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Emociones y salud.

De lo psicológico a lo fisiológico

Resumen

Las emociones negativas ansiedad, ira, tristeza, depresión son adaptativas para el individuo. Sin
embargo, en ocasiones encontramos reacciones patológicas en algunos individuos, debido a desajuste
en la frecuencia o intensidad. Cuando tal desajuste acontece, puede sobrevenir también un trastorno de
la salud, tanto mental (trastorno de ansiedad, depresión mayor, etc.) como física. En primer lugar, las
reacciones de ansiedad, tristeza, depresión e ira, que alcanzan niveles demasiado intensos o frecuentes
tienden a producir cambios en la conducta, de manera que se olvidan los hábitos saludables (el ejercicio,
dieta adecuada.) y se desarrollan conductas adictivas (tabaquismo, etc.) o que ponen en peligro nuestra
salud. Las reacciones emocionales mantienen niveles de activación fisiológica intensos, que pueden
deteriorar nuestra salud si se cronifican. Alta activación psicológica puede estar asociada con un cierto
grado de inmunodepresión, lo que nos vuelve más vulnerables al desarrollo de enfermedades
infecciosas (como la gripe, herpes, etc.) o de tipo inmunológico (lupus eritematoso, esclerosis múltiples,
etc.).

Tabla de Contenido

Emociones y salud están estrechamente relacionadas en equilibrio dinámico, y co-determinados por


variables de tipo biológico, psicológico y social, todas ellas en constante mutación.

Si bien en varias de las revisiones que se encuentran en la literatura moderna se hace referencia a cómo
la salud física interviene en estados emocionales positivos, poco se habla de esta relación en sentido
inverso. La salud del hombre es un complejo proceso sustentado en la base de un equilibrio
biopsicosocial.

Por su parte, las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza a nuestro equilibrio
físico o psicológico, actúan para restablecerlo. Ejerciendo así un papel adaptativo. Sin embargo, en
algunos casos, las emociones influyen en la contracción de enfermedades. La función adaptativa de las
emociones depende de la evaluación que haga cada persona. También del estímulo que pone en peligro
su equilibrio, y de la respuesta que genere para afrontar el mismo.

Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen factores biológicos,
psicológicos y sociales. La salud, ese estado de bienestar físico, psicológico y social, no es patrimonio ni
responsabilidad exclusiva de un solo grupo o especialidad profesional.

El concepto salud viene definido por el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, como el
“estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”.

La salud no es solo la ausencia de enfermedad, sino que ha de ser entendida de una forma más positiva,
como un proceso continuo que tiene mucho que ver con los comportamientos y el estilo de vida de una
persona o comunidad (Ballester, 1998). Por el cual el hombre desarrolla al máximo sus capacidades,
teniendo a la plenitud de su autorrealización como entidad personal y como entidad social (San Martín,
1985).

Potenciales salutogénicos

En una persona sana deben reunirse potenciales salutogénicos, tanto a nivel mental como a nivel del
soma en completa relación. Es por eso que no se debe pasar por alto cómo influyen los procesos
psicológicos de tipo emocional en la salud. Tanto las emociones positivas (alegría, buen humor,
optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés, influyen en la salud.
Las emociones perturbadoras tienen, al parecer, un efecto negativo en la salud. Favoreciendo de esta
manera la aparición de ciertas enfermedades. Esto porque hacen más vulnerable el sistema
inmunológico, lo que imposibilita su correcto funcionamiento. Contrariamente, las emociones positivas
representan un beneficio para nuestra salud, ya que ayudan a soportar las dificultades de una
enfermedad y facilitan su recuperación.

Todos estos descubrimientos acerca de la intrínseca relación entre emociones y salud tienen su
aplicación en el tratamiento de las enfermedades desde una propuesta holística y no reduccionista a
enfoque biologicista. Pues en la actualidad se proponen tratamientos integrales, que consideren la
recuperación tanto de los factores físicos como de los factores psicológicos del paciente, en estrecha
relación de interdependencia.

El papel de las emociones en la salud

En la actualidad, para nadie es un secreto el papel que desempeñan las emociones humanas en la
concepción de la salud integral. Desde luego también en el desarrollo de las enfermedades. La
Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que más del 90 % de las enfermedades tienen un origen
psicosomático. De hecho, las características de personalidad, el manejo que tenemos de las emociones y
la manera de lidiar con el estrés, conflictos, fracasos y frustraciones pueden potenciar o desarrollar
diversas enfermedades.

La persona es un “todo integrado”. La separación entre el cuerpo y la mente abre las puertas a la
desintegración, a la desvalorización, y nos hace cada vez más vulnerables a la enfermedad. Hoy sabemos
que todas las enfermedades son fenómenos psicosomáticos o somatopsíquicos. La experiencia más clara
de esta realidad se vislumbra cuando comprendemos la profunda integración que existe entre nuestras
emociones, el sistema nervioso, el inmune y el endocrino. La expresión de cualquier amenaza al
equilibrio en nuestra salud invita a enfrentarle desde todos los flancos posibles en la vasta complejidad
del ser humano.

La salud y la enfermedad no son un asunto que le concierna únicamente a quien posee la anhelada cura.
Más allá de esta percepción tradicional, es imperioso reenfocar la comprensión de la salud desde la
experiencia humana y social, desde el sentido de ser los únicos dueños y responsables de esta. Al final,
debe quedar claro que en todo desbalance o enfermedad existe un conflicto intrapersonal no
concientizado y la necesidad urgente de armonizar el desequilibrio emocional.

Emociones y manifestaciones sociales

Las emociones están influenciadas por manifestaciones sociales que, mediante un proceso de
internalización o subjetivación. Producen un significado personal, que no es otra cosa más que el
significado social que reactualiza las emociones en estrecha relación con los procesos cognitivos.
Ejemplo de ello la memoria. De ahí que determinado suceso o vivencia pueda marcar un hito en
nuestras vidas e incluso dividirla en un “antes y un después”.

En cuanto a las clasificaciones más comunes que se confrontan sobre las emociones se destaca la
separación en: emociones positivas y emociones negativas. De estas últimas se puede decir que son el
estigma de muchas depresiones y traumas. A su vez, producen un funcionamiento desajustado de
diferentes sistemas neurovegetativos.

Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el que confluyen factores biológicos,
psicológicos y sociales. Una persona sana debe estarlo tanto en mente como en cuerpo.

Las emociones perturbadoras influyen negativamente en la salud, ya que hacen más vulnerable el
sistema inmunológico, lo que no permite su correcto funcionamiento. Lograr que el hombre se adapte a
su medio implica el mantenimiento de la adecuada sincronización de las funciones de los sistemas de su
organismo. En caso del surgimiento de un desequilibrio, esta adaptación depende del restablecimiento
de ese equilibrio (López, 1999).

Existen indicadores que hacen notar que los factores psicológicos pueden influir de manera significativa
sobre algunas enfermedades causadas por otros factores. Desde hace algo más de dos décadas, las
ciencias médicas y psicológicas han estado forjando una concepción más amplia de cómo nuestras vidas
emocionales afectan directa e indirectamente nuestro bienestar físico. Se ha investigado los vínculos
reales entre los acontecimientos psicológicos, la función cerebral, la secreción hormonal y la potencia de
la respuesta inmunológica. Este nuevo campo del saber ha sido denominado Psiconeuroinmunología.

Psiconeuroinmunología

El enfoque psiconeuroinmunológico parte de que el cerebro regula, en mayor o menor medida, el


sistema inmunitario. Entonces, los factores psicológicos pueden afectar este sistema por medio del
cerebro. Es un campo interdisciplinario, iniciado por psicólogos de vanguardia como el Dr. R. Bayés de la
Universidad Autónoma de Barcelona. Según R. Bayés (1993) la Psiconeuroinmunología tiene un gran
alcance terapéutico, que implica:

1. La posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan emplearse como terapéuticas de


apoyo para suprimir la respuesta inmunitaria. Tanto en enfermedades amenazantes para la vida
como en trastornos menos graves.
2. Posibilidad de que los tratamientos psicológicos puedan usarse para mejorar el sistema
inmunitario. Por ejemplo, terapias con grupos vulnerables.
3. Clarificación de la importancia de la protección que es capaz de proporcionar un enfoque
positivo de la existencia.

Evidentemente, la Psiconeuroinmunología pone tanto al científico como al terapeuta en una nueva


posición en la que se requiere del empleo de técnicas diversas. Se reclama un análisis más profundo de
la relación entre la mente y el cuerpo.

Ansiedad y estrés crónicos

Estudios confirman que las emociones perturbadoras son malas para la salud. Según López (1999),
plantea que las personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y
pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacias implacables, tenían el doble de riesgo de
contraer una enfermedad, incluidas: asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas
cardíacos.

Esta percepción hace que las emociones perturbadoras sean un factor de riesgo tan dañino como lo son,
por ejemplo, el hábito de fumar o el colesterol elevado para los problemas cardíacos. Es decir, una
importante amenaza a la salud (Goleman, 1996). Estas tendencias modernas proponen un
reconocimiento acerca de cómo las reacciones psicológicas negativas o desfavorables, en ocasiones, son
las determinantes primarias de ciertos tipos de migrañas, úlceras. Al igual que trastornos
gastrointestinales, dolores musculares e inflamaciones, dificultades cardíacas, entre otras dolencias
registradas.

Goleman (1996) propone un ejemplo en el cual se describe a una persona que enfurece en repetidas
ocasiones. Cada episodio de ira añade una tensión adicional al corazón, aumentando su ritmo cardíaco y
su presión sanguínea. Cuando esto se repite una y otra vez, puede causar un daño, sobre todo debido a
la turbulencia con que fluye la sangre a través de la arteria coronaria. Con cada latido se pueden
provocar microdesgarramientos en los vasos, donde se desarrolla la placa. Por eso, si su ritmo cardíaco
es más rápido y su presión sanguínea más elevada como resultados de frecuentes estados de ira, tendrá
mayor probabilidad de sufrir una enfermedad coronaria (Goleman, 1996).
Emociones y salud potenciales saludables

Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (Tobal, González, 2003) pidió a


pacientes que sufrieron un ataque cardíaco que describieran su estado emocional en las horas anteriores
al mismo. La mayoría de los participantes declaró haber sido objeto de ataques de ira en el periodo
evaluado por los investigadores.

Hasta ahora se ha explicado alguna relación de las emociones con los potenciales saludables a nivel
fisiológico. Pero ¿por qué tienen las emociones la propiedad de intervenir en nuestro funcionamiento
fisiológico-inmunológico-neuronal-endocrino? En la literatura se puede encontrar una gran variedad de
explicaciones sobre la relación de las emociones (desde su definición) con los procesos antes
mencionado.

Al revisar los planteamientos de Fernández-Abascal y Palmero (1999) y Le Doux (1999) es posible


encontrar una amalgama de elementos en los que se destaca un proceso que se activa cuando el
organismo detecta algún peligro, amenaza o desequilibrio. Con el fin de movilizar los recursos a su
alcance para controlar la situación. También se define como una función biológica producto de la
evolución que permite al organismo sobrevivir en entornos hostiles, razón por la que se han conservado
prácticamente intactas a través de la historia evolutiva. Estos elementos se sustentan en un punto
coincidente que llama la atención: en el carácter adaptativo de las emociones. Puesto que las mismas
intervienen en unos casos y determinan, en otros, los mecanismos que favorecen la enfermedad.

El proceso emocional

Una de las claves a la hora de entender la repercusión de las emociones en la salud es la


conceptualización del proceso emocional. En este aparecen dos filtros entre la situación interna o
externa que desencadena el proceso y la manifestación de las emociones en el sujeto protagonista
(Fernández-Abascal y Palmero, 1999).

En resumen, la función adaptativa de las emociones va a depender de la evaluación que la persona haga
del estímulo. Es decir, del significado que le dé a este y de la respuesta de afrontamiento que genere.
Son varios los componentes emocionales que intervienen de manera desadaptativa. Un ejemplo claro es
la frecuencia y aparición de la ansiedad. Una de las manifestaciones más comunes en los tiempos
modernos en los que la dinámica de la vida se hace cada vez más acelerada.

La ansiedad tiene utilidad adaptativa. Nos ayuda a prepararnos para afrontar algún tipo de peligro. Pero,
en la vida moderna, es más usual que sea desproporcionada y fuera de lugar. Por esta razón se ha
convertido en un riesgo para la salud, si se presenta en forma crónica.

La ansiedad influye, principalmente, en el desarrollo de enfermedades infecciosas como resfriados,


gripes y herpes. Estamos constantemente expuestos a estos virus, pero normalmente nuestro sistema
inmunológico los combate, sin embargo, en presencia de la ansiedad, las defensas fallan. Las diferencias
en cuanto a la resistencia frente a enfermedades infecciosas se deben, en parte, a las tensiones de la
vida. En la medida en que los niveles de ansiedad sean más elevados, mayor será la incidencia de males
infecciosos.

Ansiedad e intervenciones médicas

La ansiedad también tiene un papel relevante en situaciones como las operaciones quirúrgicas.

Los cirujanos plantean que las personas que están muy asustadas. Tienen problemas durante la
operación, sufren hemorragias abundantes, infecciones y complicaciones. Tardan más tiempo en
recuperarse. La razón es evidente: el pánico y la ansiedad elevan la presión sanguínea y las venas
dilatadas por la presión sangran más de forma más abundante al momento de la incisión. Es un hecho a
destacar, ya que la hemorragia excesiva es una de las complicaciones quirúrgicas más molestas y puede
provocar la muerte (Goleman, 1996).

Otro término muy empleado en la relación entre emociones y salud es el de estrés. Este no es una causa
directa de enfermedades. Lo que hace es impedir la recuperación porque baja las defensas del cuerpo y
aumenta la sensibilidad de la persona a los problemas físicos que han existido anteriormente (Reeve,
1994).

Múltiples estudios clínicos han demostrado que la palabra más adecuada para describir la relación entre
estrés y salud es impacto. Pues los factores psicosociales no son causa de enfermedad, sino que
desempeñan un rol en la alteración de la susceptibilidad del paciente a las enfermedades (Rodríguez y
Vega, 1998).

Estudios han demostrado que estresores potenciales como: grandes cambios en la vida, situaciones
vitales crónicas y pérdida del apoyo social, están relacionados con enfermedades cardiovasculares.
Debido a que la secreción de hormonas durante el estrés parecen contribuir en este tipo de
enfermedades, ya que incrementan la tendencia de coagulación de la sangre, (si un coágulo se aloja en
la arteria coronaria es probable sufrir un ataque cardíaco). Elevan los niveles de ácidos grasos libres y
triglicéridos que obstruyen las arterias, y aumentan la presión arterial.

Emociones y salud: estrés y enfermedades infecciosas

En cuanto al hecho de contraer enfermedades infecciosas como herpes o gripe, la influencia del estrés
ha sido demostrada, ya que debilita la acción del sistema inmunológico. Por otra parte, la relación entre
estrés y cáncer parece estar en los efectos supresores del estrés en el sistema inmunológico. Si se
deprimen las funciones inmunológicas, los organismos tienen menos capacidad para enfrentarse a los
agentes cancerígenos.

Sin duda alguna existen factores desencadenantes y protectores del estrés. Entre los factores que
determinan los efectos negativos del estrés encontramos: frecuencia, intensidad, duración,
predisposición psicobiológica, patrón de estereotipia de la respuesta. Como factores protectores del
estrés encontramos aquellas características personales o elementos del ambiente o la percepción que el
individuo tiene de ellos, que disminuyen los efectos que el proceso de estrés puede tener sobre la salud.

Entre los factores protectores tenemos:

Las redes de apoyo social efectivas, particularmente la familia y la pareja.

Las fortalezas individuales que se caracterizan por ser rasgos personales adaptativos que incluyen un
sentido de compromiso, de reto y un sentimiento de control sobre las propias circunstancias ante
situaciones potencialmente amenazantes. Otros autores la denominan locus de control interno.

El concepto de controlabilidad, la percepción que tiene el individuo del grado de control sobre las
transacciones medioambientales y la posibilidad de ejercer ese control.

El sentimiento de bienestar psicológico que se conceptualiza como defensor del individuo, por ejemplo
el perfil de seguridad, las características de personalidad del sujeto, el sentido del humor, las
experiencias y vivencias.

Estos factores elevan la tolerancia al estrés y disminuyen la vulnerabilidad del individuo y, por tanto, la
probabilidad de presentar trastornos o enfermedades.
Control del estrés

Es evidente que la prevención y control del estrés se logran mediante la identificación y la limitación de
los factores que componen el perfil de riesgo. También mediante el fortalecimiento de los factores que
conforman el perfil de seguridad. El estrés está muy vinculado al desarrollo de enfermedades de gran
impacto social como las cardiovasculares y cerebrovasculares. De ahí la enorme importancia de la
búsqueda de vías para su prevención sistemática.

En la prevención del estrés debe trabajarse en diferentes planos simultáneamente y es de extraordinario


valor la acción educativa. Hay que considerar los factores del desarrollo, por ejemplo, es necesario evitar
las conductas agresivas y la exposición a la violencia y el maltrato.

Una de las formas más acertadas de prevenir el estrés es teniendo experiencias de afrontamiento
efectivo.

El afrontamiento es un proceso que está constituido por un conjunto de estrategias dinámicas y


cambiantes dirigidas a la búsqueda o restablecimiento del equilibrio. Ya sea actuando sobre las causas,
externas o internas, que provocan la tensión y el estrés en el sujeto. Por esto, el afrontamiento al estrés
se puede definir como: “Los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se
desarrollan para mejorar las demandas específicas internas o externas que son evaluadas como
excedentes o desbordantes de los recursos del individuo”.

Estrategias de afrontamiento

Las categorías más utilizadas dentro de las estrategias de afrontamiento son el afrontamiento centrado
en el problema y el afrontamiento centrado en la emoción:

Centrado en el problema

En primer lugar, el afrontamiento centrado en el problema, se define como: Los esfuerzos dirigidos a
actuar directamente sobre la fuente de origen del estrés. Para modificarla o eliminarla y buscar una
solución satisfactoria. Dentro de esta categoría, se encuentran estrategias tales como: La confrontación,
la planificación, la búsqueda de información, el establecimiento de prioridades, etc. (Rodríguez, 1998).

Centrado en la emoción

Y, en segundo lugar, se encuentra el afrontamiento centrado en la emoción. Esta hace referencia a


aquellos esfuerzos dirigidos a regular los estados emocionales que están relacionados o son
consecuencia de situaciones estresantes. En esta categoría se incluyen estrategias de evitación como la
atención selectiva, el distanciamiento, la búsqueda de apoyo social, la negación, entre otras.

No es posible demarcar cuál es la mejor estrategia o cuál presenta más beneficios. Todo depende, en
definitiva, del contexto y momento en que sea empleada. Sin embargo, a la hora de evaluar la
efectividad de una estrategia se ha de contemplar como la estrategia seleccionada ha cumplido con los
objetivos establecidos. Esto es, la medida en que ha servido para regular el malestar del individuo
(afrontamiento centrado en la emoción) o bien para modificar o eliminar el problema o situación que
está provocando dicho malestar (afrontamiento centrado en el problema).

Si un individuo trata y domina un problema, pero con un alto costo emocional, se debe considerar
dudosa la eficacia del afrontamiento. Igual sucederá si un individuo logra un gran dominio de sus
emociones sin trascendencia en la fuente de sus problemas. En la medida en que los procesos de
evaluación cognitiva y los de afrontamiento resulten ineficaces, aumenta la vulnerabilidad del individuo
a la acción nociva del estrés. También aumenta su susceptibilidad a presentar diversos trastornos y
enfermedades.
La prueba de los efectos médicos adversos de procesos emocionales como la ira, la ansiedad y el estrés
es innegable. Pero, si la perturbación emocional crónica es nociva en sus múltiples formas, la variedad
opuesta de emociones ¿puede resultar beneficiosa?

Emociones y salud: los efectos del humor

Muchos preconizan que la risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para enfrentar la
enfermedad y el malestar. La capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva a
nuestros problemas. La risa, por otra parte, brinda una liberación física de las tensiones acumuladas. Por
tanto, se espera que todo aquello que logre mantener al ser humano emocionalmente estable y lejos de
experiencias desagradables puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente
(López, 1999).

El Dr. Labott estudió el impacto químico de la risa y el llanto, observando que el estímulo humorístico
mejora la inmunidad.

Para el neurólogo Lee Berk, la risa, hace disminuir la concentración de cortisol -una de las hormonas
causantes del estrés en el organismo. Esto a su vez potencia una mayor actividad entre los linfocitos, los
responsables de lograr una buena respuesta inmunológica.

Arthur Stone observó el aumento de la inmunoglobulina A en las mucosas y saliva con el humor y la risa,
la producción de dopamina, serotonina, adrenalina y la gamma interferón.

Dentro del sistema inmunológico, el efecto del humor y la risa tiene dos procesos:

Estímulo sobre el cuerpo y relajación posterior y su consecuente sensación de placer y goce.

Varias investigaciones indican que las emociones positivas pueden resultar beneficiosas para la salud
hasta cierto grado. Así como las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer
enfermedades sin que esto signifique que sean las únicas causantes, las emociones positivas ayudan a
sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de recuperación. Pero no logran mejorar a la persona
por sí solas.

Optimismo y esperanza

El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. Los sujetos que manifiestan sentirse
esperanzados son más capaces de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades médicas.
En cuanto al optimismo, hay diversas explicaciones. Una teoría propone que el pesimismo conduce a la
depresión, que a su vez interfiere en el sistema inmunológico. Con la consiguiente vulnerabilidad a las
enfermedades; el optimismo haría lo contrario.

Otra explicación indica que, quizá, los pesimistas descuidan su propia persona; algunos estudios han
descubierto que los pesimistas fuman y beben más, hacen menos ejercicio que los optimistas y son, en
general, más descuidados con su salud. Podría resultar que la fisiología del optimismo es de cierta
utilidad biológica para la lucha del organismo contra la enfermedad (Goleman, 1996).

Sin duda alguna siempre ha sido destacable, para todas las ciencias que estudian al ser humano, la
búsqueda del completo bienestar, el cual es una experiencia humana vinculada al presente, pero
también con proyección al futuro.

Es en este sentido que el bienestar surge del balance entre las expectativas (proyección de futuro) y los
logros (valoración del presente), lo que muchos autores llaman satisfacción, en las áreas de mayor
interés para el ser humano y que son el trabajo, la familia, la salud, las condiciones materiales de vida,
las relaciones interpersonales y las relaciones sexuales y afectivas con la pareja. Esa satisfacción con la
vida surge como punto de partida de una transacción entre el individuo y su entorno micro y
macrosocial, donde se incluyen las condiciones objetivas, materiales y sociales que brindan al hombre
determinadas oportunidades para la realización personal.

Bienestar humano diversidad de enfoques

El estudio del bienestar humano es, sin duda, un tema complejo y sobre el cual los científicos sociales no
logran un consenso. La falta de acuerdo en su delimitación conceptual se debe, entre otras razones, a la
complejidad de su estudio, determinada en mucho por su carácter temporal, su naturaleza
plurideterminada donde intervienen factores objetivos y subjetivos. En torno al bienestar humano existe
una diversidad de enfoques, lo que no ha permitido aún llegar a un consenso en cuanto a su
conceptualización y medición.

Uno de los componentes fundamentales del bienestar es la satisfacción personal con la vida. Esa
satisfacción surge de una transacción entre el individuo y su entorno micro y macrosocial, con sus
elementos actuales e históricos, donde se incluyen las condiciones objetivas, materiales y sociales que
brindan al hombre determinadas oportunidades para la realización personal.

Es allí donde debe entrar la psicología con todo ese engranaje que logra al penetrar ese mundo subjetivo
que poseen los seres humanos desde su individualidad, y su inherente objetividad dado el entorno
ambiental en que se desenvuelve.

Emociones y salud

Por otra parte, el desarrollo evidenciado por el concepto de salud en las últimas décadas y la realización
de innumerables investigaciones clínico-epidemiológicas han demostrado el vínculo de la salud con un
conjunto de factores que trascienden lo biológico.

Uno de los aspectos de vital importancia en la relación entre emociones y salud es el estudio de la
denominada inteligencia emocional, que se define como “la capacidad para supervisar los sentimientos y
las emociones de uno/a mismo/a y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información
para la orientación de la acción y el pensamiento propio” (López, 1999). Desde esta perspectiva se
pueden constatar dos aristas. La primera muestra la inteligencia como la habilidad de comprender ideas
de diferente índole y así hacer un uso efectivo de la reflexión; mientras que en lo que respecta a la otra
arista, el concepto de emociones alude a las reacciones psicofisiológicas con una perspectiva adaptativa
como aquellas que implican peligro, daño, novedad, etc.

Modelo de Inteligencia Emocional

Mayer, Salovey y Caruso (2004) plantean un modelo de Inteligencia Emocional que posee 4
características:

Habilidad para percibir las emociones propias y de los demás.

Habilidad para utilizar las emociones con el fin de facilitar la toma de decisiones.

Habilidad para conocer las emociones.

Habilidad para regular las emociones propias y de los demás.

Una vez conocido en que consiste dicho concepto y haber abordado elementos básicos del mismo, es de
destacar la relación de la inteligencia emocional con mecanismos patógenos. Cuanto más elevada sea la
misma mayor será la capacidad para realizar comportamientos adaptativos orientados hacia tareas y,
consecuentemente, mejor la percepción sobre la calidad de vida y disminuya la sintomatología
depresiva.

Fernández-Berrocal y Ramos-Díaz (2005) concluyeron que la Inteligencia Emocional predecía el ajuste


psicológico; un concepto básico para entender cómo variables disposicionales se relacionan con el
estrés, el afrontamiento y la adaptación. Las personas que tienen una alta atención a sus emociones
acompañada de niveles elevados de claridad y reparación emocional, poseen un mayor procesamiento
emocional de la información. Sin embargo, cuando no se mantiene una alta atención de las emociones,
en equilibrio con unos adecuados niveles de claridad o reparación, aparecen pensamientos rumiativos y
estados emocionales negativos relacionados con la depresión.

Emociones y salud, conclusiones

Se pueden proveer las siguientes conclusiones:

El enfoque psiconeuroinmunológico parte de que el cerebro regula en, mayor o menor medida, el
sistema inmunitario, por lo que los factores psicológicos pueden afectar este sistema por medio del
cerebro.

Los procesos psicológicos de tipo emocionales, influyen en la salud psico-orgánica, tanto las emociones
positivas (alegría, buen humor, optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés influyen en la
salud.

Las emociones son procesos psicológicos que, frente a una amenaza al equilibrio físico o psicológico,
actúan con el propósito de reestructurarlo, ejerciendo así un papel adaptativo. En algunos casos, las
emociones, influyen en el desarrollo de enfermedades.

La risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas para enfrentarse a la enfermedad. La
capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva a nuestros problemas. La risa brinda
una liberación física de las tensiones acumuladas y, por tanto, se espera que todo aquello mantener al
ser humano emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables puede contribuir a que el
sistema inmunológico funcione óptimamente.

El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. La gente que se manifiesta esperanzada es


más capaz de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades médicas. El espíritu optimista
es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo contra diferentes enfermedades.

La prueba de los efectos médicos adversos de la ira, la ansiedad y el estrés es innegable. Tanto la ira
como la ansiedad, en sus formas crónicas, pueden hacer que la gente sea más propensa a una serie de
enfermedades.

Las emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer enfermedades, pero no las
causan. Las emociones positivas ayudan a sobrellevar la enfermedad y favorecen el proceso de
recuperación, pero no logran mejorar a la persona por sí solas.

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