadeé sorprendida. Las heridas de los brazos y el pecho parecían haber
desaparecido casi por completo. Le miré a la cara. Los leves rastros de magulladuras
que habían quedado mientras estaba en la ducha habían desaparecido por completo.
Sentí un hormigueo al contemplar los pómulos altos y angulosos y la nariz recta y
orgullosa del lord. Su mandíbula cortaba una línea dura y tallada, y su boca era ancha
y exuberante. Sus rasgos, ahora visibles sin los moratones, eran casi felinos. Era como
73
contemplar una obra de arte que uno temía apreciar porque su belleza resultaba
inquietante.
—Tus heridas —logré decir.
—Se están curando —respondió. Tenía el cabello retirado de la cara—. Gracias
a ti.
Sentí un aleteo inestable en el pecho.
—No hice mucho.
Me miró un momento.
—¿Sabes por qué los Hyhborn tienen un efecto tan sensual en los mortales?
Su pregunta me pilló desprevenida y tardé un momento en responder.
—Sé algunas... cosas sobre lo que ayuda a fortalecer a un Hyhborn.
Un lado de sus labios se curvó hacia arriba.
—¿Y estas cosas que sabes implican placer?
—Sé que los Hyhborn... —Luché por encontrar una palabra exacta para
describir lo que había oído.
El lord, sin embargo, no lo hizo.
—¿Se alimentan?
Asentí, sintiendo que mi piel se calentaba un poco.
—No estoy segura de cómo te he ayudado en esa área.
—Na'laa —murmuró, riendo entre dientes—. Encontraste un gran placer en
ayudarme en la ducha. No es que no lo sepas.
Cerrando la boca de golpe, aparté la mirada. No lo ignoraba. Simplemente
había olvidado en el momento que mi placer en el simple acto de tocarle era algo que
podía ayudarle.
—No solo nos alimentamos del placer de los demás —añadió al cabo de un
momento—. También nos alimentamos de nuestro propio placer. Yo también disfruté
de la ducha.
Lo miré de reojo, por alguna estúpida razón complacida de que lo hubiera
disfrutado.
—Pero hiciste más de lo que crees —continuó—. Has salvado vidas esta noche.
¿Vidas? Concretamente la suya. Incómoda con esa idea y aún más que me
inquietara ese hecho, me retorcí.
—No lo sabes. Podrías haber escapado.
74
—Oh, definitivamente habría escapado una vez que volviera en mí —dijo—. Mi
propósito de estar aquí no importaría. Habría arrasado la mitad de esta ciudad. No
habría dejado nada más que cenizas y ruinas.
Se me apretó el pecho.
—Tú… ¿habrías hecho eso?
—Sí. No me habría alegrado de lo que había hecho. No me alegra matar
inocentes, pero mi culpa no habría anulado mis actos ni los habría compensado,
¿verdad?
—No —susurré, inquieta por lo que estaba compartiendo, por lo cerca que
Archwood había estado de la destrucción.
—Interesante.
—¿Qué? —Me tensé cuando empezó a acercarse a la cama.
—Todo este tiempo, no me has tenido miedo. Sigues sin tenerlo. —Su cabeza
se inclinó hacia el movimiento constante de mis dedos, abriéndose y cerrándose en
mi regazo—. Pero estás nerviosa. A menos que normalmente estés así de inquieta.
Me mordí el labio, impidiéndome negarlo inmediatamente.
—Normalmente soy así de inquieta —admití—. Y tú me pones nerviosa. Aunque
dijeras que no había razón para estarlo, seguiría sintiéndome así.
—Pero no te diría eso —dijo—. Siempre debes estar nerviosa cerca de alguien
como yo.
—Oh —susurré—. Eso es… eso es tranquilizador.
El lord de Hyhborn sonrió. Tenía un filo casi depredador.
—Pero no tienes que temerme. Hay una diferencia entre los dos.
—¿Cómo sabes si estoy nerviosa o asustada?
—Está en la aceleración de tu respiración y tu corazón.
Levanté las cejas.
—Yo... ¿No sabía que podías oír eso?
—No es tanto oír, pero si estamos centrados en un individuo, sintonizados con
su esencia, podemos hacerlo. Así es como podemos alimentarnos. —Un atisbo de
sonrisa apareció brevemente—. Y yo estoy lo bastante concentrado en ti como para
saber exactamente qué es lo que te provoca esa respiración entrecortada: cuándo no
es el miedo lo que provoca un cambio en tu respiración y cuándo es el placer. —Una
pausa—. Excitación.
Inhalé bruscamente.
—Yo no...
75
—¿Vas a mentirme? Porque yo lo sabría mejor.
—No creo que lo sepas —repliqué mientras me echaba hacia atrás y la camisa
se me enganchaba en los muslos.
—Pero, por favor, miente. Me divierte.
Fruncí el ceño, pensando que era extraño.
Puso una rodilla en la cama. Nuestras miradas se cruzaron y me entraron ganas
de preguntarle si me había reconocido. Era evidente que no. De ser así, seguramente
habría dicho algo, pero por alguna ridícula e inútil razón quería saber si se acordaba.
—¿Tú...? —Algo me detuvo. No estaba seguro de qué era. ¿Por qué iba a
importar si lo hacía? ¿O si le decía que nos habíamos visto antes?
Entonces me di cuenta.
Era mi intuición. El nivel elevado de instinto. Tenía que haber una razón para
ello, sobre todo porque mi intuición rara vez funcionaba en mi beneficio. Mi intuición
me estaba deteniendo. No sabía por qué, pero el corazón me daba un vuelco.
—¿Estás bien? —preguntó el lord.
—Sí. Sí. —Me aclaré la garganta—. Solo estoy cansada. Ha sido una noche
extraña.
Me miró fijamente un momento.
—Ya diría yo.
El nerviosismo que sintió antes volvió.
—Deberíamos irnos antes...
—Lo sé —dijo, y entonces el lord se movió tan increíblemente rápido. Estaba
sobre mí antes de que respirara de nuevo.
Su mera presencia me obligó a ponerme boca arriba. Nuestros cuerpos no se
tocaban, pero él me enjaulaba, su gran cuerpo bloqueaba los cuartos, todo el reino,
hasta que solo estaba él. Solo nosotros. Me tocó la mejilla con la punta de los dedos.
Todo mi cuerpo se estremeció al contacto. El azul se arremolinó por completo en el
verde de sus ojos cuando bajó los dedos por mi mejilla, atrapando un mechón de
cabello. Lo apartó hacia atrás, con una delicadeza sorprendente.
—Ahora no me tienes miedo —señaló.
—No. —Respiré hondo cuando las yemas de sus dedos volvieron a pasar por
mi labio inferior—. ¿Estás tratando de asustarme?
—No estoy seguro.
Un escalofrío de aprensión teñido de algo que no podía reconocer me recorrió
la piel.
76
Me miró a la cara y luego más abajo, a la garganta.
—Sé que antes dijiste que estabas bien, pero en unas horas, la piel bajo tus ojos
y nariz se oscurecerá, uniéndose a los moratones que te dejé en la garganta. Déjame
cambiar eso.
Le miré fijamente.
—Tú… ¿puedes hacer eso?
—Hay muchas cosas que puedo hacer. —Esa media sonrisa volvió mientras mis
ojos se entrecerraban—. Déjame hacer esto por ti.
No tener que preocuparme por cómo explicaría los moratones sería un alivio,
pero era más curiosidad que otra cosa. No estaba segura de cómo podía hacer esto.
—Tienes que cerrar los ojos —dijo.
—¿En serio?
—De verdad. —Las estrellas de sus pupilas se iluminaron.
Aguanté su mirada unos instantes, asentí e hice lo que me pedía. Cerré los ojos.
Pasó un latido, luego otro, y no ocurrió nada. Empecé a abrir los ojos, pero me detuve.
Los dedos a lo largo de la curva de mi mandíbula... se calentaron. Sentí su aliento en
mi barbilla. Contra mis labios entreabiertos. No respiré más que un suspiro rápido y
superficial. Su aliento subió y pasó otro tenso segundo. Entonces sentí la suave
presión de sus labios contra el puente de mi nariz. Todo mi cuerpo se estremeció.
—Quédate quieta —me ordenó, con su aliento rozando mi mejilla.
Lo intenté, pero un temblor comenzó a recorrerme. Levantó la boca. No había
nada... y luego algo... un extraño hormigueo. Su aliento me acarició la garganta y sus
labios le siguieron. Besó justo por debajo del pulso que latía salvajemente. Aspiré un
jadeo tambaleante cuando su cabello me rozó la barbilla y luego sus labios
presionaron el otro lado. El escalofrío cobró vida allí y, en unos instantes, los dolores
que había relegado al fondo de mi mente se desvanecieron.
Pero el lord no se alejó.
Su cabeza permaneció inclinada, sus labios apretados suavemente contra mi
garganta, y una calidez totalmente distinta volvió a cobrar vida, enviando un doloroso
pulso a lo más profundo. Esto... esto me pareció mucho más peligroso que estar en la
ducha con él, pero entonces sus labios se despegaron de mi piel. Se retiró y quise
sentir un inmenso alivio. Debería sentirlo.
No lo hice.
Lentamente, abrí los ojos. Él permanecía sobre mí, con los ojos medio
cerrados, y pensé… me pareció ver un tenue resplandor dorado a su alrededor, como
me había parecido ver en la ducha. ¿Era la luz de la lámpara? Me pareció que no.
77
—Tus besos... —Mi voz sonaba demasiado carrasposa. Me aclaré la garganta—
. ¿Tus besos curan?
—Algunas heridas. —La parte derecha de sus labios se torció—. A veces.
Tuve la clara impresión de que no estaba siendo del todo sincero.
—No sé si te das cuenta o no, pero creo que estás resplandeciente.
—Suele pasar.
—¿Cuando... te estás alimentando? —adiviné.
—Sí.
Miré hacia abajo. Mis ojos se abrieron de par en par.
—La herida del pecho está cerrada. —Le miré los brazos. Había aparecido una
piel brillante y rosada donde habían estado las heridas en sus bíceps.
Sus dedos bailaban a lo largo del escote de mi camisa prestada, mientras mis
propios dedos se apretaban contra la cama, comportándose. Prácticamente me
picaban de ganas de tocarle.
¿Y por qué no podría?
Bueno, había muchas razones, probablemente algunas en las que aún no había
pensado, pero levanté una mano. Por costumbre, dudé antes de apoyar la palma en
su pecho.
El lord... ronroneó.
Con la piel caliente, pasé los dedos por las placas de músculo duro. Nunca
podría acostumbrarme al tacto de la piel de un Hyhborn.
Nunca me acostumbraría a poder tocar a alguien tan fácilmente.
Se quedó quieto sobre mí mientras yo bajaba la mano por su pecho, con los
labios entreabiertos. Sabía que esto no podía continuar. Teníamos que salir de aquí.
Tenía que volver a la mansión, pero... pero mis dedos se deslizaron hacia abajo, sobre
el apretado músculo de su abdomen. Llegué a la banda suelta de su ropa interior. Las
puntas de mis dedos rozaron un duro y redondeado...
Un sonido oscuro y tenebroso retumbó en el lord cuando me agarró de la
muñeca, deteniendo mi exploración.
—Por mucho que me gustaría permitirte continuar, me temo que no tenemos
tiempo para eso.
Levanté la mirada. Tenía razón. Mis dedos se curvaron hacia dentro.
—Lo sé.
78
Bajó la cabeza y se llevó la mano a la boca. Inhalé suavemente mientras él me
besaba en el centro de la palma. Nuestras miradas se cruzaron una vez más. El azul
había cubierto todos los demás colores, convirtiéndose en un intenso tono de zafiro.
Luego desapareció de encima de mí, de pie a varios metros de distancia. Su
cabeza se dirigió bruscamente hacia la ventana.
—Quédate aquí —dijo en voz baja.
Tragando con dificultad, me incorporé, sintiéndome mareada al hacerlo.
—¿Está todo bien?
—Sí. —Su atención volvió a mí, los verdes y marrones se hicieron visibles una
vez más—. Ha llegado un... un amigo.
Frunciendo el ceño, me esforcé por oír algo que pudiera haberle alertado de
tal presencia, pero no oí nada.
—Vuelvo enseguida.
Parpadeé y el lord había desaparecido de nuevo. Asombrada por la rapidez
con que se había movido, me levanté con piernas temblorosas. No me permití pensar
en nada mientras entraba en la cámara de baño para recoger mis ropas arruinadas.
Después de calzarme las botas, entré en la alcoba, esperando hasta el último
momento antes de ponerme la capa.
El lord no se había ido tanto tiempo; pasaron unos instantes antes de que
sintiera un movimiento de aire en la habitación. Me volví y lo encontré de pie en la
puerta de la alcoba. Llevaba algo negro en las manos.
—¿Tu amigo sigue aquí? —le pregunté.
El lord asintió.
—¿El caballo atado en el bosque? ¿Es tuyo?
Miré hacia la ventana solitaria.
—Si es el que se come todo lo que hay a la vista, entonces sí.
—Lo es. —Hubo una pausa—. Es un buen caballo.
Asentí con la cabeza.
—Te he traído esto. Es una capa... una limpia.
—Oh, que... —Recordando una de las extrañas costumbres que rodean a los
Hyhborn, me detuve de darle las gracias. Supuestamente sentían que manchaba su
acto o algo así—. Es muy amable de tu parte.
No dijo nada mientras se acercaba a mí, recogía mi ropa sucia y la dejaba caer
sobre la cama.
79
—Esto tendrá que ser destruido —dijo—. La sangre Hyhborn no se lavará de
los artículos.
Eso era otra cosa que no sabía.
—¿Qué distancia tienes que recorrer para volver a casa? —preguntó.
—Eso no... —Me quedé a medias cuando me puso la capa sobre los hombros.
El dorso de sus manos me rozó el pecho al juntar las dos mitades. El tejido era más
grueso de lo habitual en esta época del año, pero llegaba hasta el suelo, ocultando
mis piernas desnudas.
—¿Hasta dónde? —repitió, asegurando los cierres en mi garganta.
—No es una gran distancia.
Me miró.
—Bien.
—¿Y tú?
Había algo duro en la sonrisa del lord, y no concordaba en absoluto con la
dulzura de su tacto. Llevó su mano a mi mejilla. Las puntas de sus dedos se deslizaron
sobre mi piel.
—Es seguro que te marches. Deberías hacerlo y hacerlo rápido.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
—¿Qué vas a...?
—No quieres que responda a eso. —Me acarició la mandíbula y se me cortó la
respiración mientras me pasaba el pulgar por el labio inferior.
Me miró durante unos instantes más, luego soltó la mano y se hizo a un lado.
Pero yo no me moví durante unos instantes, y me costó obligarme a hacerlo.
—¿Estarás bien?
Sus rasgos se suavizaron ligeramente.
—Lo estaré.
—De acuerdo. —Tragué saliva—. Adiós entonces.
El lord no dijo nada.
Cerré brevemente los ojos y me obligué a caminar. Fui hacia la puerta.
—¿Na'laa?
Me detuve cuando algo... algo parecido a la esperanza se apoderó de mí.
¿Esperanza de qué? No sabría decirlo mientras le miraba por encima del hombro.
El lord estaba de espaldas a mí, con los hombros en una tensa línea recta.
80
—Ten cuidado.
81

CAPÍTULO 7

I
nclinada sobre la hilera de dianthus de color rosa intenso, enrosqué los
dedos alrededor de la base de un diente de león. Sintiéndome un poco
culpable, arranqué la pequeña planta de la tierra. Con todos sus beneficios
medicinales, las malas hierbas no se desperdiciarían, pero aun así me sentí mal por
arrancarlas por razones puramente estéticas.
No ayudaba el hecho de que mi mente evocara gritos lastimeros cada vez que
arrancaba una mala hierba.
Mientras arrojaba la hierba al cesto de sus compañeras, mi atención se desvió
hacia las espigas azul violáceo de la hierbabuena. Al instante, lo vi, oí su voz y lo sentí.
Mi lord Hyhborn.
Anoche... parecía un sueño febril, pero los espeluznantes recuerdos de verle
empalado en aquella mesa eran demasiado reales, al igual que la ducha. Tocarlo. Su
tacto bajo mis palmas. El roce de sus labios contra mi piel magullada.
Sabía que volvería a verle, pero ni en dos vidas habría esperado lo que había
pasado. Mi reacción hacia él. Mi deseo. Mi necesidad. Todo eso.
Un débil escalofrío me sacudió cuando volví a abrir los ojos y miré hacia arriba,
más allá de los muros de piedra de la mansión, hacia la ciudad de Archwood. Dos
corrientes de humo seguían llenando el aire cerca del muelle.
Tragué saliva, con la piel helada a pesar del calor del sol de primera hora de
la mañana.
Cuando me desperté tras unas pocas horas de sueño, si acaso, me encontré
mirando la daga de lunea que había en la mesilla de noche junto a la cama. La había
tomado del armario al salir de casa del herrero. No había pensado conscientemente
en agarrarla. Simplemente lo hice, guiada por la intuición.
Y mientras miraba fijamente aquella extraña hoja, pensaba en lo que tenía que
hacer. Claude tenía que ser consciente del aparentemente muy activo mercado de
sombras de Archwood, y del hecho de que al menos dos de sus guardias estaban
implicados no solo en el comercio, sino también en la recolección.
Sabiendo que Claude no se despertaría hasta más tarde, me dirigí a los jardines
con la esperanza de calmar mi mente. Los jardines y tener las manos en la tierra me
habrían ayudado si no fuera por el humo que había visto nada más salir de la mansión.
No necesitaba mis dones para saber cuál era la causa de los incendios.
82
Él.
Por eso había dicho que no quería que respondiera a la pregunta de qué iba a
hacer.
Había buscado venganza. Pero ¿podía considerarse venganza cuando sus
acciones habían evitado que otro Hyhborn fuera utilizado de esa manera? A mí me
sonaba más a justicia, por dura que fuera.
No había visto a Finn ni a Mickie esa mañana, pero no los había buscado
exactamente al entrar en los jardines. Pensé —no, lo sabía— que no había razón para
hacerlo. Ya no pertenecían a este reino.
Y no sentí ni un ápice de simpatía por ellos, ni siquiera por Finn y sus bonitas
sonrisas. Aquello de lo que formaban parte estaba mal, incluso era horrible. No se
parecía en nada a las historias que había oído de gente que desenterraba tumbas de
Hyhborn para utilizar lo que quedaba de sus restos. Estaban torturando y asesinando,
¿y si habían conseguido drenar toda la sangre del Señor? ¿Cosechando sus... sus
partes y vendiéndolas en el mercado de las sombras? Al final, ese tipo de actos
siempre salían a la luz. No necesitaba intuición para saber cómo respondería el rey
Euros si se enteraba de lo que se había intentado contra uno de sus señores. Enviaría
al temido Príncipe de Vytrus a encargarse de Archwood, y cualquier disturbio que se
produjera en la frontera sería el menor de nuestros problemas.
Pero ni siquiera fue esa terrible realidad lo que hizo que se me paralizara el
corazón. Fue la idea de que... de que él podría haber muerto. La mera idea me
revolvía el estómago, y no debería tener ese tipo de reacción ante ello, sin importar
el breve pasado que ni siquiera estaba segura de que recordara.
¿Seguía en Archwood?
Permanecí inmóvil, acallando mis pensamientos, pero no llegaba nada.
Pero esperaba...
—No —susurré, cortando ese pensamiento idiota en particular. No esperaba
volver a verle. Además de que era un lord, siempre existía el riesgo de que un
Hyhborn descubriera mis habilidades y me acusara de ser una conjuradora.
Lo mejor sería no volver a verlo.
No, esa voz susurraba en mi mente, no sería así.
Una sombra apareció junto a la mía, tapando el resplandor del sol de primera
hora de la mañana. Miré por encima del hombro y vi a Grady.
—Te estaba buscando —anunció—. ¿Te has enterado de los incendios de esta
mañana?
—No, pero he visto el humo. —Me mordisqueé el labio inferior—. ¿Sabes...
sabes lo que ha pasado?
83
—Los Twin Barrels y la herrería de Jac ardieron. Eso es lo que me dijo Osmund
—dijo, refiriéndose a otro guardia—. Estaba en la muralla esta mañana temprano
cuando empezaron los incendios.
Me tensé.
—Cuando oí hablar de los incendios, esperaba que fueran los Caballeros de
Hierro...
—Dioses, Grady —le corté, con el estómago revuelto—. Ni siquiera deberías
pensar eso, y mucho menos decirlo en voz alta.
—¿Qué? —Grady puso los ojos en blanco—. Aquí no hay nadie.
—No sabes quién podría estar cerca y escucharte —señalé—. ¿Y si alguien lo
hiciera y te denunciara? —Mi corazón tambaleó—. Serías juzgado por traición, Grady,
y por juzgado quiero decir ejecutado sin juicio.
—Sí, y no puedes decirme que eso no está mal —replicó—. ¿El hecho de que
la mera sospecha de simpatizar con los Caballeros de Hierro acabe en muerte o algo
peor? ¿Como lo que le hicieron a Astoria?
—Es un desastre, y también lo es esperar que los Caballeros de Hierro tuvieran
algo que ver con los incendios, ya que sabes exactamente lo que le pasó a Astoria.
—De nuevo, no puedes decirme que eso no está también mal.
—No digo que no lo esté… —me interrumpí, mirándolo fijamente. Desde que
las noticias sobre Beylen y los Caballeros del Hierro llegaron a Archwood, Grady
había mostrado más que un interés pasajero en lo que se decía sobre los rebeldes.
¿Y cómo no iba a hacerlo? Ambos éramos producto de un reino que se preocupaba
muy poco por sus más vulnerables, pero ahora teníamos una vida. Teníamos un futuro,
y yo ya había arriesgado lo suficiente por los dos. La preocupación me corroía
mientras apartaba la mirada.
—De todos modos —dijo Grady con un fuerte suspiro—. No fueron los
Caballeros de Hierro. Osmund dijo que las llamas eran doradas, y sabes que solo una
cosa puede crear ese tipo de fuego. —Grady continuó—: Pero eso no es todo.
Se me formaron nudos en el estómago.
—¿No lo es?
—No. Se encontraron cuerpos. Dos en la herrería y tres en Twin Barrels.
No debería sentir alivio, pero lo sentí. El número de muertos podría haber sido
mayor solo en el Twin Barrels, donde siempre se alquilaban habitaciones. Y podría
haber sido catastrófico si el lord hubiera hecho lo que dijo que haría, dejar media
ciudad en ruinas.
—Es una noticia terrible —murmuré, porque sinceramente no sabía qué decir.
84
—Sí. —Grady frunció las cejas mientras miraba al cielo—. No pareces tan
sorprendida.
—¿No?
Se quedó callado solo un momento.
—¿Qué sabes?
Volví la cabeza hacia él.
—¿Qué quieres decir?
Buscó mis ojos, confiando en que si perdía el control de mi intuición, miraría
hacia otro lado. O si veía algo, no se lo diría. Grady, como Naomi, no quería saber lo
que le deparaba el futuro, y yo podía respetarlo.
—¿Cuánto hace que nos conocemos?
Levanté una ceja.
—Algunos días parece una eternidad.
—Sí, esta es una de ellas —replicó, y arrugué la nariz—. Intentaste mentirme
antes y lo estás haciendo otra vez. ¿Cuándo has sido capaz de mentirme con éxito?
—Si lo hubiera hecho, no lo sabrías. —Le dediqué una sonrisa pícara—. ¿Ahora
lo sabrías?
No había sonrisa. No había hoyuelos.
—Osmund te vio anoche, Lis, saliendo de los terrenos de la mansión.
—¿Y?
—También te vio regresar horas después, cabalgando como un murciélago del
infierno.
—¿No estoy segura de a dónde va esto?
—Llevabas una capa diferente a tu regreso.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Cómo pudo notar eso?
Grady se encogió de hombros.
—Supongo que tiene muy buenos ojos.
—Dioses —murmuré.
—¿Entonces? ¿Vas a ser honesta conmigo ahora?
Abrí la boca, pero las palabras me abandonaron. Era una mentirosa
patológicamente terrible. Sobre todo cuando se trataba de Grady, porque él me
85
conocía lo suficiente como para saber que mi falta de respuesta a las noticias sobre
los incendios significaba algo. A veces me conocía mejor que yo misma.
Y mentirle a Grady, o al menos intentarlo, siempre me pareció mal. Si hubiera
conseguido despegarme de él cuando me aferré a él por primera vez, no habría
salido del primer orfanato al que me habían enviado después de que la Priora de la
Misericordia muriera y no hubiera ningún sucesor que la sustituyera. Había sido
débil. Un estorbo. No sabía cómo valerme por mí misma, cómo moverme sin hacer
ruido. Las calles por las que nos dejaban vagar eran un laberinto desconocido y
aterrador para mí, y tampoco sabía cómo evitar las manos y los puños descuidados
de los cuidadores.
Grady había sido amable, incluso entonces. O simplemente se había apiadado
de mí. De cualquier manera, con el tiempo yo ya no le seguía, pero él se aseguraba
de que yo estuviera justo detrás de él. Se aseguró de que sobreviviera.
Grady aun así se aseguraba de que sobreviviera.
Suspirando, me crucé de brazos.
—No podía dormir después de salir de la Gran Cámara y fui a los establos a
pasar un rato con Iris. Mientras estaba allí, oí hablar a dos personas: Finn y Mickie.
Habían capturado a un Hyhborn.
—Joder —murmuró.
Asentí lentamente.
—Y tenía que hacer algo al respecto.
La cabeza de Grady se inclinó hacia la mía.
—¿Qué?
—Tuve este impulso... ya sabes, esta necesidad de hacerlo. Tuve que...
—¿Estás a punto de decirme que fuiste por tu cuenta a liberar a este Hyhborn?
Me encogí.
—No quería involucrarte...
—¿Estás loca?
—Sí. Completamente.
Grady suspiró, restregándose una mano por la cara.
—Queridos dioses.
Respiré hondo y le conté lo que había pasado... bueno, casi todo. Una de las
cosas que omití fue lo de la ducha. No necesitaba saberlo.
—Entonces, ¿esos incendios? Tiene que ser este lord Hyhborn.
86
—Me importa un carajo este lord en este momento —exclamó Grady, su mirada
recorriendo mi rostro—. ¿Estás segura de que no estás herida? ¿Debería llamar a uno
de los médicos para que te examine?
—Nada duele. En serio. Estoy bien. —Y lo estaba. No había ni un solo moratón,
ni siquiera un dolor sordo cuando me miré esta mañana.
—¿Este lord Hyhborn con el que hablaste? —Grady atrajo mi atención hacia
él—. ¿Era de Primvera?
—No, pero no sé de dónde es. —Mi estómago se hundió y se retorció. No le
había dicho a Grady que el lord había sido mi lord Hyhborn. A Grady no le gustaba
hablar de aquella noche en Union City. Esa no era excusa suficiente para no decir
nada, pero tampoco le había dicho nunca que sabía que volvería a ver al Señor.
Mirando al horizonte, vi que quedaban débiles rastros de humo, y volvió a
ocurrir. El frío entre los omóplatos y el vacío en el estómago. El susurro volvió,
repitiendo las mismas dos palabras que había dicho en la Gran Cámara.
Ya viene.

Al regresar, encontré al Barón en su estudio, sentado en el sofá con un paño


sobre la frente y los ojos, afortunadamente solo.
Sombrero de paja en mano, empujé la puerta hasta abrirla del todo.
—¿Claude?
Levantó una muñeca flácida.
—Lis, querida, entra.
Cerré la puerta tras de mí y me acerqué al sofá verde bosque que hacía juego
con el suyo.
—¿Cómo estás esta mañana?
—Me encuentro bastante bien. —Se echó hacia atrás, cruzando una larga
pierna sobre la otra—. ¿No te das cuenta?
Sonreí un poco, en cierto modo divertida por el hecho de que incluso los
caelestias pudieran tener resaca.
—Sí, pareces enérgico y listo para aprovechar el día.
—Eres demasiado amable, mascota. —Una sonrisa pálida apareció bajo la tela
azul pálido—. ¿Qué te trae a mí esta mañana?
—Hay algo que necesito decirte.
87
—Espero que sean buenas noticias. —Como no le contesté, me quitó la tela de
un ojo entreabierto—. ¿Qué demonios llevas puesto?
Me miré, confusa. Llevaba una vieja blusa raída y unos calzones que encontré
hace unos años, abandonados en la lavandería. Cierto que los pantalones habían visto
días mejores, pero eran perfectos para cuando estaba fuera.
—Estaba en los jardines.
Una ceja se levantó.
—¿De quién son esos pantalones?
—No tengo ni idea —dije, y su labio se curvó como si la idea de llevar la ropa
de otra persona le diera ganas de vomitar—. Yo… sé algo que podría ser
potencialmente algo malo.
Claude suspiró y se quitó el paño. Lo dejó caer sobre la mesa auxiliar.
—Esperemos que no sean más extraños fuegos dorados.
—¿Te has enterado?
—Hymel me despertó con la noticia. —Recogió lo que yo esperaba que fuera
solo un vaso de zumo de naranja—. ¿Es por eso?
—No estoy segura. —Elegí mis palabras sabiamente—. Anoche, me encontré
con Finn y Mickie, dos de tus guardias.
La expresión de su cara me dijo que no tenía ni idea de quién le estaba
hablando.
—Y me enteré algo sobre ellos —compartí—. Están involucrados en el mercado
negro.
Claude bajó su vaso.
—¿En qué sentido?
—La peor manera —dije—. Cosechando... partes para magia de huesos.
Se me quedó mirando un momento.
—Por el amor de Dios, ¿estás segura?
Le miré fijamente.
—Sí, claro que sí. —Dejó el vaso a un lado mientras dejaba caer la bota al suelo.
La camisa oscura que llevaba se movía como seda líquida sobre sus hombros mientras
se pasaba una mano por el cabello—. ¿Esos incendios? Hymel dijo que los
magistrados habían oído de testigos que las llamas eran doradas.
—Eso es lo que Grady me dijo. —Mis dedos se enroscaron en el borde de mi
sombrero—. No tuvieron éxito en su cosecha.
88
—No lo creo, a juzgar por los restos carbonizados encontrados después de
apagar el fuego —comentó, y se me revolvió el estómago—. ¿Porter? ¿El dueño del
Twin Barrels? ¿Se dedicaba a este negocio?
Asentí con la cabeza.
—No sé cuántos están involucrados, pero…
—¿Pero al menos dos de mis guardias lo están? —Su mandíbula se tensó—. O
lo eran, si estaban entre los cuerpos descubiertos.
—Había otro nombre que he oído. Un tal Muriel.
Claude frunció el ceño.
—¿Muriel?
—Sí. No estoy segura de quién es.
Me miró un momento y luego se sentó. Pasó un momento.
—Lo último que necesitamos es que el príncipe Rainer crea que Archwood es
un refugio para quienes buscan usar magia de huesos.
El Príncipe Rainer supervisaba la Corte de Primvera. Nunca había visto al
Hyhborn, pero Claude dijo que el Príncipe era amable. Esperaba que siguiera
siéndolo.
—Puedo intentar ver si hay más guardias implicados —le ofrecí.
El pecho de Claude se levantó con una respiración pesada.
—Gracias por venir a mí, y por tu ayuda. Te lo agradecería.
Asentí, empezando a levantarme.
—Esperemos que solo fueran ellos.
—Sí —murmuró Claude, entrecerrando los ojos mientras miraba por la
ventana—. Ojalá.
—Te haré saber si encuentro algo. —Empecé a irme, pero me detuve—.
¿Quieres algo para el dolor de cabeza? Tengo un poco de menta...
—No, no será necesario. —Su sonrisa se volvió irónica al mirarme—. Los
dolores de cabeza son merecidos.
Probablemente lo fueran, pero no creía que eso significara que tuviera que
sufrir.
—¿Estás seguro?
—Sí, cariño. Lo estoy.
Vacilé un momento y me di la vuelta. Solo di unos pasos.
89
—¿Mascota?
Me enfrenté a él.
—¿Sí?
Había recogido la tela.
—¿Eres feliz aquí?
—Sí, por supuesto. ¿Por qué lo preguntas? —El estómago se me revolvió al
pensar en el peor de los casos. Que me preguntara algo parecido dos veces en
veinticuatro horas me puso nerviosa—. ¿No estás contento conmigo?
—No. No es por eso que pregunté —se apresuró a decir—. Tengo suerte de
tenerte. —Se giró por la cintura, hacia mí—. Solo quiero asegurarme de que lo sabes.
—Sí, lo sé —susurré.
Claude sonrió, pero había algo raro en él. Cansado, incluso quebradizo, pero
imaginé que tenía más que ver con el dolor de cabeza.
—Que te mejores —dije, cruzando el estudio. Algo me llamó la atención
entonces... sobre este Muriel.
No sabía... nada de él. No se me ocurría nada, lo que solo podía significar una
cosa.
Muriel era un Hyhborn.
Pero eso tenía poco sentido. ¿Por qué un Hyhborn estaría involucrado en la
magia de huesos?
90

CAPÍTULO 8

U
na música sensual bajaba desde el balcón del solárium, enmascarando
algunos de los sonidos que irradiaban los distintos sofás y rincones. Bajo
la música y el tintineo de las copas, se oían sonidos más intensos y
acalorados que se mezclaban con el murmullo de la conversación. Risas burlonas.
Gemidos bajos. Jadeos cuando los cuerpos se movían unos contra otros.
Las fiestas nocturnas estaban en su apogeo: exceso de lascivia en todas sus
formas, ya fuera bebiendo demasiado o entregándose a la carne.
Me removí en el sofá en el que estaba sentada, con el pecho demasiado
apretado mientras mis pensamientos giraban en torno a la sensación general de
malestar que se había ido acumulando desde que había hablado con Grady y había
abandonado el estudio de Claude. La causa podían ser varias cosas. Las redadas en
la frontera. El mercado de sombras de Archwood. Claude. Un Hyhborn
potencialmente involucrado en la cosecha. Él.
Ya viene.
Sentía la piel demasiado fría a pesar de la agradable calidez del solárium, y el
vino de sabor dulce que bebí hizo poco por calentarme. Sabía que aquel susurro era
para él -mi lord-, pero lo que no entendía era por qué podía sentir eso y, sin embargo,
nada más cuando se trataba de Hyhborn.
Miré hacia donde Claude celebraba la corte con sus pares más cercanos: hijos
e hijas de la élite de Archwood, aquellos desesperados por estar cerca de cualquier
Hyhborn, incluso de una caelestia. Reían y charlaban mientras Claude sostenía a
Allyson en su regazo.
El Barón había desaparecido más de una vez para salir al exterior, y yo temía
que también se hubiera estado dando un capricho con el Aceite de Medianoche, un
polvo derivado de las amapolas que se cultivan en las Tierras Bajas y que a menudo
se fuma. Caelestias tenía una tolerancia más alta, pero no parecía saber exactamente
cuándo la sobrepasaba. Tenía ese aire inestable que siempre lo acompañaba cuando
fumaba la droga. ¿Se había acercado al Príncipe Rainer?
No lo sabía, pero había pasado buena parte del día paseando cerca de la
muralla, espiando los pensamientos de los guardias que estaban de servicio.
Afortunadamente, ninguno de ellos había dado señales de alarma, pero, por otra
parte, tendrían que haber estado pensando en el mercado de las sombras para que
yo me diera cuenta.
91
Sin embargo, me enteré de que Hendrick, uno de los guardias, estaba
pensando en declararse a la chica con la que había estado saliendo.
No sé qué podría hacer con esa información.
Bebí otro trago de vino mientras echaba un vistazo al diván cercano y casi me
ahogo al ver a la señora Isbill. La esposa de un acaudalado comerciante de barcos era
irreconocible para la mayoría, ya que la mitad de su rostro estaba oculta por una
máscara de dominó con incrustaciones de joyas. Estaba tendida sobre el cojín rojo y
el corpiño de su vestido dejaba al descubierto un pecho. La falda del vestido le
llegaba hasta las rodillas, lo que no ayudaba a ocultar el hecho de que entre sus
muslos no estaba la cabeza de su marido. Lo sabía porque él estaba sentado a su lado,
y quienquiera que estuviera entre sus piernas también tenía la mano en la polla del
señor Isbill.
Mi mirada recorrió a los presentes. Como los Isbill, la mayoría llevaba
máscaras que cubrían la mitad del rostro, desde la frente hasta la nariz. Algunas
llevaban elaboradas construcciones de flores y cintas, rematadas con coronas o
guirnaldas. Otros eran menos dramáticos y se conformaban con una de satén o
brocado. Los aristócratas utilizaban estas máscaras para ocultarse, como si mantener
oculta su identidad fuera el permiso que necesitaban para comportarse como
quisieran.
Volví a mirar a Claude. Al igual que yo, no llevaba máscara, ni tampoco Grady
o los guardias que estaban detrás de él.
Grady y yo habíamos estado evitando el contacto visual toda la noche,
fingiendo que no estábamos presenciando todo lo que estaba ocurriendo en esta
cámara al mismo tiempo. No importaba cuántas veces las noches se convirtieran en
esto, seguía siendo incómodo como el infierno.
Fijé mi mirada en el suelo, ya que era el único lugar seguro al que mirar en ese
momento. El comportamiento del aristócrata me divertía. Claude nunca intentaba
ocultar sus deseos. No se avergonzaría por la mañana, como seguramente harían
algunos de los aristócratas presentes. La mayoría de ellos nunca se comportarían de
forma tan provocativa y desenfrenada en público, pero aquí en Archwood, cuando
tenían la seguridad de no ser reconocidos y se encontraban entre quienes deseaban
lo mismo que ellos, no parecían fingir pudor alguno.
Suponía que su comportamiento no era tan divertido como triste. Sin embargo,
eran los aristo, no los Hyhborn, quienes no sólo habían establecido sino reforzado
estas reglas de lo que ellos consideraban un comportamiento apropiado. Estos aristo
se estaban sofocando a sí mismos, ¿y para qué?
Un gemido de liberación resonó en el diván cercano. La cabeza que había
estado entre los muslos de la señora Isbill estaba ahora en el regazo del señor Isbill.
92
Dioses, realmente esperaba que este hombre terminara bien recompensado por todo
su... duro trabajo de esta noche.
Suspirando, volví la cabeza hacia una pared de cristal cercana que daba a los
patios de la mansión y a los jardines.
Preferiría estar ahí fuera.
El espacio entre mis omóplatos empezó a hormiguear.
Necesitaba estar ahí fuera.
Me estaba moviendo antes de darme cuenta de lo que hacía, con los músculos
tensos para ponerme en pie, cuando un hombre vestido con pantalones gris claro
ocupó de pronto mi vista, con la camisa de lino desabrochada. Apoyada en los
gruesos cojines del sofá, levanté la vista y vi una máscara blanca que le cubría todo
el rostro excepto la mitad inferior.
—Parece que necesitas compañía —anunció el hombre.
—No es así.
—¿Estás segura? —Dio un paso adelante, moviéndose hacia donde mis piernas
ocupaban la longitud restante del sofá.
No hice nada por ocultar mi suspiro. Este hombre no era el primero que
lograba pasar a Naomi, que hacía todo lo posible por alejar a los posibles
perseguidores. Empezaba a sentirme como si el solarium fuera un gallinero lleno de
zorros. —Estoy segura.
—Puedo hacerte cambiar de opinión —dijo con la seguridad propia de un
hombre acostumbrado a convertir los “no” en “sí”. Mis sentidos se abrieron, llegando
hasta él. O con la confianza de un hombre acostumbrado a convertir noes en síes—.
No te arrepentirás.
Sabiendo que debía ignorar al hombre, le sonreí e hice exactamente lo que no
debía.
Porque aparentemente, estaba en la temporada de tomar malas decisiones en
la vida.
Le tendí la mano. Él no dudó en tomarla. En el momento en que mi piel se
conectó con la suya, sentí su voz en mi mente, tan clara como si estuviera hablando,
pero era mi voz la que susurraba, diciéndome cosas desconocidas hasta ese mismo
instante. Su nombre. Cómo se ganaba la vida. Su mujer, que no estaba aquí. Vi lo que
quería, sus intenciones. Quería sexo. Sorprendente. Pero había algo más, algo que
me provocó un amargo bocado de disgusto.
Tiré de su brazo, guiándolo para que estuviéramos a la altura de sus ojos, y
luego me incliné hacia él. —No tengo ningún interés en ahogarme con tu polla esta
93
noche —susurré, con mi boca a escasos centímetros de la suya—. O cualquier otra
noche, Gregory.
Su mandíbula se aflojó por la sorpresa. Intentó soltar la mano, pero yo lo sujeté
y lo dejé ver cómo crecía mi sonrisa, cómo la sangre se escurría de la piel bajo su
máscara. Lo solté. Con los ojos muy abiertos, se apartó de mí y se dio la vuelta sin
decir nada más. Me reí por lo bajo y me limpié la mano que había tocado en el cojín
mientras volvía a ver a Naomi moviéndose entre la multitud, con sus largas piernas y
brazos relucientes gracias a una capa de pintura corporal dorada. Había estado cerca
de mí casi toda la noche antes de que la apartara. Aunque su vigilancia era amable,
no era... no estaba bien.
Yo no era su responsabilidad.
Pero ella venía directo hacia mí.
—Acércate —me dijo, inclinándose sobre mis piernas.
Mantuve el vaso de vino firme, observando a Naomi mientras sonreía. Estaba
claro que Naomi estaba tramando algo mientras recorría mi cuerpo. Los movimientos
seductores y fluidos de su cuerpo eran un poco exagerados. Sabía que ella también
lo sabía, porque me guiñó un ojo. No llevaba máscara. Ninguna de las amantes de
Claude sentía la necesidad de ocultar su rostro.
—Pensé que querrías compañía. —Se estiró detrás de mí, apoyando el codo en
el brazo del sofá. Acercó su cabeza a la mía—. Mantén esas manos tan especiales para
ti —me recordó.
—Lo haré —prometí, sabiendo que el hecho de que me hablara de Laurelin era
atípico en ella. Prefería que yo permaneciera ajena a su futuro y a sus pensamientos.
Pero a veces eso era imposible, incluso sin tocarla. Simplemente no se lo hacía saber
cuando eso ocurría accidentalmente—. Sabes que no necesito la compañía, ¿verdad?
—Oh, pero desde luego que sí. —Su mano se curvó alrededor de mi cadera y
apretó suavemente mientras desviaba la mirada hacia Claude—. Cuanto más tiempo
estás sola, más interesante te vuelves para los que te rodean.
Mi mandíbula se apretó. —Deberías estar disfrutando.
—Lo hago.
—Claro. —Me estremecí cuando los bordes de su cabello cayeron sobre mi
brazo—. Debes estar encantada de estar tumbada detrás de mí.
—Lo estoy.
—Naomi-
—Vamos, sabes que me gusta jugar contigo. —Deslizó su mano por mi cadera
mientras yo ponía los ojos en blanco. Sus uñas se deslizaron por la abertura del
94
vestido, patinando sobre la piel desnuda de mi muslo—. Sabes muy bien que mis
motivos no son puramente altruistas.
Sabía que sus acciones no se debían únicamente a la bondad de su corazón. A
Naomi le gustaba jugar, cuando era sólo ella la que tocaba y acariciaba. Y como sabía
que, pasara lo que pasara, yo no olvidaría lo que me pedía y la tocaría, tenía el control
absoluto. Una parte de ella se excitaba con eso.
Una parte de mí también.
Pero aun así no pude evitar sentirme un poco culpable y... Miré a Grady. Y
como un peso alrededor del cuello de los que me importaban.
—Estoy molesta, sin embargo.
Volví a prestarle atención y le ofrecí mi copa de vino. —¿Con qué?
—Que Grady está aquí —dijo, agarrando el vaso y acabándoselo antes de
colocarlo en la mesita auxiliar junto al sofá—. Lo que significa que, a menos que quiera
verlo desmayarse del horror de verte correrte, no podré jugar de verdad.
Una risa estrangulada me abandonó. —Absolutamente se desmayaría.
—Es un pesado. —Bajó la barbilla y me dio un beso en la curva del hombro.
—Realmente no lo es. —Mi mirada recorrió la sala, tanto a los que hablaban,
bebían y comían como a los que usaban las manos y la boca para otras cosas—. Me
horrorizaría igualmente verlo en la agonía de la lujuria.
—Lo sé. Sólo estoy siendo mezquina porque debo comportarme. —Hizo un
mohín y volvió a pasarme los dedos por el estómago—. Pero si tienes curiosidad por
saber cómo es en plena lujuria, sólo tienes que preguntarme...
—Para, por favor. —Mi nariz se arrugó—. Porque realmente no quiero saber
nunca cómo es eso.
—Los dos son tan aburridos como Laurelin. —La risa de Naomi se desvaneció.
Me dolía el corazón. —¿Cómo está tu hermana?
—Un poco mejor.
Podía contarle la verdad sobre lo que le esperaba a Laurelin después de la
fiebre, pero no quería que el alivio de Naomi por la mejoría de Laurelin le fuera
arrebatado. Y también era egoísta. No quería ser yo quien le quitara ese alivio. —Lo
siento. No sé si lo he dicho antes, pero siento por lo que ella está pasando... por lo
que tú estás pasando.
—Gracias.
Asentí, permaneciendo en silencio mientras Naomi probablemente acallaba
los pensamientos y emociones que rodeaban a su hermana. Mi mirada recorrió la sala
y se posó en Claude. Allyson seguía en su regazo, los que lo rodeaban seguían riendo
95
y charlando, pero él permanecía en silencio, con la expresión contraída mientras
miraba algo que solo él podía ver.
—Creo que le pasa algo —dijo Naomi en voz baja, habiendo seguido mi
mirada—. Claude.
—¿En serio? —Cuando asintió, le pregunté—: ¿Por qué crees que pasa algo?
Sus uñas rozaron el fino material del corpiño, haciendo que mi espalda se
arqueara. —No estoy segura. —Bajó la cabeza y apoyó la barbilla en mi hombro—.
Pero ha estado actuando de forma extraña -nervioso y taciturno en un momento y
luego excesivamente alegre y últimamente ha estado bebiendo mucho más.
—De eso me he dado cuenta. —Pensé en su pregunta a primera hora de la
tarde—. ¿Te has enterado de lo que pasó anoche en la ciudad?
—Sí. Terribles noticias. —Se estremeció—. Pero ha estado actuando diferente
durante semanas.
—Esto también es reciente, pero había noticias... —Se me cortó la respiración
cuando jugueteó con el pico de mi pecho. Mis propios dedos presionaron el cojín del
sofá frente a mí—. Tienes una visión muy sesgada de cómo comportarte.
—¿Sí? —Me guiñó un ojo—. ¿Decías?
Le negué con la cabeza. —Decía que ha habido noticias sobre las Tierras
Occidentales.
—¿Qué? —preguntó, y cuando le conté lo que Ramsey había dicho, apartó la
mano de mi pecho, ahora demasiado sensible—. ¿Qué demonios podría estar
causando esto? ¿Por qué una princesa se volvería contra el Rey?
—No lo sé —murmuré. No había prestado mucha atención a la política de los
Hyhborn. La mayoría de los lowborn no lo hacíamos, ya que rara vez nos afectaba,
pero eso... eso estaba cambiando, ¿no?
—El Rey Euros tiene que hacer algo al respecto —reflexionó Naomi—. ¿No
crees?
—Los Caballeros de Hierro son sospechosos de ser los responsables de las
incursiones a lo largo de la frontera, ¿verdad? Y si eso es cierto, eso significa que lo
están haciendo bajo las órdenes de la Princesa de Visalia, pero el Rey no ha hecho
nada acerca de las incursiones, así que...
—Cierto. —Hizo una pausa—. Es un bastardo.
Mis hombros temblaron de risa. —Estoy bastante segura de que todos los que
están en el poder son unos bastardos.
Naomi sonrió mientras su mano patinaba sobre mi muslo.
96
Mi mirada se desvió hacia el Barón. Estaba concentrado una vez más en
Allyson. ¿Estaba preocupado por las incursiones en las Tierras Medias? ¿O por lo
cerca que había estado Archwood de la devastación total?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Naomi, y di un pequeño respingo
cuando su mano se dirigió a la abertura de los paneles—. Pareces demasiado seria
para estar en medio de una orgía.
Me reí, pero la preocupación me corroía, por no decir Claude. Miré a Naomi.
—¿Por qué te quedas aquí?
Se quedó quieta detrás de mí durante medio segundo. —¿Por qué no?
Suspirando, aparté la mirada de ella.
—¿Qué? —Me dio un pellizco en la garganta cuando no le contesté,
haciéndome jadear ante el doble golpe de dolor y algo totalmente distinto—. ¿Qué?
La fulminé con la mirada por encima del hombro. —Ouch.
—Te ha gustado —replicó ella con una sonrisa pícara—. ¿Por qué suspiraste?
—Fue por la mano en mi muslo —respondí.
—Como si eso fuera verdad. Nunca haces ruido cuando se trata de eso, ni
siquiera cuando hago eso con los dedos que sé que te gusta, porque a todo el mundo
le gusta.
Sabía exactamente de qué estaba hablando. —Yo sólo... No entiendo por qué
te quedas aquí —dije finalmente, metiendo mi pie entre los suyos mientras su brazo
se deslizaba más profundamente entre los paneles de la bata.
—¿Crees que no soy feliz?
—¿Y tú?
Naomi no respondió de inmediato, sino que se contentó con pasar los dedos
por mi ombligo y más abajo. No hizo ningún comentario cuando sus dedos
aventureros no encontraron ropa interior, sabiendo que Maven me había vestido. —
Me quedo porque quiero. Porque soy feliz aquí.
Ahora fui yo quien se quedó callada.
—No me crees, ¿verdad?
Incliné la cabeza hacia el pliegue de su hombro. —Espero que digas la verdad.
—Deberías. —Me miró, con sus ojos marrones serios—. Mira, te he oído decirlo
antes. Archwood es como cualquier otra ciudad de cualquier otro territorio, pero aquí
es bonito. El aire es limpio y no está contaminado por el humo como en las ciudades
cercanas a las minas. Tengo un techo sobre mi cabeza y tanta comida como puedo
comer, y no tengo que romperme la espalda por eso.
97
—¿Seguro que no te estás rompiendo la espalda? —bromeé.
La mirada de Naomi se volvió divertida y solté una risita. —No me rompo la
espalda —dijo, y otra risita me abandonó—. De todos modos, como iba diciendo, no
tengo que matarme trabajando en las minas o limpiando lo que otros ensucian.
Tampoco tengo que casarme para sentirme segura. Yo elijo a qué dedico mis días y
con quién. Además, me gusta follar y que me follen —me dijo, deslizando la mano
entre mis muslos.
—Nunca lo habría imaginado —afirmé.
La risa de Naomi tiró de mis labios y la mía subió por mi garganta. Así eran sus
risas. Eran contagiosas.
—No soy como mi hermana, ¿sabes? Nunca quise casarme y que me utilizaran
como una reproductora —dijo, con las comisuras de los labios tensas—. Por eso esta
vida con Claude es perfecta para mí. No hay expectativas. No hay límites. Me gusta lo
que soy. —Su mirada se cruzó brevemente con la mía—. Ojalá te gustara lo que eres.
Se me cortó la respiración. —Sí, quiero —susurré.
—Y quiero creerlo. —Naomi me besó el hombro. Pasó un momento; luego
cambió de tema—. He oído un rumor.
—¿Sobre qué?
—Los incendios —dijo—. Que los Hyhborn estaban involucrados en ello. ¿Oh?
—No le dije lo que sabía. No porque no confiara en ella. Obviamente, lo hacía. Sólo
que... no quería que se preocupara. Ella ya tenía suficiente en su mente con Laurelin.
—Ojalá hubiera visto el Hyhborn, no la parte de la quema de los edificios —
enmendó, y yo resoplé—. Son muy pocas las veces que podemos contemplar su
magnificencia.
Sabía que Naomi estaba siendo tonta, pero sus rasgos eran demasiado fáciles
de evocar: la curva de su mandíbula, la inclinación de su boca burlona y aquellos ojos
impresionantes.
—¿Lis? —susurró Naomi, sus labios en la curva de mi mejilla.
Fijé la mirada en el suelo de piedra frente al sofá. En mi pecho se produjo un
estremecimiento que se unió al de mucho, mucho más abajo, cuando su tacto me
provocó un escalofrío fino y apretado. —¿Sí?
—Te pregunté si querías que te trajera algo de beber. —Sus dedos bailaron
sobre mi bajo vientre, deslizándose por debajo de mi ombligo.
—Yo… —Mis palabras terminaron en un grito ahogado. Mi mirada voló hacia
la de Naomi y se entrecerró.
98
—¿Qué? —dijo inocentemente—. ¿Mis dedos se acercaron demasiado a una
parte muy sensible de ti?
—Posiblemente.
Su sonrisa era pura maldad diabólica. —Espero que participes en las Fiestas
este año.
Levanté una ceja. —Creo que la única razón por la que estás deseando que
lleguen las Fiestas es para poder envolver a un Hyhborn alrededor de tu dedo.
—¿Qué otra cosa quedaría mejor alrededor de mi dedo? —Las puntas de sus
dedos volvieron a bajar por mi vientre y se detuvieron unos centímetros por encima
de la unión de mis muslos—. ¿Aparte de ti?
Me reí.
Sus ojos brillaron. —¿Te he dicho que los Hyhborn están... magníficamente
dotados?
Sólo decía la verdad. —¿Podemos dejar de decir “magnífico”?
—Nunca. —Sus labios se curvaron en una leve sonrisa mientras sus dedos se
movían de un lado a otro, casi rozando el capullo de carne demasiado sensible—. Por
cierto, nos están vigilando.
—No hay ni una sola parte de mí que se sorprenda al oír eso —murmuré, pero
miré para ver al hombre que había estado con los Isbill observando, al igual que una
mujer al otro lado del camino. No eran los únicos que nos miraban. Por suerte, Grady
no. Sobre todo porque la mano de Naomi volvía a estar al acecho—. Y tú sigues
teniendo una forma muy extraña de comportarte —dije.
Naomi lo ignoró. —Es difícil cuando sé que hay público. Siempre me ha
parecido un poco desconcertante. —Sus dedos comenzaron a moverse de nuevo en
círculos lentos y provocadores—. Y un poco excitante.
—Te pasa algo —afirmé.
—Por favor, como si no supiera que a ti también te gusta que te miren.
Mis caderas se movieron inquietas. —Eso no viene al caso.
—Dime una cosa. —Los labios de Naomi se curvaron contra mi mejilla—.
¿Exactamente cuán mojada estás ahora mismo?
Mi cara se calienta, mis ojos se entrecierran en ella.
—Si no me estuviera comportando por respeto al bienestar emocional y mental
de nuestro pobre Grady, apuesto a que descubriría que tú sí. —Su nariz tocó la mía
mientras susurraba—: Ni siquiera intentes mentir, porque la forma en que tus caderas
se retuercen dirá una historia muy diferente.
—Es contar la historia que escriben tus dedos.
99
Hizo un sonido gutural en el espacio entre mis labios. —Apuesto a que mis
bromas te han calentado —dijo. Su mirada se volvió astuta—. Pero también estoy
dispuesta a apostar que el hecho de que pienses en el magníficamente dotado
Hyhborn te ha empapado.
Los músculos se tensaron y los dedos de mis pies se curvaron, pero ella estaba
equivocada. Y tenía razón. Aunque Naomi técnicamente se estaba portando bien, yo...
Me dolía, pero no era sólo yo. Podía sentir la aceleración de su respiración. Sentí sus
movimientos inquietos contra mi muslo. En parte era su tacto, y también tenía razón.
Estaba pensando en el magníficamente dotado Hyhborn, excepto que estaba
pensando en él.
Mi lord Hyhborn.
100

CAPÍTULO 9

S
abiendo que Naomi no disfrutaría de su velada si sentía que tenía que
interferir, le dije que iba a dar por terminada la noche. Sinceramente,
debería estar cansada, teniendo en cuenta lo poco que había dormido la
noche anterior, pero una especie de energía nerviosa me recorrió incluso después
de ponerme un camisón suave y resbaladizo, dejándome inquieta y excitada.
Iba a culpar a Naomi y su idea de comportarse por eso.
Mientras me acostaba en la cama, mi mente no me ayudaba en absoluto,
decidiendo alternar entre el recuerdo de las suaves y burlonas caricias de Naomi y la
... sensación de la piel dura y resbaladiza de mi Lord.
Con la piel enrojecida, rodé sobre un costado, apretando los muslos. Un pulso
agudo resonó en mi interior. Me mordí el labio mientras me pasaba la mano por el
pecho. Respiré entrecortadamente. Su voz era tan clara para mí, como si estuviera a
mi lado, susurrándome al oído. Mis dedos se extendieron, rozando un pezón
endurecido a través del camisón de algodón. Excepto que no eran mis dedos. Eran
los de Naomi. Eran suyos.
El calor corría por mis venas, reavivando el dolor en lo más profundo de mi ser.
Aspiré un jadeo mientras mis uñas se arrastraban sobre el pico de mi pecho. Me moví
inquieta, sacudiendo las caderas. Las puntas de mis pechos nunca habían sido tan
sensibles, pero entonces sentí un cosquilleo que casi me dolió cuando el calor
húmedo se acumuló entre mis muslos. Me latía el pulso cuando me puse boca arriba
y cerré los ojos mientras deslizaba la mano por el vientre y bajaba, subiendo el
camisón a medida que avanzaba. El aire frío besó el espacio caliente entre mis
piernas, arrancándome un suave jadeo. Me estremecí cuando mis dedos tocaron la
piel desnuda de la parte superior de mis muslos, quemándome... quemándome a
través de mí, porque era su tacto lo que conjuraba.
Separé los muslos y respiré entrecortadamente mientras mis dedos rozaban la
carne sensible y tensa. Volví a sacudirme y los dedos de los pies se curvaron mientras
bajaba. Eché la cabeza hacia atrás y gemí mientras levantaba las caderas. Me burlé
de ella como sabía que lo habría hecho Naomi, como imaginaba que lo haría mi Lord
si me hubiera quedado en la ducha. No fueron mis dedos los que se hundieron en mi
resbaladiza humedad ni los que se enroscaron alrededor de mi pecho. Fueron los de
Naomi y luego los suyos los que me acariciaron hasta que me estremecí. Me arqueé,
queriendo más. Necesitaba más.
101
Tócame.
El recuerdo de su voz me llevó al límite, al éxtasis, y fui arrastrada por las tensas
pero demasiado cortas olas de placer. Me quedé jadeando y... y todavía adolorida.
Todavía insatisfecha.
Porque no había sido el toque de Naomi. No había sido suyo. Sólo habían sido
mis propios dedos.
Respiré hondo y abrí los ojos al percibir un suave aroma a madera.
Su olor.
Giré la cabeza hacia el sofá situado frente a la cama, donde había dejado la
capa que me había regalado. Debería hacer algo con ella. Donarla. Tirarla a la basura.
Tal vez quemarla.
Suspiré, con la mirada fija en el techo, y luego me incorporé, dirigiéndome al
cuarto de baño. Me eché agua fría en la cara, la inquietud seguía ahí, la...
Volvió el impulso, el del solarium.
La necesidad.
La necesidad de estar ahí fuera.
Me acerqué descalza a la ventana y miré hacia fuera. Inmediatamente, vi las
bolas de luz flotantes y brillantes que aparecían en el cielo nocturno entre el final de
la primavera y el principio del verano, en las semanas anteriores a las fiestas, y que
desaparecían poco después.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro al verlas. Me aparté de la ventana y me calcé
unos zapatos de suela fina. Tomé una bata azul oscuro de manga corta del cuarto de
baño, me la puse y me la ceñí a la cintura mientras echaba un vistazo a la daga de
lunea de la mesilla de noche, recordándome que debía preguntarle a Grady si tenía
una funda extra para ella.
Salí por las puertas de la terraza y crucé el césped trasero, evitando a los
fiesteros mientras me dirigía a la estrecha pasarela que cruzaba el pequeño arroyo y
entraba en los jardines. Seguí el sinuoso camino de los jardines del Barón,
concentrándome en las brillantes esferas que descendían desde lo alto como estrellas
para flotar entre los pinos. Las luces mágicas proyectaban un suave resplandor
mientras llenaban el cielo. Siempre me habían fascinado, incluso de niña. No
recordaba si la Priora me había contado alguna vez por qué aparecían cuando lo
hacían. Una vez se lo pregunté a Claude, pero se encogió de hombros y me dijo que
formaban parte del Hyhborn.
Eso realmente no me había dicho nada.
102
Mis pasos se ralentizaron cuando una de las esferas, del tamaño de mi mano,
bajó flotando de entre los árboles para posarse a unos metros delante de mí,
sorprendiéndome. Nunca había estado tan cerca de una, ni siquiera antes de llegar a
Archwood. Di un paso vacilante hacia delante, temiendo a medias que la esfera se
alejara o desapareciera.
No fue así.
La esfera de luz permaneció lo suficientemente cerca como para que viera que
no era sólo una luz central. Mis ojos se abrieron de par en par. En realidad, era una
serie de pequeñas luces agrupadas. El orbe parpadeó y luego se alejó, volviendo
lentamente a los árboles. Vi cómo las luces se sumergían y se elevaban como si
bailaran juntas antes de volver a revolotear entre los árboles.
Jugueteando con el borde de mi trenza, empecé a caminar de nuevo, siguiendo
las luces mientras los pájaros nocturnos cantaban desde los árboles. La paz de los
jardines me tranquilizó. Me pregunté si Claude se opondría a que instalara una
hamaca aquí. Dudaba que tuviera problemas...
Detente.
Me detuve bruscamente. Con el ceño fruncido, me giré lentamente y miré hacia
un arco a mi derecha. Mis dedos se tensaron cuando una aguda sensación de
conciencia me invadió, presionándome entre los omóplatos.
La intuición había saltado. Lo había hecho hace más de una hora, me di cuenta.
Había sentido el impulso de salir del solarium y entrar en los jardines.
—Tienes que estar bromeando —murmuré, mirando fijamente el camino
oscurecido.
Me mantuve quieta, con el corazón pataleando inestablemente en mi pecho.
Sólo los dioses sabían hacia dónde quería llevarme mi intuición esta noche. Ni
siquiera quería saberlo. Mis dedos dieron un espasmo, los músculos temblaron
mientras luchaba contra la atracción de la intuición.
—Maldita sea. —Exhalé un suspiro irritado y crucé bajo el arco.
Muy poca luz de luna atravesaba las grandes glicinias y sus pesadas
enredaderas, y sólo unas pocas esferas brillantes se deslizaban en lo alto de los
árboles, iluminando con su suave resplandor el azul pálido de los tallos. Aparté las
ramas bajas y continué por el sendero, adentrándome entre las glicinias.
Entonces lo sentí, un cambio repentino en el aire. Se había enfriado, pero era
más denso. Una pesadez. Poder. Lo había sentido antes.
—Como acabo de decir, no tengo ni idea de lo que estás hablando. —Un
hombre hablaba más adelante. Había una... una cadencia en su forma de hablar, en
la que ciertas letras se oían como un tarareo, que era poco común en la región de
103
Tierras Medias, pero su voz también me hizo algo. Sentía en la piel el roce como de
cardos, y abrió esa puerta en mi mente.
Vi rojo.
Goteando contra la piedra.
Salpicando pálidas flores.
Sangre.
Me detuve, sin aliento.
No vi nada de los que hablaban bajo las sombras de las glicinias, pero sabía
que algo sangriento estaba a punto de ocurrir.
Lo que significaba que debía salir corriendo de allí. Lo último que necesitaba
era verme envuelta en cualquier drama que estuviera a punto de ocurrir. Fuera lo que
fuera, especialmente después de anoche, no era asunto mío.
Pero vi sangre.
Alguien iba a resultar herido.
Mis dedos se enroscaron alrededor de un chorro de flores mientras arrastraba
los dientes por el labio inferior. Debería haberme quedado en el solárium y haberme
bebido la mitad de mi peso en licor esta noche. La vista, las voces, el conocimiento se
habrían silenciado durante un rato. No estaría aquí de pie, a punto de hacer algo muy
imprudente... y, por Dios, sólo la noche anterior representaba un año de insensatez.
Me ordené dar la vuelta, pero no era eso lo que estaba haciendo.
Apreté los dientes. No había nada malo en no querer involucrarse, me dije. Eso
no me convertía en una mala persona. Lo había demostrado anoche. Además, ¿qué
iba a hacer para detener lo que estuviera a punto de suceder? Grady me había
enseñado a lanzar un gancho de derecha bastante malo, pero no creía que eso fuera
a ser de mucha ayuda.
—Y tampoco me gustan las acusaciones que haces —continuó el hombre—.
Tampoco a él, y eso debería preocuparte. No eres intocable, a pesar de lo que creas.
Haciendo a un lado una enredadera de glicinas, avancé...
Una risita seca y divertida me respondió, haciendo que se me pusiera la carne
de gallina a lo largo de los brazos desnudos. Ese sonido...
Mis ojos se abrieron de par en par cuando mi pie se enganchó inmediatamente
en una raíz expuesta. —Mierda —jadeé, tropezando. Apoyé una mano en la áspera
corteza de un árbol cercano y me detuve antes de clavar la cara en el suelo.
Silencio.
104
Un silencio absoluto me rodeó mientras levantaba lentamente la cabeza, con la
cara ardiendo. Empecé a hablar... a decir qué, no tenía ni idea, porque todos y cada
uno de mis pensamientos huyeron de mi mente cuando vi a dos hombres de pie bajo
esas malditas esferas de luz que parecían haber aparecido de la nada para ser
testigos de mi absoluta idiotez. Ambos se habían girado hacia mí, y me centré en el
que mis sentidos advertían.
Era rubio y de piel pálida. Alto y atractivo, sus rasgos estaban tan
perfectamente esculpidos que uno creería que habían sido tallados por los mismos
dioses, y supe lo que eso significaba antes de ver lo que llevaba atado a la cadera. Se
me heló la sangre al ver la hoja de lunea, blanca como la leche.
No sabía qué me sorprendía más: que mi intuición hubiera funcionado con algo
relacionado con Hyhborn o que me hubiera llevado a él.
Con los dedos enredados en las lianas, sentí que el corazón me bombeaba una
descarga helada por las venas mientras mi mirada se disparaba hacia el otro hombre,
y lo supe. Lo supe en cuanto oí la risita suave y cargada.
Se me escapó el aire de los pulmones. Estaba casi en las sombras y vestía todo
de negro. Se habría fundido con ellas si no fuera por los destellos de piel color arena.
Pensé que me había olvidado de cómo respirar cuando se adentró más en la suave
luz de los orbes. Estaba segura de que el suelo giraba bajo mis pies.
Era él.
Mi Lord Hyhborn.
La línea dura y esculpida de su mandíbula se inclinó mientras sus labios anchos
y exuberantes se curvaban en una media sonrisa. —Esto se está convirtiendo en un
hábito.
—¿Qué es? —Me oí susurrar.
Sus rasgos volvieron a caer en las sombras. —Reunirse así.
—¿Quién mierda es esta? —preguntó el otro Hyhborn, llamando mi atención
de nuevo hacia él.
—No soy nadie. Yo… sólo seguía las esferas de luz... Me gustan las esferas... de
luz —solté, y todo mi cerebro se estremeció. ¿Me gustan las esferas? Dioses.
Desenredando los dedos de la glicinia, empecé a dar un paso atrás. —Lo siento, por
favor, olvida que estuve aquí, que existo.
Un trozo de luz de luna atravesó la mitad inferior del rostro de mi Hyhborn... y
dioses, no era mío. Su sonrisa se había intensificado. —Un momento, por favor.
El por favor me detuvo.
¿Porque un Lord Hyhborn, incluso él, dijera eso? ¿A mí? ¿A una lowborn? Eso
era... eso era inaudito. Ni siquiera lo había dicho anoche, cuando me pidió ayuda.
105
Entonces todo sucedió muy rápido.
El otro Hyhborn maldijo, echándose hacia atrás mientras sacaba la daga de
lunea, pero el otro Lord fue más rápido. Agarró al Hyhborn por la muñeca y lo
retorció. El crujido del hueso fue como un trueno. Me tapé la boca con la mano para
acallar un grito.
El Hyhborn siseó de dolor cuando la espada cayó al suelo. —Si haces esto —
sus labios se despegaron—, te arrepentirás. Con tu último aliento, lo harás.
—No, Nathaniel —respondió el Lord, y sonaba aburrido. Como Grady cada vez
que empezaba a hablar de los diferentes tipos de margaritas—. No lo haré.
Sólo alcancé a ver el puño del Lord. Sólo un segundo antes de que se estrellara
contra el pecho del Hyhborn... contra su pecho.
El que se llamaba Nathaniel echó la cabeza hacia atrás, su cuerpo se sacudió
cuando se me cayó la mano de la boca.
—Sólo un momento más —dijo el Lord, bastante despreocupado.
Un fuego dorado brotó del pecho de Nathaniel... o de la mano del Lord, que
seguía hundida en lo más profundo de dicho pecho. El fuego se extendió sobre
Nathaniel en una ondulante y violenta ola de vibrantes llamas doradas, y de pronto
supe exactamente cómo habían sido incinerados el herrero y los Gemelos Barrels. En
pocos latidos, lo único que quedaba de Nathaniel era... un montón de ceniza y unas
cuantas tiras de ropa carbonizada junto a la hoja de la lunea caída.
—Mierda —susurré, horrorizada... y un poco asombrada por el despliegue de
poder, pero sobre todo horrorizada al levantar la mirada. Detrás de donde Nathaniel
se había parado, las pálidas flores estaban salpicadas de sangre, tal como yo había
visto.
Levanté la mirada hacia el Lord, que... que apenas podía andar por sí mismo la
noche anterior, con el que acababa de fantasear mientras me daba placer, y él...
Y había incinerado a otro con la mano.
Si podía hacerle eso a uno de los suyos, ¿qué podría hacerle a un no nacido?
Di un tembloroso paso atrás, recordando una vez más qué era exactamente este
Lord. De algún modo, lo había olvidado.
—Na'laa —llamó suavemente el Lord.
Todo mi cuerpo se estremeció.
Un mechón de cabello se deslizó hacia delante y cayó contra su mandíbula
mientras se inclinaba, limpiándose la mano en uno de los trozos de ropa quemada. —
Deberías acercarte.
Retrocedí otro paso. —No sé nada de eso.
106
—¿Por fin me tienes miedo? —preguntó el Lord, recogiendo la hoja de lunea
caída.
No estaba segura, pero sabía que debería estarlo. Debería estar aterrorizada.
Su cabeza giró en mi dirección. —No te muevas más...
Me moví varios metros más. De alguna manera, el fuego que había creado era
más desconcertante que ver cómo le arrancaba la tráquea a Weber. Ni siquiera estaba
segura de por qué, pero...
Algo me enganchó la trenza y me tiró hacia atrás. Grité mientras el dolor me
recorría el cuello y la columna. Los pies se me resbalaron y me hicieron girar. Una
mano me aprisiona la garganta. Arrastrada hacia atrás, contra la pared de un cofre,
agarré la mano que me sujetaba la garganta y no oí absolutamente nada mientras veía
al alto Lord Hyhborn a través de las enredaderas de glicinas que se balanceaban.
—Muriel —dijo el Lord, y me quedé de piedra. Conocía ese nombre. Finn y
Mickie lo habían pronunciado—. Me he pasado todo el día buscándote.
—No te acerques más —me advirtió el que me sujetaba mientras le arañaba la
mano, rompiéndome las uñas en la dura carne de otro Hyhborn.
El Lord Hyhborn avanzó lentamente, y las lianas se levantaron y se apartaron
de su camino antes incluso de que su cuerpo entrara en contacto con ellas. —
Corrígeme si me equivoco —dijo el Lord, ignorando a Muriel—. ¿Pero no te dije que
no te movieras?
—Yo…
—Detente —gruñó Muriel, cortándome el paso. Su agarre en mi garganta se
tensó. El pánico amenazaba con apoderarse de mí—. O le romperé a ella el puto
cuello.
—Ese cuello es muy bonito —respondió el Lord de Hyhborn—. Pero, Muriel,
¿por qué crees que me importaría que lo rompieras?
—Bastardo —siseé antes de poder contenerme, la incredulidad me había
soltado la lengua.
El Lord ladeó la cabeza. —Eso no fue muy amable de tu parte.
Me quedé boquiabierta. Lo había ayudado anoche. Lo puse a salvo. Arriesgué
mi propia vida, y a él no le importa si me rompían el cuello. —Acabas de decir...
Muriel me clavó los dedos en la garganta, acabando con mis palabras en un
jadeo estrangulado. —¿Qué le hiciste a Nathaniel? —exigió.
—Ponlo en tiempo fuera. —Otra corriente de flores revoloteó fuera de su
camino—. Permanentemente.
107
Muriel nos hizo retroceder, obligándome a ponerme de puntillas. —¿Por qué
demonios hiciste eso?
—Sabes que no debes hacer esa pregunta, pero como esta noche me siento
generoso, te lo explicaré. Además de que me aburría —respondió el Lord, —me
tendió una trampa. Al igual que tú.
Muriel se detuvo cuando me tensé contra su agarre. —Sí, ya lo sé. —Maldijo de
nuevo—. Debí haber sabido que no debía confiar en los rastreros para hacer el
trabajo.
—Deberías haberlo hecho. —El Lord hizo una pausa—. Y deberías dejar de
forcejear mientras Muriel y yo tenemos nuestra pequeña charla. Si no, sólo vas a
hacerte daño.
¿Dejar de luchar? ¿Mientras Muriel me aplastaba la tráquea?
—Y tú deberías preocuparte más por tu propio cuello —espetó Muriel.
—Tu preocupación por mí me calienta el corazón.
—Sí, ya lo veo. —Muriel me tiró con fuerza hacia un lado mientras yo luchaba
por liberarme. Nada funcionó. Su agarre se mantuvo firme—. Sabes, tú te lo buscaste.
—¿Y cómo lo hice?
—Hazte la tímida todo lo que quieras. No funcionará por mucho más tiempo —
gruñó Muriel—. Sólo hay una razón por la que estabas dispuesta a arriesgar tu culo
para sacarnos esa información.
—Hablando de esa información —respondió el Lord—. ¿Algo de eso era cierto?
—Vete a la mierda —escupió Muriel.
El Lord suspiró.
—¿Cómo crees que va a responder el Rey cuando se entere de lo que
buscabas? —Muriel replicó. Realmente no tenía ni idea de lo que estaban hablando—
. El Rey va a tener tu cabeza.
—Lo dudo. —El Lord rió de nuevo, y el sonido me erizó los pelos de la nuca—.
Soy uno de los favoritos del Rey, por si lo has olvidado.
—No después de esta noche —prometió Muriel—. No cuando se entere de la
verdad.
¿La verdad de qué?
El Lord había dejado de acercarse. Ahora estaba a unos metros de nosotros. —
Tengo curiosidad, Muriel, ¿por qué crees realmente que el Rey se enteraría de algo
de lo que ha ocurrido esta noche? ¿O incluso anoche?
108
Muriel se puso rígido detrás de mí, pareciendo percibir la amenaza no tan
velada en las palabras del Lord. Pasó un latido tartamudeado. —Me marcho.
—¿Te vas? —El Lord ladeó la cabeza.
—Lo digo en serio —dijo Muriel, y me pareció oír un temblor en sus palabras—
. Si vienes detrás de mí, le arrancaré el corazón.
—¿Te parece que intento impedir que te vayas? —preguntó el Lord.
No fue así.
La verdad es que no.
No sabía por qué esperaba algo diferente del Lord. Incluso de mi Lord
Hyhborn. Había necesitado mi ayuda anoche. Claramente no la necesitaba esta
noche. Fui una tonta, porque un sentimiento de... de traición se instaló en lo más
profundo, que incluso yo podía admitir que no tenía sentido. Que lo hubiera ayudado
anoche no significaba que estuviera obligado conmigo.
Dioses, realmente deseaba no haber pensado en él cuando me toqué.
Se me encogió el corazón cuando Muriel nos hizo retroceder entre las
enredaderas de glicinas. Las fragantes ramas cayeron en su lugar, formando una
cortina que rápidamente oscureció al Lord. Muriel me arrastraba más hacia los
árboles, lejos de la mansión, y eso era malo, porque dudaba seriamente de que ese
Hyhborn me dejara ir una vez que se hubiera alejado del Lord.
El pánico estalló. Luché salvajemente, pateando las piernas de Muriel mientras
golpeaba su brazo. Cada golpe que asestaba me producía una oleada de dolor en el
brazo y la pierna. Sentí arcadas y los ojos se me abrieron de par en par cuando nos
hizo girar. Me agité contra su agarre, lanzando mi peso en todas direcciones.
Un sonido gutural de advertencia resonó de Muriel mientras me levantaba de
mis pies. —Sigue así y te... joderé.
Algo grande y oscuro chocó contra nosotros, haciendo retroceder a Muriel
varios metros. Se estrelló contra un árbol, y el impacto lo sacudió primero a él y luego
a mí. Él gruñó, su agarre se mantuvo mientras mis piernas empezaban a ceder.
Un borrón de movimiento agitó los cabellos sueltos alrededor de mi cara. Vi
una mano que bajaba por el brazo de Muriel y luego un destello de la hoja de lunea
de color blanco lechoso. La presión desapareció de mi cuello, pero no tuve tiempo
de sentir alivio, ni siquiera de recuperar el aliento. Otra mano me apretó el brazo. Salí
despedida hacia un lado... arrojada. Por un momento, me sentí ingrávida entre las
flores dulcemente perfumadas. No había arriba ni abajo, ni cielo ni tierra, y en esos
segundos me di cuenta de que se había acabado. La carrera. La soledad. Todo había
terminado. El Barón se iba a poner muy triste cuando encontrara mi cuerpo
destrozado.
109
Me golpeé con fuerza contra el suelo, haciéndome crujir todos los huesos del
cuerpo al tiempo que la cabeza se me iba hacia atrás. Un dolor atroz y brutal me azotó.
Entonces no había nada.
110

CAPÍTULO 10

F
uera de la niebla que envuelve la nada... Sentí unos dedos que se
deslizaban por los lados de mi cuello y por debajo del grueso trenzado
de mi cabello, a lo largo de la parte posterior de mi cráneo. El tacto era
ligero como una pluma, pero cálido, casi caliente, moviéndose en círculos suaves,
apenas perceptibles. Sentí el contacto de algo más suave contra mi frente.
—¿Lo conseguirá? —preguntó un hombre.
No reconocí la voz, pero me pareció que la suya tenía la misma inflexión al
hablar que la del otro Hyhborn. No podía estar segura, porque volví a caer en la nada
y no supe cuánto tiempo permanecí allí. Me pareció una pequeña eternidad antes de
ser consciente de aquel ligero toque a lo largo de mi brazo: un pulgar moviéndose en
los mismos círculos lentos y suaves justo por encima de mi codo. Esta vez el tacto no
era cálido, sino reconfortante y... y encantador, despertando una espinosa sensación
de conciencia a la que no encontraba sentido. Estaba demasiado caliente y cómoda
para intentarlo. Volví a oír la misma voz, como si estuviera al otro lado de un estrecho
túnel.
El hombre volvió a hablar. —¿Quieres que me siente con ella hasta que se
despierte?
—Se agradece el ofrecimiento, Bas, pero estoy bien donde estoy.
Parte de la niebla se disipó a medida que aumentaba esa aguda sensación de
conciencia. Aquella voz estaba más cerca, más clara. Era él. Mi Lord Hyhborn que...
¿Qué había pasado? Flashes de recuerdos se abrieron paso. Los jardines llenos de
orbes que brillaban suavemente. Mi intuición. La sangre salpicada a lo largo de las
pálidas flores...
—¿Seguro? —La voz de Bas era más fuerte ahora—. Tu tiempo está mejor
empleado en otra parte.
—Sé que lo estaría —respondió el Lord—. Pero estoy disfrutando bastante de
la paz y la tranquilidad.
—¿Y el paisaje? —comentó Bas.
—Eso también.
Se oyó una risita grave y áspera procedente del tal Bas, y luego volvió el
silencio de la inconsciencia, que yo recibí con satisfacción, sintiéndome...
sintiéndome cuidada.
111
Segura.
Así que me dejé llevar.

Poco a poco, me di cuenta de un olor agradable. A madera, suave. También me


di cuenta de que tenía la cabeza apoyada en algo firme, pero no tan duro como el
suelo, y luego oí el canto lejano de pájaros nocturnos e insectos. El corazón me dio un
vuelco. Seguía en los jardines, medio acostada sobre la hierba fresca, pero mi cabeza
estaba...
El pulgar en mi brazo se aquietó. —Creo que por fin estás despertando, na'laa.
Abrí los ojos y me quedé sin aliento. El rostro del Lord estaba por encima del
mío, casi en penumbra. Sólo una fina franja de luz de luna atravesaba el dosel de
ramas que nos cubría, reflejándose en su mandíbula y su boca.
Me dedicó una leve sonrisa. —Hola.
Recuerdos de lo que había pasado volvieron en un instante, impulsándome a la
acción. Me puse en pie, me agaché y retrocedí varios metros.
—Ya deberías saberlo. —Las manos del Lord cayeron a su regazo, el regazo en
el que mi cabeza había estado descansando—. Que no voy a hacerte daño.
—Dijiste que no te importaba si me rompían el cuello —jadeé, con los brazos y
las piernas temblorosos por el subidón de adrenalina que me quedaba.
—Eso es lo que dije.
Me quedé mirando las sombras de su rostro, estupefacta. —Te ayudé anoche y
dejaste que me llevara...
—Pero no dejé que te llevara, ¿verdad? —Cruzó el tobillo de una larga pierna
sobre la otra—. Si lo hubiera hecho, no estarías viva. Te habría partido el cuello o
arrancado el corazón como amenazó.
Tenía razón. Podía reconocerlo, pero el miedo y la rabia, la sensación de
traición y el pánico helado inundaban mi organismo, ahuyentando esa extraña y
completamente idiota sensación de seguridad, de que me cuidaban.
Me llevé una mano temblorosa a la garganta, sintiendo aún el agarre de Muriel,
que me oprimía y aplastaba.
—¿Te duele algo? —preguntó el Lord.
—No. —Palpé suavemente la piel mientras me balanceaba sobre mis talones.
La piel estaba un poco sensible, pero nada extremo, lo cual no tenía sentido. Recordé
claramente que me había caído... no, que me habían tirado a un lado y mi cabeza se
había golpeado contra algo duro; luego, un dolor repentino y violento ante la nada.
112
Levanté la mirada hacia el Lord una vez más, recordando la calidez de su tacto y el
roce de algo más suave contra mi frente.
—Contrariamente a lo que le hice creer al difunto Muriel, y desgraciadamente
también a ti, no le permití que siguiera utilizándote como escudo —dijo—. Lo detuve,
y tú quedaste atrapada en medio de eso.
El recuerdo de algo duro chocando contra nosotros, un destello de una mano
aterrizando en el brazo de Muriel, surgió. —Él... me empujó.
—En realidad, fui yo —corrigió el Lord—. Intentaba llevarte a una distancia
segura. Quizá lo hice con demasiado entusiasmo. —Su barbilla se hundió y la luz de
la luna se reflejó en uno de sus pómulos—. Mis disculpas.
El corazón me latía con fuerza cuando bajé la mano y la coloqué a unos
centímetros por encima de la hierba afelpada. ¿Demasiado entusiasmo? Recordé
aquella sensación de ingravidez, de volar. Me había arrojado a un lado como si no
pesara más que una niña pequeña, y yo no tenía nada de pequeña. Tragué saliva y
empecé a mirar a nuestro alrededor.
—Muriel ya no está —compartió el Lord.
Eso me imaginé. —Hubo otro que estuvo aquí. ¿Un... tal Bas?
—Ese era Bastian... Lord Bastian. Se ha ido —dijo—. Estamos solos, na'laa.
Se me cortó la respiración. —Debería estar herida. Debería estar... —No me
atrevía a decirlo. Que debería estar muerta. Volví a sentarme sobre mi trasero. O caí
sobre él, aterrizando en un charco de luz de luna—. ¿Me has... ¿me besaste otra vez?
—¿Perdón?
—Cúrame —aclaré—. ¿Me curaste otra vez?
Frente a mí, el Lord descruzó los tobillos y levantó una pierna. Levantó un
hombro. —Te dije que na'laa significa varias cosas en mi lengua.
Parpadeé, apoyando la mano en la hierba. Su falta de voluntad para responder
a mi pregunta no se me pasó por alto. —Lo recuerdo. Dijiste que significaba 'valiente'.
—Así es. —Un brazo cayó para descansar sobre su rodilla doblada—. También
puede significar 'obstinada'. —Había un atisbo de sonrisa en su voz—. Lo que hace
que el apodo sea aún más apropiado.
Mis labios se torcieron hacia abajo en las esquinas. —¿Y por qué piensas eso?
Sus dedos empezaron a golpear el aire. —¿Es una pregunta seria?
—No soy terca.
—Siento discrepar —dijo—. Recuerdo claramente haberte dicho que vinieras
a mí. No lo hiciste. Entonces te dije que no te movieras y entonces huiste.
113
Me puse rígida, indignada. —Corrí porque acababa de verte meter la mano en
el pecho de otro e incinerarlo.
—Pero no fue en tu pecho donde entró mi mano, ¿verdad? —contraatacó.
—No, pero...
—Pero corriste de todos modos —interrumpió—. Luego, cuando te dije que
dejaras de forcejear, ya que sólo te harías daño, seguiste haciéndolo.
No podía creer que tuviera que explicar nada de esto. —Eso es porque me
estaba aplastando el cuello.
—No lo habría permitido.
—Acababas de decir...
—Que no me importaba si te rompía el cuello. Sé lo que dije —interrumpió.
Otra vez—. Y me daba igual lo que afirmara, porque sabía que no lo permitiría.
—¿Cómo iba a saberlo? —exclamé.
—Bueno, me ayudaste anoche. ¿En qué me convertiría eso si permitiera que te
hicieran daño? Oh, ya sé. Un bastardo.
Entrecerré los ojos.
—Y porque soy un Deminyen —dijo, como si eso significara algo—. Y somos
tus protectores. —Hubo otra pausa—. Casi todos.
Aplasté la risa que amenazaba con escaparse. Sí. Sobre todo. —Muriel iba a
hacerme daño. Iba a...
—Muriel era una idiota.
La irritación me soltó la lengua, pero me contuve y cerré la boca. Estaba
hablando con un Lord Hyhborn y ahora no estaba herida.
Su cabeza se inclinó de nuevo. —¿Ibas a decir algo?
—No, yo...
—Sí, lo estabas.
—Dios mío —espeté—. Iba a pedirte que dejaras de interrumpirme; sin
embargo, eso sería imposible porque no dejas de hacerlo, así que intento ser
respetuosa.
—A diferencia de...? —Aquellos dedos seguían bailando en el aire—. ¿A
diferencia de mí?
—¿Sabes? Creo que me gustabas más cuando no tenías energía para hablar.
—Entonces, ¿te gusto?
—Eso no es lo que he dicho.
114
—Eso es exactamente lo que dijiste.
—Por el amor de Dios —siseé—. No me refería a eso.
El Lord se rió y el sonido fue profundo y... y agradable. Inesperado. No se había
reído así anoche. —¿Sabías que na'laa tiene otro uso? ¿Para alguien que es... franco?
¿Testaruda? ¿Habladora? —Creo que prefiero el significado 'valiente'.
—Hay un cuarto significado —añadió el Lord.
—Esta palabra tuya tiene muchos significados —murmuré.
—Muchos —murmuró—. Pero la cuarta también se utiliza para describir a
alguien que es desagradecido. Eso también es bastante apropiado, ¿no crees? Te
salvé la vida y, sin embargo, me encuentras descortés.
Me quedé boquiabierta.
—Y también me senté aquí y esperé hasta que te despertaste, sólo para
asegurarme de que estabas bien. Vigilándote. Incluso te dejé usar mi cuerpo como
almohada. —Ahí estaba de nuevo, el atisbo de la sonrisa burlona que no podía ver
pero que oía en su voz—. Creo que fue muy educado por mi parte, sobre todo porque
anoche no pude usar tu cuerpo como almohada.
—Recuerdo claramente que anoche me pediste ayuda —respondí—. Mientras
tanto, yo no te pedí que hicieras ninguna de esas cosas.
—Me habrías ayudado aunque no te lo hubiera pedido —dijo, y yo apreté los
labios—. Igual que lo hice sin que me lo pidieras, aunque tengo cosas mucho más
importantes que atender.
La ira golpeó mi sangre en un torrente caliente, aflojando esa boca. —Si tienes
cosas mucho más importantes que hacer, nadie te detiene. Su presencia no es
necesaria ni bienvenida, mi Lord.
Aquellos dedos se aquietaron en el espacio sobre su rodilla mientras él se
movía un poco más hacia la corriente de luz de luna. Su boca, la curva de su mandíbula
y su nariz se hicieron más visibles. Su sonrisa era lobuna.
Se me hundió el estómago y me quedé muy quieta. Era muy probable que me
hubiera excedido.
—Tienes razón, na'laa. No necesito estar aquí —dijo, casi tan suavemente como
cuando había hablado con el Hyhborn en aquellos segundos antes de acabar con su
existencia—. Quiero estar aquí.
Lo sentí entonces. Su mirada. Aunque no podía verle los ojos, sentía su mirada
recorriendo mis rasgos y luego bajando. Me invadió un hormigueo de calor.
—Después de todo —dijo, la voz más gruesa, más suave—. El paisaje es
bastante bonito.
115
Miré hacia abajo y vi que la bata azul noche se había desabrochado en algún
momento y que debajo se veía el camisón marfil. A la luz de la luna, el camisón era
prácticamente translúcido, lo que dejaba a la vista gran parte de mis pechos.
—Estoy mirando. Lo sé —dijo el Lord—. Y también soy consciente de lo
descortés que estoy siendo ahora.
Lentamente, levanté la mirada hacia él. Era sabido que a los Hyhborn sólo les
gustaban dos cosas por igual. La violencia y... y el sexo. No debería sorprenderme,
sobre todo cuando había visto cómo estaba la noche anterior, pero era un Lord
Hyhborn, y ahora, con él ileso y en los jardines, yo ...yo no era más que una...
Ahora que lo pienso, ¿qué hacían él y los otros dos en esos jardines? Los
Hyhborn tendían a relacionarse con los lowborn más libremente y... íntimamente
durante los festejos, incluso con los Lores Hyhborn, pero los festejos estaban bastante
lejos de comenzar.
—¿Muriel? —Le dije—. Era de quien oí hablar a Finn y Mickie.
—Lo era.
Arrastré los dientes sobre mi labio inferior. —¿Y Finn? ¿Mickie? —Hubo un
silencio—. ¿Los incendios? ¿Ahí es donde acabaron?
—Creo que sabes la respuesta a eso.
Lo hago. —¿Cómo acabaste en los jardines?
—Había enviado un mensaje a Nathaniel para reunirnos, sabiendo que Muriel
nunca está lejos de su hermano —respondió—. La suerte quiso que fuera aquí donde
Nathaniel pidió reunirse.
Entonces eso tenía que significar que los hermanos Hyhborn eran de Primvera.
—¿Dijiste que te gustaban esas esferas de luz? —dijo, sacándome de mis
pensamientos, y tardé un momento en darme cuenta de que estaba respondiendo a
lo que les había dicho a él y a Muriel—. Supongo que te referías a los sōls.
—¿Almas? —susurré, lo suficientemente sorprendido como para preguntar.
—No almas de mortales. —Aquella tenue sonrisa apareció de nuevo—. Pero
sōls de todo lo que te rodea. El árbol bajo en el que nos sentamos. La hierba. Las flores
de la glicinia que llevas en el cabello.
—Oh. —Levanté la mano por reflejo. Me pasé la mano por la trenza hasta que
sentí algo suave y húmedo. Tiré del pétalo, encogiéndome—. No lo sabía.
Volvió a reírse. El sonido seguía siendo agradable, lo que parecía totalmente
en desacuerdo con, bueno, todo. —Estoy seguro de que la flor se alegró de
encontrarse unida a un mortal tan encantador. Aunque se me ocurren lugares mucho
más interesantes a los que me habría unido.
116
Parpadeé una vez.
Luego dos veces.
Y entonces mi mente decidió dar un rápido paseo por donde no debía,
evocando todos esos lugares interesantes. Un dolor repentino se me revolvió en el
estómago. Me moví sobre la hierba, inestable por el intenso pulso del deseo, por otro
duro recordatorio de lo que él era.
—Entonces, ¿buscabas a los sōls? —preguntó el Lord, levantando una mano.
Emitió un suave zumbido, un sonido suave y melódico.
Un latido después, un resplandor intenso apareció en el árbol sobre nosotros,
descendiendo lentamente a través de las ramas y enredaderas. Luego otro. Y otro
más. Mis labios se entreabrieron. Algo más de media docena flotaban entre los
árboles.
—¿Puedes llamarlos? —pregunté.
—Por supuesto —respondió—. Formamos parte de todo lo que nos rodea. Ellos
son parte de nosotros.
Observé cómo uno de los sōls flotaba sobre mí. —Son preciosas.
—Te agradecen que lo digas.
Levanté una ceja. —¿Pueden entenderme?
—Ellas pueden. —Levantó la barbilla, señalando a uno de los sōls—. ¿Ves cómo
sus luces se han vuelto más brillantes?
Asentí.
—Así es como lo sabes.
—Oh. —Sentí un hormigueo en los dedos al querer estirar la mano y tocar uno
sin los guantes, pero pensé que eso era pasarse. Miré al Lord, deseando poder ver
más de su cara. Sus ojos. Pero probablemente era una bendición que no pudiera en
ese momento—. ¿Cómo... cómo te llamas?
—Thorne.
Sentí un extraño silbido en todo el pecho. Después de tantos años, por fin tenía
un nombre para él. No sabía cómo pensar en eso, pero me pareció algo extrañamente
transformador.
Me aclaré la garganta. —Yo… Probablemente debería seguir mi camino.
Inclinó la cabeza. —Probablemente.
Aliviada y a la vez desconcertada de que hubiera aceptado, me levanté.
—Pero me sentiría desolado si lo hicieras —añadió, y lo dudé seriamente—.
Tengo tantas preguntas.
117
Me detuve. —¿Sobre qué?
Se levantó tan rápido que no lo había visto moverse. Un minuto estaba sentado
y luego de pie. —Sobre ti, por supuesto.
Mi corazón dio un brusco bandazo. —No hay mucho que saber sobre mí.
—No puedo creer que sea verdad. —Ahora estaba casi en las sombras de la
glicina, pero de alguna manera parecía estar más cerca—. Estoy dispuesto a apostar
que sí, empezando por cómo nos conocimos.
Un fino escalofrío me recorrió la nuca y la columna vertebral. Sentí que el suelo
volvía a moverse. —¿Cómo... cómo nos conocimos?
—Esta noche —aclaró—. ¿Es así como sueles pasar las noches? ¿Sola,
persiguiendo sōls cuando no estás rescatando a los que están en apuros?
—Sí —admití—. Normalmente no recorro esta parte de los jardines de noche.
—Pero esta noche ha sido diferente.
Asentí, decidiendo una vez más errar por el lado de la verdad a medias. —Oí
voces y me preocupaba que pudiera ocurrir algo malo.
—¿Así que decidiste intervenir? ¿Otra vez? —La sorpresa era evidente en su
voz—. ¿Sin armas, y aun así, aparentemente sin conocimiento de cómo defenderse?
Mis labios se fruncieron. —Supongo que sí.
Hubo un momento de silencio. —Una vez más, has demostrado lo valiente que
eres.
—Yo sólo... Sólo hice lo que creí correcto.
—Y eso a menudo requiere la mayor valentía, ¿no?
Asentí, diciéndome a mí misma que tenía que cerrar esta conversación. Había
un montón de razones para ello. Tenía que ser tarde, pero dudé…
Su sonrisa apareció una vez más. La leve y pronunciada curva de sus labios y,
de nuevo, un agudo y tenso remolino en mi vientre. Se me secó un poco la boca.
—Supongo que llamas a la mansión Archwood tu hogar. —preguntó Lord
Thorne, y aunque no lo había visto moverse, estaba más cerca.
Asentí. —Yo… paso mucho tiempo en estos jardines —dije, y ni siquiera sabía
por qué, salvo por el nerviosismo que siempre me hacía divagar—. Por eso me oliste
a hierbabuena.
—Ni siquiera habría entrado en ellos de no haber sido por Nathaniel —dijo,
girando la cabeza mientras escudriñaba los jardines—. Qué raro que haya sido así. —
Volvió a mirarme—. Contigo.
Sí, era extraño.
118
—Siento lo de tus... —¿Amigos? Era obvio que ni Muriel ni Nathaniel habían
sido amigos—. Siento lo que pasó con ellos.
Su cabeza se giró hacia la mía y se quedó callado. Fue la misma reacción que
había tenido la noche anterior cuando me disculpé por lo que le habían hecho.
Tragué saliva. —Hay algo que me he estado preguntando todo el día sobre
Muriel. Te tendió una trampa, ¿no?
Lord Thorne asintió.
—¿Por qué un Hyhborn estaría involucrado en el mercado de sombras?
Se quedó callado unos instantes. —Es una buena pregunta. Me gustaría saber
la respuesta, pero tengo otra pregunta para ti.
—¿Cuál es?
Una de las lianas se movió a un lado cuando, esta vez, lo vi dar un paso adelante.
No había tocado la liana, pero como había dicho, formaba parte del reino de un modo
en que los lowborn nunca podrían serlo. —¿Cómo pasaste el día preguntándote por
qué un Hyhborn estaría involucrado en el mercado de las sombras cuando no sabías
hasta esta noche que era un Hyhborn?
Mierda.
Mi corazón tropezó consigo mismo. —Yo… Simplemente supuse que lo eras. —
Mis pensamientos se aceleraron—. Dijiste que te reunirías con él en los Gemelos
Barrels. Supuse que sería otro Hyhborn.
—Ah. —Otro tallo de glicina giró sin que él lo tocara—. Debería ser yo quien
se disculpara, por lo que tuviste que presenciar y experimentar estas dos últimas
noches. Estoy seguro de que no es algo que veas todos los días.
—Yo… No esperaba encontrar a un Hyhborn a punto de matarse entre sí...
Suelta una carcajada seca. —Te sorprenderá saber que eso no es tan raro.
Levanté las cejas. Me sorprendió. Por otra parte, sabía poco de lo que ocurría
en las Cortes de Hyhborn.
—¿Ahora debes pensar que soy un monstruo?
—No, eso no ha cambiado. Es decir, él iba a apuñalarte, lo que me pareció una
decisión muy poco meditada teniendo en cuenta cómo le resultó. Y bueno, Muriel iba
a matarme, así que que se joda —continué, sonrojándome ante su risita—. ¿Por qué te
tendió una trampa?
—¿Además del hecho de que era un tonto? Estaba asustado.
—¿De?
119
—De mí. —Uno de los sōls se movió por encima de su hombro, casi rozando el
mío al pasar junto a nosotros—. Así que pensó que lo mejor era que se ocuparan de
mí.
No conocía a Lord Thorne en absoluto, pero no me parecía el tipo de persona
a la que se intenta forzar a nada. —Supongo que ambos hicieron más de una elección
mal pensada esta noche.
—Has acertado. —Sus dedos recorrieron una vez más uno de los tallos de
glicina.
Sin embargo, me pareció que era algo más que el simple hecho de que Muriel
tuviera miedo de Lord Thorne. De acuerdo, ésa sería razón suficiente para la mayoría,
pero en aquellos breves instantes habían hablado como si estuvieran aludiendo a algo
más... algo que probablemente no era de mi incumbencia, pero sentía curiosidad.
—Bueno, yo... Espero que encuentres lo que sea que estabas buscando —le
dije, y su cabeza se ladeó de nuevo—. Parecía que buscabas algo sobre lo que él
decía tener información.
—Sí, pero ahora no estoy seguro de si dijo la verdad o no.
Empecé a preguntar qué era aquello que podría enojar al rey, pero lord Thorne
tocó una flor de glicina, atrayendo mi mirada mientras sus dedos la recorrían a lo
largo de la enredadera, sin desprender ni una sola flor.
Apareció otro sōl, que se unió al otro mientras flotaban sobre nosotros,
arrojando luz suficiente, cuando lord Thorne giró completamente la cabeza hacia mí,
por fin volviera a ver su rostro con claridad.
Un cosquilleo comenzó en la base de mi cuello y se extendió por todo mi
cuerpo mientras mi mirada se alzaba hacia el cabello castaño dorado que rozaba unos
hombros poderosos y una garganta del color de la arena caliente.
De niña, me parecía hermoso y aterrador.
Y eso no había cambiado.
Un mechón de cabello le cayó por la mejilla mientras levantaba una ceja un
tono o dos más oscura que aquel mechón ondulado. —¿Estás bien?
Di un pequeño respingo. —Sí. Sólo estoy cansada. Han sido dos noches
extrañas.
Me miró fijamente un momento. —Apuesto que sí.
Tragué saliva. —Creo que... necesito volver a la mansión.
Lord Thorne estaba en silencio, observándome atentamente. Intensamente.
Con el corazón palpitante, di otro paso atrás. —Te agradezco que te aseguraras
de que yo... de que no muriera allí y de que velaras por mí.
120
Su cabeza se enderezó. —¿Así que agradeces la ayuda que no pediste?
—Por supuesto... —Corté, viendo la burlona elevación de sus labios—. Aun así
no tenías que hacerlo.
—Lo sé.
Le sostuve la mirada un momento y luego asentí. —Buenas noches —susurré.
Empecé a darme la vuelta.
—¿Na'laa?
Me giré hacia él, jadeando al retroceder, chocando con una glicinia cercana.
Lord Thorne estaba de pie a menos de medio metro de mí, con las flores detrás de él
inmóviles, completamente imperturbables. Ni siquiera le había oído moverse. Se
alzaba sobre mí en la oscuridad del árbol, bloqueando todo rastro de luz de luna. Me
llevé las manos a los costados, con las palmas presionando la áspera corteza.
—Hay algo que debo pedirte antes de que te vayas —dijo.
La respiración superficial que tomé estaba llena de su suave aroma a madera.
¿Qué era ese olor? Me sobresalté ante el inesperado contacto de sus manos sobre mis
hombros. —¿Qué?
—¿Qué has visto aquí esta noche? —Sus manos bajaron por mis brazos. El tacto
era ligero, pero enseguida me aceleró el pulso. Llegó a mis muñecas—. ¿Con Muriel
y Nathaniel? No hables de ello.
Me estremecí cuando sus manos se deslizaron hasta mis caderas. El camisón no
era una barrera contra el calor de sus palmas. Su tacto... me marcó. —Por supuesto.
—A cualquiera —insistió, sus manos abandonaron mis caderas y se dirigieron
a las mitades de mi bata. Aspiré una embriagadora bocanada de aire cuando sus
nudillos rozaron la curva de mi vientre. Cerró el albornoz y buscó el fajín.
Contuve la respiración mientras él ataba la faja justo debajo de mis pechos. —
No lo haré.
Me quedé completamente quieta mientras él terminaba con la faja y sentí que
me latía el pulso cuando me agarró la muñeca y se la llevó a la boca. No podía
moverme. No era el miedo ni la angustia lo que me retenía, y así debía ser.
Sin embargo, no tenía miedo.
Era... era una emoción que no podía nombrar ni describir cuando me dio la
vuelta a la mano, presionando con sus labios el centro de mi palma, igual que había
hecho la noche anterior. La sensación de sus labios contra mi piel fue un choque para
los sentidos. Eran suaves y delicados, pero firmes e inflexibles, y cuando me bajó la
mano, su aliento recorrió la curva de mi mejilla hasta que nuestras bocas quedaron a
escasos centímetros.
121
¿Iba a besarme?
Durante un momento caótico, me asaltó un cúmulo de sensaciones:
incredulidad y deseo, pánico y anhelo. Mi corazón martilleaba confundido. No quería
que me besara un Lord Hyhborn, y menos uno que en aquel momento me resultaba
vagamente amenazador.
Pero no aparté la cabeza cuando su aliento bailó sobre mis labios. En ese
momento supe lo que había descubierto varias veces a lo largo de mi vida: tenía que
haber algo muy malo en mí. Mis ojos empezaron a cerrarse.
Un viento fresco me besó la nuca.
Lord Thorne se detuvo.
Al abrir los ojos, sentí ese escalofrío recorrer mi cuerpo. Los pájaros nocturnos
ya no cantaban. Todo el jardín estaba en un silencio espeluznante y, al mirar a mi
alrededor, vi que incluso los sōls parecían haber abandonado la zona al volver esa
sensación anterior: el aire helado y espeso.
—Regresa a tu hogar. —La voz de Lord Thorne era más fría y dura, cayendo
contra mi piel como lluvia helada—. Hazlo rápido, na'laa. Hay cosas moviéndose
ahora en el jardín que encontrarán tu carne tan sabrosa como yo la encuentro
encantadora.
Se me revolvió el estómago. —¿Estarás bien?
Lord Thorne se calló, y supuse que mi pregunta lo había dejado sin habla.
También me había sorprendido a mí. ¿Por qué iba a preocuparme si le había visto
incinerar a otro Hyhborn? ¿O por qué me preocupaba si él estaría bien? ¿Porque nos
había ayudado a Grady y a mí una vez? Sin embargo, parecía más que eso.
—Por supuesto —prometió—. Tienes que darte prisa. —Su mano se apretó
contra mi cuello y luego me soltó.
Retrocedí a trompicones, con el corazón galopando. Abrí la boca...
—Vamos, na'laa.
Temblando, retrocedí y luego me di la vuelta... y corrí, sin saber qué me
inquietaba más. Si eran los sonidos de las pesadas alas batiendo el cielo nocturno o
si era la inexplicable sensación de que no debería estar corriendo.
Que debería estar a su lado, enfrentándome a lo que se avecinaba.
122

CAPÍTULO 11

—¿C
uántos? —preguntó el Barón mientras recorría una de las
numerosas cámaras de recepción cercanas a la Gran
Sala. Sólo un faldón de su camisa blanca estaba metido
dentro de los pantalones color canela que llevaba. Su cabello oscuro parecía como si
se lo hubiera pasado por las manos varias veces aquella mañana, dejándolo suelto en
distintas direcciones—. ¿Cuántos de mis hombres murieron anoche?
—Se confirma que tres han fallecido —respondió el magistrado Kidder desde
donde estaba sentado, con las manos agarrándose las rodillas hasta que sus nudillos
se blanquearon—. Pero se encontraron… trozos a lo largo del exterior del muro de la
mansión que nos han llevado a creer que puede haber dos o más aún sin confirmar.
Detrás del magistrado canoso, Hymel frunció el ceño.
—¿Trozos? —Claude giró hacia el Magistrado mientras mi mirada parpadeaba
hacia la puerta, encontrándose brevemente con la de Grady—. ¿Qué quieres decir
con trozos?
—Bueno, para ser más exactos, había miembros adicionales que superaban en
número a los contabilizados. —La tez del Magistrado Kidder era casi tan pálida como
la camisa del Barón—. Una pierna y dos brazos adicionales.
—Mierda —murmuró Hymel, curvando los labios.
El bocado de sándwich de fiambre que había tragado hacía unos minutos se
agrió inmediatamente en mi estómago. Dejé lentamente el tenedor y el cuchillo sobre
la mesa, inmensamente arrepentida de no haberme llevado el almuerzo a mis
aposentos. Pero no estaba preparada para que Claude irrumpiera en el espacio con
el magistrado a cuestas. Tampoco estaba preparada para saber que tres guardias del
barón habían muerto anoche. O cuatro. O cinco.
Claude tomó una jarra del aparador y bebió directamente de ella. —¿Cuánto
tardará tu gente en encontrar y limpiar los restos que pertenecieron a esos brazos y
piernas adicionales? —Dejó la jarra en la mesa—. Los invitados ya han empezado a
llegar para la fiesta de esta noche. Lo último que necesito es que alguno de ellos se
tropiece con una cabeza o un torso al azar entre las rosas.
Cerré los ojos brevemente, más asqueada por la sorprendente falta de cuidado
del Barón por saber a quién pertenecían aquellas piezas que por el grotesco tema de
conversación.
123
—Tengo a varios hombres ahí fuera ahora mismo, buscando posibles restos —
le aseguró el magistrado—. Pero le sugiero que cierre los jardines durante las
próximas horas.
—No me digas —murmuró Claude, pasándose de nuevo la mano por el cabello.
El agua de mi vaso empezó a temblar mientras él volvía a pasearse—. Has visto los
cuerpos, ¿verdad?
La garganta del magistrado Kidder se estremeció mientras asentía. —Y no
dejaré de ver ninguno de ellos.
Claude cruzó por delante de la ventana, bloqueando momentáneamente la luz
del sol. —¿Qué crees que ha causado esto?
—Probablemente lo que tu primo piensa y lo que los otros informaron haber
visto. —El Magistrado miró de nuevo a Hymel—. Ni'meres.
Un escalofrío me recorrió al recordar el sonido de las alas batiendo contra el
aire. Tenía que estar de acuerdo con lo que decían Hymel y los demás guardias.
Los Ni'meres eran otro tipo de Hyhborn, del tipo que los lowborn rara vez
trataban o veían. Yo sólo los había visto una vez, cuando Grady y yo éramos unos
niños, después de salir de Union City. El conductor de la diligencia los había visto en
la carretera, rodeando una parte de los Wychwoods. Eran algo sacado directamente
de una pesadilla: una criatura con una envergadura de más de dos metros y garras
más largas y afiladas que las de un oso. Del cuello para abajo, parecían águilas
extraordinariamente grandes de casi metro y medio de altura.
Pero su cabeza era la de un mortal.
—¿Pero por qué carajo atacarían los ni'meres a mis hombres? —Preguntó
Claude—. ¿No atacan sólo cuando alguien se acerca demasiado a donde anidan?
—No creo que fueran el objetivo. —Grady habló desde donde estaba en las
puertas—. Eso es lo que Osmund dijo esta mañana. Que los ni'meres se dirigían hacía
algo en los jardines, y los que patrullaban la muralla estaban desafortunadamente en
el camino. Grell y Osmund estaban en el suelo cuando chocaron.
Claude pasó junto a mi mesa. —Entonces, ¿sabes lo que pudo haber en los
jardines, que los atrajo?
Ahora se me revolvía el estómago por un motivo totalmente distinto. Algo había
estado en los jardines. Mi Lord Hyhborn... no, no era mío. Tenía que dejar de decir
eso. Tomé el vaso de agua y bebí varios sorbos.
—Eso no puedo responderlo —respondió Grady, y su mirada se desvió
brevemente hacia la mía. Me encogí un poco en mi asiento—. Ninguno de los otros
vio nada fuera de lo normal antes de que invadieran los jardines.
Invadir.
124
Mi mano tembló ligeramente al dejar el vaso. Un Lord Hyhborn era un ser
poderoso, pero tenía que haber al menos una docena o más de ni'meres. ¿Cómo podía
Lord Thorne haber luchado contra ellos? Pero tuvo que hacerlo, porque si no, lo
habrían encontrado.
A menos que esos miembros extra le pertenecieran.
La preocupación se me anudó en el pecho mientras dejaba el vaso.
—Maldita sea, ni'meres —murmuró Claude, sacudiendo la cabeza—. ¿Y ahora
qué? ¿Los nix?
Me estremecí. Dios, esperaba que no.
—¿Ni'meres comportándose así? —Hymel habló, frunciendo el ceño—. Es
bastante inaudito, ¿no?
—Han ocurrido muchas cosas inauditas —respondió el magistrado Kidder.
Claude se detuvo, mirando al hombre mayor. —¿Le importaría añadir más
detalles?
—He estado escuchando rumores de peleas Hyhborn —comenzó el
Magistrado—. Ha habido informes de que ha ocurrido en otras ciudades. Justo la otra
semana, oí que había habido una trifulca entre ellos en Urbane el mes pasado.
Fruncí el ceño. Urbane estaba en el territorio de las Tierras Bajas, no muy lejos
de la Corte Hyhborn de Augustine, que también servía como capital de Caelum.
Pensé en lo que Lord Thorne había dicho sobre los Hyhborn a punto de matarse unos
a otros. Al parecer, no era algo fuera de lo común en sus Cortes, pero era raro oír que
ocurriera delante de los lowborn.
—Varios fueron asesinados —añadió el magistrado Kidder—. Así como unos
cuantos lowborn que por desgracia estaban en el lugar equivocado en el momento
equivocado.
—¿Sabemos por qué están peleando? —preguntó Claude.
—Eso no lo he oído. —El magistrado se rascó la mandíbula—. Pero si me entero
de algo, se lo haré saber.
—Gracias. —Claude me miró, su expresión ilegible. Se cruzó de brazos—.
Quiero los jardines limpios para esta tarde. —Miró al magistrado—. No quiero que
quede nada, ni siquiera una uña.
—Lo haré. —El magistrado Kidder se puso en pie y salió de la sala con paso
rígido, sin mirar en mi dirección. No lo había hecho desde que entró. No necesitaba
intuición para saber que pensaba que yo no era más que una puta bien cuidada a la
que tendría que pagar por el placer de siquiera mirar.
Lo que sea.
125
En el momento en que la puerta se cerró tras el Magistrado, el Barón se giró
hacia mí. Sus facciones estaban tan tensas que su boca no era más que un tajo. El Barón
estaba claramente de mal humor, y con razón. Había partes de cuerpos en sus
jardines.
—Dime, mascota mía, con toda tu intuición y tu segunda vista —dijo, con los
brazos a los lados, —¿no viste una horda de ni'meres que descendía para causar
estragos en mis jardines?
—Para que ella hubiese visto eso, tendría que ser realmente útil —comentó
Hymel, cruzando los brazos sobre el pecho. Por encima de su hombro, vi a Grady
mirándole la nuca como si quisiera quitársela de encima—. Y más allá de trucos de
salón y buenos instintos, no sirve para mucho, primo.
La cabeza de Claude giró hacia Hymel. —Cállate.
Las mejillas de Hymel se ruborizaron. Le gustaba abrir la boca, pero sabía que
lo que yo hacía no tenía nada que ver con trucos de salón o ilusiones. Se estaba
comportando como un imbécil, como siempre.
Así que lo ignoré, como de costumbre.
Claude me miró. —¿Lis?
—No funciona así —le recordé—. Sabes... —Me sobresalté cuando Claude se
abalanzó sobre la mesa. El vaso de agua y el plato de bocadillos salieron volando
hacia el suelo de madera.
Mi mandíbula se desencajó por la sorpresa al ver el desastre en el suelo.
Claude tenía mal genio. La mayoría de los caelestias lo tenían. Ya lo había visto tirar
alguno que otro vaso. Botellas caras de vino habían caído al suelo más de una vez,
pero nunca había actuado así conmigo.
—Sí —siseó Claude a escasos centímetros de mi cara mientras ponía las manos
sobre la mesa. Vi que Grady empezaba a dar un paso adelante, pero se detuvo
cuando sacudí bruscamente la cabeza—. Sé que no funciona así. No puedes ver nada
que tenga que ver con los Hyhborn, pero... —Su mirada se clavó en la mía—. Pero
también sé que no siempre es así. A veces tienes vagas impresiones, y también sé
que no puedes ver de qué formas parte.
Mis dedos se clavaron en la falda de mi vestido cuando se me ocurrió algo.
Anoche había visto lo que estaba a punto de suceder en relación con Muriel y lord
Thorne: la sangre salpicada en las flores de glicina. No se me había ocurrido
entonces. ¿Fue porque involucraba a Lord Thorne?
—Entonces, dime, mi mascota. —Sonrió, sacándome de mi asombro. O lo
intentó. Fue más bien una mueca—. ¿Estuviste involucrada en esto?
126
—¡No! —exclamé. El shock me recorrió mientras lo miraba fijamente. Ni
siquiera porque yo tuviera algo que ver con lo que había pasado anoche. Sino porque
pensara que yo tenía algo que ver con los malditos ni'meres—. No tengo nada que ver
con eso. Ni siquiera sabía que había ni'meres en Archwood.
El Barón me miró durante unos instantes y luego se levantó de la mesa,
haciendo sonar los utensilios que quedaban. —No hay ni'meres en Archwood —dijo,
con las fosas nasales encendidas mientras daba un paso atrás, casi pisando la
comida—. Pero hay algunos en Primvera. Seguramente vinieron de allí. —Se quedó
mirando el desastre que había creado, con las mejillas rosadas—. En cualquier caso
—dijo, metiéndose la cola de la camisa desabrochada en los pantalones—. Esos
ni'meres estaban obviamente descontentos con algo en ese jardín.
Más bien infeliz con alguien.
—Asegúrate de que ese magistrado haga su trabajo —le dijo a Hymel antes de
detenerse y volver a donde yo estaba sentada. Su garganta se estremeció mientras
me miraba fijamente—. Siento haber perdido los nervios. No debería haberlo hecho.
No es porque estuviera enojado contigo.
No dije nada y lo miré con recelo.
Exhaló bruscamente. —Puedo recuperar un plato fresco de comida para ti.
El Barón sonaba como si estuviera realmente arrepentido. No es que eso
justificara su arrebato. —No pasa nada —dije con una sonrisa, porque tenía que ser
así.
El Barón vaciló. —No, es... —Se detuvo y respiró hondo—. Lo siento —repitió,
y luego se dirigió hacia la puerta, deteniéndose para hablar con Grady—. ¿Puedes
asegurarte de que esto se limpie?
Grady asintió.
Me levanté cuando la puerta se cerró tras el Barón y su primo, y me giré hacia
el desastre del suelo.
—Lo tengo —dijo Grady bruscamente, acercándose a la mesa.
—Es mi comida. —Me arrodillé y empecé a recoger las rebanadas de jamón y
queso esparcidas.
—No significa que no pueda ayudar. —Grady se arrodilló frente a mí,
recogiendo el plato—. Qué desperdicio de buena comida.
Asentí mientras dejaba caer algunos trozos en el plato que él sostenía,
pensando que hubo un tiempo en que ninguno de los dos se habría inmutado por
comer comida caída al suelo y pisada.
Al encontrar un tomate, me encogí ante la viscosa humedad. —Está de mal
humor, ¿verdad?
127
—El eufemismo del año, Lis. —Se le desencajó la mandíbula mientras recogía
la taza y la dejaba sobre la mesa—. Eso no estuvo bien.
—Lo sé. —Me encontré brevemente con su mirada—. No es mi amante —le
recordé.
—¿Qué es él para ti? ¿Tu jefe, que al azar se pone demasiado amistoso contigo?
—No, es mi jefe que finge ser más de lo que es. —Probablemente también
desearía serlo... desearía que sintiera más por mí.
—Aun así no está bien.
Asentí, recogí el último trozo de comida y lo puse en el plato mientras me
levantaba. —Pero no todos los días tienes ni'meres pululando por tus jardines.
Grady resopló. —Gracias a los dioses. —Tomó un trozo de pan—. Me habría
orinado encima si hubiera estado ahí fuera, en la pared, y los hubiera visto venir.
—No, no lo habrías hecho.
Me miró fijamente, con las cejas levantadas.
—De acuerdo. —Me reí—. Habrías hecho eso y luego habrías luchado contra
ellos.
—No, habría hecho eso y luego habría corrido, o me habría orinado mientras
corría, que es lo único sensato ante algo como un ni'mere.
Sacudiendo la cabeza, recogí el último trozo de comida y lo dejé caer en el
plato que sostenía Grady. Empecé a levantarme cuando vi una mancha de piel marrón
rojiza, brillante y fea en el brazo de Grady, justo debajo de la muñeca. Le agarré la
mano, pero me detuve. Mi mirada voló hacia la suya. —¿Qué te paso en el brazo?
—¿Qué? —Miró hacia abajo—. Oh. No es nada. Estaba haciendo una cuchilla
nueva y se me resbaló la mano. Estaba demasiado cerca del calor.
—Dios, Grady. Eso parece doloroso. ¿Le pusiste algo? —Inmediatamente,
empecé a pensar en las diferentes pomadas que se podrían utilizar—. Puedo...
—Ya usé lo que hiciste la última vez. ¿Ves? —Inclinó el brazo hacia la luz—. ¿El
brillo? Es del aloe que hiciste.
—Necesitas usar más que eso. —Le quité el plato y lo puse sobre la mesa—. Y
deberías cubrirlo cuando estés fuera, especialmente cuando trabajes en la tienda.
—Sí, madre —respondió Grady secamente.
Mirando su herida, me acordé de algo. —¿Has hablado con Claude sobre
sustituir a su herrero? Danil debería jubilarse pronto, ¿no? Y con lo que le pasó a Jac...
—No lo he hecho. —Grady se dio la vuelta.
Mis ojos se entrecerraron. —Pero lo harás, ¿verdad?
128
Un hombro levantado.
—Puedo preguntarle...
—No hagas eso. —Grady me encaró.
—¿Por qué no? —Me crucé de brazos—. Eres bueno en eso...
—Ahora soy bueno en lo que hago.
—Sí, pero en realidad disfrutas trabajando con hierro y acero. Es raro que
alguien sea bueno en algo que disfruta haciendo. —Lo vi juguetear con la correa de
cuero que llevaba en el pecho, sujetando una de las espadas que sabía que había
fabricado él mismo—. Tienes que preguntarle a Claude. No te va a decir que no.
—Lo sé. Lo haré. —Se quedó callado un momento—. Vas a odiar lo que voy a
decir a continuación, pero probablemente deberías permanecer fuera de los jardines
por un tiempo.
—Sí, probablemente. —Crucé la cámara, con la bata pisándome los talones.
Miré por la ventana, mis pensamientos volvían a esa extraña sensación que tuve
anoche. Que debería haberme quedado a su lado.
Seguía ahí, como una sombra en el fondo de mi mente. Que debería estar ahí
fuera.
Con él.
Donde pertenecía.
129

CAPÍTULO 12

E
n los días siguientes, las cosas se habían calmado en torno a la mansión
y dentro de Archwood. No había habido más ataques ni'mere ni noticias
sobre los Caballeros de Hierro y la princesa de las Tierras Occidentales,
ni había encontrado más guardias implicados en el comercio del mercado de
sombras.
Las cosas eran normales.
Pasaba tiempo en los jardines y con Naomi, me sentaba con Grady por las
tardes. Acompañaba a Claude en sus cenas y cabalgaba a Iris por los prados entre la
mansión y la ciudad, y encontraba placer en estas cosas, como una buena lowborn.
Pero cada noche iba a los jardines e intentaba convencerme de que no era por
él. Que no estaba allí porque esperaba encontrar al Lord de Hyhborn entre las flores
de glicina. Que no tenía nada que ver con la extraña sensación que me perseguía a
medida que los días se convertían en semanas.
Lord Thorne no había regresado, pero aquella sensación que había tenido la
primera vez que nos vimos permanecía. Sabía que volvería a verlo.
Esta noche me había quedado en mis aposentos, sin ganas de socializar. Estaba
de un humor extraño, que no podía descifrar. Sola, había pasado gran parte de la
velada observando a los sōls que se deslizaban por el césped y los jardines mientras
el zumbido de la música del jardín seguía la brisa cálida. Incluso me había acostado
a una hora irrazonablemente temprana, pero me había despertado de repente, en
algún momento antes de medianoche, con el corazón acelerado. Fue como despertar
de una pesadilla, pero ni siquiera estaba segura de haber dormido el tiempo
suficiente para soñar.
De eso hacía ya media hora, e incapaz de volver a conciliar el sueño, regresé a
mi silla, con un libro sin abrir en el regazo mientras observaba a los sōls. Volví a sentir
aquella extraña sensación que permanecía, como había hecho tantas veces desde la
última vez que había visto a lord Thorne. No lograba descifrarlo, y hacía presa en mi
mente. ¿Por qué pensaba que debía permanecer a su lado cuando llegaran los
ni'meres? No habría sido de mucha ayuda, a menos que gritando los hubiera
espantado.
¿Por qué sentía que yo… que ya no pertenecía al lugar donde estaba, más de
lo normal? Empezaba a pensar que ese era el origen de mi estado de ánimo esta
noche...
130
Una fuerte serie de golpes me hizo dar un pequeño respingo. Me giré hacia la
puerta cuando oí a Grady gritar: —¿Lis? ¿Estás ahí?
—Ya voy. —Me levanté, apretando la faja de mi bata. La preocupación brotó
cuando crucé el estrecho espacio, abriendo la puerta. Sólo se me ocurrían dos
razones por las que Grady venía a mi habitación a esas horas de la noche. A veces era
sólo para compartir la misma cama cuando tenía problemas para dormir, una
comodidad nacida de los años de hacerlo, y que ayudaba, ya que ninguno de los dos
dormía muy bien. La otra razón era, bueno, potencialmente estresante.
Grady estaba solo en el pasillo poco iluminado. —El Barón te ha convocado.
Mis hombros se tensaron. —Diablos —murmuré, sin perder tiempo en
ponerme ropa más adecuada. Salí al pasillo y cerré la puerta tras de mí mientras
miraba a Grady—. ¿Sabes por qué?
—No lo sé —respondió—. Lo único que sé es que estaba en el solarium cuando
Hymel vino a buscarlo. Se fue durante una media hora, luego volvió y me dijo que te
trajera.
Apreté el labio inferior entre los dientes. Las opciones eran realmente
ilimitadas cuando se trataba de Claude, pero dudaba seriamente de que quisiera
participar en cualquier celebración que se estuviera dando a esas horas.
Grady me condujo por los pasillos traseros de la mansión, los que sólo
recorrían el personal y quienes no querían arriesgarse a encontrarse con nadie.
Terminamos en la pequeña antecámara que se encontraba detrás de la Gran Cámara.
Había unas cuantas personas en la antesala, pero mi atención se centró en
Claude. No lo había visto desde su rabieta anterior, y me pregunté si él también
estaría pensando en eso cuando nuestras miradas se cruzaron, porque sus mejillas se
sonrojaron. No creí que tuviera nada que ver con la rubia medio acostada en su
regazo. Tenía los ojos desenfocados cuando Claude le dio un golpecito en la cadera,
instándola a levantarse. Ella medio se deslizó sobre la parte vacía del sofá, y tuve la
sensación de que había estado disfrutando del vino mezclado con láudano que a
menudo se servía a los amigos más íntimos del Barón.
—¿Cómo te encuentras, cariño? —me preguntó el Barón cuando me acerqué a
él.
Inmediatamente percibí el olor dulzón y enfermizo de Midnight Oil, y tuve que
contenerme para no lanzar una diatriba. —Bueno... ¿Qué está pasando?
—No estoy seguro. Tenemos invitados inesperados —me dijo mientras me
alejaba del sofá con pasos lentos. Mantuvo la voz baja mientras Grady se acercaba a
nosotros—. Es un miembro de la Corte Real que ha solicitado refugio para él y otras
tres personas por esta noche.
131
Cada parte de mi ser se tensó. Los miembros de la Corte Real eran a menudo
cancilleres. —Eso es poco común.
—Mis sentimientos exactamente. —Nos apartamos de los que estaban en la
cámara—. Él no dice por qué está aquí, alegando que va a hablar conmigo por la
mañana cuando…
—¿Cuándo qué? —pregunté cuando se interrumpió.
—Cuando, como él dijo, 'tenga la mente clara' o alguna otra variación de eso.
—Las mejillas de Claude se colorearon y de pronto comprendí su sonrojo. Yo también
me sentiría avergonzada si llegara un canciller con un asunto potencialmente
importante que tratar y yo estuviera demasiado ebrio o drogado para hacerlo. Se
aclaró la garganta, levantando la barbilla—. Me gustaría que te acercaras a él y vieras
si puedes averiguar sus motivos para estar aquí.
Consciente de los que nos rodeaban, mantuve la voz baja. —¿No puedes
esperar a averiguarlo por la mañana?
—No es la espera lo que me tendrá toda la noche estresado. Es no saber lo que
quiere para cuando nos veamos. Necesito estar preparado para esta reunión. —
Sonaba positivamente horrorizado ante la idea—. Ya sabes lo difícil que me resulta
dormir.
A todos nos costaba conciliar el sueño, pero no creo que el Barón fuera
consciente de ello.
—Yo... —Inclinó la cabeza y me apartó un mechón de cabello del hombro—.
Me preocupa que traiga noticias del Trono Real, del Rey. Puede que me haya
retrasado un poco con los diezmos trimestrales.
—Por el amor de Dios —murmuré.
A Claude se le escapa una risita bastante aguda, y mis cejas se levantan
mientras lo miro fijamente. —Lo siento —murmuró, con los labios tensos—. Necesito
tu ayuda especial, cariño.
Lo que Claude necesitaba era entregarse menos a los favores de su partido y
dejar de gastar dinero en tonterías frívolas.
Pero lo que ninguno de nosotros, los que confiábamos en que mantuviera la
compostura, necesitábamos era que Claude se pusiera aún más nervioso. Lo más
probable es que acabara fumando más aceite de medianoche y fuera un completo
desastre para cuando tuviera que hablar con el canciller de la Corte Real. Y si era
porque no había pagado sus impuestos trimestrales, Claude tendría que estar en
plena forma para suplicar la indulgencia y el perdón necesarios.
—De acuerdo —suspiré—. Lo haré.
Apareció una sonrisa dentada. —Gracias...
132
—Si me prometes que te irás a la cama —interrumpí—. Necesitas descansar.
—Por supuesto —aceptó demasiado rápido—. Ese es el plan.
Lo miré fijamente.
—Lo juro —añadió, con un mechón de cabello oscuro cayéndole sobre la
frente—. Quiero estar fresco como una ropa sucia aireada... —Volvió a reírse, esta
vez de sí mismo—. Dormiré muy pronto.
—Más te vale —le advertí.
—Eres una joya rara —exclamó, dándome un rápido beso en la frente—.
Diviértete, Lis.
El Barón volvió a darme una palmada en el hombro y me aparté de él antes de
cometer una imprudencia, como darle un golpe en el trasero.
Seguida por Grady, crucé la antesala y vi a Naomi. Su mirada se cruzó
brevemente con la mía al pasar. Miré en dirección a Claude y ella puso los ojos en
blanco, pero asintió. No era la primera vez que le encargaban que se asegurara de
que el barón llegara solo a su cama. Se giró hacia Claude y se le escapó una carcajada,
hermosa, pero percibí un poco de fastidio en el sonido. Por alguna razón, recordé la
primera vez que me pidieron que hiciera lo que fuera necesario para conseguir lo
que Claude quería, lo que requería que me comportara como una cortesana. Había
sido Noemí quien me había llevado aparte, había tomado los escasos conocimientos
que tenía sobre los distintos grados de intimidad y me había preparado para lo que
estaba por venir. Al fin y al cabo, yo había sido virgen antes de conocer a Claude,
habiendo experimentado sólo algunos tanteos apresurados que acabaron conmigo
oyendo cosas que hubiera deseado no oír.
Pero Naomi también me había preparado con algo que incluso Claude
desconocía. El conocimiento de cómo podía usarse la Larga Noche. Grady siempre
llevaba una pequeña bolsa de la misma en el bolsillo del pecho de su túnica. Con ella,
podía elegir exactamente hasta dónde deseaba que avanzara la noche.
Lamentablemente, había recurrido a la Larga Noche con más frecuencia de la
deseada, y esta noche probablemente no sería diferente.
—Necesito ver a Maven —le dije a Grady cuando salimos de la antesala.
Los hombros de Grady se tensaron, pero asintió. Al entrar en otro pasillo
estrecho, aún menos transitado, nos detuvimos frente a una puerta redondeada de
madera situada dentro de una alcoba. Como siempre, la figura togada de una Maven
de cabello plateado respondió al sonido de la llamada. Entré en su habitación
iluminada por velas, dejando a Grady en el pasillo, con la mandíbula tan dura que no
me sorprendería que se hubiera partido las muelas.
133
Eché un vistazo y vi que me estaba esperando, lo que significaba que Claude o
Hymel ya la habían alertado. Un destello de fastidio. ¿Qué habría hecho Claude si yo
hubiera dicho que no?
Pero, ¿por qué iba a pensar que lo haría? No le dije que no. Hacerlo rara vez se
me pasaba por la cabeza, porque así era como me aseguraba de ser inestimable para
el Barón. Así era como me aseguraba de que Grady y yo nunca terminaríamos de
vuelta en las calles. Por lo tanto, no estaba segura de con quién debería estar más
molesta. ¿Conmigo o con él?
El espacio de Maven era más bien una cámara de preparación, equipada con
todo lo necesario: una bañera con patas llena de agua humeante y perfumada, cepillos
y estantes con ropa. Había una mesa estrecha donde se realizaban los preparativos
más intensos: la depilación con cera y el quitar todo el vello del cuerpo excepto el
que crecía en el cuero cabelludo. Claude lo prefería largo, así que ahora me llegaba
hasta la cintura. No me importaba la longitud del cabello de la cabeza, pero si alguna
vez decidía marcharme, no volvería a tocar ni un solo trozo de pelo en ningún otro
lugar. Por suerte, la eliminación del vello corporal ya se había llevado a cabo de forma
rutinaria.
Fui a la bañera y me desvestí en silencio. Maven no era conocida por ser
habladora. No hablaba. Ni una sola vez mientras me quitaba el camisón de los
hombros y me deslizaba por las caderas, o mientras me metía en la bañera y me
bañaba. Se limitó a esperar, con una toalla entre los dedos torcidos, la mirada cansada
pero alerta.
Naomi me había dicho una vez que Maven era la abuela del Barón por parte de
padre, pero Valentino, uno de los otros amantes, dijo que era la esposa viuda de uno
de los antiguos jardineros. Lindie, cocinera de la mansión, afirmaba que Maven había
sido amante de uno de los antiguos barones, pero yo era de la opinión de que se
trataba de un espectro que de algún modo había conseguido mantener la carne en
los huesos. Miré la fina piel de sus antebrazos. Apenas conservaba la carne en los
huesos.
Cuando terminé en la bañera, me secó de la forma más brusca posible. Maven
tampoco era conocida por su delicadeza. Me quedé desnuda, con los dedos de los
pies apoyados en el suelo, mientras ella se acercaba al perchero. Las perchas
chocaban unas con otras mientras ella revolvía la ropa y acababa sacando una bata
de un color entre cian y azul. El tono del cielo despejado de las Tierras Medias.
Metí los brazos en la bata y me quedé quieta mientras ella anudaba la faja con
tanta fuerza que la tela me cortaba la suave piel de la cintura. Una mirada al espejo de
pie me confirmó lo que ya sabía. El escote era absurdamente profundo y la túnica era
más gasa que tela. Si caminara con más luz, se conocería el tono exacto de la piel que
rodeaba mi pezón.
134
Tragando un suspiro, me acerqué al taburete y me senté para que Maven me
soltara todas las horquillas que me sujetaban el cabello. Luego me cepilló los
enredos, echándome la cabeza hacia atrás con cada pasada. Las uñas se me clavaron
en las palmas de las manos durante todo el proceso; estaba segura de que pronto me
quedaría medio calva. Cuando terminó, no había pasado más de una hora. Abrió la
puerta y me dejó con Grady en el pasillo. No me siguió. Su tarea había terminado por
esta noche.
Ni Grady ni yo hablamos hasta que entramos en el silencioso vestíbulo que
conducía a las distintas alas de la mansión. Sólo la suave luz de la luna que entraba
por las ventanas iluminaba nuestro camino, gracias a los dioses.
Enroscando los dedos alrededor de la faja, miré al frente, respirando el aire
perfumado de madreselva que florecía a lo largo de las paredes de la mansión,
mientras pensaba en otras ocasiones en las que me habían pedido que utilizara mis
habilidades. Por lo general, se trataba de un Barón visitante u otro miembro del aristo.
Mi intuición solía ser capaz de advertir si el visitante era de fiar o si tramaba algo.
Incluso podía intuir más, si eso era lo que Claude quería. Le gustaba saber qué movía
a los demás para poder utilizarlo en posibles tratos.
—Toma —dijo finalmente Grady, metiendo la mano en el bolsillo del pecho de
su túnica y dejando caer en mi palma una bolsita del tamaño de una moneda. La risa
que normalmente llenaba sus profundos ojos marrones no se veía por ninguna parte,
ni tampoco esos encantadores hoyuelos de niño que lo habían sacado de tantos
problemas cuando éramos más jóvenes—. Averigua lo que necesitas saber y lárgate.
Miré la bolsa negra que contenía la Larga Noche. Los objetivos de Claude
nunca sabían que habían sido drogados. La Larga Noche era inodora e insípida. —
¿Has visto quién ha venido?
—No. Sólo sé de la cámara, pero supongo que es un canciller. —Sus fosas
nasales se encendieron—. No me gusta esto, Lis.
—Lo sé. —Enroscando los dedos alrededor de la bolsa, la metí en el bolsillo de
la bata, donde afortunadamente el material era más grueso—. Pero no debes
preocuparte. Lo tendré bajo control.
Con los labios apretados, negó mientras caminábamos un poco más, con la
mano agarrando la empuñadura de su espada. Nos acercamos al ala este, que daba a
los patios y a las secciones de los jardines donde florecían las rosas. Los aposentos
eran majestuosos, reservados sólo para aquellos a quienes el barón deseaba
impresionar.
Miré a Grady. El músculo a lo largo de su mandíbula estaba temblando. —
Entiendes que no tengo que hacer esto. Que estoy eligiendo hacer esto.
Grady levantó las cejas. —¿En serio?
135
—Sí. Podría haber dicho que no. Claude no me habría obligado a hacerlo, y si
no quiero que las cosas avancen, usaré la Larga Noche una vez que averigüe por qué
este canciller está aquí. Esperemos que no sea porque Claude se retrasó en el pago
del diezmo, porque realmente no necesitamos eso además de todo lo demás de lo
que preocuparnos —dije—. Esta noche no es diferente a las demás.
El músculo seguía latiendo en su mandíbula. —Hablas como si esto no fuera
gran cosa.
Cruzando los brazos sobre el pecho, aparté la mirada. La cosa era que estos
encuentros eran complicados, porque a veces no era para tanto. A veces disfrutaba
con los tocamientos. No es que las personas que conocía en esas circunstancias fueran
siempre malas y odiosas. A menudo eran encantadores e interesantes, y yo... podía
tocarlos sin la culpa de ver o intuir lo que probablemente querían mantener oculto.
Podía echarle la culpa a Claude, y sí, sabía lo mal que estaba eso. En el fondo, sabía
que aún compartía parte de esa culpa. En cualquier caso, salía ilesa de esos
encuentros y sólo unas pocas veces percibí cosas cuyo recuerdo sentí que nunca
podría borrar.
Caminando una vez más, sólo se oía el ruido de sus botas y el de mi bata
susurrando contra el suelo de piedra hasta que llegamos a unas puertas dobles.
—Estamos aquí —dijo Grady en voz baja—. Si pasa algo...
—Grito —le dije, algo que aún no había tenido que hacer.
Grady se acercó a mí y me puso la mano en el brazo. —Ten cuidado —susurró—
. Por favor.
Se me estrujó el corazón. —Lo estaré. —Le sonreí—. Todo irá bien.
Grady se puso rígido. —Sigues diciendo eso.
—Y quizá empieces a creerme.
—O quizá empieces a creértelo.
Me tensé. Una extraña mezcla de sensaciones me golpeó: confusión y una
emoción que me escocía por dentro, haciéndome preguntar si no debería estar de
acuerdo con todo esto. Si ya sabía la respuesta y mis palabras eran falsas
fanfarronerías y evasivas. Me aparté de él, más que un poco inquieta. Pero no era el
momento de introspecciones profundas.
Porque ya estaba un poco nerviosa. Lo estaba cada vez que hacía esto. Me
gustaba pensar que cualquiera lo estaría, porque nunca sabía lo que aguardaba al
otro lado de las paredes. No perdí más tiempo, alcanzando los pomos ornamentados
en oro. Se abrieron como esperaba. Entré en una antecámara iluminada por una
solitaria lámpara colocada junto a un profundo sofá. Las puertas no hicieron ningún
ruido cuando las cerré tras de mí. Dudé unos segundos mientras observaba el
136
espacio. Estaba vacío, salvo por el rico mobiliario cubierto de exuberantes telas y
tallado en madera lisa y brillante, pero había... había una presencia aquí.
Una energía tangible que me cubría la piel y me ponía la carne de gallina. Se
me secó la boca cuando me giré hacia el arco de medio punto que conducía a los
dormitorios. Con los dedos aun enroscando nerviosamente la faja entre ellos, me puse
en marcha aun cuando resurgió la inquietud.
Supuse que quien estuviera aquí esperaría compañía. Seguramente, Claude se
habría asegurado de ello. Después de todo, las puertas estaban abiertas. Pero no oí
nada al entrar en la oscura alcoba. Mis pasos se ralentizaron mientras dejaba que mi
vista se adaptara a la oscuridad. Me acerqué y distinguí la puerta que conducía a la
cámara de baño, ligeramente entreabierta. La luz también empapaba las paredes y
el suelo. Pequeños escalofríos recorrieron mi piel. El corazón empezó a latirme aún
más deprisa. Conocía esta sensación, y había un olor aquí. Un aroma suave y
amaderado que me recordaba a...
De repente, ya no podía ver la puerta de la cámara de baño. La habitación se
había vuelto completamente negra, dejándome ciega, y eso... sí, eso no era normal.
Empecé a dar un paso atrás.
Una ráfaga de aire caliente agitó los bordes de mi bata. Mis dedos se separaron
de la faja y me quedé completamente inmóvil, conteniendo la respiración. Sentí un
hormigueo en la nuca. El aire de la cámara cambió, se espesó y se electrificó,
recordándome la atmósfera justo antes de que cayera un rayo.
No estaba sola en aquella oscuridad antinatural. El aliento de mis pulmones me
abandonó en una exhalación entrecortada mientras una conciencia aguda me oprimía
todo el lado derecho del cuerpo. Era como si de repente estuviera demasiado cerca
de las llamas. Entró en acción el instinto, no el alimentado por mis habilidades, sino
el alimentado por la pura necesidad de sobrevivir. Me gritó que huyera.
Mis labios temblorosos se separaron para hablar o tal vez gritar, pero antes de
que pudiera emitir un solo sonido, un brazo me rodeó la cintura y me empujó contra
una dura pared de músculos. Me levantaron hasta que mis pies dejaron de tocar el
suelo y quedaron colgando a varios centímetros de él.
No conocía a ningún mortal que pudiera levantarme tan fácilmente, y eso sólo
podía significar...
—Tengo dos preguntas, y más vale que cada respuesta sea sincera —me dijo
una voz grave, con una cadencia casi relajada pero un tono bajo de advertencia, al
mismo tiempo que una mano cálida y callosa me presionaba la piel por encima de los
pechos, forzando mi espalda contra un... un pecho—. ¿Qué haces en mis aposentos?
—La respiración agitó los mechones de cabello de mi sien—. ¿Y tienes ganas de
morir?
137

CAPÍTULO 13

U
n Hyhborn.
El Barón me había enviado a los aposentos de un maldito
Hyhborn.
Y no cualquier Hyhborn. Era él.
Lord Thorne.
Le agarré el antebrazo. Mis dedos chocaron con el liso y crujiente lino. El
agarre no era como cuando Muriel me había agarrado, pero aun así el pánico se
apoderó de mí.
—Eso no es una respuesta —reprendió Lord Thorne en voz baja.
Luego se movió.
En dos pasos, me tenía inmovilizada, con la mejilla pegada a la pared y los
brazos atrapados. Su fuerza era aterradora y me aceleró el pulso. Empujé hacia atrás,
intentando bajar los pies al suelo. Me apretó con toda la fuerza de su cuerpo contra el
mío.
—Te sugiero que vuelvas a intentarlo —dijo, con su mejilla rozando la mía—.
Estás recibiendo una oferta muy rara y muy generosa. Te sugiero que no la
desperdicies.
—Soy yo —dije—. Hemos...
—Sé que eres tú —interrumpió, y mis ojos se abrieron de par en par—. Pero
eso no responde a mis preguntas, na'laa.
Me tomó un latido recordar. —Me enviaron a ti.
—¿Por? —El brazo en mi cintura se movió, y sentí su mano abrirse a lo largo
del costado de mi cintura y sus dedos presionar la delgada bata.
—Barón Huntington. Dijo que esperabas compañía.
Lord Thorne se quedó increíblemente quieto detrás de mí. Ni siquiera sentí su
pecho levantarse contra mi espalda. —No esperaba a nadie.
Cerré los ojos de golpe mientras hervía la ira. Maldito Claude. ¿Tan drogado o
borracho estaba que no se le había ocurrido advertirme de que me enviaba con un
Lord Hyhborn y no con un canciller? ¿O siquiera prepararlo para mi llegada? Si no
acababa muerta esta noche, podría matar a Claude por esto.
138
La mano sobre mi pecho se movió, la misma mano que había visto incinerar a
un Hyhborn, y se deslizó hasta la base de mi garganta. —¿Y?
Parpadeé, con los dedos de los pies curvándose en el aire vacío. —¿Y... qué?
Su pulgar y su índice empezaron a moverse a los lados de mi garganta en
suaves, casi... suaves barridos. —Y hay una pregunta más, na'laa.
—No me llames así —espeté.
—Pero sigue siendo tan apropiado y disfruto de lo molesta que te pones cuando
te llamo así —murmuró, y me quedé con la boca abierta—. ¿Cuál es tu respuesta a mi
segunda pregunta?
¿Una pregunta más? ¿Qué estaba...? ¿Tienes ganas de morir? Mis labios se
despegaron mientras la ira ardía en lo más profundo de mí. —No, no tengo deseos de
morir. —Lo que salió de mi boca a continuación no fueron mis palabras más sabias—
. Pero quizás tú sí.
—¿Yo? —Aquellos dedos seguían moviéndose, creando una cálida fricción que
era... que era extraña y angustiosamente tranquilizadora—. Tengo curiosidad por
saber cómo tengo un deseo de morir.
—Soy una favorita del Barón —le dije—. Estaría muy disgustado si me
rompieras.
Lord Thorne guardó silencio durante lo que me pareció una pequeña
eternidad, y luego se echó a reír. Se rió de verdad, y fue un sonido profundo y ronco
que reverberó en mí, muy parecido a aquel sonido animal que había hecho. —Bueno.
—Exhaló la palabra, con los dedos inmóviles en mi garganta—. No quisiera disgustar
al honorable barón.
En cualquier otra situación, una en la que no me estuvieran sujetando lo que
tenía que ser al menos un metro del suelo, habría apreciado la burla que goteaba de
su tono.
—Pero me interesa. ¿Qué haría el Barón? —Los dedos se deslizaron desde mi
garganta hasta justo debajo de la hendidura poco profunda entre mis clavículas. La
sensación de su tacto allí y la palma de la mano que descansaba justo encima de mi
corazón, que seguía latiendo salvajemente, fue una sacudida para mis ya dispersos
sentidos—. ¿Si rompo uno de sus... favoritos?
Mi boca se abrió pero no salió nada. ¿Qué podía hacer el Barón si decidía
hacerme daño? Incluso como caelestia, no había absolutamente nada, por eso era tan
increíble que Claude me enviara así ante el Lord Hyhborn.
—Él haría... —Suspiré—. Haría pucheros.
139
Aquella risa profunda volvió a retumbar en mi espalda y mi trasero, haciendo
que se me doblaran aún más los dedos de los pies. Me tenía demasiado cerca. —No
me gustaría que pasara eso.
Entonces Lord Thorne me soltó, pero lo hizo lentamente. Despacio. Me deslicé
por toda su longitud, y era mucha longitud. Era incómodamente consciente de cómo
la bata se había enganchado, atrapándose entre nuestros cuerpos, y... y de cómo lo
sentía. Simplemente era mucho. Para cuando mis pies tocaron el suelo, mis piernas
estaban expuestas hasta los muslos. Por suerte, la cámara seguía oscura, pero no tan
insondable como antes.
—Seguimos encontrándonos en las circunstancias más extrañas —señaló—.
Empiezo a pensar que el destino está en marcha.
—¿Destino? —Me reí—. ¿Crees en el destino?
—¿Tú no?
¿Cómo iba a hacerlo si sabía que el futuro no siempre estaba escrito en piedra
y que cada decisión, por pequeña o insignificante que fuera, podía tener un efecto
dominó? —No.
—Interesante. —Su brazo entre mis pechos desapareció, pero el que tenía en
mi cintura aún me sujetaba contra la parte delantera de su cuerpo.
Pasaron los segundos y fui consciente de que aquella mano que recorría la
curva de mi cintura se movía en círculos lentos y apretados que tiraban de la faja. —
¿Vas a... ¿vas a dejarme ir?
—No lo sé —dijo al cabo de un momento.
Me quedé mirando la pared oscura. —¿No?
—Me gusta sentirte contra mí.
Bien, eso... eso no era lo que esperaba. —No estoy segura de cómo se supone
que voy a serte útil si continúas reteniéndome.
Su barbilla rozó la parte superior de mi cabeza. —Esto me está sirviendo.
—No estoy segura de cómo es posible.
—Si eres uno de los favoritos del Barón y te envió para que me sirvieras —dijo—
. entonces sabes exactamente cómo me estás sirviendo en este momento.
Me mordí el labio, reconociendo de inmediato que estaba en problemas,
grandes problemas, y no creía que la Larga Noche fuera a ayudarme a salir de ellos.
Funcionaba en un caelestia, pero no tenía ni idea de si funcionaba en un Hyhborn.
Naomi nunca lo había usado en uno. Nunca había querido hacerlo. De cualquier
manera, intentar drogar a Lord Thorne era demasiado riesgo. Si no funcionaba en él
140
y de alguna manera se daba cuenta de lo que había intentado hacer, no tendría que
preocuparme por terminar en las calles. Estaría muerta.
Diablos, ni siquiera sabía si mis habilidades funcionaban con un Hyhborn. Ni
siquiera había intentado leerlo anoche y no había captado nada de la primera noche,
pero, de nuevo, había estado distraída. Conseguí calmar mis pensamientos y vaciar
mi mente. Me agaché y encontré su mano en la oscuridad. Mi mente era un campo
abierto y en blanco.
Vi... No vi nada más que blanco.
Y no oí más que estática.
Pero sentí alivio... una ráfaga de mi propio alivio, porque realmente empezaba
a pensar que aún podía tocarlo sin que me bombardeara nada. Extendí los dedos por
la parte superior de su mano, siguiendo los elegantes tramos de hueso y tendón. Esto
era... esto era malo y a la vez bueno, pero bueno a muy corto plazo.
Se me formaron nudos de inquietud en el estómago. Quizá tenía que esforzarme
más. O tal vez era porque no lo estaba mirando. Las puntas de mis dedos se deslizaron
sobre sus nudillos. Su mano se había quedado inmóvil bajo la mía. Su piel... era tan
dura. Sabía que no se sentiría como la de un mortal. La carne de un Hyhborn era
diferente. Por eso la mayoría de las armas no podían penetrar su piel, pero no
esperaba que fuera tan dura y suave. ¿Todo él era así? Como todo él...
—¿Te he hecho daño? —Lord Thorne preguntó.
—¿Qué? —Retiré mi mano de la suya.
—¿Te he hecho daño? He sido duro contigo.
Me lo había preguntado después de agarrarme en el granero, pero aun así me
tomó desprevenida. —Sólo me has asustado. —Le dije la verdad—. Si sabías que era
yo, ¿por qué me agarraste? ¿O es que siempre agarras a las mujeres que entran en
tus aposentos?
Resopló. —En otro tiempo, daba la bienvenida a las mujeres suaves y bien
formadas que entraban en mis aposentos, esperadas o no, pero eso fue antes de que
más de una con una espada lunea entrara en mis aposentos con la intención de extraer
mi sangre y enriquecerse.
Supuse que después de lo que había vivido recientemente, yo también
reaccionaría primero y preguntaría después. —Llegados a este punto, tienes que
saber que no tengo ningún interés en tu sangre, partes de tu cuerpo o...
—¿Mi llegada? —Lord Thorne añadió—. Creo que eso ha cambiado desde la
primera vez que hablamos de ello.
Cerré brevemente los ojos. —¿Estás dispuesto a liberarme para que pueda
atenderte mejor? —pregunté—. ¿Y tal vez encender una luz?
141
Su barbilla rozó la parte superior de mi cabeza una vez más. —Creo que estoy
listo para ser servido.
No sabía qué debía preocuparme más en ese momento. Que su brazo
permaneciera alrededor de mi cintura o que servido sonara como la palabra más
decadente y perversa jamás pronunciada.
Sus labios rozaron de repente mi sien, provocando un inesperado corte en mi
respiración. —Pero para que quede claro, na'laa, confío menos en tu barón que en los
que crearon el nix. No importa la ayuda que me hayas prestado, si intentas algo, no
dudaré en tomar represalias. —Su brazo me rodeó con fuerza—. ¿Me entiendes?
142

CAPÍTULO 14

S
e me había helado la piel al pensar en la bolsita que llevaba en el bolsillo.
Este era el tipo de Lord Hyhborn que esperaba. Helado. Mortal. No
bromista y risueño, pretendiendo ser un protector. Era un buen
recordatorio de a qué me enfrentaba exactamente. —Entiendo.
—Me alivia oír eso. —Su boca volvió a rozar mi sien—. Odiaría tener que acabar
contigo cuando he estado bastante… cautivado por ti.
Parecía que eso le sorprendía, como a mí. No estaba segura de que me gustara
la idea de cautivar a alguien, y menos a un Hyhborn que me había amenazado de
muerte. —Creo que has confundido estar cautivado con divertirte irritándome.
—Posiblemente —comentó—. Encuentro placer en ello. —Hizo una pausa—.
Na'laa.
Suspiré.
Lord Thorne me soltó, y la repentina libertad me hizo tropezar. Sus manos me
rodearon brevemente la parte superior de los brazos, estabilizándome. Cuando me
soltó esta vez, me lo esperaba, pero aún podía sentir el... el calor de su presencia
detrás de mí mientras los candelabros de la pared parpadeaban, los dos que
enmarcaban la puerta y uno cerca de la cámara de baño.
Lo había hecho sin moverse, utilizando en su lugar el propio aire que
respirábamos para accionar un interruptor en una pared situada a varios metros de
distancia.
Respiré entrecortadamente. Aunque sabía que era un señor Hyhborn y había
visto de lo que era capaz, su poder seguía siendo tan impactante como que Claude
esperara de mí que obtuviera información... que la obtuviera manipulando a un ser
tan poderoso.
El pánico amenazaba con arraigarse y extenderse, pero no podía permitirlo.
Tenía que controlarme. No era sólo mi vida la que estaba en juego.
Tomándome un momento para calmar mi corazón y mi mente, fijé una sonrisa
en mi rostro. —Menos mal que no puedo encender las luces sin tocarlas —dije,
dándome la vuelta—. Nunca me levantaría de un…
Me faltaron las palabras cuando mi mirada recorrió las largas piernas y las
fuertes caderas enfundadas en flexible cuero marrón oscuro, la holgada túnica oscura
y el cuero de su baldaquino cruzando el ancho pecho que ya sabía que tenía. Una
143
daga que no había sentido estaba envainada y sujeta con una correa. Verlo ahora a la
luz de la cámara, donde podía contemplarlo mejor, me dejó insegura.
—Estás mirando. —Un lado de aquellos labios carnosos se levantó mientras
caminaba hacia una mesa estrecha junto a la entrada de la alcoba.
Sintiendo que se me calentaban las mejillas, me ordené a mí misma que me
recompusiera. —Eres... agradable de mirar, como estoy segura que sabes.
—Lo hago —dijo sin un ápice de arrogancia. Era sólo una afirmación de la
verdad. Sacó una daga del puño y luego otra de la vaina que llevaba sobre la cadera.
Hubo dos destellos de hoja blanca como la leche antes de que las colocara sobre la
mesa. Hojas de Lunea.
—Esa no era la única razón por la que estaba mirando —admití después de un
momento—. Estaba... estaba preocupada por ti.
Una ceja se alzó cuando sus manos se detuvieron al otro lado de su cintura. —
¿Por qué razón?
—Oí que hubo una violenta batalla en los jardines la noche que te vi por última
vez. Los ni'meres. —Lo vi sacar otra espada de su cadera—. Algunos de los guardias
fueron asesinados.
—Su pérdida fue desafortunada. Una maldita lástima que no debería haber
ocurrido —dijo, y sonó genuino—. Pero a mí no me hicieron daño. —Hizo una pausa—
. Y yo no llamaría a eso una batalla, na'laa.
—Entonces, ¿cómo lo llamarías?
—Un inconveniente.
Parpadeé, pensando que algo que resultaba en trozos de cuerpo esparcidos no
podía considerarse sólo un inconveniente. Pero lo que yo pensara no importaba. Me
concentré en él, abriendo mis sentidos. Imaginé aquella cuerda que nos unía mientras
preguntaba: —¿Por qué... por qué han venido? ¿Fue por los otros dos Hyhborn?
Nada.
Nada más que el zumbido de la pared blanca.
Me miró un momento. —¿Qué sabes de los ni'meres, na'laa?
Su apodo cortó la conexión. Lo único que supe fue que parecía no ser
consciente de lo que había estado intentando hacer. —No mucho. Para ser sincera, no
sabía que hubiera en Primvera. Sólo sabía que suelen dejar en paz a la gente siempre
que no nos acerquemos a donde anidan.
—Eso es cierto, pero también pueden servir como guardianes de un Hyhborn,
incluso llegar a ser leales a algunos, lo que parece haber sido el caso de Nathaniel o
Muriel.
144
—¿Los ni'meres viajaron con ellos o...?
—Ambos eran de Primvera —respondió, frunciendo las cejas.
Se me revolvió un poco el estómago. Lord Thorne había matado a dos Hyhborn
y probablemente a muchos ni'meres de la Corte que podían verse desde algunas
partes de la propiedad. —Imagino que el Príncipe Rainer estará disgustado.
—En realidad, imagino que será todo lo contrario. —Continuó antes de que
pudiera preguntar por qué—. Entonces, ¿tu barón no te avisó de la cámara en la que
entrarías?
Su cambio de tema no sólo no me pasó desapercibido, sino que me frustró, ya
que mis sentidos no estaban resultando de ninguna ayuda. —No. —Me distraje
momentáneamente cuando sacó otra daga que llevaba atada a la cintura. Mis labios
se separaron cuando él extendió la mano hacia atrás, deslizando una... una espada de
acero con empuñadura de plata, del tipo con la hoja ligeramente curva y que a
menudo llevaban los agentes de la ley que patrullaban el Camino de Hueso que
recorría los cinco territorios.
—Tienes suerte, ¿sabes? —Lord Thorne se inclinó, sus largos dedos alcanzando
correas que yo no había visto a lo largo de los ejes de sus botas. Desenganchó otra
daga y la arrojó sobre la mesa. Cayó con un golpe seco, haciendo sonar las otras
armas.
—Yo… ¿lo tengo?
—Sí. —Se movió a la otra bota, y otra daga envainada se liberó—. Tienes suerte
de que mis hombres no estuvieran aquí cuando entraste. Nunca habrías llegado a este
espacio.
Eché un vistazo a la antesala.
—No están aquí. Llegaron más o menos cuando te tenía clavada a la pared —
dijo, y mi mirada se desvió hacia él. ¿Han llegado? —Ya se han ido. Estamos solos.
—Oh. —Eso fue todo lo que pude decir mientras lo veía subirse la manga del
brazo izquierdo, revelando otra cuchilla más a lo largo de la parte superior del
antebrazo—. ¿Cuántas armas llevas encima?
—Lo justo —comentó, colocando sobre la mesa la hoja más pequeña,
envainada.
—¿Pero por qué? Eres un Lord. Puedes... —Me contuve de señalar lo que
obviamente él ya sabía—. ¿Por qué necesitas tantas armas?
Se rió por lo bajo.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué es lo gracioso?
145
—Una pregunta mejor sería cómo fui tan tonto como para no darme cuenta de
que me habían drogado y empalado a una mesa en un sucio granero.
Cerré la boca de golpe.
Con una sonrisa irónica, se acercó a la cama y se sentó en el borde. —Ningún
ser es tan poderoso que no pueda debilitarse. Ni siquiera un Lord, un príncipe o un
rey.
—De acuerdo. —Pensé en lo que había dicho—. ¿No podrías volver a hacer lo
del fuego con la mano? —Pregunté, e inmediatamente reconocí que era una pregunta
que nunca pensé que haría.
—¿Lo del fuego con mi mano? —Se rió entre dientes, mirándome mientras se
llevaba la mano a la bota. Me había observado todo el tiempo. Ni una sola vez había
apartado su mirada de mí mientras descargaba su pequeño arsenal—. Podría invocar
el elemento del fuego, pero para eso hace falta divus.
—¿Divus? —Arrugué la nariz—. Eso es... ¿Enochiano? ¿Qué significa?
—Puede traducirse vagamente por 'energía', y la energía gastada debe
reponerse —explicó, y parecía lógico que hablara de alimentarse—. Además, eso
sólo mataría a uno menos poderoso que el invocador.
Lo que significa que no habría sido tan letal contra otro Lord.
—Las armas mortales no son necesarias —continuó—. Pero a veces es más
interesante luchar de la forma más justa cuando se trata de mortales.
—¿Como arrancarles la garganta?
—Eso también es interesante. —Se enderezó, ahora descalzo.
Me humedezco los labios nerviosamente.
La mirada de lord Thorne se clavó en mi boca. Estrellas blancas parpadeaban
en sus pupilas y, al igual que hacían las liebres en los jardines cuando me acercaba
demasiado, me quedé paralizada. Su mirada era... intensa y... ardiente. Un rubor me
subió por la garganta. Nunca me habían mirado así, ni siquiera aquellos que creían
estar a punto de unir sus cuerpos al mío.
Se acercó, sus pasos lentos y medidos. Preciso de un modo totalmente
inquietante. Un escalofrío me recorrió la espalda. Bajó la mirada. El fajín de mi cintura
se había aflojado durante nuestro forcejeo o cuando él había estado moviendo los
dedos sobre él, haciendo que el corte del escote fuera más profundo, más ancho. La
parte interior de mis pechos era claramente visible, hasta el tono más oscuro de los
picos. Lentamente, su mirada volvió a la mía. El azul de sus iris se filtró en el verde.
—Cuando dijiste que la mansión era tu hogar, supuse que eras miembro de los
aristo —señaló.
146
Resoplé. —¿Por qué piensas eso?
—Tu ropa. Las dos veces que te he visto, estabas envuelta en el tipo de tela cara
en la que un miembro de una clase menos afortunada no gastaría dinero.
—En eso tienes razón —dije—. Pero no soy aristo.
—Ya veo. —Inclinó la cabeza y me miró a la cara—. Y también entiendo por
qué eres una de las favoritas del Barón. Eres muy... interesante.
Las comisuras de mis labios se inclinaron hacia abajo. —¿Se suponía que era
un cumplido?
—Debería serlo —dijo—. Nunca he encontrado a un mortal tan interesante o
cautivador. —Inclinó la cabeza—. O divertida.
Mis cejas se alzaron. —Entonces no creo que hayas conocido a muchas
lowborn.
—He conocido a demasiadas —respondió mientras se acercaba a un pequeño
aparador situado cerca de una ventana. Me pregunté qué edad tendría. Parecía como
si no tuviera más de una década más que yo, si acaso, pero un Hyhborn no envejecía
como los lowborn, y sus palabras tenían una pesadez, un peso antiguo.
—Así que... ¿encuentras aburrido a los Lowborn? —pregunté.
—Eso no es lo que he dicho. —Tomó una jarra de cristal y se sirvió un vaso del
líquido ambarino—. ¿Quieres un vaso?
Negué.
Levantó su vaso. —Me parece admirable el instinto natural de supervivencia
de los de tu especie frente a probabilidades insuperables. Para ser honesto, me
fascina cómo cada segundo de cada minuto cuenta de una manera que no creo que
puedan contar para uno de los míos. La vida es un poco aburrida para un Hyhborn.
Dudo que pueda decirse lo mismo de un mortal. —De cara a mí, Lord Thorne bebió
un trago—. Pero uno nunca me ha interesado más allá de esa fascinación fugaz.
No estaba segura de qué decir a eso mientras dejaba que mis sentidos llegaran
a él una vez más. No había nada más que esa pared blanca. ¿Y si mis habilidades no
funcionaban con un Hyhborn?
Me observó desde encima del borde de su vaso. —Me doy cuenta de que no
sé tu nombre.
—Lis.
—¿Es el diminutivo de algo?
No sabía por qué, pero asentí. —Calista.
—Calista —murmuró.
147
Se me cortó la respiración al oír mi nombre. Posiblemente porque era tan raro
oírlo pronunciar, ya que sólo Grady lo sabía, pero la forma en que dijo —Calista.
Torció su lengua alrededor de mi nombre de una manera que nunca había oído antes.
Bebió un trago. —También es apropiado.
—¿Lo es? —murmuré, totalmente desconcertada por el hecho de que hubiera
compartido esa información, algo que me había guardado para mí porque era lo único
que era puramente mío, por tonto que sonara.
—Sí. ¿Sabes lo que significa?
—¿El nombre tiene un significado?
—Todos los nombres lo hacen. —Apareció una leve sonrisa—. Calista significa
'la más bella'.
Un calor me subió por la garganta. —Oh.
Inclinó la cabeza, se terminó el whisky y dejó el vaso. —Me gustaría darme un
baño, ya que tengo tan buenos recuerdos de cómo nos conocimos.
Pero no fue así como nos conocimos. La verdad es que no. —¿De acuerdo?
Apareció una leve sonrisa. —Has sido enviado para servirme, ¿correcto? —Me
miró de frente—. ¿Preparar mi baño no sería parte de eso?
Sí. Sí, lo haría, y me sentí tonta por no haberme dado cuenta inmediatamente.
Abrí la boca cuando él echó la mano hacia atrás, agarrando el escote de su camisa de
lino. Lo que iba a decir se me murió en la lengua cuando se quitó la camisa por la
cabeza y la dejó a un lado.
Inspiré suavemente mientras observaba su pecho, los músculos tensos de su
abdomen y la cintura que se estrechaba por encima de los pantalones. Ni siquiera
había una leve cicatriz donde las puntas de lunea habían atravesado su piel. En su
lugar, el poder vibraba en cada centímetro de músculo. La energía cubría esas líneas
definidas.
—O podemos saltarnos el baño y pasar directamente a formas de servicio
mucho más placenteras, si lo deseas —ofreció lord Thorne, haciendo que dirigiera mi
mirada hacia su rostro—. No me importará en absoluto.
Me di la vuelta y entré en la cámara de baño sin decir una sola palabra.
Su risita grave y ronca le siguió.
Dios, ¿qué clase de cortesana favorecida salía corriendo de la cámara ante la
mera sugerencia de sexo? Y eso era obviamente lo que él creía que yo era. Después
de todo, así era como me presentaba a todos los objetivos de Claude, pero actuaba
como una virgen tímida.
148
¿Qué me pasaba? No es que no lo hubiera visto desnudo antes. Simplemente...
Todo se sentía diferente ahora.
Maldiciendo mi reacción y, bueno, todo lo demás, alargué la mano para
encender la luz, pero me di cuenta de que no había luces encendidas en aquel lugar.
Me apresuré a encender las numerosas velas colocadas en las repisas de piedra que
rodeaban la cámara ovalada. Dispuesta a que mis manos dejaran de temblar, me
acerqué a la amplia y profunda bañera del centro de la habitación. Hice girar el grifo
hasta que el agua se derramó en la pila de porcelana, aprovechando esos momentos
para serenarme.
Quién era Lord Thorne para mí, no es que fuera algo para mí, no importaba.
Tampoco el hecho de que aún no me hubiera reconocido. Tampoco lo... agradable
que era de ver, pero eso era más bien una pequeña bendición, ¿no? O una gran
bendición. Lo único que importaba era que tenía que serenarme, encontrar un poco
de calma. Concentrarme. O Claude estaba demasiado drogado como para darse
cuenta de que mis habilidades no funcionarían con un Hyhborn o, obviamente, creía
que mis habilidades sí podían, y tal vez lo supiera, ya que descendía de ellos, pero...
¿Pero eso no significaría también que conocía a otro que podía hacer lo mismo
que yo? Y yo estaba segura de que no.
En cualquier caso, necesitaba que mi intuición funcionara, para seguir
demostrando lo indispensable que era para el Barón. Que mantenerme cómodo era
una prioridad, porque si no...
El miedo constante a volver a esa vida desesperada amenazaba con arraigarse
en mi pecho, pero lo aplasté. Ceder ante él no serviría de nada. Cambié de enfoque.
Tenía la sensación de que podía entrar en la mente del Hyhborn. Un conocimiento
que no podía respaldar, pero que sin embargo estaba ahí. Era la intuición diciéndome
que podía. Sólo tenía que averiguar cómo.
Pero sí sabía lo que ya había compartido conmigo. Que estaba aquí porque
buscaba algo que creía que Muriel sabía localizar. Sin embargo, no estaba segura de
si era por eso por lo que estaba aquí, en la mansión. Eso era lo que necesitaba
descubrir.
Probando el agua, esperé que a lord Thorne le gustara tibia mientras cerraba
el grifo. Me levanté para tomar una toalla y colocarla en el taburete cercano mientras
decía: —Su baño está listo, mi lord.
—Thorne —corrigió.
Di un pequeño respingo al oír su voz tan cerca. No entendía cómo alguien de
su tamaño podía moverse tan silenciosamente. Recogí una toalla mullida, me giré y
casi se me cayó.
149
Me invadió una perversa sensación de déjà vu. Una vez más, lord Thorne estaba
de pie en el umbral de la puerta, completamente desnudo, y yo me quedé paralizada
ante el despliegue de piel suave y arenosa y músculos tensos mientras mi mirada
bajaba hasta su polla. Se me cortó la respiración. Era gruesa y larga, pero ni siquiera
estaba completamente excitado. ¿Cómo podría uno tomarlo completamente...?
De acuerdo. Necesitaba dejar de pensar. Y de mirar. Tal vez incluso respirar.
Tal vez morir sería una buena opción en este momento.
—Sigue mirándome así y no creo que un baño sea lo que necesite.
El calor estalló en mis mejillas mientras forzaba mi mirada hacia la suya,
esperando que a la luz de las velas no pudiera ver lo roja que tenía la cara. No creía
que las cortesanas se sonrojaran ante un hombre desnudo.
Por otra parte...
Eché un vistazo rápido a la gruesa longitud entre sus piernas y decidí que
incluso Naomi probablemente lo haría ahora mismo.
—¿Estás segura de que esto es lo que deseas?
Respiré hondo y le miré. —¿Perdona?
—¿Para servirme? —Aclaró Lord Thorne—. ¿Cuando no estoy herido?
—Sí. —Fijé una sonrisa en mi cara—. Por supuesto.
—¿Y entiendes lo que eso implica? ¿Que buscaré el placer y me alimentaré de
él?
La forma en que lo dijo hizo que esto sonara como un acuerdo de negocios, y
tal vez esa era la forma adecuada de pensar en esto. Después de todo, ¿no era eso?
Pero no lo sentí así en absoluto mientras asentía.
Me miró durante unos instantes, con una mirada penetrante, como si pudiera
ver a través de mí, a través de lo que en parte era una fachada. El corazón me latía tan
fuerte que estaba segura de que él podía oírlo. No me atreví a apartar la mirada ni a
dejar que mi sonrisa flaqueara, no quería delatar lo nerviosa que estaba.
Luego avanzó a grandes zancadas, completamente a gusto con el hecho de que
no le cubriera ni una sola puntada de ropa. Volvió a captar mi mirada brevemente
cuando se metió en la bañera y se sumergió en el agua, dejándome ver un trasero
bastante firme.
Su culo era realmente extraordinario.
Lord Thorne tarareó un sonido de placer, atrayendo mi mirada hacia abajo.
Había dejado reposar la cabeza contra el borde de la bañera. Con los ojos cerrados,
me dejé llevar por los elegantes rasgos de su rostro y la exhibición de su cuerpo. Era
150
realmente injusto que un ser pudiera tener un aspecto tan... tan decadente como...
No. Maldita sea, él no era nada mío. Tenía que dejarme de tonterías.
Volví a concentrarme, eché un vistazo a la habitación y vi el jabón. —¿Quieres
que te bañe?
—Me complacería mucho que lo hicieras.
Volví a colocar la toalla en el taburete.
—Y sé que te complacerá mucho hacerlo —añadió.
Lo haría, y el hecho de que lo recordara me molestó. También me excitó
mientras me dirigía a una de las numerosas estanterías. Tomé una pastilla de jabón
con un ligero aroma a hierba limón. Al girarme, vi que tenía los ojos abiertos en finas
rendijas y ambos brazos apoyados en el borde de la bañera. Me observó atentamente
mientras me acercaba a él. Podía sentir la tensión que crepitaba entre nosotros,
eléctrica y viva. Un revoloteo de inquietud y... y algo más empezó en mi pecho y fue
bajando.
—¿Está el agua a tu gusto? —Me arrodillé en el suelo de mármol detrás de la
bañera.
—Mucho —respondió, y el aleteo volvió a moverse con esa única palabra.
Coloqué el jabón en el pequeño recipiente metálico que tenía a mi lado. Con
las manos enjabonadas, me acerqué a su brazo.
Dio una pequeña sacudida cuando mis manos lo tocaron, como había hecho en
la ducha. O yo esta vez. Tal vez ambos lo hicimos. No estaba segura cuando me
levantó el brazo y yo levanté las manos, esperando que no notara el leve temblor en
ellas.
Silenciar mis propios pensamientos fue más difícil que antes, pero lo conseguí.
Como antes, yo... No escuché ninguno de sus pensamientos. Era muy probable que,
una vez más, estuviera demasiado distraída por lo dura y suave que era su piel. Era
casi como el granito. ¿Todo él...?
No.
No iba a ir allí.
—Cuéntame algo de ti —dijo lord Thorne, y la aspereza de su voz me hizo
apartar la mirada de su brazo. Seguía con la cabeza apoyada en el borde, los ojos
cerrados.
—¿Cómo qué? —pregunté.
—Cualquier cosa —respondió—. El silencio me permite pensar en lo que se
sentirán tus manos en mi polla.
151
Mis manos se detuvieron en su codo durante medio latido, mientras un
repentino movimiento brusco y retorcido me recorría por dentro. Un poco sin aliento,
reanudé el recorrido a lo largo de su fuerte brazo. —¿Es algo en lo que quieres evitar
que tu mente divague?
Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia arriba. —Normalmente no; sin
embargo, me he dado cuenta de que disfruto cuando me bañas, y no quiero
precipitarme.
Con la piel enrojecida por un calor que ahora le venía de dentro, deslicé las
manos por su hombro y luego por un lado de su pecho. —No estoy segura de qué
decirle, mi Lord.
—Nuestros caminos se han cruzado ya tres veces —dijo, y yo lo corregí
mentalmente. Cuatro veces. Nuestros caminos se habían cruzado cuatro veces—. Sin
embargo, sé poco de ti. Puedes empezar con algo fácil. Como por ejemplo, ¿eres de
Archwood?
—No. —Mis dedos resbaladizos se deslizaron sobre la piel pétrea de la parte
superior de su estómago.
—¿Tierras Medias en absoluto?
Pensé en mentir, pero decidí no hacerlo mientras me enjabonaba las manos. —
Soy de las tierras del sur.
—¿Tierras Bajas?
—Cerca. —Eso era un poco mentira. Union City estaba en la frontera entre
Tierras Bajas y Tierras Medias. Me pasé los dientes por el labio inferior—. ¿De dónde
eres?
—Vytrus.
El corazón me dio un vuelco. Vytrus era la Corte de Hyhborn enclavada en lo
más profundo de las Tierras Altas, el territorio más septentrional de Caelum e
increíblemente alejado de Tierras Medias, y sin embargo, todos conocíamos al
Príncipe de Vytrus. Se decía que era uno de los más peligrosos de Hyhborn,
impredecible y volátil como las tierras que protegía, y la mano de la ira del Rey. La
ira del Rey...
Soy uno de los favoritos del Rey, por si lo has olvidado.
El aliento que tomé no fue a ninguna parte mientras miraba fijamente la parte
posterior de su cabeza y una repentina sensación de conocimiento me llenó. —¿El
Príncipe de Vytrus? —susurré—. ¿Cómo se llama?
Giró ligeramente la cabeza. Pasó un momento. —Ya lo sabes.
152

CAPÍTULO 15

U
n leve temblor recorrió mis brazos. —No eres un Lord.
—No, no lo soy.
Con el corazón acelerado, eché las manos hacia atrás como si me
hubieran escaldado mientras un pensamiento caótico se estrellaba contra otro. Había
estado tocando a un príncipe Hyhborn. El príncipe de Vytrus era mi Hyhborn. El ser
peligroso y mortal que había rescatado y al que estaba bañando era un príncipe. Dios
mío, Finn y esos tontos habían desangrado y torturado a un príncipe, casi...
—Finalmente… —él... Príncipe Thorne murmuró.
Me sobresalté. —¿Finalmente qué?
Miró hacia delante. Pasó un momento. —Tienes miedo.
Parpadeé rápidamente. ¿Tenía miedo? Quién no lo tendría, pero… —Me hiciste
creer que eras un Lord.
—Lo hice. —Sus hombros se habían tensado—. ¿Es por eso que ahora tienes
miedo? ¿Porque sabes quién soy realmente?
—Estoy... Estoy un poco inquieta. Eres un príncipe y tienes bastante...
—¿Reputación? —terminó por mí.
—Sí.
Sus dedos golpearon el borde. —No deberías creer todo lo que oyes, na'laa.
—Claro —respondí—. Quiero decir, puedes tomar el alma de un lowborn.
—Sólo porque pueda, no significa que tenga que hacerlo.
Mis cejas se alzaron. —¿No has creado ninguna Rae?
—No en mucho tiempo.
Fruncí el ceño mirándole la nuca. La forma en que lo dijo... —¿Cuántos años
tienes exactamente?
Se rió entre dientes. —Más viejo de lo que parezco. Más joven de lo que
probablemente piensas.
Bueno, eso también era increíblemente vago, pero a medida que el shock de
su identidad real disminuía y mi corazón se calmaba, me di cuenta de que... No le
tenía miedo. Tenía más miedo de lo que era y de por qué estaba aquí. No había forma
153
de que el Rey hubiera enviado al Príncipe de Vytrus a recoger diezmos. Estaba aquí
por otra razón que no sabía si tenía algo que ver con la información que le había
pedido a Muriel. El corazón volvió a latirme con fuerza. Cuando el príncipe de Vytrus
actuaba en nombre del rey Euros, casi siempre le seguían la violencia y la
destrucción.
Se me secó la garganta mientras me obligaba a recomponerla una vez más.
Reanudé mi servicio y sentí un ligero escalofrío cuando mis manos volvieron a tocarlo.
—¿Por qué no has creado ninguna Rae en mucho tiempo?
—Porque... parece injusto hacerle eso a un alma.
No sabía qué decir a eso. No era justo. Francamente, era perturbador, pero no
había esperado que ningún Hyhborn pensara eso, mucho menos un príncipe. —Me
alivia oír eso.
No dijo nada al respecto.
Observé la tensa línea de sus hombros y brazos y decidí cambiar de tema. —
Estás muy lejos de casa.
—Lo estoy.
Al abrir mi mente a la suya, vi y sentí aquella pared blanca. Era como estar de
cara al sol en un cálido día de verano. —¿Esta información que buscabas de Muriel?
¿Por eso estás aquí?
Ese muro, esa especie de escudo, mantuvo su mente en silencio mientras decía:
—En parte.
—Eso... suena misterioso.
Un lado de sus labios se inclinó hacia arriba. —¿Ah, sí?
—Sí —murmuré. ¿Podía sentir el latido de mi corazón contra la parte posterior
de sus hombros mientras me inclinaba hacia él? —Tu aspecto también es misterioso.
—¿Cómo es eso?
—Uno pensaría que estando tan cerca de Primvera, simplemente pedirías
alojamiento allí —señalé.
—Uno podría pensar eso —dijo—. Sin embargo, mis necesidades se satisfacen
mejor fuera del Tribunal.
Mis cejas se fruncieron. ¿Cuáles podrían ser esas necesidades? Cualquier vaga
respuesta que obtuviera de él sólo me generaba más preguntas. Me incliné hacia él,
mordiéndome el labio mientras pasaba las manos por su carne.
—Tengo curiosidad, mi... —Me atrapé—. Tengo curiosidad, Alteza.
—Thorne —corrigió—. Y estoy seguro de que lo tienes.
154
Arqueé una ceja. —¿Cuáles podrían ser sus necesidades si no pueden
satisfacerse dentro de Primvera?
—¿Ahora mismo? No tendría tus manos sobre mí si estuviera allí, ¿verdad?
—Como dije antes, la adulación no es necesaria.
—¿Pero apreciada?
Esbocé una sonrisa. —Siempre.
Se rió entre dientes. —¿Cómo has acabado aquí? —preguntó.
Lo miré y vi la espesa franja de pestañas a lo largo de sus mejillas. Las mangas
de la bata prestada flotaban en el agua mientras le pasaba las manos por el bajo
vientre. Los músculos estaban más tensos, como si se hubiera puesto tenso. —
Archwood me pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.
—No me refería a la ciudad —amplió—. Pero aquí, en esta mansión y en esta
cámara, una... favorita de un caelestia.
El aire se diluyó entre mis dientes. Quería saber cómo había acabado siendo
cortesana, cosa que no era. Ninguna de las amantes lo era realmente, pero estaba
segura de que las razones por las que una elegía tal profesión variaban, así que decidí
mantener la respuesta simple. —Necesitaba un trabajo.
—¿Y esto era todo lo que tenía a su disposición? —Una pausa—. ¿Esto es lo que
elegiste?
El calor me quemó el fondo de la garganta mientras mis ojos se entrecerraban
en él. ¿Acaso despreciaba esa profesión? La irritación se encendió y, fuera o no una
cortesana, la idea de que él menospreciara el oficio irritó mi temperamento. Empecé
a levantar las manos. —¿Hay algo malo en elegir hacer esto?
Su mano se movió más rápido de lo que yo podía seguir, cerrándose sobre la
mía y atrapándola contra su pecho. Me dio un vuelco el corazón al sentir su mano
alrededor de la mía, sin pensamientos ni imágenes. Echó la cabeza hacia atrás y sus
ojos se encontraron con los míos. —Si pensara que hay algo malo en ello, no estaría
donde estoy y tú tampoco.
Asentí, observando cómo sus pupilas se dilataban y luego volvían a su tamaño
normal.
El Príncipe me miró fijamente. —Sólo pregunto por tu forma de hablar. Tu
dialecto y tus palabras. No es lo que se suele oír de alguien que no pertenece a la
clase aristo —observó—. O entre los de... tu oficio. Has sido educada.
Me habían educado. Más o menos. No era una educación formal como la que
Grady había recibido antes de que sus padres murieran de una fiebre contagiosa,
dejándolo huérfano. Tampoco había sido una sancionada por los Hyhborn, pero la
155
Priora me había enseñado a leer y escribir y a hacer cuentas básicas, y el Barón había
insistido en que hablara correctamente.
Pero Naomi también hablaba correctamente... a menos que estuviera enojada.
Lo mismo podría decirse de Grady y de mí, y entonces nos deslizábamos hacia una
manera menos formal de hablar.
—Mi educación y mi forma de hablar no me hacen mejor que nadie, ni menos
que un aristo —dije.
Resopló. —Qué cosa tan novedosa para un mortal.
Fruncí el ceño. —¿Qué se supone que significa eso?
—Por mi experiencia, los mortales parecen preocupados por quién es mejor y
quién es menos que.
—¿Y los Hyhborn son diferentes, Alteza?
Sus labios se tensaron al enfatizar su título. —Una vez lo fuimos.
Ahora fui yo quien resopló.
—¿No me crees?
Me encogí de hombros, pensando que era bastante ridículo, ya que fueron
ellos quienes crearon la estructura de clases.
—Sabes que un Hyhborn no puede decir una mentira. —Una sonrisa se dibujó
en sus labios.
—Eso he oído.
Se rió entre dientes, me soltó la mano y volvió a mirar hacia delante. Permanecí
así unos instantes, con la palma de la mano apoyada en su pecho, donde debería estar
su corazón, pero... no sentí nada.
Arrugué las cejas. —¿Tienes… ¿tienes corazón?
—¿Qué? —Se rió—. Sí.
—Pero no lo siento —le dije, un poco desconcertada—. ¿Es porque tu piel... es
tan dura?
—No es eso —dijo—. Mi corazón no ha latido en mucho tiempo, no como lo
haría para un mortal.
Abrí la boca, pero no sabía qué responder a aquello, al recordatorio de lo
diferentes que éramos. Inspiré suavemente y sacudí la cabeza mientras retiraba la
mano de su pecho. No supe por qué dije lo que dije a continuación. Las palabras se
me escaparon. —Esto no es lo que siempre quise ser —dije, y por Dios, era la verdad
si alguna vez hubo una—. Este no es el futuro que planeé de niña.
156
El dedo de su mano derecha comenzó a dar golpecitos ociosos a lo largo del
borde una vez más. —¿Cuál es el futuro que planeaste?
—Yo… —Tuve que pensarlo—. No lo sé —admití, mi voz sonaba pequeña a mis
propios oídos.
—Dijiste que tenías un plan, na'laa.
Fruncí el ceño y negué. No tenía ni idea de por qué había dicho lo que había
dicho. No tenía planeado ningún futuro más allá de este día, de esta noche. No podía
cuando vivir significaba simplemente sobrevivir hasta el día siguiente o temer lo que
pudiera venir, lo que en realidad no era vivir en absoluto. Pero eso era todo lo que
sabía. Lo mismo para la mayoría de los lowborn, aunque no estuvieran en mi situación.
Pero un Hyhborn, especialmente aquellos como el Príncipe Thorne, no vivían
así. Lo sabía porque, aunque nunca había entrado en sus Cortes, había visto sus
tejados con puntas de oro ocultos tras sus murallas fortificadas. Había visto de lejos
sus ropas ricamente confeccionadas, sus caballos bien criados y sus carruajes
finamente elaborados. Nunca había oído hablar de un Hyhborn hambriento ni había
visto a uno con sombras de preocupación manchando la piel bajo sus ojos. Diablos,
apenas se veía eso en el rostro de un caelestia. Dudaba que alguno de ellos supiera
lo que era dormir con ratones correteando por encima o encontrarse al borde de la
muerte debido a alguna enfermedad contraída por las malas condiciones de vida.
Pero nada de eso importaba ahora... o en absoluto, al parecer, así que aparté
esos pensamientos mientras volvía a enjabonarme las manos. —Me gustan las plantas.
Inclinó la cabeza. —¿otra vez?
Me encogí de hombros, pensando que podría haberlo dicho con más
elocuencia. —Siempre me han interesado las plantas, la jardinería. Tengo un poco de
talento para la jardinería y conocimientos básicos de cómo muchas plantas pueden
ser de ayuda. Lo sé, ser botánico no es la más lucrativa de las carreras —divagué—.
Pero sería un plan.
—Si es algo con lo que disfrutas, entonces es lucrativo en un sentido que
significa más que la moneda.
Dijo la persona que obviamente tenía más monedas de las que jamás
necesitaría.
Me lo guardé para mí, y ninguno de los dos habló durante unos instantes. En el
silencio, me tomé un momento para recordar lo que se suponía que debía hacer, que
no era tocarlo por el mero hecho de hacerlo. Me concentré en él hasta que todo lo
que vi fue la extensión de piel arenosa y todo lo que sentí fue su carne bajo la mía. El
muro de luz blanca apareció en mi mente. Era interminable, tan alto como el cielo y
ancho como el reino. En mi mente, vi mis dedos rozándola. No pasó nada cuando volví
157
a subir las manos por su pecho y alcancé el jabón, notando el tenue resplandor
alrededor de sus hombros.
Se estaba alimentando.
¿De mi placer? Estaba disfrutando de esto a pesar de que no podía leer nada
de él. ¿O se estaba alimentando de su propio placer, el placer derivado de mi tacto?
Intenté no sentirme, bueno, especial. Los Hyhborn eran seres de placer. No creía que
importara con quién estuvieran.
—¿Por eso estabas dando un paseo tan nocturno por los jardines? —Preguntó
el príncipe Thorne—. ¿Por tu afición a las plantas?
—Sí. Los jardines me parecen.... —Me quedé a medias, buscando la palabra
adecuada.
—¿Pacífico?
—Sí, pero más que eso. —La sensación de estar en un jardín o en el exterior
era más profunda que eso—. Es más como, no sé, estar en... en casa.
Giró ligeramente la cabeza y me miró, con una expresión ilegible.
—¿Qué?
Sacudió la cabeza. —Nada. —Se aclaró la garganta—. ¿Vienes a menudo por la
noche?
—Cuando no puedo dormir, sí.
—¿Y es seguro para ti hacer eso?
—Normalmente —comenté—. Normalmente no hay un Hyhborn luchando en
ellos o ni'meres.
El vapor del agua me humedeció la piel, haciendo que el albornoz se me
pegara al cuerpo mientras le rodeaba y le lavaba el otro lado del pecho. Mantuve la
mirada fija en lo que había por encima de la línea de flotación. Lo cual era bastante
difícil, porque su piel era fascinante. ¿A los Hyhborn sólo les crecía cabello en la
cabeza? Eso sería muy cómodo.
Arrastrando el labio entre los dientes, puse la mano en su espalda. Sus
músculos se tensaron bajo mi palma. Retiré las manos. —¿He...?
—No pasa nada. —Su voz se hizo áspera—. Por favor, continúa.
El sudor me recorría los brazos, pero hice lo que me pedía. Me concentré en el
tacto y la textura de su piel, empujando con la mente contra lo que realmente
empezaba a creer que era un escudo. Uno mental. Lo único parecido que se me
ocurría era lo que veía cuando intentaba leer a Claude o a Hymel. Aunque lo de ellos
era gris. No conocía a nadie de lowborn que pudiera hacer eso, así que tenía que
158
tratarse de algún tipo de habilidad Hyhborn, una versión débil de la cual había
pasado a las caelestias.
Los escudos podrían estar agrietados, sin embargo. Rotos. Pero había que ser
fuerte para romper un escudo. ¿Era yo tan fuerte?
Cambié mi atención al tacto de su piel bajo mis manos. Realmente me
recordaba al mármol o al granito mientras le lavaba los hombros. Esta zona de él no
podía estar más limpia en este momento, pero yo estaba disfrutando de esto,
tocándolo y sintiendo su piel bajo mis palmas sin que imágenes o pensamientos se
inmiscuyeran en los míos, y eso estaba mal, muy mal, porque descubrir sus
intenciones era el objetivo de todo esto.
Pero aparte de la noche que lo ayudé en la ducha, yo... No recordaba la última
vez que había tocado a alguien por... por puro placer, en lugar de hacerlo para
obtener información o porque mis dones me obligaban a ello. A veces, la intuición
me obligaba a tocar a alguien, para ver u oír, y nunca había podido negarme a ello.
Como un puñado de años atrás, cuando Grady y yo llevábamos sólo unas
semanas en Archwood, apenas sobreviviendo, cuando un apuesto joven pasó a mi
lado. Había estado esperando a que el panadero me diera la espalda para poder
agarrar el pan que sabía que iba a tirar, pero mi intuición se había apoderado de mí.
Seguí al joven hasta el exterior y le agarré la mano antes de que pudiera detenerme.
Se había dado la vuelta, con sus hermosos rasgos contorsionados por la ira mientras
me pedía explicaciones, pero lo único que pude ver fue a él caminando calle abajo,
donde lo esperaba un hombre con una sucia gorra marrón, un hombre que iba a
agarrar la cadena del reloj de oro que colgaba del bolsillo de su chaleco. Vi a ese
hombre defenderse. Oí sus gritos de dolor cuando la hoja del ladrón se hundió en su
estómago. Le conté lo que había visto apresuradamente y vi cómo la ira se desvanecía
en sorpresa cuando le advertí que no siguiera por la calle.
Ese joven, sólo unos años mayor que yo, había sido Claude Huntington, el
recién nombrado Barón de Archwood.
Sacándome del pasado, me eché hacia atrás y dejé que mis manos se apoyaran
en el borde de la bañera. —¿Hay algo más en lo que necesites mi ayuda?
—¿Necesitar? No. —Su cabeza se giró hacia un lado. Un mechón de cabello
castaño le cayó sobre la mejilla—. ¿Querer? Sí. Pero eso sería egoísta por mi parte.
Prefiero ser codicioso.
—¿No son la misma cosa?
—En mi opinión, no. La codicia no es necesariamente un acto solitario —
respondió—. Únete a mí mientras el agua aún está caliente.
—Ya me he bañado, Alteza.
159
—Thorne —me corrigió, y la curva de sus labios se hizo más pronunciada,
provocándome un vuelco en el estómago que no fue del todo desagradable—. No
tenía en mente bañarme, na'laa.
Oh.
Oh.
Por supuesto que no tendría el baño en mente cuando creía que yo era una
cortesana favorecida. Yo también debería haberlo sabido, pero nunca me había
sentido tan sobrepasada como en aquel momento, y enseguida comprendí por qué.
A estas alturas, ya debería estar bien encaminado para descubrir lo que fuera
que Claude había pedido saber, ya fuera averiguar cierta información o no. No estaba
ni cerca de ese punto, y ni siquiera podía pensar en el hecho de que Grady me
esperaba a una discreta distancia en el pasillo.
La barbilla del príncipe Thorne se hundió, haciendo que varios mechones de
cabello más cayeran contra su mandíbula. —¿No estás aquí para servirme, na'laa?
Se me cortó la respiración. —Lo estoy.
—Entonces seguro que entiendes lo que quiero de ti.
—¿Quieres... alimentarte más? —supuse.
—Siempre tengo hambre —me dijo, y un escalofrío me recorrió la espalda. Sus
gruesas pestañas se alzaron. Aquellos ojos enloquecedores se encontraron con los
míos—. Pero esa no es la única razón por la que me gustaría que te unieras a mí,
Calista. Es tu decisión hacerlo.
Pensando que podría haber alucinado esas palabras, miré fijamente al príncipe
Hyhborn. Podía obligarme a hacer lo que quisiera, despojándome de mi voluntad
como Lord Samriel había hecho con Grady hacía tantos años. Podía hacerlo y no ver
absolutamente nada malo en hacerlo, pero no lo estaba haciendo. En cambio, me lo
estaba pidiendo y me estaba dando a elegir. Eso importaba, aunque no debería
importar lo suficiente.
Y también importaba que quería que me uniera a él no sólo para alimentarlo.
No debería. Porque eso realmente no hacía que esto se sintiera como una transacción
comercial, pero también importaba.
Una serie de finos temblores me recorrieron mientras me levantaba del
respaldo de la bañera y mis pensamientos chocaban entre sí. ¿Qué estaba haciendo?
¿Pensando? Ni siquiera era un Lord. Era un príncipe. No estaba segura mientras
recogía el jabón y lo devolvía al estante, sin sentir realmente las piernas. Mis manos
temblorosas se dirigieron al fajín suelto de mi cintura. No necesitaba hacerlo. Podía
encontrar otra razón para quedarme, para descubrir sus secretos, o él podía echarme.
Ya estaba fracasando en leerlo, así que irme ahora no iba a cambiar eso.
160
O podría unirme a él.
Y tendría más posibilidades de romper su escudo si pudiera tocarlo, pero...
Me detuve, incapaz de seguir mintiéndome a mí misma.
Meterme en esa bañera con él no tenía nada que ver con ayudar a mis
habilidades o demostrar lo valioso que era para el Barón.
Era el hecho de que podía tocarlo y no ver ni oír nada. Sólo podía sentir. Era
porque... Me gustaba tocarlo.
Era porque era él. El Hyhborn que no había sido más que un fantasma durante
los últimos doce años, pero que ahora era muy real y estaba muy presente.
Un calor dulce y embriagador invadió mi sangre ante la mera idea de tocar más
de él. De ser tocada por él.
Aun así, dudé. No me preocupaban las consecuencias. Sabía que no había
enfermedades que pudieran pasar entre un mortal y un Hyhborn, y tomé
precauciones, una hierba para prevenir... ¿cómo lo había llamado el príncipe Thorne?
¿Una unión fructífera? Además, era increíblemente raro que naciera un caelestia. Me
detuve porque si me metía en la bañera con él, las cosas podrían descontrolarse
rápidamente, como casi había ocurrido en la ducha. O más descontroladas de lo que
ya estaban. Pero eso fue todo. La parte que me aceleró el corazón. No sabía si querría
poner fin a las cosas si progresaban.
Y hacía bastante tiempo que no hacía algo más que tocar, sentir algo más que
mis propios dedos o los de otro dentro de mí.
El tiempo suficiente para que empezara a preguntarme si sería posible volver
a ser virgen.
Pero él era el Príncipe de Vytrus, se decía que ningún nativo vivía a menos de
cien millas de su Corte. Que aquellos que lo traspasaban nunca eran vistos de nuevo.
Pero no tuve la impresión de que despreciara a los lowborn. O al menos, no hablaba
como si lo hiciera. Tal vez lo que se decía de él era cierto sólo en parte.
Pero no importaba.
Mis dedos desabrocharon la faja, mi cuerpo y mi mente sabían claramente lo
que querían. Lo que yo quería. La bata se abrió y dejé que se deslizara por mis
hombros, bajara por mis brazos y cayera al suelo, donde se acumuló a mis pies. El
aire cálido y húmedo me acarició la carne ya sensibilizada. Mechones oscuros de
cabello se me pegaron a la piel húmeda de los pechos y la espalda mientras me
giraba.
El Príncipe me observaba con los ojos entreabiertos, separando los labios
cuando me acerqué a él. Me pareció... Vi un destello de sorpresa en sus facciones,
pero desapareció antes de que pudiera estar segura. Podría haber sido mi
161
imaginación, pero vi aquel tenue resplandor dorado. Mi mirada recorrió el
resplandor que perfilaba sus hombros. La suave luz era hermosa y me recordaba lo
sobrenatural que era.
—Encuentro placer en mirarte —dijo, habiendo notado lo que yo estaba
mirando.
Sentí un extraño y tonto salto en el pecho. No sabía si él podía detectar los
escalofríos que iban y venían, pero no pestañeó. Ni una sola vez cuando levantó su
mano hacia la mía.
Mi pulso se aceleró cuando puse la palma de mi mano sobre la suya. Unos
dedos largos y callosos se cerraron en torno a los míos. El simple hecho de unir
nuestras manos fue un shock. Me agarró con firmeza cuando me metí en el agua tibia
y jabonosa, colocando los pies a ambos lados de sus piernas.
Empecé a bajar, pero me soltó la mano y me agarró por las caderas. La
sensación de sus manos contra mi carne desnuda fue un choque, una marca. No me
moví.
El príncipe Thorne inclinó la cabeza hacia atrás y, aunque sólo pude ver una
pizca de aquellos ojos impresionantes, sentí su mirada caliente y hambrienta contra
mi piel. ¿No había dicho que siempre tenía hambre? Pero pensé que era algo más que
la necesidad de todos los Deminyens. El lento deslizamiento de su mirada parecía una
caricia física sobre la anchura de mi mandíbula y mi boca, bajando por mi garganta y
a través de la piel hormigueante que asomaba entre los mechones de mi cabello. Y
aún más abajo, por la curva de mi vientre, el pliegue de mi cadera y... y entre mis
muslos.
Poco aire parecía entrar en mis pulmones mientras permanecía allí, dejando
que el príncipe Thorne mirara hasta saciarse, y lo hacía con avidez.
Un rubor tiñó mi piel. Podía sentirlo y estaba segura de que él podía verlo. No
era por vergüenza. Hombres y mujeres habían mirado mi cuerpo, pero nunca ninguno
me había mirado como lo hizo el príncipe Thorne. Me miraba como si... quisiera
devorarme.
No pensé que me importaría ser devorada.
Sus dedos presionaron la carne de mis caderas mientras se inclinaba hacia mí.
Era tan alto que, incluso sentado, tuvo que doblar el cuello para presionar con los
labios la piel que había debajo de mi ombligo. Jadeé al sentir su boca allí. El puente
de su nariz rozó mi piel mientras su cabeza bajaba y bajaba. Con las piernas tan
abiertas, nada impedía que su atención se posara entre mis muslos. Los músculos de
mis piernas se bloquearon al sentir su cálido aliento en mi centro. Contuve la
respiración, mirando fijamente la parte superior de su cabeza. No sabía lo que estaba
a punto de hacer... Es decir, tenía toda una letanía de cosas que podía hacer, pero...
162
Los labios del príncipe Thorne rozaron la carne sensible, y entonces sentí su
lengua deslizándose sobre mí, dentro de mí, durante un brevísimo segundo. El aire
abandonó mis pulmones mientras un rayo de deseo me recorría. Su boca se cerró en
torno al apretado nudo de nervios y succionó... succionó con fuerza. Yo emití un
sonido. Un grito que nunca había emitido cuando otro dardo de placer en forma de
cuchilla me atravesó.
Su boca me abandonó. Se inclinó hacia atrás, y unas gruesas pestañas se
alzaron, y entonces realmente no pude conseguir que el aire volviera a mis pulmones.
Aparecieron puntos blancos, esparcidos por sus pupilas, mientras me dejaba
dolorida, palpitante.
—Precioso —dijo, con la voz ahumada.
Mi pecho subía y bajaba pesadamente. —Eso es... muy amable de tu parte.
—No es amable de mi parte. —Tiró de mis caderas. Me agarré a los bordes de
la bañera, con las piernas inestables. El agua chapoteaba contra los lados mientras él
me guiaba hacia abajo para que me sentara a horcajadas sobre sus muslos. Me
estremecí al sentir su gruesa longitud rozándome el muslo. Deslizó las manos por mi
cintura. Sentí escalofríos cuando me pasó las manos por las costillas y luego por el
pecho, justo debajo de la clavícula—. Sólo digo la verdad.
Me quedé quieta mientras él recogía los mechones de cabello entre sus manos.
Se me escapó un suspiro cuando me levantó el cabello, arrastrándolo hasta detrás de
los hombros, y entonces ya no hubo nada entre su mirada y la mía.
Las estrellas de sus ojos se volvieron luminosas cuando sus dedos se
entretuvieron en mi cabello, cuando repasé sus rasgos. Pensé en las marcas que le
había visto en la cara cuando estaba inconsciente, el dibujo ligeramente levantado.
Había dicho que era sangre y suciedad, y tenía que ser cierto, porque ya no había
rastro de ellas.
—Cuando entraste por primera vez en mis aposentos —dijo—. no me hizo
mucha gracia, aunque disfruté en parte de nuestro tiempo en los jardines y antes.
—¿Y ahora? —pregunté.
—Muy complacido. —Sus dedos se abrieron paso desde mi cabello y bailaron
por mis brazos, dejando tras de sí una fina estela de temblores. Pasaron varios
segundos—. Pero debería haberte echado de mis aposentos.
—¿Por qué?
—Porque tengo esta sensación distintiva de que esto no es exactamente sabio
—dijo, y mi estómago se hundió—. Tócame, na'laa.
Estaba atrapada entre la inquietud que me producía su afirmación y cómo su
exigencia hacía que me diera un vuelco el pulso. Solté la bañera y puse las manos
163
sobre su pecho. Su espalda se arqueó ligeramente, como la de un gato cuando lo
acarician.
—Me gusta que me toquen —dijo cuando mi mirada se elevó a la suya—. ¿Y a
ti?
Más de lo que él podría imaginar. Con el corazón palpitante, asentí con la
cabeza mientras arrastraba las yemas de los dedos hacia abajo, bajo el agua y sobre
los acordonados músculos de su vientre.
Me abrí mientras exploraba la parte inferior de su vientre, pero sólo había ese
escudo blanco cuando mis dedos se deslizaron más allá de su ombligo. Miré hacia
abajo. El tenue resplandor bordeaba su pecho y su cintura, pero era incapaz de ver a
través de la espuma. Sin embargo, sabía lo que mis manos tenían cerca. Podía sentirlo
apoyado contra mi muslo.
Sus pulgares barrieron las puntas de mis pechos, provocándome una sacudida.
—¿Cuánto tiempo llevas en Archwood?
Tardé un par de instantes en contestar. —Durante unos años.
El Príncipe dio otro golpe en el centro de mi pecho mientras su mano derecha
seguía la misma dirección que la mía, deslizándose por mi vientre y luego bajo el
agua. Aspiré embriagada cuando su palma se detuvo justo debajo de mi ombligo. Su
mano era tan grande que, cuando el pulgar empezó a moverse, se hundió entre el
pliegue de mi muslo y mi cadera.
—Y en estos pocos años que has estado aquí —dijo, con el pulgar en mi pecho
moviéndose con la misma lentitud que el que me recorría la cara interna del muslo.
Su tacto creó un calor que se extendió por mi piel y se filtró en mi sangre—. ¿Cuántas
veces has demostrado ser una distracción decadente?
Sonreí y me permití explorar un poco más, rozando con los dedos la carne
gruesa e imposiblemente dura que tenía entre las piernas. Emitió un sonido, un
sonido profundo que le salió del pecho cuando recorrí su rígida longitud. La carne
era lisa y suavemente rugosa. Hacia la base, era más gruesa y redondeada, casi como
si la carne fuera más... redonda allí. No había mirado tan de cerca como para notarlo,
y nunca había sentido nada parecido, ni Naomi había mencionado nada por el estilo.
No tenía ni idea de cómo se sentiría eso en... dentro de mí, pero mi imaginación...
Dios mío.
Mis dedos se alejaron flotando. Tragué saliva mientras los músculos de mi
estómago se contraían. —Eso no puedo responderlo.
—Interesante —comentó, y mis caderas se sacudieron cuando sus nudillos
rozaron mi centro. Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia arriba. Las estrellas
parecían latir en sus ojos mientras sus dedos se hundían más a lo largo de mi muslo.
164
Me quedé sin aliento y me estremecí cuando sus dedos se cerraron en torno a
mi pezón. Intenté concentrarme en otra cosa que no fuera lo que estaba haciendo con
sus manos, pero su tacto me distraía cada vez más, al igual que la sensación de su
carne bajo mis manos.
La cabeza del príncipe Thorne se inclinó hacia un lado cuando extendí los
dedos. Bajo ellos, los músculos de su estómago parecían tensarse y relajarse. —
¿Cómo te convertiste en una de las favoritas del Barón?
Mi corazón dio un fuerte vuelco mientras mi mirada se disparaba hacia la suya.
—Como uno suele hacer.
Una sonrisa tensa reapareció cuando bajé la cabeza hasta su cuello. Apreté los
labios contra él, lo besé suavemente y fui bajando poco a poco, mordisqueando la
piel de la curva de su hombro.
—¿Así? —preguntó, pasando el dorso de su mano por el centro de mí una vez
más.
—De muchas maneras —murmuré contra su pecho, la sal de su piel y el tenue
sabor a jabón acumulándose contra mis labios.
La mano sobre mi muslo se deslizó unos centímetros hacia abajo. Me tensé, el
pulso me saltó cuando uno de sus dedos se deslizó por mi raja. Fue un roce apenas
perceptible, pero todo mi cuerpo se estremeció en respuesta.
Mis dedos se enroscaron contra su piel mientras arrastraba las manos hacia
arriba. Lamí la dura línea de su pecho. Sabía que debía usar las manos en otro sitio,
pero ya estaba lo bastante distraída. Posiblemente demasiado, porque ahora apenas
podía ver la pared blanca. —Jadeé cuando uno de sus dedos presionó el sensible
centro de los nervios.
—¿Qué decías?
¿Qué estaba diciendo? Ah, sí. Por qué estaba aquí. —¿Qué otras razones
podrían haberte traído a la mansión?
Su dedo giró alrededor de mi clítoris, haciéndome temblar. —Haces muchas
preguntas, na'laa.
—Tengo fama de ser muy curiosa.
—¿Y testaruda?
—Tal vez... —jadeé cuando su cabeza se inclinó de repente. Su cálido aliento
sobre mi piel fue el único aviso que tuve antes de que su boca se cerrara sobre mi
pezón. Temblé cuando su lengua me acarició, provocándome escalofríos de placer.
Su mano se acercó al otro pecho, rozando el sensible pico. Se me escapó un gemido
ahogado. Luego se llevó el pezón a la boca y lo chupó con fuerza. Me estremecí y
grité. Se rió por lo bajo, y el sonido vibró de la forma más deliciosa.
165
Soltó lentamente la carne palpitante de su boca. —Perdona —dijo, rozando la
piel con los labios—. Quería saber a qué sabía tu piel.
Mis uñas rozaron su dura carne mientras deslizaba mi mano sobre su ombligo
y bajo el agua. —¿Y a qué sabe mi piel, Alteza?
—Thorne —suspiró, siguiendo un camino de besos calientes y húmedos hasta
mi otro pecho. Sacó la lengua, tentadora y perversa—. Tu piel sabe a hambre y huele
a.... —Sus labios me acariciaron la garganta, empujando mi cabeza hacia atrás. No le
hacía falta. Ya le estaba dando lo que buscaba—. Cerezas.
—¿Cerezas? —Mis dedos rozaron su polla. Hacía tiempo que no acababa con
un hombre. Por experiencias anteriores, juzgué que no era tan difícil; la mayoría de
los hombres parecían bastante fáciles de complacer. Pero éste era un príncipe
Hyhborn. Dudé al rodearlo con la mano, insegura.
—Tu piel huele a las cerezas que florecen en los prados de Highgrove. —Su
otra mano se deslizó desde mi pecho y encontró la mía bajo el agua—. Apuesto a que
tus labios saben igual de dulces.
Se me cortó la respiración cuando su mano se cerró sobre la mía. Apretó mi
agarre contra él y empezó a subir mi mano por su longitud. Exhalé un suspiro
tembloroso mientras él palpitaba contra mi palma.
—Así es como me gusta —me dijo, provocándome un escalofrío de calor
mientras volvía a bajar mi mano por él—. Apretado. Duro. No me harás daño.
Tragando saliva, asentí. Sus labios rozaron mi mejilla y me soltó la mano. Seguí
respirando entrecortadamente mientras movía la mano en sintonía con las lentas
caricias de sus dedos, ganando confianza en lo que hacía.
El príncipe Thorne me mordisqueó el labio inferior, pero no me besó mientras
pasaba el dedo por el calor palpitante. —¿Has hecho esto alguna vez?
—¿Hacer qué?
—Esto. —Su dedo hizo otra pasada—. Otro servicio.
—Por supuesto —respondí.
—Entonces, ¿cuánto tiempo llevas sirviendo a otros?
—Lo suficiente.
Aquella tenue sonrisa regresó mientras más motas de blanco se agolpaban en
sus pupilas. El efecto era tan sorprendente que me resultaba difícil apartar la mirada.
—¿Sabes lo que pienso?
Mis caderas volvieron a sacudirse cuando su mano me tomó entre los muslos.
—¿Qué?
166
Su palma me presionó, y mi cuerpo reaccionó sin pensarlo, frotándose contra
él. —Creo que me estás mintiendo.
167

CAPÍTULO 16

E
n una parte muy distante de mi cerebro, sonaron campanas de alarma.
Probablemente habían estado sonando todo este tiempo, pero yo había
estado demasiado distraída para darme cuenta.
Los dedos del príncipe Thorne seguían moviéndose ociosamente entre mis
muslos y en mi pecho. —¿Na'laa?
—Yo… nunca he seducido a un Hyhborn —logré decir, con los muslos
temblando—. Ni he sido seducida por uno.
—Ambas cosas no son necesariamente ciertas —dijo—. Me sedujiste en la
ducha, y estuviste muy cerca de ser seducida entonces.
—No creo que eso cuente.
—¿No? —Sus dedos se cerraron sobre el pico de mi pecho, enviando un rayo
de dolor placentero a través de mí—. Entonces... —Exageró la palabra cuando el
dedo que me recorrió no pasó en vano, sino que se detuvo, deslizándose dentro de
mí. No fue profundo, pero la intrusión superficial me produjo un shock impresionante
y agudo, arrancándome un suave grito—. ¿Si fuera mi polla la que estuviera dentro
de ti en vez de mi dedo? —Ese dedo retrocedió hasta casi abandonarme, y luego
recuperó la escasa longitud de la punta del dedo—. ¿Moviéndose a través de este
apretado y caliente calor tuyo?
Cada vez que respiraba, sentía que no iba a ninguna parte, mientras su dedo
se movía despacio, con firmeza, mientras su mano se movía y su pulgar rozaba el
nódulo de carne justo encima de su dedo.
—¿Más profundo? ¿Más fuerte? ¿Más rápido? —El azul y el verde se agitaban
salvajemente a través del marrón de sus iris. Sus pupilas estaban casi blancas—. ¿Los
sonidos que emites serían los de un amante experto y bien entrenado mientras te
follo? ¿O tus gritos serían los de alguien con poca experiencia en tal placer?
El gemido que me salió fue uno que nunca había hecho antes. Me estremecí.
Me habían follado antes, pero nunca había sentido esas sensaciones casi demasiado
intensas que él estaba creando dentro de mí, sacando de mí.
Inclinó la cabeza y sus labios rozaron mi mejilla. —No creo que seas una
cortesana experta.
Me retumbó el corazón al decir lo primero que se me ocurrió. —¿Quizás el
Barón creyó que no querrías una tan experimentada?
168
Una sola ceja se levantó. —¿Estás sugiriendo que tu barón pensó que yo
preferiría corromper a una virgen potencial sin práctica que un día quiere ser
botánica?
Una oleada de calor punzante me golpeó la piel, soltándome la lengua y el
sentido común, pero apretándome más a su polla, justo encima de aquel nudo de
carne. Estaba aún más duro allí que en el resto de su cuerpo. —¿No? le pregunté,
observándolo mientras movía la mano a lo largo de su polla tal y como había dicho
que le gustaba. Apretado. Duro. Esos pequeños destellos de luz aparecieron en sus
pupilas. —No soy virgen, Alteza, pero la verdad no es tan importante como la
percepción. Así que, si crees que soy una virgen inexperta, eso no te impidió
participar en dicho libertinaje, ¿verdad?
Las comisuras de sus labios se movieron como si quisiera sonreír. —No fue así.
Sabiendo que el terreno que pisaba era cada vez más delgado, más peligroso,
miré hacia abajo, donde su mano seguía entre mis piernas, su dedo aún dentro de mí.
Mis ojos volvieron a los suyos mientras lo acariciaba desde la base hasta la punta,
maravillándome un poco de su tacto rugoso. —¿Y todavía no lo ha hecho?
El Príncipe no respondió durante un largo momento, pero sentí que su pecho
se levantaba bruscamente bajo mi otra mano. —¿Debo creer que la forma en que
corriste a la cámara de baño cuando te sugerí que nos saltáramos el baño fue una
actuación? ¿Que el rubor de tu piel cuando entré en la cámara era un truco de los
ojos? ¿Qué dudaste en acompañarme? ¿Tu nerviosismo? ¿Toda una actuación?
Me incliné hasta que nuestras bocas estuvieron a escasos centímetros,
haciendo acopio de toda mi valentía. —No estoy aquí para hacerte creer una cosa u
otra.
Sus caderas se sacudieron y los dedos en mi pecho presionaron mi carne. —
Entonces, ¿a qué has venido? —preguntó con voz gruesa y suave.
Pasé el pulgar por la punta de su polla y sonreí cuando el aire silbó entre sus
dientes apretados. —Si tengo que explicártelo, es que algo estoy haciendo mal. —Lo
apreté y sentí una oleada de satisfacción al ver cómo movía las caderas y el agua
salpicaba las paredes de la bañera—. Pero no creo que lo esté haciendo.
Los labios del príncipe Thorne se entreabrieron, pero no dijo nada mientras yo
seguía acariciándolo, con la misma lentitud con que su dedo se movía dentro de mí.
Lo observé atentamente con los ojos entrecerrados. Su respiración se aceleró, en
jadeos cortos y superficiales. Alternaba deslizamientos suaves con tirones más lentos
y fuertes, pero las penetraciones controladas de su dedo me impedían concentrarme
en otra cosa que no fuera eso.
—Creo que me debes una disculpa —jadeé, con los músculos del estómago
temblando.
169
—¿Por qué?
—Por equivocarte conmigo.
—Quizás. —Gimió, con la polla agitándose en mi mano. Sus dedos se
extendieron por mi pecho y luego se dirigieron a mi nuca.
Cada vez que me metía un dedo, lo hacía un poco más profundo, un poco más
rápido. Luego eran sus dedos los que me estiraban mientras su pulgar giraba
alrededor de mi tenso clítoris. Intenté contenerlo. Todo. La forma en que me movía.
Mi reacción ante él. Los sonidos suaves y jadeantes que emitía. Mi cuerpo. El placer
y mi hambre de él. Mi necesidad. No estaba aquí para esto. Disminuí el ritmo, con la
garganta seca mientras luchaba por recordar el motivo por el que estaba aquí, pero
me sentí tan arrojada por la... la comprensión de que deseaba esto. Mucho. Quería
más.
No debería. Al menos, no creí que debiera, pero... lo hice. Disfrutaba de ser yo
la causa de que su respiración se acelerara. Que era mi tacto el que provocaba esos
sonidos profundos y retumbantes de un príncipe Hyhborn mientras trabajaba su
carne... mientras él hacía lo mismo conmigo. Una sensación de agitación en mi
estómago y aún más abajo. Quería estar haciendo esto.
Justo cuando había querido meterme en la bañera.
Para ser tocada.
Para tocar.
Tenía que ser porque simplemente estaba tocando a otro, dándole placer y
experimentándolo sin tomar sus pensamientos ni entrometerme en sus futuros. Y era
eso, pero también sentía algo más. No sabía qué era ni lo entendía, y eso me asustaba.
Podía sentirlo crecer en mi interior, una creciente oleada de deseo que amenazaba
con abrumar mis sentidos, cada parte de mí. Intenté contenerme, pero era como
intentar contener el océano.
—No te resistas. Ríndete a lo que te pide el cuerpo —dijo—. Ríndete a mí.
Me estremecí, rindiéndome a sus exigencias, a las exigencias de mi propio
cuerpo. Me entregué al momento, meciéndome contra él, mi mano cada vez más
rápida, sus dedos cada vez más duros. Los músculos se enroscaron en mi interior, cada
vez más tensos, hasta que la tensión rozó el dolor. Hasta que empecé a temblar.
—Eso es —gruñó, su cuerpo tenso, su cuerpo zumbando contra el mío—. Quiero
sentir cómo te corres en mis dedos, na'laa.
Sus pupilas... se pusieron completamente blancas cuando empecé a temblar.
Entonces estalló toda aquella presión tensa y arremolinada. Me corrí, gritando
mientras toda aquella tensión se desplegaba en un torrente de deseo fundido y su
pene se hinchaba contra mi palma. La liberación fue brusca y asombrosa. Me
170
invadieron oleadas de sensaciones mientras su cuerpo parecía calentarse contra el
mío, hasta el punto de que mis ojos se abrieron de par en par mientras el placer me
recorría por dentro.
Sus pupilas brillaban intensamente, como diamantes pulidos. Eran tan anchas
que no podía ver nada de su iris, y su cuerpo zumbaba, dando un efecto casi borroso
al contorno de sus hombros. Me arrastró contra su pecho, me rodeó la cintura con el
brazo y me sujetó con fuerza mientras yo jadeaba en el pliegue de su cuello. El tacto
de su carne contra mis pechos me produjo un sinfín de sensaciones inesperadas.
Perdí el ritmo sobre su polla, pero él no pareció darse cuenta mientras sus caderas
empujaban contra mi agarre, haciendo que el agua salpicara el borde de la bañera.
Su polla se sacudió, espasmódica, y el sonido que emitió al correrse me calentó la
sangre, dejándome tan caliente como se sentía ahora su cuerpo contra el mío.
Las réplicas de placer me dejaron sin fuerzas contra su pecho, con la
respiración agitada. Apoyé la mejilla en su hombro y seguí el ritmo de su cuerpo,
ralentizando mis movimientos a medida que los espasmos disminuían y, finalmente,
apartando la mano de él. Pero no me aparté de él. Sus dedos seguían danzando y
provocando una leve oleada de placer antes de retirarlos lentamente. Cerré los ojos
y seguí sin moverme mientras me rodeaba con el otro brazo. No sabía por qué lo
hacía, pero yo... Me relajé con él. Había algo inesperadamente relajante en su cálido
abrazo, reconfortante. Me hizo querer... acurrucarme más cerca, en el calor de su
cuerpo.
El silencio transcurría y yo era incapaz de contener mis preguntas. —¿Tu
cuerpo... parecía aumentar de temperatura y vibrar? ¿Es porque te estabas
alimentando o me lo estaba imaginando?
—No lo estabas. —El príncipe Thorne se aclaró la garganta.
—¿Duele cuando hace eso?
—No es así. —Su mano subió y bajó por mi espalda, enredándose suavemente
en mi cabello—. Se siente todo lo contrario.
Intentando imaginarme mi cuerpo calentándose y vibrando, era incapaz de
imaginar lo placentero que se sentiría. —Tendré que confiar en tu palabra.
Su risita fue grave y áspera. Volvió la tranquilidad y, durante un rato, me
permití sentirlo todo. Lo fuerte que me abrazaba. El peso de sus brazos a mi alrededor
y la carne cálida y dura presionando contra la mía, y la forma en que se sentía... se
sentía bien.
Dioses, era un pensamiento tan tonto, pero eso es lo que sentía. No entendía
cómo podía sentirme bien. No debería, pero así era, y lo asimilé todo, memorizando
cada segundo.
Porque nunca antes había sentido nada de esto.
171
Y no tenía ni idea de cuándo volvería a sentirlo.
No intenté traspasar sus escudos, y eso no fue bueno. Podría haberlo intentado
de nuevo, sobre todo cuando ambos estábamos tan callados, pero hacerlo me parecía
que... mancharía esto.
Fuera lo que fuera, que no era nada, absolutamente nada.
Pero no podía quedarme. Grady tenía que estar muy preocupado, y yo...
Necesitaba averiguar qué demonios iba a decirle a Claude, porque las pocas
respuestas que había obtenido eran vagas en el mejor de los casos. Todo lo que podía
decirle era quién era ese príncipe Hyhborn y lo que yo ya sabía.
—¿Na'laa?
—Hmm —murmuré.
—Nunca me equivoco.
Tardé un momento en entender a qué se refería. Cuando lo hice, un escalofrío
me recorrió la espalda. Abrí los ojos, levanté la cabeza y empecé a retroceder. Su
abrazo se mantuvo firme. Sólo me separé unos centímetros. Mi mirada se encontró
con la suya. Las estrellas habían desaparecido de sus ojos. Los colores habían
disminuido hasta convertirse en manchas verdes, azules y marrones. No se distinguía
nada de los llamativos ángulos de su rostro.
Hice acopio de toda la valentía que me había costado al entrar en las cámaras,
intuyendo que ahora no era el momento de sentir por fin el terror que debería haber
sentido desde el momento en que nos cruzamos en los jardines la noche anterior. —
Aparte de que la idea de que alguien, un Hyhborn o no, no pueda equivocarse nunca
me parece inverosímil, no sé exactamente a qué te refieres.
Sus labios se curvaron, pero la sonrisa era tensa y fría. —Dijiste que te habían
enviado para servirme, ¿correcto?
Asentí.
Una de sus manos se deslizó por mi espalda, enredándose en mi cabello. —No
creo que esa fuera la única razón por la que te enviaron a mí.
Las puntas de mis dedos presionaron la dura carne de sus hombros. —Yo…
—Aunque tus mentiritas y medias verdades me resultan extrañamente
divertidas, éste no es uno de esos momentos. —Sus dedos se dirigieron a mi nuca y
se quedaron allí—. Créeme cuando te digo que sería muy, muy imprudente hacerlo.
172

CAPÍTULO 17

M
e tensé, cada parte de mi ser se concentró en la sensación de su mano
en mi cuello. No ejercía presión, pero el peso de su mano era
suficiente advertencia.
El brazo que aún me rodeaba la cintura se tensó. Nuestros pechos volvieron a
quedar al ras cuando atrajo mi cuerpo contra el suyo. Jadeé al sentirlo contra mi
cuerpo. Seguía empalmado. Una pulsación de agudo deseo renovó un dolor
palpitante que me sorprendió, porque no era el momento de sentir nada de eso.
La sonrisa del príncipe Thorne perdió parte de su frialdad.
—Por favor, no mientas, Calista.
Por favor.
Otra vez esa palabra. Mi nombre. Oír las dos cosas era desconcertante. No
creía que por favor, fuera algo que dijera a menudo, y eso me hizo querer ser sincera,
pero aunque no lo hubiera dicho, era lo bastante lista como para saber que mentir
ahora probablemente acabaría muy mal para mí.
Decir la verdad también podía acabar mal. Sabía que Claude no me echaría,
pero podría enfadarse lo suficiente como para desterrar a Grady de la mansión... de
Archwood. ¿Pero si mentía ahora, y el Príncipe reaccionaba con ira? ¿Si gritaba y
Grady entraba? No sobreviviría a un cara a cara con el Príncipe.
Así pues, era una situación sin salida, salvo que la mentira acababa en
violencia, y la verdad, o al menos una parte de ella, acababa en la pérdida de la
seguridad y, como mínimo, de la sensación de seguridad.
Tragué saliva, sabiendo que no podía poner en peligro a Grady.
—El Barón estaba... preocupado por tu inesperada aparición.
—¿Tiene motivos para preocuparse? —Preguntó el Príncipe Thorne.
—Al parecer está atrasado con sus diezmos trimestrales —compartí, con el
estómago revuelto—. Temía que te hubiera enviado el Rey para cobrárselos.
Su cabeza se inclinó ligeramente.
—Tu barón me vio. ¿Parezco alguien a quien el Rey enviaría a cobrar diezmos?
—No. —Estuve a punto de reírme, pero esto no tenía gracia—. Pero tampoco
creo que el Barón estuviera en el... um, estado de ánimo adecuado en ese momento
para reconocer quién eras.
173
—Eso es muy poco probable. —Sus dedos comenzaron a moverse en mi cuello,
presionando los músculos tensos allí—. Era tan alto como las montañas de mi Corte.
—Cierto —susurré.
—Así que te envió a averiguar por qué estaba aquí —supuso—. ¿En lugar de
esperar hasta la mañana, como aconsejé?
—Sí.
La tensión rodeaba su boca, pero los movimientos de sus dedos seguían siendo
suaves, extrañamente tranquilizadores.
—¿Eres siquiera una cortesana?
—¿Por qué importa eso?
—Porque sí.
—No importó cuando me hiciste creer que eras un lord —señalé, cosa que una
parte de mí reconocía plenamente que probablemente no debería haber hecho, pero
era absurdo.... e injusto que me estuviera cuestionando cuando él tampoco había sido
precisamente comunicativo.
—No estamos hablando de mí, na'laa.
—Tengo la sensación de que me estás llamando cabeza dura en vez de valiente
cuando me llamas así —murmuré.
—Ahora mismo, es una mezcla de ambas cosas. —Su mirada recorrió mis
rasgos—. ¿Tuviste opción de venir a mí esta noche?
—¿Qué?
—¿Te obligaron a venir a mí esta noche?
Sus preguntas me desconcertaron. No podía entender por qué le importaba si
ese era el caso.
—Sí.
Me miró fijamente durante unos instantes; luego bajó las pestañas,
protegiéndose los ojos.
—Tu barón es un tonto.
Abrí la boca, pero en realidad no podía estar en desacuerdo con esa
afirmación. Claude era un tonto y yo también por seguirle la corriente. Mi corazón
palpitó inestablemente en el silencio que siguió. No sabía qué esperar, pero entonces
me soltó. Confundida, me quedé donde estaba, con el cuerpo apretado contra el suyo,
las manos apoyadas en sus hombros y.... su longitud rígida todavía acurrucada contra
mi cuerpo.
—Deberías secarte —dijo en voz baja.
174
—Tú… ¿no vas a castigarme? —pregunté.
—¿Por qué iba a castigarte por la idiotez de otro? —Aquellas pestañas se
alzaron entonces, y el más tenue estallido de blanco se hizo visible en sus ojos.
Más que sorprendida, me levanté con piernas temblorosas, haciendo que el
agua salpicara los lados mientras salía de la bañera. Me sequé rápidamente y recogí
la bata. Me la puse, me aseguré el fajín y me cercioré de que la bolsa permanecía en
el bolsillo. Si se me caía... ¡Dios mío!
Me volví hacia el Príncipe, sobresaltada y di un paso atrás. Ya había salido de
la bañera. No le había oído ni un solo ruido de agua revuelta. Mientras tanto, yo había
sonado como un niño pequeño chapoteando en un charco cuando me había
levantado. Tomé una toalla limpia y se la ofrecí.
No la tomó.
En lugar de eso, sus manos se dirigieron a mi garganta. Me tensé y estuve a
punto de perder el agarre de la toalla.
Los labios del príncipe Thorne se curvaron mientras deslizaba las manos bajo
mi cabello. Sus dedos rozaron mi nuca, provocándome escalofríos en la espalda. Me
quedé de pie mientras él... mientras tiraba de la pesada cabellera para liberarla de
la túnica.
—Ya está —dijo.
Se me cortó la respiración. Sorprendida por su gesto, volví a quedarme
completamente inmóvil.
—Te comportas como si esperaras violencia de mí en todo momento —
comentó, quitándome la toalla—. Sé que los de mi clase pueden ser... impredecibles,
pero ¿me he comportado de un modo que te haga dudar?
Tragué saliva.
Me miró mientras se pasaba la toalla por el pecho.
—Es una pregunta sincera.
—Bueno, me llevaste al suelo aquella noche en el granero y amenazaste con
ahogarme en tu sangre.
—No era muy consciente de mí mismo en ese momento.
—Y cuando entré por primera vez en tu alcoba, me retuviste contra la pared —
continué.
Una ceja se levantó.
—La alcoba en la que entraste sin invitación e inesperadamente.
Cambié el peso de un pie a otro.
175
—Me preguntaste por qué esperaba violencia. Esos fueron sólo dos ejemplos.
—¿Sólo dos? —respondió—. ¿Hay más?
Miré hacia la bañera.
—Vine aquí con falsos pretextos.
—Sí —dijo—. Eso es. ¿Hablarás con el Barón al salir de mis aposentos?
—Me reuniré con él por la mañana, antes de que hable contigo.
—¿Qué pasará si no tienes información real que proporcionarle?
—Nada.
Bajó la toalla y su mirada me atravesó.
—Na'laa.
—No me gusta ese apodo.
—Lo harías si conocieras todos los significados.
Apreté los dientes mientras él seguía esperando una respuesta, la verdad.
—Estará... decepcionado.
—¿Te castigará?
—No. —Aparté la mirada, incómoda con la idea de que pensara eso. Incómoda
con el hecho de que lo hubiera esperado de él—. Puede que ni siquiera recuerde
haberme enviado contigo, para ser honesta. —Eso era poco probable, pero había una
pequeña posibilidad—. Estaba bastante intoxicado.
El Príncipe emitió un sonido sordo. Volví la mirada hacia él, con los ojos
desorbitados. Aquel sonido no tenía nada de humano. Parecía el de un... un lobo o
algo mucho más grande.
—Dile que no estoy aquí para cobrar diezmos —dijo, apartándose de mí
mientras se rodeaba la cintura con la toalla—. Que estoy aquí para discutir la situación
con los Caballeros de Hierro. Eso debería bastarle hasta que pueda hablar con él con
más detalle. No le digas que confiaste en mí. No diré ni una palabra.
Me quedé con la boca abierta. Su perdón, y eso era lo que realmente
significaba su silencio respecto a decirle la verdad, fue inesperado. Una vez más, sin
saberlo, nos estaba salvando a Grady y a mí.
Asintió, saliendo de la cámara de baño.
—Pareces sorprendida.
—Supongo que sí. —Me quedé a medias, siguiéndolo—. No esperaba que me
lo dijeras o... —O que él me cubriera. Me aclaré la garganta—. Tampoco esperaba
que tuvieras que ver con el asunto de los Caballeros de Hierro. —Lo vi servirse un
176
vaso de whisky. Volvió a mirarme y negué con la cabeza ante la oferta de un trago—.
¿Es ese el tipo de información que buscabas cuando estuviste aquí antes? —pregunté,
con el corazón dándome un vuelco al pensar en Astoria—. ¿Cree el Rey que Archwood
simpatiza de algún modo con los Caballeros de Hierro?
—Lo que vine a buscar antes no tiene nada que ver con el motivo por el que
estoy aquí ahora. —Se puso frente a mí, con la toalla anudada a la cintura y los bordes
del cabello húmedos. Pequeñas gotas de agua seguían pegadas a su pecho,
atrayendo mi mirada mientras bajaban por las hendiduras de su vientre—. Y la
situación de los Caballeros de Hierro ha cambiado.
Empecé a preguntar por qué, pero mis ojos se encontraron con los suyos y me
callé. Sentí un cosquilleo en la piel. El sentido común me hizo abandonar la
conversación y esta vez le hice caso. Eché un vistazo a sus aposentos y me llevé las
manos al fajín de la bata. Quería darle las gracias por asegurarse de que no tuviera
consecuencias por lo que había hecho esta noche, pero tenía que elegir bien mis
palabras.
—Yo… Te agradezco que me dijeras por qué has venido a Archwood.
El príncipe Thorne inclinó la cabeza en lo que supuse que era un
reconocimiento.
Una aguda sensación de nerviosismo me invadió mientras me miraba
fijamente.
—Si no hay nada más que pueda hacer por ti, debería irme.
Se quedó en silencio, observándome.
Tomando su falta de respuesta como respuesta suficiente, hice una rápida y
terrible reverencia.
—Buenas noches, Excelencia.
No me corrigió el uso del nombre honorífico. Seguía callado, observándome
con una expresión que no pude descifrar. Pasé junto a él y llegué a la puerta de la
antecámara.
—Quédate.
Me giré hacia él.
—¿Perdón?
—Quédate —repitió, apretando con más fuerza el vaso—. Quédate esta noche
conmigo.
Abrí la boca, pero no encontré palabras. ¿Quería que me quedara? ¿Que
pasara la noche con él? Miré hacia la cama, con el estómago apretándose y cayendo
al mismo tiempo.
177
—Para dormir —añadió, y mi atención volvió a centrarse en él. Mis ojos se
habían abierto ligeramente. Se habían formado grietas en el vaso que sostenía. No tan
profundas como para derramar la bebida, pero podía ver las frágiles líneas en forma
de telaraña que recorrían el vaso—. Eso es todo, na'laa.
Mientras lo miraba, mi mente iba en dos direcciones muy distintas. Una parte
de mí ni siquiera podía creer que me pidiera algo así, porque ¿por qué demonios
querría acostarse conmigo? La otra parte de mí se preguntaba tontamente cómo sería
dormir al lado de otro que no fuera Grady, y pensar en eso hizo que el salto de mi
respiración se repitiera en mi pecho y estómago.
Y eso... eso era inaceptable por varias razones.
—Eso no puedo hacerlo —le dije.
Ladeó la cabeza.
—¿No puedes o no quieres?
Había una diferencia entre las dos. No poder, no era una opción, no quererlo
sí. El problema era que no sabía cuál era.
—Las dos cosas —admití, estremecida—. Buenas noches.
No esperé. Me di la vuelta, salí de la alcoba y llegué a la puerta principal. Giré
el picaporte. No se movió. Fruncí el ceño y miré hacia arriba, viendo que no estaba
cerrada. ¿Pero qué...? El príncipe Thorne. Me impedía abrir la puerta. Me puse rígida,
sintiendo su intensa mirada en mi espalda, y por un momento salvaje, un escalofrío
perverso me recorrió, dejándome sin aliento. La idea de que me lo hubiera impedido
me produjo un escalofrío caliente y apretado.
No quería que me dejara ir.
Ese maldito sentimiento, el de pertenecer a su lado, me invadió y, Dios mío,
realmente me pasaba algo.
Mis manos se aplastaron contra la madera. El corazón se me aceleró en el
pecho. Entonces la puerta se abrió bajo mis palmas. Me estaba dejando marchar. Algo
parecido a.... a la decepción me recorrió, dejándome aún más confusa, con él...
conmigo misma.

—Muy bien, estoy oficialmente... estupefacto. —El suave resplandor de la


lámpara cerca de la cama en la que me senté iluminó el perfil de Grady. Estaba
sentado en el borde de mi cama, con la espada apoyada en el pecho a los pies de la
cama, más relajado después de que se le hubiera pasado la mayor parte de su enfado
al enterarse de que el invitado especial no me esperaba.
—¿Estupefacto?
178
—Estupefacto y cualquier otro adjetivo innecesario que se te ocurra. ¿El
Príncipe de Vytrus vino a discutir sobre los Caballeros de Hierro? Quién no se
sorprendería. —Grady se pasó una mano por la cara—. ¿Y estás segura de que no va
a decirle algo al Barón sobre que le cuentes la verdad?
—Estoy bastante segura. —Incliné la cabeza hacia atrás. Era tarde, como una
hora después de haber salido de los aposentos del príncipe Thorne. Acababa de
terminar de contarle a Grady lo que había sucedido... bueno, no todo. No quería
traumatizarlo con detalles innecesarios—. Pero no puedo saberlo con seguridad ya
que no puedo leerlo. Intenté varias veces meterme en su cabeza, pero no pude.
Se rascó el vello que le crecía en la mejilla.
—Sin embargo, tienes que decirle al Barón que obtuviste la información al
menos en parte de esa manera. Si piensa que el Príncipe simplemente te lo dijo
porque se lo pediste, no te va a creer.
—Lo sé. —Lo que significaba que realmente esperaba que el Príncipe Thorne
mantuviera lo que había dicho, y que no dijera ni una palabra.
Tirando de los bordes de la bata negra, mi bata, una de cómodo algodón que
no era transparente, que me envolvía, ahogué un bostezo mientras el silencio llenaba
la gran sala, bastante vacía.
No había mucho en el inmaculado espacio. Un armario. La cama. Un sofá cerca
de las puertas de la terraza. Una mesilla de noche y una cómoda. La antecámara, sin
embargo, estaba equipada con algo más que lo necesario: un profundo sofá y sillas
dispuestas sobre una gruesa alfombra de felpa de chenilla marfil, una pequeña mesa
de comedor y un aparador de roble blanco, y varios objetos que el barón había
regalado a lo largo de los años. El espacio era hermoso, estaba bien cuidado y muy
por encima de cualquier otro lugar en el que hubiera dormido, pero no era mi hogar.
Quería que se sintiera así.
Aún no sabía qué se sentía, pero pensé que sería muy parecido a lo que sentía
cuando estaba en los jardines, con los dedos hundidos en la tierra y la mente en
silencio. Había una sensación de pertenencia. Paz.
—Estuviste con este príncipe por un tiempo. —Grady tentativamente abordó lo
que aún no había mencionado.
Mis dedos se enroscaron contra la sábana.
—No tanto.
—Lo suficiente.
Pasa la noche conmigo. Mi estómago volvió a hacer ese estúpido movimiento.
Sacudí la cabeza. ¿Por qué demonios quería que pasara la noche con él? No estaba
179
segura de haberle complacido más allá de proporcionarle un desahogo. Excepto que
había dicho que le había interesado, que lo había cautivado.
—¿Qué pasó? —Grady pinchó.
Inmediatamente, me vino a la mente el recuerdo del Príncipe y yo en aquella
maldita bañera. Sus manos sobre mí. Su dedo dentro de mí. Sujetándome. Y fue esto
último lo que se me quedó grabado. Lo de abrazarme. Me pasé los dientes por el labio
mientras tragaba.
—No mucho.
—Lis...
—¿Grady?
Un músculo le hizo tictac en la sien.
—Puedes hablar conmigo de cualquier cosa. Ya lo sabes. Así que, si ha pasado
algo que te hace sentir...
—No pasó nada que yo no permitiera que pasara —interrumpí.
—Esa es la cosa, sin embargo. —Grady se acercó más—. Realmente no elegiste
ir con él esta noche, ¿verdad? Sentiste que tenías que hacerlo, así que ¿alguna vez
estuviste en posición de no permitir lo que sea que haya sucedido?
Me contoneé un poco, desconcertada por ser la segunda vez que me hacían esa
pregunta.
—Me dio a elegir, y elegí ir con él, algo que ya hemos establecido.
Grady me miró como si me hubiera salido un tercer ojo en el centro de la frente.
—En serio. Me dio a elegir lo que hacíamos... y no tuvimos sexo —le dije—. ¿Y
qué si lo hubiéramos hecho? No soy virgen, Grady.
Sus labios se curvaron y, aunque no pude ver el rubor en su piel morena, sabía
que estaba ahí.
—Realmente no necesitaba saber eso, pero gracias por compartirlo.
—De nada. —Bajando la barbilla, solté una risita ante la mirada que me envió—
. Realmente me dio a elegir, Grady, y entiendo que toda la idea de querer hacer algo
de lo que hice es un lío complicado. Créeme. Lo sé, pero… —Pensé en lo que Naomi
me había dicho una vez cuando le confié que a veces disfrutaba cuando Claude me
enviaba a buscar información para él. Pocas cosas son blanco y negro, Lis. La mayor
parte de la vida transcurre en esa desordenada zona gris intermedia, pero si querías lo
que estaba pasando, lo disfrutabas y el otro también, entonces no hay nada malo, me
había dicho. Cualquiera que te diga lo contrario o bien no ha estado donde tú has estado
o simplemente vive una vida diferente. Eso no hace que ninguno de los dos esté bien o
mal. Exhalé lentamente—. Pero este Hyhborn... es diferente.
180
—¿Cómo de diferente?
Me encogí de hombros.
—Son todos iguales, Lis. Agradables a la vista y encantadores por fuera, pero
dementes idiotas por dentro. Sólo porque uno de ellos se aseguró de que no te
hicieran daño y no te obligó a hacer algo contra tu voluntad no significa que se pueda
confiar en ellos, especialmente en éste. Ya sabes lo que se ha dicho del Príncipe de
Vytrus.
—Lo sé.
—¿Y tú? —Levantó las cejas—. Lideró el ejército que sitió Astoria.
Me encontré asintiendo de nuevo, pero me resultaba difícil conciliar al Príncipe
Thorne que conocía con aquel del que se había hablado durante años. Por otra parte,
en realidad no conocía al Príncipe, ¿verdad?
Pero eso no me parecía bien.
Tenía la sensación de conocerlo, y parecía diferente de lo que conocíamos de
los Hyhborn, incluso antes de saber su nombre. Cuando lo vi en los jardines y más
atrás... Mi mente recorrió todo el camino hasta la noche en Union City.
—Hay algo que no te he dicho —empecé—. Hemos conocido a este Hyhborn
antes.
Grady se me quedó mirando un momento y luego se sentó más derecho. Sus
ojos marrones se abrieron de par en par en cuanto se dio cuenta de lo que estaba
hablando.
—¿En Union City?
Asentí con la cabeza.
Se inclinó hacia atrás y luego hacia delante.
—¿Y me lo dices ahora?
Hice una mueca de dolor.
—Es que... No sé por qué no dije nada antes.
—Esa es una excusa de mierda, Lis.
—No pretende serlo en absoluto —le dije—. Lo siento. Debería haber dicho
algo antes.
Desvió la mirada.
—No es el que me agarró, ¿verdad?
—Por los dioses, no. Fue el otro —le aseguré, frunciendo el ceño al darme
cuenta entonces de que el príncipe Thorne también le había hecho creer al señor que
era un lord aquella noche—. No me ha reconocido, por cierto.
181
Grady pareció asimilar la noticia.
—¿Estás segura de que era él?
Le lancé una mirada.
—Es realmente molesto cuando la gente me hace esa pregunta.
Levantó la mano.
—Claro que estás segura. Sólo preguntaba porque es una gran coincidencia.
Lo era, excepto que yo no creía en las coincidencias, y Grady tampoco.
Grady se quedó en silencio mientras su mirada se dirigía a las puertas de la
terraza. Pasó algún tiempo antes de que hablara.
—Pienso mucho en esa noche, ¿sabes? Tratando de averiguar por qué los
Hyhborn estaban allí en primer lugar. Buscaban a alguien... ¿a uno de los suyos?
¿Cómo una caelestia o algo así?
—Tal vez. —No era imposible, supuse. Claude e Hymel se habían alejado varias
generaciones de cualquier Hyhborn del que descendieran, pero imaginaba que
habría alguno nacido recientemente. Aunque no tenía ni idea de si los Hyhborn
cuidaban de ese niño o no. No sabía si vivían caelestias en sus Cortes.
—Quiero hablarte de algo que no te va a gustar —empezó Grady al cabo de un
momento.
—¿Qué?
Grady respiró hondo y yo me tensé, porque tenía la sensación de que iba a ser
una conversación que ya habíamos tenido antes. Una que añadiría otra cosa más por
la que preocuparme.
—No tenemos que quedarnos aquí —empezó, y sí, tenía razón.
—Sí, así es. —Me quité la manta de las piernas, sintiendo ya el calor de mi
cuerpo.
—No, no tenemos. Hay otras ciudades, otros territorios...
—¿Y qué haríamos en esos otros lugares que fuera mejor que esto? —desafié,
apartándome de la cama. Necesitaba estar de pie para esta conversación—. ¿Crees
que puedes conseguir un puesto como éste, uno que no sólo te pague, sino que te dé
cobijo? ¿Un buen refugio? —Empecé a caminar—. ¿Un trabajo que no te exija
arriesgar la vida todos los días, como hacen los mineros o los cazadores?
Grady apretó la mandíbula.
—¿Y qué voy a hacer? ¿Volver a jugar a la adivina en los mercados,
arriesgándome a que me llamen prestidigitadora? ¿O encontrar trabajo en alguna
182
taberna, donde es probable que esté en el menú junto con la cerveza que sabe a pipí
de caballo?
—¿Y ahora no estás en el menú? —replicó—. ¿Para ser probada por quien sea,
cuando sea?
—Estoy en el menú porque quiero. —Mis manos se cerraron en puños—. Y ni
siquiera estoy realmente en el menú. Soy como un aperitivo apenas elegido.
Grady me miró fijamente, con las cejas levantadas.
—¿Qué carajo?
—De acuerdo, esa fue una analogía pobre, pero sabes lo que quiero decir. Lo
tenemos hecho aquí, Grady. Dioses. —La frustración aumentó—. Ni siquiera planeas
preguntarle a Claude sobre ser aprendiz de herrero, ¿verdad?
—¿Sinceramente? Me importa un carajo ser aprendiz del herrero del Barón.
Cerré los ojos de golpe.
—Grady, eres bueno en eso. Realmente lo disfrutas...
—Sí, se me da bien y disfruto con ello, pero prefiero usar mi talento forjando
armas para los Caballeros de Hierro que para un puto caelestia.
—Grady —jadeé, con los ojos abiertos al cruzar la corta distancia que nos
separaba—. Dioses míos, ¿quieres dejar de decir esas cosas? ¿Especialmente ahora?
¿Cuándo el Príncipe de Vytrus está aquí para discutirlas?
—Eso no me preocupa cuando se trata de él.
—¿En serio? —desafié.
—De verdad. —Me fulminó con la mirada—. Mira, sé que te asusta cuando
hablo de los Caballeros de Hierro, pero maldita sea, no puedes decirme que eres
feliz aquí. Que eres feliz con todo esto. —Extendió el brazo—. Y no me refiero sólo a
esta mansión y al Barón, sino a la forma en que hemos vivido. La forma en que hemos
tenido que vivir.
—Dios mío. —Me llevé las manos a la cara.
—Y sé que tú no. Sé que piensas lo mismo que yo de los Hyhborn: que no hacen
nada por nosotros, los lowborn —dijo, y miré entre mis dedos, viendo sus fosas
nasales encendidas por la ira—. Sabes, algún día me gustaría casarme.
Bajé las manos a los costados.
—Y tal vez tener un hijo o dos —continuó—. Pero ¿por qué mierda iba a hacer
eso? ¿Por qué querría traer un niño a este mundo? No hay ninguna oportunidad real
para que ese niño sea algo de valor cuando los Hyhborn lo controlan todo: quién
puede recibir una educación, quién puede poseer tierras... —Se interrumpió—.
Seguirán poniendo a caelestias como el Barón al mando, y sí, sé que él no es tan malo,
183
pero podría pasarme toda la noche nombrando a otros que serían más adecuados
pero que nunca tendrían la oportunidad. Básicamente somos ganado para ellos,
trabajamos en las minas, les damos de comer, mantenemos el reino en
funcionamiento, ¿y para qué? Así que sí, lo tenemos mejor que antes, pero no lo
tenemos bien, Lis. Ninguno de nosotros lo tiene.
—Yo… —Levanté los hombros, pero el peso de sus palabras, de la verdad, los
volvió a bajar. Me acerqué a la cama y me senté a su lado—. No sé qué decir.
—Puedes pensar en ello, ya sabes.
Se me cortó la respiración.
—¿Pensar en qué, exactamente?
—Salir de aquí.
—Grady...
—Conozco un lugar —dijo—. Es un pueblo en las Tierras del Este.
Lentamente, me giré hacia él. Oí el nombre de la ciudad susurrado en mi mente
incluso antes de que él lo dijera.
—Cold Springs. —Luego oí más, y me aterrorizó—. Estás hablando de una
ciudad —dije, bajando la voz a un susurro—, que básicamente se está convirtiendo
en un bastión para los rebeldes. ¿Una ciudad que inevitablemente acabará como
Astoria? ¿Crees que habrá futuro allí?
—Eso no lo sabes. —Sus ojos se entrecerraron mientras sus hombros se ponían
rígidos—. A menos que lo sepas.
—No lo sé como si hubiera visto destruirse esta ciudad, pero no necesito dones
especiales para saber que eso acabará ocurriendo.
Grady se relajó.
—Tal vez no. Tal vez Beylen se asegurará de que no.
Sacudiendo la cabeza, suelto una risa corta y áspera.
—Tienes mucha fe en alguien a quien nunca has conocido y que sólo ha
conseguido que mucha gente se quede sin casa o muera.
—No es diferente de los que tienen fe en un rey al que nunca han conocido —
señaló—. Que no ha hecho nada por los lowborn.
En eso tenía razón. Crucé los brazos sobre la cintura y apoyé los dedos de los
pies en el suelo. Tenía razón en muchas cosas cuando se trataba de los Hyhborn y de
cómo se gobernaba el reino. No era que yo no hubiera pensado en esas cosas, pero
Grady no sólo estaba sugiriendo que nos fuéramos de Archwood. Estaba sugiriendo
que nos fuéramos para unirnos a la rebelión, lo que probablemente nos pondría en
184
una posición peor que la que habíamos experimentado antes. Incluso si no podía
verlo, las posibilidades de que terminara en nuestra muerte eran altas.
—¿Estaríamos teniendo esta conversación si Claude no me hubiera convocado
esta noche?
—Con el tiempo —dijo Grady—. Pero seguro que ahora parece mejor
momento que nunca. ¿Qué está pasando en las Tierras Occidentales? ¿El Príncipe del
maldito Vytrus está aquí?
Lo miré.
—El Príncipe... es diferente —repetí.
—¿Y qué te hace pensar eso, Lis? ¿Sinceramente?
—Bueno, empezando por lo que le hizo al caballero.
—¿Eso te hace pensar que es diferente? —Grady tosió una risa corta—. Lis, dejó
al caballero con el aspecto de un maldito pretzel humano.
Me encogí de hombros.
—No estaba hablando de eso. Él... el príncipe Thorne... me preguntó por los
moretones de mis brazos.
—¿Qué?
—El Caballero pellizcón. Siempre dejaba moretones...
—Sí, recuerdo que ese cabrón siempre te pellizcaba —interrumpió Grady—.
¿Pero qué quieres decir con que el Príncipe preguntó por eso?
Fruncí el ceño y lo miré. Su expresión reflejaba la mía.
—¿Esa noche? Después de mirarme a los ojos, me miró los brazos y me
preguntó cómo me los había hecho.
Grady me miró fijamente, con las cejas subiendo por su frente.
—¿No te acuerdas?
—Lo recuerdo todo de aquella noche, incluso cuando no podía mover un
maldito músculo ni pestañear. —Su mandíbula se tensó—. Lo que no recuerdo es a
ese príncipe preguntándote eso.
—Pero lo hizo. Los vio y me preguntó qué los había causado. No respondí pero
miré al Caballero. Por eso le hizo eso a.... —Me interrumpí—. ¿Hablas en serio? ¿De
verdad no lo oíste preguntar eso?
—Sí, Lis, hablo en serio. No lo oí decir nada de eso, y yo estaba allí.
Abrí la boca, pero no supe qué decir mientras me sentaba. Sabía que le había
oído. Que me había hablado mientras me sujetaba el brazo y luego se había llevado
185
los dedos a los labios y había sonreído, pero ¿cómo era posible que Grady no le
hubiera oído?
¿Y cómo podría haberlo hecho?
186

CAPÍTULO 18

E
ntre todo lo que había pasado con el príncipe Thorne y lo que había
comentado con Grady después, no creía que fuera capaz de descansar.
Sobre todo porque mi mente no paraba de darle vueltas a si realmente
había oído la voz del príncipe Thorne hacía tantos años o si sólo era producto de la
imaginación de una niña asustada. Esta última parecía la explicación más probable,
pero también era una que no me cuadraba.
Pero acabé quedándome dormida después de que Grady se fuera, y no di
vueltas en la cama, despertándome cada hora como hacía normalmente. Dormí como
una muerta y, de algún modo, seguía cansada por la mañana, deseando nada más que
volver a la cama, pero sabía que no debía demostrarlo mientras Hymel me escoltaba
por los pasillos de la mansión Archwood.
Grandes ramos de jazmín se alineaban ahora en los pasillos, llenando el aire
de un aroma dulce y ligeramente almizclado, probablemente exhibido para
impresionar al príncipe Thorne. El sensual aroma de las flores no era lo único nuevo
en los pasillos. Había una... una carga distintiva en el ambiente. Lo había notado esta
mañana mientras me obligaba a vestirme. Sentía una carga estática cada vez que
tocaba algo, y la sentía aquí, inundando el vestíbulo.
Era la presencia del Hyhborn. Lo había sentido aquella noche en Union City, en
los jardines y anoche. Sabía que se decía que el cambio en el aire se producía si un
Hyhborn sentía muchas emociones fuertes, como ira o alegría, o si había varios en un
mismo espacio.
Miré por uno de los arcos abiertos y divisé los establos a lo lejos, donde había
más actividad de lo normal. Los sirvientes y los mozos de cuadra cepillaban y daban
de comer a los lustrosos caballos negros y blancos debajo de los corrales, caballos
cuya cruz, el punto en que el cuerpo se une al cuello, debía estar al menos a dos
metros del suelo. Eso era... tenía que estar medio metro por encima de nuestro
caballo.
—Pertenecen a los Hyhborn que han llegado —dijo Hymel, siguiendo mi
mirada—. Enormes, ¿verdad?
Mirando fijamente a los caballos, conté cuatro de las bestias. ¿Se movía el
príncipe Thorne por la mansión? El corazón me dio un vuelco. Aún era muy temprano,
pero...
187
—Sabes —dijo Hymel desde donde caminaba unos pasos delante de mí,
atrayendo mi mirada hacia la espada que llevaba atada a la espalda—, no te mataría
dar los buenos días. Conversar un poco. Responder a uno o dos comentarios.
Me abstuve de soltar un suspiro. No era la primera vez que me echaba la bronca
por no charlar con él. Era algo rutinario, igual que mi silencio. No me gustaba Hymel.
Él lo sabía.
—Puede que te haga las cosas un poco más amenas —añadió al doblar una
esquina.
Lo único que haría que estos paseos fueran más agradables sería que hubiera
un acantilado de por medio y él se despeñara por él.
—Y por si necesitas que te lo recuerde —dijo Hymel mientras nos acercábamos
al arco con columnas del estudio de Claude—, no eres mejor que yo. Al fin y al cabo,
te has convertido en poco más que una puta que a veces puede ver el futuro.
Puse los ojos en blanco con tanta fuerza que fue una sorpresa que no se me
cayeran de la nuca. No estaba segura de si realmente pensó que me había ofendido
cuando se detuvo para abrir la puerta. Probablemente creyó que me había asestado
algún tipo de golpe cortante con sus palabras. La mayoría de los hombres pequeños
se creían capaces de eso. Me miró por encima del hombro, la mirada de sus ojos
pálidos me desafió.
Al encontrarme con su mirada, sonreí, y la sonrisa se acentuó cuando vi que
apretaba la mandíbula. Rompí el contacto visual y entré en el estudio.
Claude estaba sentado en el borde de su escritorio, con sus largas y delgadas
piernas enfundadas en unos pantalones negros. Levantó la vista de un pergamino que
sostenía cuando entramos. Una amplia sonrisa apareció en el atractivo rostro de
Claude, y me sorprendió que no hubiera ni rastro de las indulgencias de la noche
anterior. Tenía que ser por lo que él era. Si yo me comportara como él, tendría
sombras permanentes bajo los ojos.
—Buenos días, cielo. —Bajó el pergamino a la superficie de roble blanco de su
escritorio—. Por favor, toma asiento.
—Buenos días. —Me senté en el sofá mientras Hymel cerraba la puerta del
estudio, cruzando las manos sobre el regazo de mi sencilla bata color crema.
—¿Quieres café? —preguntó mientras tomaba una taza pequeña.
—No, gracias. —Lo último que mi estómago nervioso necesitaba era cafeína.
—¿Segura? —Claude tomó un pequeño y delicado sorbo de café—. Pareces
cansada.
—Fue una... noche larga —dije.
Claude enarcó una ceja oscura.
188
—¿Y agotadora?
Vi cómo Hymel se acercaba al aparador con una sonrisa de satisfacción en los
labios.
—Un poco. Yo… no esperaba encontrarme con un Hyhborn cuando entré en tu
despacho.
—Oh. —Frunció el ceño—. ¿No te dije que era un Hyhborn?
—No —afirmé rotundamente.
—Dioses, creía que sí. Estaba... —Exhaló lentamente—. Yo estaba un poco en
mis copas anoche.
Y algo más.
—Mis más profundas disculpas, Lis. De verdad pensé que te había dicho que
era un Lord. —Sonaba genuino, pero por el momento, no me importaba—. ¿Pero te
divertiste?
—Lo hice —respondí, sintiendo que un poco de calor me subía por la garganta.
—Por supuesto que sí. —Bebió de su taza—. Dime, ¿es verdad lo que dicen?
¿Son los lores Hyhborn tan dotados cómo...? —Miró a Hymel, frunciendo el ceño—.
¿Qué dicen?
—Dicen que están dotados como sus sementales —le dijo Hymel, tras servirse
un vaso de whisky.
—Ah, sí. —El ceño de Claude se alisó—. Eso. Me muero por saberlo.
No estaba segura de por qué Claude necesitaba pedir aclaraciones sobre ese
dicho. Además del hecho de que era bastante común y burdo, él era parte Hyhborn.
Los Caelestias estaban bastante bien dotados en esa área.
—Creo que sería una comparación algo aproximada.
La piel pálida se arrugó en las comisuras de sus ojos mientras reía.
—Mírate —ronroneó—. Sonrojada.
Inspirando y espirando lentamente, me imaginé a uno de aquellos sementales
atravesando el estudio y pisoteando al Barón. Y a Hymel. Sólo un poco. Volví a sonreír.
—Por mucho que me gustaría oír todo sobre lo que trajo ese rubor a tus
mejillas, eso tendrá que esperar —continuó Claude—. ¿De qué hablaron ustedes dos?
—Hablamos de dónde era, pero no con mucho detalle.
—¿Y?
Lo miré fijamente.
—¿Sabes quién es? ¿Algo más que su nombre?
189
Claude enarcó una ceja.
—Todo lo que sé es su nombre, por eso te envié a ti, mi mascota. Supongo que
es algún lord que el Rey tiene cerca en la capital.
—No es un lord cualquiera —le dije—. Ni siquiera es un lord, Claude. Es el
Príncipe de Vytrus.
—Santa mierda —espetó Hymel, con los ojos desorbitados.
El Barón bajó la taza hasta su muslo.
—¿Estás segura?
¿Por qué todo el mundo me lo preguntaba?
—Sí, estoy segura. Es el Príncipe de Vytrus.
—Dioses míos, ¿por qué demonios iba a venir aquí? —exclamó Claude.
—No ha venido a cobrar ningún diezmo —le dije.
—No me digas —murmuró Claude, dejando la taza sobre el escritorio,
probablemente manchando la madera con un círculo. Ni siquiera sabía por qué
pensaba en eso, pero era una pena dañar una madera tan bonita.
—Pensé que estarías más aliviado —aventuré.
—Lo estaría, pero me preocupa mucho más tener a semejante bruto en la
mansión. —Su garganta se estremeció—. Cuando el Rey está disgustado,
normalmente es el Príncipe de Vytrus quien es enviado para rectificar la situación, y
por rectificar, me refiero a derramar copiosas cantidades de sangre.
Se me apretó el pecho.
—El príncipe Thorne puede ser muchas cosas, pero un bruto, no es.
Hymel frunció el ceño y se apoyó en el aparador.
—¿Es así? —comentó Claude.
—Sí. —Mis dedos se apretaron entre sí—. No estoy segura de que lo que se
dice de él sea cierto. Fue un... —¿Un caballero? No parecía el calificativo apropiado.
Sacudí la cabeza—. No es un bruto.
El Barón guardó silencio.
—Parece que a alguien le han jodido el sentido común —comentó Hymel.
Le lancé una mirada desagradable.
Hymel sonrió satisfecho.
Apartando la mirada del primo de Claude, resistí el impulso de recoger uno de
esos pesados pisapapeles del escritorio del barón y lanzárselo a la cabeza.
190
—Está aquí para discutir contigo la situación en la frontera.
Los hombros de Claude se enderezaron.
—¿Las Tierras Occidentales? ¿Los Caballeros de Hierro?
Asentí con la cabeza.
—¿Cree que este asunto se extenderá al resto de las tierras medias?
¿Archwood?
Bolas de ansiedad cayeron de mi pecho a mi estómago.
—Eso no lo sé —dije. Aquí era donde las cosas se complicaban—. Era muy
difícil leerlo, incluso cuando... cuando le tocaba.
Claude guardó silencio mientras la curiosidad se apoderaba de su expresión.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cuándo intento, ya sabes, conectar con él? —Mis uñas se clavaron en mis
palmas. La historia que me estaba inventando era endeble en el mejor de los casos—
. Vi blanco, como una pared blanca, lo que me dificultó sacarle mucha información.
—Huh. —Claude parecía pensativo, y por alguna razón esas bolas de ansiedad
empezaron a anudarse aún más en mi estómago—. ¿Este escudo que viste intentaba
bloquearte?
—Sí. Pensé que si era eso, podría romperse. —Se me revolvió el estómago al
admitir eso en voz alta ante Claude. Me dejó un mal sabor de boca.
Claude no dijo nada durante un largo momento.
—Un príncipe te resultaría mucho más difícil de leer que un lord. —Luego miró
a Hymel mientras fruncía el ceño—. Hablaré contigo más tarde.
El despido estaba claro. Y también la irritación de Hymel. Dejó el vaso de golpe
sobre el aparador y salió del despacho con paso rígido.
Claude arqueó una ceja cuando Hymel cerró la puerta tras de sí.
—Es un tipo espinoso, ¿verdad?
—No le gusta cuando tiras del rango y le recuerdas que eres el barón.
—¿Y no lo es?
—Sí. —Miré a Claude ponerse de pie—. Pero eso ya lo sabes.
—Me encanta molestarlo cuando puedo. —Esbozó una rápida sonrisa,
haciéndome señas para que me acercara a él—. Ven.
El peligro de que Claude descubriera de algún modo que había admitido que
me habían enviado a ver al Príncipe para obtener información parecía haber pasado.
La curiosidad se apoderó de mí mientras me acercaba a él.
191
Se hizo a un lado, extendiendo una mano hacia el lado de su escritorio libre de
cartas.
—Siéntate.
Me subí de un salto al escritorio, rodeando con los dedos el borde de la lisa
madera. Mis pies colgaban a pocos centímetros del suelo.
Claude me miró despacio, empezando por la cara y luego bajando, como si
buscara señales de algo.
Sin tener ni idea de lo que pretendía, me quedé quieta mientras me pasaba los
mechones de cabello por el hombro.
—¿Has pasado una buena velada? —preguntó bruscamente—. ¿De verdad?
—Sí.
Hubo una breve sonrisa.
—Quiero todos los detalles de lo que ocurrió entre ustedes dos.
—Bueno... —Esbocé la palabra, pensando rápidamente en lo que podía o debía
compartir—. Parece que también le hiciste creer y dicho que me reuniría con él, pero
en realidad no lo hizo.
—Mierda. —Sus dedos se detuvieron a lo largo de los mechones de mi
cabello—. ¿En serio?
Asentí con la cabeza.
—Lo siento. De verdad. —Sus ojos se encontraron brevemente con los míos—.
No te habría enviado si hubiera sabido que era el Príncipe de Vytrus.
No estaba segura de creerle. Claude era capaz de tomar cualquier decisión
imprudente en estado de embriaguez.
—¿Cómo respondió a tu aparición?
—Estaba... —Levanté las cejas cuando me tocó la barbilla, girando la cabeza a
la izquierda y luego a la derecha—. Lo tomé desprevenido.
—¿Te hizo daño? —preguntó, con un mechón de cabello cayéndole sobre la
frente—. ¿De alguna manera?
—No. —Me di cuenta de que buscaba una señal, una marca o un moretón—. No
lo hizo, Claude.
No dijo nada durante un largo momento.
—¿Le serviste?
—Me pidió que le ayudara con su baño. —Di un pequeño respingo cuando el
dorso de su pulgar rozó mi labio inferior. Mi mirada voló hacia él. Claude... hacía más
de un año que no me tocaba así. Tal vez incluso dos años, y hubo un tiempo en que
192
deseé que lo hiciera. Cuando esperaba con impaciencia que visitara mis aposentos o
me citara en los suyos, tal vez incluso desesperadamente, porque podía tocarlo sin
sentirme culpable, porque él sabía lo que podía hacer... comprendía los riesgos para
su intimidad, y tenía que concentrarme de verdad para leerlo. Sin embargo, mi
intuición no se quedaba quieta mucho tiempo. Él siempre se daba cuenta. Me ponía
rígida, me alejaba. Era entonces cuando Claude me impedía corresponder a sus
caricias, a sus toques, y había una pequeña parte de mí que se había excitado un poco
con eso. Bueno, había una parte de mí que todavía lo hacía.
—¿Y? —insistió Claude.
—Entonces me pidió que me uniera a él en su baño y lo hice.
Un lado de sus labios se curvó.
—Estoy seguro de que ahora todos los baños serán aburridos en comparación.
—Tal vez —murmuré.
—¿Qué más? —Su mirada se desvió hacia la mía.
—Él... me tocó.
—¿Así?
Asentí con la cabeza mientras me acariciaba los dos pechos, arrastrando los
pulgares por sus picos. Un hilo de placer me recorrió lentamente, una simple reacción
al tacto, a cualquier tacto, no necesariamente al de Claude. Deslicé las manos sobre
el escritorio, inclinándome un poco hacia delante. Volvió a bajar la mirada. Sus labios
se separaron cuando sus dedos presionaron la carne. Claude siempre había sido un
hombre de pechos. Lo vi deslizar un dedo por el escote de mi corpiño, su piel más
pálida que la mía... más pálida y mucho más fría que la de Thorne. Volví a respirar
entrecortadamente, pero no fue el tacto del Barón lo que lo provocó.
—¿Te folló?
Había una punzada de deseo que no tenía nada que ver con lo que hacían las
manos de Claude. Eran sus palabras. Fue la imagen del príncipe Thorne que esas
palabras evocaron lo que me hizo retorcerme un poco.
—No.
—¿En serio? —La duda llenó su tono mientras me miraba.
—Él usó sus dedos y yo mi mano. —El recuerdo demasiado claro de aquello
espesó mi voz y mi sangre—. Eso fue todo.
—Bueno, eso es algo decepcionante.
Una carcajada brotó de mí, atrayendo su mirada verde mar.
—Lo siento. Es sólo que pareces genuinamente decepcionado.
193
—Lo estoy. —Una pequeña sonrisa apareció mientras amasaba mi piel—. No
me gusta que pases tantas noches sola.
Yo tampoco, pero...
—Me la pasé bien.
—Bien. —Su atención volvió una vez más a mi pecho. Si pudiera pasar el resto
de su vida follando pechos, sería un hombre feliz.
Mi mirada se posó en su entrepierna y pude ver que estaba medio excitado.
Podía alcanzarlo. Tocarlo al menos un poco antes de que me detuviera. Era evidente
que esta mañana estaba juguetón. Podía guiarlo hacia mí, instarlo a que me tomara
aquí, en su escritorio. No sería la primera vez, pero...
Ninguno de los dos lo quería realmente del otro. Aparte de los pechos, yo no
era su tipo. Él prefería el cabello claro y los cuerpos delgados, incluso cuando se
trataba de hombres. ¿Y yo? No estaba segura de cuál era mi tipo. No había nada en
ningún rasgo particular de un hombre o una mujer que me gustara más que otro.
Aun así, si me acercaba a él, no me rechazaría. No sólo porque era un cuerpo
caliente. Conocía las intenciones de Claude. Me daría lo que quería porque deseaba
poder darme más.
Pero eso parecía demasiado esfuerzo, ¿y para qué? Unos segundos de placer
fácilmente olvidables.
Y dioses, ¿no era eso revelador? ¿Sobre todo cuando buscar el placer era tan
común como quien busca saciar la sed?
—¿Te enteraste de algo más? —preguntó Claude, captando mi atención.
Mis pensamientos se agitaron. Claude probablemente esperaba que yo
hubiera aprendido más sobre el Príncipe que por qué estaba aquí. Él sabía
exactamente lo que yo podía averiguar de un individuo.
—Hace mucho que no crea una Rae —dije, lo primero que se me ocurrió.
—Vaya, qué inesperado —comentó, volviendo a pasar el pulgar por la punta
de mi pecho.
Asentí con la cabeza.
—Y también está buscando algo... o estaba.
El tacto de Claude se aquietó.
—¿Qué?
—Buscaba algo sobre lo que... creía que otro Hyhborn tenía información —dije
lentamente, confiando plenamente en lo que el Príncipe había compartido conmigo.
Unos ojos azul claro y verdes se encontraron con los míos.
194
—¿Sabes a quién estaba buscando?
Sacudí la cabeza.
—No pude leerlo de él.
Bajó las pestañas y se quedó callado unos instantes.
—El príncipe de Vytrus salió esta mañana al amanecer —dijo Claude, pasando
las manos por mis pechos una vez más, y luego las suyas fueron a la mesa, junto a las
mías—. Le dijo a uno de los guardias que volvería para la cena. Supongo que es
entonces cuando planea discutir las cosas conmigo.
Busqué en mí un atisbo de decepción porque dejara de tocarme y no encontré
más que apatía. Ya no quería eso. Quería encontrar más.
—¿Deseas inspeccionar algún otro lugar, como entre mis muslos, en busca de
signos de la brutalidad del Príncipe?
Claude resopló.
—Quizá más tarde. Me esperan los hermanos Bower.
Los Bower eran un par de hijos de aristócratas tan a menudo imprudentes como
el Barón. Realmente esperaba que planease mantener su mente despejada.
—Quiero que estés a mí lado cuando hable conmigo.
Se me revolvió el estómago.
—¿Por qué?
—Porque quiero asegurarme de que me lo está contando todo —dijo,
arreglando el encaje de mi corpiño—. Y de que no tiene malas intenciones cuando se
trata de su presencia.
Mierda.
Le sería de tanta ayuda como una bola de cristal. Dio un paso atrás y me deslicé
del escritorio. La bata se encharcó contra el suelo mientras el pánico amenazaba con
entrar en espiral.
—Haré que Hymel te convoque cuando vuelva, así que quédate cerca. —Se
inclinó, besando mi mejilla—. Te veré más tarde.
Me quedé inmóvil mientras Claude salía del estudio y permanecí allí unos
instantes.
—Joder —gemí, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—No, gracias.
Mi cabeza se levantó y giró hacia el sonido de la voz de Hymel.
195
Estaba de pie en la puerta abierta, con la sonrisa siempre presente en sus
facciones.
—Estoy seguro de que mi primo ya se ha ocupado de eso por ti hoy. —Hizo una
pausa—. Por otra parte, eso habría sido impresionantemente rápido.
Poniendo los ojos en blanco, lo ignoré mientras me dirigía a la puerta.
Hymel no se movió.
—¿De qué quería hablarte en privado? —preguntó—. ¿Era sobre el Príncipe
Rainer?
Me detuve entonces, pero no respondí.
—Sólo me pidió en el vestíbulo que enviara un mensaje al Príncipe de Primvera
solicitando reunirse, pero no me dijo por qué —dijo Hymel.
La sorpresa se apoderó de mí. ¿Podría tratarse del mercado de sombras? Si era
así, ¿lo estaba haciendo ahora? ¿Semanas después?
—Apuesto a que sabes por qué ha solicitado una reunión —conjeturó Hymel.
Sinceramente, no lo sabía, pero lo que me pareció interesante fue el hecho de
que tampoco lo supiera Hymel. Dudaba que fuera algo que a Claude se le hubiera
pasado por alto. No dije nada al pasar junto a él.
Se giró rápidamente y me agarró de la muñeca. Con fuerza, me tiró hacia atrás.
Tropecé y me detuve mientras mi mirada furiosa se dirigía a la suya. Tiré de su
agarre...
Hymel giró bruscamente la muñeca. Chillé al sentir el dolor agudo y repentino
que me subió por el brazo. Sus ojos se iluminaron y la inclinación de su sonrisa fue
enfermiza.
—Te hice una pregunta.
—Lo sé —le espeté, viendo cómo sus ojos se abrían de par en par al ver que le
hablaba—. Y te estoy ignorando, así que déjame ir.
Sus labios se despegaron.
—Te crees muy especial, ¿verdad? Y sin embargo...
—No soy nada más que una puta. Lo sé. Te escuché las primeras quinientas
veces que dijiste eso. Al menos me estoy excitando. —Le sostuve la mirada, sabiendo
que estaba a punto de asestarle un golpe bajo y mezquino, tan cruel como él—. Pero
no puedo decir lo mismo de ti.
El dorso de la otra mano de Hymel atravesó el espacio que nos separaba,
apuntando directamente a mi cara, pero, de algún modo, fui más rápida. Le agarré el
brazo y mis dedos se enroscaron en la tela crujiente de su túnica.
196
—Ni se te ocurra golpearme.
La mandíbula de Hymel se aflojó, su rostro palideció cuando soltó mi muñeca
adolorida. Nuestras miradas se cruzaron y, por un momento, habría jurado que vi
miedo en sus ojos. Miedo real y primitivo. Luego su expresión se suavizó.
—¿O qué, Lis?
Una serie de hormigueos recorrieron mi nuca mientras las imágenes
inundaban mi mente: imágenes horribles de Hymel tomando su propia espada,
empalándose en ella. Apreté con fuerza su brazo. Una frialdad se apoderó de mí. Una
energía. Un poder. Lo que vi no era un futuro grabado en piedra. Era lo que deseaba
que Hymel hiciera...
Le solté el brazo y retrocedí un paso. El corazón me latía con inestabilidad.
Hymel me miró durante unos segundos.
—Es gracioso, ¿sabes? Tú. Tus habilidades. Un toque y puedes saber el nombre
de una persona y sus deseos. Su futuro. Incluso cómo mueren. —Sus labios se
curvaron en una sonrisa detrás de la barba pulcramente recortada—. Y aun así, no
sabes una mierda.
—Tal vez —dije suavemente—. Pero sé cómo morirás.
Se puso rígido.
—¿Quieres saberlo? —Le sonreí—. No es agradable.
Inhalando bruscamente, Hymel dio un paso hacia mí, pero se detuvo. Sin decir
nada más, giró y salió de la cámara.
—De acuerdo —murmuré, mirándome la muñeca. La piel ya se estaba
poniendo roja—. Qué imbécil.
Pero yo también.
Había mentido. Nunca había tocado a Hymel o presionado lo suficiente para
ver su futuro. No tenía ni idea de cómo moriría. Y como el karma era tan real como la
idea del destino, probablemente nos sobreviviría a todos.
Salí del estudio del Barón, y no fue hasta que estaba a medio camino de mis
aposentos, mientras me imaginaba a mí misma pateando repetidamente a Hymel
entre las piernas, cuando algo en Claude me impresionó. Me detuvo por completo
junto a las ventanas que daban a los establos.
Claude no había preguntado sobre qué había estado buscando información el
príncipe Thorne, sino sobre quién.
197
Me paseé por mis aposentos, pensando en lo que Claude había dicho.
Seguramente había sido un lapsus al decir quién cuando quería decir qué, pero...
Mi intuición me decía que no era así.
Pero ¿qué podía significar que Claude supiera que el Príncipe había estado
buscando información sobre alguien? ¿Qué importancia tenía eso?
Mi intuición no me ayudó.
Lo que realmente me preocupaba era cómo iba a ayudar al barón cuando
hablara con el príncipe Thorne. Se me revolvió el estómago cuando entré en mi
dormitorio. El perezoso chirrido del ventilador de techo mantenía fresca la
habitación, pero aún hacía demasiado calor. Me desabroché los botones del corpiño
y me quité el vestido. Lo dejé en el suelo, demasiado cansada y, bueno, demasiado
perezosa para colgarlo.
Vestida sólo con un camisón hasta los muslos, me dejé caer en la cama y me
tumbé boca arriba, apoyando la muñeca adolorida en el estómago. La giré
tímidamente. Al final del día iba a adquirir un bonito tono azul, pero no tenía ningún
esguince ni estaba rota.
Tuve suerte por eso.
Había habido ocasiones en el pasado, cuando me habían atrapado robando
comida o estando donde no debía, en las que no había tenido tanta suerte.
Me quedé mirando al techo, con los pensamientos volviendo a esta cena. No
podía leer al Príncipe. A menos que rompiera el escudo. Algo que Claude parecía
creer que podía hacer, y no estaba segura de sí era porque yo se lo había hecho creer
o si ya lo sabía.
Dioses, tal vez debería haber dicho la verdad. Demasiado tarde. Ahora iba a
tener que... pensar en algo.
Resoplé, con ganas de meterme en la cabeza algunas decisiones vitales
mejores, porque era poco probable que se me ocurriera algo menos idiota que
mentir.
Dioses, iba a volver a verlo.
Me invadió un nerviosismo tenso. No era una mala sensación, nada parecido a
la ansiedad del miedo. Más bien parecía... anticipación, y eso me preocupaba. No
tenía nada que hacer cuando se trataba de un Hyhborn, especialmente uno como el
Príncipe de Vytrus. Aunque no lo hubiera visto incinerar a un Hyhborn con la mano o
arrancarle la garganta a un lowborn, lo último que debía sentir era expectación.
Cualquier interacción con un Hyhborn era potencialmente peligrosa cuando
podían enterarse de mis habilidades y suponer que practicaba magia de huesos.
Especialmente dentro de la Mansión Archwood, donde había demasiados que
198
conocían mis dones. Lo que debía anticipar era el momento en que el Príncipe
abandonara Archwood.
Pero no lo estaba.
Quizá Hymel tenía algo de razón y a mí me habían quitado el sentido común.
Suspirando, mi mente volvió a Claude. Pensé en la primera vez que lo vi y en
cómo sus facciones habían pasado de la ira a la sorpresa cuando le advertí sobre el
hombre que estaba decidido a robarle.
Pero esa sorpresa no había durado mucho. No dudó ni cuestionó lo que le dije,
como hacían muchos cuando les advertía de algo por primera vez. Simplemente había
aceptado que lo que yo sabía era cierto. No era el primero que lo hacía, pero sin duda
era el primer aristócrata que me creía sin rechistar. Tal vez eso debería haber
planteado algunas preguntas, pero me sentí demasiado agradecida cuando Claude
mostró su aprecio ofreciéndome un lugar para trabajar y quedarme, no sólo para mí
sino también para Grady. Quería una cama caliente y segura y no quería tener que
robar pan duro para no morirme de hambre. No quería tener que volver a ver cómo
Grady se ponía enfermo y no poder hacer nada para ayudarlo.
¿Pero tal vez debería haber hecho preguntas?
En cambio, había confiado en Claude, contándole muchas cosas. Cómo había
enfermado Grady cuando éramos más jóvenes. Los orfanatos que eran más como
hogares de trabajo. Incluso sobre Union City. Y me había hablado de su familia, de la
sangre Hyhborn que venía por parte de su padre y de cómo Hymel había creído que
lo nombrarían barón al fallecer el mayor. Pero no hice preguntas.
Eso era otra cosa que llegaba demasiado tarde, pero si Claude sabía algo,
como si había conocido a otra como yo en el pasado, ¿por qué me lo iba a ocultar?
Claude a veces llegaba a extremos para asegurarse de que yo fuera feliz. ¿De verdad
correría el riesgo de que yo descubriera que sabía algo y me lo ocultara? Cerré los
ojos y me puse de lado.
Mis pensamientos finalmente volvieron a la noche anterior mientras yacía allí...
al príncipe Thorne y al tiempo que pasé con él. No el placer que me había dado ni la
liberación que yo le había proporcionado, sino aquellos breves momentos en los que
él... simplemente me había abrazado.
Arrimé las piernas al estómago en un triste intento de recrear esa sensación de
ser abrazada, de... de pertenecer.
De lo correcto.
Era una sensación tonta, pero me quedé adormilada y, cuando volví a abrir los
ojos, la luz moteada del sol se había desplazado de un lado a otro de la pared,
indicando que era por la tarde. Me quedé tumbada durante unos instantes, con los
199
ojos pesados, y estuve a punto de volver a dormirme cuando me di cuenta de que el
cambio de la luz del sol no era lo único que había cambiado en la cámara.
El aire era diferente.
Más grueso.
Acusador.
Una ola de escalofríos me recorrió la columna vertebral. Las telarañas del
sueño se despejaron de mi mente mientras mi corazón tartamudeaba.
No estaba sola.
Lentamente, enderecé las piernas y me incorporé sobre el codo mientras
miraba por encima del hombro para ver lo que ya intuía, lo que ya sabía en una
especie de nivel primario, y vi al príncipe Thorne.
200

CAPÍTULO 19

L
o único que pude hacer durante unos instantes fue mirar fijamente al
príncipe Thorne, pensando que debía de estar alucinando al verlo
sentado en el sofá junto a las puertas de la terraza, con el tobillo de una
larga pierna apoyado sobre otra. Un rayo de sol atravesaba la oscura túnica que le
cubría el pecho, pero de los hombros para arriba estaba envuelto en sombras.
—Buenas tardes. —El príncipe Thorne levantó un vaso de líquido color
ámbar—. ¿Tuviste una siesta reparadora?
Cuando parpadeé rápidamente, una oleada de incredulidad me sacó de mi
estupor.
—Parece que no eres consciente de esto, pero parece que has perdido el
camino a tus propios aposentos.
—Estoy exactamente donde pretendo estar.
Prácticamente podía oír la sonrisa en su voz, y me hizo erizarme.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —¿Y cuánto tiempo llevaba ahí sentado? Mi
mirada se desvió hacia el vaso del que había bebido, bajó hasta el brazo del sofá y se
entrecerró—. ¿Te has servido de mi whisky?
—Estoy haciendo turismo —respondió—. Y necesitaba refrescarme mientras lo
hacía.
Los latidos de mi corazón se ralentizaron.
—No hay nada interesante que ver en mis aposentos privados, Alteza.
—Thorne —corrigió, y aunque sus ojos estaban ocultos para mí, sentí su mirada
acalorada recorrer la curva de mi cadera... hasta el largo de mi pierna, y toda una
parte de mis piernas quedó expuesta ante él—. Y no estoy de acuerdo. Hay una...
abundancia de interés para mirar.
El pudor del que antes carecía decidió asomar la cabeza. Me senté y junté las
piernas. Me dolía la muñeca al tirar de la camisa, que apenas me cubría. Incluso con
la poca luz de mi alcoba, el material era básicamente transparente. Tuve la sensación
de que él era consciente de ello mientras le miraba.
Una risita profunda irradió desde las sombras bañadas por el sol, provocando
una extraña mezcla de sensaciones que me recorrieron por dentro. Inquietud. Un
ardor ácido de inquietud. Peor aún, un dulce trino de expectación, que yo achacaría a
201
estar medio dormida. Pero también había una gran dosis de curiosidad. No podía
entender por qué el príncipe Thorne intentaría buscarme así en privado, a menos
que... ¿A menos que necesitara que lo atendiera?
Lógicamente, eso no tenía sentido. No creía que yo fuera una cortesana. Sin
embargo, mi cuerpo no tenía intención de hacer caso al sentido común. Un pulso de
deseo encendió mis venas, haciendo que varias partes de mi cuerpo palpitaran a la
vida.
Dioses, ¿qué demonios me pasaba? En realidad, sabía la respuesta. Lo que me
pasaba era lo que él era. La presencia de un Hyhborn y su efecto sensual en los
lowborn. Tenía sentido que la presencia de un príncipe fuera aún más... difícil de
ignorar y más fuerte.
En realidad, si me había buscado para que le sirviera, era probablemente sólo
porque, como había dicho, siempre tenía hambre. Así que no había razón para
dejarme controlar por mis hormonas, aparentemente fáciles de influenciar. Levanté
la barbilla.
—No estoy... trabajando ahora.
Su cabeza se inclinó hacia un lado.
—Me complace enormemente oír eso.
Mi boca se frunció.
—¿Y por qué te complacería?
—Porque prefiero que nuestras interacciones en el futuro sean entre tú y yo —
dijo—. Y no dictadas por un tercero.
—No habrá interacciones entre nosotros en adelante —dije, lo cual era mentira,
ya que las habría, pero su presencia no invitada me irritaba... y me emocionaba, lo
cual también servía para irritarme de verdad.
—Yo no contaría con eso.
Mi pecho se levantó con una respiración profunda y corta. Había algo diferente
en él. No sé si fue su inesperada visita o el hecho de que no pudiera verle la cara, o si
fueron sus palabras. Podrían haber sido todas esas cosas, pero un tipo diferente de
instinto cobró vida entonces, uno que no tenía nada que ver con mis habilidades y
que era puramente mortal. Primitivo. Me instó a levantarme despacio y abandonar
este espacio, a no correr, porque si lo hacía, él me perseguiría como lo haría cualquier
depredador.
En las sombras, los destellos de sus ojos se iluminaron. Todo el cuerpo del
príncipe Thorne pareció tensarse, como si presintiera que estaba a punto de alzar el
vuelo. Su barbilla se hundió en el rayo de sol. La curva de sus labios estaba llena de
intención depredadora.
202
Un movimiento brusco me recorrió el pecho mientras apartaba rápidamente la
mirada, sintiendo que me faltaba el aire.
—No has contestado —dijo el príncipe Thorne, atrayendo de nuevo mi atención
hacia él. Dio otro sorbo a mi whisky—. ¿Tuviste una siesta reparadora?
—Era bastante tranquila hasta que me despertaron y encontré a alguien sin
invitación en mis aposentos —señalé—. ¿Por qué estás aquí? Sinceramente.
Sus dedos largos y diabólicos golpearon el brazo del sofá.
—¿Me creerías si te dijera que te eché de menos y que quería verte?
Resoplé.
—No.
—Tu falta de fe en mis intenciones me hiere, na'laa.
—No te conozco lo suficiente como para saber tus intenciones o tu fe en ellas.
—¿En serio? —exclamó el príncipe Thorne, y luego se inclinó más hacia la luz
del sol. Sentí una opresión en el pecho cuando inclinó la cabeza hacia un lado. Llevaba
el cabello retirado de la cara y sólo un mechón ondulado le rozaba la mejilla. Sus ojos
multicolores se clavaron en los míos—. ¿Sientes que no me conoces lo suficiente
después de tener mis dedos dentro de ti y tu mano en mi polla?
Otra aguda ráfaga de deseo me recorrió. Eso era lo último que necesitaba que
me recordaran.
—Como si eso tuviera algo que ver con conocerte.
—Cierto —murmuró, con una media sonrisa divertida formándose en su boca.
Me pasé un brazo por la cintura.
—¿Cómo sabías siquiera qué aposentos eran los míos? Mejor aún, ¿cómo
entraste aquí? La puerta estaba cerrada.
Un lado de sus labios se curvó hacia arriba.
—¿Crees que un simple candado puede impedirme estar donde quiero estar?
Se me revolvió el estómago.
—Bueno, eso es algo... espeluznante.
—Tal vez. —Claramente no le molestaba ese hecho—. En cuanto a cómo supe
qué aposentos eran tuyos, tengo mis maneras.
Lo miré fijamente.
—A riesgo de sonar repetitiva...
—Lo que acabo de decir también fue algo... —La inclinación de sus labios era
ahora atrevida—. Espeluznante.
203
—Sí. —Mis dedos se dirigieron al lacito rojo del escote de mi camisón—. Pero
veo que aunque eres consciente de ser espeluznante, eso no te ha detenido.
—No lo ha hecho.
—Bueno, supongo que ser consciente de tu comportamiento problemático es
una mitad de la batalla.
—Sólo sería una batalla si mi comportamiento me resultara problemático.
—Al menos eres sincero —murmuré, retorciendo la cinta.
—Uno de nosotros tiene que serlo.
Entrecerré los ojos.
—No estoy segura de lo que estás insinuando.
—¿No? —Dejó el vaso de whisky que se había servido en la mesita auxiliar.
—No. —Fingí un bostezo mientras lo miraba. Su cuerpo estaba reclinado en una
postura casi arrogante. Mi mirada se dirigió a su mano, e inmediatamente pensé en
su mano deslizándose bajo el agua. Se me encogió el vientre.
—¿En qué estás pensando, na'laa?
—Deja de llamarme así. Y no estaba pensando en nada.
—¿Te enfadarías si te dijera que estás mintiendo?
—Sí, pero tengo la sensación de que eso no va a detenerte.
—No lo hará. —La media sonrisa se mantuvo—. Tu pulso se aceleró y no fue el
miedo o la ira lo que lo causó. Fue la excitación.
Inhalando bruscamente, resistí el impulso de tomar una almohada y tirársela.
—¿Y qué si lo era? Deberías estar acostumbrado, siendo como eres. Es sólo
una... una reacción natural a tu presencia, que no puedo controlar.
—Oh, na'laa. —Se rió—. Disfruto con tus mentiras.
—¿Qué? No estoy mintiendo.
—Pero así es. Lo que dices suena más a compulsión, y esto no es eso. Nuestra
presencia no incita a lo que no está ya ahí —me dijo—. No te obliga a sentir placer si
no estás ya dispuesta a ello. Simplemente aumenta lo que ya existe.
Cerré la boca de golpe.
Levantó una ceja.
—Tu respuesta a mí no es algo de lo que avergonzarse.
—No lo hago. —Volví a moverme, apoyando el peso en la mano derecha. Hice
una mueca de dolor y aparté la mano de la cama.
204
—Claro. —Se puso de pie.
Me tensé y los dedos se detuvieron en la cinta. El pulso me latía con fuerza y
cada parte de mí era consciente de que su mirada no me había abandonado desde el
momento en que me desperté.
—No deberías estar aquí.
—¿Por qué? —preguntó mientras se acercaba a la cama. Más que caminar,
merodeaba—. ¿Se molestaría tu barón?
—No, no lo haría, pero eso no viene al caso. Yo no te invité aquí.
—Llamé a la puerta —dijo, deteniéndose a un lado de la cama—. No
contestaste, y me alegra saber que no le disgustaría.
Ignoré el último comentario.
—Entonces decidiste... ¿qué? ¿Entrar directamente?
—Obviamente —murmuró, bajando la mirada a lo largo de mi pierna—.
Entonces decidí dejarte dormir. Parecías... tan tranquila. —Su mirada se dirigió a la
mía—. Supongo que quieres que me disculpe por entrar sin permiso. Que reconozca
que he sobrepasado los límites.
—Eso sería un buen comienzo —repliqué—. Pero tengo la clara impresión de
que no vas a hacerlo.
Su respuesta fue una sonrisa de oreja a oreja.
—Voy a contarte algo que no estás dispuesta a admitir. No encuentras mi
comportamiento tan problemático.
Tragué saliva.
—Te equivocas.
—Nunca me equivoco, ¿recuerdas?
—Recuerdo que dijiste eso. —Con el corazón palpitante, lo vi sentarse en el
borde de la cama, a mi lado—. Pero también recuerdo que me parecía improbable
que alguien pudiera equivocarse nunca.
—Podría molestarte que me haya dejado entrar —dijo, poniendo su mano al
otro lado de mis piernas.
—¿Podría?
Un lado de sus labios se curvó.
—De acuerdo, estás molesta, pero mi presencia aquí no te molesta en absoluto.
El aliento que tomé estaba lleno de ese suave aroma a madera que aún no podía
ubicar.
205
—Debo admitir, Su Alteza, que estoy decepcionada de usted.
—Thorne —corrigió una vez más—. ¿Y cómo te he decepcionado?
—Hubiera pensado que un Hyhborn de tu poder sería mejor leyendo a la gente
—dije—. Aparentemente, te di demasiado crédito.
Se rió suavemente mientras bajaba la barbilla. Otro mechón de cabello castaño
cayó, pero esta vez sobre su mandíbula.
—Creo que has olvidado algo muy importante que compartí contigo en los
jardines. Estoy en sintonía contigo. Sé exactamente lo que ha provocado cada
respiración entrecortada y cada aceleración de tu pulso. No te preocupa mi aspecto.
—Bajó las gruesas pestañas mientras me miraba—. Te excita, na'laa.
El calor golpeó mis mejillas. Tenía razón, pero me preocupaba la verdad de sus
palabras.
El príncipe Thorne levantó las cejas.
—¿No tienes nada que decir a eso?
Enrosqué la cinta con fuerza alrededor de mi dedo.
—No.
Se rió profundamente.
—Veo que te has servido algo que no te pertenece.
—¿Qué? —Fruncí el ceño; luego miró fijamente la daga que descansaba en la
mesilla de noche, junto a la vaina y el arnés que Grady había encontrado para mí—.
¿Vas a tomarlos?
—¿Debería?
—No lo sé. ¿No te preocupa que lo use en tu contra?
—No especialmente —contestó, y la irritación estalló—. Eso te molesta.
—Sí —admití—. Es un poco insultante.
—¿Es insultante que no tema que intentes hacerme daño?
Me lo pensé.
—Algo así.
El príncipe Thorne soltó entonces una carcajada, profunda y ahumada, y decidí
que ese tipo de risas también me resultaban insultantes por lo agradables que eran.
—Quizá si lo supieras, no irrumpirías en mi espacio sin avisar ni invitar —
razoné.
—No, eso probablemente tampoco me detendría.
206
—Bonito.
—Tengo una razón para estar aquí.
—¿Aparte de molestarme? —repliqué.
—Además de eso. —Su mirada se posó en mi dedo. Dejé de jugar con la cinta
cuando sus ojos volvieron a los míos—. Quería ver cómo iban las cosas con tu barón.
Empecé a hablar, algo aliviada... y consternada de que realmente tuviera una
razón para estar aquí, pero mi mirada se fijó en la suya y de pronto quise preguntarle
si alguna vez había pensado en la joven que había encontrado en el orfanato. Quería
saber si me había hablado como yo creía que lo había hecho, pero Grady dijo que
era imposible. Quería...
Me aclaré la garganta y miré hacia otro lado.
—Hablé con él esta mañana. Estaba aliviado de que no estuvieras aquí debido
a que el Rey estaba disgustado con él.
—Nunca dije que el Rey no estuviera disgustado con él.
Volví la cabeza hacia él. Una respiración agitada me abandonó. De algún modo
estaba más cerca; ahora nos separaban menos de unos centímetros.
—¿Qué...?
La mano del príncipe Thorne me rodeó el codo y, antes de que me diera cuenta,
me levantó el brazo derecho. La línea de su mandíbula se tensó.
—Estás herida. —Los colores de sus ojos habían dejado de moverse, pero sus
pupilas se habían dilatado. Me dio la vuelta con cuidado, exponiendo el interior de la
muñeca a la fina franja de luz del sol—. Sé que yo no hice esto anoche. ¿Quién lo hizo?
Negué con la cabeza.
—Ni siquiera sabía que tenía moretones —mentí, porque de ninguna manera
diría la verdad, ni siquiera a Grady. Era... era demasiado vergonzoso, y sabía que
estaba mal sentirme así, pero eso no cambiaba lo que sentía—. No tengo idea de cómo
sucedió.
—Los moretones parecen puntas de dedos. —Su voz era grave, y un escalofrío
golpeó el aire.
Se me puso la carne de gallina mientras miraba nerviosa a mi alrededor.
—Debe ser una ilusión. —Tiré de su mano.
El príncipe Thorne se aferró, deslizando sus largos dedos sobre mi muñeca.
Los movía en círculos lentos y suaves.
207
—Tu piel es demasiado hermosa para tener moretones —comentó, y algo del
hielo desapareció de su tono—, dime, na'laa, ¿tu barón no trata bien a su… lo que sea
que seas?
—Yo… —Me quedé a medias cuando se llevó mí muñeca a la boca. Apretó los
labios contra la piel, unos labios duros e inflexibles, pero suaves como el satén. Los
míos se separaron cuando un extraño hormigueo se extendió por mi muñeca,
aliviando... y luego borrando el dolor que sentía. Levanté la mirada hacia la suya
cuando bajó la mano a mi regazo. Los moretones habían desaparecido. Lo había
vuelto a hacer.
¿Quizás sus besos curaban?
Sus dedos se deslizaron por mi brazo.
—¿Quién te lastimó?
—Ya te lo he dije. Nadie.
Ladeó la cabeza, haciendo ondear un mechón de cabello en su mandíbula.
—¿Alguien te ha dicho que eres una mentirosa terrible?
—¿Alguien te ha dicho que no sabes de lo que hablas? —espeté.
—Nunca. —Levantó la barbilla, con expresión inquisitiva—. Y nadie me ha
hablado nunca como tú.
Eso debería haber sido una advertencia para que cuidara mi tono, pero
resoplé.
—No lo creo ni por un segundo.
—Y yo no te creo.
—Creo que eso ya lo hemos establecido —repliqué.
El azul de sus ojos se tiñó de blanco y luego se extendió al verde.
—¿Te trata bien el Barón?
—Sí, lo hace.
Otro destello estelar estalló a lo largo del azul de sus ojos.
—Lo poco que sé ya cuenta una historia diferente.
—¿Cómo es eso?
—No creo que necesite explicarte lo imprudente que fue anoche con tu vida —
dijo, con un músculo palpitándole en la sien—. Pero por si no te has dado cuenta, el
Barón te envió a los aposentos de un príncipe Hyhborn que no sabía de tu llegada.
Mis hombres podrían haberte matado. Yo podría haberlo hecho. Otro de los míos
habría hecho eso y más.
208
Se me heló la piel, no por sus palabras, sino porque sabía que decía la verdad.
—Y lo hizo cuando está claro que no tienes tanta experiencia como tanto
querías hacerme creer —continuó, y me estremecí al sentir el roce de sus dedos por
la curva de mi brazo. Su ligero roce desencadenó un aluvión de reacciones confusas.
Debería enfadarme que estuviera en mi habitación, tocándome y exigiéndome
respuestas.
Excepto que no sentí ira.
Lo único que sentí fue el estremecimiento que siguió el recorrido de las yemas
de sus dedos por la curva de mi codo. Cómo mi piel se calentó de repente cuando
agarró la manga suelta de mi camisón, y.... y anticipación.
—Así que ya sé la respuesta a mi pregunta —dijo. Sus ojos no se apartaron de
los míos mientras se detenía para apartarme los mechones de cabello. Tampoco bajó
la mirada cuando sus dedos se deslizaron por mi camisón, alisando el delicado
encaje.
Me esforcé por ordenar mis pensamientos dispersos. Sin mi intuición para
guiarme, no tenía ni idea de por qué este príncipe se preocupaba por cómo me
trataban. Tampoco sabía qué le haría al Barón, y aunque Claude a veces se
comportaba como un hombre-niño crecido que había tomado más malas decisiones
que incluso yo, era lo mejor que muchos de nosotros teníamos.
—El Barón me trata con amabilidad. —Le sostuve la mirada, sin permitirme
siquiera considerar la posibilidad de decirle que había sido Hymel. No porque
buscara proteger a ese bastardo, sino porque sabía que Claude reaccionaría muy
imprudentemente al ver a su primo herido—. Nos trata a todas con amabilidad.
—¿A todas?
—Sus amantes. Pregunte a cualquiera de ellas y te dirán lo mismo.
—Entonces, ¿eso es lo que eres? ¿Una amante?
Asentí con la cabeza.
—¿Envía a su amante favorita a los aposentos de otros hombres?
—No somos exclusivos. —En realidad no éramos nada, pero eso parecía un
punto discutible por el momento—. Ninguna de sus amantes lo es.
—Interesante.
Le alcé las cejas.
—La verdad es que no.
—Tendremos que discrepar en eso. —La cabeza del príncipe Thorne se inclinó
y se me cortó la respiración al sentir su boca bajo mi oreja, contra mi pulso atronador.
Besó el espacio que había allí—. ¿Quién te lastimó, na'laa?
209
Retrocediendo, gané algo de distancia entre nosotros.
—Nadie —dije—. Probablemente me lo causé mientras… mientras trabajaba
en el jardín.
Los ojos, lentamente agitados, se alzaron para encontrarse con los míos.
Pasaron varios segundos sin que ninguno de los dos dijera una palabra, como si
ambos hubiéramos caído presa de un trance repentino. Fue él quien rompió el
silencio.
—¿Jardinería?
Asentí con la cabeza.
—¿No sabía que era una actividad tan violenta?
Mis labios se apretaron.
—Normalmente no lo es.
—¿Y cómo te lesionaste la muñeca haciendo jardinería?
—No lo sé. Ya te he dicho que ni siquiera sabía que había pasado. —La
frustración aumentó y me aparté de él. Levanté las piernas de la cama y me puse de
pie—. ¿Y por qué te importa?
El príncipe Thorne inclinó su cuerpo hacia mí, y en el momento en que me miró,
me di cuenta de que estar de pie no era precisamente la jugada más brillante. Estaba
de pie bajo los rayos filtrados de la luz del sol, y bien podría estar desnuda.
Su mirada se desvió de la mía y se dirigió hacia abajo, hacia las mangas y el
encaje que había alisado. Las puntas de mis pechos hormiguearon, endureciéndose
bajo su mirada. Un escalofrío siguió su mirada por la curva de mi cintura y el contorno
de mi cadera.
Podría haberme movido para cubrirme, pero no lo hice, y no tenía nada que
ver con que él ya me hubiera visto sin una puntada de ropa dos veces.
Por la misma razón que anoche. Yo… quería que mirara.
Y lo hizo mientras se inclinaba hacia delante y se levantaba. Miró durante tanto
tiempo que los músculos de todo mi cuerpo empezaron a tensarse en.... en
embriagadora expectación.
Volvió el impulso, el que me incitaba a darme la vuelta y emprender la huida,
sabiendo que él me perseguiría. Pero era más. Yo quería eso. Que me persiguiera.
Los colores de sus ojos volvían a moverse, las estrellas a brillar. Se formaron
sombras en los repentinos huecos de sus mejillas, y pudo ser mi imaginación, pero
pensé que quería dar caza.
Todo eso me parecía... una locura. No quería que nadie me persiguiera ni me
capturara, y menos un príncipe.
210
Temblando, me quedé completamente inmóvil. Cuando hablé, apenas
reconocí mi voz.
—¿Te pregunté por qué te importaba?
El príncipe Thorne no respondió durante un largo momento, y luego inhaló
profundamente, la tensión goteando de su cuerpo y.... y luego del mío.
—¿Por qué iba a preocuparme por una chica lowborn que pretende ser
cortesana...?
—No soy una chica —interrumpí, irritada por él... por mí—. Y eso es algo de lo
que deberías ser muy consciente.
—Tienes razón. —Su mirada me recorrió con languidez y la parte derecha de
sus labios se curvó—. Mis disculpas.
Me puse rígida al oír su voz grave y sensual.
—Eso ha sonado más a insinuación que a disculpa.
—Probablemente porque el rubor de tus mejillas cuando te alteras me
recuerda al mismo rubor de cuando te corres —dijo, y me quedé con la boca
abierta—. También me disculparía por eso, pero tengo la sensación de que también
sonaría a insinuación.
—Dios mío —siseé—. Eres...
—¿Qué? —Los colores de sus ojos se agitaban de nuevo—. ¿Te cautiva? Ya lo
sé. No hace falta que me lo digas.
—No pensaba hacerlo.
—Lo que tú digas, na'laa —murmuró.
Mis manos se cerraron en puños.
Su leve sonrisa se desvaneció al mirar hacia las puertas de la terraza. Pasó un
momento.
—¿Me has preguntado por qué me importa? —Frunció las cejas—. Tengo la
sensación de que te conozco. Es la extraña sensación de que ya nos hemos conocido.
La palabra hemos subía por mi garganta, pero no conseguía que pasaran de
mis labios. El deseo de que supiera que habíamos luchado con la advertencia de que
hacerlo podía ser un error. Me quedé paralizada, confusa, sin entender ninguna de
las dos respuestas.
—¿Aparte de eso? —La línea de su mandíbula se tensó—. La verdad es que no
lo sé. No debería importarte.
Parpadeé.
—Vaya.
211
—No lo entiendes.
El Príncipe no era el único que sentía sensaciones extrañas. Actualmente, había
algo parecido a la punzada del.... del rechazo quemándome por dentro.
—No, creo que ha quedado bastante claro.
Se volvió hacia mí.
—No lo digo a título personal, Calista.
Me estremecí al oír mi nombre.
Ladeó la cabeza, pareciendo captar esa respuesta.
—Soy un Deminyen. ¿Entiendes lo que eso significa?
—Uh, ¿que eres un Hyhborn muy poderoso?
Se le escapó una risa grave y oscura.
—Significa que soy lo más alejado de un mortal, de la humanidad, que se puede
estar. Me preocupo por la humanidad en su conjunto, pero eso es sólo por lo que soy.
Cómo fui creado.
—¿Creado? —Susurré.
Me miró fijamente.
—Los Deminyens no nacen como los caelestia.
—Lo sé. —Algo me llamó la atención mientras lo miraba fijamente—. Eras... —
Me detuve para no decir que había parecido un poco más joven cuando nos
conocimos. Me había parecido más joven que Lord Samriel, pero sus rasgos no habían
cambiado en los doce años transcurridos desde entonces—. ¿Qué estás diciendo?
¿Que no puedes sentir compasión o cariño?
—Algunos Deminyens pueden. Lores y Ladies, si así lo deciden.
—¿Pero tú no? —LO miré de arriba abajo—. ¿O no príncipes y princesas? ¿El
Rey?
—Nosotros no.
—¿Porque eres más poderoso?
—Es más... complicado que eso, pero sí.
Mi frente se arrugó.
—Por lo que sé de ti, no creo que seas incapaz de eso.
—Creía que no nos conocíamos de nada.
Entrecerré los ojos.
—Sé lo suficiente de ti como para creerlo.
212
El Príncipe me miró en silencio antes de murmurar:
—Preciosa.
—¿Qué?
—Tú.
Me crucé de brazos y puse los ojos en blanco.
—Bien. Lo que sea...
—Te he mostrado compasión, na'laa. Eso no significa que sea un ser compasivo.
Poco de esa declaración tenía sentido para mí.
—Creo que te equivocas.
—¿En serio? —Reapareció aquella sonrisa tensa—. ¿Y por qué piensas eso?
—Porque dijiste que te habrías sentido decepcionado si hubieras destruido
Archwood —señalé—. Y no es como si nuestra ciudad representara a toda la
humanidad.
—Y también dije que eso no me habría impedido hacerlo.
Se me revolvió el estómago.
—Sí, pero también dijiste que pensabas que convertir un alma en una Rae era
injusto. Si fueras incapaz de sentir compasión, ¿no serías también incapaz de sentir
remordimiento, culpa o incluso justicia?
El príncipe Thorne abrió la boca, pero no dijo nada mientras me miraba
fijamente. Pasaron los segundos y pensé... Pensé que había palidecido un poco.
—Tienes razón —dijo con voz ronca.
Luego se dio la vuelta y abandonó la cámara sin decir una palabra más,
dejándome con la duda de por qué la idea de que tuviera compasión le causaba un
malestar tan evidente.

La extraña respuesta del príncipe Thorne a la idea de que tuviera compasión


me acompañó durante todo el día, pero a medida que se acercaba la noche, mi
confusión fue sustituida por ansiedad.
Mientras entraba en la cámara de baño, pensé que debería haberle comentado
lo de la cena al Príncipe cuando estuvo aquí. Abrí el grifo del lavabo, agaché la cabeza
y me salpiqué la cara con agua fría.
213
Agarro una toalla y me seco la cara mientras levanto la barbilla y empiezo a
girarme. Me detengo porque algo en el espejo captó mi atención. Bajo la mano hasta
el borde del tocador y me inclino hacia él. Mis ojos... no se veían bien.
La mayoría de las veces eran marrones.
—¿Qué demonios? —Me incliné más hacia el espejo. La parte interior más
cercana a la pupila era de un tono azul pálido, y eso no era normal en absoluto.
Cerré los ojos de golpe y sentí que mi respiración se aceleraba. Tenía que ser
la luz de la cámara de baño o.... mi mente jugándome una mala pasada. No había otra
razón lógica para que mis ojos cambiaran de color de repente. Tenía que estar viendo
cosas.
Sólo necesitaba abrirlos para comprobarlo.
Mi corazón revoloteó como un pájaro enjaulado.
—Deja de hacer el ridículo —me reprendí—. Tus ojos no cambiaron de color.
Unos golpes en la puerta de la cámara me sobresaltaron. Tenía que ser Hymel,
y conociéndolo, estaría impaciente como de costumbre, pero mi corazón seguía
latiendo con fuerza. Respiré hondo, abrí los ojos y me incliné hacia el espejo.
Mis ojos... eran marrones. Simplemente marrones.
Volvieron a llamar, esta vez más fuerte. Arrojé la toalla al lavabo y me apresuré
hacia las puertas de la cámara.
—El Barón Huntington ha solicitado tu presencia —anunció Hymel.
Se me revolvió el estómago tan rápido que fue un milagro que no vomitara
sobre las botas pulidas de Hymel.
Me lo esperaba y, aun así, la ansiedad se apoderó de mí cuando me reuní con
Hymel en el vestíbulo.
Hymel me miró mientras caminábamos, su mirada desafiante.
—¿Vas a contarle a mi primo lo de antes?
—¿Estás preocupado? —repliqué, en lugar de ignorarlo como haría
normalmente.
El hombre se rió, pero sonó forzado.
—No.
Puse los ojos en blanco.
Hymel guardó silencio hasta que nos acercamos a los aposentos de Maven.
—Yo que tú no diría nada al respecto —dijo, mirando fijamente al frente—. Sí
me causas problemas...
214
—¿Tú me causarás problemas a mí? —Terminé por él. Dioses, Hymel era un
cliché andante.
—No. —Deteniéndose en la puerta de Maven, me miró—. Haré que tu amado
Grady tenga problemas muy importantes.
Mi cabeza se dirigió hacia él y mi corazón se aceleró.
Hymel sonrió con satisfacción, empujando la puerta de madera redondeada.
—No tardes mucho.
La ira y el miedo chocaron mientras me obligaba a alejarme de Hymel. Entré
en la cámara oscura, con el pecho hinchado de tanto odio que apenas fui consciente
de que Maven me conducía hacia la bañera. Mientras sus dedos nudosos me
desabrochaban los botones de la bata, me obligué a calmar el corazón. Hymel tenía
cierto nivel de autoridad en la mansión, pero de ninguna manera Claude permitiría
que Hymel desterrara a Grady de la mansión o algo por el estilo. No mientras Claude
estuviera satisfecho con lo que yo podía hacer por él.
Eso fue lo que recordé mientras me bañaba y me secaba. La figura encorvada
de Maven se arrastró por el perchero y sacó una bata negra y diáfana.
Después de ponerme un trozo de tela que apenas podía considerarse ropa
interior, Maven me vistió con el material vaporoso. Una serie de delicados tirantes de
encaje se entrecruzaban libremente en mi pecho, y estaba segura de que mis pechos
harían una aparición improvisada si me inclinaba en la dirección equivocada. Miré la
falda del vestido. Tenía aberturas a ambos lados, hasta la parte superior del muslo. El
vestido apenas podía llamarse así, pero seguramente costaba demasiado dinero.
Cepillo en mano, Maven me instó a sentarme en el taburete. Empezó a
desenredarme el cabello, echándome la cabeza hacia atrás. Una vez satisfecha con
los resultados, vino la pintura. Rojo para los labios. Kohl oscuro para los ojos. Rubor
rosa para las mejillas. Sus manos olían a jabón, del que se usa para lavar la ropa. Se
dirigió cojeando hacia las profundas estanterías de la pared y sacó un tocado de un
cofre.
De una sortija colgaban pequeños rubíes ovalados casi tan largos como mi
cabello. Las joyas brillaban a la luz titilante de las velas. Maven me colocó el tocado
en la coronilla. Era mucho más ligero que el de diamantes.
Tras alisarme los hilos de rubíes del cabello, Maven se apartó, dándome la
espalda. Sabía lo que eso significaba. Ella había terminado y yo debía regresar a
Hymel.
Pero tardé en moverme al ponerme de pie, mi mirada pasó de la línea curva
de la espalda de Maven al espejo de pie. Caminé hacia él, medio asustada por
acercarme y verme los ojos, pero lo hice.
215
Seguían siendo marrones.
Lo que había visto en mi cámara de baño había sido sólo mi imaginación.
Eso era todo.
216

CAPÍTULO 20

E
ntre los numerosos candelabros encendidos, las fuentes llenas de pato
asado y rolliza pechuga de pollo se alineaban en la larga mesa de
comedor, colocadas entre los platos de salmón a la parrilla y los cuencos
de humeantes zanahorias y patatas guisadas. En la mesa ya había bandejas de
postres, pequeños cuadrados de chocolate y pasteles rellenos de fruta. Había
suficientes cestas de pan para alimentar a toda una familia durante un mes.
Mientras viviera, nunca me acostumbraría a ver tanta comida en una mesa, en
un hogar.
Y era demasiado, pero Claude quería impresionar al Príncipe con un festín. No
quise ni pensar en lo que había costado, y tomé nota de que el cocinero debía enviar
las sobras al priorato local, que sabría qué familias estaban más necesitadas. Al
menos lo que quedara sin tocar no se desperdiciaría.
—¿Dónde mierda está este príncipe?
Frente a mí, la pelirroja Mollie casi dejó caer una botella de champán antes de
colocarla sobre la mesa. Su mirada se desvió de la mía al hombre sentado a mi lado
mientras el resto del personal esperaba junto a la pared como si quisieran formar
parte de ella.
Lentamente, miré a Claude y respiré hondo, lo que hizo muy poco por calmar
mi temperamento.
Estaba despatarrado en su asiento, con un pie calzado apoyado en el borde de
la mesa, a escasos centímetros de su plato. Una copa de champán con diamantes
colgaba precariamente de la punta de sus dedos, brillando a la luz de las velas. En
cualquier momento, el contenido de su copa o la flauta entera iban a acabar en el
suelo. O en su regazo.
Apreté las manos hasta que apenas sentía los dedos. Todas mis demás
preocupaciones se habían desvanecido en cuanto vi a Claude.
No había tomado decisiones acertadas durante la tarde que pasó con los
hermanos Bower.
Me dolía la mandíbula de tanto apretarla. No quería ni pensar en lo que se le
pasaría por la cabeza al Príncipe si entraba en el comedor y veía al Barón sentado
como estaba. Al menos no estaba tan mal como la noche anterior. Por suerte, ni su
217
camisa blanca ni sus calzas leonados desprendían el hedor del aceite de medianoche,
pero no podía estar a tantas copas de champán de estar tres sábanas al viento.
—No tardarán en llegar. —Hymel se aclaró la garganta desde donde estaba
sentado al otro lado del Barón. Estaba más pálido de lo normal, y me pareció que
realmente parecía preocupado—. Al menos eso es lo que me dijo uno de los Hyhborn
que había viajado con él.
Claude resopló y se llevó la copa a la boca.
—¿No tardarán? —Bebió un trago—. Como si tuviéramos todo el tiempo del
mundo para esperarles.
No sabía muy bien qué tenía que hacer Claude después de la cena tan
apremiante. Bueno, aparte de unirse a los aristócratas que ya habían empezado a
reunirse en el solarium y la Gran Cámara. Pero podía sobrevivir a una noche llegando
tarde a los festejos o no participando en ellos.
Tomé la jarra de agua, serví un vaso y se lo acerqué al Barón.
—¿Te apetece un poco de agua?
Bajó la copa mientras me dedicaba una amplia sonrisa que mostraba
demasiados dientes.
—Gracias, cariño.
Le devolví la sonrisa, rogando a los dioses que captara la indirecta.
Pero por supuesto que no lo hizo.
—Por cierto, estás preciosa esta noche. —Se acercó y tiró suavemente de un
mechón de rubíes. Bajó las pestañas oscuras—. Al menos tengo algo bonito que mirar
mientras espero.
Ensanché los ojos mientras recogía mi propio vaso de agua. Quizá estaba más
cerca de ser un completo inútil de lo que sospechaba. Mi mirada se posó en el suelo.
En el veteado dorado de las baldosas de mármol. Era el mismo suelo en todo el
comedor y la sala de recepción, así como en la Gran Cámara. Me volví hacia donde
Grady montaba guardia entre pilares de mármol y oro.
—Ya vienen —anunció Grady.
Se me cayó el estómago, y no estaba segura de sí era por lo que había visto
antes en el espejo, por el estado actual de Claude o por el hecho de que era él quien
venía.
—Ya era hora —murmuró Claude, retirando el pie de la mesa. Dejó el champán
a un lado.
218
El sonido de las patas de una silla arañando la piedra me puso en movimiento.
Me levanté, habiendo olvidado momentáneamente que uno debía ponerse de pie a la
llegada de un Hyhborn.
Se me erizó la piel con la carga de energía que entraba en el comedor cuando
Grady hizo una cortante reverencia y se apartó. El aire se espesó a nuestro alrededor.
El primer Hyhborn en entrar era uno con la piel de un tono marrón intenso y el
cabello oscuro rapado a lo largo de los lados, dejando las rastas cortas en la parte
superior formando una especie de cresta. Sus rasgos anchos e imponentes se veían
resaltados por la barba bien recortada que enmarcaba su mandíbula y su boca. Las
llamas parpadeaban sobre las velas antes de apagarse por completo cuando cruzó el
espacio. Sus ojos eran como los del príncipe Thorne, aunque el azul y el verde eran
más vibrantes, y su mirada se dirigió hacia donde estábamos, pasando a mi lado y
luego volviendo.
Una lenta media sonrisa se dibujó en su boca.
Antes de que pudiera siquiera considerar esa sonrisa, entró otro. Uno tan alto
como el primero, pero no tan ancho. Sus rasgos afilados y llamativos eran de un tono
leonado frío, un contraste sorprendente con el cabello color ónix que le caía sobre la
frente y desembocaba en unos ojos anchos y estrechos, de una tonalidad tan pálida
de azul y verde que resultaban casi luminosos a la luz de las velas. No había color
marrón en sus iris, ni tenía el aura de energía casi frenética del que había entrado
antes que él, pero sí una innegable sensación de poder cuando nos echó un vistazo.
Entonces… entonces el aire se sintió como si fuera succionado fuera de la sala.
El príncipe Thorne entró mientras las llamas se encendían sobre las velas,
bailando rápidamente. Como una cobarde, desvié la mirada hacia la mesa. No vi su
expresión, pero supe el momento en que me vio. Pequeños escalofríos recorrieron
mi piel. Sentí su mirada clavándose en mí, tensando mis nervios hasta que estuve a un
segundo de hacer algún tipo de ruido absurdo como un chillido. O un grito. Un calor
me subió por la garganta mientras seguía sintiendo su mirada. Dioses, ¿por qué nadie
hablaba? Y cuánto tiempo se suponía que...
—Siéntense, por favor —dijo finalmente el príncipe Thorne, rompiendo el
silencio con su profunda voz.
Casi me desplomé en la silla mientras Claude, sorprendentemente, tomaba
asiento.
—Es un honor tenerlo en mi mesa, príncipe Thorne —dijo, y sentí que se me
escapaba una carcajada. ¿Honor? No había sonado honrado hacía un momento, pero
al menos sonaba genuino—. Aunque, espero que no haya necesidad de la armadura
entre las porciones de pato y pescado.
¿Armadura? ¿Qué?
219
—Nunca se está demasiado preparado —respondió Thorne.
Me asomé y vi a los tres Hyhborn sentados a la mesa y al personal colocando
ante ellos platos y copas con incrustaciones de diamantes. En efecto, los Hyhborn iban
acorazados, un hecho que pasaba desapercibido a primera vista. Las pecheras
estaban recubiertas de cuero negro, de modo que la armadura se confundía con las
túnicas negras sin mangas que llevaban debajo. Había algo grabado en el cuero: una
espada con empuñadura en cruz enmarcada por... por alas... alas perfiladas con hilos
de oro.
—No sabía que tendríamos compañía —declaró el príncipe Thorne.
Me tembló el pulso y, antes de que pudiera contenerme, levanté la mirada
hacia él. Por supuesto, estaba sentado justo enfrente de mí, y él...
El príncipe Thorne estaba devastador bajo el resplandor de las velas, con el
cabello desatado y descansando suavemente contra sus mejillas. No parecía ni
remotamente mortal. No conseguí que mi garganta tragase saliva cuando mis ojos se
clavaron en los suyos. Los remolinos de colores de su iris estaban inmóviles, pero su
mirada no era menos intensa y penetrante.
—Ah, sí. Supuse que como ya se conocían, no te importaría su presencia —dijo
Claude, con la copa de champán de nuevo en la mano—. Espero no equivocarme en
mi suposición.
—No. —El Príncipe Thorne sonrió, sin dejar de mirarme mientras se relajaba
en su asiento—. No me molesta su presencia en absoluto.
Me hundí unos centímetros en mi silla.
—De hecho —continuó el príncipe Thorne—, lo acojo con satisfacción.
Cuando Claude ladeó la cabeza, mi corazón dio un extraño brinco por el que
tendría que abofetearme más tarde. Se hizo de nuevo el silencio. Tras una pequeña
eternidad, la mirada del Príncipe se desvió y por fin pude tragar antes de ahogarme
con mi propia saliva.
—¿Y ese quién es? —Preguntó el Príncipe Thorne.
—Mi primo Hymel —respondió Claude, colocando la copa junto a su plato.
Esperaba que la copa permaneciera allí—. Como capitán de la guardia, es parte
integrante de la mansión Archwood y de la ciudad.
—Su alteza. —Hymel inclinó la cabeza respectivamente—. Es un gran honor
tenerlo a usted y a sus hombres en nuestra mesa.
¿Nuestra mesa? Apenas pude contener el resoplido.
El príncipe Thorne lo miró, la curva de sus labios bien formados no se parecía
en nada a las sonrisas que le había visto dar. Su sonrisa era fría. Desapasionada. Se
me erizó la piel.
220
—Creo que no me han presentado a quienes te acompañan —declaró Claude
mientras el personal llenaba las copas de champán y los platos se llenaban
generosamente con una ración de todo lo que se ofrecía.
—Comandante Lord Rhaziel. —El Príncipe Thorne extendió una mano hacia el
Hyhborn que había sido el segundo en entrar y luego asintió al otro—. Y Lord Bastian.
Bas.
Mi mirada se dirigió hacia el otro señor Hyhborn, y de pronto comprendí su
sonrisa cuando me había visto al entrar. Él había estado en los jardines aquella noche,
el que había hablado con el príncipe Thorne mientras yo entraba y salía de la
conciencia.
Lord Bastian captó mi mirada y me guiñó un ojo.
—Tu ciudad es muy tranquila —dijo, desviando su atención hacia el Barón—.
Al igual que tus tierras. Tienes un paisaje muy... hermoso, especialmente en los
jardines.
Oh dioses...
¿Se consideraría dramático que deseara que el suelo se abriera bajo mi silla y
me tragara entera?
—Es muy amable de tu parte. Archwood es la joya de las tierras media. —
Claude recogió la maldita copa de champán—. Por favor, disfruten de nuestra
comida. Ha sido preparada en su honor.
—Se agradece mucho —reconoció el príncipe Thorne.
—Archwood es algo más que la joya de las Tierras Medias —afirmó el
Comandante Rhaziel mientras el Príncipe recogía un cuchillo y cortaba el pollo—. Es
un puerto comercial vital, situado en un punto central del reino, y con mucho la ciudad
de más fácil acceso a lo largo del Canal Oriental —dijo. Eso era cierto sólo porque el
resto de las ciudades a lo largo del Canal Oriental estaban aisladas por los
Wychwood—. Archwood es muy importante para el reino.
—Es un alivio oír que el rey Euros reconoce la importancia de Archwood en lo
que respecta a la integridad de Caelum —respondió Hymel, y a continuación se lanzó
a declarar los éxitos de Archwood en la organización de los barcos que transportan
mercancías y la canalización de estas por los otros cinco territorios.
Apenas estaba escuchando cuando, por el rabillo del ojo, vi a Claude pedir que
le rellenaran la copa. Me tensé, dudando de que el príncipe Thorne o los demás lo
hubieran notado. Claude tomó un panecillo de mantequilla y lo partió antes de
comérselo trozo a trozo mientras seguían intercambiándose amabilidades. Esperaba
que el pan absorbiera parte del alcohol que estaba consumiendo. Miré al príncipe,
sus manos, mientras trinchaba el pollo.
221
Había un toque distintivo en la forma de hablar de todos, una creciente
delgadez en las palabras del Hyhborn a medida que el Barón seguía bebiendo. Y me
fascinaba ver comer a los Hyhborn, lo cual podía admitir que era un poco extraño. Era
simplemente extraño verlos comer con modales tan impecables mientras llevaban
sus armaduras, con los breves destellos de las dagas envainadas cada vez que se
movían en sus sillas. Mientras tanto, el Barón seguía picoteando su comida como un
niño pequeño.
—¿Quieres algo más? —Preguntó el Príncipe Thorne.
Al no obtener respuesta, levanté la vista de las manos del Príncipe y lentamente
me di cuenta de que me hablaba a mí. Mis mejillas se calentaron.
—¿Disculpe?
Señaló mi plato con el tenedor.
—Apenas has comido.
Mi apetito, normalmente robusto, había sido casi vencido por mis nervios y lo
que estaba ocurriendo a mi alrededor.
—Comí algo poco antes de la cena —le dije.
Levantó una ceja y me miró como si supiera que estaba mintiendo, y así era.
—¿Estás cansada? —Claude miró mi plato antes de mirar al Príncipe—. Has
estado bastante cansada últimamente.
Me mordí el labio. Era muy innecesario que lo compartiera.
—¿Es así? —Los dedos del Príncipe Thorne golpearon ociosamente.
—Ha estado pasando mucho tiempo afuera —continuó Claude mientras yo
inhalaba profundamente por la nariz—. En ese jardín suyo.
El interés brilló en las facciones de Lord Bastian.
—¿El jardín?
—No es el jardín en el que seguramente estás pensando —me apresuré a
explicar—. Sólo hay una pequeña parcela de los jardines del Barón que es mía.
—Si no puedo encontrarla entre los muros de esta mansión, siempre sé dónde
encontrarla —dijo Claude con un toque de cariño—. Ella tiene un buen pulgar verde.
Sintiendo la mirada del príncipe Thorne sobre mí, pinché una zanahoria al
vapor con el tenedor.
—Eso he oído —murmuró el príncipe Thorne.
—¿Le has hablado de tu jardín? —preguntó Claude con una risita profunda—.
¿Te ha hablado de las distintas razas de sedum? Una conversación estimulante, te lo
aseguro.
222
—Especies diferentes —murmuré en voz baja.
—Todavía no. —El príncipe Thorne dio un bocado a su pollo—. ¿Cuántas
especies diferentes de sedum hay?
Seguramente, no podía querer saberlo en serio, pero colocó el tenedor junto a
su plato y esperó.
—Hay... hay cientos de especies diferentes, Alteza.
—Thorne —corrigió.
A su lado, el comandante Rhaziel volvió la cabeza hacia él, alzando las cejas.
—¿Cientos? —preguntó el Príncipe, sin darse cuenta de la mirada del
Comandante o ignorándolo—. ¿Cómo puede alguien estar seguro de eso? Imagino
que todos tienen el mismo aspecto.
—No tienen el mismo aspecto. —Me incliné hacia delante en la silla—. Algunas
crecen más de un palmo, mientras que otras se pegan al suelo. Sus tallos pueden ser
bastante delicados y romperse con facilidad, pero pueden ahogar incluso a las malas
hierbas más persistentes, especialmente un tipo llamado Sangre de Dragón, que se
propaga con bastante rapidez. Son un género de suculentas que.... —Me interrumpí
al darme cuenta de que todo el mundo, incluido el personal, me estaba mirando.
Lord Bastian tenía esa curiosa sonrisita en la cara.
El comandante Rhaziel parecía como si le estuvieran clavando picahielos en los
oídos.
Pero el príncipe Thorne... parecía absorto.
—¿Qué, qué? —insistió.
Me aclaré la garganta.
—Que vienen en casi todos los colores, pero yo... prefiero las rojas y las rosas.
Parecen más fáciles de cultivar y duran más.
El príncipe Thorne flexionó la mano que golpeaba.
—¿Cuál es la más común entonces?
Consciente de que las miradas de los demás Hyhborn rebotaban entre el
Príncipe y yo, sentí que el calor se apoderaba de mis mejillas.
—Probablemente un tipo conocido como Alegría de Otoño. Me recuerda un
poco a la coliflor en apariencia durante el verano, y luego florece de un rosa brillante
a partir de septiembre.
—Creo que los tenemos en las Tierras Altas —dijo Lord Bastian, pasando el
tenedor por encima de lo que quedaba de pato en el plato. Me sonrió—. Sólo lo sé
porque yo también creo que se parecen a la coliflor.
223
Le devolví la sonrisa tímidamente.
—Hablando de las Tierras Altas —dijo Claude, bebiendo de su vaso—. ¿Todos
han viajado desde Vytrus?
Estaba casi segura de que era la segunda vez que me lo preguntaba, lo miré.
¿Tenía los ojos ligeramente vidriosos? Tragué saliva.
El tenedor de Lord Bastian se detuvo, su perezosa sonrisa desapareció cuando
Mollie se acercó a mi lado de la mesa con una jarra de agua fresca.
—Lo hicimos.
Me incliné hacia ella, manteniendo la voz baja mientras le decía:
—¿Puedes asegurarte de que la cocinera sepa que no debe desperdiciar la
comida que queda?
Al comprender lo que le pedía, Mollie asintió con la cabeza y sus ojos marrones
se cruzaron brevemente con los míos.
—Gracias —susurré, de nuevo mirando al frente.
El príncipe Thorne observaba, el azul de sus ojos oscureciéndose. Me removí
un poco en la silla.
—¿Viajaron a caballo o en barco? —preguntó Hymel, rompiendo el silencio.
—Caballo. —El comandante Rhaziel sostenía el tallo de su copa, pero no lo
había visto beber de ella.
Pensé en lo que Claude había dicho aquella mañana. Que el Príncipe era más
difícil de atravesar, pero que los demás no lo serían. Cabía la posibilidad de que
simplemente dijera tonterías, pero ahora podía averiguarlo, ¿no? Rhaziel era un lord,
pero pensé en lo que sentí cuando entró por primera vez en el comedor. No llevaba
consigo la misma... aura de poder.
—¿Caballo? —Claude se rió, abriendo mucho los ojos—. Debió ser un viaje
increíblemente largo. Para ser sincero, no estoy seguro de haber sobrevivido a un
viaje así —continuó—. Soy demasiado impaciente. Yo habría tomado un barco.
—No se podría tomar una nave de las Tierras Altas —señaló el Comandante
mientras me armaba de valor para intentar leerlo.
Por encima del borde de mi copa, me concentré en el Hyhborn de cabello
oscuro. Silenciando mi mente, abrí mis sentidos. Creé esa cuerda en mi mente,
conectándonos. Ese muro blanco se hizo visible. El escudo. Imaginé mi mano
estirándose, rozándola, y luego imaginé mis dedos clavándose en la luz, escarbando
la pared.
El escudo se partió, y al instante oí lo que pensaba el Comandante. ¿Cómo en
las cinco tierras ha mantenido este hombre esta ciudad a flote?
224
Mi propia conmoción me sacó de la mente del Comandante antes de que
pudiera intuir nada más. Claude tenía razón. Mi mirada se desvió hacia el Barón.
—Por supuesto. Están rodeado de montañas y de los Wychwood. —El champán
goteó mientras lanzaba su muñeca hacia el Hyhborn, haciéndome dar un pequeño
respingo—. Sin embargo, el Canal Oriental es accesible dentro de los Wychwoods,
¿no es así?
Por otra parte, tal vez no necesitaba intuición para saber lo que estos Hyhborn
pensaban del Barón.
Esta vez me centré en Lord Bastian, creando esa cuerda y encontrando ese
muro blanco. Tardé varios instantes, pero su escudo se resquebrajó lo suficiente para
que pudiera oír Exactamente, ¿cuánto ha bebido esta noche?
Al cortar la conexión, me inquieté. Claude había acertado al decir que era
capaz de leer a los Hyhborn, pero ¿había acertado intencionadamente? Porque esto
no era algo que él supiera simplemente por ser caelestia. Sólo podría saberlo si
hubiera tenido experiencia con alguien como yo en el pasado.
El comandante enarcó una ceja, aparentemente ajeno a mi intrusión.
—Serían varios días de viaje para llegar al Canal del Este.
—¿Lo son? Por otra parte, la geografía nunca ha sido mi fuerte. —La copa de
Claude volvió a moverse alocadamente y, esta vez, atrapé su brazo remangado antes
de que acabara tirando la mitad del champán en su regazo o en el mío. Me miró con
la sonrisa perdida—. Disculpa, mascota. Me pongo un poco animado cuando hablo.
Lo heredé de mi madre.
—¿Mascota? —preguntó suavemente el príncipe Thorne.
Sentí un hormigueo en la nuca que no tenía nada que ver con la intuición.
—¿Hay algún animal en la sala que yo desconozca? —continuó el Príncipe—.
¿Un sabueso o incluso un gato?
Se oyó un bufido en dirección a Hymel y de repente me encontré mirando mi
cuchillo. Cómo me gustaría apuñalar a Hymel con él.
—Por Dios, no. —Claude rió, echando la cabeza hacia atrás—. Es un término
cariñoso para Lis.
—¿Es así? —murmuró el Príncipe Thorne—. Qué término cariñoso... más
apropiado.
Los músculos de mi columna se tensaron cuando mi mirada chocó con la del
Príncipe. No había duda de la burla en su tono. Sólo hacía falta un oído para oírlo.
—Mucho más apropiado que otros cariños —dije.
Las comisuras de sus labios se crisparon.
225
—Se me ocurre al menos uno más adecuado.
—¿Lo haces? —Claude se inclinó hacia delante, demasiado ansioso—. Me
muero por saber qué te parecería más apropiado después de pasar tan poco tiempo
con ella.
El príncipe Thorne abrió la boca.
—¿Cómo han disfrutado todos del tiempo primaveral de las Tierras Medias? —
intervine, echando un vistazo entre los Hyhborn—. He oído que el clima de las Tierras
Altas es bastante temperamental.
—Podría decirse que sí. —Lord Bastian se reclinó en su asiento, esa sonrisa
suya que había vuelto en algún momento—. Hace mucho más fresco que aquí. —Miró
al príncipe Thorne—. ¿En qué otros términos cariñosos estás pensando?
Oh, mis dioses…
Los labios del príncipe Thorne se curvaron en una sonrisa lenta y humeante.
—Na'laa.
El Comandante sonó como si se atragantara.
—¿Qué significa eso? —preguntó Claude.
—Tiene muchos significados —respondió Lord Bastian—. Tengo curiosidad por
saber cuál es en este caso.
—Cree que soy testaruda —dije, encontrándome con la mirada del Príncipe.
—Bueno —dijo Claude—. En eso estoy de acuerdo.
—Y desagradecida —añadí antes de que el príncipe Thorne pudiera hacerlo.
Claude frunció el ceño.
—Iba a decir valiente —dijo el príncipe Thorne en su lugar.
Fruncí los labios y volví a sentir cómo se me calentaban las mejillas.
La atención del príncipe Thorne estaba fija en mí, con la mano enroscada
alrededor del tallo de su copa mientras sus otros dedos golpeaban la superficie de la
mesa. No había comido mucho, pero parecía haber terminado de comer.
Tentativamente, abrí los sentidos y dejé que se estiraran hacia él. Me encontré con la
pared blanca casi instantáneamente. La mano que imaginé no hizo nada.
—La humedad aquí es bastante insoportable —añadió justo entonces el
Comandante, casi a regañadientes, como si pensara que tenía que añadir algo a la
conversación que se había desviado tanto.
—Sí, no escapamos a la humedad que se filtra desde las Tierras Bajas —decía
Claude mientras le llenaban la copa una vez más—. Te aliviará saber que lo peor de
la humedad no llega hasta las Fiestas. Imagino que todos se habrán ido mucho antes.
226
—Eso no puedo responderlo —contestó el Príncipe Thorne—. Estaremos aquí
algún tiempo.
227

CAPÍTULO 21

M
e puse rígida, atrapada entre una oleada de temor y.... alivio, y una
docena de emociones más que ni siquiera podía empezar a
comprender.
—¿Perdón? —Claude se atragantó.
Volviéndome hacia él, recogí el vaso de agua que aún no había tocado.
—Toma.
—Gracias, mascota. —Su sonrisa era quebradiza mientras volvía a centrarse en
el Hyhborn—. ¿Cuándo te irás?
—Eso es difícil de responder —afirmó fríamente el príncipe Thorne, y habría
jurado que la temperatura de la sala descendió varios grados.
—Creo que hay asuntos que es mejor tratar en privado —aconsejó Lord Bastian.
Claude sacudió la cabeza hacia su seguridad. Se despegaron de las sombrías
paredes, silenciosos como espíritus. Hymel permaneció sentado, pero yo me quedé
de pie, dispuesta a salir corriendo de la sala a pesar de querer oír yo mismo aquellos
asuntos, que supuse tenían que ver con los Caballeros de Hierro.
—Tu mascota puede quedarse —dijo el Príncipe Thorne.
Me quedé inmóvil durante medio segundo. Las manos se me cerraron en un
puño y me volví lentamente hacia el Príncipe. Nuestras miradas se cruzaron una vez
más.
Me guiñó un ojo.
Mis fosas nasales se encendieron y una oleada de irritación me invadió.
La sonrisa del Príncipe se calentó.
—Bien —dijo Claude, y antes de que pudiera sentarme en mi propia silla, me
tiró hacia abajo, hacia su regazo—. Tengo la fuerte sospecha de que necesitaré su
consuelo durante esta conversación.
Los dedos del príncipe Thorne dejaron de golpear. Un fino escalofrío recorrió
mi piel cuando las llamas de las velas ondularon como si un viento hubiera azotado la
sala, pero no había habido tal cosa.
En cuanto el personal salió y la puerta se cerró, el príncipe Thorne habló.
—Pareces... desconcertado ante la perspectiva de recibirnos.
228
—Sólo sorprendido. Eso es todo. —Claude se aclaró la garganta, tensándose
un poco—. No me disgusta en absoluto la noticia.
Miré entre los Hyhborn. No creía que nadie en la sala lo creyera.
—Me alivia oír eso —dijo el príncipe Thorne—. Estoy seguro de que estás al
tanto de lo que está ocurriendo en la frontera con las Tierras Occidentales. Hemos
venido a determinar qué curso de acción hay que tomar.
—Hemos oído algunas noticias al respecto. —Claude mantenía un brazo
alrededor de mi cintura mientras recogía su champán olvidado de la mano de Dios.
La mirada inquebrantable del príncipe Thorne hacía difícil quedarse quieto.
—Las Tierras Occidentales han reunido todo un ejército y se cree que pronto
marcharán a través de las Tierras Medias. Sospechamos que la Princesa de Visalia
tiene la vista puesta en Archwood y la Corte de Primvera.
Mi respiración se detuvo en mis pulmones. ¿Un asedio a Archwood? Eso era lo
que Ramsey Ellis había temido, pero oírlo decir al Príncipe era algo completamente
distinto. Se me secó la boca y de pronto deseé poder alcanzar mi champán.
—Pero ese no es el único desarrollo —afirmó Lord Bastian—. Están los
Caballeros de Hierro.
—Sí, hemos oído que posiblemente hayan unido fuerzas con los Westland —
dijo Claude—. Sin embargo, esas noticias me han parecido de lo más confusas.
¿Vayne Beylen, que quiere ver a un lowborn en el trono, uniendo fuerzas con el
ejército Hyhborn de las Tierras Occidentales? No tiene mucho sentido.
—Por lo que hemos sabido, Beylen ha decidido que es más probable que su
revuelta se lleve a cabo ayudando a las Tierras Occidentales —dijo el comandante
Rhaziel.
Claude soltó una especie de carcajada estrangulada.
—Entiendo que la política de la Corte no suele ser asunto nuestro —empezó.
—No lo son —asintió el príncipe Thorne.
—Pero cualquier disputa que haya entre los Hyhborn nos involucra a nosotros.
—Claude bebió el resto de su champán—. ¿Cuál es el problema con la Princesa de
Visalia? ¿Cuál es la causa? Seguro que es complicado, pero debería saber qué lleva
a los Westland a poner en peligro la seguridad de mi hogar.
—En realidad no es complicado —respondió el Príncipe Thorne—. La Princesa
cree que ha llegado el momento de que gobierne una reina en lugar de un rey.
Levanté las cejas y separé los labios. ¿Una reina en lugar de un rey? Nunca
había habido una, no desde que se tiene constancia, no desde la Gran Guerra. ¿Había
reinas antes? ¿Posiblemente?
229
—Creo que la encantadora Lis no estará en contra de tal idea —señaló Lord
Bastian.
El príncipe Thorne inclinó la cabeza.
—¿Crees que una reina gobernaría mejor simplemente por el género?
—No —dije sin dudar—. No creo que haya diferencia.
—¿Y cómo te sentirías si fuera un lowborn quien gobernara? —preguntó el
Comandante Rhaziel.
Su pregunta me atrapó desprevenida y tragué saliva.
—Tu respuesta no irá más allá de esta sala y será escuchada sin juicio —
concedió el príncipe Thorne—. Por favor. Comparte lo que piensas.
—Yo… —Me aclaré la garganta, preguntándome exactamente cómo había
acabado siendo yo a quien hacían esta pregunta. Ah, sí, mis expresiones faciales, que
probablemente habían traicionado mis pensamientos—. Las cosas podrían ser
diferentes si gobernara un lowborn. Somos más que los Hyhborn y, lógicamente, un
lowborn comprendería mejor las necesidades de los suyos, pero...
—¿Pero? —El Comandante Rhaziel presionó, su mirada igual de dura.
—Pero probablemente no sería ni mejor ni peor —dije—. ¿Ganas esa clase de
autoridad y riqueza? Ya no representas al pueblo, ni a los lowborn ni a los Hyhborn,
ni al rey ni a la reina.
—Interesante punto de vista —dijo Lord Bastian, arrastrando los dedos por la
boca.
—Pero es un punto irrelevante —añadí—. Si los Caballeros de Hierro están
ahora apoyando a las Tierras Occidentales, entonces eso significa que están
apoyando a otro Hyhborn.
—En efecto —murmuró el Príncipe Thorne—. Parece que Beylen cree que la
Princesa gobernará de otra manera.
Estuve a punto de reírme, pero pensé en Grady... pensé en todos los lowborn
que se habían unido o apoyado la causa de Beylen. ¿Sabían que Beylen apoyaba ahora
a otro Hyhborn? ¿Aquellos que arriesgaron sus vidas y murieron por la causa de
Beylen? Dudaba que se alegraran de oír esto.
—¿Así que vienes a decirme que la guerra no sólo se está gestando? —Claude
bajó su copa hasta apoyarla en mi pierna. Me agarraba con fuerza, con los nudillos
blancos—. ¿Sino que también ha llegado a mi puerta?
—Así es —confirmó el príncipe Thorne, y se me heló el pecho—. Pero también
para informarte de que Archwood será defendida.
230
El alivio se apoderó de mí y exhalé con dificultad, porque hubo un momento en
que algo que ni siquiera quería reconocer empezó a colarse en mis pensamientos.
Pero los Hyhborn iban a...
—¿Defender? ¿Con ustedes tres solos? —espetó Claude.
El breve alivio que había sentido se había desvanecido y ahora era como si
nunca hubiera existido.
—El Barón no quiere ofenderte —me apresuré a decir, forzando una débil
sonrisa—. ¿Verdad?
—Por supuesto —dijo Claude.
—Sabemos que los Hyhborn son bastante poderosos. —Hymel habló, y nunca
había creído que pensaría esto antes, pero gracias a los dioses que había dicho algo.
Diablos, me habría alegrado aunque sólo fuera para insultarme—. ¿Pero tres de
ustedes para contener a un ejército?
—Te sorprendería lo que podemos hacer los tres —comentó el príncipe
Thorne—. Sin embargo, creo que preferirías que tu ciudad siguiera en pie.
Mi siguiente respiración no fue a ninguna parte. Inmediatamente, pensé en
Astoria y... Miré al Príncipe. Vi su sonrisa. Era hielo puro. Tal vez me había
equivocado al decir que era compasivo. Si había sido él quien había destruido
Astoria, inocentes tenían que haber perdido la vida en el proceso. Como mínimo,
miles habían sido desplazados, convertidos en refugiados por los actos de unos
pocos.
Pero había algo que no me cuadraba. Él era mi... Maldita sea, si golpearme no
hubiera llamado la atención, lo habría hecho. Él no era mi nada.
—Ya que está decidido, nosotros mismos tendremos un ejército —dijo el
comandante Rhaziel, y me concentré en una palabra. Decidido.
Como si hubiera habido otra opción.
—A menos que la invisibilidad sea un talento del ejército Hyhborn... —Claude
hizo ademán de mirar alrededor de la sala—. Supongo que este ejército aún no ha
llegado.
Oh mis dioses…
Se hizo el silencio en el comedor. Había tanto silencio que estaba segura de oír
toser a una mosca.
—El ejército espera mis órdenes. —El tono del Príncipe Thorne era gélido—.
Tenemos varios centenares de guerreros Hyhborn, además de quinientos del
Regimiento de la Corona. los lowborn y caelestias que servían como caballeros.
También están las fuerzas de Primvera. —Miró al Comandante.
231
—Creo que tienen unos trescientos guerreros Hyhborn —respondió el
Comandante.
—Entonces, ¿eso es qué? —El pecho de Claude me presionó la espalda
mientras se inclinaba hacia delante—. ¿Un poco más de mil que defenderán
Archwood contra varios miles de Caballeros del Hierro y los ejércitos de las Tierras
Occidentales? ¿Y quinientos de ellos son lowborn y caelestia?
—Quinientos entrenados por nosotros —replicó el Comandante, con los labios
fruncidos.
—Varios cientos de Hyhborn tienen que equivaler a varios miles de lowborn —
aseguré a Claude, apretando suavemente su antebrazo—. Es suficiente.
Su mirada se encontró con la mía y luego se relajó en su silla, probablemente
pensando que era mi intuición la que hablaba, pero no era así. Mi intuición estaba en
silencio. Sólo intentaba evitar que dijera otra idiotez y se matara.
—Tu mascota tiene razón —afirmó el príncipe Thorne.
Giré la cabeza en su dirección, y también tuve que recordarme a mí misma que
no debía decir una idiotez, pues la irritación volvió a encenderse en lo más profundo
de mi ser. El término cariñoso de Claude era a menudo molesto, pero nunca lo decía
de la forma burlona en que lo hacía el príncipe Thorne.
Por una vez, Thorne miraba más allá de mi hombro, hacia Claude.
—Cualquiera de edad apropiada que desee defender su ciudad, o pueda,
debería prepararse para tal evento.
—Tenemos guardias —murmuró Claude distraídamente—. Hombres
entrenados.
Se me oprimió el pecho cuando mi mirada se dirigió hacia las puertas cerradas,
hacia donde Grady esperaba en los pasillos.
—Cualquiera de edad apropiada que sea capaz puede recibir entrenamiento
básico —reafirmó el Príncipe Thorne—. Eso te incluye a ti, Barón Huntington.
Claude se quedó quieto detrás de mí; entonces la risa que le subía por la
garganta brotó de sus labios.
—No he tomado una espada desde que llegué a mi título.
Nada en la expresión de los Hyhborn les sorprendió.
—Entonces te sugeriría que lo hicieras cuanto antes —aconsejó el príncipe
Thorne—. Después de todo, no se puede pedir a los demás que luchen por sus
hogares y sus vidas si uno mismo no está dispuesto a luchar.
El príncipe Thorne decía la verdad, pero ¿de qué servía un soldado que era
más propenso a apuñalarse a sí mismo que al enemigo?
232
—Como el Comandante Rhaziel dijo antes, Archwood es un puerto vital —
continuó el Príncipe Thorne después de un momento—. Tomar Archwood y luego
Primvera causaría un catastrófico efecto dominó en todo el reino. Le daría a las Tierras
Occidentales una ventaja en forma de influencia, y el Rey no tolerará eso. Archwood
se consideraría entonces una pérdida.
El comedor se quedó en silencio. Lo único que oí durante unos instantes fue el
latido de mi corazón.
Fue Hymel quien rompió el silencio.
—¿Quieres decir que Archwood caería en manos de los Westland,
convirtiéndose así en parte de esta rebelión abierta de lowborn y Hyhborn?
Mi intuición me dijo que no, que ése no era el caso, y entonces se me silenció,
y supe lo que eso significaba. Que la respuesta estaba en el Hyhborn, al que no podía
ver, pero sí adivinar.
El dedo helado de la inquietud me oprimió la nuca.
—Desea hablar. —La atención del Príncipe estaba fija en mí—. Por favor, hazlo.
Me puse rígida, sabiendo que no me correspondía hacer preguntas, al menos
no en un lugar tan público, y ya me estaba pasando con mis pensamientos sobre todo
el asunto del rey y la reina. Era competencia del barón o, como mucho, de Hymel.
Pero ninguno lo hizo. Nadie lo hizo.
El Príncipe esperó.
Me aclaré la garganta.
—Si las Tierras Occidentales o incluso los Caballeros del Hierro por sí solos
lograran apoderarse de Archwood, ¿qué ocurriría?
—Los puertos y los puestos comerciales quedarían destruidos. —Los ojos del
Príncipe Thorne se encontraron con los míos, los colores aterradoramente
calmados—. Al igual que toda la ciudad.
233

CAPÍTULO 22

H
acía tiempo que se habían retirado de la mesa los platos con orilla de
diamantes y las fuentes de comida sin comer, y sólo quedaban algunas
bandejas de postres. Hymel se había marchado con el comandante
Rhaziel y lord Bastian para hablar de los preparativos para la llegada del regimiento,
algo en lo que el barón debería participar. Sin embargo, una botella de brandy había
sustituido al champán y ya sólo quedábamos nosotros tres en el comedor.
A estas horas de la noche, el Barón ya estaría en el solarium o en la Gran
Cámara, rodeado de sus amantes y compinches, pero el Príncipe no había dado
muestras de prepararse para abandonar el salón. Por lo tanto, el Barón se quedó.
Y yo también.
—Dime una cosa, Alteza —empezó Claude, y yo cerré brevemente los ojos, sin
tener ni idea del nivel de estupidez que iba a salir de su boca.
Y ya había habido muchas estupideces, desde Claude preguntando si el
Príncipe Thorne creía o no que el cereal de grano frío que se comía a menudo al
despertarse podía considerarse una sopa, a lo que el Príncipe sólo había respondido
con una mirada que era en parte confusión, en parte incredulidad, hasta él agasajando
al Príncipe con historias de su estancia en la Universidad de Urbane, a las afueras de
Agustín.
O intentándolo.
El príncipe Thorne no parecía entusiasmado con nada de lo que decía el barón.
Sin embargo, parecía bastante interesado en la mano libre de Claude. Había
observado cómo los dedos del Barón jugueteaban primero con el cordón entre mis
pechos, y su mirada había seguido el camino de Claude por mi estómago hasta mi
cadera. Fue consciente del momento exacto en que la palma errante de Claude llegó
a mi muslo, expuesto por el corte alto de la falda. Pequeños destellos blancos
aparecieron en los ojos del Príncipe.
Claude parecía no darse cuenta de a qué estaba tan atento el Príncipe, pero yo
era consciente... demasiado consciente. El tacto del Barón era frío, pero el ardor de
la mirada del Príncipe escaldaba mi carne, creando sensaciones encontradas que
resultaban imposibles de ignorar.
Sinceramente, podría haberlo dejado en cualquier momento. Ni siquiera
estaba tratando de leer al Príncipe Thorne. Claude podría haberse sentido
234
decepcionado, pero no habría intentado detenerme. Temía que si dejaba a Claude a
solas con el Príncipe, se metería en problemas o algo peor.
Muerto.
Pero ¿esa era la única razón?
Mi mirada se cruzó brevemente con la del Príncipe y se me cortó la respiración.
—He oído algo fascinante sobre los Hyhborn por lo que siempre he sentido
curiosidad pero nunca he tenido la oportunidad de preguntar —continuó Claude, con
sus dedos recorriendo la curva de mi muslo—. Una vez oí que un Hyhborn podía...
regenerar miembros amputados.
Casi me atraganto con el champán que había estado bebiendo.
—¿Es cierto? —preguntó Claude.
Frente a nosotros, el príncipe Hyhborn estaba sentado como lo había estado
antes en mi cámara. Con un vaso de whisky en la mano, su postura era casi relajada,
casi perezosa; pero la tensión enroscada, el poder apenas contenido, estaba allí.
—Depende —respondió el príncipe Thorne, trazando el borde de su copa, el
licor de color ámbar casi del mismo color que el cabello que descansaba contra su
mandíbula.
—¿De qué? —le preguntó el Barón.
La mandíbula del príncipe Thorne se tensó.
—En lo exactamente... fuerte que uno pueda ser. Curar una herida así
requeriría una cantidad extraordinaria de energía, incluso para un Deminyen. —Su
mirada siguió los dedos de Claude mientras se deslizaban bajo el panel de mi vestido,
y me mordí el interior del labio—. La energía no es infinita, no importa el ser.
—Interesante. —Claude tragó otro sorbo.
—¿Lo es? —Inquirió el Príncipe Thorne—. ¿Debería preocuparme por tal
interés?
Apreté el lateral de la copa contra mi pecho, con la piel erizada por lo
engañosamente suave que era su tono.
—Bueno, estoy medio tentado a cortarme un brazo sólo para ver cómo vuelve
a crecer —dijo Claude con una sonora carcajada—. Debe ser algo extraño de
presenciar.
Mis ojos se abrieron de par en par. Me dije que no se lo había dicho a un
Hyhborn, sino al Príncipe de Vytrus.
El dedo del Príncipe se detuvo en el borde de su vaso. Las llamas ondularon
repentinamente sobre la vela.
235
—Sólo está bromeando, Alteza. —Sonreí, con el estómago revuelto—. No hay
por qué preocuparse. Tiene un sentido del humor único.
—No me preocupa —respondió el príncipe Thorne, volviendo a acariciar el
borde de su copa—. Después de todo, no ha tomado una espada desde ¿cuándo?
¿Cuándo llegó a su título?
Dudaba que Claude hubiera manejado una espada antes.
—Y uno tendría que blandir una espada hecha de lunea si pensara atravesar la
piel y el hueso. —Hizo una pausa, dando un pequeño trago a su whisky—. Son
bastante… pesadas.
Entonces di un trago bastante grande a mi champán, sabiendo muy bien que
Claude no podía levantar una espada lunea. El príncipe Thorne lo sabía.
Claude también.
—Touché. —Se rió y recogió la botella de brandy. Su vertido fue
sorprendentemente constante—. Aunque hay dagas de lunea que imagino que son
menos difíciles de manejar.
Queridos dioses…
—Me gustaría saber algo —dijo el Príncipe Thorne—. ¿Qué harás si los
Caballeros de Hierro irrumpen en Archwood?
—Eso no debería pasar contigo y tu regimiento vigilando la ciudad. —Los
dedos de Claude se deslizaron bajo el panel de mi bata una vez más—. Pero si hubiera
un… —Claude bebió y yo me tensé—. ¿Si hubiera un fallo? Tengo a mis guardias.
El príncipe Thorne sonrió débilmente.
—¿Y si matan a tus guardias?
Se me hizo un nudo en el estómago y miré hacia la puerta. No quería ni pensar
en eso.
—Entonces supongo que estaría río arriba sin remo, como suele decirse —dijo,
deslizando la mano por mi muslo. Su palma rozó mi estómago.
El príncipe Thorne sonrió satisfecho.
—Bueno, esperemos no llegar a eso.
—Vamos. —Los dedos de Claude volvieron al cordón, al igual que la mirada
del Príncipe—. ¿Pero en serio? ¿Si eso ocurriera? Defendería lo que es mío de todas
las formas posibles. Aunque no haya tomado una espada en muchos años.
Deteniéndose con el whisky a medio camino de la boca, el príncipe Thorne
ladeó la cabeza.
—¿Y qué consideras tuyo?
236
Los dedos de Claude rozaron la turgencia de mi pecho.
—Todo lo que ves.
—¿Todo? —Presionó el Príncipe Thorne.
—La ciudad, desde el Canal del Este hasta los Wychwoods, y su gente. Sus
hogares y su sustento —dijo Claude, y era la primera vez que lo oía sonar, bueno,
como debería sonar un barón. Lo cual contrastaba mucho con sus dedos
arrastrándose por la punta de mi pecho. Me estremecí y se me escapó un pequeño
suspiro. La fina tela no era una barrera contra la frescura de su tacto—. Los terrenos y
jardines, esta misma casa y todos los que la habitan.
—¿Sus sirvientes? —La mirada del Príncipe se clavó en la mano del Barón—.
¿Sus amantes? —Tomando un trago, no parpadeó—. ¿Su mascota?
Volví a sobresaltarme, y esta vez no tuvo nada que ver con el contacto de
Claude. Entrecerré los ojos hacia el príncipe Hyhborn, pero no me vio. ¿Cómo iba a
verlo si su atención estaba fija en la mano del Barón y en mi pecho?
—Especialmente ella. —Los labios fríos y húmedos de Claude se apretaron
contra mi cuello—. Ella es la más valiosa de todas.
Mis cejas se alzaron.
El príncipe Thorne bajó su whisky mientras su mirada se dirigía a la de Claude.
—Creo que es algo en lo que podemos estar de acuerdo.
Me puse rígida.
—Estoy sentada... —Se me cortó la respiración cuando Claude me rozó el
sensible pico del pecho con los dedos. Agarré con fuerza la copa mientras las llamas
de las velas parpadeaban de nuevo.
—¿Qué decías? —preguntó el príncipe Thorne, curvando un lado de los labios.
—Decía que estoy aquí sentada. —Ignoré la mano de Claude que bajaba por
mi vientre, ignoré la acalorada mirada del Príncipe que la seguía, y esa doble
sensación de frío y calor—. Por si lo han olvidado.
—Confía en mí —dijo el príncipe Thorne, echándose hacia atrás. Las estrellas
brillaban aún más en sus ojos—. Ninguno de los dos lo ha olvidado.
—Esa es la segunda cosa en la que ambos podemos estar de acuerdo. —Claude
bajó los dedos por mi ombligo y entre mis muslos, y su mano ensanchó aún más el
hueco entre los paneles.
—Me alegro de que hayan descubierto algo que los une —dije levantando la
barbilla—. Espero poder aportar una tercera cosa.
—¿Y qué es eso? —preguntó Claude, recuperando su vaso.
237
—No soy una posesión. —Esperé hasta que la mirada del Príncipe volvió a la
mía—. No soy propiedad de nadie.
—De acuerdo —murmuró Claude, sus dedos presionando la piel de la cara
interna de mi muslo, llevando mi pierna unos centímetros hacia un lado hasta que no
hubo duda de que el Príncipe podía ver el escaso encaje negro entre mis muslos.
La mirada del príncipe Thorne no se había perdido ni un segundo, y pensé
que... que sus labios se habían entreabierto lo más mínimo mientras parecía
empaparse de lo que el barón le había revelado... revelado a propósito. Mi piel se
enrojeció bajo su mirada, pero no de vergüenza. Una parte de mí pensó que quizá
debería avergonzarme. Que si era buena, debía poner fin a lo que fuera que Claude
estuviera tramando en ese momento, porque realmente empezaba a preguntarme
cuán borracho estaba Claude en realidad.
O estaba mucho más ebrio de lo que yo sospechaba, o estaba manejando su
bebida mejor de lo que yo creía, porque sus acciones y palabras se habían vuelto
totalmente precisas y claras.
El Barón solía ser juguetón, sobre todo cuando bebía, incluso conmigo cuando
no llevaba a ninguna parte, pero empezaba a pensar que me había equivocado al
decir que Claude no era consciente de a qué le estaba prestando tanta atención el
Príncipe. Las acciones de Claude tenían ahora un matiz burlón. Como si no fuera su
propio deseo el que lo impulsaba, sino lo que veía en la mirada del Príncipe.
Pero no hice ningún movimiento para detener a Claude. No podía... o no quería
hacerlo mientras el Príncipe me miraba, mientras el calor de mi piel inundaba mis
venas. Y tal vez había bebido más champán de lo que pensaba, porque de repente
me sentí envalentonado.
—¿Y usted, Alteza? —lo desafié—. ¿Está de acuerdo?
Las llamas danzantes proyectaban sombras interesantes sobre sus rasgos.
—Lo haría, excepto que eso sería una mentira.
Un soplo de aire inestable me abandonó cuando la mano de Claude se cerró
sobre mí. Le siguió una aguda sacudida de placer.
—¿Cómo es eso?
—Nadie en el Reino de Caelum es verdaderamente libre. —Observó cómo se
movía la mano de Claude—. Todos son propiedad del Rey.
Claude se rió.
—Tiene razón, mascota.
El Príncipe lo hizo, pero yo no dije nada. Me retumbaba el pulso. Me sentía un
poco aturdida y quizá un poco enloquecida. No estaba segura de cómo habíamos
238
pasado de hablar de un asedio inminente a esto. No creía que fuera posible
averiguarlo.
—Tengo otra pregunta para ti —dijo el Príncipe Thorne—. Cuando estuviste en
la Universidad de Urbane, ¿pasaste algún tiempo en la Corte Real?
—Lo hice.
—¿Y qué te pareció?
—Fue una... experiencia —dijo Claude—. En parte como esperaba.
—¿En parte?
Tenía curiosidad por escuchar al Barón. No sabía que había estado en la Corte
del Rey. Sólo los caelestias y unos pocos aristo entraban en las Cortes de los
Hyhborn... bueno, ellos y los que los Hyhborn coleccionaban. Pero me resultaba difícil
escuchar. Ahora observaba al Príncipe con tanta avidez como él observaba la mano
del Barón. Sus dedos recorrían el borde de su copa en una sincronía casi perfecta con
los que tenía entre mis muslos, y era demasiado fácil imaginar que eran sus dedos los
que sentía.
Mis caderas se retorcían inquietas mientras me concentraba en los dedos del
Príncipe y mi respiración se aceleraba. ¿Podía el Barón sentir el calor húmedo a través
de la sedosa ropa interior? ¿Creía que era mi cuerpo el que respondía a sus caricias
o....? Me moví en el regazo del Barón, el pecho se elevó bruscamente cuando él
presionó la ropa interior de encaje, pero yo... No lo sentí debajo de mí.
El Barón lo sabía.
Claude me frotaba como si quisiera sacar una respuesta de una bola de cristal.
No era la técnica más excitante, ni de lo que yo sabía que era capaz. Estaba...
Estaba montando un espectáculo.
—Es tan opulento y hermoso como creía —respondió Claude al cabo de un
momento—. Pero no esperaba que fuera tan...
—¿Tan?
Me mordí el labio al oír su voz, al pronunciar una sola palabra. Me bañó la piel
como seda caliente y los dedos de los pies se me enroscaron en las zapatillas.
—Cruel —dijo Claude.
Y esa sola palabra enfrió un poco el calor de mi sangre.
—Tengo una pregunta para ti, Alteza.
El Príncipe inclinó la barbilla.
—¿Eres tan cruel como dicen los rumores? —preguntó, haciendo que mi
corazón diera un vuelco.
239
El príncipe Thorne no respondió durante unos instantes demasiado largos,
limitándose a observar cómo los dedos de Claude seguían moviéndose.
—Sólo cuando es necesario.
Claude pareció entender lo que eso significaba.
—¿Quieres beber algo que no sea whisky? Hace tiempo que no tocas lo que
tienes.
—No es de lo que tengo sed.
—Supongo que no. —Claude se había callado, y aquel movimiento de volteo
se repitió—. ¿Mascota? —dijo contra mi sien sonrojada, su pulgar barriendo la
palpitante confluencia de nervios—. ¿Por qué no vas al Príncipe?
Mi mirada chocó con la del Príncipe. El aire se detuvo en mis pulmones
mientras mi cuerpo se bloqueaba, pero mi corazón latía con fuerza.
—Parece solitario —susurró Claude—. ¿No es así?
El príncipe Thorne no parecía solo.
Todo su cuerpo parecía tenso, sus rasgos más afilados en las violentas llamas
danzantes. Parecía...
El príncipe Thorne parecía hambriento.
—Ve —me instó Claude, retirando su brazo de mi cintura y su mano de entre
mis piernas.
Vacilé a pesar del impresionante pulso de deseo que resonaba en respuesta a
la... ¿qué? del Barón. ¿Orden? ¿Permiso? No sabía cuál era. Sabía que a Claude le
gustaba ser observado y le gustaba mirar, pero se trataba de un príncipe. No una de
sus amantes y otro aristócrata.
Pero me zafé de su regazo y me puse de pie, depositando la copa sobre la mesa.
El príncipe Thorne no dijo nada, pero me siguió mientras caminaba sobre unas
piernas que sentía más débiles de lo que deberían. Miré hacia la puerta, sabiendo
que podía irme. Claude no me lo impediría. No creía que el príncipe Thorne lo hiciera.
Podía salir fácilmente y poner fin a cualquier locura que esto empezara a parecer.
No lo hice.
Si fuera cualquier otro, lo habría hecho, pero era él.
Fui al lado del Príncipe, con el corazón palpitando y las manos hormigueando.
Me miró, aún en silencio, y de pronto pensé que tal vez hubiera sido buena idea
marcharse. Estaba claro que si el Príncipe hubiera querido compañía, lo habría dicho.
Un tipo diferente de ardor golpeó mi piel. Empecé a dar un paso atrás.
El príncipe Thorne extendió el brazo mientras se echaba hacia atrás. Me quedé
inmóvil.
240
Unos ojos arremolinados se encontraron con los míos.
—Siéntate.
Sintiendo como si no pudiera respirar lo suficientemente profundo, me deslicé
entre él y la mesa. Hasta ahí llegué. Su brazo rodeó mis caderas y me empujó hacia
su regazo.
Lo sentí inmediatamente.
Era grueso y duro contra mi trasero. Mi grito ahogado probablemente resonó
en el pasillo demasiado silencioso. Enfrente de mí, Claude sonreía.
El pecho del príncipe Thorne estaba pegado a mi espalda. Una mano justo
debajo de mi pecho, los dedos extendidos sobre mis costillas, estaba sentado más
erguido que el Barón cuando sus dedos abandonaron el vaso de whisky.
—¿Qué opinas de las intenciones de rebelarse de la princesa de Visalia? —le
preguntó a Claude.
—No estoy seguro de saber lo suficiente sobre sus intenciones como para tener
una opinión. —El Barón levantó su copa.
—Sabes que quiere gobernar —dijo el príncipe Thorne mientras yo observaba
esa mano deslizarse por la superficie lisa de la madera, con el corazón aun latiéndome
con fuerza—. ¿Es suficiente?
—Supongo, pero si lo que la mueve es simplemente el deseo de derrocar al
rey Euros.... —Claude resopló, tomando un trago—. Entonces no tengo sus
intenciones en muy alta estima.
La mano del Príncipe abandonó la mesa y se dirigió a mi muslo. Di un pequeño
respingo cuando su cálida piel entró en contacto con la mía. No se detuvo ahí. No
hubo bromas ni burlas. Su mano se deslizó por debajo de la bata y entre mis piernas,
metiendo los dedos bajo el encaje y contra la carne húmeda. Mi cuerpo reaccionó,
arqueando la espalda y levantando las caderas ante su contacto. Su pecho vibró
contra mi espalda y el leve rumor me abrasó la piel. No sabía qué había provocado
aquel sonido, si era mi reacción o la suya a la humedad.
—El ansia de poder parece ser algo que afecta por igual a los lowborn y a los
Hyhborn —decía Claude—. Realmente no se puede culpar a uno por hacer lo que se
ha convertido en una segunda naturaleza.
—Supongo que no —dijo el príncipe Thorne, deslizando un dedo por la
palpitante humedad y luego dentro de mí. Mis caderas rodaron mientras me agarraba
al brazo de la silla. El sonido que hizo entonces fue inconfundible. Una risita baja—.
¿Puedes, mascota? Es propio de cualquier especie imponer su dominio —añadió
mientras su dedo se hundía profundamente.
241
Mi cabeza se acercó a la suya. Nuestras bocas estaban a centímetros de
distancia.
—No me llames así.
El azul de sus ojos recorría los demás colores.
—¿Cómo se supone que debo llamarte?
—Eso no... —jadeé cuando su dedo se enganchó, encontrando un... un punto.
Su mirada recorrió mi rostro, pareciendo captar el aumento de color.
—¿Qué me dices entonces? ¿Puedes culpar a otro por intentar dominar lo que
quiere?
—Yo… —Tenía la sensación de que no se refería sólo al líder de los Caballeros
de Hierro, pero no podía estar segura, porque volvió a tocarme ese punto. Me
recorrió una oleada de sensaciones. Me incliné hacia él—. Yo… supongo que
depende.
—¿De qué?
—Sobre lo que se intenta dominar —dije, apartando la mirada—. Y por qué lo
quieren.
Claude era ahora quien miraba, pero... pero me di cuenta de que como el
príncipe Thorne estaba sentado, mi regazo y su mano estaban protegidos por la mesa.
A diferencia del Barón, no quería que otro lo vigilara tan de cerca, lo cual era
sorprendente. Hubiera pensado...
Mis pensamientos se dispersaron cuando el pulgar del Príncipe se unió a ellos.
Me estremecí cuando todos aquellos agudos movimientos se intensificaron
rápidamente. El cuerpo del Príncipe, su mano y sus dedos, se calentaron contra mí y
dentro de mí. Dioses, nunca había sentido algo así. El borde de la madera se clavó en
mi palma.
—Pero dudo que simplemente el ansia de más poder pueda llevar a alguien,
incluso a una princesa, a ser tan audaz y temeraria como para intentar apoderarse de
una ciudad que atraería la ira y el poder del Rey —continuó Claude—. Seguramente,
debe haber algo más que un puerto que ella considere lo suficientemente valioso
como para arriesgarse a ser destruida por él.
Algo en la forma de hablar de Claude me erizó la piel. Respirando muy rápido,
intenté concentrarme.
—Creo que es la tercera cosa... —El dedo del príncipe Thorne empujó, su
pulgar giró, y fue... fue demasiado. El placer que crecía rozaba el dolor. Empecé a
apartarme. El brazo alrededor de mi cintura lo impidió—. En eso estamos de acuerdo.
La tensión estalló sin previo aviso. Me corrí, gritando...
242
La mano del príncipe Thorne me tapó la boca, amortiguando el gemido de
liberación.
—Aquí no —me susurró al oído—. No para los oídos de nadie más que los míos.
Cerré los ojos mientras me estremecía, un poco perdida en las oleadas de
placer crudo, en la sensación de su carne dura y los tendones de su antebrazo, al que
me había agarrado en algún momento, y no oí ni vi nada. Lo único que sentí fueron
los temblores ondulantes del placer y la presencia acalorada de su dedo mientras se
ralentizaba.
Jadeaba mientras me acomodaba en su regazo, con el cuerpo flácido y relajado
completamente en el suyo. Vi con los ojos entreabiertos cómo deslizaba la palma de
la mano sobre mi muslo y levantaba la mano.
Los ojos del príncipe Thorne se clavaron en los míos mientras se llevaba el
dedo brillante a la boca y.... y chupaba profundamente.
Oh dioses, todo mi cuerpo se tensó una vez más.
—Gracias —dijo, luego su mirada se desvió hacia el Barón—. Me gusta el
postre.
Claude rió profundamente, terminando su copa de brandy.
—¿No lo hacemos todos?
—Hay algo que requiero de ti, Barón —dijo el príncipe Thorne después de un
momento, su otra mano volviendo a mi cintura mientras yo me concentraba en
ralentizar mi respiración y mi corazón—. La quiero a ella.
Me quedé tiesa.
—La quiero —repitió el príncipe Thorne—. Mientras esté aquí, ella es mía.
243

CAPÍTULO 23

E
l inesperado y posiblemente inapropiado orgasmo probablemente
había adormecido mi mente, porque era imposible que hubiera oído
correctamente al príncipe Thorne.
Claude bajó lentamente la botella de brandy.
—¿Por qué?
—¿Tiene que haber una razón? —Contraatacó el Príncipe Thorne.
Me invadió la incredulidad. Lo había oído bien.
Salí de mi estupor y me lancé hacia delante, pero no llegué muy lejos antes de
que el brazo del Príncipe me empujara contra su pecho. Mi cabeza giró hacia él. —
Suéltame.
Unos ojos arremolinados se clavaron en los míos. Pasó un latido tenso; entonces
su brazo se apartó mientras aparecía una leve sonrisa.
—Tus órdenes son mi voluntad.
Me levanté, chocando contra la mesa y haciendo sonar las copas que quedaban
mientras me alejaba de él.
—No sé por qué sonríe, Alteza. Lo que pides, no lo puedes tener.
—Thorne —corrigió. Recogió su whisky—. Esto no debería sorprender a nadie,
pero para que quede claro, ¿lo que yo quiero? Lo tengo. Y lo que yo quiero es que me
hagas compañía durante mi estancia aquí.
Inhalé bruscamente.
—Bueno, supongo que esta será la primera vez para ti entonces.
Bebió un trago mientras me miraba.
—Ya tuve una primera vez. Sólo una vez, cuando no conseguí lo que quería. No
habrá una segunda vez.
La ira brotó dentro de mí tan rápidamente que olvidé quién era él y quién era
yo.
—Estás loco si crees que puedes exigir tenerme.
—Lis —advirtió Claude.
244
—No —espeté, con el pecho subiendo y bajando con fuerza. —Será sobre mi
cadáver.
El Príncipe sólo levantó una ceja.
—Eso es un poco dramático, na'laa.
—No me llames así. —Mis labios se afinaron—. No soy un objeto del que
puedas apoderarte o coleccionar.
—No he sugerido que seas un objeto.
Me mordí las palmas con las uñas.
—¿Exactamente qué estás sugiriendo entonces? Porque no te oí preguntarme
qué quería.
—Ya sé lo que quieres. —Algo demasiado parecido a la diversión bailó en sus
ojos agitados.
—No tienes ni idea de lo que quiero.
—Tendremos que discrepar en eso.
—No hay desacuerdo...
—Sólo lo pido una vez —le dijo al Barón, cortándome—. No lo volveré a pedir.
—En otras palabras, no estás pidiendo permiso —respondí.
Levantó un hombro.
—Puedes elegir verlo así.
—¿Elegir? —exclamé—. No hay otra forma de verlo.
—Una vez más, tendremos que discrepar.
—¿Por qué ella? —volvió a preguntar Claude, sorprendiéndome.
El príncipe Thorne no contestó durante un largo momento.
—Necesitaré alimentarme, y prefiero hacerlo con ella.
¿Me quería para poder alimentarse? La rabia casi me ahoga, pero estaba teñida
de algo parecido a... ¿una decepción? Lo cual no tenía sentido. Furiosa, me alejé del
Príncipe, con toda la intención de abandonar el comedor. Había terminado con este
absurdo.
—Me preguntaste si era cruel. —El Príncipe Thorne habló de nuevo,
centrándose en el Barón—. Yo te hago la misma pregunta. ¿Eres cruel?
Me detuve y me volví hacia el Príncipe. Él no...
—¿Perdón? —Claude se puso de pie, plantando las manos sobre la mesa—. No
sé por qué me haces esa pregunta.
245
—¿No? —El príncipe Thorne habló en voz baja, provocándome un escalofrío—
. Afirmas que es muy valiosa y, sin embargo, la has tratado con tan imprudente
desprecio. La enviaste a mis aposentos, aparentemente demasiado olvidadiza o
intoxicada para informarme de su llegada. Podría haber muerto.
—Pero no lo estaba —siseé—. Obviamente.
El príncipe Thorne me ignoró.
—No sólo eso, ha sido tratada cruelmente. Cuando la vi antes, estaba herida.
Eché la cabeza hacia atrás.
—No estaba herida.
El Príncipe me miró.
—Disfruto con tus mentiras.
Claude se volvió rígidamente hacia mí.
—¿De qué está hablando?
—Nada...
—Tenía la muñeca lastimada —interrumpió el príncipe Thorne—. Dijo que se
lo había hecho trabajando en el jardín.
—Lo hice. —Le lancé una mirada que debería haberle hecho arder.
No se inmutó.
—Era un moretón tan extraño para obtener mientras que se trabaja en el jardín,
teniendo en cuenta que claramente se parecía a las huellas dactilares.
—¿Qué ha pasado, Lis? —preguntó Claude, apoyando las manos en la mesa.
Levanté la barbilla.
—Como he dicho, nada.
Claude endureció la mandíbula y se inclinó hacia delante.
—Los Hyhborn no pueden mentir, pero las caelestias y los mortales sí. Quiero
la verdad.
—No digo que lo sea. —Me ardían las puntas de las orejas y me crucé de
brazos—. Ni siquiera me di cuenta de que estaba lastimada, así que supuse que había
sucedido mientras trabajaba en el jardín.
—Huh. —El príncipe Thorne inclinó la cabeza—. No sabía que las plantas
tuvieran dedos y fueran capaces de agarrar a alguien con tanta fuerza como para
dejarle un moretón.
—Nadie te ha pedido tu opinión —repliqué.
246
Lentamente, el Príncipe volvió su mirada hacia mí.
—Lis —siseó Claude esta vez—. Lo sabes muy bien.
Lo hacía.
Lo sabía bien mientras miraba al Príncipe de Vytrus, con el corazón
golpeándome las costillas. Me había excedido más de una vez, pero esta vez me había
pasado de la raya. Me paralicé. Se me erizaron pequeños cabellos en la nuca cuando
el aire se espesó y las llamas se calmaron. Sin duda, esta vez mi boca me había metido
en un lío.
Pero el príncipe Thorne... ...sonrió.
Se me revolvió el estómago.
La sonrisa que me dedicó no era tensa ni fría. Era amplia y real, mostraba un
atisbo de dientes y suavizaba la gélida e irreal belleza de sus facciones.
—No pretendía ofenderte. Eso te lo puedo asegurar —prometió Claude, y casi
me reí de la ironía de que tuviera que defenderme—. A veces habla apasionadamente
y.... sin pensar.
—No me ofendo. —El azul de los ojos del Príncipe volvió a brillar—. Todo lo
contrario, para ser honesto.
Sacudí la cabeza con incredulidad, pero él parecía... complacido, y eso era,
bueno, de algún modo más inquietante.
—Te agradecemos la comprensión. —Claude tomó asiento—. Te juro que mi
trato con ella no fue lo que le dejó la piel amoratada. —Un músculo se flexionó a lo
largo de su mandíbula—. Pero llegaré al fondo del asunto.
—Me alegra oírlo. —Los dedos del príncipe Thorne volvieron a golpear la
mesa—. ¿Y mi petición?
¿Su petición? Más bien su demanda.
—Partiré pasado mañana para reunirme con mis ejércitos y escoltarlos hasta
aquí —continuó el príncipe Thorne—. Tardaremos varios días en hacer el viaje, pero
mientras esté aquí, la quiero conmigo.
Claude rellenó su brandy. Tenía los nudillos blancos cuando agarró la copa y
bebió un trago.
Empecé a sudar y a sentir ansiedad.
—No tengo ningún problema con tu petición —anunció el Barón.
—¿Qué? —jadeé, girando hacia él.
—Perfecto. —El Príncipe asintió a Claude, luego se levantó, volviéndose hacia
mí. Sonrió—. Nuestro arreglo está acordado entonces.
247
Como no estaba de acuerdo con nada, di un paso atrás, chocando con la mesa.
Su sonrisa se hizo más profunda.
—Tienes una hora para prepararte. —Pasó a mi lado y se detuvo cuando su
brazo rozó el mío. Bajó la mirada y bajó las pestañas—. Estoy deseando verte más
tarde.
Atónita y sin habla, vi al príncipe de Vytrus salir del comedor. No podía ni
moverme, con la piel entre caliente y fría.
—¿Cómo pudiste decirle que estaba bien? —Me enfrenté al Barón. Entonces se
hundió, finalmente rompiendo a través de la ira. Los Hyhborn podían tomar lo que
quisieran, incluso de una caelestia—. No tenías elección —admití, pero él podía...
podía al menos haber dicho que no estaba de acuerdo.
—Él dio una opción, Lis. Aunque no lo pareciera, sabes que lo hizo. —Claude
miró fijamente desde más allá de la ahora tranquila luz de las velas—. Podría
simplemente habernos obligado a ambos a estar de acuerdo.
Sí, el Príncipe podría haberlo hecho.
—¿Eso importa?
—Siempre debería importar —afirmó Claude en voz baja, bebiendo.
Había importado anoche, pero eso había sido diferente.
—¡Esto es absurdo! —Grité, levantando las manos—. No puedo...
—¿Quién? —Preguntó Claude—. ¿Quién te lastimó?
No podía creer que estuviera concentrado en eso cuando básicamente me
había entregado a un príncipe Hyhborn.
—Eso no es realmente importante en este momento.
—No estoy de acuerdo. Quiero saber quién.
—No es...
—¡Contéstame! —gritó Claude, golpeando la mesa con una mano y
haciéndome saltar. Respiró hondo y apartó la mirada—. Lo siento. Sé que no soy
perfecto y que hay muchas cosas que podría hacer mejor cuando se trata de ti... con
todo esto. —Señaló el pasillo con un amplio movimiento del brazo mientras volvía a
mirarme. Pasaron unos instantes—. Pero sobre todo contigo. Los dioses saben que
quiero más para nosotros... para ti, pero sé por qué te quedas, Lis. Lo sé.
Me quedé callada, con un nudo alojado en la garganta.
—El miedo que tienes de volver ahí fuera... ¿tú y Grady viviendo en la calle? Es
algo horrible con lo que vivir, que yo he tenido la suerte de no conocer. —Se rió, pero
248
sin humor—. Pero he sacado provecho de ese miedo. Me he beneficiado de él cuando
debería haber hecho exactamente lo contrario.
Yo… no podía creer lo que estaba oyendo. No sabía que él... se había dado
cuenta. Que lo sabía. El nudo se expandió.
—Ojalá pudiera decir que soy mejor persona, pero sé que no lo soy —continuó,
con la mandíbula en tensión—. Sin embargo, nunca he levantado la mano contra ti, ni
contra ninguna de mis amantes. Eso es lo único que me consuela proporcionarte.
Seguridad. Porque por eso te quedas.
Me agarré al respaldo de una silla mientras se me espesaba la garganta y me
escocían los ojos.
—Tú… me has dado eso.
—Está claro que no. —Su mirada se encontró con la mía—. ¿Fue Hymel?
Dudé, porque los dioses sabían que no quería proteger a ese bastardo, pero
temía lo que Hymel haría si Claude se enfrentaba a él. A Grady. Incluso al Barón.
—No —dije—. Sinceramente, no sé cómo lo conseguí. Te lo juro.
Claude no dijo nada durante unos instantes; luego apartó la mirada, recogió su
copa y tragó el dulce licor.
—En realidad me siento aliviado por la demanda del Príncipe.
Parpadeé.
—¿Qué?
—¿Con quién estarías más segura que con el Príncipe de Vytrus? —apeló.
Mis dedos presionaron la madera de la silla.
—No necesito estar a salvo.
Claude levantó las cejas.
—De acuerdo, eso no sonó bien —dije—. Lo que quería decir es que no
necesito que me protejan.
—Obviamente sí.
Me puse rígida.
—Aquí estoy a salvo. Te prometo...
—Ni siquiera estoy hablando de eso —interrumpió—. Vayne Beylen y los
Caballeros de Hierro se dirigen hacia aquí. Tú misma lo dijiste. Están viniendo.
Bueno, no estaba tan segura de que mi premonición hubiera sido sobre Beylen,
pero eso no venía al caso.
249
—Puede que tengamos suerte, y que la fuerza del regimiento real haga que las
Tierras Occidentales y los Caballeros de Hierro no intenten apoderarse de Archwood.
Claude resopló.
—Beylen es muchas cosas, pero fácil de convencer no es una de ellas. Si le
dieron la orden de tomar Archwood, la cumplirá.
—¿Cómo puedes saber eso?
El Barón no dijo nada.
La presión me oprimió el pecho y mis sentidos se abrieron de inmediato. Mi
intuición se estiró mientras aquella cuerda se formaba en mi mente. Me acerqué a esa
pared gris y empujé. Sí lo conoces.
Claude me dirigió una mirada de desaprobación.
—No me leas, Lis.
—Me disculparía por hacerlo, pero, dioses míos, si conoces al comandante de
los Caballeros de Hierro, ¿no crees que es algo que deberías haberle hecho saber al
príncipe Thorne antes de que él o el rey se enteren por alguien más? —Me dejé caer
en el asiento—. Si se enteran...
—¿Me colgarán de la horca? —Claude rió bruscamente—. Créeme, lo sé. —
Dejó que su cabeza se inclinara hacia atrás contra su silla—. En realidad somos
parientes, Lis. Por suerte, un primo lo bastante lejano como para que sea difícil
encontrar exactamente dónde se une nuestro árbol genealógico.
Si no hubiera estado sentada, me habría caído.
—Si eres pariente... —Puse las manos sobre la mesa—. ¿De qué lado de la
familia?
—De papá.
—Entonces eso... eso significaría que es un caelestia —susurré—. ¿El líder de
la rebelión de los lowborn ni siquiera es un lowborn?
Claude saludó con su copa como respuesta, riendo entre dientes.
—Lo siento, me encanta verte sorprendida. Es una rareza.
Me eché hacia atrás en la silla.
—Bueno, tal vez eso responda por qué uniría fuerzas con un Hyhborn, algo de
lo que fingiste no tener ni idea.
—No estaba fingiendo. Yo también estoy… sorprendido por eso, pero Beylen
no es… —Sus ojos se cerraron—. Pasamos unos años juntos cuando yo era un niño.
—¿Es de las tierras medias? —Le pregunté—. ¿Cómo terminó en las Tierras
Occidentales, un mortal al mando de un ejército de la Corte?
250
—Nació de una estrella —dijo, y fruncí el ceño. No sólo porque eso no me decía
nada en absoluto, sino porque había algo vagamente familiar en esa frase—. Nada de
eso importa ahora mismo. Lo que sí importa es que Beylen no se dejará influenciar y
que no hay lugar más seguro para estar que con un príncipe Hyhborn.
Todavía estaba atascada en el hecho de que estaba emparentado con el
comandante de los Caballeros de Hierro. Eso era más importante que la demanda del
Príncipe Thorne.
—Entonces Beylen sabe que eres el Barón de Archwood. Eres de la familia.
—La familia no siempre lo es todo —murmuró, con la mirada fija en las velas—
. No cuando se trata de lo que él… —Claude negó con la cabeza—. Hay cosas mucho
más fuertes que la sangre.
Un pequeño escalofrío brotó, y mis pensamientos se dirigieron a Maven y a lo
que el Barón sabía sobre mis habilidades: el escudo gris que protegía sus
pensamientos.
—¿Cómo sabías que sería más fácil romper el escudo de un Hyhborn que no
fuera tan poderoso como un príncipe?
Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué?
—Esta mañana dijiste eso.
Bebió un trago.
—Realmente no tengo ni idea de lo que estás hablando.
Surgió la duda.
—¿Cómo podrías...?
—Deberías prepararte, Lis —interrumpió—. El Príncipe volverá por ti y tienes
poco tiempo.
—Eso no me importa ahora.
Apareció una breve sonrisa.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto.
—De acuerdo, eso me importa, pero podemos volver a ese lío en un minuto.
—¿Lío? —Se rió entre dientes—. No sé por qué protestas tanto. Parecías
disfrutar mucho de sus atenciones —señaló—. No creo haber visto a nadie correrse
tanto como tú.
Mis mejillas se encendieron mientras murmuraba:
—Dudo que eso sea cierto.
251
—Vamos, mascota. Nada de lo que he hecho con mi polla o mi lengua se ha
acercado a lo que él hizo con sus dedos —dijo—. Incluso yo puedo admitir que nunca
llevé ese tipo de éxtasis a tu cara.
—No puedo creer que esté teniendo esta conversación. —Tomé una botella de
vino que había sobre la mesa y bebí directamente de ella—. Nada de eso importa,
Claude. No soy un objeto para dar o tomar.
—Y tú no tienes dueño. Lo dijiste claramente en la cena, ¿pero tú? —Levantó un
dedo de su vaso, apuntándome con él—. Te equivocas. Todos somos propiedad del
Rey. Somos sus súbditos, en carne y espíritu.
—Bueno, aparte de eso. —Aferré el cuello de la botella—. Quiere usarme para
poder alimentarse, Claude.
—Sinceramente dudo que esa sea la única razón, Lis. Hay innumerables formas
de alimentarse que no requieren que lo haga de una sola persona.
—Entonces, ¿por qué yo?
Levantó una ceja.
—Buena pregunta, ¿no?
No lo era. Para nada.
—No quiero ir con él y estar bajo su merced, su mando.
—Tengo la sensación de que estar bajo su mando y a su merced sólo implicará
estar a sus órdenes —respondió Claude.
Una punzada de deseo me recorrió a pesar de mi enfado, y eso me dio muchas
ganas de abofetearme.
—Quiero tirarte esta botella.
Claude se rió.
—Deberías descansar tu brazo arrojadizo para cuando estés con el Príncipe.
Tengo la clara impresión de que tal acto lo excitará.
—Dios mío. —Me dejé caer contra el respaldo de la silla, sacudiendo la
cabeza—. ¿Y si piensa que soy una prestidigitadora?
—Pero no lo eres.
—Eso no te ha impedido preocuparte de que los Hyhborn me acusaran de eso
en el pasado —le recordé.
—Sí, pero él no pensará eso —argumentó.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque sí —dijo—. Es un príncipe. Si alguien lo sabría, sería él.
252
No estaba segura de si eso cambiaba las cosas o no. Mordisqueándome el labio
inferior, luché por contener la creciente oleada de frustración.
—Ni siquiera sé por qué quiere esto.
—Se me ocurren un par de razones —comentó Claude secamente.
Estaba segura de que podía. Con la mirada fija en el techo abovedado y sus
vetas doradas, volví a sacudir la cabeza. Pasaron varios instantes. Miré a Claude.
Miraba fijamente su vaso casi vacío.
—¿De verdad no quieres ir con él?
Abrí la boca.
—¿Honestamente? —insistió—. Quiero una respuesta honesta, Lis.
Cerré la mandíbula de golpe y volví a sacudir la cabeza. No sabía qué
responder. No había más que pensamientos y sentimientos confusos si dedicaba un
pensamiento al Príncipe... a mi príncipe Hyhborn.
—Si simplemente me hubiera preguntado si me gustaría hacerle compañía
mientras estuviera aquí, podría responderte a esa pregunta, pero no me lo preguntó,
así que no puedo.
—Y si lo hubiera hecho, ¿habrías dicho... sí?
Mantuve la boca cerrada.
Claude levantó las cejas.
—Es un príncipe, Lis. Su concepto de pedir es más o menos lo que acabas de
presenciar.
—¿Y?
—La mayoría de los lores ni siquiera habrían ido tan lejos como para preguntar,
por no hablar de un príncipe. Demonios, la mayoría de los Hyhborn ni siquiera lo
habrían pensado dos veces. Simplemente te habrían obligado, y luego te habrían
tomado.
Bajé la barbilla y lo fulminé con la mirada.
—¿Y?
—Estás perdiendo el tiempo, mascota. —Tomó la botella ovalada de brandy y
se levantó—. Prepárate.
No me moví.
Claude suspiró pesadamente mientras cruzaba la cámara, deteniéndose antes
de abrir la puerta.
—Grady estará bien mientras estés con el Príncipe. Te lo prometo.
253
Cerré los ojos contra el repentino y estúpido torrente de lágrimas mientras en
el vestíbulo reinaba un silencio tal que habría creído que Claude se había marchado.
El Barón no lo había hecho.
—Esto es algo bueno, Lis. Espero que llegues a entenderlo —me dijo—. Porque
el Príncipe de Vytrus podrá proporcionarte lo que yo no puedo.
—¿Y qué es eso?
—Todo.
Secándome las palmas de las manos bajo los ojos, me giré hacia la puerta.
—¿Qué...?
El espacio estaba vacío. El Barón había desaparecido.
254

CAPÍTULO 24

—N
o puedo ni imaginarlo —susurró Naomi desde donde estaba,
mirando por la ventana de mi antecámara, con los brazos
apretados alrededor de la cintura—. La idea de que haya un
asedio... una guerra.
Una parte de mí pensó que quizá no debería haberle contado a Naomi lo que
había averiguado sobre el ejército de las Tierras Occidentales cuando me crucé con
ella al salir del comedor. No era porque temiera que fuera a contárselo a los demás,
provocando el pánico. Sabía que no lo haría. Simplemente odiaba verla preocupada,
asustada.
—¿Recuerdas cuando dije que esperaba que hubiera lores aquí a tiempo para
las Fiestas? —Naomi me miró por encima del hombro, el pálido color lavanda de su
vestido destacaba sobre el cielo nocturno al otro lado de la ventana—. No me refería
a un ejército de ellos.
—Lo sé —dije sentada en el sofá, con las piernas recogidas. Con los
pensamientos agitados, jugueteé con uno de los cordones de mi bata.
—¿Se lo has dicho ya a Grady? —preguntó.
Sacudí la cabeza. Quería hacerlo, pero ver a Grady en ese momento significaba
que también tendría que contarle sobre este nuevo arreglo, algo a lo que sabía que
no respondería bien. De alguna manera tendría que convencerlo de que había
aceptado hacerle compañía al Príncipe, pero al parecer, no era tan convincente
cuando se trataba de mis emociones. Aún no podía creer que Claude hubiera sabido
por qué me quedaba en Archwood, que siempre lo había sabido. No sabía cómo
sentirme al respecto. No sabía por qué eso me entristecía. Ni siquiera podía empezar
a entenderlo cuando tenía que lidiar con esto.
Aparté la mirada de donde había colocado el tocado de rubí sobre una mesita
y miré hacia la puerta. Ya era casi la hora. Se me revolvió el estómago.
—Cuando Claude me llamó anoche, me envió con uno de los Hyhborn que
había llegado antes que el regimiento. Claude aún no sabía por qué los Hyhborn
estaban aquí y quería que yo averiguara por qué.
Naomi se apartó de la ventana, levantando los delicados arcos de sus cejas.
255
—Dios mío, ¿me lo cuentas ahora? —preguntó—. Hubiera esperado que
estuvieras a las puertas de mi habitación a primera hora de la mañana. Estoy tan
decepcionada de ti.
Desplegué las piernas y me acerqué al borde del sofá.
—No te decepciones. No había mucho que contar.
—No me mientas, Lis. Tiene que haber mucho que contar. —Sus ojos se
abrieron de par en par mientras daba un paso adelante—. ¿A menos que usaras la
Larga Noche anoche? ¿En un señor Hyhborn?
—No lo intenté. No estaba segura de sí funcionaría y no me arriesgué —le
dije—. Y no era un lord. Era el Príncipe.
—¿El Príncipe? —repitió, separando los labios—. ¿El Príncipe de Vytrus?
Asentí con la cabeza.
—Santo cielo. Necesito un momento para procesar esto... Espera. —Sus ojos se
encontraron valientemente con los míos—. ¿Pasó... pasó algo cuando estabas con el
Príncipe? —Todo en Naomi cambió en un instante. Se había ido la seductora burlona,
y en su lugar había una tigresa alerta—. ¿Qué pasó anoche, Lis?
—Nada que no permitiera que pasara... nada que no quisiera —le aseguré—.
Era... no sé. —Sacudí la cabeza—. No como esperaba.
—Se dice que es...
—Un monstruo. Lo sé, pero es... —El príncipe Thorne era muchas cosas,
exasperante y con derecho, exigente y molesto, pero no era un monstruo—. No creo
que mucho de lo que se ha dicho de él sea verdad.
—¿De verdad?
—Sí. Lo prometo.
—Bien. —Se relajó, desplegando los brazos—. Hubiera odiado que me mataran
en el proceso de cortarle la polla a un príncipe Hyhborn.
Se me escapa una sonora carcajada.
Naomi se cruzó de brazos.
—¿Crees que estoy mintiendo?
—No. Por eso me hace gracia.
—Esta es la distracción perfecta. —Me dio un golpe en el pie con el suyo—.
Quiero hasta el último detalle jugoso sobre cómo el temido Príncipe de Vytrus no era
como tú… esperabas. —Me guiñó un ojo—. Y puede que necesite una demostración
de cómo exactamente.
256
—Bueno, puede que no haya tiempo para eso —dije con un deje nervioso en la
voz—. Hay más. El Príncipe me pidió, y uso la palabra 'me pidió' en el sentido más
estricto posible, que le hiciera compañía durante su estancia en Archwood.
Parpadeó una vez, luego dos.
—¿En serio?
—Desgraciadamente. —Me agarré al borde del sofá.
Me miró fijamente durante lo que me pareció un minuto entero.
—Bien, no creo que pasara gran cosa anoche. ¿Cuáles son esas cosas que
hiciste voluntariamente que deben haberlo impresionado lo suficiente como para
pedir algo así?
—Créeme, no estaba impresionado. —Estaba claro que no estaba tan
impresionado, ya que no creía que yo tuviera tanta experiencia como había intentado
y fracasado en presentarme como tal—. Creo que él... Sabes, honestamente no sé por
qué. Tiene poco sentido para mí.
Se acercó al sofá y se sentó a mi lado.
—Es obvio que esto no te entusiasma. ¿No... disfrutaste tu tiempo con él?
—No es eso. —Me aparté un mechón de cabello de la cara—. Lo disfruté.
—¿Pero?
—En realidad no preguntó, Naomi. Más bien fingió preguntar. Dejó claro que
no estaría contento con un no por respuesta.
—Para ser sincera, me sorprende que haya fingido... y sé que no se trata de eso
—añadió cuando abrí la boca—. Es que nunca había oído que los Hyhborn pidieran
permiso para nada.
Yo tampoco.
—No me gusta que piense que puede exigir algo así, y no me importa si es un
príncipe o no. Eso no debería importar.
—No, no debería —estuvo de acuerdo—. Y a mí también me molestaría. —Me
miró—. ¿Estás de acuerdo?
—La verdad es que no. —Suspiré.
—¿Y qué dijo Claude al respecto? —preguntó Naomi, y luego resopló—. Pero
¿qué podría decir realmente? A un Hyhborn no se le niega nada.
—Exactamente —murmuré—. Pero esto es lo extraño. Claude siempre se ha
comportado como si temiera que estar cerca de Hyhborn pudiera hacer que me
acusaran de usar magia de huesos. Y nunca creí que esa fuera la única razón. Creo
257
que también le preocupaba que otro, no sé, me alejara... pero en realidad se sintió
aliviado por la petición del Príncipe.
—Yo… —Naomi arrugó la nariz—. Eso es extraño.
—Sí.
Se quedó callada un par de instantes.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. —Me recosté contra el cojín, cruzándome de brazos. Mis
pensamientos se agitaban. Sabía que no sería prudente negarme a un príncipe, así
que debía proceder con cautela—. ¿Pero si cree que me voy a someter y se lo voy a
poner fácil? Tiene otra idea.

Llamaron a la puerta poco después de que Naomi se marchó. No quería que se


quedara en medio cuando el príncipe Thorne viniera a buscarme. No tenía ni idea de
lo que iba a hacer, y mucho menos de cómo respondería el príncipe.
Excepto que no era él quien estaba en la puerta.
Lord Bastian estaba de pie en el vestíbulo, con la boca curvada en una media
sonrisa.
—Buenas noches —dijo, haciendo una leve reverencia. Mis ojos se fijaron en la
daga que llevaba en el pecho—. Debo escoltarte hasta el príncipe Thorne.
Mi espalda se puso rígida mientras me aferraba al lado de la puerta, y no estaba
segura de por qué, pero el hecho de que el príncipe Thorne enviara a otro para
escoltarme golpeó cada nervio de mi cuerpo de la manera equivocada.
—¿No pudo venir él mismo?
—Desgraciadamente, no. —Se llevó las manos a la espalda—. Va un poco
retrasado y me ha pedido que viniera en su lugar.
—Te pido disculpas por hacerte perder el tiempo. —Hablé con cuidado, sin
tener idea de cómo este señor Hyhborn respondería—. Pero no tengo intenciones de
unirme al Príncipe Thorne esta noche.
Las cejas oscuras se alzaron.
—¿No?
—No. No me encuentro del todo bien —dije—. Tendrá que encontrar otra forma
de ocupar su tiempo.
La luz mantecosa de un candelabro de pared se reflejaba en su piel suave y
oscura por encima de la barba bien recortada.
258
—¿Hay algo que pueda traerte entonces?
—¿Perdón?
—No te encuentras bien. —El verde de sus ojos se iluminó hasta el punto de
que no pude ver los otros colores—. ¿Hay algo que pueda traer para ti?
Parpadeé rápidamente.
—Me detuve, y los labios de Lord Bastian se inclinaron hacia arriba—.
Agradezco tu oferta, pero ya tengo lo que necesito.
—¿Segura? —insistió—. No será ningún problema.
Asentí con la cabeza.
—De nuevo, me disculpo por hacerte perder el tiempo, mi lord. Le deseo una
buena noche. —Iba a cerrar la puerta.
Lord Bastian se movió tan deprisa que ni siquiera pude seguir sus movimientos.
Una mano salió disparada, aterrizando en el centro de la puerta e impidiéndome
cerrarla.
—¿Puedo preguntar qué te aqueja? —Lord Bastian inclinó la barbilla—. Thor
preguntará, después de todo.
—¿Thor? —murmuré.
—Diminutivo de Thorne. Le molesta que le llamemos así, así que, por supuesto,
así es como le llamamos. —Lord Bastian guiñó un ojo.
—Oh. —Esa fue mi respuesta más inteligente. Estaba un poco desconcertada
por su naturaleza burlona—. Yo… yo, uh, tengo dolor de cabeza.
—Ah, ya veo. —Dientes blancos y rectos aparecieron mientras el Lord sonreía
más ampliamente—. ¿Supongo que ese dolor de cabeza es bastante grande? ¿Quizás
si tuvieras que describirlo, dirías que viene en un marco de quince por veinte?
Cerré la boca de golpe.
Lord Bastian se rió.
—Le haré saber que no te encuentras bien. —Su mano se deslizó fuera de la
puerta—. Espero que no te azote un dolor de cabeza aún mayor. —Dio un paso atrás
y volvió a ponerse las manos a la espalda—. Buenas noches.
—Buenas noches. —Cerré la puerta, poniéndome rígida cuando oí su risa
ahogada desde el pasillo.
Claramente, Lord Bastian no me creía. O más exactamente, había adivinado el
origen de mi dolor de cabeza inventado.
Pero el príncipe Thorne tendría que ser un auténtico imbécil si enviaba a otro
o venía él mismo después de enterarse de que yo no me encontraba bien. No creía
259
que fuera a retenerlo para siempre, pero al menos me daría la noche para pensar qué
iba a hacer... qué podía hacer... y posiblemente más tiempo, ya que dijo que tenía
que partir para reunirse con sus ejércitos.
¿Pero de verdad quieres evitar que venga? susurró aquella voz molesta.
—Sí —siseé, quitándome los zapatos. Crucé la antesala, hundiendo los pies
descalzos en la esponjosa alfombra mientras me acercaba al pequeño aparador y me
servía medio trago de whisky. El licor era de lo mejor que Archwood tenía para
ofrecer, meloso y suave, con el mínimo sabor a alcohol. O eso decían todos. Aún podía
saborear la mordedura del licor, pero me tomé el whisky con los labios despegados
contra el ardor.
No sirvió de mucho para calmar mis nervios, y me serví otro medio chupito y
lo llevé conmigo mientras me acercaba a la ventana. Miré más allá de las sōls doradas
que danzaban en el cielo nocturno.
Para cuando las Fiestas estuvieran en su apogeo, los ejércitos del Príncipe
estarían en Archwood. Entonces, ¿cuánto faltaba para que los Caballeros del Hierro
llegaran hasta aquí? No hacía falta ningún salto de lógica para suponer que el acto
tenía más que ver con la importancia del puerto y de la Corte de Hyhborn, situada
más allá, que con la gente que vivía en Archwood.
Apoyé la mejilla contra la ventana, pensando en lo que pensaría la gente de
Archwood una vez que vieran a las fuerzas de Hyhborn. ¿Cuándo supieran de la
amenaza de las Tierras Occidentales? El miedo y el temor serían palpables. Tragué
el whisky, agradeciendo el ardor esta vez. Los aristo probablemente abandonarían la
ciudad hasta que la amenaza hubiera pasado. Muchos tenían familias en otras
ciudades y medios para viajar hasta allí. ¿Pero los más pobres entre los aristo, los
mineros y los estibadores, los obreros? ¿Todos los que mantenían la ciudad y los
puertos abiertos y en funcionamiento? No habría escape fácil para ellos. Tendrían que
aguantar...
Sentí un cambio repentino en la cámara. Los cabellos de la nuca se me erizaron
cuando una carga saltó al aire. Un chasquido me estremeció la piel: el inconfundible
sonido de una cerradura.
Con el corazón palpitante, me volví lentamente hacia la puerta. No había
manera. Bajé el vaso vacío a mi lado.
La puerta se abrió y él se quedó de pie, con las piernas abiertas y los hombros
erguidos, el cabello peinado hacia atrás y anudado sobre sus llamativas facciones. La
armadura seguía protegiéndole el pecho. Parecía un guerrero, y una cosa quedó
clara.
El Príncipe Thorne había venido a conquistar.
260

CAPÍTULO 25

E
l príncipe Thorne cruzó el umbral, la luz de mi cámara brillando en la
empuñadura dorada de la daga que llevaba atada al pecho.
No pensé. Debería haberlo hecho, pero simplemente reaccioné.
Lancé el vaso al príncipe de Vytrus.
En los breves segundos que siguieron al momento en que el vaso abandonó mi
mano, me di cuenta de que no había tenido ni idea de lo imprudente e idiota que
había sido hasta ese preciso instante.
El cristal se detuvo en el aire, a varios metros del príncipe.
Respiré hondo y amplié los ojos.
—Na'laa —retumbó suavemente el príncipe Thorne, con el azul de sus ojos de
un tono brillante. El cristal se hizo añicos, absolutamente nada. Ni siquiera quedaron
pequeños fragmentos. Simplemente fue borrado.
Retrocedí un paso insegura.
Sonrió, y me estremecí como lo haría cualquier presa al darse cuenta de que
no sólo se había encontrado cara a cara con un depredador avezado, sino que se
había burlado de él.
—Tienes un brazo muy bueno —dijo—. Aunque hubiera preferido descubrirlo
de una forma que no implicara que me lanzaran un objeto a la cabeza.
El corazón me latía tan deprisa que temí vomitar.
—Yo… No quería hacer eso.
—¿En serio? —exclamó.
Tragando saliva, asentí.
—El vaso se me resbaló de los dedos.
Una ceja se levantó.
—¿Se deslizó por toda la habitación?
—Me has asustado —argumenté, dándome cuenta de lo ridícula que era mi
excusa—. No esperaba que alguien abriera la puerta e irrumpiera. Aunque debería
haberlo hecho. Tienes esa costumbre.
261
—Sabes muy poco de los hábitos que tengo. —Un lado de sus labios se
inclinó—. Pero sí sé que tienes el hábito de mentir, lo cual disfruto inmensamente.
Me puse rígida.
—No estoy de acuerdo. Conozco al menos dos hábitos. Irrumpir en lugares a
los que no estás invitado e insistir en insultar mi honor cada vez que me ves.
—¿Cómo es un insulto a tu honor cuando es verdad? —contraatacó—. Tal vez
te deshonras mintiendo.
Mi pecho se levantó mientras la ira se apoderaba de mí.
—¿Por qué estás aquí, su alteza?
—Tenemos un acuerdo.
—No lo hacemos, pero ese no es el punto. Me duele la cabeza.
—Sí, ¿uno que mida dos metros y medio?
Me quedé boquiabierta.
—No fui yo quien dijo eso.
—Lo sé. Esas fueron las palabras de lord Bastian. —Echó un vistazo a la
habitación, pasando por alto mis zapatos y la botella de whisky descorchada—.
Siempre le gusta afeitarme un centímetro para que no sea más alto que él.
Fruncí el ceño y negué un poco con la cabeza.
—Sea como fuere, aún me duele la cabeza y no me apetece tener compañía
esta noche.
Aquellos iris arremolinados se posaron en mí.
—Tú y yo sabemos que ese no es el caso.
—¿Cómo lo sabes? —Me crucé de brazos—. ¿Me estás diciendo que puedes
estar tan en sintonía con una persona que puedes sentir si le duele la cabeza?
—No. —Su risa era baja y suave, enviando un escalofrío por mi espina dorsal—
. Simplemente no te creo.
—Bueno, eso es grosero.
—La verdad nunca es grosera, sólo indeseada. —Su mueca se extendió en un
atisbo de sonrisa sombría, haciendo que la irritación punzara en mi piel—. Parece
como si quisieras lanzarme esa botella de whisky a continuación.
—Eso sería desperdiciar un buen licor —repliqué.
—Y mucho más difícil afirmar que sólo se te escapó de los dedos. —Se había
acercado de esa manera silenciosa suya—. Tenemos un acuerdo. ¿Vas a cumplirlo?
262
—No. —Levanté la barbilla—. Porque no hay ningún acuerdo que yo deba
cumplir.
—Me lo imaginaba.
Retrocedí un centímetro. Eso fue todo lo lejos que llegué. El príncipe Thorne
estaba sobre mí antes de que pudiera respirar. Uno de sus brazos me rodeó la cintura
mientras se inclinaba, y un segundo después me alzaba sobre su hombro. Por un
momento, me quedé tan sorprendida que no pude hacer nada mientras colgaba de
él, con el cabello cayéndome sobre la cara y el aroma a bosque que me inundaba.
Luego se giró.
—Dios mío —grité, agarrando un puñado de su túnica—. ¡Bájame!
—Lo haría, pero tengo la sensación de que vas a querer discutir. —El príncipe
Thorne entró en la alcoba, pasando junto a la cama—. Y prefiero hacerlo mientras
estoy cerca de la cama en la que pienso dormir.
—¡No puedes hacer esto! —La furia estalló, borrando todo sentido común.
Golpeé su espalda con los puños y pateé con las piernas, olvidando por completo lo
que estaba golpeando—. Ponme... —Siseé mientras el dolor se irradiaba a través de
mis puños cerrados y subía por mis brazos—. Joder.
—Deberías parar —dijo, con clara diversión en su tono—. No quiero que te
rompas las manos. Puede que las necesitemos más tarde.
—Dios mío. —Mis ojos se agrandaron cuando se abrió la puerta de la cámara.
¿De verdad iba a llevarme a sus aposentos? Estaba loco—. Puedes bajarme.
—No confío en ti.
—¿No confías en mí? —espeté mientras las puertas de mi cámara se cerraban
tras nosotros—. Vas a montar una escena.
—No soy yo quien está montando una escena. —El príncipe Thorne giró la
cabeza y me rozó la cadera con la barbilla—. Son tus chillidos los que despertarán a
cualquiera que se haya acostado y alarmarán a los que aún no lo hayan hecho.
—¡No estoy chillando! —Yo, bueno, chillé—. No prefiero nada de esto. —
Intenté levantarme de su hombro, pero su brazo me aprisionó la espalda—. Esto es
ridículo.
—Lo sé.
La incredulidad se apoderó de mí.
—Entonces bájame o...
—¿O qué?
—Puedo vomitar en tu espalda.
263
El príncipe Thorne rio entre dientes.
—Por favor, intenta no hacer eso, pero si lo haces, sería una excusa
suficientemente buena para que me ayudaras en mi baño.
Un gruñido de exasperación se separó de mis labios cuando mi mirada se posó
en la empuñadura de una espada corta, justo encima de su cadera derecha. Estaba
tumbada sobre la hoja envainada. Una vez más, estaba demasiado enfadada para
pensar en lo que estaba haciendo. Levanté una mano y alcancé la empuñadura.
—Yo no haría eso —advirtió.
Me quedé paralizada, con los dedos a escasos centímetros de la empuñadura
dorada. ¿Tenía ojos en la nuca?
—No, a menos que sepas manejarla y pienses hacerlo —añadió.
—¿Y si lo hiciera?
—Estaría bastante impresionado —comentó, y mis cejas se alzaron—. Pero no
me imagino que tengas esos conocimientos.
Podía manejar una daga; Grady me había enseñado eso. Pero sabía que una
daga y una espada eran cosas muy distintas, así que solté un grito frustrado, con la
boca cerrada y en silencio, mientras atravesábamos los oscuros pasillos.
—Sin embargo, también sospecho que si supieras manejar una espada, no
dudarías en usarla —conjeturó.
—Tendrías razón... —Grité cuando me hizo rebotar—. Eso fue muy innecesario,
su alteza.
—Thorne —corrigió riendo—. Te pido disculpas. Se me resbaló el hombro.
Vi rojo.
—Oh, estoy segura de que se resbaló, Thor.
El príncipe se detuvo por completo.
—Veo que voy a tener que matar a Bas. —Echó a andar de nuevo.
Mis labios se entreabrieron mientras mi ya revuelto estómago se hundía.
—¿Qué?
—Bromea a medias —dijo otro, al que reconocí como el propio lord Bastian.
Levanté la cabeza y sólo pude ver su pecho y las puertas de sus aposentos, que se
abrían, y al lord que esperaba en el pasillo—. Me echaría mucho de menos si me
matara.
—Yo no contaría con eso —advirtió el príncipe Thorne.
Lord Bastian resopló y se hizo a un lado.
264
—¿Puedo preguntar por qué llevas a tu invitada como un saco de patatas?
El calor me llegó a las mejillas, pero antes de que pudiera hablar, el príncipe
Thorne dijo:
—Estaba resultando bastante difícil.
—Debe de ser ese dolor de cabeza de uno ochenta metros que tiene —comentó
Lord Hyhborn.
—¿Ahora he perdido cinco centímetros? —murmuró el príncipe Thorne.
—Sólo expongo los hechos.
La frustración se desbordó.
—¿Me está secuestrando y ustedes dos discuten sobre cuánto mide?
—Ves. —El príncipe Thorne me apretó—. Hasta ella sabe que soy más alto.
—Traidor —dijo lord Bastian con un suspiro.
—Eso es... —Jadeé cuando el príncipe Thorne me agarró de las caderas y de
repente me bajó al suelo. Una lámpara se encendió en la pared cuando me liberé,
poniendo varios metros de distancia entre nosotros.
—Antes de despedirme —dijo lord Bastian—. Crystian se ha ido a Augustine.
¿Agustín? Esa era la capital.
—Bien.
—Sabes, el rey estará disgustado.
El príncipe lo miró.
—Ambos lo sabemos.
—Así es —murmuró lord Bastian, y luego me miró, recuperando la sonrisa—.
Por cierto, Crystian también quiere conocerla.
—Seguro que sí —murmuró el príncipe Thorne.
—¿Quién es Crystian? —pregunté.
—Un grano en el culo.
Lord Bastian se echó a reír.
—Bueno, no te diviertas demasiado esta noche. La mañana llegará pronto, y
será temprano.
El príncipe asintió mientras el lord inclinaba su cuerpo hacia mí y se inclinaba.
Levanté la frente. Sonriendo, el lord se enderezó y desapareció.
—Es... diferente —murmuré.
—Eso sería quedarse corto. —El príncipe cerró la puerta. Sin tocarla.
265
Tragué saliva.
—Eres diferente.
—Eso también es quedarse corto, na'laa.
A solas con el príncipe, me moví de un pie a otro.
—Entonces, ¿por qué amanecerá temprano? ¿Has cambiado de opinión y
partirás al encuentro de sus ejércitos al amanecer?
El príncipe Thorne rio entre dientes.
—No te preocupes. No te dejaré tan pronto. Mañana me reuniré con los de
Archwood para empezar a entrenar a aquellos que puedan y quieran defender su
ciudad.
—Oh —susurré, juntando las manos.
Me miró.
—Pareces inquieta por eso.
—Lo estoy. No es que haya olvidado lo que está por venir. Es sólo que oírlo lo
hace más real. Y no me estaba preocupando por tu ausencia. —Miré más allá de él,
hacia las puertas. Me mordí el labio, haciéndome a un lado—. Lo estoy deseando.
—No lo hagas.
Mi mirada volvió a él.
—Yo desaconsejaría intentar huir —me aconsejó, pasando a mi lado.
—¿Porque me detendrás?
—Porque te daré caza. —Desabrochó las correas que sujetaban la espada corta
a su espalda mientras cruzaba a la alcoba—. Y te capturaré.
Me tensé.
El príncipe se detuvo en la alcoba, inclinando su cuerpo hacia mí mientras
bajaba la espada que había retirado.
—Pero tal vez eso es lo que querrías. —Arrojó la espada envainada sobre un
cofre—. Huir. Que te persiguiera.
Una emoción indeseada me recorrió la sangre. Era una prueba más de que algo
andaba muy, muy mal conmigo. Tragué saliva, conteniéndome.
—No quiero eso.
Un lado de sus labios se curvó mientras se desabrochaba el baldaquino.
—¿Qué quieres, na'laa?
—Esto no.
266
Su risa era como humo oscuro.
—¿Qué crees que es esto?
—Creo que voy a ser tu ganado personal.
Una breve carcajada le abandonó.
—¿Mi qué?
—Me quieres para poder alimentarte fácilmente. Tú mismo lo dijiste...
—Esa no es la única razón —atajó—. Tu barón quería una razón. Yo le di una.
—¿Entonces por qué? —Me detuve. Sus razones no importaban—. No accedí a
nada.
Dejó las armas en el suelo y se quitó las botas, al parecer no tenía un pequeño
arsenal que descargar esta noche.
—No es así como recuerdo que sucedió.
—¿Perdona? ¿No es así como lo recuerdas? —Lo miré con incredulidad—.
Estoy segura de que fui bastante clara.
—Sí. Fuiste muy clara. —Inclinó la cabeza—. Así como fuiste muy clara cuando
te corriste en mis dedos, no una sino dos veces.
Me quedé con la boca abierta mientras el calor inundaba mis mejillas y mi
interior, donde mi cuerpo no conocía la vergüenza.
Sus fosas nasales se encendieron, sus ojos se volvieron luminosos incluso en la
distancia, y supe que percibía ese rizo de deseo.
Apreté los dientes.
—No estoy segura de qué tiene que ver eso con este acuerdo en el que insistes.
—Tiene todo que ver. —Desapareció un momento y reapareció con una botella
de licor y dos vasos.
El aliento que tomé no fue a ninguna parte mientras lo veía detenerse junto a la
mesa y servir dos vasos.
—Entonces, si ese es el caso, hay muchas dentro de esta mansión y ciudad que
estarían dispuestas a ocupar mi lugar.
Me miró por encima del hombro.
—¿Pero alguna de ellas me tiraría un vaso?
Respiré por la nariz.
—Probablemente no, lo que debería aliviarte.
—Pero no es así.
267
Parpadeé, sin saber qué decir a eso, porque ¿quería que le tiraran objetos
contundentes a la cabeza? Lo que significaba que Claude había tenido razón en eso.
—Y también sé que ninguna de ellas me recordaría a las cerezas ni sabría tan
bien en los dedos. —Continuó, ofreciendo el vaso medio lleno—. Tampoco ninguna
de ellas es un misterio para mí.
—No hay nada en mí que sea un misterio. —Me quedé mirando el vaso y luego
se lo arrebaté.
El príncipe Thorne me miró, su mirada era tan intensa que era difícil quedarse
quieta.
—¿Por qué estás tan en contra de este acuerdo? —Sus cejas se fruncieron
mientras tomaba un trago de lo que resultó ser una especie de vino oscuro—. Por
favor, no me digas que sientes algo por tu barón.
Eso no me lo esperaba.
—¿Y si lo hiciera?
Su mandíbula se endureció.
—Entonces tus sentimientos se desperdiciarían en un hombre que claramente
no es digno de ellos.
Sorprendida por su afirmación, tardé un momento en responder.
—No conoces al barón lo suficiente como para decidir eso.
—Sé que la única razón por la que vive es porque te sentaste en su regazo y
preferiría no verte cubierta de su sangre.
Se me heló el pecho.
—¿Porque habló de cortarte el brazo? Sólo bromeaba, aunque estúpidamente,
pero no hablaba en serio.
—No estoy hablando de eso. —Tomó un sorbo—. Aunque, estoy de acuerdo en
que fue estúpido.
—¿Entonces qué?
—Te estaba tocando —respondió—. No me gustó.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que estabas celoso?
—Sí.
Mi risa rompió el silencio que siguió.
—No puedes hablar en serio.
Unos ojos que se agitaban lentamente se encontraron con los míos.
—¿Parece que me estoy burlando?
268
No, no lo hizo. Me quedé boquiabierta.
—¿Por qué demonios estarías celoso?
—No lo sé. —Se apartó un mechón de cabello detrás de la oreja—. No saber se
ha convertido en algo bastante habitual cuando se trata de ti. No sé si me molesta o
me excita.
—Bueno, me confunde.
—Tu reticencia en esto me confunde.
—¿De verdad? —Cuando me devolvió la mirada, pude ver que decía la
verdad—. ¿De verdad no lo entiendes? ¿Como si no se te ocurriera que exigirle algo
así a otro podría enfurecerlo?
—¿Si tú y yo no nos hubiéramos conocido? ¿Si no supiera lo mucho que te gusta
mi tacto? Entonces sí, podría entender el enfado de alguien, pero no es el caso entre
nosotros.
—Que nos conozcamos y haya disfrutado de tus caricias no significa que no
quiera que me lo pidas, ni que vaya a seguir disfrutando de esas cosas.
—Pero sé que quieres que te toque —replicó—. Hace sólo unos minutos, tu
pulso se elevó en excitación...
—Dios mío. —Bajé mi vaso a la mesa para evitar tirarlo—. No puedo creer que
tenga que explicar lo que debería enseñarse al nacer....
—Pero yo no nací —interrumpió, con las cejas fruncidas.
—Eso no debería significar... —Me interrumpí, mirándole fijamente. Separé los
labios al pensar en lo que había dicho aquel día en mi despacho: la falta de
humanidad. Había muchas cosas que entraban en esa categoría, que iban más allá de
preocuparse por los demás. Ser comprensivo sí. Reflexivo. Considerado. Sin
humanidad, sólo había—. Lógica.
—¿Lógica? —repitió.
Negué con la cabeza.
—¿Los Deminyens funcionan con lógica y no con emociones?
Pareció pensárselo.
—Eso sería algo exacto.
Pero la lógica era fría, y él no era eso.
—Anoche me pediste que me uniera a ti en la bañera. No asumiste que eso era
lo que yo quería.
269
—Sabía que eso era lo que querías —dijo, y mis ojos se entrecerraron—. Pero
percibí tu nerviosismo, el salto en tu respiración era en parte incertidumbre y en
parte excitación.
—¿Podemos dejar de decir “excitación” por el resto de nuestras vidas?
—¿Por qué? —El azul de sus ojos se iluminó—. ¿Porque la verdad de lo que
sientes a mi alrededor te molesta?
—Tal vez... oh, no lo sé... ¿no necesito que me lo señales cada cinco segundos?
Su barbilla se hundió.
—Así que reconoces que estás excitada por mí.
Abrí la boca.
—Tengo la sensación de que vas a mentir —dijo, con una sonrisa en los labios—
. Y afirmar que no disfrutarás de tu tiempo conmigo.
—Si lo haré o no, no importa. Siempre debes preguntar.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué así los dos ya sabemos lo que se quiere?
Exhalando un suspiro agravado, me aferré desesperadamente a mi menguante
paciencia.
—Porque no deberías asumir que eso nunca cambiará. Puede cambiar. Puede
cambiar en cualquier momento por varias razones.
—Hmm. —El sonido zumbó de él mientras su mirada me recorría—. Supongo
entonces que debo esforzarme para que eso no cambie.
Fruncí los labios.
—Ese no era el punto al que quería llegar.
—¿No lo es?
Suspiré, retorciendo los cordones de la bata.
—Me siento como si estuviéramos hablando dos idiomas diferentes.
Esa media sonrisa apareció mientras terminaba su vino.
—Entonces, na'laa, ¿te gustaría acompañarme esta noche y a mi regreso?
Lo fulminé con la mirada.
—¿Qué? —De alguna manera estaba más cerca, a menos de un metro de mí—.
Estoy haciendo lo que me pediste. Te lo estoy pidiendo.
—¿Y por qué lo preguntas ahora?
270
—Porque es importante para ti que lo haga.
Sorprendida, sentí que mis ojos se abrían ligeramente.
—Sí, bueno, es un poco tarde para eso ya que me has secuestrado.
El príncipe Thorne rio entre dientes.
—No estás secuestrada ni cautiva. Si deseas marcharte —dijo, levantando una
mano. Sus dedos se cerraron sobre los míos. Bajé la mirada, momentáneamente
consumida por el hecho de que nuestras manos se estaban tocando, y sentí... No oí ni
sentí nada que no fuera mío. Retiró los dedos y me devolvió la mirada—. No te
detendré, Calista. Yo no... —Frunció ligeramente el ceño.
—¿No eres qué? ¿Como otros Hyhborn?
Reapareció la pizca de confusión que se había grabado en sus facciones ese
mismo día, cuando había estado en mi despacho. Inclinó la cabeza.
—¿Cómo son los otros Hyhborn?
—¿Es... es una pregunta seria?
—Lo es —dijo—. ¿Qué piensas de los de mi clase?
Abrí la boca y luego la cerré sabiamente.
Me estudió.
—Está claro que tienes pensamientos sobre esto. Compártelos.
Por milésima vez en mi vida, deseé que mi cara no mostrara lo que estaba
pensando.
—Yo… no conozco bien a ningún Hyhborn. En realidad, tú eres el único
Hyhborn con el que he pasado algún tiempo, pero por lo que sé... ¿Lo que he visto?
Los Hyhborn no parecen realmente preocuparse por nosotros, a pesar de que dicen
ser nuestros protectores. Quiero decir, las fiestas son un ejemplo perfecto de esto.
Dibujó con su pulgar a lo largo de la parte superior de mi mano.
—¿Qué pasa con ellas?
—Las fiestas siempre han parecido más una celebración de los Hyhborn que
de los Lowborn.
—¿Y por qué piensas eso? —Sonrió ante mi silencio—. No seas tímida ahora,
na'laa.
—Deja de llamarme así.
—Pero me intriga saber lo que piensas, y estás siendo testaruda, lo que es tan...
—Sí. Lo sé. Adecuado. —Suspiré pesadamente—. Si el rey Euros y todos los
Deminyens querían demostrar su compromiso de ser nuestros protectores, ¿por qué
271
hacerlo sólo unos días al año? ¿Por qué no hacerlo todos los días? No es como si... —
Me detuve entonces, pensando que probablemente debería escuchar el consejo que
le había dado a Grady y cerrar la boca—. No importa.
—Sí, lo hace. —Su pulgar se había detenido a lo largo de mi mano—. ¿No es
como qué?
Negué con la cabeza.
—No es que... sólo pasemos hambre unos días al año. Claramente, las cortes
de Hyhborn tienen suficiente comida para compartir. Asegurarse de que tantas bocas
como sea posible no pasen hambre durante todo el año sería una mejor manera de
demostrarnos que los Hyhborn son realmente nuestros protectores.
—¿Y qué sabes tú de pasar hambre? —preguntó en voz baja.
Su tono me tomó desprevenida. No era un reto, sino una pregunta genuina, y
me hizo responder con sinceridad.
—Yo... crecí sin un hogar...
—¿Eras huérfana? —Su voz se había agudizado.
Me dio un vuelco el corazón mientras le sostenía la mirada, esperando a que se
diera cuenta de que nos habíamos conocido antes, esperando a que entendiera
siquiera por qué mi intuición dudaba en decirle que sí lo habíamos hecho.
—Yo sólo era una de tantos. Demasiados que nunca llegan a la edad adulta —
dije cuando ninguno de los dos se dio cuenta—. Sé lo que es acostarse y levantarse
con hambre, día tras día, noche tras noche, mientras algunas personas tienen más
comida de la que jamás podrían esperar consumir. Comida que simplemente tiran.
El príncipe Thorne guardó silencio unos instantes.
—Siento oír eso, Calista.
Incómoda con la sinceridad de su voz y el sonido de mi nombre, aparté la
mirada mientras asentía.
—De todos modos, se me ocurren mejores formas de que el rey demuestre su
amor por su pueblo, sean Hyhborn o lowborn.
—Suenas como Beylen.
Mi mirada volvió a la suya, pensando inmediatamente en lo que Claude había
compartido.
—¿Lo conoces?
—Sé que ha dicho lo mismo o cosas muy parecidas —dijo, sin responder
realmente a mi pregunta—. Nunca has estado en ninguno de los tribunales, ¿correcto?
—No. Nunca tuve el honor.
272
Su pulgar comenzó a moverse de nuevo, deslizándose lentamente sobre la
parte superior de mi mano.
—Para la mayoría no sería un honor.
Levanté las cejas. Había dado la impresión de que había violencia en su corte,
pero lo que decía ahora me parecía diferente.
—¿Qué quieres decir?
—Conozco el aspecto de los tribunales desde la distancia. Opulencia
decadente desde los tejados hasta las calles, todo brillo y oro —dijo—. Pero como
ocurre con la mayoría de las cosas que son bellas por fuera, por dentro no hay más
que ruina e ira.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Pero dices la verdad. El rey podría haber hecho más. Todos nosotros
podríamos y deberíamos haberlo hecho. Imagino que no nos enfrentaríamos a estos
problemas con los Caballeros de Hierro si hubiéramos hecho las cosas de otra
manera.
—Es extraño —dije después de un momento—. Y bastante... agradable.
—¿Qué es?
—Estar de acuerdo.
El príncipe Thorne rio entonces.
—Se me ocurren otras cosas en las que podemos estar de acuerdo y que son
mucho mejores que simplemente agradables.
—Y luego lo arruinaste.
Sonó otra carcajada y sentí que se me movían los labios. Su risa era casi tan
contagiosa como la de Naomi, y eso hizo que mi corazón diera un salto inestable.
Sin embargo, el sonido se desvaneció, al igual que su sonrisa.
—No sé hasta qué punto soy como los demás, pero sé hasta qué punto no lo
soy. No te obligaré a hacer lo que realmente no quieres hacer.
Entonces me soltó la mano, pero su contacto perduró, calentándome la piel
mientras yo retrocedía. La duda me invadió, aunque él no hiciera ningún movimiento,
aunque yo no hiciera ningún movimiento. Miré hacia la puerta y apreté los labios.
Vacilé, buscando una razón para demorarme, y la encontré.
—Lord Bastian mencionó que el rey estará disgustado. —Me enfrenté a él—.
¿Por qué?
Apareció una sonrisa, pero fue breve.
—Mi decisión con respecto a Archwood.
273
—No lo entiendo. —Fruncí el ceño—. Estás planeando defender Archwood…
—Me interrumpí al oír sus palabras de la cena. Hemos venido a determinar qué curso
de acción…—. A menos que eso fuera sólo una opción. Una opción para decidir si
valía la pena salvarnos o… —No me atrevía a decirlo.
—O no. —Al príncipe no le costó decirlo—. Destruir Archwood era una opción.
Primvera sería abandonada y se establecerían nuevos puertos a lo largo del Canal
del Este. Y eso es lo que el rey prefiere.
274

CAPÍTULO 26

—D
ioses —carraspeé, llevándome una mano al pecho—. ¿Por
qué...? Espera. —Un nuevo tipo de horror surgió—. ¿Por qué
le disgustaría al rey que decidieras no destruir Archwood?
El príncipe me miró durante unos instantes.
—Porque destruir la ciudad sería más fácil.
—¿Más fácil? —susurré, chocando contra las patas de un sofá—. ¿Matar y
dislocar a miles de personas inocentes es más fácil?
—Es un riesgo menor para las fuerzas de Hyhborn. Muy pocos o ninguno se
perderían en… eliminar Archwood como posible palanca —dijo, con los brazos
cruzados sobre el pecho—. Nuestros caballeros morirán defendiendo la ciudad.
No podía creer lo que estaba oyendo, aunque no debería sorprenderme. No
creía que el rey Euros se preocupara tanto por los lowborn, pero esto era... brutal en
su falta de preocupación.
—Entonces, ¿las vidas de los lowborn significan tan poco para nuestro rey?
El príncipe no dijo nada.
Una risa mordaz me quemó la garganta mientras la ira me inundaba.
—¿Es esto lo que le pasó a Astoria entonces? ¿Te enviaron como juez y
verdugo?
—Astoria era algo totalmente distinto —dijo, afilando los rasgos—. La ciudad
ya estaba perdida.
—¿Importa el motivo de la destrucción? —pregunté.
Volvió a quedarse callado.
Inhalé profundamente.
—¿A cuánta gente has matado?
—Demasiados. —El marrón de sus ojos se oscureció hasta alcanzar un negro
intenso y se extendió por el resto de los colores, y habría jurado que la temperatura
de la cámara había descendido—. Pero para que lo sepas, ni yo ni mis caballeros
saqueamos las ciudades que han caído. No levantamos nuestras armas contra esa
gente. No matamos indiscriminadamente. Las muertes que se han producido han
ocurrido a pesar de todo lo que hemos hecho para evitarlo.
275
—¿Quiere decir que esas muertes se produjeron porque la gente que vivía en
esos pueblos se defendió? ¿Para proteger sus hogares y sus medios de vida? ¿Esperas
que no lo hagan?
—No esperaba menos de ellos —afirmó.
Repentinamente fría, me rodeé la cintura con los brazos.
—¿Cuántas ciudades ha decidido nuestro rey que no merecían las preciosas
vidas de Hyhborn? —pregunté, pensando en los pequeños pueblos y ciudades que
habían desaparecido a lo largo de los años.
—Demasiados —repitió rotundamente—. Y se perderían muchos más si me
pusiera del lado del rey en cada situación. —Inclinó la cabeza—. ¿Qué? ¿Crees que
puedo desobedecer las órdenes del rey? Soy un príncipe, y él es el rey. La elección
es limitada, incluso para alguien como yo.
Lo miré fijamente, y una parte de mí comprendió que no era más que otra pieza
del engranaje, aunque muy poderosa. Respiré entrecortadamente.
—¿Qué te hace decidir qué ciudad merece tu protección y cuál debe ser
condenada a muerte? Mejor aún, ¿por qué salvarías Archwood después de lo que te
hicieron?
Un músculo se flexionó a lo largo de su mandíbula mientras miraba hacia otro
lado.
—Tú.
—¿Qué?
—No hay una respuesta para el porqué cuando se trata de otros lugares, pero
¿para aquí? Fue por ti. Tu valentía. Pensé que si eras tan valiente, seguro que había
otros como tú.
—¿Otros que se defendieran?
—Esa es otra pregunta cuya respuesta ya conoces. —El negro se desvaneció
de sus ojos mientras reaparecían los tonos azules y verdes—. En cierto modo, me
alegro de haber sido envenenado. Si no lo hubiera sido, no te habría encontrado.
Pero me encontraste antes. Esas palabras susurraron en mi lengua pero no
pasaron de mis labios. Tragando lo que mi intuición no me permitía decir, miré hacia
la ventana. A lo lejos, vi los sōls resplandecientes.
—¿Por fin piensas que soy un monstruo?
Cerré los ojos.
—Deberías —dijo en voz baja—. La sangre que está en mis manos nunca se
lavará. Ni siquiera lo intentaría.
276
Un leve escalofrío se abrió paso a través de mí, la pesadez de sus palabras
hablaba de la culpa y tal vez incluso del dolor que cargaba. ¿Deberían ser sólo sus
manos las que llevaran esa mancha? ¿O las del rey? Porque tenía razón. La elección
era limitada. Todos respondían ante alguien, incluso el rey. Se decía que respondía a
los dioses, pero el príncipe aún tenía elección—. ¿Qué pasaría si el rey no sólo
estuviera disgustado con tu decisión, sino que te exigiera que destruyeras la ciudad
de todos modos? ¿Y tú te negaras?
—Guerra —respondió—. Del tipo que haría que lo que se está gestando en las
Tierras Occidentales no pareciera más que una escaramuza para olvidar.
Se me cortó la respiración.
—Estás hablando de la Gran Guerra —susurré.
Asintió, y pasó un momento.
—¿Sabes cómo era el reino antes de la Gran Guerra?
—La verdad es que no.
—La mayoría no. —El príncipe Thorne volvió al aparador y se sirvió otro
trago—. ¿Quiere otra?
Negué con la cabeza.
Volvió a colocar la tapa.
—Para cuando el reino se estabilizó lo suficiente tras la Gran Guerra como para
que alguien empezara a hacer crónicas de las historias, todos los que podían recordar
cómo era, hacía tiempo que habían fallecido, llevándose con ellos los recuerdos de
miles y miles de años de civilización. Se decidió que lo mejor era olvidarlo todo.
—¿Estabas… vivo durante ese tiempo?
—No. Fui creado poco después, con el conocimiento de lo que había sucedido.
—Se acercó a la ventana, los ángulos de su rostro se tensaron al asomarse—. En
nuestro idioma, la Gran Guerra se llamó el Apocalipsis.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Los Hyhborn siempre han estado por aquí, en segundo plano, observando y
enseñando. Protegiendo no sólo a los hombres, sino a la propia tierra —dijo— A lo
largo de la historia se nos ha conocido como muchas cosas, en algún momento se nos
adoró como dioses, durante un tiempo se nos llamó la gente bella de los bosques,
ninfas y seres mágicos de otro reino. —Se rio en voz baja—. Otros creían que éramos
elementales, espíritus que encarnaban la naturaleza. Algunos creían que éramos
ángeles, siervos de un dios, mientras que otros nos veían como demonios, ambos
escritos por mortales que apenas comprendían las visiones y premoniciones que
tenían.
277
El aire se escapaba lentamente de mis labios entreabiertos. ¿Hablaba de
visiones similares a las que yo había tenido?
—Supongo que el primero de los Deminyens era todas esas cosas de diferentes
maneras. Cada nombre dado encajaba de alguna manera. —Bebió un trago—. En
cualquier caso, los Deminyens eran antiguos, Calista. Tan antiguos como el reino
mismo. Estaban aquí cuando el primer mortal recibió la vida, e imagino que
estaremos aquí mucho después de que el último pase.
Otro escalofrío me recorrió la espalda mientras me acercaba al sofá y me
sentaba en el borde.
—El tiempo es implacable, sin embargo, e incluso los Deminyens no son
inmunes a sus efectos. —El príncipe Thorne me miró mientras bebía—. Y aunque al
principio los Deminyens interactuaban con los mortales, llegó un momento en que
eso no era algo que pudiera continuar. Los Deminyens pasaron a desempeñar el
papel de vigilantes, pero empezaron a perder su conexión con aquellos a los que
protegían. El más sabio de los Deminyens, se llamaba Mycheil, vio los peligros que
eso entrañaba. Ya lo estaba viendo en otros. Cómo el tiempo los estaba cambiando,
haciéndolos más fríos, menos empáticos y humanos. Empezaron a ocurrir accidentes.
—¿Qué quiere decir con accidentes?
—Muertes. —Sus labios se torcieron en una sonrisa irónica—. Las causas
variaban. A veces era simplemente el susto de ver a un Deminyen que acababa con
la vida de un mortal. Otras veces se debía a que los Deminyens intentaban impedir
que un mortal hiciera algo que pudiera perjudicar a muchos o a las tierras, y en
aquella época, golpear a un mortal... era algo inaudito.
—Bueno, eso ha cambiado definitivamente —murmuré.
—Sí, así es. —Terminó su bebida y la dejó sobre el aparador—. Mycheil sabía
que había llegado el momento de que sus hermanos se alejaran de la humanidad,
para descansar con la esperanza de que, cuando volvieran a despertar, estuvieran
renovados. Así que les ordenó que se fueran a tierra, a dormir, y así lo hicieron.
Durante siglos, convirtiéndose en nada más que mitos y leyendas olvidadas para la
mayoría y antepasados desconocidos para otros.
Agarré una almohada suave y la acuné contra mi pecho.
—¿Qué... qué pasó?
El príncipe Thorne no contestó durante un largo momento.
—El tiempo continuó. ¿El mundo anterior a éste? ¿El mundo que cayó? Era
mucho más avanzado. Edificios tan altos como montañas. La comida rara vez se
cazaba, sino que se criaba o diseñaba. Las ciudades estaban conectadas por
carreteras y puentes que abarcaban kilómetros. Calles atestadas de vehículos a motor
278
en lugar de carruajes, y jaulas de acero que surcaban los aires, transportando a la
gente a través de los mares. El mundo no era así.
Lo que decía sonaba inverosímil e imposible de imaginar, pero los Hyhborn...
no podían mentir.
—Esos grandes edificios sustituyeron a los árboles y destruyeron bosques
enteros, la maquinaria asfixió el aire y la facilidad de vida empujó a las criaturas de
todo el mundo al borde de la extinción o más allá. Todo ello tuvo un coste. El mundo
se estaba muriendo, y los mortales, o bien eran incapaces de cambiar sus costumbres,
o bien no querían hacerlo. Las razones realmente no importan, porque toda esa
destrucción despertó a los Hyhborn. Aquellos antiguos intentaron advertir a la gente,
pero muy pocos habían escuchado, y muy pocos de los renacidos Deminyens habían
regresado con una conexión renovada con el hombre.
»Demasiados empezaron a verlos como un azote sobre esta tierra. Una plaga
que debía ser eliminada, y eso es lo que hicieron. Más de la mitad de los Deminyens
se volvieron contra el hombre, creyendo que debían ser despojados de su libertad,
convencidos de que era la única forma de salvarlos a ellos y al mundo, y mientras
otros intentaban defender los derechos del hombre... fue entonces cuando empezó la
guerra. Fue entre Hyhborn. Sus luchas sacudieron la tierra hasta que cayeron los
edificios, azotaron el viento, enviando fuego a través de las ciudades, y levantaron los
océanos, tragando... tragando continentes enteros. Los mortales quedaron atrapados
en el fuego cruzado.
—¿Continentes? —susurré.
—Antes había siete: grandes extensiones de tierra rodeadas de vastas masas
de agua —dijo—. Ya no hay siete.
Dioses míos. Apreté la almohada con más fuerza.
—Los mortales no fueron completamente inocentes de lo que ocurrió. Después
de todo, sus acciones, su egoísmo e ignorancia voluntaria, fueron lo que despertó a
los Hyhborn, pero ninguno de ellos merecía enfrentarse a tal ira, a tal ruina. —Me
miró—. La Gran Guerra no sólo acabó con vidas. Reformó el mundo por completo.
Intenté procesar todo aquello, pero creía que nunca podría.
—Hay Deminyens ahora que fueron parte de ese mundo, ¿verdad?
—Unos pocos. Hubo grandes pérdidas en ambos bandos.
—¿El rey?
El príncipe Thorne me miró.
—Estaba vivo entonces.
—¿Y de qué lado estaba? —pregunté, medio asustado.
279
—¿Ambos? Muchos de los Deminyens que sobrevivieron eran de los que se
encontraban en algún punto intermedio. Creían que había que proteger a los
mortales, pero que no se podía confiar en ellos para gobernar las tierras. Que si se
les dejaba solos o se les daba algún poder real, repetirían la historia.
A veces pensaba que no se podía confiar en nosotros, los lowborn, para llevar
una jarra de agua sin derramarla, pero decir que repetiríamos la historia era injusto
cuando esa historia nos era desconocida.
—¿Qué piensas tú?
—No estoy seguro. —Apareció una sonrisa irónica—. Realmente varía de un
día para otro. —Sus ojos se encontraron con los míos—. Pero lo que sí sé es que ese
tipo de guerra no puede volver a suceder. Los mortales no sobrevivirían a ella, y hay
que hacer todo lo posible para evitarlo.
—Entonces, ¿es qué? —Me levanté, dejando caer la almohada donde estaba
sentada—. ¿Sacrificar a pocos para salvar a muchos? ¿Es eso lo que realmente
significa obedecer las órdenes del rey?
—¿En los términos más simplificados? Sí. —Me observó—. Hay una razón por
la que la mayoría de los mortales no conocen la historia de su reino.
—¿Porque si la supieran, temerían a los Hyhborn?
Asintió.
—Más de lo que muchos ya hacen.
Helada, me pasé las manos por los brazos. No estaba tan segura de que esa
fuera la única razón por la que la historia se mantenía en secreto. Tal vez el rey y los
que gobernaban no querían que tuviéramos la oportunidad de hacer y ser mejores
de lo que habíamos hecho y sido antes.
—Es mucho para asimilar.
—Lo sé.
—Supongo que la ignorancia es felicidad —murmuré.
—El conocimiento rara vez facilita las cosas. —Inhaló profundamente—. ¿Lo
que compartí contigo? Está prohibido hacerlo.
Lo miré.
—¿Entonces por qué lo harías?
—Una vez más, no lo sé. —Se rio—. Creo que sentí la necesidad de explicar
por qué he hecho las cosas que he hecho, porque se siente... —Frunció el ceño—. Es
importante que entiendas que no soy...
Que no era un monstruo.
280
Respiré entrecortadamente. No sabía qué pensar. ¿Era un monstruo?
Posiblemente. Decía no sentir compasión y arrasaba ciudades por orden del rey, pero
llevaba el peso de las órdenes del rey. Podía verlo incluso ahora.
Sabía que no era ni malo ni bueno. Ni yo tampoco, y no necesitaba mi intuición
para confirmar nada de eso ni para saber que salvaba a los que podía y lloraba a los
que no.
—Si deseas marcharte, Calista, no te lo impediré. Ni siquiera te culparía —dijo
el príncipe Thorne, atrayendo mi mirada hacia él—. Eso te lo prometo.
Asentí, retrocedí y me aparté de él, porque eso era... eso era lo que creía que
tenía que hacer. Crucé el espacio, sintiendo su mirada clavada en mi espalda. Llegué
a la puerta y rodeé el picaporte con los dedos. Giró al agarrarlo. La puerta se abrió
de golpe. Mi corazón empezó a latir con fuerza mientras miraba la delgada abertura.
Me quedé helada, en guerra conmigo misma, porque yo...
No quería irme.
A pesar de que debía hacerlo, y a pesar de lo que había aprendido, quería
quedarme, y sabía lo que significaba si lo hacía, a qué estaba accediendo. El tipo de
compañía que él quería no implicaba que yo le enseñara los entresijos del
consentimiento o que siguiéramos discutiendo sobre sólo los dioses sabían qué. Me
quería a mí. Mi cuerpo. Yo lo quería a él. Su cuerpo.
¿Por qué no puedo tener eso?
No había ninguna razón, excepto una... una aguda sensación de nerviosismo,
porque quedarse inexplicablemente daba ganas de más.
Porque no era sólo el placer lo que buscaba si me quedaba con él. Era la
compañía. Su aparentemente inexplicable confianza en mí. La complejidad de quién
y qué era. También era la tranquilidad que encontraba con él.
Cerré la puerta y me giré para verle donde le había dejado. Nuestras miradas
se cruzaron y me pareció ver un atisbo de sorpresa en sus rasgos.
Lentamente, extendió la mano. Sentía el pecho demasiado apretado y
demasiado suelto al mismo tiempo. No sentí el frío suelo bajo mis pies mientras
avanzaba. Sus ojos no se apartaron de los míos mientras levantaba mi mano
temblorosa y la colocaba sobre la suya. El contacto de mi palma contra la suya fue una
sacudida para los sentidos, y mientras sus dedos se enhebraban con los míos, mi
intuición guardó silencio, pero de algún modo supe que nada volvería a ser igual
después de este momento, después de esta noche.
281

CAPÍTULO 27

C
abía la posibilidad de que sólo fuera mi hiperactiva imaginación
guiando mis pensamientos, rellenando los huecos que mi intuición
callaba, pero no podía evitar la sensación de que esta única elección
era el principio de que todo cambiara al girar el príncipe Thorne.
Sin decir palabra, me condujo a la alcoba. El corazón aún me latía con fuerza
mientras miraba desde la puerta a la cámara de baño y luego a la cama. La energía
nerviosa se apoderó de mí, una mezcla de expectación y de... lo desconocido. Hacía
mucho tiempo que no estaba con nadie.
Y nunca había estado con alguien como él.
El príncipe Thorne se detuvo a un lado de la cama y se volvió hacia mí. Seguía
en silencio mientras me acariciaba la mejilla, con los colores de sus iris
arremolinándose. ¿Podía saber por qué me latía ahora el pulso? Arrastré el labio
inferior entre los dientes.
Sosteniéndome la mirada, bajó la punta de sus dedos por mi garganta hasta mi
hombro. Me giró para que le diera la espalda.
—¿Cómo fue para ti? ¿Crecer?
—Yo... no lo sé. —El roce apenas perceptible había dejado una estela de
escalofríos.
—Sí, lo sabes. —Me apartó un mechón de cabello del hombro—. Dímelo.
Me quedé mirando al frente.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Simplemente lo hago.
—No es tan interesante.
—Lo dudo —dijo—. Dime cómo era, na'laa.
—Era... —Se me cortó la respiración cuando sus dedos encontraron la hilera de
ganchitos en la espalda de mi vestido. Una lámpara de la mesilla de noche se
encendió, sobresaltándome. Su habilidad para hacer esas cosas no era algo a lo que
pudiera acostumbrarme—. Ha sido duro.
Se quedó callado un momento.
—¿Cuándo te quedaste huérfana?
282
—¿Cuando nací? —Me reí—. O poco después, supongo. No sé qué les pasó a
mis padres, si enfermaron o simplemente no pudieron cuidar de mí, y... solía pensar
mucho en eso. ¿Por qué me abandonaron? ¿Tenían elección?
—¿Ya no te lo preguntas? —preguntó, mientras el vestido se aflojaba y él
trabajaba lentamente en los cierres.
Negué con la cabeza.
—No tiene sentido. Hacerlo volvería a uno loco, así que decidí que no tenían
elección.
—Es probable que esa sea la verdad sea cual sea el escenario —comentó, y yo
asentí—. ¿Cómo sobreviviste?
—Haciendo lo que fuera necesario —dije, y luego añadí rápidamente—: No
estaba sola. Tenía un amigo. Sobrevivimos juntos.
—¿Y este amigo? ¿Hizo que sobrevivir fuera más fácil?
Lo pensé mientras el dorso de sus dedos rozaba la piel de mi espalda baja.
—Lo hizo más fácil, pero...
—¿Pero?
—Pero también lo hizo más difícil —susurré—. Porque no es sólo tu propia
espalda la que estás cuidando, ¿sabes? También es la de otra persona, alguien por
quien te preocupas cada vez que se separan, en busca de comida, dinero o cobijo. En
la calle pueden pasar muchas cosas. Todo el mundo es.... —Me detuve, moviéndome
incómoda de un pie a otro.
—¿Todo el mundo es qué?
Le miré por encima del hombro. La poca luz proyectaba sombras en los huecos
de sus mejillas.
—¿De verdad quieres saberlo? Porque no tienes que fingir interés para que
hagamos lo que sea.
Me miró fijamente, con los ojos ocultos bajo las pestañas.
—No estoy fingiendo —dijo—. Y tampoco estaba fingiendo en la cena.
Levanté una ceja.
—¿De verdad te interesaban los distintos tipos de sedum? —Me reí—. A nadie
le interesa el sedum.
—Pero a ti sí.
—Sí, bueno, me entretengo fácilmente.
El príncipe Thorne rio entre dientes.
283
—Esa es otra cosa que dudo —dijo—. ¿Todo el mundo estaba qué, na'laa?
Mordisqueándome el labio inferior, negué un poco con la cabeza.
—Todo el mundo es un enemigo potencial. Otros niños, incluso aquellos con
los que compartías espacio y en los que confiabas. La persona que te dio el pan un
día puede llamarte al juzgado al día siguiente y acusarte de robar. ¿El señor
demasiado amable de la calle? Bueno, esa amabilidad tiene un coste. —Me encogí de
hombros cuando sus dedos se detuvieron a lo largo del último de los ganchos—. Así
que no sólo te cuidas a ti mismo, sino que no estás solo. También tienes a alguien que
vela por ti.
Se quedó callado un momento.
—Haces que suene como si no fuera nada.
¿Lo hice?
—Simplemente fue lo que fue.
Hubo otro breve silencio.
—Eres más valiente de lo que pensaba.
Con la cara cálida la cara, forcé una carcajada.
—Eso no es verdad. Me he pasado toda la vida asustada. Todavía... —Respiré
hondo—. No creo que fuera o sea valiente. Probablemente sólo estaba desesperada
por sobrevivir.
—Tener miedo no disminuye la valentía de uno —dijo, terminando el último de
los botones—. Tampoco la desesperación. En todo caso, refuerza la valentía.
—Tal vez —murmuré, aclarándome la garganta—. Te preguntaría cómo fue
para ti, pero como nunca fuiste un niño.... —Me interrumpí, frunciendo el ceño—. Es
muy raro decir eso en voz alta.
El príncipe soltó una carcajada y sus dedos me presionaron ligeramente la piel,
separando los costados del vestido mientras los subía por mi espalda. Las mangas del
vestido se deslizaron un poco más por mi brazo, deteniéndose justo por encima de
mis codos.
—¿Cómo fue? —pregunté, mi curiosidad sacando lo mejor de mí—. ¿Ser
creado?
—Es difícil de explicar y probablemente imposible de entender. —Sus manos
rozaron la parte superior de mi espalda, provocándome otro escalofrío—. Pero es
como... despertar, abrir los ojos y saberlo todo.
Parpadeé.
—¿Todo? ¿Como en un instante? —Le devolví la mirada, pero su cabeza estaba
girada de tal manera que no pude ver su expresión—. ¿Lo sabes todo?
284
—Sí, pero lleva un tiempo entender lo que sabes y cómo se aplica todo al
mundo que te rodea, el mundo en el que aún no has entrado. —Sus dedos trazaron la
línea de mis omóplatos—. Pueden pasar años hasta que lo entiendas del todo.
Intenté imaginarme cómo sería despertar en cuestión de minutos con los
conocimientos que había adquirido a lo largo de toda una vida. Él tenía razón. No
podía entenderlo.
—Eso suena... intenso.
—Muchísimo.
Me quedé quieta mientras él seguía explorando mi espalda, disfrutando de su
cálido tacto.
—Y cuando te crearon, ¿tenías el aspecto que tienes ahora?
—No exactamente. —Sus dedos recorrieron mi columna vertebral—. Cuando
recobré el conocimiento, estaba bajo tierra.
jadeé.
—¿Te enterraron vivo?
—No, na'laa. —Volvió a subir sus manos por mi columna vertebral—. Fui
creado de la tierra, como todos los Deminyens, y cuando llegamos a nuestra
conciencia, aún no estamos completamente... formados.
—¿No estabas completamente formado? —Mi mirada se posó en su espada
envainada—. Voy a necesitar más detalles sobre eso.
—Nuestros cuerpos tardan un tiempo en convertirse en lo que reconoces
ahora, y las cosas pueden salir mal en el proceso de creación —explicó—. Al
principio no somos más que una conciencia, luego, con el tiempo, nuestros huesos se
forjan en la roca profunda de la tierra mientras nuestra carne se talla en la piedra. —
Sus dedos rozaron mis costillas—. Mientras tanto, las raíces de los Wychwoods nos
alimentan, creando nuestros órganos y llenando nuestras venas. El proceso puede
durar años mientras escuchamos la vida a nuestro alrededor y por encima de
nosotros.
Me quedé con la boca abierta. Intenté asimilar todo aquello y desistí porque no
había manera.
—¿Años bajo tierra? Me volvería loca.
—Por supuesto que sí. Son mortales —dijo simplemente—. Nosotros no lo
somos.
—Pero no entiendo... Quiero decir, sangras sangre. No savia.
—Al igual que los Wychwood.
Al recordar los rumores, se me curvó el labio.
285
—Había oído que los Wychwood sangraron, pero yo...
—¿No lo creíste?
—Creía que sólo era savia roja lo que veía la gente, pero supongo que ahora
entiendo por qué los Wychwood son tan sagrados. —Solté una risa temblorosa—.
Sabes, la noche en los jardines, cuando dijiste que formabas parte de todo lo que nos
rodeaba, no creí que te refirieras literalmente.
—La mayoría no lo haría. —Sus dedos se deslizaron por la curva de mi cintura.
Pensé en lo que había compartido conmigo sobre el mundo pasado.
—¿Los que vivieron antes de la Gran Guerra conocían a los Wychwood?
—Si lo hicieron, se olvidó, pero habría habido señales al entrar en el bosque
de que pisaban suelo sagrado. Advertencias que debieron ser ignoradas. Fue la
destrucción de los Wychwoods lo que despertó a los primeros.
En cierto modo, era difícil no enfadarse con nuestros antepasados cuando
parecía que habían cavado su propia tumba casi por voluntad propia.
—Hay Hyhborn que nacen, ¿verdad? —pregunté—. No me refiero a los
caelestias.
—Los hijos de los Deminyens nacen y envejecen igual que un caelestia o un
mortal, pero quizá más despacio.
—Eso es lo que pensaba. —Hice una pausa—. ¿Tienes hijos?
—No.
No sabía por qué me aliviaba oír eso, pero así era.
—Había oído que los Deminyens pueden elegir cuándo tener un hijo. Como
que ambas partes tienen que quererlo para que se cree un hijo. ¿Es eso cierto?
—Lo es.
—Debe ser agradable —murmuré.
—¿Y tú? —Sus manos volvieron a deslizarse por mi espalda—. ¿Has tenido
hijos?
—Dioses, no.
El príncipe Thorne se rio.
—¿Supongo que no le gustan los niños?
—No es eso. Es sólo que tipo de... —Me detuve. Las palabras de Grady
resurgieron. ¿Por qué querría traer un niño a este mundo? Era una buena pregunta
para la mayoría, pero ¿para mí? Aún más. ¿Cómo podría siquiera tocar a mi hijo?
—Lo entiendo —dijo en voz baja.
286
Abrí la boca, pero la cerré, pensando que tal vez él sí comprendía que yo no
sería capaz de dar a un niño la vida que merecía. Que temía acabar repitiendo la
historia. No quería hacerle eso a un niño. No podía. Pero no había forma de que él
supiera lo verdaderamente difícil que sería para mí.
Me aclaré la garganta.
—De todos modos, ¿dijiste que las cosas pueden ir mal durante la creación?
—Si se perturba el proceso, se interrumpe la creación. —Deslizó sus manos por
mis brazos, atrapando las mangas de mi bata. Respiré entrecortadamente mientras el
sedoso material se deslizaba por mis brazos y mis caderas, acumulándose a mis
pies—. Lo que se desentierra es aún menos mortal que un Deminyen.
Un escalofrío golpeó mi carne expuesta.
—¿Hablas de los que no se parecen a nosotros? ¿Como los nix?
—En cierto modo —dijo, sus palmas rozando mis costillas una vez más,
ahuyentando la frialdad—. Los nix se despiertan pronto a propósito.
Mi mente volvió a la última vez que estuve en esta cámara.
—¿A eso te referías cuando hablabas de no confiar en los que crearon al nix?
Su aliento me rozó la nuca y luego sentí sus labios allí.
—Sí.
Quise preguntarle por qué alguien intentaría perturbar el proceso, pero sus
manos se dirigieron a mis caderas. Sus dedos se deslizaron bajo el fino encaje y
empezó a bajarlo.
Mi pulso se aceleró cuando miré por encima de mi hombro, viendo sólo la parte
superior de su cabeza inclinada mientras bajaba la tela por mis piernas, y luego esta
también se unió a la bata en el suelo. Su boca rozó la curva de mi culo, dispersando
mis pensamientos. Después, sus labios me rozaron la parte baja de la espalda, el
centro de la columna vertebral y la nuca cuando volvió a levantarse.
—Dime una cosa, na'laa —me dijo, girándome en sus brazos—. ¿Así es como
sobrevives ahora?
Levanté la vista y mi mirada se cruzó inmediatamente con la suya. El azul se
había intensificado hasta alcanzar un color parecido al del cielo al atardecer, que se
filtraba en las demás tonalidades.
—¿Qué quieres decir?
Me recogió el cabello, arrastrándolo hacia atrás por encima del hombro.
—¿Sigues sobreviviendo haciendo lo que sea necesario?
—Sí —susurré.
287
Las gruesas pestañas bajaron, protegiendo sus ojos.
—¿Es por eso que decidiste quedarte esta noche?
Me dio un vuelco el estómago.
—No.
—¿De verdad?
Un temblor me recorrió los brazos cuando los levanté y enrosqué los dedos a
los lados de su túnica. El corazón me latía con fuerza en el pecho mientras le subía la
túnica. Silencioso, él tomó el relevo y se quitó la camisa, así que me acerqué a la
solapa de sus pantalones. Desabrochar los botones no se parecía en nada a la primera
vez que lo había hecho con él. Tampoco cuando le bajé el suave y desgastado material
de los pantalones.
—Sí —respondí cuando se quitó los pantalones. Apoyé las palmas de las manos
en su vientre y cerré los ojos al sentir su suave piel bajo mis manos. Otro temblor me
recorrió—. De verdad.
El príncipe no dijo nada mientras yo le pasaba las manos por el pecho,
pensando en cómo su carne era realmente de piedra. Durante unos instantes, me
permití perderme un poco en el mero hecho de tocarlo. El roce de su dura piel contra
mis manos, mucho más suaves. Los estrechos pliegues de su vientre. Los músculos
tensos. No tenía ni idea de lo que yo debía parecerle a él, pero la novedad de tocar a
otro era demasiado fuerte para resistirse. No me detuvo. Se limitó a quedarse allí,
permitiéndome explorar, igual que yo le permití a él hacer lo mismo, y por eso, no
creí que pudiera llegar a entender lo que me había dado mientras me arrodillaba ante
él, la piedra del suelo tan dura como su piel, pero fría.
Abrí los ojos y alcé la mirada hacia la rígida y gruesa longitud que sobresalía
de sus caderas.
—Eres precioso —susurré.
Su cabeza se inclinó ligeramente, exponiendo una mejilla de color más intenso
a la luz de la lámpara.
Mis labios se separaron.
—¿Estás… ruborizada?
—¿Lo estoy? —Sonaba realmente inseguro.
Había algo totalmente encantador en esa tenue mancha en sus mejillas: que
alguien tan poderoso y de otro mundo como un Deminyen pudiera sonrojarse.
—Sí, alteza.
—Thorne —corrigió—. Creo que nunca me había sonrojado.
—Quizá sí y nadie te lo ha dicho.
288
—Muchos no tendrían el valor de hacerlo —comentó, enderezando la cabeza—
. Pero creo que esta es una... primera vez.
Probablemente no lo fuera, pero me gustaba la idea de ser la primera en hacer
sonrojar al temido príncipe de Vytrus. Sonreí mientras recorría sus muslos con las
manos, fijándome en su longitud. De rodillas, tuve que estirarme para alcanzarlo, era
tan absurdamente alto. Arrastré las manos por su piel, sintiendo la dura curva de su
culo y luego la carne magra de sus caderas una vez más, mientras me latía la sangre.
Su tamaño era impresionante... e intimidante, e incluso si no hubiera sido algo que no
había hecho en mucho tiempo, me habría sentido nerviosa... excitada pero nerviosa.
—Estaba pensando —dije, sintiéndome atrevida y deseosa—. Ya que tú has
comido postre, sería justo que yo también lo hiciera.
Sus dedos rozaron mi mejilla antes de deslizarse por mi cabello.
—Entonces tómalo.
No hubo vacilación, incertidumbre ni fingimiento. Estaba de rodillas ante él,
tocándolo, porque quería, y no había nada en mi mente más que mis propios
pensamientos. Mis manos no temblaron cuando lo rodeé con mis dedos, pero él sí.
Fue un leve temblor cuando lo agarré con fuerza y volví a sentirlo cuando mi aliento
acarició la cabeza de su polla. Subí la mano por su polla, sintiendo esas ligeras crestas
mientras lo miraba.
El aire se me enganchó en el pecho. Tenía los hombros y los brazos
ligeramente dorados. Tenía la cabeza inclinada y el cabello le caía hacia delante y a
los lados de la cara. No podía verle los ojos, pero su mirada era intensa y ardiente.
Avivó el fuego que ya hervía en mis venas. Los dedos en mi cabello se enroscaron.
Lo metí en la boca y me estremecí al oír el profundo y estruendoso sonido que
salía de él. Lo llevé tan lejos como pude, que no era tanto, pero el príncipe... Su
gemido de respuesta y la flexión superficial de sus caderas me dijeron que no le
importaba en absoluto. Le pasé la lengua a lo largo y a lo largo de las crestas de la
parte inferior, hasta llegar a la hendidura bajo la punta de la polla. Volví a metérmela
en la boca mientras... parecía calentarse bajo mi mano y dentro de mi boca, y ese
calor invadió mis propios sentidos. Chupé la cabeza de su polla, sorprendida por su
sabor. No era salado como antes, sino... ¿ligeramente dulce? ¿Como una
espolvoreada de algo parecido al azúcar? Nunca había probado nada parecido. Su
mano me apretó el cabello, tirando de los mechones mientras chupaba con más
fuerza, llenándome la boca con más sabor a él. Sentí un cosquilleo en la boca y aquel
agudo remolino de sensaciones me recorrió entera, endureciéndome las puntas de
los pechos y uniéndose a los músculos que se me encrespaban en el vientre. Sentí
que me humedecía y gemí a su alrededor. La leve y ardiente punzada que sentí en el
cuero cabelludo cuando todo su cuerpo se sacudió no hizo más que aumentar mi
excitación.
289
Me incliné hacia él, apretando los pechos contra sus muslos mientras lo
acariciaba con la boca y la mano. El latido de mi lengua resonó entre mis muslos y
quise bajar la mano y tocarme, pero nunca lo había hecho, nunca me había tocado
ante otra persona. Dioses, lo deseaba tanto que el dolor era casi doloroso cuando mis
dedos presionaban la parte posterior de su pantorrilla.
—Joder —gruñó, su cuerpo volvió a sacudirse.
Nunca me había gustado tanto este acto, pero ahora estaba ávida. Me sentía
insaciable mientras lo atraía hacia mí, deleitándome con su sabor, con sus gemidos
profundos y guturales. Y cuando sus caderas empezaron a balancearse, quise que se
moviera más rápido, más fuerte. Quería todo tipo de... de cosas perversas mientras
abría los ojos y lo miraba, con el pulso atronador y el cuerpo dolorido. Apreté los
muslos, estremeciéndome ante la oleada de deseo. Me sujetó la nuca con firmeza,
manteniéndome en mi sitio mientras se movía. Quería...
—Tócate.
Mis ojos se abrieron de golpe.
Me sacó la polla de la boca y me puso de pie. Me temblaron las piernas cuando
me dio la vuelta y me sentó en el borde de la cama. Se acercó y me abrió las piernas.
El aire frío besó el calor entre mis muslos. Se agachó entre nosotros y me tomó una
mano. La pasó por la longitud y la cabeza de su polla, su carne mojada por mi boca
y... y por él. Las puntas de mis dedos se calentaron de inmediato y empezaron a
hormiguear.
—¿Qué… qué es esto? —pregunté, apenas reconociendo mi voz. Era gutural.
Sensual—. Me hormiguea la piel y sabes a... —Tragué saliva y gemí suavemente. En
la nube de lujuria, recordé algo que había dicho—. Tu semen...
—Es un afrodisíaco —terminó.
—Dios mío. —Jadeé, con los ojos desorbitados. Ni siquiera se había corrido
aún, ¿y podía tener ese efecto?—. Ahora yo... —gemí mientras un dardo de intenso
deseo me recorría—. Ahora entiendo por qué la gente lo desea tanto.
Su risa era oscura y pecaminosa.
—Tócate —ordenó, doblando su mano a lo largo de la parte posterior de mi
cabeza una vez más—. Folla tus dedos mientras yo te follo la boca.
Mi cuerpo se encendió ante su petición, ante unas palabras que normalmente
me habrían apagado, pero que ahora me arrancaron un gemido de placer. Con los
ojos clavados en los suyos, hice lo que me pedía. Llevé mi mano al espacio entre mis
muslos mientras él me miraba, mientras permanecía completamente inmóvil, con su
polla brillando entre nosotros. Mis dedos rozaron mi clítoris y mis caderas casi se
salieron de la cama. El cosquilleo de mis dedos se trasladó al tenso capullo de
nervios...
290
—Oh, dioses —grité ante el escalofrío de placer que me recorrió, con el cuerpo
temblando—. No creo que pueda.
—Tú puedes. —Acercó mi cabeza hacia él—. Quiero esos dedos dentro de ti.
—Su mandíbula se flexionó—. Los quiero dentro de ti.
Estremeciéndome, los deslicé por la humedad y luego dentro de mí. No
parpadeó ni una sola vez cuando empecé a mover los dedos. Se alzaba sobre mí, con
la mano enredada en mi cabello. El hormigueo de calor siguió la penetración de mis
dedos.
—Esa es mi chica —murmuró.
Me latía el pulso cuando volví a metérmelo en la boca y lo agarré con la otra
mano. Lo chupé mientras hacía lo que me había pedido. Mi murmullo de aprobación
se perdió en su gruñido mientras empujaba con más fuerza, sus movimientos se
hacían más bruscos, pero había una línea de control en cada empuje de sus caderas.
No me hizo daño y, por Dios, sabía que podría hacerlo fácilmente con lo duro que era,
con lo fuerte que era, pero tomó sin tomar y yo tomé más de su sabor en mi boca,
rechinando contra la cama mientras me tocaba. Los músculos se tensaron y giraron
en mi interior. No podía oír mis gemidos, pero sabía que los sentía al verme trabajar
su polla con la boca y a mí misma con los dedos. La liberación me golpeó con fuerza,
robándome el aliento...
El príncipe me sacó de la boca, empujándome sobre la cama mientras se
acomodaba entre mis piernas, atrapando mi mano y su polla entre los dos mientras
apoyaba su peso sobre mí. La mano en mi cabello me tiró de la cabeza hacia atrás. Mi
mirada se encontró con la suya cuando se estremeció, su liberación caliente y
cosquilleante contra mi mano, contra mi núcleo, su cuerpo tan caliente como su carne
parecía zumbar. Mis ojos se agrandaron ante el torrente de sensaciones mientras los
bordes de su cuerpo brillaban igual que los sōls. El sonido que hice al aferrarme a su
brazo seguramente me avergonzaría, pero su risa -su risa rica y sensual mientras se
mecía contra mí- tiró de mis propios labios mientras me recorría oleada tras oleada
de placer.
Y así siguió, segundos que se convirtieron en minutos, mucho después de que
él se calmara contra mí. Los temblores de placer continuaron incluso cuando metió la
mano entre nosotros, apartando los dedos de mí. Me estremecí mientras él... se
mantenía sobre mí, apartándome los mechones de cabello húmedo de la cara,
tocándome la mejilla, los labios entreabiertos, con los ojos abiertos y sin perderse ni
un instante. Me miraba, me acariciaba mientras yo me corría y me corría hasta que la
última oleada de placer se desvaneció y por fin me liberé de su esclavitud. Me quedé
mirándole, con los ojos entreabiertos.
Dioses, Naomi no se había equivocado con lo de los orgasmos…
—Quédate aquí —dijo el príncipe.
291
No iba a ninguna parte cuando se levantó de mí. No podía moverme, cada
músculo parecía haber perdido la capacidad de funcionar. Me pareció oír abrir el
grifo. Se me cerraron los ojos cuando me quedé tumbada, el calor desapareció de
entre mis muslos antes de que su sabor desapareciera de mi lengua. Puede que me
quedara dormida, porque cuando abrí los ojos y lo encontré encima de mí, tuve la
sensación de que llevaba allí algún tiempo.
—Toma. —Se inclinó, apoyando una rodilla en la cama mientras deslizaba una
mano bajo mi nuca y levantaba mi cabeza—. Bebe esto.
Abrí la boca al vaso que me acercaba a los labios. Era agua y bebí ferozmente,
sin darme cuenta hasta ese momento de lo sedienta que estaba. Me quitó el vaso
cuando terminé y recogió un paño que debía de haber traído. Me tomó del brazo, me
pasó el paño húmedo por los dedos flácidos y me bajó la mano a la cama.
—La próxima vez... y habrá una próxima vez —juró, arrastrando el paño entre
mis piernas. El azul de sus ojos se volvió luminoso cuando gemí y levanté las caderas
débilmente contra su contacto. Un lado de sus labios se curvó—. Te vas a correr en
mi polla, y te vas a quedar ahí hasta que te abandone la última gota de placer. —Hizo
una pausa, inclinando la cabeza—. ¿Estás de acuerdo?
Mis cejas se alzaron ante su intento de pregunta, y me habría reído si no
estuviera tan cansada.
—Sí, alteza.
—Thorne —dijo con otra carcajada—. Y me alegro de que estemos de acuerdo.
Resoplé.
Cuando tiró el paño a un lado, supe que debía levantarme y vestirme. El
príncipe quería mi compañía, pero yo sabía que había cierta parte de mi compañía
que él deseaba y que no me incluía desmayada en su cama, a pesar de su petición de
la noche anterior. Ordenándome que me moviera, empecé a incorporarme.
No llegué muy lejos.
El príncipe Thorne volvió a mi lado y, antes de que me diera cuenta, me levantó.
Me tumbó en el centro de la cama y luego se acomodó a mi lado. Siguió el chasquido
de la lámpara apagándose. Abrí los ojos ante la oscuridad de la habitación, ante el
pecho que me miraba y tocaba. ¿Planeaba que pasara la noche con él? ¿Dormir a su
lado?
Sólo me había acostado con Grady, y eso no se parecía en nada a esto. No sabía
qué pensar ni qué sentir mientras estaba allí tumbada. Mi corazón daba tumbos sobre
sí mismo, pero debajo de mi palma, su pecho estaba quieto excepto por el ascenso y
descenso superficial de su respiración. ¿A qué se refería cuando dijo que su corazón
no latía como el de un mortal desde hacía mucho tiempo? ¿Tenía algo que ver con
cómo fue... creado?
292
—¿Estás dormido? —susurré.
Hubo un silencio y luego:
—Sí.
Fruncí el ceño.
—¿Me estás contestando en sueños entonces?
—Sí. —El brazo alrededor de mi cintura se tensó.
Tragué saliva, con los dedos presionando su pecho, donde debería estar su
corazón, pero no podía sentirlo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Acabas de hacerlo.
Arrugué la nariz.
—¿Puedo preguntarte algo más?
—Sí, na'laa.
—No me llames así —murmuré.
—Sin embargo, estás siendo especialmente terca en este momento.
Puse los ojos en blanco.
—Como quieras.
Suspiró, pero el sonido no era de enfado. Era casi como si estuviera divertido.
—¿Cuál es tu pregunta?
Me mordí el labio y miré el contorno sombrío de su pecho bajo mi palma.
—¿Alguna vez tu corazón latió como el de un mortal?
—Sí. —Bostezó.
Enrosqué un dedo contra su piel.
—¿Por qué no late así ahora?
—Porque yo... —Su mano se movió distraídamente sobre mi espalda baja—.
Perdí la ny'chora.
—¿Y qué es eso?
No contestó durante tanto tiempo que pensé que podría haberse quedado
dormido sobre mí.
—Todo.
¿Todo? Esperé a que se explayara, pero sólo hubo silencio.
—¿Todavía estás despierto?
293
—No —respondió con una suave carcajada.
Las comisuras de mis labios se levantaron, pero la pequeña sonrisa se
desvaneció rápidamente. Tragué saliva.
—¿Preferirías que... que volviera a mis aposentos?
Su brazo se tensó aún más, apretando mi estómago contra el suyo.
—Si prefiriera eso, no estarías en la cama conmigo.
—Oh.
Se movió y consiguió meter una de mis piernas entre las suyas.
—¿Na'laa?
—¿Sí?
—Duerme.
—Buenas noches, su... —Cerré los ojos, el corazón se sentía... ligero. Nunca me
había sentido así—. Buenas noches, Thorne.
No contestó, pero mientras me dormía, sentí que sus labios rozaban mi frente
y me pareció oírle susurrar:
—Buenas noches, Calista.
294

CAPÍTULO 28

C
uando me desperté, el espacio a mi lado estaba vacío, pero el suave
aroma a madera se aferraba a las sábanas y a mi piel. Puse la mano
sobre la cama, sintiendo el calor de su cuerpo que aún perduraba.
Thorne.
Tenía el vago recuerdo de despertarme a la luz gris del amanecer con el roce
de sus dedos en la curva de mi mejilla, el roce de sus labios en mi frente y el sonido
de su voz.
—Duerme bien —susurró—. Pronto volveré a tu lado.
Abrí los ojos y se me hinchó el pecho. La sensación no era del todo
desagradable, pero sí totalmente desconocida, y me asustó, porque parecía una
promesa de algo más.
Subí las piernas y las apreté contra mi pecho. No podía prometer nada más,
aunque no estaba segura de lo que significaba la idea de algo más. Sabía lo suficiente.
Más iba más allá del placer compartido en las horas más oscuras de la noche. Más iba
más allá de lo físico. Más era un futuro.
Y ninguna de esas cosas era posible con un Hyhborn, y mucho menos con un
príncipe. Especialmente el príncipe de Vytrus.
Pero afirmó haber salvado Archwood porque me había encontrado.
Rodando sobre mi espalda, negué con la cabeza. No podía hablar en serio,
pensara lo que pensara de mi supuesta valentía.
Pero los Hyhborn no podía mentir.
Pasándome las manos por la cara, las arrastré hacia abajo, frotándome la piel.
¿Por qué estaba en su cama, pensando en esto? Había cosas mucho más importantes
en las que debía concentrarme. Que Claude supiera cómo funcionaban mis
habilidades, porque dudaba que no recordara haber hablado de eso. Su relación con
el comandante de los Caballeros de Hierro. El inminente asedio.
Thorne era la menor de mis preocupaciones.
Pero era el más guapo de mis preocupaciones.
—Dioses —gemí, tirando la sábana. Me incorporé y me acerqué al borde de la
cama en busca de mi bata. Al no encontrarla en el suelo, me levanté y me di la vuelta,
295
encontrándola doblada sobre la cómoda, donde la noche anterior habían estado sus
espadas. A los pies de la cama había una bata negra. Debió de dejarla allí para mí.
Cuando me puse la bata, el pecho volvió a hinchárseme de forma extraña y
ridícula. Fue... considerado por su parte.
Volveré pronto.
Miré a mi alrededor. Él... Thorne había dicho que me quería con él hasta que
partiera a escoltar a sus ejércitos. ¿Esperaba que lo esperara todo el día en sus
aposentos?
Eso no iba a ocurrir.
Apartándome el cabello del albornoz, recogí mi bata. La acuné contra mi pecho
y corrí hacia la puerta, que encontré cerrada. Cuando giré el pestillo y abrí la puerta,
estuve a punto de chocar con Grady.
—Dios mío. —Jadeando, me tambaleé hacia atrás.
Grady me agarró del brazo, estabilizándome.
—Lo siento —gruñó—. Estaba intentando forzar la cerradura. Llevo media hora.
Debe de haberle hecho algo para que no se abriera desde fuera. —Su mirada oscura
me recorrió la cara y luego pareció ver lo que llevaba puesto y sostenía—. ¿Estás
bien?
—Sí. Por supuesto. —Di un paso a su alrededor, cerrando la puerta detrás de
mí—. ¿Por qué estabas tratando de forzar la cerradura?
—¿En serio? —Sus cejas se levantaron.
—De verdad. —Empecé a caminar por el pasillo.
Se me quedó mirando un momento.
—¿Sabes siquiera qué hora es? Es casi mediodía.
La sorpresa se apoderó de mí.
—¿De verdad? Yo nunca...
—Nunca duermes hasta tan tarde. —Terminó por mí—. Te busqué por todas
partes esta mañana, Lis. Tus aposentos, los jardines... Me encontré con Naomi, que
también te buscaba —dijo al ver la mirada que le dirigí—. Ella me habló de este
acuerdo.
Ugh.
Agarré la bata con más fuerza.
—No debería haber hecho eso.
—¿Porque no pensabas hacerlo?
296
—No, porque probablemente tuvo que lidiar con tu reacción exagerada y tu
enloquecimiento —dije, callándome cuando pasamos junto a uno de los empleados
que llevaba un cargamento de toallas—. Y te lo iba a decir.
—¿Cuándo?
—Esta mañana. —Me eché un mechón de cabello hacia atrás.
Su mandíbula trabajaba horas extras.
—No hace falta decir...
—No estás contento con este acuerdo.
—Y tú tampoco, según Naomi —replicó.
Fruncí los labios, pero reprimí mi enfado. Seguramente Naomi estaba
preocupada y yo le había dado motivos para estarlo.
—No estaba muy contenta con el acuerdo —empecé—, pero Thorne y yo lo
hablamos y me parece bien.
Grady había dejado de caminar.
—¿Thorne?
—¿Sí? —Le devolví la mirada—. Ese es su nombre.
—¿Y desde cuándo lo tuteas? —preguntó.
Ya que había decidido quedarme a pesar de lo que me había dicho anoche.
No lo dije, porque todo eso era demasiado difícil de explicar o entender.
Diablos, ni siquiera estaba segura de entenderlo. Me volví por el pasillo.
—Está bien, Grady. De verdad...
—Realmente me gustaría que dejaras de mentirme.
—No lo hago. —Me detuve, frente a él—. No me entusiasmaba el acuerdo,
porque él no me había preguntado cómo me sentía, qué quería, pero lo hablamos.
Llegamos a un... entendimiento. —Pienso—. Y yo... —Apretando los labios, negué con
la cabeza mientras empiezo a caminar—. Puedo tocarlo, Grady. Puedo tocarlo y no
oír, sentir o pensar otra cosa que no sean mis propios pensamientos y sentimientos.
Sé que dices que entiendes todo eso, pero no hay forma de que puedas comprender
lo que significa.
—Tienes razón —admitió Grady después de unos momentos—. No puedo
saber lo que eso significa.
Se quedó callado mientras me seguía, pero no duró mucho.
—¿Esa es la única razón? —preguntó en voz baja—. ¿Porque puedes tocarlo?
297
—¿Por qué? —Le lancé una mirada por encima del hombro—. ¿Qué otra razón
podría ser?
—No lo sé. —Miró al techo mientras se colocaba a mi lado—. ¿Te gusta?
—¿Me gusta? —Me reí mientras mi estómago daba un extraño meneo—.
¿Cuántos tenemos? —Le di un codazo—. ¿Dieciséis?
Resopló.
—¿Lo hace?
—No lo sé. Quiero decir, me gusta lo suficiente como para querer tocarlo, si
eso es lo que estás preguntando —dije, con la piel erizada—. No lo conozco lo
suficiente como para que me guste más que eso.
Grady miró fijamente al frente.
—Sí, pero aunque lo conocieras, no puede gustarte, Lis.
—Sí, lo sé. No hace falta que me lo digas.
—Sólo para asegurarme —murmuró.
Ignorando el repentino nudo en el pecho, dije:
—¿No deberías estar trabajando o algo?
—Sí, pero el barón está encerrado en su estudio con Hymel.
Seguramente intentaban averiguar dónde iban a acampar mil soldados. Abrí
de un empujón las puertas de mis aposentos.
—¿Te dijo Naomi por qué los Hyhborn estaban aquí?
—Lo hizo. —Se sentó en el borde de la silla—. Tengo que admitir que me
sorprendió.
—Hay algo más que aprendí anoche.
—Si tiene algo que ver con lo que pasó en las cámaras con el príncipe, no me
interesa en absoluto.
—No tiene nada que ver con Thor... —Me detuve cuando la mirada de Grady
se desvió hacia mí—. No tiene nada que ver con el príncipe, sino con el rey Euros —
dije, y luego le conté cómo el rey había preferido que Archwood siguiera el camino
de Astoria. No le hablé del pasado, del mundo que había caído. Que Thorne me
confiara eso era importante, y conocer el pasado me parecía... peligroso.
—No puedo decir que me sorprenda oír que el rey prefiere ver la ciudad
arrasada —dijo Grady cuando me callé.
—¿En serio? —Levanté las cejas.
—Sí. ¿Te sorprendió oír eso?
298
—Un poco —dije—. Es decir, hay una gran diferencia entre que el rey se
interese poco por el bienestar de nosotros, los lowborn, y que decida que nuestros
hogares y medios de vida no merecen la posibilidad de que un Hyhborn resulte
herido o muera.
—Sí, no veo ninguna diferencia. —Se encogió de hombros—. A fin de cuentas,
a los Hyhborn sólo les importan ellos mismos. La mitad de las veces me sorprende
que no se hayan deshecho de nosotros y hayan tomado el reino para ellos.
—Dioses. —Le miré fijamente—. Eso es oscuro. Incluso para ti.
Resopló.
Negué con la cabeza.
—Hay más. Se trata de Vayne Beylen.
La curiosidad llenó su rostro.
—Soy todo oídos.
—Y tiene que quedarse en tus oídos.
—Por supuesto.
Miré hacia la puerta cerrada.
—Claude y Vayne son parientes.
Su ceño se levantó.
—¿Qué?
—Son primos, parientes por parte de padre de Claude —le dije—. Beylen es
una caelestia.
—Joder… —Exhaló la palabra. Se reclinó en la silla y pasó un brazo por encima
del respaldo—. ¿Cómo aprendiste esto?
—Claude me lo dijo. Los Hyhborn no lo saben. —Me crucé de brazos, inhalando
profundamente y arrepintiéndome de inmediato, porque la maldita túnica olía a... a
Thorne—. Pero que sea un caelestia explica por qué los Caballeros de Hierro
apoyarían a las Tierras Occidentales.
—Sí. —Se pasó un dedo por la frente—. Supongo.
Lo estudié.
—Lo siento.
Levantó la vista.
—¿Por qué?
—Sé que admirabas a este Beylen, y oír que es un caelestia probablemente lo
cambie.
299
—¿Por qué? —Frunció las cejas.
—Porque los caelestias no son lowborn…
—Básicamente se comparan con los Hyhborn. Quiero decir, mira a Claude. Es
tan peligroso como un gatito medio dormido.
Arrugué la nariz.
—¿De verdad crees que eso no cambia las cosas? ¿Qué es? ¿Su apoyo a las
Tierras Occidentales Hyhborn, una princesa que quiere ser reina?
—Mira, sé que dije que todos los Hyhborn son iguales y esa mierda, pero
estaba… No sé. Estaba hablando con el culo. Beylen y los que le siguen están
arriesgando sus vidas. Debe haber una razón por la que Beylen la apoyaría, por la
que los que ya siguen a Beylen también la apoyan. Ella podría ser diferente.
Exhalé un suspiro, sacudiendo la cabeza.
—Crees que tu príncipe es diferente.
—No es mi príncipe —solté—. Y yo sólo... —Me senté en el borde de la silla—
. Hay algo que siento que me estoy perdiendo con Claude y todo eso, y que es
importante. Dijo que Beylen había nacido de las estrella o algo así. Me sonaba, pero
no lo entiendo. —Había muchas cosas que no entendía, como que Claude había dicho
que el príncipe de Vytrus podía proporcionarme lo que él no podía. Todo.
—¿Nacido de las estrellas? —murmuró Grady, y lo miré. Se balanceó hacia
delante—. Espera. He oído eso antes. Te he oído decir eso.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, jugueteando con el cuello de la bata.
—La Priora de la Misericordia... a la que te entregaron —dijo—. Me contaste
cuando éramos más jóvenes que ella solía decir que habías nacido de las estrellas.
—Mierda. —Mi mano cayó a mi regazo—. Tienes razón.
Me dedicó una sonrisa pícara.
—Lo sé. Probablemente sólo sea una extraña coincidencia.
—Sí —murmuré, excepto que yo no creía en las coincidencias. Ni él tampoco.

Nacido de las estrellas.


Sabía que eso significaba algo.
Mi intuición, normalmente silenciosa en todo lo que tiene que ver conmigo, me
decía que sí.
300
Que era importante.
Claude seguía con Hymel, así que hablar con él no era una opción por el
momento, y dado que esto podía ser algo que sólo supiera un caelestia, la única otra
persona en la que podía pensar que supiera lo que significaba nacido de las estrellas
era Maven.
Eso si Naomi tenía razón sobre ella, y era la abuela de Claude, por parte de
padre.
La cosa era que tendría que hacerla hablar o... tendría que sacarle la
información de otra manera, sin su permiso.
Eso no me sentó bien, pero tampoco me detuvo. Era una hipócrita y plenamente
consciente de ello.
Bañada y vestida con la túnica ligera y las polainas que solía llevar el personal,
con el cabello recogido, aún podía percibir el suave aroma a bosque de Thorne. A
estas alturas, empezaba a pensar que eran imaginaciones mías, porque ¿cómo era
posible?
Entré en la alcoba donde estaba la puerta de la cámara de Maven y llamé. No
obtuve respuesta, pero al cabo de unos instantes la puerta redondeada de madera se
abrió.
Vacilante, respiré hondo y empujé la puerta lo suficiente para poder pasar,
adentrándome en la cámara, iluminada por docenas de velas apiladas en estantes a
lo largo de las paredes de piedra y amontonadas en casi todas las superficies planas.
Tenía que haber electricidad en la cámara para calentar el agua, pero Maven parecía
preferir el ambiente de la luz de las velas.
O lo espeluznante.
Al cerrar la puerta tras de mí, casi no la veo. Envuelta en negro, estaba sentada
en uno de los muchos taburetes, cerca del armario, con la cabeza inclinada mientras
cosía una prenda en su regazo. La habitación olía a jabón de lavandería y ligeramente
a naftalina.
Con la garganta extrañamente seca, me acerqué.
—¿Maven? —Me estremecí al oír mi voz ronca—. He traído el tocado. Olvidé
hacerlo anoche.
Dirigió la cabeza hacia una de las estanterías que contenían otras piezas
elaboradas.
Mordisqueándome el labio, acerqué el tocado a la estantería y encontré un
gancho vacío del que colgarlo. La ansiedad se apoderó de mi pecho cuando la miré.
De la cofia caían mechones de cabello gris apagado que le protegían la cara.
301
—Yo... quería preguntarte algo. —Pasé la cadena por el gancho y coloqué con
cuidado las cadenas de rubíes en el estante de debajo.
No hubo respuesta mientras sus dedos nudosos pasaban la aguja y el hilo por
la fina prenda roja.
—¿Eres la abuela de Claude? —le pregunté.
Aun así, guardó silencio.
Me quedé mirando sus hombros encorvados. Como la otra noche, una presión
estremecedora se instaló entre mis omóplatos. El hormigueo se extendió por mis
brazos y se filtró en mis músculos, guiándome hacia ella. Con los dedos crispados, no
hice ningún ruido mientras me acercaba a la mujer, levantando la mano.
Más rápido de lo que la habría creído capaz, Maven giró sobre su taburete.
Jadeé, retrocediendo un paso.
—¿Crees que me vas a obligar a responder? —preguntó con una voz tan fina
como el pergamino y tan quebradiza como sus huesos—. ¿Después de todo este
tiempo?
—Yo… —No supe qué decir mientras retiraba la mano.
Ella se rio, el sonido más de un resoplido seco que sacudió todo su cuerpo.
—Nunca me habías hablado. Nunca me habías preguntado por mi familia. ¿Por
qué ahora?
—Eso no es cierto. Ya hablé contigo antes, cuando empezaron a traerme —le
dije, pero eso no venía a cuento—. ¿Claude es tu nieto?
Las líneas de su rostro eran profundas gubias. Unos ojos acuosos y
ensombrecidos se encontraron con los míos, pero estaban alerta y llenos de
curiosidad.
—¿Qué te importa?
—¿Puedes responder a la pregunta?
El cabello plateado se le echó hacia atrás mientras levantaba la barbilla.
—¿O?
—O… —Me hormigueaban los dedos—. Obtendré la respuesta por las malas.
—Se me retorció el estómago; la hipocresía seguía sin sentarme bien, sobre todo
después del sermón que le di a Thorne sobre el consentimiento. Por supuesto,
obtener respuestas de Maven no era como exigirme mi tiempo y mi cuerpo, pero se
parecía mucho a dividir los cabellos. Se parecía mucho a lo que hacía cada vez que
utilizaba mis habilidades para Claude. Tal vez por eso tenía tantos problemas con las
exigencias de Thorne. Y tal vez por eso era capaz de aceptarlas. Con el corazón
palpitante, di un paso hacia ella—. No podrás detenerme.
302
La risa de Maven fue más bien una carcajada.
—No, supongo que no. —Se levantó despacio, arrastrando los pies hacia
delante, con el dobladillo de su túnica negra arrastrándose irregularmente por el
suelo—. Sí, es mi nieto.
—¿Por parte de padre?
—Sí.
Exhalé con brusquedad mientras dejaba la prenda sobre una mesa cercana.
Me recordó a una salpicadura de sangre en la oscuridad.
—Entiendes lo que puedo hacer.
—Está claro —comentó, caminando hacia el taburete. Se sentó pesadamente,
con las mejillas hinchadas por el esfuerzo.
Ignoré el sorprendente tono de sarcasmo.
—¿Sabes lo que significa “nacido de las estrellas”
—¿Por qué me lo preguntas? —Agarró una bola de mechones y la atravesó con
la aguja—. Podrías haberle preguntado al barón.
—Porque está ocupado, y supuse que si eres una caelestia sabrías lo que es eso.
Maven negó con la cabeza, arrojando el alfiletero en una cesta a sus pies.
—¿Y por qué piensas eso?
Demonios si lo sabía en este momento.
—Porque lo he oído antes, dicho por la Priora de la Misericordia, y Claude lo
mencionó... de pasada.
—Qué graciosa eres —dijo, riéndose—. Sabes tanto y sabes tan poco.
Entrecerré los ojos.
—Hymel dijo algo así.
—Sí, bueno, ese sabe demasiado.
—¿Qué...?
—¿Por qué no me traes un trago de esa botella roja? —Ella levantó un brazo
frágil . —Ahí. En la mesa junto a la puerta.
Miré por encima del hombro y lo vi. Crucé la cámara, agarré la botella de
cristal y tiré del tapón. El olor a whisky era fuerte, casi me daba en la cara.
—¿Segura que quieres esto?
—No lo pediría si no lo fuera.
303
—Bien —murmuré, sirviendo el licor marrón intenso en una vieja taza de barro.
Le acerqué la bebida y esperé que el whisky le soltara la lengua y no la matara—.
Aquí tienes.
—Gracias. —Rodeó la taza con sus dedos delgados y huesudos, evitando los
míos. Bebió un trago, un trago profundo. Mis ojos se agrandaron cuando tragó y se
relamió—. Me calienta los huesos.
—Ajá.
Su risita no fue mucho más que una bocanada de aire.
—Yo fui como tú una vez. No una huérfana raspada de las calles, pero nada
mucho mejor. La hija de un pobre granjero, una de tres con la barriga vacía pero el
corazón y la cabeza llenos de tonterías.
Enarqué las cejas al oír lo que parecía un insulto, pero me callé.
—Y al igual que tú, estaba más que dispuesta a cambiar cualquier cosa por no
irme a la cama con hambre cada noche —dijo, mirando las velas a lo largo de la pared
mientras yo me sentaba en el borde de otro taburete—. No despertarme cada mañana
sabiendo que iba a acabar igual que mi mamá, muerta antes de entrar en la cuarta
década de vida, o como mi papá, hecho un miserable por el peaje de trabajar los
campos. Cuando conocí al barón Huntington...
»¿Remus Huntington? —Sus avejentados rasgos se suavizaron al hablar del
abuelo de Claude—. Yo estaba más que feliz de darle lo que quería a cambio de que
me mantuviera alimentada y protegida. Confortable. Fue bastante amable, sobre todo
cuando le di un hijo que su mujer hizo pasar por suyo. Pero yo crié a Renald. Seguía
siendo mi hijo, el padre de Claude. También le di una hija. Le puse el nombre de mi
mamá. Eloise. También la crié. De algún modo, sobreviví a todos. —Volvió a reír,
hundiendo los hombros antes de beber otro trago—. Sangre antigua. Así es mi familia.
Nuestra sangre es antigua. Eso es lo que solía decir mi padre.
Lentamente, giró la cabeza hacia mí.
—¿Sabes lo que es la sangre vieja?
Negué con la cabeza.
—Es otro nombre con el que les gusta llamar a los caelestias. Sangre antigua.
Significa que muchos de nuestros antepasados se remontan a la Gran Guerra. Incluso
antes de eso. Pueden ser rastreados hasta los primeros de ellos, aquellos que una vez
fueron las estrellas que nos vigilaban. Más antiguos que el rey que gobierna ahora.
Tan viejo como el que vino antes.
—¿El primero de ellos? —Mi intuición enmudeció, y eso me dijo lo suficiente—
. ¿El Hyhborn?
Maven asintió.
304
—A los Deminyens. Los vigilantes. Los ayudantes.
Thorne....había llamado así a los antiguos Deminyens. Vigilantes.
—¿Qué tiene eso que ver con los nacidos de las estrellas?
—Si dejas de hacer comentarios innecesarios, llegaré.
Cerré la boca.
Maven rio roncamente.
—¿Has pensado alguna vez en lo extrañas que son los caelestias? ¿Que uno de
ellos haya llegado a la creación? Venimos de un Deminyen, no de su descendencia.
Para que nazca un caelestia, tiene que ser uno de ellos y un lowborn, ¿y no es extraño?
Lo supuse, pero no quise hablar.
—Piénsalo. —Me miró—. Los Deminyens pueden follarse a medio reino y nunca
tener un hijo.
Una risita me subió por la garganta al oírla maldecir, pero me la tragué
sabiamente.
—Tienen que elegir tener uno. Ahora, ¿por qué querrían crear un hijo con un
lowborn?
Como no dije nada, me miró fijamente.
—No lo sé —le dije—. ¿Quizás porque están... enamorados?
Soltó una carcajada tan profunda y fuerte que el licor salpicó el borde de su
taza. No podía culparla. A mí me sonaba ridículo.
—Tal vez. Tal vez, pero toda creación tiene que sentar las bases, y eso es lo que
hacían los Deminyens por aquel entonces. Sentar las bases para los nacidos de las
estrellas.
Realmente no tenía ni idea de lo que estaba divagando, pero me quedé callada
y escuché.
—Y soy de la opinión de que a algunos no les gusta ese trabajo de base. Al
menos eso es lo que mi padre siempre decía. Probablemente pienses que es porque
quieren mantener pura su sangre, ¿verdad? —dijo, y sí, eso era exactamente lo que
yo pensaba. Sus labios finos y sin sangre se curvaron, mostrando unos dientes
amarillentos y envejecidos—. Soy de la opinión de que no quieren eso por lo que hace
esa sangre antigua. Permite que caigan las estrellas.
Sentí un hormigueo en la nuca.
—¿Nacidos de las estrellas? ¿Estás hablando de caelestias? —pregunté,
confusa.
305
—No. Ellos no. No han nacido de las estrellas. —Levantó una mano,
señalándome con el dedo—. Las estrellas no caen para cualquiera, pero ellos.... —
Esa mano manchada desapareció de nuevo en su manga mientras levantaba su taza
con la otra—. Decían que cuando cae una estrella, un mortal se convierte en divino.
Mis cejas subieron por mi frente.
—¿Divino?
—Divina como mi otra nieta, niña. —Levantó la taza en mi dirección como si me
saludara—. Divina como tú.
—¿Yo? —chillé—. No soy una caelestia...
—No eres una ordinaria lowborn, ¿verdad? Con ver el futuro. Con mirar dentro
de las mentes de otros. No, no lo eres. Sangre antigua —repitió—. Una vez que uno
nace, todos los que vienen después tienen esa oportunidad. Y hay más de los que
crees. —Su mirada se volvió astuta mientras bebía—. Nadie se ha preguntado nunca
cómo obtuvieron los conjuradores sus conocimientos, el saber hacer cuando se trata
de partes de Hyhborn. Sangre antigua. —Soltó una carcajada—. Nadie cuestiona
nada.
La sorpresa se apoderó de mí. ¿Los conjuradores descendían de los Hyhborn?
—No sabía.... —Me quedé a medio camino, con una risa estrangulada—. Claro
que no lo sabía. —No si lo que decía era cierto—. Mi intuición nunca ha sido de mucha
ayuda cuando se trata de los Hyhborn.
—Extraño, ¿no?
Asentí lentamente. Me rondaban tantas preguntas.
—Es extraño que todos hayamos olvidado la verdad.
—¿La verdad?
Maven bajó la mirada hacia su taza, con el rostro oculto una vez más.
—El bien y el mal son reales. Siempre lo han sido. Pero el peso del reino
siempre ha recaído sobre los que están en medio, los que no son ni buenos ni malos.
Eso es lo que siempre decía mi padre. —Volvió a levantar la taza—. Pero también era
un borracho, así que....
Parpadeé lentamente.
—Hay Deminyens moviéndose por esta ciudad, estas paredes, ¿verdad?
—Sí. Un príncipe y dos lores.
—Un príncipe. —Ella se encorvó—. Tenía que pasar.
—¿Qué?
—Que viniera. —Su cabeza se volvió hacia mí—. Por lo que es suyo.
306

CAPÍTULO 29

U
n agudo remolino de cosquilleos me recorrió la nuca. Viniera por lo que
es suyo. El corazón me dio un vuelco. La misma sensación de antes volvió
a instalarse en mi pecho. Rectitud. Aceptación.
Me incliné hacia delante, apretando las rodillas.
—¿Estás…? —Una ráfaga de energía nerviosa se apoderó de mí. Mi cuerpo se
movió sin voluntad, girando sobre el taburete, hacia la puerta un segundo antes de
que esta se abriera de golpe, chocando contra la mesa con fuerza suficiente para
hacer sonar las velas.
Hymel se quedó allí, con los ojos entrecerrados.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Nada. —Me levanté, limpiándome las palmas de las manos en los muslos—.
Sólo estaba devolviendo el tocado que llevé anoche.
La mirada de Hymel se dirigió a Maven.
—¿Y para hacer eso tenías que estar sentada?
—Maven estaba un poco inestable sobre sus pies —me apresuré a decir, no
tanto por el instinto que me guiaba a mentir, sino por mi desconfianza general hacia
el hombre—. Le di algo de beber y me aseguré de que estuviera bien.
Maven no dijo nada mientras levantaba su taza, terminándose el licor que
realmente esperaba que Hymel no pudiera oler.
—A mí me parece que está bien —gruñó Hymel.
—Sí. Afortunadamente. —Me giré, asintiendo a Maven. La anciana no dio
señales de verme a mí ni a nadie más. Dudé, queriendo confirmación de lo que
sospechaba, pero ella estaba mirando las velas, e Hymel esperaba. Pisoteando mi
frustración, salí de la cámara.
Hymel salió detrás de mí y cerró la puerta.
—¿De qué estaban hablando ahí dentro?
—¿Hablando? ¿Con Maven? —Forcé una carcajada—. No estábamos hablando.
Su labio superior se curvó.
—He oído hablar a alguien.
307
—Me has oído hablar sola —le contesté, centrándome en él—. ¿Y qué
importaría que estuviéramos hablando?
Hymel apretó la mandíbula.
—No es así —dijo, mirando a la puerta y luego de nuevo a mí—. No creas que
te necesitan aquí.
Abriendo y cerrando las manos a los lados, me volví rígida y salí de la alcoba
por el estrecho pasillo de los criados. Cuando llegué a las puertas del vestíbulo, miré
hacia atrás y vi que Hymel ya no estaba allí.
Como lo más probable era que hubiera vuelto a la cámara de Maven, no me
cabía la menor duda de que sabía todo lo que Maven había compartido.

Tres sōls bailaban juntos sobre las rosas mientras caminaba por los jardines
aquella tarde. No me había aventurado demasiado lejos, pues aún podía oír la música
que flotaba en el césped de la mansión Archwood.
Después de hablar con Maven, había buscado a Claude, pero no lo había visto
hasta esta noche. No había posibilidad de hablar con él. Estaba celebrando una fiesta
que probablemente rivalizaba con las que tenían lugar durante las fiestas. La entrada
estaba llena de carruajes enjoyados y la gran sala rebosaba de aristocracia
reluciente. Sólo había pasado unos minutos allí, y sabía que la mayoría había venido
a ver a los lores de Vytrus y, por supuesto, al príncipe.
Extendí la mano y pasé los dedos por el sedoso pétalo de una rosa. Me había
equivocado al suponer que la mayoría de los aristo abandonarían la ciudad al
enterarse del inminente asedio. A ninguno de ellos parecía preocuparle en absoluto
por qué estaban aquí, sus pensamientos se consumían en echar un vistazo al Hyhborn
y más cosas.
Lo que significaba que ninguno de los presentes había estado con los Hyhborn
esa mañana para preparar el asedio. No me sorprendió en absoluto. Todavía creía
que muchos se irían una vez que la realidad de lo que estaba por venir se asentara.
Los Hyhborn no asistieron, y no sabía si alguno de ellos acabaría apareciendo.
Ni siquiera sabía si Thorne había vuelto ya a la mansión o había venido a
buscarme.
Uno de los sōls descendió hasta casi rozarme el brazo antes de adentrarse en
las rosas mientras oía las palabras de Maven resonar en mis pensamientos. Viniera
por lo que es suyo. Un cálido remolino de cosquilleos onduló por la base de mi cuello,
y volvió la misma sensación de antes. Rectitud. Aceptación. No lo comprendía.
308
Empecé a caminar, insegura si lo que sentía procedía de mi intuición o no.
Habiendo sentido sólo vagas premoniciones sobre ellos antes, era difícil saber qué
alimentaba el sentimiento. También era difícil creer lo que Maven había dicho... lo
que había sugerido.
Si había dicho la verdad, entonces estaba diciendo que yo... que yo era una
caelestia y que así era como había adquirido mis habilidades. ¿Podría ser imposible?
No. No conocía a mis padres, mucho menos mi ascendencia, pero Claude no tenía
dones. Nunca había oído que nadie tuviera habilidades anormales, pero tanto ella
como Claude hablaban de Beylen como si fuera diferente. Divino. Como si yo fuera
diferente. Divino. ¿Porque éramos… nacidos de las estrellas?
Levanté la vista hacia el cielo estrellado. Una parte de mí quería reírse de lo
ridículo que resultaba. ¿No habría, no sé, intuido Thorne que yo era una caelestia? ¿No
me lo habría dicho Claude sin más? ¿Por qué ocultármelo? Un pensamiento horrible
cruzó mi mente. ¿Podría habérmelo ocultado porque las caelestias eran aceptadas
automáticamente en la clase aristo? Se presentaban ciertas oportunidades. Podía
buscar educación si eso era lo que quería. Podía poseer tierras. Comprar una casa.
Empezar un negocio...
—No —susurré. Claude no me lo habría ocultado sólo para mantenerme a su
lado. Si era cierto, y yo era una caelestia, habría una buena razón para que Claude no
me lo hubiera contado.
A menos que fuera increíblemente ingenua, y no lo era. Al menos, no creía
serlo.
Caminé durante varios minutos, deteniéndome cuando sentí que el aire se
espesaba de repente. La breve y antinatural quietud y luego el agudo crescendo del
zumbido de los insectos y el parloteo de los pájaros nocturnos. Unos pequeños bultos
se extendieron por mis brazos. La conciencia se apoderó de mí.
Lentamente, me di la vuelta. Respiré con dificultad cuando el movimiento de
hinchazón volvió a mi pecho.
Thorne estaba de pie en la pasarela, a un puñado de metros de mí, vestido con
la túnica negra sin mangas y los pantalones. Una brisa cálida jugueteaba con los
mechones sueltos de su cabello, agitándolos contra el corte de su mandíbula. No
había en él destellos dorados de armas, al menos que yo pudiera ver, pero su
ausencia no lo hacía menos peligroso.
Y ese maldito impulso -el de correr, el de provocarle para que se diera a la
caza- surgió de nuevo en mí. Mis músculos se tensaron en preparación. Era una
sensación salvaje.
—Te he estado buscando —dijo, atrayendo varios sōls desde el aire.
Juntando las manos, me mantuve quieta.
309
—¿Lo hacías?
—Pensé que estarías en mis aposentos o en los tuyos.
—¿Quieres decir que pensabas que estaría esperando tu regreso?
—Sí —respondió sin vacilar.
—No deberías haberlo hecho. —Me aparté de él, con el corazón latiéndome
mientras me obligaba a moverme despacio. A no correr. No miré atrás, porque yo...
sabía que me seguía. Un cálido escalofrío me recorrió la espalda.
—Creía que habíamos llegado a un acuerdo sobre este arreglo —dijo Thorne,
sonando como si estuviera sólo un palmo, si acaso, detrás de mí.
—¿Habíamos?
—Lo hemos hecho —dijo—. Recuerdo haberte dicho que volvería en cuanto
pudiera.
—Pero no recuerdo haber aceptado sentarme a esperar tu regreso.
—No esperaba que te sentaras a esperar.
Me detuve y le miré. Estaba cerca, se había acercado a mí con aquel silencio
desconcertante.
—¿Qué esperabas entonces?
El azul de sus ojos era luminoso mientras me miraba fijamente.
—Que no te escondas de mí.
—No me escondía, alteza. —Levanté la barbilla—. Simplemente estaba
disfrutando de un paseo nocturno.
Un lado de sus labios se curvó.
—¿O simplemente estabas viendo si te encontraría?
Cerré la boca. ¿Había venido aquí por eso?
Su sonrisa se acentuó.
Viniera por lo que es suyo.
Pivotando, me mordisqueé el labio inferior mientras echaba a andar, con la
bata que me había puesto antes de cenar susurrando a lo largo del camino de piedra.
—¿Te has reunido hoy con la gente de Archwood?
—Lo hice. —Se puso a mi lado.
Mantuve la mirada fija al frente.
—¿Aparecieron muchos?
310
—Muchos, pero no todos los que pudieron —me dijo, su brazo rozando el mío
mientras caminábamos—. Tu barón lo hizo.
—¿Qué? —La sorpresa me recorrió mientras le miraba—. ¿Lo hizo?
Thorne se rio entre dientes.
—Estaba tan sorprendido como tú.
Parpadeé, concentrándome en el frente.
—¿Se entrenó?
—No, pero hoy no había mucho que entrenar, ya que Rhaz necesitaba
diferenciar a los que tenían habilidad con la espada o la flecha de los que no la tenían
—dijo, y me pareció divertido, el acortamiento de sus nombres. Rhaz. Bas. Thor—.
Probablemente no te sorprenda oír que la mayoría no tiene esa habilidad.
—No. Más allá de los guardias, dudo que muchos hayan levantado una espada
—dije—. Los únicos que probablemente tengan habilidad con el arco son los
cazadores largos, y es probable que estén de cacería. El resto trabaja en las minas.
—En su mayor parte, sólo ellos se mostraron dispuestos a aprender —
comentó—. Sin embargo, no son los únicos capaces de defender la ciudad.
Sabía que hablaba del aristo.
—Imagino que la mayoría aún no se había despertado de sus actividades
nocturnas para unirse —dije, aún atascada en el hecho de que Claude se había ido—
. ¿Qué hizo el barón?
—Sobre todo escuchaba y observaba, que es más de lo que esperaba de él.
Lo miré, el estómago se me revolvió cuando nuestras miradas se cruzaron.
—No es completamente irresponsable, ¿sabes?
—Ya veremos —respondió—. Pero creo que es más adecuado para la vida en
la corte que para gobernar una ciudad.
Lo que Maven había compartido conmigo parpadeó en mis pensamientos.
Torcí los dedos, teniendo la sensación de que, preguntara lo que preguntara, debía
hacerlo con cuidado.
—¿Es eso lo que hacen la mayoría de los caelestias?
—Algunos. Depende de la corte y de cómo traten a los caelestias. Algunos
Hyhborn los tratan como si fueran...
—¿Lowborn? —Terminé por él.
Thorne asintió.
—¿Cómo es eso?
311
No contestó inmediatamente.
—Se les trata más como sirvientes que como iguales.
Exhalé lentamente.
—¿Y eso difiere de tu corte? Siempre he oído que los lowborn no eran
bienvenidos.
—No lo son.
Mi cabeza se dirigió hacia él.
—Y yo que empezaba a pensar que lo que se decía de que no te gustaban los
lowborn era otra falsa narración.
Thorne miró al frente.
—Las Tierras Altas son tierras feroces, na'laa. Peligrosas incluso para un
Hyhborn viajar sin conocimiento.
Pensé en ello. Sabía que la mayor parte de los Wychwoods estaba en las Tierras
Altas.
—¿Hay caelestias que vivan allí?
—Los hay. Algunos son incluso caballeros de la corte.
—Oh. —Eso tenía sentido, ya que sabía que había muchos caelestias en el
regimiento real. Mordí mi labio inferior, buscando una manera de preguntar lo que
quería saber y encontrándola—. Siempre me he preguntado algo. ¿Puedes tú u otro
Hyhborn sentir a un caelestia? —pregunté mientras abría mis sentidos, creando aquel
cordón. Entré en contacto con aquel escudo blanco, y cuando presioné sobre él, no
hizo nada.
Asintió cuando corté la conexión.
—Su esencia es diferente a la de un mortal.
Bueno, eso echaba por tierra lo que Maven afirmaba. El príncipe se había
referido repetidamente a mí como mortal.
—Es extraño preguntarse sobre eso —comentó Thorne.
—Me pregunto muchas cosas raras —dije, lo cual era cierto.
—¿Como qué?
Me reí.
—Prefiero no avergonzarme compartiendo las cosas que se me pasan por la
cabeza.
—Bueno, ahora estoy aún más interesado.
Resoplando, le envié una mirada.
312
Hubo una pausa cuando nos acercamos a las glicinias. Sólo entonces me di
cuenta de lo lejos que habíamos caminado.
—¿Te preguntas por mí?
Lo había hecho muchas veces a lo largo de los años, y aún más entre la primera
vez que apareció en Archwood y su regreso. Me detuve y pasé un dedo por las flores
de color lavanda. Me había preguntado todo tipo de cosas aleatorias e irrelevantes.
Tenía preguntas que eran mucho menos importantes que lo que debería estar
pensando en ese momento.
—¿Tienes familia? —pregunté, que era algo que me había preguntado—.
Quiero decir, ¿obviamente no de sangre pero algo parecido?
—Los Deminyens tienen algo parecido a una familia, a un hermano —respondió
levantando una mano. Sus dedos rodearon la gruesa trenza de cabello que
descansaba sobre mi hombro—. Nunca hemos sido creados solos. —Pasó el pulgar
por encima de la trenza mientras bajaba la mano—. Normalmente se crean dos o tres
al mismo tiempo, compartiendo la misma tierra, el mismo Wychwood.
—Así que, en cierto modo, ¿tienes hermanos de sangre...?
Sus dedos llegaron a la mitad de la trenza, donde estaba sobre mi pecho.
—En cierto modo.
—¿Y tú? ¿Tienes uno? ¿O dos?
En el suave resplandor de los sōls, se le tensó la mandíbula.
—Sólo uno ahora. —Sus cejas se fruncieron—. Un hermano.
—¿Había otro?
—Una hermana —dijo—. ¿Alguna vez te has preguntado si tenías hermanos?
—Solía hacerlo.
—¿Pero ya no? —supuso.
—No. —Sin su atención en la trenza, estudié abiertamente las llamativas líneas
y ángulos de sus rasgos—. ¿Qué haces cuando… —Se me cortó la respiración cuando
el dorso de su mano rozó la punta de mi pecho. El vestido de muselina amarilla como
la mantequilla no era una barrera para el calor de su tacto.
Sus pestañas se levantaron. Unos ojos más azules que verdes o marrones se
encontraron con los míos.
—¿Qué decías?
—¿Qué haces cuando estás en casa?
—Leer.
—¿Qué? —dije con una carcajada corta.
313
La media sonrisa reapareció.
—Parece sorprendida. ¿Tan difícil es de creer que me guste leer?
Alargué la mano para apartarlo, pero mis dedos se enroscaron en su antebrazo
y permanecieron allí. No tenía pensamientos, pero... sentí algo. El susurro cálido en
mi nuca. La sensación que había sentido antes. Lo correcto. ¿Pero venía de mí?
¿O él?
¿Y qué significaba?
—¿Na'laa?
Me aclaré la garganta y volví a centrarme.
—¿Qué te gusta leer entonces?
—Textos antiguos. Diarios de los que vivieron antes de mi creación —dijo—.
Cosas que la mayoría encontraría aburridas.
—Me parece interesante. —Debajo de mis dedos podía sentir los tendones de
sus brazos moviéndose bajo su dura carne mientras bajaba sus dedos hasta la cola de
mi trenza—. Sólo he visto algunos tomos de historia en los estudios de Claude.
—¿Los has leído?
Negué con la cabeza, dándome cuenta de que hablaba en serio. Al fin y al cabo,
Hyhborn no podía mentir. No entendía por qué lo olvidaba.
—Las páginas parecen antiguas, y tengo demasiado miedo de dañarlas
accidentalmente.
—¿Qué más? —Su mano abandonó mi trenza, rozando mi estómago para
detenerse en la curva de mi cintura, y mi mano la siguió como si estuviera unida a su
brazo. Era el contacto silencioso y sencillo que no podía dejar escapar—. ¿Qué más
te has preguntado?
Si alguna vez pensó en la joven que había conocido en Union City. Me lo había
preguntado muchas veces, pero esas palabras no me venían a la lengua. En su lugar,
sólo pregunté lo que había empezado a preguntarme hoy.
—Si creías en viejas leyendas y rumores.
—¿Como? —Su mano se deslizó hasta mi cadera.
—Como las... las viejas historias de los nacidos de las estrellas —dije, y su
mirada se disparó hacia la mía—. ¿Mortales convertidos en divinos o algo por el
estilo?
Las manchas marrones de sus iris proyectaron de pronto sombras sobre el azul
vibrante.
—¿Qué te ha hecho pensar en eso?
314
Levanté un hombro, deseando que mi corazón permaneciera lento.
—Es sólo algo de lo que oí hablar una vez a una persona mayor. Todo sonaba a
fantasía —añadí—. Ni siquiera estoy segura de que sea algo real, así que tal vez no
tengas ni idea de lo que estoy hablando.
—No, era real.
Era.
Permanecí en silencio.
—Y yo creía —dijo.
—¿Pero qué significa? —pregunté.
—Significa… significa ny'seraph —dijo—. Y eso lo es todo.
Todo. Ya lo había dicho antes, cuando habló de una ny'chora.
—¿Qué más?
Distraída, negué con la cabeza.
—¿Alguna vez has llamado a alguien más na'laa?
—No. —Apareció una sombra de sonrisa—. No lo he hecho.
Nuestras miradas volvieron a cruzarse y, por alguna razón, aquella revelación
me pareció tan importante como saber que algo de lo que había dicho Maven era
cierto.
—Me he preguntado por ti —dijo en el silencio—. Me lo estoy preguntando
ahora mismo.
—¿Oh?
—A ningún mortal le he dicho que tengo un hermano ni he compartido que me
gusta leer.
—Bueno, nunca le he dicho a nadie que quería ser botánica, así que...
—¿Ni siquiera tu barón?
Negué con la cabeza.
—Eso me complace.
—¿Por qué?
—Eso es también lo que me pregunto. Por qué. Por qué compartiría algo
contigo, pero eso ya lo sabes —dijo, y la forma en que lo dijo fue tan vagamente
insultante como antes—. Incluso hoy, cuando debería estar totalmente concentrado
en los que tengo delante, me he sorprendido a mí mismo preguntándome qué pasa
contigo. Sigue siendo increíblemente desconcertante y molesto.
315
Estáá biieen. Retiré mi mano de su brazo.
—Bueno, entonces, tal vez debería irme para no seguir contribuyendo a esta
desconcertante molestia.
El príncipe rio entre dientes.
—Más bien soy una molestia desconcertante para mí mismo —dijo—. Y si te
fueras, tendría que seguirte y siento que eso llevaría a una discusión cuando hay cosas
mucho más entretenidas que podemos hacer.
—Ajá. —Empezamos a caminar de nuevo.
La sonrisa que cruzó sus labios tenía un encanto infantil que le hacía parecer...
joven y no tan de otro mundo, y me dio un tirón en el corazón. Aparté rápidamente la
mirada.
—Baila conmigo.
Mis cejas se alzaron mientras mi cabeza iba en su dirección. Eso no me lo
esperaba.
—Nunca he bailado antes.
Se detuvo.
—¿Ni una sola vez?
Negué con la cabeza.
—Así que no sé bailar.
—Nadie sabe bailar la primera vez. Simplemente bailan. —Su mirada se
encontró con la mía—. Puedo enseñarte eso, Calista.
Aspiré una embriagadora bocanada de su suave aroma a madera. Mi nombre
era un arma. Una debilidad. Asentí.
Mi mirada se posó en su mano cuando me la ofreció. Esto... esto parecía
surrealista. El corazón me dio un vuelco. ¿Y era mi imaginación o el violín del césped
parecía más fuerte, más cercano? ¿Al igual que la guitarra? ¿Y de repente había una
melodía en el aire, en el canto de los pájaros nocturnos y el zumbido de los insectos
de verano?
—¿Y si prefiero no hacerlo? —pregunté, con la mano abriéndose y cerrándose
a mi lado.
Un rayo de luna acarició la curva de su mejilla mientras ladeaba la cabeza.
—Entonces no, na'laa.
Una elección. Otra que no debería importar tanto, pero importaba y yo... quería
bailar aunque fuera para hacer el ridículo. Levanté la mano, esperando que no notara
el leve temblor en ella.
316
Nuestras palmas se encontraron. El contacto, la sensación de su piel contra la
mía, seguía sorprendiéndome. Sus largos dedos se cerraron en torno a los míos
mientras inclinaba ligeramente la cabeza.
—Honrado —murmuró.
Una risita nerviosa me abandonó.
—Pensé que los Hyhborn no pueden mentir.
—No podemos. No he dicho ninguna mentira. —Thorne tiró suavemente de mi
brazo, acercándome mientras se acercaba a mí. De repente, sus caderas rozaron mi
estómago, mi pecho el suyo. El fugaz contacto fue repentino, inesperado, y sólo
entonces me di cuenta de que no era el tipo de baile que había visto hacer a los
aristócratas en los bailes menos salvajes que el barón celebraba a veces, donde había
al menos varios centímetros entre sus cuerpos y cada paso era medido y bien
practicado. Este era el tipo de baile en el que participaban los aristócratas cuando se
quitaban las máscaras.
Sus caderas se balanceaban y su mano sobre la mía me instaba a seguirle. Al
cabo de unos instantes, me di cuenta de que este tipo de baile se parecía mucho a
hacer el amor. No es que supiera lo que era hacer el amor. ¿Follar? Era otra historia,
y esto no se parecía a eso.
—Silencia tus pensamientos.
—¿Qué? —Levanté la vista y sólo pude ver la mitad inferior de su rostro.
—Estás rígida. Normalmente eso significa que tu cabeza no está donde está tu
cuerpo —dijo—. Estás pensando demasiado. Uno no necesita pensar en su cuerpo
para bailar.
—¿Entonces qué hacen? —pregunté, porque era difícil no pensar en lo cerca
que estábamos, en lo alto y ancho que era, y en cómo eso me hacía sentir delicada, y
no había nada en mí que pudiera describirse como tal. Ni siquiera mis manos. Cuando
se giró, tropecé con mis propios pies y quizá con los suyos.
—Cierra los ojos —me dijo—. Como hiciste anoche, cuando tenías los dedos
entre los muslos y la boca en mi polla. Sólo cierra los ojos y siente.
No estaba segura de que sacar a colación lo de anoche fuera a servir de algo,
porque el agudo pulso de deseo que provocaban esas palabras me distraía por
completo, pero cerré los ojos.
—Escucha la música. Síguela —insistió, con una voz más grave. Más gruesa—.
Sígueme, na'laa.
Con la respiración entrecortada, hice lo necesario para utilizar mis habilidades.
Silencié mi mente y me dejé llevar por la música, por el flujo y reflujo del violín y los
sonidos de la noche que se instalaban a nuestro alrededor, cargando el aire. Había
317
un ritmo que me tiraba de las piernas y las caderas. Lo seguí y lo seguí, mi cuerpo se
aflojaba con cada minuto que pasaba y mis pasos se hacían más ligeros. Cuando esta
vez giró su cuerpo, no tropecé. Le seguí. Era como flotar, e imaginé que yo era uno
de los sōls que bailaban sobre nosotros... que éramos.
Y fue una sensación extraña, casi liberadora, mientras bailaba con el príncipe.
Me movía con el tempo, persiguiendo las cuerdas a medida que se aceleraban. El
sudor humedecía mi piel y la suya. Los mechones de cabello que se habían escapado
de la trenza que había hecho se me pegaban a la piel. Las enredaderas de glicinas,
de dulce aroma, se enredaban con nosotros mientras nos movíamos, mientras mi
respiración se aceleraba y cada inhalación hacía que las puntas de mis pechos
rozaran el suyo. El vestido era tan fino que siempre parecía que no había nada entre
nosotros. Ojalá ocurriera lo mismo con mis manos, porque podía sentir que su pecho
se elevaba con respiraciones superficiales y prolongadas bajo el mío.
Su mano en mi cadera se deslizó por la parte baja de mi espalda, dejando una
estela de escalofríos a su paso mientras girábamos bajo las glicinias. Se me aceleró
el pulso, y no creo que tuviera mucho que ver con el baile. Dejé que se me aflojara el
cuello y eché la cabeza hacia atrás mientras abría los ojos. Por encima de nosotros,
los sōls danzaban, en su mayoría un borrón de luz suave mientras girábamos y
girábamos, y de alguna manera su muslo había acabado acurrucado entre los míos.
Cada movimiento que yo hacía, cada uno que él daba, creaba esta... esta fricción
delicada y decadente.
Seguí la música, le seguí a él mientras el ritmo se ralentizaba poco a poco. El
reino dejó de girar y nos abrazamos, el ritmo se hizo más intenso, más denso y
palpitante, como la sangre en mis venas. Cada vez que respiraba, sentía como si
quedara atrapada en mi garganta mientras mis caderas se movían con la agitada
música, se movían contra él. Y me sentía más rica, más espesa y palpitante, dolorida
e hinchada. El brazo de mi cintura se tensó, al igual que la mano que sujetaba la mía.
Abajo, en mi estómago, los músculos se retorcían y se tensaban de deseo, y podía
sentirlo mientras me movía, una parte gruesa de él más dura que el resto contra mi
estómago.
Su pecho retumbó contra el mío y un dardo palpitante de placer me recorrió.
Su aliento acarició la curva de mi mejilla y luego la comisura de mis labios. Él se
detuvo ahí, pero yo no. Nuestros cuerpos seguían moviéndose, pero no estaba segura
de que pudiera considerarse bailar en ese momento. Me restregaba contra él, y la
mano que tenía en la cadera me animaba a hacerlo mientras me invadía una salvaje
sensación de abandono. Ese impulso primario de correr. El deseo salvaje de que me
persiguiera. Esa necesidad salvaje de que me atrapara.
Se quedó completamente quieto contra mí, sólo su pecho subía y bajaba
rápidamente. Lentamente, levanté mi mirada hacia la suya. Ráfagas de luz de estrellas
habían aparecido en las pupilas. No sabía si era el baile o la melodía en el aire, si era
318
saber que no llamaba a nadie más na'laa, o si era esa extraña sensación de rectitud...
podía haber sido todo eso lo que me envalentonaba.
Me aparté de él, dando un tembloroso paso atrás. Su cabeza se inclinó. La
tensión se apoderó del espacio que nos separaba y del aire que nos rodeaba.
Y lo hice.
Cedí a ese impulso.
Me di la vuelta y corrí.
319

CAPÍTULO 30

C
on la mano aferrada a la falda del vestido, corrí entre las enredaderas
de glicinas, con el corazón acelerado y la sangre... caliente. Corrí tan
rápido como pude, corriendo a la izquierda y luego a la derecha. El
cabello se me soltó en la loca carrera, cayendo sobre mi cara, y no aflojé el paso.
No hasta que sentí que se acercaba a mí.
Me detuve entre las glicinias. Jadeando, escudriñé el dosel de enredaderas
iluminado por los sōl mientras aflojaba el agarre de mi falda. No lo vi, pero lo sentí en
la espesura del aire, en la carga eléctrica que bailaba a lo largo de mi piel. Supe que
estaba cerca cuando mis dedos se acercaron al delicado encaje de mi corpiño.
Observando y esperando, él como depredador y yo como presa. La expectación
crecía. Un dolor palpitante palpitaba entre mis muslos tan agudamente que me
balanceaba. No entendía cómo estaba tan excitada ni por qué, pero era como si otro
tipo de instinto se hubiera apoderado de mí en el momento en que cedí al impulso
salvaje y ahora lo controlaba todo, guiándome más hacia las sombras de las glicinias.
Cada pequeño sonido -cada chasquido de una rama o el roce de las lianas- aumentaba
mis sentidos, mi deseo. Casi sentí que perdía la cabeza, porque me dolía como si me
hubieran provocado. Ardía como si hubiera tocado su semen. Se me curvaron los
músculos del estómago. Mis ojos empezaron a cerrarse...
El príncipe no había hecho ningún ruido. Se acercó a mí por detrás,
rodeándome la cintura con un brazo y atrayéndome contra su pecho. Sentía que
respiraba tan fuerte como yo. Sentía su excitación presionando mi espalda.
—Te dije que te atraparía —dijo, con su aliento cálido en mi mejilla. Me rodeó
con el otro brazo y sus dedos se enroscaron donde los míos aún sujetaban el
corpiño—. ¿No te lo dije?
Dejé caer la cabeza contra su pecho.
—Sólo porque te dejo.
Su risa era todo humo y pecado, burlándose de mi piel.
—Espero que pensaras en esto antes de huir. Lo que pasaría cuando te
atrapara.
Me estremecí.
320
—Lo que te haría. —Sus labios rozaron mi garganta y luego se cerraron sobre
la piel de mi cuello y mi hombro. Succionó con fuerza, arrancándome un grito agudo—
. ¿Estás lista?
Sí. ¿No? Me costaba respirar mientras temblaba, esperando que me tomara
entonces. Que me tirara al suelo. Pero esperó.
Con el pulso acelerado, miré fijamente los orbes brillantes sobre nosotros.
Estaba esperando. Volvió ese tonto movimiento de hinchazón y lo ignoré. La emoción
no tenía cabida aquí.
—Sí —susurré—. Estoy lista.
El sonido que emitió no lo había oído nunca. Provenía de lo más profundo de
su ser, un gruñido triunfal de... de advertencia.
Los dedos que se superponían a los míos se enroscaron, agarrando el cuello
del corpiño. De un fuerte tirón, mi cuerpo se sacudió contra el suyo. Las costuras se
aflojaron en mis hombros mientras él exponía mis pechos al cálido aire nocturno. Miré
el pico turgente de mi pecho mientras su mano se cerraba sobre la carne y yo rodeaba
su muñeca con mis propios dedos. Su boca se cerró sobre la piel de mi oreja mientras
subía la falda de mi vestido. El aire húmedo se arremolinaba en torno a mis piernas
desnudas, mis muslos, la ropa interior de encaje. Sujeté la falda de gasa y su mano se
deslizó por debajo, haciéndose bolas en la fina tela. La lujuria se apoderó de mí
cuando arrancó la tela de mi cuerpo de un tirón rápido y brutal.
El príncipe me llevó al suelo, de rodillas, y su enorme cuerpo me aprisionó. La
hierba húmeda me oprimía la palma mientras me agarraba a la muñeca de la mano
que él apoyaba en el suelo. Fue enloquecedor el modo en que me sujetó durante unos
instantes. Luego se movió detrás de mí. Su muslo se separó del mío. Me estremecí.
—No vas a poder conmigo así. Todavía no. —Su voz era un susurro acalorado
contra mi cuello—. ¿Pero na'laa?
—¿Qué? —Jadeé al sentir la dura e increíblemente caliente longitud de su polla
deslizándose por mi culo.
—Vas a querer hacerlo. —Un sonido gutural salió de él mientras la cabeza de
su polla presionaba el calor...
Grité, con las caderas sacudiéndose al sentirlo, sólo la corona de su excitación
separando mi carne, cuando su sonido desencadenó una aguda y repentina explosión
de sensaciones.
—Oh, sí. Vas a querer hacerlo. —Su mano me agarró de la cadera,
estabilizándome. Me temblaron las piernas cuando mi mano se deslizó hasta posarse
sobre la suya, y en mi mente no había nada más que una bruma de lujuria al rojo vivo.
Sus labios me besaron el pulso, que latía desbocado—. Mucho.
321
Una oleada de calor húmedo me inundó. Metió un centímetro más, su anchura,
esas crestas, estirándome.
—Pero no voy a dejarte —juró.
—¿Qué? —Empecé a girar la cabeza.
Thorne pasó su brazo por encima de mis caderas, pegando mi espalda a la
suya, y luego me penetró.
Mi grito se perdió en el suyo. Enterrado profundamente en mí, no se movió, y
no pude pensar más allá de sentirlo. El calor penetrante y vibrante y la dureza. Todo
mi cuerpo se estremeció.
Luego se movió.
El príncipe se retiró, y aquellas crestas... oh, dioses, se arrastraron por las
sensibles paredes, atrapando aquel punto oculto justo cuando volvía a empujar
dentro. Y el sonido que emití fue un gemido y un grito mientras me sujetaba contra él,
entrando y saliendo de mí lenta y constantemente. Tenía el control absoluto, la forma
en que me sujetaba me impedía mover la parte inferior de mi cuerpo, empujarle o
retroceder. Lo único que podía hacer era arrodillarme, con los dedos enroscados
entre los suyos, y tomarlo.
Y me llevó.
Su ritmo se hizo más rápido, más fuerte. Me penetró con la mejilla pegada a la
mía y juré que notaba su mirada en mi pecho desnudo, empujado por el corpiño. La
tensión se enroscaba, giraba y se tensaba. Follaba, pero nunca me habían follado así.
Todo mi cuerpo palpitaba, cada terminación nerviosa en carne viva. Podía sentir la
liberación creciendo, girando cada vez que él golpeaba ese punto. Tenía los ojos muy
abiertos, la mirada fija en el nudillo blanco de su mano.
—Oh, dioses. —Jadeé cuando me penetró. Mi pecho se apretó. Mi núcleo sufrió
un espasmo y todo se desenredó mientras gemía—: Thorne.
—Joder —gruñó, penetrándome de golpe. Me levantó ligeramente las rodillas,
apretando contra mí mientras me corría, mientras lo sentía hincharse, sentía ese nudo
en mi abertura mientras bombeaba dentro de mí, y mi cuerpo se movía por sí solo,
contoneándose y tratando de introducirlo aún más dentro de mí, mientras el placer
me recorría sin cesar—. Chica mala. —Se rio, jadeando mientras su brazo se tensaba,
deteniendo mis movimientos.
No me permitió que lo tomara en su punto más grueso, y puede que realmente
silbara... o gruñera. No estaba segura, porque el placer volvió a alcanzar su punto
álgido, dejándome temblorosa y aún caliente, aún... palpitante.
Thorne se salió de repente, presionando su polla contra la curva de mi culo
mientras encontraba su liberación, mientras la tensión volvía a estallar dentro de mí.
322
Lanzamientos que podrían durar horas….
—Oh, joder —gemí, la sensación de torbellino creciendo in crescendo una vez
más—. Yo… no puedo.
—Tú puedes. —Sus labios rozaron mi mejilla sonrojada mientras nos bajaba—
. Lo harás.
El suelo estaba frío contra mi pecho, su cuerpo caliente contra mi espalda
incluso cuando apoyaba su peso en la mano bajo la mía. La liberación volvió a
apoderarse de mí, y él ya ni siquiera estaba dentro de mí.
—¿Por qué... por qué te retiraste? —Jadeé.
—No quería —dijo, abrazándome con fuerza—. Creo que mataría por estar
dentro de ti ahora mismo, pero si crees que esto es intenso...
Lo fue. Nunca había sentido nada igual.
—Sería cien veces más si me quedara dentro de ti. —Nos puso de lado—. Te
volvería loca.
Puede que ya estuviera un poco loca mientras él permanecía a mi lado,
acariciándome la curva de la cadera, el muslo y la protuberancia del culo. Permaneció
a mi lado mientras cada pequeño y delicado músculo de mi interior sufría un espasmo
y yo aguantaba, sin perder nunca el agarre de su mano. Su agarre de la mía nunca
disminuyó. Ni siquiera cuando finalmente me quedé flácida, exhausta y saciada.
Nuestras manos permanecieron selladas.
Y mi mente permaneció en silencio.

—No —protesté sin entusiasmo.


Thorne sonrió desde donde estaba acurrucado entre mis muslos.
—Sí —murmuró, separando mi carne hinchada con un golpe de su lengua
perversa.
El gemido bajo que salió de mi pecho fue sólo uno de los muchos que había
emitido desde que salimos de los jardines.
El príncipe de Vytrus era insaciable cuando se trataba de dar placer.
No recordaba mucho de nuestro regreso a la mansión, pero desde el momento
en que llegamos a sus aposentos, el tiempo se había convertido en un borrón sensual.
Nos habíamos bañado, o mejor dicho, él me había bañado a mí, limpiando la suciedad
y las briznas de hierba de mi cuerpo como yo había limpiado la sangre de su piel una
vez. Me hizo correrme entonces, con sus dedos, y cuando llegamos a su cama, con
323
nuestros cuerpos aún húmedos, empezó a explorar lentamente mi cuerpo,
besándome a lo largo de la curva de la mandíbula, por la garganta y sobre los pechos.
Su lengua había sido perversa allí también, arremolinándose sobre mis pezones igual
que su lengua se arremolinaba ahora dentro de mí.
Thorne se dio un festín.
Mis dedos se apretaron contra las sábanas mientras su lengua entraba y salía.
No creía tener fuerzas para moverme, pero me equivocaba. Levanté las caderas ante
sus embestidas y su gruñido de aprobación me enardeció. Un tenue resplandor
dorado se reflejó en sus hombros desnudos mientras se movía, introduciéndome un
dedo. Gemí.
Las gruesas pestañas se alzaron. Unos ojos de un brillante tono azul salpicado
de estrellas plateadas se encontraron con los míos y los sostuvieron.
—No apartes la mirada —me ordenó—. Quiero ver tus ojos cuando te corras.
Me estremecí, temblando por todo el cuerpo.
—Quiero ver tus ojos cuando te corras, gritando mi nombre. —Su dedo se
enroscó dentro de mí—. ¿Entiendes?
—Sí. —Jadeé—. Su alteza.
Me mordisqueó la carne, arrancándome un gemido desgarrado. Hubo un
destello de sonrisa a lo largo de sus labios húmedos y luego su boca se cerró sobre
mi clítoris. Mi espalda se arqueó y mis caderas se levantaron de la cama. No aparté la
mirada. Nuestras miradas permanecieron fijas, y grité cuando me corrí, su nombre
saliendo de mis labios mientras me estremecía.
Me quedé sin huesos cuando se arrastró a lo largo de mi cuerpo, dejando caer
un beso rápido en mi ombligo, en mi caja torácica, en el oleaje de mi pecho. Cuando
se acomodó a mi lado, sus labios me presionaron la sien.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Mmm-hmm —murmuré. Me lo había preguntado cuando estábamos en los
jardines, cuando las réplicas por fin habían empezado a remitir. La pregunta me había
tomado desprevenida. Y seguía haciéndolo ahora—. ¿Y tú?
Thorne se rio entre dientes.
—Lo estoy.
Giré la cabeza hacia la suya. Nuestras bocas estaban a escasos centímetros
cuando levanté la mano hacia su pecho. Extendí los dedos sobre su pecho.
—Pero tú no...
324
—No tengo que encontrar la liberación para sentir placer. —La mano que
descansaba sobre mi vientre se deslizó hacia arriba, doblándose sobre la turgencia
de mi pecho—. El placer más exquisito es el que se obtiene al dárselo a otro.
—Tú... realmente no eres un hombre mortal entonces —dije.
Se rio, el sonido ligero y haciendo que mi corazón diera un vuelco.
—Si de verdad acabas de darte cuenta, no sé qué decirte.
Resoplé y cerré los ojos. El silencio que se hizo entre nosotros fue cálido,
agradable y nada parecido al que había experimentado antes con nadie. Siempre
tenía la necesidad de hablar, de llenar el silencio, ya fuera para evitar la inevitable
incomodidad que a menudo se producía o para evitar que mi mente se deslizara hacia
otro lado.
Pero el príncipe no era nada como lo que yo había experimentado.
—Me voy por la mañana, por cierto —dijo Thorne finalmente.
—Me acuerdo. —Una punzada de inquietud me rebanó el pecho. ¿No quería
que se fuera? ¿O era otra cosa?—. ¿Cuándo volverás?
—Creo que sólo llevará unos días.
Intenté descifrar los sentimientos dentro de mí. ¿No debería sentir alivio de que
se fuera por unos días? No lo sentía. Sólo había inquietud, y tal vez un poco de...
tristeza. Oh, Dios, me di cuenta de que probablemente era porque le echaría de
menos.
Necesitaba ayuda.
—Entonces deberías volver a tiempo para las fiestas —dije.
—Debería hacerlo.
Parte de la agradable neblina se desvaneció al resurgir la realidad de lo que
estaba por venir.
—¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que las Tierras Occidentales o los
Caballeros de Hierro lleguen a Archwood?
—Eso no puedo responderlo con seguridad, pero sospecho que será antes de
fin de mes.
Se me hizo un nudo en el estómago al dibujar con las yemas de los dedos las
cinceladas líneas de su pecho.
—Ven conmigo.
—¿Qué? —Abrí los ojos parpadeando.
El azul y el verde de sus ojos se arremolinaron en el marrón.
—Ven conmigo cuando salga a reunirme con los ejércitos.
325
Se me cortó la respiración ante la palabra “sí” pero evité que se me escapara.
La perspectiva de viajar con él, de estar con él, a su lado, me llenaba de expectación,
pero aquello... aquello parecía más. Peligrosamente. Tragué saliva y cerré los ojos.
—No creo que sea prudente.
—Probablemente no —dijo, y luego se quedó callado unos instantes—.
¿Cenarás conmigo entonces, cuando regrese?
—¿Me estás preguntando si lo haré? —Una sonrisa cansada se dibujó en mis
labios mientras luchaba por ignorar la decepción conmigo misma... con él por no
insistir en que me fuera con él, lo cual era un completo desastre.
—¿No es eso lo que quieres de mí?
No debería querer nada de él.
—Sí.
Su pulgar recorrió el pico de mi pecho.
—¿Entonces lo harás?
—Sí.
Thorne se quedó callado un momento, y entonces sentí sus labios contra mi
mejilla.
—Gracias.
Un movimiento de tropezón me recorrió el pecho. Que un Hyhborn, por no
hablar de un príncipe, expresara gratitud era, bueno, algo inaudito, y no supe qué
hacer con aquello mientras permanecía allí tumbada, mientras el príncipe acababa
sumiéndose en el sueño.
Pero yo permanecí despierta, con los dedos apoyados en su pecho. No sabía
por qué en aquellos momentos de silencio y oscuridad pensaba en la premonición
que había tenido en la gran cámara cuando Ramsey Ellis había acudido al barón con
noticias de las Tierras Occidentales.
Ya viene.
Sabía que esa premonición había sido sobre Thorne.
Viniera por lo que es suyo.
Eso era lo que había dicho Maven, y yo sabía que cuando Thorne había estado
aquí antes, había estado buscando algo.
O a alguien.
326
Me despertó un ligero toque en la mejilla. Abrí los ojos y los débiles rayos del
alba se reflejaron en el corte de la mandíbula de Thorne y en la empuñadura dorada
de la daga que llevaba en el pecho. Era de día, y eso significaba...
—¿Te vas? —susurré, con la voz pesada por el sueño.
Thorne asintió.
—No pretendía despertarte —dijo, bajando las gruesas pestañas mientras me
pasaba los dedos por la barbilla.
—No pasa nada. —Empecé a incorporarme.
—No, quédate. Me gusta la idea de que estés aquí, en la cama en la que he
dormido —me dijo, frunciendo las cejas. Pasó un momento y esas pestañas se
levantaron. Su mirada se deslizó por mi cara, deteniéndose en mis... mis labios.
Aunque sólo estaba medio despierta, mi pulso empezó a latir con fuerza. Me
pareció que me miraba como si... como si quisiera besarme.
Quería que me besara.
Quería besarle.
Pero ninguno de los dos se movió. No durante unos instantes. Luego bajó la
cabeza. Mis ojos se cerraron. Sus labios no tocaron los míos. Me rozaron la frente y,
por alguna razón, aquel beso dulce y casto... me deshizo.
—Volveré contigo tan pronto como pueda —dijo el príncipe Thorne—. Lo
prometo.
Permaneciendo con los ojos cerrados, porque temía que si los abría
empezarían a lagrimear, asentí.
—Vuelve a dormir, na'laa. —Me subió la sábana por el brazo. Me tocó el
hombro—. Hasta luego.
—Hasta luego —susurré con voz ronca.
El príncipe Thorne se levantó, y aunque se movió tan silenciosamente, supe el
momento exacto en que había abandonado la cámara. Abrí los ojos húmedos.
¿Te gusta?
Eso era lo que Grady había preguntado.
Dioses.
Creía que sí.
327
Aquella tarde encontré a Claude en su despacho, solo, sentado detrás de su
escritorio. Levantó la vista cuando entré, con la sonrisa un poco apagada.
—¿Tienes un momento? —le pregunté.
—Siempre para ti. —Dobló un trozo de pergamino y lo dejó a un lado. Eché un
vistazo a la pila cada vez mayor de cartas—. Me alegro de que hayas venido. Me he
estado preguntando si el arreglo entre el príncipe y tú ha ido bien o si te alegras por
el aplazamiento momentáneo.
Mis mejillas se calentaron al pensar en la noche anterior.
—Sorprendentemente bien.
—Ya veo. —Se rio entre dientes, echándose hacia atrás mientras cruzaba una
pierna sobre la otra—. Entonces, ¿ahora no estás tan en contra de este acuerdo?
Levanté un hombro, no había venido a hablar del príncipe. Me senté en una de
las sillas ante su escritorio.
—Me dijo que ayer estuviste con la gente de Archwood.
—Lo estaba. —Se apartó un mechón de cabello oscuro de la cara y sus pálidas
mejillas se sonrosaron—. Pensé que sería prudente que viera lo que se está haciendo.
Que me vieran. —Se aclaró la garganta—. Estuve allí esta mañana un rato.
—Creo que es una buena idea. —Le sonreí—. Ojalá inspire a otros a participar.
—Esperemos —murmuró, bajando una mano al brazo de su silla—. Ya
veremos, supongo.
Asentí, respirando hondo.
—En realidad tenía algo de lo que quería hablarte. —Me retorcí los dedos, sin
saber por qué estaba tan nerviosa. En realidad, no era cierto. Estaba preocupada
porque hoy iba a demostrar que era una tonta ingenua—. Es sobre tu otro primo.
—¿Lo es? —Miró hacia la puerta cerrada.
Abrí mis sentidos, dejando que esa conexión se forjara entre nosotros. Vi la
pared gris.
—¿Tiene... tiene habilidades como yo?
Frunció las cejas y ladeó la cabeza.
—¿Estás tratando de leerme, Lis?
Me puse rígida.
—¿Te das cuenta?
Se rio bruscamente.
328
—Sólo porque te conozco lo suficiente como para reconocer cuando estás
leyendo a alguien. Tu mirada se vuelve bastante intensa y no parpadeas.
—Oh. —Me retorcí un poco en la silla.
—Lo hace —respondió.
Dejé de inquietarme. Todo se detuvo.
—Por eso supe que lo que dijiste cuando nos conocimos podía ser cierto. Tenía
el mismo don para saber. Tenía otras... habilidades. —Sus hombros se alzaron con
una profunda respiración—. Y si te preguntas por qué no te lo dije, fue porque cuando
te conocí, Vayne ya estaba cometiendo actos de traición. Pensé que si te decía que
había otro como tú, querrías conocerlo, y conocerlo a él te pondría en peligro.
Seguía conectada a él, y sus pensamientos reflejaban lo que decía, pero sabía
que yo estaba en su mente. Escuchar los pensamientos no significaba que no pudiera
engañarme.
—¿Entonces sabes lo que yo... soy? —susurré.
Me miró fijamente, frunciendo el ceño.
—¿Te dijo algo el príncipe?
—No.
—Entonces no entiendo...
—¿Soy una caelestia? —interrumpí.
Parpadeó rápidamente. Pasó un momento.
—No lo sé.
—Claude. —Me incliné hacia delante, con los dedos presionando las rodillas
de mis medias—. ¿Has sabido todo este tiempo que yo no era realmente mortal?
—Los Caelestias también son mortales, Lis. Sólo tenemos sangre más fuerte. Eso
es todo —dijo.
Excepto que los caelestias no eran tratadas como inferiores.
—¿Lo has sabido?
Me sostuvo la mirada y luego apartó la vista.
—Al principio, yo... sospeché que lo eras.
Un dolor me atravesó el pecho mientras aspiraba un aliento que no iba a
ninguna parte.
—¿Y nunca me lo dijiste? ¿Por qué no...?
—Porque no estoy seguro de lo que eres —cortó—. Y digo la verdad. No llevas
la marca.
329
Fruncí el ceño.
—¿Qué marca?
—Tus ojos. Son marrones. Un hermoso tono de marrón —añadió rápidamente—
. Pero todos los caelestias tienen ojos como los míos. Algunos son diferentes en otros
aspectos. —Apartó la mirada—. Pero tú no tienes el rasgo revelador de un caelestia.
—Mis ojos... —Pensé en cómo habían cambiado de aspecto el otro día, con un
anillo interior azul alrededor de las pupilas. Se me hizo un nudo en la garganta. ¿La
noche en Union City? Thorne y lord Samriel… habían estado mirando los ojos de los
niños. Se me humedecieron las palmas de las manos.
—¿Ha sentido el príncipe que eras una caelestia? —preguntó Claude.
—No —dije, limpiándome las palmas de las manos en las rodillas—. El príncipe
siempre se ha referido a mí como mortal, pero…
—¿Pero qué?
—Pero dice que hay algo en mí que no puede descifrar —dije, respirando a
través del escozor en mi garganta—. Siente como si me conociera de antes.
—Porque lo ha hecho, ¿no?
Al perder mi conexión con él, me quedé rígida. Incluso mi corazón tartamudeó.
—Es el Hyhborn que conociste en Union City, ¿no? —Claude se pasó los dedos
por la frente—. ¿El que creías que era un lord?
—Sí —susurré—. ¿Cómo supiste que era él?
—No lo hice hasta la otra noche, en la cena. Fue la forma en que se comportó
contigo. La forma en que... —Entrecerró los ojos—. La forma en que te reclamó.
Viniera por lo que es suyo.
—No lo entiendo —susurré.
—Yo tampoco, y lo digo en serio. De verdad. —Dejó caer la mano sobre el
brazo de la silla—. Tienes habilidades similares a las de mi primo, pero si un príncipe
no puede percibir que eres una caelestia y no llevas la marca, entonces no había
forma de que yo lo supiera con certeza.
Aparté la mirada, tragando saliva.
—Igual podrías habérmelo dicho.
—¿Entonces qué? ¿Sabes cómo se prueba un caelestia si no hay padres que la
reclamen? Se les lleva a las cortes Hyhborn, donde un príncipe u otro Deminyen
confirma su linaje —explicó—. Y si un Deminyen no puede percibirlo ahora, ¿cuál
habría sido la probabilidad de que uno pudiera hacerlo entonces? Sé que dije que no
330
me preocupaba que el príncipe Thorne creyera que eras un conjurador, pero ¿otros?
Sería demasiado arriesgado.
Intenté aceptar lo que decía. Tenía razón, pero...
—Tú no tienes habilidades.
Claude rio bruscamente.
—No, no lo hago. Tampoco Hymel. Ni la mayoría de los caelestias.
—¿Entonces por qué los tendría tu primo?
—¿O tú? ¿Si eso es lo que eres? —Dijo lo que yo no había dicho—. Porque mi
primo es un nacido de las estrellas. Un mortal hecho divino.
—¿Y qué significa eso exactamente? —pregunté.
—Eso no puedo responderlo —dijo, pasándose una mano por la cabeza.
Me puse en pie, pasando de la confusión al enfado y luego a la decepción.
—¿No puedes o no quieres?
—No puedo —insistió, y pasaron unos instantes—. Quizá debería habértelo
dicho de todos modos. Mentiría si dijera que el miedo por tu seguridad fue la única
razón por la que guardé silencio, pero eso ya lo sabes.
—Sí, lo hago.
Claude se estremeció, y maldita sea, ver eso dolió. No quería que lo hiciera,
pero lo hizo.
—Sé que no soy un buen hombre y eso también es algo que tú ya sabes —dijo,
y fui yo quien hizo una mueca de dolor entonces—. Así que mi consejo probablemente
no signifique nada, pero tienes que ignorar tu intuición esta vez. Cuando vuelva el
príncipe, tienes que decirle que ya se conocen. Tienes que decírselo.
331

CAPÍTULO 31

D
escansé poco aquella noche, y no estaba segura si era por saber que
me había equivocado con Claude o por la ausencia de Thorne. Tampoco
estaba segura de cuál de las dos cosas era peor: cuál era la que
provocaba mi sensación general de malestar.
Y esa inquietud me acompañó durante la mañana y la tarde, mientras recorría
los ajetreados pasillos de la mansión. El personal corría de un lado a otro, algunos
con jarrones llenos de margaritas de color plátano y petunias de pétalos blancos,
mientras otros llevaban bandejas de carne proporcionadas por Primvera y aún por
preparar. Todos estaban demasiado ocupados para prestarme atención.
Las fiestas comienzan mañana.
Thorne volvería probablemente al día siguiente o al siguiente.
Me detuve junto a la calzada, con los pensamientos pesados vagando hacia
Claude. Lo que sentí fue una mezcla de decepción y rabia, confusión y un poco de
angustia. Intenté comprender su postura, y lo conseguí. Sobre todo. Porque aun así
debería haberme dicho lo que sospechaba. Tenía derecho a saberlo, aunque no
hubiera nada que hacer con ese conocimiento.
¿Pero no estaba haciendo lo mismo con Thorne? No entendía por qué mi
intuición me lo impedía, pero eso no cambiaba el hecho de que nuestro encuentro en
Union City era probablemente la razón por la que Thorne sentía que nos habíamos
conocido. Lo que no explicaba era cómo todo aquello se relacionaba con lo que
Maven y Claude habían compartido. Por qué importaba. Mi intuición estaba tranquila
excepto por esa inquietud.
Me giré y vi a Grady entrando en el vestíbulo. Me dirigí hacia él. Empecé a
hablar.
—Lo que tengas que decirme va a tener que esperar unos cuantos —dijo,
poniendo su mano en la parte baja de mi espalda—. Hay algo que tienes que ver.
Aumentó la curiosidad, pero también esa energía ansiosa. Me ponía nerviosa,
con el pecho muy apretado.
—Hymel acaba de salir de la gran cámara. —Grady me condujo a través del
estrecho vestíbulo, hasta una de las muchas puertas interiores. Mantuvo la voz baja
mientras entrábamos en la sala principal, ahora llena de jarrones rebosantes de esas
332
flores que había visto antes, colocadas sobre numerosos pedestales de mármol—. No
estaba solo.
Eché un vistazo a la amplia sala del vestíbulo que se abría por ambos lados al
exterior, y mi mirada se posó en las puertas de piedra con columnas.
—¿Con quién estaba?
—Ya lo verás. —Grady asintió hacia una de las ventanas que daban a una parte
del camino circular que conducía a la mansión.
Vi a Hymel de pie, de espaldas a nosotros, pero fueron los que estaban debajo
los que captaron y mantuvieron mi atención. Eran tres a horcajadas sobre caballos
negros como la marta que sobresalían por encima de las comarcas. Uno tenía el
cabello largo y rubio que me recordaba al lord que habíamos visto en Union City,
anudado en la nuca, pero el rubio no era el blanco helado de lord Samriel. La piel de
otro era una arcilla cálida al sol, y el tercero era de cabello negro, y ése era el que
hablaba con Hymel.
Estaba claro que eran Hyhborn, pero ninguno que yo supiera había llegado con
Thorne. Además, el comandante Rhaziel y lord Bastian se habían marchado con
Thorne.
—¿Son de Primvera? ¿Traen más comida? —pregunté.
—Eso pensaba yo hasta que vi al que está hablando ahora con Hymel —dijo
Grady, poniendo la mano en la ventana—. Ese es el príncipe Rainer.
Mis ojos se ampliaron al acercarme a la ventana, incapaz de distinguir gran
cosa de sus rasgos.
—¿Qué diablos está haciendo aquí? —preguntó Grady.
—Tal vez se trate de la amenaza de Las Tierras Occidentales —dije, aunque
nunca supe que el príncipe hubiera visitado Archwood antes—. O sobre el mercado
de sombras.
—Sí. —Grady inclinó su cuerpo hacia mí—. ¿Pero qué demonios hace hablando
con Hymel de esas cosas y no con el actual barón?
Muy buena pregunta.

Hymel se ocupaba de gran parte de las funciones cotidianas de Archwood,


pero era imposible que el barón no estuviera disponible para hablar con el Hyhborn.
Especialmente un príncipe.
333
La ansiedad era ahora un pavor al que no podía poner nombre, pero que me
recorría las venas mientras me apresuraba por el laberinto de pasillos, con el
dobladillo de la túnica gris pálido chasqueándome en las rodillas. Mis pensamientos
oscilaban entre la posibilidad de que Claude y su familia hubieran descendido de los
Deminyens -que yo había descendido- y lo que eso significaba realmente. Si es que
significaba algo. Pero dejé de lado lo que había aprendido de Maven al llegar a las
puertas doradas de las cámaras personales del barón.
Algo no iba bien.
Al llamar y no obtener respuesta, probé con el picaporte y descubrí que la
puerta estaba cerrada. Maldiciendo, tiré de un pasador que sujetaba los mechones
más cortos de mi cabello y me arrodillé.
Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios mientras agarraba el mango e
introducía el fino filo del alfiler en el ojo de la cerradura. Una cosa que podía apreciar
de mi vida antes de Archwood eran las ciertas... habilidades que había adquirido.
Respiré hondo y me obligué a mantener la mano firme y suave mientras movía
el pasador hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Forzar cerraduras era un
verdadero ejercicio de paciencia, una virtud que ni vivir en la calle ni en un buen
hogar me había ayudado a desarrollar. Debe de ser agradable ser un Hyhborn y ser
capaz de abrir la puerta con solo desearlo.
O capaz de dar simplemente una patada.
Si lo intentara, probablemente me rompería el pie.
Finalmente, oí el suave chasquido de encontrar el tambor. Mordiéndome el
labio, seguí moviendo el pasador hasta que sentí que el mecanismo cedía un poco.
Mantuve la mano firme mientras giraba en sentido contrario a las agujas del reloj. El
mango giró en mi palma.
Una breve sonrisa de satisfacción se dibujó en mis labios mientras volvía a
introducir el pasador en la trenza y me levantaba, abriendo la puerta de un empujón.
Los aposentos privados del barón eran todo riqueza y lujo. Recordé la primera
vez que había estado en estos aposentos. No había podido dejar de tocarlo todo.
Hacía por lo menos dos años que no entraba en los aposentos de Claude. Tal
vez incluso más, y me resultaba extraño estar aquí ahora. Pasé una mano por el
respaldo afelpado de un sofá. En una mesa pulida había frutas y carnes a medio
comer. Los ventiladores de techo agitaban cortinas de seda más finas que cualquier
prenda que la mayoría de los lowborn pudiera poseer.
—¿Claude? —lo llamé.
No hubo respuesta.
334
Agarré lo que parecía una rodaja de naranja intacta y me la metí en la boca. El
sabor agridulce me recorrió la garganta mientras pasaba junto a un sillón con gruesos
cojines de terciopelo. Me detuve y dejé que me invadieran los recuerdos de cuando
me sentaba en aquella silla y Claude me abrazaba mientras leía el correo de un barón
vecino. Aquella había sido una costumbre nuestra durante un tiempo. Nos
despertábamos y desayunábamos en la cama, algo que sólo había oído hacer antes.
(La primera vez que lo habíamos hecho, yo había tenido mucho miedo de manchar de
migas las sábanas, pero Claude hizo un desorden mucho mayor del que yo jamás
podría esperar y se reía mientras lo hacía). Luego me llevaba a una silla, donde
pasábamos horas sin hacer gran cosa. Recordaba sentirme... segura. Cálida.
Deseada.
Pero nunca sentí que perteneciera. Como si debiera estar allí.
No había cambiado mucho desde entonces, pero todo parecía distinto.
Se me hizo un nudo en el pecho cuando la mano se me resbaló de la silla.
Claude siempre lo había sabido, sabía cómo me sentía, aunque yo no me hubiera
dado cuenta. Lo sabía cuando reía y sonreía, cuando besaba mis labios y mi piel. Lo
sabía.
E intentó cambiar eso.
Simplemente no estaba en su corazón, y no había estado en el mío. ¿Pero si lo
hubiera estado? ¿Si Claude me hubiera amado y yo hubiera sentido lo mismo?
¿Habría acabado como Maven, una amante criando a los hijos que otra mujer, una
considerada adecuada por el aristo, reclamaba como suyos? ¿O Claude habría
seguido desafiando la tradición y se habría casado conmigo?
Ni siquiera sabía por qué estaba pensando en todo eso mientras pasaba junto
a una túnica de colores brillantes abandonada en el suelo. En cierto modo, sentía que
estaba... estaba de luto por lo que nunca podría ser.
Atravesé el arco redondeado y eché un vistazo a la alcoba. Una brisa traía el
aroma floral y amaderado de las gardenias que llenaban los altos jarrones colocados
a lo largo de las paredes de la cámara circular.
Las gardenias eran las favoritas de Claude.
Allyson había estado oliendo mucho a gardenias.
Me concentré en la cama asentada sobre una plataforma ligeramente elevada
bajo las ventanas abiertas, un temblor golpeó mis manos. Chupé el labio inferior
entre los dientes. Mis pasos fueron ligeros al subir a la plataforma. A través de la
ondulante tela, sólo pude distinguir bultos.
Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando me acerqué y separé las cortinas.
La cama estaba vacía.
335
Dejé caer las cortinas, bajé de la plataforma y me dirigí a la cámara de baño.
También estaba vacía y no parecía haber sido utilizada esa mañana. De haber sido
así, habría toallas esparcidas y charcos de agua. Claude era más desordenado que
yo.
Me volví hacia la cama, con un temor cada vez mayor. Un dedo frío me presionó
la nuca. Una presión hormigueante se instaló entre mis omóplatos.
Algo no va bien.
Di un paso y sucedió. Sin previo aviso, se me erizó toda la piel. La presión se
instaló entre mis omóplatos mientras la piel detrás de mi oreja izquierda
hormigueaba. La cámara de Claude se desprendió y vi sangre.
Charcos de sangre. Ríos que corren entre los miembros inmóviles, filtrándose en
las vetas doradas. Brazos desnudos con profundos cortes. Muchos de ellos, con las bocas
abiertas en un horror silencioso y helado. Máscaras de brocado e incrustaciones de joyas
rotas, esparcidas por el suelo. Plata y zafiro empapados en sangre.
Respiré agitadamente y retrocedí, chocando contra la pared. Había... había
visto la muerte.
336

CAPÍTULO 32

¿L
a visión advertía de la muerte, y las máscaras? ¿Las joyas brillantes y
los vestidos? Las fiestas. Algo terrible... algo horrible iba a suceder
durante las fiestas. Me sacudí hacia adelante, luego me detuve.
Plata y zafiro.
Había visto un collar de zafiros goteando sangre.
Naomi.
Salí corriendo de los aposentos de Claude. La adrenalina corría por mis venas
mientras me apresuraba por el ala opuesta de la mansión. El vestíbulo estaba
silencioso y el aire estancado. Una fina capa de sudor me salpicó el labio superior al
llegar a los aposentos de Naomi. Golpeé la puerta con los nudillos, esperando que
estuviera allí. Esperé, cambiando el peso de un pie a otro. Tenía que estar. Aún era
temprano.
—¿Naomi? —llamé, golpeando más fuerte—. Soy yo.
Al cabo de unos instantes, oí el ruido de unos pasos. Sentí alivio cuando la
puerta se abrió y apareció una Naomi somnolienta.
—Buenos días. —Ahogando un bostezo, se hizo a un lado, el azul profundo de
su combinación de seda de alguna manera sin arrugas. Sólo Naomi podía lucir tan
despampanante al despertar—. ¿O son buenas tardes?
—Buenas tardes. Siento despertarte. —Entré, cerrando la puerta detrás de mí—
. Pero necesitaba hablar contigo.
—No pasa nada. Ya estaba medio despierta. —Naomi se apartó el cabello de la
cara mientras pasaba por encima de un par de zapatillas de tacón y gruesos cojines
de felpa de colores vibrantes mientras se acercaba a una tumbona y se sentaba—.
Pero no has traído café, lo cual es de mala educación.
—Ni siquiera había pensado en eso. —El estómago se me hizo un nudo y miré
las cortinas fucsia que colgaban en la puerta de su dormitorio—. ¿Estás sola?
—Eso espero. —Curvó sus piernas, dejando espacio para mí.
—Bien. —Me senté a su lado, necesitaba un momento para ordenar mis
pensamientos. Había acudido a ella sin siquiera pensarlo. Tragué saliva—. Hay... hay
algo de lo que necesito hablarte.
337
—¿Sin café? ¿O incluso té? —Se apoyó en el brazo de la tumbona y volvió a
bostezar—. No sé cuánto esperas que retenga.... —Se interrumpió, con los ojos
entrecerrados en mí—. Espera. ¿Vino el príncipe a buscarte aquella noche? No te he
visto desde entonces, así que supongo que sí.
—Sí. Pero...
Naomi se enderezó y el sueño desapareció de su mirada en un instante.
—¿Y qué ha pasado? Quiero todos los detalles.
—En realidad no pasó nada... bien, pasaron cosas —añadí cuando sus ojos se
entrecerraron—. Le tiré un vaso. Discutimos un poco. Luego me llevó a sus
aposentos...
—Lo siento. Retrocede. ¿Le tiraste un vaso?
—Sí.
Se frotó los ojos.
—¿Eres un fantasma?
—¿Qué? —Negué con la cabeza—. No. No estaba enfadado, si es eso lo que
quieres decir. En realidad se rio, luego me llevó a su despacho, donde seguimos
discutiendo... luego lo hablamos.
Naomi me miró como si hubiera admitido ser un dios.
—¿Y luego qué?
—Y entonces nosotros... —Cerré los ojos y me llevé los dedos a la sien. Pensé
en la noche antes de que se fuera—. ¿Lo que dijiste sobre el tipo de placer que pueden
dar los Hyhborn? Es cierto.
—Sé que es verdad. —Una lenta sonrisa apareció en sus labios—. Lis, cuéntame
todo sobre...
—Tuve una visión —la interrumpí, y la sonrisa se borró de sus labios. Me senté
en el borde de una silla—. Tuve una visión de sangre, mucha sangre y cadáveres.
Naomi se había quedado inmóvil. Sus ojos estaban llenos de sombras mientras
me miraba fijamente.
—¿Son los ni'meres otra vez? ¿Sabes... sabes de quién son los cuerpos que has
visto? —Le temblaban ligeramente los labios cuando se incorporó y apoyó los pies
en el suelo—. ¿Lo sabes?
Una ráfaga de pánico y miedo me punzó el pecho.
—No pude ver quiénes eran ni si hay ni'meres implicados. No sé todos los que
serán... se verán envueltos en lo que estoy viendo, pero yo... creo que ocurrirá
durante las fiestas. He visto máscaras y.... —Mi mirada siguió sus dedos hasta el cuello
338
de su túnica, donde estaría la cadena de plata que llevaba normalmente. Cualquiera
podría llevar ese collar de zafiros, pero…—. Deberías irte de Archwood. No te quiero
aquí.
—Lis...
—Sabes que me preocupo por ti, ¿verdad? —Me giré hacia ella—. Y tú te
preocupas por mí.
—Sí, claro que sí.
—Y si pensaras que podría ocurrir algo malo y que yo podría verme envuelta
en ello, no te limitarías a advertirme. Harías algo al respecto —dije—. La diferencia
es que yo sé que algo malo va a pasar, y que va a afectar a mucha gente. Puede que
tú estés bien. No lo sé, pero no te quiero aquí. Al menos durante las fiestas.
—Quieres que me vaya, pero ¿y tú? —Bajó la voz—. ¿Grady? ¿Claude?
—Le pediré a Grady que haga lo mismo, y a Claude. —Si pudiera encontrarlo.
—¿Y tú?
—Yo... no puedo.
—¿Por qué? —preguntó.
Porque Thorne afirmaba que era yo quien salvaría Archwood, y aunque no
pudiera creerlo, el Hyhborn no mentía. Y ni siquiera estaba segura de que esa fuera
la razón por la que no podía irme. Necesitaba estar aquí cuando Thorne regresara. Lo
sabía.
Los labios de Naomi se apretaron mientras miraba hacia otro lado, con la
cabeza temblando.
—Si no te vas, tampoco lo hará Grady.
Otro corte de miedo me atravesó. Yo también lo sabía. Mis dedos se clavaron
en mis rodillas.
—Si no quieres irte de Archwood, al menos vete a pasar un tiempo con tu
hermana. —Respiré hondo—. Y deberías hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
Su mirada volvió a la mía y su piel palideció.
—Me dijiste que se recuperaría de la fiebre. Se está recuperando.
—Lo sé, pero...
El pecho de Naomi se levantó con una respiración pesada.
—¿Pero qué, Lis?
Cerré los ojos brevemente, odiándome un poco por utilizar así a su hermana.
339
—Pero sólo preguntaste si se recuperaría de la fiebre, y lo hará; sin embargo,
deberías pasar tiempo con ella.
—¿Por qué? —Su barbilla se levantó mientras sus labios temblaban.
Me picaba la garganta.
—Ya sabes por qué.
Sus ojos se volvieron vidriosos.
—Quiero oírte decirlo.
—No vivirá para ver el final de las fiestas —susurré—. Lo siento.
Sus ojos se cerraron y pasaron varios momentos.
—Entonces, ¿me lo dices ahora para que me vaya de la mansión? —Sus
pestañas se levantaron, sus ojos brillaron—. Deberías habérmelo dicho antes.
—Lo sé —acepté—. Realmente lo siento.
Naomi resopló y apartó la mirada. Apretó los labios y negó con la cabeza.
—Lo sé.
Mi corazón se rompió un poco.
—¿Harás lo que te pido?
—Sí. —Cuando me miró, sus ojos estaban húmedos—. Y tienes que salir de mis
aposentos. —Se levantó, apartándose de mí.
Me puse de pie.
—Naomi...
—No lo hagas. —Se giró hacia mí, con la bata revoloteándole alrededor de los
pies—. Sabías lo que te pregunté cuando acudí a ti por Laurelin. No hablaba sólo de
la fiebre, y mentiste. Podría haber estado más tiempo con ella... —Inspiró
agitadamente, apretando con el puño la falda de la bata—. Por favor. Vete. Tengo que
hacer las maletas.
Di un paso hacia ella, pero se volvió de nuevo y atravesó las cortinas. Me detuve
y respiré con dificultad. Ahogando las lágrimas, salí de sus aposentos, esperando que
me hiciera caso. Que abandonara la mansión y que el daño que había hecho a nuestra
amistad no fuera en vano.

—No va a suceder. —Grady se apoyó en la cornisa del corredor en el que yo


estaba sentada. Lo había alejado de la pared y estaba intentando, sin éxito,
convencerlo de que abandonara Archwood—. No puedo creer que me pidas eso.
340
Mejor aún, no puedo creer que pierdas el tiempo preguntándomelo cuando ya sabes
cuál va a ser la respuesta.
—Tenía que intentarlo.
—Más bien tenías que enojarme —replicó—. Si quieres irte, entonces podemos
ponernos en camino ahora mismo, pero no lo harás ya que tienes en la cabeza que
necesitas estar aquí cuando el príncipe regrese.
Debería haberme guardado la razón para quedarme. No había ayudado en
nada.
—No intento molestarte. —Una brisa cálida atrapó un mechón de cabello más
corto que se había escapado de las horquillas, lanzándolo sobre mi cara—. Ya he
disgustado a Naomi hoy.
Se cruzó de brazos.
—¿Se va?
Asentí.
—Esperemos, pero está enfadada. Tiene todo el derecho a estarlo. No le conté
todo sobre su hermana. —Apoyé la cabeza en el pilar de la entrada—. Y no encuentro
a Claude por ninguna parte. ¿Lo has visto?
—No.
Durante todo el día, había intentado que mi intuición me dijera dónde podía
estar Claude, que me dijera algo, pero no había más que esas cuatro palabras
repitiéndose.
Algo no va bien.
La preocupación me carcomía mientras miraba fijamente las paredes de la
mansión y mis pensamientos se dirigían a la visita del príncipe Rainer.
—¿No te parece extraño que el príncipe de Primvera apareciera sólo después
de que los demás se fueran?
—Creo que todo es jodidamente extraño ahora mismo. —Entrecerró los ojos,
observando cómo uno de los mozos de cuadra cepillaba a una yegua—.
Especialmente esto de que posiblemente seas una caelestia.
Eso era otra cosa que debería haberme guardado para mí, porque Grady me
había mirado como si me hubiera salido un tercer ojo. Le costaba hacerse a la idea, y
no podía culparlo por ello, pero pensé en lo que había visto en aquel espejo. No
estaba tan segura de que el breve cambio de color hubiera sido mi imaginación.
Si no fue así, ¿qué fue?
Pero eso no era realmente importante en ese momento. La visión lo era.
341
Bajé las piernas de la repisa y me puse de pie.
—Voy a intentar buscar a Claude en su estudio una vez más —le dije,
cepillándome la parte inferior de la túnica—. Y si le encuentro, intentaré convencerlo
de que cancele las fiestas.
—Buena suerte con eso —respondió Grady.
—Te avisaré si lo encuentro —le dije, dudando—. Me gustaría que...
—No lo digas, Lis. —Retrocedió—. No voy a ninguna parte sin ti.
Suspiré, asintiendo. Nos separamos: él volvió a la pared y yo entré. Me dirigí
al estudio de Claude, con la esperanza encendida cuando vi que la puerta estaba
entreabierta. Me apresuré a abrirla de un empujón. Me detuve por completo.
Claude no estaba en su estudio.
Su primo lo estaba.
Hymel levantó la cabeza del escritorio del barón, con unos papeles en la mano.
Algo no va bien.
—¿Qué haces aquí? —solté.
El atisbo de sorpresa desapareció rápidamente de sus facciones.
—No es que sea asunto tuyo, pero estoy revisando la pila de cartas. —Levantó
los pergaminos que sostenía—. Que resultan ser avisos de deudores, concretamente
del Banco Real.
Se me hundió el estómago al mirar la pila cada vez mayor.
—¿Qué quieren?
Me miró como si hubiera hecho la pregunta más tonta, y así era.
—¿Qué tan atrasado está? —le pregunté—. ¿Y tiene la moneda para saldar sus
deudas?
—No demasiado —respondió Hymel, arrojando los pergaminos sobre el
escritorio—. Y hay suficiente moneda. O habrá. —Me miró—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba buscando a Claude —dije, decidiendo que las cuestiones financieras
prevalentes eran algo sobre lo que iba a tener que estresarme más tarde—. No puedo
encontrarlo.
Las oscuras cejas de Hymel se alzaron.
—No está aquí.
Mis labios se fruncieron.
—Ya lo veo. ¿Sabes dónde está?
342
—Lo último que supe es que estaba en sus aposentos, pero yo no soy su
guardián.
—Claramente —murmuré—. No está ahí. Lo he comprobado dos veces.
—Entonces probablemente esté con los Bowers. —Hymel se recostó en la silla,
parecía muy cómodo donde no debía estar—. Y es probable que esté de juerga, ya
que esta noche empiezan las fiestas... bueno, a medianoche.
—Y por eso, ¿no debería estar aquí y no en otro sitio?
—Uno pensaría eso —dijo Hymel secamente—. Pero estamos hablando de
Claude. Las últimas fiestas, se pasó la mitad de ellas alucinando con criaturas aladas
en alguna mina abandonada con los hermanos Bower.
Eso sonaba tan extraño que tenía que ser verdad.
—Entonces, ¿hay alguna posibilidad de que no aparezca para la salida?
Hymel se encogió de hombros.
—Posiblemente. No lo había hecho antes.
Y yo no lo sabría ya que nunca lo vi durante las fiestas.
—Teniendo en cuenta el humor que tenía la última vez que lo vi, creo que
probablemente volverá a ver bestias aladas.
Se me oprimió el pecho.
—¿Qué quieres decir sobre su estado de ánimo?
—Está taciturno desde el encuentro con el príncipe de Vytrus. —Hymel agarró
un pisapapeles tallado en obsidiana—. Después de que aparentemente accediera a
entregarte al príncipe.
Me quedé con la boca abierta.
—No me entregó al príncipe —dije, y dudé que eso fuera lo que había
deprimido a Claude. Se había sentido aliviado por ello—. Y lo vi después de eso. No
parecía molesto. —Al menos no hasta que empezamos a hablar.
—Yo no lo he oído así —replicó Hymel—. El príncipe te quería a ti, una lowborn,
y Claude accedió. Creo que sus frágiles sentimientos fueron heridos.
Fruncí el ceño, concentrándome en él. La cuerda nos unía, pero vi el escudo
grisáceo que oscurecía sus intenciones... su futuro.
Hymel lanzó la bola de obsidiana y la atrapó.
—¿Necesitabas algo de Claude?
Recobrando el sentido, me crucé de brazos y no intenté acercarme a Hymel. Él
sabría lo que estaba tramando en cuanto intentara tocarlo.
343
—Tuve una visión.
Un lado de sus labios se levantó.
—Cuéntalo.
—De sangre y muerte. Creo... no, sé que algo malo va a pasar en las fiestas —
le dije—. Creo que Claude debería cancelarlas...
—¿Cancelar las fiestas? —Hymel se rio—. Los ejércitos de las Tierras
Occidentales podrían descender sobre nosotros mañana, y las fiestas no se
cancelarían.
Fruncí el ceño.
—Hymel, sé que te gusta actuar como si mis visiones no fueran reales, pero
sabes que no es así. Las celebraciones podrían al menos cancelarse aquí.
—No va a suceder. —Lanzó la bola de obsidiana una vez más.
La frustración me quemaba mientras le miraba fijamente, y de repente me vino
ese escalofrío en la nuca y entre los omóplatos. No vi nada, pero oí susurrar tres
palabras. Me puse rígida.
—El príncipe de Primvera —dije, y la mirada de Hymel se dirigió a la mía.
Agarró la pelota—. ¿Qué hacía hoy aquí?
—Compartiendo buenas noticias. —Hymel colocó la obsidiana sobre la pila de
pergaminos—. El príncipe Rainer se unirá a nosotros para las fiestas.
344

CAPÍTULO 33

L
a noche siguiente me quedé en el borde de la Gran Sala, mirando el
estrado. La elaborada silla con incrustaciones de rubí estaba vacía.
Claude seguía desaparecido.
Thorne aún no había regresado.
Con los dedos presionando la falda de mi sencillo vestido blanco, sentí la
empuñadura de la daga de lunea enfundada en mi muslo. No sabía por qué la había
agarrado al salir de mis aposentos. Había sido un acto inconsciente, pero me hizo
sentir un poco mejor.
Escudriñé la multitud de aristócratas enmascarados y vestidos a la última. Por
suerte, no había visto a Naomi ni aquí ni en el solarium, donde estaba Grady. Tampoco
vi a Hymel.
Algo no va bien.
Mi mirada se posó en un hombre rubio, atraída por él simplemente porque era
uno de los asistentes totalmente desenmascarados, pero aunque hubiera estado
enmascarado, habría sabido inmediatamente quién era. Era más alto que la mayoría
de los presentes, y la seda de su camisa y el corte de sus pantalones oscuros eran más
finos que los de los aristócratas más ricos. Sus rasgos eran perfectamente simétricos,
lo que le confería una belleza irreal. Era un Lord.
Y era uno de los dos que había visto ayer con el príncipe Rainer. El que me
recordaba a Lord Samriel. Este Hyhborn en la multitud se parecía mucho a él. Había
otros Hyhborn, más en el solarium que aquí, pero no había visto al Príncipe Rainer.
El Lord inclinó la cabeza y su mirada chocó con la mía. Inspiré sobresaltada.
Sonrió.
Tragando saliva, retrocedí un paso cuando se vio rodeado de aristócratas
aduladores. Desenmascarada como estaba, sobresalía. Mi corazón revoloteó como un
pájaro atrapado mientras me daba la vuelta apresuradamente y abandonaba la Gran
Cámara, entrando en el amplio vestíbulo y escabulléndome por una de las puertas
que daban al exterior.
Estaba nerviosa, en parte debido a la falta de sueño y al temor que me había
perseguido durante todo el día. Intenté varias veces a lo largo del día que mi intuición
me dijera dónde podía estar Claude. Incluso me preparé un baño y me sumergí en el
345
agua para que ningún sonido o distracción pudiera encontrarme, pero había silencio.
Nada.
Y eso sólo podía significar una de dos cosas: que Hyhborn estuviera
involucrado en lo que Claude estuviera haciendo o que su aparente desaparición me
involucrara de algún modo.
Claude podría muy bien estar fuera con los Bowers, pero...
Algo no va bien.
Aristo se había extendido por el césped, donde las risas se unieron a la música.
Pasé entre los juerguistas enmascarados, con un nudo en el estómago. Estaba
cansada, cada paso era difícil, pero la energía ansiosa que invadía mis venas me
impedía intentar descansar.
Utilizando el estrecho puente de piedra, crucé el pequeño arroyo y me detuve
a mirar hacia la mansión. La luz de las antorchas iluminaba a los que bailaban y
descansaban en el césped.
Eran completamente inconscientes de la violencia que se avecinaba, incluso
de los ejércitos de las Tierras Occidentales, pero dioses, ojalá yo fuera uno de ellos,
felizmente ignorante y perdiéndome en la potente bebida y la rica comida, en la
sensual presencia de los Hyhborn.
Luché contra el impulso de volver corriendo y advertirles, pero ¿cómo iba a
explicárselo? La mayoría no me creería. Otros podrían pensar que era una
conjuradora, y con los Lores Hyhborn presentes, el acto sería una tontería.
Así que seguí caminando, con los sōls flotando en el aire por encima de mí
mientras seguía el camino que había recorrido mil veces. Se irían al final de las
Fiestas, y no volverían hasta los días previos a la siguiente.
No les quité la vista de encima, porque el murmullo de la conversación no era
el único sonido que resonaba en los diferentes senderos y rincones de los grandes
jardines. Se oían jadeos más suaves y sofocantes y gemidos más gruesos y profundos,
un tipo de canción que normalmente no se oía al recorrer los senderos cubiertos de
setos.
Las fiestas estaban en pleno apogeo.
Arrastrando los dientes sobre mi labio inferior, observé a los sōls sumergirse y
elevarse como si estuvieran unidos en una danza hasta que una suave carcajada
desvió mi atención de ellos. Un trío salía de una de las sombrías callejuelas. Dos
mujeres y un hombre, y no se sabía si eran aristócratas o no, pero había mucha piel a
la vista. Brazos y piernas desnudos que jugaban al cucú con los paneles pastel de las
faldas. La camisa del hombre estaba desabrochada y abierta. De las máscaras de las
mujeres caían cintas carmesí, y la del hombre era de un negro liso y brillante.
346
Me hice a un lado, dejando pasar a las dos mujeres que caminaban del brazo
con un hombre. Una mujer asintió en mi dirección. La otra sonrió.
—Buenas noches —dijo el hombre, ladeando la cabeza mientras me miraba. Lo
único que vi fue la curva de su boca en señal de aprobación mientras observaba los
tirantes de encaje que se entrecruzaban sobre mis pechos y la tela de gasa que se
ceñía a mis caderas.
—¿Te gustaría unirte a nosotros? —preguntó.
Me mordí el labio, luchando contra una sonrisa. —Gracias por la invitación,
pero parece que ya tienes las manos ocupadas.
Una de las mujeres soltó una risita. —Sí, pero ¿nuestras manos? —Compartió
una mirada con la morena—. No están tan llenas.
El interés se despertó cuando el hombre soltó una risita y se inclinó para besar
en la mejilla a la mujer más baja, la que había hablado. Abrí un poco los sentidos.
Eran una pareja. Los tres.
Qué hombre tan afortunado.
—Voy de camino a encontrarme con alguien —mentí—. Pero te deseo buenas
Fiestas.
—Qué pena —murmuró el hombre, haciendo una elaborada reverencia—.
Felices Fiestas.
Murmuré lo mismo, quedándome atrás mientras el trío se alejaba por el
sendero. Luego continué caminando, esta vez siguiendo a dos sōls que daban vueltas
entre sí mientras mi mente alternaba entre la visión, lo que Maven había compartido
y la desaparición de Claude. Mis pensamientos se desviaban, sin embargo, hacia él.
Era bastante difícil que no lo hicieran cuando estaba en los jardines y la brisa
despertaba el aroma de la menta de gato.
¿Volvería Thorne mañana? ¿Entonces qué? ¿Yo sería suya? ¿Pero no lo era
ya...?
—Para —susurré, negándome a dejar que ese pensamiento terminara. Sin
embargo, se me revolvió el estómago mientras negaba con la cabeza.
Lo único que debía pensar que concernía a Thorne era contarle que nos
habíamos conocido antes.
Al acercarme a las glicinias, me detuve y miré hacia arriba. Las estrellas
cubrían el cielo. Era una extraña coincidencia que todo esto ocurriera al mismo
tiempo.
La repentina aparición de Thorne, cumpliendo una premonición de doce años.
Mi reacción casi visceral hacia él. Su interés en mí, que él no podía explicar y que yo
sentía que iba más allá de que no se diera cuenta de que nos habíamos conocido
347
antes. Mi intuición me impedía decírselo. La Princesa de Visalia y los Caballeros de
Hierro de las Tierras Occidentales atacando Archwood. Aprender que los lowborn
podían descender de Hyhborn. La ausencia de Claude. La visión. Hymel. Ese Lord
sonriente que se parecía a Lord Samriel. Todo sucediendo al mismo tiempo, y yo...
No creía en las coincidencias.
O el destino.
Bajé la mirada hacia las lilas en flor. Un leve cosquilleo me bailó en la nuca y
luego entre los omóplatos. Como un gigante dormido, mi intuición chispeó.
Todo está relacionado.
Todo.
Una advertencia.
Un ajuste de cuentas.
Una promesa de lo que vendría.
Charcos de sangre. Ríos que corren entre los miembros inmóviles, filtrándose en
las vetas doradas. Brazos desnudos con profundos cortes. Muchos de ellos, con las bocas
abiertas en un horror silencioso y helado. Máscaras de brocado e incrustaciones de joyas
rotas, esparcidas por el suelo. Plata y zafiro empapados en sangre. Y esta vez hubo
gritos. Gritos de dolor. Gritos de muerte.
Salí de mi visión justo cuando las ramas de las glicinias empezaban a temblar,
meciéndose en ausencia de cualquier tipo de brisa.
Con la respiración entrecortada, di un paso atrás. Un escalofrío recorrió mi
espina dorsal mientras pequeños bultos me erizaban la piel. Se me erizó el vello de
la nuca mientras una energía gélida y antinatural se acumulaba en el aire. Levanté la
vista y vi lo que parecían nubes oscuras que se acumulaban en el cielo y ocultaban
las estrellas.
Mis músculos se agarrotaron por un momento y entonces el instinto se puso en
marcha, alimentado por el elevado sentido de la intuición. Giré y salí corriendo más
deprisa que nunca por el laberinto de senderos mientras la luz de la luna se
desvanecía y desaparecía.
Algo se acerca.
Podía sentirlo en el aire -en el repentino silencio y la creciente oscuridad- y no
creía que lo que llenaba el cielo fueran nubes. Cada parte de mi ser estaba
concentrada en encontrar a Grady, y no me atrevía a perder tiempo yendo hacia el
puente. Sabiendo que los niveles eran bajos en esta época del año, medio resbalé,
medio corrí por la orilla fangosa. El agua salpicaba mientras pisaba a fondo el arroyo
poco profundo, perdiendo un zapato en el proceso. Seguí adelante y llegué al otro
lado, con el dobladillo del vestido empapado y pegado a las piernas. Subí la corta
348
colina, tragando un grito cuando una roca afilada atravesó la fina suela del zapato que
me quedaba, cortándome la piel.
No dejé que eso me frenara. Volé por el césped, sobresaltando a muchos de
los que estaban en el suelo, con los cuerpos apretados.
—Métete dentro —grité, esquivando a otros que se levantaban para mirar al
cielo—. ¡Métete dentro ahora!
No tenía ni idea de si alguien me estaba escuchando mientras tropezaba, casi
cayéndome. ¿Me había escuchado Naomi? No la había visto en todo el día, y dioses,
eso esperaba, pero el corazón me dio un vuelco, porque seguía viendo aquel collar
de zafiros ensangrentado.
Jadeando, subí corriendo los anchos escalones de la mansión del Barón, y
estaba a escasos centímetros de las puertas cuando las nubes cayeron del cielo en un
coro de alas batiendo el aire.
Entonces empezaron los gritos de dolor, los gritos de muerte.
349

CAPÍTULO 34

E
staba sucediendo. La visión. Lo sabía.
Me agarré al pomo de la puerta, miré por encima del hombro y
las piernas casi me fallan.
Lo que había apagado la luz de la luna y las estrellas era algo
sacado directamente de una pesadilla: criaturas con una envergadura de más de dos
metros y garras más largas y afiladas que las de un oso. Parecían una fusión entre un
lowborn y un águila gigante.
Ni'meres.
Se lanzaron desde el cielo, más rápido que un caballo a la carga. Los que
seguían en el césped no tenían ninguna posibilidad de escapar. Las garras de los
ni'meres desgarraron carne y hueso, abriendo espaldas y hombros y perforando
incluso los cráneos de los que huían.
El horror se apoderó de mí cuando un ni'mere levantó a un hombre en el aire.
Gritaba, golpeando las garras que le desgarraban los hombros desnudos. El ni'mere
emitió un sonido aterrador, entre un chillido y una carcajada, antes de soltar al
hombre. Éste cayó en picado al suelo...
Otro ni'mere lo atrapó, sus garras se hundieron profundamente en el estómago
del hombre, abriéndolo.
Con arcadas, me alejé y volé hacia la sala de recepción. No entendía por qué
los ni'meres hacían esto: ¿habían atacado a un Hyhborn? No había tiempo para
averiguarlo.
El otro zapato, resbaladizo por la sangre, se me cayó al esquivar los pedestales
que sostenían altos jarrones con flores de verano. Corrí por el amplio vestíbulo, en
dirección al solárium, donde había visto a Grady por última vez. Cuando estaba a
mitad del pasillo, las puertas de ambos lados se abrieron de golpe. Los lowborn
inundaron la cámara en una marea de pánico, derribando pedestales y esparciendo
petunias y margaritas por los suelos de mármol. En un abrir y cerrar de ojos, fui
engullida por la avalancha.
Alguien chocó contra mí, haciéndome girar. Mis pies resbalaron. Caí sobre
otro, haciéndolo a un lado mientras unas alas golpeaban las paredes de la mansión.
—Lo siento —jadeé, acercándome a la mujer—. Me ahogué cuando ella giró la
cabeza hacia mí. Tenía profundos cortes en las mejillas.
350
No tenía ojos.
—Ayúdame —rugió cuando me aparté de su alcance—. Ayúdame. Ayúdame.
—Yo... no sé cómo. —Retrocedí, chocando con otro. Me giré hacia un hombre,
un hombre que estaba desnudo pero cubierto de tanta sangre que parecía llevar una
funda de un rojo reluciente. Me llevé las manos al pecho—. Lo siento.
Con el pecho oprimido, me aparté y empujé hacia delante, intentando
desesperadamente no mirar demasiado a los que me rodeaban, intentando no oír los
gritos mientras llamaba a Grady, pero era imposible. Vi carne destrozada y colgando
en jirones como si fueran tiras de nada más que prendas sedosas. Mejillas abiertas.
Miembros colgando y unidos por hilos de tendones. Había tanta sangre que se me
retorció el estómago.
—¡Grady! —grité, esforzándome por ver por encima de los que se agolpaban
en el pasillo—. ¡Grady!
Las puertas que conducían a la Gran Cámara y al resto de la mansión parecían
estar a kilómetros de distancia mientras los cuerpos se apretujaban; cuerpos
resbaladizos por el sudor y la sangre se agolpaban junto a los míos, y era demasiado.
Algo sucedía en mi mente mientras avanzaba a trompicones. Docenas de hilos se
formaron en mi mente, extendiéndose y conectándose a mi alrededor y todos a la vez.
Sus pensamientos presionaban el interior de mi mente con la misma fuerza que sus
cuerpos ensangrentados.
¿Por qué está pasando esto? gritó una voz en mi cabeza, sacudiéndome antes de
ser rápidamente tomada por otra que chillaba ¿Dónde está Julius, ha conseguido
entrar?
Mis ojos, muy abiertos, pasaron de un rostro pálido a otro manchado de
carmesí, confundidos. Debería haberla ayudado. La dejé allí... la dejé allí.
Levántate. Maldita sea, levántate. Si nos quedamos aquí, vamos a morir.
—Déjame —suplicó en voz alta el herido—. Déjame.
—Y una mierda —gruñó otro hombre.
Sus pensamientos... oh dioses, no podía bloquearlos. No podía cortar la
conexión mientras me abría paso entre los cuerpos enloquecidos, con el corazón
latiéndome mientras los gemidos de los moribundos se convertían en las últimas
palabras de mi mente.
Es demasiado pronto.
Esto no está ocurriendo.
¿Por qué yo?
No siento las piernas. ¿Por qué no puedo sentir...?
351
Se fundían entre sí, lo que me impedía saber exactamente cuántos estaba
oyendo, si era uno o muchos.
Me estoy muriendo.
Oh dioses benditos, sálvame.
Estoy muerto. Estoy muerto. Estoy muerto.
Jadeando, tropecé con algo... con alguien. Me detuve sobre un pedestal que
seguía en pie, con la mirada fija en el rostro del hombre. La máscara le colgaba de
una oreja y tenía los labios entreabiertos como si se le hubieran congelado al respirar.
Tenía la garganta desgarrada. A través del amasijo de huesos rotos y carne
gelatinosa, pude ver el suelo, la sangre que corría a través de las vetas doradas del
mármol.
Mi cuerpo se bloqueó mientras me aferraba al frío mármol. Sus pensamientos.
Las imágenes y los sonidos. Mi propio terror creciente. Me temblaban las piernas y
me flaqueaban las rodillas. No podía moverme mientras se me agarrotaba la
garganta. No podía dejarlos fuera. Me deslicé hasta el suelo, apretándome contra la
base del pedestal. Era demasiado. Estaban dentro de mí -su miedo, su pánico, sus
últimos pensamientos- y no podía sacarme de allí. No podía evitar que formaran parte
de mí. Apreté las rodillas contra el pecho, cerré los ojos y apreté los puños contra las
orejas.
¡Ayúdenme!
¡Me muero!
Duele... oh dioses, duele.
Se ha ido. Ha muerto.
Estoy sangrando.
Lis. Lis. Lis.
No quiero que termine así.
No puedo.
No es justo.
—¡Lis! —Unas manos me aprisionaron los brazos, sacudiéndome—. Calista —
exigió la voz—. Mírame.
Arrastrando el aire, me aterrorizaba hacerlo -aterrorizada por lo que vería-
pero eran unos ojos marrones que me miraban fijamente, unos ojos un tono más
oscuro que los míos. Grady. Me había encontrado, como siempre, me había
encontrado.
—Puedo oírlos —dije, temblando—. Sus pensamientos. Sus gritos. No puedo
evitarlo...
352
—Sólo concéntrate en mí. Sólo en mí, y respira... profunda y largamente.
Respira hondo. Concéntrate en mí y respira —me ordenó, la cálida piel morena
alrededor de su boca tensa mientras la voz de otro empezaba a entrometerse en mis
pensamientos—. ¿Estás concentrada?
—Yo... —Empecé a apartar la mirada de él. La sangre se acumulaba en el suelo.
Ríos de carmesí, resbaladizos y brillantes. La sangre salpicaba la base y los pilares
dorados. Brazos y piernas inmóviles. Piel desgarrada por profundos tajos…
—Vi esto —susurré—. Esto es lo que vi, Grady. Esto es...
—Lo sé. Eso no importa ahora. —Agarró mis mejillas entonces, forzando mi
mirada de nuevo hacia él—. Dime, ¿cómo se supone que debo hacer para que la
menta siga floreciendo?
Su pregunta me pilló desprevenida. —¿Qué?
—Dime cómo puedo hacer que tu flor favorita siga floreciendo.
—Me gusta la menta, pero no es mi favorita. Me gusta la margarita silvestre. —
De repente, mi mente se llenó de imágenes de pequeñas flores amarillas como
margaritas—. Del tipo rayo de luna.
—De acuerdo. Como quieras. ¿Cómo consigues que el rayo de luna siga
floreciendo?
Fruncí el ceño. —Tienes que cortarles los capullos negros, las flores gastadas.
—Es bueno saberlo. —Sus manos quitaron el pelo de mis mejillas—. ¿Te estás
imaginando esas flores?
Asentí mientras mi mente por fin empezaba a calmarse. Grady... había hecho
esto antes, cuando éramos más jóvenes y yo no había aprendido a cortar la conexión
con los demás. Me levanté del suelo y lo abracé. —No sé qué haría... sin ti.
—No pasa nada. Te tengo. No pasa nada. —Sus brazos se apretaron a mi
alrededor—. ¿Estás herida?
Sacudí la cabeza. —N-No. Eran sólo sus pensamientos. No podía...
—Lo sé. Lo sé. —Se levantó, llevándome con él—. Tenemos que salir de aquí.
Llegar más lejos en la casa y esconderse antes de que entren .
—¿Los ni'meres?
—No sólo ellos. —Se apartó, escaneando rápidamente mi cara y mi cuerpo en
busca de alguna herida sobre la que pudiera haber mentido—. Vi a la Rae viniendo
por la colina.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No lo sé. —Me agarró del brazo, apretando mientras miraba a su alrededor—
. Pero algo malo está pasando, Lis. Primvera está ardiendo.
353
Se me heló el pecho. —¿Qué?
Empezó a guiarnos entre la multitud. —Vi a la Rae desde el solarium. La vi antes
de que llegaran los ni'meres. Fue entonces cuando empecé a buscarte. Cuidado —
advirtió, guiándonos alrededor de un par de piernas inmóviles.
No miré para ver qué había hecho que aquellas piernas se quedaran tan
quietas.
—Supe de inmediato que algo malo estaba pasando. —Grady se pasó la otra
mano por la mata de cabello rizado.
—¿Crees que son las Tierras del Oeste?
—¿Quién más podría ser? —dijo—. Deben haber llegado más lejos en las
Tierras Medias de lo que nadie sabía. Esa es la única respuesta —gruñó cuando
alguien chocó contra nosotros—. Tenemos que escondernos —repitió—. Y luego, a la
primera oportunidad que tengamos, tenemos que salir...
Los cristales se hicieron añicos detrás de nosotros. Grady miró por encima del
hombro mientras yo hacía lo mismo.
Los Ni'meres entraron por la ventana rota, con sus cuerpos emplumados
resbaladizos de sangre y vísceras. Sus alas batieron el aire mientras descendían en
picado, apuntando a los que seguían en pie con garras que goteaban rojo.
Estalló el caos. Los que pudieron se dispersaron en todas direcciones, mientras
corríamos hacia la sala principal. No fuimos los únicos que llegamos al estrecho
vestíbulo que conducía a la Gran Cámara y al resto de salas y espacios de la mansión.
—La Gran Cámara no —jadeé—. No podemos ir allí.
—Mierda. —La mirada de Grady se cruzó brevemente con la mía—. Aguanta.
No te sueltes, Lis. Hagas lo que hagas, no me sueltes.
Me agarré a la espalda de su túnica mientras la gente se agolpaba a nuestro
alrededor, ahogando rápidamente la sala.
Pero no conocían la casa como nosotros.
Cayeron mesas estrechas, obstruyendo aún más el camino a medida que nos
presionaban más hacia el fondo del pasillo. Tiré del brazo de Grady. —¡La puerta azul!
—grité—. Los pasillos traseros.
Grady asintió, manteniendo su pie y el mío mientras casi nos empujaban más
allá de la puerta. Nos atrincheramos, él gruñendo y yo jadeando mientras varias
personas chocaban contra nosotros. La puerta estaba atascada, lo que obligó a Grady
a poner todo su peso detrás.
354
La puerta gimió, se abrió de golpe y caímos al vacío. Me giré y vi los pálidos
rizos de Allyson en medio de la locura. —Allyson —grité. Su cabeza giró hacia
nosotros. Empezó a luchar hacia la puerta.
—Vamos —gritó Grady, apartándonos mientras un joven rubio y luego Allyson
entraban corriendo en la cámara.
Me acerqué a ella. —¿Estás bien? —Su bata azul claro estaba salpicada de
sangre—. ¿Estás herida?
—No —ronroneó, con los rizos cayendo desordenadamente sobre su rostro—.
¿Y tú?
—Estoy bien. —Mi corazón tronó—. Me alegro mucho de haberte visto. ¿Has…
—Me quedé inmóvil. Una cadena de plata rodeaba su cuello y de ella colgaba una
joya de zafiro—. ¿Es el collar de Naomi?
La confusión marcó su frente mientras me miraba como si no pudiera creer que
le estuviera haciendo semejante pregunta. —Sí, quería ponérmelo con mi vestido. Me
lo regaló hace unos días.
Dioses.
Me había equivocado. No había sido Naomi la que había visto…
Allyson miró al techo. —Yo... me separé de los demás —dijo, y yo aparté la
mirada, con el corazón roto al darme cuenta—. Los ni'meres entraron por las ventanas.
No sé si...
—¡Por aquí! —Grady gritó, y me di la vuelta—. Vamos. Maldita sea —maldijo
mientras la gente se apresuraba a pasar por la puerta—. ¡Por aquí, cabrones!
Nadie escuchó.
Negué con la cabeza, con el corazón encogido cuando el chillido de una ni'mere
entró en el vestíbulo.
—Ya vienen —susurró Allyson, alejándose de mí. Chocó contra un sofá—. No
podemos quedarnos aquí con la puerta abierta.
Tenía razón.
—Maldita sea —Grady gruñó, cerrando la puerta de golpe—. ¡Maldita sea!
—Por aquí —dije, mirando al otro hombre. Estaba pálido—. Hay otro pasillo.
Lleva a las habitaciones de la servidumbre y...
—La bodega —terminó Grady—. Esa puerta es pesada. Nadie, ni siquiera los
ni'meres, puede atravesarla.
—Perfecto. Si voy a morir esta noche, prefiero estar borracho como una cuba
—dijo el hombre, arrastrando una mano por delante de su camisa rota—. Por cierto,
me llamo Milton.
355
—Grady. —Asintió en mi dirección—. Esta es Lis y esa es...
—Allyson —dijo, frotándose nerviosamente los brazos desnudos.
Un grito atravesó el aire, haciéndonos saltar a Allyson y a mí.
Milton tragó saliva. —Vayamos al sótano para emborracharnos lo suficiente
como para no pensar en lo que pasa al otro lado de ese muro.
—Suena como un plan. ¿Estás bien? —Grady le preguntó a Allyson, que asintió.
Luego se volvió hacia mí—. ¿Tú?
Con el escozor en los pies, cojeé un poco mientras me dirigía a la puerta del
otro extremo de la cámara. No podía mirar demasiado tiempo ni demasiado de cerca
a Milton y... especialmente a Allyson. No porque me preocupara que lo que había
sucedido en la sala de recepción me abrumara de nuevo. Temía descubrir cómo
acabaría la noche para ellos, y yo ya... Ya sabía cómo acabaría para Allyson.
A medida que avanzaba, se apoderó de mí una sensación de frágil calma,
demasiado familiar, que había surgido de noches oscuras y aterradoras que habían
tenido lugar antes de que huyéramos de Union City y después, cuando habíamos
dormido en calles y cunetas, cuando nos perseguían los agentes de la ley o huíamos
de adultos cuyos pensamientos estaban llenos de cosas terribles. Habíamos estado
en muchos lugares malos, muchos de los que no creí que saldríamos.
No es que no tuviera miedo. Estaba aterrorizada. Mi corazón no paraba de latir.
Me sentía enferma de miedo, pero esto era... era sólo otro punto malo que había que
pasar. Sobrevivir, y lo haría. Sobreviviríamos.
Abrí la puerta que daba a otro vestíbulo, que tenía la longitud de la mansión y
rodeaba toda la parte trasera. Estaba vacío. Grady hizo señas a los otros dos para que
se adelantaran. Nos apresuramos por el pasillo poco iluminado, los sonidos apagados
de los gritos procedentes del otro lado de la pared nos seguían, nos perseguían.
Recordando la daga, me detuve y me subí la falda del vestido. Desenvainé la
daga. Miré hacia arriba.
A mi lado, Milton levantó las cejas al ver la hoja de lunea. —Ni siquiera voy a
preguntar.
—Probablemente sea mejor que no lo hagas. —Dejo que la falda vuelva a su
sitio.
—¿Por qué hacen esto? —preguntó Allyson, mordisqueándose las uñas.
—No lo sé —dijo Grady, y luego repitió lo que me había dicho sobre la Corte
de Hyhborn—. Pero un grupo de ni'meres sobrevoló la mansión, dirigiéndose
directamente a Primvera.
—No puedes hablar en serio —jadeó Allyson—. ¿Están atacando a los suyos?
356
—Así es. Lo vi yo mismo —confirmó Milton, y tuve la sensación de que lo
veríamos muy pronto cuando llegáramos al vestíbulo trasero—. Parecía que toda la
ciudad estaba ardiendo, pero creo que era sólo el muro fuera de Primvera.
—¿Pero por qué atacarnos? —Allyson se pegó a Grady—. No estábamos
haciendo nada.
Nadie respondió, ni siquiera mi intuición, pero no creí que se tratara de las
Tierras Occidentales o de los Caballeros de Hierro. Esto era algo completamente
distinto.
—Me mentiste —murmuró Grady en voz baja.
—¿Qué? —Lo miré.
—Dijiste que no estabas herida. —Levantó las cejas—. Tu pie está sangrando.
—¿Estás sangrando? —La preocupación llenó la voz de Allyson.
—No es gran cosa. Sólo un pequeño corte en el pie.
—Los cortes menores se infectan todo el tiempo, Lis. Entonces acabas con el
pie cortado.
Mis cejas se alzaron.
—Eso se intensificó rápidamente —comentó Milton en voz baja desde detrás
de nosotros.
Grady lo ignoró. —En cuanto tengamos oportunidad, lo lavaremos.
Suspiré pesadamente. —Pensaba hacerlo, pero ahora me preocupan más los
ni'meres.
—De acuerdo —comentó Milton.
Nos acercamos a la esquina donde el vestíbulo giraba para continuar por la
parte trasera de la mansión. Eché un vistazo. El vestíbulo estaba a oscuras. —Las
ventanas están intactas.
Grady avanzó a grandes zancadas, con la mano alrededor de la empuñadura
de su espada. Sus pasos se ralentizaron. —Dulce misericordia.
Avancé sigilosamente mientras Allyson gritaba y se tapaba la boca con la
mano. Retrocedió dando tumbos y apretándose contra la pared. Me dije que no lo
hiciera, pero me uní a Grady en la ventana que me llegaba al pecho y me arrepentí al
instante.
La luna ya no estaba bloqueada. Una luz plateada inundaba los terrenos de la
mansión. Había cadáveres esparcidos por el césped, siendo... hurgados por unos
cuantos ni'meres solitarios.
357
El estómago se me revolvía de náuseas, pero no podía apartar la vista de aquel
espectáculo horrible y grotesco. Sólo había visto un ni'mere una vez y de lejos.
Entonces era una niña, pero ahora no eran menos aterradores que entonces, con sus
cuerpos emplumados que parecían mortales y sus rostros de un gris pálido. Sus ojos
amarillos eran casi iridiscentes, de un tono dorado que hacía juego con las vetas que
atravesaban sus alas color ónice y su pelo largo y desgreñado. Sus dientes...
Eran puntiagudos, tan afilados como cualquier pico o garra, y sin embargo sus
rasgos eran delicados. Incluso bonitos, si no fuera por el espantoso tono de su piel y
la sangre que manchaba sus labios y barbillas.
Aparté mi mirada de ellos. Más allá de los ni'meres había una vista totalmente
distinta. La mansión Archwood estaba en lo alto de una colina y, en los días soleados,
el sol brillaba en la cima de los muros que rodeaban Primvera. Esta noche, todo el
horizonte estaba iluminado por un resplandor dorado. Primvera estaba ardiendo.
—Mierda —maldijo Grady, echándose hacia atrás—. La Rae. Agáchate.
Me agaché junto a Grady, con un nudo en el estómago. —Si hay Rae…
—Entonces hay príncipes cerca —terminó de decir, sus ojos se encontraron
brevemente con los míos.
—El Príncipe Rainer se unirá a nosotros para las Fiestas —susurré—. Eso es lo
que dijo Hymel.
La mandíbula de Grady se apretó. —Tu príncipe decidió irse en un momento
infernal, ¿no?
—No es mi príncipe —repliqué.
—Debemos tratar de seguir adelante —dijo Milton desde donde estaba
agazapado más adelante en el pasillo—. ¿Qué tan lejos tenemos que ir?
Grady se levantó a medio camino, manteniéndose por debajo de la ventana. —
Al final del pasillo. Mantente pegado al suelo.
“Al final del pasillo” parecía estar en un reino totalmente diferente. —Es la
penúltima puerta.... —me interrumpí cuando un cosquilleo de conciencia surgió entre
mis omóplatos y subió por mi nuca. Se me puso la piel de gallina en los brazos
desnudos y sentí un extraño calor en el... en el pecho, a pesar de que la temperatura
había bajado, igual que en los jardines. Se me erizó el vello de la nuca. Levanté la
mirada hacia la ventana mientras me frotaba el pecho.
—¿Lis? —Grady llamó en voz baja—. ¿Qué pasa?
—Yo… —La intuición me guiaba mientras alzaba la mano, agarrándome a la
parte inferior del alféizar.
—¿No deberíamos darnos prisa? —Milton siseó.
358
Deberíamos.
Pero había algo que necesitaba ver. Me levanté lo suficiente para asomarme al
alféizar de la ventana.
Los Rae pasaban a lomos de caballos envueltos en telas negras; el vaho que se
filtraba por las aberturas de sus mantos se deslizaba por los costados de los caballos
y se derramaba por el suelo como la niebla. Debían de ser más de dos docenas.
Empecé a alertarme cuando los Hyhborn se adelantaron a lomos de grandes corceles
de color marrón rojizo, cubiertos con estandartes añiles que llevaban una insignia
carmesí de varios nudos entrelazados. Ya había visto el emblema antes. Era el Escudo
Real y representaba a todos los territorios unidos para formar uno solo.
Si se tratara de las Tierras Occidentales o de los Caballeros del Hierro,
¿cabalgarían a la batalla portando el emblema del rey que pretendían derrocar? No
lo creo. Pero si fuera el Rey, ¿por qué destruiría Primvera? ¿A menos que creyera que
Primvera también sería una pérdida?
Un destello de blanco plateado a la luz de la luna atrajo mi mirada. Cabello.
Largo cabello rubio tan pálido que era casi blanco. Más pálido que el cabello del Lord
que había visto en la Gran Cámara.
Lo reconocí.
Aunque de niña me daba demasiado miedo mirarlo a la cara, sabía que era él.
—Grady —susurré—. Mira.
Se apartó de mí, levantándose ligeramente.
—¿Lo ves?
—Sí —escupió entre dientes apretados—. Lord Samriel.
359

CAPÍTULO 35

¿Q ué demonios hacía él aquí? No lo sabía, pero no creía en las


coincidencias. Ni en el destino. Mis dedos presionaron el alféizar de
la ventana.
—Realmente tenemos que salir de aquí —instó Grady.
Empecé a moverme cuando el Hyhborn que cabalgaba junto a Samriel giró su
cabeza embozada hacia la ventana. Su caballo se detuvo de repente.
—Mierda —jadeé, agachándome. Mi amplia mirada se encontró con la de
Grady mientras apretaba con fuerza la daga—. No pudo habernos visto. No hay
manera...
Un ni'mere chilló, enviando un rayo de miedo crudo directamente a través de
mí.
—¡Vamos! —Grady gritó a los demás, mientras nos arrastrábamos, la mitad
corrió a lo largo de la pared.
Alcanzando rápidamente a Milton y Allyson, corrimos hacia la puerta de las
cámaras subterráneas, pero mientras mi intuición había estado tranquila segundos
antes, ya no lo estaba. Las alas golpeaban contra la ventana. Lo supe...
—No vamos a conseguirlo —jadeé.
—Lo haremos —argumentó Grady—. Nosotros...
—No. —Agarré la parte de atrás de su túnica—. No lo haremos.
La comprensión se reflejó en sus facciones. Maldijo y llamó a gritos a los demás,
mientras yo me devanaba los sesos pensando adónde podríamos ir. Miré a mi
alrededor.
—¡La biblioteca! —grité.
Allyson asintió y cruzó corriendo el pasillo, en dirección a la puerta que yo
sabía que conducía a otra parte de la mansión. Allí habría cámaras; no eran tan
seguras como las subterráneas, pero eran lugares donde esconderse, y eso era lo
mejor que podíamos hacer.
Empujó la puerta y la mantuvo abierta mientras la sensación de presión seguía
instalándose entre mis hombros. Era imposible que lord Samriel nos hubiera visto,
pero algo lo había alertado de nuestra presencia.
360
Los cristales estallaron al chocar contra el otro pasillo. El grito agudo de Allyson
me hizo girar. Un ni'mere venía hacia nosotros, con sus alas rozando las paredes a
ambos lados. Me quedé paralizada, sólo por un instante, mientras contemplaba los
rasgos frágiles de la criatura, parecidos a los de una muñeca, embadurnados de
sangre: la carne lisa que daba paso a pequeñas plumas en capas y a pechos. Pechos
de verdad. El ni'mere era una hembra.
Y nunca iba a dejar de ver esto.
—¡Al suelo! —Grady gritó.
Allyson me agarró del brazo, tirando de mí hasta ponerme de rodillas. El
ni'mere se retorció en el aire, a punto de girar, mientras Milton agarraba a la criatura
por las patas. Con un grito, lo lanzó contra la pared.
El yeso crujió por el impacto. Milton retrocedió de un salto, con la respiración
agitada, mientras el ni'mere caía hacia delante. Se levantó sobre sus patas traseras a
centímetros de mí, chillando.
Me moví sin pensar, tambaleándome. No pensé en lo que estaba haciendo. No
dudé. Era casi como si fuera otra persona cuando el ni'mere se abalanzó sobre mí con
sus garras afiladas y ensangrentadas. Me metí bajo su brazo y giré. Me puse en pie y
clavé la daga en el pecho del ni'mere. La mirada atónita de la criatura se cruzó con la
mía cuando solté la hoja. El ni'mere retrocedió tambaleándose, con las piernas
dobladas. La criatura cayó, muerta antes de caer al suelo. Levanté la vista.
Grady me miró fijamente, con los ojos muy abiertos. —¿Qué demonios?
Miré mi espada. —Mierda.
Un chillido cortó el aire cuando otro ni'mere entró en la sala.
—Mierda —maldijo Grady.
Pasé por delante de Allyson, agarré la puerta y la cerré de golpe. Tiré la
cerradura, sabiendo que sólo retrasaría a los demás, mientras Grady salía disparado
hacia delante. No clavó la espada en el ni'mere. El acero haría muy poco. Se retorció
en la cintura, barriendo hacia arriba con la espada. La hoja cortó el cuello del ni'mere.
La sangre salpicó cuando Grady le cortó la cabeza. Dio un paso atrás, con la sangre
salpicándole un lado de la cara. Realmente esperaba que los ni'meres fueran uno de
los Hyhborn que no podían regenerarse.
—¿Estás bien? —susurré, llegando al lado de Grady.
—Sí. —Se miró a sí mismo, tragando saliva—. Sí. —Se volvió hacia mí, mirando
la daga—. ¿Tú?
Asentí.
—¿Cómo diablos hiciste eso? —Me agarró del brazo.
361
—No lo sé. —Tragué saliva, con el corazón palpitando.
Allyson saltó cuando algo golpeó la puerta. —Hay más. —Empezó a
retroceder—. Biblioteca. Ahora.
Con el estómago revuelto, dejé a un lado mi repentina, inexplicable e
imposible destreza con la daga para ocuparme de ella más tarde. Me giré cuando
Allyson abrió las puertas de un empujón. Entramos corriendo en la cámara justo
cuando nos llegó el sonido de la madera astillándose. Allyson gritó, los dedos
curvándose contra el pecho de su bata mientras Milton y Grady cerraban las puertas
tras ellos.
—Trae las sillas... el sofá —ordenó Milton—. Bloquearemos la puerta.
Envainé rápidamente la daga, corrí hacia delante y golpeé con las manos el
lateral del sofá. Apenas se movió. Me lancé hacia Allyson. —Ayúdame.
Sus ojos grandes y asustados se cruzaron con los míos cuando se apresuró a
llegar a mi lado, y yo me aferré a ella. Fue muy rápido. Conecté con ella y mi segundo
sentido cobró vida tan rápido que no hubo forma de detenerlo mientras ella avanzaba
para ayudarme. Todo mi cuerpo se estremeció.
Entonces la vi caer, con el rojo fresco corriendo por la parte delantera de su
vestido azul. Entonces lo sentí: una aguda agonía a lo largo de mi garganta, ardiente y
definitiva cuando la cadena de plata se rompió y el collar cayó, el zafiro salpicado de
sangre...
Rompí el contacto visual con ella y empujé con más fuerza el sofá, cuyas patas
rasgaron la alfombra. —Escóndete —solté—. Ve y escóndete.
—Necesitas ayuda. No puedes empujar esto...
—No. —La empujé lejos, hacia las pilas.
Se tambaleó hacia atrás. —Lis...
—Tienes que esconderte. Ahora. No hagas ruido. No salgas. Escóndete. ¿Me
entiendes? Quédate escondida, pase lo que pase.
—S-Sí. —Se rodeó con los brazos.
—Vete. Ahora.
Allyson retrocedió lentamente y luego se dio la vuelta, desapareciendo entre
las filas de libros.
Grady se unió a mí, agarrando el lado del sofá. Lo llevamos hasta la puerta.
Milton empujó una pesada silla contra ella...
Un golpe golpeó las puertas, haciendo que los tres saltáramos de nuevo. Otro
golpe la golpeó. Un ni'mere chilló, helándome la sangre.
—Ojalá tuviera ese vino ahora —murmuró Milton.
362
—Te conseguiremos una docena de botellas después de esto —le aseguró
Grady. El ni'mere golpeó la puerta de nuevo, chillando—. Tenemos que escondernos.
Pensé en un buen escondite. Pensé en los recovecos con grandes cortinas a los
que a muchos miembros del personal les gustaba escabullirse, ya fuera para una
breve cita o una siesta rápida. Algunos incluso tenían puertas que conducían a otras
cámaras o a escaleras que llevaban al entresuelo. No recordaba cuáles. —Las
alcobas. A nuestra izquierda. Algunas tienen puertas.
Milton asintió, tragando saliva mientras miraba a su alrededor. —Mucha suerte.
Luego salió corriendo, en dirección a la pared. Grady y yo hicimos lo mismo.
Nos apresuramos a atravesar el laberinto de estanterías. La pared de alcobas se hizo
visible cuando las puertas de la biblioteca se abrieron de golpe.
En algún lugar de la biblioteca, Allyson gritó asustada y se me encogió el
corazón. Por favor, cállate. Por favor. Por favor. Grady apartó una de las pesadas
cortinas y nos vimos envueltos rápidamente en el aire oscuro y viciado del estrecho
espacio cuando la cortina volvió a su sitio.
Grady me abrazó fuerte a él mientras yo miraba a través del hueco entre las
cortinas, todo mi cuerpo temblando. No era más que un centímetro, pero parecía que
estábamos completamente expuestos mientras los ni'meres volaban por la biblioteca.
Los libros caían, uno a uno, golpeando el suelo, y yo saltaba. Cada vez, saltaba.
Segundos después se oyó un estruendo más fuerte, como el de toda una hilera
de pesadas estanterías. Se hizo el silencio y luego...
Pasos lentos y firmes.
Luego, silencio.
Los segundos pasaban mientras me esforzaba por oír algún sonido. Minutos.
No había nada. ¿Se fueron los ni'meres? ¿No podríamos...?
—No hay razón para esconderse —dijo un Hyhborn, y mi cuerpo relampagueó
caliente y luego frío. No había olvidado aquella voz. Era Lord Samriel—. No te haré
daño.
Grady no hizo ningún movimiento para subir. Yo tampoco.
—Sal —dijo Lord Samriel, su tono suave y persuasivo—. Estarás a salvo si lo
haces.
Levanté la mano y enrosqué los dedos en la manga de Grady, deseando no
haber envainado la espada lunea. No estaba segura de lo que haría con ella. Por otra
parte, no había esperado poder usarla antes, pero no me atreví a respirar
profundamente ni a hacer ningún otro movimiento. Ni siquiera cuando el aire se
volvió gélido a nuestro alrededor.
363
—Por favor, no te escondas de mí. —La voz de Lord Samriel se acercaba—.
Nosotros queremos ayudarte.
¿Nosotros?
A través del hueco de la cortina vi a un ni'mere posarse sobre una de las
estanterías, de espaldas a nosotros, mientras extendía sus enormes alas. Su cabeza
giraba de un lado a otro en medio de la quietud.
Entonces oí una voz suave y temblorosa que decía: —Tú... ¿lo prometes?
La cabeza del ni'mere giró a la derecha mientras yo avanzaba bruscamente. Los
brazos de Grady me rodearon con fuerza.
—No lo hagas —me susurró al oído.
Con el corazón encogido, me estremecí. Le dije que se escondiera, que no
saliera. ¿Por qué no me había escuchado? Quería gritarle, pero no podía. Lo sabía,
pero todo mi cuerpo se tensó contra el agarre de Grady.
—Por supuesto. Lo prometo —aseguró Lord Samriel, su voz tan almibarada que
goteaba azúcar venenosa—. Vamos... ah, ahí estás.
No. No. No.
El ni'mere sacudió las alas y una sonrisa cruel y sangrienta torció sus labios.
—No es ella —respondió otra voz, una que tanto Grady como yo reconocimos.
Hymel. ¿Qué estaba haciendo aquí, con ellos? Hymel era un bastardo, pero no podía
estar involucrado en esto.
Hubo un fuerte suspiro y luego Lord Samriel dijo: —Mátalo.
Sí.
Mátalo.
Allyson. Ella. No ella. Ella.
—Para —se entrometió otra voz, más fría, más plana.
El ni'mere escuchó, echando el ala hacia atrás mientras hacía fuerza desde
donde estaba encaramado a la estantería.
—Dijiste que estaba aquí. —El desconocido volvió a hablar—. ¿Estás seguro?
—Estoy seguro —respondió Hymel, y se me hizo un nudo en el estómago.
Nunca lo había oído sonar tan asustado—. La vi correr con Allyson. Tiene que estar
aquí, Alteza.
De pronto comprendí por qué Hymel sonaba tan asustado, porque aquel
hombre con el que hablaba era un príncipe. ¿Era el Príncipe Rainer? Pero, ¿por qué
iba a estar aquí cuando su Corte ardía?
364
Grady se puso rígido detrás de mí. Estaban... estaban hablando de mí. Mis
pensamientos se agitaron, un revoltijo de confusión y miedo.
—Entonces ya veremos —dijo el Príncipe.
De repente, el grito de Allyson rasgó el aire, agudo y aterrador. Me sacudí
hacia delante y casi se me cayeron las rodillas. Grady me sostuvo, manteniéndome
de pie.
—Cállate ya —ordenó el Príncipe, con aquella voz suya casi suave si no fuera
por lo gélida, y los gritos de Allyson terminaron en un suave sollozo.
Luego estaba... sólo estaba el sonido de mi corazón latiendo fuerte.
—Voy a darle una oportunidad a esta encantadora criatura —dijo el Príncipe, y
a través de las cortinas pude ver cómo el ni'mere giraba la cabeza de un lado a otro—
. Y yo voy a darte a ti una opción. —Hubo una pausa—. Lis.
Me puse rígida contra Grady, con el corazón latiéndome con fuerza. Apenas
me entraba aire en los pulmones.
—Ven a mí, y no se le hará daño —dijo el Príncipe—. ¿No?
Hubo un crujido. Un chasquido ensordecedor y enfermizo.
El grito agudo y doloroso de Allyson atravesó el aire. Todo mi cuerpo se
estremeció.
—Eso fue sólo un pequeño hueso —continuó el Príncipe—. Hay muchos más
que romper. No quiero hacerlo. Tampoco quiero perder preciosos minutos
buscándote por cada centímetro de esta mansión. Ven a mí.
El otro brazo de Grady me rodeó mientras presionaba su mejilla contra la mía,
su cuerpo temblando con la misma violencia.
Otro chasquido rompió el silencio, agrietando mi corazón y algo más profundo,
más importante. Mi alma. No sabía por qué estaba pasando esto. Por qué este
príncipe, quienquiera que fuese, me estaba buscando. Qué tenía que ver Hymel con
todo esto. ¿Pero nosotros sin hacer nada, dejando que esto pasara? Sabía que Grady
no quería. Yo tampoco, pero en cuanto llegamos a la alcoba, fue como si los años en
Archwood nunca hubieran pasado. Éramos sólo Grady y yo contra el mundo,
cuidándonos el uno al otro y sólo el uno al otro. Así sobrevivimos tanto tiempo, pero
los gritos de Allyson... quería perforarme los tímpanos. Quería sacarme los ojos. Ella
no se merecía esto. Mis dioses, ninguno de los que habían sufrido esta noche merecía
nada de esto. ¿Y nosotros? ¿Yo? ¿Qué nos merecíamos por dejar que esto pasara? ¿En
qué nos convirtió? El monstruo que Thorne me había preguntado si creía que lo era.
En eso nos convirtió. Cerré los ojos contra las lágrimas, mis dedos se clavaron en la
manga de Grady.
—No lo hagas —susurró apenas por encima de un suspiro.
365
Sacudí la cabeza frenéticamente mientras los gritos de Allyson se convertían
en gemidos. No podía hacerlo. Igual que no podía ignorar mi intuición cuando me
guiaba para intervenir. No podía permitir que me convirtiera en esto. No dejaría que
Grady se convirtiera en un monstruo sólo para protegerme de lo que fuera que
querían.
—Por favor —le susurré a Grady—. Por favor, quédate escondido.
—Lis...
No me di tiempo para pensar demasiado en lo que estaba haciendo ni tiempo
para que Grady se preparara. El miedo y la desesperación eran una mezcla
embriagadora, que le daba a uno una fuerza que normalmente no tendría. O tal vez
era la adrenalina. Tal vez era otra cosa, algo que venía de esa parte oculta y profunda
de mí que había estallado cuando había agarrado el brazo de Hymel. No lo sabía,
pero cuando me lancé hacia delante, rompí el agarre de Grady.
—¡Alto! ¡No le hagas daño! —grité mientras corría a través de las cortinas, y fui
rápido, más rápido de lo que nunca había sido. Volé hacia la biblioteca.
Y en una nueva pesadilla.
Porque Grady estaba justo detrás de mí. Debería haber sabido que no me
escucharía. Me agarró con el brazo por la cintura, tirándome hacia atrás mientras el
ni'mere se volvía hacia mí, batiendo las alas de plumas mientras chillaba una
advertencia. Me detuve en seco al ver al Hyhborn que tenía que ser el Príncipe. No
era el Príncipe Rainer. Este macho era rubio como Lord Samriel. La sangre salpicaba
la mandíbula y la mejilla exquisitamente formadas. Sujetó a Allyson contra su pecho
por la garganta, obligándola a ponerse de puntillas. El brazo izquierdo le colgaba en
un ángulo torpe y deforme. Su mirada amplia y aterrorizada se cruzó con la mía
mientras Grady intentaba apartarme, pero vi más allá de ellos, donde lord Samriel
estaba de pie a la derecha del príncipe, una imponente belleza helada. Sonrió
mientras daba un paso adelante.
Grady me empujó detrás de él, blandiendo su espada. Grité, agarrándome a
su brazo, pero él me sacudió. —No te acerques más —advirtió, y el Lord se detuvo.
El Príncipe inclinó la cabeza hacia un lado, y su agarre sobre Allyson se relajó.
—Sí, así es. Todos ustedes se van a quedar ahí y van a dejar que mi amiga se
vaya —continuó Grady—. No vas a detenerla. —Echó una rápida mirada por encima
del hombro—. Lárgate. Te alcanzaré.
Me quedé estupefacta mientras miraba incrédula a aquel tonto valiente y leal.
¿De verdad creía que lo abandonaría? ¿Que huiría y lo dejaría atrás aunque el
Hyhborn lo permitiera? —No.
Sus fosas nasales se encendieron. —¡Maldita sea, vete! Lárgate de aquí...
366
—No —repetí, temblando mientras me agarraba a sus costados, aferrándome
a él con todo lo que tenía.
Su cabeza se volvió hacia la mía. El pánico llenaba sus ojos, y yo no había visto
eso desde... desde la noche en Union City. —Por favor.
Las lágrimas me quemaron los ojos. —Te dije que permanecieras escondido —
susurré.
—Encantador —dijo lord Samriel, y me sobresalté. No había impaciencia ni
fastidio en sus palabras. Sonaba como si lo dijera en serio. Levantó una mano pálida.
Grady maldijo cuando su espada fue arrancada de su mano. Lord Samriel se la
arrebató del aire.
—¿Hierro y acero? Qué mono. —Lord Samriel exclamó en voz baja. Golpeó la
espada contra el suelo, atravesando la madera. La espada reverberó por el impacto—
. Atrápenlo.
Sucedió rápido, demasiado rápido.
Las figuras salían de las pilas, con tenues zarcillos grises que se filtraban por
las aberturas de sus capas y se esparcían por el suelo. Se movían tan silenciosa y
rápidamente que podrían haber sido espectros, pero los Rae no eran espíritus. Eran
huesos y... algo de carne.
Se nos echaron encima en un santiamén.
Grady se soltó de mi agarre, blandiendo los puños mientras se estrellaba
contra la Rae. Los fuertes golpes que asestó hicieron retroceder las cabezas
encapuchadas, dispersando la niebla gris, pero lo superaban en número. Un Rae le
agarró los brazos, obligándolo a ponérselos a la espalda mientras lo ponía de rodillas
y otro sostenía una... una espada en la garganta de Grady. Una hoja que brillaba con
un blanco lechoso. Salí disparada hacia la Rae, alcanzando el brazo que sostenía la
espada en el cuello de Grady.
Lord Samriel se puso delante de mí.
Retrocedí tan deprisa que perdí el equilibrio y resbalé, cayendo de culo con
fuerza.
Riéndose, Lord Samriel se deslizó hacia mí. —Eso fue increíblemente elegante.
Mierda. Mierda. Mierda. Me arrastré hacia atrás, mis piernas se enredaron en
la falda de mi vestido.
—¡Hijo de puta! ¡Aléjate de ella! —Grady gritó, luchando contra el que lo
sujetaba—. Suéltame, o te juro que...
—Que se calle —ordenó el Príncipe.
367
La capa de la Rae susurró en el suelo mientras giraba, haciendo caer la
empuñadura de una espada sobre la cabeza de Grady. Él cayó, enviando un estallido
de pánico a través de mí mientras me levantaba. Corrí a su lado, cayendo de rodillas.
—¿Grady? —susurré mientras la Rae retrocedía silenciosamente, formando un círculo
suelto alrededor de Grady y de mí—. ¿Grady?
—Cálmate. —Hymel salió de entre dos pilas de pie cuando me detuve
bruscamente, mi mirada se dirigió inmediatamente a sus manos vacías y luego a sus
caderas, donde su... su espada aún estaba envainada. No lo habían desarmado.
Y fui una ingenua al creer que la presencia de Hymel había sido forzada. Que
no era capaz de participar en lo que estaba sucediendo.
—Cabrón —gruñí, con los dedos enroscados en el aire vacío mientras lo
miraba.
—Es ella, Príncipe Rohan —dijo, el alivio evidente en sus facciones—. Es la que
pertenece al Príncipe de Vytrus.
Todo mi cuerpo se bloqueó. —¿Qué?
—Perfecto. —El Príncipe Rohan soltó a Allyson.
Tropezó y se llevó el brazo al estómago mientras sollozaba. El príncipe Rohan
miró al ni'mere posado en la repisa, y eso fue todo lo que necesitó. El ni'mere alzó el
vuelo, apuntando directamente hacia ella.
—¡Allyson! —grité.
Levantó la cabeza. Giró y salió disparada entre las pilas. El ni'mere chilló,
sumergiéndose entre las filas. —¡No! —grité. Sabía lo que se avecinaba. Había visto
lo que iba a ocurrir, y aun así me estremecí cuando sus gritos se oyeron en el aire,
agudos y aterradores, antes de terminar en un gorgoteo húmedo.
Luego, silencio.
—¿Por qué siempre huyen? —preguntó Lord Samriel—. ¿A dónde creen que
huyen?
—A la muerte —respondió el príncipe Rohan, mirándome.
Lord Samriel rió entre dientes, asqueándome. —Qué morboso.
—Tú... dijiste que no le harías daño. —Apenas podía respirar; tenía el pecho
demasiado apretado y temblaba ferozmente—. Dijiste...
—Dije que le daría a elegir —interrumpió el príncipe Rohan—. No dije que no
la lastimaría.
Mis labios se separaron. —¿Qué opción le diste?
—Morir rápida o lentamente, gritando de dolor todo el tiempo —dijo—. Y fue
una muerte rápida.
368
—Dioses míos —susurré, una parte de mi mente incapaz de procesar la fría
brutalidad de sus palabras.
—Espero que no les estés rezando. —El príncipe Rohan me miró fríamente—.
Porque hace tiempo que dejaron de escuchar.
—No lo estaba —carraspeé, sin tener espacio en el cerebro para considerar
siquiera si lo que había dicho sobre los dioses era cierto o no. Miré a Grady, viendo
su pecho subir y bajar. Puse mis palmas allí, dejando que cada respiración que
tomaba me calmara—. ¿Por qué... por qué todos ustedes están haciendo esto?
—Se puede decir que estamos cambiando las reglas —respondió el príncipe
Rohan.
—¿Qué? —Miré entre él y Lord Samriel—. ¿Qué reglas?
El príncipe Rohan curvó el labio con desdén; luego me dio la espalda sin
responder. El Lord se acercó y me miró. Entrecerró los ojos. —No lleva la marca.
La marca.
La marca de la que Claude había hablado.
—No estoy seguro de lo que estás buscando —dijo Hymel desde donde se
quedó atrás—. Pero tiene habilidades. El don de la previsión y la intuición. Puede leer
las intenciones y el futuro.
—Sus ojos —explicó Lord Samriel, ladeando la cabeza—. La marca estaría en
sus ojos.
Respiré hondo, con la mente agitada por la breve visión de cómo cambiaban
en el espejo. No había sido mi imaginación, pero ¿no lo sabía ya? ¿En el fondo?
—Podría haber sido encantada —musitó el príncipe Rohan, y yo no tenía ni idea
de lo que quería decir con eso—. Lo sabremos cuando Lord Arion regrese. Mientras
tanto, deshazte de ese...
—No. No. Por favor —supliqué, estirándome sobre Grady—. Por favor, no le
hagas daño. Por favor. Haré lo que me pidas. —Temblé, no por encima de suplicar-
regatear—. Por favor.
El príncipe Rohan se volvió lentamente hacia mí. Sus ojos... eran como los de
Thorne, un caleidoscopio de colores cambiantes, excepto que el marrón se acercaba
más a un tono carmesí. —¿Lo que sea?
Mi corazón se desplomó, pero asentí. —Cualquier cosa.
Lord Samriel miró a Hymel.
—Dice la verdad. —Hymel se cruzó de brazos—. Esos dos son uña y carne. Es
una palanca.
369
La ira inundó mis venas, pero la reprimí, concentrándome en el Príncipe. —
Prométeme que no le harás daño y haré lo que tú quieras. Te lo juro.
Apareció una leve sonrisa y, mientras lo miraba fijamente, pude ver que sus
rasgos estaban aún mejor trabajados que los de Thorne, pero no había... vida en ellos.
Era un caparazón perfectamente moldeado. —De acuerdo.
No me permití sentir ni una pizca de alivio. —Prométeme que no le harás daño.
Esa sonrisa creció, y aun así, no hizo nada para suavizar su mandíbula o calentar
su mirada. —Aprendes rápido.
Miré a Hymel y luego hacia las estanterías, donde Allyson había... donde había
exhalado su último aliento. —No, no lo hago. —Tragué saliva—. Prométemelo.
—Yo, el príncipe Rohan de Agustín, prometo que no se le hará ningún daño —
dijo, y me estremecí de alivio a pesar de saber que provenía de las Tierras Bajas... la
capital. Los Hyhborn no sabían mentir. Tampoco podían romper un juramento. Eso lo
recordé—. Siempre y cuando no des motivos para que eso ocurra.
El temor me recorrió de puntillas, pero me aferré al juramento del príncipe
Rohan.
—Llévala a sus aposentos —dirigió el Príncipe Rohan.
—No voy a dejar a Grady —le advertí, aferrándome a su túnica—. Se queda
conmigo.
Las cejas de lord Samriel se fruncieron cuando el príncipe Rohan volvió a
concentrarse en mí, su mirada era más desconcertante que la de Thorne porque era
tan fría, tan sin vida a pesar de la agitación. El Príncipe se movió tan rápido que ni
siquiera tuve tiempo de gritar.
Me rodeó el cuello con la mano y me levantó, obligándome a ponerme de
puntillas. —Te prometí que no le pasaría nada —dijo mientras me agarraba a su brazo.
Mi mente se abrió de par en par hacia él, y no vi nada... nada más que oscuridad—.
Que cumpla o no ese juramento dependerá de ti. Exigir es una forma de garantizar
que ese juramento se rompa. —Sus dedos me apretaron la garganta, provocándome
una oleada de dolor en el cuello—. ¿Me entiendes?
—Sí —me obligué a decir.
—Bien. —No me soltó, sino que me empujó. Tropecé hacia atrás, agarrada por
los brazos por Lord Samriel. Su agarre era firme, pero no tan doloroso como sabía que
podía ser—. Llévala a sus aposentos y asegúrate de que permanezca allí mientras se
preparan los caballos. Partiremos en cuanto Lord Arion confirme lo que se reclama.
Lord Samriel empezó a moverse, y no me dieron muchas opciones. Mi mirada
se aferró desesperadamente a la forma inmóvil de Grady. ¿Qué le iban a hacer? No
370
me atreví a preguntar por miedo a darle al príncipe Rohan una razón para romper su
juramento.
—Su Alteza. —Hymel habló, desplegando los brazos—. ¿Y el Príncipe de
Vytrus? Partió para escoltar a sus caballeros a Archwood. Volverán mañana por la
noche, a más tardar.
Me dio un vuelco el corazón. En el pánico y el terror, había olvidado el regreso
de Thorne y sus caballeros.
—Se encontrarán con algún problema inesperado en el camino, lo que debería
darnos tiempo —dijo el príncipe Rohan con una sonrisa, y aquel rápido estallido de
esperanza se desinfló. Me miró—. No te preocupes, querida. Te mantendremos a
salvo del Príncipe de Vytrus.
Me quedé con la boca abierta. De todas las cosas que podría haber esperado
que dijera el Príncipe, no era ésa. —¿Mantenerme a salvo de él?
—Puede que ahora no lo parezca, pero te estamos salvando la vida —dijo el
Príncipe Rohan—. Después de todo, es al Príncipe Thorne a quien debes temer. Eres
suya para matarte.
371

CAPÍTULO 36

D
esconcertada por lo que había dicho el Príncipe Rohan, apenas fui
consciente de que Hymel conducía a Lord Samriel a mis aposentos. Era
imposible que lo que había dicho el Príncipe fuera cierto. Yo no era de
Thorne para matar. Él no era una amenaza para mí. No le tenía miedo. Me sentía
segura con él.
Pero Hyhborn no podía mentir.
Sin embargo, podrían matar.
Mi pecho se ahuecaba mientras caminaba, el corte a lo largo de la planta de mi
pie era un ardor sordo. Mirara donde mirara, por mucho que desviara la mirada y a
pesar de que Hymel nos había llevado por los pasillos del personal, veía cadáveres.
Vi sangre que salpicaba el suelo y se acumulaba en las grietas. Cuando llegamos al
vestíbulo de mis aposentos, no había sangre. Si no fuera por el leve olor a madera
quemada, casi se podría fingir que tal violencia no nos había tocado, pero aún podía
oír los gemidos y quejidos, y gritos lejanos.
Mi visión se había hecho realidad, pero no había encapsulado el verdadero
horror de lo que había ocurrido.
Lord Samriel me condujo a las cámaras después de que Hymel abriera las
puertas. Hymel empezó a seguirme, pero el Lord levantó la mano. —Déjanos.
Mi corazón tartamudeó cuando mi mirada se desvió hacia la de Hymel. Él
vaciló, su mirada rebotó entre el Lord y yo, y por todos los dioses, nunca pensé que
preferiría su compañía, pero aquí estaba, deseando que no fuera él quien cerrara las
puertas y se quedara en el vestíbulo.
A solas con el Lord en una cámara que ya no me resultaba familiar y que estaba
extrañamente fría, fui demasiado consciente de la mirada del Lord. Era muy parecida
a la de Thorne. Intensa. Inquebrantable. Crucé los brazos sobre el pecho y me apoyé
en el sofá. Pasaron varios momentos de silencio mientras el Lord me observaba. Le
eché un vistazo. El cabello rubio plateado era más largo que la última vez que lo vi, le
llegaba hasta la mitad de la espalda y chocaba contra la armadura negra adornada
con cuero que le protegía el pecho y los hombros. Parecía... curioso y perplejo. ¿Me
había reconocido? Al igual que con Thorne, lo dudaba, pero resurgió el mismo
instinto que me advertía que debía permanecer callada.
—Siéntate —ordenó Lord Samriel.
372
No queriendo tentar la ira del Lord y poner en peligro a Grady, me senté en el
borde del sofá, enroscando los pies bajo el dobladillo de mi vestido.
Lentamente, se sentó en el sofá, con su cuerpo largo y delgado inclinado hacia
el mío. —¿Tu nombre? ¿Es Lis?
Asentí.
—¿Es un diminutivo de algo?
Apretando los brazos contra la cintura y el pecho, no quería contestarle, pero
el riesgo de mentir era demasiado grande. —Calista.
—Calista —repitió, y al oírlo pronunciar mi nombre me recorrió un escalofrío,
pero no del tipo de los provocados por Thorne—. Un hermoso nombre para una
hermosa dama.
Con los dedos apretándome los costados, me obligué a responder. —Muy
amable por tu parte.
Su respuesta fue una sonrisa tensa y cómplice. —¿Te preocupas por tu amigo?
Se me revolvió el estómago. —Sí.
—El Príncipe no romperá su juramento a menos que se le dé una razón para
hacerlo —me dijo—. Tú no quieres darle razones.
—No lo haré —juré.
—Me alivia oír eso —respondió—. Háblame de tus habilidades, Calista.
—Yo... Puedo hacer lo que dijo Hymel —le dije—. Pero no soy un
prestidigitador.
—Lo sé. —Lord Samriel se echó hacia atrás, apoyando un tobillo en la rodilla.
Las cañas de sus botas estaban pulidas, pero algo oscuro manchaba el pie. Miré la
baldosa cerca de la puerta. Una huella en rojo manchaba el suelo. Sangre. Aparté
rápidamente la mirada, con el estómago revuelto—. Quiero oír cómo las describirías.
Como no tenía experiencia en hablar de mis habilidades, me retorcí. —
Tengo... una gran intuición y a veces puedo ver el futuro, en visiones o cuando me
hacen una pregunta.
—Interesante —murmuró, la curva de sus labios no hizo nada por suavizar los
duros ángulos de sus facciones—. ¿Esa intuición aumentada de la que hablas? ¿Cómo
funciona?
—Me… me guía hacia determinadas opciones. A veces no soy consciente de
ello hasta que estoy haciendo algo.
—¿Cómo?
373
Mis pensamientos estaban tan dispersos que tardé un momento en pensar en
un ejemplo. —A veces veo a alguien y sé lo que está a punto de ocurrir. Puede ser
una premonición -algo que veo suceder en mi mente antes de que ocurra- y otras
veces es una voz que oigo.
—¿Voz? —preguntó.
—Mi propia voz. Me susurrará lo que está a punto de ocurrir o me dirá que me
detenga y escuche, que tome otro camino o entre en un... —Un grito procedente del
exterior me hizo dar un respingo. Se me aceleró el pulso y giré la cabeza hacia la
ventana, pero no veía nada más allá de las cortinas. ¿Quién era? ¿Alguien que
conocía? ¿Un desconocido?
—No le hagas caso —dijo Lord Samriel, con un tono suave y casi amable. Su
tono había sido así todo el tiempo. Despreocupado, incluso—. No hay nada que
puedas hacer por ellos. Concéntrate en lo que puedes hacer por ti y por tu amigo.
¿Cómo se llama?
Se me hizo un nudo en el pecho al apartar la mirada de la ventana. —Grady —
susurré, aclarándome la garganta—. Mi intuición está muy agudizada.
—¿Y ver el futuro? —preguntó Lord Samriel.
Asentí. —Normalmente hace falta que alguien me haga una pregunta. Yo…
necesito concentrarme en ellos y a veces necesito tocarlos.
—Pero también tienes premoniciones sin que te pregunten. ¿No lo viste venir?
—Lo hice, pero... —Tragué saliva, desconcertada, mientras me concentraba en
la mano que descansaba sobre el brazo del sofá. Le faltaba el dedo anular de la mano
izquierda. ¿No podía regenerarlo? No me cabía duda de que Lord Samriel era lo
bastante poderoso, lo que significaba que ocultarle que podía oír los pensamientos
no era prudente, pero Hymel no lo había mencionado. Los demás podrían no
saberlo—. Pero era vago. Sabía que habría... derramamiento de sangre, pero no sabía
qué lo causaría.
—¿Es porque los hechos te involucraron?
Mi mirada se dirigió a la suya mientras mi corazón daba un vuelco.
Su sonrisa se acentuó mientras bajaba la barbilla. —Tomaré eso como un sí.
—¿Cómo... cómo supiste eso?
—Conocí a alguien como tú una vez, con dones similares. A menudo les
ocultaban el futuro. —Su mirada, como fragmentos de obsidiana excepto por el anillo
verde alrededor de la pupila, parpadeó sobre mi rostro—. Durante un tiempo. —Su
cabeza se enderezó—. ¿Eras huérfana?
La sorpresa me desgarró, luego la comprensión. —¿Hymel?
374
Lord Samriel asintió.
La ira crecía, con sabor a ceniza en mi lengua. Estaba claro que Hymel había
estado trabajando con estos Hyhborn, que probablemente procedían de las Tierras
Bajas. Por cuánto tiempo era una incógnita. —Hymel... dijo que el Príncipe Rainer se
nos uniría para las Fiestas.
—Lo hizo —dijo Lord Samriel—. O supongo que sería más exacto decir que iba
a hacerlo. Sin embargo, el Príncipe de Primvera no estaba de acuerdo con los deseos
del Rey. —Hizo una pausa—. Que los dioses lo tengan en su gloria.
El aliento que tomé no fue a ninguna parte. —El Príncipe Rainer... ¿está muerto?
—Desgraciadamente.
Dios mío. Me balanceé hacia atrás, con los dedos de los pies presionando la
gruesa alfombra. —El Rey... —No me atrevía a decir lo que sospechaba.
—¿Qué te ha dicho el Príncipe Thorne? —preguntó Lord Samriel.
Me tensé. —¿Sobre qué?
—Sobre el Rey.
—No mucho —dije, y no era mentira. No exactamente—. Todo lo que sé es que
fue enviado aquí para determinar si valía la pena defender Archwood contra los
Caballeros de Hierro.
Lord Samriel emitió un sonido no comprometido.
—¿No era cierto? —pregunté, sin atreverme a abrirle mis sentidos. Entonces
no.
—Hyhborn no puede mentir. —Los círculos verdes se agitaron lentamente
alrededor de sus pupilas—. El príncipe Thorne no es consciente de tus habilidades,
¿verdad? ¿No es consciente de lo que eres para él?
—No, no conoce mis habilidades. —Se me hizo un nudo en la garganta—. Y yo
no soy nada para él.
—Eso no es cierto en absoluto, Calista —dijo, y se me heló la piel al oír mi
nombre—. Puede que aún no sea consciente de lo que significas para él a nivel
consciente, pero ¿a nivel primario? Estoy seguro de que sí. Se siente atraído por ti,
entienda o no por qué.
Me sobresalté, recordando la confusión de Thorne cuando admitió lo mismo.
—Yo... no lo entiendo.
—Bueno, es bastante simple —dijo Lord Samriel—. Tú lo eres todo para él.
Una ola de escalofríos me recorrió. —Ny... ny'chora.
375
Las pálidas cejas de Lord Samriel se alzaron. —Así que ha hablado contigo de
algo.
—Era... Estaba preguntando por qué su corazón no latía.
Todo en el Lord cambió en un instante. La sonrisa amistosa, aunque fría,
desapareció de su rostro. Todo su cuerpo se tensó, y cuando habló, desapareció la
amabilidad. —¿Y qué dijo a eso?
Mi mandíbula se cerró con la repentina sensación de que... debía tener
cuidado. Era la leve agitación de mi intuición. —Acaba de decir que su corazón no
late debido a su ny'chora.
Sus labios se afinaron y se curvaron ligeramente hacia un lado. —¿Te dijo lo
que era la ny'chora?
—Sólo que lo era todo. Eso fue todo lo que dijo —añadí rápidamente—. Era de
noche y estaba cansado. Se fue a dormir.
Esos ojos que no parpadeaban ni se apartaban de los míos. —¿Se acostó
contigo?
Me mojé los labios secos. —¿Quieres decir literal o figurativamente?
Lord Samriel rió entre dientes. —Literalmente.
—Sí.
—Y en sentido figurado.
—No —mentí, y ni siquiera estaba segura de por qué lo había hecho. Se me
escapó de la boca tan rápido que sonó auténtico.
—Interesante. —Su mirada me recorrió—. ¿Pero ustedes dos han intimado de
otras maneras, me imagino?
—Sí. —Tragando saliva, aparté la mirada, posándola en la puerta—. ¿Qué tiene
eso que ver?
—Nada. Sólo estoy siendo descortés y entrometido.
Solté una carcajada seca.
—¿Qué sientes cuando estás con él? —preguntó—. Y no es una pregunta
descortés, Calista. Es una que necesito que respondas.
Desplegando los brazos, junté las rodillas fuertemente apretadas. —No sé
cómo responder a eso.
Lord Samriel levantó las cejas. —¿Te sientes atraída por él? ¿Te atrae? ¿O te
asusta como yo?
Me dio un vuelco el corazón, y volvió aquella débil sonrisa. El Lord estaba...
¿cómo lo dijo Thorne? ¿En sintonía?
376
—Estoy disfrutando de la franqueza de nuestra conversación —compartió en
mi silencio—. Espero que siga siendo placentera y fácil.
—¿O? —susurré.
—O simplemente haré que sea una conversación fácil, aunque puede que no
sea agradable para ti.
Levanté la vista, comprendiendo lo que quería decir. Utilizaría una compulsión,
se apoderaría de mi voluntad y tomaría el control, como había hecho con Grady en
Union City. Un nuevo tipo de terror se apoderó de mí. Que no quería. Jamás. —Me
siento atraída por él y lo encuentro atractivo. Después de todo, es un príncipe
Hyhborn.
Lord Samriel sonrió satisfecho. —¿Le tienes miedo?
—No.
Volvió la sonrisa. —Es el único al que no temerás.
—¿Y aun así soy suya para matar? —Forcé las palabras que me sentí tan mal al
decirlas.
—Si quiere sobrevivir, sí.
Aspiré un suspiro tembloroso, el pecho se me apretó hasta que sentí que me
iba a asfixiar. —No lo entiendo.
El Lord guardó silencio unos instantes. —¿Sabes algo de tu nacimiento? ¿Tu
linaje?
—No —dije, pensando en lo que Maven había compartido... Dioses, ¿aún vivía
Maven? Me estremecí—. Sólo sé que me entregaron al Priorato de la Misericordia
cuando era un bebé.
Su mirada se agudizó al mirarme fijamente; luego una lenta sonrisa se dibujó
en su rostro. —¿Le dijiste alguna vez al príncipe Thorne que te habían entregado al
Priorato?
El corazón me volvió a latir con fuerza. Sacudí la cabeza.
—¿Calista? —Sacó su pie calzado de la rodilla, bajándolo al suelo—. Tengo una
pregunta muy importante para ti. ¿Era el príncipe Thorne un desconocido para ti
cuando te encontraste con él aquí? ¿Soy desconocido para ti?
Un temblor me recorrió las manos y los brazos. —No —admití en voz baja.
—Oh, la ironía es tan dulce. —Se arrimó al borde del sofá—. Estabas ahí mismo,
delante de nosotros, y sin embargo ninguno de los dos lo sabía —dijo, dejando
escapar una risa espesa—. Ya entonces estabas encantada.
Esa palabra otra vez. —¿Encantada?
377
—Tu divinidad fue ocultada, probablemente por la Priora. No serías la primera
que intentan ocultar. Sus acciones son... justas por naturaleza, aunque exasperantes.
Se ven a sí mismos como protectores de los nacidos de las estrellas.
Lo miré fijamente. —Entonces... ¿crees que soy una caelestia?
—Creo que eres más que eso. Verás, bastantes mortales llevan la sangre de
Hyhborn en ellos —dijo, y pensé en lo que Maven había dicho sobre los
conjuradores—. Incluso podría haber más caelestias que mortales. Es difícil saberlo,
pero cuando caen las estrellas, un mortal se vuelve divino.
Otra vez esa frase. —¿Y qué significa eso exactamente?
—Significa que los dioses bendecían a los nacidos en la hora en que caían las
estrellas con ciertos dones, con habilidades que los harían útiles en tiempos de...
lucha.
Pensé en Vayne Beylen. —Hay otros como yo.
—Antes había muchos ny'seraf —dijo, y se me cortó la respiración—. Uno por
cada Deminyen. Verás, el ny'seraf se vincula a un Deminyen al nacer, convirtiéndose
en su ny'chora.
¿Por qué no late así ahora?
Porque perdí la ny'chora.
—Se vinculan? —susurré.
Asintió. —Si no hubieras estado encantada, el príncipe Thorne te habría
reconocido en cuanto te hubiera visto, pero aun así se sintió atraído por ti y viceversa.
Así de poderoso es el vínculo.
—¿Dices que los dioses unen a un mortal con un Deminyen al nacer? —Tragué
saliva—. ¿Por qué?
—Porque una vez completado el vínculo, el Deminyen obtiene su ny'chora- su
conexión con la humanidad. La ny'chora los mantiene...
—Humano. Compasivo —susurré.
Lord Samriel asintió. —Los dioses lo consideraron necesario después de,
bueno, esa es una conversación para otro día.
Pensé que ya sabía de qué conversación hablaba. La Gran Guerra. Según lo
que Thorne me había contado, los Deminyens habían ido a descansar porque habían
ido perdiendo su capacidad de conectar con la humanidad y cuando muchos
despertaron lo hicieron sin compasión.
Dios mío, yo no... No sabía qué pensar sobre eso... nada de eso. Era casi
demasiado para considerarlo. —¿Cómo se completa ese vínculo? —pregunté.
378
—De algunas maneras, pero no es de eso de lo que tienes que preocuparte —
dijo, y empecé a abrirle mis sentidos. El muro blanco que protegía sus pensamientos
palpitó cuando se inclinó hacia delante de repente y sus movimientos cortaron la
conexión—. No se completará el vínculo.
Aparté la mirada. Sólo unos segundos. —¿Por qué... por qué necesitaría
matarme para sobrevivir?
—Porque el ny'seraph puede ser una fortaleza para un Deminyen, pero también
su mayor debilidad —explicó Lord Samriel, su tono suave una vez más—. A través de
ti, puede ser asesinado.
Mis labios se entreabrieron y se me cortó la respiración.
—Pero no lo permitiremos. —Se levantó—. El Príncipe Rohan querrá que todo
esto se confirme, para estar seguro. Deberías descansar hasta entonces.
¿Descansar? ¿Hablaba en serio? Permanecí sentada mientras él cruzaba hacia
la puerta, pisando la mancha de sangre que había allí. —¿Y después qué?
—Entonces serás llevada a Augustine —dijo Lord Samriel—. Y serás entregada
al Rey Euros.
379

CAPÍTULO 37

C
omo no sabía de cuánto tiempo disponía, no quería arriesgarme a que
nadie volviera a buscarme mientras estaba desnuda, así que tomé la
bata de la alcoba y me la ceñí a la cintura. Seguí llevando la hoja de
lunea, pero la desplacé hasta el tobillo. Llevarla encima era un riesgo. Dudaba que al
Hyhborn le gustara verla, y lo último que quería era poner en peligro a Grady.
Pero necesitaba algo para defenderme.
Me lavé apresuradamente el corte del pie. Había dejado de sangrar, pero lo
envolví con un trozo de gasa. Regresé a la antecámara, cojeando ligeramente. Mis
pensamientos dispersos se dirigieron inmediatamente a las palabras de despedida
de Lord Samriel.
¿Iba a ser entregada al Rey? ¿De qué manera? Sin mi intuición, mi imaginación
se dirigió a todo tipo de lugares. Me pasé una mano temblorosa por el cabello
enmarañado y me detuve junto a la ventana. Corrí la cortina. Mi alcoba daba a una
parte de los jardines y a la fachada de la mansión. Sólo un tenue resplandor de luz de
luna arrojaba luz sobre los oscuros terrenos. Ni siquiera se veían sōls a lo lejos, pero
podía distinguir apenas el indicio de... de bultos esparcidos por los terrenos.
Cadáveres. Tragué grueso. No podía ver los establos. ¿Iris estaba bien? Sabía que no
estaba bien preocuparse por un caballo que había perdido tanta vida, pero los
animales solían ser los más vulnerables.
Dejé que la cortina volviera a su sitio y cerré los ojos, pero el horror y la
confusión seguían invadiéndome. No me sorprendió tanto que no hubiera sido capaz
de leer entre lo que ya sabía y lo que Lord Samriel había dicho. Tenía sentido y a la
vez no lo tenía.
Lo que no entendía era cómo Thorne era un riesgo para mí a pesar de lo que
Lord Samriel había compartido. Cómo podía sentirme segura con él y, sin embargo,
me mataría para sobrevivir. No podía creerlo.
Pero Hyhborn no podía mentir.
Decían la verdad. Una respiración agitada me abandonó mientras me apretaba
la mano contra el pecho, donde el corazón... me dolía por la pérdida, por el miedo y
por saber que... Thorne me haría daño, y ni siquiera entendía por qué me afectaba
tanto. Apenas lo conocía. No era nada para mí...
Excepto que ese pensamiento nunca se había sentido bien.
380
Tal vez fue por este... ese vínculo. Tal vez era algo más. No lo sabía, pero había
empezado a sentir...
La puerta de la cámara se abrió de repente, haciéndome girar mientras el
corazón me daba un vuelco en la garganta. No fue un Hyhborn quien entró y cerró la
puerta.
Fue Hymel.
Ni siquiera sentí alivio entonces. No sentí nada más que rabia mientras cruzaba
el suelo y golpeaba. No le di una bofetada. Le di un puñetazo justo en la mandíbula.
La cabeza de Hymel se echó hacia atrás mientras el dolor me punzaba los
nudillos, y yo acogí ese dolor con una satisfacción salvaje.
—Joder —gruñó Hymel, apretándose la mandíbula mientras se enderezaba.
Giró la cabeza hacia mí—. Eso no era necesario.
Me lancé de nuevo, pero Hymel estaba preparado esta vez. Me agarró el brazo.
Con un grito de furia, me abalancé sobre él con la otra mano, los dedos enroscados
en garras. Echó la cabeza hacia atrás, pero mis uñas le arañaron la mejilla. Siseó
mientras dos brillantes rayas rojas aparecían sobre su barba.
—Perra —gruñó, agarrándome del brazo.
—¡Suéltame! —grité, tirando de mis brazos mientras me empujaba con fuerza.
La parte posterior de mis pantorrillas golpeó el sofá, sacándome las piernas de debajo
de mí. Aterricé en el sofá e inmediatamente empecé a levantarme, pero Hymel seguía
sujetándome los brazos. Me obligó a tumbarme de espaldas, atrapando mis piernas
con las suyas—. ¡Suéltame!
—Deja de gritar —escupió, a centímetros de mi cara—. Atraerás a uno de esos
Hyhborn aquí...
—¡Quítate de encima! —le grité en la cara—. ¡Traidor hijo de puta!
—Maldita sea. —Me levantó los brazos, presionándolos contra el cojín detrás
de mi cabeza. Me sujetó las muñecas con una mano. Con la otra me golpeó la boca,
acallando mis maldiciones—. Lo juro por los dioses —gruñó, empujando mi cabeza
contra el cojín—. Nada me gustaría más que estrangularte, pero como ellos te quieren
viva y yo quiero sobrevivir, necesito que te calles. Joder —espetó—. La única razón
por la que entré aquí fue para asegurarme de que seguías respirando. No conozco ni
confío en ese Hyhborn de cabello blanco. Conociendo mi puta suerte, acabará
matándote y todo esto no habrá servido para nada. —La mano alrededor de mis
muñecas se tensó brutalmente—. ¿Así que vas a actuar bien? ¿Lo harás?
Respirando agitadamente, lo fulminé con la mirada mientras asentía lo mejor
que podía.
381
Levantó lentamente la mano de mi boca, todo su cuerpo tenso como si estuviera
preparado para que empezara a gritar de nuevo. —¿Conseguiste algo de Lord
Samriel?
—Vete a la mierda.
—Como te he dicho antes, no me interesa saber dónde ha estado mi primo.
—¿Y dónde está Claude? —pregunté, temblando de rabia—. Quiero la verdad.
—Mi voz se quebró—. ¿Está vivo?
—¿Qué? ¿No puedes contestarte tú misma?
Mi intuición no me decía dónde estaba, y dioses, hasta entonces no se me había
ocurrido que bien podía ser porque ya no formaba parte de este reino.
Entrecerró los ojos. —¿Tienes demasiado miedo para ver si puedes
averiguarlo? —Se rió—. ¿Tanto te importa? Joder. Ya te lo he dicho antes. No sé dónde
demonios está, pero puedo apostar una suposición. —Respondió a mi mirada con la
suya—. Se puso en camino en cuanto pudo.
Me invadió la incredulidad. —¿Estás sugiriendo que Claude huyó? ¿Que
abandonó su hogar? Su gente...
—¿Tú? Maldita sea, eso es exactamente lo que estoy sugiriendo. El cabrón es
un cobarde que siempre ha estado más preocupado por salir y emborracharse o
drogarse que por dirigir Archwood. Nunca debió ser barón. Mentirías si no estuvieras
de acuerdo con eso.
La cosa era que no podía estar en desacuerdo. Claude era terriblemente
irresponsable, ¿pero tan imprudente como para huir? Dioses, sabía la respuesta a eso.
No era imposible.
—¿Pero si estuviera aquí? Si pudiera encontrarlo, estaría muerto —dijo
Hymel—. Yo mismo le habría cortado la puta garganta.
Y entonces supe que decía la verdad. Podía verlo en aquellos ojos pálidos
llenos de tanto odio y amargura.
—Dioses —susurré, queriendo enfadarme con Claude, pero maldita sea, no
pude evitar sentirme aliviada. Al menos no estaba aquí. Estaba vivo.
Y si lo volviera a ver, también le daría un puñetazo.
—Entonces, ¿qué? ¿De eso se trata? —pregunté, mirándolo fijamente a los ojos
mientras abría mis sentidos. La intuición me estremeció—. ¿Crees que deberías ser
barón y has ayudado a orquestar esto para poder hacerte con el título?
—Sal de mi cabeza.
El asco me inundó. —¿Hiciste esto por tu propia envidia? ¿Sabes cuánta gente
ha muerto esta noche?
382
—Hubiera sido más si no fuera por mí —dijo—. ¿Si el Rey supiera de ti, y viniera
por ti, mientras el Príncipe de Vytrus estuviera aquí? Toda la maldita ciudad habría
desaparecido. En cambio, esta noche he salvado a la gente. No sólo eso, he salvado
el título y la mansión de la bancarrota. ¿Esos deudores? Necesitan que se les pague,
¿y tú? Vas a traer suficientes monedas para que cada deuda que Claude ha acumulado
sea pagada y algo más. Así que, sí, yo debería haber sido el maldito barón.
Lo miré fijamente. De todos modos, no sabía que el rey quería borrar Archwood
del mapa. Sacudí la cabeza. —Eres un tonto.
—¿De verdad piensas eso? No sabes nada. —Se apartó de mí y se levantó. Se
llevó una mano a la mejilla y se limpió el leve hilillo de sangre del lugar donde le
arañé—. Maldita zorra —murmuró.
Me incorporé, agarrándome al borde del cojín. —No les dijiste que podía leer
el pensamiento, ¿verdad?
—No. —Miró hacia la puerta.
—¿Por qué? —Como no dijo nada, se me ocurrió—. Es porque no confías en los
Hyhborn, ¿verdad? ¿Esperabas que escuchara sus pensamientos y te advirtiera si
planeaban traicionarte?
Hymel no respondió, así que me levanté. No había ido muy lejos, y cuando me
encaró, probablemente pensó que estaba a punto de golpearlo de nuevo. Levantó
una mano, pero yo no iba a golpearlo. En lugar de eso, agarré su mano con los
sentidos bien abiertos y empujé, destrozando aquel escudo.
No vi ni oí la respuesta a mi pregunta.
Yo vi algo totalmente distinto.
Lo sentí.
Se me escapó una carcajada.
Hymel soltó la mano de un tirón y retrocedió mientras me miraba fijamente. —
¿Qué has visto? —La piel sobre su barba palideció—. ¿Qué has visto? —Dio un paso
hacia mí.
La puerta que tenía detrás se abrió y lo detuvo. Levanté la mirada y mi risa se
apagó en mis labios. Al ver a la Rae embozada esperando en el pasillo, mi corazón se
aceleró, pero lo que entró en la cámara detrás de Hymel me hizo retroceder un paso.
La respiración, demasiado superficial, se me hizo más pesada, más espesa y
sabía a... a algo en lo que no había pensado en años: a los caramelos de menta que la
Priora solía guardar en los bolsillos de su túnica. De repente, la energía empapó el
aire, se filtró por las paredes y el suelo, empapando todos los rincones y grietas del
espacio. Mi piel bailaba con la estática.
383
Unos hombros cubiertos por una capa casi demasiado anchos para caber
llenaban la entrada; el varón era tan alto que tuvo que agachar la cabeza para
atravesar el marco de la puerta. Se enderezó, mostrando unas facciones esculpidas y
afiladas, y un cabello rubio claro y plateado.
Lo reconocí.
Era el Hyhborn que había visto en la Gran Cámara, esta misma noche. Me había
mirado y sonreído. El que yo creía que se parecía tanto a Lord Samriel, y así era. Pero
tenía el cabello más corto, le llegaba a los hombros, y el rostro aún más delgado, en
forma de media luna.
—Lord Arion. —Hymel se inclinó rápidamente.
Juraría que la hoja de lunea se calentó en su vaina mientras daba otro paso atrás.
—¿Así que es ella? —preguntó Lord Arion, su valoración más fría que la de Lord
Samriel.
—Sí, mi Lord.
Inclinó la cabeza como una serpiente. —Por tu bien —me dijo—, espero que
esté en lo cierto. Mi hermano parece pensar que sí, pero ya veremos.
Lord Arion fue muy rápido, y yo no tenía adónde ir. Estaba ante mí en un
santiamén, con una mano en mi garganta, sus ojos idénticos a los de Lord Samriel. —
Bueno, no demoremos esto, ¿de acuerdo?
—¿Qué...? —Jadeé.
Su otra mano se apoyó en mi sien. Sus labios se movieron. Habló bajo y rápido
en un idioma que sonaba como Enochian…
De repente, un dolor agudo me recorrió la parte posterior del cráneo y luego
la parte frontal de la cara. La presión aumentó en mi interior. Grité y cerré los ojos
con fuerza mientras el dolor se extendía hasta allí. Detrás de mis párpados cerrados
estallaron brillantes luces blancas. La agonía parecía un incendio. Me temblaban las
piernas y pensé que me caería. Que me caería y me quemaría por dentro...
Entonces el dolor desapareció tan rápido como había empezado, dejando sólo
un dolor sordo en las sienes y debajo de la frente.
—Abre los ojos —exigió Lord Arion.
Los abrí de par en par, medio temiendo descubrir que ahora estaba ciega, pero
no lo estaba. Mis ojos se clavaron en los del Lord.
—Mi hermano me ha dicho que te entregaron al Priorato siendo un bebé. —
Lord Arion me miró fijamente, con los labios entreabiertos—. Tenía razón. Intentaron
ocultarte, pero ya no estás oculta. Te veo tal y como eres. —El agarre en mi garganta
384
desapareció—. Nuestro Lord estará muy contento de que le hayamos encontrado un
ny'seraph sin ataduras.
Me tambaleé hacia atrás, golpeándome contra el sofá pero manteniendo el
equilibrio.
Lord Arion sonrió, dándose la vuelta. Se dirigió a la Rae en enochiano. La mitad
de ellos se marcharon en silencio, quedando dos.
—¿Adónde van? —preguntó Hymel.
El Lord volvió la cabeza hacia él. —Van a compartir la buena noticia.
—De acuerdo. —Hymel asintió, apareciendo una sonrisa tentativa—. Entonces
debería ir con ellos, para cerrar nuestro trato.
Lentamente, mi mirada se desvió hacia Hymel, y supe al leerlo momentos antes
que, fuera cual fuera el trato que Hymel había alcanzado con el Hyhborn, no había
sido un trato inteligente. No había expuesto claramente las condiciones que había
acordado. Era un tonto.
—Has hecho bien. —Lord Arion encaró a Hymel, su capa revoloteando sobre
el suelo mientras se acercaba a él—. Nuestro rey te agradecerá eternamente tus
servicios. —Acarició las mejillas del hombre, apretando los labios contra la frente de
Hymel. Levantó la cabeza—. No será olvidado.
La tímida sonrisa de Hymel se desvaneció.
Hubo un momento de silencio.
Sólo un latido.
El crujido del cuello de Hymel rompió el silencio.
Vi cómo Hymel... cómo se desplomaba, tal como lo había visto, muerto antes
de caer al suelo.
385

CAPÍTULO 38

—C
reo que nos siguen —susurró Grady en la oscuridad de la
desconocida habitación de la posada de Bell, en algún lugar
de las Tierras Medias.
Nos tumbamos uno frente al otro en una cama estrecha y rígida como un
tablero, pero al menos era una cama de verdad bajo techo. La noche anterior
habíamos pasado unas horas acampados junto al Camino de Huesos mientras los
coyotes aullaban y gemían como si percibieran la presencia de los Hyhborn y
estuvieran inquietos.
La única razón por la que estábamos juntos era porque la posada de Bell no
tenía muchas habitaciones, y los Hyhborn, bueno, puede que curvaran los labios ante
el alojamiento, pero no se disgustaron del todo cuando descubrieron que el dueño
ofrecía algo más que comida y bebida a sus clientes. El dueño, un hombre delgado
que respondía al nombre de Buck y no pareció muy preocupado cuando me vio
descalza y con Grady ensangrentado, también tenía carne en el menú.
Justo entonces, un grito de placer llegó desde el piso de arriba, eclipsando
momentáneamente el golpe constante de un cabecero contra la pared.
Los Hyhborn estaban claramente disfrutando.
Mi mirada se dirigió hacia arriba, donde finas astillas de luz de luna se
arrastraban por el techo. Se suponía que estábamos durmiendo. Ésa era la orden del
príncipe Rohan, pero las delgadas paredes no impedían el sonido. Podíamos oír todos
los gruñidos y gemidos.
—Dioses —murmuró Grady cansado—. ¿Alguna vez dejan de follar? Llevan
horas haciéndolo.
—Espero que no. —Aparté la mirada del techo—. Puede que nos separen.
—Sí. —Grady suspiró y se movió ligeramente, intentando ponerse cómodo,
pero no podía moverse mucho con los brazos atados por encima de la cabeza con una
cadena sujeta al cabecero.
No estaba atado.
Porque según el Príncipe, yo no estaba cautiva. Me estaban rescatando, y pensé
que ellos realmente lo creían. Pero también sabía que no tenían motivos para temer
que intentara escapar. En parte tenían razón. Lo primero que hice en cuanto se fueron
fue intentar liberar a Grady. Incluso usé la hoja de lunea que aún no habían
386
descubierto en mí, pero la cadena... estaba construida del mismo material, y entonces
aprendí que la lunea no podía perforarse, agrietarse o hacerse añicos. Pero de nuevo,
tenían razón en parte. Gracias a Hymel, sabían que no dejaría atrás a Grady. Lo miré,
odiando que estuviera en esta situación por mi culpa.
—Tus ojos —dijo, con voz gruesa—. No puedo acostumbrarme a ellos.
Mis ojos...
Por fin los había visto cuando nos colocaron aquí y pude utilizar la cámara de
baño. Había un espejo sucio sobre el tocador y la luz era tenue, pero los había visto.
Los anillos azules incandescentes rodeaban mis pupilas, igual que lo habían hecho
brevemente antes. El glamour que supuestamente utilizaba la Priora los había
ocultado todos estos años, y no sabía si el atisbo que había tenido antes había sido el
debilitamiento del glamour o algo así.
—¿Son... raros? —pregunté.
—Algo así —admitió—. También son bastante bonitos.
Sacudí la cabeza. —¿Decías que crees que nos están siguiendo?
—Escuché a Lord Arion hablando con uno de sus caballeros esta tarde, antes
de que nos detuviéramos aquí. No oí por qué pensaba eso, pero por eso querían salir
de la Ruta de los Huesos para pasar la noche —dijo.
Tragué saliva, con la garganta seca. No había mucha comida ni agua. Sólo un
vaso para cada uno y algo que se suponía que era un estofado de ternera que nos
habían dado al llegar. ¿Pero si nos estaban siguiendo? Un poco de esperanza cobró
vida. ¿Era... era Thorne? Y si lo era, ¿qué pasaría entonces? —¿Crees que podrían
ser... Thorne y sus caballeros?
Grady no contestó inmediatamente. —No lo sé.
—Yo tampoco. —Apreté los ojos, abriendo los sentidos para encontrar una
respuesta en vano—. No veo nada. No sé si es porque un Hyhborn nos está siguiendo
o si es sólo que estoy... Estoy cansada y... —Respiré entrecortadamente, pero no
conseguí aliviar la presión que sentía en el pecho y el estómago—. ¿Estamos qué? ¿A
dos días de Archwood?
—Basado en nuestro paso, probablemente un poco más lejos que eso —
respondió—. El príncipe Thorne fue al norte, ¿verdad? A reunirse con sus caballeros.
Incluso si se las arregló para regresar a Archwood cuando lo esperaba, todavía
estaría al menos un día o así detrás de nosotros.
La poca esperanza que había despertado se extinguió rápidamente cuando el
estruendo continuó sobre nuestras cabezas. Thorne no sólo tendría que haber
cabalgado como un demonio para alcanzarnos, sino que además el Príncipe Rohan se
había asegurado de que Thorne y sus caballeros se encontrarían con ese problema.
387
También estaba el hecho de que Thorne no tenía ninguna razón para venir por
mí. Él no sabía que yo era ese ny'seraph. Ni siquiera sabía lo que era. El viaje había
sido tenso y silencioso. Así lo prefería el príncipe Rohan.
Otro gemido gutural resonó desde arriba.
Al menos, así lo prefería el Príncipe hasta ahora.
—¿Pero si es él? ¿El Príncipe Thorne? —Grady dijo después de unos
momentos—. No estoy seguro de que vaya a ser un rescate.
Cerré los ojos mientras aquella presión aumentaba, sintiendo como si fuera a
arrastrarme por la cama. Le había contado todo a Grady mientras intentaba liberarlo.
Todavía no me cabía en la cabeza la idea de que Thorne me matara, sobre todo
cuando me sentía segura con él. No le tenía miedo.
Pero él tampoco sabía lo que yo era, me recordé. Eso podría cambiar en el
momento en que descubriera que yo era esa... esa cosa que básicamente lo
despojaba de su inmortalidad. ¿Por qué? Había tantas cosas que no entendía ni sabía,
y eso lo hacía aún más frustrante.
—¿Lis?
Abrí los ojos. —¿Sí?
—Te gusta, ¿verdad?
—Dioses —murmuré mientras un dolor punzante me golpeaba el pecho. Ya me
lo había preguntado antes, pero ahora lo sentía diferente. Más real. Más duro.
—Lis —dijo, y la pena en la forma en que dijo mi nombre, la simpatía y—.
¿Recuerdas cuando estaba con Joshua?
Me puse rígida. —Sí, claro que sí.
—¿Y recuerdas lo que me dijiste?
—¿Dejar de tontear con alguien que estaba casado?
Soltó una carcajada seca. —Además de eso. Me dijiste que lo cortara antes de
profundizar y hacerme daño.
—Sí —dije, pensando en el apuesto banquero—. Y no me hiciste caso, si mal
no recuerdo.
—Lo sé. —Hubo una pausa—. Te digo lo mismo.
—¿Qué? No es así. No es ni de lejos como tú y Joshua...
—Puede que tú y este príncipe no se conozcan desde hace mucho. Puede que
no hayan estado fingiendo como Joshua y yo, pero te conozco, Lis. No te interesas por
nadie. Puede ser porque podrías tocarlo. Podría ser lo que sea que eres para él y él
para ti, pero...
388
—De acuerdo. Entiendo lo que dices. Lo entiendo. Pero lo que yo sienta o deje
de sentir por él no importa. —Rodé sobre mi espalda—. Tenemos problemas mucho
más grandes de los que ocuparnos.
—Tienes razón. No la tiene. —Su exhalación fue pesada—. Lo que pasa es que
tienes que salir de aquí.
Todo el cansancio desapareció en un instante. —¿Qué?
—No estás atada. Puedes escapar. Hay una ventana justo encima de nosotros
que parece que se puede abrir fácilmente —dijo—. Ya deberías haber salido
corriendo.
Giré la cabeza hacia él. —¿Estás loco?
—Lis...
—No voy a dejarte. Dioses, no puedo creer que siquiera sugieras eso otra vez.
Que pensaras que me parecería bien hacer eso... —me interrumpí, comprendiendo
de repente la ira de Naomi. Naomi. Se me cortó la respiración. Me detuve antes de
enterarme de su futuro, como había hecho los dos últimos días. No quería saberlo,
porque necesitaba creer que estaba viva. Que había ido a casa de su hermana y que
ésta permanecía intacta a pesar de que yo sabía que Laurelin no viviría para ver el
final de las Fiestas. Que este ataque podría haber sido lo que acabó con su vida.
Sólo necesitaba ese pedacito de esperanza, porque sabía que cuando volviera
a cerrar los ojos, vería lo mismo que cuando nos habían sacado de la mansión. Los
cuerpos del personal y los guardias que había visto todos los días hechos pedazos.
Cuerpos esparcidos por el césped, iluminados por la luz de la luna. ¿Y la ciudad? Las
casas habían ardido y el camino a las puertas de la ciudad estaba lleno de piedras,
maderas rotas y... cuerpos destrozados. Tantos cadáveres, de gente humilde y de
Hyhborn. Los viejos. Los jóvenes, algunos que eran...
—Lo que pasó en Archwood no fue culpa tuya. —Grady interrumpió la espiral
de mis pensamientos.
Cerré la boca y me pasé las manos por la cara, limpiándome la humedad que
había llegado hasta mis pestañas.
—Sé que eso es lo que has estado pensando. No lo es —dijo, con voz baja y
dura—. El Rey no quería que Archwood fuera defendida. Quería la ciudad destruida.
El Príncipe Thorne te lo dijo.
Me estremecí al oír su nombre.
—Archwood estaba jodido, pusieras o no un pie en esa ciudad.
Me llevé las manos al estómago y negué con la cabeza. —Bueno, fue muy
conveniente que el príncipe Rohan viniera por mí la misma noche que arrasaron una
ciudad.
389
—No era conveniente. Fue el maldito Hymel. Lo que le iba a pasar a Archwood
iba a caer. Se llevaron dos pájaros de un tiro.
Tal vez Grady tenía razón. Que Archwood habría caído sin importar qué, y si
Hymel nunca hubiera ido al Hyhborn, entonces podríamos haber muerto esa noche
en Archwood. Tal vez habríamos escapado. Yo no lo sabía.
¿Pero de qué estaba segura? ¿De qué no necesitaba intuición para saberlo?
Grady no estaría en esta situación, su vida pendiendo de si yo disgustaba o no al
Hyhborn. Él no estaría aquí, para bien o para mal, si no fuera por mí.
Lo único que podía hacer ahora era asegurarme de que Grady saliera de esta
de una pieza, y lo haría, aunque fuera lo último que hiciera.

No recordaba haberme quedado dormida, pero debí de hacerlo, porque de


repente estaba despierta y el corazón me latía con fuerza.
La habitación estaba en silencio, toda la posada estaba en silencio, pero algo
me despertó.
—¿Lis? —Grady me dio un codazo en la pierna—. Hubo gritos.
Tragando saliva, giré la cabeza hacia él y pude distinguir la línea de su perfil.
Tenía la cabeza inclinada hacia atrás. Seguí su mirada hacia el techo, donde sólo había
silencio. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando los rayos de luna se retiraron
del techo, deslizándose por las vigas y saliendo por la ventana.
La linterna de gas de la cámara de baño se encendió de repente. Cada músculo
de mi cuerpo se tensó. El resplandor palpitaba. El hielo me empapó por dentro
cuando la lámpara de la mesa se encendió, palpitando salvajemente. Se me atascó el
aire en la garganta cuando el aire que nos rodeaba se cargó de estática, de energía.
—El Hyhborn —susurré—. Algo está pasando...
Un grito atravesó el silencio, repentino y brusco.
Incorporándome, agarré la parte delantera de la túnica de Grady. El aire fue
desgarrado por un grito estridente, luego otro grito... y otro.
—¿Qué está pasando? —Grady jadeó, haciendo fuerza contra las cadenas.
—No lo sé. Con el corazón palpitante, me puse de rodillas y miré por la ventana,
pero no vi nada más que oscuridad. Me aparté bruscamente de la ventana al oír un
aullido escalofriante que terminó bruscamente. Procedía del exterior, a lo lejos del
pueblo en el que habíamos entrado.
390
Me retorcí, me bajé de la cama y me levanté, con una mueca de dolor en los
músculos. Respirando entrecortadamente, busqué la daga...
—No lo hagas —advirtió Grady—. Mantenla en ti y corre, Lis. Por favor. Joder,
sal corriendo.
Mis dedos se enroscaron en el aire vacío cuando un chillido me produjo un
escalofrío de terror. Retrocedí, sintiendo cada respiración demasiado superficial,
demasiado rápida. Me di la vuelta y volví a la cama.
—Lis, por favor —suplicó Grady, con la voz enronquecida.
Sacudiendo la cabeza, me estiré a su lado, apretando la cara contra su pecho
mientras volvía a agarrar su túnica.
Entonces empezaron los gritos en serio.
391

CAPÍTULO 39

N
o mires.
Eso es lo que me decía a mí misma mientras me llevaban a
través de la posada, manteniendo la mirada fija en las espaldas de la
Rae y los caballeros Hyhborn. Me temblaban tanto las piernas y los
brazos que me sorprendía poder poner un pie delante del otro.
Grady había sido sacado de la cámara unos minutos después de que esos...
esos gritos habían cesado. No vi al príncipe Rohan ni a lord Samriel mientras
caminaba, con lord Arion a mi lado.
No mires.
Pero el suelo de la taberna estaba pegajoso y resbaladizo bajo mis pies
descalzos y aquí había un olor que no había cuando entramos esa misma noche. Un
olor metálico y penetrante mezclado con otro demasiado dulce. Penetrante.
Abrumador.
Miré.
Mis ojos patinaron hacia mi derecha, y tropecé al ver al dueño. Buck. Vi a otros
de los que no sabía los nombres. Algunos estaban a medio vestir. Otros no tenían ni
una puntada de ropa encima, pero todos no eran más que cuerpos ahora.
Había cuerpos desparramados por las mesas, a los que les faltaban miembros,
y otros colgaban del segundo piso, tendidos sobre la barandilla de la escalera. Había
mucha sangre. Parecía como si un animal salvaje se hubiera apoderado de ellos,
abriéndoles el pecho y el estómago a zarpazos, dejando sus entrañas en el exterior.
Colgando de ellos. En montones y charcos en el suelo detrás de ellos. Alguien...
alguien estaba ardiendo en la chimenea. Había visto tanta violencia, pero esto era...
La bilis subió tan rápido que no hubo forma de detenerla. Me di la vuelta y me
agaché mientras vomitaba agua y lo que quedaba del guiso que había comido hacía
horas. Me retorcí hasta que las piernas me fallaron y caí de rodillas sobre el suelo
ensangrentado, hasta que sentí un retortijón en el estómago y se me saltaron las
lágrimas.
Lord Arion esperó en silencio y sólo habló cuando me callé. —¿Eso es todo? —
preguntó mientras me estremecía—. ¿O habrá más aún por venir?
Sacudí la cabeza. No quedaba nada dentro de mí.
—Entonces de pie. Debemos seguir nuestro camino.
392
Me balanceé hacia atrás. No conocía a ninguna de estas... estas personas, pero
no había nada que pudieran haber hecho para merecer esto.
—¿Por qué ha pasado esto? —carraspeé, con la garganta irritada. Tenía que
saber qué podía llevar a un ser vivo a ser tan cruel con otro, porque no podía
comprender una maldad tan destructiva. No importaba lo que había visto en
Archwood. Esta brutalidad era algo totalmente distinto—. ¿Por qué les hicieron esto?
Se oyó un fuerte suspiro, de aburrimiento o impaciencia, tal vez ambas cosas.
—¿Por qué no?
Me quedé mirándolo con incredulidad.
—Estaba bromeando —dijo como si eso de alguna manera fuera mejor—. Uno
de nuestros caballeros se descontroló un poco. Empezaron los gritos, y bueno, al
Príncipe Rohan no le gustan esas molestias. Si se hubieran callado, habrían vivido
para ver salir el sol.
—¿Los... masacraron porque alguien gritó? —Mi voz se elevó.
—Veo que esa respuesta te disgusta. —Observó Lord Arion—. ¿Te ayudará a
recuperar la calma saber que la mayor parte de la ciudad ha quedado intacta? Porque
espero que sí.
¿La mayor parte del pueblo? Pensé en los lamentos que Grady y yo habíamos
oído fuera de la posada. ¿A los que no tuvieron tanta suerte los dejaron así? ¿Abiertos
y abandonados a su suerte cuando salía el sol, como les había ocurrido en Archwood?
—¿No te importa nada lowborn? —pregunté, aunque sabía la respuesta. O eso
creía. Sabía que el Rey se había interesado poco por nosotros, pero esto era... iba más
allá de cualquier cosa de la que creyera capaces a los Hyhborn—. ¿El Rey cree que
esto está bien?
—El Rey aborrece la violencia —respondió Lord Arion—. También aborrece
los antros de vicio y pecado. Él vería esto como lo que es. Una limpieza. No se ha
perdido ninguna vida de valor esta noche. Ahora, necesitamos continuar.
Una rabia profunda se desató, ahuyentando la frialdad del terror y la
incredulidad. Mi garganta ardía con mi furia. —Que te jodan.
Las cejas claras se alzaban sobre los ojos negros y verdes. Eso fue todo lo que
pude ver. Se movía muy rápido.
El golpe que me dio me picó en la mejilla y el labio, haciéndome caer hacia un
lado. Levanté las manos y me detuve antes de caer al suelo. Un dolor ardiente y
punzante me recorrió la mandíbula y me subió por la cabeza. La sangre me empapó
las palmas de las manos mientras respiraba por el zumbido de los oídos.
Dioses buenos…
393
No era la primera vez en mi vida que me golpeaban, pero nunca me habían
golpeado tan fuerte como para oír zumbidos en los oídos.
Me manché la boca de sangre. Escupí, con una mueca de dolor al sentir un
desgarro en el labio. Me pasé la lengua por los labios, medio sorprendida de que no
se me hubiera salido ningún diente.
—Mírame —su susurro tocó mi piel como un soplo de invierno.
Me eché hacia atrás y respiré entrecortadamente mientras volvía a levantar la
cabeza hacia el Lord. La luz de la lámpara brillaba con más intensidad que hacía unos
segundos. Los pelillos de la nuca se me erizaron cuando el aire se cargó de energía.
Su sonrisa creció. —Escúchame.
Antes de que pudiera respirar otra vez, su voz llegó a mi interior y se apoderó
del control. Un peso invisible se posó primero en mis tobillos y luego subió por mis
piernas, rodeó mi cintura y mis muñecas y se deslizó por mis hombros. Un dolor
rápido y agudo me punzó el cráneo, y entonces la presión se hizo presente,
llenándome la mente, y cada bocanada de aire que tomaba me sabía a... a menta.
El centro de sus ojos -donde las manchas verdes rodeaban sus pupilas- se
iluminó y se expandió hasta que sólo quedó visible una fina franja negra. —De pie —
ordenó Lord Arion.
No quería hacerlo. Cada parte de mi ser se rebelaba contra él, pero mi cuerpo
se movía sin esfuerzo consciente. Había tomado el control de mi cuerpo, de mi
voluntad. Me levanté.
El Lord se apartó la capa y empuñó la empuñadura negra de una espada. La luz
de las lámparas brilló en la hoja de lunea cuando la sacó y me apuntó al pecho con la
punta. —Camina hacia delante.
Un pie levantado, luego otro.
Sonrió satisfecho. —Más lejos.
El corazón me retumbó mientras miraba el filo de la espada. ¿Iba a hacer que
me empalara? No. No lo haría. No podía hacerlo. No, susurré, luego grité la única
palabra, una y otra vez, pero ninguno de esos sonidos llegó a mi lengua. Mis manos
se abrieron a los lados, con los dedos abiertos.
—Interesante —murmuró el Lord—. Mírame ahora.
La presión se expandió en mi cabeza, enviando punzadas de agonía a través de
mis sienes hasta que mi mirada volvió a la suya. Solo entonces retrocedió el dolor.
El verde de sus ojos latía. —Camina hacia adelante.
394
Mis pies se arrastraban por el suelo ensangrentado. Un pie. Luego el otro, y un
dolor repentino y agudo me recorrió el lado derecho del pecho, robándome el aliento
incluso cuando daba otro paso.
—Para —exigió.
Me detuve.
El Lord tiró de la espada hacia atrás, sosteniéndola entre nosotros. La punta
estaba cubierta de sangre, mi sangre. —Podría ordenarte que te degollaras con esta
espada y lo harías. —La bajó, apoyando la afilada hoja contra la base de mi garganta—
. Podría tenerte de rodillas y con tu boca alrededor de mi polla. Podría hacer que
tomaras esta espada y fueras de casa en casa, destripando a los que duermen. ¿Me
entiendes?
El asco se unió al sabor a menta en mi boca mientras mis labios se movían. —
Sí.
—Bien. —El Lord bajó la espada—. Ahora, ¿has visto bien a los que te rodean?
—Sí —suspiré.
—Puedes hacer lo que te dicen o vivir para arrepentirte de no haberlo hecho.
Ya has visto las muchas, muchas maneras de encontrar arrepentimiento. Empezando
por tu valiente amigo. ¿Comprendes? Di: “Sí, mi Lord”.
—Sí. —Me dolía la garganta cuando me salían las palabras—. Mi Lord.
Desenvainó la espada sobre la pequeña herida punzante, arrancándome un
jadeo ahogado. —El único control que tienes ahora es sobre lo que ocurra desde este
momento hasta que seas entregada a nuestro Lord. Mis órdenes son llevarte con vida
y en buenas condiciones. No se ha dicho nada de tu amigo. Sólo vive de la
generosidad del príncipe Rohan y de tus acciones.
Mis manos se crisparon cuando la punta de la espada rozó el contorno de mi
pecho y luego la curva de mi estómago antes de apuntar al suelo.
El Lord volvió a sonreír mientras envainaba su espada. —Puede ser agradable
o puedo tenerte suplicando la muerte a cada momento entre ahora y entonces. ¿Lo
entiendes, querida?
Mis labios se movieron una vez más. —Sí.
Los anillos verdes se encogieron hasta que volvieron a ser sólo manchas en la
oscuridad de sus ojos. El peso atrincherado en mi cuerpo se levantó sin previo aviso,
deslizándose de mis tobillos y muñecas y luego de mi mente. La confusión
desapareció de mis pensamientos cuando su poder se retiró de mí. Ahora que había
sentido cómo era una compulsión, comprendí el terror que había visto en la cara de
Grady cuando éramos niños y él había estado bajo una. Me tambaleé hacia atrás,
respirando con dificultad.
395
—Ahora, es hora de que nos vayamos.
Lentamente, me di la vuelta, con movimientos rígidos y espasmódicos. Un
temblor había comenzado en mis manos y se había extendido por todo mi cuerpo
mientras observaba el pequeño círculo de sangre que manchaba el pecho de mi
túnica. No era nada comparado con lo que había visto... comparado con lo que sabía
que este Lord era capaz de hacer. Salí al nublado y fresco cielo nocturno.
El patio estaba vacío.
Apenas sentía el frío suelo bajo mis pies mientras buscaba alguna señal de
Grady y los demás. No los vi. El pánico se apoderó de mí cuando todo lo que vi más
allá de la valla de piedra fue la silueta de un enorme corcel negro, uno tan grande
como los caballos que había visto en los establos de Archwood. —¿Dónde está?
¿Dónde están los demás?
—Volverás a verlo. —El Lord pasó de largo, agarrando mi brazo en el proceso.
Su agarre me magulló, pero no protesté. El maltrato era mucho mejor que el uso de
otro encanto y cumplir una de sus muchas amenazas—. Se lo llevaron por delante con
el Príncipe y mi hermano.
Aumentó la confusión, y entonces recordé lo que había dicho Grady. —Nos
están siguiendo, ¿no?
—Estamos siendo precavidos —dijo el Lord con una risita, y me estremecí,
recordando la apatía de Lord Samriel—. Si lo somos, seguirán al Príncipe. No a
nosotros.
Mi corazón latió con fuerza al entrar en la calle vacía y oscura. Tuve que
recordarme que Hyhborn no podía mentir. Si decía que la Rae se lo llevaba por
delante, entonces eso era lo que estaba ocurriendo. Grady era fuerte e inteligente. Si
tenía la oportunidad de escapar, lo haría. Me aferré a eso mientras el Lord me
agarraba por la cintura y me izaba sobre el caballo.
El Lord se subió a la silla detrás de mí. —Hazme otra pregunta... —dijo,
tomando las riendas del caballo—. Y te encontrarás ocupando tu boca de un modo
que me resultará menos irritante.
Apreté la mandíbula y eso me dolió, haciendo que me palpitara media cara.
¿Por qué los hombres, fueran lo que fueran, siempre recurrían a tales amenazas?
¿Como si amenazarnos de muerte no bastara para garantizar nuestra cooperación?
Mis dedos se clavaron en el pomo de la silla de montar.
—No te caigas —me ordenó—. Me molestará si lo haces, y no querrás que eso
ocurra.
A continuación, clavó los talones en los costados del corcel y éste se puso en
movimiento. Negándome a utilizar cualquier parte del monstruo que tenía detrás
como apoyo, me aferré al pomo. El paso se aceleró rápidamente y nos precipitamos
396
por las oscuras calles, obligándome a apretar los muslos contra la silla para
mantenerme erguida. Mi corazón se hundió en cuanto llegamos al final de la calle.
Un resplandor anaranjado se elevó sobre la colina y creció el olor a madera
quemada. El humo se extendió por la noche, cubriendo las carreteras. Intenté ver qué
tipo de daños se habían producido, pero el caballo siguió adelante, convirtiendo las
calles del pueblo sin nombre en un borrón.
A medida que nos acercábamos a las puertas abiertas y desprotegidas del
pueblo, las nubes empezaron a deshacerse. La luz plateada de la luna fluía sobre la
carretera, bañando bultos dispersos en los bordes. Formas que fueron-
Se me revolvió el estómago. Había guardias muertos esparcidos por la ciudad.
Docenas de ellos cuando salimos de la aldea, el paso del caballo nunca disminuyó.
Dioses, ¿cuántos habían muerto esta noche? Me estremecí. Y todas esas
muertes... ¿Estaba su sangre en mis manos? ¿Como la sangre que el Príncipe de
Vytrus llevaba en las suyas?
No. Esa palabra me atravesó, convirtiendo mi columna vertebral en acero. Yo
no había hecho nada para causar esto. Ni ninguno de los que habían sufrido esta
noche. Esto fue por los Hyhborn. Grady tenía razón. Yo tampoco era responsable de
Archwood. Lo único que había hecho era nacer, pero no estaba completamente libre
de culpa.
Me preocupaba por los demás, pero obviamente no lo suficiente. Porque nunca
presté atención a la política de la Corte cuando otros barones me visitaban con
noticias y chismes. Todo lo que obtenía de ellos para Claude lo olvidaba rápidamente.
No presté demasiada atención cuando se supo de los disturbios en las Tierras
Occidentales. Utilicé mis habilidades cuando me lo pidieron, cuando me sirvió o
simplemente por accidente. Podría haberme esforzado más en romper el escudo que
rodeaba a Claude y a Hymel, y habría podido, ya que lo había hecho con el
comandante Rhaziel sin tocarlo. Podría haberme enterado de lo que tramaba Hymel,
pero había tenido demasiado miedo, no sólo por Grady, sino por mí misma. No había
querido poner en peligro mi vida y todos los privilegios que había obtenido,
justificados o no. Había estado cuidando de él y de mí misma. Estaba demasiado
envuelta en mi propia vida y mis propios miedos. Podría haber hecho más. Podía
haber tomado tantas decisiones que habrían cambiado e incluso evitado lo que había
ocurrido en Archwood.
Lo que había pasado aquí.
Entonces, ¿cómo era yo mejor que el Rey al final del día? Que me importara no
me hacía diferente, porque no me había importado lo suficiente. Y los dioses sabían
que yo no era la única lowborn que metió la cabeza en la arena, pero había estado en
una posición de privilegio, de protección, donde podría haber hecho más, y no lo
había hecho. Pensé en cómo le había advertido a Grady que no se involucrara con los
397
Caballeros de Hierro. Yo había hecho exactamente lo contrario de más. Porque no
quería arriesgarme a terminar en las calles otra vez. ¿En qué me hacía eso mejor?
La verdad es que no.
El hecho de que hubiera tenido que pasar esto para darme cuenta me ponía
enferma, porque ahora tenía que vivir con esas decisiones.
Y quién sabía cuántos otros tendrían que hacerlo por su culpa.

Permanecimos en el camino poco tiempo antes de que Lord Arion guiara al


corcel hacia prados bañados por la luz de la luna con un brutal impulso de sus rodillas.
Los cardos me azotaban las piernas y me escocían la piel, pero no era nada
comparado con las punzadas que sentía en el pecho y en la mandíbula, ni con el
creciente temor de lo que estaba por llegar. El prado parecía interminable, mis
pensamientos se confundían unos con otros mientras intentaba reconstruir lo que
sabía para comprender lo que se avecinaba. Cómo podría tomar mejores decisiones,
pero sin dejar de proteger a Grady, sin dejar de sacarlo de esta situación.
El agua helada me sacó de mis pensamientos, empapándome los pies y los
bordes de la ropa cuando cruzamos un estrecho arroyo. Los escalofríos se
intensificaron cuando el corcel ascendió por la empinada orilla y nos adentró en... los
Wychwoods.
Dioses, había cosas en este bosque posiblemente incluso más aterradoras que
el Lord Hyhborn detrás de mí.
Cuando bajé la mirada hacia la tierra apelmazada, se me ocurrió una idea tonta
pero ligeramente aterradora. ¿Había aún Deminyens en este bosque, creándose en
las profundidades? Dioses, pensar en eso no ayudaba en nada.
No sabía cuánto tiempo había pasado. Lo único en lo que podía concentrarme
era en mantenerme encima del caballo y no caer bajo sus cascos mientras corría a
velocidades de vértigo por el laberinto de árboles. Aguanté, aunque me dolían las
manos y los muslos. Sólo cuando los árboles se agolparon demasiado, Lord Arion
aminoró la marcha del caballo lo suficiente como para que no sintiera que iba a
caerme en cualquier momento.
Pero mi agarre no cedió, ni siquiera cuando los trozos de cielo visibles a través
de las pesadas extremidades se aligeraron, pasando por todas las tonalidades de
azul. Aguanté.
El caballo aminoró aún más la marcha hasta casi detenerse. Cansado, volví la
cabeza hacia el Lord. Tenía la mirada fija en los espesos grupos de árboles, más altos
398
que cualquier edificio que yo hubiera visto jamás. Seguí su mirada hasta donde la
débil luz del amanecer luchaba por penetrar en las ramas densamente frondosas. El
corcel respiraba entrecortadamente mientras Lord Arion se movía en la silla.
Algo silbó en el aire. Las riendas se soltaron de las manos del Lord, que se
precipitó hacia delante sin previo aviso. Chocó contra mí y mis dedos entumecidos
resbalaron del pomo. Su repentino peso nos derribó a ambos de la silla.
Caí al suelo con un golpe seco que sentí en los huesos. Me quedé tumbada,
aturdida durante un instante, mirando las manchas de hierba de color violeta intenso.
Nunca había visto una hierba así.
Pero eso no era importante en ese momento.
Lord Arion... estaba medio tumbado encima de mí, inmóvil. Haciendo acopio
de todas mis fuerzas, lo hice rodar. Cayó de lado, con un brazo sobre mi estómago.
Lo miré a la cara...
—Mierda —susurré al ver la flecha clavada profundamente entre los ojos de
Lord Arion.
Me quité su brazo de encima y me escabullí por el suelo mientras miraba el
charco rojo que se extendía rápidamente bajo su cabeza. Parecía muerto, pero no
sabía lo poderoso que era este Lord. No sabía si sólo estaba inconsciente o si aquella
punta de flecha que le había atravesado el cerebro era suficiente para matarlo. Esa
punta de flecha blanca como la leche...
Una llamada llegó desde los árboles. El corcel de Lord Arion se puso en marcha
y sus cascos golpearon el suelo a escasos centímetros de mí. Empujé sobre mis
rodillas, girando hacia el sonido del agudo silbido. A través de mis mechones de
cabello enmarañados, vi una forma oscura caer de los árboles... no, las formas oscuras
habían volado desde arriba.
Cuervos.
Docenas de ellos.
Sus alas negras cortaron silenciosamente el aire mientras volaban en rápidos
círculos, acercándose cada vez más entre sí con cada pasada hasta que... se juntaron
a metros del suelo, fundiéndose en... en uno solo.
Hacia la figura de un hombre agazapado varios metros por delante, con su
oscura capa encharcándose sobre la hierba violeta como si fuera humo.
Un escalofrío recorrió de puntillas mi espina dorsal y luego se extendió por mi
piel. Me invadió esa sensación que sentí por primera vez cuando era niña.
Una advertencia.
Un ajuste de cuentas.
399
La promesa de lo que estaba por venir.
Pero esta vez, algo se desbloqueó en mi mente, y de su oscuridad, una visión
que nunca había tenido antes me inundó, y en un instante, vi lo que Lord Samriel
afirmaba.
Vi sus brazos, su mano envuelta alrededor de la empuñadura de la espada
hundida profundamente en mi pecho.
Un grito salió de mi garganta. La muerte. Yo había visto la mía. La había visto
llegar de sus manos.
—Muévete. Muévete, muévete —susurré, intentando que mis músculos
congelados se desbloquearan—. Muévete.
Se levantó a esa altura imposible e intimidante mientras yo me ponía en pie de
un empujón. Di media vuelta y salí corriendo lo más rápido que pude hacia el arroyo.
Corrí con los brazos y las piernas bombeando mientras las rocas se clavaban en las
plantas de mis pies. Las ramas me golpeaban el pelo y las mejillas, enganchándome
la túnica y el camisón. Cada paso me dolía, pero no me detuve. No había tiempo para
pensar adónde iba ni en lo infructuoso de...
Un cuerpo chocó contra el mío y me sacó las piernas de debajo. Por un
momento, me sentí ingrávida y cayendo; entonces unos brazos me rodearon. El
cuerpo se retorció y, de repente, ya no miraba el duro suelo que subía hacia mí, sino
los árboles.
Aterrizamos con fuerza, el cuerpo bajo el mío se llevó la peor parte de la caída,
pero el impacto me dejó sin aliento y, por un momento, ninguno de los dos se movió.
Entonces me tumbó boca abajo. El peso me oprimió la espalda, aprisionando todo mi
cuerpo. Mis dedos se enroscaron en la hierba húmeda.
—Na'laa —susurró—. Deberías haber sabido que no debías huir. Siempre te
atraparé.
Respiré entrecortadamente. Un olor suave a madera me envolvió. El aroma
del... sándalo.
De él.
Mi príncipe Hyhborn. Mi salvación.
Y mi perdición.
400

ACERCA DE LA

AUTORA

Jennifer L. Armentrout es la autora número 1 del New York Times y de

bestsellers internacionales, y vive en Shepherdstown, Virginia Occidental. Cuando


no está trabajando duro escribiendo, pasa el tiempo leyendo, viendo malas películas
de zombis, fingiendo que escribe y pasando el rato con su marido y su pequeña
mascota. Ésta incluye a su Border Collie, Artemis, y a su Border Jack, Apollo. También
seis alpacas juiciosas, dos cabras maleducadas y cinco ovejas esponjosas.
A principios de 2015, Jennifer fue diagnosticada de retinosis pigmentaria, un
grupo de trastornos genéticos raros que implican la degradación y muerte de las
células de la retina, lo que acaba provocando, entre otras complicaciones, la pérdida
de visión. Desde entonces, educar a la gente sobre los distintos grados de ceguera
se ha convertido en otra de sus pasiones, junto con escribir, algo que piensa seguir
haciendo mientras pueda. Jennifer ha sido nominada y ha ganado numerosos premios
por sus obras de ficción para jóvenes y adultos.
401

También podría gustarte